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El Frente Popular fue una coalición electoral española creada en enero de 1936 por

los principales partidos de izquierda. El 16 de febrero, consiguió ganar las


últimas elecciones de la Segunda República antes del golpe de Estado que
desencadenaría la Guerra Civil. El Frente Popular no se presentó en Cataluña, en
donde una coalición equivalente llamada Front d'Esquerres, nucleada en torno a
Esquerra Republicana de Catalunya, tomó su lugar. En Valencia también tomó el
nombre de Front d'Esquerres.

El Frente Popular no formó grupo parlamentario, sino que se articuló en diversas


minorías parlamentarias correspondientes a cada uno de sus integrantes; ni formó
gobierno como tal, ya que este estuvo compuesto, hasta bien entrada la guerra
civil, únicamente por los partidos republicanos de izquierda, bajo la presidencia,
sucesivamente, de Manuel Azaña (que dejó la presidencia del Consejo para hacerse
cargo de la Presidencia de la República en mayo de 1936), Santiago Casares Quiroga
y José Giral. Con la constitución del primer gobierno de Francisco Largo Caballero
en septiembre de 1936, y hasta el final de la guerra, los gobiernos de la República
estuvieron integrados por representantes de los principales partidos del Frente
Popular y del Front d'Esquerres, así como, en diversos periodos, de la
Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y del Partido Nacionalista Vasco (PNV).

Los meses del gobierno en paz del Frente Popular (de febrero a julio de 1936)
constituyen uno de los periodos de la historia de España que más atención ha
recibido y más controversias ha suscitado. Muy frecuentemente el periodo ha sido
presentado como el «prólogo» de la guerra civil, lo que conduce a la idea de que
esta fue «inevitable». Sin embargo, la historiografía más reciente ha apostado por
hacer un relato crítico del periodo cuestionando tanto la leyenda negra del mismo,
elaborada por los vencedores en la guerra, como la leyenda rosa elaborada por los
derrotados. Como ha afirmado José Luis Ledesma, «la primera mitad de 1936 no fue ni
un inevitable e imparable descenso a los infiernos ni solo una arcádica edad de oro
de las reformas y la democracia».1

Índice
1 La formación de la coalición de la izquierda encabezada por Manuel Azaña
1.1 El renacimiento de Manuel Azaña como líder de la izquierda
1.2 La oferta a los socialistas y el nacimiento de la coalición de izquierdas
1.3 El programa y el alcance de la coalición
2 Las elecciones de febrero de 1936
2.1 Las coaliciones y la campaña electoral
2.2 El resultado
3 El gobierno del Frente Popular: de febrero a julio de 1936
3.1 El debate historiográfico
3.2 El intento de golpe de estado del 17 al 18 de febrero, los primeros
desórdenes públicos y el cambio de gobierno
3.3 La amnistía y el restablecimiento del gobierno de la Generalidad de Cataluña
3.4 La reposición de los ayuntamientos y la toma del poder local por el Frente
Popular
3.4.1 El aplazamiento sine die de las elecciones municipales
3.5 La ofensiva de las organizaciones obreras en el campo: ¿una revolución
agraria?
3.5.1 El movimiento de ocupación de fincas y su cobertura legal (la expropiación
por «utilidad social»)
3.5.2 El proyecto de ley de rescate de los bienes comunales
3.5.3 Los alojamientos y las amenazas y violencias sobre los propietarios
3.5.4 ¿Una revolución agraria?
3.6 El acoso al mundo conservador
3.6.1 El acoso a los católicos: la violencia anticlerical
3.6.1.1 El cierre (e incautación) de los colegios religiosos
3.6.2 El acoso a las derechas
3.7 La radicalización y división de los socialistas y de la CEDA
3.7.1 La radicalización de los socialistas: caballeristas frente a centristas
3.7.2 El intento de acercamiento de los caballeristas a la CNT
3.7.3 La radicalización de la CEDA y el auge del «fascismo»
3.8 La destitución de Alcalá Zamora: Azaña nuevo presidente de la República
3.8.1 El conflicto en la Comisión de Actas y la repetición de las elecciones en
Granada y en Cuenca
3.8.2 La destitución de Alcalá-Zamora y la elección de Azaña como nuevo presidente
de la República
3.8.3 El veto de los caballeristas a Indalecio Prieto: Casares Quiroga, nuevo
presidente del gobierno
3.9 La oleada de huelgas de mayo a julio
3.9.1 La conflictividad social en las ciudades: el «frenesí huelguístico»
3.9.2 La oleada de huelgas en el campo
3.10 La violencia política y el orden público
3.10.1 La violencia de las izquierdas
3.10.2 La violencia de las derechas
3.10.3 La respuesta del gobierno a las violencias de las derechas y de las
izquierdas
3.10.4 Las intervenciones en las Cortes sobre el orden público de Calvo Sotelo
y de Gil Robles
3.10.5 Balance de la violencia y de los desórdenes públicos
3.11 El gobierno de Santiago Casares Quiroga ¿desbordado?
3.11.1 ¿Quiebra del estado de derecho?
3.12 La conspiración militar
3.13 El asesinato de Calvo Sotelo y el inicio de la sublevación
4 Referencias
5 Bibliografía
6 Véase también
7 Enlaces externos
La formación de la coalición de la izquierda encabezada por Manuel Azaña
El renacimiento de Manuel Azaña como líder de la izquierda
Véase también: Proceso contra Manuel Azaña

Manuel Azaña, líder indiscutible de la coalición de izquierdas que acabaría ganando


las elecciones de febrero de 1936. El término Frente Popular no figuró en el
programa de la coalición firmado el 15 de enero de 1936 y nunca fue del agrado de
Manuel Azaña, que se resistió a utilizarlo durante la campaña electoral.
Tras su detención por los sucesos de la Revolución de octubre de 1934, Manuel Azaña
se convirtió en un «mártir político» y en un símbolo para la izquierda.2 «Azaña,
perseguido, se elevaba a figura simbólica de los oprimidos, adquiriendo una
popularidad que nunca había tenido hasta entonces. En efecto, a partir de la
primavera de 1935 se comenzó a asistir a un fenómeno impensable hasta algún tiempo
antes. El hombre más representativo del primer bienio republicano, el exjefe de
Gobierno que en las elecciones de 1933 había visto casi desaparecer su partido de
las Cortes... fue empujado por un amplio y creciente movimiento popular a asumir el
papel de líder indiscutido de una nueva alianza de las izquierdas. [...] La
persecución manifiesta y mezquina de la que había sido objeto aquel hombre eminente
e inofensivo acabó movilizando un amplio proceso de identificación a través del
cual cualquiera que fuese perseguido, o compadeciera a los que lo eran, se sentía
representado por él».3

Nada más ser puesto en libertad el 28 de diciembre de 1934 Azaña reunió en su


domicilio de Madrid a los dirigentes de su partido, que ahora se llamaba Izquierda
Republicana al fusionarse Acción Republicana el año anterior con el Partido
Radical-Socialista “independiente" de Marcelino Domingo y la ORGA de Santiago
Casares Quiroga, para plantearles la necesidad de recuperar la alianza con los
socialistas de cara a una futura contienda electoral y no repetir el error de
noviembre de 1933 (haberse presentado por separado, lo que, según Azaña, habría
dado el triunfo a las derechas). El 16 de enero de 1935 Azaña escribió una primera
carta al líder socialista Indalecio Prieto, que había conseguido escapar a Francia,
en la que le decía que «una gran parte del porvenir depende de ustedes, los
socialistas, y de las organizaciones obreras, y de que acertemos a combinar una
táctica que nos permita esperar la formación de una fuerza política tan poderosa
como para ganar la primera batalla política que se nos presente».45

En abril de 1935 Azaña alcanzó un pacto de «Conjunción Republicana» entre su propio


partido, Izquierda Republicana, la Unión Republicana de Diego Martínez Barrio, que
se había escindido en 1934 del Partido Republicano Radical de Lerroux, y el Partido
Nacional Republicano de Felipe Sánchez Román.2 El 13 de abril los tres partidos
hicieron pública una nota en la que pedían el total restablecimiento de las
garantías constitucionales y el fin de la represión por la Revolución de Octubre.
La nota acababa con la reclamación de la formación de una «coalición de izquierdas»
y el anuncio de una puesta en común de «puntos programáticos y de táctica
conducentes a elaborar las bases de una acción futura».6 Pocos días después, el 20
de abril, Azaña le enviaba una nueva carta al socialista Prieto, que continuaba
exiliado, en la que le pedía conocer «los puntos de vista de ustedes» con vistas a
acordar un programa común. En la carta también le manifestaba su oposición a la
inclusión del PCE en la posible coalición de izquierdas: «¿A dónde podemos ir
nosotros, ni ustedes, con los comunistas? La coalición con los socialistas para una
obra realizada desde el poder por los republicanos es legítima, normal y deseable.
[...] Con los comunistas no sucede lo mismo. Y además, electoralmente, sin aportar
número de votos apreciables, espantarían a los electores y desnaturalizarían, en
perjuicio nuestro, el carácter de la coalición».7 En una carta anterior Prieto ya
le había manifestado a Azaña su rechazo a la idea de formar un «bloque obrero»
defendida por Francisco Largo Caballero, el líder del sector radical de los
socialistas, y que juzgaba «indispensable la inclusión en tal alianza de elementos
republicanos».8

Tras producirse la entrada en el gobierno en mayo de 1935 de más ministros de la


CEDA (con su líder José María Gil Robles al frente) Azaña recorrió el país dando
tres mítines multitudinarios «en campo abierto»: el del campo de Mestalla
(Valencia), el 26 de mayo —la demanda de localidades había sido tan grande que los
organizadores se habían visto obligados a buscar un lugar más amplio que la plaza
de toros de Valencia donde inicialmente iba a hablar Azaña; «por primera vez en la
historia del país el mitin hubo de celebrarse en un estadio..., si bien el acceso
era de pago, se llenó hasta la bandera»—9; el de Baracaldo (Vizcaya), el 14 de
julio —en el que Azaña mandó un «afectuoso saludo de compañero y de republicano» al
bilbaíno Indalecio Prieto que continuaba exiliado, «esperando que algún día, y no
tardando, esté con vosotros y podáis rendirle el testimonio de vuestra amistad»—10;
y el de Comillas (Madrid), el 20 de octubre.2 El último mitin, celebrado en un
descampado del barrio madrileño de Comillas, fue el más importante y el más
multitudinario (se le llamó el mitin «de los 400 000», aunque la cifra parece
exagerada). Acudieron personas de todos los puntos de España desbordando todas las
previsiones (las 40 000 sillas que se habían dispuesto resultaron completamente
insuficientes). Hasta el PCE hizo un llamamiento para que la gente asistiera:
«Todos al mitin de Azaña». El socialista caballerista Luis Araquistáin afirmó que
no existía «en Europa un político capaz de que casi medio millón de personas se
reúnan espontáneamente para oírle y además paguen la entrada». Por su parte el
secretario general del PCE José Díaz dijo que la crítica que había hecho Azaña al
gobierno radical-cedista había sido «magistral, demoledora», aunque le reprochó que
no hubiera hablado de «fascismo».11 «Los llamados "discursos en campo abierto"
llevaron la estrella de Azaña a su máximo esplendor en el firmamento de la
izquierda... Los discursos de Azaña, llenos de puntualizaciones, elegantes, a veces
agudos, eran más adecuados para ser apreciados en las Cortes... sin embargo, fueron
escuchados con fervor e interrumpidos por aplausos entusiastas, como demostración
del hecho de que, al margen de sus contenidos específicos, había una incontenible
voluntad de revancha entre los oyentes, que encontraban su mejor expresión en las
palabras de Azaña, el cual se les presentaba como el líder capaz de satisfacerla».
En los mítines Azaña había manifestado posiciones de total intransigencia en su
crítica a los gobiernos radical-cedistas y en la reivindicación de su actuación
durante el primer bienio.12

Azaña se abstuvo de criticar a los socialistas y a los nacionalistas catalanes por


la Revolución de Octubre, cuya actuación desaprobaba. «Él, tan pródigo en denuncias
en sus declaraciones públicas de las traiciones a la democracia perpetradas por la
coalición de centro-derecha, evitó denunciar aquellas —de hecho, mucho más graves—
cometidas por las fuerzas de la izquierda. Es evidente que, si lo hubiera hecho, su
popularidad habría caído en picado y, cualquiera que fuesen los objetivos que
quería perseguir —también el de una mayor democratización futura de los españoles—,
no podía renunciar a aquella popularidad».13 Sin embargo, una vez consolidado su
liderazgo en la izquierda, Azaña ya pudo señalar a la democracia como el principal
objetivo y expresar un juicio negativo sobre la conducta pasada —y de las
intenciones— de sus aliados del movimiento obrero. Así lo hizo en el mitin de
Baracaldo:14
Hay que centrar la República en la democracia y en lo que nos es común a todos los
demócratas españoles. [...] El ciudadano no se forma en la opresión y en la cárcel:
se forma en la libertad y en la ciudadanía, en la convivencia de la democracia, y
nosotros, manteniendo la democracia, hacemos más por la futura emancipación de todo
el pueblo español que los más exaltados extremistas pueden imaginarse.
La oferta a los socialistas y el nacimiento de la coalición de izquierdas

Indalecio Prieto, líder del sector centrista del PSOE. Fue el principal impulsor
del acuerdo de los socialistas con los republicanos de izquierda, logrando vencer
la resistencia de Francisco Largo Caballero, máximo dirigente de la «izquierda
socialista».
A mediados de noviembre de 1935 Azaña hizo la oferta al PSOE de formar una
coalición electoral en base al acuerdo de conjunción de las fuerzas de la izquierda
republicana (en aquellos momentos la mayoría de los integrantes de la ejecutiva del
PSOE se encontraban en la cárcel por la Revolución de Octubre de 1934).21516
Mientras que el sector socialista encabezado por Indalecio Prieto ya hacía tiempo
que estaba de acuerdo con la propuesta en cuya gestación el líder centrista había
participado activamente, el sector encabezado por Francisco Largo Caballero se
mostró reticente al principio pues seguía defendiendo la formación de un «frente
obrero» en el que no tenían cabida las fuerzas «burguesas». Largo Caballero solo
acabaría aceptando el pacto tras reforzarse la parte «obrera» de la coalición con
la inclusión del Partido Comunista de España (PCE) en la misma, lo que motivó la
salida de la "Conjunción Republicana" del partido de Felipe Sánchez Román. El PCE,
por su parte, había variado su posición respecto de los socialistas (a los que
hasta entonces había considerado como «enemigos» de la revolución) tras el VII
Congreso de la III Internacional celebrado en Moscú en el verano de 1935, donde
Stalin había lanzado la nueva consigna de formar "frentes antifascistas",
abandonando la hasta entonces dominante tesis del «socialfascismo».2 El argumento
principal que esgrimió Largo Caballero para variar su posición y aceptar a
regañadientes la coalición con los republicanos de izquierda fue la amnistía de los
condenados por los sucesos de la Revolución de Octubre de 1934.1718 En la reunión
del Comité Nacional de la UGT del 11 de diciembre dijo: «aun suponiendo que estos
señores [los republicanos] no aceptasen más que la amnistía, no habría más remedio
que ir a la coalición».19

