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Los meses del gobierno en paz del Frente Popular (de febrero a julio de 1936)
constituyen uno de los periodos de la historia de España que más atención ha
recibido y más controversias ha suscitado. Muy frecuentemente el periodo ha sido
presentado como el «prólogo» de la guerra civil, lo que conduce a la idea de que
esta fue «inevitable». Sin embargo, la historiografía más reciente ha apostado por
hacer un relato crítico del periodo cuestionando tanto la leyenda negra del mismo,
elaborada por los vencedores en la guerra, como la leyenda rosa elaborada por los
derrotados. Como ha afirmado José Luis Ledesma, «la primera mitad de 1936 no fue ni
un inevitable e imparable descenso a los infiernos ni solo una arcádica edad de oro
de las reformas y la democracia».1
Índice
1 La formación de la coalición de la izquierda encabezada por Manuel Azaña
1.1 El renacimiento de Manuel Azaña como líder de la izquierda
1.2 La oferta a los socialistas y el nacimiento de la coalición de izquierdas
1.3 El programa y el alcance de la coalición
2 Las elecciones de febrero de 1936
2.1 Las coaliciones y la campaña electoral
2.2 El resultado
3 El gobierno del Frente Popular: de febrero a julio de 1936
3.1 El debate historiográfico
3.2 El intento de golpe de estado del 17 al 18 de febrero, los primeros
desórdenes públicos y el cambio de gobierno
3.3 La amnistía y el restablecimiento del gobierno de la Generalidad de Cataluña
3.4 La reposición de los ayuntamientos y la toma del poder local por el Frente
Popular
3.4.1 El aplazamiento sine die de las elecciones municipales
3.5 La ofensiva de las organizaciones obreras en el campo: ¿una revolución
agraria?
3.5.1 El movimiento de ocupación de fincas y su cobertura legal (la expropiación
por «utilidad social»)
3.5.2 El proyecto de ley de rescate de los bienes comunales
3.5.3 Los alojamientos y las amenazas y violencias sobre los propietarios
3.5.4 ¿Una revolución agraria?
3.6 El acoso al mundo conservador
3.6.1 El acoso a los católicos: la violencia anticlerical
3.6.1.1 El cierre (e incautación) de los colegios religiosos
3.6.2 El acoso a las derechas
3.7 La radicalización y división de los socialistas y de la CEDA
3.7.1 La radicalización de los socialistas: caballeristas frente a centristas
3.7.2 El intento de acercamiento de los caballeristas a la CNT
3.7.3 La radicalización de la CEDA y el auge del «fascismo»
3.8 La destitución de Alcalá Zamora: Azaña nuevo presidente de la República
3.8.1 El conflicto en la Comisión de Actas y la repetición de las elecciones en
Granada y en Cuenca
3.8.2 La destitución de Alcalá-Zamora y la elección de Azaña como nuevo presidente
de la República
3.8.3 El veto de los caballeristas a Indalecio Prieto: Casares Quiroga, nuevo
presidente del gobierno
3.9 La oleada de huelgas de mayo a julio
3.9.1 La conflictividad social en las ciudades: el «frenesí huelguístico»
3.9.2 La oleada de huelgas en el campo
3.10 La violencia política y el orden público
3.10.1 La violencia de las izquierdas
3.10.2 La violencia de las derechas
3.10.3 La respuesta del gobierno a las violencias de las derechas y de las
izquierdas
3.10.4 Las intervenciones en las Cortes sobre el orden público de Calvo Sotelo
y de Gil Robles
3.10.5 Balance de la violencia y de los desórdenes públicos
3.11 El gobierno de Santiago Casares Quiroga ¿desbordado?
3.11.1 ¿Quiebra del estado de derecho?
3.12 La conspiración militar
3.13 El asesinato de Calvo Sotelo y el inicio de la sublevación
4 Referencias
5 Bibliografía
6 Véase también
7 Enlaces externos
La formación de la coalición de la izquierda encabezada por Manuel Azaña
El renacimiento de Manuel Azaña como líder de la izquierda
Véase también: Proceso contra Manuel Azaña
Indalecio Prieto, líder del sector centrista del PSOE. Fue el principal impulsor
del acuerdo de los socialistas con los republicanos de izquierda, logrando vencer
la resistencia de Francisco Largo Caballero, máximo dirigente de la «izquierda
socialista».
A mediados de noviembre de 1935 Azaña hizo la oferta al PSOE de formar una
coalición electoral en base al acuerdo de conjunción de las fuerzas de la izquierda
republicana (en aquellos momentos la mayoría de los integrantes de la ejecutiva del
PSOE se encontraban en la cárcel por la Revolución de Octubre de 1934).21516
Mientras que el sector socialista encabezado por Indalecio Prieto ya hacía tiempo
que estaba de acuerdo con la propuesta en cuya gestación el líder centrista había
participado activamente, el sector encabezado por Francisco Largo Caballero se
mostró reticente al principio pues seguía defendiendo la formación de un «frente
obrero» en el que no tenían cabida las fuerzas «burguesas». Largo Caballero solo
acabaría aceptando el pacto tras reforzarse la parte «obrera» de la coalición con
la inclusión del Partido Comunista de España (PCE) en la misma, lo que motivó la
salida de la "Conjunción Republicana" del partido de Felipe Sánchez Román. El PCE,
por su parte, había variado su posición respecto de los socialistas (a los que
hasta entonces había considerado como «enemigos» de la revolución) tras el VII
Congreso de la III Internacional celebrado en Moscú en el verano de 1935, donde
Stalin había lanzado la nueva consigna de formar "frentes antifascistas",
abandonando la hasta entonces dominante tesis del «socialfascismo».2 El argumento
principal que esgrimió Largo Caballero para variar su posición y aceptar a
regañadientes la coalición con los republicanos de izquierda fue la amnistía de los
condenados por los sucesos de la Revolución de Octubre de 1934.1718 En la reunión
del Comité Nacional de la UGT del 11 de diciembre dijo: «aun suponiendo que estos
señores [los republicanos] no aceptasen más que la amnistía, no habría más remedio
que ir a la coalición».19
Como todavía conservaba el control de la UGT, con muchos más afiliados que el PSOE,
Largo Caballero impuso su criterio respecto a los comunistas y logró que se
acordaran con ellos, a pesar de la oposición de Prieto, unas bases programáticas
con medidas que los republicanos no podrían aceptar como la nacionalización de la
banca, la expropiación total de la tierra —excluidas las pequeñas propiedades
cultivadas directamente por sus dueños— o el control obrero de la producción.23 El
21 de diciembre el PSOE y el PCE, junto con sus respectivos sindicatos y las
Juventudes Socialistas, presentaron las base comunes acordadas a la discusión de
los partidos republicanos de izquierda. Estos respondieron el 30 de diciembre
presentando su propio programa de gobierno cuyo eje fundamental era la recuperación
de las reformas del primer bienio —y que incluía algún punto difícilmente aceptable
para socialistas y comunistas, como que se reprimiría «la excitación a la violencia
revolucionaria por las vías de derecho que establecen las leyes vigentes»—23. Al
día siguiente, 31 de diciembre, se formaba el segundo gobierno de Manuel Portela
Valladares con el encargo de presidir la convocatoria de nuevas elecciones
previstas para febrero. Esto obligó a las dos partes, la obrera y la republicana, a
acelerar las negociaciones para acordar el programa de la coalición. Azaña anunció
que solo negociaría con los socialistas y estos tuvieron que renunciar a su
pretensión de que junto a ellos hubiera representantes de otras organizaciones
obreras como el PCE, el Partido Sindicalista o el POUM.24 La firma del pacto de la
coalición electoral entre los republicanos de izquierda y los socialistas tuvo
lugar el 15 de enero de 1936. El PSOE cuando estampó su firma lo hizo también en
nombre del PCE y de otras organizaciones obreras (el Partido Sindicalista de Ángel
Pestaña y el POUM).225
Según Gabriele Ranzato, que coincide con Macarro Vera, «todo el manifiesto era
particularmente cauto, atento a no alarmar a los moderados y a evitar cualquier
tono agresivo» —no se hablaba ni de la derecha, ni del Ejército, ni de la Iglesia—
pero la mención a los puntos propuestos por los partidos obreros que los
republicanos no aceptaban —«la nacionalización de la tierra», «el subsidio de
paro», la «nacionalización de la banca», «el control obrero»— mostraba la
fragilidad del pacto pues dejaba claro que aquellos no renunciaban a sus objetivos
revolucionarios y que su apoyo al gobierno republicano tenía «fecha de caducidad»,
hasta que consideraran que había llegado el momento de lanzarse a por sus propios
objetivos.34 El PCE, siguiendo instrucciones de la Internacional Comunista, solo
dos días antes de que se celebraran las elecciones había defendido que al gobierno
transitorio del Frente Popular debía seguirle un «gobierno obrero y campesino»
basado en los soviets. El diario del PSOE El Socialista había publicado por esas
mismas fechas: «Estamos decididos a hacer en España lo que se ha hecho en Rusia. El
plan del socialismo español y del comunismo ruso es el mismo».35 Por su parte Largo
Caballero había dicho poco antes de la firma del pacto del manifiesto de la
coalición de izquierdas en un mitin en Madrid (al parecer este discurso fue una de
las razones, junto con la inclusión del PCE, del abandono de la coalición por el
partido de Sánchez Román):36
Nosotros, los trabajadores, entendemos que la República burguesa hay que
transformarla en una República socialista, socializando los medios de producción...
