La Teología Desde La Apertura Teologal Del Hombre

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Fr. Fabián Leonardo Rueda Rueda, O.P.

El Quehacer de la Teología de Olegario González de Cardenal


Capítulo 2: La Teología desde la apertura teologal del hombre

El autor se plantea la pregunta ¿desde dónde? de la teología, para conocer su ángulo de visión. Este lugar es,
especialmente el hombre. Cuando el hombre piensa a Dios, lo hace pensándose a sí mismo también, de manera que en la
teología no solo es sujeto sino también objeto implicado en la explicación de Dios como principio de su ser. Existen dos
discursos por los que la teología entiende al hombre: primero como un ser que indaga sobre sí mismo buscando las
posibilidades de abordar el conocimiento de Dios y segundo al hombre en relación con Dios, revelado como principio de su
ser. Ahora bien, la realidad humana, en el quehacer teológico se ve desde una perspectiva paradójica, porque es considerado
al mismo tiempo plenitud y carencia. Se trata de una cierta plenitud que ya posee para realizar su vida con sentido, y un vacío
que lo invita a mirar hacia el futuro para llenarlo, esta es una esperanza que se hace posible en la realización de dos
libertades: la de Dios que decide revelarse y la del hombre que opta por recibirla. De esta manera la teología tiene muy en
cuenta la imagen y semejanza del hombre con Dios en la explicación de la paradoja humana. Ya el hombre presenta la
imagen, la impronta divina que lo invita a asemejarse más a su creador y a la razón de su ser. Por consiguiente, la labor de la
teología gira en torno a reconocer que Dios se revela, dilucidar la respuesta del hombre a esa revelación para organizarla en
forma racional de manera que el hombre pueda responder certeramente a la revelación: la doble plataforma desde donde la
teología ejerce su acción.

En la historia universal, ha habido dos formas de teología: la general (pregunta del hombre por Dios) y la cristiana
(pregunta de Dios personal al hombre). La pregunta por Dios es una constante en el hombre que no solo lleva a preguntar
sobre Él, sino sobre el cosmos, la historia, la libertad, la responsabilidad, el futuro. El hombre es consciente de la existencia
de Dios, el que se manifiesta, se encarna, es personal y encuentra en Él un sentido para su existencia. El único proyecto de
Dios: ser pensado el hombre como imagen para que éste sea semejante a Dios en el ejercicio de su libertad.

Ahora, sabiendo que Jesucristo es el hijo de Dios, y con su destino entero, no solo dijo quién es Dios para los
hombres, sino que los asoció a la relación filial en que Él vivió con Dios, la pregunta es ¿qué dimensiones humanas
posibilitan el reconocimiento del anuncio de la revelación para responder a sus aspiraciones finales y a las cuestiones sobre el
sentido? La revelación es la apertura del Misterio al hombre. Se podría decir que ésta es posible porque ya el hombre está
capacitado para abrirse al Misterio. Esto invita no solo a estudiar la revelación como acto concreto, sino también al hombre y
sus capacidades para recibirla. En la fe cristiana el hombre encuentra respuesta a los interrogantes de su ser, su quehacer, su
sentido, su dirección final. La teología presupone a Dios como ser personal que se relaciona con el hombre. Cuando dicha
relación implica al hombre es fe, cuando implica a Dios es revelación. El ser humano, al recibir dicha manifestación divina,
quiere acogerla, vivir según ella y, en últimas, racionalizarla, pensarla y comunicarla con conclusiones racionales y
verificables. Así nace la ciencia teológica.

