Juan 17
Juan 17
Juan 17
Cuá ndo pensamos en Juan capítulo 17 inmediatamente remite a la idea de unidad de la iglesia y de lo
fundamental qué es esto para que el mensaje del Evangelio se extienda: que sean uno para que el
mundo crea. Sin lugar a dudas, en nuestro medio ha tenido una gran influencia en esta percepció n el
libro de Jorge Himitiá n “Que sean uno”.
Sin embargo, este capítulo nos ofrece una amplia gama de conceptos que enmarcan la idea de unidad
y permiten una mejor comprensió n de lo que Jesú s está queriendo decir en este aspecto.
“Acabado”: τελειό ω. Strong: consumar, llegar a la etapa final, es decir, trabajar a través de todo el
proceso (etapas) para llegar a la fase final (conclusió n).
En este caso, está expresado con un participio aoristo τελειώ σας, que denota un aspecto puntual del
hecho que se señ ala que ha sido cumplido, pero no necesariamente concluido (lo que hubiera
necesitado un participio perfecto). ¿Por qué? Porque Jesú s había llevado hasta la fase final el proceso
que Dios le había encargado, pero faltaba la culminació n, que se daría en la cruz.
¿En qué consistió ese proceso previo de 3 añ os? ¿En qué sentido podía decir Jesú s que había acabado
la obra que el Padre le dio para hacer?
En primer lugar, por lo que ya dijimos de haber conducido todo un proceso paulatino pero que
fue en creciente intensificació n, y que lo llevaría a la cruz.
En segundo lugar, la tarea de Jesú s tenía que ver con mostrar quién es Dios en realidad. Lo
veremos en el pró ximo punto referido al nombre de Dios.
Pero hay otro aspecto: la tarea que hizo durante esos tres añ os fue bá sicamente la del discipulado
de los doce hombres que había elegido. Este aspecto se vuelve a resaltar algunos versículos má s
adelante y está en plena relació n con el objetivo de la unidad.
Volviendo a la glorificació n de Jesú s, la misma está en pleno vínculo con la cruz. ¿Por qué?
Gloria
Es la manifestació n resplandeciente de la esencia íntima de algo. En este caso en particular, del
carácter de siervo de Jesú s, que viene a ofrecer su vida en la cruz.
Por la forma de morir de Jesú s, hasta los incrédulos e idó latras perciben la gloria de Dios. El
centurió n que estaba en el Gó lgota exclamó “Verdaderamente éste era hijo de Dios” (Mt. 25:54).
Esa manifestació n del carácter íntimo de alguien se hace patente en una forma muy especial en el
momento de la muerte. La tradició n dice que Pedro murió crucificado en Roma, pero que pidió que la
cruz estuviera invertida, cabeza abajo, porque no era digno de morir como su Señ or. Nuestro querido
K. Bentson, ya sabiendo que un cá ncer lo consumía, dijo “Hasta ahora el Señ or nos ha enseñ ado a
vivir, ahora nos enseñ ará también a morir”. Quienes lo visitaron en esa instancia nos cuentan su
aceptació n de lo que tenía que atravesar, y como su tema principal no era tanto la forma de enfrentar
el cá ncer sino lo que le esperaba luego en los brazos del Señ or. “Ahora vamos a saber”, dijo
esperanzado al respecto. Ni que hablar de sus ú ltimas palabras a su esposa e hijos: “Ha sido un gusto
conocerlos”. Morir así es una gloria.
Hay un aspecto má s de esta gloria: la resurrecció n. Aunque no es citada específicamente, Jesú s está
pidiendo que le dé resurrecció n luego de pasar por la cruz. “Glorifícame con aquella gloria que tuve
antes que el mundo fuese”: Jesú s está pidiendo volver a ese estado de vida eterna, mediante la
resurrecció n. Esto sería una manifestació n gloriosa de la victoria de la vida sobre la muerte.
La vida eterna
v. 2 ya que le has conferido autoridad sobre todo mortal para que él les conceda vida eterna a todos
los que le has dado
➔ ya que le has conferido autoridad sobre todo mortal: Jesú s es el ú nico camino al Padre.
➔ vida eterna: En los evangelios sinó pticos la idea prevaleciente sobre el mensaje de Jesú s es el
reino de Dios. En Juan, sin embargo, los conceptos má s fuertes son el amor de Dios y la vida
eterna.
Vida
Para entender a qué se refiere el NT con “vida eterna” hay que señ alar en primera instancia que en
griego hay dos tipos de vida: bio es la vida natural (de ahí vida bioló gica, que nos corra sangre por las
venas). Pero el texto usa acá zoe, que es la vida interior, la vida espiritual, verdadera, aquella que
puede ser plena y abundante segú n el propó sito de Dios. Es el término que se usa en Mt. 7:14 porque
estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.
