Derecho y Moral
Derecho y Moral
Derecho y Moral
El libro es una amplia y pormenorizada compilación de trabajos de diversa índole y extensión en el que subyace un conjunto de tesis que permiten advertir en él un punto de
vista respecto del derecho, sistemático y consistente.
Primero, hay en este libro, y en el resto de la obra de Alejandro Vergara, una cierta caracterización del derecho contemporáneo, que es peculiar, original y merecedora de un
debate intelectual, a la altura de la formulación que esa tesis posee. Él sugiere que el derecho contemporáneo no es un derecho moderno sino, como él lo denomina, un
derecho neomoderno, cuya característica central es que sería el producto de cuatro fuentes, que se disputarían entre sí la hegemonía en la producción del derecho. Estas
cuatro fuentes serían las siguientes: Desde luego, la ley, es decir la producción deliberada de reglas de relación pública; acto seguido, y quizás este sea uno de los aspectos
más problemáticos de la tesis, pero las buenas ideas son siempre problemáticas, lo que él llama el hecho jurídico. En tercer lugar, la jurisprudencia. Y, en cuarto lugar, la
doctrina.
La segunda tesis, relacionada con la anterior, alude a una caracterización del sistema de fuentes, el que se compondría tanto de normas o reglas, como también de principios.
Y la tercera es una tesis respecto del gran debate iusfilosófico que se desenvuelve durante el siglo XX entre iusnaturalismo y positivismo. El profesor Vergara apuesta a una
tercera vía.
A la hora de efectuar un examen crítico de un texto, sobra decir, inteligente y muy interesante, me detendría en la caracterización del hecho jurídico, el que según Alejandro
Vergara se refiere a hechos que, al margen de las reglas, tienen sin embargo, incidencia en el sistema normativo. Esta parece una tesis insólita para quien maneje el concepto
de hecho jurídico propio de los civilistas, pero si uno atiende al tipo de influencia intelectual de la que participa el profesor Vergara, me refiero a Emilio Betti, esto no resulta
tan extraño.
La segunda tesis que subyace en este libro es la idea de que el sistema normativo se compone no solo de normas sino también de principios. El libro es interesante entre
otras cosas por esto, porque aborda originalmente estos problemas sobre los cuales tanto se ha escrito. ¿Qué dice Alejandro Vergara sobre esto? Él caracteriza a los
principios no exactamente como enunciados morales en el sentido de Dworkin, aunque es uno de sus autores preferidos, ni tampoco los caracteriza como resultados
inductivos de las reglas. Él los considera precipitados del Volkgeist, espíritu del pueblo, expresión de Savigny, pero que no es extraña a Betti y a la tradición hermenéutica.
La tarea del juez sería auscultar el espíritu del pueblo. Esto parece problemático, y supone erigir a los jueces en personas que, a diferencia de usted o yo, tienen línea directa
con ese espíritu del pueblo. Esta es, quizás, una de las principales críticas a esta muy interesante obra.
Pero los principios es un tema clave, y uno de los temas más valiosos del trabajo que ha venido realizando el profesor Vergara, y es llamar la atención acerca de este
componente del sistema normativo.
Finalmente, la tercera tesis es la manera en que Alejandro Vergara se sitúa en la disputa entre positivismo e iusnaturalismo. Nuevamente, él recurre al tema de los principios,
y se sitúa en una línea semejante, cercana, relativamente amistosa con la tesis de Dworkin en esta materia, para quien los principios son enunciados de moralidad.
En suma, estamos en presencia de una obra en que subyacen esas tres tesis que entretejen el conjunto de sus líneas, la que contribuye de manera muy importante al debate
legal en Chile.
(*) Extractos de la exposición oral en la presentación del libro de Alejandro Vergara Blanco, Teoría del Derecho: Identidad y transformaciones. Santiago: Ediciones UC, 2019, 301 páginas.
Santiago, 10 de julio de 2019, Casa Central PUC.
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“Sobre el merecimiento”. Así se titula el discurso con el que Carlos Peña —abogado, doctor en Filosofía y
rector de la Universidad Diego Portales— hizo su ingreso como miembro de número de la Academia de
Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile.
Carlos Peña —autor de más de20 libros y columnista de “El sucede así al fallecido Francisco Orrego Vicuña,
eximio abogado, quien fue juez ad hoc de Chile ante La Haya En una ceremonia encabezada por el
presidente de la Academia, Jaime Antúnez, y por la secretaria académica, Marisol Peña, fue a Agustín Squella
—aca= démico, actual convencional y miembro de número— a quien le correspondió presentarlo. Squella
destacó “su espíritu crítico”, “su prosa de autor maduro”, sunotable aporte al debate público como “hombre
de pensamiento, pero también de acción”, además de una cercanía académica que ambos han cultivado por
40 años.
Extractos del discurso de Carlos Peña “Una de las expresiones que más se repiten por parte de todos quienes
se incorporan a esta academia, o de todos quienes reciben una distinción semejante, es aquella según la
cual, en su opinión, no la merecen.