Sin embargo, el decisión de participar en la coalición de izquierdas junto con los


republicanos, no zanjó el debate entre los partidarios de Prieto y de Largo
Caballero, pues continuaron discrepando sobre lo que los socialistas tendrían que
hacer después de las elecciones si se ganaban: para los partidarios de Prieto la
tarea fundamental era consolidar la democracia republicana recuperando las medidas
sociales del primer bienio y abriendo la posibilidad de entrar en el gobierno junto
con los republicanos; para los «caballeristas» sería reemprender el camino de la
revolución (de ahí el insistencia de Largo Caballero en que el PCE entrara en la
coalición y participara en la elaboración del programa).20 La ruptura se produjo a
mediados de diciembre de 1935 cuando Largo Caballero quedó en minoría en una
votación del Comité Nacional del PSOE (la mayoría de sus miembros votó a favor de
que las decisiones del grupo parlamentario socialista debían ser ratificadas por el
propio Comité Nacional, a lo que Largo Caballero inicialmente no se había opuesto
pero que al ver que la propuesta podría reforzar la posición de Prieto acabó
votando en contra) y presentó su dimisión como presidente del partido (por
solidaridad con Largo Caballero también dimitieron otros tres miembros de la
Comisión Ejecutiva).21 La dirección del PSOE pasó a estar controlada por Indalecio
Prieto, que había vuelto clandestinamente a Madrid. Largo Caballero justificó su
dimisión alegando que quería «continuar la línea de Octubre. La clase obrera no
tiene otro camino. Solidaridad, sí, pero con los nuestros, con los obreros. La
colaboración con los republicanos se quemó en las Constituyentes. No hay que mirar
nunca hacia atrás».22

Como todavía conservaba el control de la UGT, con muchos más afiliados que el PSOE,
Largo Caballero impuso su criterio respecto a los comunistas y logró que se
acordaran con ellos, a pesar de la oposición de Prieto, unas bases programáticas
con medidas que los republicanos no podrían aceptar como la nacionalización de la
banca, la expropiación total de la tierra —excluidas las pequeñas propiedades
cultivadas directamente por sus dueños— o el control obrero de la producción.23 El
21 de diciembre el PSOE y el PCE, junto con sus respectivos sindicatos y las
Juventudes Socialistas, presentaron las base comunes acordadas a la discusión de
los partidos republicanos de izquierda. Estos respondieron el 30 de diciembre
presentando su propio programa de gobierno cuyo eje fundamental era la recuperación
de las reformas del primer bienio —y que incluía algún punto difícilmente aceptable
para socialistas y comunistas, como que se reprimiría «la excitación a la violencia
revolucionaria por las vías de derecho que establecen las leyes vigentes»—23. Al
día siguiente, 31 de diciembre, se formaba el segundo gobierno de Manuel Portela
Valladares con el encargo de presidir la convocatoria de nuevas elecciones
previstas para febrero. Esto obligó a las dos partes, la obrera y la republicana, a
acelerar las negociaciones para acordar el programa de la coalición. Azaña anunció
que solo negociaría con los socialistas y estos tuvieron que renunciar a su
pretensión de que junto a ellos hubiera representantes de otras organizaciones
obreras como el PCE, el Partido Sindicalista o el POUM.24 La firma del pacto de la
coalición electoral entre los republicanos de izquierda y los socialistas tuvo
lugar el 15 de enero de 1936. El PSOE cuando estampó su firma lo hizo también en
nombre del PCE y de otras organizaciones obreras (el Partido Sindicalista de Ángel
Pestaña y el POUM).225

En Cataluña se formó la coalición Front d'Esquerres de Catalunya, a la cual apoyaba


el Frente Popular allí, y en la cual se integraron los nacionalistas republicanos
catalanes como ERC. En Valencia, la coalición equivalente ideológicamente al Frente
Popular, también se llamó Front d'Esquerres, con una composición similar al del
Frente Popular del resto de España, y en la cual también participaron los partidos
nacionalistas valencianos Esquerra Valenciana y Partit Valencianista d'Esquerra.
Los anarcosindicalistas de la CNT, aunque no formaba parte del Frente, no se
mostraron beligerantes con él, aunque muchos anarquistas que luego combatirían por
el bando republicano, en las elecciones pidieron la abstención.

El programa y el alcance de la coalición


Programa del Frente Popular (enero de 1936)
Los partidos republicanos Izquierda Republicana, Unión Republicana y el Partido
Socialista, en representación del mismo y de la Unión General de Trabajadores;
Federación Nacional de Juventudes Socialistas, Partido Comunista, Partido
Sindicalista, Partido Obrero de Unificación Marxista, sin perjuicio de dejar a
salvo los postulados de sus doctrinas, han llegado a comprometer un plan político
común que sirva de fundamento y cartel a la coalición de sus respectivas fuerzas en
la inmediata contienda electoral y de norma de gobierno que habrán de desarrollar
los partidos republicanos de izquierda, con el apoyo de las fuerzas obreras, en el
caso de victoria
[...]
I. Como suplemento indispensable de la paz pública, los partidos coaligados se
comprometen:

1. A conceder por ley una amplia amnistía de los delitos político-sociales


cometidos posteriormente a noviembre de 1933, aunque no hubieran sido considerados
como tales por los Tribunales
[...]
III. Los republicanos no aceptan el principio de nacionalización de la tierra y su
entrega gratuita a los campesinos, solicitada por los delegados del partido
socialista. Consideran convenientes las siguientes medidas, que proponen la
redención del campesino y de! cultivador medio y pequeño [...]: rebaja de impuestos
y tributos. Represión especial de la usura. Disminución de rentas abusivas. [...]
Revisarán los desahucios practicados. Consolidarán en la propiedad, previa
liquidación, a los arrendatarios antiguos y pequeños. Dictarán una nueva ley de
Arrendamientos que asegure: la estabilidad en la tierra; la modicidad en la renta,
[...] y el acceso a la propiedad de la tierra que se viniera cultivando durante
cierto tiempo. Llevarán a cabo una política de asentamiento de familias campesinas,
dotándolas de los auxilios técnicos y financieros precisos. [...] Derogarán la ley
que acordó la devolución y el pago de las fincas a la nobleza [...].
[...]
No aceptan los partidos republicanos las medidas de nacionalización de la Banca
propuesta por los partidos obreros; conocen, sin embargo, que nuestro sistema
bancario requiere ciertos perfeccionamientos, si ha de cumplir la misión que le
está encomendada en la reconstrucción económica de España
[...]
No aceptan los partidos republicanos el control obrero solicitado por la
representación del partido socialista...
VII. La República que conciben los partidos republicanos no es una República
dirigida por motivos sociales o económicos de clase, sino un régimen de libertad
democrática, impulsado por razones de interés público y progreso social. Pero
precisamente por esa definida razón, la política republicana tiene el deber de
elevar las condiciones morales y materiales de los trabajadores hasta el límite
máximo que permita el interés general de la producción, sin reparar, fuera de este
tope, en cuantos sacrificios hayan de imponerse a todos los privilegios sociales y
económicos. [...]
VIII. La República tiene que considerar la enseñanza como atributo indeclinable del
Estado, en el superior empeño de conseguir en la suma de sus ciudadanos el mayor
grado de conocimiento y, por consiguiente, el más amplio nivel moral por encima de
razones confesionales y de clase social. [...]
Los partidos coligados repondrán en su vigor la legislación autonómica votada por
las Cortes constituyentes y desarrollarán los principios autonómicos consignados en
la Constitución.

El programa de la coalición, que comenzó a ser llamada «Frente Popular», a pesar de


que ese término no aparecía en el documento firmado en Madrid el 15 de enero y de
que era un nombre que nunca aceptó Azaña,26 era el de los republicanos de izquierda
(y solo se mencionaban las aspiraciones de las fuerzas «obreras» con las que los
republicanos de izquierda no estaban de acuerdo bajo la fórmula «no aceptan los
partidos republicanos...»).27 El programa incluía, como primer punto, la amnistía
para los delitos «políticos y sociales» (el excarcelamiento de todos los detenidos
por la Revolución de Octubre de 1934), la continuidad de la legislación reformista
del primer bienio (moderando algunos aspectos, como la cuestión religiosa, y
haciendo más hincapié en la reforma agraria, aunque no la mencionaba como tal)2829
y la reanudación de los procesos de autonomía de las «regiones». El gobierno
estaría formado exclusivamente por republicanos de izquierda y los socialistas le
darían su apoyo desde el parlamento para cumplir el programa pactado.3031

Los republicanos rechazaron la propuesta socialista de nacionalizar la banca y la


tierra y se negaron a restablecer en bloque las reformas del primer bienio (la
contestada Ley de Términos Municipales no sería reimplantada; los Jurados Mixtos se
reorganizarían «en condiciones de independencia») y a abolir, también en bloque, la
legislación del «bienio negro».32 Según José Manuel Macarro Vera, «republicanos y
los centristas del PSOE habían sacado consecuencias de cuanto había sucedido en
años anteriores y no estaban dispuestos a repetir los errores que habían enemistado
a tantos con ellos, hasta hacerles perder las elecciones. Si pretendían ganar,
tenían que recuperar la República con sus perfiles más moderados, para poder atraer
a la masa de votantes que en 1933 se les habían ido, y eso suponía no entregar de
nuevo el control de la legislación social a la UGT».33 Diego Martínez Barrio, líder
de Unión Republicana dijo en Jaén que el objetivo de todos debía ser recuperar el
sentimiento republicano de 1931, «vuelto a renacer con la misma ilusión en 1935»,
pero sin volver a incurrir en los errores del pasado.33

Según Gabriele Ranzato, que coincide con Macarro Vera, «todo el manifiesto era
particularmente cauto, atento a no alarmar a los moderados y a evitar cualquier
tono agresivo» —no se hablaba ni de la derecha, ni del Ejército, ni de la Iglesia—
pero la mención a los puntos propuestos por los partidos obreros que los
republicanos no aceptaban —«la nacionalización de la tierra», «el subsidio de
paro», la «nacionalización de la banca», «el control obrero»— mostraba la
fragilidad del pacto pues dejaba claro que aquellos no renunciaban a sus objetivos
revolucionarios y que su apoyo al gobierno republicano tenía «fecha de caducidad»,
hasta que consideraran que había llegado el momento de lanzarse a por sus propios
objetivos.34 El PCE, siguiendo instrucciones de la Internacional Comunista, solo
dos días antes de que se celebraran las elecciones había defendido que al gobierno
transitorio del Frente Popular debía seguirle un «gobierno obrero y campesino»
basado en los soviets. El diario del PSOE El Socialista había publicado por esas
mismas fechas: «Estamos decididos a hacer en España lo que se ha hecho en Rusia. El
plan del socialismo español y del comunismo ruso es el mismo».35 Por su parte Largo
Caballero había dicho poco antes de la firma del pacto del manifiesto de la
coalición de izquierdas en un mitin en Madrid (al parecer este discurso fue una de
las razones, junto con la inclusión del PCE, del abandono de la coalición por el
partido de Sánchez Román):36
Nosotros, los trabajadores, entendemos que la República burguesa hay que
transformarla en una República socialista, socializando los medios de producción...
Entiéndase bien que al ir con los republicanos de izquierda no hipotecamos
absolutamente nada de nuestra ideología y de nuestra acción.
En un mitin celebrado en Madrid el 23 de enero Largo Caballero lanzó la siguiente
amenaza:37
Para que no se repita otra vez la jornada del 14 de abril, en que el pueblo vibró
con entusiasmo, pero no de justicia, es necesario que estos hombres [de la
derecha], puesto que son ellos mismos los que plantean categóricamente el dilema,
conozcan sobre su carne lo que es el impulso de la justicia popular y sus fallos
inexorables.
En el mitin celebrado en Linares (Jaén) dos días después del de Madrid Largo
Caballero identificó el socialismo con el marxismo y rechazó la «democracia
burguesa»:38
Llamarse socialista no significa nada. Para ser socialista hay que serlo marxista;
hay que ser revolucionario. [...] La conquista del poder no puede hacerse por la
democracia burguesa... Nosotros, como socialistas marxistas, discípulos de Marx,
tenemos que decir que la sociedad capitalista no se puede transformar por medio de
la democracia capitalista ¡Eso es imposible!
El 30 de enero en Alicante afirmó que no aceptaría el resultado electoral si
ganaban las derechas:39
Si triunfan las derechas, no nos vamos a quedar quietecitos ni nos vamos a dar por
vencidos... Si triunfan las derechas, no habrá remisión: tendremos que ir a la
Guerra Civil.
Los socialistas de Jaén, del sector caballerista, en un manifiesto decían: «Vamos a
la lucha —sería necio ocultarlo— sin ninguna suerte de ilusiones democráticas:
sabemos muy bien... lo poco o nada en lo que a nosotros más importa cabe esperar de
una República burguesa. [...] La lucha de clases es inexorable, y el buen marxista
sabe ya de sobra que cualquier Gobierno que en la burguesía se sustente no puede
ser otra cosa que el instrumento de que la clase privilegiada se sirve para dominar
las legítimas ansias de la mayoría de los desheredados». Y añadían que iban a las
elecciones únicamente para liberar a los presos y para «aplastar al fascismo»,
«premisas indispensables para las grandiosas jornadas que en porvenir muy próximo
aguardan en España al proletariado».40

