Los Tropiezos
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Los Tropiezos...
(Serie en Mateo #41)
Audio del Sermón
En este pasaje el Señor Jesús continúa con el tema del v. 5: nuestra actitud hacia los
humillados (en este contexto, los niños). Los cristianos se reciben mutuamente, tal como
Cristo los recibió. No hay sentimientos de superioridad ni de prepotencia; el Espíritu Santo
gobierna sus vidas.
Ahora, continuando con los vv. 6 – 9, el Señor Jesús contrasta la acción opuesta: el hacer
tropezar (griego “skandalídzo” que quiere decir descarrilar, hacer que alguien desconfíe de
otro (en este caso, de Cristo)).
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que Jesús enseña. Sin embargo, El mismo indica en el Sermón del Monte que el problema
mayor no está en los miembros físicos del cuerpo, sino en la mente del hombre. ¡Difícilmente
puede uno cortarse la mente!
A veces también se han utilizado estos versículos para enseñar la posibilidad de
perder la salvación. Fíjese bien que el pasaje no dice que quienes sean salvos y hagan esto
perderán la salvación que tienen. Se les presenta un principio universal de la importancia de
luchar por las prioridades indicadas. Es mejor sacrificar lo que es temporal para conseguir lo
que es eterno en vez de luchar por lo que es temporal a expensas de lo que es permanente.
Los miembros físicos del cuerpo pueden perderse. Los derechos personales pueden
sacrificarse. Pero debemos luchar por el bienestar eterno, tanto el nuestro como el de los
hermanos. Quienes están listos para la venida del rey deben reconocer la importancia de
estas prioridades y vivir de esta manera.
La verdad que Cristo les quiere enseñar es que deben estar dispuestos a sacrificar
cualquier cosa que sirva de estorbo a la obra de Dios en su vida o en la de su hermano que
pudiera ser herido por lo que ellos hicieran. Cristo tiene tanto interés en cada uno de ellos
que sale a buscarlos y restaurarles. Si se preocupa tanto por ellos, nosotros también
debemos estar dispuestos a sacrificar nuestros deseos con el fin de ayudarles.
Exposición detallada:
(v. 6) Aquí el Salvador pone lo negativo (el no recibir a los pequeños sino hacerlos pecar) en
contraste con lo positivo (recibirlos) del versículo precedente. Es claro que el Señor está
hablando de las posibilidades que podrían surgir, y con frecuencia surgen, cuando alguna
persona “mundana” (véase el v. 7), sea dentro o fuera de la iglesia visible, comete el grave
pecado de tratar de hacer extraviar a uno de los verdaderos hijos de Dios. Está diciendo que
aun cuando el pecado haya sido planeado contra solamente uno de los que son tan preciosos
ante los ojos de Dios, resultaría preferible la muerte física para el que así maquina; sí, la
muerte de la especie más terrible.
El mal al que Jesús se refiere aquí, a saber, hacer que alguien—uno de los hijos amados
de Dios—peque, se refiere claramente a poner en su camino tentaciones a hacer mal,
trampas, seducciones engañosas, como es claro del v. 7.
Entonces Jesús está diciendo que es preferible que a tal persona se le cuelgue al cuello
una pesada piedra de molino (literalmente, piedra movida por medio de burro) y que sea
ahogado en lo profundo del mar (literalmente, “sea sumergido en el mar, en el mar del
mar”), esto es, que con esta pesada piedra de molino al cuello, que haría más seguro el que
se ahogase, sea llevado lejos de la costa, donde las ondulantes aguas del mar turbulento o
del océano son muy profundas, y que allí sea sumergido en esta tumba líquida de la que es
completamente imposible el regreso.
La piedra de molino mencionada por Jesús es la piedra superior de las dos entre las que
se muele el grano. La referencia no es a la piedra de molino a mano sino a la piedra mucho
más pesada impulsada por un burro. En el centro de la piedra de arriba, sea de molino a mano
o movido por burro, hay un agujero a través del cual se echa el grano que va a ser molido
entre las dos piedras. La presencia de este agujero explica la frase “que se le cuelgue al cuello
una pesada piedra de molino”.