Entiéndase bien que al ir con los republicanos de izquierda no hipotecamos
absolutamente nada de nuestra ideología y de nuestra acción.
En un mitin celebrado en Madrid el 23 de enero Largo Caballero lanzó la siguiente
amenaza:37
Para que no se repita otra vez la jornada del 14 de abril, en que el pueblo vibró
con entusiasmo, pero no de justicia, es necesario que estos hombres [de la
derecha], puesto que son ellos mismos los que plantean categóricamente el dilema,
conozcan sobre su carne lo que es el impulso de la justicia popular y sus fallos
inexorables.
En el mitin celebrado en Linares (Jaén) dos días después del de Madrid Largo
Caballero identificó el socialismo con el marxismo y rechazó la «democracia
burguesa»:38
Llamarse socialista no significa nada. Para ser socialista hay que serlo marxista;
hay que ser revolucionario. [...] La conquista del poder no puede hacerse por la
democracia burguesa... Nosotros, como socialistas marxistas, discípulos de Marx,
tenemos que decir que la sociedad capitalista no se puede transformar por medio de
la democracia capitalista ¡Eso es imposible!
El 30 de enero en Alicante afirmó que no aceptaría el resultado electoral si
ganaban las derechas:39
Si triunfan las derechas, no nos vamos a quedar quietecitos ni nos vamos a dar por
vencidos... Si triunfan las derechas, no habrá remisión: tendremos que ir a la
Guerra Civil.
Los socialistas de Jaén, del sector caballerista, en un manifiesto decían: «Vamos a
la lucha —sería necio ocultarlo— sin ninguna suerte de ilusiones democráticas:
sabemos muy bien... lo poco o nada en lo que a nosotros más importa cabe esperar de
una República burguesa. [...] La lucha de clases es inexorable, y el buen marxista
sabe ya de sobra que cualquier Gobierno que en la burguesía se sustente no puede
ser otra cosa que el instrumento de que la clase privilegiada se sirve para dominar
las legítimas ansias de la mayoría de los desheredados». Y añadían que iban a las
elecciones únicamente para liberar a los presos y para «aplastar al fascismo»,
«premisas indispensables para las grandiosas jornadas que en porvenir muy próximo
aguardan en España al proletariado».40
Así pues, según Santos Juliá, la alianza de 1936 era circunstancial, limitada a las
elecciones, y por tanto bien diferente a la de 1931.30 José Luis Martín Ramos
considera, por el contrario, que «el programa del 15 de enero... representaba el
punto histórico de encuentro político, que no había llegado a producirse por
completo en 1931, entre clases trabajadoras, campesinado y clases medias en la
defensa de un proyecto democrático que podían compartir, sustentando sobre este una
resolución negociada de sus legítimos y contradictorios intereses».41 Para este
historiador el acuerdo alcanzado no era una mera prolongación de la coalición del
primer bienio por una razón fundamental: «la presencia y la fuerza del factor
comunista». Martin Ramos llega afirmar que sin el PCE «es dudoso que se hubiera
producido ni tan siquiera ninguna política de coalición de la izquierda».42 Sin
embargo, Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo han señalado que para el PCE la
democracia era «un recurso pasajero, privado de entidad en sí mismo, en tanto que
la revolución soviética sigue siendo el objetivo político por excelencia». Por eso
los comunistas españoles preferían hablar de «Bloque Popular» en lugar de «Frente
Popular». El secretario general del PCE José Díaz en un mitin celebrado en el
Coliseo Pardiñas de Madrid el 2 de noviembre de 1935 lo expuso claramente:
«Nosotros luchamos por la dictadura del proletariado, por los soviets... Pero en
los momentos actuales comprendemos que la lucha está planteada, no en el terreno de
la dictadura del proletariado, sino en el de la lucha de la democracia contra el
fascismo como objetivo inmediato».43 Elorza y Bizcarrondo concluyen: «lo que
significaba el Frente Popular para cada uno de ellos [los firmantes del pacto]
encerraba grandes diferencias, desde el relanzamiento de la República propuesto por
los republicanos al "bloque popular" para preparar de inmediato la revolución con
que soñaban las Juventudes Socialistas».44
Gabriele Ranzato también desmiente la tesis de Martín Ramos al afirmar que «en
España la iniciativa de la alianza había partido de Azaña y Prieto sin que los
comunistas hubieran desempeñado ningún papel». De hecho el término «Frente Popular»
no aparecía en el manifiesto firmado el 15 de enero y Azaña solo pronunció el
término una semana antes de las elecciones, hablando de «una entidad política
nueva, el Frente Popular, como lo llama la gente...». Por otro lado, Ranzato
coincide con Elorza y Bizcarrondo en considerar que el apoyo de los comunistas a la
democracia era puramente táctico, con carácter defensivo y provisional, pues su
principal objetivo seguía siendo la dictadura del proletariado. El diario oficial
del PCE Mundo Obrero en plena campaña electoral hizo un llamamiento a la lucha
«extraelectoral» pues concebía las elecciones como «una gran batalla revolucionaria
que abra el camino para acciones de tipo superior».45
Luis Romero ya destacó la «ambivalencia del programa del Frente Popular, que más
que programa ha sido bandera bajo la cual se han agrupado fuerzas muy dispares,
casi, o sin casi, antagónicas». «En la base misma del Frente Popular existe una
dualidad, tanto en los propósitos como en las fuerzas políticas que lo integran:
para los republicanos y los socialistas reformistas, el objetivo es gobernar con
arreglo a la Constitución por el camino de las leyes que fueron promulgadas por las
Cortes Constituyentes, avanzando con mayor rapidez en las cuestiones de índole
social y en particular en la reforma agraria; para los socialistas de Largo
Caballero, comunistas, sindicalistas y otros grupos que los han apoyado, el
verdadero y único fin es la revolución y la implantación de la dictadura del
proletariado, quizá tampoco de manera inmediata, pero sí con progresión dinámica
hacia esos fines».46
José Calvo Sotelo en el Frontón Urumea de San Sebastián (1935). Al fondo la cruz de
Santiago, símbolo de Renovación Española. Junto con José María Gil Robles, fue el
principal protagonista de la campaña electoral de las derechas que se centró en
advertir de los peligros que entrañaría la victoria del Frente Popular. Calvo
Sotelo hizo continuos llamamientos a la intervención del Ejército para frenar a las
"hordas rojas del comunismo".