Así pues, según Santos Juliá, la alianza de 1936 era circunstancial, limitada a las
elecciones, y por tanto bien diferente a la de 1931.30 José Luis Martín Ramos
considera, por el contrario, que «el programa del 15 de enero... representaba el
punto histórico de encuentro político, que no había llegado a producirse por
completo en 1931, entre clases trabajadoras, campesinado y clases medias en la
defensa de un proyecto democrático que podían compartir, sustentando sobre este una
resolución negociada de sus legítimos y contradictorios intereses».41 Para este
historiador el acuerdo alcanzado no era una mera prolongación de la coalición del
primer bienio por una razón fundamental: «la presencia y la fuerza del factor
comunista». Martin Ramos llega afirmar que sin el PCE «es dudoso que se hubiera
producido ni tan siquiera ninguna política de coalición de la izquierda».42 Sin
embargo, Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo han señalado que para el PCE la
democracia era «un recurso pasajero, privado de entidad en sí mismo, en tanto que
la revolución soviética sigue siendo el objetivo político por excelencia». Por eso
los comunistas españoles preferían hablar de «Bloque Popular» en lugar de «Frente
Popular». El secretario general del PCE José Díaz en un mitin celebrado en el
Coliseo Pardiñas de Madrid el 2 de noviembre de 1935 lo expuso claramente:
«Nosotros luchamos por la dictadura del proletariado, por los soviets... Pero en
los momentos actuales comprendemos que la lucha está planteada, no en el terreno de
la dictadura del proletariado, sino en el de la lucha de la democracia contra el
fascismo como objetivo inmediato».43 Elorza y Bizcarrondo concluyen: «lo que
significaba el Frente Popular para cada uno de ellos [los firmantes del pacto]
encerraba grandes diferencias, desde el relanzamiento de la República propuesto por
los republicanos al "bloque popular" para preparar de inmediato la revolución con
que soñaban las Juventudes Socialistas».44

Gabriele Ranzato también desmiente la tesis de Martín Ramos al afirmar que «en
España la iniciativa de la alianza había partido de Azaña y Prieto sin que los
comunistas hubieran desempeñado ningún papel». De hecho el término «Frente Popular»
no aparecía en el manifiesto firmado el 15 de enero y Azaña solo pronunció el
término una semana antes de las elecciones, hablando de «una entidad política
nueva, el Frente Popular, como lo llama la gente...». Por otro lado, Ranzato
coincide con Elorza y Bizcarrondo en considerar que el apoyo de los comunistas a la
democracia era puramente táctico, con carácter defensivo y provisional, pues su
principal objetivo seguía siendo la dictadura del proletariado. El diario oficial
del PCE Mundo Obrero en plena campaña electoral hizo un llamamiento a la lucha
«extraelectoral» pues concebía las elecciones como «una gran batalla revolucionaria
que abra el camino para acciones de tipo superior».45

Luis Romero ya destacó la «ambivalencia del programa del Frente Popular, que más
que programa ha sido bandera bajo la cual se han agrupado fuerzas muy dispares,
casi, o sin casi, antagónicas». «En la base misma del Frente Popular existe una
dualidad, tanto en los propósitos como en las fuerzas políticas que lo integran:
para los republicanos y los socialistas reformistas, el objetivo es gobernar con
arreglo a la Constitución por el camino de las leyes que fueron promulgadas por las
Cortes Constituyentes, avanzando con mayor rapidez en las cuestiones de índole
social y en particular en la reforma agraria; para los socialistas de Largo
Caballero, comunistas, sindicalistas y otros grupos que los han apoyado, el
verdadero y único fin es la revolución y la implantación de la dictadura del
proletariado, quizá tampoco de manera inmediata, pero sí con progresión dinámica
hacia esos fines».46

A la hora de confeccionar las candidaturas los republicanos de izquierda


reclamaron, y finalmente consiguieron, ocupar una parte importante de los puestos
de las listas para de esa forma tener en las Cortes una amplia base parlamentaria
con la que poder gobernar (dado que se había acordado que los socialistas no
entrarían en el gobierno a diferencia de lo que había sucedido durante el primer
bienio). Del total de 344 candidatos que presentó la coalición 192 eran de
formaciones republicanas (108 de Izquierda Republicana, 42 de Unión Republicana y
21 de Esquerra Republicana de Cataluña, entre los partidos mayores) y 152 de las
obreras (124 del PSOE y 20 del PCE, entre los dos más importantes).47

Las elecciones de febrero de 1936


Artículo principal: Elecciones generales de España de 1936
Las coaliciones y la campaña electoral

José Calvo Sotelo en el Frontón Urumea de San Sebastián (1935). Al fondo la cruz de
Santiago, símbolo de Renovación Española. Junto con José María Gil Robles, fue el
principal protagonista de la campaña electoral de las derechas que se centró en
advertir de los peligros que entrañaría la victoria del Frente Popular. Calvo
Sotelo hizo continuos llamamientos a la intervención del Ejército para frenar a las
"hordas rojas del comunismo".
Frente a la coalición electoral de las izquierdas (que en Cataluña incluyó también
a Esquerra Republicana de Cataluña y a otros partidos nacionalistas catalanes y
adoptó el nombre de Front d'Esquerres; las derechas, por su parte, formaron el
Front Català d'Ordre integrado por la CEDA, la Lliga, los radicales y los
tradicionalistas), las derechas no pudieron oponer como en 1933 un frente
homogéneo, porque la CEDA, en su intento de obtener el poder y evitar el triunfo de
la izquierda, se alió en unas circunscripciones con las fuerzas antirrepublicanas
(monárquicos alfonsinos de Renovación Española, carlistas) y en otras con el
centro-derecha republicano (radicales, demócrata-liberales, republicanos
progresistas), por lo que fue imposible presentar un programa común. Lo que
pretendía formar José María Gil Robles era un "Frente Nacional
Contrarrevolucionario" o un “Frente de la Contrarrevolución”, basado más en
consignas “anti” que en un programa concreto de gobierno (“Contra la revolución y
sus cómplices”, fue uno de sus eslóganes; “¡Por Dios y por España!” fue otro; y
planteó la campaña como una batalla entre la “España católica... y la revolución
espantosa, bárbara, atroz”). No se reeditó, pues, la Unión de Derechas de 1933 como
exigían los monárquicos, por lo que los alfonsinos de Renovación Española se
presentaron en varias circunscripciones en solitario con el nombre de Bloque
Nacional, cuyo líder era José Calvo Sotelo.4849 Sin embargo, en Madrid, por
ejemplo, sí se presentaron juntos con Gil Robles y Calvo Sotelo como cabezas de
lista.50

El 12 de enero Calvo Sotelo pronunció en Madrid su discurso más violentamente


antirrepublicano, militarista y progolpista (sería reproducido en el diario ABC del
día siguiente):51525354
Se predica por algunos la obediencia a la legalidad republicana vigente. La
obediencia es la contrapartida de la legalidad. Y cuando la legalidad falta, en
deservicio de la Patria, la obediencia está de más. Y si aquélla falta en las
alturas, no es que sobre la obediencia, es que se impone la desobediencia conforme
a nuestra filosofía católica, desde Santo Tomás hasta el padre Mariana. No faltará
quién sorprenda en estas palabras una invocación directa a la fuerza. Pues bien,
sí, la hay. Una gran parte del pueblo español, desdichadamente una grandísima
parte, piensa en la fuerza para implantar una ola de barbarie y anarquía: aludo al
proletariado. Su fe y su ilusión es su fuerza numérica, primero, y la de la
dictadura roja, después. Pues bien: para que la sociedad realice una defensa
eficaz, necesita apelar también a la fuerza. ¿A cuál? A la orgánica; a la fuerza
militar, puesta al servicio del Estado... Hoy el ejército es base de sustentación
de la patria. Ha subido de la categoría de brazo ejecutor, ciego, sordo y mudo, a
la de columna vertebral, sin la cual no se concibe la vida... Me dirán algunos que
soy militarista. No lo soy, pero no me importa que lo digan. Prefiero ser
militarista a ser masón, a ser marxista, a ser separatista e incluso a ser
progresista. Dirán que hablo en pretoriano. Tampoco me importa… Cuando las hordas
rojas del comunismo avanzan, sólo se concibe un freno: la fuerza del Ejército y la
transfusión de las virtudes militares ―obediencia, disciplina y jerarquía― a la
sociedad misma, para que ellas descasten los fermentos malsanos. Por eso invoco al
Ejército y pido patriotismo al impulsarlo.
Gil Robles compartía los objetivos antidemocráticos de la extrema derecha
encabezada por Calvo Sotelo (Acción Española había escrito: «Votemos para dejar de
votar algún día») pero, como ha destacado Gabriele Ranzato, entendía que para ganar
las elecciones «era preciso atraer los votos de un amplio abanico de electores que
iba de los más reaccionarios a los católico-sociales a lo Giménez Fernández. Para
obtener esto decidió evitar lo más posible toda referencia a los programas de
gobierno, basando más bien su campaña electoral en el peligro representado por el
adversario... Las categóricas alternativas propuestas por carteles y altavoces,
como "España o Anti-España", "Revolución o Contrarrevolución", "Votad a España o
votad a Rusia», eran para la derecha más unificadoras que cualquier programa». En
uno de sus mítines Gil Robles dijo: «¡Ni lucha de clases ni separatismo! Esas ideas
no pueden tener cabida en el concurso de las ideas lícitas». Al que las defienda
«hay que aplastarle».55

Según Fernando del Rey Reguillo, refiriéndose a la provincia de Ciudad Real, «la
retórica derechista no varió con respecto a las elecciones anteriores. Si acaso las
salidas de tono apocalípticas y el dramatismo fueron más exagerados. Al fin y al
cabo, se hallaba muy reciente la experiencia traumática de octubre de 1934. De ahí
los lenguajes de salvación —de España, de la religión católica, de la propiedad, de
la familia y, en suma, de la civilización— a la que recurrieron los oradores
conservadores para resaltar la gravedad del momento y lo mucho que había en juego
en la lucha contra la revolución y sus cómplices».56 El diario monárquico ABC de
Sevilla decía que el Frente Popular, «un cartel revolucionario de provocación y
desafío a los sentimientos de la nación y a todos sus intereses vitales», pretendía
«despedazar a España y convertirla en un conglomerado de minúsculos estados
soviéticos». «No hay opción entre la muerte y la vida. Entre la paz y la
revolución. Entre el ateísmo y el cristianismo. Entre la libertad y la esclavitud
asiática. Entre la Patria y Rusia. Entre el desorden y el caos. Entre la ley y la
dictadura del proletariado. Entre España y anti-España», decía ABC. El discurso de
la derechas era un discurso de exclusión del adversario, que también utilizaban las
izquierdas desde los supuestos ideológicos contrarios.57

Por otro lado, Gil Robles era consciente de que su principal cantera de votos eran
los católicos y a ellos apelaba cuando afirmaba que la principal misión de la CEDA
era «vencer la revolución para defender los derechos de Cristo y su Iglesia».
«Donde haya un diputado que pertenezca a nuestra organización, allí hay una
afirmación clara y neta de la confesionalidad frente al laicismo destructor del
Estado», añadió. Y en la tarea de atraer el voto católico Gil Robles y la CEDA
contaron con el apoyo entusiasta de buena parte de la jerarquía católica española,
con el cardenal primado Isidro Gomá al frente pidiendo el voto para «los partidos
de afirmación religiosa».58 En Granada el cardenal Parrado publicó una carta en la
que decía que «de las urnas puede salir el hundimiento de la civilización y de la
Patria y para los católicos la disyuntiva de ser mártires o apóstatas». Más
comedido se mostró el cardenal Illundain en Sevilla pues se limitó a recomendar que
se rezara para pedir «auxilios oportunos en la presente necesidad».59
El monárquico antisemita y filofascista Álvaro Alcalá-Galiano y Osma, miembro de
Renovación Española, publicó en el diario ABC el 15 de enero de 1936 un artículo en
el que afirmó que España se encontraba ante un dilema: «revolución o
contrarrevolución, Patria o Antipatria». Así, para «salvar la existencia misma de
España», abogaba por «la unión sagrada de todos los valores auténticamente
nacionales frente a la formidable coalición de la Antipatria, dirigida por los
agentes de la Internacional revolucionaria». Todo había comenzado, según Alcalá-
Galiano, con el Pacto de San Sebastián, «proyectado reparto y despojo de España
entre masones, marxistas y separatistas», que había dado paso a cuatro años de
República durante los cuales se habían acumulado «atropellos, crímenes, desastres
políticos, económicos y sociales... huelgas, atracos y crímenes sociales a granel»,
coronados por «la revolución de octubre de 1934 con sus 2.500 muertos y sus
millares de víctimas, cuyos culpables siguen vivos y algunos de ellos hasta en
libertad».60 El escritor reaccionario José María Pemán dijo en un mitin que la
amenaza revolucionaria no era un episodio pasajero «sino un episodio constante de
la lucha entre el mal y el bien», «obra de homosexuales, de libertinos, de malos
periodistas, de dramaturgos silbados, de políticos fracasados, de comadres que
quieren jugar a duquesas... Si ayer la Virgen del Pilar no quería ser francesa
menos quiere ser ahora de la segunda y de la tercera internacional».56 Por su parte
el líder de Falange Española de las JONS José Antonio Primo de Rivera aseguró en un
mitin celebrado en el cine Europa de Madrid el 2 de febrero que «si el resultado de
los escrutinios es contrario, peligrosamente contrario a los eternos destinos de
España, la Falange relegará con sus fuerzas las actas del escrutinio al último
lugar del menosprecio».61

La campaña electoral del Frente Popular fue tan intensa como la de las derechas y
su discurso fue igual de inflamado (especialmente por parte de los socialistas
caballeristas y de los comunistas: no se recataron en confesar que estaban «hartos
de la democracia burguesa» y que la «próxima batalla [había] de ser definitiva»
pues en ella se lo jugaba todo «el proletariado español»). Las referencias a
«Octubre» de 1934 fueron continuas, recordando la «bárbara» represión sufrida, y
también a los dos años de gobierno del centro-derecha que ya comenzaron a llamar el
«bienio negro» del que mencionaban los incontables agravios causados por «el
fascismo vaticanista». En muchos mítines los oradores decían que el ciudadano debía
elegir entre la España «moderna, civilizada, progresiva, justa, humana», que ellos
representaban, y una España reaccionaria sometida al «fascismo y sus cómplices». En
uno de los mítines se dijo: «Toda la España feudal y católica, toda la España
inquisitorial y militarista, pretende convertir el panorama del país en el monótono
Iglesia y cárcel; patíbulo y bendiciones; hisopazo y hacha; olor a cera quemada y
una cabeza desprendida del tronco... y el 'tribunal popular' formado por el
terrateniente, el obispo y el banquero».62 Según José Manuel Macarro Vera, lo que
subyacía en este discurso de exclusión del adversario (que también utilizaba la
derecha, aunque desde unos supuestos completamente diferentes) era la «cultura
común que todos compartían, en la que la República era la revolución que había
venido a rectificar la historia de España. Porque vino a trastocarlo todo, sólo los
republicanos podían gobernarla en paz, porque, en definitiva, "España es lo que
nosotros pensamos". La diferencia con 1931 residía en que una parte de los
socialistas habían dado por caducada la misma revolución republicana, que debía
abrir paso a otra bien distinta, la obrera...».63

