Lo Negativo. Figuras y Modalidades (OCR)

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 214

Lo negativo

Lo negativo
Figuras y modalidades

André Missenard
Guy Rosolato
Jean Guillaumin
Julia Kristeva
Yvonne Gutierrez
Jean José Baranes
René Kaes
René Roussillon
Raoul Moury

Amorrortu editores
Buenos Aires
Directores de la biblioteca de psicología y psicoanálisis
Jorge Colapinto y David Maldavsky
Le négaUf. Figures et modalités, A. Missenard, G. Ro­
sol ato, J. Guillaumin, J. Kristeva, Y. Gutierrez, J. J.
Saranes, R. Kaes, R. Roussillon, R. Moury
© Bordas, París, 1989
Traducción, José Luis Etcheverry

Unica edición en castellano autorizada por Bordas, Pa­


rís, y debidam ente protegida en todos los países. Que­
da hecho el depósito que previene la ley n ° 11. 723.
© Todos los derechos de la edición castellana reser­
vados por Amorrortu editores S.A., Paraguay 1225,
7 ° piso, Buenos Aires.

La reproducción total o parcial de este libro en forma


idéntica o modificada por cualquier medio mecánico
o electrónico, incluyendo fotocopia, grabación o cual­
quier sistema de almacenamiento y recuperación de
información, no autorizado por los editores, viola de­
rechos reservados: Cualquier utilización debe ser pre­
viamente solicitada.

Industria argentina. �ade in Argentina

ISBN 950-518-519-7
ISBN 2-04-018765-0, París, edición original

Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192.


Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en julio de
1991.

Tirada de esta edición: 2.000 ejemplares.


Indice general

13 Introducción: registros de lo negativo en


nuestros días, André Missenard

23 1. Lo negativo y su léxico, Guy Rosolato


23 1. Negativo
26 2. Negación
26 3. Negatividad
27 4. Denegación [dénégation]
29 5. El désaveu
32 6. La forclusión
33 7. Lo inconciente
35 B. Lo incógnito

39 2. Una extraña variedad de espacio o el


pensamiento de lo negativo en el cam­
po del psicoanálisis, Jean Guillaumin
39 l. Acerca de una definición de lo negativo
41 11. La consideración de lo negativo en el disposi­
tivo concreto y en el pensamiento teórico de
Freud. Origen y etapas
49 111. Después de Freud. El devenir de· su pensa­
miento en sus herederos
53 IV. Apreciar el problema que plantean los nue­
vos dispositivos
56 V. La proxemia analítica en sentido propio y el
extraño espacio trasfero-contratrasferencial
60 VI. La importancia de la proximidad corporal
,,detrás» en la cctravesía de los fantasmas,, y en
su retorno elaborador

7
63 VII. El papel de las fuentes colaterales en los n ue.
vos dispositivos
64 VIII. Lo originario
65 IX. ¿Para concluir? La dialéctica del afue ra y del
adentro. y los caminos de la interioridad

67 3. Comentarios sobre el texto de J. Gui­


llaumin, Julia Kristeva
67 l. La noción de negativida d
72 11. La negativa del significante en el discu rso de­
presivo
74 111. Acerca del cara a cara y las terapias de grupo
76 IV. Pensamiento de lo negativo y crisis moder­
nas

79 4. «Ser o no ser», en grupo. Ensayo clíni­


co sobre lo negativo, André Missenard
e Ivonne Gutierrez
80 I. Supresión en un grupo: un caso clínico
81 11. De la circulación del significante «<supresiónn
83. 111. Supresión y. origen
83 1. El grupo, los psicoanalistas y sus sueños
85 2. Relato de un sueño
86 3. Funciones del sueño
89 4. La supresión del origen, de los analistas, de
los participantes
90 5. La elaboración de la supresión por parte de
los analistas
91 6. La situación de los comienzos
93 IV. Del pequeño grupo a la cura
93 1. Observaciones sobre lo 11analítico» en el peque­
ño grupo y en la cura
96 2. Trasmisión, trasferencia, identificación
98 3. A propósito de las reacciones terapéuticas ne­
gativas

Reacción terapéutica negativa y omnipotencia, 98.


Narcisismo del paciente y narcisismo del psicoana-

8
lista. 99. La contratrasferencia ·y las reacciones tera­
péuticas negativas, 100.

103 5. Desmentida, identificaciones alienan­


tes, tiempo de la generación, Jean José
Baranes

103 l. Historias de familia


105 11. Un temblor histérico poco singular
107 111. Un Arlequín servidor de dos amos
115 IV. Acto fallido, mensaje bien recibido
117 V. Una identificación alienante
. 118 VI. El trabajo de lo negativo
120 VII. Negativo y función parental
122 VIII. Las construcciones transgeneracidnales
123 IX. Análisis en impasse y desmentida de la
realidad
125 X. Desmentida de la realidad y tiempo vivido
127 XI. Un anclaje necesario en el tiempo de la ge­
neración

130 6. El pacto denegativo en los conjuntos


trans-subjetivos, René Kaes
130 l. Para una metapsicologia trans-subj�tiva
130 1. El sujeto singular y el conjunto, Jo fransindi­
vidual y lo trans-subjetivo
133 2. Los puntos de anudamiento del sujeto en el
conjunto
135 3. Conceptos de la realidad psíquica en los con­
juntos trans-subjetivos
137 11. Tres modalidades de lo negativo y su destino
en los conjuntos trans-subjetivos
137 1. La negatividad de obligación

Las negatividades de obligación en la formación y el


mantenimiento del vínculo trans-subjetivo, 139. La
represión en la alianza sangrante de Freud y de Fliess,
a propósito de Emma Eckstein, 139. La denegación
compartida, soporte de la identificación en un grupo.

9
141. La supresión y la renuncia necesaria a la asocia­
ción dentro de un conjunto, 143. El rechazo y el de­
sechamiento de lo irrepresentable, 143.

145 2. La negatividad relativa

La neg atividad relativa y el espacio de lo posible en


el vínculo, 146. El albergu e de lo posible en el gru.
po, 147.

1 49 3. La negatividad radical

Destino de la negatividad radical en el vínculo y en


el conjunto trans-subjetivo, 151. La negación de la
negatividad radical en la utopía, 152.

156 III. El pacto denegativo, alianza sobre lo negativo

Una formación psíquica bifase, 156.

158 1. El pacto denegativo: una alianza compleja pa•


ra negar la negatividad radical y ligar las nega­
tividades de obligación
159 2. Pacto denegativo y contrato narcisista
161 3. Pacto denegativo, comunidad de la renuncia,
comunidad de la desmentida y alianza denega­
tiva
165 IV. Las negatividades de la ruptura de las alian­
zas en el conjunto
166 l. La ruptura por el odio
167 2. El desasimiento de la masa: el camino del
héroe
168 3. La pulsión anarquista
168 4. El análisis de lo negativo y de su formación
en los conjuntos trans-subjetivos

110 7. El pacto denegativo originario� el do­


meñamiento de la pulsión, y la supre­
sión, René Roussillon

171 Algunas reflexiones sobre el estatuto del mito


de la horda primitiva

10
173 l. El pacto denegativo de los hermanos

La fijación totémica, 175. El banquete totémico, 176.

177 II. La domesticación y el domeñamiento de la


puls1ón
181 III. El uProyecto,, (1895), el domeñamiento del re-
cuerdo y el doble
182 IV. Julio y Anna
184 V. El mito del héroe de escritura
186 VI. La supresión del papel de los hermanos
186 VII. El contenedor mudo: para abrir la cuestión
de las relaciones de lo femenino con el pacto de­
negativo

189 8. El apoderamiento visual o la desmen­


tida de la pérdida, Raoul Moury
189 l. De la pulsión de muerte al trabajo de lo nega-
tivo
192 II. Paul y Sarah
195 III. La desmentida de la pérdida
198 IV. El apoderamiento de lo visual

203 Bibliografía

11
Introducción: registros de lo
negativo en nuestros días
André Missenard

No-pensado, no-yo, grado cero del funcionamiento


psíquico, no-pecho, no-madre, deseo de no-deseo, son
formulaciones presentes en los escritos psicoanalíticos
contemporáneos.
Pero esta tendencia no es reciente: la alucinación
negativa, la trasferencia negativa, la reacción terapéu­
tica negativa han precedido, bajo la pluma de Freud,
a la negación/denegación, a la desmentida [dénil.
Lo negativo es, en consecuencia, en el psicoanáli­
sis, tanto de ayer como de hoy. Y por cierto que no
es solamente asunto de analistas.
En las producciones de la cultura contemporánea
podemos encontrar figuras de lo negativo. Un texto de
Beckett lo atestigua:

•He renunciado antes de nacer, no es posible otra co­


sa, hacía falta sin embargo que eso naciera, fue él, yo
estaba adentro, es así como lo veo, fue él quien gritó,
quien vio la luz del día, yo no he gritado, no he visto
la luz del día, es imposible que tenga una voz, es im­
posible que tenga pensamientos, y hablo y pienso, ha­
go lo imposible, no es posible otra cosa, es él quien
ha vivido, yo no he vivido, él ha vivido mal, a causa
de mí, se va a matar, a causa de mí, voy a narrar eso,
voy a narrar su muerte, el fin de su vida y su muerte,
a medida que suceda, en presente, su muerte sola no
seria suficiente, no me bastaria, si tiene estertores es
él quien los tendrá, yo no tendré estertores, es él quien
morirá, yo no moriré11. 1

1 Pour finir encore, et autres foirades, París: Editlons de Minuit,


1983.

13
Lo atestiguan también ciertas par ticularidades de la
Pintura, en las que aquello que Freud design aba la
•des -composición de la persona lidad pslquic an o, en
otro lugar, la "pluralidad de las personas psíqu icas11,
encuentra un eco visual en pintores de este tiemp o,
en quienes lo positivo de la unidad del cuadro, del te­
ma de la composición, de la figura humana, ha cedi­
do el paso a la ruptura, la discontinuidad, la de-c ons­
trucción más o menos armónica.
Ahora bien, en psicoanálisis, lo negativo se ha s i­
tuado recientemente en el primer plano de la act uali­
dad. Lacan antes, sin designarlo como tal, aludió a ello
con el 1ede-ser11 y la práctica del pase, especialmente.
Hoy se asiste a una renovada reflexión sobre lo neg a­
tivo, de lo que dan testimonio, por ejemplo, las inves­
tigaciones de A. Green, de G. Rosolato, de J. Guillau­
min. ¿Cuáles son las razones?
Tres clases de respuestas, por lo menos, se pueden
ensayar para esta pregunta:

La primera es de orden clínico. La clínica ha cam­


biado. Los casos actuales son sin duda más difíciles
que los del pasado. Tal vez ello se deba a la mayor di­
fusión del psicoanálisis en la cultura y al reclutamien­
to de pacientes que es su consecuencia. El reclutamien­
to de neuróticos en la burguesía vienesa no coincide,
evidentemente, con el nuestro. Ciertos pacientes con­
temporáneos se encuentran en una dificultad para pen­
sar, que no es sólo del orden de la prohibición o de
la inhibición.
El analista se encuentra hoy con formas de patolo­
gía que no fueron individualizadas en los primeros
tiempos del análisis: se admite que neurosis de vacío,
patologías narcisistas, enfermedades del ideal deben
ser comprendidas y abordadas en la cura de manera
diferente. Las patologías narcisistas reconocen una ba­
se depresiva, es decir, una organización que se expre ­
sa menos con las categorías del tener que con las del
ser: ser/no ser; existir/no existir.

La segunda respuesta se relaciona con las concep·


éiones actuales del funcionamiento psíquico. L a tópi-

14
ca ya no es sólo individual sino que es dual (J. J. Ba­
ranes, 1986a: M. Th. Couchoud, 1986) o plural. La gé­
nesis de la perturbación psíquica debe ser remitida a
las generaciones anteriores (J.EsJ. Baranes, 1986a). Es­
lo transpsíquico transgeneracional, puesto en marcos
tán lejos los tiempos en que unos pocos colegas soste­
nían que hacían falta tres generaciones para la apari­
ción de una psicosis. Hoy se habla de trasmisión trans­
generacional (J. J. Baranes, 1986a) y aun de tópica
intersubjetiva (J. J. Baranes, 1986a; M. Th. Couchoud,
1986): lo denegado en un progenitor puede prolongar­
se de manera directa en el delirio de un hijo. Lo nega­
tivo de uno (o la ,cnegatividad11, como en este libro pro­
pone decir J. Guillaumin) es trasmitido al otro y lo de­
termina en su patología.
De manera más general, lo que no está, lo que fal­
ta, lo que es negado, reprimido, forcluido (tomo en
préstamo esta fórmula de R. Kaes), eso mismo, curio­
samente, es lo que se trasmite: la tara de un antepasa­
do, el suicidio de otro se mantienen ocultos, se silen­
cian. Los pacientes pagan el precio de la trasmisión
silenciosa de eso negativo que anda, de esos tcespec­
tros11 que perduran y regresan.
Además, en ciertos grupos, al comienzo de su fun­
cionamiento, cada cual debe luchar con la angustia de
no ser (R. Kaes, 1976), y se encuentra en tcurgencia
identificatoria11 (A. Missenard, 1982).

Una tercera respuesta invoca las concepciones re­


cientes de la estructura de la psique y las consecuen­
cias que de ellas se siguen para la cura.
Las elaboraciones del análisis han conducido a la
hipótesis, necesaria para la comprensión y la conduc­
ción de ciertas curas, de un nivel primero de funcio­
namiento psíquico, en que las psiques de la madre y
la del infans no están individualizadas ni son distin­
tas. Si los cuerpos se separan en el alumbramiento,
no ocurre lo mismo con las psiques, que se encuen­
tran, en parte, en lo que llamo un 11funcionamiento psí­
quico común11 (A. Missenard, 1987b).
Para su madre y su padre, el hijo ocupa un lugar
como tcproyecto11 en la prolongación del narcisismo de
. ellos, y además se aloja en el deseo inconciente de su

15
madre. Menciono aquí estas evidencias para precisar
que el deseo fnconC'iente no remi te sólo a lo reprimid
o
(constit uido, por ejemplo, por representaciones verba.
les antes concientes), sino también a lo que nunca h
a
sido representado y que, en consecuencia, permane ce
no representable, al menos por medio de palabras. Es.
to reprimido, por una parte, y esto no represen table,
por la otra, se sitúan en el núcleo del funcionamiento
psíquico inicial y constituyen la 11sustancia común11 de
la madre y del infans.
Son indispensables teorizaciones de esas primeras
bases de la psique para que los analistas puedan pen­
sar, representarse, aquello que concierne a lo que po.
demos llamar, sin duda, lo negativo primero.
Me refiero aquí a los conceptos de originario y al
pictograma de P. Aulagnier, a las nociones de envol•
turas psíquicas iniciales: yo-piel, envoltura sonora, de
D. Anzieu, a la teoría de la cchisteria arcaica» propuesta
por Joyce McDougall (según la cual en la psique de
ciertos pacientes funciona una suerte de cuerpo para
dos), a la teoría de la seducción generalizada de J. La­
planche. El analista necesita de estas teorías para que
ciertos pacientes puedan construirse, allegándose a él,
a partir de lo negativo de donde se desprendieron los
primeros jalo�es identificatorios que lo unieron a su
madre, a partir también de significantes tanto más
"enigmáticos» para el niño cuanto que eran ignotos pa­
ra la madre, quien empero los implantó en la psique
de su bebé.

Desde luego que estos tres ejemplos que hemos ele­


gido para abordar lo negativo no tienen nada de ex­
haustivos. Pero alcanzan para sugerir la hipótesis de
que la categoría de lo negativo originada en la filosofía
pueda llegar a ser una categoría «comodín,. en que se
. mezclen -en confusión- lo negado, lo reprimido, lo
forcluido. El concepto de trabajo de lo negativo o de
negatividad genera cierto orden, porque se lo conside­
ra en su acción para los diferentes niveles del aparato
psíquico. Pero ello mismo hace deseable una explor�­
ción diferente, que se proponga alcanzar un esclar eci­
miento de otra índole.

16
Para conseguirlo son necesarios modos particula­
res de abordaje. Dos ejemplos:

El primero concierne al analista

Para uoír» o para upercibir» lo que está en el incon­


ciente del paciente y que funciona sin por eso haber
sido reprimido -es decir, sin haber pasado primero
por el estado de representación (verbal)-, es sin duda
deseable una posición subjetiva diferente del analista,
una actitud psíquica particular. Me refiero a lo que ha­
ce no mucho tiempo propuso Bion, cuando aconsejó
al analista una suerte de vacío mental en sesión, y a
lo que Meltzer apuntó acerca de aquellos sueños del
analista en que intervienen sus pacientes.

El segundo atañe al encuadre

Los profesionales se ven hoy llevados a imaginar


dispositivos, encuadres novedosos, y se sitúan en el
interior de ellos en su condición de analistas. Por ejem­
plo: la consulta terapéutica, la terapia familiar analíti­
ca, el grupo. Parece defendible la hipótesis de que al­
gunos de estos dispositivos tienen la potencialidad de
hacer aparecer la dimensión de lo negativo.
Este libro tuvo su raíz en un coloquio organizado
por el CEFFRAP2 en París; se realizó en mayo de 1987
y tenía dos objetivos: contribuir a las investigaciones
psicoanalíticas actuales sobre lo negativo, su función
en la psique, en la cura, su lugar en la teoría. El se­
gundo objetivo era abordar esa investigación no sólo
a partir de la experiencia de la cura, sino también a
través de las experiencias hechas con otros dispositi­
vos. Estos movilizan diferentemente el aparato psíqui­
co, los procesos psíquicos operantes no son en ellos

2 CEFFRAP: Cercle d'Etude Frarn;ais pour la Formation et la


Recherche Active en Psychologie. La preparación científica del co­
loquio se realizó en colaboración <;on J. J. Baranes. Y. Gutierrez Y
R. Kaes.

17
l os mismos, y por lo tanto parece que su considera­
ción puede enriquecer los debates teórico-clínicos •
80
bre lo negativo.
Este abordaje, lateral, se propone e1h acer trabajar
el concepto., en la perspectiva indicada recientemente
por Canguilhem: el concepto está 1 cpara hacer Variar
su extensión y su comprensión; para generalizarlo por
la incorporación de rasgos excepcionales; para expor­
tarlo fuera de su región de origen; para tomarlo como
modelo a fin de conferirle progresiv amente la función
de una forman.