Frente a la coalición electoral de las izquierdas (que en Cataluña incluyó también
a Esquerra Republicana de Cataluña y a otros partidos nacionalistas catalanes y
adoptó el nombre de Front d'Esquerres; las derechas, por su parte, formaron el
Front Català d'Ordre integrado por la CEDA, la Lliga, los radicales y los
tradicionalistas), las derechas no pudieron oponer como en 1933 un frente
homogéneo, porque la CEDA, en su intento de obtener el poder y evitar el triunfo de
la izquierda, se alió en unas circunscripciones con las fuerzas antirrepublicanas
(monárquicos alfonsinos de Renovación Española, carlistas) y en otras con el
centro-derecha republicano (radicales, demócrata-liberales, republicanos
progresistas), por lo que fue imposible presentar un programa común. Lo que
pretendía formar José María Gil Robles era un "Frente Nacional
Contrarrevolucionario" o un “Frente de la Contrarrevolución”, basado más en
consignas “anti” que en un programa concreto de gobierno (“Contra la revolución y
sus cómplices”, fue uno de sus eslóganes; “¡Por Dios y por España!” fue otro; y
planteó la campaña como una batalla entre la “España católica... y la revolución
espantosa, bárbara, atroz”). No se reeditó, pues, la Unión de Derechas de 1933 como
exigían los monárquicos, por lo que los alfonsinos de Renovación Española se
presentaron en varias circunscripciones en solitario con el nombre de Bloque
Nacional, cuyo líder era José Calvo Sotelo.4849 Sin embargo, en Madrid, por
ejemplo, sí se presentaron juntos con Gil Robles y Calvo Sotelo como cabezas de
lista.50
Según Fernando del Rey Reguillo, refiriéndose a la provincia de Ciudad Real, «la
retórica derechista no varió con respecto a las elecciones anteriores. Si acaso las
salidas de tono apocalípticas y el dramatismo fueron más exagerados. Al fin y al
cabo, se hallaba muy reciente la experiencia traumática de octubre de 1934. De ahí
los lenguajes de salvación —de España, de la religión católica, de la propiedad, de
la familia y, en suma, de la civilización— a la que recurrieron los oradores
conservadores para resaltar la gravedad del momento y lo mucho que había en juego
en la lucha contra la revolución y sus cómplices».56 El diario monárquico ABC de
Sevilla decía que el Frente Popular, «un cartel revolucionario de provocación y
desafío a los sentimientos de la nación y a todos sus intereses vitales», pretendía
«despedazar a España y convertirla en un conglomerado de minúsculos estados
soviéticos». «No hay opción entre la muerte y la vida. Entre la paz y la
revolución. Entre el ateísmo y el cristianismo. Entre la libertad y la esclavitud
asiática. Entre la Patria y Rusia. Entre el desorden y el caos. Entre la ley y la
dictadura del proletariado. Entre España y anti-España», decía ABC. El discurso de
la derechas era un discurso de exclusión del adversario, que también utilizaban las
izquierdas desde los supuestos ideológicos contrarios.57
Por otro lado, Gil Robles era consciente de que su principal cantera de votos eran
los católicos y a ellos apelaba cuando afirmaba que la principal misión de la CEDA
era «vencer la revolución para defender los derechos de Cristo y su Iglesia».
«Donde haya un diputado que pertenezca a nuestra organización, allí hay una
afirmación clara y neta de la confesionalidad frente al laicismo destructor del
Estado», añadió. Y en la tarea de atraer el voto católico Gil Robles y la CEDA
contaron con el apoyo entusiasta de buena parte de la jerarquía católica española,
con el cardenal primado Isidro Gomá al frente pidiendo el voto para «los partidos
de afirmación religiosa».58 En Granada el cardenal Parrado publicó una carta en la
que decía que «de las urnas puede salir el hundimiento de la civilización y de la
Patria y para los católicos la disyuntiva de ser mártires o apóstatas». Más
comedido se mostró el cardenal Illundain en Sevilla pues se limitó a recomendar que
se rezara para pedir «auxilios oportunos en la presente necesidad».59
El monárquico antisemita y filofascista Álvaro Alcalá-Galiano y Osma, miembro de
Renovación Española, publicó en el diario ABC el 15 de enero de 1936 un artículo en
el que afirmó que España se encontraba ante un dilema: «revolución o
contrarrevolución, Patria o Antipatria». Así, para «salvar la existencia misma de
España», abogaba por «la unión sagrada de todos los valores auténticamente
nacionales frente a la formidable coalición de la Antipatria, dirigida por los
agentes de la Internacional revolucionaria». Todo había comenzado, según Alcalá-
Galiano, con el Pacto de San Sebastián, «proyectado reparto y despojo de España
entre masones, marxistas y separatistas», que había dado paso a cuatro años de
República durante los cuales se habían acumulado «atropellos, crímenes, desastres
políticos, económicos y sociales... huelgas, atracos y crímenes sociales a granel»,
coronados por «la revolución de octubre de 1934 con sus 2.500 muertos y sus
millares de víctimas, cuyos culpables siguen vivos y algunos de ellos hasta en
libertad».60 El escritor reaccionario José María Pemán dijo en un mitin que la
amenaza revolucionaria no era un episodio pasajero «sino un episodio constante de
la lucha entre el mal y el bien», «obra de homosexuales, de libertinos, de malos
periodistas, de dramaturgos silbados, de políticos fracasados, de comadres que
quieren jugar a duquesas... Si ayer la Virgen del Pilar no quería ser francesa
menos quiere ser ahora de la segunda y de la tercera internacional».56 Por su parte
el líder de Falange Española de las JONS José Antonio Primo de Rivera aseguró en un
mitin celebrado en el cine Europa de Madrid el 2 de febrero que «si el resultado de
los escrutinios es contrario, peligrosamente contrario a los eternos destinos de
España, la Falange relegará con sus fuerzas las actas del escrutinio al último
lugar del menosprecio».61
La campaña electoral del Frente Popular fue tan intensa como la de las derechas y
su discurso fue igual de inflamado (especialmente por parte de los socialistas
caballeristas y de los comunistas: no se recataron en confesar que estaban «hartos
de la democracia burguesa» y que la «próxima batalla [había] de ser definitiva»
pues en ella se lo jugaba todo «el proletariado español»). Las referencias a
«Octubre» de 1934 fueron continuas, recordando la «bárbara» represión sufrida, y
también a los dos años de gobierno del centro-derecha que ya comenzaron a llamar el
«bienio negro» del que mencionaban los incontables agravios causados por «el
fascismo vaticanista». En muchos mítines los oradores decían que el ciudadano debía
elegir entre la España «moderna, civilizada, progresiva, justa, humana», que ellos
representaban, y una España reaccionaria sometida al «fascismo y sus cómplices». En
uno de los mítines se dijo: «Toda la España feudal y católica, toda la España
inquisitorial y militarista, pretende convertir el panorama del país en el monótono
Iglesia y cárcel; patíbulo y bendiciones; hisopazo y hacha; olor a cera quemada y
una cabeza desprendida del tronco... y el 'tribunal popular' formado por el
terrateniente, el obispo y el banquero».62 Según José Manuel Macarro Vera, lo que
subyacía en este discurso de exclusión del adversario (que también utilizaba la
derecha, aunque desde unos supuestos completamente diferentes) era la «cultura
común que todos compartían, en la que la República era la revolución que había
venido a rectificar la historia de España. Porque vino a trastocarlo todo, sólo los
republicanos podían gobernarla en paz, porque, en definitiva, "España es lo que
nosotros pensamos". La diferencia con 1931 residía en que una parte de los
socialistas habían dado por caducada la misma revolución republicana, que debía
abrir paso a otra bien distinta, la obrera...».63
Como ha insistido José Manuel Macarro Vera, tanto las derechas como las izquierdas
hicieron «discursos de exclusión, de negación del adversario convertido en enemigo,
de quién era y no era España, de revolución y contrarrevolución, de referencias a
una guerra civil en ciernes... Los mensajes electorales reflejaban el
enfrentamiento entre dos sistemas de creencias, dos universos culturales opuestos,
que sólo entendían al otro como una amenaza para la pervivencia del propio».
