4 Johan (El Compañero Del Vampiro) - Grae Bryan
4 Johan (El Compañero Del Vampiro) - Grae Bryan
4 Johan (El Compañero Del Vampiro) - Grae Bryan
Johann cerró los ojos y dejó que el sol le diera en la cara, con los
pies apoyados en la valla y la espalda firmemente plantada en la hierba.
Probablemente en cualquier momento su tío lo llamaría para que ayudara
con los caballos, pero por ahora podía tomarse un minuto para disfrutar
del calor del día primaveral.
—Vaya, vaya. No te ves cómodo.
Johann abrió un ojo, sobresaltándose cuando se dio cuenta de que
había una mujer mirándolo, con la cara oculta por un gran sombrero para
el sol.
—¡Oh! —Johann se levantó, cepillándose los calzones y haciendo
todo lo posible para no tropezar mientras la sangre bajaba de su cabeza—
¿Puedo ayudarla, señora?
—Aún no estoy segura.
Johann no podía ver sus ojos, pero podía decir que la mujer lo estaba
mirando lentamente por la forma en que su sombrero se inclinaba con la
cabeza. Ella le sacaba cinco centímetros por lo menos y era realmente muy
elegante. Demasiado elegante para el campo y su alemán tenía un ligero
acento que Johann no lograba ubicar. Tal vez ella no era nativa de Austria.
—Eres muy joven, creo —fue el veredicto final de la mujer después de
su lectura— ¿Cuántos años tienes exactamente?
Johann se aclaró la garganta.
—Acabo de cumplir diecinueve.
Ella se quedó pensativa.
—¿Y aún resides con tus padres?
—Con mis tíos. Mis padres han fallecido.
—¿Todavía no tienes esposa?
Johann negó con la cabeza, incapaz de encontrar palabras,
demasiado avergonzado de que se lo hubiera preguntado.
Entonces ella rió suavemente. Y no era necesariamente un sonido
mezquino, pero tampoco era necesariamente agradable.
—¿Qué haces todo el día, entonces, aparte de sentarte boca abajo en
la tierra?
Johann resistió el impulso de rascarse el cuello, pasó una mano a lo
largo de la valla en su lugar.
—Ayudo en la granja. Mis tíos no tienen hijos.
La mujer ladeó la cabeza.
—¿Se te da bien seguir instrucciones?
—Sí, señora.
Se quedó en silencio, estudiándolo un poco más. Empezaba a
inquietar a Johann la forma en que lo miraba. La forma en que no podía
ver su cara.
—Tienes una estructura ósea muy fina, debajo de toda esa suciedad
—reflexionó—. No es desagradable en absoluto.
—Gracias, señora —Johann tenía muchas ganas de ir a casa ahora.
Quería el firme consuelo de la mano de su tío en su hombro, el cálido
consuelo de la sonrisa de su tía en la mesa de la cena.
—Y eres muy educado.
Su respuesta fue automática.
—Gracias, señora.
Ella pareció llegar a una conclusión y asintió con la cabeza.
—Lo harás. Ven conmigo.
Eso… no estaba bien. Johann sacudió la cabeza. Esta mujer podría
haber estado por encima de su posición, pero eso era llevar las cosas
demasiado lejos. Él no quería ir a ninguna parte con ella, esta persona que
lo estudió como un insecto. O una comida.
—Oh, no. Lo siento, pero tengo que volver.
—Tú vendrás conmigo ahora.
El agudo filo de su voz hizo que el ritmo cardíaco de Johann se
acelerara. Trató de dar un paso atrás, pero la valla estaba justo detrás de
él y sólo terminó sintiéndose aún más atrapado.
—Le ruego que me disculpe —le había gustado que fuera educado,
¿verdad? Tal vez si era educado, ella le dejaría en paz—, pero no lo haré.
La mujer se levantó el sombrero y Johann solo vio un destello de ojos
marrones antes de que… cambiaran. Fue como si sus pupilas se dilataran
rápidamente y el negro se apoderara de ellas. Y entonces ella sonrió, sus
dientes eran afilados. Como los de un demonio.
Como los de una bestia.
Jay abrió la boca para gritar, pero ella habló antes de que él pudiera,
esos ojos negros clavados en los suyos, su voz mucho más áspera que antes.
—No tienes miedo, chiquillo. No me tienes miedo.
La tensión desapareció de los músculos de Johann en un instante con
sus palabras y su boca se cerró por sí sola. Claro que Johann no tenía
miedo. ¿Por qué iba a tenerlo?
—¿Cómo te llamas, pequeño?
—Johann. Johann Barre.
—Vendrás conmigo —ordenó ella, sin ofrecer su propio nombre—. No
te quejarás.
—No me quejaré —por supuesto que Johann no se quejaría. ¿Por qué
iba a hacerlo?
Sus labios se movieron en una sonrisa de satisfacción.
—Te pondremos a prueba. Si me complaces, te concederé un don.
Vida eterna. Juventud eterna. ¿Te gustaría?
—No, señora —Johann respondió con honestidad. Él sabía cómo
funcionaba el mundo natural, los ciclos ordinarios de los hombres y las
bestias. Vivir para siempre estaría… mal. Fuera de lugar.
Pero ella le corrigió al instante, la sonrisa cayendo de su rostro.
—Eso te gustaría. Dímelo.
—Me gustaría —y de repente, sin más, la idea de la vida eterna sonó
completamente bien. En absoluto antinatural.
Se apartó de él y le hizo un gesto imperioso con una mano.
—Vamos.
Así que Johann siguió a la mujer finamente vestida fuera de la
propiedad de su tío, hasta el carruaje que los esperaba en el camino de
tierra. Con cada paso, se sentía… mal… en su propia mente. Como si
hubiera un pequeño rincón oscuro que sabía que tenía miedo. Mucho
miedo. Pero no podía acceder a él y le costaba incluso querer intentarlo.
Fueron meses de eso, mientras Jay aprendía a ser un caballero
correcto bajo la coacción de Veronique. Meses de miedo oculto,
inaccesible. Un conocimiento de que no estaba donde se suponía que debía
estar, pero que no podía encontrar en sí mismo para preocuparse de la
forma en que debería.
Resultó que Veronique tenía un talento muy especial, incluso para los
de su especie. No todos los vampiros podían controlar la mente de un
humano durante tanto tiempo y con tan poco esfuerzo.
Cuando por fin convirtió a Johann -concediéndole su don no
deseado-, la coacción ya no actuó sobre él, pero para entonces se
encontraba en un país extranjero, rodeado de extraños sedientos de sangre,
de repente literalmente sediento de sangre él mismo. Tuvo que adaptarse
para sobrevivir.
Al ver cómo otros vampiros de la guarida convertían a sus humanos,
al ver cómo acababan algunos de aquellos encuentros -aquellos vampiros
recién convertidos que se mostraban demasiado hostiles hacia sus
creadores, sacrificados como perros-, Johann se dio cuenta de que podría
haber sido mucho peor.
En realidad, todo podría haber sido mucho peor.
NUEVE
ALEXEI
El tonto, ridículo y obsesivo Alexei.
Incluso sabiendo que Jay no trabajaría esa mañana -que tenía el día
libre y que, de hecho, estaría en el apartamento de Alexei más tarde ese
mismo día- no parecía poder detener el nuevo hábito de Alexei de acechar
la cafetería. Lo asociaba con su pequeño camarero vampiro y eso parecía
suficiente para mantenerlo en su esclavitud.
Para colmo, no haber visto a Jay el día anterior había sido una tortura.
Alexei ya estaba obsesionado; lo sabía. Pero ahora que había oído los
sonidos desesperados y ansiosos que Jay hacía al ser tocado… ¿La mirada
perdida y embelesada, el movimiento frenético de sus caderas cuando
buscaba su liberación?
Alexei estaba perdido.
Y no era solo la revelación del sexo con Jay lo que lo tenía en vilo.
Fue la alucinante comprensión de que Jay era mucho más de lo que parecía
-y lo que parecía ya había sido suficientemente cautivador-.
Jay parecía un muñeco, pero no era delicado; era fuerte, mucho más
fuerte que Alexei. Jay parecía más de una década más joven que Alexei,
pero contaba con varios siglos de experiencia vital. Y Jay podía ser bueno,
amable y el tipo de persona que hacía sonreír a todo el mundo a su
alrededor, pero también tenía una sed literal de sangre.
Las contradicciones no hacían más que aumentar su atractivo. Alexei
no podía pensar en otra cosa.
Una Alicia sonriente saludó a Alexei en el mostrador.
—Sabes que no está aquí —sintió inmediatamente la necesidad de
señalar, agitando los extremos de su cola de caballo sobre su hombro.
—¿Cómo dices? —Alexei fingió ignorancia, ojeando el menú de la
cafetería como si no llevara casi dos semanas acudiendo allí a diario.
