Palabra y Silencio Fundantes
Palabra y Silencio Fundantes
Palabra y Silencio Fundantes
1
Índice
Introducción
III Implicaciones
2
Introducción
La
torre
de
Babel
puede
ser
vista
como
un
símbolo
de
la
desmesura
humana
o
bien
como
una
bendición
para
el
hombre.
La
diversidad
de
sentidos,
la
riqueza
de
significaciones
de
cada
lengua
es
tan
inabarcable
que
reducirlas
a
una
sola
empobrecería
nuestro
ser,
nuestro
poder
recrear
el
mundo
por
la
palabra.
En
la
palabra
el
hombre
intuye
algo
del
misterio
que
es
él
para
sí
mismo
así
como
de
la
posibilidad
de
comunicar
y
compartir
con
los
demás,
desde
las
cuestiones
más
banales
hasta
las
de
su
más
honda
intimidad.
La
palabra
tiene
una
densidad
en
la
vida
común
solo
comparable
a
la
del
silencio.1
El
silencio
no
es
la
ausencia
del
lenguaje,
una
especie
de
vacío
de
palabras
y
de
comunicación.
La
paradoja
del
silencio
es
no
ser
un
“vacío”,
un
hueco.
No
tiene
que
ver
con
“la
nada”
más
que
la
apariencia.
Porque
el
silencio
es
una
plenitud
de
sentido
y
una
fuente
de
fuerza
1
Cf.
Vogel
Ettin,
Andrew,
Speaking
Silences.
Stillnes
and
Voice
in
modern
thought
and
jewish
tradition,
Charlottesville
and
London,
1993.
3
vital.
Es,
así
mismo,
un
modo
de
intensa
comunicación,
cuando
ya
sobran
las
palabras,
o
cuando
“ya
no
dicen
nada…”
4
I
Silencio
y
vida
común
El
silencio
“se
hace”
en
el
hombre
y
no
sin
dificultad.
Los
hombres
han
experimentado
quizá
tanto
la
necesidad
del
silencio
como
de
la
palabra.
En
él
han
experimentado
libertad,
alegría
y
paz,
caminos
indispensables
para
el
conocimiento
de
sí
y
de
su
tarea
en
la
vida.
En
él
se
tocan
los
verdaderos
límites.
La
vida
es
una
alternancia
entre
el
decir
y
el
callar.
Ambos
son
imprescindibles,
como
sístole
y
diástole
de
la
vida
pública,
comunitaria,
familiar
y
personal.
Podría
decirse
que
la
aspiración
a
ser
con
los
otros
“se
dice
de
muchas
maneras”.
Hay
un
decir
que
solo
cobra
5
densidad
y
fuerza
cuando
proviene
del
silencio
que
el
hombre
ha
de
“guardar”
como
un
custodio
para
poder
entregar
palabras
con
sentido.
Según
Aristóteles
el
hombre
es
“animal
de
palabra”
(zoón
logón
erjón
Política
I
2).
Eso
lo
distingue
del
resto
de
los
animales.
La
palabra
es,
a
la
vez,
fuente
de
comunicación
y
de
vinculación.
El
hombre
puede
hablar,
hacer
enunciados,
y
necesita
hacerlo
de
acuerdo
con
leyes
de
orden
que
le
den
inteligibilidad
a
lo
que
quiere
decir
(Lógica).
La
palabra
hace
posible
que
la
vocación
natural
del
hombre
a
convivir
tenga
su
modo
específico:
la
deliberación,
la
búsqueda
común
de
lo
que
ayude
a
la
satisfacción
de
las
2
San
Nicolás
de
Flue
(1417-‐1487),
patrono
de
Suiza,
ofrece
un
ejemplo
singular.
Se
ha
dicho,
en
referencia
a
su
vida
que
“un
silencio
funda
la
Suiza”.
Siendo
padre
de
una
numerosa
familia
y
ocupado
en
labores
del
campo
y
en
asuntos
de
su
comunidad,
este
varón
abandonó
la
vida
pública
para
llevar
vida
de
ermitaño,
a
unos
cuantos
metros
de
su
la
propia
casa
familiar.
Como
respuesta
a
un
llamado
quizá
ininteligible
San
Nicolás
descubrió
en
el
silencio
la
capacidad
de
descubrir
la
fuerza
que
lo
impulsaba
a
buscar
la
paz
en
el
silencio
que
poco
a
poco
fue
descubriendo
como
un
bien
no
solo
para
sí
mismo,
sino
para
su
patria
entera.
Ahí
se
agudizó
su
oído
para
comprender
mejor
la
situación
histórica
que
le
tocó
vivir.
En
el
contexto
de
pugnas
religiosas
y
de
guerras
entre
cantones,
los
campesinos
y
ciudadanos
acudían
a
él
para
pedir
consejo.
Él
elaboró
algunos
principios
básicos
para
dirimir
los
conflictos
y
normar
la
convivencia
desde
sus
bases
más
elementales.
Puede
decirse
que,
hasta
la
fecha,
ese
silencio
es
el
sillar
de
la
rica
vida
democrática
de
ese
pequeño
país.
Lo
mismo
podría
decirse
del
silencio
que
cultivan
los
monjes
tibetanos
que
ha
dado
fuerza
espiritual
a
un
pueblo
tan
sometido
por
la
fuerza
bruta,
o
de
la
gran
tradición
de
las
Iglesias
de
Oriente,
cuyos
tesoros
espirituales
son
enriquecen
al
mundo
entero.
6
necesidades,
la
elaboración
de
las
leyes
que
permiten
el
orden
y
la
paz,
y
que
se
plasma
en
la
Constitución
del
Estado.
Así
puede
decirse
que
desde
distintos
registros,
las
distintas
voces
de
los
hombres
y
mujeres
tejen
un
coro
polifónico
que,
en
medio
de
la
estridencia,
aspira
a
la
armonía.
“No
es
casual
que
Wittgenstein
–afirma
Luis
Villoro-‐
emplee
la
palabra
“místico”.
La
consideración
del
mundo
como
un
acontecimiento
inexplicable,
gratuito,
que
hubiera
podido
no
ser
y,
sin
embargo,
es,
causa
un
indescriptible
asombro.
Ahí
está
el
mundo,
como
un
milagro
brotado
de
la
nada.
En
lugar
de
vacío
infinito,
la
presencia
inefable
del
universo.
No
es
solo
la
perplejidad
de
la
razón
ante
lo
incomprensible
para
ella,
es
un
sentimiento
de
pasmo,
de
estupor,
ante
lo
extraño
por
excelencia:
lo
otro,
la
presencia
misma
del
mundo.”4
3
Cf.
Villoro,
Luis,
“Lo
indecible
en
el
Tractatus”
en
La
significación
del
silencio
y
otros
ensayos,
Universidad
Autónoma
Metropolitana,
México,
2008,
p.
267.
4
Íbidem.
p.
173.
5
En
su
Conferencia
sobre
la
Ética,
citado
por
Villoro,
op.
Cit.
p.
173.
7
sin
palabras.
En
realidad
el
mundo
“habla”,
como
también
el
hombre
habla
cuando
calla.
Porque
su
ser
es
palabra,
y
se
realiza
comunicándose.
Las
muchas
palabras
que
ha
pronunciado
como
los
múltiples
discursos
que
ha
articulado
en
el
arte,
la
ciencia,
la
poesía
dicen
ya
algo
de
lo
inagotable
que
hay
en
el
ser
humano.
Los
grandes
asombros
son
el
origen
de
las
grandes
obras
y
descubrimientos.
Cuando
la
obra
está
ahí,
cuando
el
descubrimiento
ha
revelado
algo
de
la
estructura
de
lo
real,
es
porque
se
ha
podido
leer,
descifrar
algo
de
ella
–
“esquirlas
de
realidad”
(X.
Zubiri).
El
sentido
de
lo
que
dice
una
obra
humana
es
prácticamente
ilimitado.
Porque
se
trata
de
una
verdad
cuyo
valor
permanece
como
una
luz
que
será
fuente
de
asombros
siempre
nuevos,
y
con
la
que
otros
podrán
continuar
la
tarea
de
nuevas
búsquedas,
encontrando
cada
vez
nuevos
sentidos,
cuyo
límite
sería
el
silencio,
cuando
“ya
no
haya
nada
que
agregar”.
Una
obra
de
arte,
un
invento
como
la
luz
eléctrica,
incluso
una
vida
de
heroísmo
se
gestan
en
el
silencio
y
“dicen”
cosas
de
una
generación
a
otra,
sin
que
aparentemente
pueda
ponerse
punto
final
a
su
sentido.
Hasta
poco
antes
de
la
edad
moderna
prevaleció
en
el
mundo
occidental
la
idea
de
que
el
mundo
está
fundado
en
un
“logos”,
palabra
y
sentido.
La
inteligibilidad
del
mundo
es
otro
nombre
para
indicar
“la
verdad
de
las
cosas”6.
La
verdad
se
funda
en
la
realidad,
no
en
la
mente
que
conoce.
La
mente
logra,
en
menor
o
mayor
grado,
una
adecuación
que
parte
de
la
siempre
aprehensión,
pasa
por
el
“concebir”
la
forma
inteligible
(el
concepto)
y
culmina
en
el
juicio.
La
verdad
de
las
cosas
se
puede
decir,
es
dicha,
si
bien
de
modo
imperfecto
y
siempre
aproximado.
El
logos
no
suprime
al
silencio,
sino
que
lo
integra.
El
silencio
forma
parte
de
la
significación.
6
Cf.
Pieper,
Joseph.
Realidad,
Rialp,
Pamplona,
1973.
La
idea
de
un
Logos
eterno
fue
ya
sostenida
por
el
estoicismo.
Su
influjo
en
el
cristianismo
fue
grande.
Pero
para
la
fe
cristiana,
el
Logos
no
es
una
razón
eterna,
sino
la
Palabra
creadora
de
Dios,
palabra
encarnada,
Jesús
de
Nazareth.
La
experiencia
cristiana
fundante
condujo
a
asociar
la
obra
creadora
de
Dios
con
Jesús
el
Cristo.
“El
sostiene
todo
con
su
palabra
poderosa”
afirma
la
carta
a
los
Hebreos
(1,
1).
El
Logos
eterno
no
es
objeto
de
la
razón
que
lo
“intelige”
del
mundo,
sino
el
hombre
de
Galilea,
audible
e
inteligible.
El
misterio
que
envuelve
la
palabra
no
es
su
mutismo,
sino
su
estar
diciéndose,
y
su
sentido
para
los
hombres.
La
voz
humana
es
ya
sede
de
la
voz
del
Verbo
eterno
de
Dios.
Esta
experiencia
de
fe
tuvo
su
expresión
en
distintas
formas
de
pensamiento
filosófico
y
teológico.
8
En
el
horizonte
de
la
época
antigua
y
medieval,
la
filosofía,
como
búsqueda
de
la
razón
y
sentido
último
de
la
realidad
en
su
totalidad
-‐incluyendo,
por
supuesto,
la
existencia
humana-‐
se
concibió
como
fundamentalmente
teórica.7
Los
antiguos
hablaban
de
theoria
o
“theorerico”
para
referirse
a
una
actitud
frente
al
mundo,
un
dirigirse
a
la
realidad
caracterizado
únicamente
por
el
deseo
de
que
esa
realidad
se
muestre
tal
como
efectivamente
es.
En
eso
consiste
la
verdad
para
el
realismo.
Por
eso
también
puede
decirse
que
la
actitud
frente
al
mundo
es
teorética
cuando
apunta
a
la
verdad
y
sólo
a
ella.8
Joseph
Pieper
señala
que
la
theoria,
en
cuanto
acto
de
la
existencia
del
hombre,
apunta
a
la
pura
percepción
de
la
realidad,
a
alcanzar
verdad
y
nada
más
que
verdad.
La
facultad
de
percibir
la
realidad
no
es
distinta
de
la
razón.9
La
naturaleza
de
la
razón
se
presenta
de
forma
eminente
en
la
theoria;
solo
aquí
es
totalmente
ella.
Percibir
quiere
decir
callar.
“Solo
lo
que
es
en
sí
invisible,
es
transparente,
y
solo
el
que
calla,
oye.
Cuanto
más
radicalmente
se
dirige
la
voluntad
de
oír
al
todo,
tanto
más
profundo
y
perfecto
debe
ser
el
silencio.
Así,
el
filosofar,
en
cuanto
reflexión
sobre
la
realidad
total
y
como
realización
más
pura
de
la
theoria,
significa
oír
en
forma
tan
absoluta
y
total
que
este
silencio
que
oye
no
se
vea
perturbado
ni
interrumpido
por
nada,
ni
siquiera
por
una
pregunta.”10
7
Esto
no
exluye,
sino
que,
por
el
contrario,
supone,
que
el
filosofar
es
un
proceso
existencial
que
se
desarrolla
en
el
centro
de
la
persona,
un
acto
espontáneo,
acuciante,
insoslayable
de
la
vida
interior.
La
theoria
filosófica
es
realizada
vitalmente,
en
total
independencia
frente
a
cualquier
ordenación
a
un
servicio
mediante
finalidades
prácticas.
En
esa
independencia
consiste
su
libertad.
Cf.
Joseph
Pieper,
Defensa
de
la
Filosofía,
Herder,
Barcelona,
1960,
p.
52.
8 Cf. Aristóteles, Metafísica 2, 1; 993b 20. Citado por Pieper J. Op. Cit., p. 51.
9
El
verbo
alemán
“wahrnehmen”
equivale
en
castellano
a
percepción.
Por
sus
raíces:
“wahr”
[verdad]
y
“nehmen”
[captar,
tomar],
alude
directamente
a
la
“capatación
de
la
verdad”,
lo
que
permite
identificarla
con
la
facultad
de
la
razón.
Cf.
Joseph
Pieper,
Defensa
de
la
Filosofía,
Herder,
Barcelona,
1960,
p.
61.
10
Pieper,
Op.
Cit.
p.
62.
La
theoria,
de
cuño
platónico-‐aristotélico,
fue
traducida
por
los
romanos
por
contemplatio.
Al
advertir
este
equivalente
Pieper
señala
que
la
theoria
filosófica,
por
lo
menos
en
su
realización
más
acabada,
apenas
se
puede
distinguir
de
su
estructura
como
acto
de
lo
que
el
occidente
cristiano
llamó
“contemplación”,
una
mirada
amorosa,
“algo
así
como
fijar
sosegadamente
la
mirada
en
el
9
El
método
de
la
ciencia
de
la
naturaleza
experimental
fue
comparado
por
Francis
Bacon
a
un
“penoso
interrogatorio”
mediante
el
cual
se
arranca
una
respuesta
a
la
naturaleza.
La
formulación
explícita
del
aspecto
especial
bajo
el
cual
se
interroga
al
“mundo”
como
objeto
interrumpe
y
limita
el
silencio.
Como
actitud
la
theoria
es
un
callar.
Es
por
eso
que
la
ciencia
no
conoce
el
silencio
perfecto.
Desde
este
punto
de
vista
puede
decirse
que
la
pregunta
del
que
filosofa,
más
que
pregunta,
es
la
articulación
del
silencio
mismo,
“que
en
una
apertura
total,
no
circunscrita
por
nada,
presta
oído
al
mundo.”
No
se
trata
de
una
pregunta
“bajo
un
aspecto
formulable”,
sino
de
fijar
la
mirada
en
la
realidad
y
la
existencia
en
su
totalidad.11
La
apertura
al
todo,
sin
recortes,
bajo
todos
los
aspectos
posibles,
fue
el
signo
distintivo
del
que
filosofa.
Todo
lo
que
es
puede
ser
conocido.
Esto
es
así
por
razón
de
su
realidad.
A
esto
se
referían
los
antiguos
cuando
afirmaban:
“todo
lo
que
es,
es
verdadero”
(omne
ens
est
verum).
En
el
fondo,
la
razón
por
la
que
las
cosas
son
y
se
dicen
cognoscibles
es
“lo
otro”
de
lo
que
se
dice.
Lo
Otro
es
el
Dios
Creador
de
quien
proceden
todas
las
cosas,
en
virtud
de
su
“verlas”,
“concebirlas”,
“pensarlas”,
“proyectarlas”,
“decirlas”,
crearlas.
Por
eso
las
cosas
son,
“de
por
sí”,
como
algo
pensado
y
hasta
hablado,
tienen
“carácter
de
palabra”
(R.
Guardini).
De
otra
manera
no
las
podríamos
conocer
ni
comprender,
aunque
sea
mínima
o
limitadamente.