Macarro Vera cita al diario sevillano El Liberal que el 29 de enero se preguntaba:
«¿Y el bando vencido, qué hará? De ahí la inquietud; porque se sospecha que no ha
de ser la actitud del vencido enteramente democrática, sino que el triunfo del
contrario iniciará una nueva lucha. Quiere esto decir que no habrá triunfo
legítimo; que no se le aceptará como tal, y que cada vencedor, por serlo,
encontrará al punto un rebelde poder agresor». Macarro Vera añade: «lo que estaba
también por ver era qué actitud adoptaría el vencedor ante el derrotado, el enemigo
vencido».64
A las elecciones también se presentó una tercera opción “centrista” (el Partido del
Centro Democrático) encabezada por el presidente del gobierno Portela Valladares y
auspiciada por quien le había nombrado, el presidente de la República Niceto
Alcalá-Zamora, que pretendía consolidar un centro republicano que superara la
bipolarización surgida de la Revolución de Octubre de 1934.48 Para cumplir el
encargo que le había hecho Alcalá-Zamora de formar un nuevo partido desde el poder,
Portela «manipuló los gobiernos provinciales de un modo frenético; en dos meses
nombró a ochenta y ocho gobernadores civiles, proporcionalmente un récord... Pero
todo esto le sirvió para poco. La mayor parte del "espacio político" estaba ya
ocupado y la opinión pública se encontraba mucho más movilizada y vigilante, por lo
que las maniobras caciquiles de antaño resultaban muy difíciles», afirma Stanley G.
Payne.65 José Luis Martín Ramos, coincide con Payne, al considerar que «el supuesto
centrismo portelista era estrictamente una operación de poder; los arquitectos de
su construcción, las dos principales magistraturas de la República [la presidencia
de la República y la presidencia del Gobierno]; sus capataces, los gobernadores
civiles, cuyo nombramiento dependía desde 1932 del presidente del Consejo de
Ministros; y por debajo de ellos los delegados gubernativos y las gestoras de los
ayuntamientos, facilitando el contacto y la negociación con los políticos locales y
los caciques para la organización de las candidaturas primero y para la
intervención sobre el escrutinio después».66 Esta valoración no es compartida por
Fernando del Rey Reguillo quien afirma que «el discurso del republicanismo
progresista —"tan amante del orden y que tan lejos está de Moscú como de Roma"— era
inequívocamente liberal, democrático y conciliador, y por ello mismo contrario a
los extremismos en lucha. Para esta fuerza, las circunstancias y las tensiones
presentes obligaban a la constitución "de un gran partido de centro que defienda el
orden social, el trabajo y el máximo respeto al régimen constituido"». [...] Su
predicción era nítida: "La República sucumbirá si no hay un centenar de diputados
de tipo centro"».67
El resultado
Las elecciones registraron la participación más alta de las tres elecciones
generales que tuvieron lugar durante la Segunda República (el 72,9 %; votaron 9 864
783 personas), lo que se atribuyó al voto obrero que no siguió las habituales
consignas abstencionistas de los anarquistas.73 Según el estudio realizado en 1971
por el historiador Javier Tusell sobre las elecciones el resultado fue un reparto
muy equilibrado de votos con una leve ventaja de las izquierdas (47,1 %; 4 654 116
votos) sobre las derechas (45,6 %; 4 503 505 votos), mientras el centro se limitó
al 5,3 % (400 901 votos), pero como el sistema electoral primaba a los ganadores
esto se tradujo en una holgada mayoría para la coalición del “Frente Popular”.
Además de la gran novedad de la desaparición electoral del Partido Republicano
Radical (que pasó de 104 diputados en 1933 a solo 5 en 1936), los resultados
mostraron la consolidación de tres grandes fuerzas políticas: los republicanos de
izquierda (con 125 diputados: 87 de Izquierda Republicana y 38 de Unión
Republicana), más la CEDA por su derecha (pasó de 115 diputados en 1933 a 88,
mientras el Partido Agrario pasaba de 36 a 11); y el PSOE por su izquierda (de 58
diputados pasaba a 99). El PCE entraba en el parlamento con 17 diputados, también
el Partido Sindicalista y el POUM, con un diputado cada uno.73
Portada del diario La Voz del lunes 17 de febrero que anuncia la victoria del
Frente Popular por mayoría absoluta. Aparecen las fotografías de los candidatos que
han resultado elegidos en la lista de Madrid (de izquierda a derecha): Julián
Besteiro, Manuel Azaña, Julio Álvarez del Vayo, Luis Araquistain, Francisco Largo
Caballero y Luis Jiménez de Asúa. El diario destaca también en la primera página
que el antiguo presidente del Gobierno Alejandro Lerroux no ha resultado elegido.
Asimismo anuncia que el gobierno de Manuel Portela Valladares ha declarado el
estado de alarma en toda España.
En total el "Frente Popular” contaba con 263 diputados (incluidos los 37 del “Front
d’Esquerres” de Cataluña) la derecha tenía 156 diputados (entre ellos solo un
fascista, que era del Partido Nacionalista Español, ya que Falange Española no se
quiso integrar en las coaliciones de la derecha porque le ofrecieron pocos puestos:
su líder José Antonio Primo de Rivera se presentó por Cádiz y no salió elegido, por
lo que no pudo renovar su acta de diputado y perdió la inmunidad parlamentaria) y
los partidos de centro-derecha (incluyendo en ellos a los nacionalistas de la Lliga
Regionalista y del PNV, y al Partido del Centro Democrático que rápidamente había
formado Portela Valladares con el apoyo de la Presidencia de la República) sumaban
54 diputados.74 «En el Frente Popular, los primeros puestos en las candidaturas los
ocuparon casi siempre los republicanos del partido de Azaña y en la derecha fueron
a parar a la CEDA, lo cual no confirma, frente a lo que se ha dicho en ocasiones,
el triunfo de los extremos. Los candidatos comunistas siempre estuvieron en el
último lugar de las listas del Frente Popular y los 17 diputados obtenidos, después
de conseguir sólo uno en 1933, fueron el fruto de haber logrado incorporarse a esa
coalición y no el resultado de su fuerza real. La Falange sumó únicamente 46 466
votos, el 0,5 % del total».74 Sin embargo, entre los socialistas prevalecieron los
candidatos «caballeristas» sobre los «prietistas», lo que denotaba que Indalecio
Prieto tenía un control solo relativo sobre las agrupaciones territoriales del
partido, a pesar de la mayoría que tenía en la Comisión Ejecutiva. En seguida Largo
Caballero se apresuraría a asegurar su control sobre el grupo parlamentario
socialista excluyendo de cualquier cargo interno a los seguidores «centristas» de
Prieto.39
Mapa del resultado de las elecciones de febrero de 1936 por provincias: en las que
ganó la izquierda marcadas en rojo, en las que ganó la derecha en azul y en las que
ganó el centro en verde.