Este libro, entonces, además de textos teóricos, con­


tiene trabajos que son fruto del estudio de situaciones
clínicas que están ccfuera de la región de origen» (del
concepto), fuera de la cura, 1eextra-muros 11, según la ex­
presión de J. Laplanche (1986).
Los autores examinan y elaboran en estas páginas
los fenómenos que se desarrollan en aquellas situacio­
nes en presencia del analista y con la participación de
este.
Es obligatorio fundamentar la elección de esta po­
sición metodológica.
Si, según Canguilhem, un concepto se tiene que tra­
bajar fuera del lugar de su nacimiento, no es injustifi­
cado, bajo ciertas condiciones, utilizar referencias ana­
líticas para elaborar procesos surgidos en dispositivos
que no son los de la cura. Más adelante volveremos
sobre esas ctcondiciones•>.
De acuerdo con la posición de G. Rosolato ( 1980)
sobre el «psicoanálisis trasgresivo•,, en algunos casos
no se obtiene progresión si no es apartándose de los
caminos balizados para explorar senderos desconoci­
dos donde todavía es posible hacer descubrimientos;
esto al precio de riesgos por los cuales Ferenczi, por
ejemplo, debió pagar durante varias décadas . . .
En las situaciones que consideramos aquí , el psi­
coanalista está 11sin diván según la fórmula de P. C.
►►,

Racamier, de lo cual Freud ha sido el primero en dar


numerosos ejemplos: la interpretación de los sueños,
la psicopatologia de la vida cotidiana, el chiste, el ccLeo­
nardo da Vinci 11•

18
He intentado mostrar (A. Missenard, 1979), a pro­
pósito del ,,Leonardo11 (1910), que Freud introduce en
ese trabajo los primeros jalones de una teorización fu­
tura del narcisismo (1914), antes de las prolongacio­
nes que le proveerá en 11Duelo y melancolía11 (1917). Pe­
ro, además, el análisis de 11Leonardo11 es para Freud,
y a través de ese personaje, un momento de análisis
y de elaboración personales. En esta perspectiva, Leo­
nardo pudo ser uno de los primeros pacientes que con­
dujeron al analista a elaborar sus posiciones (contra-)
trasferenciales y a hacer progresar el indispensable
análisis del analista.
Las situaciones aquí consideradas organizan un en­
cuadre diferente del de la cura. En este último caso,
el encuadre es del registro de lo inmutable: el escena­
rio, las reglas. Es el lugar donde se deposita la parte
11no-yo11 del paciente (J. Bleger, 1966; J. L. Donnet, A.
Green, 1973). Es el espacio transicional donde actúan
el 11amparo11 y la 11asistencia corporal11 (holding y hand­
ling). A las reglas de lo inmutable -el tiempo, el espa­
cio, primeras 11categorías del entendimiento11- se agre­
ga la regla que define la posición subjetiva del analis­
ta: 11die Versagung11, de manera impropia traducida por
11frustración11, que J. Laplanche (1987b} prefiere desig­
nar como posición de 11rehusamiento11, no sin relación
con lo que J. Guillaumin, en este libro, indica como
el retraimiento del analista, posición que estuvo en el
origen mismo del análisis y en la definición d�l tra­
bajo del analista.

Ilustraremos aquí, por medio de la situación par­


ticular del 11grupo pequeño con analistas11, la elección
metodológica de los dispositivos estudiados.
Reglas de tiempo y de espacio se enuncian en tal
caso, y se adopta la posición de 11rehusamiento11 del ana­
lista. Este se encuentra desplazado, se sitúa en otra
parte y de otro modo, y ha definido las condiciones mis­
mas que le permiten 11funcionar11 como analista.
En este encuadre, los procesos que se despliegan
presentan los criterios de lo analítico: fantasma, pala­
bra, sexual, trasferencia (J. Laplanche, 1986). El en­
cuadre ha creado, en efecto, condiciones de surgimien-

19
to de la trasferencia: la situación genera, para los par­
ticipantes de estos grupos pequeños reunidos en tomo
de dos analistas, búsquedas identificatorias, deman­
das de saber (sobre los orígenes). Estas búsquedas y
estas dem andas implícitas pero motivadoras -a la vez
comunes a los participantes y particulares de cada uno
de ellos- movilizan fantasmas, significantes, represen­
taciones sexuales (imagoicas sobre todo).
Puesto que no se les da ninguna respuesta, se ha­
rían insistentes, repetitivas y estériles si el funciona­
miento común de los participantes no fuera elaborado
por los analistas a la luz de su propio funcionamiento
fantasmático de dos, tal como lo genera el material de
las sesiones: este último es, por su parte, el reflejo y
el eco de la problemática inconciente de los analistas
(por referencia a su objeto común de trabajo, el grupo
pequeño en este caso).
Así el analista, desplazándose y estableciendo las
reglas necesarias, instaura condiciones propicias pa­
ra su trabajo de escucha del inconciente. De est a for­
ma puede poner en evidencia modos de funcionamien­
to de la psique que difícilmente se movilizarían en la
cura: articulación de lo individual y lo grupal, distri­
bución de la tópica del sujeto en el grupo (tomado co­
mo objeto), en los otros, en los analistas, modalidades
identificatorias de los intercambios, repartición y re­
agrupamiento de los rasgos unarios, difracción de los
.grupos internos" en el suefio, la histeria y el grupo (R.
Kaes, 1984).
En vista de ciertas formaciones del inconci ente, de
imagos (terroríficas), la individuación de algunos su·
jetos se ha podido establecer sólo con dificultad o de
manera parcial: un trabajo de separación pri mera no
ha sido ni posible ni suficiente. El carácter dual de la
cura no siempre vuelve realizables su asunción o co n·
sumación. Siguen siendo entonces dominantes las par­
tes simbióticas de la psique, a las que pertenecen aque·
llas imagos.
El dispositivo de grupo pequefio con analistas per·
mite que pasen a ser figurables y registrables esas o r·
ganizaciones del inco?ciente. En este caso, una distri·
bución plural de la topica individual acaso devuelva

20
vida y movilidad a lo que en una relación dual ccfusio­
nal» (que reproduce la de los orígenes) no puede sino
permanecer inmutable e irrepresentable.3
Dentro de este dispositivo, lo negativo se tendrá que
registrar en los diferentes niveles de funcionamiento:
en los orígenes de la institución, del grupo pequeño,
en la psique de los analistas, en los vínculos entre los
participantes . . .
Otro dispositivo es el de la consulta familiar psico­
analítica. La escucha del funcionamiento psíquico en
su dimensión grupal puede conducir al analista a re­
gistrar ese operador negativo asaz particular que es
la desmentida [déni], que las generaciones preceden­
tes han aplicado por intermedio de una tópica inter­
subjetiva. Existe un efecto de trasmisión transgenera­
cional de formaciones psíquicas que, mantenidas fue­
ra de represión, son actuantes de manera repetitiva.
Para facilitar su elaboración, el analista recurrirá a los
movimientos contratrasferenciales que experimente
dentro de este dispositivo.
Advierta el lector el amplio abanico de los trabajos
reunidos en este libro. Lo negativo es la ocasión de ar­
ticular investigaciones teórico-clínicas y de sostener la
promoción de un nuevo ccpsicoanálisis aplicado», cuya
definición se vuelve más ceñida en este contexto. A
nuestro parecer, merece menos que nunca el oprobio
y cierto desprecio que durante mucho tiempo, e injus­
tamente, lo han marcado.
La diversidad de los campos expuestos y de los mé­
todos utilizados en esta obra es introducida por el pre­
cioso 11léxico de lo negativo» propuesto para esta oca­
sión por G. Rosolato.

3 Una elaboración, que no cabe hacer en el contexto de este


libro, permitiría matizar esta tesis, que se refiere a los efectos de
ciertas sesiones de grupo pequeño de duración breve, en compara­
ción con lo que sucede en curas interminables.

21
1. Lo negativo y su léxico
Guy Rosolato

Existe en psicoanálisis una constelación de térmi­


nos técnicos, construidos, ya desde el cdnconciente11,
con un prefijo típico (in, des, que corresponde al c un 11
del alemán), lo que muestra la importancia especula­
tiva de lo negativo, opuesto a lo positivo fijado por un
pensamiento empírico, intuitivo, ccnaturalmente11 rea­
cio a la sustracción y la falta.
Trataré de exponer esos términos que han adquiri­
do, desde los textos freudianos, y en particular por las
traducciones en francés, un valor, una significación
nuevos en función de una elaboración teórica y prác­
tica. Las palabras así empleadas responden a una ne­
cesidad de exactitud. Diferencias precisas establecen
una coherencia entre las definiciones que les corres­
ponden. Un afán de mayor exactitud introduce por
fuerza variaciones, matices, hasta una deriva, que per­
tenecen al pensamiento freudiano y dan testimonio de
su vitalidad.

l. Negativo

Este término general lleva una marca, un signo(-)


que es casi siempre, en una primera aprehensión, pe­
yorativo. Indica en las cosas, las operaciones, los me­
canismos, una falta, un estorbo, un retardo, una inte­
rrupción (por referencia a una continuidad), una im­
posi bilidad -lo inexpresable, aun lo indecible-, una
pérdida de fuerza, de energía (hasta se podría decir,
para una corriente eléctrica continua, con su polo ne­
gativo, un regreso, en sentido descendente), una im­
portancia menor(bajo, poco y menos, en relación con

23
alto, mucho y más), también en cuanto al valor (lo ne.
gro, lo oscuro, opuestos a lo blanco, a lo claro).
Desde ahora se advierte que presuposiciones id ea­
les y morales, según las expectativas y los deseo s, di ­
rigen esta separación en positivo y negativo y, de una
manera general, entre el bien y el mal. En fin, to do
deseo responde efectivamente a una falta.
Cabe verificar tres niveles de manifestaciones pro­
gresivas de lo negativo, siguiendo las indicaciones de
J. Hyppolite acerca del pensamiento hegeliano (1953,
pág. 135 y sig.).

l. Dentro de la diversidad (empírica), la identidad,


la unidad inmediata, se distingue, se diferencia de esa
diversidad, la multiplicidad exterior, uel resto»: estaco­
sa, considerada en relación con lo que ella no es. La
determinación es negación, sostenía Spinoza. Conflicto monádico
2. Dentro de la oposición, la diversidad pasa a ser
una dualidad donde cada cosa se vincula con su otra,
en una diferencia común. Así la diversidad se reflexio­
na en el sujeto cognoscente. La diferencia es en este
caso intrínseca a la cosa, como oposición no sólo sub­
jetiva, sino objetiva. El sujeto se sitúa en función del
Otro, dentro de su deseo. Conflicto diádico
3. Y, con la contradicción, la diferencia interna se
da en la oposición entre lo positivo y lo negativo, en
una solidaridad completa, donde lo uno no subsiste sin
lo otro. Conflicto triádico

Así se reconoce el lado positivo de la contradicción,


de lo negativo, por medio de una negación de la nega­
ción, es decir, por la negatividad. Esta es la mediación
fundamental. (Y nlo singular no es lo universal» se in­
vierte, por una negación de cada término, en celo sin­
gular es lo universalu.)
En el psicoanálisis, este movimiento dialéctico se
verifica en el trabajo de lo negativo para todo pasaje
o cambio: es la dinámica más fecunda, encaminada
a una elucidación del deseo en relación con el Otro Y
lo ignoto (inconnu]. Hasta podríamos designar, siguien­
do esos tres tiempos: el tiempo de la represión o rigi­
naria, en cuanto a la diversidad; el de la proyección

24
y de la identificación proyectiva, en cuanto a la oposi­
ción, y el del conflicto, en cuanto a la contradicción.
Por este camino estamos en condiciones de evaluar
y de hacer evolucionar las cuestiones que se refieren
a la identidad de sí, a la relación con el Otro, a las iden­
tificaciones y a los efectos del superyó, de la represión
y de los mecanismos de defensa (donde, si forzamos
la etimología, podemos oír el prefijo ude», cedes», que sig­
nifica alejamiento, separación, privación). Toda resis­
tencia es también una manifestación de lo negativo,
de un rehusamiento. Pero del mismo modo tenemos
que pesquisar los vuelcos por los cuales efectos positi­
vos vienen de lo negativo: la defensa, la resistencia se
manifiestan como una protección que trabaja en un
sentido vital.
Esos vuelcos se deben comprender, en consecuen­
cia, en dos sentidos contradictorios: el sentido que va
hacia lo positivo, desde una defensa o una represión,
como etapa evolutiva, o también una suspensión, co­
mo una ruptura que permite aprehender lo ignoto y,
así, iniciar una búsqueda, una interrogación, de don­
de pueden nacer una progresión, un cambio; a la in­
versa, hacia lo negativo puede ir el predominio de una
desvalorización depresiva, el refuerzo de unas defen­
sas, o la estabilización en el vuelco continuo sosteni­
do por la duda escéptica u obsesiva, y hasta por el do­
ble vínculo irresoluble.
Es evidente que la valorización idealizada, incluso
teórica, pesa en un sentido o en otro: términos como
narcisismo, identificación proyectiva y aun psicosis
(exceptuada la paranoia), se pueden considerar, en las
elaboraciones teóricas que hoy se ensayan, momen­
tos evolutivos fecundos, y convertirse de ese modo en
conceptos de potencialidad positiva.
Con lapulsión de muerte, por ejemplo, ese mismo
vuelco sobreviene según las teorías reivindicadas: en
el dualismo pulsional estricto, por la intricación con
la pulsión de vida; pero, si se considera que la pulsión
de muerte es un mito biológico, ella es entonces, en
el plano teórico y en el clínico, una suspensión, una
detención en cuanto a la idea de la muerte, en cuanto
a la muerte, a partir de lo cual una búsqueda episte-

25
mofílica que reconozca la relación de ignoto permite
invalidar explicaciones demasiado fáciles o sistemáu.
cas, la de la pulsión de muerte justamente, y ayuda
a retomar un rumbo y a hacer preguntas dirigidas a
respuestas o descubrimientos nuevos (G. Rosolato
1988).
Una terminología que deje lugar al vacío, al a guje­
ro, a la nada, por medio de diversas metáforas , res­
ponde a una necesidad diagnóstica y a una técnica ana­
lític a apropiada a las estructura s clínicas que se han
presentado. El psicoanálisis en negativo se puede con­
siderar uno de los cinco ejes fundamentales del psi­
coanálisis y de su práctica (G. Rosolato, 1977).
Los trabajos franceses han puesto de manifiesto,
con toda consecuencia y originalidad, la importancia
de lo negativo. Citaré, en este sentido, el libro de J.
Guillaumin ( 198 7e).
Que se vea en esta corriente una tendencia apofá­
tica no debe ser motivo para eludir ni para rechazar
temerosamente esta orientación so pretexto de umisti­
cismou (en ciertas bocas analíticas es la acusación prin­
cipal; volveré sobre esto). Sabemos bien que un 11rea­
lismo11 positivista puede no ser más que un dogmatis­
mo y una defensa frente a lo ignoto y, en consecuencia.
frente al cambio.

2. Negación
El término negación quedará reservado al uso ver­
bal, lingüístico, de lo negativo, dentro de términos es­
pecíficos (no, ni). El verbo correspondiente es, en con­
secuencia: negar.

3. Negatividad
En una perspectiva hegeliana, siguiendo la ense­
ñanza de J. Hyppolite (op. cit., pág. 135), negatividad
conviene únicamente a la negación doble, ula negación
de la negación,,. Esta progresión dialéctica no está li­
mitada a ser una mediación filosófica. Tiene su corres-

26
pondiente en el análisis, en el apres-coup, en los me­
canism os de defensa, en las tomas de conciencia, en
el juego de los significantes dentro de los efectos me­
tafóricos, y en los cambios de perspectiva. El psico­
an álisi s es una dialéctica.

4. Denegación [ dénégation]
Establezcamos ante todo que se trata de un uso par­
ticular de la negación (por lo tanto, de una expresión
verbal, como se dijo). Esta figura ha sido descrita con
toda precisión por Freud en su artículo ccDie Vernein­
ung» [uLa negación») (1925a). La operación mental,
levantar la represión y mantenerla en el plano verbal
por medio de la negación, exige dos tiempos: una pri­
mera enunciación referida a una representación (he so­
ñado con una mujer), y después la negación formula­
da, pro.nunciada (no es mi madre), que proporciona
una información sobre el anonimato primero (de esta
mujer), al tiempo que rehúsa el sentido implicado.
Esta operación merece ser valorizada con un tér­
mino apropiado, denegación, que no se confunde con
cualquier empleo de la negación [négation); en efecto,
es lo bastante distinta y precisa, se la observa a me­
nudo en el curso de un análisis, y su confirmación se
establece en un tercer tiempo gracias a elementos su­
plementarios, en particular el sentido dominante (co­
mo el deseo en el sueño) que levanta la represión (en
efecto, es mi madre).
Una ventaja evidente de este término es que el ver­
bo que le corresponde, dénier, conserva su especifici­
dad y permite prevenir toda confusión con los verbos
vecinos y diferentes: désavouer (como lo veremos) y
nier (que corresponde a la simple negación).
Se plantea este problema: ¿se debe pensar que to­
da negación en el análisis implica una denegación, en
un vuelco hacia la afirmación, a riesgo de convertir
a esto en un procedimiento? En tal ca�o. la distinción
negación/denegación perdería su pertinencia.
Es verdad que el sueño, hecho de significantes de
demarcación y de representaciones con dominante vi-

27
sual, no puede figurar la negación (aunque la encon­
tramos sin duda presente y discernible como manda­
miento o formulación verbal, como sentimiento expe­
rimentado), salvo a través de ciertos recursos, como
la interrupción, el soslayamiento de una acción em ­
prendida; esto hace que una escena representada de
manera positiva pu�da implicar una negación.
Si se generalizaran en la interpretación, incluso fue­
ra del relato del sueño, estos vuelcos en los dos senti­
dos entre lo positivo y lo negativo instituirían una per­
petua sospecha y, empleados sin discernimiento, re­
ducirían la significación a una gratuidad constante.
Ahora bien, Freud, en su ejemplo de operación de
denegación, muestra que la interpretación se atie ne
a reglas: aquí, la secuencia imagen anónima/negación
de aquella precisa imagen mencionada, constituye, pa­
ra este conjunto, una fuerte presunción de sentido.
Podemos del mismo modo, al menos en el caso del
sueño, descubrir encadenamientos comparables. Por
ejemplo, quiero señalar que, en el adulto, una mani­
festación franca de un deseo, según el modelo del sue­
ño infantil, deja traslucir una astucia del inconciente
para negar por lo contrario otro deseo menos admisi­
ble ( que no concierne al progenitor figurado, sino al
del otro sexo).
Y de una manera más directa, todo enunciado, has­
ta en su forma más positiva, es portador de un valor
denegatlvo (soy valiente: no soy miedoso). Lo mismo
puede ocurrir con su forma negativa, que admita una
argumentación semejante a la de Freud (no he ido al
cine ayer «realmente11: no vaya usted a creer que tenía
ganas de ir).
Los actos, las palabras y las intenciones no deben
ser confundidos, evidentemente: a veces se encuentran
en desacuerdo total, aun si el sujeto no lo sabe.
Pero estos vuelcos de sentido, esta negativación, só­
lo se podrán tomar en cuenta y demostrar en los ca•
sos en que se disponga de elementos ciertos, repetl·
dos y patentes dentro de un conjunto, lo bastante pa­
ra confirmar el mecanismo.
En consecuencia, aquella negación que registra una
ausencia real no se puede tomar de manera sistemátl·

28
ca por una afirmación; la denegación corresponde a
una operación específica que requiere en efecto un tér­
min o ad hoc.

