La Familia Como Lugar de Integración Social

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La familia como lugar de integración social

María Lacalle Noriega (2006): Cuestiones disputadas de la vida en sociedad,


Voz de papel, Madrid, pp. 75-100

La familia como lugar de integración social


María Lacalle Noriega

1. Para reflexionar

La profesora Mary Eberstadt, investigadora en la Hoover Institution de la Universidad


de Stanford, acaba de publicar un libro titulado Home-Alone America (América sola en
casa) en el que analiza la relación que existe entre las dificultades juveniles y los
cambios en la estructura familiar. Según la autora, estamos ante un escenario
históricamente sin precedentes en el que el niño vive separado de la familia, tanto en
Estados Unidos como en otras sociedades industrializadas. Esta ausencia casi
permanente de los padres del hogar y la consiguiente falta de vida familiar está teniendo
un impacto terrible en los niños y adolescentes: aumento de la violencia infantil,
drogadicción, suicidio, exaltación del sexo, indisciplina absoluta en la escuela, falta de
atención, hiperactividad, compulsiones obsesivas, etc. Los jóvenes de hoy ya no se
rebelan contra la autoridad excesiva de sus padres, sino que sufren graves problemas
psicológicos y afectivos por la ausencia de unos progenitores que ni educan, ni
protegen, y ni siquiera están ahí.

2. Presentación del tema:

El matrimonio y la familia son realidades que han estado presentes en la vida pública y
privada de todos los pueblos conocidos en la historia. Sin embargo, como ya hemos
señalado al hablar del matrimonio, parece que en la sociedad occidental actual la familia
está atravesando una profunda crisis. Se dice que ya no es necesaria socialmente y que
no es más que una opción estrictamente personal de vida. Pero, al mismo tiempo, se
habla, se escribe y se reflexiona desde muy diversos ámbitos sobre el sentido, las
funciones y la configuración de la institución familiar. Lo cierto es que nos encontramos
ante una situación paradójica: nunca ha habido tantos estudios e investigaciones sobre la
familia y nunca ha habido tantas dificultades para comprenderla. Nunca ha sido tan
valorada y tan menospreciada al mismo tiempo.

¿Es la familia una institución superada o sigue siendo fundamental para el ser humano?
¿Es necesario protegerla y conservarla en sus funciones tradicionales, o podemos
delegar en el Estado y en el sistema educativo los cometidos que antes cumplía la
familia?

Vamos a intentar dar respuesta a estas preguntas. Y lo haremos analizando la


importancia que la familia tiene tanto para el individuo como para el orden social (1) y
tratando de comprender algunas de las funciones que cumple en la socialización del
individuo (2). Así comprenderemos por qué siempre se ha considerado a la familia

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como la “célula” de la sociedad y por qué la única manera de humanizar el mundo pasa
por una recuperación de la familia (3).

3. Desarrollo

1. Naturaleza y función social de la familia

1.1. Familia y sociedad

Un sano ordenamiento de la sociedad no puede lograrse con el solo binomio “individuo-


sociedad”, sino que se necesita el trinomio “individuo-familia-sociedad”. Esto es así
porque los seres humanos no somos capaces de crecer y desarrollarnos sin la ayuda de
los demás. Lo natural y normal es que el ser humano llegue al mundo en el seno de una
familia, en la que se va a encontrar inmerso en un conjunto de relaciones interpersonales
que serán su primera escuela personal y social: como hombre y como ciudadano. Una
vivencia adecuada de esas relaciones - conyugales, de paternidad y maternidad, de
filiación y fraternidad - permiten a la persona introducirse en la gran “familia humana”
que es la sociedad (Juan Pablo II, Familiaris consortio, 15).

Efectivamente, la primera escuela de sociabilidad es la familia, y es el primer lazo que


une el desarrollo personal con la vida social. Es el lugar insustituible para que el niño se
pueda desarrollar armónicamente, afianzándose en su propia personalidad e
individualidad como ser humano, y, al mismo tiempo, aprendiendo a convivir con los
demás y a disfrutar de unas relaciones sociales sanas y enriquecedoras. Porque el niño, a
medida que se personaliza, se socializa.

Por eso se ha dicho siempre que la familia es la verdadera célula de la sociedad, base y
piedra angular del ordenamiento social. Así lo reconoce incluso la Declaración
Universal de Derechos Humanos, donde se proclama: “La familia es el elemento natural
y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del
Estado” (artículo 16,3). Y ello no sólo porque constituye el grupo natural que tiene por
especial misión la de asegurar la reproducción de la humanidad, sino, además, porque es
en su seno donde se forman y desarrollan los sentimientos de solidaridad, las tendencias
altruistas, las fuerzas y virtudes que necesita la sociedad para mantenerse saludable. De
hecho, la propia historia nos enseña que los pueblos más fuertes han sido siempre
aquellos en los que la familia estaba más fuertemente constituida, y que el relajamiento
de los vínculos familiares precede y acompaña a los periodos de decadencia. Porque es
en la célula familiar donde se manifiestan normalmente los primeros síntomas del mal,
antes de estallar en la sociedad (Castán Tobeñas, 1983: 40-41).