El triunfo de la coalición de izquierdas en las elecciones se suele atribuir a que
los partidos que la integraban consiguieron movilizar a los sectores sociales que
los apoyaban y también a los del área de influencia de la CNT que esta vez no hizo
campaña en favor de la abstención e incluso alguno de sus líderes aconsejaron ir a
votar. Según José Luis Martín Ramos «la amnistía y el temor al fascismo» fueron el
aglutinante de la movilización, que no se produjo con la misma intensidad entre las
derechas, como lo demostraría el aumento de la abstención en las provincias de las
dos Castillas.75 Este historiador reconoce que durante la campaña electoral los
partidos coaligados en el Frente Popular defendieron sus respectivos programas,
incluso hubo «algunos actos específicos de frente único entre socialistas y
comunistas», pero afirma que «no fueron discursos de discrepancia, sino de
complementariedad y eso le proporcionó al Frente Popular el triunfo que la derecha
no esperaba».68 De esta forma se produjo «la victoria de la democracia» que
representaba el Frente Popular y «una derrota sin paliativos de las propuestas de
involución autoritaria, en términos de "Estado nuevo", de retorno a la monarquía o
de postulación directa del fascismo», asegura Martín Ramos.76
Gabriele Ranzato también considera clave para la victoria del Frente Popular el
voto de los que militaban en organizaciones anarquistas o simpatizaban con ellas y
que hasta entonces habían seguido las consignas abstencionistas. «En el programa
del Frente Popular estaban la amnistía y una serie de reparaciones a favor de los
que habían sufrido la represión de "Octubre", en las cuales estaban interesados
también los anarquistas». Pero Ranzato añade una segunda clave para explicar el
triunfo del Frente Popular (o mejor la derrota de las derechas): los votos de los
que en las elecciones generales de noviembre de 1933 se habían decantado por el
Partido Republicano Radical (PRR). «Temerosos ahora por el mantenimiento de las
instituciones republicanas, que las derechas parecen poner en peligro, votan por el
Frente Popular», asegura Ranzato.77 El líder de la CEDA también intentó atraerse a
estos votantes moderados y llegó a integrar en sus listas a miembros del PRR e
incluso presentó al desprestigiado Alejandro Lerroux por la circunscripción de
Barcelona, que no saldría elegido. Pero no lo consiguió porque muchos votantes del
PRR en 1933 eran conscientes de que había sido Gil Robles el que había roto la
alianza con los radicales, además de que muchos de ellos estaban muy alejados del
clericalismo y del carácter antidemocrático y autoritario de la CEDA (no olvidaban
que en Madrid Gil Robles se presentaba junto con Calvo Sotelo). Según Ranzato, el
fracaso de Gil Robles en atraerse el voto radical de 1933 fue «probablemente» «el
que determinó su derrota».78 José Manuel Macarro Vera, refiriéndose a Andalucía,
también considera clave en la victoria del Frente Popular que los antiguos votantes
del Partido Radial se decantaran por la coalición de izquierdas atraídos por «el
proyecto de recuperación republicana, plasmado en un moderado programa electoral de
contenido interclasista y no en alguna revolución que pretendiese ir más lejos» (en
Andalucía el Frente Popular habían obtenido 948 000 votos frente a los 772 850 de
las derechas).79
Los vencedores en la guerra elaboraron una leyenda negra sobre el periodo (unos
meses teñidos de caos, conflictos y sangre)83, y en general sobre toda la Segunda
República Española, para justificar su golpe de Estado de julio de 1936 que
desembocó en la guerra civil. Entre febrero y julio de 1936, «las derechas no
dejaron de denunciar el presunto caos en el que estaba sumido el país, síntoma a su
juicio del desencadenamiento de un supuesto proceso revolucionario, para justificar
su propia radicalización y, a la postre, avalar la necesidad de una intervención
"salvadora" de las fuerzas armadas. Un argumento que sería esgrimido como baza de
legitimación por el bando insurgente».84 En el avance de la Causa General
franquista, iniciada en 1940, se decía lo siguiente:85
El Frente Popular, desde que asumió el Poder, a raíz de las elecciones de febrero
de 1936 —falseadas en su segunda vuelta por el propio Gobierno de Azaña, asaltante
del mundo político—, practicó una verdadera tiranía, tras la máscara de la
legalidad, e hizo totalmente imposible, con su campaña de disolución nacional y con
los desmanes que cometía y toleraba, la convivencia pacífica de los españoles. El
Alzamiento Nacional resultaba inevitable, y surgido como razón suprema de un pueblo
en riesgo de aniquilamiento, anticipándose a la dictadura comunista que amenazaba
de manera inminente.
La visión catastrofista elaborada por la dictadura franquista predominó durante
décadas —y todavía aún hoy pervive entre ciertos sectores, como los autores
encuadrados dentro del «revisionismo histórico en España»—.86 A esta se le sumó más
tarde la historiografía que sostiene la tesis del «fracaso» de la República como
«causa» de la guerra.87 Frente a la leyenda negra surgió una «leyenda rosa» pro-
republicana, que presenta una visión casi idílica del periodo88 y que se ha
confrontado con la visión negativa de aquella (o con la visión que identifica la
República con el mito de Ícaro: quiso volar tan alto, demasiado, que el sol
derritió sus alas, cayó y se ahogó en el mar)89. El historiador Fernando del Rey
Reguillo ha señalado que la historiografía que se ha empeñado «en rebajar contra
viento y marea las aristas conflictivas de aquella primavera, y en concreto la
responsabilidad de las izquierdas en ellas» busca «restar cualquier justificación a
la sublevación militar del 18 de julio de 1936, que desde el punto democrático no
la tuvo en ningún sentido, desde luego. El problema es que, con esa obsesión, en
realidad lo que hacen esos historiadores es tender un tupido velo sobre una de las
coyunturas más difíciles de la historia de España contemporánea, sino la que
más».90
La historiografía más reciente ha apostado por hacer un relato crítico del periodo
de gobierno del Frente Popular91 cuestionando tanto la leyenda negra como la rosa
(«la primera mitad de 1936 no fue ni un inevitable e imparable descenso a los
infiernos ni sólo una arcádica edad de oro de las reformas y la democracia», afirma
José Luis Ledesma)1,92 pero el debate sigue abierto.93 Por ejemplo, a la tesis del
«fracaso» de la República se le ha opuesto la tesis de que la República no fracasó
sino que «fue fracasada o, mejor dicho, abortada por la fuerza de las armas».94
Asimismo, se ha situado a la democracia republicana española en el contexto europeo
caracterizado por la «profunda crisis social, política y de legitimidad que definió
al periodo de entreguerras».95 Varios historiadores, entre ellos Fernando del Rey
Reguillo, han aplicado al estudio de la Segunda República y de la Guerra Civil el
concepto de brutalización de la sociedad y de la política de entreguerras que
definió George L. Mosse.96
Una parte importante de los historiadores sostienen que en absoluto puede hablarse
de una «primavera trágica» en la que el gobierno del Frente Popular hubiera perdido
el control de la situación porque en esos meses no se produjo, según estos
historiadores, una «situación de emergencia comparable no ya sólo a la de 1934 en
España sino a las vividas en el periodo completo de los años veinte y treinta por
países como Alemania e, incluso, Francia», aunque reconocen que la agitación social
y política en el campo y en la ciudad fueron constantes y el aumento de la
violencia explícita por causas políticas, alimentada por acciones de la izquierda y
la derecha, fue también innegable.97 Asimismo, como destaca Julio Aróstegui, «el