Iglesia Bíblica Bautista de Aguadilla, PR
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Para resumir, lo que Jesús está diciendo en los vv. 1–6 es esto: que en vez de luchar por
llegar a ser el más grande en el reino de los cielos (v. 1), dañando a los demás en el proceso
de lograrlo en vez de cuidarlos (v. 6), el discípulo más bien debiera aprender a olvidarse de sí
mismo y concentrar su atención y su amor sobre los pequeños de Cristo, sobre los corderos
de la manada y sobre todos los que con humilde confianza (o con confiada humildad) se
parecen a estos corderos. Al recibirlos, estarán recibiendo al Señor de ellos (v. 5). Ellos
aprenderán a hacer esto si ellos mismos también se hacen como estos niños, como este
pequeño a quien Jesús ha tomado en sus brazos. Ese es el único camino a la grandeza en el
reino de los cielos (vv. 2–4).
Sobre el tema de a. dañar a otros haciéndolos caer en tentación (v. 7, vea v. 6), o b.
permitir que uno mismo sea descarriado (vv. 8, 9), Jesús prosigue así: (v. 7) Los que inducen a
otros a pecar y no se arrepienten de este terrible mal muestran que pertenecen “al mundo”,
a la humanidad ajena a la vida de Dios. No todas estas personas sobre las que se pronuncia
esta maldición profética—exactamente lo opuesto a una bienaventuranza (5:3–12)—deben
ser consideradas como que de partida están necesariamente fuera del reino, cuando se toma
este concepto en su sentido más amplio. Aun los discípulos mismos deben estar en guardia,
como Jesús acaba de mostrar (véase vv. 3, 6), a menos que pertenezcan “al mundo” que se
esfuerza por inducir a los hijos de Dios al pecado. La gravedad de cometer este pecado surge
del hecho de que fue por medio de la tentación que entró el pecado en la humanidad
(Génesis 3:1–6) y todavía se extiende de ese modo (1 Timoteo 6:9; Santiago 1:12). La tentación
es del diablo, el gran tentador (Mateo 4:1; Juan 8:44; 1 Pedro 5:8), cuyas maquinaciones son
muchas (véase detalles sobre Efesios 6:11). La sustancia de la maldición pronunciada sobre el
mundo se indica en el v. 8 (“el fuego eterno”) y en el v. 9 (“el infierno de fuego”).
Sin embargo, en el presente reino de pecado es imposible acabar con todas las
tentaciones, con toda inducción al pecado: Porque deben venir las tentaciones (tropiezos)…
Es de la naturaleza misma del pecado que se extiende. Pero aunque es imposible erradicar las
tentaciones, por la gracia de Dios es posible prevenir que uno mismo pertenezca a la
comparsa de los tentadores. Por eso Jesús añade: pero ¡ay del hombre que es responsable
de los tropiezos! o, más literalmente, “a través de quien viene la tentación”. Ni el decreto
eterno de Dios ni los hechos de la historia ofrecen excusa alguna para el terrible pecado de
inducir a otros al mal. Véanse Lucas 22:22; Hechos 2:23.
Por la gracia de Dios también es posible vencer la tentación en la propia vida de uno: (vv.
8 – 9) Aquí se repite con ligeras variaciones la amonestación que se encuentra en 5:29, 30; se
hace muy claro que la Gehena de fuego eterno es exactamente lo opuesto a la “vida”, es
decir, la “vida eterna” con Dios en el cielo (compare el contraste descrito en Mateo 25:46).
Pero no debemos fijar nuestra atención en estos detalles menores sino en el sentido central
que es el mismo en ambos lugares.
De ese pasaje se desprende claramente que el ojo y la mano simbolizan y representan las
“ocasiones de tropiezo”, o, si uno lo prefiere, la tentación de hacer lo malo, las seducciones
engañosas. Entonces, el sentido general del pasaje es éste: “Hay que tomar una acción
drástica para librarse de todo aquello que en el curso natural de los acontecimientos te
tentará a pecar”. En esta conexión es especialmente el pecado contra el séptimo
mandamiento lo que se tiene en mente.
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