Decíamos antes que la familia está en crisis. Y parece que esta crisis se refleja ya en la
sociedad. Atravesamos uno de los momentos de mayor desarrollo y prosperidad
económica, y, sin embargo, las personas no parecen ser más felices. Las relaciones
humanas son cada vez más frías, la soledad se extiende como una plaga sobre los
habitantes de las grandes ciudades que se encuentran sumidos en el anonimato y en la
indiferencia en medio de una multitud insolidaria y despreocupada. Pensemos en tantos
ancianos que mueren solos, sin que nadie se entere, y cuyo fallecimiento se descubre
únicamente por el mal olor que produce la descomposición de su cadáver. Pensemos en

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las altísimas cifras de fracaso escolar debido a problemas familiares, como la separación
de los padres o la ausencia casi permanente de los progenitores del hogar. Pensemos en
el escalofriante aumento de comportamientos violentos en niños y jóvenes, que muchos
autores relacionan directamente con la falta de estabilidad familiar (Fukuyama, 1999).
Incluso gran número de trastornos mentales tienen su causa en la ausencia de un entorno
familiar sano. ¿Qué esta ocurriendo en nuestra civilización occidental?

El único camino para lograr un mundo mejor pasa por una recuperación de la dignidad
humana y por una renovación de las relaciones sociales. Y esto sólo se puede lograr
desde la familia, porque, antes que ciudadano, el hombre es miembro de una familia.
Sin duda alguna, la mejor manera de construir una sociedad mejor es mediante un
reforzamiento de los lazos familiares y una recuperación de la familia como institución
humana fundamental cuya finalidad es la formación de personas civilizadas y felices, y
como el lugar desde el que se transmiten con más eficacia valores fundamentales que
dan sentido a la vida y capacitan para la convivencia.

1.2. El hombre como ser en relación

La inmensa importancia de la familia para la plena realización del ser humano y para la
edificación de una sociedad mejor sólo se puede comprender desde una visión del
hombre como ser abierto a los demás, como un ser social que tiene su origen en la
comunión interpersonal y es capaz de crearla a su alrededor.

El ser humano no puede ser entendido como individuo aislado sumergido en un medio
social extraño a él. Es un ser naturalmente social que busca la convivencia y la
compañía. Y las busca porque las necesita. El ser humano no es una isla, no es una
realidad encerrada en sí misma. Sólo llega a ser él mismo en el diálogo y en el
encuentro dentro de una comunidad. El hombre que vive encerrado en sí mismo,
prisionero de su propio egoísmo, no puede ser auténticamente feliz, porque no hemos
sido hechos para la soledad, sino para la relación. La experiencia nos demuestra
claramente que el ser humano sólo se realiza en plenitud en la comunicación y el
diálogo, saliendo de sí mismo, relacionándose con los demás. Todas las ciencias
humanas modernas admiten que el hombre es un ser en relación que sólo se puede
realizar adecuadamente en el encuentro con los demás.

Ahora bien, las relaciones sociales anónimas y múltiples propias de una sociedad grande
no son suficientes para colmar esa necesidad de diálogo y encuentro. El carácter
“público” de la comunicación social no sólo no permite la realización personal sino que
puede provocar un terrible vacío y soledad. El ser humano necesita tener en su vida una
esfera de existencia que sea la de lo social privado. Un lugar en el que no sea
identificado con un número sino que se le llame por su nombre. Un espacio en el que
poder manifestarse plenamente, sin máscaras sociales; un lugar en el que poder
entregarse por completo sin dejar de ser uno mismo; un escenario en el que su libertad
pueda ejercerse sin otra limitación que la derivada del amor. Este lugar por excelencia
es la familia (Mehl, 1968: 21-25). Por tanto, la renovación familiar es la mejor manera
de humanizar el mundo y de evitar una masificación enajenante y embrutecedora.

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1.3. ¿Qué es la familia?

Desde esta concepción del hombre como ser abierto a los demás es evidente que la
familia es algo fundamental en su vida. Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de
la familia?

Hace veinte o treinta años cualquiera habría contestado que una familia está formada
por la unión matrimonial de un hombre y una mujer en la que se acoge a los hijos. Hoy
día se dice que esto es sólo la familia “tradicional”, pero que hay muchos modelos de
familia. Una anécdota que ilumina perfectamente esta cuestión es la historia del
anagrama oficial de la ONU para el Año Internacional de la familia. Inicialmente se
propuso un dibujo que representaba una pareja con un hijo bajo un techo. Pero
enseguida comenzaron a surgir críticas desde diversos ámbitos, lo cual fue provocando
sucesivas modificaciones hasta que el logo quedó reducido a un techo debajo del cual
había un corazón. Es decir, la familia quedó reducida a un mero lugar en el que habita el
sentimiento (Burgos, 2004: 20).