designio del Bloque Nacional, cuyo líder indiscutible es ahora José Calvo Sotelo y
de toda la oposición cedista con José María Gil Robles, de derivar sus acciones
hacia la ilegalidad, sacando partido de la agitación en la calle y haciendo
responsable de ello al gobierno, están también fuera de duda».97
Por su parte Enrique Moradiellos afirma que lo que hizo el gobierno del Frente
Popular no fue abrir «las puertas a la revolución social» sino poner en marcha «con
renovada energía» «todas las reformas anuladas o paralizadas en el bienio anterior
en un contexto de amplia movilización obrera y jornalera y de creciente intensidad
de la crisis económica», frente a lo cual «todos los partidos de la derecha fueron
fijando sus esperanzas de frenar las reformas por medio de una intervención militar
similar a la de 1923».98 Una posición similar a la de Moradiellos es la que
sostiene José Luis Martín Ramos: «Ni los gobiernos de febrero a julio
transgredieron el programa común [del Frente Popular], ni tampoco las
organizaciones ni las movilizaciones reivindicativas, que pudieron presionar para
su ejecución pero no para un cambio de programa». «Al contrario de la derecha no
republicana que optó por la conspiración militar, la izquierda frente-populista,
sin esconder cada organización sus objetivos finales ―como es lógico, nadie está
obligado a esconderlos―, no promovió la movilización revolucionaria. […] Confundir
movilización reivindicativa con movilización revolucionaria es un prejuicio
ideológico, social incluso, y un acto de demagogia reaccionaria. La izquierda no
confundía ambos tipos de movilización. Después de octubre de 1934 sabía que la
movilización revolucionaria no tenía posibilidades de éxito…».99 La conclusión de
estos historiadores es clara: «La desestabilización política real en la primavera
de 1936 no explica en modo alguno la sublevación militar [de julio de 1936] y menos
aún la justifica», afirma Julio Aróstegui;97 «la política y la sociedad españolas
mostraban signos inequívocos de crisis, lo cual no significa necesariamente que la
única salida fuera una guerra civil», subraya Julián Casanova.100
Eduardo González Calleja sostiene una posición similar. Reconoce que la violencia
sociopolítica de aquellos meses —«una de las etapas más sangrientas de la historia
democrática de España (sólo fue superada por la coyuntura revolucionaria de octubre
de 1934)»— «resultó clave en el proceso de deslegitimación del régimen» republicano
debido al «impacto psicológico acumulativo de los desórdenes públicos y la retórica
conservadora sobre la anarquía, incapacidad, cautividad o complicidad
gubernamentales», «pero la violencia por sí sola no destruyó la República». «La
guerra civil no tuvo su desencadenante en los muertos del Frente Popular, sino en
el fracaso parcial de un golpe militar que se estaba preparando seriamente desde
marzo». «Es un error creer que todo lo que ocurrió en la guerra ya había sucedido
antes de julio de 1936: revolución social, asesinatos políticos sistemáticos,
policías políticas y centros de detención, ejército miliciano, etc.».101
Joan Maria Thomàs no comparte completamente esas tesis porque cuestiona el relato
de que «la democracia republicana de julio de 1936 fue una democracia asentada,
aceptada, legalmente impecable, con un gobierno que hiciera respetar
escrupulosamente la legalidad constitucional». «Si examinamos la época de la guerra
y la de la breve y torturada Segunda República, no encontramos mayoritariamente ni
en las derechas ni en las izquierdas una convicción excesivamente firme de respeto
por los resultados de las urnas. Encontramos más bien algo diferente, a saber: que
tanto las derechas como las izquierdas y, en general, las diferentes opciones
políticas consideraban la fuerza como una alternativa aceptable al sufragio -por
supuesto, por razones ideológicas diferentes y en casos y grados diferentes-».102
Según Thomàs, la visión idealizada de la democracia republicana en sus últimos
meses fue elaborada y difundida por el bando republicano durante la guerra civil y
el exilio y en este sentido los republicanos ganaron «las batallas de la
legitimidad moral y de la propaganda, aunque en desgraciado contraste con la
victoria más importante, la militar», mientras que «los franquistas siempre
arrastraron su pecado original inverso, el de haber alterado con éxito la voluntad
popular y de ser, por tanto, ilegítimos».103 Thomàs destaca, por otro lado, que no
fue solo la extrema derecha la que pretendió derribar la República sino que «otros
partidos y sindicatos, desde posturas diametralmente opuestas, también estaban
dispuestos a acabar con la democracia para trocarla por otro tipo de régimen, y
actuaban en consecuencia».104
El argumento principal que utilizaron los defensores del «golpe de fuerza» fueron
los desórdenes que se produjeron en muchas localidades durante las celebraciones de
«júbilo agresivo»113 con motivo del triunfo del Frente Popular, especialmente en
torno a las cárceles rodeadas por la multitud, donde los presos «políticos y
sociales» se amotinaron para exigir su puesta en libertad inmediata, sin esperar a
la aprobación de la amnistía que podría tardar más de un mes —la amnistía era el
primer punto del programa con el que había ganado las elecciones la coalición del
Frente Popular—. En algunas cárceles se produjeron incendios provocados por los
presos, a menudo por los presos comunes que querían el mismo trato que los presos
políticos (una de la cárceles incendiadas fue el penal de San Miguel de los Reyes
en Valencia). En Oviedo la multitud fue encabezada por la comunista Dolores
Ibárruri Pasionaria y consiguió la liberación tanto de los presos políticos como de
los comunes.113 Hubo motines con víctimas mortales en los penales de Cartagena, El
Dueso, Chinchilla y Ocaña.114 También hubo manifestaciones e incidentes pidiendo no
solo la amnistía sino la readmisión de todos los trabajadores despedidos con motivo
de la Revolución de octubre de 1934. Incluso en algunas ciudades la UGT y la CNT
declararon la huelga general en apoyo de esas reivindicaciones, que fue respondida,
como en Zaragoza, por la declaración del estado de guerra por parte del general
Miguel Cabanellas, jefe de la V División Orgánica, y la manifestación obrera que
finalmente tuvo lugar fue disuelta por la guardia de asalto con el resultado de un
muerto y de varios heridos.115 También hubo muertos en las manifestaciones de Las
Palmas, Madrid, Villagarcía de Arosa, Vigo, Bollullos del Condado, Hoyo de Pinares,
Málaga y Barcelona.114 En Málaga murió en un tiroteo uno de los asaltantes a la
sede del periódico La Unión. Previamente habían intentado invadir el local de
Acción Popular.116 Como ha destacado Luis Romero, «los desórdenes y los excesos a
que se habían entregado socialistas, comunistas y anarcosindicalistas, que
ensombrecieron el panorama postelectoral en jornadas, entre jubilosas y
vindicativas, en las cuales asomaba aquí y allá el revanchismo violento, traían a
las derechas asustadas» (solo se tranquilizarían transitoriamente tras la alocución
radiada del nuevo presidente del gobierno Manuel Azaña del 20 de febrero por la
tarde).117
El general Franco, jefe del Estado Mayor del Ejército desde mayo de 1935. Encabezó
el grupo de generales que intentaron que el presidente del gobierno Manuel Portela
Valladares declarara el estado de guerra para impedir el acceso al poder del Frente
Popular. El nuevo gobierno presidido por Manuel Azaña destinó al general Franco a
Canarias, donde estuvo informado de la conspiración dirigida por el general Mola a
la que no se sumaría hasta el último momento (tras conocer el asesinato de Calvo
Sotelo).