La pelirroja no se anduvo con rodeos.
—Nuestro joven Jay —le dijo—. Al que vigilas con tanto cuidado
todos los días. Hoy no está aquí.
Qué jodidamente maravilloso darse cuenta de que Alexei había sido
tan sutil como una granada de mano en su obsesión. Su padre lo habría
asesinado por su descuido. Nunca dejes que conozcan tus pensamientos o
emociones. Mejor no tener estas últimas.
Y el padre de Alexei nunca lo había hecho. Hasta el día de hoy sabe si
su padre lo había amado alguna vez. Nunca lo había dicho y, desde luego,
nunca lo había demostrado.
Alexei sacó la cartera del bolsillo para tener algo que hacer,
manteniendo el rostro cuidadosamente inexpresivo.
—Ya sé que no.
La sonrisa de Alicia se acentuó y un hoyuelo apareció en su mejilla
izquierda.
—Ah, ya lo sabes, ¿verdad?
Dio un golpecito con su tarjeta en el mostrador.
—Americano. Por favor.
Alicia soltó un suspiro, claramente frustrada por su reticencia, pero le
sirvió de todos modos.
—Ten cuidado con él —le advirtió y la sonrisa se le borró de la cara
mientras le devolvía la tarjeta.
—¿Eh? —Alexei no solía hacerse el tímido, pero tampoco tenía por
costumbre hablar de su vida amorosa con los camareros locales.
Solo con el barista local, Jay.
—Él te mira tanto —fue todo lo que dijo Alicia, guiñándole un ojo
mientras se disponía a prepararle la bebida.
Alexei sintió un calor incómodo en el pecho al oír sus palabras. Joder.
Qué patético era, estar tan desesperado por cualquier señal de que era
especial para Jay.
Esperó su café antes de sentarse en su mesa habitual. Esta vez no se
quedaría en la cafetería durante horas, después de todo tenía una cita que
concertar, pero podía quedarse un minuto.
No se sorprendió mucho cuando una nube negra de ceño fruncido se
sentó en la mesa de Alexei.
Sorbía tranquilamente su expreso mientras Colin intentaba asesinarlo
solo con la mirada. Alexei había estado en presencia de mafiosos desde que
era pequeño; no iba a dejarse intimidar por dos metros y medio de punk
desnutrido de Colorado.
Como la táctica de intimidación había fracasado, Colin se reclinó en
la silla y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Conoces su secreto.
Sonó como una acusación. Alexei inclinó la cabeza.
—Lo sé.
—No puedes contárselo a nadie —advirtió Colin, golpeándose el
bíceps con los dedos.
—Nunca lo haría.
Colin asintió bruscamente antes de mirar de reojo a Alexei.
—¿Te mordió?
Alexei enarcó una ceja.
—¿Es eso asunto tuyo?
—Lo tomaré como un sí —murmuró Colin—. Sienta bien, ¿eh?
Alexei se limitó a levantar la ceja de nuevo, sin ceder un ápice.
Con un suspiro, Colin se encorvó en su asiento.
—Me preocupo por él, eso es todo. Hay que tener mucho control para
que te muerda y no… ya sabes. Y eso que ni siquiera es mi tipo.
Alexei supuso que Colin se refería a embriagarse en el placer y no
follarse a Jay hasta dejarlo totalmente inconsciente.
—¿Y por qué no lo haría... ya sabes? —Alexei se burló.
Quizá si enojaba lo suficiente a Colin, el tipo se levantaría de la mesa
y le dejaría tomarse el café en paz.
Alexei le devolvió la mirada, pero Colin no hizo ademán de irse.
Lamentablemente.
Alexei suspiró, apartó el café, se cruzó de brazos y miró fijamente a
Colin. Al parecer, esta conversación se estaba produciendo tanto si él quería
como si no.
—¿Por qué todos actúan como si él fuera un bebé en el bosque y yo el
lobo feroz? Me lleva cientos de años.
Alexei siseó al recibir una fuerte patada en la espinilla, Colin miró
alrededor de la habitación como si los espías del KGB3 estuvieran
registrando su conversación.
—Baja la voz, amigo. Es porque es…
—Inexperto. Sí, ya lo sé. Todos lo fuimos en algún momento.
Colin le lanzó una mirada fulminante. Desde luego, el tipo sabía cien
maneras diferentes de fruncir el ceño.
—No. Es porque es dulce, amable, encantador y él mismo de una
forma que muy poca gente lo es.
Alexei se removió en el asiento. Era un punto que no podía discutir.
Así que se retiró.
—Ya sé todo eso. ¿Por qué crees que estoy tan obsesionado con él?
Colin soltó una carcajada sin gracia.
—Lo estás, ¿verdad? Aquí todos los días… —pero la declaración de
Alexei pareció aliviar algo en él, la tensión abandonando lentamente su
larguirucho cuerpo— ¿Vas a dejar que siga mordiéndome? —preguntó con
voz engañosamente ligera.
No en tu maldita vida. Pero en lugar de empezar otra pelea, Alexei se
encogió de hombros.
—No depende de mí. Pero no voy a mentir. Sería… desalentador, si
me lo pidiera.
Colin asintió cabizbajo, pellizcándose el labio.
—Tengo que buscarme otro vampiro —murmuró, más para sí mismo
que para Alexei.
—Jay me dijo que eres… asexual. ¿Es eso cierto? —Alexei no estaba
seguro de por qué había preguntado, aparte del deseo de saber más sobre la
relación entre Colin y Jay. Para evaluar la posible amenaza a su propia
conexión en desarrollo.
Colin enarcó las cejas.
—¿Y por qué crees que está bien preguntarle eso a alguien que
apenas conoces?
Porque estoy embelesado, obsesionado y necesito saber la naturaleza
exacta de su relación o simplemente pasaré de ella.
—Porque quiero entender.
Para ser tan malhumorado, Colin pareció tomárselo al pie de la letra.
—¿Realmente Jay usó ese término?
—No exactamente.
—No, exactamente. O tal vez… en algún lugar del espectro. Solo
tengo problemas para salir de mi propia cabeza, en el momento. Y no me
gusta la mayoría de la gente. Tú incluido, por cierto. No se trataba de sexo
con él. Es que… —bajó la voz a un susurro—. Los monstruos son reales.
¿Cómo no iba a querer experimentar un poco, sabiéndolo? —se encogió de
hombros—. Además, Jay necesitaba un amigo.
Yo seré su amigo, pensó Alexei, con el anhelo posesivo caliente y
líquido en el pecho. Quizá Colin tenía razón al preocuparse.
—Jay dijo que tenía gente de su clase. Aquí en la ciudad.
Colin asintió.
—Sí, tiene algunos amigos cercanos, supongo. Pero tendrías que estar
ciego para no ver que está muy solo. Cuanta más gente le rodee, mejor,
creo.
Hubo un largo momento de silencio mientras ambos reflexionaban.
Finalmente, Alexei se aclaró la garganta, ofreciendo su propia versión de un
alto el fuego.
—No le haré daño. Que me sienta atraído por él no significa que sea
un villano.
—¿Y cuándo se enamore de ti porque está privado de afecto,
hambriento de caricias y tú seas su maldito primero?
Eso respondía a la pregunta de si Colin sabía que Jay era virgen.
También sonaba como el resultado perfecto para Alexei. Pero decirlo sería
revelar más cartas de las que estaba dispuesto. Así que se limitó a encogerse
de hombros, consciente de que Colin probablemente seguía pensando que
era un completo gilipollas.
—Ya cruzaremos ese puente si alguna vez llegamos a él.
Colin seguía sin levantarse de la mesa.
—Esto es lo máximo que te he oído hablar —dijo Alexei un poco
mordaz.
—Podría decir lo mismo de ti. Hablo si es importante.
Alexei asintió en señal de comprensión.
—Es importante.
—Lo es.
En eso estaban de acuerdo.
La impaciencia de Alexei no tenía límites, esperando la llegada de
Jay. Ya había limpiado su pequeña habitación de un dormitorio -estaba
alquilada a un hombre que aceptaba dinero en efectivo en lugar de
comprobar un informe crediticio y no se fijaba demasiado en el documento
de identidad del gobierno- como un loco aquella misma mañana.
La casa de Jay estaba limpia y ordenada y Alexei quería que el
pequeño vampiro se sintiera cómodo en su espacio.
Echó un último vistazo a su alrededor en busca de algún desperfecto.
La cocina de Alexei no era nada especial, pero tenía una cocina de gas que
funcionaba, buena luz natural y con las encimeras prácticamente relucientes
y todos los ingredientes dispuestos, no parecía tan mala.