“Nosotros
vemos
las
cosas
porque
son,
pero
ellas
son
porque
tú
las
ves”.12
Para
la
filosofía
realista
el
silencio
es
multívoco.
Puede
ser
resultado
de
la
dificultad
para
que
se
forme
el
“verbum
mentis”
a
partir
de
la
aprehensión
inteligible,
la
necesaria
abstención
en
la
difícil
tarea
de
encontrar
la
verdad
o
el
descubrimiento
del
misterio
que
amado,
envolverlo
con
la
mirada.”
(Ídem.,
p.
61).
Cf.
Pieper
J.
Glück
und
Kontemplation,
Munich
1962
ea,
p.
74.
11
Pieper,
J.
Defensa
de
la
Filosofía,
Herder,
Barcelona,
1960,
p.
54.
12
San
Agustín,
Confesiones,
13,
38.
10
rodea
las
cosas,
el
no
poder
decir
lo
que
hay
en
ellas
de
incomprensible
en
virtud
de
su
ser
creadas
por
el
misterio
sagrado
al
que
llamamos
Dios.13
Todavía
en
el
Renacimiento
Galileo
Galilei
“leía
en
el
mundo”
la
mano
del
Creador,
porque
le
parecía
evidente
que
el
mundo
está
escrito
en
caracteres
legibles,
codificables
matemática
y
geométricamente.
Es
por
eso
que
el
mundo
es
comprensible.
La
observación
de
los
fenómenos
y
la
capacidad
de
la
ciencia
para
explicarlos
y
predecir
comportamientos
futuros
de
acuerdo
con
las
leyes
de
la
naturaleza
que
la
ciencia
ha
ido
descubriendo
confirman
que
el
mundo
es
inteligible.
Albert
Einstein
encontraba
en
esto
la
mayor
fuente
de
asombro.
Al
interrogatorio
de
la
ciencia
el
mundo
responde
desde
su
logos,
sin
que
por
ello
se
suprima
su
silencio.
En
los
hombres
de
ciencia
tiene
lugar
un
filosofar
oculto.14
Este
tipo
de
realismo
ha
sido
sometido
a
la
dura
prueba
de
la
crítica
moderna.
La
primacía
del
sujeto
pensante
llevó
a
pensar
que
en
realidad
el
mundo
“en
sí”
no
es
inteligible.
El
“logos”
sería
ya
solo
“puesto”
por
la
mediación
del
hombre.
15
El
mundo
parece
una
caja
cerrada,
carente
de
un
lenguaje
propio.
Pareciera
que
es
el
hombre
quien
imposta
los
significados
a
las
cosas.
Esta
nueva
mentalidad
ofrece
una
clave
para
entender
la
enorme
dificultad
que
experimenta
el
hombre
para
descubrir
el
lenguaje
de
las
cosas.
Pareciera
que
esta
tarea
se
13 Joseph
Pieper
ha
puesto
de
relieve
el
elemento
negativo
en
el
pensamiento
de
Tomás
de
Aquino,
precisamente
por
la
incomprensibilidad
que
llevan
las
cosas
creadas
como
“sello
de
origen”
de
su
creador.
14
El
interrogar
y
ver
el
mundo
bajo
un
aspecto
concreto
de
hombres
concretos
suele
ir
acompañado,
silenciosamente,
por
la
“pregunta”
filosófica.
What
is
all
about?
Cf.A.
N.
Whitehead,
Remanks,
“Philosophical
Review”
46
(1937),
p.
178.
Citado
por
Jospeph
Pieper,
Defensa
de
la
Filosofía,
Herder,
1982,
p.
13.
15 Cf.
Sobre
las
bases
de
la
filosofía
kantiana
Richard
Schäffler
ha
replanteado
la
tarea
de
“leer
en
el
libro
del
mundo”
como
la
manera
en
que
hoy
puede
pensarse
una
ontología
post-‐kantiana
que
tome
en
cuenta
el
giro
lingüístico
y
hermenéutico.
Esto
solo
es
posible
si
la
experiencia
humana
es
ya
un
diálogo
con
la
realidad.
En
ese
diálogo
el
silencio
será
el
tiempo
de
espera
en
el
que
“la
verdad
siempre
mayor”
encuentre
una
correspondencia
adecuada
con
nuestro
modo
de
ver
y
de
pensar.
Es
propio
de
una
experiencia
religiosa
un
“decir”
de
la
realidad
sin
palabras.
Cf.
Schäffler,
Richard,
Erfahrung
als
Dialog
mit
der
Wirklichkeit,
Alber,
1997.
11
hubiese
convertido
en
una
prerrogativa
exclusiva
de
los
poetas
o
a
los
místicos,
a
quienes
se
atribuye
un
órgano
especial
para
tomar
contacto
con
lo
real,
cuyo
callar
en
adoración
“dice”
en
todo
caso,
al
Dios
a
quien
se
dirige.
12
II
Tres
modos
de
escuchar
y
de
responder
Este
tipo
de
contacto
con
lo
real
supone,
como
ha
visto
la
pensadora
judía
Simone
Weil
(1909-‐1943),
una
“sintonía
con
su
misterio”,
una
conjunción
entre
la
búsqueda
de
la
verdad,
propia
de
la
filosofía
y
la
ciencia,
y
de
amor
a
la
realidad.
En
concreto,
en
las
situaciones
históricas
con
toda
su
densidad
y
sus
aristas
lacerantes.
La
verdad
es
ese
contacto
con
la
realidad.
El
hombre
necesita
restablecer
un
pacto
originario
con
ella,
que
se
ha
perdido
a
causa
de
una
civilización
que
ya
no
ha
sido
capaz
de
admitirlo,
creando
en
su
lugar
un
duplicado
ficticio
que
impide
verla
y
amarla
como
es.
Para
Simone
el
centro
de
una
civilización
humana
perfecta,
su
utopía
política,
tendría
que
estar
en
el
trabajo
físico.
Pero
no
como
se
venía
realizando
en
las
fábricas:
en
cadena,
por
piezas,
sin
dejar
iniciativa
a
la
persona,
y
vacío
de
pensamiento,
sino
un
trabajo
que
permitiera
la
atención,
la
iniciativa,
la
reflexión
y
la
satisfacción
de
haber
contribuido
con
una
labor
importante.
Llevó
estas
mismas
inquietudes
al
trabajo
físico
de
los
campesinos.
Estando
en
Marsella
(1941)
ella
misma
quiso
tener
la
experiencia
de
obrera
agrícola,
trabajando
en
una
granja.
Simone
Weil
pensaba
que
el
mundo
está
dominado
por
un
mecanismo
ciego
de
acción
y
reacción
de
la
materia
al
que
no
es
posible
sustraerse.
Es
el
poder
de
la
“fuerza”,
una
noción
que
atraviesa
todos
los
análisis
históricos
de
la
pensadora
francesa
sobre
la
guerra,
13
desde
la
de
Troya
(“La
Iliada
es
el
poema
de
la
fuerza”16)
hasta
la
2ª
guerra
mundial
(escritos
desde
1933
hasta
1941).
El
poder
es
solo
la
capacidad
de
ejercer
y
manejar
esa
fuerza
bajo
determinadas
circunstancias.
Pero
todo
poder
es
esencialmente
frágil.
Por
eso,
quienes
lo
detentan
se
ven
llevados
a
procedimientos
ilusorios
para
conservarlo.
“Todo
poder
reposa
sobre
relaciones
entre
actividades
humanas,
pero
para
ser
estable
debe
aparecer
como
algo
absoluto,
intangible,
para
aquellos
que
lo
detentan
y
para
quienes
lo
sufren.”
17
Es
por
eso
que
el
poder
es
el
origen
de
los
absurdos.
En
un
mundo
configurado
por
esta
“fuerza”
y
por
las
ilusiones
del
poder
los
hombres
se
someten
unos
a
otros,
se
hacen
incapaces
de
relacionarse
unos
con
otros
en
igualdad
y,
sobre
todo,
de
abrirse
internamente
a
descubrir
que
el
mundo
está
abierto
al
mundo
sobrenatural
de
la
gracia.18
“por
una
necesidad
natural,
todo
ser
ejerce
todo
el
poder
de
que
dispone.
Como
el
gas,
el
alma
tiende
a
ocupar
todo
el
lugar
que
se
le
acuerda.
Un
gas
que
se
contrajera
y
dejara
el
vacío
sería
contrario
a
la
ley
de
la
entropía.
No
es
así
para
el
Dios
de
los
cristianos.
Es
un
Dios
sobrenatural,
a
diferencia
de
Jehová,
que
es
un
Dios
natural.
No
ejercer
todo
el
poder
de
que
se
dispone
es
soportar
el
vacío.
Eso
es
contrario
a
todas
las
leyes
de
la
naturaleza.
Únicamente
la
gracia
lo
puede.
La
gracia
colma,
pero
no
puede
entrar
donde
no
hay
vacío
para
recibirla,
y
es
ella
la
que
hace
el
vacío
[vide].”19
16
“El
verdadero
héroe,
el
verdadero
sujeto,
el
centro
de
la
Iliada,
es
la
fuerza.
La
fuerza
que
es
manejada
por
los
hombres,
la
fuerza
que
somete
a
los
hombres,
la
fuerza
frente
a
la
cual
la
carne
de
los
hombres
se
retracta.
El
alma
humana
no
deja
de
aparecer
modificada
por
sus
relaciones
con
la
fuerza,
constreñida,
cegada
por
la
fuerza
de
la
que
él
cree
disponer,
curvado
bajo
la
sujeción
de
la
fuerza
que
ella
sigue..
[
]
La
fuerza
es
lo
que
hace
que
cualquier
cosa
le
sea
sometida.
Cuando
se
ejerce
hasta
el
final,
ella
hace
del
hombre
una
cosa
en
el
sentido
más
literal,
pues
hace
de
él
un
cadáver.
Había
alguien,
y
un
instante
después
no
hay
nadie”.
Cf.
Preface
á
“L´Iliade
ou
Le
Poéme
de
la
Force”
en
en
Ouvres,
Gallimard,
París,
1991,
p.
529.
17
Citado
por
Carmen
Revilla,
op.
Cit.,
p.
47.
18
De
ello
ha
dejado
huella
en
su
importante
obra:
La
gravedad
y
la
gracia,
JUS,
México,
1991.
19
Weil,
S.,
La
gravedad
y
la
gracia,
op.
Cit.
p.
58.
Weil
era
judía,
pero
se
distanció
del
Judaísmo,
lo
cual
le
ganó
el
rechazo
de
grandes
pensadores,
entre
ellos,
Emmanuel
Lévinas.
Weil
estuvo
a
punto
de
14
La
visión
que
solemos
tener
de
la
realidad
está
completamente
deformada.
El
silencio
que
genera
la
atención
elimina
los
elementos
deformantes
que
surgen
de
la
imaginación
y
abre
a
la
captación
de
lo
trascendente,
a
una
“espera”
de
un
Dios
ausente.20
Para
Weil
la
“espera”
(attente)
es
una
especie
de
silencio
de
la
inteligencia.
La
pérdida
de
nuestro
contacto
con
las
cosas
hace
de
nuestro
lenguaje
una
multiplicación
de
signos
desvinculados
de
significado,
dando
lugar
a
la
tendencia
idolátrica
y
mentirosa
de
las
palabras.
Las
consignas
de
guerra,
parte
del
vocabulario
político
y
económico,
se
fundan
en
ese
“poder
de
las
palabras”
vacías
de
contenido.
Tanto
el
análisis
del
discurso
político
como
de
la
manera
en
que
suele
operar
la
ciencia
ponen
en
evidencia
la
manera
en
que
los
símbolos
degeneran
en
meros
signos
con
vistas
a
la
manipulación
de
lo
real.
Weil
pensaba
que
lo
que
llamamos
mundo
no
es
real,
sino
las
significaciones
que
les
damos
a
las
cosas.
Lo
real
es
que
ellas
nos
toman
como
desde
fuera.
Entre
el
mundo
extramental
y
el
pensamiento
Weil
ubica
el
ámbito
de
las
sensaciones,
que
solo
adquiere
el
poder
del
mundo
extramental
en
virtud
de
la
significación
que
genera
el
pensamiento.
Ellas
serían
su
verdadero
ser.
La
sensación
desaparece
para
dar
paso
a
la
significación.
Se
trata
de
un
proceso
de
“lectura”
de
carácter
psicológico
al
que
corresponde
una
estructura
gnoseológica,
más
que
ontológica.
Las
significaciones
residen
en
las
cosas
y
se
nos
dan
en
el
mundo.
“Nuestra
vida
está
hecha
del
tejido
de
las
significaciones”.21
Lo
que
llamamos
mundo
es
irreal,
pero
el
hecho
de
que
estemos
sometidos
a
él
es
una
realidad.
El
modo
de
resolver
esta
contradicción
consiste
en
pasar
de
una
lectura
a
otra.
“El
mundo
es
un
texto
de
muchas
significaciones
y
se
pasa
de
otra
por
un
trabajo.”22
convertirse
al
catolicismo,
pero
su
experiencia
la
llevó
a
creer
que
era
el
mismo
Dios
quien
le
pedía
quedarse
“en
el
umbral
de
la
Iglesia”.
20
Cf.
Revilla,
Carmen,
“Descifrar
el
silencio
del
mundo”,
en
Carmen
Rovilla
(Ed.),
Simone
Weil:
Descifrar
el
silencio
del
mundo,
Trotta,
Madrid,
1995,
pp.
44-‐45.
La
siguiente
exposición
se
basa
en
este
ensayo.
21
Citado
por
Revilla,
Op.
Cit.,
p.
46.
Las
citas
son
tomadas
del
“Ensayo
sobre
la
noción
de
lectura”
escrito
en
1941.
22
Cf.
Cahier
I,
p.
132,
citado
por
Rovilla
Íd.,
passim.
15
Es
claro
que
Weil
sustenta
una
concepción
gnoseológica
lejana
al
realismo.
En
su
perspectiva
predomina
la
semántica,
falta
el
referente.
El
hombre
es
hermeneuta
de
un
mundo
opaco.
Es
probable
que
Weil
haya
adoptado
esta
visión
por
su
familiaridad
con
la
cultura
y
el
pensamiento
de
la
India,
para
el
que
el
mundo
es
“Maya”,
mera
apariencia.
Su
trabajo
como
obrera
fue
un
verdadero
acercamiento
a
la
realidad
en
toda
su
crudeza,
misma
que
denunció,
en
espíritu
de
profunda
com-‐pasión
por
los
trabajadores
y
su
situación
de
explotación.
Su
fina
sensibilidad
quedó
marcada
por
la
“desventura”
(Malheur)
a
la
que
exponen
esas
situaciones.
Weil
buscó
los
gérmenes
de
vida,
las
raíces
ocultas 23
que
pudieran
revitalizar
a
una
civilización
que
juzgaba
enferma
en
la
literatura,
en
la
historia,
en
la
lectura
de
textos
de
las
grandes
culturas
antiguas,
las
tradiciones
populares
y
las
obras
del
pensamiento
occidental.
En
ese
trabajo
de
“lectura
y
traducción”
esperaba
encontrar
las
“palabras
equivalentes
al
silencio”
para
poder
dar
nuevas
significaciones
a
un
mundo
carente
de
códigos
que
le
den
sentido.
Esto
la
llevó
a
pensar
que,
cuando
el
hombre
carece
de
referentes
para
captarla
y
situarse
frente
a
ella,
no
es
posible
establecer
objetivos
y
procedimientos
de
acción
en
libertad.
El
rumor
sordo
del
mundo,
piensa
Weil,
genera
el
vacío
y
el
silencio,
sin
respetarlos.
“Los
desventurados
suplican
silenciosamente
que
se
les
proporcionen
palabras
para
expresarse”.24
Parte
fundamental
de
la
misión
de
su
corta
vida
consistió
justamente
en
dar
palabras
a
los
desventurados.
23
Cf.
En
su
obra
“Echar
raíces”,
encomendada
por
el
gobierno
francés,
Simone
Weil
expuso
los
principios
de
esa
Nueva
Civilización,
Cf.
Weil,
S.,
“L´
Énracinement.
Prélude
á
una
Declaration
des
Devoirs
envers
L´Etre
humain”
(1943),
en
OEvres,
op.
Cit.
p.
1025-‐1039.
24
Idem.
P.
49.
16
“Es
necesaria
una
representación
del
mundo
en
que
haya
vacío,
a
fin
de
que
el
mundo
tenga
necesidad
de
Dios..[
]
Amar
la
verdad
significa
amar
el
vacío,
y
por
tanto
la
muerte.
