3 Una Noche Enamorada

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SELLO xx

COLECCIÓN xx
FORMATO xx X xx
xx

SERVICIO xx
Tres, dos, uno, cero... Disfruta de Mi hombre, la El apasionante desenlace de la historia entre Livy y Miller. 3 Vuelve la autora de la trilogía Mi hombre
trilogía que ha consagrado a Jodi Ellen Malpas a Jodi Ellen Malpas
nivel mundial. «Soy su posesión más preciada. Un título que me encanta llevar,
Jodi Ellen Nació en Northampton, donde vive junto a

Jodi Ellen Malpas Una noche. ENAMORADA


aunque también supone una carga, porque sé que el santuario su familia. Mientras trabajaba en la em- PRUEBA DIGITAL
que hemos creado aquí es sólo temporal. Afrontar ese oscuro presa de constr ucción de su padre fue VALIDA COMO PRUEBA DE COLOR
EXCEPTO TINTAS DIRECTAS, STAMPINGS, ETC.
ideando la trama de la trilogía Mi hombre
mundo es una batalla que planea en el horizonte de nuestra
actual casi perfecta existencia.»

Livy nunca antes había conocido el puro deseo. El imponente


Malpas y creó el personaje de Jesse Ward. En 2012
decidió autopublicar Seducción, el primer
volumen, y la masiva respuesta de sus lec-
toras la animó a terminar los demás. Ca-
DISEÑO

EDICIÓN
2/12 sabrina

Miller la ha cautivado, la ha seducido y la adora de formas que tapultada hasta el número uno del New York
nunca había experimentado; conoce sus pensamientos más Times, la trilogía Mi hombre (Seducción,
íntimos y hace todo lo que ella le pide. Él hará cualquier cosa Obsesión y Confesión) se convirtió en un
para mantenerla a salvo, incluso poner en peligro su propia vida. fenómeno y coronó a Jodi Ellen Malpas como
Pero el oscuro pasado de Miller no es lo único que amenaza su la nueva reina de la novela erótica. Con su
CARACTERÍSTICAS
futuro juntos… Cuando descubren la verdad sobre el legado de nueva trilogía, Una noche (Deseada, Trai-
Livy, sale a la luz un inquietante y perturbador secreto que hace cionada, Enamorada), Malpas confirma su IMPRESIÓN 5/0
habilidad para tejer tramas apasionantes cmyk + pantone 282
que el mundo de Livy se tambalee. Pronto se verá atrapada en- azul
y crear personajes inolvidables. ¿Todavía
tre una incontrolable pasión y una peligrosa ob-
no conoces a M?
sesión que podría destruirles a los dos… PAPEL XX

www.jodiellenmalpas.es Una noche PLASTIFÍCADO brillo

nunca será
UVI XX
Jodi Ellen Malpas suficiente
RELIEVE XX
Ama de casa inglesa, madre
de dos hijos, número
uno en el New York Times.
La reina de la novela
Una noche BAJORRELIEVE

STAMPING
XX

XX

erótica.

PVP 17,90 € 10117420


Enamorada FORRO TAPA XX

Diseño de la cubierta: Departamento de Arte y Diseño.


Diagonal, 662, 08034 Barcelona GUARDAS XX
www.editorial.planeta.es Internacional Área Editorial Grupo Planeta
Fotografía de la cubierta: © David Argemí
www.planetadelibros.com Fotografía de la autora: © Megan Laurie LSL
INSTRUCCIONES ESPECIALES
XX

33 mm
JODI ELLEN MALPAS

ENAMORADA
Tercer volumen de la trilogía Una noche

Traducción de
Vicky Charques y Marisa Rodríguez

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Título original: One Night. Unveiled

© Jodi Ellen Malpas, 2014


Publicado de acuerdo con Grand Central Publishing, New York, N.Y., EE. UU.
© por la traducción, Vicky Charques y Marisa Rodríguez (Traducciones Imposibles), 2015
© Editorial Planeta, S. A., 2015
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
www.editorial.planeta.es
www.planetadelibros.com

Primera edición: enero de 2015


ISBN: 978-84-08-13566-1
Depósito legal: B 23.963-2014
Composición: Víctor Igual, S. L.
Impresión y encuadernación: Unigraf, S. L.
Printed in Spain - Impreso en España