Aunque se lo esperaba, el timbre de la puerta hizo que Alexei sintiera
un nudo en la garganta. Jesús, ¿qué carajos le pasaba?
Sus nervios eran difíciles de conciliar con la adorable visión que lo
recibió en la puerta: Jay con unos pantalones de forro polar azul bebé con
dibujos de copos de nieve, cuyas piernas apenas asomaban bajo un enorme
abrigo de plumón naranja. Alexei enarcó una ceja al verlo.
—Tienes tu propio estilo, ¿lo sabías?
—Gracias —respondió Jay con total sinceridad, tomándoselo
claramente como un cumplido—. Me gusta estar cómodo.
—Eres la comodidad personificada, cariño —el nuevo término de
cariño salió de los labios de Alexei sin su permiso, pero en realidad no
podía lamentarlo. Incluso si había empezado con la intención de burlarse, la
sonrisa radiante que Jay le dio a cambio le hizo feliz de haberlo dicho. Se
apartó de la puerta, haciendo señas a su invitado—. Entra del frío,
kotyonok.
—Lo haré, gracias —Jay sacudió sus botas primero, claramente
consciente de no dejar nieve en el apartamento de Alexei—. Aunque no me
molesta. Para que lo sepas. Todas las temperaturas son más o menos
iguales.
Alexei señaló con la cabeza el abrigo gigante.
—Bueno, desde luego vas vestido para ello.
—Es para pasar desapercibido —le informó Jay, encogiéndose de
hombros.
Alexei procesó esa información mientras le entregaban el abrigo
prácticamente de neón -una de las cosas más horribles que había visto en su
vida- e intentó por todos los medios mantener la cara seria, pero Jay ya
estaba concentrado al cien por cien en otra cosa.
El pequeño vampiro se puso de puntillas, dando unos extraños saltitos
y bailando hasta llegar a los ingredientes que Alexei tenía sobre la encimera
de la cocina -la receta en sí no contenía muchos ingredientes, pero Alexei
también había colocado todos los ingredientes para darle un toque especial-
y el entusiasmo de Jay por algo tan sencillo como hacer tortitas rusas hizo
que Alexei sonriera como un tonto.
Intentó poner una cara menos ridícula, frotándose la nuca, con el
cabello ya recogido y fuera del camino.
—Pensé que podríamos hacer cada paso juntos. No tengo una receta
escrita ni nada.
Jay estaba girando el bloque de queso de granja en sus manos como si
nunca hubiera visto algo tan fascinante en su vida.
—¿Quién te enseñó? ¿Tu madre?
—No, mi abuela. Los hacía conmigo las pocas veces que visitábamos
Rusia, cuando era niño —observando a Jay, cuya sola presencia impregnaba
la pequeña cocina de tanta dulzura y calidez. Alexei se sintió obligado a
compartir una verdad que no solía decir a menudo—. Mi madre era muy…
triste cuando yo era pequeño. Era amable, pero no siempre estaba ahí,
podría decirse. Y luego se fue cuando yo era muy joven. Ni siquiera sé
dónde está ahora.
Sus recuerdos de ella eran en ese momento una bruma borrosa de
momentos dispersos, llenos de cariños rusos y una suavidad que no había
vuelto a sentir desde entonces.
Jay dejó el queso e inmediatamente prestó toda su atención a Alexei,
con sus ojos grises llenos de empatía.
—Eso es muy triste. Es muy triste. Lo siento mucho.
Alexei se aclaró la garganta repentinamente seca, listo para encogerse
de hombros, pero entonces otra verdad se le derramó como veneno.
—Yo tampoco me habría quedado con mi padre.
—¿Tu padre el… mafioso? —preguntó Jay vacilante.
—Mi padre el idiota —dijo Alexei, con más dureza de la que había
pretendido—. No era amable, no como ella. Nos crió a mi hermano mayor y
a mí con una mentalidad de 'heredero y sobra'. Nos enfrentó el uno contra el
otro, siempre le hizo saber a Iván que él era reemplazable y a mí que yo era
un suplente. Era como si pensara que si nos queríamos, si nos apoyábamos,
nos haríamos… débiles.
Jay emitió un pequeño sonido de angustia y, de repente, se encontró
entre los brazos de Alexei, un cálido manojo de consuelo y la distancia que
los separaba desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
Alexei se sorprendió por el abrazo y no solo porque Jay se moviera
tan increíblemente rápido. No estaba acostumbrado a la gente que lo…
consolaba. No desde la última vez que había visto a su abuela, mucho antes
de llegar a la pubertad.
Pero de todos modos rodeó con sus brazos el pequeño cuerpo de Jay,
agradecido por el contacto. Había una parte cínica en él a la que le
preocupaba haber utilizado su propia pseudotragedia personal para crear
una relación cercana entre los dos. ¿Pero no era eso lo que parecía un
vínculo normal entre dos personas? ¿Para las personas que no fueron
criadas por fríos mafiosos en los que todo eran secretos, estoicismo y dolor?
—¿Te gustaría hablar de algo menos triste ahora? —Jay murmuró la
pregunta en el esternón de Alexei después de un minuto de fuertes abrazos
silenciosos.
Alexei apretó los brazos una última vez antes de soltar a Jay.
—Me encantaría, gatito. Deja que te enseñe con qué estamos
trabajando.
Era una receta bastante fácil, probablemente aburrida para la mayoría
de la gente, pero Jay era un alumno increíblemente entusiasta. No había
mentido acerca de ser bueno con las instrucciones. Cuando se le decía lo
que tenía que hacer, seguía cada paso con un perfeccionismo que era
ligeramente alarmante.
Cuando estaba relajado y contento, también parecía muy hablador.
Hacía aproximadamente un millón de preguntas para una comida tan
sencilla -sobre todos y cada uno de los ingredientes, sobre la química del
proceso en sí-, de las cuales Alexei solo tenía respuesta a la mitad. Pero Jay
nunca se inmutaba cuando Alexei le decía que no sabía algo. El vampiro le
sonreía de todos modos, diciendo: Bueno, ya lo miraremos más tarde.
Alexei adoraba ese "nosotros". Le encantaba ese "nosotros".
Se dio cuenta de otras pequeñas cosas sobre Jay. Como que parecía
extrañamente… afligido cuando hacía un desastre con el exceso de harina.
Parecía molesto cuando hacía cualquier desastre, en realidad, hasta que
Alexei exageró su propia torpeza con los ingredientes, diciéndole: Si no
estás haciendo un poco de lío, no lo estás haciendo correctamente.
Entonces Jay brilló positivamente, diciéndole a Alexei una vez más
que era el "humano más simpático".
Alexei casi sintió que eso podía ser cierto, con ese pequeño manojo
de sol en su apartamento, sonriéndole a cada oportunidad. Alexei sintió que
una nueva clase de satisfacción crecía en él, una con la que tenía muy poca
experiencia, mientras Jay se sentaba en la encimera, con las piernas
balanceándose, mirándole dar la vuelta a las últimas tortitas que quedaban.
—Siento que tu madre fuera triste y nunca te enseñara a hacer tortitas.
Pero me alegro mucho de que tu abuela lo hiciera.
—Yo también, gatito. Y yo estoy feliz de tenerte aquí como mi
ayudante. El mejor ayudante de tortitas que ha habido nunca.
Jay se sonrojó profundamente, rosa hasta el cuello y se retorció un
poco en el mostrador.
—¿En serio? —preguntó, con voz esperanzada.
Dios, era tan jodidamente receptivo al menor elogio.
—De verdad, de verdad —dijo Alexei, colocando la última tortita en
un plato y apagando la hornilla. Se colocó entre las piernas colgantes del
vampiro— ¿Sabes qué es lo único que podría convertirte en un mejor
ayudante ahora mismo?
Jay se inclinó hacia delante, ansioso.
—¿Qué?
—Si me dieras un beso.
Una vez más, la velocidad con la que Jay se movió fue alarmante, sus
brazos rodeando el cuello de Alexei en un instante, sus labios ansiosos en la
boca de Alexei antes de que pudiera parpadear. Pero se dejó llevar por los
putos golpes, besando al dulce vampiro con entusiasmo, dejando que se
convirtiera rápidamente en una absoluta obscenidad, lamiéndole la boca y
dejando que Jay explorara a su vez todo lo que quisiera.
Para ser tan dulce, Jay besó a Alexei como si quisiera devorarlo
entero, gimiendo cuando tiró de él hacia delante por las caderas, el
mostrador poniéndolo a la altura perfecta para aplastar sus pollas juntas.
Cuando Alexei por fin se separó para tomar aire, ambos jadeaban
como locos. Jay también había estado jadeando la noche anterior.
—¿Necesitas respirar? —preguntó Alexei entre respiraciones
agitadas.
Jay lo miró aturdido, con las mejillas sonrojadas y los labios
hinchados.