Se pretende introducir una nota de provisionalidad en la familia que viene dada por la
aceptación del divorcio como algo inevitable y por la proliferación de las uniones de
hecho en las que se rechaza la asunción de compromiso alguno. Además, cada vez es
mayor el número de hogares monoparentales. Sin embargo, los datos son
suficientemente elocuentes en cuanto al sufrimiento que provoca en los hijos la falta de
estabilidad y la ausencia del padre o de la madre.

Lo cierto es que la familia tradicional sigue siendo el modelo ideal y más beneficioso
para todos sus miembros: aquella que nace de la unión entre un hombre y una mujer que
se entregan incondicionalmente, por amor. A pesar de los grandes cambios, tanto
internos como externos, que se están produciendo podemos afirmar que para poder
hablar de familia es preciso que se den una serie de notas entre las que cabe destacar la
estabilidad y el amor incondicional. No se puede hablar de familia cuando los lazos que
unen a las personas no son firmes sino que están sujetos al capricho de cada uno, a sus
apetencias o a las circunstancias. La familia es comunidad de amor, y el amor verdadero
no se da y se quita, ni depende de nada, está siempre ahí, incondicionalmente. La
familia es aquel lugar, puede que el único, en el que la persona es reconocida y querida
no por lo que tiene ni por lo que hace, sino por lo que es. Pase lo que pase. Por eso se
habla del “seno de la familia” en alusión no sólo a la parte biológica, sino sobre todo a
su carácter de ámbito acogedor y protector.

La familia es comunidad de afecto y lugar de desarrollo y encuentro, constituye una


comunidad de vida y de amor, “una comunidad que no encuentra su fundamento último
ni en la ley que le otorga la reglamentación ni en la utilidad que pueden extraer de ellas
sus componentes, sino en la capacidad (en sí misma misteriosa, pero indudablemente
típica del hombre) de amar familiarmente y de fundar sobre este amor una comunidad
de vida” (D’Agostino, 1992: 18).

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Desde este punto de vista antropológico, vital, existencial, nos damos cuenta fácilmente
de que el hecho familiar no responde únicamente a una pura necesidad de subsistencia
de los individuos, sino que radica en una exigencia estructural del mismo hombre: la
exigencia de amar y ser amado. No se trata sólo de procrear biológicamente, de lanzar
niños a la existencia. Si sólo se tratara de eso podríamos encontrar medios más
controlables y eficaces para la reproducción. Se trata de proporcionar a la nueva persona
que llega al mundo el entorno adecuado para su desarrollo personal y social: un entorno
enmarcado por lazos de amor personal e incondicional.

Hoy día puede parecer una ingenuidad semejante descripción de la familia. También
puede parecer una ingenuidad hablar de amor incondicional, de compromiso, de entrega
fiel y sincera. Sin embargo, esta es la verdad de la familia, y seguramente a todo el
mundo le gustaría que esa verdad se realizara en su propia vida. Sabemos, desde luego,
que no siempre es fácil vivir en familia. Como tampoco es fácil ser esposos y sacar
adelante un matrimonio a pesar de todas las dificultades que se presentan a lo largo de la
vida. A veces resulta muy duro. Pero es que la vida misma es dura, y no por eso
renunciamos a ella, ni dejamos de luchar. Estamos describiendo la familia ideal, aquella
familia que a todos nos gustaría tener y por la que debemos esforzarnos. Pero no es una
utopía; está a nuestro alcance. Podemos alcanzarla.

2. Objetivos de una socialización adecuada

La mera “instrucción” de los niños puede ser realizada con gran eficacia por otras
instituciones. Pero no se trata sólo de instruir, sino de educar, de guiar, de lograr que los
hijos sean “mejores” personas, de conducirles al encuentro con la verdad, el bien y la
belleza enseñándoles a vivir en consonancia con lo descubierto. Esta dimensión
plenamente humana hace insustituible a la familia frente a cualquier otro sucedáneo
grupal, sea político, económico o social (Bel Bravo, 2000: 260- 267).

Los que son padres deben ser conscientes de la enorme importancia de la tarea que
tienen entre manos, pues sus hijos aprenden de ellos, como familia, las pautas que
regirán sus relaciones sociales y afectivas. Cada uno de nosotros es como es, entre otras
cosas, debido al influjo, positivo o negativo, que ha recibido en la familia. Podemos
afirmar rotundamente que el ser humano se ve directamente afectado de manera radical
y permanente por la experiencia familiar. A lo largo de la vida la interacción que
establece la propia dinámica familiar sobre sus miembros es ineludible y continua. Toda
nuestra vida entra en juego en ella misma. Para bien o para mal, la verdad es que nuestra
vida familiar es el referente último de nuestra propia vida.