Como ha insistido José Manuel Macarro Vera, tanto las derechas como las izquierdas
hicieron «discursos de exclusión, de negación del adversario convertido en enemigo,
de quién era y no era España, de revolución y contrarrevolución, de referencias a
una guerra civil en ciernes... Los mensajes electorales reflejaban el
enfrentamiento entre dos sistemas de creencias, dos universos culturales opuestos,
que sólo entendían al otro como una amenaza para la pervivencia del propio».
Macarro Vera cita al diario sevillano El Liberal que el 29 de enero se preguntaba:
«¿Y el bando vencido, qué hará? De ahí la inquietud; porque se sospecha que no ha
de ser la actitud del vencido enteramente democrática, sino que el triunfo del
contrario iniciará una nueva lucha. Quiere esto decir que no habrá triunfo
legítimo; que no se le aceptará como tal, y que cada vencedor, por serlo,
encontrará al punto un rebelde poder agresor». Macarro Vera añade: «lo que estaba
también por ver era qué actitud adoptaría el vencedor ante el derrotado, el enemigo
vencido».64

A las elecciones también se presentó una tercera opción “centrista” (el Partido del
Centro Democrático) encabezada por el presidente del gobierno Portela Valladares y
auspiciada por quien le había nombrado, el presidente de la República Niceto
Alcalá-Zamora, que pretendía consolidar un centro republicano que superara la
bipolarización surgida de la Revolución de Octubre de 1934.48 Para cumplir el
encargo que le había hecho Alcalá-Zamora de formar un nuevo partido desde el poder,
Portela «manipuló los gobiernos provinciales de un modo frenético; en dos meses
nombró a ochenta y ocho gobernadores civiles, proporcionalmente un récord... Pero
todo esto le sirvió para poco. La mayor parte del "espacio político" estaba ya
ocupado y la opinión pública se encontraba mucho más movilizada y vigilante, por lo
que las maniobras caciquiles de antaño resultaban muy difíciles», afirma Stanley G.
Payne.65 José Luis Martín Ramos, coincide con Payne, al considerar que «el supuesto
centrismo portelista era estrictamente una operación de poder; los arquitectos de
su construcción, las dos principales magistraturas de la República [la presidencia
de la República y la presidencia del Gobierno]; sus capataces, los gobernadores
civiles, cuyo nombramiento dependía desde 1932 del presidente del Consejo de
Ministros; y por debajo de ellos los delegados gubernativos y las gestoras de los
ayuntamientos, facilitando el contacto y la negociación con los políticos locales y
los caciques para la organización de las candidaturas primero y para la
intervención sobre el escrutinio después».66 Esta valoración no es compartida por
Fernando del Rey Reguillo quien afirma que «el discurso del republicanismo
progresista —"tan amante del orden y que tan lejos está de Moscú como de Roma"— era
inequívocamente liberal, democrático y conciliador, y por ello mismo contrario a
los extremismos en lucha. Para esta fuerza, las circunstancias y las tensiones
presentes obligaban a la constitución "de un gran partido de centro que defienda el
orden social, el trabajo y el máximo respeto al régimen constituido"». [...] Su
predicción era nítida: "La República sucumbirá si no hay un centenar de diputados
de tipo centro"».67

Durante la campaña electoral se produjeron diversos incidentes que en algunas


provincias revistieron cierta gravedad. «La campaña fue intensa, apasionada, muy
diferente en la algo apática de noviembre de 1933... En otras palabras, discurso
inflamado y realidad relativamente tranquila. El Frente Popular tenía que llegar a
las elecciones y la derecha esperaba ganarlas, por lo que cada uno se dedicó a
movilizar a los suyos y no buscar en la calle el enfrentamiento con los demás»,
afirma José Luis Martín Ramos.68 Pero esta valoración no es en absoluto compartida
por Stanley G. Payne quien afirma que «durante la campaña, la violencia fue aún
peor que en 1933, año en el que se alcanzó el récord de incidentes en una campaña
electoral. Como era habitual, la mayor parte de las agresiones surgió de las
izquierdas, aunque un aspecto nuevo de 1936 fue la presencia de una derecha
radical, principalmente falangista, que con frecuencia participó en actos
violentos». De hecho, según los datos de Payne, de las 37 muertes que hubo entre el
1 de enero y el 16 de febrero de 1936, 14 de los fallecidos fueron izquierdistas,
seguidos de 10 derechistas, 3 miembros de las fuerzas de seguridad y 10 de
afiliación no identificada. Según Payne de los 45 incidentes más importantes de los
que disponemos de datos 31 fueron protagonizados por las izquierdas y 14 por las
derechas.69 Por su parte Luis Romero ha afirmado que «irregularidades fueron
cometidas por las derechas y por las izquierdas; es probable que un punto más por
aquéllas que por éstas, pues disponían de más dinero y de antigua experiencia [de
los tiempos de la monarquía]. A Ambas las superaron aquellos centristas que
provenían de una asociación provisional entre los presidentes de la República y del
Gobierno, quienes, fiados en la práctica electorera de ambos y en sus influencias
caciquiles, confiaban en obtener una mayoría; se equivocaron al creer que tenían
más partidarios de los que iban a votarles y en confiar en exceso en la habilidosa
acción de los gobernadores civiles. El hecho de que fracasaran viene a demostrar lo
que han señalado algunos autores: que el cuerpo electoral no estaba tan corrompido
como creyeron».70

El día de las votaciones, domingo 16 de febrero, también hubo algunos incidentes


(que causaron seis muertos y una treintena de heridos),71 pero «los votos y el
escrutinio se habían producido con normalidad en la mayoría de los distritos»,
aunque la movilización violenta de las izquierdas iniciada la mista tarde-noche del
domingo y que se prolongó durante los tres días siguientes provocó, según Stanley
G. Payne, la alteración del resultado en seis provincias en las que a las derechas
les arrebataron la mayorías que habían obtenido.72

El resultado
Las elecciones registraron la participación más alta de las tres elecciones
generales que tuvieron lugar durante la Segunda República (el 72,9 %; votaron 9 864
783 personas), lo que se atribuyó al voto obrero que no siguió las habituales
consignas abstencionistas de los anarquistas.73 Según el estudio realizado en 1971
por el historiador Javier Tusell sobre las elecciones el resultado fue un reparto
muy equilibrado de votos con una leve ventaja de las izquierdas (47,1 %; 4 654 116
votos) sobre las derechas (45,6 %; 4 503 505 votos), mientras el centro se limitó
al 5,3 % (400 901 votos), pero como el sistema electoral primaba a los ganadores
esto se tradujo en una holgada mayoría para la coalición del “Frente Popular”.
Además de la gran novedad de la desaparición electoral del Partido Republicano
Radical (que pasó de 104 diputados en 1933 a solo 5 en 1936), los resultados
mostraron la consolidación de tres grandes fuerzas políticas: los republicanos de
izquierda (con 125 diputados: 87 de Izquierda Republicana y 38 de Unión
Republicana), más la CEDA por su derecha (pasó de 115 diputados en 1933 a 88,
mientras el Partido Agrario pasaba de 36 a 11); y el PSOE por su izquierda (de 58
diputados pasaba a 99). El PCE entraba en el parlamento con 17 diputados, también
el Partido Sindicalista y el POUM, con un diputado cada uno.73

Portada del diario La Voz del lunes 17 de febrero que anuncia la victoria del
Frente Popular por mayoría absoluta. Aparecen las fotografías de los candidatos que
han resultado elegidos en la lista de Madrid (de izquierda a derecha): Julián
Besteiro, Manuel Azaña, Julio Álvarez del Vayo, Luis Araquistain, Francisco Largo
Caballero y Luis Jiménez de Asúa. El diario destaca también en la primera página
que el antiguo presidente del Gobierno Alejandro Lerroux no ha resultado elegido.
Asimismo anuncia que el gobierno de Manuel Portela Valladares ha declarado el
estado de alarma en toda España.
En total el "Frente Popular” contaba con 263 diputados (incluidos los 37 del “Front
d’Esquerres” de Cataluña) la derecha tenía 156 diputados (entre ellos solo un
fascista, que era del Partido Nacionalista Español, ya que Falange Española no se
quiso integrar en las coaliciones de la derecha porque le ofrecieron pocos puestos:
su líder José Antonio Primo de Rivera se presentó por Cádiz y no salió elegido, por
lo que no pudo renovar su acta de diputado y perdió la inmunidad parlamentaria) y
los partidos de centro-derecha (incluyendo en ellos a los nacionalistas de la Lliga
Regionalista y del PNV, y al Partido del Centro Democrático que rápidamente había
formado Portela Valladares con el apoyo de la Presidencia de la República) sumaban
54 diputados.74 «En el Frente Popular, los primeros puestos en las candidaturas los
ocuparon casi siempre los republicanos del partido de Azaña y en la derecha fueron
a parar a la CEDA, lo cual no confirma, frente a lo que se ha dicho en ocasiones,
el triunfo de los extremos. Los candidatos comunistas siempre estuvieron en el
último lugar de las listas del Frente Popular y los 17 diputados obtenidos, después
de conseguir sólo uno en 1933, fueron el fruto de haber logrado incorporarse a esa
coalición y no el resultado de su fuerza real. La Falange sumó únicamente 46 466
votos, el 0,5 % del total».74 Sin embargo, entre los socialistas prevalecieron los
candidatos «caballeristas» sobre los «prietistas», lo que denotaba que Indalecio
Prieto tenía un control solo relativo sobre las agrupaciones territoriales del
partido, a pesar de la mayoría que tenía en la Comisión Ejecutiva. En seguida Largo
Caballero se apresuraría a asegurar su control sobre el grupo parlamentario
socialista excluyendo de cualquier cargo interno a los seguidores «centristas» de
Prieto.39

Mapa del resultado de las elecciones de febrero de 1936 por provincias: en las que
ganó la izquierda marcadas en rojo, en las que ganó la derecha en azul y en las que
ganó el centro en verde.
El triunfo de la coalición de izquierdas en las elecciones se suele atribuir a que
los partidos que la integraban consiguieron movilizar a los sectores sociales que
los apoyaban y también a los del área de influencia de la CNT que esta vez no hizo
campaña en favor de la abstención e incluso alguno de sus líderes aconsejaron ir a
votar. Según José Luis Martín Ramos «la amnistía y el temor al fascismo» fueron el
aglutinante de la movilización, que no se produjo con la misma intensidad entre las
derechas, como lo demostraría el aumento de la abstención en las provincias de las
dos Castillas.75 Este historiador reconoce que durante la campaña electoral los
partidos coaligados en el Frente Popular defendieron sus respectivos programas,
incluso hubo «algunos actos específicos de frente único entre socialistas y
comunistas», pero afirma que «no fueron discursos de discrepancia, sino de
complementariedad y eso le proporcionó al Frente Popular el triunfo que la derecha
no esperaba».68 De esta forma se produjo «la victoria de la democracia» que
representaba el Frente Popular y «una derrota sin paliativos de las propuestas de
involución autoritaria, en términos de "Estado nuevo", de retorno a la monarquía o
de postulación directa del fascismo», asegura Martín Ramos.76

Gabriele Ranzato también considera clave para la victoria del Frente Popular el
voto de los que militaban en organizaciones anarquistas o simpatizaban con ellas y
que hasta entonces habían seguido las consignas abstencionistas. «En el programa
del Frente Popular estaban la amnistía y una serie de reparaciones a favor de los
que habían sufrido la represión de "Octubre", en las cuales estaban interesados
también los anarquistas». Pero Ranzato añade una segunda clave para explicar el
triunfo del Frente Popular (o mejor la derrota de las derechas): los votos de los
que en las elecciones generales de noviembre de 1933 se habían decantado por el
Partido Republicano Radical (PRR). «Temerosos ahora por el mantenimiento de las
instituciones republicanas, que las derechas parecen poner en peligro, votan por el
Frente Popular», asegura Ranzato.77 El líder de la CEDA también intentó atraerse a
estos votantes moderados y llegó a integrar en sus listas a miembros del PRR e
incluso presentó al desprestigiado Alejandro Lerroux por la circunscripción de
Barcelona, que no saldría elegido. Pero no lo consiguió porque muchos votantes del
PRR en 1933 eran conscientes de que había sido Gil Robles el que había roto la
alianza con los radicales, además de que muchos de ellos estaban muy alejados del
clericalismo y del carácter antidemocrático y autoritario de la CEDA (no olvidaban
que en Madrid Gil Robles se presentaba junto con Calvo Sotelo). Según Ranzato, el
fracaso de Gil Robles en atraerse el voto radical de 1933 fue «probablemente» «el
que determinó su derrota».78 José Manuel Macarro Vera, refiriéndose a Andalucía,
también considera clave en la victoria del Frente Popular que los antiguos votantes
del Partido Radial se decantaran por la coalición de izquierdas atraídos por «el
proyecto de recuperación republicana, plasmado en un moderado programa electoral de
contenido interclasista y no en alguna revolución que pretendiese ir más lejos» (en
Andalucía el Frente Popular habían obtenido 948 000 votos frente a los 772 850 de
las derechas).79

Francisco Pérez Sánchez ha destacado que las elecciones de febrero supusieron un


hito entre otras razones porque «fue la primera vez que un gobierno en España
perdía abiertamente unas elecciones convocadas por él mismo» (Pérez Sánchez
recuerda que las elecciones de noviembre de 1933, que ganaron las derechas, no
fueron convocadas por el gobierno social-azañista).80
El gobierno del Frente Popular: de febrero a julio de 1936
El debate historiográfico
Después de la guerra civil española, los meses del gobierno en paz del Frente
Popular son el periodo de la historia de España que más atención ha recibido y más
controversias ha suscitado.81 También ha sido el periodo al que más se le ha
aplicado el teleologismo histórico (ver el pasado desde el futuro, olvidando que
los que lo vivieron no sabían lo que ocurriría después), porque el relato de lo
sucedido entre febrero y julio de 1936 ha estado lastrado por lo que pasó a
continuación: el estallido de la guerra. Así muy frecuentemente el periodo ha sido
presentado como el «prólogo» de la misma, lo que conduce a la idea de que la guerra
civil fue «inevitable», y los meses anteriores son descritos «como una marcha o
descenso imparable hacia la catástrofe».82