El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien libre de cloro y está
calificado como papel ecológico.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema


informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico,
mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito
del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra
la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).
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escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web
www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

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CAPÍTULO 1

Esto es perfecto. Pero sería aún más perfecto si mi mente no estu-


viese plagada de preocupaciones, miedo y confusión.
Me vuelvo y me pongo boca arriba en esta cama tamaño queen.
Levanto la vista hacia el tragaluz instalado en el techo abovedado
de nuestra suite de hotel y observo las nubes suaves y esponjosas
que salpican el intenso cielo azul. También veo los edificios que se
elevan hasta los cielos. Contengo el aliento y escucho los sonidos,
ahora familiares, de las mañanas de Nueva York: los cláxones de
los coches, los pitidos y el bullicio en general se distinguen perfec-
tamente a una altura de doce plantas. Similares rascacielos nos en-
vuelven, haciendo que parezca que este edificio se haya perdido en
medio de la jungla de cristal y cemento. El entorno que nos rodea
es increíble, pero no es eso lo que hace que esto sea casi perfecto,
sino el hombre que tengo al lado en esta cama mullida y enorme.
Estoy convencida de que las camas en Estados Unidos son más
grandes. Aquí todo parece más grande: los edificios, los coches, las
celebridades... mi amor por Miller Hart.
Ya llevamos aquí dos semanas, y echo muchísimo de menos a la
abuela, aunque hablo con ella a diario. Dejamos que la ciudad nos
absorba por completo y no hacemos nada más que enfrascarnos el
uno en el otro.
Mi perfecto hombre imperfecto está relajado aquí. Conserva sus
exageradas costumbres, pero puedo vivir con ello. Curiosamente,
estoy empezando a encontrar adorables muchos de sus hábitos ob-

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sesivo-compulsivos; ahora puedo admitirlo. Y puedo decírselo a él,
aunque sigue prefiriendo ignorar el hecho de que la obsesión influ-
ye en la mayoría de elementos de su vida. Incluida yo.
Al menos aquí en Nueva York no sufrimos intromisiones. Na-
die intenta arrebatarle su bien más preciado. Yo soy su posesión
más preciada. Un título que me encanta llevar, aunque también
supone una carga que estoy dispuesta a soportar, porque sé que el
santuario que hemos creado aquí es sólo algo temporal. Afrontar
ese oscuro mundo es una batalla que planea en el horizonte de
nuestra actual casi perfecta existencia. Y me odio a mí misma por
dudar de que mi fuerza interior consiga que lo superemos; esa
fuerza en la que tanto confía Miller.
Se mueve ligeramente a mi lado y me devuelve a la lujosa ha-
bitación que hemos estado llamando casa desde que llegamos a
Nueva York, y sonrío al ver cómo hunde su boca en la almohada
mientras murmura. Su preciosa cabeza descansa cubierta de rizos
alborotados y una densa barba de varios días puebla su mandíbula.
Suspira y palpa a su alrededor medio dormido hasta que su mano
alcanza mi cabeza y sus dedos localizan mis rizos revueltos. Mi
sonrisa se intensifica y me quedo observando su rostro muy quie-
ta, y siento cómo sus dedos se hunden en mi pelo mientras vuelve a
dormirse del todo. Ésta es una nueva costumbre de mi perfecto
caballero a tiempo parcial: juguetea con mi pelo durante horas, in-
cluso dormido. Me he despertado con nudos en varias ocasiones, a
veces con sus dedos todavía enredados en los mechones, pero nun-
ca me quejo. Necesito el contacto físico con él, sea de la naturaleza
que sea.
Mis párpados empiezan a cerrarse lentamente adormecidos
por su tacto. Pero mi paz pronto se ve bombardeada por desagra-
dables visiones, incluida la perturbadora visión de Gracie Taylor.
Abro los ojos de golpe, me incorporo de un salto y esbozo una
mueca de dolor al sentir un tirón de pelo que hace que eche la ca-
beza atrás.