Todo lo que el niño pequeño posee depende de su familia. Un bebé llega al mundo,
prácticamente, como una hoja en blanco, como un diamante en bruto. Y los padres
tienen que tallarlo. En la familia el niño comienza a tomar conciencia de sí mismo y de
los otros, vive sus primeras relaciones y aprende a situarse ante los demás. En todo este
proceso, el niño se orienta inconscientemente por el estilo que le transmiten sus padres
y hermanos, aunque en muchas ocasiones ni los mismos padres son conscientes de ello.

La familia configura básicamente los rasgos de la personalidad del niño, y llega a


definir en él estructuras rígidas que le acompañarán durante toda su vida. Se puede decir

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que la educación y las experiencias vividas en la familia imprimen carácter. De manera
que si los padres lo hacen bien lo más probable es que sus hijos se conviertan en
hombres y mujeres completos, afectivamente equilibrados y capaces de integrarse en la
sociedad como miembros activos y valiosos; pero si lo hacen mal pueden causar en sus
hijos graves daños, en muchas ocasiones irreparables.

¿Cómo se precisa la función educadora y socializadora de la familia? La familia es la


primera escuela de humanidad: es lugar de acogida y encuentro; maestra y guía en la
búsqueda de la verdad; educadora en las virtudes, lugar donde se aprende a amar y la
mejor e imprescindible transmisora de valores. En concreto, vamos a analizar cinco de
los cometidos principales que realiza la familia y que son fundamentales para lograr una
socialización adecuada:

- Adquisición de autoestima y confianza personal


- Función crítica
- Conquista de autonomía e independencia
- Aprendizaje de solidaridad
- Transmisión de valores

2.1. Adquisición de autoestima y confianza personal

Existe un nexo indisoluble entre familia y conciencia de la propia dignidad. De hecho,


la familia resulta imprescindible para que el ser humano mantenga su identidad
diferenciada, su carácter personal, y adquiera conciencia de su propio valor como
persona (Polaino, 2004). La familia valora y ama a cada uno de sus miembros porque es
único, exclusivo e irrepetible, independientemente de sus éxitos o fracasos, de sus
capacidades o limitaciones, independientemente de su utilidad social, profesional o
económica.

Todos necesitamos sentirnos valorados y queridos. Y los niños de manera muy especial,
pues ellos van forjando una imagen de sí mismos que depende casi al cien por cien de
los mensajes, explícitos o implícitos, que sus padres les dan. Necesitan del cariño de
sus padres para poder desarrollar una personalidad equilibrada tanto como las plantas
necesitan del agua para crecer armoniosamente. La acogida en la familia significa para
el niño protección, apoyo incondicional, ternura, comprensión, confianza, seguridad.
Todo esto es imprescindible para la formación de una personalidad sana.

Un niño que ha nacido y se ha desarrollado en un entorno familiar que le ha brindado


amor sin condiciones, independiente de sus éxitos y de sus fracasos, será capaz de
relacionarse con los demás desde la seguridad y desde el respeto, pues será a su vez
capaz de amar a los demás gratuitamente. Esto es así porque una adecuada
comunicación y convivencia con los demás sólo puede darse desde la propia seguridad.
El que está seguro de sí mismo y es consciente de su propio valor y de su propia
dignidad como ser humano, es capaz de ver a los demás como personas igualmente
valiosas y dignas. Y, por consiguiente, puede establecer con ellas una relación
interpersonal basada en el respeto y en el amor. Por el contrario, cuando falta esa
autoestima elemental, y esa conciencia de la propia dignidad, lo más probable es que
también se niegue la dignidad a los demás. El proceso es el siguiente: “si yo no valgo, tú

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tampoco. Si yo no soy digno de amor y respeto, tú menos”. Esto conduce,
inevitablemente, a la brutalidad.

Por tanto, el primer requisito para poder aprender a convivir consiste en sentir una
confianza básica en uno mismo y en los demás, y esto sólo es posible cuando uno se ha
sentido amado al menos durante los primeros años de su vida. El aprendizaje de la
tolerancia y el respeto hacia los demás parte, por lo tanto, de esa primera experiencia de
acogida en la familia, porque la acogida es el reconocimiento de la dignidad del otro, de
su valor como persona única e irrepetible. La auténtica socialización o madurez social
surge cuando una persona, segura de sí, percibe al otro como persona y se da a él;
mantiene su propia individualidad y originalidad, y no trata de utilizar ni anular al otro
sino que lo acoge y acepta como es. La experiencia de la acogida incondicional y
desinteresada en la familia es el único medio para acabar con el individualismo egoísta
propio de la sociedad posmoderna.