5. El désaveu
En 1965, en ocasión de unas conferencias que dic­
té en la Escuela Freudiana de París sobre las perver­
siones, preferí traducir Verleugnung por désaveu (cf.
mi te xto 11Etude des perversiones sexuelles a partir du
fétichisme», G. Rosolato, 1967); lo hice, en consecuen­
cia, antes de conocer las opciones del Vocabulaire de
la psychanalyse que Laplanche y Pontalis publicaron
en 1967.
El término désaveu es citado comúnmente en los
diccionarios de alemán-francés. Además, el uso en in­
glés ya se había establecido en la Standard Edition con
disavowal: de este modo se producía una concordancia.
Désaveu convenía, por sus significaciones implíci­
tas, mejor que démenti (que sugiere, aun de manera
lateral, la mentira, lo cual no se corresponde con el
proceso fetichista) o que déni (que tiene el insigne in­
conveniente de que el verbo que le corresponde es dé­
nier, lo que produce una molesta confusión con déne­
gation, ligada con el mismo verbo). Evitamos esta con­
fusión con el verbo désavouer.
Además, la confesión (aveu) contenida en el térmi­
no señala bien el hecho de tener que reconocer lo que
es de aceptación difícil y que pone en juego la culpabi­
lidad (cf. el diccionario Robert). Désavouer es, enton­
ces, no querer admitir. Littré precisa, en su dicciona­
rio , que por la confesión se reconoce que una cosa es
0 no es, y por el
désaveu se está uen contradicción
con••. ». Además, Littré llega a aceptar una descom­
posición del término en a-voeu, donde voeu es prome­
sa, consentimiento (se vouer), deseo (soy yo quien des­
taco). Todo esto coincide con la descripción que Freud
s�s�enta acerca de la Verleugnung, del désaveu, a pro­
Pósito del fetichismo (y de la perversión), pero también
de la neurosis obsesiva y de la psicosis, en cada caso
de u na manera diferente y con el clivaje que corres-

29
ponde. No retomaré aquí el diagnóstico diferencial que
es p reciso establecer para esas diversas manifestacio­
nes del désaveu, como lo he hecho en otra parte.
Quiero destacar con claridad que, a diferen cia de
la negación, que es siempre un paso a la enunciación
verbal, el désaveu queda localizado sobre los signifi­
cantes no verbales, analógicos, de demarcación; per­
manece entonces implícito en cuanto a su elucid ación
lingüística, y signado por representaciones que guían
los comportamientos, cuyos aspectos contradictorios,
no verbalizados, que constituyen el clivaje, es preciso
reconstruir.
De modo que la fórmula ccYa lo sé, pero aun así... 11,

propuesta por O. Mannoni, referida a un sujeto hablan­


te, conciente de su contradicción, corresponde más a
la 1cdenegación» que al désaveu.
En síntesis, este último debe ser situado de plano
y exclusivamente en el campo de los significantes de
demarcación y de las representaciones.
En efecto, para retomar el ejemplo del fetichismo,
el désaveu concierne conjuntamente a:

1. La percepción, furtiva o evidente, del sexo opues­


to al propio. Esto percibido y objeto de désa.veu no per­
mite asentar una convicción en los datos de los sen­
tidos.
2. La realidad, la diferencia de los sexos, no es aco­
gida tal como ella es, con lo incógnito que trae consi­
go en cuanto a las razones de una ley natural (es así,
y no de otro modo) y en cuanto a un vivenciar otro.
No es rechazada la aceptación de esta realidad en sus
consecuencias sobre las relaciones entre seres sexua­
dos, sobre los sentimientos y el amor que los animan,
sobre la reproducción. Pero el comportamiento impli­
ca que al mismo tiempo es objeto de désaveu.
3. Además, la teoría que se forja en relación con
el sexo postula, en lo que concierne a las representa­
ciones, que existe un solo sexo: sea que el pene deba
desaparecer, sea que haya desaparecido; sea que 11ya
crecerá••, oque la mujer, la madre, posea un pene. Es­
tas cuatro fórmulas sustentan el fantasma y el com­
plejo de castración.

30
Ahora bien. estas mismas 1eteorías" infa
ntlles so
objeto de désaveu. ·como si se tratara de una creen n
· d eci ble o 1nconcebible · mientras qu
virtual. 10 ci ª
. e los fan-
tasmas pue den d1namizar representaciones y
. secuen-
cias eseé oteas por completo concientes, s1• b"1en no ver-
bal.1zadas.
A diferencia de. la represión y del retomo de 1o re-
primíd.o.. h ay aqu1. por lo tanto, algo que 00 son de_
seos 01 1ma·genes inad misibles. Más bien se trata de
una manera original ºde situarse conjuntamente ante
· · 1a real1dad y las construcciones imagi-
la percepc1on.
narias de esta. que entran en el campo más vasto de
la creencia y de la ilusión.
Clínicamente. y sobre todo en lo que concierne a
las perversiones. se podría además distinguir una pre­
valencia del désaveu en una u otra de las tres catego­
rías indicadas. Y este désaveu, cuyo tenor sexual ocu­
pa el primer plano. se apoya en la construcción de un
objeto irreal. el pene materno, que viene a recubrir y
a suprimir la división [fenteJ materna donde se con­
densa lo incógnito por una doble imposición: la nece­
sidad biológica y social de tener que alejarse de la ma­
dre, y la organización simbólica que de esto deriva, con
la prohibición del incesto atribuida al padre. Y el obje­
to que viene a ser el objeto irreal, el fetiche principal­
mente, pero también cualquier objeto de ilusión que
se sobreponga a lo incógnito, es un objeto de perspec­
tiva, porque permite al mismo tiempo situar lo incóg­
nito, respecto de lo cual se estructura el sistema de
pensamiento.
A partir del désaveu se monta, entonces, toda una
construcción, cuyo origen sexual es primordial, y que
sobrepasa en mucho al fetichismo por sus mecanis­
mos de articulación, en particular por la oscilación
metáforo-metonímica que encontramos en los fenóme­
nos de creencia y de ilusión.
El clivaje del désaveu, con esta doble actitud men­
tal hacia ciertos significantes que concurren a estable­
cer la realidad y las 11teorias11 que la recomponen falaz­
mente, remite de hecho a una redivisión (refenteJ fun­
damental del sujeto en cuanto al inconciente, el que
a su vez puede ser desconsiderado, objeto de désaveu,

31
por la adh esión, transitoria o prolongada, y hasta pe r­
ma nente, crítica o no, al objeto de perspectiva.

6. La forclusión
Desde Lacan, este término que traduce a Verwerf.
ung se liga a las psicosis. La forclusión debe ser refe-·
rida a la represión originaria, a su falta. En el orige n
de esta represión se sitúa primero el rehusamiento po r
contrain vestidura de lo que no viene a llenar una ne­
cesidad o procurar un placer vital, y después la expul­
sión fuera del cuerpo de lo que es ccmalo11, pero tam­
bién de lo que desborda la expectativa y las proteccio­
nes (la protección antiestímulo) por un exceso de esti­
mulación y de excitación.
Sobre ese fondo se deslindan los primeros signifl.
cantes de demarcación, en relación con la madre, con
lo que es rechazado de ella, por lo tanto, a partir de
una falta constituida por esa represión primaria. La
distancia que después se toma respecto de la madre,
aun como objeto bueno, se apoya por un lado en esa
represión primaria para una represión secundaria, y
por otro lado en el polo de atracción constituido por
el padre. En consecuencia, el significante del padre (en
su forma más específica como nombre del padre) de­
be poder soportar el acceso a la falta y a la represión
originaria, como fondo imperceptible del que se des­
prenden los significantes de demarcación, y que les
hace borde.
Así, la forclusión provendría de una falta de esa. fal­
ta, de una ausencia de esa represión originaria, con
una fijación fragmentaria en la madre, lo cual produ­
ce una falta de significante, la forclusión como tal,
puesto que la ausencia carece de coherencia suficien­
te para dar origen a los significantes. De esto resulta
que todo rechazo se vuelve proyección, y que este es
el único medio para dar una consistencia significante,
como de prestado, a una realidad construida por la
identificación proyectiva delirante.
Lo negativo se presenta aquí de una manera cruda
como agujero, vacío, nada; clí�icamente lo discerni·

32
mos por un proceso paradójico: donde habríamos es­
perado algo incógnito (lo incógnito de la realidad co­
mo tal, con sus contingencias, sus trivialidades, su rui­
do y su desorden). se descubre una forclusión, que es
llenada de manera inmediata por una proliferación de
significantes en una descarga delirante. Pero es en la
confrontación con lo real, con su irreductible tenor de
incógnito, donde se pone de manifiesto la forclusión
de ciertos significantes.
Con demasiada frecuencia, el término forclusión se
ha tomado como solución cómoda que disfrace para
el teórico lo que sigue siendo fundamentalmente ig­
norado respecto de la psicosis. No obstante, una in­
vestigación que especificara los significantes forclui­
dos tal vez permitiera establecer distinciones clínicas
en función de déficit y traumas de la infancia, en una
convergencia del fantasma con la realidad; porque la
forclusión concierne a una constelación de significan­
tes en relación con esa falta doble, insoportable e ina­
similable, que además no encuentra la indispensable
derivación tercera a partir de las proyecciones sobre
el padre, que la trasforma en trasposición simbólica,
fuera de la relación dual con la madre. Gracias a la
ley, trasmitida por la vía simbólica paterna, existe una
aclimatación posible a lo incógnito.

7. Lo in con cien te
Ahora podemos indicar, de manera muy esquemá­
tica, la significación y las funciones de lo inconciente.

l. Es en primer lugar una reserva, una fijación, una


inscripción de contenidos reprimidos, de elementos
que no son otra cosa que signiflcantes de demarcación.
Estos componen las representaciones de cosas. Tales
Significantes no pueden ser excluidos de una defini­
ción de lo inconciente: le son intrínseco5. Su modo de
composición entre ellos, por desplazamiento y por con­
densación, es decir, por metonimia y por metáfora,
puede ser aprehendido justamente, como lo describió
Freud, en tanto funcionamiento interno del proceso

33
primario: es la organización misma de la vida incon­
ciente.
El trabajo del psicoanálisis consiste en acceder a
la articulación entre significantes de demarcación (y
representaciones) y significantes lingüísticos, verbali­
zación, en relación con los referentes. Este paso de lo
inconciente a lo conciente sólo es posible por una co­
munidad de función organizada, distribuida en metá­
fora y metonimia. Porque esos significantes de demar­
cación, contenidos de lo inconciente, que se compo­
nen según esos dos modos, hacen, en virtud de esta
correspondencia, que ,,el inconciente esté estructura­
do como un lenguaje», según la fórmula de Lacan (no
son, por lo tanto, ni el lenguaje ni una lengua).
2. Por obra de la represión originaria se constituye
un fondo inconciente a partir de una multitud de in­
formaciones perceptuales, apartadas por su valor in­
significante ante otras informaciones que oficiarán de
significantes por su repetición, por su interés libidinal
en función de la madre y de sus simbolizaciones. Pe­
ro, además, ese fondo se determina también por un
rechazo, primero, a condición de que esta separación,
esta ausencia, este apartamiento, distinguiéndose de
los significantes de demarcación, puedan tener una fi­
jación como polo negativo desde el que lo «malo11 de­
venga objetal, la excitación intolerable desemboque en
el goce, la madre ideal original resulte ser objeto per­
dido. Después, por esa mediación, la falta de que ha­
blamos puede alcanzar la condición de lo incógnito.
Del mismo modo, las informaciones perceptuales es­
tarán a disposición significante en tanto constitutivas
de lo preconciente.
3. Pero lo inconciente, toda vez que se organicen
las constelaciones de significantes de demarcación que
lo lastran al mismo tiempo que se vuelven virtualmen·
te accesibles a lo conciente, es un potencial de sentido
propio de cada sujeto y que el psicoanálisis puede ac·
tualizar por la palabra. No resulta menos cierto que,
en el punto de partida, el punto de llegada permanece
incógnito, puesto que el significante se abre sobre un a
polisemia y sobre el símbolo, la metáfora.
4. Lo inconciente conileva entonces, como también

34
:-1 � di �o Freud- el ello, un irreductible potencial de
1ncogn1to.

8. Lo incógnito

El lug8:1" de lo incógnito en la teoría psicoanalítica


.
tiene una importancia que, al parecer, se ha ignorado
po r mucho tiempo. En mi libro La relation d'inconnu
muestr o, en el último capítulo, que Freud no lo había
omitido (G. Rosolat o, 1978).
Ese polo de lo negativo en el orden de la toma de
conciencia, de lo cognitiv o, de la pesquisa epistemoló­
gica, es un motor fundamental para todo cuestiona­
miento y to da progresión. Está claro que se liga a lo
inconciente, pero también interesa al estado del saber,
en la ciencia y sus investigaci ones, y en la averigua­
ción de l os indicad ores del ambiente sociocultural.
Aquí lo co gnoscible se centra en una zona balizada,
un incógnito polar que se abre a las predicciones ex­
pl oratorias con las mej ores posibilidades calculadas de
descubrimient o en una búsqueda que permitirá ade­
más reconocerlo apres-coup.
Pero existe irreductiblemente algo incógnito incog­
noscible. No puede ser abolido y constituye la finitud
como límite de todo saber, incluso en el campo de las
experiencias posibles para el ser humano, y que la pro­
hibición del incesto establece en lo simbólico. Y eso
incógnito se sitúa en el corazón de la angustia, de su
intensidad afectiva, y se encuentra en toda aflicción.
A la inversa, el saber puede bloquear toda progre­
sión de conocimiento, porque afianza la posición de
no saber que no se sabe (o, también, que aquello que
se sabe intelectualmente no corresponde a un viven­
ciar, a una experiencia). En la toma de conciencia que
sigue al descubrimiento de esto incógnito, el apres-:­
coup, en el análisis, tiene un efecto capital.
Partiendo de estas consideraciones se puede cate­
gorizar diferentes actitudes hacia lo incógnito.

l. La separación, la expectativa y los conflictos cu­


yo desenlace es incierto, aun los proyectos que nece-

35
sariamente ponen en juego medios y resultados im­
previsibles, si provocan el sufrimiento, hacen que lo
inc ógnito sea rechazado, lo que da lugar a la huid a 0
a unos mecanismos de defensa (el principal de ellos
es la represión) que dan origen a las organizaciones
neuróticas.
2. Conviene distinguir la ilusión estética y los mi­
tos que explotan lo incógnito y hacen que las reaccio­
nes individuales y colectivas que esto suscita a través
de los fantasmas movilicen proyectos que sellen una
cohesión social a fin de superar esto incógnito, es de­
cir, en el caso de las religiones, la muerte.
Pero las religiones trasforman lo incógnito en mis­
terio, sea, en general, con la Revelación que es común
a los tres monoteísmos, o, más en particular, en el ca­
so del cristianismo, con la Encarnación, la Resurrec­
ción y la Trinidad, que demandan un sacrificio de la
razón. De esta manera se internan en una experiencia
apofática que se orienta hacia una aprehensión de lo
incógnito, por caminos muy despojados de signiflcan­
cia, y por eso puros, pero que siguen siendo tributa;
ríos de las creencias en esos misterios: esta referencia
obligada define la mística. El abuso de que es objeto
este término en psicoanálisis, cuando en verdad la de­
tección de lo incógnito no deja de ser una actividad
racional, no es otra cosa que una acusación que busca
denunciar la oscuridad de un pensamiento teórico o,
con más exactitud, un retomo de creencias disfraza�
das. Ahora bien, no es raro que quien esgrime este ar­
gumento sin justificación precisa no haga sino proyec­
tar lo que él conserva y disimula de su propia fe reli­
giosa reducida a restos y objeto de désaveu.
3. Lo incógnito aceptado es la fuente del placer de
pensar, de la comunicación, donde los significantes,
las palabras, la expresión y los afectos ponen en rela­
ción lo conocido y lo incógnito. Anima toda curiosi­
dad intelectual; y esto se manifiesta tanto en la sexua­
lidad, donde hay goce por lo incógnito del otro sexo,
cuanto en el disfrute estético.
4. Para finalizar, lo incógnito en la psicosis tiene
efectos desestructurantes, por un vacío que se impone
cuando se vuelve evidente una falta, una forclusión de

36
significante(s), de objeto de perspectiva, a partir de
lo cual cristaliza la metáfora delirante para tratar de
reconstruir una neo-realidad en un esfuerzo de cura­
ción.

Se tiende a tomar en consideración lo incógnito sólo


fuera del lenguaje: serían sus receptáculos los signifi­
cantes de demarcación, los afectos y los sentimientos,
las artes no verbales, ciertos fenómenos patológicos por
sí solos, la llamada alucinación negativa. Se habrá en­
tendido que en la perspectiva aquí expuesta lo incóg­
nito no es exterior a las cadenas significantes: es lo
que procura alcanzar la metonimia, lo que asume la
metáfora. El ejercicio pleno de lo simbólico es lo que
mejor permite aprehender, pensar lo incógnito, frente
a lo real; encontrar en ello una inspiración, un empu­
je epistemofílico y un atractivo para las experiencias,
las sorpresas y las metamorfosis de la vida. Esta exte­
rioridad atribuida a lo no verbal, que por lo demás se
puede invertir si se olvida 11la carnen de la experiencia
vivida para conformarse con una mera elucidación in­
telectual, es, por lo tanto, sólo apariencia: de un lado
o del otro, depende de una ideología que cuenta úni­
camente con ulo vividon o, a la inversa, con el saber.
El psicoanálisis se dedica a realizar un intercam­
bio entre estos dos campos, a descubrir las faltas en
uno y otro, y de este modo es un itinerario de conoci­
miento.
En ese trayecto, lo negativo ordena figuras concre­
tas, las que adquieren sentido por el pensamiento y
los actos, y no pueden ser eludidas: ellas tienen por
centro, en primer lugar, la muerte y la diferencia se­
xual, en relación con lo cual se construyen los fantas­
mas de castración y, sobre todo, las conductas restric­
tivas y de resignación que de ahí derivan. Lo incógni­
to constituye su eje organizador: el análisis, por la vía
de establecer relaciones entre esos indicadores, lo re­
vela en todo objeto de perspectiva, que es causa y ob­
jeto del deseo. La articulación de los significantes, su
progresión, su anticipación y su proyecto implican ese
hontanar de lo incógnito. Y el sentido de la sublima­
ción se esclarece en esta textura del deseo que no se

37
reduce ni a las satisfacciones de las necesidades, nt
a las remisiones de la demanda.
Pero en nuestros días, cuando las potencias de des­
trucción tienen, con la energía atómica, un instrumen­
to adecuado para realizar algo negativo absoluto, una
muerte total, para los demás y para uno mismo, cobra
un valor profético la reflexión de P. J. Jouve, en su
prefacio de Sueur de sang ( 1935), escrito en 1933, «In­
conscient, spiritualité et catastrophe», que el azar me
llevó a releer hace poco tiempo. Ella esperaba sobre
todo de la sublimación que resultara vencido lo que
todavía no tenia nombre, esa catástrofe de la civiliza.
ción presa de la pulsión de muerte, cuando no se tra­
taba más c que de destrucción pura, de búsqueda de
un culpable objeto de odio, y de regresión». Sabemos
ahora que ese c milagro» sólo se cumplirá en el ordena­
miento entre Eros y Tánatos, por las trasmutaciones
11energéticas11 de nuestros deseos y, desde luego, por
la sublimación, no del sexo solo, sino también de la
muerte, producto de la violencia, gracias a lo cual el
amor, que, para P. J. Jouve encuentra un «vehículo
interior,, en la poesía, pueda alcanzar su imperio in·
cierto.

38
2. Una extraña variedad de espacio
o el pensamiento de lo negativo en
el campo del psicoanálisis
Hipótesis sobre las relaciones entre el
dispositivo freudiano de los orígenes y las
prácticas de grupo o de cara a cara

Jean Guillaumin

l. Acerca de una definición de lo negativo1


Como sustantivo, el término unegativo» no es recien­
te en el psicoanálisis. Freud lo empleó antes de 1905,
lo utilizó después en Tres ensayos de teoría sexual (que
es del año mencionado), para oponer la neurosis a la
perversión. Pero esta aplicación es única, y por enton­
ces se trataba exclusivamente de un empleo metafóri­
co, referido a la inversión que se produce entre las par­
tes claras y las partes sombreadas de un clisé cuando
se toma uel negativo» (das Negativ) de una fotografía
para extraer de él la versión definitiva. Más frecuente,
el adjetivo ccnegativo» califica sucesivamente, en Freud,
cierto tipo de alucinación, una forma agresiva de la
trasferencia, el resultado de ciertas terapias -y, más
en particular, las reacciones, que a veces se observan,
de rechazo masoquista de los beneficios del análisis-;
por último, una definida modalidad de juicio en el pro­
ceso secundario. Este último empleo se produce sola­
mente en uLa negación» (1925a), después del trabajo
de 1924 sobre la economía masoquista, y su proble-

I Lo que me propongo decir se distribuye en dos partes prin­


cipales. La primera recapitula las tesis que he sostenido en mi libro
Entre blessure et cicatrice. Le destin du négatif dans la psychanaly­
se (1987c), y en la obra colectiva Pouvoirs du négatif dans lapsycha­
nalyse et la culture (1988). En ella muestro el papel organizador del
,operador negativo» en el seno de la práctica y de la teoría analíti­
cas. La segunda parte propone, sobre la base de aquella referencia
central, algunas hipótesis sobre el alcance de las variaciones intro­
ducidas en la dinámica psicoanalítica por las modificaciones en el
cara a cara, sobre todo en el caso de los grupos. respecto del disposi­
tivo freudiano sillón-diván.

39
mática subyacente son las relaciones de la oralidad y
d el organizador anal.
Sólo más tarde (sobre todo desde hace una o dos
décadas) pasó a ocupa r ulo negativo como sustantivo
11,

un lugar más importante en el vocabulario psicoanali�


tico. Tres connotaciones parecen reunirse en este tér­
mino; es difícil separarlas, y tal vez se encuentr en en
una asociación esencial. La de ausencia de represen­
tación , y aun de representabilidad; la de un destino
desdichado o nocivo del funcionamiento psíquico; y,
como telón de fondo, la connotación más general de
la carencia, de la falta, en un sentido a la vez ontológi­
co y lógico, como el considerado, por ejemplo, por los
filósofos presocráticos y por la fenomenología moder­
na, en particular hegeliana, pero también husserliana
(si no heideggeriana, desencajada esta del racionalis­
mo radical de Husserl). Lo negativo se entiende en es­
tos casos enlazado con su contrario, lo positivo, en una
relación de necesidad recíproca: lo positivo no puede
existir ni ser pensado sin el límite que encuentra en
lo negativo, que carece de realidad sólo en tanto falta
a lo positivo.
Desde un punto de vista estrictamente psicoanalí­
tico, considero lo que llamaré, con otros autores, so­
bre todo siguiendo a A. Green o a J. Gillibert, celo nega­
tivo11 (o la negatividad)2 como la expresión de aquella
plurivocidad misma respecto de la cual la clínica nos
hace comprender, creo, que no es puramente especu­
lativa, ni fortuita, ni arbitraria. Las palabras denomi­
nan aquí (denominación que la naturaleza de su obje­
to vuelve intrínsecamente inadecuada, aproximativa
y, en parte, <«impensable11, en el sentido del pensamien­
to positivista clásico) la experiencia psíquica del reba­
samiento por defecto o por exceso: la desviación con
la qué se organiza el trabajo de la representación, y

2 Véanse también las posiciones de G. Rosolato, de W. Granoff


y de J. M. Rey, de P. Fédida, de J. Kristeva, y las más difusas Y
tal vez más conocidas, pero veladas por el lenguaje empleado, de
J. Lacan (de quien se encuentra una interesante lectura en una obra
reciente de J. D. Nasio, 1987). En cuanto a descubrir en estas pág i·
nas a mis co-autores, lo dejo a la perspicacia del lector.

40
que es atestiguada por el afecto3 con su valor dinámi­
co y su destino clínico observables. Es indudable que
muchos otros términos podrían convenir también pa­
ra decir con la misma aproximación aquello de lo cual
se trata. Pero estas precisiones -o estas imprecisio­
nes- lingüísticas bastarán para marcar la perspecti­
va que impone una epistemología práctica y teórica
del psicoanálisis inmersa en la búsqueda intermina­
ble de una representación de sus propias operaciones
y de sus condiciones de funcionamiento, de la que no
puede escapar como no sea por la seducción tempora­
ria de los modelos de certidumbre postulados por los
saberes cerrados o que se consideran completables.
La necesidad de adoptar esta posición, que llama­
ré 11herida 11, en el dispositivo práctico del análisis se ex­
tiende, en efecto, sin duda alguna, al aparato de pen­
sar el psicoanálisis, tanto individual como colectivo.
El procedimiento de inspiración fundamentalmente
empírica y realista que se nos impone sólo será tal de
manera auténtica si considera sus propios límites en
su discurso teórico. Esta indispensable consideración
conceptual tiene su origen en Freud. Y es para mí una
tesis fundamental sostener que él ha descubierto y ela­
borado sus principios y sus medios, de manera traba­
josa pero lúcida.

11. La consideración de lo negativo en el


dispositivo concreto y en el pensamiento
teórico de Freud. Origen y etapas
l. El descubrimiento de Freud no se produjo de re­
pente, como sabemos, ni tampoco sin echar raíces pro­
fundas en el ambiente de su época y en la historia ín­
tima del descubridor. Es importante, en este aspecto,
registrar primero la marca del debate del siglo XIX,
que culmina en lo que nos es lícito considerar la expe-

3 Cf. mi informe ante el 48 ° Congreso de Psicoanalistas de Len­


gua Francesa, Ginebra, mayo de 1988, publicado en Revue Franc;aise
de Psychanalyse, 6, 1988.

41
riencia de ·10 negativo, entendido esto en los diversos
sentidos que mencionamos. El siglo XIX es una época
de cambi os violentos, de sismos y de erupciones en
la cultura. Las simbolizaciones sociales vigentes son
atacadas, fracturadas desde su interior y desde afue­
ra. Se ob servan - entonces, en las fallas de hun dimien­
to social, por así decir, diferentes reacciones de zozo­
bra o de defensa. Profundos desarreglos colectivos o in­
dividuales engendran depresiones que alimentarán la
clientela de los alienistas y de los neurólogos de la épo­
ca. y originarán el primer florecimiento de la p siquia­
tría pre-moderna.
El pensamiento de lo negativo y de lo irrepresenta ­
ble se esboza en esa psiquiatría en la referencia a no­
ciones como la de ,,alienación», de hipnosis, de influjo
o trasmisión del pensamiento, o aun de subconciente
o inconciente (y esto, mucho antes de Freud). Pero del
mismo modo existe toda una florescencia de forma­
ciones defensivas, sociales e individuales, también ellas
de finalidad o de efecto estructurantes. Se las puede
discernir en la cultura: tanto en las artes y la literatu­
ra como en las ciencias, 4 en la filosofía y en el pensa­
miento místico: dondequiera toman cursos diferentes,
siguiendo tres direcciones discernibles. Por un lado,
la valoración emocional y cierta celebración estética,
denegatoria, de lo oscuro, del doble, de la sombra, en
todas sus formas. Por otro lado, el discurso de la resis­
tencia positivista a toda experiencia de incertidumbre,
de latencia, de indecisión, de incógnito. En diversos
dominios, ciertos pensadores oscilan, por lo demás, en­
tre las dos soluciones: un Fechner, un Nietzsche, un
Auguste Comte responden a este caso. La tercera vía
consiste en el empeño intelectual de apresar la lógica
o la dialéctica misma de lo negativo, en su relación con
la producción de la realidad social e histórica, o de la
realidad del pensamiento. Es la línea hegeliana.

4 Especialmente en la corriente pre-romántica, romántica Y


pos mántica del pensamiento de la época (corriente muy im por­
-ro
tante en Alemania, y que influyó mucho, en interacción con el ju·
d aísmo, en la formación del pensamiento de Freud). Cf. los trabajos
de H. y M. Ver morel (1986).

42
Freud, por su parte, descubre una cuarta vía que,
específica, engendrará la episteme psicoanalítica. Con­
siste en abordar el problema directamente por la prác­
tica de la psicoterapia clínica, dejándose guiar por ella
y manteniendo en tensión este doble y en apariencia
contradictorio deseo: por un lado, el de una fidelidad
sin desmayos al realismo y al determinismo, y, por el
otro, el de una consideración de lo incógnito, y aun
de lo incognoscible y de sus huellas en nosotros, sin
reducción prematura ni fetichización. Esta postura
apartará a Freud del empleo demasiado indeciso y se­
ductor de la sugestión. Su complejísima y rica cultura
familiar y personal, su formación, su temperamento
a la vez histéricamente empático, narciststamente do­
minador y volcado a la organización activa, lo predis­
ponían, y de manera lograda, a servir de crisol psíqui­
co para una amalgama de actitudes por entero nove­
dosas, ante sus pacientes y ante las ideas de su tiempo.

2. Por obra de Freud, la problemática de lo que lla­


mo aquí lo negativo es redefinida primero dentro del
empirismo clínico de un modo interpersonal o interac­
tivo, mucho antes de que pueda elaborar la idea, al
comienzo vaga, de una relación trasferencia/contra­
trasferencia. Según él mismo lo ha dicho, Freud era
espontáneamente muy sensible a sus propias respues­
tas psíquicas ante los trastornos de sus pacientes. Y
percibió muy temprano, como lo vemos ya desde sus
primeros estudios clínicos y en pasajes notables de do­
cumentos teóricos anticipatorios como el Proyecto de
psicología ( 1895), esa suerte de lucha o de alternancia
en la identificación proyectiva y la introyección entre
el afuera y el adentro, en enfermos incapaces de orga­
nizar de manera estable una buena distancia y fronte­
ras seguras o suficientes entre sus fantasías y la pre­
sentación perceptiva de ellos mismos y del mundo.
Después, fue comprendiendo cada vez más que lo to­
maban como testigo, y aun lo tomaban desprevenido,
en ese debate: apresado como intermediario, por pen­
samiento y por afecto, en el trayecto de las identifica­
ciones inestables del paciente, en tránsito y aquejado
de representación y de oponibilidad. Lo negativo esta-

43
ha ahí, él mismo lo era, formaba parte de eso, incluso
por la dificultad que experimentaba para prop oner un
sentido a los desfallecimientos de presivos de los pa.
ciente s o, al contrario, para reducir o desenmascarar
el exc eso de sentido de las condensaciones sintomáti
­
cas a que recurrían las defensas de ellos.
3. De ahí -nunca se lo destacará bastante- el a c­
to inicial fundador no sólo del uencuadre 11, sino tam.
bién, y ante todo, del pensamiento psicoanal íticos: el
retraimiento del médico, unido a su mant enimiento,
por la escucha y la presencia, en e l campo sensorial
y la proximidad corporal del paciente. Retraimiento so­
bre cuya form a volveré en la segunda parte, y que, des­
de luego, es preciso comprender como orientado en
principio a la regulación de una distancia psíquica per­
sonal, que ante todo sustrae al analista de sus propios
excesos de excitación o de inhibición bajo el efecto de
las estimulaciones que provienen del paciente.
El espacio, la duración, las consignas que se pro­
pongan al paciente, todo, poco a poco, por ensayos y
errores, se regirá por esta regla central de distancia
de escucha conveniente en el médico: gracias a la ins­
titución de los principios de abstinencia, de atención
flotante, de control y, por fin, de empleo de las contra­
trasferencias, de re-análisis periódico y de apoyo en el
grupo institucional por parte del analista, así como,
por parte del analizado, merced a la instauración de
la regla, correlativa, llamada de «libre asociación11. For­
malmente, el "encuadre11 (término que es tardío en el
psicoanálisis: Freud no lo emplea) fue todo eso, pero,
lo repito, dirigido en lo esencial a establecer y a man­
tener el encuadre psíquico interno del analista para que
fuera capaz de acoger, de ·contener y de trabajar, sin
sufrir por ello una aspiración histérica en bloque, el
perpetuo desencuadre psíquico del paciente en sus pen­
sión de sus limites por la carencia de sus ligazones re­
presentativas.
En este sentido, la fundación de la práctica y d el
encuadre analíticos no se produjo desde el comi enzo,
como a veces se ha dicho , :por el modelo del sueño.
Será apres-coup, tal v ez por la puesta en sueño de la

44
escena desencuadrada y trasgresiva de la operación
de Emma-lrma, como Freud estructurará según el sue­
ño, y por este, su descubrimiento, anterior pero toda­
vía no consolidado, de una práctica de retraimiento psí­
quico que, en la regresión tópica diurna, inscribe, en
la inversión de sentido de la investidura, algo así co­
mo una negativación de la creencia realista ccpositi­
vistan.

4. Pero el ccencuadre11, desde su nacimiento más o


menos intuitivo, no hacía más que recoger la experien­
cia negativa del paciente. Se demostró que este la sus­
citaba, la provocaba, la atraía. Lo prueba el desarrollo
de la trasferencia como tal. Allí donde el terapeuta, si­
tuado psíquicamente en perspectiva, e instalado en el
retraimiento psíquico de que venimos hablando, man­
tiene su presencia y su escucha empática en la cabe­
cera del paciente, allí mismo el paciente intensifica y
focaliza su malestar, abisma su negatividad, la oscila­
ción de sus proyecciones imagoicas, de sus internali­
zaciones desarregladas, demasiado o no lo bastante
apuntaladas en las huellas de las excitaciones anti­
guas.
Este dispositivo, en su conjunto, se puede descri­
bir -considero central este punto- como una espe­
cie de trampa natural para la negatividad. Que el tera­
peuta suspenda su atención en el centro de una iden­
tificación narcisista de escucha y de una alianza tácita
con el paciente, mantenida en la periferia, funciona co­
mo un llamado que provee de un eje preciso y de un
lugar de condensación, en dirección al médico, para
los fantasmas, convocados de este modo a una suerte
de 11progresión11 tópica de las investiduras del analiza­
do hacia afuera, que corresponde a la regresión tópi­
ca, inversa, de las investiduras del analista en el seno
de la atención flotante, y que de alguna manera entra
en conexión con ella.

5. El dispositivo se completa, como Freud lo adver­


tirá pronto, con el retorno hacia el analizado de lo que
el analista le puede devolver tras ese desborde, esa tras­
gresión, de los límites de su yo, de ese modo suscitada

45
Y acogida. En este punto se especifica el poder del le n.
guaje en la interpretación. En el acto de marc ar una
sorpresa, un desacuerdo, una pregunta sobre un pun­
to del discurso (palabras y/o silencios) del paciente, el
analista, por palabra y/o silencio, despega un poco s u
escucha de la identificación empática. En tanto más
q ue remover las defensas (uper via di levare11) o que lle­
nar las faltas de saber (,cper vía di porre 11), reserva lo­
calmente estas últimas (,cper vía di riservare 11), 5 cre a
el contraste entre una identificación narcisista y una
desidentlflcación apoyada en un juicio de proceso se­
cundario, y de este modo hace que la investidura per­
turbada (y aterrada, como por el ataque de un super­
yó arcaico que censurara una colusión mentirosa) re­
fluya hacia el interior del yo, en busca, a través de la
regresión tópica del paciente, de un nuevo apuntala­
miento para las representaciones de palabra surgidas
del preconciente.
· Con ello, las desligazones de la angustia y de la de­
presión o, al contrario, las rigideces y el empobreci­
miento energético de la compulsión de acción o de pen­
samiento, es decir, las dos formas simétricas, inver­
sas y complementarias de la experiencia negativa del
paciente, quedarán reducidas un tanto por el efecto,
en cierto modo homeopático, de la aplicación -auto­
rizada por la efectiva toma de distancia del médico-,
que se les ha hecho, de una desolidarización, o de un
désaveu localizados en foco, en el centro de una escu­
cha empática por lo demás consintiente. Verdadero
efecto de •carga potenciada• que puede modificar acti­
vamente la economía de interiorización del analizado.
Quiero apuntar aquí que el dispositivo que descri­
bo, y que de manera sumaria pude calificar de «tram­
pa para lo negativo•, se organiza como un paso estre­
cho, hasta como un esfínter, en el que se trata de la
elaboración de un cambio de sentido de la proyección
o de la introyección, con apoyo en las paredes cerra­
das pero elásticamente regladas del encuadre, tanto

5Según la terminologia que utilicé en uno de los capitulos de


ml libro Entre blessure et cicatrice (1987c): cf. además Revue Fran·
�alse de Psychanalyse, 6, 1986.

46
interno como externo; cambio por tránsito, cambio
transitivo, cambio transicional en un espacio ,,transi­
cionab específico. La función de la articulación anal
en presencia de la incorporación oral en su relación
con el trabajo de lo 11negativo 11 (esto incógnito del yo.
ligado a lo que, por así decir a sus espaldas, se le esca­
pa de él mismo) ocupa entonces, en esta operación,
un lugar esencial desde el punto de vista histórico y
estructural, que deberemos tener en cuenta en su mo­
mento, a propósito de los dispositivos que excluyen
el 1cencuadre11 clásico diván-sillón y el extraño espacio
de relación de que él es soporte y garantía.

6. Lo que acabo de decir del dispositivo práctico


original y de su desarrollo, y que muestra el lugar con­
creto, privilegiado, del trabajo de la negatividad por
la negatividad en la clínica psicoanalítica, se debe com­
pletar ahora, en el espíritu de lo que he señalado al
comienzo de estas reflexiones, con una mirada sobre
el registro teórico.
Todo el devenir del pensamiento de Freud y la ela­
boración progresiva de sus conceptos muestran que
existe -como por otro lado él lo pretendió siempre,
aunque es algo que va más allá de lo que dijo- una
relación íntima y profunda entre s� práctica y sus mo­
delos, cuya índole, estructura y evolución son revela­
doras de la conciencia que él tenía de haber inventado
una actitud epistémica verdaderamente nueva respec­
to del hombre . . . En este sentido cabe registrar:
a. La existencia de un lenguaje 11técnico11 en el aná­
lisis, formado por nociones que llamaré semi-concep­
tuales (1ctrasferencia11, 11contratrasferencia11, 11resistencia11,
etc.), que de una manera fecunda, sin prejuzgamiento,
mantienen en suspenso la interpretación metapsico­
lógica, sobre todo tópica, de los fenómenos de que se
habla.
b. La existencia de conceptos teóricos rectores, pi­
lares del pensamiento freudiano, sin los cuales este per­
derla toda especificidad práctica y epistemológica, y
que se presentan como verdaderos �onceptos-límite,
gestlonarios de un sentido dialéctico y de una signifi­
cación bi-fase entre el adentro y el afuera, el yo y el

47
o tro, la objetivaci ón positivista y la representación ­
in
tra psíquica (polo del fantasma). Tales los conceptos d
e
11
0riginario», de «filogénesis» y aun de uinconciente», tr a­
bajado despué s por la idea del uello», cuya ubicuid ad
e irrepresentabilidad en la psique es evidente -Fre uct
reconoció, en 1923, un uinc onciente del yo (/ch),,-.
También, los conceptos de ,capres-coup» (Nachtraglich)
Y de ,cavant-coup» (im Voraus) en las perspect ivas freu­
dianas sobre el traumatismo y sobre el bi-fasismo en
el desa rrollo psíquico. Fina lmente, lo mismo vale par a
una noción como la de upulsión,,, que el propi o Freuct
(1905a) califica de manera explícita de ulímite,,. Se a d­
vertirá que estos conceptos, los únicos que convienen
a la racionalidad exigente de un conocimiento de la
experiencia psíquica, son precisamente los que desa­
pa recen de manera sistemática en el discurso seudo
científico al que ciertas escuelas intentan hoy reducir
el psicoanálisis, para descalificarlo por otra parte en
nombre de ... su irracionalismo.
c. La existencia, por último, de una trasformación,
que puede ser resistida pero que es continua, del pen­
samiento de Freud, en la oscilación en apariencia con­
tradictoria y un poco dolorosa entre el pensamiento
realista y el indispensable punto de vista de un abor­
daje propiamente analítico, en dirección a una episte­
me abierta de los límites de Jo represen table, fundada
en la mirada del sujeto. Es por fin esta episteme la que
triunfa de los restos del biologismo nostálgico de Freud,
quien sólo a desgano renuncia a las ilusiones cogniti­
vas de su juventud, en los análisis finales de la esci­
sión del yo (1938b), por una parte, y del mito mosaico
( 1939), por la otra, mientras que el realismo hiposta­
siante de la pulsión de muerte queda marcado para
siempre con un signo de interrogación, que enlaza es­
ta noción con las realidades e1brujas» de la metapsico-
1og1a • ...6

6 De esta oscilación y evolución. hay que decir. desdich ada­


mente. que ingenios como los de Sulloway ( 1979). Pribram y Gill
(1976l. y algunos otros, no obstante tan "serios" en su document a­
ci ón, no han comprendido gran cosa, por más que nos incli nemos
a ahorrarles críticas en nombre de la unidad de la uciencia o de la
11

coo p era ción interdtsciplinaria.