En este momento es importante abordar la cuestión sobre los presupuestos de toda posible manifestación de Dios al
hombre y de su acogimiento. Para esto, hay que partir de las condiciones de posibilidad para que se dé la revelación histórica:
primero, presupuestos ontológicos: El ser es logos, es luminosidad en dos perspectivas. Primera hacia adentro de sí, se trata
de interna luminosidad, transparencia de sí mismo para sí mismo, auto comprensión intelectiva. Segunda, de afuera hacia sí,
que se fundamenta en la primera porque ella posibilita la cognoscibilidad del ser desde fuera, es decir, permite que el ser se
dé a conocer para que otros lo conozcan. Este es la primera condición ontológica para la revelación. La segunda es la libertad
del ser absoluto y la tercera es la historia como espacio derivado de la libertad. Segundo, presupuestos antropológicos: se dice
en este punto que el hombre es espíritu, capaz de acoger, percibir y discernir una palabra que le pueda llegar como mensaje
de Dios, ya que siendo espíritu, a pesar de su finitud, puede recibir una apertura ilimitada del ser. Aquí también entra en
juego la libertad para recibir o no el mensaje. Tercero, presupuestos existenciales: sólo en la medida en que el hombre se viva
en el horizonte de lo eterno, acoja lo eterno y no sólo lo temporal como radio necesario para su despliegue de hombre, sólo
entonces se percatará de que lo eterno existe, de que lo absoluto es el presupuesto de todas sus relatividades, de que la
apertura hacia lo incondicional le hace más profundamente hombre.

¿Cómo se explica la apertura del hombre al misterio? Ante esta cuestión es posible distinguir entre vivencia histórica
(manera concreta con que en un momento determinado de la historia el hombre concibe su destino, lo interpreta con la ayuda
de unos conceptos, lo orienta hacia unos fines, dejándose guiar por unas certidumbres mayores, por unos valores sentidos
como primordiales y atraer por unas metas individuales y colectivas a las que concede primacía freta a las demás y desde las
que establece el orden de sus tareas concretas)y vivencia metafísica (conjunto de preguntas, temores, predilecciones y
rechazos en las que el hombre se apoya para subsistir como hombre en el mundo y a las que se refiere cuando se halla en
situaciones límite como la muerte, el gozo, la desesperación, etc.). En este sentido, la teología acepta, como punto de partida,
Fr. Fabián Leonardo Rueda Rueda, O.P.

la visión histórica del hombre, pero le invita a orientarse hacia la convicción profunda de que el corazón individual y la
historia colectiva son el hogar donde habita el ser de lo real y el Dios verdadero. Se dan muchas expresiones que hacen ver la
proyección y la apertura del hombre hacia el misterio, algunas de ellas pueden ser la admiración: el hombre se admira, en un
primer momento, de que las cosas sean, de que haya ser y no más bien nada, que las cosas estén ahí sin nosotros y para
nosotros, actitud que es continuada con la sorpresa y el asombro. Estas actitudes dan paso a la acción filosófica en las
diferentes épocas de la historia: fase griega (admiración de la realidad en cuanto ser), fase moderna (admiración de sí mismo
siendo entre las cosas) y fase contemporánea (dura sensación de sentirse extraño frente a las cosas o al cobijo que encontraba
su pobreza en Dios). Otra expresión es la interrogación: el hombre pregunta por las cosas y por sí mismo, por su quehacer en
el mundo y, sobre todo por identidad personal. El hombre se pregunta por el sentido de su existencia y de su quehacer, la
pregunta a esta respuesta nunca es completa, pero siempre lo orienta desde un punto fundante o principio, hacia una meta
finalizadora cumpliendo sus objetivos propios. También el hombre tiene una actitud de inquietud: vive inquieto por el enigma
de su propia vida que le hace vivirse como realización siempre insipiente de un movimiento que le propulsa hacia adelante y
de una pulsión interior que le arranca a cada una de las ocupaciones y dilecciones concretas para ir siempre más allá. Los
místicos hablan de la tensión entre buscar a Dios, encontrarlo y sentir la necesidad de seguirlo buscando. La última actitud
que se analiza es la religación como enraizamiento y trascendencia hacia Dios: el hombre se encuentra siempre religado hacia
lo real fundante, existe en el ámbito del Misterio por el que siente a la vez atracción y reverencia. Hombre religioso es aquel
que vive toda su vida cintrada y ordenada al Misterio en actitud votiva de acatamiento y entrega, da aguardo de salvación y
de consentimiento agradecido, sin aceptar limitar la realidad a lo meramente empírico.