—No me mataría no hacerlo, pero es un reflejo muy incómodo de
reprimir. El cuerpo recuerda.
Alexei se hizo una pregunta que le rondaba por la cabeza, pero no
sabía cómo formularla de un modo que no fuera terriblemente macabro o
simplemente ofensivo. Jay pareció leerlo en su rostro de todos modos,
sonriéndole suavemente, con la tristeza tiñendo las comisuras de sus labios.
—Decapitación o consumidos hasta las cenizas por el fuego. Así es
como nos matan.
—Bueno, joder —Alexei había visto morir a hombres, sí, pero no así
— ¿Alguna vez has visto eso?
Jay soltó sus brazos del cuello de Alexei.
—Decapitación, sí.
—Eso suena a una historia.
—Tengo más de doscientos años. Definitivamente tengo historias.
Era tan fácil olvidarlo la mayor parte del tiempo. Jay tenía un aire tan
juvenil, para ir junto con su rostro juvenil. Pero luego había momentos
como éste, en que algo aparecía en sus ojos grises: un aire de profundidad
desconocido, completamente en desacuerdo con el entusiasmo que
mostraba por las cosas sencillas, como hacer unas putas tortitas.
Alexei debería dejarlo en paz. Pero su hambre de Jay se extendía a
todo él, incluida su historia.
—¿Quizá una mala historia? —insistió.
Jay lo empujó suavemente hacia atrás, como si necesitara la distancia
para considerar a Alexei adecuadamente, ladeando la cabeza y mirándolo de
arriba abajo. Él solo podía esperar aprobar el examen.
Realmente quería aprobar el maldito examen.
Tras un momento así, Jay se aclaró la garganta y cruzó las manos
sobre el regazo, como si se estuviera preparando para un recital de algún
tipo.
—Me convirtieron para ser el… compañero de alguien —dijo—. Me
criaron como vampiro en una guarida donde los humanos eran considerados
inferiores. E incluso dentro de la guarida, había una jerarquía establecida. Si
convertías a alguien, era tuyo y podías hacer con él lo que quisieras. Si no
funcionaba, el nuevo vampiro era asesinado. Mi compañera, Vee -
Veronique-, necesitaba que fuera ordenado, callado y obediente. Si lo era,
nos llevábamos bastante bien. Si no lo era, me dejaba solo. Se me da muy
bien pasar el tiempo solo. —Jay le miró directamente a los ojos entonces, su
par gris parecía positivamente antiguo—. Pero no me gusta.
Alexei trató de encajar las extrañas piezas de aquella historia,
dándoles vueltas en su mente.
—¿Te… poseían? Y… abusaron de ti.
Jay se encogió de hombros, pero el movimiento no pareció nada
casual.
—Mi amigo Soren estuvo en la misma guarida. Su creador lo quería
tanto para el sexo como para el servicio y le hizo daño a mi amigo. Mucho.
Vee nunca me hizo eso. No físicamente —respiró hondo y soltó un suspiro
—. Hace diez años, el vampiro líder de la guarida se volvió salvaje. Tuvo
que ser sacrificado y Vee ayudó en el proceso. La mataron. Yo estaba allí,
pero huí. No soy muy valiente.
Alexei no estaba seguro de qué decir ante todo eso. Excepto:
—Yo también huí. De mi hermano. Tampoco soy muy valiente.
—Bueno, tu cuerpo mortal es muy frágil —concedió Jay.
A Alexei nunca le habían llamado frágil en toda su vida.
—¿Qué quisiste decir con que se volvió salvaje?
—Es el final natural de muchos vampiros. Una pérdida de nuestra
humanidad. A menos que estemos atados, apareados con otro.
Algo frío corrió por las venas de Alexei al pensarlo.
—No estás emparejado, ¿verdad?
—No —Jay pareció malinterpretar el sentido de su pregunta—. Pero
no te preocupes. Si alguna vez tuviera signos de volverme salvaje, me iría
de Hyde Park. No pondría en peligro a nadie allí. Te lo prometo.
Alexei quería decirle que eso era lo último que le preocupaba. Que le
aterraba mucho más la idea de que aquel dulce vampiro perdiera la cabeza,
de que pudiera ser atacado por los de su propia especie. Pero Jay parecía tan
triste y todo era culpa de Alexei por sacar el tema.
—Oye —dijo, dando un paso adelante de nuevo— ¿Te he dicho ya
que eres el mejor ayudante para hacer tortitas que he tenido nunca?
Jay sonrió, algo tentativo.
—Ya me lo has dicho. Y estás mintiendo, lo cual no es muy
agradable.
—Nunca —Alexei apretó un beso en la mejilla de Jay—. Qué dulce
—un beso en su frente—. Tan hermoso —un beso en la punta de su nariz—.
Perfecto.
Jay soltó una risita, la vieja tristeza parecía escurrirse de su cuerpo,
pero luego miró a la encimera, a las motas de masa enharinada y arrugó la
frente.
—Hemos hecho un verdadero desastre. Antes todo estaba tan
ordenado.
Alexei se encogió de hombros.
—En realidad no soy tan maniático del orden. Solo lo he ordenado
por ti.
Jay pareció encantado con aquella confesión y se animó
considerablemente. Levantó la mano para tirar de Alexei por los hombros y
se estiró para susurrarle al oído, como si fuera un secreto:
—En realidad, me gustan las cosas un poco desordenadas.
Alexei miró al vampirito arqueando una ceja, con ganas de besarle la
nariz de nuevo, pero pensando que ya había sido bastante cursi por una
noche.
—¿Sí? De acuerdo, kotyonok. Vamos a desordenar.
DIEZ
JAY
—Vamos a desordenar —resultó no ser una frase sexual, aunque Jay
tal vez, más o menos, esperaba que lo fuera. Pero lo que Alexei les hizo
hacer, después de meter el plato de tortitas terminadas en el horno para
mantenerlas calientes, fue desordenar el salón.
Tiraron y revolvieron los almohadones del sofá hasta que quedaron
desordenados. Pusieron la mesa de centro de lado contra la pared. Todo era
tonto y ridículo, pero cada vez que la voz de Vee amenazaba con resonar en
la cabeza de Jay y decírselo, Alexei hablaba delante de él, animando a Jay a
tirar un libro al suelo o a levantar una esquina de la alfombra.
La mejor parte fue cuando entraron en la habitación de Alexei y
sacaron toda la ropa de cama que estaba pulcramente hecha -lo que hizo que
Jay se preguntara: ¿la había hecho Alexei tan pulcra para Jay?- y la
amontonaron en el suelo, haciendo una especie de nido con las mantas y las
almohadas.
Cuando el horno les avisó con un pitido, Alexei repasó todas las
opciones de cobertura con Jay, dejando que pusiera toda la nata montada y
el sirope que quisiera, apilándolos en una torre considerable en un plato
para los dos. A Jay le encantó que compartieran plato; había algo en ello
que le resultaba acogedor e íntimo.
Volvieron al nido y, antes de que Jay se diera cuenta, se había comido
casi todas las tortitas -"¡Qué ricas! ¡No me puedo creer que las hayamos
hecho nosotros!"-.
Levantó la vista y vio a Alexei mirándolo con las cejas levantadas.
Uy.
Jay había olvidado cuánto era normal que comiera un humano. Hacía
tanto tiempo que no necesitaba comida humana que, por lo general, se
limitaba a comer lo que le sabía bien y tenía delante. Había aprendido
mucho sobre lo que era normal para los humanos a partir de todo lo que leía
o veía, pero los libros no solían especificar las cantidades y, aunque en la
televisión los humanos siempre tenían comida delante, rara vez parecían
estar comiéndola realmente.
Jay se limpió una miga de la comisura de los labios.
—No era un número normal de tortitas para consumir, ¿verdad? —
preguntó avergonzado.
Alexei bajó la manta que había estado cubriendo parcialmente a Jay,
mirando por encima de su forma ciertamente menuda.
—¿Adónde va todo esto? —preguntó, con una nota de asombro en la
voz.
Jay se acarició el vientre y le dio a Alexei la única tortita que le
quedaba.
—Simplemente… puf. Desapareció mágicamente, supongo.
—Mágicamente… —musitó Alexei, cortando su tortita.
Jay se lamió los labios -¿se había comido todas las migas?- y se dio
cuenta de que, al hacerlo, los ojos de Alexei adquirían esa mirada acalorada
que había visto en ellos la otra noche. Porque Alexei deseaba a Jay. ¿No era
genial? Alexei quería besarlo y tocarlo, y tal vez, si Jay se portaba bien,
incluso le haría trabajar esa gran polla dentro de él.