48
7. En el fondo del yo, esto: la experiencia de la fal­
ta , de la carencia de ser y de representación, de la in­
soslayable negatividad en que se apoya la positividad
de la vida, en el estado existencial de dependencia en
que nos ponen el nacimiento, la individuación y la per­
sonalización, por lo que concierne a nuestros apun­
talamientos tanto internos como externos: fuentes cor­
porales de nuestros deseos, y soportes proyectivos,
productores de estímulos, de nuestro ambiente. El psi­
coanálisis tiene entonces por tarea, si no tratar, al me­
nos trabajar en el paciente la 11enfermedad humana11
con el auxilio de su propia sustancia, entre nuestras
suturas idealizantes y nuestros vértigos depresiyos. El
genio de Freud se cifra en el descubrimiento de esta
operación de un pensamiento todo él comprometido,
en concreto, a través de la intricación trasferencia/con­
tratrasferencia, en la r�modelación de su propio desti­
no, y que prosigue la elaboración de su difícil formu­
lación.

111. Después de Freud. El devenir de su


pensamiento en sus herederos

Tenemos que preguntarnos ahora por lo que ha su­


cedido con esta problemática de lo negativo, tan cen­
tral para el pensamiento psicoanalítico, en la posterio­
ridad de Freud; y preguntarnos por el destino que le
aguarda en las elaboraciones actuales o futuras del psi­
coanáUsis.
Por lo que toca al primero de estos dos puntos, es
manifiesto que las intuiciones fundadoras de Freud han
sido objeto de ataques intensos desde afuera y desde
adentro del análisis, los unos en refuerzo de los otros.
Se trataba de capturar al propio Freud en el lazo de
su insoportable trampa para lo negativo, de reducirlo
-y de reducirnos a nosotros con él- a discutir sobre
las pruebas ccexperimentales11 de sus concepciones, a
medir, en suma, lo inconciente, el momento mismo
de lo originario, la hora del avant-coup y la del apres-

49
coup, a decir el caput Nili en que la pulsión se vuelve
verdaderamente psíquica, y así . . . 7
Esos ataques pudieron tener cierto imperio sobre
las nostalgias positivistas del padre del anális is. El los
superó. Pero no es tan seguro que sus discípulos (aun
los más grandes) hayan escapado de este acoso con
la misma facilidad. Ferenczi, hacia el final, vaciló. To­
da una corriente (parcial, por suerte) del 11psicoaná}¡.
sis de niños11 ha caído en el cosismo de los fantasmas
o de las pulsiones, o en el discurso pedagóg ico de re­
llenado interpretativo, o, en el caso de la interpreta.
ción directa del bebé, por ejemplo, en la interpretación
bio-etológica. Y se ha desarrollado, a partir de la p si­
cología del yo, un discurso psicoanalítico obliterante
-porque omitía lo irrepresentable y lo impensado­
sobre el mecanismo de las defensas y la energética psí­
quica. Tendencias, por cierto, adoptadas con pronti­
tud por una psiquiatría, y hasta por un mundo acadé­
mico y una vulgarización cultural propensos a poner
recetas operatorias al servicio de sus propios fin es,
aquellos precisos que ordena la terapia en la urgencia
de «curar11 las indicaciones derivadas, o los que respon­
den al deseo de 1eformar11, confundido con el de repro­
ducir literalmente el propio modelo en otro.
Por lo que toca al psicoanálisis mismo, se puede
decir que ha oscilado fuertemente, después de Freud,
entre el peligro de un reconocimiento del lugar de la
falta, celebrado con tono profético y grandioso, gene­
rador de idealizaciones nefastas (evolución favorecida
por la personalidad y el esoterismo a veces grandilo­
cuente, aunque profundo en muchos aspectos, de J.
Lacan), y el del miedo compulsivo y obsesivo de la trai­
ción y de la omisión de reproducir con fidelidad la he­
rencia, sobre todo en el dominio de la formación de
los analistas y de la cctrasmisión 11.

7 Retomo la cuestión del origen de la pulsión y de la seducción


•sexual• en mi informe ante el 48 ° Congreso de Psicoanalistas de
Lengua Francesa, 1988, ya citado, donde reconozco los notables pro·
gresos debidos a J. Laplanche ( 1987a y b, sobre todo) acerca de este
tema, aunque no estoy de acuerdo con él en algunos puntos, en par·
tic ular con relación al concepto freudiano de ,,filogénesi s11.

50
Sobre este último punto, los analistas han encon­
trado a menudo difícil admitir la evidencia de un tra­
bajo de identificación operado con el auxilio de lo ne­
gativo, es decir, de lo no-enunciado de 1� herencia (cla­
ro está, para ello es preciso que ese trabajo exista): lo
que he llamado la ccparte agregada» o la ccparte reserva­
da11, atribuible en muchos casos a algo inacabad o o in­
nominado de la generación precedente. 8 En efecto, la
trasmisión psicoanalítica funciona corno la herencia
identificatoria en la genealogía familiar, respecto de la
cual la clínica muestra, en mi opinión, que los jóve­
nes, para llegar a ser semejantes a sus padres y a la
vez diferentes de ellos, y ser ellos mismos, emplean
casi siempre las identificaciones rehusadas o escondi­
das de sus modelos. 9
No obstante, hay que decirlo, el psicoanálisis so­
brevive a sus propias perversiones y a las que le pro­
ponen los otros: precisamente porque se ve constreñi­
do siempre a urdir su labor con su propio negativo y
su propio irrepresentado, ya en razón del dispositivo
fundamental que lo organiza. De ahí que tras el endu­
recimiento de las tendencias teóricas en el sentido del
duelo maníaco o, al contrario, del duelo obsesivo por
el fundador, que siguió a la muerte de Freud, el pen­
samiento de la negatividad haya vuelto al discurso
freudiano. Cabría citar aquí muchos nombres, de los
que he mencionado algunos..
Todos tenernos presentes los de F. Pasche, de G.
Rosolato, de A. Green (quien hizo mucho por la no­
ción misma de negatividad), de J. Gillibert, de W. Gra­
noff, a los que habría que agregar muchos otros: J.-B.
Pontalis, C. David, M. de M'Uzan, J. Laplanche, P. Fé­
dida, J. C. Lavie, M. Enriquez, M. Th. Couchoud, J.
McDougall, R. Kaes ... Pero es imposible evitar la in­
justicia de los olvidos. Injusticia, digo, porque el ínte­
gro pensamiento psicoanalítico vive de la práctica y
de la clínica, no se puede ser analista sin fundarse en
ellas, y lo cierto es que muchos analistas entre los muy

8 Véase mi libro Psyché, París: PUF, 1982b.


9 Cf. las hipótesis que propuse a este respecto en algunos tra­
bajos sobre la adolescencia (1985a; 1986a).

51
buenos sólo interrogan la teoría en el secreto de su
práctica, sin sentirse llevados a revelar en sus es critos
el logro vivido. El aparato psíquico para pensar el ps i­
coanálisis es complejo y solidario en todas sus Partes
Y lo que se ausenta o se afirma en cada una de ella�
habla también del operador negativo, aunque en ta l
caso no reciba un estatuto especulativo preciso.

Vemos que, paso a paso, he llegado a interrogar a


la sociedad y a las instituciones analíticas clásicas con
respecto a la negatividad. Ahora bien, desde otro pun­
to de vista, el psicoanálisis ha recibido extensiones 0
apli caciones nuevas cuyo encuadre ya no es el de la
práctica diván-sillón. ¿Cuál es el destino del uopera d or
negativo» -según el término que he empleado-, con
el cual todo el psicoanálisis se organiza, en las prácti­
cas analíticas que hoy han tomado el nombre y el ran­
go de psicoanálisis de grupo, y cuyos resultados poco
a poco se extienden al abordaje psicoanalítico del gru­
po familiar, y también al de las ««instituciones» en ge­
neral? Es tal vez la ocasión de plantear otro problema
todavía más amplio: el de la dimensión de la negativi­
dad en las prácticas «sin diván». Este problema rebasa
en mucho, por su alcance, el más específico del psi­
coanálisis de grupo, que es el tema por el cual presen­
to esta exposición. Pero está relacionado con aquel, y
la respuesta que reciba no le ha de ser indiferente. En
lo esencial, se trata, en efecto, de la incidencia que tie­
ne la percepción visual directa del analista po r el ana­
lizado o los analizados sobre el trabajo psíquico.
He partido, páginas antes, en mis reflexiones so­
bre el aparato para pensar psicoanalíticamente, del in­
dispensable apoyo homológico que este aparato toma
en el dispositivo concreto de la cura, y en el retraimien­
to de que Freud se valió para instituir el uno a partir
del otro o, más bien, el uno al mismo tiempo que el
otro. Dentro de esta relación, lo negativo se da por la
palabra del analista y por sus escansiones silencio sas
como una distancia entre lo visto y lo oído, o también,
entre el soporte perceptivo disponible y las represen·
tactones imagoicas que pueden proyectarse en él. ali·
mentadas o retomadas por el lenguaje.

52
¿Qué sucede cuando el analista, cualquiera que sea
el disposit ivo empleado, permanece dentro del campo
visual del paciente y recíprocamente? ¿No cabría te­
mer que esta situación impidiese la puesta en marcha
0 la caracte rización de un verdadero proceso analíti­
co, y no permitiese sustentar una homología viable en­
tre análisis individual, por una parte, y psicoterapia
individual o psicoanálisis de grupo conducidos cara a
cara, por el otro, en cuyo caso estos últimos se debe­
rían conformar con una filiación puramente referen­
cial e indirecta respecto del psicoanálisis y de Freud,
aunque los conduzcan analistas muy auténticos?

IV. Apreciar el problema que plantean los


nuevos dispositivos
Es discutible que el psicoanálisis haya apreciado
en toda su dimensión el importante problema que le
plantea la progresiva instalación, después de Freud,
de los diversos dispositivos prácticos o encuadres ma­
teriales nuevos, principalmente iicara a caran, a los que
me he referido, así como el trabajo teórico considera­
ble que ya se ha dedicado al abordaje y al tratamiento
psicoanalíticos, con ayuda de aquellos dispositivos, no
sólo de los individuos sino de los grupos, y aun de las
instituciones. Esta evolución interroga en su mismo
fundamento la relación con el e�euadre concreto den­
tro del cual se organizó el descubrimiento de Freud,
Y del cual, según él, no se lo puede separar.
Enunciemos la cuestión en todo su rigor. Presenta
el aspecto de un dilema.

l. O bien el dispositivo dual diván-sillón, elabora­


do por Freud, que él trasmitió a sus discípulos 10 y que
declaró solidario de su invención -la cual reúne de
manera indisociable teoría, práctica y cultura-, por

10 Quienes por
su parte desempeñaron un papel en su defini­
ción, por ejemplo S. Ferenczi en 1910, 1918, 1927 (cf. Oeuvres com­
pletes).

53
más libertades que él mismo haya podido tomarse res­
p ecto de ese dispositivo en ciertos momentos, fue sólo
una ocasión, en el mejor de los casos un pasaje obliga.
do de la historia, en el descubrimiento de lo «analítico»
o del 11psicoanálisis11 en el sentido lato, que por lo tanto
se basaría por completo en el aprendizaje de una acti­
tud psíqu ica independiente de toda proxemia o dispo­
sición espacial 11ad hoc11.
2. O bien el dispositivo freudiano concretado a par­
tir de la experiencia del fundador está unido de mane­
ra intima y constitutiva con la episteme psicoanalíti ­
ca. Y cambiarlo o alterarlo, por poco que fuere, no de ­
ja de traer grandes consecuencias para la pureza y aun
para el carácter propiamente 11psicoanalitico11 del pro­
ceso correlativo. Y esto, con abstracción (para no con­
fundir los problemas) tanto de los beneficios especí­
ficos l 1 aportados por las nuevas técnicas cuanto del
valor personal, como psicoanalistas 1eclásicos11 auténti­
cos, de los médicos a cargo, en cada caso, del disposi­
tivo o de los dispositivos considerados.

Por un lado, puede tentarnos juzgar que, sin el re­


curso (pero, ¿cuál?) al dispositivo freudiano original,
central, el psicoanálisis no es de verdad; y que lo 1eana­
lítico11 falta. Se requiere entonces un gran esfuerzo de
pensamiento para reconectar las prácticas en que se
ha desembocado a los procedimientos de Freud y al
psicoanálisis propiamente dicho, por él instituidos: por­
que (al menos en algunos puntos) las «reglas,., tal co­
mo han sido formuladas, 12 de aquellas prácticas y sus
efectos hasta parecen mantener un mero lazo de ana­
logía, bastante flojo y anamorfoseado, con las que or­
ganizan al psicoanálisis 11como tal11, legado por Freud.
Por otro lado, una experiencia, aun limitada, de las
situaciones terapéuticas más desencuadradas, o encua­
dradas de otro modo (sillón/sillón), o de la gestión oca-

11 Incluimos en esta apreciación propedéuticas que de algún


modo son preparatorias respecto de un proceso propiamente •psi­
coanalftJco•.
12 Por A. Anzieu, y después por R. Kafs, sobre todo en cuanto
al análisis de Jos grupos.

54
sional, o no, de las consultas plurales (familias, pare­
jas). así como de la conducción de grupos de trabajo
psicoanalítico de diversos tipos, empeñados en prácti­
cas terapéuticas o de asesoramiento psíquico (de los
psicodramas a los grupos de formación), nos enseña
que en ellos ocurre ccalgou que (por intermedio del ana­
lista, sin duda) udebeu mucho al procedimiento propia­
mente analítico, sin que por eso consigamos descubrir
los puntos de apoyo y las marcas esenciales de auten­
ticidad en los dispositivos empleados. Esta contradic­
ción es lo que se debe enfrentar y aclarar.
No nos desembarazamos del dilema así planteado
con el fácil expediente de atribuir los efectos observa­
dos a la sola persona del analista en ejercicio y a lo
que él pueda comunic� a los otros: sería desdeñar la
realidad de esos ccotros11. Y tampoco, con admitir que
la importancia del apuntalamiento sobre el encuadre
sensorio-perceptivo es en definitiva desdeñable, por­
que sólo debería su papel histórico en el desarrollo del
psicoanálisis a alguna idiosincrasia histero-fóbica, ca­
rente de verdadera significación, de la personalidad de
Freud; ni aun, con señalar la simplicidad que por fuer­
za exigían, ccal comienzo11, las condiciones de estudio
de una situación extraordinariamente compleja, que
después, mediante la experiencia, se ha vuelto más fá­
cil de aprehender en toda su riqueza sin perder por
eso su control. Agrego que las posiciones que he enun­
ciado párrafos antes excluyen también que podamos
conformarnos con caracterizar la dimensión upsico­
analítica11 por la sola intervención, cualquiera que sea
el procedimiento, de un efecto de interpretación de lo
latente que está bajo lo manifiesto, o de acceso al pen­
samiento de lo reprimido; porque existen muchos otros
abordajes verbales, psicoterapéuticos o no, que utili­
zan (o desencadenan) tales recursos.

55
V. La proxemia analítica en sentido propio
Y el extraño espacio trasfero-
contratrasferencial
Es preciso por consiguiente retomar las cosas desde
su misma base. Considero indispensable, en este asun o
t
p uesto que está en juego la referencia freudiana, in te �
rrogar más la metapsicología personal, así como la na­
turaleza íntima de los procesos de identificación d e
quienes interactúan en las variaciones trasferenciales
Y con tratrasferenci ales que por fuerza traen consigo
los acondicionamientos específicos del encuad re sen­
sorio-perceptivo en que se basan y de que se valen las
prácticas aquí consideradas y discutidas; y producir
esa interrogación desde el ángulo de lo negativo y de
la negatividad; acerca de esto, expreso mi reconoci­
miento a D. Anzieu, A. Missenard y R. Kaes, quienes,
en el marco del CEFFRAP, han puesto la cuestión a
la orden del día de manera directa en su propio cam­
po. Porque, lo repito, de negativo y de negatividad el
psicoanálisis no ha dejado de ocuparse desde sus orí­
genes; en verdad, con lo uno y con la otra se constitu­
ye en su operación misma.
Ahora bien, existe al menos algún atisbo de que
el gran ausente del encuadre sensorio-motor de las
prácticas grupales o institucionales (como, por lo de­
más, de las prácticas terapéuticas duales o plurales de­
nominadas ,,cara a cara11) no es otro que . . . la ausen­
cia misma: la ausencia en la demasía de presencia. Hay
en las prácticas cede cara11 preterición de la desapari­
ción misma, en el espacio viso-motor del paciente, de
lo que constituye el soporte trasferencia! central: abro­
gación, en consecuencia (o denegación tal vez), de la
interdicción freudiana fundadora del tocar y del ma­
nipular , y de las caricias o ataques por la mirada. 13
La problemática es entonces de peso, en particular si

13 Se trata de la orientación sensorio-motora que se dirige a un


objeto percibid o �enfrente», 1delante de la persona••, y que correspon de
sin duda al objeto del aferramiento y al del apego o de la fijació n
p or la vista, como en la relación del niño muy pequeño con el rostro
y el cuerp o de la madre vista de frente.

56
se la refiere a una concepción como la que ha elabora­
do D. Anzieu para el yo-piel: lo ccexterior» y lo ccinterior»
entran aquí en conexión en contra-fase de una mane­
ra muy distinta que en el procedimiento de Freud ...
A decir verdad, por imperativo que sea el proble­
ma de las consecuencias de esta situación, no se lo po­
dría ni enunciar ni tratar en un lenguaje chatamente
experimental. Para abordarlo, y tal vez para resolver­
lo, tenemos que razonar en función de los propios con­
ceptos de Freud. Lo mejor será, por eso, centrar la re­
flexión en el trabajo de la trasferencia y la contratras­
ferencia, por lo demás muy invocado, tanto por los
analistas que emplean el cara a cara como por los que
se han interesado en los grupos de diversa índole.
No me canso de destacarlo (1988b), con otros auto­
res: el proceso psicoanalítico se define desde el origen
por el nexo vivo trasferencia/contratrasferencia. Aho­
ra bien, ese nexo dinámico es con demasiada frecuen­
cia ocultado, en el discurso analítico, tras la dimen­
sión temporal formal (muy importante, por lo demás)
referida al número y aun a la duración de las sesio­
nes, en lo cual el dispositivo espacial permanece en
la sombra o se da por sobreentendido. Trasferencia y
contratrasferencia no se organizan y, sobre todo, no
se articulan una a otra por obra de la sola repetición
en el análisis. Necesitan de esa extraña variedad de
e�pacio en que el ccuno» (o el otro) está situado detrás
del ,,otro» (o del uno): se pongan o no mayúsculas, co­
mo gustaba de hacerlo Lacan, al Otro, y hasta al Uno,
para marcar la inevitable deriva trasgresora idealizan­
te, o la sobrestimación fantasmática engendrada por
la falta de represental?ilidad integral. Contrariamente
a lo que se haya podido decir a veces (y yo mismo me
vi tentado no hace mucho tiempo, en 1974, por esta
posición), 14 uel espacio psicoanalítico,. generador es pri­
mero espacio corporal, espacio de cosa antes que se
internalice en espacio psíquico. De psíquico que era

14 En una contribución a la discusión del libro de S. Viderman


(1971) sobre La construction de J'espace psychanalytique, París: PUF;
mi contribución se publicó en Revue Fram;aise de Psychanalyse.
1974.