Eterna
El calificativo eterno (aionios) no se refiere solo a la prolongació n sin límite de la vida (lo cual es
cierto, Ap. 10:6 “El tiempo no será más”), es decir a su duració n, sino má s bien a una calidad de vida.
Juan 6:68 Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.
Aquí el calificativo eterno no está referido a la vida y a su duració n sino a las palabras de Jesú s, que
tienen una calidad especial de “vida eterna”.
Lo mismo en Efesios 3:11 “conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor” No
se refiere tanto a un propó sito que permanece para siempre (aunque así es), sino un propó sito
especial, con una calidad particular.
Así entonces cuando Jesú s dice en Jn 3:16 “... mas tenga vida eterna” se refiere fundamentalmente a
una calidad de vida plena y abundante que el Señ or nos quiere dar.
Algo parecido habría que decir de los aspectos negativos de lo eterno. Mateo 25:41 Luego dirá a los
que estén a su izquierda: “Apártense de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y
sus ángeles”. El fuego eterno no es necesariamente un fuego que permanece para siempre
atormentando a los que no creyeron en Jesú s. Me cuesta creer en un Dios que mira ese espectáculo y
se regodea de que sin fin los malos sufren esa tortura. Má s bien la Escritura parece querer decir que
los malos será n consumidos en una ocasió n:
Salmos 37:20 Mas los impíos perecerán, y los enemigos de Jehová como la grasa de los carneros
serán consumidos; se disiparán como el humo.
En resumen, la vida eterna se refiere a una vida plena y especial. Juan 10:10 yo he venido para que
tengan vida, y para que la tengan en abundancia.
Conocer a Dios
¿Y en qué consiste la vida eterna?
3 Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has
enviado.
Nosotros identificamos la idea de conocer a Dios con el momento de la conversió n personal. La
palabra usada acá es γινώ σκω (ginóskó). De ahí gnosis, conocimiento. Este conocimiento del que
habla la Biblia es má s que algo intelectual, implica una percepció n profunda de algo o alguien por
medio de la experiencia, un contacto de primera mano con aquello que se conoce. La intensidad de
este conocimiento lleva a que se use aú n para denotar la relació n íntima en el matrimonio: Mt. 1:25
nos dice que José no la conoció (a María) hasta que dio a luz a su hijo primogénito…
Conocer a Dios es entonces llegar a tener ese contacto íntimo con É l que solo se puede dar a través de
Jesucristo (Jn. 1:18).
Estos confían en carros, y aquellos en caballos; más nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios
tendremos memoria (Sal. 20:7).
También Isaías, al mirar proféticamente al nuevo tiempo del Mesías, dice “Mi pueblo sabrá mi
nombre” (Is. 52:6), es decir, por la acció n del Mesías, el pueblo iba a conocer íntimamente la esencia
de la naturaleza de Dios. Y efectivamente, Jesú s lo cumple al decir he manifestado tu nombre a los
hombres que del mundo me diste.
El tema de saber interpretar en nuestra propia vida el nombre, la esencia de Dios es importante para
Juan. Usa este concepto 21 veces en su evangelio, y dice por ejemplo
Juan 1:12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser
hechos hijos de Dios;
Estas dos palabras (conocer y nombre) se van entrelazando a lo largo de toda la oració n de Jesú s,
tanto que la concluye diciendo
25 Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me
enviaste. 26 Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que
me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.
Dios, el Señor
El Nombre de Dios tiene una referencia entonces a toda la íntima naturaleza de Dios, pero en
particular a su carácter de Señ or y dueñ o de todo: lo que los hebreos conocían como el nombre de
Dios era el tetragrama IHWH. Era una palabra tan santa y ú nica, que nadie la podía pronunciar salvo
el sumo sacerdote cuando entraba una vez al añ o al lugar santísimo. IHWH contiene solo
consonantes del hebreo original. El hecho de no tener vocales le otorgaba a esta palabra un cará cter
misterioso, que colaboraba con la santidad que tenía asociada. Dios quería reservar su esencia santa:
cuando Moisés le preguntó quién era, respondió “Yo soy el que soy”. Posteriormente, los sonidos
vocá licos eran señ alados con pequeñ os signos que se escribían arriba y abajo de las consonantes.
Cuando, en la necesidad de llamar a Dios de alguna manera, tuvieron que asignarle vocales1 a IHWH -
y esto derivó en la palabra Yahvéh o Jehová - le añ adieron las vocales de la palabra Adonai, que
significa Señ or. Así, cuando un hebreo leía IHWH, leía en realidad Adonai, estaba incorporando la
idea de Dios como Señ or o dueñ o absoluto.
El discipulado
Sí bien la palabra discípulo o discipulado no está usada en este capítulo, la idea de lo que es el
discipulado impregna todo el pensamiento de Jesú s en esta oració n.