Los vencedores en la guerra elaboraron una leyenda negra sobre el periodo (unos
meses teñidos de caos, conflictos y sangre)83, y en general sobre toda la Segunda
República Española, para justificar su golpe de Estado de julio de 1936 que
desembocó en la guerra civil. Entre febrero y julio de 1936, «las derechas no
dejaron de denunciar el presunto caos en el que estaba sumido el país, síntoma a su
juicio del desencadenamiento de un supuesto proceso revolucionario, para justificar
su propia radicalización y, a la postre, avalar la necesidad de una intervención
"salvadora" de las fuerzas armadas. Un argumento que sería esgrimido como baza de
legitimación por el bando insurgente».84 En el avance de la Causa General
franquista, iniciada en 1940, se decía lo siguiente:85
El Frente Popular, desde que asumió el Poder, a raíz de las elecciones de febrero
de 1936 —falseadas en su segunda vuelta por el propio Gobierno de Azaña, asaltante
del mundo político—, practicó una verdadera tiranía, tras la máscara de la
legalidad, e hizo totalmente imposible, con su campaña de disolución nacional y con
los desmanes que cometía y toleraba, la convivencia pacífica de los españoles. El
Alzamiento Nacional resultaba inevitable, y surgido como razón suprema de un pueblo
en riesgo de aniquilamiento, anticipándose a la dictadura comunista que amenazaba
de manera inminente.
La visión catastrofista elaborada por la dictadura franquista predominó durante
décadas —y todavía aún hoy pervive entre ciertos sectores, como los autores
encuadrados dentro del «revisionismo histórico en España»—.86 A esta se le sumó más
tarde la historiografía que sostiene la tesis del «fracaso» de la República como
«causa» de la guerra.87 Frente a la leyenda negra surgió una «leyenda rosa» pro-
republicana, que presenta una visión casi idílica del periodo88 y que se ha
confrontado con la visión negativa de aquella (o con la visión que identifica la
República con el mito de Ícaro: quiso volar tan alto, demasiado, que el sol
derritió sus alas, cayó y se ahogó en el mar)89. El historiador Fernando del Rey
Reguillo ha señalado que la historiografía que se ha empeñado «en rebajar contra
viento y marea las aristas conflictivas de aquella primavera, y en concreto la
responsabilidad de las izquierdas en ellas» busca «restar cualquier justificación a
la sublevación militar del 18 de julio de 1936, que desde el punto democrático no
la tuvo en ningún sentido, desde luego. El problema es que, con esa obsesión, en
realidad lo que hacen esos historiadores es tender un tupido velo sobre una de las
coyunturas más difíciles de la historia de España contemporánea, sino la que
más».90

La historiografía más reciente ha apostado por hacer un relato crítico del periodo
de gobierno del Frente Popular91 cuestionando tanto la leyenda negra como la rosa
(«la primera mitad de 1936 no fue ni un inevitable e imparable descenso a los
infiernos ni sólo una arcádica edad de oro de las reformas y la democracia», afirma
José Luis Ledesma)1,92 pero el debate sigue abierto.93 Por ejemplo, a la tesis del
«fracaso» de la República se le ha opuesto la tesis de que la República no fracasó
sino que «fue fracasada o, mejor dicho, abortada por la fuerza de las armas».94
Asimismo, se ha situado a la democracia republicana española en el contexto europeo
caracterizado por la «profunda crisis social, política y de legitimidad que definió
al periodo de entreguerras».95 Varios historiadores, entre ellos Fernando del Rey
Reguillo, han aplicado al estudio de la Segunda República y de la Guerra Civil el
concepto de brutalización de la sociedad y de la política de entreguerras que
definió George L. Mosse.96

Una parte importante de los historiadores sostienen que en absoluto puede hablarse
de una «primavera trágica» en la que el gobierno del Frente Popular hubiera perdido
el control de la situación porque en esos meses no se produjo, según estos
historiadores, una «situación de emergencia comparable no ya sólo a la de 1934 en
España sino a las vividas en el periodo completo de los años veinte y treinta por
países como Alemania e, incluso, Francia», aunque reconocen que la agitación social
y política en el campo y en la ciudad fueron constantes y el aumento de la
violencia explícita por causas políticas, alimentada por acciones de la izquierda y
la derecha, fue también innegable.97 Asimismo, como destaca Julio Aróstegui, «el
designio del Bloque Nacional, cuyo líder indiscutible es ahora José Calvo Sotelo y
de toda la oposición cedista con José María Gil Robles, de derivar sus acciones
hacia la ilegalidad, sacando partido de la agitación en la calle y haciendo
responsable de ello al gobierno, están también fuera de duda».97

Por su parte Enrique Moradiellos afirma que lo que hizo el gobierno del Frente
Popular no fue abrir «las puertas a la revolución social» sino poner en marcha «con
renovada energía» «todas las reformas anuladas o paralizadas en el bienio anterior
en un contexto de amplia movilización obrera y jornalera y de creciente intensidad
de la crisis económica», frente a lo cual «todos los partidos de la derecha fueron
fijando sus esperanzas de frenar las reformas por medio de una intervención militar
similar a la de 1923».98 Una posición similar a la de Moradiellos es la que
sostiene José Luis Martín Ramos: «Ni los gobiernos de febrero a julio
transgredieron el programa común [del Frente Popular], ni tampoco las
organizaciones ni las movilizaciones reivindicativas, que pudieron presionar para
su ejecución pero no para un cambio de programa». «Al contrario de la derecha no
republicana que optó por la conspiración militar, la izquierda frente-populista,
sin esconder cada organización sus objetivos finales ―como es lógico, nadie está
obligado a esconderlos―, no promovió la movilización revolucionaria. […] Confundir
movilización reivindicativa con movilización revolucionaria es un prejuicio
ideológico, social incluso, y un acto de demagogia reaccionaria. La izquierda no
confundía ambos tipos de movilización. Después de octubre de 1934 sabía que la
movilización revolucionaria no tenía posibilidades de éxito…».99 La conclusión de
estos historiadores es clara: «La desestabilización política real en la primavera
de 1936 no explica en modo alguno la sublevación militar [de julio de 1936] y menos
aún la justifica», afirma Julio Aróstegui;97 «la política y la sociedad españolas
mostraban signos inequívocos de crisis, lo cual no significa necesariamente que la
única salida fuera una guerra civil», subraya Julián Casanova.100

Eduardo González Calleja sostiene una posición similar. Reconoce que la violencia
sociopolítica de aquellos meses —«una de las etapas más sangrientas de la historia
democrática de España (sólo fue superada por la coyuntura revolucionaria de octubre
de 1934)»— «resultó clave en el proceso de deslegitimación del régimen» republicano
debido al «impacto psicológico acumulativo de los desórdenes públicos y la retórica
conservadora sobre la anarquía, incapacidad, cautividad o complicidad
gubernamentales», «pero la violencia por sí sola no destruyó la República». «La
guerra civil no tuvo su desencadenante en los muertos del Frente Popular, sino en
el fracaso parcial de un golpe militar que se estaba preparando seriamente desde
marzo». «Es un error creer que todo lo que ocurrió en la guerra ya había sucedido
antes de julio de 1936: revolución social, asesinatos políticos sistemáticos,
policías políticas y centros de detención, ejército miliciano, etc.».101

Joan Maria Thomàs no comparte completamente esas tesis porque cuestiona el relato
de que «la democracia republicana de julio de 1936 fue una democracia asentada,
aceptada, legalmente impecable, con un gobierno que hiciera respetar
escrupulosamente la legalidad constitucional». «Si examinamos la época de la guerra
y la de la breve y torturada Segunda República, no encontramos mayoritariamente ni
en las derechas ni en las izquierdas una convicción excesivamente firme de respeto
por los resultados de las urnas. Encontramos más bien algo diferente, a saber: que
tanto las derechas como las izquierdas y, en general, las diferentes opciones
políticas consideraban la fuerza como una alternativa aceptable al sufragio -por
supuesto, por razones ideológicas diferentes y en casos y grados diferentes-».102
Según Thomàs, la visión idealizada de la democracia republicana en sus últimos
meses fue elaborada y difundida por el bando republicano durante la guerra civil y
el exilio y en este sentido los republicanos ganaron «las batallas de la
legitimidad moral y de la propaganda, aunque en desgraciado contraste con la
victoria más importante, la militar», mientras que «los franquistas siempre
arrastraron su pecado original inverso, el de haber alterado con éxito la voluntad
popular y de ser, por tanto, ilegítimos».103 Thomàs destaca, por otro lado, que no
fue solo la extrema derecha la que pretendió derribar la República sino que «otros
partidos y sindicatos, desde posturas diametralmente opuestas, también estaban
dispuestos a acabar con la democracia para trocarla por otro tipo de régimen, y
actuaban en consecuencia».104

Fernando del Rey Reguillo, que también cuestiona el relato idealizado de la


democracia republicana en la primavera de 1936, señala como responsable principal
de la crítica situación que se vivió en España en aquellos meses (específicamente
en su mitad meridional) al proceso de radicalización del socialismo caballerista.
«Esto es: la constitución de un contrapoder protorrevolucionario a escala
municipal, las continuas vulneraciones de la ley, las ocupaciones de fincas, las
pulsiones anticlericales o el acoso a la ciudadanía conservadora, cuando no las
agresiones frontales y choques manifestados desde múltiples flancos». Y a
continuación explica que esos elementos «no fueron una creación de la propaganda
sobredimensionada de las derechas —por más que sus dirigentes buscaran explotar en
beneficio propio el desorden público—, tal como tantas veces han escrito los
historiadores y polemistas obsesionados con rebatir la lectura que a posteriori
hizo la dictadura franquista de aquella primavera "trágica". Una lectura que sin
duda persiguió justificar el golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Es verdad que
el tremendismo de los dirigentes derechistas, activado en el Parlamento o en la
prensa, se apoyó en estadísticas incompletas y repletas de inexactitudes. Pero lo
que revelan los estudios locales, al menos en el caso que nos ocupa [la provincia
de Ciudad Real] y en el de Andalucía, es que aquellos parlamentarios se quedaron
cortos. Obviamente, al constatar esto no se trata de dar la razón a los amanuenses
del franquismo, ni conferir legitimidad a las tramas conspirativas que se
pergeñaban en la primera mitad de 1936, pues de ningún modo se sostiene aquí que
hubiera una revolución comunista en marcha, que el fracaso de la democracia
republicana fuera inevitable o que la guerra civil hubiera empezado de hecho en
octubre de 1934».105 105 «Las compuertas del horror las abrió un golpe militar
frustrado que devino en guerra civil. Nada hacía inevitable, a pesar de todo, ese
desenlace, pero una vez que el país se adentró por esa senda ya no hubo marcha
atrás».106

José Manuel Macarro Vera, refiriéndose a Andalucía, también señala a los


socialistas y a las restantes organizaciones obreras como los responsables de que
«el Gobierno republicano en Andalucía [fuera] un remedo de poder». «¿Situación
revolucionaria esta? En tanto las relaciones entre las clases sociales se estaban
invirtiendo y en cuanto el poder del Estado se estaba desmoronando en beneficio de
nuevos poderes locales, que controlaban los partidos obreros, sin duda. Por el
contrario, si observamos que esos poderes emergentes carecían de un proyecto
político común que les encaminase a encarar lo que es esencial en cualquier
sociedad moderna, el núcleo de decisión política, el mismo Estado, a esta situación
revolucionaria le faltaba la cabeza. Sin ella, sin pensar que ese cúmulo de nuevos
poderes, para subsistir, necesitaban plantearse el de aquel con mayúsculas, el
Poder, la revolución acéfala podía derivar en cualquier cosa. [...] Mientras los
poderes llegaban a ser el Poder, no como conclusión de la acción revolucionaria en
ciernes, sino por el agotamiento previsto del que existía, todo podía irse al
traste al disolverse en la anarquía». Macarro Vera cita al líder socialista
moderado Indalecio Prieto que ya advirtió de este peligro sin que el sector
caballerista de su partido y de la UGT le hicieran ningún caso: «La convulsión de
una revolución, con una resultado u otro, la puede soportar un país; lo que no
puede soportar un país es la sangría constante del desorden público sin finalidad
revolucionaria inmediata; lo que no soporta una nación es el desgaste de su poder
público y su propia vitalidad económica, manteniendo el desasosiego, la zozobra y
la intranquilidad».107

Luis Romero califica el periodo de «prerrevolucionario» en el que «lo mismo


diputados (socialistas y comunistas, se entiende), que alcaldes o presidentes de
gestoras o Casas del Pueblo, se proponían implantar una situación revolucionaria
que eliminara la autoridad del Gobierno burgués y les otorgara a ellos poderes
omnímodos en las distintas áreas de su autoridad. En consecuencia, se
desinteresaban con demasiada frecuencia de que las exigencias laborales y horarias,
el escaso rendimiento de los trabajadores, la muerte de animales de labor y otros
desmanes, se produjeran en detrimento de todos, pero con repercusiones peores para
los menos dotados, en razón de su propia debilidad. Obreros y peones, a quienes se
les habían hecho concebir legítimas esperanzas, no admitían los fracasos, y la
frustración los empujaba a la cólera y la destrucción».108

Stanley G. Payne es el historiador que sostiene una posición más radicalmente


opuesta a la de los autores que afirman que en absoluto puede hablarse de una
«primavera trágica» en la que el gobierno del Frente Popular hubiera perdido el
control de la situación. Según Payne entre febrero y julio de 1936 España vivió un
«proceso prerrevolucionario» «de transición hacia la revolución directa»109 llevado
a cabo por la izquierda radical. Este «proceso prerrevolucionario» fue posible por
la complicidad y la cobertura legal del Gobierno del Frente Popular, que no solo no
reprimió en absoluto los abusos y los delitos cometidos por la «izquierda
revolucionaria», sino que en cambio llevó a cabo un arbitrario y sectario «acoso a
las derechas». La consecuencia de todo ello, según Payne, fue que la derecha,
«dadas las condiciones de impotencia en que se encontraba y la falta absoluta de
respuesta por parte del Gobierno» («en muchos países no se hubiese soportado ni la
mitad de lo que se venía soportando desde hacía meses en España») no le quedó otra
alternativa que apoyar la sublevación militar que se estaba preparando y que daría
«al traste con todas las ambiciones [de las izquierdas] de dominar España». Así
Payne responsabiliza en último término a las izquierdas del golpe de Estado de
julio de 1936 porque «quienes no deseen la contrarrevolución, que no emprendan la
revolución. Es así de sencillo». Payne concluye: «antes del 18 de julio, las
izquierdas destruyeron la democracia en España por medio de un proceso
revolucionario de erosión constante que duró cinco meses».110

El intento de golpe de estado del 17 al 18 de febrero, los primeros desórdenes


públicos y el cambio de gobierno
Artículo principal: Conspiración golpista de 1936