Jay se retorció en su sitio sobre las mantas, teniendo sus sucios
pensamientos mientras veía a Alexei morder su tortita. Jay quería más
lecciones -de verdad que quería más lecciones- pero no sabía muy bien
cómo empezar. Sabía que los humanos podían coquetear y a menudo lo
hacían, con distintos grados de sutileza, pero el cerebro de Jay no
funcionaba así. Los dobles sentidos y los mensajes codificados no eran lo
suyo.
Así que prefirió decir exactamente lo que pensaba.
—Quiero probar cosas de la boca contigo.
Alexei se atragantó con el bocado de tortita que había comido y Jay
empezó a darle golpes en la espalda en señal de ayuda, aunque no parecía
tan útil como lo pintaban en la tele. ¿Quizá lo estaba haciendo mal?
En cualquier caso, al final Alexei se controló y dejó el plato a un lado,
aclarándose la garganta.
—¿Quieres mi boca sobre ti, cariño?
Oh, ese "cariño" era tan bonito. Tan bonito como "gatito", en realidad.
Era como… de novio, ¿no? ¿Que Alexei le pusiera apodos dulces? No
parecía el tipo de persona que hacía eso con mucha gente. ¿Así que tal vez
Jay era especial, en ese sentido?
Jay quería ser especial para él.
Alexei hizo un sonido interrogativo y Jay tardó un momento en darse
cuenta de que nunca había respondido a la pregunta. La idea de tener la
boca de Alexei sobre él era muy, muy tentadora, pero negó con la cabeza,
mordisqueándose el labio inferior.
—Quiero mi boca sobre ti, creo.
—Sí. Podemos hacerlo —Alexei inhaló bruscamente y a Jay le gustó
mucho que al humano le afectara la idea—. Definitivamente podemos
hacerlo.
Jay jugueteó con el edredón que tenía debajo. Sabía que debía dejar
que Alexei le enseñara, pero tenía algunas… opiniones.
—También creo que deberías desnudarte.
Alexei soltó una risita suave y sorprendida.
—¿Ah, sí? —dejó el plato vacío a un lado y tiró suavemente del
dobladillo inferior de la camisa de Jay—. ¿Y si pienso que deberías
desnudarte, kotyonok?
Oh, sí. Jay sin duda podía hacerlo. Se puso de rodillas, se tiró la
camiseta por encima de la cabeza con entusiasmo y comenzando por sus
pantalones de forro polar inmediatamente.
—Sí, desnudémonos los dos —porque a Jay le gustaba estar cómodo,
¿y qué había más cómodo que estar desnudo? Especialmente con mantas
suaves y almohadas por todas partes, todo oliendo tan bien y un humano al
que la pequeña bestia de Jay tenía muchas ganas de probar y mira eso: la
polla de Jay ya estaba dura, sobresaliendo contra su pálido vientre, toda
sonrojada, rosada y ansiosa por ser tocada.
Y oh, a Jay le gustaba mucho cómo le miraba Alexei cuando estaba
desnudo. Aquellos bonitos ojos avellana se llenaban de calor y su ancha
boca se entreabría ligeramente.
Debería estar siempre mirando a Jay así.
—Tu turno —incitó Jay, aun encaramado sobre sus rodillas. Observó,
sin pestañear siquiera, cómo Alexei se quitaba la ropa. Su humano era tan
guapo. Tenía unos músculos tan definidos, fuertes pero no enormes, con un
ligero acolchado en la parte media que le hacía parecer más mullido. Jay
pensó que tenía el tamaño perfecto. Casi tan pálido como él, pero sus
antebrazos y cuello tenían un color más dorado. Jay ladeó la cabeza,
pensativo.
—¿Cómo es que tienes líneas de bronceado en invierno? ¿Tomas el
sol en la nieve o algo así?
Alexei se detuvo en el acto de quitarse los calzoncillos, con los dedos
metidos en la cintura, aquel delicioso bulto aún cubierto y se frotó la nuca.
—Ah, no. Pero en Nueva York no salía mucho. He estado dando
muchos paseos, supongo.
La felicidad burbujeó en el pecho de Jay al darse cuenta de que tenían
algo más en común.
—Me encanta la naturaleza. Me encanta estar al aire libre. Me gusta
la tierra bajo los pies, el sol en la cara y todo eso. Todo.
Alexei sonrió.
—¿Ah, sí? Seguro que hay muchos sitios buenos para acampar por
aquí. Podríamos ir en verano. Nunca he ido, pero… ¿podríamos aprender
juntos?
La primera reacción de Jay fue un torrente de maravilloso calor en su
vientre. Alexei quería explorar la naturaleza con él. Quería pasar más
tiempo con él, tan lejos en el futuro como el verano. Podrían correr
descalzos por el bosque, nadar en arroyos y…
Y sin más, a Jay se le hundió el estómago.
Se sentó sobre los talones, abatido.
El verano sería demasiado tarde. Jay ya se habría ido.
Entonces se dio cuenta, por primera vez desde que había hecho su
nuevo amigo. Abandonar Hyde Park sería abandonar a Alexei.
La preocupación apareció en el rostro de Alexei mientras la expresión
de Jay decaía visiblemente.
—Eh, eh. ¿Estás bien, gatito?
No lo estaba, no realmente. Pero no iba a dejar que el futuro arruinara
el presente. No cuando tenía un nuevo amigo tan perfecto, que se parecía a
todas las fantasías secretas de Jay, olía a todo lo delicioso y bueno.
¿Acaso no se merecía algo bueno?
Se aclaró la garganta y esbozó una sonrisa.
—Me encantaría ir a acampar contigo -no era mentira, ¿De acuerdo?
No quería nada más-. Ahora, por favor, quítate la ropa interior.
Alexei se detuvo un momento más, buscando en la cara de Jay, antes
de bajar sus calzoncillos negros y ohh, ahí estaba. El calor volvió a inundar
el estómago de Jay, sustituyendo a la horrible sensación de frío que le había
provocado la prueba de realidad. La polla del humano ya estaba dura, tan
gruesa y deliciosa como la primera vez. Quería probarlo. Su bestia interior
estaba hambrienta y no de sangre.
Entretanto, Alexei había rodeado su polla con un puño suelto,
sonriendo levemente ante la expresión de la cara de Jay.
—¿Cómo me quieres, kotyonok?
—Recuéstate, por favor —Jay quería tomarse su tiempo y quería que
estuviera cómodo para ello.
Alexei hizo lo que le pedía, se tumbó en la manta, con las manos
detrás de la cabeza, todo su más de metro ochenta y cinco extendido para el
placer de Jay. Un cosquilleo le recorrió la espina dorsal al pensarlo. El
poder que había en ello.
Se arrastró hacia delante y consideró sus opciones, decidiendo
finalmente explorar los alrededores antes del evento principal. Hurgó en los
rizos de la base, de un color más oscuro que el dorado cabello de la parte
superior de la cabeza de Alexei. Aspiró profundamente, deleitándose con la
nota más almizclada del aroma de Alexei. Le apretó las manos contra los
muslos, disfrutando de lo firmes y musculosos que se sentían bajo su
agarre, con los pelitos haciéndole cosquillas en las palmas. Le dio un beso
en el suave pliegue donde el muslo se unía con su cadera, la piel tan pálida
que podía ver las venitas azules.
Alexei soltó un suspiro al contacto. ¿Era sensible allí? Jay volvió a
hacerlo, solo para comprobarlo. Otra inhalación aguda.
Repitió el proceso una y otra vez hasta que Alexei soltó una carcajada
estrangulada.
—Cariño. Me estás matando.
—¿En serio? —Jay se asomó para comprobar si estaba enfadado con
él, pero los ojos del humano estaban entornados, oscuros y parecía tan
hambriento por él como Jay se sentía por él. Ah, estaba bromeando.
Jay soltó una risita en respuesta y le dio un último beso antes de
dirigir su atención hacia donde tanto deseaba: la dura y prominente polla de
Alexei. La agarró con una mano por la base, colocándola en el ángulo
adecuado para su propósito. Retiró la piel de la cabeza y empezó a lamer,
recogiendo las gotas de presemen, probando su sabor salado y amargo.
Alexei jadeó y luego gruñó cuando Jay fue a por más, chupando la
cabeza, explorando su peso en la boca. Se sentía muy bien, estirando los
labios, cálidos y suaves, sacudiéndose cada vez que la lengua de Jay giraba
a su alrededor.
Alexei volvió a gruñir. A Jay le gustaban los sonidos —sabía lo que
significaban— pero necesitaba....
Levantó la cabeza de su tarea.
—¿Puedes… hablar conmigo? ¿Como la última vez? ¿Decirme si
estoy haciendo un buen trabajo?
Sintió que se ruborizaba por la petición. Sabía que estaba un poco
necesitado, pero las palabras sucias que le había dedicado habían sido muy
agradables. Quería más.
Alexei abrió mucho los ojos.