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—¡Mierda! —susurro, levantando la mano para iniciar la me­
ticulosa tarea de desenredar los dedos de Miller de mi cabello.
Gruñe unas cuantas veces, pero no se despierta, y le coloco la
mano sobre la almohada antes de acercarme con cuidado al borde
de la cama. Miro por encima del hombro, veo que está profunda-
mente dormido y espero que sus sueños sean tranquilos y apaci-
bles. Todo lo contrario a los míos.
Tanteo con los pies la alfombra mullida, me levanto estirándo-
me un poco y termino con un suspiro. Me quedo de pie junto a la
cama, con la mirada perdida hacia la enorme ventana. ¿Es posible
que haya visto a mi madre por primera vez en dieciocho años? ¿O
sólo fue una alucinación provocada por el estrés?
—¿Qué es lo que preocupa a esa preciosa cabecita tuya? —Su
voz grave y adormilada interrumpe mis pensamientos y, cuando
me vuelvo, lo veo tumbado de lado, con las palmas de las manos
unidas descansando bajo su mejilla.
Fuerzo una sonrisa que sé que no va a convencerlo, y dejo que
Miller y toda su perfección me distraigan de mi conflicto inte-
rior.
—Sólo estaba soñando despierta —digo en voz baja, y paso por
alto su expresión de incredulidad.
Llevo torturándome mentalmente con esto desde que embar-
camos en aquel avión, y he reproducido el momento una y otra vez
en mi mente. Pero a Miller no le ha pasado desapercibida mi acti-
tud meditabunda. Sin embargo, no me ha presionado, y estoy con-
vencida de que creerá que estoy reflexionando sobre la traumática
situación que nos ha traído hasta Nueva York. Y en parte tendría
razón. Muchos acontecimientos, revelaciones y visiones han inva-
dido mi mente desde que llegamos aquí, y esto hace que me sienta
mal por no poder apreciar del todo la compañía de Miller y su de-
voción a la hora de venerarme.
—Ven aquí —susurra, sin acompañar sus autoritarias palabras
de gesto alguno.

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—Iba a preparar café. —Soy una ingenua si creo que podré evi-
tar sus preguntas mucho más tiempo.
—Ya te lo he dicho una vez. —Se apoya sobre un hombro y
ladea la cabeza. Sus labios forman una línea recta, y sus ojos cris-
talinos y azules me atraviesan con la mirada—. No hagas que me
repita.
Sacudo la cabeza suavemente y suspiro. Me deslizo de nuevo
entre las sábanas y me acurruco contra su pecho mientras él per-
manece quieto y deja que me acomode. Una vez adoptada mi posi-
ción, me rodea con los brazos y hunde la nariz en mi pelo.
—¿Mejor?
Asiento contra su pecho y me quedo observando sus músculos
mientras él me acaricia por todas partes y respira hondo. Soy cons-
ciente de que está desesperado por reconfortarme e infundirme
confianza. Pero no lo consigue. Me ha concedido tiempo para ca-
vilar, y le debe de haber resultado tremendamente difícil. Sé que
estoy pensando demasiado. Lo sé. Y Miller también lo sabe.
Se aparta de la calidez de mi pelo y pasa unos instantes arre-
glándomelo. Después se centra en mis atribulados ojos azules.
—No dejes de quererme nunca, Olivia Taylor.
—Jamás —afirmo, sintiéndome muy culpable. Deseo que sepa
que mi amor por él no debería preocuparle en absoluto—. No des
tantas vueltas.
Levanto la mano, le acaricio el labio inferior con el pulgar y ob-
servo cómo entorna los ojos y desliza la mano para agarrar la mía
en su boca.
Me alisa la palma y me la besa en el centro.
—Lo mismo te digo, preciosa mía. Detesto verte triste.
—Te tengo a ti. Es imposible que esté triste.
Me sonríe afablemente y se inclina para besarme la punta de la
nariz con delicadeza.
—Discrepo.
—Discrepa todo lo que quieras, Miller Hart.