2.2. Función crítica

En la sociedad actual, dominada por los medios de comunicación de masas, por las
técnicas de marketing y los mensajes manipuladores, la familia es uno de los pocos
espacios sociales con capacidad para favorecer y fomentar el pensamiento crítico. La
familia es, sin lugar a dudas, un contexto decisivo para el desarrollo de una sensibilidad
crítica y de un juicio independiente, libre, autónomo. Hoy día el poder – sea político,
social o económico - dispone de instrumentos eficacísimos para transmitir todo tipo de
mensajes: políticos, ideológicos, comerciales. Mensajes que incitan al consumo y a
llevar determinados estilos de vida, mensajes que transforman la conciencia de los
individuos y que inclinan sus apetencias y sus simpatías en uno u otro sentido, según
convenga. La familia, una familia reflexiva y con capacidad de discernimiento,
constituye una auténtica defensa frente a las tentaciones y engaños del sistema.

Además, la familia es ese espacio de seguridad que siempre va a estar ahí apoyando al
individuo incondicionalmente, aunque no vaya a la moda, aunque no se pliegue al
pensamiento dominante, aunque no pase por el aro de lo políticamente correcto. Por eso
la presencia de un entorno familiar estable permite al individuo emprender la aventura
de la búsqueda de la verdad, asumiendo todos los riesgos que dicha búsqueda conlleva:
el riesgo del error y también el riesgo del hallazgo de una verdad socialmente incómoda.

Por eso la familia ha sido siempre uno de los principales objetivos de todas las
ideologías revolucionarias. Porque la mejor estrategia para doblegar al individuo es
dejarlo solo, a merced de las imposiciones de la ideología dominante, sin familia, sin
respaldo. No hay nada mejor para el despotismo que tener a la persona desprotegida y
desamparada frente al dominio aplastante del Estado omnipotente. Como decía
Chesterton, la familia es una célula de resistencia a la opresión. Por eso, la familia es
hoy más necesaria que nunca.

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2.3. Conquista de autonomía e independencia

Para poder alcanzar una personalidad madura es imprescindible lograr una autonomía y
una independencia. Y esto sólo se logra tras un proceso lento de desarrollo a través del
cual el individuo va poco a poco cortando el cordón umbilical, las ataduras y las
dependencias que le sujetan, va alcanzando su libertad y entrenándose en la tarea de
tomar las riendas de su vida con responsabilidad. La familia es el escenario en el que,
poco a poco, se va aprendiendo a asumir responsabilidades y compromisos, y se
encuentra, además, el suficiente apoyo y empuje motivacional para afrontar el futuro.

El ser humano nace absolutamente incapaz, dependiente en todo, necesitado de todo. La


especie humana es, con seguridad, la más indigente de todas, y con gran diferencia en
comparación con otros mamíferos. En el proceso de maduración vamos adquiriendo
cada vez mayores capacidades y, paralelamente, mayores cuotas de independencia.
Ahora bien, independencia no equivale a aislamiento, ni autonomía equivale a egoísmo.
El ser humano independiente no es el que rompe sus lazos con los demás, sino el que es
capaz de vivir desde la responsabilidad y el compromiso su propia libertad.

A lo largo de nuestra vida vamos atravesando distintas posiciones en relación con la


familia: nacemos hijos, muchos de nosotros también hermanos, nos vamos preparando
para ser padres y llegamos a serlo, o renunciamos a ello. En realidad, entre ser hijos y
tener hijos se extiende el proceso de maduración de la mayoría de los seres humanos.
Pero sólo cuando uno está preparado para asumir las riendas de su vida y de su libertad
será capaz de fundar una nueva familia.

En una secuencia de la película Hook, el hada Campanilla ayuda a recordar a


PeterPan/Peter Banning la verdadera razón de su vuelta al mundo de la realidad y de los
adultos:

CAMPANILLA: Ya sé por qué no puedes pensar en nada alegre; son tantos los
recuerdos que tienes, Peter...

PETER: Mi dadi. ¡Dadi no!, papi, papi... (recordando) Peter, eres padre. ¡Hola
Jack, hijo mío!... Ya sé por qué volví, ya sé por qué crecí... Quería ser padre.
Soy padre. Este es mi pensamiento alegre.

Peter Pan vuelve del “País de Nunca Jamás”, abandona aquel territorio en el que la
diversión, la fantasía y el juego son el motor de la existencia porque encuentra un
motivo más poderoso por el que merece la pena crecer: ser padre. Al margen del juicio
que merezca la figura representada en la película por Peter Banning, lo cierto es que esta
metáfora resume el núcleo de lo que debe ser el desarrollo personal. La vida de
cualquier ser humano atraviesa unas etapas iniciales en las que se va moldeando su
personalidad, va adquiriendo valores (o contravalores) y destrezas, va adquiriendo cada
vez mayores cuotas de autonomía y de independencia para por fin integrarse como
miembros activos y responsables en la sociedad y fundar una nueva familia (Rodrigo y
Palacios, 1998: 141).