—Oh, joder, cariño, por supuesto. Tu boca se siente tan bien que mi
cerebro ha sufrido un cortocircuito por un momento. Puedo darte palabras si
las quieres, gatito.
Jay se retorció de felicidad -"cariño" y "gatito", ¡todo de una vez!-
antes de volver a lo suyo.
Alexei cumplió su promesa mientras Jay le trabajaba.
—Perfecto, gatito. Tu boca se siente tan bien. Chupa otra vez la punta
para mí. Sí. Jodidamente perfecto. ¿Puedes ir más profundo? No te
esfuerces. ¡Joder! Justo así. Qué bueno.
Jay se deshizo en elogios, un hormigueo de calor inundó su pecho,
sus extremidades, cada parte de él ante las palabras de Alexei. Le encantaba
saber que estaba haciendo un buen trabajo, que lo estaba complaciendo con
su boca. Su propia excitación estaba alcanzando un punto febril y se
encontró a sí mismo aplastando las caderas para poder empujar contra las
mantas, su dolorida polla buscando cualquier tipo de fricción.
Cuando gimió con la polla en la boca, Alexei le pasó una suave mano
por el cabello.
—¿Estás intentando venirte, cariño?
Jay levantó la vista, con los labios estirados alrededor de la polla de
Alexei, para encontrar a su humano apoyado en un brazo, encontrándose de
nuevo con sus ojos.
Alexei exhaló con fuerza.
—Joder. Mírate, qué hermoso. Te ves tan bien así, ¿eh? Pero creo que
podemos hacerlo aún mejor.
Tiró suavemente del cabello de Jay, apartándolo de su verga, riendo
cariñosamente ante su gemido de protesta.
—Paciencia, cariño —entonces las manos de Alexei estaban en la
cintura de Jay y lo estaba manipulando en la posición inversa sobre su
cuerpo. Para ser humano, aún era lo bastante fuerte como para moverlo de
un lado a otro, no podía evitar que eso le encantara. Tanta fuerza masculina.
Alexei lo maniobró para que se pusiera a cuatro patas sobre él, la
polla de Jay alineada con su boca, su polla alineada con la boca de Jay.
Se le cortó la respiración y sus brazos casi se rindieron cuando sintió
un calor húmedo y cálido que envolvía su dolorida polla.
—¡Oh! ¡Oh Dios!
El aire frío lo golpeó cuando Alexei lo soltó brevemente para decir:
—No podré decírtelo con la boca llena, pero créeme, voy a disfrutar
con esto, gatito. No te llevará mucho tiempo, sea lo que sea, lo que quieras
hacer.
Jay se tomó un minuto -posiblemente mucho más que un minuto- para
apreciar la nueva sensación, esa boca caliente lamiéndolo. Y luego volvió a
meterse la polla de Alexei en la boca, pensando que no podía equivocarse
haciendo todo lo posible por copiar lo que Alexei le hacía, chupar por
chupar, lamer por lamer.
Y Alexei tenía razón: Jay no tardó en correrse y los temblores
recorrieron su cuerpo al sentir la liberación. Pero en lugar de soltar a Alexei
de la boca, volvió a chupar, descubriendo que le gustaba tener algo en la
boca que chupar y tragar mientras las olas de su orgasmo lo bañaban.
Alexei lo soltó con un chasquido húmedo, girando la cabeza y
gimiendo contra el muslo de Jay.
—Oh, joder, cariño. Joder. Sigue haciéndolo. Qué bueno. Tan, tan
bueno.
Jay se movió con avidez, evitando a duras penas ahogarse por la
sorpresa cuando chorros calientes de semen empezaron a llenarle la boca.
Las caderas de Alexei se sacudieron bajo él y mordió el muslo de Jay con
dientes desafilados.
Jay tragó.
No fue hasta que Alexei le dio un golpecito en la cadera que Jay soltó
su polla reblandecida, jadeando ligeramente, todavía apoyado sobre las
manos y las rodillas.
—Eres tan buen profesor, Alexei.
La risa cálida y relajada que emitió desde debajo de él fue el nuevo
sonido favorito de Jay.
Decidieron dormir en su nido de mantas en lugar de en una cama de
verdad. Jay no sabía que se iba a quedar a dormir -no quería suponerlo-,
pero cuando le preguntó si quedarse a dormir formaba parte del sexo,
Alexei lo abrazó con más fuerza -lo había mantenido encima de él,
arropándolo contra su pecho y tal vez fuera la mejor postura del mundo
entero- y dijo:
—Sí, sin duda. Tienes que pasar la noche aquí. Es parte de ello.
Pero Jay no había traído nada, así que Alexei le dijo que podía usar su
cepillo de dientes.
Cuando Jay hubo terminado en el baño, retorciéndose de nuevo en el
nido de mantas, comentó pensativo.
—No sabía cómo sabría, pero no estaba mal.
—¿Mi pasta de dientes? —preguntó Alexei, tirando fácilmente de él
hacia su pecho.
Jay se acurrucó.
—Tu semen. Sabes muy bien, Alexei.
Otra risa suave y relajada.
—Joder. Tú también, cariño. Lo haré en cualquier momento, en
cualquier lugar —empezó a pasar los dedos por el cabello de Jay—.
Hablando de gustos. Hoy se lo he preguntado a Colin. Le parece bien que…
me haga cargo.
Jay levantó la cabeza para ver a Alexei observándolo con una mirada
cautelosa.
—¿Te refieres a la alimentación?
—Sí. Quería decírtelo antes, pero entonces dijiste ‘cosas de la boca’ y
se me quedó la mente en blanco. ¿Quieres… quieres hacerlo ahora? ¿Tienes
hambre? Quiero decir, sé que comiste como una docena de panqueques,
pero…
La cosa era que Jay tenía hambre. Técnicamente no necesitaba
alimentarse de nuevo tan pronto, pero había estado tomándoselo con calma
durante tanto tiempo, tratando de no tomar demasiado de Colin a la vez, que
la idea de morder a alguien dos veces en una semana se sentía casi
imposible de resistir.
Estaba siendo codicioso, pero… no tomaría demasiado. Solo un
mordisquito, aceptó su bestia.
—¿Estás seguro de que estaría bien?
—Definitivamente. ¿Qué necesitas que haga?
—Quédate así —la polla gastada de Jay se estremeció al pensarlo.
Estaban tumbados piel con piel, cálidos, suaves y rodeados de mantas. Y los
mordiscos en el cuello eran... íntimos. Jay solo lo había hecho una vez de
esa manera con Colin; su última vez en el callejón, a petición de Colin.
Pero eso era lo que quería de nuevo con Alexei. Quería su cuello. Su
bestia también.
Jay se retorció hasta que volvió a estar sobre las mantas y su frente se
apoyó en el costado de Alexei, la erección semidura de Jay presionando la
cadera de Alexei.
Apartó algunos mechones de su bonito cabello, que se había soltado
de su moño para dormir.
—Recuerda, solo te dolerá un momento.
Jay dejó salir a su bestia.
Siempre se sentía tan bien, el cambio. Como estirarse después de estar
demasiado tiempo en una posición incómoda. ¿Y ahora? ¿Con el dulce
aroma de vainilla post sexo de Alexei inundando toda la habitación? Jay ni
siquiera dudó. Mordió, la sangre rica y caliente inundó su boca.
Alexei se tensó, solo por un momento, pero casi de inmediato sus
músculos se relajaron.
—Oh. Oh joder. ¿Por qué se siente tan bien?
Tarareó de placer con la boca llena de sangre, levantando la pierna y
poniéndola sobre la cadera de Alexei. Se alegró de que su humano
disfrutara del mordisco. Jay tragó saliva, hambriento y ansioso, sabiendo
que emitía pequeños gemidos codiciosos en el cuello de Alexei, pero
incapaz de contenerse.
Sabía tan bien. Mejor que las tortitas. Mejor que nada.
Necesitó toda su fuerza de voluntad para obligar a su bestia a
retroceder, para no tomar demasiado. Su bestia no había querido parar, en
absoluto. Había querido seguir bebiendo. Había querido abrirse la muñeca,
alimentar a Alexei con su propia sangre y beber hasta el final.
Jay cerró el mordisco con un lametazo. Mala bestia, se reprendió.
Muy mala. No.
Ajeno a sus amonestaciones internas, Alexei se rió, su gran cuerpo
temblando contra Jay.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó, un poco preocupado por si había
tomado demasiado y ahora el humano estaba delirando.
Pero Alexei se señaló con la mano el estómago, donde unas manchas
blancas adornaban su cuerpo.
—Me he corrido, joder. Acabas de hacerme la mamada más caliente
de mi vida y, dos segundos después, me he venido encima.
Jay no pudo evitar regodearse ante la frase "la mamada más caliente
de mi vida".