57
en m ayo r o menor medida (más en el analista, m enos
en el paciente), tiene que regresar, en el origen de la
c ura, a su apuntalamiento físico, en el ,,emplazamien­
to11 del proceso.
Desde ese momento, se engendra el efecto de iden­
tificación doble (aunque en parte disimétrica en quie­
nes interactúan), que mencionamos antes; e institu­
ye, precisamente, lo que se ha llamado 11regresión11 psi­
coanalítica. Regresión, por consiguiente, que ante todo
es tópica (la tópica exige el resto: dinámica y econo­
mía), 15 y que obedece a la confusión de las fronteras
representables de la imagen de sí y de la imagen del
otro, del ,ccomplexus psíquico» del otro-semejante- pró­
jimo (Nebenmensch) y del complejo del yo (lch), tal co­
mo Freud los entendía ya en 1895 (en particular, en
el uProyecto de psicología»).
Esa confusión o ese recubrimiento parcial, nudo ge­
nerador de la trasferencia y de la contratrasferencia,
se liga a la deslocalización, debida a la técnica, de la
fuente de los mensajes sonoros en tanto reconoce, en
el ser humano, una definición natural por las conver­
gencias sinestésicas de visión-audición-prensión. 16 Es­
tas convergencias se quebrantan en la cura (sobre to­
do por lo que toca al paciente), tanto por la proximi­
dad corporal del compañero, que trasgrede los límites
vivenciados de seguridad del yo, como por la pérdida
de los contactos visuales y manuales, sin supresión de
los contactos auditivos ni del trabajo de habla en bus­
ca de las palabras destinadas al compañero. Trasferen­
cia y contratrasferencia proceden, en estas condicio­
nes, de una cuota de confusión identiflcante primaria
con otro, que de repente vuelve a este otro gestionarlo
de aquello que ocurre a espaldas del yo. La investidu­
ra, en consecuencia, parte en busca, por vía asociati­
va, y en el seno de las huellas que forman "la imagen
del otro», de las huellas referidas a la propia identidad

15 Cf. J. Guillaumin, en Revue Belge de Psychanalyse. 11, 1987.


16 Complejo sensorio-motor articulado, en la primerísima i n­
fan cia, gracias al contacto •de frente• del lactante prendido del pe­
cho materno bajo la mirada de la madre, ella misma presente en
su campo ocular.

58
y a la localización tópica del C(sí-mismo11; y ello, con el
solo recurso de las palabras.
De ahí todos los fenómenos asaz sorprendentes que
conocemos y que hacen de la trasferencia (y, de ma­
nera correlativa, de la contratrasferencia, que empero
es menos desarraigante en la medida en que el con­
trol sensorial se conserva más en el caso del médico,
y que existen aprendizajes anteriores específicos) no
sólo un desplazamiento proyectivo de los deseos so­
bre un objeto inapropiado, sino también (lo dice el tér­
mino alemán) una ccdelegaciónu de poder, una «tras­
misión de pensamiento (Gedankenübertragung), un
11

«contagiou o una ucontaminaciónu. Todas estas signifi­


caciones, que,Freud conocía bien, se incluyen en el
término Ubertragung, y están documentadas en los
H •

diccionarios comunes.
Desde luego que este extraño fenómeno alienador
(especie de alteración del yo, de Ichveranderung tran­
sitoria y situacional) 17 sólo se puede gobernar y utili­
zar porque la parte estable del dispositivo, o sea, el en­
cuadre material del ambiente «de cosau, el consultorio
del analista y las constantes témpora-espaciales de la
cura (que son susceptibles de observación perceptiva
por parte de los dos compañeros) se mantienen a res­
guardo de la confusión, y se los restablece si fallan.
Examinemos en consecuencia, ante todo, lo que cam­
bia y lo que permanece de ese recubrimiento trasfero­
contratrasferencial cuando se pasa del dispositivo clá­
sico a otra proxemia, dual o grupal, cara a cara. Pero
para ello no basta interrogar los solos efectos genera­
les de distancia y de desigualdad de control del cam­
po perceptivo. Si la existencia de la trasferencia y de
la contratrasferencia deben globalmente mucho a la
proxemia freudiana, la dinámica, el proceso de traba­
jo de la trasferencia y la contratrasferencia no son en
verdad inteligibles si no se toma en cuenta de manera

17
. Cf. la noción d e alteración d e l yo que Freud explica en «Aná­
liSis terminable e interminable u (1937a). Si esta alteración es irre­
�erSible a causa d e la historia del paciente o, peor aun, a causa d el
1 fortunado desenvolvimiento d e la cura, e l psicoanálisis es imprac­
?
ticable o evoluciona en un s entido perverso.

59
todavía más exacta, en el esquema corporal, el p
os ­
cionamiento relati vo, antes mencionado, de los que ni ­
i
teract úan. Nada hay psíquico que no se apuntal e tér­
mino por t é rmino en el cuerpo. En consecuencia, al
cara a cara, y aun al lado a lado de los dispositivos pos­
freudia nos o sistematizados después de Freud, es pre ­
ciso oponer, más que nunca, el cara a espalda o el es­
pa lda a cara del dispositivo clásico de referencia, al que
yo otorgo la mayor importancia. en su vínculo con la
analidad y la oralidad, que ya hemos mencionado.

VI. La importancia de la proximidad


c orporal 11detrás» en la c«travesía de los
fantasmas» y en su retorno elaborador
El paso del segundo al primero de los tipos de dis­
positivo que nombramos implica evidentemente, des­
de este ángulo, un verdadero tras-torno, en que la du­
plicación de la mirada del analizado por la del analis­
ta. en lugar de encontrarse en simetría recíproca, se
coloca en encajamiento; las cosas ocurren entonces co ­
mo si el analista se hubiera convertido en la duplica­
1
ción-detrás (o, a la inversa, el paciente en la dupli­
cación-delante) de su compañero, con lo que desapa­
rece (o se reduce mucho) toda triangulación por un
corrimiento de paralaje.
La aplicación de este ««delante/detrásu de proximi­
dad y hasta de promiscuidad física parciales (inclusión
en la esfera vital del compañero) a la percepción de
los ruidos y de los olores del cuerpo, y a la localiza­
ción de la fuente sonora de la voz del otro (oírse y oír
al otro: es un punto sobre el que Freud insistió mu­
cho, en algún momento, a fin de describir la relación
madre-hijo de los comienzos, cf. el uProyecto de psico­
logiau, Primera parte, capítulo 17), otorga a este enca­
jamiento un valor semidesrealizante o despersonali­
zante. Lo han comprendido bien. en diversos contex­
tos, autores como M. Bouvet, P. Federn y J. Gillib ert.
Sólo así el retorno regular -antes y después de las
sesiones- de una posición otra corrige en el apres-coup

60
(en las huellas mnémicas), y contiene, la perturbación
funcional natural de la imagen de sí que es consecuen­
cia del dispositivo empleado, lo que permite emplear­
la mejor reduciéndola por la interpretación, que hace
intervenir la función mediadora del preconciente.
Según mi punto de vista, el conjunto de ese dispo­
sitivo propio del análisis, conjunto que desaparece en
concreto si las posiciones materiales cambian (aun si
se puede seguir imaginando su presencia implícita o
referencial), confiere al trabajo psicoanalítico -entre
trasferencia y contratrasferencia- el valor de una es­
pecie de travesía organizadora de lo imaginario, que
así es deslocalizado y después repatriado, por un lite­
ral tras-torno. Durante el curso de este último, lo que
en realidad se trabaja con ayuda de las palabras 18
en �a Durchfl:rbeitung freudiana (gracias a los efectos
dinámicos del desequilibramiento 19 interpretativo, por
aplicación del ((operador negativo» analítico a la iden­
tificación arcaica primaria del analizado y de su do­
ble) es la ligazón de lo oscuro y de lo claro, de lo incon­
ciente y de lo conciente, de lo pasivo y de lo activo, de
la incorporación oral y anal, y de la introyección o de la
proyección: trabajo, en suma, que otorga o devuelve
un estado de sinergia, dentro de una suerte de tractus
trasferencia-cohtratrasferencia, de un aparato de ges­
tión y digestión de los fantasmas, que permanece más
o menos reversible en el tiempo de la cura. Lo oscuro,
lo irrepresentado, lo negativo por defecto de las pul­
siones del analizado le es devuelto entonces por el in�
conciente y las asociaciones interpretativas del ana­
lis�. que desencadenan o reaniman las del paciente,
Y loUevan a una representación cuyo negativo por ex­
ceso de sentido se deberá corregir a su vez. Ello hasta
que el doble tras-torno de esta travesía del inconcien-

18 Las palabras, en el estatuto que les confiere el preconcien­


te, tienen. por naturaleza, un doble vasallaje: interno y externo. in­
dividual Y social. Párrafos antes mencioné su valor de medios de
onta º· ! aun de apoderamiento. de origen oral, que remite a la
�onexi��on
mfante-pecho materno. Pero vehiculizan también al ter­
cero la reali ad paterna, organi
?
i9 Cf. mis zador del lenguaje.
enunciados sobre la interpretación «per vía di reser­
vare", 1987, capitulo 2, ya citados
.

61
te p or lo que, de manera ab usiva, recibe de otro al mis­
m o tiempo que lo deposita en este, termine por hacer
reserva, deje un sedimento que se pueda identificar
con el sentimiento sostenido y la investidura del yo
(lch = j untamente ,,Je11 y c,me11) como autor, luga r y mo­
mento psíquicos de la oscilación fantasmática de ade­
lante atrás y de atrás adelante que arrima entre sí los
dos procesos, trasferencia! y contratrasferencial. En es­
te luga r preciso, en este punto estricto de la tópica,
se discierne en fin, y emerge en el analizado, sin po­
der ni verse ni aprehenderse, un otro, un tercero irre­
presentado, que es irrepresentable a título definitivo:
el más recóndito y el más sostenido de todos, sustraí­
do a su propio saber sobre la operación instituyente
con que se instituye. Esto irrepresentado es poder de
negación creadora, de ordenamiento y de elección, •ne­
gativo de vida» entre la ausencia y la presencia, la ad­
hesividad al apuntalamiento o a sus sustitutos figura­
dos y el abismo del desapuntalamiento, la alucinación
negativa y la positiva. Adosado de manera directa a
la realidad biológica del individuo, se trata de su posi­
bilidad de perdurar en todos los compromisos adapta­
tivos que consiente al ambiente.
¿Qué ocurre, desde este punto de vista preciso, si
el dispositivo que lo desencadena y lo sostiene cam­
bia en el sentido que venimos estudiando? La travesía
del yo por lo que le ocurre a sus espaldas, devuelto
por la lectura trasfero-contratrasferencial del analista,
no puede al parecer efectuarse como lo expusimos, y
las fuentes pulsionales operantes no pueden sin duda
al final localizarse de la misma manera, porque antes
nunca fueron, correspondientemente, des-localizadas
y cuestionadas en concreto. ¿Queda algo de psicoaná­
lisis? Y si queda, ¿cómo?

62
VII. El papel de las fuentes colaterales en
los nuevos dispositivos
Sostengo la hipótesis de que las fuentes colatera­
Jes20 de la pulsión adquieren, en estas nuevas condi­
ciones, una importancia rectora. La imagen del ana­
lista, alojada en una percepción clara y más distinta,
funciona sólo para unificar de manera positiva como
un foco situado por delante, para federar, con el auxi­
lio de un trabajo de clarificación verbal, las proyeccio­
nes oscuras que brotan de la participación colateral
identificante del compañero, sea con el cuerpo del gru­
po, sea con mensajes difusos del ambiente, a los que
lo ligan sus propias vivencias corporales irrepresenta­
das. No parece haber, salvo de modo analógico, un tra­
bajo de internalización profunda que pasara directa­
mente por la proxemia psíquica de encajamiento que
he mencionado, sino que se produce una condensa­
ción de indicios colaterales oscuros sobre lo percibido
f(en exceso» del analista.
De ahí, creo, el predominio de la fantasmática oral
primaria y de los funcionamientos histéricos, depresi­
vos y persecutorios más arcaicos en esás situaciones,
así como la dificultad de elaborar en ellas la analidad
en su función individuante estructurante. Y de ahí, tal
vez, la naturaleza de los efectos obtenidos por esos
abordajes, como métodos-de formación o de terapia.
Son idóneos para producir progresos sintomáticos con­
siderables por medio de identificaciones empáticas a
menudo incorporativas con el comprender del analis­
ta y con las actitudes de los otros miembros del gru­
po, pero lo son menos, sin duda, para modificar en pro­
fundidad la economía del yo. La identidad se queda,
en cierto aspecto, dependiente -dentro de límites ra­
zonables y triviales-, si bien sensibilizada para otras
posibilidades, de las proyecciones operadas y ligadas
sobre 21 el terapeuta, sin poder ni retomarlas ni aban-
20 Tal como Freud las describió en Tres ensayos de teoría se­
xual, y en otros textos. Su importancia ha sido bien advertida por
J. Laplanche (Problématiques, 1975-1987, y. más recientemente,
Nouveaux fondements pour la psychanalyse, 1987b).
21 Más certero, quizá, que decir en el terapeuta.

63
donarlas por completo con miras a un verdadero due­
lo por los apegos a los objetos sobrestimados del in­
conciente, que en este caso se mantienen en una de­
pendencia mayor respecto del mundo exterior.

VIII. Lo originario

Otra manera de decir las cosas -en modo alguno


contradictoria con lo que precede- consistiría en con­
siderar (en la línea d·e análisis que he propuesto en otro
lugar acerca de la concepción freudiana del ccobjeto de
la pérdidan, 1988c) que, en los dispositivos cede cara11,
el abismamiento especular, por vía de afectos depresi­
vos (dolor, angustia), de la historia perdida del pacien­
te en la historia ignorada del analista, y la construc­
ción apres-coup, en el caso del primero, de una genea­
logía (una ccfilogénesisn) y de una aventura objetales,
presididas por sus emociones sin que hubiera debido
vivirlas en la representación, no se producen por cuen­
ta propia. En el grupo, el drama tribal y la seducción
primaria se reparan in actu o in situ, por así decir so­
bre la escena colectiva como tal, y por eso su interiori­
zación individual sólo podrá ser la de una pantalla de
relés, de un apres-coup tardío de las profundidades
más íntimas del inconciente. En las situaciones dua­
les cara a cara, se puede suponer que, de manera aná­
loga, se tratará de la reconstrucción entre dos de una
historia mítica que resultará muy dependiente de su
validación22 por el analista. En los diferentes ejemplos,
los efectos benéficos de corto y mediano plazo, y los
límites de los resultados propiamente psicoanalíticos
del procedimiento, provendrán de la ,1.usencia de falta
sensorio-perceptiva del analista en e1 extraño espa cio
analítico, y del mantenimiento del control upar delan·
te11 en su aspecto sensorio-perceptivo.

22 Acaso Freud alude, en 11Const:rucciones en el analisis (1937b),


11

a una co-validación de esta índole.

64
IX • Para concluir? Lay dialé ctica del
af�e�a y del adentro, los caminos de la
interi oridad
Mi conclusi ón hará justicia, creo, al peso de la rea­
r dad del encuadre freudiano originario, a la que de-
m1 uestra encontrarse ligada la operación psicoanalíti­
ca, considerada en su esencia . No por nada los diver­
sos métodos de análisis de los (o por los) grupos, y las
terapias anal íticas duales o plurales cara a cara, se pre­
sentan a los mismos que los practican como depen­
dientes. en su antes y su después, de la cura psico­
analítica original. No pueden ser ejercidos, ni, sobre to­
do, dirigidos de manera válida sino por personas que
tengan una real experiencia psicoanalítica ctdual» clá­
siéa. Y con bastante frecuencia conducen a quienes se
som eten a ellos, a emprender un análisis personal, si
sus efectos se ciegan o se los considera demasiado li­
vianos o frágiles.
Freud, que sabía, por sus buenas razones, sobre los
grupos y las terapias ctacondicionadas» mucho más de
lo que se ha querido creer a veces (me parece que lo
han hecho comprender de manera suficiente investi­
gaciones como la de R. Kaes, que siguió los pasos de
la de W. R. Bion, así como la de D. Anzieu), compren­
dió perfectamente, creo, las circunstancias que acabo
· de mencionar. De las reuniones de los miércoles a su
relación con la ctfamiliau del pequeño Hans, pasando
por sus reflexiones teóricas de Tótem y tabú (1913b),
de Psicología de las masas y análisis del yo (1921), de
El malestar en la cultura (1930), de El porvenir de una
ilusión (1927b) y de Moisés y la religión monoteísta
(1939), se había formado sin duda una clara idea del
valor proyectivo del ambiente perceptivo humano, co­
mo relé necesario, pero también como pantalla y lími­
te de los procesos de interiorización estructurante. Sa­
bemos bien que debió escribir Tótem y tabú para lle­
gar a la metapsicología de 1915-1918, y Psicología de
las masas y análisis del yo para desembocar en la ge­
_
m� P:ofundización de sus concepciones del aparato
P�1�u1co, que produjo de 1924 a 1930. Pero todo ocu­
mo como si hubiera debido, en varia ocasi es, sa-
s on

65
!irse del encuadre de la cura y considerar un momen­
to ude cara11, por la teoría, la realidad material de las
confrontaciones sociales, para poder darle de nuevo la
espalda y volver a la interioridad sin apoyo sensorial
visual actual sobre el analista del dispositivo origina­
rio esencial al psicoanálisis.

66
3. Comentarios sobre el texto de
J. Guillaumin
Julia Kristeva

Aprecio mucho la riqueza y lo que a mi juicio cons­


tituye la pertinencia de este 11operador negativo11 que
Jean Gutllaumin nos presenta en su texto bajo sus di­
versos aspectos: la reinterpretación de la noción de lo
negativo en Freud, lo que Jean Guillaumin llama ,,la
trampa para lÓ negativo en la trasferencia11, las conse­
cuencias que esta trampa para lo negativo trae en
cuanto al estatuto particular de los conceptos analíti­
cos, así como en cuanto a la trasmisión del psicoanáli­
sis o a sus instituciones, y, para terminar, su concep­
ción de la negatividad en las prácticas ccsin diván11 y
del modo de preservar la eficacia analítica de estas.
La afinidad que en mí suscita este texto no me desti­
na al papel, que de mí se espera, del cuestionador que
cuestiona, sino que más bien me inclina a una pala­
bra de asociación, acaso de asociación libre, con la cual
me permitiré poner de relieve algunos de los puntos
en que estoy de acuerdo y desarrollar los ecos que es­
te trabajo despierta en mí.

l. La noción de negatividad
Al tiempo que se apoya en la reflexión de otros ana­
listas contemporáneos, la interpretación que usted
ofrece de la Verneinung renueva de una manera radi­
cal la comprensión del texto de Freud, tal como lo hi­
cieron los escritos canónicos que se le dedicaron (La­
can, · Hyppolite).
1. Con su insistencia en la oralidad y en el organi­
zador anal, usted rehabilita el carácter heterogéneo de
la negatividad freudiana; símbolo de la n�gación y jui-

67
. por una parte. pero tamb ién pulsión, por la otra:
CIO, .
t ºb t · de1 orga-
aunque se piense que es siempre n u. ana .
nizador simbólico, de todos modos nos invita a pensar
un registro de la representación psíquica diferente del
registro del lenguaje y _del juicio. 11El "no" es una re­
presentación que no d��a de ser un _acto, y un acto que
es ya una representac1on 11• ha escnto usted en un nú­
mero reciente de la Revue Fran�aise de Psychanalyse
(1987. 2, pág. 1177): «Es un híbrido en los confines del
acto y de la palabra» (ibid.).
Esto lo lleva a usted a hablar del dispositivo analí­
tico como de una 11trampa para lo negativo» (supra. ca­
pítulo 2). que opera una «desligazón localizada en fo­
co». un 11cambio por tránsito. cambio transitivo. cam­
bio transicional». A propósito del dispositivo analítico,
acude a su pluma la imagen de un «paso estrecho, has­
ta como un esfínter», en el que 11se trata de la elabora­
ción de un cambio de sentido de la proyección o de l�
introyección», con apoyo en las paredes del encuadre.
Estos dichos me invitan a definir como un esp�éi�
imaginario el espacio analítico por donde transitan)o
negativo heterogéneo Uuicio y pulsión, palabra .
y ác�
o
y el proceso de simbolización-desimbolizació:q:rgp�e..-
sentación psíquica no verbal. ¿Cuál es el objet�m
que trabaja, y sobre el que trabaja, el psicoan@ , ,
La interfase representación lingüística/representac
pulsional, en virtud de lo cual la interpretaciól),P�i,­
cida en la palabra toca, por intermedio de las re
sentaciones pulsionales, el registro bio-fisiológt�0.
imaginario es la manifestación fenomenológica d
ta inter-fase. de este tránsito entre representació
güística y representación pulsional. 1
El término 11imaginario» se encuentra en Lacan ,
ro su definición es en él poco precisa y, en tQ.(:ip
en última instancia. peyorativa. porque lQ _s.ttúa
fecto con relación a la verdad simbólica. Pr'ºp.Pnj
tender por imaginario:

la semiotización primaria de las pulsü>ffl ,


registro infra-lingüístico, que denomino (c.f.rJJ�tlt
va, 1972) semiótico, y que manifiesta Ioa.,JiittP..H,
naciones, intensidades vocales, pero��i«

68
versas praxias preverbales movilizadoras de los regis­
tros sensoriales (táctil, olfativo, visual, etc.};
los procesos primarios que dominan esto semiótico;
los objetos parciales internos a la identificación es­
pecular inacabada (por ejemplo, la mirada);
la reduplicación narcisista y la identificación pri­
maria.

Se advertirá la importancia de lo imaginario en el


niño, pero también su resurgencia en el estilo artísti­
co y en la sublimación ..Entre lo real y la pulsión y er
símbolo lingüístico, lo imaginario sería la realización
semiológica de lo negativo como tránsito: el material
mismo de la cura. ¿Lo habfa olvidado Freud en su tex­
to sobre la negación (Verneinung)?
No lo creo. La prueba: la mención, ya desde el pri­
mer párrafo, de la proyección en cuyo interior se ma­
nifiesta la Verneinung: <<"Ahora usted pensará que
quiero decir algo ofensivo, pero realmente no tengo ese
propósito". Lo comprendemos, es el rechazo, por pro­
yección, de una ocurrencia que acaba de aflorar11. Otra
prueba: los dos textos que enmarcan la escritura de
<<Die Verneinung11 son, en 1924, ttUna neurosis demo­
níaca en el siglo XVII», que relata la regresión de un
artista menor hacia la fusión materna, por interposi­
ción de la Virgen María, así como su sublimación reli­
giosa ulterior; y, en 1925, Presentación autobiográfi­
ca, que conjuga el valor positivo de la ciencia freudia­
na y las errancias autobiográficas de su yo.
J. Hyppolite había apuntado la connivencia entre
lo negativo freudiano y lo que yo llamo lo imaginario,
al sostener que el postulado freudiano según el cual
el «no11 indica que «la función intelectual se separa aquí
del proceso afectivo11 se debe entender como una pre­
sencia de la sublimación en la base de la intelección
(ttcómo es ello, lo intelectual, esa especie de suspensión
del contenido, a lo cual no dejaría de aplicarse, en el
lenguaje bárbaro, el término sublimación11, J. Lacan,
1953, pág. 881). Lacan alude también a esto, me pa­
rece, cuando al comentar «<Die Verneinung» define lo
�ectivo como «lo que, de una simbolización primor­
dial, conserva sus efectos hasta en la estructuración

69
discursiv a11; pero lo descarta porque piensa que hay en
Fre ud una simple ccintersección de lo simbólico y de
lo real, que diríamos inmediata, en tanto se produce
sin intermediario imaginario11 (ibid., pág. 383).
Lo imaginario como lugar de operación de lo nega­
tivo en tanto es un tránsito entre oralidad y analidad,
adent ro-afuera, semiótico-simbólico, acto-pensamien­
to, permitirá comprender mejor el estatuto y los ries­
gos de las curas 11sin diván11.

2. Usted apunta la antecedencia de 11El problema


económico del masoquismo» respecto de "Die Vemein­
ung» y, por ese lado, llama nuestra atención acerca de
un problema que Freud no trata en su estudio sobre la
negatividad, pero que se impone al lector moderno de
la segunda tópica: ¿cuáles son las condiciones intra­
psíquica y familiar (o de grupo) que hacen advenir la
negatividad en su sentido transitivo de símbolo de la
negación, así como de proceso de su posición y de su
deposición?
"El problema económico del masoquismo» postula
una renuncia de la pulsión por interiorización del su­
peryó, en tanto que (usted lo señala en su texto publi­
cado por la Revue Fran�aise de Psychanalyse, 1986b)
Moisés y la religión monoteísta ( 1939) retoma el tér­
mino «renuncia11, pero agregándole una dimensión de
perdón que el término alemán (Verzicht, Verzeihung)
posee: el superyó transita por "el amor filial» para que
la renuncia de la satisfacción instintual devenga un
«sentimiento bueno11 de 11carácter específicamente nar­
cisista11; es en ese momento cuando la renuncia da lu­
gar a una «espiritualidad» que gratifica narcisistamen­
te y que aumenta las capacidades simbólicas del suje­
to (S. Freud, 1939, pág. 158 y sig.). Entre el texto sobre
el masoquismo y este otro que trata de una espiritua­
lidad perdonada y perdonadora (J. Kristeva. 1987, ca­
pítulo sobre Dostoievski), el estudio sobre la negativi­
dad evita tanto la 11renuncia11 como la "espiritualidad11
y, por medio de la noción heterogénea de negativo pa­
radójicamente vuelve positiva la 1crenuncia11 (Verzicht),
confiriendo a la operación de remoción o de suspen­
sión de un contenido ... una presencia articulable:

70
marca., ,signo, .símbolo. En efecto, si lo esenc1•a1 de la
repres10n pers1ste, ocurre que, en virtud de la d'1al -
· bo1o de 1a nega ecti-
ca del s1m .
ción una parte de lo reprim
., ' i-
d o es retirada de la puls1on traumática, sea esta de vi-
da o de muerte, y es trasferida a otra dimensi·o·n. Ese
A' ) de lo negativo produce la inte
trasporte ( metd.J.ora lec-
ción.
Esta positivación del concepto de ««renuncia» a tra­
vé s de la noción de un «negativo» en trasposición (en
metáfora) se produce a condición de mantener la fá­
bula de los orígenes. Lo imaginario de Freud es atraí­
do por lo originario, 1 y en este punto él establece un
origen pulsional del intelecto. Sin embargo, esta fábu­
la se despliega a través del presupuesto implícito de
una precedencia simbólica; no sólo porque lo «origina­
rio» es deducido de la resistencia en análisis, sino tam­
bién porque el infans oral/anal está sometido a una exi­
gencia dicotómica de interiorizar/rechazar, construida
por el observador según el modelo de la afirmación/ne-.
gación. Así, a la vez diferenciados e imbricados, lo ima­
ginario y lo simbólico deben ser articulados. El estu­
dio de 1925 deja en suspenso la cuestión de las pre­
condiciones que aseguran el paso -el tránsito- de la
pulsión al símbolo: ¿a través de qué «estaciones» de la
identificación se produce ese tránsito?
Acaso El yo y el ello ( 1923) respondé;l a la cuestión
de determinar el tipo de identificación sobre el que se
apuntala, no el juicio como acto del superyó, sino ese
símbolo primero de la negación que traza las fronte­
ras inestables adentro/afuera, afecto/sentido, represen­
tación psíquica de la pulsión/representación de pala­
bra, y que quizá la piel haga aparecer en la obra de
Anzieu. Freud habla del «padre de la prehistoria indi­
vidual,,: conglomerado de los atributos sexuales de los
dos progenitores, soporte de los primeros apartamien­
tos, desplazamientos, desgarramientos con miras a
una identidad para alguien otro fuera de la fusión nar­
cisista.

licado de Freud
Cf. el último de los textos que se han pub
1
Cl915a).,

71
En definitiva, si admitimos la concepción que u s­
ted sustenta sobre lo negativo como transición, nos ve­
mos llevados a pensar:

por una parte. en marcas lingüísticas y en marcas


pre-lingüísticas o trans-lingüísticas (semióticas) de su
operación;
por otra parte, en diversas modalidades de la iden­
tificación y de la función paterna, soporte de la simbo­
lización.

11. La negativa del significante en el


discurso depresivo
Esta concepción de la negatividad, que a mi juicio
concuerda con la de usted, puede permitimos una es­
cucha más atenta de los discursos en los cuales, como
usted dice, la experiencia negativa se bloquea en de­
sorganización psicótica, en ccdesligazón depresiva" o en
un síntoma cuya ccrigidez11 y cuyo c,empobrecim1ento
energético,, compulsivo percibimos. Estoy en un todo
de acuerdo con usted cuando dice que esas formas ne­
gativas de la experiencia pueden ser ccreducidas por el
efecto homeopático,, de ccuna desligazón localizada en
foco" en el curso de una escucha ccdemasiado consin­
tlente11. Y daré como ejemplo el discurso depresivo cu­
ya economía expongo con detenimiento en Soleil noir
(1987).
Veo en el discurso depresivo que se hace lento y
monótono. hasta caer en el s�lencio, una negativa del
significante verbal en favor de una investidura del afec­
to de aflicción, pena, dolor, que se mantiene en secre­
to y que es fuente de goce masoquista. No obstante,
más allá de esa negativa de la significación (que, por
otra parte, se acompaña de un discurso de la queja:
ecNo quiero nada, nada tiene sentido, nada es satisfac ­
torio, no comprendo, no deseo, no digo nada», etc.), oigo
modulaciones vocales en las que se han inscrito el de­
seo y la relación narcisista herida con la ,ccosa11 mater­
na (esto, en el registro neurótico de la depresión). En

72
ese c as o, mi interpretación vuelve negativo el signifi­
cante que la paciente vive como absurdo y desvi tali­
zado; va en busca del deseo y del odio por la vía de
interpretar la voz. ccEl método analítico ( . . . ) procura
remover, extirpar algo11, escribe Freud en ccSobre psi­
coterapia11 (1904). Como el escultor, el analista opera
per via di levare (y no sólo per via di riservare, como
usted dice).
Más aún, es desarticulando el significante desvita­
lizado y negado, y devolviendo en consecuencia al pa­
ciente su agresividad reprimida y haciéndola obrar
dentro del significante mismo, como el analista puede
descomponer una palabra en sílabas y recomponerlas
después, según la justeza imaginaria que le permita
su empatía con el paciente, para revelar el sentido in­
conciente de una simbolización primaria del afecto,
que precisamente no pasa por el juicio del lenguaje.
Así, de regreso de Italia, mi paciente me habla de
un sueño de c,tortionnaires11 [torturadores] que la deja
impasible; por mi parte, sumergida en otro fragmento
del sueño sin color y sin palabras, torturo esa palabra
•tortionnaire»: oigo en ella torseliolnaitrelpas naitre
[torso/yo/nacer/no nacer] y, con este nuevo ccinjerto de
significante», permito a la analizando decir por fin su
queja narcisista que es de ser estéril, su deseo de reen­
contrar el torso nunca tocado por su madre [enferme­
dad de la piel, dificultad motora de la infancia] y esta­
blecer el enlace con otro .sueño en que ella da a luz
una hijita, el retrato rechazado de su madre . .
Este tipo de interpretación procede, si queremos re­
tomar la imagen de Freud, per vía di levare: remueve
el significante irrealizado por estar separado de las ins­
cripciones psíquicas presentes pero indecibles del do­
lor. Pero procede también por ,cinjerto imaginario11: des­
de mi identificación con el dolor de la paciente, for­
mulo un deseo que ella no sabe decir, el de restablecer
el lazo madre/hija por medio de un embarazo y un par­
to. C•torse-io-naitre/pas naitre11). Formulación a su vez
einegatlvaN, condensada y fragmentaria, que pretende
ser cómplice pero que, además, por su aspecto elípti­
co, no es una prótesis fantasmática, reparadora de las
carencias imaginarias. Pero hace de cebo para lo ima-

73
ginario propio de la paciente, logrando que ella ((renun­
cien a la parte maníaca y destructiva de su depresión
(los tortionnaires), pero sin eliminar esta parte, sin o
duplicándola (yo torturo la palabra, le devuelvo la vio­
lencia negada), y permitiéndole, a través de esta cir­
culación de identificación y de proyección, formular
de otra manera su dolor (en este caso: el discurso de
la esterilidad y del deseo de dar a luz). A esta negati­
vación que genera el acomodamiento del significante
en las huellas semióticas de la pulsión, prefiero llamar­
la 11 perdón»: un dar de más, por encima del retraimi en­
to y la dislocación, antes que un urenunciamienton.

111. Acerca del cara a cara y las terapias


de grupo
Esta utilización de lo imaginario en la cura de los
depresivos nos servirá de nexo con las terapias de
grupo.
No sé si por un prejuicio de analista ((de diván11 o
por un prejuicio de lingüista, imagino que el encua­
dre clásico, a condición de que le demos la dimensión
heterogénea de lo negativo como despliegue de lo iina­
ginario, es el único que puede asegurar un proceso ana­
lítico, aun en el caso de aquellos sujetos cuyas caren­
cias narcisistas han conducido a un bloqueo de la sim­
bolización y de la fantasmatización que obstaculiza la
trasferencia. Admito, sin embargo, que en ciertas ex­
periencias de lo negativo que perturban el nexo pul­
sión/significación, puede ser recomendada la terapia
de grupo.
Las curas cara a cara, como las terapias de grupo,
se justifican en mi opinión por la necesidad de asegu­
rar una conjunción de un significante constituido en
el juicio y los procesos secundarios, con la semiotiza­
ción primaria del afecto, que se ha mantenido inase­
quible a los signos lingüísticos. Estas curas reclaman
por lo tanto, en gran medida, una reconstitución de
la experiencia imaginaria. La solicitación de la mira­
da, de la voz, de la gestualidad, etc., moviliza una se-

74
miotización del afecto que, en ausencia de esta solici­
ta ción , permanece negado y segregado de la palabra.
La intervención directa del terapeuta que de este mo­
do se sale de su retraimiento, reconstituye el encua­
dre familiar y relanza de manera activa las identifica­
ciones, no sólo superyoicas, sino también fraternas y.
sobre todo, la identificaci ón primaria garante de una
inscripción no culpabilizadora del afecto. ¿Salva el psi­
coanálisis de grupo las insuficiencias imaginarias de
ciertas interpretaciones clásicas, su rigidez demasia­
do formal. demasiado fiel a los conceptos del funda­
dor, o demasiado frustrante al servicio del poder del
amo?
Sin embargo, se advierte que esta ,dmaginarización 11
de la terapia de grupo se apuntala en el padre ideal
que es también el del ... perverso. Para no convertir­
se en oficina perversa, eltratamiento cara a cara, co­
mo las terapias de grupo, exigen del analista esa inte­
riorización del cctercero ausente» de la que habla el in­
forme de Guillaumin, esa ccpresencia oculta» que remite
en efecto a los antecedentes del analista.
ébmo usted ha señalado muy bien este aspecto de
la escucha, lo que me queda es insistir en su correla­
to: el doble solidario de ese cctercero» debería ser el pa­
dre amante' de la prehistoria individual que favorece
el desencadenamiento de la negatividad primaria, la
semiotización primaria del afecto gracias a la cual se
asegura la auto-representación inicial del ser hablan­
te, su ccpiel» semiótica. El analista de grupo, pero del mis­
mo modo el psicoterapeuta de niños, se disuelve -se
negativiza- y flexibiliza su ccorganizador anal» en tan­
to asume esta función imaginaria que lo sitúa en em­
palia con su propia regresión o perversión. Si lo evita­
ra, no haría labor de analista. Si llega hasta perder su
voz y su piel en un descentramiento radical, pero a
condición de volver con efecto de boomerang a esa dis­
tancia interna ordenada en él por el cctercero ausenteu,
he ahí lo que puede a la vez ampliar y garantizar el
campo analítico en el seno de una terapia de grupo.
La interpretación ccdespega un ángulo de la identifica­
ción narcisista••· Es cierto que hace falta que la identi­
ficación narcisista ya opere; y un aspecto esencial de

75
la'intervención analítica se dirige a esto, donde el ana­
lista arriesga su imaginario y su identidad, en cara a
éara. y eri grupo más que en el sillón, tal vez. No lo
llamaremos una perversión, puesto que se engendra
uria simbolización, es decir, la negación del acto y del
afecto por el discurso, un discurso ensanchado hasta
sus capacidades de nombrar el afecto doloroso, inhi­
tildor o sintomal porque innombrable.

IV. Pensamiento de lo negativo y crisis


modernas
Que el estatuto específico de los conceptos analíti­
cos no escapa a este «operador negativo» lo lleva a us­
ted a recordar los semi-cqnceptos, los conceptos-fron­
tera, la oscilación positivismo/fantasma, etc .. en la teo­
ría freudiana. Con relación a esto, usted tiene razón
en esbozar el surgimiento del psicoanálisis en el seno
de la crisis moral y científica del siglo XIX. No haré
sinq agregar algunas observaciones:

a. La confrontación del psicoanálisis con la ciencia


le confirió cartas de nobleza, pero no reveló sino uno
de sus aspectos, dejando en la sombra el tratamiento
específico de lo negativo y el lugar de lo imaginario
que de ahí se sigue.
b. Los pensamientos de lo negativo que usted ha
mencionado son todos tributarios de la crisis de la re­
ligión. Al sentido Uno y Absoluto, la disolución cientí­
fica y filosófica del continente teológico le opone sín­
tesis parciales que no se preocupan por el sentido (la
Crisis de las ciencias europeas, de Husserl, hace la crí­
tica de esto), o bien síntesis teológicas disfrazadas (la
dialéctica hegeliana). En la corriente del cientificismo,
¿es el psicoanálisis un nihilismo, en tanto remplaza
(como las ciencias de la naturaleza de su tiempo) el
mito de lo absoluto por el mito de los orígenes, y el
ascenso teológico hacia el sentido verdadero por una
· negatlvación del sentido aparente a cambio de una ver­
dad concebida como falta?