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2.4. Aprendizaje de solidaridad

Como hemos señalado antes, una de las principales aportaciones de la familia a la


sociedad es la experiencia de comunión y participación que debe caracterizar la vida
familiar (Juan Pablo II, Familiaris consortio, 43). Las relaciones de los miembros de
una familia deben basarse en una actitud de encuentro y diálogo, de disponibilidad
desinteresada, servicio generoso y solidaridad profunda.

Eso hace de la familia la primera e insustituible escuela de solidaridad. Frente a una


sociedad que afirma constantemente el “yo” y que exalta de forma neurótica el egoísmo,
la familia se presenta como un espacio de comunicación, como un diálogo lleno de
comprensión, amor y respeto, en el que cada uno es importante para todos. La familia
es, además, ese valor seguro con el que siempre se puede contar cuando todo se
desmorona. Es el elemento de apoyo ante todo tipo de dificultades: económicas, de
salud, laborales, etc.

La familia debe ser la fuente y el origen de la apertura a los demás. En cuanto


comunidad de amor, encuentra en la entrega, en la comunión y en la participación su
razón de ser. Y la comunicación y cooperación que se viven de forma cotidiana
constituyen la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción activa y responsable de
los hijos en la sociedad. Porque la familia no es simplemente un grupo humano
instalado en una especie de “pensión”, sino que es comunidad de vida en la que se da
una auténtica convivencia, y en la que la cooperación y el servicio mutuo se consideran
valores fundamentales.

Ya hemos dicho que la psicología del niño, en su primera infancia, está dominada por el
egocentrismo: se siente el centro de todo lo que le rodea y cree que todo es suyo. La
absoluta necesidad de asistencia con la que llegamos al mundo hace que el niño sea un
perfecto egoísta en sus principios. Desde el primer momento, nuestras necesidades nos
hacen vivir pendientes de nosotros mismos, y sólo después de haber superado las
primeras etapas evolutivas seremos capaces de salir de nuestro egocentrismo y de
abrirnos a los demás (Iceta, 1994: 89).

Poco a poco, el niño se va dando cuenta de que el mundo entero no está a su servicio y
de que existen bienes ajenos, que no le pertenecen. Pero la verdadera socialización se
produce cuando es capaz de percibir que existe un bien común, y que el bien común en
ocasiones exige sacrificar los propios intereses personales. Por eso la familia es la mejor
escuela de solidaridad. ¿En qué otro lugar se puede encontrar un amor tan desinteresado
como el de los padres? ¿Dónde podemos hallar tanta renuncia y tanto sacrificio sin pedir
nada a cambio? Los niños que ven en su casa cómo se va buscando siempre el bien
común de la familia, y cómo unos se sacrifican por otros, está aprendiendo un estilo de
vida basado en el amor y en la generosidad. Es una vivencia que deja una huella
imborrable. Crecerán sabiendo que integrarse en la sociedad no es sólo recibir, sino
recibir y aportar.

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2.5. Transmisión de valores

La familia es el escenario privilegiado para la transmisión de valores. No es que sea el


único, ni mucho menos. Hay que tener en cuenta también el enorme influjo que ejercen
otras instancias, como el centro escolar o los medios de comunicación. Pero la familia
es el habitat natural y más influyente en el aprendizaje de valores, actitudes y patrones
de conducta.

Esto es así porque el ambiente de proximidad e intimidad que en ella se da la hace


especialmente eficaz en esta tarea. Además, en la familia priman las relaciones afectivas
y el afecto es esencial para la adquisición de un valor. Para que la propuesta de un valor
sea eficaz debe hacerse en un contexto de relación positiva, de afecto y aceptación
mutua. Cuando alguien que no inspira cariño o no resulta amable intenta inculcar un
valor lo más probable es que provoque rechazo y bloquee la adquisición del mismo.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que la enseñanza del valor no se realiza de la
misma manera que la enseñanza de conceptos o ideas. Se hace a través de la
experiencia, y ésta debe ser continuada en el tiempo. Es el conjunto de las experiencias
valiosas las que van moldeando el pensamiento y el sentimiento, junto con la presencia
de un modelo a imitar. Los valores se transmiten por ósmosis, se absorben
atmosféricamente en la vida diaria de la familia.

En la familia se transmiten, por un lado los valores sociales, que son una síntesis de las
tradiciones culturales, costumbres, concepciones éticas y jurídicas del entorno social. Y,
por otra parte, se transmiten una serie de valores propios de cada familia. Estos últimos
están obviamente influidos por los primeros. Pero esta influencia no es unidireccional,
ni supone una apropiación directa y acrítica de los mismos. En la familia se reelaboran y
ajustan los valores sociales. Algunos se rechazan, y se proponen otros nuevos que
pueden ser contradictorios con los dominantes en el sistema social. De esta manera las
familias pueden ejercer una influencia significativa sobre la sociedad en su conjunto.

En la actualidad asistimos a una clara crisis social que tiene su raíz en la pérdida de
valores, provocada por su “no transmisión” en la familia. La excesiva permisividad, la
ausencia de valores y de proyecto educativo en los padres, el estilo laissez-faire
provocado por su desaparición del hogar y por su falta de implicación en la educación
de los hijos, todo esto está provocando una profunda crisis en la sociedad.