Ahora, ¿de qué forma se relacionan éstas actitudes con la revelación? En la vivencia de un auténtico cristianismo,
desde el punto de vista de la Iglesia. Se cristianos es recibir las posibilidades, los hechos históricos, las exigencias morales
para que cree su propio sentido y esto no como un logro adveniente y secundario respecto de su propia realidad humana, sino,
al contrario, como resultado de la clarificación y aceptación de su ser más propio en el embate más arduo de su libertad.
Todas las actitudes que el hombre tiene y que le hacen buscar al Misterio, tienen una relación activa con la revelación en
cuanto que, ayudado por el camino que le muestra la Iglesia, puede encontrar un fundamento para su vida, se reconoce
amado, enviado y esperado. Ahora bien, todo hombre está habitado por esta tensión: de anhelo y de rechazo de la revelación
divina; por ello el reconocimiento de ambas y el equilibrio entre ambas es tarea esencias tanto de cada creyente como, sobre
todo de la teología y de la Iglesia. En fin, la revelación es, en un sentido, plenificación de la humanidad natural y, en otro,
corrección de la forma en que ella va existiendo históricamente tras el pecado.

¿Existe un punto de unión o de encuentro de la revelación en la estructura personal del ser humano? Se ha
respondido negativa y positivamente esta pregunta. La interpretación protestante dice que no hay un punto de entronque entre
la Palabra de Dios y el hombre en sí. De hecho, es el pecado el que desorienta al hombre y le impide escuchar la Palabra,
pero ella misma crearía de nuevo una capacidad para oír, acoger y entender. La tradición católica responde diciendo que la
revelación acontece dentro de una historia y de un designio único de salvación y que Dios ha visto en conexión cada una de
sus fases. Su Palabra se encarna para que los hombres pudiesen conocerla. De manera que se da una referencia dialéctica
entre la revelación histórica de Dios y la comprensión del hombre, ya que ninguna se torna exclusiva, están en relación íntima
la una y la otra. Resulta ser la filosofía, específicamente la metafísica, necesaria cuando el hombre creyente se pregunta por la
última coherencia y consistencia de su fe.

Para concluir, se presenta la correlación entre el hombre y Dios. Es posible comprender al hombre, desde un vistazo
a la historia de la humanidad, en una perspectiva vertical ascendente (la razón lo eleva sobre todo lo mundano cuantitativo y
verificable) y descendente (se comprende a sí mismo desde esos grandes ordenes de realidad superior y desde la revelación
que Dios ha hecho de sí mismo) y en una perspectiva horizontal, que comprende al hombre como mero factor derivado de lo
que le precede en el orden de la materia y del cosmos. En esta visión, no trascendería su dimensión material, animal,
intramundana, ya que este mundo sería el que lo genera y explica todo. Ante esto, hay que decir que la cuestión primordial
del hombre no es solo la determinación de su estructura física o mecánica, sino la cuestión de su sentido en el mundo y de su
finalidad última. Ahora bien, Dios es trascendente, pero esta característica no lo hace lejano y ajeno a la realidad humana,
sino que es inmanente al hombre, lo hace surgir y lo mantiene tenso hasta alcanzar su meta. Por esto, la teología está fundada
y solo perdura viva si se mantiene enraizada tanto en la pregunta por el hombre como en la pregunta por Dios, debiendo velar
por ambas con el mismo interés. Pero, en últimas ¿cuál es la relación entre la naturaleza y la gracia? Esta cuestión lleva al
estudio tanto de la naturaleza del hombre, como de la revelación de Dios en la historia. Ahora ¿qué une estos dos elementos
(naturaleza humana y revelación de Dios)? La naturaleza humana está determinada por su fin, ha sido creado para participar
de la vida divina, conocer a Dios en la visión beatífica y realizar así sus anhelos, saciando las necesidades de su ser, esto solo
se comprende desde la gracia. El fin del hombre supera sus propias capacidades, pero lo descubre cuando se encuentra con
Cristo, el don máximo pensable de Dios al hombre es su encarnación en Cristo.
Fr. Fabián Leonardo Rueda Rueda, O.P.

Referencia Bibliográfica: González, O (2008). El quehacer de la Teología. Salamanca: Sígueme.

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