Gobierno de Manuel Portela Valladares (en la cabecera de la mesa). A la izquierda


vestido de uniforme el ministro de la Guerra, el general Nicolás Molero. Tanto
Portela Valladares como el general Molero resistieron las presiones de los jefes
militares encabezados por el general Franco y de los líderes de la derecha
antirrepublicana José María Gil Robles y José Calvo Sotelo para que declararan el
estado de guerra tras conocerse el triunfo del Frente Popular en las elecciones.
Nada más conocerse la victoria del Frente Popular, lo que suponía que la «vía
política» para impedir la vuelta de la izquierda al poder había fracasado tras la
derrota de Gil Robles y de la CEDA en las elecciones, se produjo el primer intento
de «golpe de fuerza» por parte de la derecha para intentar frenar la entrega del
poder a los vencedores. Fue el propio Gil Robles —quien ya en diciembre había
pulsado la opinión de los generales que él mismo había situado en los puestos clave
de la cadena de mando (Fanjul, Goded, Franco) en torno a un «golpe de fuerza»— el
primero que intentó sin éxito que el presidente del gobierno en funciones Manuel
Portela Valladares declarase el estado de guerra y anulara los comicios. Le siguió
el general Franco, aún jefe del Estado Mayor del Ejército, que se adelantó a dar
las órdenes pertinentes a los mandos militares para que declarasen el estado de
guerra (lo que según la Ley de Orden Público de 1933 suponía que el poder pasaba a
las autoridades militares), pero fue desautorizado por el todavía jefe de gobierno
y por el ministro de la guerra el general Nicolás Molero.111 Un papel clave en el
fracaso del golpe lo desempeñaron el director de la Guardia Civil, el general
Sebastián Pozas, viejo africanista pero fiel a la República, que cuando recibió la
llamada del general Franco para que se uniera a una acción militar que ocupara las
calles se negó, y también el general Miguel Núñez de Prado, jefe de la policía que
tampoco secundó la intentona. Al final el general Franco no vio la situación madura
y se echó para atrás, especialmente tras el fracaso de los generales Goded y Fanjul
para sublevar a la guarnición de Madrid.112

El argumento principal que utilizaron los defensores del «golpe de fuerza» fueron
los desórdenes que se produjeron en muchas localidades durante las celebraciones de
«júbilo agresivo»113 con motivo del triunfo del Frente Popular, especialmente en
torno a las cárceles rodeadas por la multitud, donde los presos «políticos y
sociales» se amotinaron para exigir su puesta en libertad inmediata, sin esperar a
la aprobación de la amnistía que podría tardar más de un mes —la amnistía era el
primer punto del programa con el que había ganado las elecciones la coalición del
Frente Popular—. En algunas cárceles se produjeron incendios provocados por los
presos, a menudo por los presos comunes que querían el mismo trato que los presos
políticos (una de la cárceles incendiadas fue el penal de San Miguel de los Reyes
en Valencia). En Oviedo la multitud fue encabezada por la comunista Dolores
Ibárruri Pasionaria y consiguió la liberación tanto de los presos políticos como de
los comunes.113 Hubo motines con víctimas mortales en los penales de Cartagena, El
Dueso, Chinchilla y Ocaña.114 También hubo manifestaciones e incidentes pidiendo no
solo la amnistía sino la readmisión de todos los trabajadores despedidos con motivo
de la Revolución de octubre de 1934. Incluso en algunas ciudades la UGT y la CNT
declararon la huelga general en apoyo de esas reivindicaciones, que fue respondida,
como en Zaragoza, por la declaración del estado de guerra por parte del general
Miguel Cabanellas, jefe de la V División Orgánica, y la manifestación obrera que
finalmente tuvo lugar fue disuelta por la guardia de asalto con el resultado de un
muerto y de varios heridos.115 También hubo muertos en las manifestaciones de Las
Palmas, Madrid, Villagarcía de Arosa, Vigo, Bollullos del Condado, Hoyo de Pinares,
Málaga y Barcelona.114 En Málaga murió en un tiroteo uno de los asaltantes a la
sede del periódico La Unión. Previamente habían intentado invadir el local de
Acción Popular.116 Como ha destacado Luis Romero, «los desórdenes y los excesos a
que se habían entregado socialistas, comunistas y anarcosindicalistas, que
ensombrecieron el panorama postelectoral en jornadas, entre jubilosas y
vindicativas, en las cuales asomaba aquí y allá el revanchismo violento, traían a
las derechas asustadas» (solo se tranquilizarían transitoriamente tras la alocución
radiada del nuevo presidente del gobierno Manuel Azaña del 20 de febrero por la
tarde).117

Asimismo en muchas localidades las comisiones gestoras de derechas nombradas por el


gobierno radical-cedista tras la Revolución de Octubre de 1934 fueron expulsadas de
los ayuntamientos para reponer en sus puestos a los concejales y alcaldes de
izquierdas destituidos, lo que provocó numerosos incidentes (en algunas localidades
se izó la bandera roja socialista en el edificio del consistorio).118116 También se
produjo el incendio de iglesias y asaltos a las sedes de los partidos de derechas y
de los periódicos de este mismo signo político (en Palma del Río el nuevo
ayuntamiento de izquierdas justificó el incendio de las imágenes de una iglesia y
de tres conventos alegando que obedecían «sin duda al abuso de procesiones y demás
manifestaciones externas de culto en que se ha derrochado dinero cuando los obreros
no tenían pan que llevarse a sus casas»).119 En Madrid pudo ser contenido el
intento de asalto de la cárcel modelo pero la multitud rodeó la Presidencia del
Gobierno en la Puerta del Sol.120121122 Por su parte la mayoría de los gobernadores
civiles, que eran los responsables del orden público, no solo no intervinieron sino
que muchos de ellos abandonaron sus cargos, sobre todo en cuanto en la tarde de ese
mismo lunes 17 de febrero conocieron la intención del presidente del gobierno
Portela Valladares de dimitir, creando así un vacío de poder que alentó aún más los
actos violentos. El resultado fue que en tres días, del 17 al 19 de febrero,
murieron 21 personas por incidentes políticos o político-sociales.123 «Sin embargo,
no hay pruebas de que esta agitación [de los partidarios del Frente Popular]
interfiriera de forma significativa en el recuento y registro de los votos», afirma
Stanley G. Payne.124

El general Franco, jefe del Estado Mayor del Ejército desde mayo de 1935. Encabezó
el grupo de generales que intentaron que el presidente del gobierno Manuel Portela
Valladares declarara el estado de guerra para impedir el acceso al poder del Frente
Popular. El nuevo gobierno presidido por Manuel Azaña destinó al general Franco a
Canarias, donde estuvo informado de la conspiración dirigida por el general Mola a
la que no se sumaría hasta el último momento (tras conocer el asesinato de Calvo
Sotelo).
El resultado del intento de «golpe de fuerza» fue exactamente el contrario del
previsto. El presidente del gobierno en funciones Portela Valladares entregó antes
de tiempo el poder a la coalición ganadora, sin esperar a que se celebrara la
segunda vuelta de las elecciones (prevista para el 1 de marzo). Así, el miércoles
19 de febrero, Manuel Azaña, el líder del "Frente Popular", formaba gobierno, que
conforme a lo pactado solo estaba integrado por ministros republicanos de izquierda
(nueve de Izquierda Republicana y tres de Unión Republicana, más uno independiente,
el general Carlos Masquelet, ministro de la guerra). A Azaña no le gustó esta forma
de recibir el poder, antes de la constitución de las nuevas Cortes y sin saber
siquiera el resultado electoral. «Siempre he temido que volviésemos al Gobierno en
malas condiciones. No pueden ser peores», anotó en su diario ese día.112 También
escribió: «Esto me fastidia; la irritación de las gentes va a desfogarse en
iglesias y conventos, y resulta que el gobierno republicano nace como el 31, con
chamusquinas. El resultado es deplorable, parecen pagados por nuestros
enemigos».125 En una intervención en las Cortes Azaña recordó que «cuando nosotros
llamamos de Gobernación [a las provincias], no había casi ninguno, ni gobernadores,
ni funcionarios subalternos en los gobiernos, ni nadie que pudiese responder ante
el nuevo gobierno de la autoridad provincial y local».126

La «dimisión-huida» de Portela Valladares, como la llamó Alcalá Zamora, recibió una


condena unánime.126 Manuel Azaña escribió en su diario: «Huye. Teme lo que puedan
hacer las masas victoriosas; entre otras cosas, teme que puedan tomar por asalto
las casas de los Ayuntamientos, cuyos concejales están suspendidos. Ya se le dijo
hace un mes, cuando empezaba a montar su artilugio electoral, que tan ruidosamente
se ha venido al suelo, que no pensase solo en el día 16, sino en el siguiente, y en
lo que podía ocurrir en los pueblos donde los partidos populares ganasen la
elección. No hizo caso. Al tropezar hoy con esta realidad lo único que se le ocurre
es darse a la fuga».122 El historiador italiano Gabriele Ranzato sostiene que
Portela Valladares, presa de un «evidente estado de miedo y postración», tomó
«aquella precipitada decisión [de dimitir] por su incapacidad de sostener la
situación en que se había visto envuelto, entre disturbios, desórdenes callejeros y
la amenaza de una intervención militar», «pero al margen de su falta de cualidades
personales para hacer frente con firmeza de espíritu a la situación en que se
encontraba, es un hecho que ni él ni ningún otro habría podido defender aquella
posición durante el tiempo que debía haber transcurrido antes de que el nuevo
gobierno entrase en funciones». Ranzato considera que Portela tenía razón cuando
escribió más tarde que si hubiera decidido tomar medidas drásticas no habría sido
secundado por las autoridades encargadas del orden público porque estas sabían «que
iban a pasar en breve bajo la obediencia de los mismos a quienes tenían que
combatir, exponiéndose a represalias» y que sólo podía hacer frente a la situación,
no un gobierno como el suyo «que las elecciones habían declarado sin arraigo», sino
un gobierno «prestigiado al máximo por su éxito electoral y por disponer de las
grandes cooperaciones morales y políticas que le prestaban los partidos que
integraban el Frente Popular».127 Por su parte el nuevo ministro de la Gobernación
Amós Salvador informó al gabinete el 20 de febrero, al día siguiente de su
constitución, que aún se mantenían «en algunas provincias el estado de irritación
que las intervenciones gubernativas produjeron en las pasadas elecciones» pero que
esperaba que la «serenidad se imponga» especialmente por parte de «aquellos
elementos que en él [en el gobierno] depositaron su confianza» (en referencia a sus
aliados de la izquierda obrera).128

Una de las primeras decisiones que tomó el nuevo gobierno fue alejar de los centros
de poder a los generales más dudosos de su lealtad a la República: el general Goded
fue destinado a la Comandancia militar de Baleares; el general Franco, a la de
Canarias; el general Mola al gobierno militar de Pamplona. Otros generales
significados, como Orgaz, Villegas, Fanjul y Saliquet quedaron en situación de
disponibles.129 Sin embargo esta política de traslados no serviría para frenar la
conspiración militar y el golpe que finalmente se produjo entre el 17 y el 20 de
julio, e incluso en algún caso, como el del general Franco, les hizo aumentar su
rechazo al gobierno de Azaña al considerar su destino a Canarias como una
degradación, una humillación y un destierro.130

La amnistía y el restablecimiento del gobierno de la Generalidad de Cataluña

Gobierno constituido el 19 de febrero bajo la presidencia de Manuel Azaña. De


izquierda a derecha: Mariano Ruiz Funes (Agricultura), José Giral (Marina), José
Miaja (Ejército) [sería sustituido por Carlos Masquelet poco después], Amós
Salvador (Gobernación), Augusto Barcia Trelles (Estado), Manuel Azaña (presidente),
Antonio Lara Zárate (Justicia), Santiago Casares Quiroga (Obras Públicas),
Marcelino Domingo (Instrucción Pública), Enrique Ramos Ramos (Trabajo) y Manuel
Blasco Garzón (Comunicaciones).
La medida más urgente que hubo de tomar el nuevo gobierno fue la amnistía de los
condenados por los sucesos de octubre de 1934, para lo que convocó a la Diputación
Permanente de las Cortes anteriores a pesar de que en ellas las derechas tenían la
mayoría. Si hubiera esperado a la constitución de las nuevas Cortes la aprobación
de la amnistía se habría retrasado más de un mes, algo inaplazable debido a que la
amnistía era clamorosamente exigida en las manifestaciones que siguieron al triunfo
electoral, y que ya había conducido a la apertura violenta de varias cárceles, de
las que salieron no solo los presos «políticos» (condenados por haber participado
en la fracasada Revolución de Octubre de 1934) sino también los «sociales» (es
decir los condenados por delitos comunes).131125 El periódico socialista de Jaén
Democracia justificó el 22 de febrero estos hechos, y en general todos los
desórdenes que se estaban produciendo, alegando que «la legalidad fue el cuchillo
de nuestra garganta en el bienio 1931-1933. Hagamos justicia republicana, aunque
prescindamos de la legalidad escrita que el pueblo ha borrado al manifestar su
voluntad en las urnas».132 Por su parte el secretario general del PCE afirmó: «¿Hay
algo que pueda ser más legal que la voluntad del pueblo?».133

Ante la gravedad de la situación Azaña esperaba contar con el respaldo de la CEDA y


esta efectivamente se lo dio en aras de la «pacificación social». El decreto de
amnistía fue aprobado por la Diputación Permanente por unanimidad el viernes 21 de
febrero.131125 La amnistía puso en libertad a unos 30 000 presos «políticos y
sociales», según Julio Gil Pecharromán; a algo menos de 15 000, según Stanley G.
Payne.134135 El apoyo de la derecha a la amnistía se debió a que esperaba que el
nuevo gobierno presidido por Azaña pusiera fin a los desórdenes que se estaban
produciendo desde que se había conocido el triunfo electoral del Frente Popular —
uno de los líderes de la CEDA, Manuel Giménez Fernández, se había reunido con Azaña
para ofrecerle su total colaboración para restablecer el orden público— y que
muchos miembros y electores de la derecha los veían como una amenaza contra sus
bienes e intereses e incluso contra la integridad de sus personas.136 Al día
siguiente de haber constituido su gobierno Azaña se había dirigido al país por la
radio para calmar los ánimos entre sus partidarios con la promesa de la amnistía y
la reposición de los ayuntamientos de izquierdas (según escribió el propio Azaña:
«lo habíamos acordado en consejo a fin de calmar el desordenado empuje del Frente
Popular y aconsejar a todos la calma»)117 y para tranquilizar a las derechas a las
que aseguró:137138