Solo una probadita más.
Lamió el semen del vientre de Alexei. Sí, después de todo, le gustaba
mucho el sabor. Tal vez con suficiente práctica, Jay se convertiría en un
nuevo tipo de vampiro, uno que pudiera alimentarse de cada parte de
Alexei. Su sangre, su sudor, su semen.
¿Era asqueroso pensar en eso? Tal vez se lo guardaría para sí mismo.
Alexei dejó escapar un suspiro suave y complacido ante las
atenciones de Jay.
—Me tratas demasiado bien, cariño.
—¿Lo hago? —¿no era lo más bonito que se podía decir?
—Sí, realmente lo haces —Alexei soltó un suspiro somnoliento esta
vez. Jay estaba aprendiendo todos sus diferentes ruidos antes de bostezar
ampliamente—. Creo que me estoy desvaneciendo, gatito. Me has agotado.
Te estás convirtiendo en un pequeño demonio sexual.
Jay soltó una risita.
—Duérmete, Alexei. Estaré aquí mismo.
De hecho, a Jay le costó dormirse. Quería aprovechar cada segundo.
Tenía a este ser humano perfecto y encantador justo delante de él; ¿cómo se
suponía que iba a cerrar los ojos? Porque mirando a Alexei, su rostro severo
relajado por el sueño, todo ese cabello dorado esparcido sobre la almohada,
realmente pensó que debía ser el hombre más apuesto de toda la existencia.
No quería que la noche terminara. No quería que Hyde Park
terminara.
Respiró hondo, agarró su teléfono y envió un único mensaje de texto.
Quiero quedarme.
ONCE
ALEXEI
Alexei era un caso perdido aún más de lo que había pensado.
Porque uno pensaría que, ahora que tenía a Jay en su vida de forma
real -en su casa, en sus manos, en su puta boca-, sería capaz de mantenerse
alejado de la cafetería, pero aparentemente no. En absoluto.
Había pasado una noche a solas sin contacto con Jay -sin mensajes de
texto, sin perspectivas inmediatas de volver a verle- y volvía a recurrir al
comportamiento de acosador.
Y no solo estaba atravesando aquella puerta que sonaba de forma
odiosa, sino que, por alguna razón, estaba sujetando una cajita, una que se
sentía más que tonto por haber traído. Pero no podía evitarlo.
Con todo, el tintineo de la campana sobre la puerta principal de Death
by Coffee sonó como una acusación.
Pero no pudo castigarse durante demasiado tiempo, porque allí estaba
Jay, absurdamente adorable con una especie de mono de pana sobre un
suéter morado, mirando fijamente a la caja registradora. La mayoría de las
mesas de la cafetería estaban ocupadas, pero no había cola, posiblemente
porque Alexei había elegido deliberadamente una hora en la que esperaba
que hubiera calma en la cafetería y Jay no tardó en darse cuenta de su
presencia, esbozando una de sus radiantes sonrisas y saludando con la mano
cuando se acercó.
—¡Alexei! ¡Hola! Ya estás aquí. Qué bien.
—Hola, gatito —dijo Alexei, resistiendo el impulso de sonreírle como
un loco. Aun así, se sintió lo bastante magnánimo, ahora que tenía a Jay de
nuevo en el punto de mira, como para hacer un gesto de reconocimiento a
Alicia, que atendía la máquina de café.
Jay apoyó las manos primero en el mostrador, luego en la caja
registradora y después jugueteó con el cierre de su mono.
—Te he echado de menos y solo ha pasado un día ¿No es curioso?
El corazón de Alexei se encogió ante su confesión despreocupada. Tal
vez por eso sus propias palabras le salieron más fácilmente de lo que
hubiera esperado.
—Yo también te he echado de menos, kotyonok.
Jay se desabrochó y volvió a abrocharse el botón del hombro.
—¿En serio? —preguntó, con una timidez poco característica en su
voz.
Alexei se dio cuenta entonces de que, de cerca, Jay parecía un poco…
diferente. Un poco apagado, a pesar del evidente placer que le producía su
llegada.
Dejó la caja sobre el mostrador y se inclinó hacia él.
—Eh, ¿estás bien?
Jay se encogió de hombros, todavía jugueteando con el botón de su
mono.
—Es que he estado un poco estresado. Eso ha sido… estresante.
Alexei no tenía ni idea de a qué "eso" se refería. ¿El café? ¿Algo con
los amigos de Jay? ¿Alexei?
—¿Quieres hablar de ello?
El ceño de Jay se frunció, apenas un poco y soltó el botón de su
mono, en lugar de eso, hurgó en una de las bolsas de granos de café que
había en el mostrador. Lo que salió de su boca a continuación no fue lo que
se esperaba.
—Creo que deberíamos tener sexo con penetración.
A Alexei se le salió el aire del pecho. ¿Cómo era que siempre le hacía
eso? El vampiro, ciertamente protegido, tenía casi cero experiencia sexual,
cero juego de seducción y sin embargo siempre tiraba de la alfombra con
tanta facilidad, dejándolo desesperado y deseoso como nadie lo había hecho
nunca.
En lugar de responder con el "Joder, sí, deberíamos" que le latía bajo
la piel, se frotó la nuca, todavía preocupado por las extrañas señales no
verbales que recibía.
—¿Es eso lo que te ha estado estresando?
Jay agitó una mano en el aire.
—No tiene nada que ver. Pero creo que deberíamos. Definitivamente
deberíamos hacerlo. Pronto. Esta noche —puntuó la última afirmación con
un movimiento brusco de cabeza antes de que sus labios se torcieran en un
ceño pensativo—. Espera… no. Esta noche tengo cena familiar. Mañana,
entonces —luego miró a Alexei a través de las pestañas, mordiéndose el
labio— ¿A menos que no quieras?
Joder. Tenía que saber lo que estaba haciendo, ¿no? Nadie era tan
ajeno a su propio atractivo, ¿verdad? Alexei no pudo evitarlo. Se inclinó
hacia delante, queriendo apretar ese labio entre sus propios dientes, sin
importarle cuántos clientes había en la cafetería o quién podría verlos.
Un carraspeo.
Alexei se detuvo a escasos centímetros de la cara de Jay.
—Hola, Colin.
—Hola a ti también, Alex —dijo Colin, tocando el hombro de Jay
desde donde de repente se asomaba detrás de él—. Pila corta, ¿te importaría
ir al armario de almacenamiento y traer algunas bolsas más de asado
francés?
—Oh, claro —Jay parpadeó lentamente, parecía un poco aturdido,
antes de sacudir la cabeza y salir disparado hacia la parte de atrás, dejando a
Alexei con un Colin previsiblemente ceñudo.
Alexei lanzó un suspiro, preguntándose cuál era el origen de aquella
hostilidad aparentemente creciente. Creía que ya habían arreglado las cosas.
—¿Qué tienes hoy en el culo?
Colin se volvió rápidamente hacia atrás, asegurándose de que Jay
seguía ausente, antes de responder.
—Jay ha estado… ausente. Desde ayer. Distraído y no de su manera
habitual. Preocupado. Triste —el ceño fruncido se intensificó notablemente
—. ¿Qué hiciste?
—¿Cómo que qué hice? Nada. Tuvimos… tuvimos una cita. Fue bien.
Hicimos panqueques —y de alguna manera, con lo virgen que es, todavía
se las arregló para succionar mi alma a través de mi polla. Alexei decidió
guardarse la última parte para sí mismo. Volvió a frotarse la nuca, confuso.
¿Había metido la pata de alguna manera? ¿Había entristecido a Jay? Pero
entonces, ¿por qué Jay pedía sexo con penetración, como había dicho tan
claramente? —Me gusta mucho —admitió a Colin, más que un poco
impotente ante la confesión.
Colin lo miró con escepticismo.
—Más bien, como tener tus sucias zarpas encima de él.
Alexei se mordió las ganas de reír. ¿Quién carajos hablaba así?
—Me gusta, ¿de acuerdo? Es raro, divertido, dulce y no es un idiota
furioso como el noventa por ciento de la población humana.
Jay eligió ese momento para volver rebotando, con bolsas de café en
los brazos.
—Qué amable, Alexei. Yo tampoco creo que seas un imbécil furioso.
Se tomó un momento para apreciar el sonido de la dulce voz de Jay
diciendo la palabra idiota.
—Lo has oído, ¿verdad?
—Tengo un oído excelente —Jay dejó sus cosas en el suelo antes de
inclinarse hacia delante para susurrar lo bastante alto como para que lo
oyera toda la cafetería.
—Por… ya sabes.