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Me levanta al instante y me coloca encima de él, atrapándome
con los muslos. Me coge las mejillas con las palmas de las manos,
acerca los labios y los deja a unos milímetros de los míos. Siento su
aliento caliente sobre mi piel. Soy incapaz de controlar la reacción
de mi cuerpo. Y no quiero hacerlo.
—Déjame saborearte —murmura mientras busca mi mirada.
Bajo la cabeza y me estrello contra sus labios. Repto por su
cuerpo hasta que me quedo a horcajadas sobre sus caderas y noto
su estado de ánimo, duro y erecto bajo mi trasero. Gimo contra su
boca, agradecida por sus tácticas para distraerme.
—Creo que soy adicta a ti —murmuro mientras coloco las
manos en su nuca y tiro de él con impaciencia hasta que se incor-
pora.
Envuelvo las piernas alrededor de su cintura y él posa las manos
sobre mi culo para estrecharme más mientras nuestras lenguas
danzan lenta y apasionadamente.
—Me alegro. —Interrumpe nuestro beso y me mueve ligera-
mente para coger un condón de la mesita—. Pronto te bajará la
regla —observa.
Asiento y alargo las manos para ayudarlo. Se lo quito y lo saco
del envoltorio, tan ansiosa como Miller por comenzar la venera-
ción.
—Bien. Así podremos prescindir de esto.
Le coloco el condón, me reclama, me levanta y cierra los ojos
con fuerza mientras guía su erección hacia mi húmeda abertura.
Desciendo sobre él hasta absorberla entera.
Lanzo un gemido grave y entrecortado de satisfacción. Nuestra
unión disipa todas mis preocupaciones y no deja espacio a nada
más que a un placer implacable y un amor imperecedero. Está
hundido hasta el fondo, quieto, y echo la cabeza atrás mientras cla-
vo las uñas en sus firmes hombros para apoyarme.
—Muévete —le ruego, aferrándome a su regazo y sin apenas
respirar de mi necesidad por él.

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Su boca encuentra mi hombro y me hunde los dientes suave-
mente mientras empieza a guiarme meticulosamente.
—¿Te gusta?
—Más que nada que pueda imaginar.
—Coincido. —Eleva las caderas al tiempo que me retiene aba-
jo, provocando oleadas de placer en nuestros cuerpos jadeantes—.
Olivia Taylor, me tienes completamente fascinado.
Su ritmo controlado es más que perfecto y nos calienta a ambos
lenta y perezosamente. Cada rotación nos aproxima más a la ex-
plosión. La fricción de mi clítoris contra su entrepierna cuando me
baja hasta el final con cada meneo me hace sollozar y jadear. En-
tonces mi cuerpo continúa su movimiento circular y el delicioso
placer disminuye brevemente, hasta que vuelvo a sentir ese gozoso
pico de frenesí. Su mirada cómplice me indica que lo está haciendo
a propósito, y sus constantes parpadeos y sus carnosos labios sepa-
rados no hacen sino intensificar mi desesperación.
—Miller —gimo. Entierro el rostro en su cuello y pierdo la ca-
pacidad de mantenerme derecha sobre su regazo.
—No me prives de esa cara, Olivia —me advierte—. Muéstra-
mela.
Jadeando, le lamo y le muerdo la garganta, y su barba raspa mi
rostro sudoroso.
—No puedo. —Su experta veneración siempre me deja inser-
vible.
—Por mí puedes hacerlo. Muéstrame la cara —me ordena con
dureza, y me embiste de nuevo con un golpe de caderas.
Grito ante la repentina y profunda penetración y me pongo de-
recha de nuevo.
—¿Cómo? —exclamo, frustrada y extasiada al tiempo.
Me retiene en ese punto, el punto entre la tortura y un placer
sobrenatural.
—Porque yo puedo.
Me coloca boca arriba y vuelve a penetrarme lanzando un grito

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de satisfacción. Su ritmo y su ímpetu se aceleran. Nuestra manera
de hacer el amor se ha vuelto más dura las últimas semanas. Es
como si se hubiese encendido una luz, y Miller se ha dado cuenta
de que tomarme con un poco más de agresividad y fuerza no hace
que disminuya el nivel de veneración en nuestros encuentros ínti-
mos. Sigue haciéndome el amor. Puedo tocarlo, y besarlo, y él me
responde y no para de regalarme palabras de amor, como para ase-
gurarse y dejarme claro que posee el control. Es innecesario. Le
confío mi cuerpo tanto como ahora le confío mi amor.
Me agarra de las muñecas, me las sostiene con firmeza por en-
cima de la cabeza y se apoya sobre sus tonificados antebrazos, ce-
gándome con los definidos músculos de su torso. Tiene los dientes
apretados, pero todavía detecto ese leve aire victorioso. Está con-
tento. Se está deleitando en mi clara desesperación por él. Pero él
está igual de desesperado por mí. Elevo las caderas y empiezo a re-
cibir su firme bombeo. Nuestros sexos colisionan, él se retira y
vuelve a hundirse de nuevo en mí una y otra vez.
—Te estás aferrando a mí, mi niña —jadea.
Su rizo rebelde le rebota en la frente con cada impacto de nues-
tros cuerpos. Todas y cada una de mis terminaciones nerviosas
empiezan a crisparse con el incontrolable placer que se acumula en
mi sexo. Intento contenerlo desesperadamente, lo que sea con tal
de prolongar la magnífica imagen que tengo delante de mí, empa-
pado de sudor y con el rostro descompuesto con un placer tan in-
tenso que podría confundirse con el dolor.
—¡Miller! —grito extasiada. Mi cabeza empieza a temblar,
pero mis ojos se mantienen fijos en los suyos—. ¡Por favor!
—Por favor, ¿qué? ¿Necesitas correrte?
—¡Sí! —exclamo, y aguanto la respiración cuando arremete con
tanta intensidad que me empuja hacia la cabecera de la cama—.
¡No!
No sé qué quiero hacer. Necesito explotar, pero también quiero
quedarme para siempre en este remoto lugar de puro abandono.

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Miller gruñe y permite que su barbilla descienda hasta su pecho
y que su feroz agarre libere mis muñecas, que ascienden inmedia-
tamente hasta sus hombros. Le clavo mis uñas cortas con fuerza.
—¡Joder! —ruge, y acelera el ritmo.
Nunca me había tomado con tanta fuerza, pero en medio de
este tremendo placer no hay lugar para la preocupación. No me
está haciendo daño, aunque sospecho que yo a él sí. Me duelen los
dedos.
Yo misma suelto unas cuantas palabrotas y recibo cada embes-
tida hasta que, de pronto, se detiene. Siento cómo se dilata dentro
de mí, y entonces retrocede ligeramente y se hunde expeliendo un
gruñido largo y grave. Ambos descendemos en picado hacia un
abismo de sensaciones indescriptibles y maravillosas.
La intensidad de mi clímax me deja sin sentido, y la manera en
que Miller se derrumba sobre mi pecho sin preocuparse de si me
está aplastando me indica que él está igual. Ambos jadeamos, am-
bos palpitamos, completamente extenuados. Creo que esta mane-
ra intensa y frenética de hacer el amor podría considerarse follar, y
cuando siento que unas manos empiezan a acariciarme y que una
boca repta por mi mejilla buscando mis labios, sé que Miller está
pensando lo mismo.
—Dime que no te he hecho daño. —Dedica unos momentos a ve-
nerar mi boca, tomándola con suavidad y mordisqueándome los la-
bios con delicadeza cada vez que tira de ellos. Siento cómo sus manos
me hacen cosquillas, me recorren y me acarician por todas partes.
Cierro los ojos, suspiro de satisfacción y absorbo sus pausadas
atenciones mientras sonrío y reúno las pocas fuerzas que me que-
dan para abrazarlo e infundirle seguridad.
—No me has hecho daño.
Siento su cuerpo pesado sobre mí, pero no tengo ningún deseo
de aliviar el peso. Estamos conectados... por todas partes.
Respiro profundamente.
—Te quiero, Miller Hart.