Se ha dicho que2, en el contexto del N.T. “un discípulo es aquel que ha sido llamado (Jn. 1.43) y que ha
respondido con fe, comprometiéndose a seguir a Cristo en obediencia, fe y amor. Él se dedica, se sujeta, a
1 W. Barclay, Juan II
2 Enseñ anza de Keith Bentson condensada en c:\daniel\comunidad\enseñ anza\Formacion maestros celula\2.
El discipulado (primera parte).docx
Cristo Jesús, tanto a su palabra como a su persona. Cristo viene a ser el Señor y maestro, y él pasa a ser
el súbdito y alumno. Involucra entonces la idea de recibir de Jesús una dirección para la vida, e implica
la aceptación gozosa de sus palabras y enseñanza”.
Esto es precisamente lo que Jesú s trasmite al decir
6 He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y
han guardado tu palabra. 7 Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de
ti; 8 porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido
verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste… 10 … y he sido glorificado en
ellos.
¿Qué cosas le dan gloria a Jesú s acá en este mundo? ¿Milagros y señ ales?, sí; ¿la expansió n del
evangelio?, sí. Pero, sobre todo, que haya discípulos, personas que quieran encarnar el estilo de vida
del Maestro. Si Jesú s había recibido acá en la tierra algo de la gloria que había tenido en la eternidad,
es porque estos hombres habían aceptado el camino del discipulado: habían recibido y guardado las
palabras y la direcció n para la vida que Jesú s les había dado.
En esta definició n que hace Jesú s del discipulado, tiene mucha importancia la palabra “recibir” (y
ellos las recibieron, v. 8). En griego es λαμβά νω (lambánō), e implica una aceptació n activa de algo,
que se recibe y se incorpora voluntariamente a la vida. Esta aceptació n “con iniciativa” del discípulo
parece tener efectos profundos en la vida: A aquellos que lo recibieron (lambánō), les ha dado el
poder de ser llamados hijos de Dios… (Jn. 1:12).
9 Ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que me has dado, porque son tuyos.
¿¡Có mo es esto!? ¿No es que Jesú s vino a dar su vida por todo el mundo (Jn. 3:16)? ¿No es que Dios
pretende que ninguno se pierda (2P 3:9)? ¿Está Jesú s estableciendo algú n tipo de discriminació n
positiva al orar por sus discípulos má s que por el mundo?
Jesú s vino a dar su vida por todo el mundo; sin embargo, en este momento, casi al pie de la cruz, su
interés se centra en los discípulos y “también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos”
(v. 20). Quizá s nosotros debiéramos hacer lo mismo: amar a todo el mundo, esperando ver a muchos
a los pies de Jesú s, pero centrando nuestro interés en los discípulos.
La primera parte la damos por entendida: todo lo que tenemos le pertenece a Dios. La segunda nos
sorprende: Jesú s está tan identificado con Dios mismo, que sabe que todo lo de Dios Padre es de él.
Lutero dijo “Ninguna criatura puede decir eso con respecto a Dios”.
¿A qué se refiere acá con “todo”? Pues a todo, pero en particular a los discípulos, porque estos
hombres y mujeres, en particular, Dios se los quiso dar a Jesú s como parte esencial de su plan
redentor. Heb. 1:2 nos dice que Jesú s ha sido constituido como heredero de todas las cosas. Todo le
pertenece, los mares, las montañ as, las galaxias, todo. Pero Dios quiso darle a Jesú s en particular
estos discípulos como algo especial, tanto que Jesú s dice al final de este v. 10 “y por medio de ellos he
sido glorificado”. Al principio del capítulo, en un sentido distinto, Jesú s pedía ser glorificado por el
Padre. ¡Pero acá dice que ya ha sido glorificado en la vida de los discípulos! Estos, que han recibido
de buena gana su Palabra, son una gloria para Jesú s.
En el Salmo 19:1 David dice “Los cielos cuentan la gloria de Dios”. Así es. Uno mira la creació n y da
gloria a Dios. Pero Dios ha querido que sean las vidas de los discípulos las que sean un especial
motivo de gloria para el nombre de Jesú s.
12 Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los
guardé,... 13 Pero ahora voy a ti…
Este pedido de protecció n está expresado de distintas maneras:
(v. 11) guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. En tu nombre: No se
trata meramente de que Dios nos guarde para que no nos ocurran cosas malas, sino que estemos
guardados en su nombre, es decir, que nuestro carácter, nuestra vida, esté permaneciendo en su
esencia.
Cuando Jesú s, en el v. 11, pide al Padre que “guarde” a los que le había dado (sus discípulos) no es
solo un pedido de protecció n. Dice “guárdalos en tu nombre”, y en el v. 12 “Cuando yo estaba
con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre…” Está pidiendo concretamente que los
mantenga en esa esencia fundamental que corresponde al carácter de Dios.