El gobierno no está movido por ningún propósito de persecución ni de saña. Todos


los rencores, con la responsabilidad del poder, no existen. Ninguna persecución se
ha de tomar por parte del Gobierno, siempre que todo el mundo se mantenga dentro de
la ley. Nosotros no conocemos más enemigos que los enemigos de la República y de
España.
Y a las izquierdas les dijo:139
El pueblo debe confiar en que aplicaremos puntualmente lo concertado, lo que ha
aprobado por gran mayoría el pueblo, que ha de contribuir al restablecimiento de la
paz en España, al aquietamiento de las pasiones, al olvida de las querellas, una
vez restablecida la justicia, y a encauzar la República por vías de paz,
tranquilidad, seguridad, que redundarán en beneficio del régimen mismo y de la
prosperidad nacional. [...] Unámonos todos bajo esa bandera en la que caben los
republicanos y los no republicanos, y todo el que sienta el amor a la patria, la
disciplina y el respeto a la autoridad constituida.
La alocución de Azaña fue tan conciliadora que al día siguiente la prensa de
derechas reconoció que el discurso había producido «una excelente impresión». El
diario monárquico ABC en su editorial le ofreció su «apoyo incondicional» y «el de
todos los españoles, republicanos o monárquicos, sin distinción de ideologías»,
aunque terminaba diciendo: «vamos a ver si es verdad» el buen propósito expresado
por el nuevo gobierno.128 En cambio, el periódico socialista caballerista Claridad
criticó el discurso negativamente.46

Este mensaje tranquilizador para las derechas lo volvió a repetir Azaña el 3 de


abril en su primer discurso ante las nuevas Cortes:140
Fundamos un régimen para todos los españoles, incluso para los que no son
republicanos; un régimen legal, basado en un democratismo que tiene por fundamento
la libertad de la opinión pública y el respeto a los derechos tradicionales de lo
que se llama el liberalismo, únicamente, y no quiero decir que levemente, coartados
por la creciente actividad interventora del Estado en la regulación de los
problemas de la producción y del trabajo.
Pero en ese mismo discurso también identificó la República con los partidos
republicanos:141
El Frente Popular es lo que es y lo que nosotros queramos que sea, no lo que
quieran los demás. No es la revolución social, ni es la labor de entronizamiento
del comunismo en España, no es eso; es otra cosa más fácil, más llana, más
inmediata y más hacedera: es la reinstauración de la República en su Constitución y
en los partidos republicanos, en los que la creamos, en los que la defendemos y
estamos dispuestos a seguirla defendiendo y a crearla todos los días.
El regreso a casa de los excarcelados por la aplicación de la amnistía fue recibida
con manifestaciones de júbilo que se sumaron a las que se venían produciendo tras
conocerse la victoria del Frente Popular en las elecciones. La prensa de izquierdas
habló de recibimientos «grandiosos» y de andenes abarrotados. Fueron objeto de
homenajes improvisados por parte de sus correligionarios con bandas de música que
tocaron La Internacional y con vivas al socialismo, a Largo Caballero y a Ramón
González Peña, el héroe de la Revolución de Asturias, «siendo imposible describir
la alegría reflejada en el rostro de todos los trabajadores», se decía en un
periódico.142 Sin embargo, ninguno de los líderes políticos ni de los militares
implicados en la Revolución de Octubre que habían sido condenados a muerte y que
ahora salían a la calle le agradeció al presidente de la República Niceto Alcalá-
Zamora los esfuerzos que hizo para que la pena capital fuera conmutada por la de
cárcel, salvándoles así la vida. Hubo una excepción: el comandante de artillería
Enrique Pérez Farrás que consiguió que Alcalá-Zamora lo recibiera y así pudo
expresarle personalmente su gratitud. Ni Companys ni sus consellers, que pasaron
por Madrid antes de dirigirse a Barcelona, ni ninguno de los dirigentes de la
Revolución de Asturias se acercaron al Palacio Nacional.143

Para intentar poner fin a las manifestaciones por el triunfo del Frente Popular que
con frecuencia derivaban en disturbios Azaña pactó con las organizaciones obreras
que en su lugar se celebrara una gran manifestación conjunta. Esta tuvo lugar el 1
de marzo en Madrid144 y en el resto de España («en todas partes, el entusiasmo fue
grande y el orden riguroso», comentó el diario liberal El Sol). En la de Madrid los
partidos obreros del Frente Popular le entregaron a Azaña un pliego de peticiones
que incluía algunas que no figuraban en el pacto firmado el 15 de enero, como la
aplicación de la amnistía a todos los delitos «sociales» que hubieran sido
calificados como «comunes», así como los condenados por tenencia de armas y
explosivos; la revisión del juicio por el asesinato en octubre de 1934 del
periodista Luis de Sirval que solo le había supuesto a su autor, un legionario,
seis meses de cárcel; llevar a juicio a los agentes y militares que hubieran
cometido arbitrariedades y maltrato a detenidos, incluyendo a los que los hubieran
«amparado y fomentado» desde las instituciones del Estado; la separación de sus
cargos de todos aquellos que sabotearan la democracia; y un gran plan de obras
públicas para mitigar el paro, que había aumentado de forma alarmante: de los 620
000 desempleados que había a finales de 1934 (en diciembre de 1931 había 389 000)
se había pasado a 844 000 en febrero de 1936.145146

El 28 de febrero el gobierno promulgó otro Decreto (publicado el 29 de febrero) de


readmisión de obreros despedidos «por sus ideas o con motivo de huelgas políticas»
cuya aplicación se retrotrajo al 1 de enero de 1934 para incluir también a los
anarquistas encarcelados tras la insurrección de diciembre del año anterior.133 El
presidente de la República Niceto Alcalá-Zamora se resistió a firmarlo alegando que
era contrario a la Constitución y que debería aprobarlo el Parlamento, a lo que
Azaña le respondió que su promulgación era imprescindible para el mantenimiento del
orden público, y Alcalá-Zamora finalmente lo firmó.147 En contra de lo establecido
en el pacto electoral las readmisiones serían obligatorias también para las
empresas privadas que tendrían que indemnizar a los trabajadores despedidos por
motivos políticos y sindicales por los jornales no abonados (nunca con menos de 39
jornales ni con más de los equivalentes a 6 meses).148133149

El decreto fue rechazado por los patronos (y por las derechas),150151 pues
incrementaba notablemente los costes laborales.152153 Según José Manuel Macarro
Vera, «la preocupación por las cargas económicas que el Decreto acarreaba eran
reales, especialmente en las pequeñas empresas, donde indemnizar y readmitir a uno
o dos despedidos, con la contracción económica del momento, no era una mera
simpleza. Por otra parte, el beneficio para los readmitidos suponía un perjuicio a
los que tenían que abandonar el trabajo para dejarles su sitio, haciendo de la
medida una espada de doble filo, que satisfacía a los despedidos y a los
sindicatos, pero a a costa de otros trabajadores y de un número de pequeños
empresarios, a los que se reclamaba como apoyo de un Frente Popular interclasista,
y que los republicanos no habían podido defender, al ceder en este tema a la
presión de las organizaciones obreras».154 El Ministro de Trabajo definió la medida
como «la aplicación a la materia social de la amnistía general». Por su parte el
ministro de Industria y Comercio en respuesta a una interpelación de un diputado de
la CEDA que le preguntó sobre los costes económicos de la aplicación del decreto le
dijo que la política económica del gobierno era de «justicia y honestidad» sin
explicar nada más.155 Finalmente las patronales recomendaron a sus afiliados que
acataran lo dictado por el gobierno para no agravar los conflictos.156 Sin embargo,
no parece que todos los empresarios siguieran sus recomendaciones pues el 30 de
abril otro Decreto estableció multas a quienes no cumplieran con las readmisiones y
las indemnizaciones, orden que se volvió a reiterar el 15 junio pues el Gobierno
tenía el «ineludible deber de poner fin a estas sistemáticas rebeldías, adoptando
medidas enérgicas que terminen de una vez con el estado de resistencia patronal
contra las resoluciones gubernamentales».155 Por otro lado, el gobierno también
dejó en suspenso otra de las medidas adoptadas tras la Revolución de Octubre por
los gobiernos radical-cedistas: los desahucios de arrendatarios, colonos y
rabassaires, que no se hubieran producido por falta de pago.151

Lluís Companys, restituido como presidente de la Generalitat de Cataluña tras la


aprobación de la amnistía por la Diputación Permanente de las Cortes el 21 de
febrero.
La salida de los miembros del gobierno de la Generalidad de Cataluña de la cárcel,
beneficiados por la amnistía, fue acompañada de inmediato por un Decreto que
reanudaba las funciones del Parlament, que en seguida aprobó reponer en su puesto a
Lluís Companys como Presidente de la Generalidad de Cataluña.134157 De nuevo Azaña
recurrió a la Diputación Permanente de las Cortes anteriores para aprobarlo el 26
de febrero (contó otra vez con el voto favorable de la CEDA, pero en esta ocasión
los monárquicos se opusieron).125158156 En el nuevo Consell Executiu Companys no
renovó en su puesto a Josep Dencàs, que fue sustituido por José María España, y
tampoco a Miquel Badia al frente de la policía.159 Este último, junto con su
hermano Josep Badia, fue asesinado a finales de abril cuando salía de su domicilio
en Barcelona. Los autores fueron casi con toda seguridad anarquistas en venganza
por la persecución a que los había sometido cuando ocupó la jefatura de la policía
en Cataluña.160

Con el restablecimiento del gobierno de Companys se satisfacía la principal


reivindicación del Front d'Esquerres, la versión del Frente Popular en Cataluña,
que había obtenido el 59 % de los votos, gracias en parte a que la CNT esta vez no
había hecho campaña a favor de la abstención, pues también buscaba la amnistía para
sus presos. Asimismo respondía a la nueva sensibilidad de los partidos republicanos
y de izquierda respecto a la cuestión regional, que se tradujo en la aparición de
propuestas de autonomía para otras regiones —Cambó llegó a decir: «hoy en España
hay la moda estatutista»—, y que pudieron comprobar los miembros del Gobierno
catalán cuando fueron aclamados en todas las estaciones de ferrocarril que
recorrieron los trenes que los llevaron de vuelta a Barcelona desde las cárceles de
Cartagena y del Puerto de Santa María donde habían estado más de un año presos.161
Pasaron por Madrid donde el Socorro Rojo Internacional organizó un gran mitin en su
honor en la plaza de toros. Desde allí viajaron a Barcelona. «El recibimiento que
hizo Barcelona a los amnistiados fue una de las mayores movilizaciones de masas
conocidas hasta entonces en la capital catalana; el entusiasmo conmovía a las
multitudes y a los fatigados ex presos. Companys pronunció un discurso apropiado a
las circunstancias, de tono mitinesco y exaltado... La llegada triunfal a Barcelona
tuvo lugar el 2 de marzo».125

Una de las primeras decisiones que tomó el Consell Executiu de la Generalidad de


Cataluña fue, de acuerdo con el gobierno central, empezar a aplicar la polémica Ley
de Contratos de Cultivo.134 Y por otro lado el tono reivindicativo de los partidos
políticos nacionalistas catalanes fue aumentando hasta rebasar en algunos casos los
límites del Estatuto. Manuel Carrasco Formiguera de la Unió Democràtica de
Catalunya dijo que «Cataluña ha de luchar hasta conseguir constituirse
políticamente, como nación que es, en Estado independiente que con toda libertad
pueda hacer las alianzas y confederaciones que crea convenientes», mientras que
Joan Comorera de la Unió Socialista de Catalunya, que poco después se integraría en
el nuevo Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), dijo que «debemos luchar
por la República Socialista Catalana federada con la Unión de Repúblicas
Socialistas Ibéricas y hermana de la URSS».162

La reposición de los ayuntamientos y la toma del poder local por el Frente Popular
Otra de las decisiones inmediatas que tomó el gobierno de Azaña —lo hizo el 20 de
febrero, al día siguiente de su constitución— fue la restitución de los
ayuntamientos de izquierdas y de las diputaciones provinciales que habían sido
sustituidos por comisiones gestoras de derechas por orden del gobierno radical-
cedista tras el fracaso de la Revolución de Octubre de 1934.163164128 También
fueron restablecidos en sus funciones los ayuntamientos vascos suspendidos en
1934.134165

Sin embargo, en muchas localidades los dirigentes y militantes de los partidos y


organizaciones del Frente Popular fueron mucho más lejos y ocuparon los
ayuntamientos gobernados legítimamente por las derechas —lo que provocó numerosos
incidentes y algunos muertos—166 para sustituirlos por comisiones gestoras
integradas por ellos, especialmente por socialistas, y que fueron «legalizadas» por
los nuevos gobernadores civiles. En Andalucía el cambio de ayuntamientos fue total
pues no se libraron los municipios donde las derechas habían ganado las elecciones
a Cortes y allí también los concejales de este signo político elegidos en 1931
fueron destituidos. Los principales beneficiarios fueron los socialistas que
llegaron a tener mucho más poder local del que tuvieron en 1931. Por su parte los
comunistas consiguieron concejales en varias capitales andaluzas y representantes
en las diputaciones.167 En la provincia de Ciudad Real los socialistas controlaron
nada menos que 57 ayuntamientos cuando antes de octubre de 1934 solo detentaban 8,
y ello a pesar de que en las elecciones de febrero las derechas habían ganado por
un amplio margen (habían obtenido el 52% de los votos frente al 41,5% del Frente
Popular y habían conseguido la victoria en más del 70 por ciento de las
localidades). Hubo casos en que las organizaciones obreras se posesionaron de los
ayuntamientos nada más conocerse la dimisión del gobierno de Manuel Portela
Valladares. La diputación provincial también fue «repuesta», lo que significó que
las izquierdas no cedieron ningún puesto a las derechas a pesar de su rotundo
triunfo electoral.168169 Los alcaldes y concejales depuestos apenas protestaron
intimidados por la presencia en las calles de multitudes de militantes y
simpatizantes de las izquierdas con sus banderas, puños en alto y cánticos e himnos
propios.170