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Se levanta lentamente hasta que me mira con ojos centelleantes
y con las comisuras de la boca curvadas hacia arriba.
—Acepto tu amor.
Intento en vano mirarlo con irritación, pero sólo consigo imi-
tar su gesto alegre. Es imposible no hacerlo cuando últimamente
no para de mostrar su sonrisa, antes tan cara de ver.
—Eres un caradura.
—Y tú, Olivia Taylor, eres una bendición del cielo.
—O una posesión.
—Lo mismo da —susurra—. Al menos en mi mundo.
Me besa los dos párpados con dulzura antes de elevar las cade-
ras para salir de mí y de sentarse sobre los talones. La satisfacción
templa mis venas y la paz inunda mi mente cuando me pone enci-
ma de su regazo y coloca mis piernas alrededor de su espalda. Las
sábanas se han transformado en un montón de tela arrugada que
nos rodea, y a él no parece importarle lo más mínimo.
—Esta cama es un desastre —digo con una sonrisa provocado-
ra mientras él me coloca el pelo por encima del hombro y desliza
las manos por mis brazos hasta agarrar las mías.
—Mi obsesión por tenerte en la cama conmigo supera con cre-
ces la de tener las sábanas ordenadas.
Mi sonrisita se transforma en una inmensa sonrisa.
—Vaya, señor Hart, ¿acaba de admitir que tiene una obsesión?
Ladea la cabeza y yo flexiono una de mis manos hasta que me la
suelta y me tomo mi tiempo en apartarle el mechón de pelo rebelde
de la frente.
—Tal vez tengas razón —responde, totalmente serio y sin tin-
tes de humor en su tono.
Mi mano vacila en sus rizos. Lo observo detenidamente espe-
rando encontrar su precioso hoyuelo, pero no lo veo y lo miro con
expresión interrogante en un intento de averiguar si por fin está
admitiendo que padece un tremendo TOC (trastorno obsesivo-
compulsivo).

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—Tal vez —añade manteniendo el rostro inexpresivo.
Sofoco un grito de fingida indignación y lo golpeo de broma en
el hombro. Mi gesto provoca que una dulce risa escape de sus la-
bios. Nunca deja de fascinarme que Miller sea capaz de divertirse.
Es sin duda la cosa más bonita del mundo; no de mi mundo, sino
del mundo entero. Tiene que serlo.
—Yo diría que no hay duda —digo interrumpiendo su risa.
Sacude la cabeza embelesado.
—¿Eres consciente de lo mucho que me cuesta aceptar que es-
tés aquí?
Mi sonrisa se transforma en confusión.
—¿En Nueva York?
Me habría ido hasta Mongolia Exterior si me lo hubiese pedido.
A cualquier parte. Se ríe ligeramente y aparta la mirada. Lo agarro
de la mandíbula y dirijo su perfecto rostro de nuevo hacia el mío.
—Explícate. —Enarco las cejas con autoridad y pego los labios
muy seria a pesar de la tremenda necesidad que siento de compar-
tir su felicidad.
—Me refiero a aquí —dice encogiendo sus sólidos hombros—.
Conmigo.
—¿En la cama?
—En mi vida, Olivia. Transformando mi oscuridad en una luz
cegadora. —Acerca el rostro y sus labios acechan los míos—. Con-
virtiendo mis pesadillas en bonitos sueños.
Sostiene mi mirada y guarda silencio, mientras espera a que
asimile sus sentidas palabras. Como muchas de las cosas que dice
ahora, lo entiendo y lo comprendo perfectamente.
—Podrías limitarte a decirme lo mucho que me amas. Eso ser-
viría.
Aprieto los labios, desesperada por mantenerme seria. No es fácil
cuando acaba de robarme el corazón de cuajo con una declaración
de tanto peso. Quiero empujarlo contra la cama y demostrarle lo
que siento por él con un beso de infarto, pero una minúscula parte

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de mí anhela que capte mi insinuación poco sutil. Nunca ha dicho
nada sobre el amor. Siempre habla de fascinación, y sé perfecta-
mente lo que quiere decir. Pero no puedo negar mi deseo de escu-
char esas dos palabras tan simples.
Miller me tumba boca arriba y cubre de besos cada milímetro
de mi rostro arrugado debido al escozor de su barba.
—Me tienes profundamente fascinado, Olivia Taylor. —Atra-
pa mis mejillas entre sus palmas—. Nunca sabrás cuánto.
Cedo ante Miller y dejo que haga conmigo lo que quiera.
—Aunque me encantaría pasarme el día entero perdido bajo
estas sábanas con mi obsesión, tenemos una cita. —Me besa la na-
riz, me levanta de la cama y me revuelve el pelo—. Dúchate.
—¡Sí, señor! —Lo saludo, y me dirijo a la ducha mientras él
pone los ojos en blanco.

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