3. Hacia una sociedad más humana y humanizadora

Hay quien piensa que la familia ya no es necesaria porque las funciones que cumplía
antes ahora las puede cumplir el poder público. Pero, como ya hemos señalado, no
existe sustituto alguno para la institución familiar. La familia es un contexto crucial para
el desarrollo humano, tanto en lo que se refiere a lo estrictamente íntimo y privado
como en su dimensión social.

La realidad nos ha mostrado el fracaso del llamado “Estado del Bienestar” que
pretendió suplir a la familia y que ha sido incapaz de hacerlo. Durante décadas en la
Europa occidental se ha seguido una política enfocada a maximizar el bienestar social

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dirigiendo las ayudas e intervenciones directamente a los individuos en lugar de hacerlo
a la familia, exaltando por encima de todo la libertad individual, y promoviendo un
desprecio total por la tradición. El resultado es desastroso. Lo que se ha originado ha
sido un individualismo atroz, egoísmo, rechazo de los valores tradicionales, libertad
entendida como puro libertinaje, desprecio del pobre y del débil. Se está enfriando la
solidaridad de la red básica de la vida humana, la familia, que constituye la verdadera
base de la sociedad del bienestar. Se están destruyendo los lazos familiares, los vínculos
que unían incondicionalmente a los individuos de una familia y que permitían que
nunca quedaran sin atención los niños, ancianos, enfermos o discapacitados.

Sólo desde un fortalecimiento de la familia se pueden afrontar problemas como la


drogadicción, el paro, la pobreza y exclusión social, las enfermedades y minusvalías,
etc. Y no queremos negar los éxitos alcanzados por el Estado del Bienestar. Sólo
queremos resaltar que en esa “felicidad civil” que promete no reside el bienestar que las
personas buscan. Aunque llenásemos el mundo de prestaciones, de coberturas y
subsidios, si no hay relaciones humanas auténticas, si no hay un sentido totalizador que
abarque la vida en su conjunto, sólo queda una terrible soledad deshumanizadora.
Pretender sustituir la familia por el Estado es la mayor de las barbaridades.

El poder político, el Estado, puede prescindir de la familia, puede negarle protección, o


incluso puede atacarla. Pero entonces pondrá en grave peligro la capacidad de sus
ciudadanos de establecer lazos de amor entre ellos – lazos de solidaridad y respeto a los
derechos humanos -. La convivencia supone siempre adquirir compromisos y
mantenerlos, ser capaz de asumir cargas y sacrificios por el bien de los que nos rodean,
olvidarse un poco de uno mismo para pensar en los demás. La auténtica convivencia es
la de quien vive su vida dando vida a los demás. Esto se aprende en la familia. El ser
humano que viva y asuma el amor familiar será capaz de construir una escala de valores
presidida por el respeto y la solidaridad, y podrá controlar los impulsos utilitaristas y
codiciosos que anidan en su interior. Ninguna legislación, ninguna forma de política
social, ninguna imposición externa podría nunca sofocar esas tendencias egoístas que
todos llevamos dentro.

Cuando la familia falla la sociedad se viene abajo. Por eso las crisis familiares son
siempre crisis sociales, pues todo depende de la solidez de los lazos humanos creados en
la familia y de los valores transmitidos. Cuando esto no funciona, nada funciona. Por
eso se puede afirmar que no habrá renovación de la sociedad si no hay renovación de las
personas, y tal renovación sólo se producirá si hay familias nuevas capaces de
incorporar las exigencias renovadas de la dignidad humana en nuestro tiempo. La
familia es, ciertamente, el lugar natural y el instrumento más eficaz de humanización y
de personalización del mundo.

Es un grave error minusvalorar la importancia de la institución familiar, pensando que


lo que ocurre en ella no tiene ninguna repercusión social. Antes al contrario, hay que
darse cuenta de la inmensa importancia que tiene la familia, pues realmente en ella se
construye la sociedad haciendo posible una vida auténticamente humana, transmitiendo
valores y evitando la masificación despersonalizada de esta sociedad global en la que
vivimos.

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La familia como lugar de integración social
María Lacalle Noriega (2006): Cuestiones disputadas de la vida en sociedad,
Voz de papel, Madrid, pp. 75-100
Por si a alguien le parece exagerada la importancia que atribuimos a la familia en la
construcción del mundo, vamos a hacer referencia a las grandes utopías como Un
mundo feliz, 1984, Fahrenheit 454. Sus autores invariablemente se han visto en la
necesidad de reformar el núcleo familiar y de eliminar o sustituir el amor humano. De la
misma manera, en el mundo uniforme, estereotipado y acrítico que se quiere imponer en
la sociedad posmoderna se quiere destruir la familia para poder someter y manipular al
individuo. Porque en la familia se forjan personas seguras de sí mismas que se saben
queridas y protegidas; personas con criterio y capacidad crítica, pues han recibido unos
valores y unas tradiciones que les proporcionan una capacidad de discernimiento y una
independencia frente a la ideología dominante; personas conscientes de su dignidad y de
la dignidad de los demás; personas capaces de amar, de tomar las riendas de su vida y
fundar a su vez una familia; personas capaces de humanizar la sociedad y resistir la
presión uniformadora y opresora de la sociedad global. La familia es necesaria para el
individuo y para la sociedad.