Los gobernadores civiles que «legalizaron» el asalto al poder local por las
izquierdas recurrieron a argumentos carentes de legitimidad como el de la provincia
de Ciudad Real que declaró que su decisión tenía «como fundamento el temor de
alteraciones de orden público, por la manifiesta hostilidad del vecindario hacia
los elegidos el 12 de abril y en las elecciones parciales posteriores, quienes por
no ser afectos al Régimen no merecen la confianza de los republicanos». El
gobernador civil de Córdoba utilizó un argumento similar pues afirmó que había
decidido sustituir los ayuntamientos de derechas por gestoras de izquierda «al
amparo de un triunfo legítimo de las fuerzas del Frente Popular» y para poner fin a
«los antiguos concejos, hechuras de un caciquismo rural».171 Por su parte el nuevo
alcalde de Huelva, un republicano, justificó las sustituciones de los ayuntamientos
diciendo que se habían hecho para que «la fuerza no estuviese en poder de los
eternos enemigos del Pueblo y de la República». 167 Mientras que la prensa de
derechas denunció los hechos («se atropella el voto popular», dijo ABC), la de
izquierdas, como El Socialista, los justificó: «No había otro procedimiento para
rescatar de manos enemigas los Concejos».172 «A raíz del triunfo electoral, los
partidos del Frente Popular se sintieron legitimados para hacerse con el poder
local por la vía de los hechos consumados, amagando con utilizar la fuerza o en
virtud de órdenes gubernativas que se saltaban el principio de la legitimidad
democrática», afirma Fernando del Rey Reguillo.173 «La toma del poder local por el
Frente Popular no fue consecuencia de la ocupación espontánea de la calle por parte
de multitudes izquierdistas incontroladas. El proceso respondió a las líneas de
actuación establecidas por las cúpulas de las organizaciones obreras, en medio de
las cuales los republicanos de izquierda fueron meros compañeros de viaje», añade
del Rey Reguillo.174
La toma del poder local por la izquierda no se limitó a las alcaldías y a las
concejalías sino que los nuevos ediles procedieron a «depurar» a los empleados y
funcionarios municipales «desafectos» (aunque hubieran ganado su plaza por un
concurso-oposición), en una escala hasta entonces desconocida, para sustituirlos
por militantes de los partidos del Frente Popular, a menudo parientes o amigos del
nuevo alcalde o de los nuevos concejales.175176 Fue un «gigantesco spoils system»,
afirma Gabriele Ranzato.175 En la provincia de Ciudad Real «administrativos,
serenos, alguaciles, vigilantes de arbitrios, enterradores, guardas del campo,
policías y hasta algunos secretarios, médicos y farmacéuticos de los ayuntamientos,
estigmatizados por su pensamiento derechista, o simplemente por no ser clasificados
afines, fueron expulsados de sus puestos de trabajo —que muchos tenían en propiedad
— sin explicación alguna y saltándose los procedimientos legales. Desde el Gobierno
Civil se advirtió a las autoridades que las destituciones se realizaran ajustándose
a un expediente previo, pero no sirvió de nada. La mayoría de los cesados eran de
condición modesta y no pocos llevaban un buen puñado de años de servicio. Dio
igual».176 Lo mismo sucedió en Andalucía donde las advertencias de los gobernadores
civiles tampoco surtieron efecto y también se vieron afectadas personas de
condición modesta, como en la Diputación Provincial de Sevilla en la que fueron
despedidos albañiles, mecánicos, herreros, carpinteros, etc., siendo reemplazados
por miembros de los partidos del Frente Popular (o por sus conocidos), a los que se
subió el sueldo y se les rebajó el horario a 44 horas semanales.177 Los secretarios
municipales también advertían de que los acuerdos que se adoptaban eran ilegales
pero eran ignorados cuando no amenazados por la multitud que llenaba la sala de
plenos y que pedía su destitución (y algunos fueron cesados ilegalmente por ello,
aunque tenían la plaza en propiedad). Todo se justificaba alegando que se hacía
para «dar satisfacción al pueblo» y acabar con sus «enemigos», y cuando en las
pocas ocasiones en que eran criticados los nuevos concejales socialistas o
comunistas contestaban que no habían llegado a los ayuntamientos «para someterse a
la legalidad burguesa». En algún caso los destituidos fueron acusados de haberse
extralimitado en sus funciones o de haber cometido algún delito durante el «bienio
negro».178179 Cuando algún concejal republicano intentó que se pusiera fin a las
destituciones se le respondió que «tal perdón es contrario al sentido depurador del
Frente Popular».179

Los empleados públicos y los funcionarios destituidos, especialmente los que


detentaban sus puestos por oposición, denunciaron las arbitrariedades de que habían
sido objeto. La Federación Nacional de Obreros y Empleados Municipales envió varios
escritos de protesta al ministro de la Gobernación en los que le advertía del
«sinnúmero de cesantías de funcionarios municipales que se venían produciendo». El
Colegio del Secretariado Local de España también se quejó a las autoridades. Esto
motivó que el 15 de marzo el ministerio de la Gobernación enviara una circular a
los gobernadores civiles en los que les conminaba a «evitar las destituciones o
suspensiones de funcionarios municipales y provinciales decretadas por las
respectivas corporaciones sin sujeción a los trámites establecidos al efecto en la
legislación de la República, y cuyas denuncias se formulan en número crecido ante
este departamento». Pero la circular no surtió ningún efecto porque los
gobernadores civiles en general no fueron obedecidos y los empleados y funcionarios
de los ayuntamientos y de las diputaciones purgados no recuperaron sus puestos.180
181 El diario republicano El Sol publicó que en las destituciones lo que latía en
el fondo era «un visible encono de represalia y persecución políticas y un evidente
afán de convertir los Municipios en sucursales de los Comités de un partido
determinado». En el mismo sentido se expresó Acción Municipalista Española:182
Creemos que el momento en que los Ayuntamientos y las Diputaciones dejen de estar
usufructuadas por elementos irresponsables que los desnaturalizan, convirtiéndolos
en instrumento de persecución partidista y en el botín de sus clientelas políticas,
se habrá[n] sentado los jalones para el establecimiento del orden material y moral
del país.
Las «reposiciones» de los ayuntamientos también tuvieron su repercusión en el plano
simbólico como el cambio de nombre de parques y de calles que también incluyó a
personalidades republicanas opuestas al Frente Popular (la calle "Alejandro
Lerroux" de Alcázar de San Juan pasó a denominarse "del Dieciséis de Febrero").
Muchas calles y plazas recibieron los nombres de los líderes del Frente Popular o
de los «héroes de Asturias» como Luis de Sirval (y también de «héroes» locales
«caídos en Octubre»).183 También fueron revocados los títulos de hijos adoptivos a
las personas de derechas.179

En muchos lugares los ayuntamientos «invadieron las competencias del Estado,


interviniendo en asuntos gubernativos e incluso judiciales, controlando el orden
público y efectuando detenciones, ignorando las órdenes que el Gobierno mandaba en
sentido opuesto».184 En esta asunción de competencias que no les correspondían
desempeñó un papel clave la sustitución de los policías municipales y de sus mandos
por militantes de las organizaciones del Frente Popular, pues les permitió a las
autoridades locales «disponer de una policía afín, que se concebía, y rápidamente
pasaba a actuar, como una suerte de policía política a escala local». Esta policía
pronto se convirtió en el principal instrumento del acoso a las derechas y a las
personas y asociaciones que las apoyaban, quebrando con ello el estado de
derecho.185

Un ejemplo del desbordamiento de las funciones del Estado fue que en bastantes
lugares se establecieron controles en las carreteras y a los automóviles que
pasaban les cobraban una cantidad de dinero «con distintos pretextos».186 Diego
Martínez Barrio, entonces presidente de las Cortes, recordó en sus Memorias,
escritas después de la guerra, que eran frecuentes los asaltos «a viajeros
pacíficos, imponiéndoles contribuciones para mitigar la que se suponía hambre de
los pueblos», «donaciones» en dinero que en diversos puntos de bloqueo creados en
las carreteras en las afueras de los pueblos —y no solo allí— milicias y «guardias
rojos» improvisados pretendían de los ocupantes de los automóviles. El mismísimo
presidente de la República Niceto Alcalá Zamora tuvo que pagar en dos ocasiones
para que le dejaran pasar a pesar de que en una de ellas iba en el coche
oficial.187 Los «recaudadores» a veces alegaban que contaban con la aprobación del
Gobernador Civil o que lo hacían en respuesta a una provocación «fascista».188
Algunos gobernadores civiles intentaron atajar estas prácticas, pero no acabaron
con ellas como lo demostraría que en el mes de junio el gobierno de Casares Quiroga
les enviara el siguiente telegrama (cuya efectividad es dudosa pues el 1 de julio
un diputado de las derechas todavía denunciaba que continuaban la «impunidad» y los
«atracos»):189
Repitiéndose los casos de detención de automóviles en las carreteras y las
exigencias de cantidades a sus ocupantes con distintos pretextos, sírvase vuecencia
dar las órdenes necesarias a la Guardia Civil y a los agentes de la autoridad para
que corten tales abusos con una constante vigilancia y procedan a la detención de
quienes desatiendan sus indicaciones, previniendo a los alcaldes que, sin excusa
alguna, contribuyan a la eficacia de esta medida.
El poder local que, con la complicidad (o la impotencia) del gobierno, consiguieron
las izquierdas, especialmente los socialistas, lo utilizaron en el mundo rural para
«forzar a los propietarios, por cualquier medio, a ceder a todo tipo de acción o
demanda de los campesinos. Y en muchos casos no se trataba solo de grandes
propietarios de los cuales había que vencer la resistencia a expropiaciones
absolutamente justas y necesarias, sino también de agricultores medianos —y no
pocas veces incluso pequeños— cuyas fincas, según la reforma agraria de 1932,
habrían debido quedar, en todo o en parte, intactas».190

El aplazamiento sine die de las elecciones municipales


La destitución de los ayuntamientos de derechas y su sustitución por gestoras de
izquierdas, una medida «arbitraria» «contraria a la Constitución y a la democracia»
(según Gabriele Ranzato o Fernando del Rey Reguillo),191192 también se «justificó»
con la promesa de que pronto habría elecciones municipales (de hecho según la ley
la mitad de los ayuntamientos tendrían que haberse renovado en abril de 1933 y la
otra mitad en abril de 1935).193 El gobierno anunció el 13 de marzo que estas se
celebrarían el 12 de abril y se promulgó el correspondiente decreto. Pero poco
después el gobierno decidió aplazarlas debido a los problemas que habían surgido en
el seno de la coalición del Frente Popular a la hora de elaborar las listas de los
candidatos y ante el temor de que se presentaran por separado republicanos y
socialistas (y comunistas) lo que podría dar el triunfo a las derechas como había
ocurrido en las elecciones de noviembre de 1933.193 En esta ocasión las
organizaciones obreras querían copar las listas a diferencia de lo que había
ocurrido en las elecciones generales de febrero en las que las candidaturas habían
sido integradas mayoritariamente por los republicanos de izquierda.194 El propio
Azaña le escribió a su cuñado Rivas Cherif el 29 de marzo:195193196

Lo del Frente Popular anda mediano. [...] Fuera de las Cortes, por esos pueblos, no
nos entendemos. Con motivo de las elecciones municipales hay un alboroto tremendo.
Socialistas y comunistas quieren la mayoría en todos los ayuntamientos y además los
alcaldes. Hay capitales, como Alicante, donde la mayoría republicana es aplastante,
en que de 21 concejales quieren 19, y 2 para los republicanos. Y así en casi todas
partes. Han cometido la ligereza de decir que eso lo hacen para dominar la
República desde los ayuntamientos y proclamar la dictadura y el soviet. Esto es una
simpleza, pero por lo mismo es dañoso. Los republicanos protestan y el hombre
neutro está asustadísimo. El pánico a un movimiento comunista es equivalente al
pánico a un golpe militar. La estupidez sube ya más alta que los tejados. Tendré
que suspender las elecciones, si no se llega a un acuerdo, para evitar que
republicanos y sociales vayan desunidos y a favor de esto triunfen las derechas,
como el año 33.
En la decisión de aplazar las elecciones municipales Azaña contó con el apoyo del
presidente de la República Niceto Alcalá Zamora que opinaba que no podían
celebrarse por «el estado de terror en que vive el país» (valoración que era
compartida por el líder de la CEDA José María Gil Robles que consideraba que el
orden público estaba «gravísimamente perturbado» y que se estaba creando un
«verdadero ambiente de guerra civil»)193 y que además temía que sirvieran para
iniciar la revolución. En sus Memorias se refirió al «anuncio hecho por los
extremistas de que una vez ganadas por ellos, incluso contra los republicanos de
izquierda, esas votaciones, por medio del terror, izarían la bandera roja sobre los
ayuntamientos y exigirían la capitulación de los poderes de la República». El
decreto de aplazamiento Alcalá Zamora lo firmó el 3 de abril, el mismo día en que
en las Cortes la izquierda iniciaba el procedimiento para su destitución.191

Alcalá-Zamora había escrito en su diario a mediados de marzo:197


Le he advertido con toda lealtad al Gobierno que los desórdenes, por su
continuación, reparto estratégico entre todas las provincias de España, audacia,
persistencia, obedecen a un plan sistemático, que intenta llegar hasta las
elecciones municipales, viciadas moral y jurídicamente de raíz si en tales
circunstancias se celebran. De ello será víctima el Gobierno mismo y sus partidos,
pues lo que se busca es presentar una votación fabulosa, bajo el terror, los
retraimientos y falsedades que consientan, aumentando la coacción revolucionaria
que se llama con eufemismo presión de la calle...
La ofensiva de las organizaciones obreras en el campo: ¿una revolución agraria?
Según Gabriele Ranzato, en la primavera de 1936 «lo que se fue progresivamente
delineando era mucho más que una simple reforma agraria: se trataba de una
amplísima transferencia de propiedad de la tierra que no concernía solo a los
latifundios y a las fincas de los grandes terratenientes y que en muchos casos se
configuraba como una confiscación».198 En el campo las organizaciones obreras se
lanzaron a derribar el orden existente sin esperar a que el gobierno comenzara a
aplicar el programa del Frente Popular sobre la «cuestión agraria».148 Para el caso
de Andalucía José Manuel Macarro Vera ha señalado lo siguiente: «La vuelta a la
explotación y dependencia tradicionales en 1935 sembró de frustración las
esperanzas que se les abrieron en 1931. Ahora, en 1936, cuando los socialistas de
los pueblos abrieron los diques y encabezaron la agitación, la explosión de los
desheredados se revistió de cólera. En el momento en que las organizaciones obreras
les anunciaron que el día de la redención estaba llegando, salieron tras ellas a
invertir las relaciones sociales, en las que ellos habían sido siempre los
desposeídos. Ninguno podía entender que el mercado mundial hubiese hundido el valor
de las olivas, que el precio del trigo estuviese por los suelos o que fuesen
demasiados para las tierras que había. La liberación definitiva que tenían en
puertas solo podían comprenderla desde el horizonte en que su incultura y miseria
los tenía atados: la del estrecho marco local en el que vivían. Este era el mundo,
todo el mundo, y porque así era, el horizonte revolucionario no fue más allá de los
límites de cada pueblo. Motivos latentes para que brotase la explosión los había de
sobra, pero fue la acción de los socialistas la que la hizo salir de la manera en
que lo hizo...».199

Para lograr el objetivo de subvertir las relaciones sociales existentes las


organizaciones obreras im

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