Es probable que esa expresión muestre un genuino sentimiento de modestia; pero de lo que no cabe duda es
que ella es el fruto sincero de uno de los enigmas intelectuales más antiguos que conocemos y que puede ser
resumido en una sola pregunta; una pregunta que ha rondado a casi todaslas disciplinas que se ocupan de lo
humano, desde la filosofía a la teología, pasando por otras de mayor presencia en el mundo contemporáneo,
como son la sociología o el derecho: ¿ cuánto de nuestra posición en el mundo se debe a la voluntad y el
esfuerzo propios y cuánto a circunstancias que no somos capaces de controlar?, ¿qué parte de nuestra
peripecia vital es el fruto de las decisiones que adoptamos y qué parte, en cambio, de designios que
desconocemos y cuyos resultados, entonces, no nos pueden ser atribuidos? En suma, ¿qué parte de lo que
somos se debe a nuestra agencia y qué parte a la “Se trata de un problema que, como digo, está a la base
de nuestro lenguaje moral, de manera que para que este último tenga pleno sentido es impre cindible hacer
esfuerzos por dilucidarlo. Algunos ejemplos nos ayudarán a identificarlo y a situar la incomodidad intelectual
que este problema suele suscitar.
Así, decimos que el delincuente merece la pena o el castigo o que el buen estudiante el premio, o que esta
otra persona mereció ocupar un sillón en la Academia y aquel otro en cambio no, y todo eso que decimos
supone que al delinquir el delincuente, aprender el estudiante o ganarse el sillón el académico, cada uno de
ellos fue responsable del curso causal que lo llevó a ese resultado; y al decir que fue responsable queremos
decir que cada uno, no obstante haber hecho lo que hizo, pudo perfectamente haber ejecutado algo distinto,
que el delincuente pudo evitar delinquir, el estudiante preferir distraerse en vez de leer, 0 el académico
dedicarse a la política en vez de cultivar los conceptos, y decimos entonces que porque hicieron loque
hicieron, pudiendo haber hecho algo distinto, merecen la suerte que les tocó.
En suma, cuando hablamos moralmente y reprochamos o encomiamos las acciones que ejecutamos,
suponemos que está en nuestras manos el control de lo que hacemos, de manera que lo queresulte de esas
acciones debe sernos atribuido.
Merecer algo, en suma, supone la previa capacidad de controlar aquello que hacemos o que nos pasa”. “A
ese fenómeno que acabo de describir selo llamaen la literatura filosófica desde los años ochenta, el problema
de la suerte moral.
Ella se verificaría, explican Thomas Nagel o Bernard Williams, cuando un aspecto significativo de lo que
alguien hace depende de factores que están más allá de su control y, no obstante, a pesar de que lo
sabemos, sin embargo, que nos consta que lo que hizo o le ocurrióno depende enteramente de él, seguimos
tratándolo como objeto de juicio moral, de encomio o de reproche”. “Este problema indicaría que la suerte
cumple al parecer un papel muy importante en nuestros juicios morales o, si ustedes prefieren, todo esto
indicaría que la suerte posee relevancia moral, que calificar moralmente algo no es solo calificar una
conducta, o una decisión, o una acción deliberada, sino también algo que se nos escapa y que nosomos del
todo capaces de comprender”. “Desde luego, parece obvio queel problema de la suerte moral solo se plantea
cuando concebimos la condición humana como lo hacía Pelagio.
En efecto, solo si nos vemos como agentes de nuestra propia existencia y si concebimos nuestro destino
como el fruto de nuestro propio esfuerzo, la existencia del azar o de la suerte, la presencia de esas
circunstancias sorpresivas que no pudimos ni prever ni resistir nos resultan incómodas y contradictorias con
la que tenemos de nosotros.
Pero la concepción inversa, como vimos más arriba, también nos resulta inaceptable, porque si nos
concebimos como el fruto de las circunstancias o de la estructura como a veces se prefiere, si nos viéramos
como simples herederos del azar natural o de la historia, arriesgaríamos el peligro de suprimir nociones tan
relevantes de nuestra cultura como la responsabilidad”. “Muchos siglos después de esa disputa entre San
Agustín y los pelagianos, un influyente filósofo contemporáneo, Habermas, se preguntó qué te nía de malo la
clonación de seres humanos o la intervención en el embrión a fin de diseñar mejor su existencia, o sus
características, su nivel de inteligencia o su aspecto, evitando, por ejemplo, que poseyera aquellas que nos
parecen poco deseables, que fuera lento, o tuviera un aspecto que hoy consideramos feo o poco agraciado, o
no fuera muy inteligente, ¿no sería mejor el mundo futuro si nos decidiéramos a hacer eso? ¿ No tenemos
acaso a mano la posibilidad de suprimir la suerte moral con la biotecnología a nuestra disposición? La
respuesta de Habermas frente a ese problema es una respuesta en algún sentido agustiniana.
Si hi ciéramos algo así, dice Habermas, si interviniéramos genét camente a las nuevas generaciones
suprimiendo su parte de azar natural, y si gracias ala reforma social espantáramos del todo la suerte, la
imagen moral sobre la que descansa la idea de dignidad humana o de derechos básicos se desvanecería y
padeceríamos entonces una profunda pérdida moral”. “Así entonces es mejor, como sugería Agustín de
Hipona, aceptar que en nosotros hay un cierto misterio, porque esa sería la única forma de salvar nuestro
deseo de justicia y, a la vez, de retener la idea de responsabilidad y de merecimiento o to, de donde resulta
que la ignorancia final acerca de lo que somos posee un cierto valor moral y que entonces agradecemos lo
bueno que nos ocurre o lo que nos pasa no porque seamos merecedores de recibirlo, sino porque
sospechamos que es mejor no saberlo y que la modestia real o fingida es la única manera de evitar se lo
averigiie”.