La
verdad
está
del
lado
de
la
muerte.”25
Paradójicamente, ese estado genera el vacío (“vide”) necesario para que entre la gracia.
“El
hombre
no
escapa
a
las
leyes
de
este
mundo
sino
por
la
duración
de
un
relámpago.
Instantes
de
tregua,
de
contemplación,
de
intuición
pura,
de
vacío
mental,
de
aceptación
del
vacío
moral.
Por
esos
instantes
es
capaz
de
lo
sobrenatural.
Quien
soporta
un
momento
el
vacío
recibe
el
pan
sobrenatural
o
cae.
Riesgo
terrible,
pero
hay
que
correrlo,
y
aun
un
momento
sin
esperanza.
Pero
no
hay
que
arrojarse
en
él.”26
Es
ahí
donde
resuena
con
toda
su
fuerza
la
promesa
evangélica
que
declara
bienaventurados
a
los
afligidos.
El
acceso
a
la
verdad
pasa
por
la
verdad
de
la
desgracia
(¡soportar
el
vacío!).
“[Este]
es
el
inmenso
privilegio
que
Dios
ha
reservado
a
los
pobres.
Pero
ellos
casi
nunca
lo
saben.”27
El
lenguaje,
para
Weil
solo
expresa
relaciones,
de
ahí
que
el
espíritu
encerrado
en
él
quede
prisionero.
“La
primera
dificultad
está
en
las
palabras.
La
verdad
está
en
el
fondo
del
corazón
de
todo
hombre,
pero
tan
profundamente
oculta
que
es
difícil
de
traducir
a
lenguaje”.28
El
hombre
tiene
necesidad
de
expresar
“palabras
equivalentes
a
silencio”
para
poder
fijar
metas
de
acción
y
actuar
conforme
a
ellas,
de
acuerdo
con
las
“necesidades
del
alma”
que
expone
ampliamente
en
su
obra
magistral
“Echar
raíces”:
orden,
libertad,
25
Ídem.,
passim.
26 Ídem.
27
En
Weil
S.,
OEvres,
op.
Cit.
p.
31.
Weil
vivió
un
encuentro
vivo
con
la
persona
de
Cristo
y,
al
mismo
tiempo,
vivió
en
un
permanente
cuestionamiento
sobre
la
existencia
de
Dios,
que
no
se
deja
atrapar.
Todos
sus
cuadernos
(Cahiers)
son
un
testimonio
vivo
de
esta
búsqueda.
Esta
paradoja,
últimamente
inexpresable,
constituye
según
Florence
de
Lussy,
la
sustancia
de
sus
cuadernos.
28
Citado
en
ídem.
P.
50.
17
obediencia,
responsabilidad,
igualdad,
jerarquía,
honor,
castigo,
seguridad,
riesgo,
libertad
de
opinión,
propiedad
privada,
verdad.29
La
realidad
entra
en
el
hombre
cuando
éste
le
presta
atención.
Carmen
Rovira
considera
que
es
por
eso
que,
quizá,
“el
drama
del
hombre
consiste
en
estar
abocado
a
desplegarse
en
dos
planos
cruzados
que
no
son
incomunicables,
pero
cuyo
punto
de
encuentro
parece
ser
sólo
un
instante
de
silencio”30.
La
actitud
de
súplica
silenciosa
sería
el
lenguaje
más
adecuado
de
la
escucha.
Weil
intentó
pensar
juntas
la
desventura
de
los
hombres,
que
corresponde
a
la
ausencia
de
finalidad
del
mundo
terrestre,
y
el
amor
de
Dios
trascendente,
“del
otro
lado
del
mundo”,
desde
donde
este
mundo
visible
es
visto
tal
como
es
en
realidad,
sin
perspectiva.31
El
poema
“La
puerta”
abre,
en
opinión
de
Florence
De
Lussy
-‐
editora
de
las
obras
de
Simone
Weil
-‐el
acceso
a
lo
más
profundo
de
este
pensamiento:
Beberemos su agua fría en la que la luna ha puesto su huella.
29
Op.
Cit.
p.
1049-‐1051.
30
Ídem.
Passim.
31
De
una
carta
de
Simone
Weil
de
1941,
citada
en
OEvres,
íbidem,
p.
31.
18
Queremos
ver
flores.
Aquí,
la
sed
está
por
encima
de
nosotros.
Solo el espacio enorme en el que están el vacío y la luz
32
Poema
“La
Porte”
escrito
en
1941,
en
Oeuvres,
op.
Cit.
p.
805.
19
en
el
ser
humano
y
la
gracia
que
lo
salva.
“Dios
es
la
alegría
y
la
creación
es
desventura,
pero
una
desventura
resplandeciente
de
luz
y
de
alegría.”33
33
Op.
cit.,
p.
32.
20
2. Palabra
y
encuentro:
vida
dialógica
Martin
Buber
(1878-‐1965)
no
es
un
autor
que
hay
que
“estudiar”.
Para
ser
fiel
a
su
intención,
es
necesario
dejarse
tocar
por
su
interpelación.
Él
mismo
decía:
“Apelo
a
la
vida
posible
y
real
de
mi
lector.
La
intención
de
mis
escritos
es
verdaderamente
completa
e
íntimamente
dialógica.”34
Si
bien
es
cierto
que
Buber
suele
aparece
como
“filósofo”
él
mismo
habría
rechazado
ser
tenido
como
tal.
Buber
pretendía
mostrar
una
dimensión
de
la
existencia
humana
que
está
más
allá
del
mero
pensamiento
y
de
lo
que
la
filosofía
expresa.
En
su
concepción
la
filosofía
busca
el
conocimiento
que
necesariamente
se
establece
partiendo
de
la
relación
sujeto-‐objeto.
El
filósofo,
dice
Buber,
ha
de
comenzar
su
trabajo
abstrayendo
su
propia
situación
concreta.
Filosofar
es
una
actividad
que
prescinde
de
las
relaciones
vivas,
concretas.
“En
un
gran
acto
de
filosofar,
hasta
las
yemas
de
los
dedos
piensan,
mas
ya
no
sienten.”35
El
hombre
se
sitúa
como
sujeto
frente
a
un
objeto,
pero
no
está
en
auténtica
relación
con.
Para
poder
seguir
su
pensamiento
es
necesario
estar
dispuesto
a
comprender
y
a
pensar
lo
inusual.
Lo
que
Buber
pretendía
mostrar
está
más
allá
del
mero
pensamiento,
de
lo
que
el
lenguaje
filosófico
puede
expresar,
pero
sin
desprenderse
nunca
de
la
situación
concreta
en
la
que
viven
los
hombres.36
34
Cf.
Citado
por
Walter
Kaufmann,
en
la
página
oficial
de
la
Sociedad
Martin
Buberhttp://buber-‐
gesellschaft.de/consulta
29/08/2012.
35
Cf.
Gottes
Finsternis,
43.
El
Eclipse
de
Dios,
Sígueme,
Salamanca,
2003.
36
En
un
escrito
de
1828
Buber
se
refiere
a
la
filosofía
en
estos
términos:
“La
filosofía
es
la
aplicación
de
ese
modo
de
comportamiento
sujeto-‐objeto
al
conjunto
total
del
ser.
Se
basa
en
la
fe
en
la
omnipotencia
del
pensamiento,
totaliza
lo
parcial,
la
función
parcial
del
pensamiento.”
A
propósito
de
los
grandes
sistemas
de
pensamiento
dice
Buber
en
esa
misma
charla:
“Los
grandes
sistemas
de
pensamiento
son
ficticios:
son
comunicados
de
relaciones
reales
de
pensamiento
con
el
ser.
Pero
sólo
son
posibles
por
la
creación
de
la
relación
sujeto-‐objeto,
es
decir,
por
el
paso
a
la
obligación
mortal
[sic]
de
conocimiento.”Cf.
Buber,
M.
“Philosophische
und
religiöse
Weltanschauung”,
en
Nachlese,
Lambert-‐Schneider,
Heidelberg,
1966,
p.
128.
21
Al
examinar
el
pensamiento
de
Buber
podremos
entender
que
hay
que
entenderlo
en
este
sentido,
no
en
el
filosófico,
tal
como
él
lo
caracteriza.37
Esto
lo
confirma
cuando
dijo,
ya
a
una
avanzada
edad:
“Yo
no
tengo
una
doctrina.
Sólo
muestro
algo.
Muestro
realidad,
muestro
algo
en
la
realidad,
algo
que
no
es
visto
o
es
poco
visto.
A
quien
me
escucha
lo
tomo
de
la
mano
y
lo
conduzco
a
la
ventana;
abro
la
ventana
de
par
en
par
y
le
muestro
lo
que
está
fuera.
Yo
no
tengo
una
doctrina,
pero
conduzco
al
diálogo.”38
En
lo
nuclear
Buber
fue
un
pensador
religioso.39Concibió
la
religión
como
un
adentrarse
en
la
realidad.
Buber
quería
una
religión
en
la
que
el
único
Dios
puede
dirigirse
a
otros
y
al
que
otros
pueden
dirigirse.
Una
religión
en
la
que
queda
excluido
un
hablar
sobre
Dios.
En
ello
radicaba
la
preocupación
que
penetra
su
enorme
producción
escrita
y
su
actividad
política.
El
centro
no
son
las
teorías
sobre
el
hombre,
el
mundo
y
Dios,
sino
la
relación
con
el
Tú
viviente,
en
la
que
nos
ponemos
en
cada
relación.
Buber
conduce
al
diálogo,
con
nuestros
semejantes,
con
“las
cosas
y
animales”,
en
la
medida
en
que
llegan
a
ser
un
Tú
para
nosotros,
y
también
con
Dios.
A
quien
se
refiere
como
al
“Tú
absoluto”
y
a
quien
debemos
dirigirnos,
según
afirma,
de
la
misma
manera
que
lo
haríamos
con
un
amigo,
un
familiar
o
un
niño,
y
no
con
un
tratamiento
específico
reservado
a
Dios.
No
son
el
centro
las
teorías,
sino
el
Tú
viviente.
37
No
es
este
el
lugar
de
discutir
si
de
esta
forma
queda
caracterizada
toda
la
filosofía
de
forma
adecuada.
Pero
no
podrá
negarse
que
Buber
no
sepa
lo
que
ha
sido
la
filosofía.
Durante
sus
años
de
Profesor
en
Frankfort
se
ocupó
de
los
grandes
filósofos,
tanto
antiguos
como
modernos
y
contemporáneos,
y
en
buena
medida
llegó
a
algunas
de
sus
intuiciones
centrales
–por
ejemplo,
sobre
el
tiempo-‐
en
diálogo
con
la
filosofía
de
Kant
y
de
Heidegger.
38
Cf.
Buber
M.
Citado
en
Eclipse
de
Dios,
Introducción
de
Luis
Miguel
Arrroyo
Arrayás,
Sígueme,
Salamanca,
2003,
p.
18.
39
“Martin
Buber
fue
un
escritor,
pensador
(teológico
y
filosófico),
traductor,
educador,
pensador
político,
activista
–
y
en
todo,
judío.”
Así
es
presentado
en
la
página
oficial
de
la
Sociedad
Martin
Buber
el
autor
a
quien
seguiré
en
esta
exposición
Cf.
Kaufmann,
Ídem
Nota
1.
22
Buber
abre
una
ventana
al
mundo
del
Tú.
Es
un
modo
de
relación
a
la
que
llama
“encuentro.
Es
una
relación
que,
en
el
momento
en
que
se
presenta,
pide
exclusividad.
Entonces
se
llena
nuestro
mundo.
En
ese
momento
no
existe
otra,
a
no
ser
la
relación
con
el
Tú
absoluto,
la
más
importante,
pero
no
es
excluyente,
dado
que
todas
las
líneas
de
relación
Yo-‐Tú
convergen
en
Él.
El
tú
se
experimente
más
como
unidad
viva
que
como
objeto
que
se
puede
utilizar
y
analizar.
En
el
encuentro
lo
decisivo
es
la
realidad
a
la
que
me
dirijo
y
puedo
nombrar
como
Tú.
“Aquí,
dice
Buber,
se
hace
referencia
a
la
relación
de
un
ser
a
otro
ser,
no
de
un
sujeto
con
un
objeto.
Este
conocer
es
el
que
fundamenta
la
“visión
religiosa
del
mundo.40”
En
contraste,
la
relación
Yo-‐Ello,
es
la
relación
que
tenemos
con
los
objetos
como
tales.
O
bien,
con
las
personas,
cuando
no
nos
encontramos
con
ellas
como
lo
que
son.
La
relación
Yo-‐Ello
no
siempre
es
de
signo
negativo.
Hay
también
el
“mundo
del
ello”
gracias
al
cual
ha
sido
posible
el
desarrollo
de
la
técnica.
El
problema
del
mundo
moderno
es
su
crecimiento
e
invasión
descomunal.
Interpretando
a
Buber,
Hilary
Putnam
distingue
dos
clases
de
relación
Yo-‐Ello:
simples
y
transformadoras:
“El
mundo
de
Ello
puede
transformarse
hasta
el
punto
de
enfrentarse
al
Tú
y
representarlo”41,
es
decir
de
convertirse
en
genuino
Tú.
“Por
virtud
de
la
relación
pura
-‐comenta
Putnam-‐
corresponde
al
mundo
del
Tú
un
poder
configurador:
el
espíritu
puede
atravesar
y
transformar
el
mundo
del
Ello”.42
Este
es
el
motivo
de
fondo
para
seguir
esperando
en
un
mundo
más
humano,
cuando
lo
que
vemos
es
el
avance
implacable
del
mundo
del
ello,
el
dominio
de
los
objetos
y
de
la
técnica
sobre
el
ser
humano.
Quien
se
ha
abierto
al
mundo
del
Tú
puede
convertirse
en
servidor
del
Tú
eterno
dentro
del
mundo
de
Ello.
Cuando
se
ha
tenido
una
relación
Yo-‐Tú
con
lo
divino,
el
mundo
del
Ello
40
Idem.
p.
128.
41
Cf.
Buber,
M.,
Yo
y
Tú,
Lilmod,
Buenos
Aires,
2000,
p.
48.
42
Ídem.,
p.
88.
23
se
transforma
para
el
individuo.
“Quienquiera
que
avance
llevando
al
mundo
la
verdad,
avanza
también
por
el
camino
de
Dios”.43“Así
como
se
accede
al
encuentro
con
el
simple
Tú
en
los
labios,
así
se
le
abandona
con
el
Tú
en
los
labios
para
ir
hacia
el
mundo.”44
Buber
abre
una
ventana
al
mundo
de
las
cosas.
“Sólo
quien
cree
en
el
mundo
llega
a
tener
que
ver
con
él;
y
si
condesciende
a
ello,
además,
no
podrá
seguir
estando
privado
de
Dios.
Al
memos
al
mundo
real,
que
no
quiere
ser
superado
por
nada,
amémoslo
verdaderamente
con
todos
su
horrores;
atrevámonos,
siquiera,
a
abrazarlo
con
los
brazos
de
nuestros
espíritu,
y
nuestras
manos
hallarán
otras
que
las
estrechen.”45
En
consonancia
con
esta
observación
Buber
ve
al
mundo
en
íntima
relación
con
Dios.
“No
sé
de
un
“mundo”
o
de
una
“vida
en
el
mundo”
que
nos
separe
de
Dios.
Lo
que
se
llama
así
es
la
existencia
con
el
alienado
mundo
del
ello…
“Uno
no
encuentra
a
Dios
si
permanece
en
el
mundo,
ni
lo
encuentra
si
abandona
el
mundo.
Quien
va
hacia
su
tú
con
todo
su
ser,
llevando
todo
el
ser
universal
consigo,
encuentra
a
aquel
a
quien
no
puede
buscar…[
]
Si
sondeas
la
vida
de
las
cosas
y
de
lo
condicionado,
llegas
a
lo
indisoluble.
Si
cuestionas
la
vida
de
las
cosas
y
de
lo
condicionado,
acabas
ante
la
nada.
Si
santificas
la
vida,
encuentras
al
Dios
viviente.”46
Aquí se revela la raíz del “Principio dialógico”, síntesis de su propuesta:
“Dios
abarca
el
universo
sin
serlo.
Asimismo,
Dios
abarca
mi
yo
sin
serlo.
A
causa
de
esta
inefabilidad,
puedo
decir
tú
en
mi
lenguaje,
tal
como
cualquiera
puede
decirlo
43
Ídem.,
p.