—Le estaba contando a Colin lo mucho que me ha gustado pasar
tiempo contigo —y entonces porque no tenía ni idea de por qué Jay se
sentía tan molesto, pero no quería que fuera por él, hizo lo que había estado
deseando hacer desde el momento en que entró y vio la cara sonriente de
Jay. Se inclinó por encima del mostrador y le plantó un beso en los labios
en forma de arco de Cupido.
Por desgracia, no fue un beso de verdad, no con la cafetería llena de
desconocidos y la nube negra de desaprobación de Colin cerniéndose sobre
ellos. Solo un breve roce de labios. Pero aun así una especie de… reclamo.
Alexei se enderezó al cabo de poco tiempo, evaluando los daños.
—¿Estuvo bien?
Las mejillas de Jay estaban rosadas y sonrió ampliamente, pareciendo
más brillante y feliz de lo que había estado unos minutos antes.
—Muy bien. Puedes besarme cuando quieras, ya sabes.
—Creo que no te das cuenta de a qué me estás dando permiso,
kotyonok.
Jay ladeó la cabeza.
—Para besarme. Cuando quieras. ¿No ha quedado claro? Aunque
quizá no demasiada lengua en público. Podrías hacer que se me salieran los
colmillos.
—¿Eso es un eufemismo? —gritó Alicia desde el otro extremo del
mostrador.
Ambos ignoraron la pregunta, Jay mordiéndose el labio y mirando
pensativo.
—¿Quieres… quieres venir a la cena familiar de esta noche?
La cena familiar de otra persona normalmente sería la idea de Alexei
de una pesadilla despierto. Apenas había sobrevivido a sus propios
parientes; no tenía ningún interés en estar rodeado de los de nadie más.
¿Pero para Jay? ¿Quién formuló la pregunta con tanta sinceridad, con un
tono vulnerable que incluso él, totalmente falto de práctica con cualquier
emoción o vulnerabilidad real, podía reconocer?
—Por supuesto. Sería un honor —y porque quería más de Jay
relajado y feliz, empujó la caja olvidada en el mostrador hacia él—.
Además, esto es para ti.
—¿Para mí? —susurró Jay, con los ojos grises brillantes. Joder. ¿Así
que al pequeño vampiro le gustaban los regalos? Si lo hubiera sabido, los
habría traído desde el principio. Probablemente habría aparecido el segundo
día con un maldito anillo de diamantes.
Contuvo la respiración cuando Jay abrió la cajita para revelar el
pastelito de vainilla que se escondía en su interior. Alexei tuvo un breve
momento de pánico y volvió a sentirse increíblemente tonto. ¿Acaso
esperaba algo más excitante? ¿Algo mejor que una estúpida magdalena?
Pero Jay ya estaba jadeando de placer.
—¡Es tan bonito!
—¿Tú crees?
—Mm. Qué hermoso pastelito eres —Jay dirigió sus palabras a la
caja. A la magdalena de verdad.
Y ahora Alexei estaba celoso de un producto horneado. Se aclaró la
garganta.
—Me los mencionas a menudo. Pensé en traerte una.
—El humano más amable —susurró Jay. Luego cerró la tapa de la
caja—. Lo estoy guardando para mi descanso. Para disfrutarlo de verdad.
—Está bien.
Alexei se quedó en el mostrador todo el tiempo que pudo, escuchando
con deleite cómo Jay parloteaba sobre la cena familiar. Cómo, ya que era él
quien invitaba, lo recogería pero esperaba llevarlo después a su propio
apartamento. Que su casa seguía estando muy limpia y ordenada, pero que
podrían estropear todos los almohadones cuando Alexei viniera. Que ya
había comprado "suministros" y que no tenían que preocuparse por eso -no
tenía ni idea de lo que eso podía implicar, a menos que Jay estuviera
trayendo casualmente lubricantes y preservativos al mostrador de la
cafetería. Pero, conociéndole, probablemente eso era exactamente lo que
estaba haciendo-.
Al final entró otro cliente y se vio obligado a hacerse a un lado.
Alicia, que lo esperaba en el otro extremo con un americano, le
sonrió. Siempre sonriendo.
—Lo tienes muy mal —acusó, claramente satisfecha.
Alexei gruñó evasivo. No es que estuviera quedando muy bien.
Después de todo, había traído una maldita magdalena.
—Pero fue una buena jugada. Los besos en público ¿sabes cuánta
gente ha intentado darle su número? Ese sucio doctor Monroe estuvo aquí
antes, prácticamente salivando —su sonrisa creció al ver que los músculos
de Alexei se tensaban al pensar que alguien más salivaba por su vampiro—.
De todos modos, es bueno encerrar a Jayster.
Alexei ni siquiera podía fingir que encerrar a Jay no le parecía la
mejor idea que había oído nunca.
FIN
NOTA DE LA AUTORA
Muchas gracias por leer el cuarto libro. Espero que hayan disfrutado
viendo a Jay encontrar su tan necesitado ‘felices para siempre’ tanto como
yo he disfrutado escribiéndolo.
Mi dulce Jaybird. Ya ha sido un placer escribir sobre él desde una
perspectiva externa en los libros anteriores, pero esta vez me ha encantado
meterme en su cabeza. Me encanta su forma de ver el mundo, los pequeños
momentos de felicidad que encuentra para sí mismo, la importancia que da
a las personas y a las relaciones. Y el pobre y enamoradizo Alexei nunca
tuvo ninguna oportunidad de enfrentarse a nuestro rollo de canela. Me
encantó cómo estas dos personas, a las que no se les ha mostrado ni de lejos
la suficiente dulzura o amabilidad, manifestaron esas cosas el uno por el
otro. Todos los lenguajes del amor, todo el tiempo.
Gracias a todos por leer y, si les ha gustado, por favor, consideran la
posibilidad de ¡dejar una reseña! Su apoyo significa mucho.
¿QUÉ SIGUE?
El quinto libro será -sorpresa, sorpresa- ¡Wolfe y el Dr. Monroe! Me
apetece cambiar un poco de tono y explorar un incipiente vínculo de
apareamiento que tiene lugar antes de que los dos tengan siquiera la
oportunidad de conocerse. Y tantas preguntas por responder: ¿Las
tendencias psicopáticas de Wolfe significan realmente que no puede amar?
¿Cómo afrontará el Dr. Monroe el hecho de estar emparejado con alguien
tan frío como él? ¿Tiene el Dr. Monroe nombre de pila? Solo el tiempo lo
dirá.
ACERCA DE GRAE BRYAN
Grae Bryan lleva leyendo novelas románticas desde que era
demasiado joven para saberlo. Su amor por las historias de amor abarca
todos los géneros y, aunque su serie actual es de tipo paranormal, sabe que
explorará otros mundos más adelante.
Vive en Arizona con su marido, que comparte amablemente el
espacio con todos los hombres imaginarios de su cabeza. Cuando no está
escribiendo, se la puede encontrar leyendo más de lo saludable, paseando a
su perro monstruoso o abrazando a su gato demoníaco. Le encanta todo lo
gótico, extraño, encantador o acogedor.
Si quieres mantenerte informado, puedes suscribirte a mi boletín para
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puedes ponerte en contacto conmigo por correo electrónico si solo quieres
saludarme. Me encanta saber de mis lectores.
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Notas
[←1]
N/T: “Muerte por un café” sería la traducción al español. Al ser el nombre del
establecimiento, se deja el original.
[←2]
Alexei usa Good y Jay lo entiende como un ¡Qué bueno! O un ¡Qu{e bien! En lugar
de una palabra simple dicha sin pensar mucho en ella. De ahí la respuesta de Jay.
[←3]
N/T: El Comité para la Seguridad del Estado, o más comúnmente KGB, fue el nombre
de la agencia de inteligencia y de la agencia principal de policía secreta de la Unión
Soviética del 13 de marzo de 1954 al 6 de noviembre de 1991.
[←4]
Consiste en decir algo que no encaja lógicamente con lo que se ha dicho antes, y
que resulta por eso divertido o sorprendente
[←5]
Las snickerdoodles son un tipo de galletas de azúcar
[←6]
Ser y estar usan el mismo verbo, por eso las palabras que usa Alexei expresan al
mismo tiempo: Tal como estás (posición) y Tal como eres (la forma de ser de Jay)
[←7]
Puede interpretarse como que se corre muy seguido o muy rápido, en este caso, las
dos cosas, Jay no debería poder correrse de nuevo después del orgasmo anterior.
[←8]
Aquella persona (por lo general mujeres de ahí el término en femenino) que disfruta
del acto sexual, sobre todo cuando es exclusivamente la parte receptora del placer.
[←9]
En ruso es el diminutivo de Alexei.
[←10]
Al igual que ustedes, queremos saber en qué momento llegó Gabe y se fue.
[←11]
Al parecer ya no están en la casa de Alexei, la escena se ha movido a la casa de Jay.
También nos preguntamos cómo llegó hasta allá.