5. Conclusiones

Hemos podido ver que la familia es una institución natural e imprescindible para un
desarrollo adecuado del ser humano. Y que la importancia de la familia no se reduce a
lo estrictamente íntimo y privado, sino que tiene una repercusión en la sociedad
importantísima, directa e inmediata. La familia fundada en el matrimonio es el ideal de
convivencia humana y el fundamento del orden social.

Siempre se ha dicho que la familia es la “célula” de la sociedad no sólo por su


capacidad procreadora, sino por la función humanizadora del ser que procrea. La familia
es, sin lugar a dudas, la respuesta más adecuada a la condición y dignidad de toda
persona humana. Nunca es perfecta, pero es el lugar privilegiado para el respeto y para
el amor. Es el lugar en el que el ser humano nace, crece y muere precisamente como
persona humana, rodeado de un amor radical, incondicional. Y es el lugar privilegiado
para la socialización del individuo. “La familia posee y comunica, todavía hay energías
formidables capaces de sacar al hombre del anonimato, de mantenerlo consciente de su
dignidad personal, de enriquecerlo de profunda humanidad y de insertarlo activamente
con su unicidad e irrepetibilidad en el tejido de la sociedad”. ( Juan Pablo II, Familiaris
consortio, 43).

Sólo si el Estado respeta a la familia prepara ciudadanos con capacidad de amar, y sólo
si los hombres somos capaces de amar podremos renovar el mundo. La conclusión es
evidente: sólo ofrece garantías de ser verdaderamente humano un proyecto de felicidad
futura que se base en la capacidad de amar del ser humano, y, por tanto, en la familia.
Cuando la familia cumple su misión construye la civilización del amor porque la
sociedad es el desarrollo de la familia.

4. Bibliografía

- BEL BRAVO, María Antonia (2000): Historia de la familia, Madrid, Encuentro.


- BURGOS, Juan Manuel (2004): Diagnóstico sobre la familia, Madrid, Palabra.
- CASTÁN TOBEÑAS, José (1983): Derecho de familia, Madrid, Reus S.A.

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La familia como lugar de integración social
María Lacalle Noriega (2006): Cuestiones disputadas de la vida en sociedad,
Voz de papel, Madrid, pp. 75-100
- D’AGOSTINO, Francesco (1992): Elementos para una filosofía de la familia,
Madrid, Rialp.
- FUKUYAMA, Francis (1999): The Great Disruption: Human Nature And The
Reconstitution Of Social Order, New York, The Free Press.
- ICETA, Manuel (1994): La familia como vocación, Madrid, PPC.
- MEHL, Roger (1968): Sociedad y amor, Barcelona, Fontanella.
- POLAINO-LORENTE, Aquilino (2004): Familia y autoestima, Barcelona, Ariel.
- RODRIGO, María José y PALACIOS, Jesús (1998): Familia y desarrollo humano,
Madrid, Alianza Editorial.

5. Actividades

5.1. Para profundizar en estas reflexiones

Chesterton, G.K., (2000): El amor o la fuerza del sino, Madrid, Rialp.

Se recomienda la lectura de esta obra, que es una recopilación de ensayos del genial
escritor inglés sobre el hombre y la mujer, el amor, el matrimonio, la familia y el
divorcio. No es un manual práctico sobre los problemas de la vida familiar, ni una
disquisición teórica sobre la misma. Es una inspiración, a veces poética y siempre llena
de humor, que ayuda a redescubrir la familia como el lugar de la libertad y de la
realización de la persona humana, la garantía de una sociedad justa y libre, y la escuela
social por excelencia.

5.2. Cine forum: El hombre ha sido hecho para el amor.

Película: Family man. USA (2000), Dirigida por Brett Ratner, protagonizada por
Nicholas Cage

Sinopsis: Jack Campbell es un ejecutivo financiero de éxito en la ciudad de Nueva


York. Tiene todo lo que puede desear debido a su elevado status y a su dinero. Pero su
vida afectiva es un absoluto vacío. Hasta que una sorprendente noche se despierta en
una vida distinta, casado y con dos hijos, con un trabajo corriente y una casa corriente.
Lo que al principio le parece una pesadilla acaba resultando un sueño maravilloso. Una
vida familiar llena de amor y cariño, infinitamente superior a cualquier cosa que hubiera
podido soñar en su vida anterior.

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