85
Énfasis
añadido.
44
Ídem.,
p.
96.
45
Ídem.,
pp.
85-‐86.
46
Cf.
Yo
y
Tú,
Lilmod,
Buenos
Aires,2000,
p.
72-‐73.
24
en
el
suyo.
A
causa
de
esta
inefabildiad,
hay
yo
y
hay
tú,
hay
diálogo,
hay
lenguaje,
hay
espíritu,
hay
verbo
en
la
eternidad.”47
El
filósofo
Richard
Schäffler
señala
que
el
aporte
de
Martin
Buber
sólo
puede
ser
comprendido
en
el
contexto
de
la
reflexión
que
pone
el
acento
en
una
gramática
del
mandamiento
y
de
la
oración.48
Puede
verse
la
aportación
de
Buber
a
esa
gramática
en
la
caracterización
de
las
dos
actitudes
básicas
que
podemos
asumir
frente
a
la
realidad
como
“proto-‐palabras”,
justamente
las
proto-‐palabras
Yo-‐Ello
y
Yo-‐Tú.
El
Yo
y
el
Tú
de
mandamiento
y
oración
no
solamente
constituye
el
mundo
de
los
objetos
(…),
sino
que,
en
primer
término
y
principalmente,
constituye
al
Yo
que
habla
en
una
nueva
cualidad
moral-‐religiosa.
Sólo
concentrándose
en
la
unicidad
del
Tú
divino,
encuentra
el
yo
humano
aquella
“totalidad
de
corazón,
de
la
persona
y
de
las
fuerzas”
de
las
que
habla
la
plegaria
central
del
judaísmo
(“Schemá”).
La
palabra
fundamental
yo-‐tú
puede
ser
pronunciada
con
todo
el
ser.
La
palabra
fundamental
yo-‐ello
jamás
puede
ser
pronunciada
con
la
totalidad
del
ser”.50
47
Ídem,
op.
Cit.
P.
86.
Énfasis
añadido.
48
Cf.
R.
Schäffler,
Filosofía
de
la
religión,
Sígueme,
Madrid,
p.
155.
49
Íd.,
p.
157.
50
cita
de
Buber,
en
Schäffler,
Ídem.
p.
158.
Énfasis
añadido.
25
El
sujeto
se
constituye
mediante
estos
actos
del
lenguaje.
Franz
Rosenzweig,
amigo
de
Buber
y
co-‐traductor
junto
con
él
de
la
Biblia
hebrea
al
alemán,
había
insistido
en
que
cada
sujeto
es
imprescindible,
como
lo
son
los
actos
de
conversión
y
oración
por
los
que
se
constituye,
en
los
que
nadie
lo
puede
representar.51
El
sujeto
que
se
convierte
en
miembro
de
la
comunidad
que
vive
y
celebra
en
las
ceremonias
de
fe
de
forma
anticipada
una
comunión
futura
y
universal
entre
todos
los
hombres,
incluyendo
a
todos
los
seres
vivos.52
Si
esa
comunión
no
se
diera
realmente
de
alguna
manera,
la
anticipación
perdería
su
fuerza
evocadora.
Buber
tiene
en
mente
no
sólo
una
transformación
de
la
vida
del
individuo,
sino
también
de
la
vida
social
a
nivel
global.
En
una
nota
sobre
un
poema
de
Hölderlin
Buber
hace
una
sorprendente
interpretación,
que
nos
ayuda
a
entender
más
a
fondo
el
sentido
de
la
exégesis
de
las
proto-‐palabras.
“Dado
que
somos
un
coro
/
y
podemos
oírnos
unos
a
otros.”
Nuestro
ser
hablado
–comenta
Buber,
es
nuestra
existencia.
Precisamente
en
eso
consiste
el
que
podamos
ser
un
don
divino
los
unos
a
los
otros.
“El
lenguaje
se
cumple
solo
cuando,
por
nuestra
mediación
se
ha
convertido
en
“propiedad”
y
nos
es
permitido
entonces
llamar
nuestro
a
“lo
humano
divino”.
En
la
medida
en
que
cada
cual
revela
al
otro
la
palabra
que
él
mismo
es,
hacemos
posible
que
llegue
a
nosotros
lo
que
viene,
hasta
poder
oír
que
nuestra
existencia
es
reciprocidad;
que
en
el
silencio
que
vuelve,
en
la
“tarde
del
tiempo”
el
lenguaje
de
los
vivos
que
entonan
juntos
sus
voces,
ya
no
en
conversación,
sino
como
un
coro.
Ese
coro
incluye
a
los
muertos
y
a
los
que
han
resucitado.
Y
ser
coro
significa
generar
juntos
un
canto.
Es
propio
del
diálogo
el
mantener
la
tensión
que
trae
consigo
la
cercanía.
Lo
propio
del
canto
es
la
fusión
de
las
tensiones.”
53
51
Ídem,
passim.
52
Cf.
Rosenzweig,
Franz,
La
estrella
de
la
redención,
parte
III,
Salamanca,
1997,
pp.
349-‐350.
53
“Seitdem
wir
ein
Gespräch
sind
/
und
hören
können
voneinander…”
Cf.
Buber,
M.
Nachlese,
Lambert
Schneider,
Heidelberg,
1966,
p.
71-‐72.
26
Se
esboza
en
esta
exégesis
una
comprensión
del
“nosotros”
con
tonos
escatológicos.
Buber
apela
a
una
esperanza
de
unidad
que
incluye
a
vivos
y
a
muertos.
El
lenguaje
somos
nosotros,
y
nos
interpretamos
unos
a
otros
mientras
conversamos,
hasta
que
entonemos
un
cántico
nuevo,
como
un
coro.
La
unidad
se
logrará
“al
caer
la
tarde”,
es
decir,
en
el
tiempo
mesiánico.
Entre
tanto,
cada
hombre
es
una
“proto-‐palabra”
y
en
el
auténtico
diálogo
nos
dirigimos
unos
a
otros
en
todo
lo
que
somos.
El
fin
de
nuestra
vida
es
poder
lograr
la
verdadera
transformación
de
la
vida
en
el
mundo.
Buber
cree
que
toda
comunidad
auténtica
y
todo
momento
auténtico
de
transformación
en
la
historia
exige
una
especie
de
relación
compartida
con
el
Tú
eterno.
Las
“soluciones”
a
los
problemas
del
mundo
que
se
limiten
a
los
aspectos
materiales,
ya
sea
que
pongan
su
mirada
en
el
socialismo
o
en
el
capitalismo
estarán
condenadas
al
fracaso
si
no
se
produce
ese
momento
de
relación.54
54
Buber
fue
un
ferviente
defensor
del
sionismo,
que
promovía
el
regreso
a
tierra
santa
del
pueblo
de
Israel.
Pero
no
lo
fue
en
un
sentido
nacionalista
a
ultranza.
Fue
un
promotor
del
Estado
binacional
entre
judíos
y
árabes,
en
el
que
pudieran
vivir
en
paz
y
respeto.
El
compromiso
de
Buber
a
favor
de
los
derechos
y
las
aspiraciones
de
los
palestinos,
–afirma
Putnam-‐,
se
debió
a
que
un
sionismo
inmoral
era
un
sionismo
abocado
al
desastre.
Cf.
Putnam,
Op.
Cit.,
p.
106.
27
determinado
a
aprender
de
ella
y
a
indicarle
una
y
otra
vez
lo
que
debería
de
ser.
En
este
sentido
el
espíritu
tiene
una
función
crítica
y
moral.55
Palabra
y
Espíritu
El
espíritu
no
es
una
de
las
facultades
del
hombre,
sino
su
“totalidad
concentrada”
de
todo
su
ser.
Es
a
éste
a
quien
se
le
plantean
“exigencias”.
Estas
provienen
tanto
de
parte
de
la
realidad,
como
de
la
manera
en
que
tendrá
que
penetrar
en
ella
para
conocer
qué
es
lo
que
se
espera
de
él
en
cada
momento.
-‐ El
rasgo
fundamental
del
espíritu
es
ser
respuesta
al
Tú.
No
a
cualquiera,
sino
al
Tú
que
cada
cual
descubre
como
su
interlocutor
posible
aquí
y
ahora,
quien
demanda
o
espera
de
él
una
respuesta.
“El
espíritu
en
su
humana
manifestación
es
la
respuesta
del
ser
humano
a
su
Tú.”
-‐ Otro
rasgo
del
espíritu
es
su
carácter
unitario.
Es
uno.
“El
ser
humano
habla
en
muchas
lenguas,
lenguas
del
lenguaje
del
arte,
de
la
acción,
pero
el
espíritu
es
uno,
es
la
respuesta
al
Tú
que
aparece
de
entre
el
misterio
y
que
desde
el
misterio
interpela.”
-‐ El
Espíritu
supone
la
relación,
y
ésta
sólo
se
da
en
realidad
entre
un
Yo
y
un
Tú.
También
existe
el
mundo
del
Ello,
de
lo
experimentable,
de
lo
objetivo.
Es
el
mundo
de
“las
cosas”
o
incluso
de
las
personas
cuando
las
cosificamos,
cuando
suprimimos
con
ellas
una
relación
dialógica.56
55
Cf.
Buber
M.,
“Förderung
des
Geistes”
en
Íd.
Werke,
I,
Kösel,
Münich,
1963,
p.
1056.
56
El
mundo
del
Ello
tiene
su
propio
sentido
y
valor.
Gracias
a
que
en
nosotros
existe
la
disposición
fundamental
para
ese
tipo
de
relación
ha
podido
avanzar
la
técnica
y
la
ciencia.
El
crecimiento
del
mundo
del
ello
va
en
relación
directa
con
la
capacidad
de
experimentación
y
de
utilización
del
mundo.
El
problema,
piensa
Buber,
es
que
esto
ocurre
en
detrimento
de
la
capacidad
relacional
y
de
la
vida
del
Espíritu.
Esta
es
la
idea
central
de
la
segunda
parte
de
la
obra
Yo
y
Tú
(Yo
y
Tú,
Caparrós,
Madrid,
2003,
p.
40).
Hemos
utilizado
también
la
traducción
de
Marcelo
Burello,
en
la
edición
de
Lilmod.
28
-‐ Un
tercer
rasgo
es
su
ser
palabra.
“El
espíritu
es
palabra.
Y
así
como
el
discurso
lingüístico
sólo
puede
hacerse
palabra
en
el
cerebro
del
ser
humano
y
luego
sonar
en
su
laringe,
pero
ambos
solamente
son
fragmentos
del
acontecimiento
verdadero
-‐,
pues
en
verdad
no
está
en
el
lenguaje
el
ser
humano,
sino
que
el
ser
humano
está
en
el
lenguaje
y
habla
a
partir
de
él-‐
así,
toda
palabra,
todo
espíritu.”57
La
esencia
del
lenguaje
consiste
en
la
respuesta
que
suscita
la
relación
yo-‐tú,
el
diálogo
que
suscita
el
hecho
de
que
el
otro
es
otro
en
sentido
eminente.
Por
eso
el
espíritu
es
como
el
ambiente
en
que
se
vive
cuando
somos,
nos
hacemos
capaces
de
responder
al
Tú
que
nos
interpela.
-‐ Al
carácter
eminentemente
dialógico
y
responsorial,
se
une
el
carácter
intelectual
y,
bien
entendido,
religioso.
Las
religiones
impregnan
las
visiones
del
mundo
o
traen
otras
de
manera
implícita.
La
auténtica
comprensión
religiosa
supone
salir
de
la
respectiva
situación
concreta
para
entrar
en
la
correspondiente
situación
del
mundo
y,
ahí,
junto
con
otros
de
otras
creencias,
disponerse
a
buscar
qué
es
lo
que
la
divinidad
pide
a
todos
y
a
cada
uno
en
particular.
En
contexto
monoteísta,
descubrir
y
entender
“el
lenguaje
de
Dios”
dirigido
a
mí
en
este
momento
histórico.
O
como
dirá
Buber,
mirar
todo
como
puesto
a
mi
disposición,
en
su
originariedad,
su
estar
siendo
creado,
para
“ver
todas
las
cosas
en
Dios”
y
hacernos
capaces,
de
este
modo,
de
decir
nuestra
palabra
responsable
–responsorial
con
todo
nuestro
ser.
Esta
es
la
santificación
amorosa
de
las
cosas
en
lo
cotidiano.58
57
En
este
contexto
Buber
introduce
la
categoría
básica
“entre”.
“El
Espíritu
no
está
en
el
Yo,
sino
entre
Yo
y
Tú.
No
es
como
la
sangre
que
circula
en
ti,
sino
como
el
aire
en
que
respiras.
”
Ídem.,
passim.
58
Cf.
Buber,
Martin,
Eclipse
de
Dios,
Sígueme,
Salamanca,
2003,
p.
133
29
El
hombre
como
un
todo
ha
de
transformarse,
en
la
misma
medida
en
la
que
se
transforman
las
instituciones,
para
que
en
ellas
se
lleve
a
cabo
el
efecto
pretendido;
juntamente
con
el
orden
de
la
vida
en
común,
la
misma
esencia
de
la
vida
en
común
ha
de
experimentar
una
transformación,
para
que
el
nuevo
tipo
de
sociedad
o,
como
él
dice,
“la
nueva
casa
que
las
nuevas
esperanzas
quieren
edificar
no
se
convierta
en
su
sepulcro”.59
Para
ser
genuina,
la
respuesta
solo
puede
ser
personal.
Esto
no
suprime,
sino
que
supone
el
ser
y
vivir
en
comunidad.
Una
comunidad
de
verdadero
encuentro.
Porque
“toda
vida
verdadera
es
encuentro”
una
comunidad
es
el
espacio
de
vida
en
el
espíritu
en
el
que
cada
Yo
encuentra
a
un
Tú
en
el
seno
de
un
Nosotros.
Esta
es
la
implicación
radical
del
seguir
la
comunidad.
De
lo
anterior
se
desprende
que
la
vida
en
comunidad
es
vida
en
el
espíritu.
La
palabra
que
funda
el
encuentro
es
también
un
silencio.
“Solo
el
silencio
ante
el
tú,
el
silencio
de
todas
las
lenguas,
la
callada
espera
en
la
palabra
informe,
indiferenciada,
pre-‐lingüística,
deja
en
libertad
al
tú
y
permanece
con
él
en
ese
estado
de
reserva
en
el
que
el
espíritu
no
se
manifiesta,
sino
que
es…”60
En
el
silencio
vibrante
de
un
verdadero
encuentro,
Tú
a
Tú,
se
escuchan
las
exigencias
del
espíritu,
y
se
abre
el
hombre
a
la
verdad
que
funda
las
auténticas
relaciones
y
la
posibilidad
de
transformar
la
sociedad.
59
Buber,
M.,
Forderung…
op.
Cit.,
p.
1057.
60
Cf.
Yo
y
Tú,
Lilmond,
p.
41.
30
3. El
silencio
y
el
lenguaje
del
rostro
Emmanuel
Lévinas
(1906-‐1995)
es
quizá
el
filósofo
contemporáneo
que
haya
pensado
la
relación
humana
con
mayor
hondura.
Ha
tenido
la
intuición
de
plantear
la
Ética
como
“filosofía
primera”,
con
una
audacia
no
menor
a
la
de
Aristóteles
respecto
de
la
teología.
La
singularidad
de
lo
que
este
pensador
ha
planteado
es
de
una
enorme
sencillez.
Podría
decirse
que
viene
a
poner
la
pregunta
dirigida
por
Dios
a
Abel
en
el
libro
del
Génesis
en
una
fascinante
envoltura
filosófica:
“¿Dónde
está
tu
hermano?”
Lévinas
es
un
judío
que
ha
hecho
el
gran
experimento
de
pensar
en
categorías
griegas
y
germánicas
las
demandas
proféticas
de
la
Biblia.
La
Filosofía
ha
sido
un
paradójico
ensayo
por
hablar
de
lo
que
casi
no
puede
hablarse.
Emmanuel
Lévinas
ha
hecho
un
original
intento
de
hacerlo.
Para
Heidegger
“el
límite
interior
de
todo
pensador
…
radica
en
que
el
pensador
no
puede
nunca
decir
lo
que
en
él
es
más
propio…
porque
la
palabra
hablada
recibe
su
determinación
de
lo
inefable”.61
El
esfuerzo
filosófico
de
Emmanuel
Lévinas
puede
ser
entendido
precisamente
como
un
enfrentarse
a
esta
encrucijada
filosófica.
Para
Lévinas
el
lenguaje
es
responsabilidad.
“Es
necesario
que
la
filosofía
vuelva
al
lenguaje
para
traducir
–aunque
sea
traicionándolos-‐
lo
puro
y
lo
indecible.”62
Su
experiencia
de
vida
como
migrante
de
Lituania,
como
discípulo
de
Martin
Heidegger
en
la
Alemania
dominada
por
el
Nacional
Socialismo,
como
sobreviviente
del
Holocausto,
como
lector
y
comentarista
del
Talmud
y
de
los
grandes
escritores
rusos,
ha
cristalizado
en
una
obra
de
gran
calado
filosófico,
tan
demandante
de
paciencia
como
sugerente.
En
el
momento
en
que
la
filosofía
parecía
tener
que
volver
a
los
presocráticos
para
sacar
de
los
escombros
la
pregunta
por
el
Ser
(“¿Por
qué
hay
algo
y
no
más
bien
nada?”),
o
bien,
61
Heidegger,
M.
Nietzsche,
Pfullingen,
1961,
vol
II,
p.
484.
Citado
por
Josep-‐Maria
Esquirol
Calaf,
“El
lenguaje
como
responsabilidad
en
E.
Lévinas”
en
Marcelino
Agís
Villaverde
(Ed.)
Horizontes
de
la
hermenéutica,
Universidad
de
Santiago
de
Compostela,
Actas.
Encuentros
Internacionales
en
el
Camino
de
Santiago
(1993,
1995),
Universidad
de
Santiago
de
Compostela,
1998,
p.
217.
62
Lévinas,
E.
Humanisme
de
l´autre
homme,
Montpellier,
Fata
Morgana,
1972,
p.
94.
31
cuando
la
deriva
civilizatoria
parecía
dar
cada
vez
más
la
razón
a
las
demandas
de
la
ciencia
y
de
los
positivistas
de
un
lenguaje
sobrio
y
ajeno
a
toda
especulación
metafísica,
de
una
visión
rigurosa
y
sistemática
de
la
realidad;
cuando
las
cuestiones
morales
parecían
caer
en
una
casuística
de
alta
escolástica
y
la
Ética
se
convertía
en
demanda
de
rigor
y
formalidad
para
poder
establecer
criterios
normativos
de
validez
general,
aparece
la
obra
de
Lévinas
como
una
exigencia
de
simplemente
“ver”
al
prójimo,
dejarlo
aparecer,
sin
abarcarlo,
depotenciando
la
voluntad
de
poder.
Mirar
su
“rostro”
en
lo
que
esconde
de
demanda
y
fragilidad.
Hacer
de
la
Ética
una
“óptica”
bajo
la
cual
el
Otro
demanda,
para
empezar,
ser
afirmado
en
su
otredad,
con
un
simple
y
categórico
“no
me
mates”.
Y
luego,
si
no
domina
la
percepción
sobre
la
manifestación
del
otro,
dejar
que
se
imponga
la
demanda
de
responsabilidad
ilimitada.
Lévinas
fue
un
lector
de
Dostoievski
desde
su
juventud.
Y
sin
duda
fue
impactado
por
el
pasaje
en
que
en
Los
hermanos
Karamazov
el
Staretz
de
un
monasterio
donde
se
formaba
el
joven
Aliosha,
hace
una
afirmación
contundente:
“ Todos
somos
culpables
por
todo
y
por
todos
y
yo
más
que
todos”.
En
una
novela
puede
aceptarse
una
frase
así,
como
una
hipérbole
que
da
belleza
a
la
figura
del
personaje
que
la
pronuncia.
Un
santo
varón
que
encarna
la
bondad
y
la
sabiduría.
Dostoievski
apela
en
labios
de
este
personaje
a
una
solidaridad
universal
en
el
estado
de
desgracia
en
que
se
encuentra
la
humanidad.
Se
trata
sin
duda
de
una
experiencia
que
caló
muy
hondo
en
el
alma
del
gran
escritor
ruso,
desde
que
fuera
deportado
a
la
prisión
de
Siberia.
Lévinas
ha
tomado
en
serio
el
sentido
de
ese
sentir,
como
un
sentir
ético.
El
sujeto
soy
yo,
ineludiblemente,
en
la
medida
en
que
respondo
al
Otro,
por
el
Otro
que
me
convierte
en
su
rehén
hasta
el
extremo
de
la
sustitución.
El
hombre
no
es
humano,
sin
más,
por
el
solo
hecho
de
existir
en
el
mundo,
como
miembro
de
la
especie.
La
humanidad
la
recibe
del
Otro.
Se
es
humano
en
la
medida
en
que
se
es
capaz
de
responsabilidad.
No
hay,
como
ocurre
para
Martin
Buber,
en
esa
relación
ni
simetría
ni
apertura
a
un
Tú.
El
“rostro”
puede
ocultarse
bajo
muecas,
visajes
y
32
todo
cuanto
pide
el
pudor
de
no
exhibir
la
propia
necesidad.
Si
Yo
soy
capaz
de
captar
ese
rostro
me
sitúo
en
una
relación
que
mira
al
otro
de
abajo
hacia
arriba,
es
decir,
que
reconoce
una
“altura”
que
no
alcanzo
ni
puedo
pretender
nivelar.
Una
altura
Ética.
Lo
propio
del
hombre
como
“ser
en
el
mundo”
es,
observa
Lévinas,
el
permanecer.
Un
aferrarse
a
lo
suyo,
un
hacer
valer
los
propios
intereses.
Lo
propio
del
hombre
humanizado
por
su
respuesta
al
Otro
no
es
el
ser,
sino
el
ser
que
se
relativiza
en
el
entre,
el
des-‐inter-‐
es.
Es
este
el
“milagro”
que
fascina
a
Lévinas,
el
que
sobre
la
tierra
existan
seres
con
esa
capacidad.
A
tal
punto,
que
el
filósofo
de
origen
lituano
equiparará
esa
actitud
con
lo
que
bíblicamente
se
designa
como
“santidad”.
Una
“irrupción”
en
el
seno
de
las
relaciones
humanas,
en
las
que
lo
más
natural
es
que
la
propia
libertad
esté
amenazada
por
el
otro,
que
busca
apoderarse
de
mí
si
eso
favorece
su
afán
de
autonomía,
de
gozo
y
de
dominio.
La
irrupción
del
Otro
corta
drásticamente
con
el
modo
de
la
sociedad,
instaurando
la
única
posibilidad
de
la
bondad
y
de
la
justicia
con
que
se
cuenta
en
el
mundo.
Lévinas
distingue
entre
un
lenguaje
representativo
y
otro
de
carácter
ético.
El
primero
es
el
que
surge
en
el
ámbito
de
la
multiplicidad
de
las
cosasy
está
referido
a
la
acción
de
nombrar.
El
nombrar
hace
posible
que
las
cosas
salgan
del
ámbito
del
devenir
para
ingresar
al
de
la
estabilidad.
63
Sobre
esta
estabilización
no
solo
aparece
un
mundo
de
cosas
con
identidad,
sino
un
discurso
de
los
hombres
sobre
el
mundo.
El
lenguaje
ético,
por
su
parte,
es
el
lenguaje
de
lo
que
Lévinas
llama
“el
rostro”,
el
lenguaje
que
se
realiza
en
la
relación
cara
a
cara
con
la
alteridad
en
la
acogida
de
la
palabra
ética
que
viene
de
ella.
63
“La
nueva
estabilidad
que
adquieren
las
cosas
gracias
al
lenguaje,
supone
mucho
más
que
añadir
un
sonido
a
una
cosa.
Sobre
el
gozo
se
perfila,
con
la
permanencia,
la
posesión,
la
puesta
en
común:
un
discurso
sobre
el
mundo.”
Cf.
Lévinas,
E.
Totalidad
e
infinito.
Ensayo
sobre
la
exterioridad.
Sígueme,
Salamanca,
2002,
p.
158.
33
Lévinas
buscó
explicitar
la
proximidad
del
rostro
en
la
subjetividad.
La
subjetividad
está
marcada
por
su
relación
con
el
Otro.64
El
filósofo
lituano
critica
la
concepción
del
lenguaje
como
discurso
sobre
la
totalidad
de
lo
existente.
Esta
posición
tiene
su
origen
en
una
noción
del
ser
que
el
lenguaje
sería
capaz
de
manifestar
por
medio
de
la
razón.
Cuando
se
concibe
al
ser
como
tema,
el
interlocutor
que
tematiza
su
objeto
pierde
el
contacto
con
él.
Se
pierde
el
contacto
y
se
crea
la
distancia
que
hace
posible
la
“visión”.
A
Lévinas
esa
distancia
le
parece
artificial.
Se
trata
de
“entrar
en
contacto”
con
lo
que
se
resiste
a
ser
tematizado
en
un
discurso,
hasta
llegar
a
su
intimidad
real.
El
lenguaje
ético
es
un
lenguaje
original,
sin
palabras
ni
proposiciones,
cuyo
significado
no
surge
en
la
conciencia,
sino
fiera
o
más
acá
de
ella.
La
proximidad
se
convierte
así
en
Ética,
y
la
alteridad
en
prójimo.
64
Cf.
Gima
Shimabukuro,
Ricardo,
Proximidad
y
subjetividad.
La
antropología
filosófica
de
Emmanuel
Lévinas,
Benemérita
Universidad
Autónoma
de
Puebla/Ítaca,
Puebla,
2011,
p.
117.
34
El
decir
y
lo
indecible
¿Se
identifica
lo
indecible
con
el
silencio?
Para
responder
a
esta
pregunta
conviene
recordar
la
tesis
de
Lévinas
según
la
cual
la
Ética,
no
la
Ontología,
es
filosofía
primera.
Ésta
la
entiende
como
la
reducción
de
lo
Otro
a
lo
Mismo
por
medio
de
las
categorías
del
ser
del
logos
griego.
Ética
es
el
cuestionamiento
de
mi
espontaneidad
por
la
presencia
del
Otro.
“La
filosofía
occidental
–
considera
Lévinas-‐
ha
sido
a
menudo
una
Ontología,
una
reducción
de
lo
Otro
a
lo
Mismo,
por
mediación
de
un
término
medio
y
neutro
que
se
asegura
la
inteligencia
de
ser.”65
El
discurso
concluye
cuando
se
logra
la
síntesis,
el
sistema.
El
final
del
discurso
ontológico
es
el
silencio
de
lo
coherente,
de
la
síntesis
en
que
se
establece
la
tranquilidad
que
subsume
todo
lo
diverso.
Por
el
contrario,
para
Lévinas
el
discurso
se
caracteriza
como
salida
de
sí
hacia
el
otro.
El
discurso
no
es
mi
discurso,
sino
discurso
del
Otro,
enseñanza,
venida
hacia
mí.
Discurso
de
Él,
que
“viene
del
exterior
y
me
trae
más
de
lo
que
tengo”.
El
auténtico
discurso
filosófico
no
es
mera
modificación
del
pensamiento,
sino
que
supone
exterioridad,
auténtica
relación
con
el
ser
exterior
a
mi
subjetividad.
No
todo
discurso
es
así.
Es
aquí
donde
se
entiende
la
distinción
que
Lévinas
establece
entre
el
Decir
y
lo
Dicho.
Lo
Dicho
es
lo
que
nace
del
contacto
con
las
cosas,
de
la
relación
mente-‐cuerpo,
de
la
estructura
sintética
de
nuestro
pensamiento
o
de
los
procesos
lingüísticos
que
la
ciencia
es
capaz
de
describir.
El
Decir
precede
a
lo
Dicho,
es
el
ámbito
donde
éste
se
origina,
por
ser
el
ámbito
de
la
proximidad.
El
Decir
hace
referencia
al
ámbito
de
la
significación
originaria.
Al
referir
a
este
ámbito
Lévinas
busca
señalar
la
apertura
a
la
trascendencia
desde
la
inmanencia.
El
Decir
es
anterior
al
lenguaje,
es
“la
significación
referida
al
otro
de
la
proximidad”.
La
epifanía
del
rostro
es
la
palabra
que
no
requiere
de
ninguna
mediación
para
ser
comprendida.
La
epifanía
del
Otro
comporta
una
significación
propia
independiente
del
significado
recibido
del
mundo.
Su
presencia
consiste
en
venir
hacia
mí.66
65
Lévinas,
Totalité
et
Infinie,
p.
67.
Citado
por
Esquirol
p.
222.
66
Cf.
Ricardo
Gibu,
Op.
Cit.,
p.
100.
35
El
rostro
no
significa
a
partir
de
ningún
contexto
ni
de
ningún
sistema
de
signos.
Su
significación
es
“absoluta”,
es
decir,
significa
por
sí
mismo,
antes
que
proyectemos
luz
sobre
él.
El
rostro
es
la
condición
para
que
un
lenguaje
tenga
algún
sentido.
El
modo
como
el
rostro
tiene
sentido
es
presentándose
como
Otro.
“Presentarse
al
significar,
es
hablar.
Esta
presencia,
afirmada
en
la
presencia
de
la
imagen
como
la
punta
de
la
mirada
que
os
capta,
es
expresada.
La
significación
o
la
expresión
corta
así
todo
dato
intuitivo,
precisamente
porque
significar
no
es
dar…
Es,
por
excelencia,
la
presencia
de
la
exterioridad.”67
El
discurso
…
es
una
relación
original
con
el
ser
exterior.
Es
la
producción
de
sentido.
El
sentido
es
dicho
y
enseñado
por
la
presencia.
Dar
un
sentido
a
la
presencia
es
una
presencia
más
directa
que
la
manifestación
visible
y
una
presencia
lejana,
la
del
otro.
Presencia
que
domina
al
que
recibe,
que
viene
de
arriba,
imprevista
y,
en
consecuencia,
que
enseña
su
novedad
misma
“El
rostro
es
una
presencia
vida,
es
expresión.
La
vida
de
la
expresión
consiste
en
deshacer
la
forma
en
la
que
el
ente,
que
se
expone
como
tema,
se
disimula
por
ella
misma.
El
rostro
habla.
La
manifestación
del
rostro
es
ya
discurso.”68
Para
Lévinas
lo
esencial
del
lenguaje
es
la
coincidencia
del
revelador
y
del
revelado
en
el
rostro.
Esto
se
realiza
al
situarse
en
altura
respecto
a
nosotros,
al
enseñar.
Los
gestos,
actos,
pueden
llegar
a
ser
revelación,
como
las
palabras
y,
por
eso,
enseñanza.
67
Lévinas,
E.
Totalidad
e
infinito.
Ensayo
sobre
la
exterioridad.
Sígueme,
Salamanca,
2002,
p.
158.
68
Lévinas,
E.Ídem.,
p.
89.
36
prójimo
“me
concierne
antes
de
toda
asunción,
antes
de
todo
compromiso
consentido
o
rechazado.”69
El
afán
de
dominio,
el
deseo
de
convencer
o
de
controlar,
el
hacer
del
Otro
objeto
de
mi
discurso
son
origen
de
modos
inauténticos
de
discurso,
retórica.
Y,
dado
que
la
justicia
es
“ese
acceso
de
cara,
en
el
discurso”70,
la
retórica
es
injusticia.
El
rostro
del
Otro
no
se
deja
objetivar.
En
eso
consiste
lo
que
Lévinas
llama
su
“altura”
y
su
irreductibilidad
última.
La
mirada,
la
voz
del
prójimo,
acontecen
en
el
mundo,
pero
no
forman
parte
de
él.
De
este
modo,
quebrantan
los
límites
que
impone,
rompiendo
al
mismo
tiempo
el
poder
que
busca
anular
la
alteridad
abarcándola.
El
Otro,
en
la
desnudez
de
su
rostro,
ofrece
una
resistencia
paradójica,
por
ser
aquello
que
no
ofrece
resistencia.
Como
ocurre
con
la
mirada
que
en
su
franqueza
suplica
y
exige,
“en
la
desnudez
total
de
sus
ojos,
sin
defensa,
en
la
desnudez
de
la
apertura
absoluta
de
lo
Trascendente.”
71
La
altura
del
Otro
supone
que
sólo
él
se
puede
manifestar
desde
sí,
y
por
eso
la
relación
es
a-‐simétrica.
Relacionarse
con
el
rostro
del
Otro
es
recibir
su
revelación.
Su
palabra,
ante
todo,
enseña,
y
lo
que
enseña
es
su
novedad
misma.
“Aceptar
ser
enseñado
es
escuchar
al
Otro
como
Otro,
sin
intentar
reducir
la
exterioridad
de
su
voz
que
desborda
los
poderes
de
mi
conciencia
y
crea
en
mí
lo
que
yo
no
podía
prever
ni
anticipar.”72
Aprender
es
en
este
sentido
escuchar
lo
que
proviene
de
la
total
alteridad,
dejarse
cuestionar
por
el
prójimo,
aceptar
su
revelación,
acoger
la
excedencia
de
sentido
que
se
manifiesta
en
su
rostro.
La
relación
es
asimétrica
también
por
el
poder
de
su
resistencia
a
mi
intento
de
acallar
su
voz.
Se
trata
de
un
poder
que
no
es
comparable
a
la
fuerza
objetiva
del
acto
violento.
Por
eso
es
una
resistencia
ética,
capaz
de
anular
la
fuerza
más
poderosa
y
que
por
eso
69
Lévinas
E.,
De
otro
modo
que
ser
o
más
allá
de
la
esencia,
p.
148,
citado
por
Ricardo
Gibu,
Op.
Cit.
p.
124.
72
F.
Guival,
...
et
combien
de
dieux
nouveaux,
2:
Emmanuel
Lévinas:
le
visage
d´autrui
et
la
trace
de
Dieu,
p.
52.
Citado
por
Ricardo
Gibu,
Op.
Cit.
p.
174,
nota
73.
37
establece
la
a-‐simetría
en
la
relación
de
alteridad.
Él
tiene
la
primacía,
en
eso
consiste
la
auténtica
relación
ética.
**
III Implicaciones
En el diálogo
Quizá
tenga
razón
Hilary
Putnam
al
señalar
que
el
objetivo
de
la
filosofía
de
Buber
es
enseñarnos
que
la
experiencia
de
la
divinidad
no
es
un
fin
en
sí
mismo,
como
tampoco
lo
sería
la
relación
Yo-‐Tú;
el
verdadero
fin
sería
la
transformación
de
la
vida
en
el
mundo,
de
la
vida
en
el
Mundo
del
Ello,
a
través
del
efecto
transformador
de
la
recurrente
relación
Yo-‐
Tú.73
Podríamos
añadir
que
si
Buber
ha
querido
“abrir
esa
ventana”
al
Tú,
es
para
que
miremos
juntos
a
través
de
ella.
La
transformación
del
mundo
se
sigue
de
nuestro
mirar
y
dialogar.
Es
evidente
que
sería
un
contrasentido
funcionalizar
la
relación
Yo-‐Tú.
En
el
clima
dialógico
es
como
Israel
descubrió
el
sentido
de
la
Alianza
con
su
Dios,
como
la
puede
descubrir
cualquier
hombre
abierto
al
Tú
eterno.
El
analista
y
el
crítico
social
y
todo
hombre
atento
al
llamado
de
la
comunidad
tienen
una
palabra
fecunda
en
la
medida
en
que
realizan
su
tarea
bajo
el
impulso
del
espíritu,
es
decir,
en
encuentros
vivos.74
En
orden
a
la
construcción
de
la
paz,
el
momento
histórico
plantea
una
exigencia
fundamental,
que
brota
de
la
raíz
religiosa
del
hombre,
y
en
la
que
han
de
involucrarse
hoy
todas
las
personas
de
todos
los
credos,
aun
a
sabiendas
de
que
se
trata
de
una
tarea
amenazada
por
el
fracaso.
La
esperanza,
paradójicamente,
es
el
fruto
73
Cf.Hilary
Putnam,
Op.
Cit.,
pp.
101-‐102.
No
deja
de
sorprender
que
un
filósofo
de
la
corriente
analítica
de
la
talla
de
Putnam,
profesor
emérito
de
Lógica
matemática
en
la
universidad
de
Harvard,
se
ocupe
de
pensadores
como
Buber,
Rozensweig
y
Lévinas.
Su
lectura
parte
de
las
teorías
de
Pierre
Hadot,
quien
pensaba
que
la
filosofía
no
sirve
para
resolver
problemas
abstractos,
sino
que
es
una
forma
de
vida.
Se
puede
objetar
que
para
Buber
la
relación
con
el
Tú
eterno,
y
con
cualquier
Tú,
no
puede
estar
en
función
de
nada,
dado
que
su
propia
naturaleza
es
dar
plenitud
a
una
actitud
primordial.
74
Cf.
Werke,
Erste
Band,
Förderung
des
Geistes,
KöselVerlag/Verlag
Schneider,
Heidelberg,
1962,
pp.
1055.
38
más
vivo
de
esa
raíz,
que
obliga
al
crítico
social
a
convertirse,
más
que
en
“portavoz”,
en
“socio”
de
la
realidad
que
quiere
cambiar.
Buber
no
nos
propone
una
“visión
del
mundo”.
Nos
ha
abierto
una
ventana.
Las
“visiones
del
mundo”
se
nos
presentan
hoy
como
sistemas
totalizantes
de
los
que
se
hace
necesario
desconfiar,
o
como
formas
de
huida
que
pueden
fácilmente
convertirse
en
especies
de
seguros
contra
la
obligación
de
ver
al
mundo
en
su
cruda
realidad.
Cada
persona
ha
de
abrir
su
propia
ventana
y,
en
el
encuentro
y
en
diálogo
con
otros,
discernir
el
sentido
y
el
sinsentido
del
mundo
deformado
por
el
avasallamiento
del
mundo
de
las
cosas
(mundo
del
Ello),
y
escuchar
las
exigencias
concretas
que
se
le
dirigen
como
a
un
“nosotros”
que
exige
ser
cada
vez
más
amplio
y
a
cada
uno
en
particular,
urgido
a
vivir
de
forma
más
dialógica
y
más
creativa.
Sólo
un
mundo
fundado
en
encuentros
puede
superar
la
crisis
en
el
que
las
tecnologías
y
artefactos
invaden
el
ámbito
de
la
vida
al
grado
de
que
ya
los
verdaderos
encuentros
interhumanos,
es
decir,
la
vida
humana,
se
va
empobreciendo,
quedando
reducida
a
su
mínima
expresión.
No
es
por
medio
de
artefactos
más
sofisticados
como
podemos
ir
al
encuentro
del
Tú
con
todo
el
ser.
La
multiplicación
y
difusión
de
los
medios
tecnológicos
de
comunicación,
de
la
conectividad,
de
la
multiplicación
de
las
redes
sociales,
no
son
de
suyo
posibilitadores
del
diálogo
en
el
sentido
que
nos
sugiere
Buber.
El
mundo
contemporáneo
pone
al
hombre
frente
a
una
oportunidad
inédita:
usar
de
las
cosas
para
el
encuentro
entre
las
culturas,
la
construcción
de
una
civilización
planetaria
de
signo
humano,
la
fundación
de
una
“red”
en
el
que
la
proto-‐palabra
Yo-‐Tú
no
sea
suplantada
por
el
simulacro
de
diálogo
que
genera
la
sustitución
Yo-‐Ello,
de
un
mundo
de
rostros
sin
rostro
personal.
Ciertamente,
el
mundo
de
las
redes
sociales
ha
hecho
posible
un
tipo
de
encuentro
fugaz,
episódico,
al
que
no
es
posible
negar
la
virtud
de
haber
abierto
el
espacio
en
el
que
unos
a
otros
podemos
convertirnos
en
“noticia”,
hacernos
visibles
y,
en
alguna
medida,
darnos
a
conocer
y
llegar
a
sumar
voluntades.
La
palabra
39
escrita
suple
la
palaba
hablada,
el
silencio
del
“entre”
se
prolonga
durante
los
instantes
del
tiempo
real
que
tarda
en
ir
y
venir
la
señal,
hasta
recibir
la
“respuesta”
del
otro,
al
otro
lado
del
mundo…
Podría
parecer
que
se
ha
abierto
una
ventana
a
un
nuevo
mundo
del
lenguaje,
a
una
nueva
vida
en
el
espíritu,
a
una
nueva
comunidad.
¿Podría
decirse
entonces
que
esas
líneas
de
relación,
si
se
las
extiende
“se
intersectan
en
el
Tú
eterno”75?
Las
proto-‐palabras
somos
nosotros.
El
encuentro
real
no
podrá
ser
sustituido
jamás
por
una
pantalla
o
por
una
bocina.
Un
“emoticón”
no
puede
suplir
la
desnudez
del
rostro,
la
piel
que
se
toca
o
la
mueca
del
rostro
que
gesticula.
Podemos
agradecer,
no
obstante,
que
el
mundo
de
las
comunicaciones
y
de
las
redes
tecnológicas
multiplique
los
íconos
del
otro,
que
nos
ofrezca
la
posibilidad
de
ponernos
unos
frente
a
otros
por
la
mediación
de
los
símbolos
de
la
relación
Yo-‐Tú
y
Nosotros.
A
ese
mundo
la
falta,
sin
embargo,
lo
más
fundamental:
la
posibilidad
de
hacer
de
esos
encuentros
espacios
en
los
que,
con
la
totalidad
del
corazón,
ingresamos
al
mundo
del
Tú,
nos
encontramos
unos
con
otros
y
en
las
líneas
de
intersección
que
conducen
a
cada
cual
al
encuentro
con
el
Tú
eterno
que
transforma
la
vida.
Esta
posibilidad
no
está
de
suyo
excluida,
pero
el
embotamiento
de
la
multiplicidad
de
otros
muchos
íconos
de
consumo
y
de
palabras
sin
fundamento
relacional
ha
abierto
una
brecha
entre
el
hombre
y
su
posibilidad
de
participar
de
la
verdad
que
lo
pone
en
comunión
con
los
otros.
La
exigencia
de
ser
socio
espiritual
en
la
transformación
del
mundo
supone
sujetos
fortalecidos
por
una
vida
sin
sustitutos,
vida
verdadera.
El
único
camino
viable
para
remontar
la
cosificación
del
prójimo
y
para
evitar
el
equívoco
de
las
auténticas
perturbadas
por
las
trampas
del
mercado
y
del
utilitarismo
en
las
relaciones
pasa
sin
duda
por
la
educación.
Educarnos
para
hablar
y
escuchar.
Educarnos
para
guardar
silencio
y
ser
palabra
para
los
otros.
75
Cf.
Buber,
M.,
Yo
y
Tú,
Lilmod,
Buenos
Aires,
2000,
p.
69.
40
Las
“redes”
son
la
ocasión
para
ser
“coro”,
un
coro
de
silencio
ante
todas
las
lenguas,
ante
el
Tú
eterno,
como
afirma
Buber,
“Dado
que
somos
una
conversación
/
y
podemos
oír
unos
de
otros”.
Nos
vemos
ante
la
exigencia
de
una
nueva
actitud
dialógica.
Más
dispuesta
al
conocimiento
mutuo
en
profundidad.
Más
unidos
en
la
acción
a
la
que
impulsa
el
mismo
espíritu,
pues
“el
hecho
de
la
acción
forma
parte
de
la
realidad”.76
Unos
y
otros
podemos
reconocer
que
este
llamado
proviene
del
mismo
Dios.
“Cuánto
sea
el
espacio
que
le
dejemos
a
Dios
sólo
lo
podemos
reconocer
si
nos
ponemos
en
camino
hacia
él”.77
La
primera
exigencia,
para
unos
y
otros,
consiste
en
hacerse
capaces
de
escuchar
y
experimentar
la
exigencia
como
tal.
Nos
encontramos
en
la
necesidad
de
saber
escucharnos,
pero,
antes,
de
querer
hacerlo.
Todo
rostro
es
un
mensaje
que
se
convierte
en
palabra
vacía
o
en
signo
indescifrable
sin
esa
capacidad
de
tomar,
de
aprender
de
los
demás,
y
por
eso,
de
responder
al
Dios
que
desde
la
realidad
nos
sigue
interpelando.
De
Él
proviene
la
iniciativa
fundante
de
hacerse
“socio”
del
hombre
en
la
tarea
transformadora
del
mundo.
Sin
capacidad
de
escucha
ni
siquiera
podremos
advertir
el
sentido
de
esa
voluntad
de
Alianza
ni
lo
que
pide
en
el
aquí
y
ahora
del
momento
histórico.
Como
dice
un
poema
de
Nelly
Sachs:
Desde
hace
ya
mucho
se
nos
ha
olvidado
el
escuchar.
Él
nos
había
plantado
una
vez
para
escuchar,
Plantados
como
zacate
de
las
dunas,
en
el
mar
eterno
queríamos
crecer
sobre
el
musgo
más
fino
como
están
las
lechugas
en
el
jardín
de
la
casa…
¡Oh,
no
nos
está
permitido
vender
nuestro
oído…!”
76
Buber,
M.
Nachlese,
Lambert
Schneider,
Heidelberg,
1966,
p.
72
77
Buber,
M.
Eclipse
de
Dios,
p.
54
41
Frente
al
rostro
La
exterioridad,
que
para
Lévinas
equivale
a
la
trascendencia,
es
la
clave
del
verdadero
discurso.
Es
lo
que
no
cabe
en
una
relación
de
conocimiento
que
comprende,
de
pensamiento
que
engloba
al
pensar,
de
intuición
que
domina
al
ver.
“El
discurso
es
experiencia
de
algo
absolutamente
extraño,
“conocimiento”
o
“experiencia”
pura,
traumatismo
del
asombro.”
La
altura
o
santidad
del
Otro
es
el
origen
del
traumatismo.
El
discurso
puede
presentarse
como
idea
de
infinito,
como
“rostro”.
El
rostro
instaura
la
asimetría
en
la
relación
y,
junto
con
la
separación,
es
el
supuesto
del
lenguaje.
“La
esencia
del
lenguaje
se
decide
en
esta
relación
de
asimetría
y
altitud.”78
.
“La
fraternidad
biológica
humana
–pensada
con
la
sobria
frialdad
cainita-‐
no
es
razón
suficiente
para
que
yo
sea
responsable
de
un
ser
separado;
la
sobria
frialdad
cainita
consiste
en
pensar
la
responsabilidad
partiendo
de
la
libertad
o
según
un
contrato…[
]
La
responsabilidad
no
me
deja
constituirme
a
modo
de
yo
pienso,
sustancial,
como
una
piedra,
o
como
un
corazón
de
piedra,
en
sí
y
para
sí
[
]
Responsabilidad
que
no
deja
tiempo:
sin
presente
de
recogimiento
o
de
entrada
en
sí;
y
que
me
hace
llegar
tarde;
ante
el
prójimo,
más
que
aparecer,
comparezco.
Respondo,
de
entrada,
a
una
asignación.
El
empedrado
núcleo
de
mi
sustancia
queda
desnucleado.
Pero
la
responsabilidad
a
la
que
estoy
expuesto…
el
Otro
me
obliga
como
elegido.
En
la
misma
medida
en
la
que
apela
a
mi
responsabilidad,
me
prohíbe
cualquier
sustituto.
Irremplazable
en
la
responsabilidad,
yo
no
puedo
sin
carencia,
sin
culpa
o
sin
complejo,
escaparme
del
rostro
del
prójimo:
heme
aquí
consagrado
al
otro
sin
dimisión
posible.
No
me
puedo
escapar
del
otro
en
su
desnudez
sin
recursos:
en
su
desnudez
de
abandono
resplandece
por
entre
las
78
Cf.
Esquirol
y
Calaf,
op.
Cit.
p.
223.
42
hendiduras
que
desgarran
la
máscara
del
personaje
o
su
piel
sin
arrugas;
en
su
“sin
recursos”
que
hemos
de
entender
como
gritos
ya
gritados
a
Dios,
sin
voz
ni
tematización.”79
El
lenguaje
supone
la
alteridad,
la
relación
cara
a
cara,
y
se
da
fundamentalmente
como
enseñanza.
La
relación
comienza
siempre
por
iniciativa
del
Otro
que
me
llama,
me
interpela,
me
enseña.
El
otro
sitúa
la
relación
y
los
términos
que
la
constituyen,
que
son
fundamentalmente
de
responsabilidad.
En
la
relación
la
verdad
que
se
da
en
el
lenguaje
no
consiste,
como
en
la
fenomenología,
en
dotación
de
sentido
por
parte
del
yo.
Esta
es
siempre
sobrepasada
por
la
presencia
del
Otro,
por
su
manifestación,
que
no
se
deja
absorber
en
mi
visión.
Lévinas
identifica
al
otro
con
la
idea
de
Infinito,
que
es
la
modalidad
de
la
presencia
del
Otro.
No
soy
yo
quien
“va”
a
la
idea
del
Infinito.
Ésta
ya
sido
puesta
en
mí.
Por
eso
mi
discurso
no
es
mi
discurso,
sino
discurso
del
Otro.
La
visión
busca
medir
la
exterioridad,
pero
ésta
siempre
será
inadecuada.
Ese
desbordamiento
constituye
la
dimensión
de
la
altura
identificada
con
la
divinidad
que
“guarda
las
distancias”.80
Éticamente
el
Otro
está
por
encima
de
mí.
¿De
dónde
le
viene
esa
“altura”?
Solo
porque
en
él
es
Dios
quien
me
demanda.81
“Cuando
en
presencia
del
otro,
digo
“!Heme
aquí!”,
este
“!Heme
aquí
es
el
lugar
por
donde
el
Infinito
entra
en
el
lenguaje,
pero
sin
darse
a
ver.
No
aparece,
puesto
que
no
está
tematizado,
al
menos
de
manera
original.
El
“Dios
invisible”
no
hay
que
comprenderlo
como
Dios
invisible
a
los
sentidos,
sino
como
Dios
no
tematizable
en
el
pensamiento
y,
sin
embargo,
como
no
indiferente
al
pensamiento
que
no
es
tematización…”
[
]
“El
sujeto
que
dice”!
Aquí
estoy!”
da
testimonio
del
Infinito.
Por
este
testimonio,
cuya
verdad
no
es
verdad
de
percepción
ni
de
representación,
se
produce
la
revelación
del
Infinito.
Por
este
testimonio
la
misma
79
Cf.
Lévinas,
E.,
Del
Dios
que
viene
a
la
idea,
Caparrós,
Madrid,
2001
2ª,
p.
106.
80
Cf.
Esquirol
y
Calaf,
Idem.
81
Debo
esta
aclaración
al
P.
Carlo
Mongardi
Domenicalli
S.X.
43
gloria
se
glorifica.
El
término
“gloria”
no
pertenece
al
lenguaje
de
la
contemplación.”82
Cabe
subrayar
que
se
trata
de
una
revelación
que
no
nos
da
nada.
La
filosofía
es
la
que
busca
tematizarla
como
algo
dado.
Así
el
lenguaje
es
pensado
en
términos
de
comunicación
y
diálogo,
no
como
mero
aliado
del
pensamiento.
El
Otro
se
sustrae
a
toda
tematización
¿Cómo
decirlo?
¿Cómo
hablar
de
ello?
Un
discurso
“más
allá
del
ser”
corre
el
riesgo
de
recaer
en
un
nuevo
modo
de
Ontología.
Un
mero
hablar
de
él
sería
pura
retórica.
Lévinas
es
consciente
de
esta
paradoja.
Por
eso
afirma
que
82
Lévinas,
E.,
Ética
e
Infinito,
La
barca
de
medusa,
Madrid,
2000
2ª,
pp
88
y
89.
83
Lévinas,
E.
Del
Dios
que
viene
a
la
idea,
Caparrós,
Madrid,
2002,
Idem.
P.
113.
Cursivas
en
original.
84
Cf.
Lévinas
E.,
“Langage
et
proximité
en
Découvrant
l´existence
avec
Husserl
et
Heidegger”,
Crin,
Paris,
1982,
p.
235
citado
por
Esquirol
y
Calaf,
Op.
Cit.
p.
224.
44
la
filosofía
solo
puede
cumplir
con
su
cometido
de
justicia
en
un
constante
decir
y
desdecirse.
El
decir
originario
es
el
decir
ético,
la
comunicación
con
el
Otro.
Por
eso
todo
decir
está
en
dependencia
de
él.
La
condición
del
lenguaje
que
tematiza
es
la
relación
ética,
la
responsabilidad
por
el
rostro
imposible
de
“callar”.
La
interpelación
antecede
a
mi
habla.
El
Otro
plantea
la
pregunta.
La
pregunta
primordial
es
“¿Dónde
estás?”
planteada
por
el
Creador
a
su
criatura
una
y
otra
vez,
en
solicitud
y
demanda
de
respuesta.
Por
eso
el
lenguaje
es
responsabilidad,
no
iniciativa.
Por
eso
no
puede
haber
síntesis
última.
El
Otro
a
quien
respondo
y
de
quien
respondo
no
ha
dicho
aún
su
última
palabra.
Mi
responsabilidad
para
con
él,
estrictamente,
tampoco
conoce
el
fin,
a
no
ser,
el
fin
de
la
sustitución
que
culmina
en
la
muerte
en
su
lugar.
Lo
que
aquí
“retumba”,
afirma
Lévinas,
es
justamente
la
resonancia
del
silencio
–Geläut
der
Stille85
…-‐.
Esta
resonancia
es
el
nacimiento
de
la
religión.
Ocurre
antes
de
toda
emoción,
de
las
“voces”,
de
la
“experiencia
religiosa”
la
religión
nace.
La
religión
nace,
de
manera
latente,
en
el
otro.
Religión
no
es
desvelamiento
o
revelación
del
Ser,
sino
un
“acceso
insólito,
en
el
corazón
de
mi
responsabilidad,
a
la
insólita
perturbación
del
ser.
Si
cuando
esto
ocurre
pudiera
pensarse
que
“no
era
nada”,
sería
correcto.
Pues
no
se
trata
de
un
develamiento
del
ser
(Heigger),
sino
de
“otro
modo
que
ser”.86
Aquí
se
muestra
con
toda
evidencia
porqué
Lévinas
propone
la
superación
de
la
metafísica
por
la
Ética.
“Mi
responsabilidad
-‐
a
pesar
de
mí-‐
que
es
la
manera
como
el
otro
me
incumbe
-‐o
me
incomoda-‐,
es
decir
me
es
próximo,
es
comprensión
o
entendimiento
de
ese
grito.
Es
el
despertar.
La
poximidad
del
prójimo
es
mi
responsabilidad
para
con
él:
aproximarse
es
ser
guardián
de
su
hermano,
y
ser
guardián
de
su
hermano
es
ser
su
rehén."87
85
Lévinas
no
cita
la
fuente
de
esta
expresión
de
Martin
Heidegger,
a
quien
sin
duda
busca
contrastar
con
su
planteamiento,
no
en
relación
con
el
Ser,
sino
con
el
Otro.
Cf.
Heidegger
M.,
“Das
Wesen
der
Sprache”
en
Unterwegs
zur
Sprache,
citado
por
Damir
Barbaric.
Das
Spätwerk
Heideggers:
Ereignis
-‐
Sage
–
Geviert,
Königshausen
&
Newman,
Wurzburg,
2007,
p.
205.
86
Lévinas,
E.
De
otro
modo
que
ser
o
más
allá
de
la
esencia,
Sígueme,
Salamnca,
1993.
87
Ídem.
Passim.
45
En
síntesis,
“la
manifestación
del
rostro
es
ya
discurso”.
El
mundo
es
un
rumor
de
ecos
y
de
voces.
El
silencio
es
solo
la
pausa,
la
respiración,
el
momento
que
prepara
la
escucha
y
también
del
encuentro
en
el
que
acontecer
la
enseñanza
del
Otro
y
el
testimonio
de
responsabilidad
concreta.
Nada
más.
La
experiencia
del
otro
en
el
rostro
y
la
relación
del
discurso
aparecen
indisociables.
Ambas
realizan
lo
esencial
de
toda
expresión.
Al
mismo
tiempo,
rostro
y
palabra
fundan
la
relación
ética
primordial.88
El
difícil
arte
de
amar
pasa
por
el
asombro
frente
al
otro.
En
el
otro
se
presenta
una
demanda
de
respeto
incondicional.
Es
esa
sin
duda
un
llamado
al
amor
en
el
orden
público.
De
ahí
que
se
haya
podido
hablar,
en
los
viejos
manuales
de
moral
social
cristiana,
de
“amor
social”.
Hoy
se
prefiere
poner
a
la
justicia
como
virtud
pública
en
el
centro
de
la
Ética,
y
se
apena
a
mínimos
exigibles
de
acuerdo
con
reglas
procedimentales.
El
hombre
no
es
humano,
sin
más,
por
el
solo
hecho
de
existir
en
el
mundo,
como
miembro
de
la
especie.
La
humanidad
la
recibe
del
Otro.
Se
es
humano
en
la
medida
en
que
se
es
capaz
de
responsabilidad.
No
hay,
como
ocurre
para
Martin
Buber,
en
esa
relación
ni
simetría
ni
apertura
a
un
Tú.
El
“rostro”
puede
ocultarse
bajo
muecas,
visajes
y
todo
cuanto
pide
el
pudor
de
no
exhibir
la
propia
necesidad.
Si
Yo
soy
capaz
de
captar
ese
rostro
me
sitúo
en
una
relación
que
mira
al
otro
de
abajo
hacia
arriba,
es
decir,
que
reconoce
una
“altura”
que
no
alcanzo
ni
puedo
pretender
nivelar.
Una
altura
Ética.
Mucho
hay
que
aprender
de
esta
gran
lección
del
filósofo
de
Kaunas.
Sus
obras,
“ Totalidad
e
infinito”,
“De
otro
modo
que
ser,
o
más
allá
de
la
esencia”,
“Humanismo
del
Otro
hombre”,
“Difícil
libertad”,
entre
las
más
destacadas,
son
muestra
de
una
vigorosa
forma
en
que
en
el
mundo
moderno,
entre
las
disquisiciones
de
los
filósofos
del
lenguaje,
de
la
ciencia
y
de
la
técnica,
se
busca
dar
voz
a
la
“otra
voz”;
se
busca
reconocimiento
a
lo
que
por
principio
carece
de
él,
se
intenta
afirmar
la
pluralidad
en
medio
de
raseros
morales
que
establecen
la
igualdad
de
forma
aritmética,
o
donde
el
respeto
es
la
manera
de
poner
límites
a
lo
que
puede
demandar
el
hacerme
verdaderamente
responsable
del
débil,
del
88
Cf.
Peñalver
Gómez,
Patricio,
Ética
y
violencia,
Lecturas
de
Lévinas,
p.
170.
46
huérfano
y
la
viuda.
Todas
las
relaciones
humanas
tendrían
que
poder
verse
reflejadas
bajo
esta
óptica.
Tendrían
que,
demanda
que
cobra
sentido
solo
en
lo
concreto,
en
lo
inmediato
de
una
presencia
frente
a
la
que
siempre
es
posible
pasar
de
largo.
El
pensamiento
de
Lévinas
no
propone
normas,
sugerencias,
recomendaciones.
Tampoco
apela
a
la
generosidad
o
a
la
buena
voluntad.
No
hace
más
fácil
el
camino
del
amor,
pero
sí
logra
imprimir
una
desconcertante
motivación.
Es
como
un
dedo
señalando
las
exigencias
de
un
“amor
activo”
que
se
mueve
en
favor
de
los
débiles
como
verdadero
acto
sacramental
y
como
el
eco
de
una
voz
silenciosa
que
resuena
en
los
sordos
oídos
de
Caín.
A
partir
de
las
perspectivas
examinadas
queda
claro
que
el
tema
del
silencio
no
tiene
que
ver
con
la
nada.
No
es
mera
ausencia
o
vacío
de
ser,
sino
plenitud.
En
el
silencio
está
la
presencia
más
viva
de
los
demás,
mi
actuación
más
responsable
y,
no
en
último
término,
Dios
mismo,
presente,
actuante.
“El
silencio
de
Dios”
ha
sido
uno
de
los
cuestionamientos
más
hondos
a
la
fe,
a
la
esperanza,
sobre
todo
ahí
donde
no
hay
señales
claras
de
su
presencia,
de
su
auxilio.
Este
cuestionamiento
ha
llevado
a
hombre
creyentes
a
abandonar
su
fe.
A
otros,
a
ahondarla.
Saint-‐Exupéry
narra
cómo,
al
dirigirse
a
Dios
interrogando
a
Dios
acerca
de
su
existencia,
pidió
que
el
pájaro
que
se
hallaba
en
una
rama
frente
a
él,
se
moviese
mientras
él
hacía
oración.
Esa
sería
señal
de
su
existencia.
El
pájaro
no
se
movió.
Al
no
recibirla,
experimentó
que,
precisamente,
en
ese
silencio,
Dios
respondía.
La
señal
era
el
silencio.
En
él
había
una
respuesta
más
profunda
de
Dios.
“Hubiera
sido
un
Dios
pequeño
–comenta
José
Gómez
Caffarena-‐
el
que
se
aviniera
a
la
cita
caprichosa.”89
Muchos
teólogos
han
llegado
a
cuestionar
las
formas
tradicionales
de
entender
la
presencia,
la
intervención,
la
acción
de
Dios
en
el
mundo.
No
es
ese
nuestro
tema.90
De
las
respuestas
tanto
de
Simone
89
Cf.
Gómez
Caffarena,
José,
La
audacia
de
creer,
Razón
y
Fe,
Madrid,
1968,
pp.
123-‐124.
90
“Dios
está
ahí,
no
aquí
ni
acullá,
sino
en
todas
partes,
misteriosamente
presente:
allí
donde
el
fundamento
de
toda
realidad
nos
mira
silenciosamente,
donde
nos
reclaman
las
situaciones
inevitables
e
ineludibles
de
la
responsabilidad,
donde
se
trabaja
fielmente
sin
esperar
recompensa,
donde
el
amor
es
experimentado
como
algo
inefable,
donde
consciente
y
tranquilamente
se
deja
entrar
la
muerte
en
47
Weil
como
de
Emmanuel
Lévinas,
podemos
aprender
que
la
carencia
de
significación
del
silencio
es
ficticia.
Es,
podemos
decir,
una
“falta
de
atención”.
El
silencio
nos
impele
a
descifrarlo.
Su
significación
está
íntimamente
ligado
a
la
“pasión”
por
el
mundo,
a
la
pasividad
y
al
padecer
a
los
que
nos
vemos
obligados
al
estar
verdaderamente
presentes.
El
silencio
nos
abre
a
las
dimensiones
de
la
espera,
y
al
alcance
de
aquello
en
lo
que
esté
puesta
nuestra
esperanza.
Una
esperanza
sin
Dios
es,
en
último
término,
una
espera
frente
al
abismo,
en
medio
del
ruido
avasallador
de
“la
fuerza”,
del
“poder”
que,
al
desbocarse,
avanza
creando
una
ola
de
falsas
ilusiones,
de
palabras
sin
sentido,
de
mentira
y
manipulación.
Silencio,
vacío,
espera
puestas
las
manos
a
la
obra
de
reconstrucción
de
toda
la
civilización.
Solo
un
horizonte
de
esas
dimensiones,
en
donde
los
deberes
están
al
mismo
nivel
o
aún
a
un
nivel
mayor
que
los
derechos,
es
capaz
de
devolver
al
hombre
la
posibilidad
de
profunda
recreación,
por
encima
de
las
metas
inmediatas
que
se
imponen
de
forma
automática,
y
que,
en
realidad,
carecen
de
sentido.
Ahí
se
descubre
la
paradoja
de
la
vanidad
de
las
cosas
y
de
su
consistencia
más
real.
La
fuerza
de
gravedad
siempre
mueve
hacia
el
centro
de
la
tierra.
La
gracia
impulsa
al
hombre
a
una
patria
que
parece
situarse
en
lo
Otro
del
mundo.
El
pesimismo
presente
en
Simone
Weil
la
llevó
a
posiciones
maniqueas
que
dan
a
todo
su
pensamiento
un
tono
trágico.
“La
verdad
está
del
otro
lado
de
la
muerte”
cuando
se
la
concibe
en
términos
de
“todo
o
nada”.
La
verdad
también
está
de
este
lado,
justo,
del
lado
de
la
vida,
de
lo
que
da
vida.
En
el
silencio
que
Weil
supo
contemplar
es
posible
asistir
una
y
otra
vez
a
lo
que
nace,
a
lo
que
está
naciendo,
a
lo
que
no
deja
de
nacer
y
que,
como
ha
señalado
Hannah
Arend,
constituye
el
verdadero
novum
del
mundo.
La
gracia,
el
orden
de
lo
sobrenatural
no
tiene
porqué
desembocar
en
una
“fuga
saeculi”.
Afortunadamente,
la
vida
de
Weil
es
un
testimonio
de
esta
verdad,
más
elocuente
aún
que
su
propio
pensamiento.
medio
de
la
existencia,
donde
la
alegría
ya
no
tiene
nombre.”
Cf.
Karl
Rahner,
La
gracia
como
libertad,
Herder,
Barcelona,
1975.
48
Por
su
parte,
Lévinas
pone
a
prueba
el
silencio
que
prescinda
del
Otro.
El
silencio
no
es
relevante
en
cuanto
“para
mí”,
como
calma
y
tranquilidad,
como
“paz
interior”.
Casi
pareciera
que
se
trata
de
todo
lo
contrario.
La
demanda
del
Otro
es
el
lenguaje,
es
la
voz
del
maestro.
La
significación
es
aquí
ética,
no
semántica.
El
silencio
es
mi
respuesta.
Podríamos
decir
que
cuanto
más
comprometida,
más
real,
más
silenciosa,
y
al
mismo
tiempo,
más
reveladora,
más
capaz
es
mi
respuesta
de
significar
al
Creador,
al
Señor,
al
(Dios)
Infinito
que
manda
a
los
hombres
a
que
cuiden
unos
de
otros,
a
que
asuman
la
responsabilidad
unos
por
otros,
“y
yo
más
que
los
otros”
(Dostoievski).
Es
un
silencio
activo,
operante.
Las
necesidades
del
Otro
son
mi
necesidad
de
atenderlas;
la
desnudez
del
Otro
me
obliga
a
no
vestirme
con
el
vestido
que
le
pertenece;
su
“rostro”
no
es
un
enigma
presentado
a
mi
percepción.
Es,
como
afirma
el
mismo
Lévinas,
la
presencia
eucarística
del
Dios
eterno
que
ha
preparado
un
banquete
para
quienes
sean
dignos
del
“venid,
benditos
de
mi
Padre”
(Mt
25,
31).
El
llamado
silencio
de
Dios
¿No
es,
para
el
hombre,
la
aporía
de
sus
preguntas,
el
nombre
que
recibe
la
indiferencia
de
los
vivos,
la
injusticia,
el
abandono,
la
falta
de
solidaridad?
¿El
silencio
de
los
inocentes
no
es
acaso
lo
que
no
quieren
o
no
pueden
escuchar
los
verdugos?
Se
podría
decir
que
el
silencio
es
como
el
medio
en
el
que
el
mundo
se
ve
y
en
el
que
es
posible
escuchar
su
verdad
oculta,
como
una
luz
que
puede
ser
muy
discreta,
inadvertida
por
dominio
de
un
hablar
que
ha
perdido
su
raíz
y
su
destinatario.
49
Si
el
rostro
habla
aun
cuando
se
busque
callarlo,
el
hombre
nunca
habita
en
un
mundo
de
silencio.
Basta
con
la
muda
presencia
de
otro
ser
humano
para
que
el
“yo”
preso
de
sus
cavilaciones,
sea
atravesado,
inter-‐pelado.91
El
silencio
es
el
ámbito
intermedio,
el
“entre”
(Buber)
de
un
encuentro.
Puede
llegar
a
ser
el
aparente
triunfo
del
yo
que
en
vano
busca
imponerse,
autoafirmarse
amordazando
la
interpelación
del
otro.
Y
aun
cuando,
en
el
punto
extremo,
parece
poder
lograrlo
quitándole
la
vida,
también
el
rostro
del
cadáver
“dice”,
es
cruce
de
miradas
y
de
significados.
Hamlet
o
Francisco
de
Asís
son
paradigmas
de
ese
descubrimiento.
En
el
primero,
el
mundo
se
cierra
en
el
monólogo
que
no
se
determina
por
ser.
Es
el
ofuscamiento
del
“sí
mismo”
auto-‐referencial.
En
el
segundo,
se
abre
el
mundo
de
las
creaturas
por
el
descubrimiento
que
responde
a
la
pregunta
“quién
soy
yo”
desde
la
voz
del
Creador
que
resuena
en
la
finitud,
la
propia
“nada”
que
hermana
con
todos
y
con
todo,
aun
con
la
misma
muerte.
Hamlet
es
el
símbolo
del
hombre
que
pone
un
muro
con
sus
devaneos
sin
término
a
la
discreta
presencia
de
una
llamada
en
la
conciencia
interior-‐exterior
y
en
la
piel,
la
“otra
voz”
que
reclama
incondicionalmente
el
reconocimiento
de
lo
bueno
y
recto,
de
lo
justo
y
valioso.
Esa
“otra
voz”
es
percibida
por
Francisco
como
llamada
suave
y
amorosa
en
una
anciana,
una
huérfana,
un
leproso.
Un
re-‐clamo
que
él
transforma
en
clamor
y
lo
lleva
a
prorrumpir
en
alabanza.
El
beso
al
leproso
es
símbolo
por
excelencia
de
lo
que
Lévinas
describe
como
el
“desnuclearse
del
empedrado
núcleo
de
la
propia
sustancia”.
El
yo
en
acusativo,
sin
culpa,
el
aproximarme
a
ser
yo
el
guardián
de
mi
hermano.
El
filósofo
judío
pensaba
que
la
responsabilidad
no
proviene
de
la
fraternidad
–“cainita”-‐
sino
que
la
fraternidad
es
lo
que
da
nombre
a
la
responsabilidad
por
el
otro.
Un
cristiano
puede
suscribir
esta
afirmación.
También
puede
sentirse
urgido
a
pensar
la
fraternidad
de
los
hijos
de
un
mismo
Padre
que
nos
hace
responsables
unos
de
otros.
El
cristiano
añadirá
que,
gracias
al
don
de
la
Encarnación
del
Hijo
la
fraternidad
es
ya
una
91
Franz
Rosenzweig
ha
señalado
con
razón
como
el
pensamiento
occidental
pretende
situarse
por
encima
del
tiempo,
desconociendo
su
esencial
referencia
al
momento
histórico
en
que
se
plantea.
Su
crítica
se
dirige
a
ese
monólogo
que
carece
de
interlocutor.
El
“nuevo
pensamiento”
busca
más
que
pensar,
decir,
dirigiéndose
a
alguien.
Cf.
Rosenzweig,
F.
Lo
humano,
lo
divino,
Lilmund,
Buenos
Aires,
2005.
50
posibilidad
real
universal.
Al
asumir
la
carne
en
la
historia
Hijo
se
ha
vinculado
a
todos
los
hombres.
También
añadirá
que
no
es
el
hombre
quien
comienza
por
asumir
la
responsabilidad
por
el
Otro.
La
primacía
de
Dios
es
también
una
precedencia
en
el
amor.
“En
esto
consiste
el
amor.
No
en
que
nosotros
amemos
a
Dios
[y
al
prójimo],
sino
en
que
Él
nos
amó
primero”.92
Cabe
preguntar
si
el
tiempo
que
vivimos,
es
un
tiempo
en
el
que
el
hombre
ha
olvidado
el
dato
fundamental
de
ser
humanidad.
Ese
olvido
parece
estar
asociado
al
olvido
de
algo
elemental:
el
silencio.
El
silencio
es
algo
que
se
“guarda”,
que
exige
de
cuidado.
Tanto
más
si
el
contexto
moderno
es,
en
cierto
modo,
una
creciente
acumulación
de
máquinas,
artefactos
productores
de
todo
tipo
de
ruidos.
¿No
es
el
ruido
la
distorsión
por
excelencia
de
la
comunicación
y
del
sentido?
¿No
es
el
exceso
de
las
palabras
sin
un
silencio
que
les
dé
su
propio
peso
lo
que
anula
la
significación?
El
olvido
del
silencio
podría
ser
una
de
las
claves
fundamentales
para
descifrar
la
escala
de
violencia
y
muchas
formas
de
auto-‐destrucción.
El
silencio
dispone
al
hombre
a
lo
fundamental:
ser
un
sí
mismo
con
y
para
los
demás,
para
la
comunicación,
la
esperanza
y
la
entrega.
El
hombre
es
poeta
y
hermeneuta
del
universo.
Dice
y
hace,
recrea
su
mundo
una
y
otra
vez
a
partir
de
los
materiales
de
las
cosas.
Lo
interpreta
siempre
de
nuevo,
descubre
sus
sentidos,
los
inventa
e
imposta
sobre
lo
que
vive,
percibe,
enfrenta
y
transforma.
¿Puede
el
hombre
ser
sin
vincularse
y
entregar?
¿Puede
la
persona
entregar
sin
esperar?
¿Puede
el
ser
humano
recibir,
entregar,
esperar
sin
amar?
¿Pero
cómo
podría
el
hombre
salir
de
sí
si,
quizá
nunca
ha
estado
consigo
mismo?
Todo
cuanto
pueda
decirse
acerca
del
amor
cobra
su
sentido
en
relación
con
las
acciones
con
las
que
se
significa.
El
silencio
no
es
92
Cf.
Primera
Epístola
de
Juan,
Cap.
4,
3.
51
solo
como
el
intervalo
entre
la
palabra
y
las
obras
del
amor.
Es
lo
que
las
obras
dicen
cuando
las
palabras
están
demás.
¿Cómo
decir
lo
humano
sin
desgastarlo
de
inmediato
en
un
lenguaje
que
ha
desgastado
sus
sentidos?
El
hombre
es
la
pregunta
que
permanece
pregunta.
En
el
silencio
de
las
respuestas
a
las
cuestiones
que
no
encuentran
respuesta
somos
llamados
a
responder,
más
con
la
vida
y
la
acción
que
por
la
palabra.
La
interpelación
es
ineludible.
Para
la
Biblia,
más
que
¿Quién
eres?
La
pregunta
primordial
es
¿Dónde
estás?93
Todos
los
intentos
por
responder
a
las
preguntas
son
el
despliegue
de
ese
llamado
primordial,
permanente.
Llamada
y
solicitud,
invitación
a
buscar
con
los
otros.
Trabajar
por
dar
sentido
y
celebrarlo
con
otros.
Es
el
movimiento
frente
a
una
voz
más
grande.
En
el
silencio
la
conciencia
se
abre
a
la
interpelación
del
otro.
Sobre
esas
bases
es
pensable
refundar
la
humanidad.
Silencio fundante
El
mundo
moderno
lo
ha
usurpado,
y
por
eso
ni
siquiera
se
tematiza
como
tal.
El
ritmo
del
mundo
moderno,
su
configuración
como
mundo
tecnologizado
y
mediático,
ha
logrado
embrutecer
a
una
parte
de
la
humanidad,
robando
de
ella
sus
posibilidades
de
ser
lo
que
podría
ser.
El
ruido
estridente
es
el
“médium”
que
ha
cobrado
ya
carta
de
ciuddanía
de
la
convivencia;
como
el
telón
de
fondo
que
impide
escuchar
el
silencio.
El
silencio
es
un
medio
más
vital,
más
hondo,
más
vibrante
aún,
pero
más
tenue
y
discreto.
93
Cf.
Heschel,
Abraham
J.,
God
in
Search
of
man,
Nueva
York,
1997.
52
El
hombre
vive
como
sofocado,
en
la
paradoja
de
un
tener
que
estar
“volcado
a
las
cosas”
sin
percibirlas
realmente,
no
pudiendo
“estar
consigo”
en
posibilidad
de
encontrar
su
propio
centro
y
desde
él
poder
salir
de
sí
en
la
entrega
a
los
demás
y
al
trabajo
responsable:
La
persona
tiene
una
dignidad
que
depende
de
su
poder
ser
responsable
dentro
de
una
comunidad.
Esto
es
posible
gracias
a
ser
él
mismo,
un
sujeto
que,
en
el
silencio,
sabe
de
sí
al
menos
lo
suficiente
para
poder
responder
de
sus
actos
y
fundar
iniciativas
de
acción.
El
silencio
funda
lo
más
hondo
de
la
vida
de
un
pueblo.
De
él
emanan
las
más
fecundas
leyes,
principios
y
normas
de
convivencia.
Los
trabajos
más
fecundos
nacen
en
el
silencio.
Los
laboratorios,
las
obras
de
los
grandes
artistas
nacieron
en
talleres
silenciosos,
las
más
difíciles
decisiones
vitales,
tanto
para
la
propia
existencia
como
para
el
bienestar
de
los
otros,
tienen
su
origen
en
ese
ambiente,
donde
la
claridad
del
pensamiento
deja
transparentar
los
pros
y
contras,
los
rostros
de
quienes
se
verán
afectados
por
lo
que
haremos
o
dejaremos
de
hacer…
En
el
silencio
el
hombre
se
hace
capaz
de
esperar,
de
creer,
de
amar.
Y
de
poner
el
amor
“más
en
las
obras
que
en
las
palabras”.
Las
sociedades
modernas
buscan
su
legitimación
en
algún
tipo
de
orden
democrático.
Aun
las
monarquías
se
enmarcan
en
un
marco
jurídico
constitucional
en
donde
“el
pueblo”
es
el
objeto
principal
de
cuidado
y
a
quien
se
concede
una
participación
en
las
deliberaciones.
La
regulación
que
los
pueblos
logran
establecer
tanto
hacia
el
interior
como
en
relación
con
otras
naciones
responde
a
mecanismos
cada
vez
más
depurados
para
cuya
cualificación
es
decisivo
el
desarrollo
de
un
lenguaje
adecuado.
Los
procesos
de
racionalización
que
es
posible
constatar
en
casi
todos
las
naciones
dan
testimonio
de
la
omnipresencia
de
un
tipo
de
Logos.
53
significaciones
más
allá
de
lo
decible
o
quizá,
que
no
se
capta
in
la
inmediatez
de
lo
que
las
palabras
suelen
dar
a
entender.
El
vocabulario
político
y
social
conserva
la
resonancia
de
las
voces
que
se
han
hecho
escuchar
en
las
disputas
por
el
poder,
de
los
líderes
y
representantes.
También
quedan
como
ecos
las
voces
silenciadas
de
los
disidentes,
de
los
“humillados
y
olvidados”.
Son
clamores
que
inesperadamente
se
dejan
escuchar
y
dan
fuerza
a
reivindicaciones
que
son
el
Derecho
del
hombre.
El
silencio
es
solo
la
condición
mínima
para
poder
distanciar
de
nosotros
el
estrépito,
para
poder
reconocerlo
como
tal
y
estar
alerta
frente
a
su
continuo
asalto.
Sobre
todo,
es
la
condición
que
abre
la
separación
entre
nosotros
y
las
estampidas
de
cada
día.94
En
el
silencio
se
refundan
las
comunidades
en
posibilidades
de
insospechada
fecundidad.
Sin
el
silencio
el
hombre
corre
el
peligro
de
perecer
entre
sus
inventos
y
de
no
encontrar
la
salida
a
las
urgentes
demandas
de
justicia
y
transformación
del
mundo.
“Cualquier
realidad
sensible,
sea
una
acción,
una
palabra,
siempre
que
no
se
deba
a
la
casualidad
sino
que
retorne
con
fidelidad,
es
una
revelación
de
aquello
que
está
escondido
dentro”.
95
Para
ello
el
hombre
necesita
primero
escuchar.
Ser
oído
atento,
semejante
a
un
caracol
en
el
que
puede
resonar
el
mar
y
el
chasquido
de
sus
olas.
También
puede
ser
la
apertura
que
se
dispone
a
atender
con
cuidado
lo
que
llega
como
un
mensaje
encontrado
en
una
botella
en
medio
del
océano.
Para
escuchar
es
necesario
callar.
Socialmente
silenciamos
lo
desagradable,
lo
incómodo
y
cuestionante;
lo
que
resulta
difícil
de
tratar,
como
toda
situación
de
vulnerabilidad.
Los
discursos
dominantes
proscriben
su
evocación.
La
debilidad
no
es
mercancía
que
se
venda
bien,
ni
la
demanda
de
los
excluidos
“algo”
con
lo
que
se
pueda
contar
o
que
sirva
para
las
metas
redituables.
Ese
silencio
no
es
“nada”.
Lo
único
que
dice
a
quien
así
lo
experimenta
en
la
propia
vacuidad
de
un
mundo
94
Cf.
García-‐Baró,
Miguel,
De
Estética
y
mística,
Sígueme,
Salamanca,
p.
160.
95
Isaac
de
Nínive,
El
don
de
la
humildad,
Cristiandad,
Salamanca,
2007,
p.78.
54
embotado.
Un
“no”
a
la
responsabilidad,
la
solicitud
y
el
cuidado
de
los
que
se
inútilmente
se
busca
silenciar.
En
ellos
se
adivina
la
bienaventuranza
de
la
verdad
de
la
que
son
testigos.
“El
es
la
vida”.
La
voz
del
Verbo
nace
desde
el
corazón
de
un
hombre,
desde
un
silencio
experimentado
frente
a
su
rostro
ignorado,
masacrado.
Al
pretender
ignorarlo
dice:
¿Por
qué
me
pegas?
96
96
Cf.
Evangelio
de
Juan,
Cap.
18,23.
55