(v. 15) No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. El Padrenuestro
concluye diciendo algo parecido: Líbranos del mal, o má s específicamente del maligno. La Biblia
no explica demasiado el origen del mal. Da por sentado su existencia. Pero claramente indica que
hay un poder del mal, tinieblas que se oponen a la luz. Y que no estamos exentos de ser afectados
por ese mal. La diferencia es que en Cristo tenemos el poder para hacerle frente y vencer.
A qué se refiere con “el mal”, ¿a lo que algú n malo nos pueda hacer? ¿A salvarnos de un
cataclismo? Sí, pero también al mal en general como forma de pensamiento opuesta a Dios, al mal
que asoma también desde nuestro interior, a la tentació n de hacer mal a otros, a la tentació n de la
venganza o del rencor…
(v. 19) que también ellos sean santificados en la verdad. Santo = hagios, apartado con un
propó sito. Esto implica la idea de que somos librados del mal no para pasarla bien en una cajita
de cristal, sino para cumplir el propó sito de Dios en nuestra vida. Implica también la idea de una
naturaleza distinta, apartados en una forma de ser que responde a la verdad de Dios.
(v. 21) 21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean
uno en nosotros;
(v. 24) Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén
conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la
fundación del mundo. ¿A qué se refiere? ¿A cuando estemos con Dios en el cielo?
Esta secuencia muestra que el pedido de unidad está entrelazado con la necesidad de que nuestra
vida refleje su cará cter.
La fuente interior
v. 13 que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. La NVI traduce que tengan mi alegría en
plenitud. Me gusta má s la forma de la RVR60, que refuerza (“en sí mismos”) la idea de que la vida
eterna, la fuente de agua viva, ha sido puesta dentro nuestro: “De su interior brotarán ríos de agua
viva” (Jn. 7 y Jn 4, la mujer samaritana). “El evangelio es la fuente dentro de nosotros” (O. Swindoll).
En Cristo
21 para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también
estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Nosotros hemos memorizado la secuencia “Que sean uno… para que el mundo crea”, y es correcta.
Pero acá se establece una condició n a la que no le damos mucha importancia: “que ellos también
estén en nosotros”. Estar en Cristo3, embebidos en él, es una característica de la vida cristiana vital
para una vida espiritual sana y para que la unidad finalmente sea posible.
En su primera carta, Juan lo dice de una manera parecida (IJn. 1:7) pero si andamos en luz, como él
está en luz, tenemos comunión unos con otros. La comunió n, la unidad, tiene como requisito previo
el que cada uno de nosotros ande en la luz, ande en Cristo.
¿Por qué está n presentes estas dos líneas? ¿Está n relacionadas? Quizá s el vínculo está en que, en el
pensamiento de Jesú s, la verdadera y completa gloria de Dios no es posible sin el testimonio de sus
hijos en medio del mundo.
Aquí hay un gran misterio. Dios, teniendo todo el poder para manifestar su presencia a todo el
universo, ha decidido limitar la manifestació n de su gloria a lo que sus discípulos puedan hacer en
este mundo.
Rom. 8:19 Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de
Dios.
3 c:\daniel\comunidad\mensajes\En Cristo.docx
El método de Dios son sus discípulos/as. Y la oració n de Jesú s es que estemos protegidos del mal,
para poder, con libertad de espíritu, andar en luz y reflejar su gloria.
Jesú s tiene tanta confianza en que esto es posible, que en el v. 23 se atreve a pedir “que sean
perfectos en unidad”. Perfecto (teleioö) en el NT no significa sin errores, sino que ha culminado un
proceso de maduració n, su vida ha llegado a un pleno desarrollo.
En un sentido negativo, implica que la unidad es difícil sin un proceso interior de madurez y, sobre
todo, si no hemos generado los lazos de contacto cercano que caracterizan a los vínculos amorosos,
cargados de “de unos a otros”, señ alados por el NT.
En amor
En este sentido, nuestra unidad no implica una coincidencia en todas las opiniones, sino un vínculo
de amor que hace imposible el distanciamiento. Jesú s concluye su oració n diciendo (v. 26) Y les he
dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté
en ellos, y yo en ellos. Se trata de un amor agape, no formal sino pleno y prá ctico.
Sin amor, somos como un platillo que retiñ e (ICor 13): mucho ruido. El éxito que Jesú s tiene en
mente en el futuro incluye a muchos que creerá n, pero no consiste en la acumulació n de miles, sino
en vivir las relaciones humanas en términos distintos a los del mundo.
Conclusión
Quizá s toda esta oració n se puede resumir en “guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así
como nosotros” (v. 11). Así como la unidad es una condició n para que el mundo crea, podríamos
decir que las Condiciones previas para la unidad son: