Un Sueño para Dos - Ariadna Baker
Un Sueño para Dos - Ariadna Baker
Un Sueño para Dos - Ariadna Baker
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Epílogo
Libro 2
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Epílogo
Libro 3
DEDICATORIA
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Epílogo
Libro 1
Capítulo 1
—Tú flipas si crees que lo vas a lograr, Lourdes. Eres una ilusa. —Ya me
estaba Gema cargando.
—Pues una noche de copas en el bar de Adán, que ese sí que está bueno.
—Ya, ya, he oído que lo llamas “el paraíso”, por motivos obvios.
En los pocos días que llevaba en Madrid, mi vida había dado un giro de
ciento ochenta grados. Y hablando de grados, si algo me sentaba
rematadamente mal de la capital de España, era los pocos que marcaba el
termómetro.
Vale que corría el mes de octubre y que no estoy hablando de un frío polar,
pero es que, para una canaria como yo, unos grados de menos se convierten
en una especie de tragedia que solo puede ser combatida con kilos y kilos
de ropa. Qué se le va a hacer y además ese otoño se presentó especialmente
gélido.
—Julio y agosto, esos son los míos, con ese calorcito tan rico.
—Pero para entonces lo tengo claro, me apalanco en casa de cierta amiga
canaria que acabo de conocer y me paso un verano de escándalo.
—Cuidadito con lo que dices que ahora la gente está muy sensible con el
tema de los pirómanos, no nos vayan a meter presas por tu culpa.
Mientras hablaba con Gema no podía evitar hacer eso que tanto me gustaba,
perderme en las facciones de Fabio.
Fabio era uno de los mejores, por no decir el mejor en su sector. Su escuela
de fotografía gozaba de una merecida fama nacional e incluso diría también
que internacional, pues algunos de mis compañeros de curso habían llegado
desde otros países atraídos por el halo de su fama.
Su elevado nivel de profesionalidad estaba fuera de toda discusión. Pero en
lo tocante a su vida personal, esa debía ser harina de otro costal…
Todavía era inevitable que la piel se me pusiera de gallina cada vez que
pensaba en mi muñeco rubio de ojos verdes, el niño de mis ojos, mi
hermano pequeño… Ojalá él también nos hubiera dejado para ir a estudiar
fuera como yo, a Londres, como él quería.
Pero no, Oliver nos había dejado para ir a un lugar en el que yo estaba
segura de que nos esperaba, pues me negaba a creer que jamás volvería a
verlo.
Todo fue demasiado rápido. La primera vez que en aquella fría consulta del
especialista escuchamos el nombre del tumor que había invadido su cuerpo,
mi madre y yo nos quedamos en shock.
Como el valiente que era, fue Oliver el que nos animó a la salida de la
consulta. Dieciocho añitos tenía y el más triste de los pronósticos; solo unos
meses de vida por delante.
Unos meses de vida que nos supieron a muy poco y a los que él les sacó el
máximo partido hasta el último momento… unos meses en los que yo me
fui aficionando a la fotografía gracias a él, pues todo mi afán era mantener
vivo su recuerdo a través de imágenes.
Súper emotivo fue el tributo que le rendí en casa días antes de su partida.
Para ello trabajé con ahínco y conseguí recrear un reportaje con fotos a
tamaño real que coloqué estratégicamente por todo su dormitorio.
Sencillamente flipó, pues eran las instantáneas que resumían los mejores
momentos de nuestra vida familiar.
Ahora, unos meses después de su marcha, tenía que reconocer que los
mejores recuerdos de mi hermano yo los había grabado en el disco duro de
mi memoria; pero parte de su legado lo constituía el amor que me había
transmitido por una profesión en la que yo quería despuntar.
Tanto mi padre, que también se llamaba Oliver, como mi padre, Nadia, eran
de lo más correctos. Sin embargo, yo era un poco díscola y tenía la lengua
un tanto suelta, un defectillo de nacimiento que a mi hermano siempre le
hizo mucha gracia.
—Oliver, es que yo no puedo ser como tú, que eres más cumplido que un
luto—le solía decir.
Lo echaba tanto de menos que a veces me pellizcaba para sentir dolor físico
y olvidarme momentáneamente del otro, del dolor en el corazón que me
producía que ya no estuviera con nosotros.
Desde que nos faltaba, tampoco es que mi madre se hubiera convertido
precisamente en la alegría de la huerta, pero como ya he apuntado, el que lo
llevaba verdaderamente mal era mi padre, que se había sumido en un
peligroso bucle depresivo del que no encontrábamos la forma de sacarlo.
El psicólogo nos decía que era cuestión de tiempo, que él solito tenía que
pasar el duelo e ir volviendo de modo paulatino a su realidad, pero mi
madre y yo teníamos más miedo que siete viejas de que su carácter hubiera
cambiado de manera irremediable para siempre.
La realidad era que estaba encantada con los compañeros de piso que me
habían caído en suerte. Los tres juntos formábamos un equipo espectacular
y allí se respiraba un ambiente de compañerismo que me llenaba el alma.
—Es que si no se notara sería para colgarlos de un pino, porque mis padres
me van a tener que rehipotecar hasta a mí a este paso para pagar el dichoso
grado—decía Gema cuando salía a la luz el tema.
—¿Y por qué no te venden mejor? Es una vía más rápida y menos farragosa
de obtener ingresos por un lado y de perderte de vista por otro—le
contestaba Fabio a quien siempre le gustaba decir la última palabra.
Gema era de lo más gracioso. El asunto es que tenía un tic nervioso que a
nosotros nos parecía que era la bomba y que no consistía en otra cosa más
que en saltar insistentemente cuando la sacábamos de sus casillas o cuando
algo le inquietaba.
Explicado así, parece que lo nuestro más que un piso fuera un monte
bucólico con sus animalitos y todo, pero no; el nuestro era un piso de
estudiantes en toda regla en el que ya se vislumbraban incluso las primeras
fiestas.
No en vano, en el curso estábamos estrechando cada vez más lazos entre los
estudiantes a excepción de Irene, una especie de diva a quien le encantaba
intentar captar la atención de Fabio, quien pasaba de ella olímpicamente.
Por fortuna para mí, Fabio no le hacía ni pajolero caso a ninguna otra. Claro
que esa era la manera de ver el vaso medio lleno; que tampoco me lo hiciera
a mí era la realidad y ya ese estaba un poco más vacío. En cualquier caso,
yo sabía que solo era cuestión de tiempo…
Y ahora tenía un objetivo claro; lo primero era ver sonreír a mi profe, que
de conquistarlo ya me encargaría más tarde…
Capítulo 2
—No jodas, que ese es más serio que un cuarto de especias. —Me rasqué la
cabeza mientras me planteaba el paralelismo.
—Claro, claro, muy serio, como que este va repartiendo alegría a chorros,
no te fastidia la tontuela esta…
—A ver, que vale que es serio, no te digo que no… Pero tiene un morbazo
que lo flipas y está bueno que te cagas…
—La que la vas a cagar eres tú como te quedes colgada del profe. — Gema
acababa de llegar con las bandejas de la comida.
—Dos mierdas pinchadas en un palo con perdón por la comida. Creo que
tiene unos treinta y seis, no es ningún carcamal…
—Bueno, bueno, os veo a los dos peleando en el barro por él, duelo de
leonas…—A Gema se le encendieron los ojos.
—Callad, callad, que, hablando del Rey de Roma, por la puerta asoma…
Miramos las dos en la dirección que nos señaló Patricio y allá que llegó
Fabio.
—Ains, ya se me han quitado las ganas de comer, parece que las mariposas
más que revolotear en mi estómago se hayan liado a patada limpia con él.
En ese instante Fabio nos miró y, ambos, como dos cabezas huecas, le
dirigimos dos miradas cargaditas de contenido. Anda que si los ojos
hablaran…
—Vamos, que a ti no se te nota que cuando saludas a Adán vas más caliente
que el palo de un churrero…—Yo tampoco podía callarme ni debajo del
agua.
—Pues desde luego que menos que a vosotros, que parecéis dos babosas…
—Claro, como Patricio es gay, lo mío es vicio, vete un poquito a freír unas
pocas de puñetas, guapa…
Cada bocado que di tuvo que sortear las mariposas de mi estómago para
poder entrar en mi estómago.
Hasta ese momento no había cruzado ni una frase con él, más allá de la
presentación en clase y de alguna intervención en la misma, siempre en la
línea alumna-profesor.
—No entiendo…
—Y tú, ¿siempre hay que arrancarte una sonrisa o alguna vez te saldrá sola?
—Veo que sabes mirar más allá de lo que tienes delante de tus narices y eso
es bueno—me espetó.
—Pues puedes hacer tu petición, del helado, me refiero. —Le señalé hacia
el mostrador donde la chica ya le preguntaba qué quería tomar.
—No, no, pero hasta un bombo te dejabas hacer tú por ese si llegara al caso.
—Me guiñó el ojo Gema mientras hablaba por los bajinis para que el resto
de los compañeros no se empapara de nuestra conversación.
Me llamó la atención que, siendo como era una persona de lo más popular,
comiera solo. Varios de los profesores continuaban en la escuela por la tarde
y era muy probable que también almorzaran por la zona.
—A mí, cuando paso del culo de alguien, me importa un bledo lo que diga
por los bajinis. Ese quiere algo y tú eres una guarra con un montón de suerte
que lo mismo te llevas hasta el gato al agua. —Me sonrió Patricio.
—“¿Quién vive en la piña debajo del mar?” —Cada vez que quería reírme
de él le cantaba la cancioncita de Bob Esponja, que para algo se llamaba
Patricio.
—Tú ríete, pero yo creo que tiene razón…—Gema estaba de acuerdo con
él.
—Dios os escuche, pero yo no veo cómo acercarme a él, debe ser un tipo de
lo más complicado. Pero es que me gusta tanto…—suspiré.
—Hija, no ves, no ves… Pues anda que no tienes dos poderosas razones en
esa delantera para acercarte, si las tuviera yo, anda que no les iba a sacar
partido ni nada. —Patricio era más lanzado que un cohete.
—¿Y qué si las tengo? Si te parece las saco allí en medio de la clase y que
las fotografíe…
—Pues nada, preparad las cámaras que mañana hacemos un reportaje porno
en clase, almendrucos—ironicé.
—No seas paleta, de fotografía porno claro que no, pero de esos reportajes
boudoir que tanto se llevan ahora, no pueden ser más eróticos… —Mi
compañero se regocijaba en la visión.
—Sí, sí, mañana se lo digo, que en su casa o en la mía, que me voy a poner
medio en bolas para que saque lo que quiera de mí… ¿Me queréis dejar en
paz?
—No hace falta, que me hago cargo y a este paso voy a echar la pota aquí
mismo…
Algo me decía que él no era así y que la vida lo había sacudido con cierta
violencia, ¿qué secreto escondería su melancólica mirada?
—Sí, pero me da a mí que este tiene una cabeza con un potencial parecido
al otro. —Patricio era muy peliculero.
—Claro, como vosotras lo tenéis muy fácil, pero a ver quién es el guapo
que le dice a la anaconda que se tiene que ir a dormir cuando sale con ganas
de juerga…
Capítulo 3
—¡A mí, a mí! —chilló Patricio y Gema dio el primer saltito sin poder
contener los nervios.
—Chica, ¿te ha dado un espasmo? —le preguntó Irene, que era de lo más
cruel.
—No te preocupes que en breve me iré de viaje. Como Irene que me llamo
que Fabio me va a llevar a mí, que lo sepas.
—¿Y a ti por qué, niña? —le preguntó Patricio con una mezcla total de
desprecio y celos.
Irene se sentó en su mesa y yo noté que las uñas me arañaban las palmas de
las manos, de lo apretados que tenía los puños.
—Es que la niña esta ha sido modelo, por lo que he podido escuchar…
—Vale, vale, que no digo yo que tenga la cara de una alpargata, que es
mona y tiene cuerpo, pero que también tiene una prepotencia y una mala
leche que tiran para atrás y sin embargo tú…
—Sin embargo, yo, ¿qué? Sigue, sigue que me está gustando—le animé.
—¡¡Ole, ole!! —le salió a Patricio del alma y Fabio lo miró con gesto
reprobatorio.
—Un poquito de por favor, chicos, esto es una escuela y no una feria.
—Perdón, perdón…
—Pues nada, que os decía que seguro que ese compañero vendrá cargado de
sensaciones positivas que os podrá transmitir. No hemos tenido aún ocasión
de conocernos demasiado, pero no me cabe duda de que pensaréis que soy
un enamorado de la fotografía y no os equivocáis.
—Y tú una taruga que no sabe mantener la boca cerrada, calla ya, mujer.
Sentía la necesidad de querer saber más de Fabio y cualquier ocasión me
parecía ideal para hacerlo…
—Yo soy de los que opinan que mi mejor fotografía está por llegar, que
probablemente será la que haga mañana. Me nutro de la fotografía, que para
mí es una filosofía de vida. Disparar a todo aquello que os interesa en el
momento preciso es como formar parte de una compañía de arte, pedíos
más a vosotros mismos, chicos… Haced esa fotografía que ningún otro es
capaz de hacer. Coged vuestra máquina e id mucho más allá…
No eran ya sus palabras, sino la forma en la que las decía. Fabio comenzó a
hablar de una pasión, la que sentía por la fotografía, que parecía no existir
en el resto de las parcelas de su vida. No era ya que siempre estuviera serio,
que lo estaba, era que parecía contener las emociones.
—¿Tu padre está así de bueno? Porque si es así me vas a arañar, pero me
voy a convertir en tu madrastra y punto en boca.
Fabio continuó hablando con esa tranquilidad tan suya a la que ya nos
estábamos acostumbrando.
—Chicos, lo primero que me apetece que sepáis es que en esta escuela nos
gusta premiar el esfuerzo… Dicho esto, debo añadir que, en esta ocasión,
dado que el curso acaba de comenzar, no disponemos de recursos para
valorar los méritos de cada uno de vosotros, por lo que, aun a riesgo de que
pueda parecer injusto, vamos a proceder al sorteo que nos llevará a
determinar la identidad de mi acompañante.
—Un encanto, pero está empanada. ¿Te juegas algo a que le doy un susto de
muerte y ni se inmuta?
—Estate quietecita, anda, que pareces una cría. A todo esto, mi amiga se
estaba conteniendo, pero se notaba que tenía unas ganas extraordinarias de
seguir dando saltitos a consecuencia de los nervios.
Sin más, Fabio procedió a meter diversos papeles blancos y tan solo uno
negro en una bolsa. Todos sacaríamos uno sin mirar y lo mantendríamos
oculto hasta que él diera la orden. Entonces abriríamos la mano…
—No seas tonta, ¿qué posibilidades tengo yo de ligar con él? Ese tiene una
pinta de hetero que echa para atrás, ve tú Lourdes, vive…
—Vale…
Igual que si estuviera ensayando para los premios Óscar, pegué un respingo
y un chillido tremendo al abrir la mano, como si no supiera lo que esta
contenía.
—Hay algunas cabronas con suerte—le escuché decir a Irene y la miré con
mi sonrisa más socarrona por toda respuesta.
—Muy bien, Lourdes, ¿preparada para partir el domingo por la tarde hacia
Bruselas? —me preguntó Fabio.
—Preparadísima—le respondí.
En honor a la verdad, debo decir que la cara de Fabio cuando exclamé que
yo era la ganadora fue de satisfacción. Ojalá hubiera podido decir que fue
de alegría, pero esa palabra no parecía entrar en su vocabulario.
—Le debes la vida a Patricio, lo he visto todo, qué tío más grande—me dijo
Gema al oído.
Durante aquella hora de clase, que para más inri fue algo más técnica de lo
habitual, me costó concentrarme. Aun así, reconozco que cada una de las
clases que él nos impartía eran una joya y le presté la atención que merecía.
Claro que esa atención se mezclaba con mi fantasía y mi imaginación
terminaba volando como una cometa.
La que tendía un tic era mi amiga, pero la que llegó dando saltitos hasta el
despacho de Fabio fui yo.
No sabía lo que me pasaba, pero que ese hombre sacaba mi lado más
salvaje era un hecho.
Con unas dimensiones suficientes para rodar allí una película, aquel
despacho era enorme y su decoración minimalista causó mi fascinación. La
perfecta fusión de los blancos y los negros solo se veía ligeramente alterada
por el toque verde que le otorgaban algunas plantas que se veían de lo más
cuidadas.
—Apenas me conoces, ¿por qué dices eso? —Enarqué las cejas, dado que
Fabio no me parecía una de esas personas que alaben por alabar.
—Porque el diablo reconoce al diablo y veo que le pones pasión a las cosas.
Incluso a la hora de hacer trampas, reconozco que tienes gracia…
Eché una visual, por aquello de que no sabía ni hacia dónde mirar después
de que nos hubiera pillado y me topé con gran cantidad de fotografías,
muchas de las cuales cubrían las paredes de su despacho.
En ellas aparecía un niño de unos cuatro añitos que era la viva imagen de
Fabio. Solo había una que debía haber tomado otra persona en la que ambos
aparecían juntos. De haber podido destacar alguna característica de esa foto,
poca duda habría tenido; la complicidad entre ellos era evidente.
Pero, por encima de todo, lo que más me gustó fue que en esa fotografía
Fabio mostraba una sonrisa que competía en amplitud con su despacho.
—Claro…
Sus pocas ganas de hablar del tema, que no fuera posible que lo viéramos
por allí…
—Perdona Lourdes, pero no son temas que yo suela hablar con mis
alumnos. De todos modos, te diré que sí, que todo lo bien que se puede estar
cuando tu madre te traslada de ciudad y hace todo lo posible por apartarte
de tu padre.
—Ains, menos mal—me desplomé en la silla.
Oliver siempre me decía que yo era muy peliculera y ahora le daba la razón.
Por unos momentos yo le había dado matarile al chiquillo, pero por suerte
no era así…
—Todo esto es un poco raro. Por cierto, tendrás que darme la ubicación de
tu casa…
—Sí, sí, por eso—carraspeó como indicando que por qué otra cosa podía
ser.
—Ok, ok…
—Por cierto, quiero comentarte que en Bruselas hay ahora mismo vigentes
un par de exposiciones de fotografía que también me encantaría visitar. ¿Te
importaría que prolongáramos nuestra estancia un día más para verlas?
Volveríamos el miércoles por la mañana.
Por último, me dijo que si no tenía ninguna duda más nos veríamos
directamente el domingo, pues él no daba clases los viernes.
Esperaba una despedida algo más efusiva, pues nuestra charla había sido
medianamente distendida, pero no fue así. Con Fabio sentía como si
quisiera darme una de cal y otra de arena. No es que yo pensara que fuera
de esos que tiran la piedra y esconden la mano, pero sí que por alguna
extraña razón yo le atraía, pero le costaba aceptarlo.
—No seas sosa, ¿eh? Que yo lo veo de lo más divertido, ya verás lo que nos
vamos a reír…
—Tú estás muy, pero que muy necesitado y esta y yo vamos a hacer algo
por ti, porque si no vas a acabar fatal… —Gema estaba decidida a que
nuestro amigo triunfara esa noche. Y yo más, con lo mucho que tenía que
agradecerle.
—Sí, pero tú a Adán lo tienes a punto de caramelo, que cada vez que
entramos en su local se nos pega como una lapa, y en cuanto a la Lourditas
de nuestros amores, esa sí que va a triunfar como Los Chichos en
Bruselas…
—Pues no se diga más, fiesta romana esta noche, nos vamos a poner que no
nos va a reconocer ni la madre que nos parió…
Patricio estaba exultante con la idea que habían tenido nuestros compañeros
de improvisar una quedada romana para esa noche, todos ataviados de
época.
—Sí, sí, como si fuéramos a rodar Espartaco—le contestó Gema que por lo
visto se conocía todas las pelis romanas porque era el género preferido de
su abuelo.
—Un preservativo bueno se tenía que haber puesto tu padre antes de hacerte
a ti, cafre.
La tarde se presentaba de lo más divertida. Iríamos de shopping, pero en
plan modesto, que tampoco era plan de gastarnos el oro y el moro para
echar un buen rato con los amigos.
—Me han dicho que hay una tienda de disfraces de segunda mano que es
una pasada y por lo visto podemos alquilarlos, yo quiero ir de centurión…
—Sí, con el frío que yo tengo, más que en un traje romano estoy pensando
en un poncho peruano, pero bueno…
—De eso nada, tú por encima te pones lo que te dé la gana, pero abajo un
vestido de esos blancos asimétricos con su cinturón y su capita…
—Porque has dicho asimétrico que, si no, hubiera pensado que ibas a vestir
a la chiquilla de Supermán, fíjate…
Allí parecía que competíamos a ver quién decía la mayor tontería, por lo
que nos echamos a reír con la ocurrencia de Patricio y Gema hizo como que
empezaba a volar con la capa…
—Yo me voy a pelar de frío con esto, ¿lo sabes? —le comenté cuando nos
probamos aquellos vestidos con la tela tan fina y caída que parecía un papel
de fumar.
—Tú te vas a callar ya y no seas aguafiestas, anda, que eres muy cansina.
Estás guapísima y vamos a juego. Ahora nos vamos a ir a un chino a buscar
algunos complementos. Ahí te quedas, Patricio—le indicó mientras él
seguía en los vestidores.
—Gracias por esperarme y, sobre todo, por darme vuestra opinión, guapas.
Dios os lo pague con siete hijos pelones…
—Ah, no, de eso nada. El que se acerque a mí tiene que ser huérfano, yo
con esas señoras no me llevo, nos desmoñaríamos en un periquete.
—Mira, este adorno me encanta para los brazos y para el pelo, que tenemos
que llevar un semi recogido de esos guapos, vamos a quedar divinas.
—¿Tú lo ves?
—¿Y aquí qué te ha pasado? ¿Por qué estás de capa caída? —se burló
Gema.
—De capa caída vas a estar tú como me sigas dando caña. —Mi amiga
acababa de probarse su vestido y él le dio un tirón, ella salió corriendo y,
como debía tener ya mil trescientos lavados, se quedó con la capa en la
mano.
Con lo ilusionada que estaba con la fiesta, se le saltaron hasta las lágrimas.
—¡¡Y una mierda!! ¿Tú no dices siempre que eres la caña de España y muy
apañado…? Pues ahora me lo coses… Y como se den cuenta al devolverlo,
ya te puedes rascar el bolsillo.
Esa fue la forma en la que, mientras nosotras nos arreglábamos, Patricio se
pasó la tarde de lo más hacendoso, silbando y cosiendo.
—No me des caña tú también, anda Lourditas, que yo soy bueno contigo.
—Ains, sí, más bueno que el pan, cariño mío, que cada vez que pienso que
me voy a plantar en Bruselas con Fabio me tiemblan hasta las cuerdas
vocales…
El cuadro era de traca. Antes de salir los tres nos tomamos varios selfis que
subimos a las redes, entonamos muy solemnes eso del “uno para todos y
todos para uno” y pusimos rumbo a una fiesta que no podía pintar mejor.
—Sí, esa es ella con todas sus chupaculos. Esto es la monda, parece que
está haciendo prácticas para trabajar en Tele 5.
—Pues si no quiere trabajar en Tele 5 que hubiera estudiado—bromeó
Patricio, quien estaba de lo más atractivo con su disfraz de centurión.
Nos reímos con él y seguimos echando una visual por todo el local.
—Eso digo yo, que cuando te cases con él, ¿cuál va a ser vuestra principal
diversión, hacer calceta? —ironizó y yo me mordí la lengua por no liarla.
—Sí, sí, que te lo has creído tú, ese, con toda la pinta de amargado que
tiene, seguro que luego es un empotrador de primera, qué suerte tienen
algunas—me miró suspirando de arriba abajo Patricio.
—Pues tienes razón, vamos a brindar porque nuestra amiga folle de lo lindo
en Bruselas—le soltó Patricio a Gema como quien lava y no enjuaga.
—Bueno, pues porque haga el amor con su querido Fabio en Bruselas, que
no puedes ser más cursi.
—Hombre, un terminito medio, mejor…
—Tú lo que quieres es que me coja el toro, haz con él lo que te dé la gana,
pero a mí no me lo cuentes, que tengo un ataque de envidia de la mala que
no me aguanto…
—Pues igual y el muy desgraciado nos tiene aquí secas… Hombre, que
primero es la obligación y después la devoción.
Me quedé un poco impresionada por las muchas risas que estaba echando
con Adán. Corrijo, no por las muchas risas, sino por la complicidad que
parecía estar naciendo entre ellos.
No es que Adán fuera de su propiedad, eso estaba claro, pero que tampoco
creía yo que fuera a hacerle demasiada gracia ver cómo le estaba poniendo
el brazo por encima a Patricio, quien se dejaba llevar…
Madre mía, que igual eran cosas mías y no había maldad ninguna en el
gesto, pero que a lo mejor…
Sí, sí que había maldad. O, mejor dicho, sí que había tomate porque antes
de que llegara hasta ellos, Adán le dio un beso de tornillo a Patricio que este
no esquivó, precisamente.
—Pero ¿se puede saber qué estáis haciendo? —les dije mientras Adán
retiraba su lengua de la campanilla de mi amigo.
—Pero bueno, ¿tu amiga es homófoba o cómo va esto? Ya solo falta que
entren un grupito de skin heads por la puerta y estaremos todos…
—¿Eres bi y estás liado con ella? Mira que por mí no hay problema, por un
ratito nos podemos liar los tres.
—Aquí se va a liar, sí, pero el dos de mayo como nuestra amiga os vea,
chalado…
—Gema está por ti y pensaba que tú por ella, por eso de que solías estar
cerca de nosotros.
—Oye, guapa, que aquí no estamos cometiendo ningún crimen, ¿eh? Que
solo nos estamos besando.
—Sí, sí, pero eso se lo tendréis que explicar a ella.
—Niño, que lo decía de broma, coge el toro por los cuernos y apechuga—le
insté a que fuera sincero.
—No le digas nada, todavía no, Lourditas, por favor. Me debes una, hazme
ese favor.
Maldita la hora en la que yo había ido a por las copas. Ahora compartía con
Patricio y Adán un secreto que me pesaba demasiado… Esa noche no pude
disfrutar demasiado de la fiesta ni pegar un ojo cuando volvimos a casa.
Más valía que él sacara la lengua a pasear pronto o ese secreto me iba a
corroer por dentro.
Capítulo 6
El domingo a la hora del almuerzo allí no había abierto la boca para hablar
ni el Tato de Jerez…
A mí me entraban sudores fríos cada vez que pensaba en que Gema podía
cometer un homicidio doble cuando se enterara, dándonos de baja a Patricio
y a mí, pues ella mentaba a Adán a cada momento.
Unos minutos antes de las cuatro ya estaba Fabio allí como un clavo.
Atractivo a rabiar, con sus jeans lavados, su camisa verde agua y su jersey
azul marino a juego con sus deportivas, estaba de dulce.
—Veo que vas descalzo—le dije mientras avanzábamos por las calles.
—Sí, me encanta la velocidad, ¿y a ti?
—También, yo tenía que haber sido una Fernanda Alonso de la vida, pero
todavía no tengo ni coche.
¿Acababa de decir lo que yo creía? Por Dios que no me puse a dar saltitos
en la silla como Gema de milagro, ¿eso no era transgredir la relación
profesor-alumna? Yo creía que sí, pero el tiempo lo diría…
—Puede ser lo que tú quieras—me dijo mientras giraba sobre sus talones y
se dirigía al mostrador.
Lo que yo quisiera… lo que yo quisiera tendría más que ver con darle un
bocado al culo aquel que sobresalía de sus pantalones que con otra cosa,
pero eso no se lo podía decir a él, al menos de momento.
Fabio volvió con dos zumos de naranja y se sentó. Su gesto seguía siendo
serio, pero afable, aunque yo diría que esa seriedad ya se iba flexibilizando
un poco. Obvio que no hasta el punto de que apareciera en su rostro esa
sonrisa que yo tanto ansiaba, pero al menos sí para mostrarse más
distendido, que no era poco.
—Creí entenderte el otro día que tu hermano había fallecido, ¿hace mucho
de eso?
Noté que el tema le sensibilizaba especialmente, más aún por las especiales
circunstancias que él mismo estaba viviendo con su hijo.
—La madre de Marco nunca fue una mujer fácil, esa es la realidad. Su
carácter era bastante huraño, pero jamás pensé que pudiera llegar a ese
punto.
Apenas podía creer que Fabio mostrara una cierta predisposición a hablar
del tema conmigo, por lo que aproveché para meter el dedo un poco más en
la llaga, hasta donde él me permitiera. Y luego estaba lo de empezar la frase
diciendo eso de “la madre de Marco” que me hacía imaginarme a la de los
dibujitos animados, aunque esta no se había ido a la gran puñeta ella sola;
no, esta se había llevado al niño.
—Sí que lo tengo, pero Romina, que así se llama mi ex, se lo pasa por el
arco del triunfo.
—¿Y no crees que te sería más productivo buscar a alguien de tu edad con
quien compartir esa “Felicitá” en estado puro?
—Mira, una cosita te voy a decir, Fabio, por muy profesor mío que seas; no
me vayas a decir con quién tengo que ir o no, ¿qué viene a ser esto? —Puse
las manos en jarra y él negó con la cabeza.
—Lo que yo digo, un personaje. Te voy a dar un consejo, preciosa, aléjate
de mí, no soy buena compañía en este momento.
—Palabra que es la primera vez que una alumna se atreve a decirme algo
así. —Fabio parecía desconcertado.
—Pues te informo de dos cosas; que los chicos de tu edad me parecen más
interesantes que los de la mía y que yo me atrevo a eso y a todo lo que me
echen por delante, no soy de amilanarme.
—Ya lo veo, ya lo veo…Voy a serte igual de sincero que estás siendo tú,
porque me has demostrado que lo mereces. Creo que eres una chica de lo
más interesante y que cualquier hombre se daría un chocazo por estar
contigo, no pierdas el tiempo conmigo. Además, eres una de mis alumnas
y… como guinda del pastel, me pillas en el peor momento de mi vida, no
puedo aportarte nada.
—No creo que pudiera verlos ahora, me cuesta mucho centrarme en nada
que no sea Marco y la lucha que he entablado con su madre para lograr
tenerlo más tiempo conmigo, entiéndelo.
—Y dale con la madre de Marco, aquí solo nos falta el mono Amedio ya…
Que ya me he enterado, ¿y si yo te echara una manita para que recuperaras a
tu hijo? Estoy segura de que juntos tendríamos más fuerza.
—Pero tú eres una cría, ¿crees de verdad que se te ha perdido algo en una
lucha encarnizada en los tribunales entre dos ex por la custodia de un
niño?...
—Hagamos un trato, ¿si soy capaz de sacarte una sonrisa antes de que
volvamos de Bruselas me dejarás que te ayude a recuperarlo?
—Ya, y tú eres Matusalén, qué hartita me tienes con la canción. ¿Hay trato
o no hay trato?
Fabio se me quedó mirando y yo puse mis ojos en los aviones que se veían
en la pista a través de las enormes cristaleras. Tenía por delante dos días
para darle la vuelta como un calcetín al hombre más serio que había
conocido nunca, pero también por el que más me valía la pena luchar. Algo
me lo decía en mi interior y ese no solía fallarme…
Capítulo 7
Nos dirigimos en taxi hasta el hotel y al llegar vimos que allí había más
gente que en la guerra…
—Madre mía, a ver si esta gente va vestida como para la gala de los Óscar,
que esto me huele a alfombra roja—le dije mientras tiraba de mi maleta
hacia el hall en el que una enfervorizada muchedumbre se agolpaba.
—Niega, niega todo lo que te dé la gana, pero que sepas que de aquí a nada
tú te vas a estar riendo a mandíbula batiente.
—Claro que puede ser, yo me apellido Altamirano y ella Pérez, puede verlo
en nuestros documentos de identidad—ironizó él.
—Ya, ya… ¿Pero no son ustedes matrimonio? Tenemos reservada una sola
habitación con cama doble para ambos. No sé qué está pasando hoy, pero
no es el primer error que veo…
—No, ya le he dicho que no, ¿sería posible que alguien arreglara este
desaguisado, por favor? —El tono de su voz denotaba enfado.
—Huy, pues yo lo veo complicado, la verdad, con toda esta gente, a ver
quién es el guapo que les dice que tienen que esperar hasta que lo nuestro se
resuelva—le solté con total parsimonia y noté que a Fabio le estaba dando
hasta un gracioso tic en un ojo, que guiñaba sin poder evitarlo.
—Me estoy poniendo un poco histérico—dijo intentando contener el
dichoso tic, que ya no era solo Gema quien tenía uno.
—Pues le advierto que eso va a ser como buscar una aguja en un pajar,
señor, porque el certamen al que ustedes van a acudir coincide con un
importantísimo congreso médico y mucho me temo que no hay habitaciones
por ningún lado estos días en la ciudad.
—Lourdes, por lo que más quieras, que me busco la ruina—se quejó él.
—¿La ruina? Oye que tengo veintidós años, me puedo meter en una
habitación de hotel con quien quiera, a ver si te crees que voy a parvulario.
Por su parte, yo pienso que el que mi menda lerenda fuera de todo menos
una chica convencional y modosita también llamaba poderosamente su
atención, pues lo cierto es que yo intuía que por horas se estaba interesando
más en mí.
—¿Y esa es la parte del asunto con la que te has quedado? Porque te
recuerdo que te he dicho que me gustas…
—Y dale Perico al torno, como me repitas que soy una alumna, me vuelvo
para Madrid y recoge el premio contigo Rita la Cantaora, ¿estamos?
—¿Tampoco puedo decir que eres una alumna? Pues sí que estoy yo
apañado.
—Si quieres que te responda no, y otra cosa te voy a decir, date prisa que
habrá que cenar…
—Sí, claro, mamá. Estoy en un hotel fabuloso, con una habitación inmensa
para mí sola, luego te mando una panorámica…
—Tu suegra que es como tú, un poco cansina, pero que ya te cogerá cariño,
ya lo verás. ¿Te gusta el mojo picón? A ella le sale de muerte…
—Pero vamos a ver, Lourdes, tú dime la verdad, ¿esto es una broma o qué?
Seguro que me estás grabando y luego vais a montar todas las imágenes en
un vídeo para subir a las redes…
—Tú lo flipas, esta soy yo en normalidad. Si fuera para una cosa de esas,
entonces sí que te iba a montar un fandango que no olvidarías… Voy a
ducharme.
—Pues sí que me la sé, lista, otra cosa es que tenga ganas de cantar.
—¿Y yo soy la lista? Así farda cualquiera, seguro que no tienes ni pajolera
idea porque al final un poco aburridillo sí que me vas a salir.
Fabio suspiró y debió tomarse unos segundos para pensar. Cuando ya creí
que no había cante que valiera me sorprendió con un “esperarte bajar
siempre tarde es igual porque al verte me muero…” que me convenció de
que se la sabía.
—A mí no me amenaces, anda…
—Ahora es cuando deberías tenderme el brazo para bajar, como en las pelis.
No le quites glamur al momento…
—Lourdes por Dios, que aquí hay hasta prensa, solo faltaba que se piensen
lo que no es y salgamos en todos los medios…
—Yo no es por nada, pero la tarima está más dura que un leño y la camita
no puede ser más mullida, yo de ti me subía de un salto.
—Sí, hombre, del salto del tigre. Mira, Lourdes, duérmete ya por lo que
más quieras, que no sé cómo hemos llegado a esa situación.
Normal que estuviera descolocando a Fabio. Desde que yo había visto algo
de luz verde por su parte me había lanzado cuesta abajo y sin frenos…
Total, otra situación así no se me iba a dar tan fácilmente.
—Deberías levantarte ya, que tienes una rueda de prensa—le dije a Fabio
mientras hacía unos ejercicios de estiramiento.
—Gracias por tu comprensión, oye ¿tú sabes que tu nota de final de grado
depende de mí? —Enarcó las cejas y yo me encogí de hombros.
—¿Y tú sabes que yo voy a ser la número uno de promoción? Ea, pues ya
tienes la noticia en primicia.
—Tú me tienes que esperar fuera, Lourdes, solo los periodistas acreditados
pueden entrar—me informó.
—¿Y qué te hace a ti pensar que yo tengo interés en escuchar esas cosas tan
aburridas que tienes que decir? No me dieran a mí más tormento que ese…
—Pues también tienes razón, vas a estar mucho más distraída yendo de
tiendas o lo que sea que te guste hacer, nos vemos luego.
—¿Y ya está? ¿Nada de nos vemos luego, guapa o algo así? Lo dicho, un
soso como un camión de grande.
Así está mejor y seguro que te viene hasta bien para el estómago, te vas a
ahorrar un dinerito en sal de heno.
—La sal de heno me la voy a tener que tomar por tu culpa, que estás como
las maracas de Machín.
Miré y, ¡¡bingo!! Uno que se había quedado dormido, y eso que la rueda de
prensa no había ni empezado. Con cuidadito, retiré la acreditación que
pendía con una pinza de su camisa y me la puse yo.
Ella: “So petarda, ¿cómo te va? ¿Ya tienes fecha de boda? Por aquí todo
bien. Por cierto, creo que el bribón de Patricio está enamorado”
Yo: “Por aquí todo bien. ¿Y por qué dices que está enamorado? ¿Te ha
dicho él algo?”
Ella: “Nada, él no suelta prenda, pero no para de cantar “La Zarzamora” por
toda la casa y eso me mosquea”
Yo: “¿La Zarzamora? ¿Pero eso de qué siglo es?”
Uno a uno los compañeros de la prensa (ya me he metido yo como una más)
le fueron haciendo preguntas a Fabio sobre su trayectoria profesional.
—Bueno, yo creo que la sonrisa es, sin duda, una de las armas más
poderosas que los seres humanos tenemos, si no la que más… Sin duda es
una gran aliada a la hora de mantener una actitud positiva y, a la larga, es
capaz de reportarnos grandes beneficios que los expertos indican que
redundan muy positivamente en nuestra salud.
—Pues no sabría decirle, ¿de veras piensa usted que nunca sonrío? Quizás
no lo haga tan a menudo como otras personas, pero…
—Visto desde fuera le garantizo que nunca, por lo que nos sentiríamos
todos muy halagados si tuviera a bien dedicarnos una sonrisa como colofón
a esta rueda de prensa, ¿no es así?
¡¡Sonrió!!
Fabio nos dedicó a todos los presentes una amplia y sincera sonrisa que me
pareció la más bonita de cuantas había visto en mi vida.
—Lourdes que…
Un beso al que sucedió otro y luego otro más… Y allí nos estuvimos
besando hasta que nos indicaron que teníamos que desalojar la sala.
—Eso, eso…
—Pero vamos a ver, bonita, ¿tú qué quieres de mí? —me preguntó
volviéndome a dedicar otra sonrisa que me supo a gloria cuando ya
estuvimos al aire libre.
—Todavía no me puedo creer que estemos los dos aquí. —Negaba Fabio
con la cabeza.
—¿Cómo? Oye que te recuerdo que fue idea tuya la de traer a un alumno a
este viaje y el azar el que quiso que fuera yo la elegida. —Mi gesto era de
victoria total.
—¿El azar? Un azar llamado Patricio, que vaya cóctel que formáis los
dos… Pero ya sabes que no me refería a eso sino al hecho de que tú y yo…
—De que tú y yo, ¿qué? No vayas a empezar otra vez con el rollito ese de
que estas son cosas prohibidas entre profesor y alumna, ¿eh? No me
taladres, que cosas más raras se han visto, mira Woody Allen, que se casó
con su hijastra…
—Pero no me vayas a comparar a mí con ese personaje, por lo que más
quieras te lo pido, que será toda una celebridad, pero que me parece a mí
que tiene una buena tormenta en la cabeza.
—¿Me estás dando coba? ¿Tú de dónde has sacado tantas tablas, si es que
puede saberse?
—¿Sabes? Me alegra que estés aquí y eso que puedo garantizarte que me
has puesto en el aprieto más grande de mi vida delante de un buen puñado
de periodistas… Debería estar furioso y, sin embargo, solo tengo ganas
de…
—Cortarme, ¿qué es eso? Oye que estaba pensando que, esta noche, ya si
eso, te eximo de dormir en el suelo, que puedes subir a la cama. —Le guiñé
el ojo y él se tapó los suyos con las manos.
—Vade retro, no me líes, por Dios bendito, que no soy de piedra y esto…
—Calla, calla, que se me olvidaba, que esto no puede ser. Y aun así va a ser,
fíjate lo que te digo, pero tú verás…
—Bueno, pues ahora habrá que ir a dar una vueltecita por Bruselas, que tú
no eres el ombligo del mundo y no todo gira con relación a ti. Después del
postre, quiero que me hagas un tour por la ciudad que, seguro que tú la
conoces bien, que tienes una pinta de pijito que tiras para atrás.
—Pues a no ser que seas diabético, eso va a cambiar, porque ya se sabe eso
de que a nadie le amarga un dulce y tú necesitas endulzarte a tope, que te
veo muy perdido en la vida, esa es la verdad…
—Oye, me alegra ver que al final mueves bien el bigote con el chocolate, ya
me había entrado el miedo de que fueras vigoréxico o algo…
—Sí, sí, es que mi amiga Claudia, de Canarias, salió con uno de esos y no
duraron ni dos telediarios.
—¿Y eso? Cuéntame…—Se le veía interés por saber de mis cosas y yo me
regodeaba en todos los detalles.
—Que sí, que sí, lo que yo te diga. Que salían a cenar y pedía para ella un
botellín de agua y una pechuguita de pollo a la plancha. Y luego la utilizaba
para hacer sentadillas mientras estaban haciendo, ya tú me entiendes…—
Hice un gestito lujurioso.
—No jodas…
—No, no, los que terminaron sin joder fueron ellos, que un día mi amiga lo
dejó en medio de una sesión amatoria y le dijo que se fuera a hacer
gárgaras, que ella lo único que quería era un tío normal, que se metiera los
musculitos por donde le cupieran…
—Eso, eso, de todos modos, vamos a darle a esa bicicleta que tengo que
estar divina de la muerte esta noche y me siento la panza como si me
hubiera tragado un pavo…
—Créeme que esa panza está muy, pero que muy bien—suspiró.
—¡¡Cuidado!!
—Venga, sí, pide y paga, que esto debe costar un riñón y la vida de
estudiante no da para tirar cohetes—bromeé.
—Sí, claro que me apetece. —No solo me cogió de la mano, sino que me
acercó mucho a él.
De esa guisa, como si fuéramos una pareja de enamorados más de las que
iban haciendo turismo por la ciudad, nos dirigimos a una empresa de
alquiler de bicicletas que Fabio buscó con su móvil y que estaba cerca de
donde nos encontrábamos.
—¿Se puede saber de qué te ríes tanto? —me preguntó con cierto mosqueo.
—De que pareces la hormiga atómica con el casco ese que me llevas. Yo
soy así, me río hasta de mi sombra, así que ve acostumbrándote porque
tienes tela de faena por delante…
Por muy bien que yo hubiera podido pensar que se nos iba a dar ese viaje,
nunca habría imaginado que tanto.
Fabio me explicó que eran varias las rutas que podíamos escoger para
visitar y, de entre las que me ofreció, no tardé en decantarme por la de los
miradores…
—Tú también eres una preciosidad, ponte ahí anda. —Me indicó mientras
sacaba de la pequeña mochila que portaba una cámara de fotos.
—Muy sencillo; sonríe, te vas más guapa. —Hizo un claro guiño a mis
palabras…
Dicho y hecho. No me cupo ninguna duda al ver esa foto de por qué Fabio
era un grande de su profesión.
—Pues que quiero disfrutar ahora mismo de este momento y de este sitio,
sin prisas. Prefiero la cantidad a la calidad…
—Ven aquí y quítate los zapatos y los calcetines ya—le dije tirando de su
mano.
Cada uno tomamos la nuestra y nos dirigimos con ella hacia los jardines,
donde nos sentamos relajadamente a disfrutar de uno de los grandes
placeres de la vida; el de no hacer absolutamente nada…
Capítulo 10
De vuelta al hotel la situación no podía ser más morbosa. Pese a que Fabio
no podía evitar que se le notara lo atraído que ya se sentía por mí, la
caballerosidad le podía.
—Pero ¿tú debes tenerlo todo siempre bajo control? Ainss, qué muermo
eres…
—Gentileza del señor Altamirano—me dijo el chico que traía aquella caja.
—¿Cómo?...
—Bueno, bueno, ya veremos—le dije sin saber muy bien de qué se trataba
y el chico me dirigió una graciosa mirada.
—No sé si será de tu gusto, pero veo que al menos te ha hecho feliz y eso es
lo que importa—me dijo mientras me miraba desde el quicio de la puerta,
una vez salió de la ducha.
—El suficiente para pensar que no sé si esto es o no buena idea, pero que es
lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo…
—Me probé uno como el tuyo, pero no me favorecía. Al final me temo que
voy a ir en esmoquin.
—Muy agudo…
—Si necesitas algún complemento para el vestido, solo tienes que bajar a la
boutique del hotel y estarán encantados de atenderte.
—Cómo os lo montáis los ricachones… No es necesario, muchas gracias,
las sandalias que traía preparadas le van genial. —Las señalé…
—No te muevas…
A menudo, cuando era niña, mis amigas hacían cola en casa para que las
peinara y las maquillara. Mi madre decía que yo era una buscavidas
increíble, porque les cobraba un par de euros a cada una, por lo que al final
de la tarde reunía una cantidad que para mí era una fortuna. Luego me iba
con Oliver a comprar chuches y siempre volvíamos con alguno de sus
tebeos favoritos, mientras él me cubría de besos.
Si me hubiera podido ver aquella noche, persiguiendo mis sueños, sin duda
que hubiera estado de lo más orgulloso.
Fabio me miraba mientras yo me hacía pruebas delante del espejo que había
enfrente de la cama.
—Tú no serás uno de esos artistas raritos y excéntricos, ¿no? —le pregunté
con la sonrisa en los labios.
—No, yo solo soy uno de esos artistas que admiran la belleza y de eso tú
acumulas mucho.
—Así es. Y otra cosita para que vayas tomando nota, sabes que te voy a
volver loco, ¿verdad?
—Loco me estás volviendo ya, de eso no te quepa ninguna duda…
Fabio negó con la cabeza, aunque sus ojos me decían que yo tenía más
razón que un santo.
—Nos vamos y que sepas que esta noche nos tenemos que ir de juerga, no
te creas que te voy a permitir que sigas siendo un soso y que nos vengamos
del tirón al hotel después de la ceremonia.
—¿Salir por la noche? Huy, huy, mira que para eso sí que estoy oxidado.
Pero sí, iremos a la fiesta que ofrecen tras la ceremonia, si te parece.
Me sentía pletórica y Fabio, tras dar las gracias a todos los asistentes y decir
unas bonitas palabras sobre el mundo de la fotografía y del arte en general,
me invitó a subir…
Dicho esto, a mí me hubiera gustado más podernos escapar los dos por
cualquier rincón de Bruselas, pero tengo que reconocer que la organización
del evento era brutal y la fiesta posterior prometía.
—Huy, huy, yo creo que aquí hay mogollón de lagarta suelta, ¿tú les has
dicho ya que eres mío? —le pregunté con toda la gracia.
—Qué va, pero ahora mismo se lo digo y de paso me pongo la chapa y todo
—señaló como si fuera un perrito.
—Pues eso se arregla fácil, nos damos un morreo aquí mismo y les
callamos la boca a todos.
—Oye, ¿tú quieres que tu padre me cape? Porque si es eso, vas por buen
camino, no te quepa duda…—De nuevo esa venita irónica que tanto me
podía.
—Pues tiene toda la cara de una alpargata vieja, a mí que no me mire más
así que me está poniendo negra…
—Es verdad, pero una cosa, cuando lleguemos a España vamos a tener que
hacerles una visita a tus padres para explicarles la situación.
—Hombre, a ver, que yo primero tengo que estar segura, que de momento
ni siquiera he probado el material—bromeé.
—Pero esta tía qué es lo que quiere contigo, que me está poniendo de una
mala leche impresionante.
—¿Me permites? —le preguntó al otro chico, que de mala gana le cedió el
sitio.
Creo que acababa de descubrir que yo era de armas tomar y que mejor
reconocer el tema antes de que quisiera enseñarle alguna cosita más al
respecto.
Aunque estábamos reventados, nos dio pena cuando la velada tocó a su fin.
Fabio me llevó por la cintura hasta el taxi y durante el trayecto cayó algún
que otro beso que el taxista aguantó estoicamente, como si no hubiera visto
nada.
—Mira, estoy para una sesión de fotos boudoir de esas que están en boga.
—Estás para mucho más, créeme, pero no me provoques más por Dios
bendito.
Abrazados vimos el amanecer del que iba a ser nuestro último día en
Bruselas, pues el miércoles por la mañana pondríamos de nuevo rumbo a
Madrid.
—¿Cómo has dormido, bonita? —me preguntó tan pronto como abrí los
ojos.
—Bueno, un poco paliza sí que es, que debo tener hasta moretones, pero ha
valido la pena por pasar la noche contigo. —Le saqué la lengua.
Cuando llegó hasta mí, me cogió en sus brazos y yo le rodeé con mis
piernas… Nos besamos con pasión y él acarició el contorno de mi cara con
delicadeza.
—Mis amigos dicen que algunas veces lo soy, pero de serpientes, ten
cuidado. —Hice como que le picaba.
—Un poco sí, tienes razón. Pero sé que me voy a enamorar mucho más
porque solo de pensar en llegar a Madrid y dejar esta habitación que
compartimos, ya te echo de menos.
Cogidos por la cintura y, dando una vuelta, nos fuimos a ver ese par de
exposiciones por las que él mostraba tanto interés y sobre las que me estuvo
dando uno y mil detalles.
—Porque cuando nos separamos ella inició una contienda legal de padre y
muy señor mío y metió al niño a tope en ella. Psicólogos arriba y psicólogos
abajo, lo tuvo como un panderetillo de brujas.
—¿Hubo terceras personas? Es que igual cuando pasa eso se pierden los
estribos, ¿no tendrías tú a alguien por ahí?
—Para nada, yo no soy de esos, pequeña. Otras faltas tendré, pero soy un
hombre fiel.
—Claro, eso decís todos, qué vas a decir tú…—bromeé queriéndole creer
por la parte que ahora me tocaba.
—No, porque además tenía muy claro que, si cedía, no sería la última vez
que ella aprovecharía para utilizarme como su particular saco de boxeo y
para descargar en mí la frustración que parecía empezar a sentir por la vida.
—No creas, entre su madre y el novio de esta le han comido mucho el coco,
lo noto cuando hablo con él. Ya no me coge el teléfono con la misma ilusión
ni me cuenta sus cosas como antes. A veces tengo la impresión de que, poco
a poco, se está olvidando de mí.
—¿Olvidándose de ti, dices? Pues que sepas que a partir de ahora nos va a
tener hasta en la sopa…
—¿Qué te juegas a que eso no pasa? Una cosa es que le adviertas de que
estás dispuesto a luchar y otra muy distinta que de verdad llegue la sangre al
río. Muéstrate contundente, pero dale también una de cal y otra de arena, así
la vas a desconcertar.
—Sí, quizás tengas razón. Por miedo a que mi hijo sufra soy yo siempre el
que cedo…
—Y ella te ha cogido el pan debajo del sobaco, que se dice…
—¿Vamos…?
—Hombre claro, ¿tú qué te has creído? Yo no voy a dejar que semejante
bombonazo vaya solo por el mundo, hasta ahí podía llegar la broma.
—Bonita, me vas a tener que disculpar, pero debo salir un rato…—Su cara
se tiñó de color y los mofletes parecía que le iban a estallar.
Yo tenía culillo de mal asiento y no me veía con fuerzas para quedarme allí
de brazos cruzados. Además, tampoco podía evitar ser un poquito mal
pensada, ¿qué conocía yo realmente de Fabio aparte de lo que él me hubiera
querido contar?
Ni corta ni perezosa, salí detrás de él. Vi que tomaba un taxi y, sin que él se
percatara de mi presencia, tome otro y le dije al taxista que siguiera a su
compañero.
—Dime reina, ¿por qué lloras? ¿No te han salido las cosas con Fabio? Ay,
Dios, Lourditas, dime algo…
—Sí, dame su dirección y dile que necesito asilo político por una noche,
please.
—Eso está hecho, pero mañana te vienes como una bala y me cuentas…
Ese gusano miserable me las iba a pagar. Vicente era también gay y tenía tal
arte que logró hacerme reír varias veces antes de irnos a dormir.
—¿Y dices que la tía tiene toda la cara de una alpargata? Pues que Dios le
conserve la vista al tal Fabio, porque tú estás como un queso. Andando yo
te iba a cambiar a ti por ella si no fuera porque me gusta más un…
—Claro, claro…
—Y anda que no es pesadito el menda, bloquéalo ya o déjame que yo le
diga las verdades del barquero. Qué locura, me va hasta a desalinear los
chacras, le voy a tener que pedir una indemnización por daños y perjuicios.
No para de sonar el dichoso teléfono.
—Huy, pues tienes que intentarlo, porque si no mañana vas a estar hecha
unos zorros, menudas bolsas en los ojos que me vas a llevar…
—Pero Lourdes, por Dios, ¿se puede saber dónde te habías metido? Te
prometo que estaba desesperado, anoche visité comisarías y hospitales, he
estado horas en danza…
—Eso, eso, ahora acúsame de ser una celosa patológica, una loca o lo que te
dé la gana, cuando lo único cierto es que ya me estás poniendo los
cuernos…¡¡menudo récord!!
—No, habéis estado rezando toda la noche a Santa Rita, Rita, por eso de lo
que se da no se quita… Que, por cierto, lo que os habréis dado vosotros es
un buen lote…
—Lourdes, para el carro. Es cierto que Erika tiene fijación conmigo, pero lo
que nosotros teníamos pendiente no era un polvo, sino la entrega de un
informe—sentenció.
—¿Cómo la entrega de un informe? Oye a mí no me hagas comulgar con
ruedas de molino que va a ser todavía peor, ¿eh? Yo prefiero digerir las
cosas en su momento y no aplazarlas.
—¡Bingo!
—¿Y por qué no me lo contaste ayer cuando estuvimos hablando del tema?
Joder, pues sí que eres reservado.
—Pues por reservado y prudente casi te quedas sin novia, que lo sepas. ¿Al
menos has logrado algo?
—Sí, parece ser que Gonzalo, que así se llama el pájaro de cuenta, está
metido en mierda hasta el pescuezo. Y eso me da un buen hilo del que
tirar…
—¿Un buen hilo? Si te llego a atrincar yo anoche te ahorco con una soga,
fíjate lo que te digo.
—Tu suegra es la fan número uno de ellos, así que ya verás. He crecido con
sus peleas.
—Yo te voy a cuidar siempre, bonita. No será necesario que nadie me tire
de las orejas…
—A ver ese informe, que lo vean mis ojos y quizás así me convenza de que
debo darte otra oportunidad.
—¿Otra oportunidad? Pero si yo no he hecho nada…
Cogí el informe y vi que el tal Gonzalo tenía más peligro que Al Capone.
Ese no era precisamente de los que se ganaba el pan con el sudor de su
frente.
—No puedes imaginarte lo que supuso para mí anoche pensar que te había
perdido, me estoy ilusionando tanto… Hacía mucho, mucho tiempo que
este no latía así. —Llevó mi mano a su pecho y comprobé que latía con
fuerza.
—Venga, venga, te perdono. Pero de esta semana no pasa que me hagas ese
reportaje de fotos, que tengo que fardar delante de mis amigos.
—Lo que quieras…
—Así se habla, sí señor, por ahí vas ganando puntos, venga sigue
haciéndome la pelota.
—Sí, pero ya les demostraré yo que no apruebo por la gorra, menuda soy…
Desde el portal me volví para mirarlo y allí seguía en el asiento del piloto,
mirándome a baba caída. Le lancé un último beso desde lejos y subí
volando para abrazar a mis compañeros.
—¡¡Rata de dos patas, culebra ponzoñosa!! —escuché que Gema le decía a
Patricio.
—Pero ¿se puede saber qué está pasando aquí? —les pregunté cuando abrí
la puerta.
—Gema, por Dios, contén esa lengua. Tú tienes que entender que Patricio
también…
—Si lo sé, Gema y sé que puede dolerte, pero tú también tienes que
entender que…—reiteré.
—Yo lo único que tengo que entender es que sois tal para cual, por mí como
si os cagáis encima. De un tío todavía podía esperar algo así, Lourdes, pero
de una amiga… Yo nunca te lo hubiera hecho. —Se encerró en su cuarto y
dio un portazo.
—Pues sí, ha sido Irene. ¿Pasa algo? —contestó Gema desde dentro.
—Sí, sí, no como vosotros, que me habéis demostrado ser unos amigos de
esos para toda la vida… Que os zurzan, me voy.
Dio un nuevo portazo y esta vez casi nos perfora los tímpanos. Después
salió con su maleta, tipo peli americana cuando la protagonista huye con
una rabieta y se esfumó por las escaleras…
Capítulo 13
—Irene, que yo sepa, Lourdes es mayor de edad, igual que el resto de mis
alumnos. Si lo que estás insinuando es que soy un asaltacunas, te vuelvo a
invitar a que te marches. Y quizás deberías pensar si tendrías el mismo
concepto de mí de haber estado contigo y no con tu compañera.
Zasca en toda la boca para la engreída mayor del año. Pero a mí no era eso
lo que me dolía, pues de ella no podía extrañarme nada. A mí lo que me
dolía era ver lo distante que estaba Gema, que incluso nos había negado el
saludo a Patricio y a mí.
—Espero que al menos te haya valido la pena, almendruco, porque hay que
ver la que has liado—le comenté a la hora del descanso.
—Sí, sí, si yo te contara… Qué asaltos, fíjate cómo serán que he tenido
hasta que pedir hora para el fisio.
—Hija mía, qué pérdida de tiempo de viaje. Me tenía que haber ido yo con
él y entonces sí que hubiera chillado…
El viernes, las aguas seguían igual de revueltas con Gema, pero yo estaba
ensimismada con la idea de que Fabio me hiciera el reportaje prometido, al
punto que ese día me salté las clases.
Fabio no se inmutó ni lo más mínimo ante todo aquello, pero a esta que está
aquí le había dejado muy mal cuerpo. Aunque la situación hubiera sido
diferente, me hizo recordar el percance en moto de mi amiga Rosa, ocurrido
cinco años atrás, que casi le cuesta la vida.
La vida no la perdió, pero todas sus ilusiones se fueron de golpe al garete al
quedar tetrapléjica, postrada para siempre en una silla de ruedas. Los
pensamientos me fueron saliendo en voz alta en esos momentos a la espera
de poder continuar la marcha.
—Vaya tela. Está visto que todos tenemos el destino marcado desde el día
en que nacemos.
—¿Sabes? Hace un par de años estuve por aquí con un grupo de amigos —
me soltó de golpe.
—Tienes razón.
—Te digo más. Mi colega Alejandro vive en Patones, otro pueblecito a unos
6 o 7 kilómetros de aquí.
La idea la había tenido yo, que cada día junto a él se me hacía corto y nunca
sabía cómo prolongar el tiempo a su lado. En aquel caso tenía la excusa
perfecta y bien que la aproveché. Por suerte, no tuve que insistirle para nada
cuando le hice el planteamiento.
Al contrario, pareció encantado con mi propuesta. Eso sí, se calló como una
perra y no me comentó nada entonces de que conociera aquellos lares. Pero
sí que los conocía, sí…
—¿No traes más calzado que ese? —me preguntó mientras bajábamos por
un estrecho sendero de arena que conducía hacia el río.
No hice más preguntas entonces, pero pronto descubrí lo que quería decir.
Aunque aquel caminito desembocaba directamente en el río, para poder
asentarnos tendríamos que atravesarlo hasta la otra orilla.
Apenas nos separaban de ella cinco o seis metros, pero según metí los pies
en él, me di cuenta de que la cosa no era tan sencilla como parecía. Los
cantos al fondo del agua hacían que te resbalases que daba gusto. Además,
la corriente se había empeñado en arrastrar mis escarpines río abajo.
Tal cual. Menos mal que pegué un culetazo y Fabio, que venía pegadito a
mí por detrás, me rodeó rápidamente por la cintura con su único brazo libre
y logró enderezarme antes de que mi mochila se empapase.
Que se me echaran a perder los bocadillos que llevaba dentro habría sido lo
de menos, pero que se me hubiesen “ahogado” el móvil y la cartera me
hubiese hecho ya menos gracia.
Después del “susto” inicial, dejamos las cosas en aquel terraplén rodeado de
árboles y comenzamos nuestra sesión. Aunque no me considero físicamente
un portento, he de decir que me sentía como una verdadera top model
posando por aquí y por allá, siguiendo siempre sus indicaciones. Me sentía
feliz.
—¿Así?
—No. Un pelín más, mujer. Flexiona más la rodilla. Y ladea ligeramente la
cabeza hacia la izquierda…
—¡Qué exagerada eres! —exclamó Fabio una vez que me vi en tierra firme.
—¡Oye, guapo!, se nota que nos has sido tú el que ha tenido que subirse. Y
encima con los pies descalzos —le contesté.
—¡Serás capaz!
—¡Ya! ¡Baja cuando quieras! Te he hecho cuatro o cinco fotos súper chulas.
—¿De grabación?
—¡Sí!, ¡de grabación!
Lo que para él era fresquita, para mí era helada, cosa que ya había
comprobado primero al caerme de culo cuando llegamos y luego con los
pies metidos en la orilla mientras me hacía aquella foto a la que me refería
antes.
Aquel, sin duda, había sido un día de fiesta. Un día en el que yo me salté las
clases, pero solo en teoría, pues al lado de Fabio (que no trabajaba los
viernes), aprendí tela marinera.
—No, no me lo has dicho, pero dame calorcito, que tengo más frío que el
piojo de un oso polar, venga frótame.
—Lourdes que me buscas y me encuentras. —La excitación de ambos
quedaba patente en cada uno de nuestros gestos.
—Eso es lo que quiero, encontrarte ya, ¿o qué viene a ser esto? —bromeé.
—¿Tú estás segura de que es lo que quieres? Mira que yo tengo por delante
una buena lucha y tú no tienes por qué verte metida en nada de esto…
—Que sí, pelmazo, ¿cuántas veces voy a tener que decirte que estoy
segura? Yo creo que igual aquí mismo podríamos rematar la faena—lo
provoqué de lo lindo.
—Mira que no será por falta de ganas, preciosa, pero así no. Me niego,
prefiero que sea algo especial, más íntimo, no aquí… Estás aterida de frío,
no es plan. ¿Te gustaría que reservara una habitación en un hotel de esos
románticos, por ejemplo?
—No, de veras que gracias, pero no hace falta. Yo soy más sencilla.
Además, prefiero que me lleves a tu casa, allí estaremos mucho más a
gusto, ¿no te parece?
—Pero ¿qué te pasa a ti ahora, alma de cántaro? Por Dios que en esta casa
no ganamos para disgustos.
—Pues que Adán me ha dicho que es mejor que esta noche no pase por el
pub.
—Jolines, pues menuda tragedia griega has montado. Será que el chaval
está súper atareado.
—Sí, sí, súper atareado trajinándose a otro, a un tal Germán que es un puto
posturitas que parece sacado de “Mujeres, Hombres y Viceversa…”
—Anda ya, tonta. Si se ve que está coladito por ti, yo soy el que se va a
quedar para vestir santos a este paso. No merezco ni agua, soy una mala
persona…
—Venga tonto, ¿tienes todavía el helado que compraste para cuando viniera
yo de Bruselas?
—Claro que sí, te compré ingentes cantidades, pero como al final volviste
como unas castañuelas, ahí se quedó, para qué echarnos más grasa en las
caderas.
—Que no me fastidias nada, tonto. Fabio está en un cumple con sus amigos,
así que de paso me ayudas a elegir la ropa que me pondré mañana, que
tengo un plan de esos irresistibles.
—Sí, digamos que hay formas más finas de describirlo, pero que esa puede
valer.
—La madre que me echó al mundo, ¡todo llega! Y pensar que mi vida
sexual va a volver a ser la de un calamar…
—No insultes a los pobres calamares, que seguro que lo tuyo es todavía
peor—bromeé dándole un beso en la frente.
Nada tenía que ver su “guarida” (así la denominaba él) con esos aires
señoriales de todo el bloque. Pese a la oscuridad, al cruzar el umbral de la
puerta de su vivienda ya me quedé pasmada, y es que la poca luz de la luna
que se filtraba por las ventanas dejaba ya entrever su buen gusto.
Era un piso tipo loft, de esos en que los tabiques brillan por su ausencia, de
manera que, según entras en él, ya te encuentras en un salón que hace
igualmente las veces de dormitorio y de cocina. De milagro no te ves el
wáter también allí en medio…
Sobre este, colgaba una fotografía en blanco y negro enmarcada que debía
medir por lo menos un metro y medio de ancho por uno de alto. Se trataba
simplemente de la tierna mirada de un niño cuya identidad se intuía
claramente…
—¡Tu peque! —Exclamé para romper el hielo y es que debía parecer una
idiota a la que le hubiera comido la lengua un gato, contemplando todo
aquello como un pasmarote.
—Prefiero no hablar de eso ahora —me interrumpió Fabio. Estaba claro que
yo no daba ni una en el clavo, debido a ese ligero nerviosismo al verme allí
dentro a solas con él.
—Perdona…
El chico que desde hacía tiempo estaba haciendo palpitar mi corazón a todo
trapo apagó todas luces del techo y encendió una original lamparita de
sobremesa que consistía en dos esferas pegadas entre sí. Aluciné al ver el
efecto óptico que las sombras provocaban en el techo.
—¿Qué pasa?
Fue justo entonces cuando le vi sonreír a placer. Es más, incluso soltó una
leve carcajada al ver la cara de susto que debí poner al levantarse de golpe y
porrazo del sofá, pidiéndome que no me moviera.
—Tranquila, chiquilla.
En realidad, tan solo me hizo una, pero con tan buen tino que me sacó
divina de la muerte en ella, al punto de que, desde entonces, la tengo fija
como imagen de perfil en WhatsApp.
—¡Guauuuuu! —exclamé al verla —¡Me encanta! ¡Es preciosa!
Tonta de mí nuevamente, ya que eso fue justo lo que solté por mi boca al
verle mirar hacia la gigantesca cama ubicada en la pared de enfrente,
discretamente apartada de la vista por un pequeño muro de bloques de
cristal.
Se desabrochó los vaqueros y los dejó allí en el suelo tirados. Yo creía estar
viviendo un sueño, pero sus labios sobre los míos besándome, alternando
con su boca diciéndome al oído lo bonita que era cuando ya se encontraba
tumbado sobre mí, me decían que no, que todo aquello era real.
Tan real como que nunca me había topado con un hombre tan sensual y tan
delicado en la cama, y es que Fabio me lo hizo con tanta dulzura aquella
primera vez que parecía que yo fuese virgen y tuviera miedo de hacerme
daño o yo que sé…
—Recuerda que nos vamos a San Sebastián el viernes por la tarde, amor—
le dije a Fabio el martes siguiente cuando llegamos a la escuela.
—Hoy viene a ver la habitación el chico ese nuevo, creo que se llama Enzo
—me dijo Patricio al entrar en clase.
—Lo mismo tienes razón, pero es que se ha liado la de San Quintín y ahora
las consecuencias son para todos…
—Pues a mí me ha parecido que está algo más blandita, ¿no? —Mi amigo
quiso consolarse.
—¿Italiano? Mira que esos tienen mucho peligro y encima un piquito de oro
que…
—Hombre, claro, eso te pasa por haberte juntado con gente muy sosa. Y
otra cosa te voy a decir, a ti te queda tela por delante que aguantarme,
después no quiero excusas. Tú lo has querido.
—Ya, ya, si ojos en la cara todavía tengo. Me refiero a que dónde puñetas
las has colocado.
—Hola, yo soy Enzo—dijo el chico con aquel acento italiano que era para
chochear, otra cosa es que yo tuviera novio y ya estuviera chocheando con
él.
—Es cierto, qué curioso, estoy acostumbrado a que los pisos de estudiantes
parezcan más bien la selva del Amazonas, no a que en ellos haya flores y
tal.
—No lo sabes tú bien. Siempre andan a gritos y casi llegan a las manos en
más de una ocasión.
—¿Qué dices? No me puedo creer, pero si esta casa es paz y amor, nada que
ver. —Patricio lo miraba embelesado.
—Pues claro que me acuerdo, pero si te parece se lo meto todo por el culo
así de sopetón, no es plan…
—Pues lo suficiente para escribir un relato erótico, palabrita del niño Jesús.
—No hace falta que lo jures, pues ya tenemos nuevo compañero. Ahora a
ver si te comportas, ojito con liar otra.
—Hija mía, qué cansina, anda que para una vez que maté un gato…
—Sí, sí, te voy a llamar mata gatos por los siglos de los siglos, que lo
sepas…
—Anda que no le ha caído nada al pobre Fabio, ¿él está seguro de querer
aguantarte?
—Pues no, y lo mejor es que podremos sustituirlo por otro turismo que me
gusta mucho más. —Empezó a recorrer todo mi cuerpo con sus dedos
mientras me tumbaba en la cama.
—¿Te refieres al de mis curvas? —La lujuria se dejaba ver ya en mis ojos.
—Mira que serás pijo, tú no puedes decir el de Jerez, tiene que ser el de
Mónaco.
Aquellas fueron mis últimas palabras antes de dejar paso a los más
insinuantes de los gemidos. Decidido como estaba ya a compartir su vida
conmigo, mi chico tomó las riendas de la situación, llevándome a la cima
del placer en cuantiosas ocasiones.
Una hora después estábamos delante de una especie de mansión que era
donde vivía la ex de Fabio.
—Sí, veo que cada vez se conforma con menos. Es muy sencillita ella…
A la hora acordada, se abrió la puerta y una persona de servicio nos entregó
a Marco.
—No, mi vida. Yo te quiero con todo mi corazón y si algún día tengo otro
niño, mi amor no se va a dividir, sino que se va a multiplicar, ¿lo entiendes?
—Pues que papá entonces tendría más amor para repartir, pero nunca te
tocaría menos. Yo te adoro, Marco y quiero que sepas que nunca me han
faltado ganas de venir a verte.
—¿Y entonces por qué no vienes? —Clavó su mirada en la de su padre y
noté que a Fabio le faltó el canto de un duro para llorar.
—Porque a veces las cosas entre los mayores son un poco difíciles y mamá
lo ha debido entender mal, pero ya lo hablaré yo con ella para que otra vez
lo entienda mejor, mi niño.
—Pues entonces esa no soy yo, cariño, porque yo no quiero ser tu nueva
mamá. Yo soy la novia de tu padre y te voy a querer mucho, pero eso no me
convierte en tu madre.
—¿Un fin de semana? Pero si mamá dice que tengo que estar hoy de vuelta
a las seis, como muy tarde.
—Pues claro que sí, y nos quedaremos hasta tarde contando cuentos…
—Papá, que yo ya soy muy mayor para los cuentos, yo prefiero las pelis.
Aunque para cuentos, los de la madre de la criatura. Y eso que los humos se
le debieron bajar un poco cuando recibió el mensaje de WhatsApp que le
envió Fabio.
“Tengo derecho a pasar con mi hijo todo el fin de semana, si tienes algo que
objetar, díselo al juez”
—No exageres, mami, que no es para tanto. Espera que ahora te envío una
foto familiar.
—No está mal—bromeé—. Y con mi niño me tienes que hacer hoy muchas
fotos, no vaya a ser que, en casa del herrero, cuchara de palo.
No había visto nunca tan feliz a Fabio. Conforme pasaban las horas, Marco
se iba encontrando mejor con nosotros y más se abría y nos contaba todas
sus cosas.
—Se llama Iñaki y somos muy buenos amigos, pero yo quiero volver al
cole de Madrid—nos confesó y a punto estuvimos de sacar a pasear las
lágrimas.
El resto del día lo pasamos accediendo a todos sus deseos, a bien que, pese
a la posición económica holgada de la pareja de su madre, no era un niño
especialmente caprichoso.
Subimos a la suite y allí pedimos una deliciosa cena, muy del gusto de los
tres, que tomamos en la parte destinada al relax, donde había una segunda
televisión y un sofá que debía estar pensado para una docena de personas.
Fabio no había reparado en gastos, como nunca lo hacía…
Cuando Marco por fin cayó frito, lo acostamos en la cama supletoria que
nos habían instalado en esa zona, contigua a la de nuestra cama, pero
separadas ambas por una puerta corredera.
—¡¡A sus órdenes!! —le dijimos los dos haciendo un saludo militar que él
nos devolvió.
Después del parque fuimos a una pizzería y de ahí a tomar un helado, hasta
que a las seis de la tarde llegó la dolorosa hora de entregarlo en la puerta de
su casa.
—Papá, ¿me prometes que volverás pronto? —le preguntó el pequeño sin
poder reprimir las lágrimas.
—Te lo prometo, hijo mío. —Fabio también parecía muy afectado por la
despedida.
—¿Y vendrás con Lourdes? Es que es guay. —Me miró mientras lo decía y
yo me derretí.
—Claro, soy guay del Paraguay, colega. Y pronto también podrás venir a la
casa de papá en Madrid e iremos a la Warner y a un montón de sitios
molones más.
—Pronto, mi niño.
—¿Nos vamos ya, mi amor? —le pregunté una vez hube entregado al niño a
una persona de servicio.
—Vamos, sí.
—Pues con Enzo creo yo que no va a ser, porque a ese lo veo de lo más
ensimismado en las bragas que tienden las vecinas, fíjate.
—Sí, sí, yo anoche también me fijé. Qué tío, no se le va una. Y las vecinas
parecen estar chorreando también con él, esto va a ser un “Radio patio”,
pero en versión amorosa. Lo mismo sacamos una idea para hacer un reality
y todo, vaya usted a saber.
—O una buena sarta de puñetazos, por pelmazo, que también te pueden dar,
ya se verá.
—Buenos días, mi amor. ¿Te pasa algo? —le pregunté a la luz de lo que
estaba viendo.
—Calla, calla, que soy joven pero no estoy en la inopia y esa me la sé “no
eres tú, soy yo…”
—Lourdes, yo…
Sin pensarlo dos veces, puse rumbo a casa. Allí estaría sola, que era lo que
necesitaba en ese momento.
—Huele a que te ha dejado. ¿Quieres que te prepare una tila? Eso relaja
mucho.
—¿Tú tienes tila? —le pregunté pensando que no era mala idea.
Todavía delante de mí, Enzo se quitó la camiseta que llevaba para dormir,
dejando a la vista unos abdominales que hice un esfuerzo entre tanta
lágrima para mirar.
Al final iba a tener que cambiar el chip, porque había muchos peces en el
mar y algunos de ellos tan sabrosos como Fabio. Pero lo malo es que ya se
sabe, cuando una está enamorada no quiere ni oír hablar de esas cuestiones.
—Ya estoy aquí de vuelta—me dijo veinte minutos más tarde Enzo, que
venía cargado también con un cerro de donuts.
—Entiendo, entiendo….
La leche, el tío era un encanto, pero lanzado también más que un cohete…
—Y con todo eso que me has contado, ¿qué me quieres decir? Porque estoy
ahí, ahí, que lo pillo y que no.
—Pues que la vida son dos días y que solo debemos esforzarnos en pasarlos
con aquellos que están de acuerdo. Y a los que no, que les den…
—Un momento, un momento, aquí qué está pasando. Los dos deberíais
estar en clase y os encuentro aquí, ¿me he perdido algo? Lourditas no me
jodas que juegas a dos bandas, ¿te ha puesto lo que hemos comentado de
este antes?
—¿Qué habéis comentado de mí? —Se interesó Enzo mientras recogía los
envases de los donuts, de los que habíamos dado buena cuenta.
—¿Os queréis callar los dos? No es eso, idiota, no estoy liada con Enzo, es
que me he venido porque me quería morir, Fabio me ha dejado.
—Yo qué sé, guapa. La mente de uno vuela. ¿Y por qué te ha dejado
entonces?
—Porque por lo visto sigue con la tormenta mental y mira que yo creía que
ya había escampado en su cabeza, pero se ve que de eso nada…
—Pues vaya una prenda que está hecho el tío. Mira, Lourditas, si eso es así,
que le den dos duros, tú no vas a estar a expensas de lo que a él le apetezca
a cada momento, con lo que tú vales…
—Ahí le has dado, yo valgo mucho más que eso y no pienso quedarme de
brazos cruzados, pero necesito reponerme, primero necesito que se me pase
la pena esta que no me deja—intenté evitar que el agüilla descendiera de mi
nariz antes de aceptar el abrazo de Patricio.
—Ay, mi niña, solteros nos vamos a quedar, qué pereza, cada vez la
cagamos más—me comentó mientras me besaba en la frente.
—Pues anímate, así al menos podremos seguir compartiendo piso los dos
toda la vida.
—Yo no sé, ¿eh? Vale, pero como me seas pulpo, cobras. Y no es un decir,
Patricio te lo puede corroborar.
—Sí, sí, que aquí la señorita tiene alma de repartidora. Vaya, que reparte
leches que es un gusto…
—Será solidarizarse, amigo, pero tú dilo como te dé la gana, con ese acento
que Dios te ha dado—Patricio quiso abrazarlo fuerte y él se resistió un
poco.
Capítulo 19
—¿Y por qué no te arreglas tú también y te vienes? Así le das por saco a
Fabio, ponte guapa y que vea lo que se está perdiendo.
—Sois unos jodidos, anda, lárgate, que le voy a buscar yo una buena peli en
el Netflix para que se harte de reír—repuso el italiano.
—Siempre pasa igual, uno dice que no, pero en el fondo moriría porque
sonara una llamada o al menos un WhatsApp, ¿verdad?
—Yo tampoco—repuso.
—Pues seguramente será el fistro de pecador de Patricio, que se habrá
dejado las llaves, le pasa muy a menudo.
“Que sea Fabio arrepentido” pensé mientras salía hacia el salón, pero la
persona que vi en él no era precisamente la que yo esperaba.
—Un poco, pero el asunto es que fue al despacho de Fabio y, viendo que
este no le abría la puerta, pegó la oreja, porque por lo visto mantenía una
conversación a grito pelado con alguien.
—Gema, hay ciertas cosas que no puedo contarte, pero ese tal Gonzalo no
es trigo limpio y a la vista está que ha chantajeado a Fabio. Ahora lo
entiendo todo, joder y pensar que lo he vestido de limpio cuando el pobre lo
único que quería era protegerme… Ahora mismo me informo del teléfono
de su chica y la entero de todo, a ver quién sabe hacer más daño. Se va a
enterar el mafioso de las narices, ese no sabe quién soy yo.
—¿Tú? ¿Y quién mierda se supone que eres tú? Me estás tocando las
narices, lárgate ahora mismo de mi casa—le respondí tan desconcertada
como asustada.
—Lo siento, Lourdes, pero va a ser que no. De aquí no salgo yo ni sale
nadie hasta nueva orden, Gonzalo sabrá cómo tiene que manejar esta
situación.
—Quietecitas las dos que estáis más monas—nos dijo mientras sacaba de su
gemelo una pistola que nos dejó sin aliento.
—¡Joder! Lourdes, dime que esto es una pesadilla y que estoy soñando,
porque vaya cague.
—Me temo que esta vez no va a ser todo tan fácil, Gema, esta vez la hemos
cagado, pero bien.
Miedo lo que se dice miedo fue el que comenzamos a pasar las dos mientras
él comenzó por inmovilizar a mi amiga de pies y manos con unas cuerdas.
Mientras, yo, di un repaso mental a las muchas llaves de judo que Oliver se
afanó en enseñarme durante los años que practicó ese deporte y me armé de
valor.
Enzo dio un salto y yo otro que me hizo caer sobre él, con tal suerte que
conseguí agarrar la pistola.
—Qué cabrona, yo me vuelvo a vivir aquí con vosotros, ¿dónde voy a estar
más segura? —me dijo Lourdes mientras el otro comenzaba a sudor a
chorros por lo comprometido de su situación.
—Canta, canta, que aquí dicen que quien canta sus males, espanta. ¿Por qué
viniste a esta casa?
—Porque Gonzalo supo que Fabio estaba tras la pista de sus negocios y
quiso tener la situación controlada. Que yo estuviera cerca de su chica le
garantizaba información y, si las cosas se ponían más feas o él se negaba a
colaborar, podríamos apretarle las tuercas.
—No veas si os he echado de menos, Lourdes, y eso que esta casa ya puede
calificarse de cualquier cosa menos de tranquila.
Esa misma noche fui corriendo a buscar a Fabio a su casa… Y cuando digo
corriendo, me refiero a literalmente corriendo porque eran tales mis nervios
que no me permitieron ni coger un taxi.
—Fabio, mi vida, lo sé todo—le dije con lágrimas en los ojos cuando abrió
la puerta.
—Nada, nada, que después soy yo la echada para adelante, ¡toma ya!
—Y, es más. Lourditas, hay una idea que lleva días rondándome, pero me
costaba verbalizarla por si me tomabas por loco…
—¿Qué dices, cariño? En ese instante sí que no hubo fuerza natural que
pudiera contener mi torrente de lágrimas.
Era probable que ese fuese sustituido en mi dedo por una sortija de mayor
valor económico, pero en ningún caso sentimental.
También fue digna de ver la cara de mis padres cuando les hicimos una
videollamada para que conocieran así a quien ya era ¡mi prometido!
—Yo sé que ustedes pensarán que su hija es muy joven, pero les prometo
que voy a cuidar de ella cada uno de los días de mi vida.
— Anda, guapa… que te va a comer el Fabio hasta los pelos del sobaco
cuando te atrinque esta noche. ¡Qué bonita vas, hija…!
Pese a la ilusión por ambas partes, ninguno de los dos queríamos darle más
bombo del justo al evento, es decir, pretendíamos una boda sencilla en
todos los sentidos, a la que asistieran solo los familiares y amigos más
allegados.
Así pues, decidimos casarnos en una pequeña capilla del cercano pueblo de
El Escorial, en la sierra madrileña. No fue porque sí, sino por hacer
coincidir el escenario con el mismo donde celebrara años atrás Luis, el
hermano de Fabio, su boda con Marta.
Eran dos personas con las que congenié desde el preciso instante en que las
conocí. A ellos les hacía gracia ese detalle y a mis suegros mucha ilusión
también, de modo que no tuve ningún reparo en darles el capricho, máxime
cuando se portaban los cuatro tan bien conmigo y me consideraban ya como
parte de la familia.
Fabio estaba totalmente de acuerdo, así que no había más que hablar. Que
hablar, no, pero por hacer aún quedaba un trechillo, por mucho que fuera a
tratarse de una boda más bien íntima.
Y mi cuñado, que estaba al tanto de lo que allí iba a ocurrir en ese preciso
instante, se encargó de recogerla con varios disparos de la Canon y el zoom
bien dispuesto de antemano. Se suponía que el chiquillo llegaría a la iglesia
como un invitado más, acompañado por una de sus tías.
Con lo que no contaba Fabio era con el hecho de que yo hubiera incluido en
el “espectáculo” a aquel dúo de enanillos para portar las arras. Ni yo con el
de que, por enésima vez, mis nervios me jugaran media hora después una
mala pasada e hicieran que la alianza de Fabio se me cayera de los dedos
justo cuando iba a colocársela.
Así son los niños. Y así logró convencer Fabio al suyo. Tengo que
reconocer que con ese comentario me dejó además también un poco tocada
a mí durante unos segundos. No por nada, sino porque el tema de los hijos
no lo habíamos hablado con anterioridad al enlace entre nosotros, por raro
que parezca.
El hecho de que Marco pudiera estar en nuestra boda obedeció a que, tras la
detención de Enzo, también Gonzalo fue a parar a chirona. Eso hizo que
Romina se dignara a bajar al mundo de los mortales y a abandonar esa
soberbia que le había acompañado en los últimos años.
Aclarado esto, ¿qué puedo decir del día de mi boda? Éramos 52 personas
exactamente y casi todas se conocían entre sí, pues, como ya dijera al
comienzo, queríamos rodearnos en tan señalada fecha solo de la gente más
cercana.
Todo salió a pedir de boca, dentro que el enlace en sí no fuera nada del otro
mundo. Quiero decir que no tuvo mucha parafernalia, pero fue muy
divertido y sin contratiempos.
Nunca mejor dicho porque hasta el buen tiempo nos acompañó, y es que,
aunque habían dado lluvia para ese sábado y yo temía que terminásemos
como sopas desde el primero al último, lució un sol radiante durante toda la
jornada y la noche se portó también.
—Pero ¿cómo tú por aquí? ¿No decías que no podías venir porque para ti
era un engorro montarte en un avión para pasar tan poco tiempo en los
madriles?
—Ya, hija, pero al final mi madre me animó. Como supuse que quizás para
ti fuese un jaleo meter a otro invitado de última hora, preferí no decirte
nada. Mi idea era haber acudido por lo menos a la iglesia para verte
casándote y luego irme a dormir a casa de mi prima Mari.
—No sé, te veo un poco como hinchadilla, pero no me hagas mucho caso.
Es que a mí me pasó algo por el estilo durante esa temporada que estuve
tomando corticoides, por eso pensé que tal vez…
—No, hija, no. No te preocupes por mí. Hoy por hoy me encuentro sana
como una pera. Mañana no sé…
Hay fotos que no tienen desperdicio, como esa en la que aparece Gema
mirando embelesadita perdida a un camarero, en tanto que él le pone por
delante un plato de aperitivo y la mira a ella pícaramente de reojo. Quedó
claro que lo suyo era catar a los del género de la hostelería…
3 años después…
Cerca de tres años han pasado desde aquel célebre día y no puede decirse
que mi felicidad sigua intacta mientras escribo estas líneas. Simplemente,
va en aumento por día que pasa.
Tenía razón Rosa cuando me dijo al verme con el traje de novia que me veía
rarilla y como hinchada, algo que yo atribuí a un ligero aumento de peso
debido a las panzadas que me había dado últimamente de comer por culpa
de los nervios ante nuestra inminente boda.
Algo más de peso sí que tenía, sí, pero la causa era otra bien diferente,
puesto que mi pequeña Lorena ya estaba encargada a la cigüeña, aunque ni
siquiera su padre ni yo nos hubiésemos enterado aún.
Lo que para algunos hubiera sido tal vez un jarro de agua fría por aquello de
que era un hijo que todavía no estaba previsto en el guion, para nosotros
supuso una bendición de los dioses.
Parece que aún estoy viendo la expresión en el rostro de Fabio cuando le di
la noticia. Para ello, según me enteré, reservé mesa aquella misma noche de
viernes en uno de sus restaurantes preferidos, en pleno centro de Madrid.
—¿Pero esto qué es, Luli? —hacía ya mucho tiempo que me llamaba de ese
modo.
—Más que “esto”, esta, querrás decir, porque me da a mí que va a ser niña
—le solté así sin anestesia.
Hizo bien aquel poniéndole cerquita los pañuelos de papel porque, decir, lo
que se dice decir, Fabio no pudo ya nada más en esos instantes; pero cuando
fueron las lágrimas que se asomaron a sus ojos las que dijeron “aquí
estamos”, ya no hubo quien las frenara.
Incluso yo terminé llorando como una niña al ver tamaña emoción por su
parte. El resto del tiempo que pasáramos allí sentados mientras él se tomaba
una copa de whisky y yo un licor de manzanas sin alcohol, la conversación
ya solo giró en torno a lo mismo; la niña, la niña y la niña…Me sentía
pletórica viéndole tan entusiasmado.
—Ay, chico, no corras tanto. Ese dormitorio pintado tan clarito podría servir
tal cual está —le contesté.
—Vale, pero… ¿y el carrito?, ¿y la cunita?, ¿has visto ya algo por ahí que te
guste?
Pero nuestra pequeña Lorena era una jabata y eso no le supuso ningún
problema físico, afortunadamente. Era otra gran estrella que había llegado a
este mundo para alumbrar mi vida con la misma intensidad que su
embobado papi.
Tuve que dejar mi trabajo durante un tiempo en los últimos meses, cuando
mi barriga parecía ya un tonel de cerveza. Y permanecí en casa a su lado sin
moverme hasta que mi bebita pasó de largo el año.
El asunto es que no creo que tarde mucho en llegar otra criatura a nuestros
brazos porque, de un tiempo a esta parte, cada noche al acostarnos me dice
al oído “ven para acá, que vamos a buscar ahora el niño”.
Como suena. Ya decía yo que allí se estaba cociendo algo gordo, y es que la
vi durante el baile retirarse demasiadas veces “para ir al baño” y en un par
de ocasiones la pillé hablando con él. ¿No dicen que de una boda suele salir
otra?
Pues en la nuestra, el dicho se cumplió. Estábamos en plena luna de miel
por las Bahamas cuando la muy vacilona me envió un mensaje para
ponerme en antecedentes del pasteleo que se traían desde aquella misma
noche y que no me había pasado inadvertido.
Apenas un año más tarde se casaron en Guadalajara, tierra natal del chico.
Y esa sí que fue un pepinazo de boda a lo grande, de estilo medieval. Mi
marido y yo estábamos entre los primeros de la lista de invitados, por
supuesto. Lo pasamos genial aquel día también, vestidos con sendos trajes
de época acordes a la temática.
Puedo garantizar que Paco es otro hombre que se viste por los pies y que
jamás he visto tan feliz a mi amiga como desde que están juntos. Muy lejos
quedaron esos tiempos en que no quería verme ni en pintura a cuenta del
follón entre ella, Patricio y ese otro camarero, con servidora por medio.
La vida nos ha sonreído a los tres y parece que haya pasado un siglo desde
el día en el que fuéramos a caer como tres pardillos en aquel piso
madrileño, llegados desde distintos lugares de España. Qué fortuna la mía
de que pasaran también a formar parte de mi existencia…
Está claro que la vida sigue su curso para todo el mundo y que a veces,
como dicen por ahí, todo pasa por algo, pero lo que no pasa… también es
por algo.
Libro 2
Capítulo 1
—No, mamá. —Se rio como solo él sabía hacerlo, con esa sonrisa de oreja
a oreja que me recordaba cada día por qué debía sentirme la mujer más
afortunada del mundo.
Lo que yo no sabía entonces era que hasta las “parejas perfectas” podían
irse al garete de la noche a la mañana, con tal que soplara un aire un poco
más fuerte del habitual.
No hace falta calcular demasiado para comprobar que lo tuve muy joven, a
los veintidós. Probablemente fue engendrado en la noche de mi graduación
en Derecho cuando Edu y yo caímos en aquel hotel, borrachos como piojos.
Digamos que mi padre, que era diplomático y que vivía un tanto de cara a la
galería, no tomó aquello nada bien. Y no porque el chico no fuera de lo que
llaman “de buena familia”, que era hijo de uno de los principales asesores
de una de las compañías de electricidad más célebres del país, sino porque
ya apuntaba maneras, según él.
Meses antes habíamos tenido una fortísima discusión y ambos nos retiramos
la palabra. Tan orgullosos fuimos que ni él volvió a dar señales de vida en
los siguientes años ni yo tampoco. Hubiera esperado una llamada por su
parte cuando nació Eric, pero en mi teléfono no se registró y no creo que lo
hiciera a través de un vaso de yogur con un hilo, como solían hacer los
niños antiguamente.
—Yo he sido una tonta, siempre creí en tu palabra de que debía dedicarme
en cuerpo y alma al niño durante sus primeros años y que no nos faltaría de
nada, ¿y ahora qué? —le pregunté cuando puso sobre la mesa de mi
abogado aquella propuesta de convenio que no podía ser más penosa para
mí.
Si el mundo era una jungla, él era el rey de las hienas. Su único propósito
era sacar la máxima tajada de aquel divorcio a costa de cortarnos el grifo a
tope a Eric y a mí.
Tonta de mí, porque lo que no quería mi marido bajo ningún concepto era
que yo metiera las narices en sus asuntos. Y, como dinero era precisamente
lo que le sobraba, prefería tenerme en una jaula de oro a salvo de
comentarios…
Una vez se hubo marchado, él se quedó con nuestra casa de la sierra, que
también teníamos pagada y a mí me hizo “el favor” de que me quedara con
el ático, más cómodo para poder hacer vida en la capital.
¿Qué voy a contar de los gastos que soportaba al mes? Pues que las facturas
comenzaron a amontonarse, pues una casa así no se mantenía sola y Eric iba
no solo al mejor colegio, sino a todas las extraescolares habidas y por haber
en el ambiente más selecto de la ciudad.
Edu, dada su posición económica, no es que pudiera echar balones fuera del
todo, pero sí todo lo que pudo y un poco más… Se rodeó de su equipo de
abogados y recurrió a todas las triquiñuelas legales existentes para pasarle
al niño una pensión que, si bien no era baja, tampoco servía para cubrir ni la
mitad de sus gastos.
La idea estaba muy clara; debía mover ficha a toda velocidad y lo hice en
nuestro círculo, no tardando en comprobar que en su día cometí el error de
hacer el suyo, mío… Pero en el fondo eran sus amigos y, con una sonrisita
socarrona, uno a uno me fue dando con la puerta en las narices cuando
acudí con mi título a buscar ayuda. Yo me había especializado en Derecho
Mercantil, pero de poco me sirvió.
Por extraño que pueda sonar, mi primer cliente fue el jefe de un bufete al
que acudí a buscar a trabajo, cuando mi círculo al completo me dio de lado.
—No puedo ayudarte en eso, pero si te ocurre alguna otra manera de que
pueda aliviar tu situación, no tienes más que decírmelo—me comentó y la
forma en la que me miró me confirmó que yo no estaba loca ni
tergiversando sus palabras; me estaba ofreciendo dinero a cambio de sexo.
Tonta de mí (ya que tuve que comprarme otro), estrellé mi móvil contra la
pared por la furia que sentí. ¿Cómo se podía ser tan despreciable?
Andrés, que así se llamaba quien me había hecho la oferta que tanto asco
me dio, insistió varias veces antes de que yo diera mi brazo a torcer.
—Alfonso, si pudieras darme unos días más… Edu paga lo justo para los
gastos básicos y todo esto se me está haciendo un mundo.
Se lo agradecí en el alma, pero tenía que moverme deprisa. Ese mismo día
llamé a Andrés.
—Pon el precio que quieras y no se hable más, te adelanto que puedo ser
muy generoso.
—Sí que me gustan y mi entrenador Juanpe dice que soy muy buen jinete,
pero ¿si no voy a tener un caballo para qué quiero serlo?
Es lo que tenía Eric, que o le encajaban las piezas o podía darle cantidad de
vueltas hasta que lo hicieran. Yo no había conocido a un niño más
inteligente en mi vida y encima era de lo más observador, no se le iba una.
—Papá también tiene muchos gastos, mi vida—le expliqué camino del cole
pensando que ojalá los tuviera en farmacia, para el ardor de estómago,
porque a ese sí que le salían los billetes por la punta de las orejas. Y a su
hijo que lo zurcieran…
—Pues Marga le estaba diciendo el otro día a sus amigas que el anillo que
le había regalado papá costaba un ojo de la cara. ¿Un ojo de la cara es caro,
mamá?
Ya tenía yo la mañana bien dada. No los partiría un rayo a los dos, que no
podían ser más hijos de mala madre…
—Sí, cariño, pero que igual se lo había comprado ella, que también trabaja
y tiene su dinerito—le dije para que no tomara mal concepto de su padre,
pues lo último que quería era que se sintiera desatendido.
—¡Qué va, mamá! Si les dijo que ella no habría podido pagarlo ni
trabajando un montón de años y todas las demás se echaron a reír así…
Eric imitó la risa tonta de todas las amigas de Marga y yo le chillé que me
lo comía allí en su silla.
Ese era el pan nuestro de cada día, noticias que me llegaban de que aquellos
dos nadaban en la abundancia. Algo valía que yo me las había arreglado
para que a nosotros no nos faltase de nada, que si no…
Despedí a Eric en la puerta del cole y me fui a buscar a Sofía. Las dos
acudíamos al mismo gym todas las mañanas, pero antes nos tomábamos un
buen desayuno en una terraza cercana.
—¿Qué te parece? El niño ahora quiere un caballo, a ver quién lo baja del
burro—le dije echándome las manos a la cabeza.
—Ya lo sé, Sofi, no es el trabajo de mi vida, pero hoy por hoy es lo que me
permite vivir sin tener que bajar el ritmo y sacar a Eric de su círculo.
—Ok, ok, pero eso son habas contadas, ¿o te ves trabajando de lo mismo a
los sesenta?
—Hombre, esa sería señal de que soy un fenómeno de la naturaleza, no me
fastidies…
—Pues eso…
—Oye, que yo sé que tú eres súper previsora, pero que me queda tela para
eso, Sofi…
—No, con el burro ese de Sancho Panza al que aludiste antes… Pues claro,
Dafne, con un hombre, ¿o piensas que existe alguno que vaya a tragarse el
sapo de que trabajes de eso?
—Si yo lo último que quiero es rehacer mi vida con ninguno, sabes que me
he vuelto muy desconfiada.
—Ese ha sido un golpe bajo y lo has hecho adrede, que a mí no me haya ido
bien en el amor no quiere decir que a otra gente le haya pasado como a mí.
—Sí, sí, hasta que se den de bruces con la realidad. Yo también creí estar
felizmente casada hasta que la muerte nos separara, no sabía yo que la
muerte se llamaba Marga…
—¿En serio?
—Y dale, anda que no eres pesadita, que no me mira a mí, que te mira a
ti…
—Porque tú lo digas… Te mira a ti todas las mañanas, y vaya miraditas, ¿tú
lo has visto bien? El tío está que cruje…
—Sí que está bien, pero yo ahora me encuentro en otra onda y punto
redondo.
—Ya, ya, perdón por quererte recordar que hay más vida lejos de Eric y
de…
Una vez que Edu se marchó yo tuve que prescindir de sus servicios, pero la
llamaba en determinadas ocasiones cuando la necesitaba y ella, que tenía
delirio con mi niño, acudía presta.
Una norma era sagrada para mí; después de Andrés, el resto de hombres con
los que me viera deberían ser de fuera de Madrid, por lo que en la agencia
me buscaban clientes de provincias aledañas. Así me sentía más protegida,
aunque no creía que ninguno de ellos tuviera intención de abrir el pico, pues
tenían bastante que perder también.
Ese programa “Tu cara me suena” había sido uno de mis preferidos y le
hice el chistecito.
—Muy graciosa, pues te digo yo que a este tío lo he visto antes en alguna
parte, fíjate…
—Que no, que te he dicho que aquí me da mucho corte, siempre igual, que
parecemos adolescentes, chica…
Tiempo atrás subía muchas fotos con Edu y él conmigo. Sus dedicatorias
siempre hacían babear a todas nuestras amigas, que bromeaban
preguntándome sobre dónde lo había encontrado y si de verdad era un
hombre o un prototipo.
—Soy una máquina, una máquina sexual—les solía contestar él y qué poco
sabía yo en esos instantes que sí lo era; una máquina de poner cuernos,
exactamente.
Por esa razón, y después de ver que ahora todo eran frases similares para
Marga, llegué a la conclusión de que en las redes podemos colgar un mundo
ficticio que no tiene por qué corresponderse en nada con el real, por lo que
dejé de fiarme de ellas.
Claro está que a Sofía podían gustarle las redes o lo que le diera la gana,
que ella bastante tenía con aguantarme, solo faltaba que fuera yo a
censurarla.
—Si quieres, claro. —Quien le contestó fue Sofía, pues yo me quedé muda.
Muda porque no quería darle bola y muda porque su forma de mirarme me
indicaba que yo le interesaba. Y mi amiga tenía razón; la mía no era una
ocupación de esas de las que hablar abiertamente con una primera cerveza
por delante.
Me acordé de que Polo era uno de los nombres de moda a raíz de una serie
de esas de Netflix y me hizo gracia.
—Creo que esto es tuyo porque huele igual de bien que tú. —Se aventuró a
decirme y me dejó de lo más sorprendida.
No sabía él cuánto porque justamente eran esos los años que le había
echado yo.
—Sí, tengo una hija de cinco años, María, va al cole “El Encinar…”
—Muy bien, me parece loable eso de compartir todo lo relativo a los niños.
—No, digamos que él le presta bastante más atención a su nueva chica que
a su hijo. Es una cuestión de elecciones tú sabes…
Menos mal que había pronunciado yo bien, porque parecía que podría haber
dicho de erecciones, que también.
—No puedo entender que ningún hombre haga eso con sus hijos, aunque si
te soy franco no creo que tu ex sea muy inteligente cuando se ha dejado
perder a una mujer como tú.
Aquel día me vería con Ricardo, uno de mis clientes habituales, en Toledo.
Ricardo era un hombre extremadamente reservado, pero muy cuidadoso,
como todos los que solían solicitar mis servicios.
Cada una tiene sus costumbres y yo salía de casa con el pelo y el maquillaje
perfectos, si bien cuando llegaba al lugar en cuestión me metía en el baño y
me ponía la “ropa de matar” como la llamaba.
—Hola, Anais, yo muy bien, ¿y tú qué tal? Tan preciosa como siempre por
lo que veo…
Esa era una de las estrategias que había utilizado para que todo aquello no
terminara por afectar a mi carácter. Para una chica como yo, cuyo primer
novio había sido Edu y que no había catado más varón que él hasta que me
separé, aquello se habría podido convertir en una tragedia de no haber
sabido gestionarlo.
Salí y Ricardo se estaba sirviendo una copa al mismo tiempo que me ofrecía
otra.
—Son de mis viajes, una manía como otra cualquiera, me las quiero traer
todas…
Sin embargo, aquel día lo hice… ¿La razón? Polo me empezaba a hacer
tilín y eso que yo no quería reconocerlo.
—Sofi, soy yo, estoy viva y en perfecto estado. Todo bien, cortesía total y
trato muy humano, ¿te quedas más tranquila?
—Qué guasita tienes Dafne, sí que me quedo, pero no por tus palabras, sino
por saber que ya has salido.
Cuando dije antes que Sofía era como mi hermana no era una forma de
hablar. Si lo analizaba seriamente, ella sufría aquella situación más que yo.
De ahí la llamada de control que le hacía siempre al salir, pues de otro
modo sabía que ella no podría pegar un ojo.
Y eso que sabía que los ambientes por los que yo me movía eran muy
exclusivos, pero aun así yo no sé en qué antro de perdición debía
imaginarme para pasarlo tan rematadamente mal.
Tomé una decisión; no tomaría ese café con él jamás. Sí, sé que puede
parecer contradictorio, pero tenía su explicación. Polo me gustaba y yo le
gustaba, de eso no me cabía duda. ¿Qué posibilidades tenía de que aquello
saliera bien dado el berenjenal en que estaba metida?
Por lo que yo veía se había dormido mucho más tarde de lo normal y es que
menudito era Eric cuando alguna idea daba vueltas en su cabeza; y yo sabía
que en ese momento lo hacía una con cuatro patas; el caballo de marras.
Hice unas cuentas y pensé que, para poder hacer realidad el sueño de mi
niño tendría que aumentar el número de clientes mensuales en uno. Eso no
me hacía demasiada gracia. En particular, mi círculo de clientes lo
componían ocho o nueve hombres. El que más solicitaba mis servicios era
Ricardo, pues al resto solía verlos una vez cada dos meses
aproximadamente.
Llegué a casa sin novedad. Casi nunca había tenido un susto en la carretera
y el que me di con el animalito en la ida me había dejado un poco
trastocada. No así el alcohol, ya que lo de aceptarle la copa a Ricardo
formaba más parte de un ritual que cualquier otra cosa.
Dicen que es más fácil que eso ocurra con el estómago vacío y yo tenía el
problema de que el día que debía hacer un servicio apenas probaba bocado.
Sí, tenía mis estrategias y las ponía en marcha, pero eso no quería decir que
me pudiera acostumbrar a aquella vida; probablemente no lo haría nunca.
Capítulo 4
—Lo sé, lo sé, no veas la que me está dando porque quiere tener su propio
caballo y yo… Yo me lo estoy pensando.
—No, espero que esto no pase porque trabajes más. Madre mía, tú te has
propuesto matarme a disgustos…
Aplaudía como una loca a Eric cuando lo vi. Era Polo que llevaba a una
niña en sus hombros; lógico que era su hija.
—Mira a quién tenemos aquí, cualquiera diría que está siguiendo tus pasos
—me comentó Sofía mientras miraba la estampa.
—No, mujer, esta es una competición organizada por el cole, normal que
haya muchos padres.
Y la gracia no era esa, que la gente lo parase a cada paso, sino que había
personas que insistían en hacerse una foto con él, por lo que terminó
bajando a la niña de sus hombros y accediendo a sus deseos.
—¿En qué?
—En qué va a ser, te dije que su cara me sonaba, cómo no me iba a sonar,
qué despiste el mío…
—¿Quizá porque eres la más despistada del globo? ¿Puede ser por eso? —le
pregunté risueña, pero a la vez entusiasmada por lo que me había contado.
¿Era el chico de moda del país? ¿Y estaba interesado en mí? Por el amor de
Dios, qué emoción…
En honor a la verdad hay que decir que mientras se estuvo haciendo todas
aquellas fotografías no dejó de mirarme. Yo lo estaba haciendo también por
el rabillo del ojo sin perder tampoco de vista a mi pequeño jinete, que
parecía más concentrado que nunca.
—Pero bueno, ¿tú cuándo ibas a decirnos que eras el presentador de moda
de la tele? —le preguntó Sofía—Ya te estás haciendo una foto conmigo
ahora mismo…
—Mira, María, ellas son unas amigas del gimnasio, te las presento—le
indicó a su hijita, que era una monería y muy parecida al bombón de su
padre.
—Sí, sí, que lo es—afirmó él sin titubear y yo sentí que mis mejillas
entraban en erupción.
Sí, parecía que mi hijo iba a tener su premio aquel día. Y también parecía
que lo iba a tener yo, porque Polo no me quitaba ojo de encima. Claro está
que yo había tomado una decisión y no debía bajarme del burro. Y ahora
menos que mis gastos iban en aumento con lo del caballo.
—Sí, parece que hoy gana mi campeón, estoy muy orgullosa de él, como tú
debes estarlo de esta señorita tan preciosa. María, ¿tú quieres conocer a
Eric? —le pregunté.
—Sí, en mi cole también hay un niño que se llama Eric y que es muy
guapo, a mí me gusta…
Me quedé de piedra porque, que yo supiera, no había otro niño con ese
nombre en “El Encinar”.
—Ah, es que las niñas de mi cole están todas locas con ese Polo y si
hubieras sido tú yo hubiera fardado que no veas. Molaría mucho…
—Tú sí que molas, chaval, has ganado, eres muy bueno. —Le revolvió el
flequillo y, por la carita que le vi a María, comprendí que él sí que era el
Eric que le gustaba.
—Se me ocurre una idea, ¿y si para celebrarlo nos vamos todos juntos a
almorzar? —nos preguntó.
—Pero bueno, jovencito, ¿desde cuándo tomas tus propias decisiones sin
consultar con mamá? —le pregunté con una sonrisa de medio lado.
—¿Qué haces aquí, Edu? —lo miré sin entender ni una palabra. Eric venía
detrás con María y Sofia los entretuvo para que no se coscaran de nada.
—He venido a llevarme a mi hijo a almorzar. Hoy es un día grande para él,
Marga y yo hemos visto la carrera y no podemos sentirnos más orgullosos
—me contestó poniéndose la medallita de padre.
—Ah, vale, entonces también sabrás que me está costando la misma vida
pagar sus clases de equitación y que quiere un caballo, que le voy a tener
que comprar yo, ¿no?
—Bueno, no creo que esos sean temas para discutir en público y mucho
menos en presencia de desconocidos. —Miró con cara de asco a Polo
mientras que Marga lo hacía con interés, pues sin duda lo había reconocido.
Eso sí, la muy asquerosa a mí me miraba como si me quisiera asesinar. Pues
anda que si supiera ella las ganas que yo tenía de cogerla por los pelos y de
arrastrarla por toda la pista… En cualquier caso, eso sí, la culpa no la tenía
ella, sino el muy desgraciado de él, que estaba podrido en billetes y le
racaneaba a su hijo todo lo que podía y un poco más.
—Papá, ¡has venido! —Eric se echó en sus brazos porque el pobre mío ya
ni se acordaba de la última vez que su padre le prestó atención.
—Que gracias, papá, pero mamá es la que está conmigo todos los días y
hoy se merece que lo celebre con ella.
El palo que le dio fue justamente de campeonato, que para eso estábamos en
uno. Mi hijo estaba hecho de una pasta especial, era súper maduro para su
edad y se lo demostró en ese instante.
—Está bien hijo, como quieras. —Edu guardó las formas a duras penas
delante del niño, pero me indicó que me apartase para hablar con él a solas.
O con ellos, que Marga se había convertido en su sombra y no estaba
dispuesta a perderse el numerito.
—Es el presentador de la tele, ese que está tan de moda, amor, el tal Polo…
—le contestó Marga mirándolo de arriba abajo, gesto que no pasó
desapercibido para un Edu que se cabreó todavía más.
Lo de Polo en ese sentido era de traca porque lo normal era que se hicieran
famosos los presentadores de programas del corazón, de realitys y demás,
pero no tanto los que daban las noticias. El caso es que Sofía me contó
luego que él aunaba una cara preciosa con una manera muy original de
darlas y que, en poco tiempo, se había convertido en un fenómeno
mediático.
—Y, por encima de eso, es un buen amigo mío—añadí yo para echar algo
de leña al fuego.
—¿Un buen amigo? Pues cuidadito con quien arrimas a mi hijo, que no me
gustaría que en su vida estuviera un cualquiera.
—¿Qué tendrás tú que decir de mí? —me soltó una Marga de lo más
insolente.
—De ti, nada, nada, con lo desinteresada que eres—ironicé, giré sobre mis
talones, cogí la mano de Polo y salí andando en dirección contraria a la de
ellos.
Capítulo 5
Sí, lo cogí de la mano porque me salió del alma y punto. ¿A quién debía
darle explicaciones? Me había colado, bien pensado, a Polo.
—¿Por qué?
—¿Y qué problema hay? Otra cosa es que quisieras quedarte con ella, que
me hace falta, pero por cogerla no hay ningún problema, mujer…
—Tienes un puntito muy gracioso, ¿lo sabías? —Me hizo sentir bien, con
su broma le quitó toda la importancia al asunto.
—Hay que echarle un poco de gracia a todo, Dafne y, además, si te digo la
verdad, me ha encantado…
—Qué buena idea, créeme que hay días que yo estoy de los
embotellamientos hasta la punta del pelo.
—Normal, yo también los sufro cuando voy a trabajar… ¿Te parece si les
preguntamos a los niños?
Lo hizo y los dos estuvieron totalmente de acuerdo, pues la idea de disfrutar
de un parque de bolas para ellos solos le sedujo mucho más que la de
compartirlo con otro montón de niños.
Del todo no le había mentido y eso me hizo sentir mejor; sí que era mi
especialidad, otra cosa era que no me dedicara precisamente a ello.
—Buff, siempre me han parecido demasiados serios esos temas, fíjate que
te imaginaba yo en otro tipo de entorno más desenfadado.
—No, está con los cuernos revenidos y eso que los cuernos soy yo quien los
luzco, pero qué se le va a hacer… Digo yo que ya llegarán tiempos mejores,
¿no?
—Esa es la actitud, sin duda que lo es, yo reconozco que, con la madre de
María, Esther, no he tenido ningún problema y eso es oro.
—Ni que lo digas, y mira que yo creía que me casaba para toda la vida. Y
ahora mírame… Intercambiando miraditas de cariño con Marga los
domingos—ironicé.
—Ya, nos pasa a todos. Bueno, yo con Esther no llegué a casarme, pero
como si lo hubiera hecho; teníamos un proyecto sólido de vida, luego vino
la niña, pero a veces las cosas no salen como uno las proyecta. O, al menos,
no por tanto tiempo. Y eso que nuestro comienzo fue un tanto atípico.
—¿Atípico? Cuéntame, que me intriga…
—No, calla, calla, que estoy hablando de más. No quiero ser el típico tío
que no para de hablar de sus ex y demás, prefiero que nos centremos en el
presente y… si me lo permites, en nosotros, ¿una copa?
Volvió con una botella de vino que tenía una pinta espectacular y dos copas.
—Bueno a ver, digamos que Esther era la novia de mi único hermano. Ella
venía con él a casa y, por lo que fuera, la atracción comenzó a crecer entre
nosotros, pero imagínate, aquello era un lío de espanto.
—¿Te refieres a…? No, nos pilló dándonos un beso en la cocina de casa.
´Había salido y pensamos que iba a tardar más en volver.
Estaba claro que él tenía su objetivo y que no era otro que intentar que nos
conociéramos mejor. Yo quería escurrir el bulto, pero por otra parte estaba
tan a gusto con él que, claro, quería saber más cosas. Si lo hacía, eso sí,
debería ser quid pro quo, y yo también debería contarle las mías.
—Pues mira que sí, en los últimos meses he tenido varias veces el teléfono
en la mano para llamarle. Vive en Suiza con su pareja, ¿sabes? El caso es
que siempre me echo para atrás, no sé ni qué decirle.
—Tú lo ves muy fácil, pero cuando las cosas han estado tan feas entre dos
personas se complica mucho el acercamiento.
—Eso es cierto, pero no entre padre e hija; yo creo que hay vínculos que
son sagrados. Verás, yo lo veo claro, por muy enfadado que pudiera estar el
día de mañana con María, ardería en deseos de arreglar las cosas con ella. Y
si fuera un cabezota y no diera mi brazo a torcer, moriría porque lo hiciera
ella…
—¿Tú crees?
—No es que lo crea, es que estoy totalmente seguro de ello. ¿Por qué no lo
intentas? Te apuesto lo que quieras a que tu padre va a responderte mejor de
lo que crees.
—¿Una apuesta?
—Sí, si gano yo, te invito a cenar.
—Pues no creo que eso suceda, pero en el hipotético caso de que ganaras tú
y no respondiera bien, dejas que te invite a cenar…
—Ninguna—me confirmó.
—Y tanto que sí, también nos llevamos unos añitos sin hablarnos, no creas.
Por suerte, cuando me separé de Esther un buen día me llamó para
preguntarme cómo estaba. Sinceramente, no supe si lo hizo por nobleza o
para asegurarse de que ya no estábamos juntos—se rio—, pero en cualquier
caso recuperamos la relación desde entonces. Y actúa como un buen tío
para María, Por eso te digo, que todo pasa…
—Mis padres sí que saben vivir la vida, guapa, eso te lo garantizo. Tienen
un velero y llevan dos años pegando tumbos con él de allá para acá, ahora
están en el Caribe y dicen que no vuelven, que no se les ha perdido nada en
España, que en ningún sitito mejor que allí. Ellos son así y a mí me parece
fenomenal, que vivan a su aire…
—Es verdad, como las cosas sigan así a nuestra boda van a venir cuatro
gatos. —Se aventuró a decirme y yo es que aluciné.
—Siempre, siempre…
—Ya te digo yo que sí, que los abogados os pasáis demasiado tiempo
sentados. —Me guiñó el ojo.
—Sí, suerte que yo trabajo en casa y me pongo los horarios que quiero—le
conté apresuradamente antes de que atara cabos, pues yo todas las mañanas
pasaba por el gym con Sofía.
—Sí que es una suerte, te veo el lunes, guapísima.
Ese “guapísima” me hizo llegar con la sonrisa boba a casa. Era noche de
sábado y Eric y yo veríamos una peli con su postre favorito; tortitas de
chocolate y sirope.
Mientras las preparamos no dejé de pensar en todo lo que había hablado con
él….
“¿Cómo han pasado el día la abogada más bonita del mundo y su hijo?”
—Dafne, hija, ¿eres tú? —Su voz sonó entrecortada por la emoción.
—Sí, papá, tenías razón en muchas de las cosas que me dijiste en su día, es
un desgraciado.
—¿Y dices que va a venir a verte dentro de un mes? Pero eso es fabuloso,
no hace falta que te recuerde que tu padre cuenta todavía con unas
excelentes amistades aquí en Madrid y que alguna de ellas podrá echarte
una mano…
—Sí, ahora sí que te doy la razón. Lo veo, pero después de todo lo que ha
ocurrido quiero que esté aquí para charlar con él tranquilamente. Sé que
viene para olisquear un poco y ofrecerme su ayuda, lo intuyo, pero prefiero
que sea en persona.
—Lo entiendo, pero se me va a hacer un mes larguísimo, estoy deseando
que dejes… lo que tú ya sabes.
Naturalmente que no era otro que Polo, que venía con su ropa deportiva
dispuesto a darse un tute de muerte en el gym.
—Yo hoy tengo que ir adelantándome, que voy con un poco de prisa—me
dijo Sofía quien lo saludó y salió volando.
—Pues nada, tendré que hacer un esfuercito y tomármelo yo; cualquier cosa
menos tirar comida, que ese es un pecado capital.
—¿Y…?
—Y creo que he perdido la apuesta…
—Eso te lo habías asegurado de todas formas, pero vaya, que tenías razón
sí, estuvo de lo más cariñoso.
—¿Nos vamos ya? —me preguntó mientras sus ojos se perdían en los míos.
—¿Para dónde? —le respondí como una lela, ni siquiera caí en lo que me
estaba diciendo.
—Me refería al gym, pero vamos, que pide por esa boquita, que yo te llevo
a ti donde sea menester…
Pero para boquita la suya, vaya piquito de oro que tenía y menuda voz más
sensual… No me extrañaba que fuera presentador de televisión que, por
cierto, esa noche lo vería dar las noticias por primera vez; pues trabajaba de
lunes a viernes y todavía no había tenido yo ocasión.
Recé al cielo para que mi padre llegase pronto. Cierto que todavía no tenía
nada con Polo y que no habíamos comido juntos en ningún plato, pero me
iba a sentir muy mal haciendo el servicio semanal hasta que ese momento
llegase.
—Hola, Dafne, soy Juanpe, ¿sigue en pie lo que hablamos el otro día del
caballo? —me preguntó a la mañana siguiente el entrenador de Eric cuando
cogí el teléfono.
—Sí, ¿por?
—Exacto. Yo que entiendo te digo que deberías verlo esta tarde mismo y
dejar el tema apalabrado, ¿te concierto una cita y vienes con Eric?
Casi que fui rezando por el camino para que a Eric no le gustara el animal,
claro que nada más lejos de la realidad.
Pues nada, una conexión que me iba a costar muy cara, y no solo en
dinero…
—Edu, tenemos que hablar, es sobre el caballo que quiere Eric. Hoy ha
surgido la posibilidad de adquirir la propiedad de uno y he cerrado el trato.
—Pues nada, enhorabuena, que para eso eres una abogada. Ah, no, que se
me olvidaba, solo eres licenciada en Derecho; abogada no, porque jamás
has dado un palo al agua ni tampoco lo vas a dar mientras yo maneje a
nuestro círculo a mi son…
—Y una mierda voy a hacer yo. Si quieres comprarle un caballo, haz lo que
tengas que hacer para conseguir el dinero. Por mí, como si te metes a
puta…
No me pudo hacer más daño con sus palabras. Primero, porque utilizó aquel
término tan vulgar y machista. Naturalmente que las mujeres que nos
dedicábamos a eso no éramos putas, sino prostitutas, y la enorme mayoría
lo hacíamos para satisfacer algún tipo de necesidad de nuestra familia… Y
lo segundo, porque el conjeturar sobre aquello me hizo sentir como si mi
secreto hubiera sido desvelado. Por supuesto que no, lo dijo por decir, o
más bien, por herir…
—Es que, ¿sabes lo que pasa? Que resulta que la mujer es un encanto y no
me ha querido decir que no, pero anda pachucha, de modo que le he dicho
que no volveré demasiado tarde para que pueda irse a casa.
—Bueno, bueno, que no siempre te vas a salir con la tuya, ¿eh? Alguna vez
ganaré yo…—Polo se mostró optimista en ese sentido, igual que en todos.
—Pues nada, entonces tendrás que dejar que te invite…
—Sí, se llama “Ganador” mira que fue humilde quien le puso el nombre…
—Ya, ya, pues nada que está como unas castañuelas con él, con decirte que
quería que lo lleváramos a casa.
—No seas bobo, claro que sí… Lo único es que te pediría una cosa,
necesito que vayamos despacio, ¿lo entiendes?
—Ya, ya, te han hecho mucho daño y ahora vas con pies de plomo, ¿no es
eso?
—Más o menos. —Me lo puso a huevo con su respuesta.
No es que fuera eso sino más bien que, si a Polo le quedaban varias
semanas para comerse un rosco, debería al menos tener una explicación
antes de pensar que lo estaba utilizando de pagafantas.
—¿Os veo mañana a Eric y a ti? No tengo a María, pero podríamos hacer
algún plan los tres…
Y tan seguro, como que estuve haciendo cábalas durante un buen rato y
decidí que Faunia sería un lugar estupendo para visitar los tres, al aire libre
y con un montón de animalitos alrededor que harían las delicias de mi niño.
Capítulo 7
—¿Tú qué sientes por mí, Dafne? Algunas veces tengo la sensación de
que…
—Sé que quizás estemos yendo demasiado despacio, pero hazme caso, todo
va sobre ruedas.
Y es que no habían sido pocas las veces que intentó besarme y que yo me
hice la loca. Demasiada paciencia estaba mostrando conmigo, en algunas
ocasiones pensaba que la situación era insostenible.
Hablé con la agencia y me confirmaron que aquel último servicio había sido
encargado por Ricardo. En cierto modo lo preferí, porque así me despediría
de él; la siguiente semana llegaría mi padre y yo no trabajaría más.
Hablé por teléfono con Polo antes de que él saliera en directo y, con la
excusa de que me dolía un poco la cabeza, nos despedimos hasta el día
siguiente.
—Sí, creo que este podría ser el nuestro, ¿te encargas tú de organizarlo
todo?
Una vez saliera aquella noche de la suite de hotel en la que siempre me veía
con Ricardo daría por concluida oficialmente mi etapa como prostituta y ya
me sentiría libre para caer en sus brazos. No veía la hora de hacerlo, esa era
la realidad.
—Me alegro…
Iba a entrar al baño como era mi costumbre cuando él me tomó por el brazo.
—¿Te pasa algo? Mira que si te lo has pensado mejor y te apetece que hoy
no hagamos nada, puedo irme…
—Pues mira que ya somos dos, yo también quería comentarte una cosita
hoy antes de irme.
Ricardo me había tratado siempre fenomenal y yo creía que era justo que
me despidiera de él y no que en la agencia le dijeran que me había dado de
baja y punto.
—Cómo no…
—¿Y es muy osado preguntarte por qué no ejerces? ¿Acaso no has tenido la
oportunidad?
—¿A Madrid? No me fastidies que vienes desde allí cada vez que nos
encontramos.
—Lo que has escuchado, Dafne, hace meses que estoy enamorado de ti. No
me pasaba desde hace mucho, ya sabes, todos nos hemos llevado un palo en
el amor que tarda en cicatrizar.
—Ni que lo digas, unos más que otros, pero todos llevamos lo nuestro.
—Pues eso, yo me había apartado de todo lo que tuviera que ver con lo
sentimental hace años, por eso recurrí a los servicios de la agencia.
Procuraba no implicarme con ninguna mujer; me he dedicado mucho a mi
trabajo y a mis viajes… hasta que te conocí a ti y lo cambiaste todo.
Aquella confesión también acababa de cambiarlo todo para mí. Por unos
instantes me hice la ilusión de que comenzaría a trabajar de inmediato en la
empresa de Ricardo, pero si él estaba enamorado de mí, eso lo impediría…
—Ricardo, yo no sé qué decirte, verás, debo ser muy torpe, pero ni siquiera
me había dado cuenta de nada…
—Te lo agradezco en el alma, pero creo que va a ser mejor que no me meta
en esas. Verás, no sé cómo explicarte esto, pero yo estoy conociendo a una
persona y no creo que sea buena idea que trabajemos juntos, lo entiendes,
¿verdad?
Sé que se alegró de corazón de que yo lo dejará, pero aquel “la última vez
que nos viéramos” le cayó como una pesada losa en el alma; lo vi en sus
ojos y, sin más, le di un abrazo.
En ese instante fueron muchas las emociones que afloraron por parte de
ambos, hasta el punto de que las lágrimas corrieron por mis mejillas al
mismo tiempo que lo hicieron por las suyas.
—Creo que será mejor que nos despidamos ya. Ricardo, quiero que sepas
que para mí ha sido todo un placer conocerte y que estoy segura de que
volveremos a vernos algún día—lo dije por decir, me refiero a eso último,
pero es que una a veces no sabe qué decir en ciertas circunstancias. Y
aquella era una de esas.
Loca de contenta, conduje con más cuidado que nunca. Pensé en lo horrible
que sería que sufriera algún percance en la carretera y Polo se enterase de
que no estaba en la cama, sino de ida y vuelta a Toledo.
No, no habría más mentiras en nuestra vida. Pensaba hacer borrón y cuenta
nueva. Jamás había sido amiga de esas, de las mentiras, y no iba a ser ahora
cuando nos diéramos la manita.
Y es que fue tanta la paz que sentí… Hacía mucho tiempo que llevaba una
doble vida; y la segunda de ellas sin apenas darme cuenta me había hecho
mucho daño.
Ahora encararía el futuro de otra forma. De hecho, soñé con el reencuentro
con mi padre y con mi nueva vida… Una nueva vida en la que Polo
ocupaba un papel protagonista y que me emocionaba más y más por día que
pasaba. Fui tan feliz, que puedo decir sin temor a equivocarme que rocé el
cielo con la punta de mis dedos…
Capítulo 8
Sucedió al salir del gym, cuando Polo me invitó a almorzar para hablarme
de los pormenores de nuestro finde.
—Te prometo que todavía no puedo creerme que te vayas a venir conmigo,
¿dónde te apetecería que fuéramos? —me preguntó.
El viernes por la tarde Eric se marchó con su padre, no sin antes tener una
trifulca con este último, para no variar.
—No, Edu, esta vez va a ser que no, te lo vas a quedar hasta el domingo. Si
tienes planes los cancelas, es tu finde con Eric y esa debería ser tu prioridad
—le dije mientras el niño permanecía ajeno a la conversación ya sentadito
en su sillita del coche.
—¿Cómo? ¿De verdad te has pensado que tú vas a mangonear en mi vida?
No te lo has creído ni borracha. Si te digo que te lo traigo mañana es que te
lo traigo mañana—vociferó.
—Ya puedes bajar el tono de voz, que vas a alertar al niño y no, no lo vas a
traer mañana. Esta vez yo también tengo planes, de modo que los tuyos con
Marga deberán esperarse al finde que viene.
Miré el reloj y faltaba justo media hora para que Polo viniese a por mí. Yo
ya estaba arreglada, con el maquillaje con tonos nude intacto y el pelo
perfectamente planchado. También llevaba la manicura francesa en las
manos y mi perfume preferido de Cacharel, ese que un día me dio nombre
en un mundo que sentía cada vez más lejano.
No, obvio que no lo era. A Polo le sobraban atributos para ser nombrado
“Mr. Lo que fuera”, pero encima era tela de modesto.
—No, siempre has sido un poco reservada con todo lo que concierne a tu
vida profesional, pero ya me irás contando; muero por saber más cosas
sobre ti.
También hablamos de los niños, que esos nunca se nos caían de la boca…
—¿Te has fijado que tenemos la parejita? —me preguntó.
—Sí, sí, es la situación ideal, con una parejita ¿quién quiere más?
Yo sabía que tenía feeling con los niños porque lo notaba en cada uno de sus
movimientos con María y ahora también con Eric. El día que fuimos a
Faunia se comportó como un auténtico padrazo con mi hijo y esas no son
cosas que a una mujer se le pasen por alto.
En cualquier caso, decidimos que aquel era un finde para nosotros, que nos
habíamos ganado a pulso un poco de desconexión.
—No nos vamos a quedar en la capital, aunque podremos visitarla, me he
decantado más bien por un ambiente rural, espero que sea de tu gusto—me
confesó.
Dicho así, “por un ambiente rural”, parecía que me fuera a llevar al pajar de
Heidi a jugar con Copo de Nieve, pero nada más lejos de la realidad…
—¡Guauuu! No conocía este hotel—le comenté al llegar a aquella
población a unas decenas de kilómetros de Salamanca capital. De estilo
señorial, tenía una presencia impresionante y lo mejor era que combinaba la
estética tradicional con la máxima de las funcionalidades, ofreciendo
incluso un magnífico SPA a sus clientes.
Y, por si eso fuera poco, cuando llegamos a la suite, en la que nos esperaba
una impresionante cesta con frutas de temporada y una botella del mejor
champán con dos copas, descubrí que teníamos nuestro propio jacuzzi.
Demasiado tiempo sin darme a nadie por amor, tuve que resetear… y lo
hice en un minuto. Olvidé lo mecánico que había sido para mi el sexo en los
últimos tiempos y me entregué a una pasión que jamás había
experimentado.
Puedo decir con certeza que logré olvidar todo lo vivido en el último año y
centrarme en hacer de aquella experiencia un momento absolutamente
único.
El mimo y la delicadeza con los que me trató Polo también ayudaron a ello
y no poco. No obstante, conforme entró en mí y lo hizo con todo el cariño
del mundo, acariciando cada recoveco de mi piel a la par que mi alma, le
pedí que diera rienda suelta a aquello que sus ojos me decían; que la pasión
se desbordaría mientras subía de revoluciones en aquel jacuzzi en el que
ambos nos introdujimos con las máximas de las expectativas.
Unas horas después, antes de dormir, ambos concluimos que lo que allí
había pasado solo podía definirse de una forma; habíamos hecho el amor
por primera vez, pero no por última… Si el destino nos acompañaba, eso
sería lo que hiciéramos a partir de ese instante cada vez que tuviéramos la
ocasión, pues amor era lo que se estaba generando entre ambos…
El fin de semana transcurrió sin que pudiera ponerle una pega. Si atento y
cariñoso me había parecido Polo hasta el momento, no digamos ya cuando
tuve la oportunidad de conocerle en la intimidad. Y luego no le faltaba un
detalle a aquel bombón andante.
Para colmo, cada vez que hablaba con Eric por teléfono, me preguntaba por
él. Yo me reía para mis adentros imaginándome al impertinente de su padre
resoplar mientras esperaba a que acabáramos de hablar, porque le debían
estar entrando sudores fríos de que mi niño mostrara tanto interés por mi
chico.
El domingo por la tarde solo una idea se me pasaba por la cabeza de vuelta
a Madrid; no tenía ninguna gana de separarme de Polo.
—¿Qué piensas? —le pregunté para cambiar un poco el tercio, pues sabía
que no tenía más remedio que volver a mi casa.
—En que tengo ganas de secuestrarte, no sé cómo voy a poder dormir solo
esta noche, me he acostumbrado demasiado mal durante estos días.
Menos mal que esa semana llegaba mi padre y todo se arreglaría. Ya raro
era el día en el que no me hacía una llamadita de teléfono para saber de mí
y del niño. El hombre se había tomado a pecho lo de retomar nuestra
relación y conocer a su nieto.
Me comentó que en este primer viaje vendría solo pues su pareja, Águeda,
tenía que atender unos negocios allí en Suiza. Al fin y al cabo, ella era
varios años más joven que él y todavía estaba en activo.
—Y este muchachito tan guapo y tan ingenioso debe ser Eric—le dijo
mientras lo tomaba en brazos y le daba un abrazo fortísimo también.
—Sí, yo soy Eric y tú eres el abuelo. Sé que no has podido venir a verme
antes porque estabas de viaje muy, muy lejos, pero que lo has hecho en
cuanto has podido, muchas gracias abuelito.
Lo que pasó entre mi padre y yo era cosa de adultos, y Eric no tenía por qué
saber nada. Además, y aunque mi padre hubiera sido bastante pejiguera, lo
cierto es que en la mayoría de las cosas que me dijo de Edu tenía toda la
razón, por lo que nada de aquello hubiera ocurrido de no haber tenido yo
una venda tan grande en los ojos que no me permitía observar con nitidez la
realidad.
—Hija de mi vida, ¿pero este niño cómo sabe tanto? Sí, muchachito, no
sabes cómo me alegra conocerte y, a partir de ahora, no habrá distancia
capaz de separarnos, ¿lo sabes?
—¿Ni aunque te vuelvas a vivir al Polo Norte? —le preguntó Eric que
estaba de lo más parlanchín.
—¿No era allí? Es que mamá me dijo que donde tú vivías hacía demasiado
frío, que por eso no podíamos ir a verte nosotros estos años, y yo creí que
era el Polo Norte. —Se rascó la cabeza en señal de que le chirriaba que no
fuera eso…
Desde luego que no había estado cerca, no ya por la distancia física, sino
por la emocional que habíamos puesto entre los dos. Pero eso se había
acabado.
—¿Y esos regalos? ¿Alguno es para mí? —Movió sus piececillos en señal
de impaciencia y mi padre y yo nos carcajeamos.
Eric se entretuvo un buen rato en abrirlos porque cierto que su abuelo había
traído un cargamento. Miraba a su nieto embelesado y hasta me pidió que
les hiciera varias fotos juntos.
—Mira qué dos generaciones más guapas—le comenté a mi padre mientras
le enseñaba la foto.
—Mi nieto, mi nieto es el guapo… Yo ya voy cuesta abajo y sin frenos, hija
mía—me contestó.
—Papá, ¿eso es una broma? Si estás hecho un auténtico galán, Águeda debe
estar encantada contigo.
—¿Tú crees? Pues mira que yo me veía un poco de capa caída, sería tu
ausencia que me ha pesado demasiado, hija, y la de ese muchachito que está
ahí. —Señaló a Eric que estaba como loco con los regalos.
—De capa caída nada, los años te han tratado fenomenal, papá.
Y claro que había traído, qué cantidad de cosas, entre las que destacaban
algunos objetos personales de mi madre que él guardaba celosamente y que
le agradecí sobremanera que me entregara.
—Nadie mejor que tú para tenerlos, mi niña. Eso es lo que ella hubiera
querido y también lo que quiero yo.
—Gracias, papá, no sabes lo que significa para mí este gesto tan bonito…
—No, papá, bueno verás… En realidad, sí que tengo que pedirte algo, pero
no es dinero. El dinero puedo ganarlo yo y eso es justamente lo que quiero.
Digamos que Edu me boicoteó tras nuestro divorcio y nadie quiso
contratarme, sabes que tiene bastante poder y…
—Y menos vergüenza que nadie que yo conozca. Hija, ¿cómo no acudiste
antes a mí si te estaba ocurriendo eso?
—Gracias, papá. Y hay otra cosa… bueno, mejor dicho, otra persona a la
que quiero que conozcas; se llama Polo y es el hombre que está haciendo mi
vida feliz de un tiempo a esta parte. Bueno, mira, ¿quieres verlo? En ese
instante puse las noticias y allí estaba él.
—A ver, papá, que llevamos muy poquito, pero que me da que sí… Polo
reúne todas las características para ser tu futuro yerno y a mí me gustaría
mucho que así fuera.
—Pues así será, Dafne, seguro que está entusiasmadísimo contigo, te has
convertido en una mujer de bandera.
—Gracias, papá, pero el caso es que tengo que pedirte un favor más…
—Dime, pues.
—Polo piensa que ya trabajo de abogada, no menciones para nada que
estamos en ello.
—Eso espero, cariño, porque una relación debe estar basada totalmente en
la sinceridad y lo sabes.
—Es muy listo y se queda con todo, papá. Y, otra cosa, un gran jinete. Ha
logrado que hace poco le compre un caballo “Ganador” se llama… Mañana
te enseñará todos sus trofeos, los tiene en su dormitorio como oro en paño.
—Pero bueno, este chavalín es que lo tiene todo, cariño mío…
—Ni yo tampoco, Dafne, sobre todo porque ya lo adoro, ¿sabes? —De los
ojos de mi padre rodaron unas cuantas lágrimas en dirección a sus mejillas
y es que el hombre estaba muy, pero que muy emocionado.
—Sí, mi amor, ahora sí que lo tengo todo. Ese va a ser un día glorioso y he
pensado que el pequeño podría llevarnos los anillos, ¿te parece?
Escuché que Águeda le contestó que era una idea estupenda mientras le
acercaba la copa a mi padre. Pues nada, ya tenía un nuevo cometido mi
niño…
Capítulo 10
Menos mal que, por si las moscas, previendo la posibilidad de que mi suerte
cambiara, yo me había reciclado durante el último año, porque para mi
sorpresa me dijo que empezaba a trabajar al día siguiente.
—Aquí donde la ves era un trasto de mucho cuidado. Ya sabes que me tocó
criarla solo y todos los ojos fueron pocos, cada vez que yo notaba un
silencio un tanto sospechoso en casa ya sabía de sobra que estaba tramando
alguna.
—Así que un trasto, y ahora va en plan guardia civil con Eric, que lo tiene
más derecho que una vela, y eso que es más bueno que el pan.
—¿Qué me estás contando, chaval? Así que ahora se han invertido las
tornas y el guardia civil eres tú, Dafne. —Mi padre se desternillaba de risa
porque yo había utilizado muchas veces esa expresión para dirigirme a él.
—Bueno, pero solo un poco, tampoco hagas caso, que Polo es un poco
exagerado. Yo diría que sensacionalista, le sale la vena de periodista y ya se
sabe…
Bien sabía Dios que no era así, pero yo me divertía haciéndolo ver.
Aquellos dos hombres me querían bien y se mostraban muy felices de haber
podido conocerse.
—Un momento, papá, ¿qué es eso de que te vas mañana a primera hora?
Me dijiste que te quedabas unos días.
De entre todos ellos, noté enseguida que iba a congeniar a la perfección con
Trini y con Jorge, que parecían súper amables y llevaban temas de
contabilidad, por lo que además trabajaríamos codo con codo.
No fue por casualidad que ellos me cayeran especialmente bien, sino porque
se mostraron cercanos y cariñosos.
—Con un enchufe, mujer, con un enchufe, que todo hay que decirlo.
Desde luego que yo no servía para eso e iba a demostrarlo a quien fuera
menester, aunque mientras quizás sí tuviera que aguantar la cara de
reproche de algunos de aquellos engreídos.
—Ya Jorge te habrá puesto al día de que el principal requisito para entrar a
trabajar en el despacho es el de ponerte la antirrábica, ¿no?
—Bueno, no te preocupes, es que aquí la mala leche parece que crece en las
plantas. Y mira que plantas hay un montón. —Señaló a nuestro alrededor y
desde luego que aquello parecía la jungla amazónica.
—Lo haré en cuanto pueda, lo único es que todavía me tengo que amoldar
al sistema y…—le expliqué porque lo que resultaba inviable era comenzar
la casa por el tejado.
—Es lo que tienen los enchufados, que todo son excusas. Si tienes algo de
dignidad, deja las tuyas a un lado y ponte a trabajar.
—Pues anda que no tienes que comer tú picos para eso—me contestó.
Cogí mi primer expediente y me puse a tope con él. Comprobé con júbilo
que mis conocimientos no estaban oxidados y lo puse en la mesa de
Evaristo esa misma mañana antes de irnos.
—No puedo creer que ya lo tengas listo, ¿es una broma? —me preguntó mi
jefe un tanto alucinado.
—No, no es ninguna broma, no creas que voy a desaprovechar la
oportunidad que me has dado.
En contra de lo que sucedía con algunos de los niñatos que trabajaban para
él, Evaristo era un hombre sencillo de esos que se notaba que valoraban por
encima de todo el esfuerzo y la dedicación.
Después del miedo inicial, aquel día me fui a casa con la sonrisa boba en la
cara. Lástima que no pudiera contarle mis avances a Polo para no darle una
pista. Es más, lo que sí tuve que hacer fue decirle que me había incorporado
al despacho de una forma más presencial porque ya no tenía la posibilidad
de verle por las mañanas en el gym. Ni a él ni a Sofía, pero mi amiga tocaba
palmas con las orejas de lo contenta que estaba de que por fin me dedicara a
lo mío…
Capítulo 11
Por otra parte, el hecho de que el resto de sus compañeros vieran cómo me
partía la cara a diario por sacar adelante un buen número de expedientes lo
antes posible hizo que comenzara a ganarme sus respetos.
Yo procuraba sacar el trabajo rauda y veloz para que las tardes me quedaran
libres y pudiera dedicárselas a Eric. A esas horas Polo estaba en televisión
preparando su programa, pero pronto comenzó a pasar por mi casa muchas
de las noches que no tenía a María con él.
Lo nuestro marchaba que era una gozada y los dos soñábamos despiertos
con repetir dos semanas más tarde viajecito, esta vez con rumbo a Suiza y
con la compañía de Eric, pero la ocasión bien lo merecía.
—Deseando estoy, pero para conocer a tus padres, como no sea que
pongamos también nosotros rumbo al Caribe, aunque mira que a mí no me
importaría, Polito...
Entre nosotros todo era muy tierno y la relación apuntaba cada día mejor.
Sería una fiesta informal e incluso, al haber más gente, una ocasión
estupenda para conocerlos, pues así no toda la atención estaría centrada en
mí al ser la nueva de la familia.
—¿Qué me dices? ¿Ya? Pues anda que vosotros echáis una carrerita y dejáis
al AVE en pañales, menuda velocidad que me lleváis…
—Sí, sí, ya, piensa que tampoco es tan raro porque él ya conoce a mi padre.
—¿Para la boda de mi padre? Tú vas a tener que comer rabitos de pasa para
la memoria, ¿no lo encargamos juntas la semana pasada?
Y por delante fuimos las dos de compras esa tarde. Me decanté por un
precioso vestido en tonos marfil que acompañaría con una capita rosa que
tenía y que era una monería, con algunos de los complementos también en
rosa.
—No te preocupes que ese firmará en breve, según dicen Marga lo tiene
bien cogido por los cataplines y lo está asfixiando para que le pida
matrimonio también.
—Pero cariño mío, cómo no les vas a gustar, si eres un encanto, y preciosa,
y me quieres y, para más inri, quieres a María… Se van a quedar
maravillados conmigo.
—¿Voy demasiado formal? Mira que ellos igual, como vienen del barco y
eso…
—Sí, su estilo es más informal, mis padres son como un poco hippies, nada
que ver con sus hijos, pero ¿y qué? Tú eres tú y ellos son ellos…
La tita Sofía se quedó con Eric, quien se quejó porque decía que quería
venir a conocer a sus nuevos abuelos y tito antes de salir con ella hacia su
casa.
—Otro día, campeón mío. Hoy se celebra una fiesta de mayores, pero les
hablaré a todos de lo orgullosa que estoy de ti, ¿te parece?
—Me parece, mami…
Mi niño era otro amorcete y solía ponerme las cosas muy fáciles.
—La que más mi madre, Paz, con ella te vas a tirar al suelo. Tienes unas
ocurrencias únicas, es muy, muy graciosa. Y luego empieza a contar chistes
y se queda sola, ni te lo imaginas. Con decirte que suele llevar con ella un
pequeño bloc de notas con un montón de ellos anotados por si se le acaban
las ideas.
—No puede ser, eso es de personaje total… Vamos que no es Paz Padilla de
milagro.
Ya estaba deseando conocerla, una suegra así, tan original no se veía todos
los días. Y encima, la que yo tuve en su día, la madre de Edu, era más seria
que un cuarto de especias, por lo que me sabía más a gloria todavía que Paz
fuera tan buena gente como decía su hijo.
Finalmente, gracias a lo mucho que me insistió Polo, logré dejar los nervios
a un lado y centrarme en lo verdaderamente importante; conocer a mi
familia política y mostrarme con ellos como lo que yo era, sin filtros… El
hecho de no tener que volver a mentir a nadie no estaba pagado para mí, me
sentía como niña con zapatos nuevos con mi nueva vida…
—Correcto, el pajarito ese debe ser un pajarraco muy listo, mamá; mira,
ella es Dafne, mi novia.
—En unos días, hijo, en cuanto veamos a María y poco más, tú ya sabes
que…
—Pues eso, hijo. Y ahora, ¿le vas a decir a esta preciosidad de muchacha
que entre u os vais a quedar los dos helados en la entrada?
Junto a la foto de Paz había una cestita con una maraña de pulseras… En
una de ellas se leían las iniciales J.R. y, no, no era el famoso personaje de la
serie Dallas, esa que dio la vuelta al mundo décadas atrás.
—Sí, bueno… Joaquín Ricardo para más señas, pero mis familiares me
llaman Joaquín a secas—carraspeó él.
¡Dios mío! ¿Cómo el destino podía estar mostrándose tan cruel conmigo?
Mi cuñado era Ricardo, mi antiguo cliente, el hombre que además se había
enamorado de mí y que, por la cara que puso, sintió enormemente que por
segunda vez en la vida su hermano se quedase con la mujer que él amaba.
Capítulo 12
¿Exagerada? Puede parecerlo porque a Polo hacía muy poco que lo conocía
como para decir que perderlo equivalía a que mi vida estuviera lista de
papeles; pero es que no era ya solo eso, no era perderlo únicamente, sino
hacerlo por una mentira que, de ser así, me habría costado muy cara y me
perseguiría toda la vida.
Pero, de entre todas las personas que había en aquella mesa, diría yo que la
más larga con diferencia era Paz, que no paraba de mirarme como dando a
entender que sabía que me ocurría algo, más allá de lo que le estuviera
diciendo a su hijo.
Se notaba que era tremenda Paz y que derrochaba vitalidad por los cuatro
costados. No me extrañaba que Polo fuera como era viniendo de una madre
así; él se ponía el mundo por montera, pero es que a Paz se notaba que no
había problema que la pudiera parar.
Me sentí muy bien con ella, pues la noté cercana y condescendiente
conmigo. Yo la esperaba correcta, pero no sabía si algo más. Sin duda le
había caído en gracia, igual que ella a mí.
Sin embargo, la idea que no paraba de ir y venir por mi mente era otra, ¿y
Ricardo? ¿Cuál sería el talante de mi cuñado? Yo lo había conocido en unas
circunstancias que apenas me daban ninguna pista. Desde luego que no…
Primero como cliente y después, la última noche, como enganchado
emocionalmente a mí.
Ambas posturas eran propicias para que me hubiera mostrado su mejor cara,
pero yo no conocía la verdadera. Y, además, que no era solo que yo fuera su
enamorada y la de su hermano a la vez, sino que se daba “el plus” de que
era la segunda vez que se repetía la jugada y quizás eso ya sí que le
resultara insoportable.
—Creo que les has caído sensacional a todos, mi vida, no tienes por qué
estar hecha un flan. —Polo me cogió la mano e intentó en vano
tranquilizarme.
—Gracias, amor, seguro que ya otro día estaré más tranquila, es que es
verdad que no puedo con mi vida.
Debía estar quedando como una pardilla total. Lógico que veían en mí a una
niña cándida histérica ante su presentación en familia. Si supieran la
realidad, que yo había sido una prostituta de alto standing y que el motivo
de mis nervios no era otra que descubrir que quien fue mi principal cliente
era también el hermano de mi novio…
No sé cuántas veces pude llegar a maldecir mis nervios esa noche, pero
fueron muchas, infinitas diría yo.
Cada vez que Ricardo cambiaba el gesto o levantaba la copa para brindar,
yo daba un respingo en mi silla que llegaba al techo.
—“… Y, por último, quiero brindar por mi nueva cuñada, Dafne, una mujer
bella y elegante donde las haya. Intuyo que, tras su apariencia frágil, hay
una guerrera que sabrá acompañar a Polo en todas las batallas de su vida.
Hermanito, siempre te acompañó la suerte y parece que cada vez más”.
Respiré aliviada cuando terminó y observé que a Paz tampoco se le fue ese
detalle. Esa mujer era larga, pero larga, más que un día sin pan. Le sonreí y
me devolvió la sonrisa, pero detecté algo de intranquilidad en sus ojos.
—Muchas gracias a los dos por haber venido—nos dijo mientras clavaba su
mirada en mí.
No puedo decir que viera en sus ojos odio, sed de venganza, ira ni ningún
otro sentimiento parecido. Más bien diría que lo que detecté fue una
profundísima pena. En cuanto a mí, no veía la hora de salir de aquella casa.
Era como si, mientras permaneciera allí, aquella mentira de alto standing
que tenía a mis espaldas pudiera estallarme en toda la cara.
Lo que sentí en ese instante fue suciedad por mi parte. Sí, me sentí
rematadamente sucia, tan sucia que no pude ni mirarle a los ojos.
—Sí, no sé si también es que he estado indispuesta como te dije. A veces,
con los nervios, se me bajan las defensas y me dan cistitis, es una dificultad
que tengo.
Sí, al día siguiente vería, aunque bien sabía que tendría una noche toledana
por delante en la que no iba a pegar ni un ojo, eso desde luego. Llegamos y,
efectivamente, mientras Polo se durmió yo vi el alba despierta.
Eran pocas las opciones que tenía y ninguna buena… Si me callaba corría el
riesgo de que a Ricardo se le cruzaran los cables en cualquier momento y le
diera por hablar, eso si no cogía el teléfono al día siguiente y se lo contaba a
su hermano todo con pelos y señales. Por otro lado, si se lo contaba, era más
que probable que él me dejara ipso facto.
Dios mío, ¿por qué camino tirar? Hiciera lo que hiciera iba a perder a Polo
y esa sola idea me dolía como si me la estuviesen grabando a fuego en la
piel.
Mi chico me estuvo abrazando toda la noche, como solía hacerlo, pero
aquella con un talante especialmente protector.
—No sabes lo que te quiero, ¿estás despierta, vida mía? —me preguntó a
media noche al descubrir que ríos de sudor cubrían mi cuerpo.
Si se lo iba a decir, lo mejor es que fuera rápido. Los malos tragos hay que
pasarlos pronto, aunque aquel, más que malo, me estaba resultando
totalmente agónico.
Yo también lo abracé como nunca lo había hecho de fuerte hasta que los
primeros rayos de luz entraron por mi ventana. Fue el amanecer más triste
de mi vida y eso que el sol lucía radiante y no había ni sombra de una nube
por ninguna parte.
De haber sido de otro modo, el día invitaría a hacer alguna actividad al aire
libre con Eric y con él, pero yo ya había tomado una determinación y tenía
bastante claro que nuestros planes se iban a truncar…
No, no me lo podía callar… incluso en el hipotético caso de que Ricardo
callara, nadie me garantizaba que lo hiciera de por vida. De hecho, aquella
noche, llegué a imaginar que me casaba con Polo y que cuando el sacerdote
decía aquello de “…que hable ahora o que calle para siempre”, era mi
cuñado quien hablaba y revelaba mi secreto a todos los presentes.
—Polo, mi amor, tengo que hablar contigo—le dije con el más penoso de
los tonos en cuanto abrió los ojos.
—Cariño, no sé por dónde empezar, vas a tener que perdonar mis nervios,
pero es que me están consumiendo.
—Pero vamos a ver, Dafne, ¿qué te pasa? Te noto muy rara desde anoche y
me temo lo que es…
—¿Seguro? Creo que igual estamos yendo un poco rápido para ti. Recuerdo
que al principio me dijiste de ir despacio, pero a partir de un momento
determinado hemos dado un acelerón tremendo.
—No, no es eso, no te preocupes. Lo que tengo que contarte es algo
decisivo para nuestra relación, pero mucho me temo que por tu parte, no por
la mía. Yo, ante todo, quiero que sepas que estoy totalmente decidida a
seguir para delante. Es más, te diría que querría pasar el resto de mi vida
contigo, pero al contario no sé yo.
Sí, sí, cosillas y flecos, cuando escuchara lo que tenía que escuchar a ver
cómo calificaba lo mío.
—Polo, no puedo más, ahí va… Yo ahora sí trabajo de abogada, pero desde
hace pocos días… Antes, cuando te conocí, ejercía como prostituta de lujo.
—Espera, Dafne, ¿esto es una especie de broma? ¿Un reto de esos de las
redes sociales para comprobar el talante de tu novio? Sí, sí, seguro que va a
ser eso y que es un poco trampa. Si ahora me echo las manos a la cabeza no
paso la prueba, ¿no?
La negativa que le hice con la cabeza le indicó que no, que no iba a tener
tanta suerte.
—Por el amor del cielo, ¿me lo estás diciendo en serio? Dafne, me estoy
poniendo muy nervioso. ¿Lo que estás queriendo decirme es que me has
estado mintiendo al comienzo de nuestra relación en algo tan serio como
eso?
—Sí y no, Polo. Te prometo que me propuse que no te daría ni un beso
hasta que no lo hubiera dejado, por eso lo de ir tan lentos al principio.
—Ah, vale, pues si ese era el plan, ya puedo quedarme más tranquilo—
ironizó.
—Ya, ya, espera, por dinero baila el perro, pero ¿de verdad lo necesitabas o
era solo para mantener este tren de vida? Porque te recuerdo que vives en
una jaula de oro, nena.
—Pero en una jaula de oro que cuenta con muchos gastos. Y ya sabes
también lo que cuesta el cole al que van nuestros hijos. Después está
también lo de la equitación de Eric y…
—Dafne, ¿me estás queriendo decir que ejercías de prostituta para que tu
hijo pudiera montar a caballo? Porque si es así te juro que es de locos…
—Sí, sí que me he puesto, por eso he querido decírtelo, por eso y por…
—¿Y por qué? ¿Te imaginas lo que sentiría yo si el día de mañana nos
cruzamos con uno de tus clientes y hace un comentario inapropiado? Lo
siento de veras, pero es que creo que no estoy preparado para eso.
—¡Toma! ¿Todavía algo más? Pues espera que me sirvo un cubata para
digerirlo, porque el de hoy está siendo el despertar más fuertecito de mi
vida entera.
Obvio que no tuve que decirle más porque lo leyó en mis ojos.
—Te prometo que yo no sabía que era tu hermano hasta anoche que lo
conocí.
—No, dirás hasta anoche que lo volviste a ver, ya que por lo que me dices
conocerlo sí que lo conoces y a fondo.
—Déjalo, Dafne, yo no quiero conocer nada más que venga de ti. Por mí
está todo finiquitado y no me arrepiento de haberlo vivido, ¿sabes? Dicen
que lo que no te mata te hace más fuerte y yo creo que a partir de hoy tendré
el corazón blindado, gracias a ti.
No dejó que dijera nada más, giró sobre sus talones, cogió sus cosas y salió
de mi casa. Como único recuerdo, su cepillo de dientes en mi baño…
Capítulo 14
—Mami, mami, ¿dónde está Polo? —me preguntó Eric una hora después
cuando Sofía entró con él por las puertas.
—Eric, amor, ¿por qué no vas un poquito a jugar a tu cuarto? —le preguntó
Sofía mientras yo veía la preocupación en su rostro.
—Vale…
—¿Cómo que te quieres morir? Como vuelvas a decir eso sí que vas a
palmar, tenlo claro, pero del palo que te voy a dar yo. Tú y yo recogeremos
ese vestido e irás a esa boda.
Era muy fácil de decir, pero también había que ponerse en sus zapatos.
Tenia guasa pensar que la mujer a la que amabas había estado en la cama de
tu hermano ejerciendo como prostituta. Hasta ahí yo lo podía comprender.
Solo que ojalá yo pudiera meterme en su mente y hacerle entender lo
mucho que me importaba y cuánto lo iba a echar de menos.
El resto del fin de semana vagué como un alma en pena por la casa. Suerte
que Sofía se quedó con nosotros porque ni ocuparme de Eric podía…
—¿Se pone triste él o te pones triste tú? —le pregunté mientras lo abrazaba
fuerte, pensando que era el único hombre de mi vida que iba a quedar en mi
día a día.
—Nos ponemos tristes los dos, aunque tú también pareces un poco triste,
¿es porque Polo ha tenido que trabajar hoy?
Siempre existía la posibilidad de pedir una baja, pero entonces sí que iba a
quedar como la enchufada del siglo, pues acababa de comenzar a trabajar.
A las nueve de la noche deseé que fuera lunes, ya que echaba tanto de
menos a Polo que al menos ese día podría poner la televisión y verlo. Bien
mirado, lo mismo tenía un poco de tormento chino, pero yo quería verlo y
punto pelota.
—Pero niña, ¿te has peleado con la almohada? —me preguntó Jorge en
cuanto me vio.
—Cariño, puede que Polo esté un poco enfadado con mamá y por eso no ha
venido estos días—le confesé pensando que no estaba bien que le siguiera
mintiendo a mi niño.
—Tú eres demasiado listo, ¿no? Menudo bichito que estás hecho, anda a
cepillarte los dientes ya, trasto.
Mientras él lo hacía no se me fue por alto que, por mucho que lo hubiesen
maquillado, Polo presentaba un hematoma en la parte inferior de uno de sus
ojos, cielo santo ¿se habría pegado con alguien?
Me costaba la misma vida pensar que ya no estábamos juntos, que cada cual
llevábamos caminos separados.
De repente caí, ¿y si era con Ricardo con quién se había liado a leches?
Cielos, eso sería todavía peor, que Ricardo era su hermano, por el amor de
Dios.
—Hija mía, no me envías más que audios, ¿ya no tienes ni cinco minutos
para hablar con tu padre?
—¿Qué dices, hija mía? Pero si ese chico es súper majete y hacéis una
pareja preciosa, no me puedo creer lo que me estás contando.
—Pues tienes que creerlo, papá, las cosas se han torcido, no tengo muchas
ganas de hablar de ello. Mejor cuéntame de tu boda, porfi.
No es que tuviera o no ganas, es que ahora tenía otra buena papeleta por
delante, ¿cómo le contaba a mi padre el motivo de mi ruptura con Polo? Si
difícil me había sido confesárselo a mi novio, no digamos ya a mi padre.
Esa tarea la dejaría para más adelante. Ya tenía claro lo cortitas que eran las
patitas de las mentiras y mi padre también debería saberlo por mi boca, pero
todo a su debido tiempo, que ahora tenía una boda y una luna de miel por
delante.
No pude contarle mucho más porque las lágrimas se habían vuelto mis
enemigas, no me dejaban ni hablar. Cada vez me sentía más y más triste y
solo quería colgar el teléfono.
El resto de la semana la cosa iba de mal en peor. No me atreví a hacerle ni
una sola llamada de teléfono a Polo ni a enviarle un triste wasap. Él me
había dejado muy claro que lo nuestro estaba definitivamente roto y yo no
me sentía quién para seguir rompiéndole el corazón.
Contaba las horas para ir a Suiza y ver a mi padre darle el “sí, quiero” a
Águeda y no porque tuviera ganas ningunas de asistir a un sarao y más de
esa índole, sino por ver al menos que un miembro adulto de la familia
lograba sentar la cabeza en lo sentimental.
Y sí, loca me debía estar volviendo porque me pareció ver a Ricardo por la
terminal.
— Dafne solo quiero que sepas que yo jamás le hubiera dicho nada a Polo.
No he podido llamarte porque no tenía ni un dato tuyo. Quise evitar que
confesaras, pero en la agencia me tomaron por loco y no me dieron ni tu
teléfono ni un solo cabo del que tirar.
—Da igual, Ricardo, no podía vivir siempre en una mentira. Era todo o
nada, tenía que arriesgarme. Quizás debí avisarte de que había confesado, al
menos yo sabía dónde vivías…
—Si lo dices por el derechazo que me asestó Polo, lo doy por bien
empleado. Puedo entender su dolor y eso que él no sabe del mío, ni nunca
lo sabrá, no por mi boca. Aunque no me quedé quieto y también le arreé,
fue una locuara.
El abrazo que me dio mi padre nada más bajar del avión me reconfortó
bastante.
Eric se puso más tieso que un ajo y fue paseando al lado de mi padre,
haciendo sus prácticas.
—Lo haces increíblemente bien, chaval, ven que te voy a presentar a mi
prometida.
—Me encantaría que fueras mi dama de honor, ¿harías eso por mí?
—Claro, pero no veo cómo… El vestido que traigo no es propio para eso.
—No te preocupes por eso, tengo muy buen ojo para las tallas y, en cuanto
tu padre me enseñó una fotografía tuya lo encargué. Solo falta mirar si le
hace falta algún ajuste, pero estoy segura de que te encantará tu vestido de
dama de honor.
Eric también estaba encantado con su nueva abuela y Sofía… Sofía se había
largado detrás de un piloto al que le estaba dando palique a saco, Mi amiga
era así, tan pronto estaba a unas cosas que a otras y yo le indiqué con el
pulgar hacia arriba que hacían una pareja preciosa.
—Puedes invitarlo a la cena y a la boda si te apetece—le indicó mi padre en
castellano y ella se echó a reír.
Viéndolos a todos tan felices pensé que tendría que hacer un esfuerzo
titánico por no aguarles la fiesta, así que la procesión iría por dentro.
Le coloqué a Eric el gorro que le había comprado con las orejeras y vi que
estaba totalmente ideal.
—¿Sabes a lo que me recuerda esto a mí? A la peli esa que tanto me gusta,
la de “Señor, dame paciencia”, en la que una de las hermanas llega a
Sanlúcar de Barrameda y se calza a un tío bueno que no veas…
—Ya, pero esa llegó con un perroflauta colgado, yo he venido libre como el
viento…
Sofía me cogió del brazo y, justo como en esa peli, comenzó a cantarme la
canción de “Vivimos siempre juntos y moriremos juntos, allá donde
vayamos seguirán nuestros asuntos…”
Es lo que tenía Sofía, que era capaz de animarme incluso en los momentos
más difíciles…
—¿Y cómo se llama ese atontado? —escuché decir tras de mí y sin más…
¡me desmayé!
—¿De verdad eres tú? —le pregunté a Polo y él me respondió con un…
Anda que para contar dedos estaba yo… Me eché en sus brazos y
comenzamos a besarnos tan apasionadamente que todos los asistentes
aplaudieron.
—Ya lo había hecho, tenía decidido acompañarte a esta boda desde antes de
hablar con él. Que, por cierto, valor ha demostrado al llamarme, después de
la que le lie cuando fui a verle.
—¿Yo solo? No, digamos que hemos tenido varios ángeles de la guarda que
me han dado un par de empujoncitos…
—¿Varios?
—Ya te cuento, luego ya…
Sí, porque contra pronóstico mi padre estaba enterado de que yo había sido
prostituta desde unos días antes de venir a verme a España. Por lo visto el
hombre, preocupado como estaba por mí, me puso un detective privado
para saber cómo me las apañaba. Y ahí descubrió el pastel.
Era mucho el tiempo que debíamos recuperar como familia, pero todo
apuntaba a que así sería, que tendríamos muchas ocasiones de estar todos
juntos.
—Aunque lo mismo hay que volver por medio a París para recoger el
encargo de la cigüeña, que nunca se sabe…
—Mira lo lanzado que va. Si, además, la cigüeña te los lleva ahora a
domicilio…
—Yo quiero una de estas—me dijo Polo cuando nos sirvieron la tarta, horas
después, tras un almuerzo de cuentos de hadas.
—¿Una boda?
—Me encantaría que María estuviera aquí y que pudiera ver este sitio tan
bonito—nos confesó Eric.
Acabáramos, parecía que no era solo María quien estaba pillada por él, sino
también al contrario…
—Porque yo quiero que ella me mire algún día como tú miras a Polo…
8 meses después
Resulta que me dijo que esa noche darían una noticia bomba y que tenía que
verlo en directo. Justo estaba hablando de diversos temas de política cuando
hizo una pausa.
—“Señores y señoras, ahora van a tener que disculparme porque debo dar
otra noticia… Una que va a cambiar el curso de la historia para mi chica y
para mí, porque tengo que hacerle una petición que espero acepte. Se llama
Dafne y, perdonen que les diga, pero es única. Por esa razón, no hay ni un
solo día de mi vida que no desee pasar con ella. Y cuando eso ocurre, solo
puede tener un desenlace; va por ti, nena, ¿te quieres casar conmigo?”
Qué me iba a parecer; la mejor de las ideas. Por muchos lugares en los que
hubiera podido pensar ninguno habría tenido el encanto de aquel.
Habíamos llegado dos días antes con toda la prole; mi padre con Águeda,
Ricardo (con quien su hermano se reconcilió y nos llevábamos genial),
Sofía con Hans (que también se habían prometido) y un buen puñado de
amigos entre los que destacaban Trini y Jorge, mis compañeros de trabajo,
que seguían siendo piezas esenciales de mi vida.
Lo más gracioso del caso es que la oficiaría la misma Paz, ya que ella se
autoproclamaba capitana del velero, algo a lo que Joaquín asentía
totalmente; pues él decía que donde mandaba capitán no lo hacía marinero y
que el marinero era él.
Las alianzas las portaban Eric y María, que muy metidos en su papel, no se
soltaban de las manos. Creemos que eso les vino sensacional, pues estaban
deseando cogerse así desde hacía tiempo y no sabían con qué excusa
hacerlo.
—La que has liado, amor mío, soy el hombre más afortunado del mundo,
¿tú ves esto?
Los niños chillaban, cantaban, saltaban y se abrazaban, mientras los
mayores seguían aplaudiendo y silbando.
Solo con verdad y no con mentiras podía en ese instante mirar a Polo y
saber que todo lo que el destino nos tenía deparado era maravilloso…
Polo me besaba sin cesar de madrugada en la cubierta del velero, que Paz y
Joaquín nos cedieron para nuestra noche de bodas.
Sabéis que el cariño que siento por vosotras no es casual, que os lo habéis
ganado a pulso, que sois especiales por méritos propios.
Recuerdo que, siendo aún muy pequeña, mi abuela me llevaba por todos
esos campos de Castilla plagados de girasoles y amapolas solo por ver mi
cara de satisfacción. Mi sensación era la de adentrarme en otro mundo; un
mundo mágico inventado solo para mí. Allí no me hacían falta muñecas, ni
amigas ni nada por el estilo para entretenerme. Con sus vivos colores,
gozaba como la enana que todavía era.
Cuánto daría por volver a verla con la regadera en mano y hurgando con sus
dedos entre la tierra de las macetas para trasplantarlas. O podando con las
tijeras los rosales del jardín trasero de aquella coqueta casita. Por desgracia,
todo eso queda ya tan solo en mi memoria y en un sinfín de fotos que
conservo como oro en paño. Contemplándolas, me parece estar oyéndola
aún.
—Ummm —negaba con la cabeza—. No, creo que estos van a ser rojos.
Los tomaba entre mis dedos para hacerle ver que era yo quien tenía la
razón. Cualquiera me la quita cuando la tengo…
Mi madre y mi tía Carmen decidieron vender aquella casa en que fui tan
feliz durante mi infancia aprendiendo el oficio. En nuestro pequeño pueblo
segoviano no sería tarea fácil encontrar un comprador, pero la casualidad
quiso que, al cabo de seis meses, un matrimonio que se encontraba de paso
por allí posase sus ojos en el letrero de “Se vende”. Y estoy segura de que
las flores, todavía en todo su esplendor gracias a mis mimos, jugaron un
buen papel en ello.
—Hija, no tenía sentido mantenerla. Una casa vacía lo único que hace es
deteriorarse. —Mi madre trataba de consolarme.
—Lo sé, mamá, pero no te haces una idea de la pena que me da. Esas
personas solo la quieren para vacaciones, así que las plantas se van a morir
en un suspiro. No voy a poder pasar nunca más por delante de la cancela
porque me va a dar algo si miro para dentro.
Justo por aquellos días comencé a salir con Javier, un chico del pueblo al
que conocía desde la niñez. El mismo colegio y el mismo instituto nos
vieron crecer día a día. Javier era hijo del farmacéutico, lo digo así sin más
señas porque en nuestro pueblo todo se contaba por unidades; una farmacia,
un supermercado, una panadería, una carpintería…
Lo único que faltaba por aquellos lares era una floristería, y aunque la idea
de poner mi propio negocio de flores era un sueño que siempre me rondó la
mente, fue él quien más me animó a materializarlo.
—Cariño, no hay nada que te haga más feliz en este mundo. Estaría genial
que te dedicases a eso porque lo de trabajar en lo que a uno verdaderamente
le gusta no tiene precio —me dijo.
—Todo se andará.
Finalmente fue mi madre la que, como una bendición caída del cielo, me
ayudó en todos los sentidos a alcanzar mi meta, una meta de la que mi
abuela se sentiría bien orgullosa. Sus palabras aquella mañana me dejaron
muda:
—Pues sí, porque no sabría si querrías estudiar una carrera fuera o qué, y
esas cosas llevan muchos gastos por lo general.
No, no quería estudiar ninguna carrera. Ya les hubiera gustado a mis padres,
me consta, pero los libros no estaban hechos para mí. No obstante, tanto el
uno como la otra se mostraron de lo más comprensivos cuando, después de
terminar el bachiller a trancas y barrancas, me planté. Por fortuna, los míos
no eran los típicos padres que se empeñan en que sus hijos tomen el camino
que a ellos les parece más conveniente, sin tener en cuenta sus deseos.
Al final nos decantamos por uno con pocos metros cuadrados, pero bien
situado en el centro. No me hacía falta más. Ese local había sido en tiempos
una tienda de electricidad, pero llevaba unos añitos ya cerrado desde que el
dueño falleciera. Aunque necesitaba una buena reforma tanto por fuera
como por dentro, daba por bien empleado todo esfuerzo y tiempo con tal de
verlo convertido en mi edén particular.
Podía imaginarme ya los nuevos suelos de barro llenos de cubos con flores
de todos los estilos y esos hermosos escaparates de cristal cobrando vida
con pequeñas bicicletas-maceteros, repletos de plantitas y con lustrosos
ramos de flores secas. Allí no iba a faltar de nada, tal era mi ilusión.
El día que inauguré con orgullo “El rinconcito de Maruja”, miré hacia arriba
desde la puerta y lancé un beso al cielo en homenaje a ella. “Deséame
suerte, yaya”, le pedí en voz bajita. Sabía que ese ángel de la guarda me
escucharía. Desde que volase hasta allá a lo alto, cada vez que me he visto
en un apuro he recurrido a ella y creo que seguiré haciéndolo siempre.
Tengo la sensación de que puede verme y oírme, de que mi abuela, de algún
modo, me protege desde el más allá. Quizás haya quien me tome por loca,
pero yo lo siento así.
—Bonito ramo de novia estás haciendo, hija —me decía una mañana.
—Si te digo que es para una chica de Segovia que se casa mañana, no te lo
vas a creer.
—¡Anda! ¿Y por qué no? Por cierto, ¿y tú para cuándo? —me guiñó un ojo.
—¿Y si te dan una plaza en la otra punta de España? —le pregunté con
inquietud el día que me contó su idea.
Javier tenía la cabeza muy bien amueblada, las cosas como son. Mis padres
le tenían mucho cariño por su amabilidad y saber estar. Respecto a los
suyos, me miraban igualmente con muy buenos ojos. Ernesto era otro
personaje entrañable, del mismo modo que Agustina, mi suegra. Ella
también estaba como loca por vernos casar y que le diésemos un nieto
pronto.
Los niños… otra cosa que me encantaba. Mi hermano Rodrigo tenía diez
años menos que yo, por lo que había sido prácticamente un muñeco más
para mí. Siendo aún una cría, ya me encantaba darle sus papillas y ayudarle
a dar sus primeros pasitos. Sí, la verdad es que tenía un instinto maternal
muy desarrollado desde bien jovencita.
—Qué alegría me das, hija mía. —Mi madre no cabía en sí de gozo cuando
le di la noticia de nuestro enlace.
Teníamos fecha para casarnos en unos meses, y todo aquel que haya pasado
por el mismo aro sabe bien la de vueltas que hay que dar con los
preparativos de la ceremonia: que si los trajes, que si la elección del lugar
donde celebrar el banquete, que si las invitaciones… en fin, un auténtico
periplo. Y como yo digo: qué pronto se desvanece todo. Me refiero a que te
tiras meses con esos menesteres y tantísimas horas invertidas en ellos se
resuelven casi que en un suspiro.
Alba era la mejor modista del pueblo y a ella le había encomendado mi traje
de novia. Cierto que no había ninguna necesidad de meterme en esos
berenjenales con la de maravillas que hay en los catálogos de trajes de
novia, pero yo siempre había tenido un diseño concreto en la cabeza y no
había encontrado nada que encajase perfectamente en él. Cuando no era por
las mangas, era por el escote o por el largo de la cola, así que, después de
darle mil vueltas al asunto, decidí que mi intimísima amiga me lo
confeccionara.
Una tarde dejé la floristería a cargo de mi madre para irme con Alba a
Segovia a comprar la tela y un par de semanas después, el día que me hizo
la primera prueba en su taller de costura, tuvimos una corta conversación
entre alfileres picoteándome la piel, pero sus palabras me dieron que pensar.
—Azucena, ¿tú estás segura de lo que vas a hacer? —me soltó de repente.
—Nada, te digo que no me hagas caso porque tal vez sea solo una
percepción mía, pero no sé, Azucena, no te veo yo muy entusiasmada que
digamos. He visto novias, así como tú ahora mismo mirándose al espejo que
daban botes de alegría.
Así estaban las cosas cuando, estando ya a punto de cerrar aquel mediodía
de sábado, apareció por las puertas de mi floristería un chaval que en mi
vida había visto por el pueblo y que, dicho sea de paso, me dejó muerta
según entró por su despampanante físico. Le calculé por encima unos
veintiocho o treinta años más o menos. Alto, de pelo negro y ojos oscuros
rasgados, venía a por un ramo de nardos.
—Podrías llevarte unos lirios de estos, si te gustan también. Son flores del
mismo estilo.
—Está bien.
Me acuerdo de que me esmeré especialmente preparándole aquel ramo de
lirios blancos mezclados con pequeñas florecillas silvestres y de que, al
entregárselo, el ligero contacto de mis dedos con sus manos me aceleró el
corazón por unos segundos.
—No. —Aquel monumento andante traía nuevamente las ideas bien claras
—. Hoy me llevaré un par de orquídeas de estas. —Las señaló con el dedo
sin apartarme la mirada y dedicándome una tímida sonrisa.
—Tienes buen gusto. Seguro que le van a encantar. —Tiré la caña por ver si
descubría así a lo tonto quién era la destinataria de aquellas flores.
Reconozco que me estaba intrigando el asunto, aunque el chaval no me sacó
de dudas con su respuesta.
—Ya son dos sábados seguidos viniendo a por flores a mi tienda, así que
debe tener a alguien aquí en el pueblo.
—O no, chica. Lo mismo viene solo por verte a ti. —Mi amiga me lo dejó
caer con no poca picardía en la expresión de su boca.
Alba me interrumpió.
Y justo siete días después volví a coincidir con él, aunque no fue en la
floristería. Tenía que llevar al pueblo de al lado un ramo de novia para
Miriam, una chavala que se casaba a las seis de la tarde.
Me había preguntado si podía llevárselas yo personalmente y, aunque eso
era algo que no solía hacer, accedí a acercárselas en mi coche por tratarse de
la prima de Paloma, otra buena amiga mía. A fin de cuentas, su pueblo
estaba a tan solo unos minutos en coche de distancia del mío y, además,
eran unas florecillas muy delicadas que había que manipular con cuidado
para no chafarlas.
Había quedado a las dos de la tarde con Javier y Olivia, su hermana, para
comer en casa de sus padres, por lo que cerré un poco antes de tiempo con
idea de hacer la entrega antes del almuerzo. Iba a coger la carretera cuando
se me cerró el último semáforo. A mí y a los que venían de frente por el
otro carril, el primero, el enigmático chaval con su flamante cochazo negro.
Es más, si no llega a ser por el coche, lo mismo ni le habría visto, pero un
Audi tan lujoso como aquel no pasaba desapercibido por una población tan
humilde como era la mía.
Él, que también me vio, se quedó mirándome e hizo un gesto con ambas
manos como preguntándome si ya había cerrado. Asentí con la cabeza y con
cierta pesadumbre, tengo que admitirlo. ¿Qué me estaba pasando?
—¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! —Junté las palmas de mis manos por
delante del pecho, reforzando mi petición de disculpa.
—¡Tira ya, hombre! —El gesto de desprecio que hizo a la par con el brazo
me dejó totalmente avergonzada.
Fue la propia Miriam quien me abrió la puerta cuando llamé al timbre del
chalecito de sus padres. La chica, que me recibió con una sonrisa súper
amable, estaba peinada ya y prácticamente maquillada, a falta de los labios.
—¿Te gusta?
—De nada, mujer —en ese momento apareció una señora por detrás de ella
—. Mira qué lindo, mamá—le dijo dándose la vuelta para mostrárselo.
—Bueno, chicas, me tengo que ir ya, que me están esperando —les anuncié
—. Pues nada, que salga todo muy bonito esta tarde. Y tú, Miriam, que seas
muy feliz en tu vida de casada.
—Gracias—me respondió la madre—. Una tila voy a tener que darle a esta
chiquilla para que se tranquilice, que está hecha un manojo de nervios desde
que ha amanecido el día—añadió.
—Ay, síííí. ¡Que me caso! ¡Que me caso esta tarde! —lo decía dando
palmitas y botecitos sobre sus talones.
Cuando llegué a casa de mis suegros, Javier ya andaba por allí por el jardín
tomándose una copa de Rioja con su padre, mientras Agustina y su hija
terminaban de preparar la caldereta en la cocina.
Mi cuñada Olivia tenía treinta años y seguía libre como el viento. Las malas
lenguas del pueblo decían que era una lesbiana reprimida; algo totalmente
incierto, por lo que pude comprobar justamente ese mismo día, aunque
nunca me habló de hombre alguno. En realidad, mi cuñada hablaba poco
conmigo, menos aún de temas sentimentales, con lo que tampoco me atreví
jamás a preguntarle. Entre otras cosas, porque ese no era asunto mío. Ella
sabría por qué no había tenido aún ningún novio a su edad. Para mí que
estaba soltera y entera…
—Vale, hija.
—Ya, hija, pero en este pueblo hay muy pocas posibilidades de nada.
Todavía en Segovia… Y, aun así.
—Uy, qué fino, entonces tendrá que hablar inglés que dará gusto —anotó la
madre.
—Ay, hija mía, no caerá la breva, mira que ya tengo ganas de verte a ti
también con pareja.
—Mis ganas, con lo guapo que es, debe tener pretendientas a pares.
—Ya, pero eso no quiere decir nada, mamá. Vete a saber, lo mismo hasta
está casado —prosiguió mi cuñada.
—Al tiempo, Oli, que ya nos enteraremos tarde o temprano. Por Rosalía,
no, desde luego. Desde que se rompió la pierna y la operaron no ha vuelto a
pisar la calle. A esa sí que no hay quien le vea el pelo, pero ya verás que
pronto lo casca todo Carmela. Esa es como para guardarle un secreto a
nadie… Bueno, anda, coge la cacerola y vámonos para fuera, que estos
deben andar ya muertos de hambre.
—Azu, ¿estás bien, hija? —me preguntó mi suegra antes de levantarse para
ir a por el postre.
—No sé, es que te veo hoy muy calladita, con lo alegre que eres tú.
—No te preocupes, Agustina, que estoy bien. Lo que pasa es que me duele
un poco la cabeza hoy—mentí.
—Bueno, bueno…
Ni con unos fórceps me lo hubieran sacado ya del pensamiento aquel
sábado, y más, después de todo lo oído. Sin embargo, no sabía yo que los
últimos coletazos de la conversación sobre él estaban aún por llegar.
Estábamos tomándonos un café en tertulia, cuando Javier abrió la veda.
—Ya, es que llevo un par de días pensándolo. El Ford ese está muy viejo y
cualquier día me deja tirado por la carretera. Demasiado, para los años que
tiene.
—No, he visto anoche uno de segunda mano muy guapo. Cuesta un buen
dinero, pero mira…
—Aquí está —se lo enseñó al padre y, a continuación, a esta que está aquí.
Pues sí. Si dijéramos que estábamos cada dos por tres viajando por ahí,
vale, pero nada de eso. De hecho, nosotros dos solo habíamos hecho un
viaje hasta entonces, cuando aprobó las oposiciones. Y a Marbella.
Recuerdo que, paseando entre la gente de alta alcurnia por Puerto Banús,
me sentí en cierto modo fuera de lugar. Lejos quedaba ya aquel episodio.
Le conocía bien después de tantos años. Javier sería muy bueno y muy
santo, pero tenía también la cabeza como un marmolillo de dura (en eso
salía a mi suegra). Bastaba que se le hubiera metido la idea entre ceja y ceja
para que ya no parase hasta hacerse con un coche nuevo, fuera ese o
cualquier otro, de manera que tuve que claudicar.
Sin más, llamó primero al teléfono fijo, pero no se lo cogió nadie. Con el
móvil sí tuvo suerte.
—Hola, buenas tardes. ¿Eloy? Mira, te llamo por el Audi que tienes en
venta.
Silencio por un segundo antes de continuar.
De nuevo el silencio.
—¿Que sí? Genial, pues en media hora estoy por ahí con Azucena. Ya sabes
cómo son las mujeres, ellas tienen que darle siempre el visto bueno a todo.
Me puse nerviosa, pero Olivia me superó con creces. Dio un salto de la silla
excusándose con que tenía que ir al baño. Cuando volvió, aquí la mosquita
muerta de mi cuñada venía la mar de bien peinadita y con los labios
pintados. Se veía a todas luces que esa mujer a la que hasta una hora antes
empezaba a considerar una monja estaba dispuesta a hacer todo lo posible
por acaparar su atención.
—No seas malaje, hermanito, a ver si va a tener una que estar callada como
en misa.
Lo de la misa no era un decir, que ella era de las que no solía faltar los
domingos. Sí, sí, cuando dije lo de que me parecía una monja tenía su
fundamento, que es menester ver lo recatada que me había parecido
siempre, hasta ese día.
No, tampoco soy la dueña de una de esas malas lenguas que tachaban a mi
cuñada de lo que no era y, por tanto, no voy a decir que se tirara encima de
Eloy, pero que quiso llamar su atención, sí.
—¿Os conocéis? —Tampoco es que fuera extraño, que pasaba mucha gente
por mi negocio.
—Sí, Eloy suele venir los sábados a comprar flores. —Naturalidad absoluta
en mi respuesta, aunque pensé que la situación tenía su miga.
Digamos que no fue el gesto, que tampoco hizo nada del otro mundo, sino
la actitud tan echada para delante que adoptó, como si se le fuera la vida en
ello. Para colmo, Olivia le dejó los labios marcados en ambas mejillas, que
era algo que me daba un poco de TOC y me dieron unas irresistibles ganas
de retirar el carmín de ellas con mis propias manos. Y sí, digamos que la
coletilla de que podía llamarla Oli, con esa sí se coló un poco. ¿Qué clase
de confianzas eran esas con un total desconocido?
Mi cuñada, en este caso, tiraba con pólvora ajena, y entre eso y que tenía
fama de ser un poco caprichosa, pues ya estaba el lío.
Y así se hacen las cosas. Se veía un tío legal y eso era algo de agradecer, no
un pirata de esos que te dan gato por liebre y que, una vez tiene la pasta en
el bolsillo, si te he visto no me acuerdo.
—¿Sí? ¿Qué coche tienes? —le preguntó él, aunque más por cortesía que
por otra cosa, ya que no mostraba el más mínimo interés en su persona.
—Sí, yo creo que en ese caso sería interesante que comenzaras por ahí. —
Zasca que acababa de llevarse en todos los dientes.
Sí, sí, que era ella una Fernando Alonso de la vida, con las narices. Para una
vez que mató un gato, iba a querer que la llamáramos matagatos. En una
despedida de soltera de una amiga suya del pueblo, acabaron dándose unas
vueltecitas en un karting. Y eso la convertía en la reina de la conducción.
—Ya, ya…
Ni pajolero caso le estaba haciendo Eloy, y ella cada vez más negra.
Javier estaba como niño con zapatos nuevos, y ella fisgoneando todos los
detalles y haciéndoselos ver a su hermano. Olivia era un tanto elitista y ya
se debía ver paseando en semejante carro. Le hacía mucha más ilusión a ella
que a mí, yo con mi Fiat 500 chiquinino, iba que chutaba.
—Vaya casualidad, chico. —No sabía muy bien lo que decir, pero mi
corazón lo hacía por sí solo. Totalmente acelerado, temí que él notase los
bombazos que estaba dando por debajo de mi camisa, una paranoia como
otra cualquiera.
—Si, se ve que el destino tenía previsto que nos viéramos hoy, si no era en
un sitio, en otro…
El estremecimiento hizo mella en mí al escuchar esas palabras, que salieron
de su boca a la par que esbozó una de sus bonitas sonrisas.
—¿En un sitio muy especial? Ahí sí que me has dejado fuera de juego,
explícate.
—Me tienes en ascuas, ¿tú vivías ahí? —Ladeó la cabeza, como deseando
escuchar mi contestación.
—Sí, claro. No solo los conozco, sino que no te puedes ni imaginar lo que
le agradecí a tu madre que cuidara las plantas de mi abuela cuando se hizo
con la casa. Hubiera pagado lo que fuera porque no se echaron a perder…
—Sí, es que reconozco que soy más de casas, que esas sí que me
entusiasman, pero lo de los coches no es que lo vea para tirar cohetes.
—No hace falta que digas nada, lo capto. Y lo dicho, invitada estás cuando
quieras. —Había emoción en sus palabras.
—Te tomaré la palabra, gracias. —También se dejaba ver en las mías.
—Sí, Azu, móntate, que quiero que me des tu impresión. — Eloy se unió a
su petición.
—Hay que ver cómo son, ¿eh? —se dirigió a Javier, sacando para ello la
cabeza por la ventanilla.
—Si tanto te molesta lo que opine, con hacer lo que te salga del alma, como
es habitual, listo.
No quise quedar como una palurda, que de sobra sabía que debía mediar
contrato, pago, transferencia y demás, pero era un decir.
—¿Y dices que lo han llevado esta tarde juntos al taller? —me preguntó
Alba el lunes al final de la tarde.
—Sí, y por lo visto Edu le ha dicho que el coche está sensacional de motor,
que puede comprarlo con toda la tranquilidad del mundo.
—¿A mí? Ya sabes que eso me trae sin cuidado, cariño. A ver, te ha dado
una patada, ¿no?
El pequeñajo, que iba a llamarse Quique, parecía traer de serie las dotes de
futbolista de su padre, que había jugado en un equipo local años antes.
—Una patada no, un patadón de los suyos, ¡qué ganitas tengo de que salga
ya!
Por “las niñas” me refería a otras de nuestras amigas; Marta, Celia y Julia,
que se habían dedicado a organizar el evento con esmero. Aunque en
principio debía tratarse de una merienda, les agradecí que pospusieran la
hora un pelín para que yo pudiera acudir, para lo que cerré la floristería una
chispita antes de lo habitual.
Las chicas ya habían llegado, así como otro puñado de invitadas, muchas de
las cuales eran clientas de Alba, además de amigas. Las mesas dispuestas
con un colorido surtido de bandejas con exquisiteces dulces y saladas
invitaban a ser degustadas más pronto que tarde, pues yo salía de trabajar
con un hambre como si llevara tres días sin probar bocado.
El mogollón de cócteles sin alcohol que habían preparado para que Alba
pudiera brindar con nosotras, también era digno de hacerle una foto que
subir a las redes sociales.
Me estoy yendo por las ramas, así que vuelvo al baby shower al que llegué
con las manos vacías, no porque sea más tacaña que el tío Gilito, sino
porque mi sorpresa estaba en camino.
Siendo así, lo menos que podía hacer era tener un generoso detalle con ese
bebé que venía en camino y, de paso, disfrutar de lo lindo viendo lo abiertos
que tenía su mami sus chispeantes ojos mientras inspeccionaba los
productos.
—Ni tú tampoco con lo del vestido, y buena eres para llevarte la contraria.
Las chicas se acercaron y todas me alabaron el gusto por el regalo, sin dejar
tampoco de lado el hecho de que yo les hubiera enviado unas bonitas calas
con las que adornar el salón, a bien que eran las flores preferidas de la
futura mami.
—Es que te digo que llevo toda la tarde pensando en lo que me dijiste del
coche al entrar, es la monda la cantidad de coincidencias que se están
dando, niña.
—Azu, por Dios, qué cosas… Te veo de uñas con ella a cuenta del tal Eloy.
—Anda ya, mujer, que una cosa es que me haga gracia el tema, y otra que
me vaya a ofuscar. Al fin y al cabo, la soltera y la que puede hacer lo que le
venga en gana es ella.
—¿Sí? Como que tú has firmado ya algo, no te digo… De eso nada,
monada, hasta que no tengas un anillo en la mano, tú no tienes un contrato
de exclusividad con nadie, niña.
—No me seas loca, Alba, que estoy prometida y más que prometida con
Javier, y eso ya es bastante.
—Y yo no digo que no, pero que mientras que no pases por caja, tú puedes
seguir mirando el resto de los productos. Y hasta probarte alguno si te sale
del alma, para comparar, ya me entiendes. —Su guiño del ojo fue el remate.
—Pero reconoce que nunca me ha ido mal con él y que tiene sus muchas
cosas buenas, aunque detalles menos que un Fiat Panda en el salpicadero,
ahí sí que te doy la razón.
—¿Y eso no te hace pensar? Lo que no querías era tener competencia y eso
se traduce en que deseabas acaparar la atención de Eloy, punto redondo.
—Ya, si te reconozco que pensé que dónde iba esa cuando apareció con los
morros pintados y le dio dos besazos que lo pintarraqueó entero.
—Joder, cómo se las gasta, y eso que decían que si era de la acera de
enfrente y tal. Al que inventó el bulo, que Dios le conserve el oído, porque
lo de la vista lo lleva mal.
—Sí, sí, es que tú sabes que siempre ha sido más rara que un perro verde,
pero que tiene unas ganas de llevárselo puesto que no veas.
—¿Sí? —La lleva clara, entonces. —Mira, Azu, donde te pongas tú que se
quite Olivia y diez más como ella, ¿Te has enterado? —Me apuntó con el
dedo con tanta convicción que, si me acierta en un ojo, acabo en urgencias.
—He tenido un millón y las sigo teniendo, que eso es gratis. Y a ti te digo
que no descartes nada, no seas boba, mujer…
Poniendo las cosas en su sitio, y dado que todavía era muy joven, no es que
no le importara el sexo, no es a eso a lo que me estoy refiriendo, sino a que
tampoco era un portento en la cama. Digamos que un poquillo iba a lo suyo;
en eso como en otras cosas, lo que pasaba es que yo no tenía con qué
comparar y su actitud no me llamaba la atención.
—¿Que no descarte? Ni yo debo ser una boba ni tú una lianta, que te veo
venir. No me asustes, amiga.
—Lianta, lianta, déjate… Azu, solo se vive una vez, eso te lo digo desde
ya…
—¿A por qué flores vienes hoy? —le pregunté con la sonrisa en los labios a
un Eloy que también exhibía la suya según entró por la puerta de mi local.
Ambos habían cerrado el trato en la tarde del lunes. Por cierto, que Javier se
desplazó al pueblo expresamente para ello, porque entre semana vivía en
Segovia capital, en el piso que ambos habíamos alquilado por aquello de
que fuera nuestro “nidito de amor” tras la boda.
Esa idea me había rondado la mente en los últimos días, que no era tonta y
comprendía que, si se tratara de alguien como Eloy, lo mismo les había
dado el disgustillo a mis padres y salido a la carrera a vivir con él.
—Ah, pues muy bien, déjalos ahí, por favor—le indiqué un ladito del
mostrador, que me había pillado con las manos metidas en tierra y me daba
un corte tremendo que se me vieran las uñas sucias.
—Qué curioso lo del otro día, ¿no te parece? Eras la última persona a la que
esperaba ver aparecer por allí para la venta del coche.
—¿Y eso? ¿Te disgustó mi presencia? —Tiré con bala, estábamos solos y
me atreví a lanzar la pregunta.
—Lo entiendo, lo entiendo…—Lo dejó ahí, más hubiera sido pasarse para
la primera vez que nos veíamos después de nuestra presentación formal. Y a
él le sobraba elegancia para no pasarse de la raya.
—Esto, los papeles se los daré a Eloy el viernes, que tengo que ir a Segovia.
Pero si te corre mucha prisa se los hago llegar hoy mismo por mensajería.
—Qué va, que las prisas no son buenas…—Otro que opinaba igual que mi
abuela.
—¿En serio? Pues entonces lo hacemos así, vale. El hijo de Rosalía, quién
me lo hubiera dicho. ¿Se ha partido una pierna? No suelo estar muy
enterada de los sucesos del pueblo, pero ha llegado a mis oídos.
—Sí, una caída un tanto aparatosa. Y no veas si lo está pasando mal por eso
de no poderse menear en una temporadita, pero que la tenemos que sacar en
silla de ruedas al jardín para que les eche un ojito a sus plantas, no te
preocupes por ellas.
Por Dios que iba a tener que poner el aire acondicionado para rebajar un
poquillo la temperatura del ambiente, después de que me dedicara un
picaruelo guiño de ojos.
—Eran para mi madre, ver el brillo de sus ojos cuando aparezco con su
ramo semanal es para mí el mejor premio. —De nuevo esa sonrisa que yo
deseaba que no se borrara de su rostro en ningún momento.
—Un buen hijo, mi abuela siempre decía que quien es buen hijo…
Estábamos en sintonía y eso se notaba, por lo que ambos nos echamos unas
risas… Un buen marido, qué cosas…
—¿Te puedo hacer una pregunta? —El buen rollo que reinaba entre
nosotros me dio alas para hacerlo, algo que no hubiera ocurrido con
cualquier otro cliente.
Lo mismo pensó que le iba a someter a un tercer grado sobre algún aspecto
de su vida privada, pero no iba por ahí. Por su actitud no me quedaban
dudas al respecto; por algún extraño capricho del destino aquel bombón
andaba libre como el viento.
—Me dijiste que querías sacar un dinero y por eso vendías el coche, ¿puedo
preguntarte para qué?
—Un simple negocio cuya página sigo en las redes, no veas si tienes visitas,
no te quejarás.
—¿Me sigues? —No me había fijado yo en tal cosa y me hizo una ilusión
tremenda.
—Sí, tienes la página más colorida de todo Internet. Y los posts que pones
están genial, ¿de dónde los sacas? Mi madre se ha enganchado también
desde que se lo he dicho.
—¿De veras? Los escribo yo, son simples consejillos para que todos
podamos disfrutar de plantas y flores más sanas y fuertes por más tiempo.
Es que son mi pasión.
—Ok, yo también soy muy apasionado, ya sabes, de los que cree que
cuando algo o alguien merece la pena hay que dejarse la piel hasta
conseguirlo.
—Eso está bien, uno tiene que perseguir sus sueños. —Había entrado en
bucle, ignoraba cómo seguir con una conversación que me estaba haciendo
sentir cosas que nunca había sentido; ni siquiera cuando conocí al que ahora
era mi futuro marido.
—Pues nada, que los antojos hay que satisfacerlos. Has tenido suerte, me
han llegado esta mañana unas preciosas, mira—le señalé el tiesto en el que
las había colocado—, ¿te gustan?
—Más que ninguna otra flor que pudiera contemplar con estos ojos…
Menos mal que solo había venido a traer unos papeles, que si no…
Seleccioné de entre las que había las más vistosas de las azucenas y le
preparé un decorativo ramo que haría las delicias de Rosalía.
—Estas son regalo de la casa, con mis mejores deseos para que tu madre se
ponga bien prontito, ¿ok?
—No, mujer, los negocios son los negocios y no tienen nada que ver con la
amistad.
—Ah, pues mi idea es poner una academia de inglés para niños y adultos.
—También le brillaron los ojillos al decirlo, como a mí con la floristería.
—Pues dile que pronto me lo podrá traer, que el negocio ya está en marcha.
—Por partes, que su niño todavía no ha nacido, no creo que haya clases
para fetos también, eso sí que sería un método revolucionario.
—No, no, tendrá que esperar unos añitos entonces. En serio, estoy a tope
con el proyecto, ya estoy buscando el local y tal…
—No sé, se imagina una que después de vivir en un sitio tan fascinante
como Londres, no te harías a volver a un sitio como este.
—Vivir sí que voy a vivir en Segovia capital, pero me hace ilusión abrir la
puerta de aprender inglés en condiciones a la gente de este pueblo. Total, no
solo en Londres hay monumentos…
Nuevo guiño a mi persona que me derritió. Que se fuera ya por Dios, que
por un lado no quería; pero por otro, de no irse me iban a tener que coger
con una cucharilla del suelo, al derretirme por completo…
Por la puerta entró César, el lotero del pueblo, a quien yo solía comprarle un
par de numeritos que jugaba a medias con mis padres. Si un día nos tocaba
un pellizquito, nada mal que nos vendría.
—Pero Azucena, claro que es necesario. No puedes saltarte lo del curso por
toda la cara, es una condición sine qua non para poder casarte por la iglesia.
—Aunque no nos íbamos a casar en el pueblo, me servía de guía para estas
cuestiones.
Él y sus latinajos. De qué mal humor me ponía tener que dejar una tarde la
floristería en manos de Celia, y no porque mi amiga lo hiciera mal, pero es
que me a mí me gustaba defender mi negocio día a día en primera persona.
Para mí, Celia, que estaba desempleada, era esa persona que actuaba como
comodín en situaciones así, y que también me echaba una mano en aquellas
ocasiones en las que necesitaba un refuerzo, como el día de San Valentín, en
el que todos los hombres quieren obsequiar a sus mujeres con flores. Todos
o la mayoría, que Javier no era mucho de esos detalles, como ya he
comentado.
—No te preocupes, Azu, que lo tengo todo controlado—me tranquilizaba
mientras yo le decía adiós con la ventanilla del coche abierta.
—Pues claro, mujer, pero que aquí no va a haber ningún problema. Ni que
este fuera el Capitolio para sufrir un asalto—se encogió de hombros y para
dentro que se fue.
—Dicho así, parece más bien una condena a galeras que otra cosa, hay que
ver…
—No, hombre, no me hagas ni caso, será que ya estoy un poco nerviosa con
lo de la boda, que cada vez queda menos.
—Ya te digo, lo raro sería que cada vez quedara más. Y me alegra saber que
estás un poquillo nerviosa. Mi madre me ha preguntado varias veces si lo
estabas y yo le he dicho que me daba la impresión de que no mucho, ¿o
qué?
Era la primera vez que Javier se metía en camisa de once varas respecto a lo
que yo sintiera o dejara de sentir ante nuestra boda.
—Yo es que creo que esos nervios son más de las novias que de los novios,
cuando se casó Joaquín yo lo vi de lo más calmado.
Joaquín era uno de sus compañeros de carrera, pero vaya ejemplito que fue
a sacar.
—Ya, lo dices por lo de los cuernos que tiene Nayara, ¿no? —Javier no
tenía ni un pelo de tonto y sabía muy bien por qué lo decía yo.
—Sí, sí, igual que le ocurrió a su padre, por lo que sabemos. Pero como
nadie escarmienta en cabeza ajena, tendrá que darse contra un muro y luego
vendrán las lamentaciones.
—Sí, sí, para eso que vaya directamente a darse en el muro de las
lamentaciones, y acorta camino. —Hizo él su propio jueguecito de palabras
con el archifamoso muro de Jerusalén.
No podía evitar que se me notara. Por muy amigo que fuera de Javier,
Joaquín me caía como un tiro de mierda.
Por el amor de Cristo, ¿se podía tener un nombre más cachondo? No era la
primera vez que lo escuchaba, que aquel era un nombre muy castellano y
que incluso existía en la familia de Alba, pero no lo esperaba.
—Azu, por Dios, que no te vaya a dar la risa al dirigirte a él, que no es tonto
y se va a dar cuenta de que te estás mofando de su nombre.
—Que no, hombre, que no, estate tranquilo—le contesté sin tenerlas todas
conmigo, que yo sí que me conocía.
Y el que avisa no es traidor, pero es que él poco podía hacer por apartar de
mí aquella visión de un ser con más cabeza que Falete, pero además verde y
con cuernos.
Cuando tuve que dirigirme a él, fue la hecatombe, ¿por qué diantres no
habría fingido ser muda? El buen hombre andaba haciendo unas preguntas
individuales y allá que tuve que contestarle.
Yo, incapaz de parar de reír, me fui poniendo de un rojo pasión que las
mejillas me ardían, y más me daban por reír.
—Tú tranquila, hija, si este es el pan nuestro de cada día por culpa de mi
nombre—me tranquilizó el sacerdote, que era una bellísima persona y que
terminó riendo a mandíbula batiente con nosotros.
Suerte que fue así porque si nos llega a tocar un malaje, nos pone de patitas
en la calle y allí no se casa ni Dios, nunca mejor dicho. Pero no, el hombre
era un encanto y nos pasamos media clase riéndonos.
Pensé en que haría la vuelta sola, pues lo lógico era que Javier se llevara su
coche para el pueblo, con la idea de volverse el lunes, pero no fue así.
—Ni falta que hacía, Azu, es un mero trámite. Además, pensé que así
mataba dos pájaros de un tiro; me quitaba esa gestión de en medio y te
acompañaba de vuelta al pueblo.
—Perfecto, y con eso nos pasamos por el piso un ratito, que tengo ganitas…
Incluso nos podemos quedar a pasar la noche y nos vamos temprano por la
mañana
Ostras, era una petición de lo más normal. En el pueblo siempre nos las
habíamos visto y deseado para tener algo de intimidad, pero lo de pasar la
noche con Javier en el piso no me apetecía ni lo más mínimo.
—¿Y darnos mañana el madrugón padre? No, hombre, no, que nos va a
costar más. Pasamos un ratito y nos vamos.
—Claro hija, aquí hay para dar y regalar. Sabes que, aunque solo somos
cuatro siempre hago comida para un regimiento.
—¿Y eso? Mucho me parece que está viniendo Laura por esta casa, ¿tienes
algo que explicarme, zagal?
—Nada que tú no sepas, las madres lo sabéis todo de antemano, tenéis
como una especie de bola de cristal; Laura es mi novia.
—¿Tu novia? Pero bueno, ¿no crees que eres tú muy jovencillo para esas
cosas, enano? —Me encantaba chincharlo.
—No, no, que nosotros somos más avanzados que los de tu generación,
hermana.
—O sea, me estás diciendo, poco más o menos, que nosotros éramos unos
retrasados.
Había que joderse con el adolescente aquel, al que yo adoraba, y que había
nacido sin un solo pelo en la lengua. Cuando me casara con Javier iba a
echar mucho de menos vivir con él, así como con mis padres, ya que el
ambiente de mi casa siempre fue ideal.
Por mucho que me esforzara por recordar, jamás había visto ninguna escena
chunga entre mis padres, algo que no era raro porque se adoraban; como
digo la adoración era mutua, pero en particular la que le profesaba mi padre
a mi madre ya alcanzaba tintes de idolatría.
—Sí, mamá, vino hace poco a traerme unos papeles del coche y, ya de paso,
se llevó un ramo de azucenas.
Mi madre, que era más larga que un día sin pan, sabía lo que se decía.
—¿Me estás queriendo decir algo, mami? Mira que no estoy acostumbrada
a que tú te andes con rodeos. Cualquier otra persona sí, pero tú no…
Su pregunta fue la última que esperaba en el mundo, porque se daba tan por
hecho que contraer matrimonio con Javier era algo que yo debía hacer en la
vida que jamás imaginé que a mi madre le cupiese otra idea en la cabeza.
—Azu, te voy a ser muy franca, no voy a darle más vueltas; por la sencilla
razón de que los ojos te brillan infinitamente más cuando hablas de ese
chico que cuando lo haces de tu novio.
Otra que debía captar al vuelo el dichoso brillito delatador de mis ojos…
—Mamá, Alba me dice lo mismo, pero yo no creo que…
—¿Y? —Mi madre arqueó una ceja, señal inequívoca de que no estaba en
absoluto de acuerdo con lo que le estaba diciendo.
—Tienes razón en todo lo que has dicho, incluido en que tu padre y Ernesto
son uña y carne, cosa que si el otro es su amigo de verdad no tiene por qué
cambiar pasara lo que pasara…
—Quiero decir que te conozco mejor que nadie en el mundo y que sé que
tienes dudas en tu interior… Dudas que obedecen a que estás sintiendo
cosas que no habías sentido antes. Yo lo sé muy bien porque son las mismas
que he sentido siempre con tu padre, y que me aspen si quiero para ti otra
cosa.
—Mamá, nunca creí, es decir, yo siempre pensé…
—Solo dime una cosa, Azu, ¿qué crees que te diría la abuela Maruja si
supiera lo que pasa por tu cabecita? Piensa un poco, hay una frase suya
que…
—Veo que no olvidas sus palabras, hija, las has repetido una a una.
—Pues de la misma forma deberías saber que las palabras no están solo
para retenerlas en la memoria. Tú debes seguir los dictados de tu corazón; si
este te dice de tirar para adelante y casarte con Javier, perfecto. Pero si te
dice de tirar en otra dirección, en ese caso no dejes de hacerlo por miedo o
por el qué dirán. Ni siquiera por tu padre, que de ese ya me encargaría yo…
Mi padre era más bueno que el pan, pero si ya he comentado que Javier era
cabezón, el que puso su semillita para que yo llegara a este mundo lo era el
doble.
—Mamá, pero ¿tú sabes lo que estás diciendo? Mira que yo creo que a papá
le podría dar un infarto. Y yo no me lo perdonaría jamás de los jamases, ya
me conoces.
Yo perdía el norte también con mi padre, quien era uno de esos para los que
las hijas representábamos un tesoro. Y desde mi nacimiento así me lo había
hecho saber, siendo de lo más cariñoso conmigo.
Me fui para la floristería con una extraña sensación. Sí, me sentía liberada,
como si de pronto mi madre me hubiera librado de una pesada carga que,
sin saberlo, portaba sobre los hombros. Pero también sentí miedo, no sé
cómo explicarlo… Casarme con Javier era algo que se daba por hecho y,
pese a todo, me aportaba seguridad.
Abrí la floristería y comprobé con alegría que Celia era una de esas
personas en las que se podía confiar. No solo había hecho una buena caja la
tarde anterior, sino que se había esmerado antes de cerrar en dejarlo todo
limpio como los chorros del oro, y las flores perfectamente dispuestas para
que se metieran por los ojos del personal a la mañana siguiente.
El día acompañaba nuevamente, porque el sol amenazaba con volver a
hacer de las suyas. Mientras sacaba algunos maceteros fuera para dar color
a la entrada de mi particular rinconcito, reconocí para mis adentros que
estaba más feliz de lo normal. Y el hecho de que fuera sábado tenía mucho
que ver con ello.
—No tienes muy buena cara, Azu—me comentó Alba cuando se pasó por
allí al mediodía, cuando estaba a punto de cerrar.
Me guardé para mí cómo estaba la de ella, pues lucía hinchada como una
pelota de Nivea y no creo que le hubiera hecho demasiada gracia saberlo.
—No, se ve que igual ya su madre está mejor y no tiene tanta prisa por
venir a…
—¿A verte? ¿Es eso lo que piensas? No me seas bobita, por lo que me has
contado de su anterior visita no diría yo que eso sea así…
—A las pruebas me remito, chica, ¿tú lo has visto? Pues yo tampoco, por
aquí no ha venido.
—Alaaa, pues sí, ni cuenta me había dado… Es cierto, es el fin del mundo,
seguro que te ha mentido y que tiene mujer y un cerro de niños. No me seas
boba, Azu, que ese no va a tardar ni una chispita en dar señales de vida.
No lo veía yo así, o sería que Eloy me tenía muy bien acostumbrada. Ya iba
a echar la baraja cuando llegó una novia de un pueblo cercano acompañada
de su madre.
—Creo que en uno idéntico al suyo. Si es que era ideal, por Dios…
—Ideal, pero ese era el suyo, el tuyo lo tenemos que personalizar, ¿no? —
Le guiñé el ojo.
Estuvimos una media hora liadas estudiando las posibilidades, hasta que
dimos en la tecla. Para entonces, pasaba ya un rato de mi hora de cierre
habitual. No me dolió para nada, porque ni ganas tenía de ir a casa de mis
suegros, y porque así apuré el tiempo por la posibilidad de que llegara Eloy
en el último minuto.
Mi gozo a un pozo pensaba camino del almuerzo. Igual él era uno de esos
hombres que tiraba la caña en todas las direcciones, gracias a su piquito de
oro. Y lo mismo otro pez había mordido ya el anzuelo….
Capítulo 9
—Hija, ya creía que te ibas a comer hoy el arroz apelmazado, como para
pegar carteles—me comentó Ernesto, siempre tan considerado.
—Qué va, suegro, lo que pasa es que ha entrado una novia justo cuando iba
a salir y eso me entretiene tela, lo que más.
—Las novias, claro, y además es que te sentirás tan identificada con ellas,
¿no?
—Ni que lo digas, cariño. —Ernesto alzó su copa por nuestro enlace y yo
sentí que me iban a tener que poner una botella de oxígeno, porque me
estaba faltando el aire.
Nos sentamos todos a la mesa y Olivia que siguió hablando con su madre.
Había un cierto retintín en su tono de voz y yo no tardé en descubrir por
qué.
—Pues sí, mamá, y no solo es guapo, sino súper galante, tendrías que ver
cómo me ha aconsejado sobre la posible compra del coche.
—Un mini que me voy a comprar y que Eloy me ha acompañado a ver hace
un rato.
Ostras, ostras, que me dio un vuelco el corazón que para qué. ¿El motivo de
que no hubiera venido a verme era que estaba con mi cuñada?
El pino puente haría esa con tal de atraer la atención de Eloy, qué cosa más
increíble. ¿Y él? Pero si no le hizo ni pajolero caso el primer día, qué
puñetas podría haber ocurrido. ¿Acaso no imaginó que yo me quedaría
esperándolo? Hombres… Igual me había creado unas expectativas que nada
tenían que ver con la realidad y el destino se encargó de darme un zasca
pronto, por ingenua.
—Hermanita, si yo lo veo muy bien, y más ahora que parece que te van a
dejar fija en el ayuntamiento, pero que me parece que estás vendiendo la
piel del oso antes de cazarlo. —Quiso desagraviarla.
—Igual sí, que hemos quedado para tomar algo en estos días, ¿o es que tu
hermana no lo vale?
No sabía si Javier se había perdido algo, pero desde luego la que se lo había
perdido era yo. ¿De qué iba aquello? ¿Pasaba olímpicamente de ella delante
de mis narices y pasteleaban a mis espaldas? A juzgar por la felicidad en la
cara de Oli, así era. Y a juzgar por el mal cuerpo que a mí me estaba
dejando el asunto, hasta ahí habíamos llegado.
—¿Y eso de qué, Azu? —me preguntó desde la puerta—. ¿Puedo entrar?
—Tienes muy mala cara, ¿te pasa algo? Oye, ¿tú no estarás embarazada?
—No, no es eso, tranquilo. Tuve la regla hace poco, olvídate, deben ser los
nervios, solo es eso.
—Sí, más cuenta me va a traer. —Y tanto, no iba por muy buen camino que
dijéramos.
El viernes tocaba nueva visita al padre Marciano, ya veríamos si esa vez era
capaz de contener la risa.
—Pero es que eso supondría tener que dejar también a Celia el sábado por
la mañana, y me parece mucho tiempo.
—Ya, ya, y tú no vas a poder dejar nunca el negocio un día completo.
Entonces, ¿qué va a pasar cuando nos vayamos de luna de miel?
El viaje era un regalo de mis suegros, que solo pusieron como condición
que fuera un destino sorpresa para ambos. Conociendo como conocía a
Ernesto y lo mucho que me quería, ya habría puesto él especial diligencia
en que se tratara de algo de nuestro gusto. Y lo de la sorpresa también tenía
su punto…
El piso lo habíamos pillado sin muebles, pese a ser de alquiler. Eso sí, tenía
la cocina amueblada con los electrodomésticos. En un primer momento,
habíamos amueblado el salón y nuestro dormitorio, pero quedaban todavía
un par de dormitorios vacíos y múltiples detalles por poner.
No nos pesaba hacer ese gasto porque todo lo que compráramos ya sería
nuestro, y el día que nos hiciéramos con una casa en propiedad no
tendríamos más que acoplar esos muebles, añadir algunos otros y santas
pascuas. Si alguno no encajaba, al Wallapop que iría.
El caso era que, con tanto trajín, eso se nos había ido quedando un tanto en
el olvido y al final nos iba a coger el toro.
—Poco hay que contar, Joaquín se ha liado un par de veces con ella, ya
sabes.
—Pues entonces no pongo allí un pie, paso, que me da palo por Nayara—
sentencié.
—Ay, le leche, celebrarlo por la criatura, pero que ella cada vez se está
echando más la soga al cuello, qué penita me da.
—Yo qué sé, chica, algunas veces pienso que Nayara tampoco es tonta y lo
mismo es que hace la vista gorda. Me resulta difícil creer que no se cosque
de nada, lo mismo es que es de esas personas que prefieren tener a su pareja
al lado, sin darle más importancia a si puntualmente la van liando por ahí.
—Bien, suegro, los nervios de la boda serán, que me deben estar jugando
una mala pasada.
Ellos también eran una pareja bien avenida y con la solidez que da el llevar
toda la vida juntos.
Ernesto nos había dado un pequeño susto por una dolencia cardíaca el año
antes y Javier estaba particularmente pendiente de su salud.
—¿Era cierto lo que veían mis ojos? —Eloy ya esperaba el lunes a la hora
de la apertura en la floristería.
Ese debía tener un morro que se lo pisaba, o igual se trataba de uno de esos
tíos a los que les da morbo tener varias historias a la vez. Y si encima las
chicas se conocen, mucho más.
—Hola, Azu, esperaba que vinieras ayer tarde a recoger el coche con Javier
—me dijo con la mejor de sus sonrisas y a mí me olió a cuerno quemado.
—Hola, Eloy, ¿vienes a por flores? No me digas que hoy quieres de nuevo
azucenas porque no me quedan. —Cortante, pero no tanto, esa fue la que de
verdad le di.
—Supongo que me lo merezco, debí llegar a por ellas el sábado, ¿no es así?
—Tampoco se andaba con chiquitas y, ante mis atónitos oídos, abordó el
tema con rapidez.
—No tenías por qué, supongo que tendrías otros planes, no me debes
ninguna explicación—le espeté con tono serio.
De sobra debía él saber que era muy probable que yo ya conociera sus
planes, que Olivia me lo habría contado.
—No tendré por qué, pero deseo hacerlo. No soy el tipo de hombre que
debes estar pensando. Mis planes se redujeron a ayudar a mi madre, que se
empeñó a toda costa en que le limpiara los cristales de la casa, y me dieron
las tantas, bayeta en mano. Y luego salí al galope y, ya cerca de aquí, me
encontré a tu cuñada. Te juro que no sé ni cómo me convenció, pero es que
parecía que se le iba la vida en que la acompañara a ver un coche y hasta
pena me dio. No calculé bien y cuando quise darme cuenta, di por sentado
que ya habrías cerrado.
—¿Sí? Pues no des por sentadas tantas cosas, que me quedé hasta tarde con
una novia y su madre, ideando su ramo.
—¡No jodas! Y yo que pensé que ya era imposible que estuvieras, joder,
joder…
—No pasa nada, no tienes ningún compromiso conmigo. Puedes pasar los
sábados o no, a tu conveniencia. Y te recuerdo que ya te habías llevado
flores el miércoles.
—No se me olvida que estuve aquí ese día ni que lo hablamos—su gesto
indicaba paz, como si venir a verme le supusiera calma—, lo único es que sí
me apetece y mucho pasarme los sábados. Aunque también lo haría el resto
de los días, lo que pasa es que no quiero parecer un pelmazo. Por no decir
que vivo en Segovia, aunque ahora ando mucho por aquí.
—A mí me gusta que te pases—murmuré y enseguida caí en que me había
precipitado. Vale que se encontrara a mi cuñada, pero ¿y eso de ir a tomar
algo juntos?
Obvio que lo dejaba en mis manos, que para eso era yo la que tenía el
compromiso.
—¿Tomar algo? ¿Igual que con mi cuñada? No sé, no sé. —Lo mismo me
había colado, pero es que no deseaba que jugara conmigo y me dejara
después hecha un ovillo.
—¿Eso te ha dicho? ¿Que vamos a tomar algo? Dime una cosa, tu cuñada
no ha tenido mucha experiencia con hombres, ¿me equivoco?
—Mira, Azu, te voy a hablar muy claro, porque creo que es la única forma
de que ambos podamos valorar la situación; a mí Olivia me importa lo que
viene siendo un pimiento y no tengo ni la más mínima intención de quedar
con ella, sobre todo porque la que me gustas eres tú.
—No, pero nos falta el canto de un duro y Javier es el único hombre que he
conocido. Dios, qué pardilla, la estoy liando más. Jo, es que no sé…esto me
ha cogido totalmente de sopetón. No sé qué decirte…
—¿Una buena idea? Pues yo opino que no solo es buena, sino que
fácilmente se podría calificar de excelente.
“De todos modos no le vas a poner los cuernos a Javier por salir de copas
con Eloy” me dije a mí misma antes de que el “solo se vive una vez” de las
“Azúcar Moreno” volviera a resonar en mi cabeza. Y si era así, ya era hora
de que yo empezara a vivir, que me estaba amuermando.
—Recógeme el jueves a las ocho y media—le dije sin vacilar—. No, espera
que no tienes coche ahora, te recojo yo…
—Tranquila, que sí que tengo. Para el jueves ya vendré con un Seat Ibiza
que he visto en el finde y he dejado apalabrado.
Nada que ver con el imponente Audi ni falta que le hacía. Eloy era un tío
que brillaba con luz propia, no le hacía falta ningún coche para que
cualquier mujer se sintiera atraída por él…
—Mamá, no te lo había dicho, pero me vas a tener que cubrir esta noche
con papá, es que voy a salir por Segovia y llegaré un poco tarde.
—Algo sencillo, los vaqueros esos nuevos que me compré y una blusa
blanca con el colgante verde esmeralda que me regaló Alba. Tampoco es
que me vaya a vestir de lagartelana, es una simple quedada.
—¿Tú crees que lo sigo siendo? —le pregunté porque las dudas se
amontonaban en mi cabeza cada vez más.
Iban a dar justo las ocho de una tarde de lo más ajetreada, pues hasta tuve
cola en la puerta, cuando me sonó el teléfono y era Alba.
—No te lo vas a creer, pero estoy de parto. —Su voz me llegaba de lo más
nerviosa.
—Qué telele ni qué ocho cuartos, ¿tienes preparadas las bolsas del niño y la
tuya?
—Ya me conoces, desde hace un mes. Dios, tenía que ser justo cuando él
está fuera, ¿por qué?
—Cálmate, Albita, que yo entiendo que es una faena, pero la que va a dar a
luz eres tú, así que arreando. Ya mismo estoy allí.
Casi dejo hasta la puerta abierta, porque yo la estaba calmando a ella, pero
de boquita para fuera. De boquita para dentro tenía un tembleque en las
piernas descomunal.
—Por fuerza, sin más remedio, vamos… Anda que no varía nada la
papeletea, una aquí y él…
—No vayas a decir que tan tranquilo, que debe estar como un flan.
Conociéndolo, ese llega antes de que pongas al niño en el mundo.
No voy a decir que fuera fácil ver a mi amiga pasarlo así de mal, pero sí que
le tocó el gordo, como había dicho la matrona. Y no solo porque el parto se
agilizó bastante, sino porque Quique pesó casi cuatro kilos.
Eran las tres de la mañana cuando aparecí por mi casa. Escuché un ruido y
era mi madre, que se había levantado con la excusa de beber agua.
—Azu, hija, qué cara más rara que me traes, parece que vienes de que te
den una paliza, ¿cómo te ha ido? —Se sentó en el taburete de la cocina.
—Buenos días, Azu, ¿estás bien? ¿Te presioné mucho con lo de ir a tomar
algo? Si es así lo tendré en cuenta, pero es que tenía que saber si te había
pasado algo.
—Buenos días, Eloy, qué apuro, parece que estemos jugando al ratón y al
gato. Estoy bien, solo es que mi amiga Alba, la modista, se puso de parto y
su marido no estaba. Ha sido una noche intensa y no tenía tu teléfono,
imposible avisarte. Lo siento una barbaridad—resoplé.
—Pues no lo sientas que a mí me acabas de dar una alegría, pero antes que
nada, ¡están bien tu amiga y su niño? —El tío tenía estilo, agradecí que se
interesara por aquellos dos seres a los que yo tenía en un pedestal.
—Están genial, gracias. ¿Entras? —le invité pensando que el hecho de que
más de una mañana estuviera allí esperándome podía ser suficiente para que
alguna vecina activara el modo “vieja del visillo”.
—Sí, claro. —No vaciló ni un instante.
—Cómo no, mujer, no se me ocurre ningún otro motivo mejor para que me
dieras calabazas. Eso sí, ahora me debes una, ¿cuándo podremos volver a
quedar? —Su impaciencia me resultaba aduladora.
—Pues a ver, porque hoy me voy a Segovia, que me quedo allí hasta
mañana y el resto del finde se viene conmigo Javier. —Me costaba mirarle a
los ojos al decirle aquello, no me hacía sentir bien.
—No tienes por qué sentirte mal, aquí el tercero en discordia soy yo. —
Captó al vuelo mis sentimientos.
—Lo sé, me lo dejaste bien claro el otro día, motivo por el cual me siento
todavía mucho más afortunado porque hagas una excepción conmigo. ¿El
lunes que viene te parece bien?
—¿El lunes? Un poco pronto, ¿no? Ay, Dios, ya estoy otra vez como una
pardilla.
—Mientras no te eches para atrás, para mí puedes ser todo lo pardilla que te
apetezca, avisada quedas. El lunes estará bien, ¿no? No hace falta que sea
juernes para que salgamos y charlemos un rato.
—Tú ganas, que te debo una. Eso sí, llévate hoy las flores, si las quieres,
que mañana ya te he dicho que no voy a estar.
—¿Azucenas de nuevo? ¿Puede ser?
—No lo sabes tú bien, no pienso parar hasta conseguir las que deseo…
todas.
—Perfecto, me lo quedo, cada vez tengo más ganas de echar raíces en este
pueblo, no me diferencio mucho de una planta, ¿no? —Me dio un toquecito
en la nariz antes de salir por la puerta.
Por la tarde, ya en Segovia con Javier, sentí que mi corazón estaba más
dividido que nunca. Era como si el universo no quisiera ponernos las cosas
fáciles a ninguno de los tres, porque en aquellos días ya se habían producido
diversos vaivenes. Y eso sin contar con que Javier ignoraba por completo
que lo nuestro comenzaba más a parecerse a un trío que a una pareja.
—Anoche cené con Joaquín y con Nayara, ella me dio recuerdos para ti—
me contó mientras íbamos a Marte, digo al santuario, por mucho que el
párroco tuviese aquel nombre que ya comenzaba a hacerme reír de nuevo
solo con pensarlo.
—No me digas, ¿y te dijo algo de su embarazo?
—Sí, estaba radiante y que ya te llamará y eso, que tenéis que quedar…
—Ya te digo que sí, le diré a Serafín que me prepare alguna cosa bonita que
ir regalándole a la criatura en cuanto pase el primer trimestre, que hay que
ser cautos…
Andaba más suavecita con él, porque tampoco era justo que le tratara según
me diera el viento.
—Ya, y reconoce que nos viene genial. Tener un puesto de trabajo fijo es un
tesoro hoy en día. Un tesoro que me ha permitido comprarme este coche,
por ejemplo.
Íbamos en el Audi, que ese día me fui a Segovia en bus, con la idea de
volverme con él al día siguiente. Lo hice así porque Javier me insistió en
que lo estrenáramos juntos. No podía quejarme cuando iba a su bola y
hacerlo también cuando me incluía en sus planes, tampoco habría tenido ni
pies ni cabeza.
—Sí, lo de comer de la olla grande tiene sus ventajas, lo que pasa es que a
mí lo del Derecho me parece horripilante, ya lo sabes.
—Lo sé, que tu mundo son las plantas y las flores, pero tampoco en ningún
juzgado se han comido a nadie, Azu.
—Eso que tú sepas, que para mí que allí se meriendan a más de uno…
La que nos impartió el padre Marciano ese día fue la segunda y última clase
del curso, algo que celebrar en palabras de Javier.
—Te invito a cenar esta noche, que hay que brindar por el fin del curso más
rollo del mundo. No me había aburrido tanto desde las clases de Derecho
Administrativo, esto ha sido infumable.
Entre pitos y flautas, ya era casi la hora de cenar y lo que no esperaba era
que mi novio se dejara caer, llevándome a un sitio tan elegante.
—¿A qué debo este honor? —le pregunté con retintín cuando el metre me
acercó la silla—. De haber sabido que vendríamos a un sitio tan granado me
hubiera arreglado más.
La cabeza, la cabeza era lo que estaba perdiendo, porque me tuve que llevar
las manos a la boca cuando él abrió la suya.
—Es nuestro aniversario, Azu, tal día como hoy empezamos a salir, ¿lo
recuerdas? Ningún año hemos dejado de celebrarlo, aunque reconozco que
siempre has sido tú quien me lo anunciaba con voz cantarina desde la noche
antes.
—Ostras…—No pude articular más palabra. Cierto que siempre tuve una
memoria de elefante para todas las fechas y apenas podía explicarme cómo
ese año se me había olvidado por completo. No, no podía ser cínica, claro
que podía explicármelo, pero esa explicación no me hacía sentir bien.
—Gracias por entenderlo. Y mira que se lo dije a mi madre hace unos días,
pero creo que ha sido el nacimiento de Quique esta noche el que ha logrado
que se me termine de ir el santo al cielo. —Mentira cochina, ni por un
segundo se me vino a la mente en aquella semana que el viernes se trataba
de un día especial.
Disimulé como pude, que la cena no había hecho más que comenzar, y
Javier pidió un buen vino blanco de la casa.
—¡Por nosotros! —Traté de repetir con más dignidad que eso, intentando
que no se me notara el señor soponcio que tenía encima.
Tiré un poco por la calle de en medio y traté de que el tema del nacimiento
de Quique, que ya había salido en diversos momentos del día, acaparara la
charla.
—Que Alba me ha pedido que sea la madrina del enano. Dice que nadie
mejor que la mujer que estuvo con ella en el paritorio, que eso nos ha unido
todavía más.
Había sido un poco imprudente, esperaba que la cosa diera un giro porque
la noche parecía ir de mal en peor. Alba no se plantearía que ambos
fuéramos los padrinos de su hijo, quizás porque a él lo viera con un pie
fuera del circuito a no mucho tardar.
Capítulo 12
—Azu, vas a tener que tomarte las cosas con más calma, que ya sabes que
tu padre tuvo un principio de úlcera de estómago y te veo a ti con otra.
—Ya, es que no sabes qué palo, ¿cómo le voy a hacer gasto a Ernesto
pensando que esta noche me veo con Eloy? Por cierto, ¿crees que vamos a
poder darle esquinazo otra vez a papá?
—Azu, que no sufras tanto por las cosas, deja lo de tu padre de mi cuenta,
hija de mi vida.
Pues si ella lo decía, que llevaba toda la vida con él, así debía ser.
No es que fuera para nada descarada, pero su sutil abertura dejaba volar la
imaginación del más pintado. Y mi delantera era prominente. No en vano,
esa parte de mi cuerpo era la que más solía alabarme mi novio, y la que
decía que más le atrajo de mí cuando empezamos a salir. No, en eso no se
anduvo por las ramas, fue sincero.
Antes de salir me di de bruces en el pasillo con Laura, que cada vez nos
visitaba con mayor asiduidad. A ella también la conocíamos desde niña,
¿quién no se conocía en el pueblo? Se trataba de una cría muy alegre y
simpática, que parecía estar enamoradita perdida de Rodrigo.
—Nada que ver contigo, ni comparación hay. ¿Preparada para la noche más
divertida de tu vida? —Me miró y algo en su mirada me dijo que no era un
decir, él se había propuesto que así fuera.
—Un utilitario sin más, pero hará su función hasta que me haga rico,
porque yo voy a ser rico, ¿sabes?
—Yo estoy allí y me parto, valor tuviste de terminar el curso. Jo, que dicen
que lo del matrimonio tiene su miga, pero que digo yo que algún cura
terrestre se atreverá a explicar el asunto, ¿de veras hace falta tirar del
espacio para que alguien tenga narices de abordar el tema? Pues sí que está
mala la cosa.
—Oye, oye, que el matrimonio no es una jaula, ¿tú eres de los que no se va
a casar nunca? —Ya eso me gustaba a mí una pizca menos.
—Anda ya, estoy tirando de tópico, yo creo que es el mejor estado cuando
se encuentra a la persona idónea, te lo digo de corazón. Y eso, aunque haya
que pasar por el aro de que a uno lo case un marciano, que todo sea por
hacer las cosas como Dios manda.
Llegamos a una tapería que estaba de bote en bote, pese a ser lunes.
—Es lo que tiene el buen tiempo, pero si quieres nos vamos a otra.
—Que no, que si dices que merece la pena nos quedamos. No hay ninguna
prisa.
—Genial—asentí.
—¿Y eso? A ver si es que has echado en la mía un suero de la verdad o algo
de eso, explícate.
—Sabía que la noche iba a ser divertida, pero no que me harías este regalo.
Ahora la cosa ha cambiado; de golpe y porrazo la has convertido en
especial, nena.
Ainss, ese “nena” que me derretía… Sentí tanto calor que de un sorbo cayó
media cerveza.
—No creas que bebo como un camionero, ¿eh? Que es solo que…
—Ya, Eloy, venid por aquí, porfita. —La camarera le hizo una seña y dos
chicos se quejaron.
—Nada de antes, estaban ellos, lo que pasa es que os habéis puesto ciegos a
cervezas y no os aclaráis.
Me quedé perpleja, no había visto más tablas en toda mi vida. De modo que
nos colaba por toda la cara y la culpa era de ellos, que los acababa de llamar
borrachuzos.
—Pues nos vamos y por aquí no nos veis más el pelo, también te lo digo.
Díselo a Virgi, que ella nos conoce—continuaron con la queja.
La chica le hizo un gesto a otra camarera que andaba tras la barra y ella le
confirmo que los conocía, por lo que los llamó.
—¡Venid por aquí! —Les hizo una seña y se los llevó a su terreno. También
se notaba que había toreado en muchas plazas y logró quitarles el cabreo
invitándolos a una ronda.
—Buff, menos mal que Virgi me los ha convencido, que me iban montando
la marimorena.
—Si es que tienes unas cosas, Rebeca, menudo cabreo que se han pillado.
Perdida, me sentí perdida y calibré a qué distancia estaba del baño, con la
idea de meterme en él y echar el pestillo hasta nueva orden. Fue entonces
cuando las cosas empeoraron; quien estaba a su lado no era otro que mi
novio, y en ese momento, un súbito giro de su cuello hizo que su mirada y
la mía se cruzasen.
—Hola, Javier. —No podía decir otra cosa, lo del consabido “esto no es lo
que parece” nunca da resultado.
—Esto es increíble, pues sí que ha cambiado Celia de un tiempo a esta
parte. O tengo que felicitar a su cirujano estético o cagarme en todo lo
cagable, y creo que voy a optar por lo segundo.
Nunca había visto a Javier tan cabreado, pero tampoco le di motivos antes
para ello.
—Javier, yo creo que será mejor que nos calmemos—le sugirió Eloy.
—Y yo creo que será mejor que te calles si no quieres que te parta la boca
—le espetó mi novio y yo le pedí por favor juntando las manos que me
dejara hablar a mí.
—¡Chúpate esa! —le espetó Joaquín desde atrás, que al imbécil ese solo le
faltó comer palomitas…
Capítulo 13
No hace falta que jure que fue el momento más comprometido de mi vida.
Y no solo porque no podía sentirme más avergonzada (que también), sino
porque el ambiente se caldeó de lo lindo.
La actitud del idiota de Joaquín provocó que Javier se viniera más arriba.
Otro lo hubiera calmado, pero no ese tío, que tenía menos luces que un
carrillo de mano.
—De manera que está uno tan tranquilo pensando que su chica anda con
una amiga y se tiene que encontrar con que está pasteleando con otro,
manda huevos; no te tenía por una buscona, pero va a ser que me he
equivocado.
Me tuve que morder la lengua y lo dejé ahí, porque estaba deseando soltarle
por la boca que si le parecía bonito lo de estar liado con Rebeca mientras
Nayara lo esperaba en el sofá.
—¿A mí? ¿Y por qué se supone que tengo que sentir vergüenza? —El tío
era un caradura total, todavía iba a querer quedar como el bueno de la
película y dejarme a mí como la mala.
—Tú sabrás, que creo que tienes mucho por lo que callar, pero no voy yo a
meter más cizaña. Vámonos Eloy, por favor.
—¿Te vas con este soplagaitas? ¿De verdad vas a hacerme eso después de
llevar toda la vida conmigo, Azu? Esto es lo último que podía esperar, lo
último. Yo de ti me lo pensaría bien porque si sales por esa puerta con este,
nunca podrás volver conmigo.
—Me voy con Eloy, sí, y espero que tengas la dignidad de cerrar el pico y
no añadir nada más, que ya está bien de insultos.
El asunto era que tampoco estaba haciendo mi novio las cosas demasiado
bien, que mucho criticar a Joaquín, pero parecía que le faltaba el tiempo
para salir con él. Y eso que sabía de sobra que no era buena compañía ni
una persona que me agradase lo más mínimo.
—No lo sé, supongo que pocas, pero que si ha pasado así será porque el
destino lo tuviera proyectado para nosotros, te garantizo que esto es por
algo. —Trató de calmarme cogiéndome las manos.
—No lo sé, Eloy, pero que ahora he quedado fatal. Yo no soy tonta, si he
salido contigo esta noche es porque del todo bien con Javier no estoy, pero
nunca esperé un final así para lo nuestro.
—Ya, entiendo que ahora estés sufriendo por su reacción, pero piensa que él
terminará comprendiendo que si lo vuestro no ha podido ser es mejor que
acabe ahora que no después de casaros—argumentó.
—¿Sabes lo que pasa? Que todo ha sido tan rápido que no me ha dado
tiempo a pensar en nada, yo aún no había tomado una decisión y ahora todo
ha estallado por los aires.
—¿Qué dices? Pues esos solo son los primeros de los millones que voy a
darte, vas a flipar, cielo.
Ya estaba flipando, no hacía falta que llegara mucho más allá. Eloy me
acariciaba el alma solo con mirarme y eso era nuevo para mí.
—¿Y por qué habría de mentirte? Dime, anda, piénsalo, ¿qué necesidad
tendría de hacerlo? Si lo que quisiera fuera montármelo con alguien no
tendría la mala sangre de hacerlo con una chica que tiene un pie en el altar,
poniendo su vida patas arriba.
—Sí, es que está liado con Rebeca. Javier me lo comentó, pero yo no podía
imaginarme que la tapería a la que íbamos era la que también frecuentan
ellos, vaya mala pata.
—¿Liado con Rebeca? Pues de eso será. Con Javier no he coincidido allí
antes, pero con el otro sí.
—Es muy propio el tío, y tiene a su mujer embarazada, ¿no es para matarlo?
He tenido que contenerme tela para no soltarle todo lo que pienso de él.
—¿Más allá? ¿Aprueba otro menos convencional como yo? —me preguntó
con la más bonita de las sonrisas en su cara.
—Parece ser que sí, que está abierta a todas las posibilidades, aunque no así
mi padre, también te lo advierto, que ese tiene una escopeta de caza que no
le costaría nada cargar.
—Sí, pero cuando se apacigüe, que de nada te iba a valer el karate contra
los cartuchos.
Tenía fe el chaval y eso estaba bien, porque venían curvas. Las mismas
curvas que cogimos de Segovia en dirección al pueblo en una noche en la
que solo podía pensar que marcaría un antes y un después en mi vida.
Capítulo 14
—Azu, hija, tiene que haberte ido muy bien porque son las tantas y mañana
trabajas. Menos mal que tu padre duerme como un tronco, porque si llega a
desvelarse y mirar el reloj, la tenemos. —Aún no me había visto la cara,
pues yo avanzaba a oscuras por el pasillo hacia mi dormitorio.
—Lo siento, mamá, pero no ha ido muy bien, no. —Me abracé a ella que se
quedó sin respiración.
—¿No ha ido bien? ¿Te ha hecho algo ese chico? Mira que no me lo
perdonaría en la vida, que yo te he animado a ir con él. —Apenas le salía la
voz del cuerpo.
—No, mamá, no ha sido él, ha sido… Yo qué sé, creo que ha sido el
destino, mira que hay personas que se pasan la vida jugando a dos bandas o
más y no las pillan nunca. Y, sin embargo, a mí, me da por hacerlo una vez
y me meto en todita la boca del lobo—suspiré.
—¿Javier te ha pillado? Hija de mi vida, pues sí que ha estado completa la
noche.
—No lo sabes bien, hemos ido a parar a la misma tapería en la que entraba
él con el patán de su amigo Joaquín, y la ha emprendido a mamporros con
Eloy después de dedicarme unas cuantas lindezas a mí también.
—¿Qué dices? Ay, madrecita del amor hermoso, que voy a preparar un cubo
de tila para las dos. Mi niña, a ti no te ha hecho nada, ¿no? —Me
inspeccionaba el cuerpo como si tuviera rayos X.
—Huy, huy, huy, pues sí que se ha liado la cosa. Vamos a tener que hablar
con tu padre en cuanto se despierte, porque Ernesto lo va a llamar enseguida
y será mejor que lo sepa por nosotras.
—¿¿Cómo?? ¿Es que Javier te ha ofendido en algo, hija? Mira que me cago
en…
No voy a reproducir las perlas que soltó por la boca en ese momento, pues
mi padre era un hombre temperamental y no hubo forma de hacerle callar.
Cuando por fin pude meter baza, lo hice.
—No, papá, no van por ahí los tiros (frase desafortunada la mía, que tiros
igual sí que terminaba habiendo), más bien puede que sea yo quien le haya
ofendido a él.
Dos horas tarde abriría aquel día la floristería. Para entonces Eloy ya me
había escrito un par de wasaps, preocupado como estaba por lo que pudiera
estar ocurriendo en casa.
—No te preocupes por mí, y tú, ¿cómo estás? Anoche me quedé en casa de
mis padres y he hablado con ellos hace un rato.
—¿Y qué te han dicho? Deben estar flipando en colores, como el resto.
—Pero bueno, ¿de veras voy a tenerte para mí solito todo el día?
Con la bolsa llena hasta los topes, como si nos fuéramos a la guerra,
buscamos la sombra de un árbol en la que guarecernos.
—Yo soy el príncipe que ha venido a rescatarte, lo único que me temo que
no tengo corcel blanco ni corona, ¿me querrás igualmente? —No sería un
príncipe, pero me dio un beso más intenso que el que diera aquel a
Blancanieves.
—No sé, no sé, entonces me lo tendré que pensar, ¿y se puede saber qué
quieres de mí? —Me incorporé un poco, la luz solar me estaba cegando y
no quería perderme un detalle de su atractivo rostro.
—Te quiero a ti, eso es lo que quiero. Quiero que compartamos la vida, Azu
—se sinceró.
—¿Tú qué crees? Formal, que no quiere decir seria, pues yo lo que deseo es
quererte, protegerte y ya, de paso, hacerte reír todos los días de tu vida.
—Que me lo pidas con flores, con ellas todo cobra más sentido para mí.
—¿Contenta ahora?
—Azu, ¿quieres ser mi chica? —El blanco nuclear de sus dientes mientras
lo decía es el color que asocio con unas palabras que me hicieron
inmensamente feliz.
Allí, en medio de la nada, solos los dos, me olvidé del mundanal ruido y de
todos los problemas asociados a los cambios que se estaban produciendo en
mi vida. Eloy había llegado a ella como un soplo de aire fresco… Un soplo
de aire fresco al que por nada en el mundo iba a renunciar, acababa de
decidirlo.
Un par de días pasaron antes de que la bomba estallase. Más liado que la
pata de un romano por todo lo sucedido, Javier no había hablado todavía
con sus padres.
—Lo vamos a tener que amarrar, hija, yo no sé lo que hacer ya, a este
hombre le va a dar algo. —A mi madre la tenía la mar de entretenida.
El hecho de que no verlo en un par de días me pesaba como una losa. Según
enfilaba mis pasos hacia la floristería, me venía una y otra vez aquella frase
de la canción de Merche que decía eso de “Y ahora sé lo que es amar, tan
distinto a lo anterior…”
¿A Londres? Qué desinfladilla me quedé, y eso que reconocía que era una
tontería, pero que Eloy estuviera a un tiro de piedra en Segovia me
reconfortaba más que saberlo en el quinto pino.
Lo que quiera que fuera que lo llevara hasta allí no debía ser plato de gusto
para él, porque su voz así lo reflejaba.
—Claro que te lo prometo, ¿sabes que tú eres la flor que siempre quise en
mi jardín?
—Por Dios qué cosita más bonita, si es que es para comérselo a bocaditos
chiquititos. No veas si está gordito el tío. —Me lo comía a besos, era un
bebé de esos de anuncio.
—Sí que es bonito, se parece a su madre. —Jenaro la miró con amor y ella
hizo una señal de la “V”. Era la mejor mi amiga.
—Tendrás que cogerlo, igual todavía hay algún cabo suelto, está lo del
alquiler del piso, chica.
—Paso, todavía tiene que estar muy calentito y seguro que vamos a discutir,
no tengo ganas.
—Azu, es que él se ha llevado mucho tiempo contigo y en cierto modo es
normal que esté dolido. —Jenaro me dio su opinión como hombre.
—Ya, si yo no digo que no, pero que igual es mejor que no hablemos tan
pronto. Ya cuando las aguas estén más calmadas, ¿no?
—Dame el móvil, ¿qué mierda te ha dicho para que te pongas así? —Alba
me lo quitó de las manos.
—Claro que voy a ir, pero tú no estás para estos trotes, ni se te ocurra. Ya te
iré contando. —Me levanté y llegué hasta mi coche corriendo.
—Hay que esperar un poco, están haciendo todo lo posible, Azu. —Sin
más, se echó a llorar en mi hombro.
Levanté los ojos, sin saber qué hacer y me encontré con la fría mirada de
una Olivia que parecía estar esperando su momento de gloria.
—Estarás contenta con todo lo que has montado. Tuviste que ir a por él, si
te lo noté desde el mismo día que fuimos a ver el coche. No había más que
veros, parecíais dos tortolitos. Y a mi hermano, que le den dos duros, con lo
bueno que ha sido siempre contigo.
—No te voy a permitir que me hables en ese tono, Olivia, te lo digo desde
ya.
—Ya está bien, niñas, este no es sitio para discusiones, ni que fuera el patio
de un colegio. Y vamos a respetar que Ernesto está muy delicado, hacedme
el favor.
—Ya lo sé, Azu, sabes que él te quiere como a una hija y la noticia de
que… En fin, yo no quiero ponerte mal cuerpo, pero es que Javier ha venido
hoy a hablar con nosotros y su padre comenzó a sentirse mal en cuanto se
enteró de lo vuestro.
—Sí, por desgracia también quiere a esta Judas, pero que ya me encargaré
yo de que se le caiga la venda de los ojos. Hay que tener cara para encima
colarse aquí después de la que ha liado—resopló y se fue para una ventana.
—¿Tú crees? No sé, Azu, si a mi padre le llega a pasar algo no creo que
llegue a perdonármelo.
—Dios te oiga, hija, porque yo sin mi Ernesto es que no sabría cómo vivir.
—Agustina estaba también muy afectada e intervino en la conversación.
Me quedé con ellos hasta que entraron. Solo podían hacerlo de dos en dos,
por lo que Olivia se quedó fuera a la espera de su turno.
El brillo malicioso de sus ojos cuando recibió aquella llamada era lo más
parecido a la venganza que yo habría podido imaginar.
—¿Qué dices, Regli? ¿Que le ha hecho un bombo a una y por eso se vino
de Londres? Pues sí que es valiente el tío… como todos sean iguales,
apañadas vamos.
—Bueno, te dejo, que hay ropa tendida. Ya me darás los detalles, me parto
contigo, qué gracia tienes dando buenas noticias…
No era solo la panadera la chismosa del pueblo, allí había más cotillas que
orejas y la tal Regli, otra beata amiga de mi cuñada, era también de armas
más tomar. Tener toda la cara de una alpargata vieja no la había ayudado a
sacarse novio y le encantaba joder la vida a las demás.
—¿Estabas hablando de Eloy? —le pregunté según colgó, porque por Dios
que me faltaba el aire.
—¿Qué te pasa ahora, Azu? Hija mía que no ganamos para sustos.
Y tanto que se podía, que para ese momento mi padre ya estaba en el quicio
de la puerta y acababa de enterarse de todo.
Capítulo 16
—Mueve un dedo para volver a estar con ese chico y olvídate de que tienes
padre—me espetó en el desayuno al día siguiente.
En cuanto abrí las puertas y preparé algunas flores que acababan de llegar,
agarré el teléfono y enteré a Alba de todas las novedades.
—La que no está soy yo, que me quiero morir, cariño. Eloy ha dejado
embarazada a una en Londres, debió venirse por eso, me enteré por Olivia,
que a su vez se enteró por la cotilla de Regli.
—¿Dejó embarazada a una chica y la dejó plantada? Pues habla con él, a
ver qué pasó, lo mismo fue ella quien lo plantó a él.
—Yo paso, no quiero saber nada de esa historia, que tiene que ser verdad
porque sabes que justo ayer me dejó fría diciéndome que tenía algo que
solucionar allí y que se iba.
—Pues chica, hay algo que no me cuadra. Si salió huyendo del bombo, no
creo que nadie le haya puesto una pistola en la sien para que ahora vuelva,
¿no? Habrá ido por su propia voluntad, supongo que tan tirada no la dejó
entonces.
—Mira si hay algo de cierto que no he vuelto a tener noticias suyas desde
que se fue ayer, ese está escondido bajo tierra. Y eso que no sabe que mi
padre está deseando jugar con él al tiro al plato.
—Uff, no me quiero ni imaginar cómo estará ese hombre…
Todavía estaba hablando con él cuando recibí una visita que no esperaba.
—Claro, sí, sí, tengo que hacerlo, solo que estoy reuniendo las fuerzas—
resoplé.
Detecté más dolor que rabia en sus palabras y me puse en sus zapatos.
Tampoco yo habría sido elegancia en estado puro si él me hubiera engañado
como lo hice yo aquella noche.
—Supongo que ella no habrá mantenido la boca cerrada y ya te habrá
contado—suspiré.
—Javier, yo… de veras no te molestes por lo que voy a decirte, pero ahora
mismo no creo que nos haga bien este tipo de conversación.
—Ni mal, Azu. Cuanto más tiempo pase, más riesgo corremos de que las
cosas se enfríen entre nosotros. Sé que eres humana, que llevamos mucho
tiempo juntos y que igual las cosas ya no están igual que al principio,
pero…
—No es solo eso, Javier, no vayas por ahí, que vamos a hacernos daño.
Unas horas después llegué al hospital. Agustina, ya más relajada que el día
anterior, me recibió con un beso.
—Gracias al cielo que has venido, hija, porque este hombre ha preguntado
varias veces por ti. —Su aspecto era de abatimiento total, todos los
estábamos pasando muy mal.
—Qué alegría, hija, has venido. —El aspecto de Ernesto era lastimoso,
como si le hubiesen caído diez años encima de una vez.
—Ernesto, tú ahora lo que tienes es que mirar por ti, que nos has dado un
susto tremendo a todos, menuda faena si te hubieras ido para el otro barrio.
Ni se te ocurra volver a querer llamar la atención, así, ¿eh?
—¿Nos puedes dejar un momento a solas, hijo? Me gustaría hablar con esta
muchachita.
—Otro día puede ser tarde, que la ocasión la pintan calva, hija. Yo solo te
digo que los trenes solo pasan una vez en la vida y que mi hijo es un buen
chaval y te quiere. Además, en nosotros tienes una familia, yo te quiero
como a una hija y Agustina también te ha mirado siempre con los mejores
ojos. ¿Por qué no vuelves con Javier y hacemos todos borrón y cuenta
nueva?
Sí, me estaba poniendo entre la espada y no ya la pared, sino un precipicio.
Y estaba a punto de caerme…
—¿Necesitas que te lo cuente yo? Con lo inteligente que eres estoy segura
de que podrías reproducir una por una las palabras que me ha dicho tu
padre.
Por fortuna, mi padre no almorzaba en casa, por lo que pude sincerarme con
mi madre.
—Habla con Eloy, escríbele tú, es la única manera de que salgas de dudas,
hija. Y otra cosa te voy a decir, si no te convence lo que te dice, tampoco
tienes que volver con Javier; tú te vales de sobra sola, Azu, aunque nunca lo
hayas estado.
Mi madre no estaba hecha de la misma pasta que mi padre, que era más
cuadriculado. Ella mostraba una mente mucho más abierta y más parecía
una amiga que una madre en aquellos días.
—¿Te quedas a comer? —me preguntó ese día una Agustina que también
hacía todo lo posible porque yo volviera a ser su nuera.
No quiero decir con esto que se me hubiera quitado Eloy de la cabeza, ¡si
hasta soñaba con él! Y, voy a ser franca, los míos no eran solo sueños en los
que las risas, los paseos o las confidencias fueran los protagonistas.
Después de haber besado sus labios aquella noche, yo me había quedado
con ganas de más, de mucho más… y lo que no había vivido en directo, lo
hice entre las sábanas.
—Me quedo, Agustina. —Después imperaba la realidad y esa era que Eloy
me había mentido.
—Muy bien, hija, pues ayúdame entonces a poner la mesa, venga, que
estamos en familia. —Un nuevo guiño a nuestra relación que yo no tardé en
pillar.
—¿De veras? ¿En serio? Mira que voy a ir ahora mismo a decírselo a mis
padres y ya no tendrá vuelta atrás.
Mis suegros también habían pasado por alto por completo mi desliz y era
justo que los hiciéramos partícipes de nuestra alegría. O al menos de la de
su hijo, que mis sentimientos en esos instantes eran de lo más
contradictorios.
—¡Esto hay que celebrarlo! Ernesto quiso abrir una botella de champán con
la que todos brindamos, aunque él solo se mojó los labios por el tema de la
medicación.
Pasaron varios días en los que me sentí como anestesiada. Mentiría si dijera
que, de golpe y porrazo, dejé de sentir por Eloy, lo único era que no me lo
permitía. Cada vez que mi disco duro trataba de rememorar uno de los
instantes felices vividos con él, mi mente lo bloqueaba por completo,
haciendo valer su mentira.
—Pero ¿tú estás bien? —me preguntó Alba en aquella, una de las últimas
pruebas del vestido de novia antes de la definitiva.
—Yo me callo porque si no es peor, tú misma, Azu. Eso sí, tengo algo que
decirte y no sé cómo te va a sentar, Eloy llegó ayer tarde al pueblo.
—¿Y si vas y se lo preguntas? Para mí que tenéis una charla pendiente, ¿no
crees? Eso de bloquear está muy moderno y todo lo que tú quieras, pero de
toda la vida se ha dicho que hablando se entiende la gente.
—Yo con él no tengo nada que hablar, sabes que no fue franco conmigo.
—Y dale, pues nada chica, al altar y a quedarte pensando en lo que pudo ser
y no fue, que yo no digo nada más…
—¿Cómo te atreves? ¿Tú te has creído que soy un monito de feria para
jugar conmigo a tu antojo? Vuelve a acercarte y no habrá llave de judo que
te libre de que te arañe como si fuera un gato. —Saqué las uñas,
metafóricamente hablando, porque no podía permitir que notara cómo
estaba en realidad.
—Me atrevo porque te quiero y porque ahora estoy en condiciones de
contarte la verdad de lo sucedido, de ese supuesto bombo…
—¿Una trampa? No, si esto tiene narices, a ver qué milonga me vas a
contar, que no tengo tiempo de esto, he de ir a abrir.
Si eso era así, la cosa cambiaba un poco, pero ¿por qué no me lo dijo antes
de marcharse?
—Una amiga con derecho a roce, que hay una diferencia, ojito.
—Vale, eso no lo puedo negar. Aquella noche ella me llama y me dice que
se ha quedado embarazada y te prometo que se me cayó el mundo encima.
Ni siquiera podía estar seguro de que fuese mío, porque ella era libre, no
habíamos sido pareja ni nada, pero mi sentido de la responsabilidad me
llevó hasta allí para saber sobre un tema que no me dejaría vivir.
—Ya, dejándome aquí a mí tirada, muy bonito. ¿Y vas a ser papá? Abrevia,
que muero de la emoción. —El coraje que sentía no me permitía dejar la
ironía a un lado.
—No, no voy a ser padre porque todo fue una invención de ella, una
invención previo pago de su importe por parte de los hermanitos Olivia y
Javier, aunque parece ser que ella fue la cabeza pensante.
¿Javier poner mucha pasta? ¿De dónde? Acabáramos… aquellos días había
vendido el coche con el pretexto de que no soportaba tenerlo al haber sido
de Eloy.
—Me parece todo muy enrevesado, ¿tú tienes pruebas de lo que estás
diciendo?
—¿Y tú? ¿Cómo has sabido que te estaban dando gato por liebre? ¿Igual la
barriga de la chica estaba más lisa que una tabla de planchar?
—No, no fue por eso. El destino nos hizo un favor y hace un par de tardes
quedé con ella para seguir aclarando el tema. Entonces le sonó el móvil y
sus nervios me parecieron esconder algo. Voló hacia el servicio de señoras y
yo, sin demasiados miramientos, me metí en el contiguo, cuando ella ya
hubo entrado. Desde allí la escuché hablar con Olivia y decirle que yo me
estaba tragando el anzuelo, pero que Javier y ella tenían que actuar rápido, y
casaros antes de que se descubriera el pastel, que después haría como que lo
había perdido y tal…
—Ya, cuando más que enamorado debe estar obsesionado con retenerme a
su lado, porque eso no se hace con alguien a quien quieres de verdad.
—Pero quizá sí con alguien que te sirve de tapadera perfecta, que esa es
otra…
—¿Cómo de tapadera? ¿Es que me he perdido algo más? Habla ahora que
tengo una boda que anular…
Y la anulé con más gusto cuando supe lo que tenía que contarme Eloy.
—Lo que oyes, debe ser que Javier es tan pájaro como Joaquín, pero
siempre te contaba las andanzas del otro para quedar él como un santo.
Cuando quieras, vamos a hablar con las chicas, que te garantizo que yo no
les he pagado a ninguna para que inventen nada, a diferencia de otros…
—Dios, ahora sí que la voy a anular con gusto… Es un pieza y yo la tonta
ideal para tragarme todo lo que me contara.
—Si te casas conmigo en vez de con él, quizás me lo piense. —Me guiñó el
ojo, obvio que aquella no era una petición formal de matrimonio, pero sí se
le veían las intenciones…
Capítulo 18
Una vez prometidos, hablamos con mis padres, ya relataré luego cómo les
contamos lo de la pedida. Mi padre, que ya hacía tiempo que veía a Eloy
con buenos ojos, desde que le mostró quién era de verdad Javier, accedió a
que viviéramos juntos; no sin antes volver a amenazarle por si se le ocurría
echarse para atrás el día de la boda.
—No estaré sola, tú también tienes que venir a diario al pueblo, haremos el
trayecto juntos y más adelante ya pensaremos. Verás, no quiero andar con
más alquileres y tal…
Siempre les agradeceré lo bien que me trataron, igual que sucedió con
Rosalía y Juan, quienes me acogieron con los brazos abiertos. La relación
con mis suegros contaba además con el plus de que las reuniones se
producían en su casa; la casa que yo más amaba en el mundo. Y a Eloy le
faltaba el tiempo para decirles que nos invitaran y sacarme allí una y mil
fotos, en el jardín que tanto me apasionaba.
—Así se hacen las cosas, chaval, cuando uno quiere a una mujer se casa con
ella por derecho…—le aseguró mientras Juan asentía y Rosalía esperaba su
turno para abrazarnos, lo mismo que hizo también mi madre con Eloy.
También fue aquel un día muy emotivo, como lo había sido meses antes la
inauguración de la academia de inglés, que tuvo una aceptación excelente
en el pueblo.
—Eso espero, que los voy a poner a todos a hablar como cotorras. Se ve
que a la gente le ha gustado la idea, esperemos que haya suerte. Ilusión le
he puesto toda la del mundo, y ayuda he tenido la mejor. —Me guiñó el ojo.
—La habrá, si yo veo que vas a tener que ampliar antes de lo que canta un
gallo. Ten presente que hasta Fuencis, que tiene setenta años, me ha dicho
que se va a matricular.
—¿Qué dices? Pues bienvenida sea, que el saber no ocupa lugar y que no
hay tope de edad, solo se necesitan ganas para salir hablándolo.
—Ains, si es que mi chico tiene una lengua…— Deseando estábamos que
acabara la copita de inauguración para irnos corriendo a celebrarlo en
privado. Y el doble sentido de aquella frase así se lo hizo saber.
Puro morbo, eso era lo que vivíamos cada vez que estábamos piel con piel,
un morbo regado también por la pasión que solo pueden sentir quienes se
aman con la misma intensidad que lo hacíamos nosotros.
—¿A que este te pone los ojos vueltos en la cama? —Alba estaba
revolucionada, siempre que bebía le pasaba lo mismo.
—Huy, huy, huy, que encargáis el segundo esta misma noche, amiga.
Nos echamos todos a reír, no era tan fiero el león como lo pintaban, por
supuesto que no.
Viendo el reflejo de los tres en el espejo comprendí que era una familia lo
que deseaba formar con el hombre que me hacía vibrar solo con mirarme.
Capítulo 19
Otra de las cosas que tuve muy clara desde siempre es que, si algún día me
casaba, lo haría en el Santuario de Nuestra Señora de la Fuencisla, ubicado
en el actual Barrio de Zamarramala. Digo lo de actual porque, antaño,
Zamarramala era un pueblo independiente. Hoy día, con la expansión de la
capital, ha quedado integrado en ella.
—Ahora sí que te sale la emoción hasta por los ojos. Mírate en el espejo.
De niña, ella solía llevarme todos los domingos a escuchar misa en aquel
mismo santuario. Entre la arboleda del entorno, yo también disfrutaba como
una enana. Me parece estar escuchándola…
Nos casábamos a las seis de la tarde y no veía la hora. Para colmo de los
colmos, me había despertado tempranísimo, a eso de las seis de la mañana,
y ya no había podido volver a enganchar el sueño. Mónica, la peluquera, no
vendría hasta las doce y media a peinarme. Estaba esperándola cuando
comencé a sentirme mal, como si me faltasen las fuerzas, y si no llega a ser
por la aparición providencial de mi madre por el baño en aquel momento,
fijo que me abro la cabeza contra el suelo.
—Hija, ¿te encuentras bien? —me preguntó al verme agarrada al borde del
lavabo —. Estás muy pálida, Azucena. ¿Qué te pasa, por el amor de Dios?
No recuerdo más. Solo sé que, cuando por fin tomé plena conciencia de la
realidad, era más de la una del mediodía. Estaba tumbada en el sofá y
Mónica y ese ser que me dio la vida hablaban en voz baja, sentadas cada
una en un butacón a los lados.
—Espera, hija —me pidió mi madre—, voy a traerte un vaso de Coca Cola
y unas patatitas fritas para picar, ya verás cómo te pones a tono en seguida.
Entre las dos me ayudaron a colocarme aquel vestido, que no tenía nada que
envidiarle a los de los grandes diseñadores; de tirantes, con todo el escote
lleno de pedrería y la espalda entera al descubierto, lo remataba una larga
cola de tres metros. Para mi boda con Eloy había escogido una tela de color
marfil, en lugar del blanco inmaculado del primer vestido que me hiciese
Alba.
Alba… como es lógico, la había elegido como una de las damas de honor
para mi boda. Estaba casi tan emocionada como yo. Eso de que estaba tan
emocionada como yo es un decir, naturalmente, porque no podría describir
lo que sentía en mi interior en el preciso instante en que por fin me subí a
aquel coche de época que me conduciría hasta el santuario donde me
esperaban mi prometido y todos los invitados a la boda. Por un momento,
temí que la tensión pudiera volver a jugarme una mala pasada, con el ramo
entre las manos y mi orgulloso padre sentado al lado. Me miraba
embelesado.
—Relájate, cariño mío, estás preciosa —me dijo en un momento dado,
llegando ya al templo. Atrás quedaron los tiempos en los que quería
descerrajarle un tiro a Eloy, o más de uno.
Eloy me esperaba ante el altar, junto a una Rosalía elegante a más no poder
con su traje azul añil de encaje y un tocado que ya quisieran en las bodas
reales que se ven en las fotos del “Hola”.
Hasta al cura le hizo gracia, él, que debía estar acostumbrado a toda clase de
situaciones cómicas como aquella. Por mi parte, no tuvo nada de extraño
que me traicionara el subconsciente de tales maneras, y es que, con la mía
colocada ya en la mano, mi felicidad acababa de alcanzar límites
insospechados.
Convertidos ya en marido y mujer, en la salida nos cayó por todo lo alto una
increíble lluvia de pétalos de rosa que se me representó como la bendición
de mi adorada abuela desde el cielo. No me lo pensé dos veces; como
homenaje a aquel ser que hubiera deseado tener cerca de mí en esos
momentos, cuando el grupo de joteros contratados comenzó a cantar una de
las célebres jotas en honor a la propia virgen de la Fuencisla, miré a Eloy y
me arranqué a bailarla. Mi flamante marido se quedó perplejo porque no se
esperaba esa salida mía, pero rápidamente levantó los brazos para
acompañarme. La fiesta acababa de empezar…
No debiera contarla por tratarse de una anécdota muy íntima, pero aun así lo
haré: tras dar el pistoletazo de salida a la fiesta con nuestro baile, me dirigí a
los baños. Eloy me siguió hasta ellos y, para mi asombro, se metió dentro
conmigo. Echó el pestillo de la puerta.
—Qué bruja estás hecha —me dijo minutos después al oído mientras nos
pedíamos un cubata.
—¿Yo? ¿Por qué? —Aunque sabía bien a qué se refería, me hice la sueca.
—No, por nada, por nada. —Mi amiga hizo un gesto picarón con los labios
—. Oye que, si tanta prisa tenéis por desmelenaros, nos vamos ya todos a
dormir y punto pelota, ¿eh?
—De eso nada, monada. Cállate la boca y vamos a disfrutar, que todavía
nos queda mucha noche por delante.
Vaya si lo hicimos…
Dos días después, Eloy y yo emprendimos nuestro viaje de luna de miel por
tierras de Grecia. Servidora llevaba muchísimo tiempo loca por conocer de
primera mano, sobre todo, la mundialmente famosa isla de Santorini; ese
mágico escenario de casas blancas y cúpulas de color azul añil que había
visto tantas veces en fotos.
Pude haber cerrado por vacaciones mi negocio para aquel viaje, pero mi
madre, con ese espíritu inquieto que la caracteriza, se ofreció a ponerse al
frente de él.
—No hace falta, mamá —le repliqué—. Por suerte, puedo permitirme echar
el cerrojazo hasta que volvamos.
—Bueno, como quieras. —En esas semanas Celia estaba trabajando gracias
a un contrato temporal que le salió.
Nos cundieron a base de bien esos diez días por el archipiélago griego,
apuntándonos a todos los tours y viajecillos en catamarán junto al resto de
turistas para no perdernos ni media. En las playas de Mikonos, la música de
los bares y clubes de baile retumban hasta después del amanecer, de la
misma forma en que lo hacían en mis oídos a todas horas los “te quiero” de
mi recién estrenado marido. En los suyos tampoco faltaron los míos en
ningún momento. ¡Dios!, ¡qué alegría para mi cuerpo!...
Epílogo
Tres años han pasado ya de todo aquello, y esas mismas palabras siguen
saliendo de nuestras respectivas bocas cada amanecida en cuanto abrimos
los ojos. Sabía que no me equivocaría casándome con aquel apuesto hombre
que cayó un día misteriosamente por el pueblo, como la flor más bonita
para adornar mi existencia que me tenía reservada el destino. Hoy por hoy,
a las pruebas me remito.
Tal vez todo lo que digo pueda sonar un poco empalagoso, pero es lo que
hay. Mi dicha se va acrecentado por día que pasa, y de ella también es ahora
responsable mi pequeña María, a quien bautizamos así en memoria de mi
yaya (ese era su nombre de pila).
Nuestra preciosa hijita vino al mundo justo dos años después de casarnos. Y
digo bien con eso de “justo”, porque esta pitufilla que ya está aprendiendo a
dar sus primeros pasitos nació un cinco de septiembre, misma fecha sobre el
calendario en que Eloy y yo contrajéramos matrimonio.
Otro que tal baila. Ese otro personajillo apunta maneras de pintor, y es que
son alucinantes los dibujos que hace para tan corta edad como tiene. A
propósito de criaturas; mi amiga tiene ya otro crío de seis meses, Noel. Dice
que con sus dos “machotes” ya está servida.
—No te haces una idea, Rosalía —le contesté secándome las lágrimas.
—En serio, muchísimas gracias, me hacéis la mujer más feliz del mundo.
—Y yo veo que tú también haces a mi hijo el hombre más feliz del mundo.
Como madre, solo le pido a Dios que siga siendo así.
—Te prometo que haré todo lo que esté en mi mano para que nada cambie
entre nosotros.
Pocos meses después, mis suegros dieron con una casita a su medida; igual
de coqueta con un alegre patio lleno de tiestos, pero con menos metros
cuadrados. Allí fuera podría seguir entreteniéndose con las macetas, sin
necesidad de limpiar tanto por dentro.
María…
Nueve lunas iluminaron mi vientre;
nueve lunas observaron cómo crecías,
y tu madre, que aun sin tenerte ya te quería,
nueve lunas esperando para conocerte;
nueve lunas deseando verte la cara,
a ti, cálida luz que alumbras mis días
entre pañales, llantos, risas y chupetes.
Eloy se puso atacado de los nervios y por poco nos estrellamos por la
carretera. Es una manera de hablar, se entiende, pues mi marido siempre ha
sido un conductor de lo más responsable. No es que por querer llegar cuanto
antes corriese como un loco por la carretera, sino que no sabía dónde
atender. Me miraba asustado, oyendo mis lamentos por las contracciones.
No coincidimos mucho, puesto que la pareja se deja caer por aquí solo de
tarde en tarde, por suerte. A ella la compadezco, que se ha llevado una
buena pieza. Y otra de regalo, que es su cuñada.
Instagram: @ariadna_baker_escritora
¡Muchas gracias!