El resultado del intento de «golpe de fuerza» fue exactamente el contrario del
previsto. El presidente del gobierno en funciones Portela Valladares entregó antes
de tiempo el poder a la coalición ganadora, sin esperar a que se celebrara la
segunda vuelta de las elecciones (prevista para el 1 de marzo). Así, el miércoles
19 de febrero, Manuel Azaña, el líder del "Frente Popular", formaba gobierno, que
conforme a lo pactado solo estaba integrado por ministros republicanos de izquierda
(nueve de Izquierda Republicana y tres de Unión Republicana, más uno independiente,
el general Carlos Masquelet, ministro de la guerra). A Azaña no le gustó esta forma
de recibir el poder, antes de la constitución de las nuevas Cortes y sin saber
siquiera el resultado electoral. «Siempre he temido que volviésemos al Gobierno en
malas condiciones. No pueden ser peores», anotó en su diario ese día.112 También
escribió: «Esto me fastidia; la irritación de las gentes va a desfogarse en
iglesias y conventos, y resulta que el gobierno republicano nace como el 31, con
chamusquinas. El resultado es deplorable, parecen pagados por nuestros
enemigos».125 En una intervención en las Cortes Azaña recordó que «cuando nosotros
llamamos de Gobernación [a las provincias], no había casi ninguno, ni gobernadores,
ni funcionarios subalternos en los gobiernos, ni nadie que pudiese responder ante
el nuevo gobierno de la autoridad provincial y local».126
Una de las primeras decisiones que tomó el nuevo gobierno fue alejar de los centros
de poder a los generales más dudosos de su lealtad a la República: el general Goded
fue destinado a la Comandancia militar de Baleares; el general Franco, a la de
Canarias; el general Mola al gobierno militar de Pamplona. Otros generales
significados, como Orgaz, Villegas, Fanjul y Saliquet quedaron en situación de
disponibles.129 Sin embargo esta política de traslados no serviría para frenar la
conspiración militar y el golpe que finalmente se produjo entre el 17 y el 20 de
julio, e incluso en algún caso, como el del general Franco, les hizo aumentar su
rechazo al gobierno de Azaña al considerar su destino a Canarias como una
degradación, una humillación y un destierro.130
Para intentar poner fin a las manifestaciones por el triunfo del Frente Popular que
con frecuencia derivaban en disturbios Azaña pactó con las organizaciones obreras
que en su lugar se celebrara una gran manifestación conjunta. Esta tuvo lugar el 1
de marzo en Madrid144 y en el resto de España («en todas partes, el entusiasmo fue
grande y el orden riguroso», comentó el diario liberal El Sol). En la de Madrid los
partidos obreros del Frente Popular le entregaron a Azaña un pliego de peticiones
que incluía algunas que no figuraban en el pacto firmado el 15 de enero, como la
aplicación de la amnistía a todos los delitos «sociales» que hubieran sido
calificados como «comunes», así como los condenados por tenencia de armas y
explosivos; la revisión del juicio por el asesinato en octubre de 1934 del
periodista Luis de Sirval que solo le había supuesto a su autor, un legionario,
seis meses de cárcel; llevar a juicio a los agentes y militares que hubieran
cometido arbitrariedades y maltrato a detenidos, incluyendo a los que los hubieran
«amparado y fomentado» desde las instituciones del Estado; la separación de sus
cargos de todos aquellos que sabotearan la democracia; y un gran plan de obras
públicas para mitigar el paro, que había aumentado de forma alarmante: de los 620
000 desempleados que había a finales de 1934 (en diciembre de 1931 había 389 000)
se había pasado a 844 000 en febrero de 1936.145146
El decreto fue rechazado por los patronos (y por las derechas),150151 pues
incrementaba notablemente los costes laborales.152153 Según José Manuel Macarro
Vera, «la preocupación por las cargas económicas que el Decreto acarreaba eran
reales, especialmente en las pequeñas empresas, donde indemnizar y readmitir a uno
o dos despedidos, con la contracción económica del momento, no era una mera
simpleza. Por otra parte, el beneficio para los readmitidos suponía un perjuicio a
los que tenían que abandonar el trabajo para dejarles su sitio, haciendo de la
medida una espada de doble filo, que satisfacía a los despedidos y a los
sindicatos, pero a a costa de otros trabajadores y de un número de pequeños
empresarios, a los que se reclamaba como apoyo de un Frente Popular interclasista,
y que los republicanos no habían podido defender, al ceder en este tema a la
presión de las organizaciones obreras».154 El Ministro de Trabajo definió la medida
como «la aplicación a la materia social de la amnistía general». Por su parte el
ministro de Industria y Comercio en respuesta a una interpelación de un diputado de
la CEDA que le preguntó sobre los costes económicos de la aplicación del decreto le
dijo que la política económica del gobierno era de «justicia y honestidad» sin
explicar nada más.155 Finalmente las patronales recomendaron a sus afiliados que
acataran lo dictado por el gobierno para no agravar los conflictos.156 Sin embargo,
no parece que todos los empresarios siguieran sus recomendaciones pues el 30 de
abril otro Decreto estableció multas a quienes no cumplieran con las readmisiones y
las indemnizaciones, orden que se volvió a reiterar el 15 junio pues el Gobierno
tenía el «ineludible deber de poner fin a estas sistemáticas rebeldías, adoptando
medidas enérgicas que terminen de una vez con el estado de resistencia patronal
contra las resoluciones gubernamentales».155 Por otro lado, el gobierno también
dejó en suspenso otra de las medidas adoptadas tras la Revolución de Octubre por
los gobiernos radical-cedistas: los desahucios de arrendatarios, colonos y
rabassaires, que no se hubieran producido por falta de pago.151
La reposición de los ayuntamientos y la toma del poder local por el Frente Popular
Otra de las decisiones inmediatas que tomó el gobierno de Azaña —lo hizo el 20 de
febrero, al día siguiente de su constitución— fue la restitución de los
ayuntamientos de izquierdas y de las diputaciones provinciales que habían sido
sustituidos por comisiones gestoras de derechas por orden del gobierno radical-
cedista tras el fracaso de la Revolución de Octubre de 1934.163164128 También
fueron restablecidos en sus funciones los ayuntamientos vascos suspendidos en
1934.134165
Los gobernadores civiles que «legalizaron» el asalto al poder local por las
izquierdas recurrieron a argumentos carentes de legitimidad como el de la provincia
de Ciudad Real que declaró que su decisión tenía «como fundamento el temor de
alteraciones de orden público, por la manifiesta hostilidad del vecindario hacia
los elegidos el 12 de abril y en las elecciones parciales posteriores, quienes por
no ser afectos al Régimen no merecen la confianza de los republicanos». El
gobernador civil de Córdoba utilizó un argumento similar pues afirmó que había
decidido sustituir los ayuntamientos de derechas por gestoras de izquierda «al
amparo de un triunfo legítimo de las fuerzas del Frente Popular» y para poner fin a
«los antiguos concejos, hechuras de un caciquismo rural».171 Por su parte el nuevo
alcalde de Huelva, un republicano, justificó las sustituciones de los ayuntamientos
diciendo que se habían hecho para que «la fuerza no estuviese en poder de los
eternos enemigos del Pueblo y de la República». 167 Mientras que la prensa de
derechas denunció los hechos («se atropella el voto popular», dijo ABC), la de
izquierdas, como El Socialista, los justificó: «No había otro procedimiento para
rescatar de manos enemigas los Concejos».172 «A raíz del triunfo electoral, los
partidos del Frente Popular se sintieron legitimados para hacerse con el poder
local por la vía de los hechos consumados, amagando con utilizar la fuerza o en
virtud de órdenes gubernativas que se saltaban el principio de la legitimidad
democrática», afirma Fernando del Rey Reguillo.173 «La toma del poder local por el
Frente Popular no fue consecuencia de la ocupación espontánea de la calle por parte
de multitudes izquierdistas incontroladas. El proceso respondió a las líneas de
actuación establecidas por las cúpulas de las organizaciones obreras, en medio de
las cuales los republicanos de izquierda fueron meros compañeros de viaje», añade
del Rey Reguillo.174
La toma del poder local por la izquierda no se limitó a las alcaldías y a las
concejalías sino que los nuevos ediles procedieron a «depurar» a los empleados y
funcionarios municipales «desafectos» (aunque hubieran ganado su plaza por un
concurso-oposición), en una escala hasta entonces desconocida, para sustituirlos
por militantes de los partidos del Frente Popular, a menudo parientes o amigos del
nuevo alcalde o de los nuevos concejales.175176 Fue un «gigantesco spoils system»,
afirma Gabriele Ranzato.175 En la provincia de Ciudad Real «administrativos,
serenos, alguaciles, vigilantes de arbitrios, enterradores, guardas del campo,
policías y hasta algunos secretarios, médicos y farmacéuticos de los ayuntamientos,
estigmatizados por su pensamiento derechista, o simplemente por no ser clasificados
afines, fueron expulsados de sus puestos de trabajo —que muchos tenían en propiedad
— sin explicación alguna y saltándose los procedimientos legales. Desde el Gobierno
Civil se advirtió a las autoridades que las destituciones se realizaran ajustándose
a un expediente previo, pero no sirvió de nada. La mayoría de los cesados eran de
condición modesta y no pocos llevaban un buen puñado de años de servicio. Dio
igual».176 Lo mismo sucedió en Andalucía donde las advertencias de los gobernadores
civiles tampoco surtieron efecto y también se vieron afectadas personas de
condición modesta, como en la Diputación Provincial de Sevilla en la que fueron
despedidos albañiles, mecánicos, herreros, carpinteros, etc., siendo reemplazados
por miembros de los partidos del Frente Popular (o por sus conocidos), a los que se
subió el sueldo y se les rebajó el horario a 44 horas semanales.177 Los secretarios
municipales también advertían de que los acuerdos que se adoptaban eran ilegales
pero eran ignorados cuando no amenazados por la multitud que llenaba la sala de
plenos y que pedía su destitución (y algunos fueron cesados ilegalmente por ello,
aunque tenían la plaza en propiedad). Todo se justificaba alegando que se hacía
para «dar satisfacción al pueblo» y acabar con sus «enemigos», y cuando en las
pocas ocasiones en que eran criticados los nuevos concejales socialistas o
comunistas contestaban que no habían llegado a los ayuntamientos «para someterse a
la legalidad burguesa». En algún caso los destituidos fueron acusados de haberse
extralimitado en sus funciones o de haber cometido algún delito durante el «bienio
negro».178179 Cuando algún concejal republicano intentó que se pusiera fin a las
destituciones se le respondió que «tal perdón es contrario al sentido depurador del
Frente Popular».179
Un ejemplo del desbordamiento de las funciones del Estado fue que en bastantes
lugares se establecieron controles en las carreteras y a los automóviles que
pasaban les cobraban una cantidad de dinero «con distintos pretextos».186 Diego
Martínez Barrio, entonces presidente de las Cortes, recordó en sus Memorias,
escritas después de la guerra, que eran frecuentes los asaltos «a viajeros
pacíficos, imponiéndoles contribuciones para mitigar la que se suponía hambre de
los pueblos», «donaciones» en dinero que en diversos puntos de bloqueo creados en
las carreteras en las afueras de los pueblos —y no solo allí— milicias y «guardias
rojos» improvisados pretendían de los ocupantes de los automóviles. El mismísimo
presidente de la República Niceto Alcalá Zamora tuvo que pagar en dos ocasiones
para que le dejaran pasar a pesar de que en una de ellas iba en el coche
oficial.187 Los «recaudadores» a veces alegaban que contaban con la aprobación del
Gobernador Civil o que lo hacían en respuesta a una provocación «fascista».188
Algunos gobernadores civiles intentaron atajar estas prácticas, pero no acabaron
con ellas como lo demostraría que en el mes de junio el gobierno de Casares Quiroga
les enviara el siguiente telegrama (cuya efectividad es dudosa pues el 1 de julio
un diputado de las derechas todavía denunciaba que continuaban la «impunidad» y los
«atracos»):189
Repitiéndose los casos de detención de automóviles en las carreteras y las
exigencias de cantidades a sus ocupantes con distintos pretextos, sírvase vuecencia
dar las órdenes necesarias a la Guardia Civil y a los agentes de la autoridad para
que corten tales abusos con una constante vigilancia y procedan a la detención de
quienes desatiendan sus indicaciones, previniendo a los alcaldes que, sin excusa
alguna, contribuyan a la eficacia de esta medida.
El poder local que, con la complicidad (o la impotencia) del gobierno, consiguieron
las izquierdas, especialmente los socialistas, lo utilizaron en el mundo rural para
«forzar a los propietarios, por cualquier medio, a ceder a todo tipo de acción o
demanda de los campesinos. Y en muchos casos no se trataba solo de grandes
propietarios de los cuales había que vencer la resistencia a expropiaciones
absolutamente justas y necesarias, sino también de agricultores medianos —y no
pocas veces incluso pequeños— cuyas fincas, según la reforma agraria de 1932,
habrían debido quedar, en todo o en parte, intactas».190
Lo del Frente Popular anda mediano. [...] Fuera de las Cortes, por esos pueblos, no
nos entendemos. Con motivo de las elecciones municipales hay un alboroto tremendo.
Socialistas y comunistas quieren la mayoría en todos los ayuntamientos y además los
alcaldes. Hay capitales, como Alicante, donde la mayoría republicana es aplastante,
en que de 21 concejales quieren 19, y 2 para los republicanos. Y así en casi todas
partes. Han cometido la ligereza de decir que eso lo hacen para dominar la
República desde los ayuntamientos y proclamar la dictadura y el soviet. Esto es una
simpleza, pero por lo mismo es dañoso. Los republicanos protestan y el hombre
neutro está asustadísimo. El pánico a un movimiento comunista es equivalente al
pánico a un golpe militar. La estupidez sube ya más alta que los tejados. Tendré
que suspender las elecciones, si no se llega a un acuerdo, para evitar que
republicanos y sociales vayan desunidos y a favor de esto triunfen las derechas,
como el año 33.
En la decisión de aplazar las elecciones municipales Azaña contó con el apoyo del
presidente de la República Niceto Alcalá Zamora que opinaba que no podían
celebrarse por «el estado de terror en que vive el país» (valoración que era
compartida por el líder de la CEDA José María Gil Robles que consideraba que el
orden público estaba «gravísimamente perturbado» y que se estaba creando un
«verdadero ambiente de guerra civil»)193 y que además temía que sirvieran para
iniciar la revolución. En sus Memorias se refirió al «anuncio hecho por los
extremistas de que una vez ganadas por ellos, incluso contra los republicanos de
izquierda, esas votaciones, por medio del terror, izarían la bandera roja sobre los
ayuntamientos y exigirían la capitulación de los poderes de la República». El
decreto de aplazamiento Alcalá Zamora lo firmó el 3 de abril, el mismo día en que
en las Cortes la izquierda iniciaba el procedimiento para su destitución.191