76
Para responder a esta pregunta, se impone un co­
tejo más sutil de la aventura freudiana con la religión,
por una parte, con el arte, por la otra. El interés de
los psicoanalistas por las obras de arte se sitúa sin nin­
guna duda en esta perspectiva.
Para esquematizar, recordaré la manera en que el
arte de fines del siglo XIX enfrentó al nihilismo. Cuan­
do Mallarmé descubre que ,,mi pensamiento se ha pen­
sado», o que 11 la destrucción fue mi Béatrice», se propo­
ne o bien inscribir cela música en las letras», o bien ha­
cer pasar, en el encadenamiento codificado de los versos
poéticos, la dislocación de la demencia (es el proyecto
de Igitur y de Un coup de dés); es esto mismo lo que
ocurre cuando Lautréamont satura la provocación ro­
mántica o azarosa de los Pensées de Pascal o de La
Rochefoucauld. Sin referencia a Nietzsche, pero soli­
dario con él, el arte de la época sobrepasa el nihilismo
ensanchando las fronteras de lo significable. Lo arcai­
co, lo narcisista, la destrucción, se inscriben en el len­
guaje, y el lenguaje resulta revitalizado por esta inva­
sión. La pasión de las palabras y de los juicios, puesto
que es una pasión, no destruye la significación sino
que la vuelve polifónica, perversa, placentera, viva. Lo
imaginario de vanguardia pasa a ser el nexo de unión
entre ley y psicosis, juicio y pulsión. ¿Fracasa aquí el
juicio? No, transita hacia lo heterogéneo a él, que, con
ese tránsito, no lo destruye sino que lo nutre.
El discurso analítico toma prestado ese procedi­
miento, en su práctica y en sus conceptos. Pero inte­
gra lo imaginario en un afán de investigación científi­
ca. Integra lo imaginario en su desprendimiento de la
ilusión teológica. Pienso que esta pregnancia de lo ima­
ginario sustrae precisamente el psicoanálisis al nihi­
lismo, y lo convierte en la forma más seria de la 11 gaya
ciencia». Pero, al mismo tiempo, lo vuelve inconmen­
surable con las «pruebas científicas», y decepcionante
para los racionalistas estrechos. Porque, al movilizar
lo imaginario al servicio de una verdad provisional pe­
ro afirmada, el psicoanálisis no hace de lo negativo un
nihilismo sino un proceso de renacimiento, un proce­
so de reconstrucción.
Apuesto a s�s particularidades porque lo conside-

77
ti0 el único discurso capaz de sobrevivir a la nueva re-
·JJgión, la de los medios de comunicación social. Clips
�e imágenes sin otro sentido que el de asegurar el po­
der narcisista ávido y destructor; ¿cuál podría ser su
antídoto, si no una experiencia de la palabra que en­
sanchara al máximo sus economías imaginarias (para
-dar cabida al desenfreno imaginario propio de la épo­
ca), pero sometiéndolas a la distancia, al retraimien­
to, al centramiento provisional de un sujeto capaz de
conocerse? Las terapias ,,sin diván» podrían, acaso, fa­
vorecer el acceso a este ensanchamiento imaginario,
iindispensable sin duda a toda escucha analítica.
4. ((Ser o no ser», en grupo. Ensayo
clínico sobre lo negativo
André Missenard e Yvonne Gutierrez

11Esto no es una pipa 11 es una fórmula incluida en


un cuadro de Magritte. Del mismo modo, este texto
no es un informe sobre lo negativo. Es una investiga­
ción clínica sobre este tema: relatamos aquí un mate­
rial percibido por dos analistas en una situación par­
ticular, una situación de grupo; y nosotros intentamos.
aprehender lo que registramos como ccnegativo11 en es­
ta situación. l
En consecuencia, no prejuzgamos ni definimos de
antemano -¿cómo podríamos hacerlo, en efecto?- lo
negativo: si nos empeñáramos demasiado en ceñir se­
mejante concepto, lo haríamos positivo y se nos esca­
paría.
Entretanto, lo negativo en la teoría analítica se en­
cuentra presente bajo muchas formas: negación, reac­
ción terapéutica negativa, formas negativas de la tras­
ferencia, narcisismo negativo (brevemente individua­
lizado po� Abraham), desmentida y, más cerca de
nosotros, trabajo de lo negativo (A. Green), psicoaná­
lisis en negativo (G. Rosolato). Pero esta lista no es li­
mitativa.
Lo negativo registrado en este abordaje clínico lo
será en su función operatoria. No asombrará al analis­
ta .comprobar que lo negativo es indisociable de un se­
gundo término: sea este lo afirmativo, o lo positivo, es
en un par de opuestos donde se sitúa lo negativo: se
trata de opuestos indisociables, como las pulsiones de
vida y las pulsiones de muerte.

1 E l carácter clínico de este texto nos movió a conservar el es­


tilo oral que tuvo con ocasión de ser presentado ante el Coloquio
sobre •Figuras y modalidades de lo negativo•. que se desarrolló del
15 al 17 de mayo de 1987. en París.

79
1. �upresión ert un grupo: un caso clínico
La situación de grupo de que aquí se trata es la si­
guiente: una docena de participantes y do� analistas
se reúnen para unas jornadas de cuatro d1as, en un
· marco temporal (cuatro sesiones por día) y espacial de­
finido: se han establecido reglas respecto de las moda­
lidades de los intercambios durante las jornadas. Esta
situación, de la que tenemos experiencia desde hace
muchos años, y cuya teoría hemos elaborado, y tras­
laboramos (D. Anzieu et al., 1972; R. Kaes et al., 1982;
A. Missenard e Y. Gutierrez, 1985), conjuga para no­
sotros las siguientes particularidades: es el lugar don­
de se articulan el funcionamiento psíquico individual
y la representación que cada uno se forma del grupo
como objeto imaginario. Los vínculos que en este se
desarrollan son, como lo había mostrado Freud para
las masas, vínculos identificatorios. Prevalecen aquí
la función del ideal, la problemática del narcisismo y
de la pérdida. Los analistas se mantienen atentos al
funcionamiento grupal que permite a cada participante
actualizar su relación con la representación que sus­
tenta del pequeño grupo y de los analistas que lo han
reunido.
Antes de la primera sesión de las jornadas (cuyo
proyecto se concibió unos meses antes en el marco del
Círculo de Estudios Franceses para la Formación y la
Investigación Activa en Psicología, CEFFRAP), inter­
cambiamos nue�tras reflexiones, nuestras disposicio­
nes psíquicas: uno se queja de la supresión que lo ha
marcado recientemente en su vida, e informa sobre un
sueño: uUno no puede tener dos amantes al mismo
tiempo. ¿Cuál es el fundamento, la legitimidad de es­
ta prohibición? El otro responde en eco a aquella su­
11•

presión a la que es, en ese momento, particularmente


sensible.
Comienzan las sesiones; primero se realiza un tra­
bajo de cuestlonamiento del encuadre y de verificación
de su estabilidad, después aquellas se vuelven tedio­
� Y monótonas, aunque se pueda registrar el eje prin·­
cipal en �o�no del cual se desarrollan: la pareja. Algu
nos participantes se muestran pasivos y reservados:

80
otros, de manera repetitiva , tratan de impedir que se
establezcan los intercambios. Una imagen del funcio­
namiento del grupo se recorta poco a poco ante nues­
tros ojos; la traducimos en una intervención: frente a
nuestra pareja, ellos no tienen otra opción, al parecer,
que comportarse como niños juiciosos o bien como ni­
ños terribles que interrumpen todo intercambio ver­
bal que se quiera establecer, sobre todo entre los hom­
bres y las mujeres.
Esta verbalización de la imagen que tenemos del
grupo produce un efecto inmediato sobre Barbara, par­
ticipante muy reservada desde el comienzo de las jor­
nadas; ella evoca entonces su pasado, es decir, la su­
presión en que en aquella época se mantenía/era man­
tenida en la familia numerosa en la cual creció. En
nosotros, esta supresión entra en resonancia con la que
evocamos antes de la primera sesión. Nos remite tam­
bién a la evocación insistente de la pareja por parte
de los que participaban de la jornada, y nos conduce
a trabajar, entre sesiones, sobre nuestro funcionamien­
to de pareja: descubrimos que una especie de c,conten­
to11 agradable, pero poco movilizador, se ha instalado
entre nosotros, bajo el signo de la supresión. Pero este
descubrimiento es el fruto de un trabajo psíquico im­
portante: para iniciar el análisis fue preciso superar,
no sin trabajo, obstáculos interiores, en particular el
miedo de imposibilitar de ese modo toda colaboración
ulterior.

11. De la circulación del significante


ccsupresión»
A la inversa de los analistas, los participantes no
tienen entre ellos otro vínculo, al comienzo de la se­
sión, que el hecho de haberse inscrito y haber optado
por el CEFFRAP. Se encuentran en un encuadre inha­
bitual, sometidos a las reglas de asociación libre, de
abstinencia, de restitución: no se les imparte ninguna
· directiva, no se les indica ningún otro fin que vivir la
· experiencia, participar con otros, y hablar de ello.

81
� · En el contexto de las jornadas, como en el de las
masas (S. Freud, 1921), los movimientos regresivos
son importantes. Pero aquí se hace sentir la ausencia
de jefe, de objetivo común por alcanzar o de proyecto
exterior por realizar, que pudieran acercar a los parti­
cipantes y aportarles identificaciones. En la regresi ón,
cada participante se ve enfrentado con los analistas,
menos en la persona misma de estos que en las imá­
genes con que cada uno los viste y que descubre en
sus reservas, aquellas que él ha constituido en la épo­
ca de los comienzos.
Ahora bien, para los participantes, las jornadas en
su principio presentan las particularidades de una si­
tuación de los comienzos, si no de los orígenes: ¿quié­
nes ·somos, de dónde venimos para estos analistas de
esta asociación? He ahí la pregunta -una pregunta
por la identificación, de expectativa identificatoria­
que surge implícitamente para ellos en ese encuadre.
Después de sus palabras de introducción, los ana­
listas adoptan, en efecto, una posición de escucha y
de retraimiento. Los participantes, en consecuencia,
no pueden registrar otra cosa que indicios, signos de
la posición latente de los analistas, de su relación en­
tre ellos y de lo que la representa. Ahora bien, de la
problemática de los analistas, en ese momento domi­
nada por la supresión, brotan dos clases de significan­
tes: su intervención en las sesiones y los mensajes no
verbales de que son portadores.
La intervención tomó por objeto a los hijos juicio­
sos/hijos terribles. Los hijos juiciosos -¿como imáge­
nes?- son, en esta sesión, evocadores de lo que une,
de lo que establece vínculos. Al contrario, los hijos te­
rribles son los que impiden los vínculos o los rompen.
Con la intervención sobre los hijos juiciosos o terribles
se yuxtaponen dos significantes opuestos, que remi­
ten a las dos dimensiones, positiva y negativa, de la
supresión.
Los mensajes no verbales vienen después de las pa­
labras de introducción de las jornadas y de enuncia­
ción de las reglas. Emanan de la voz en su intensidad,
su tonalidad, sus inflexiones, su timbre, etc.; también,
de la mirada, y de lo que los analistas dejan traslucir,
sin saberlo, de lo que los anima, los actúa ... o los su­
prime. Mímicas, gestos, posturas trasmiten, del mis­
mo modo, mensajes que los participantes reciben tam­
bién sin darse cuenta, y que decodifican, cada uno a
su manera, según su problemática propia. 2
Barbara, que se encuentra en la misma expectati­
va identificatoria que los otros participantes, pero que
ha sido marcada en su historia por la supresión expe­
rimentada, es la más proclive a reaccionar a lo que en
ese nivel se trasluce de la problemática inconciente de
los analistas, y a apropiarse de esta. Al enunciar la su­
presión, establece un puente, hace circular ese signi­
ficante, enuncia un rasgo común entre una dimensión
(por el momento inconciente) de los analistas y uno
de los participantes. El papel central de la supresión,
y su presencia en el pensamiento de los analistas an­
tes que comiencen las jornadas, conduce a trabajar su
relación con el origen.

111. Supresión y . origen

1. El grupo, los psicoanalistas y sus


sueños

Retomaremos aquí el suefio que tuvo Yvonne Gu­


tierrez la noche anterior y que expresó antes de la pri­
mera sesión. Pero ahora nos extenderemos en una con­
sideración preliminar sobre el uso que se hace de los
suefios de los analistas en el trabajo del CEFFRAP.
El suefio, en efecto, pertenece en exclusividad al
sofiante y remite siempre a un deseo inconciente que
. se origina en la neurosis infantil. ¿Qué uso puede dar­
le el grupo?
Estas jornadas de grupos pequefios, a pesar del
tiempo y del hábito, siguen siendo en extremo movili-

2 Esto admite ser retomado en función de 11signtflcantes enig­


máticos• (J. Laplanche, 1986) y también con arreglo a las proposi­
ciones que J. Kristeva expone en el presente volumen.

83
zadoras para los analistas. Por obra, sin duda, de su
aspecto breve, intenso, incidental con relación aloco­
tidiano del trabajo de la cura, este encuentro con un
grupo desconocido suscita en cada ocasión una fortí­
sima investidura no desprovista de angustia. El grupo
futuro es objeto de una «preocupaciónn conciente e in­
conctente por parte de los analistas. Estos se encuen­
tran en la expectativa del grupo. Se impone la metáfo­
ra del embarazo: el grupo «por hacer" es inevitablemen­
te portador de las esperanzas, de los temores y del
narcisismo de los analistas.
A propósito de la «preocupación,•, Freud ha escrito
en •El caso Dora11 que uEsta preocupación {resto diur­
no) { ... ) es incapaz de provocar un sueño. La fuerza
necesaria para la aparición de un sueño supone un de­
seo. Es tarea de la preocupación procurarse un deseo
que pueda cumplir ese papel11. Freud considera "la preo­
cupacióni• como ••el empresario del sueño11 que tiene
necesidad, para producir un sueño,. de recurrir al •ca­
pital11 de los deseos inconcientes que emanan del pa­
sado {S. Freud, 1905b). Y bien: no está prohibido inte­
resarse por este aspecto uempresario11 del sueño en el
intento de registrar lo que significa esta «preocupación»
para el grupo y lo que revela de la contratrasferencia
previa del analista.
Esta consideración, que justifica interesarse por lo
que el sueño revela de los deseos y las preocupaciones
actuales, dejando de lado el deseo infantil, es válida
en la situación de la cura, así como en la del grupo.
Como lo señala Max Schur (1972, pág. 208), las aso­
ciaciones con el material infantil pueden constituir un
medio de expresar pensamientos y deseos recientes
que son conflictivos en buena medida, y parcialmente
inconcientes. El trabajo del sueño, escribe Max Schur,
•puede operar genéticamente en dos direcciones: del
presente al pasado, del pasado al presente11.
La cuestión que aqui se plantea concierne a la uti­
lización grupal de un sueño. No es evidente a prlorl
que el sueño de uno haya de convertirse en un objeto
común a la pareja de analistas. Pero, por una parte,
esa preocupación grupal es desde el comienzo una
preocupación compartida, que se inscribe en un pro-

84
yecto común: los analistas han elegido trabajar juntos
para 11hacer un grupo», según la expresión que se sue­
le emplear. Han decidido en conjunto hacerlo en tal
fecha, con cierta forma (psicodrama o grupo de pala­
bra, por ejemplo). Por otra parte, el sueño va a ser tra­
bajado de una manera particular: cuando un analista
cuenta su sueñ.o a su colega, este no se sitúa en posi­
ción de analista frente a aquel: no es cuestión de in­
terpretárselo, ni de ayudarlo a interpretar su sueño.
El que escucha el relato, a partir de este mismo, aso­
ciará por su cuenta y presentará sus asociaciones ne­
cesariamente en relación con su preocupación perso­
nal por el grupo. El sueño tiene cabida en los inter­
cambios entre los analistas: se lo ha de considerar
como parte de sus asociaciones y de su trabajo común
de elaboración. Revela de este modo algo de su con­
tratrasferencia, cuyos aspectos singulares se encuen­
tran y se tejen para formar una trama común. Esta
trama común es también el reflejo de lo que denomi­
namos la ínter-trasferencia, a saber, lo que se anuda
y se crea entre los analistas a propósito del grupo ccpor
hacer».

2. Relato de un sueño

He aquí ahora el relato detallado del sueño en cues­


tión.
MEstoy en un grupo, sin duda un grupo de colegas. Pero se
lo ve apenas figurado, grupo de sombras difuminadas cuya
presencia conozco sin poder registrar nombres o rostros. En
cambio, resalta con mucha nitidez una frase en forma de edic­
to: "Uno no puede tener dos amantes al mismo tiempo··. Es­
te edicto tiene, indiscutiblemente, fuerza de ley para este gru­
po del que formo parte. Pero no es enunciado por nadie en
particular. Las sombras son mudas. La angustia, en el sue­
fio, no es suscitada por el contenido del edicto, sino por la
pregunta acerca de su fundamento, de su legitimidad. De
hecho, la pregunta angustiante es la del origen de este edicto11.

Retengamos tres aspectos de este sueñ.o: la presencia


de un grupo; el edicto que, en su forma negativa, enun-

85
cia un imposible más que una prohibición; por últi­
mo, la pregunta acerca del origen. En el momento del
relato del sueñ.o, nuestras asociaciones se perciben
esencialmente centradas en la fórmula: 11Uno no pue­
de tener dos amantes al mismo tiempo». La referimos
enseguida a los sucesos recientes que precedieron a
la sesión y que antes indicamos: en el curso de la an­
terior reunión científica del CEFFRAP, se habían plan­
teado algunos interrogantes, en particular: u¿Qué ma­
terial privilegiamos en el curso de las sesiones?n. Y tam­
bién: ««¿Cómo permanecer analistas en el curso de unas
Jornadas de cuatro días?n.
Nos habíamos propuesto dar razón de nuestra in­
minente experiencia de grupo a fin de esclarecer estas
preguntas con la ayuda de un material clínico. A este
compromiso, que en ese momento nos parece de im­
posible cumplimiento, referimos enseguida la fórmu­
la del sueño, que se eleva como una protesta. Uno de
nosotros (A. Missenard), por su parte, había c«olvidado"
el mandato que habíamos asumido un poco apresura­
damente. En lo que concierne a Y. Gutiérrez, se rebela
por la vía del sueño: no se puede servir a dos runos
a la vez, 11mirar por nosotros» y por la institución.

3. Funciones del sueño


El sueño es entendido entonces en principio como
una tentativa legítima de tomar distancia respecto de
los colegas y- del CEFFRAP, lo que es indispensable
para permitir que los dos analistas invistan el grupo
futuro por su propia cuenta. Los dos analistas se po­
nen de acuerdo en el 11no se puede» del sueño: la pro�
testa que supuso el sueño de uno se suma al olvido
del otro; los analistas firman un pacto: 11mirarán por
ellos», ignorarán el mandato de los colegas, harán co­
mo si este no existiera. V�mos desde ahora que el as­
pecto positivo del pacto, que permite la necesaria to;
ma de distancia, se apoya en una negación: se trata
de un 11no».
Podemos preguntarnos si no es esta una ilustración
clínica de lo que R. Kaes menciona a propósito del pac·

86
to (de)negativo (infra .. págs. 157-70). Un pacto así, se­
ñala Kaes, tiene dos polaridades: una es organizadora
del vínculo y la otra es defensiva. El aspecto organiza­
dor del vínculo es bien evidente aquí: los dos analistas
tienen literalmente necesidad, en aras de su narcisis­
mo personal y de pareja, de evacuar el mandato. La
cuestión está en conocer el precio que pagan por la
satisfacción de esa necesidad. ¿Qué ,,dejan de lado» al
obrar de ese modo?
Muy pronto nos dimos cuenta de que el sueño y
el empleo que de él hacíamos tenían también un valor
de denegación. El mandato, recibido y aceptado en este
caso, no hacía sino poner más de manifiesto lo que en
cualquier circunstancia existe cuando analistas miem­
bros del CEFFRAP deciden 11hacer un grupo». Los ana­
listas/monitores son siempre los representantes del
CEFFRAP: los participantes que se inscriben en nues­
tras jornadas lo hacen ante el CEFFRAP. Puede suce­
der que cierto participante haga su elección en fun­
ción de los monitores, pero no es la regla general. Es
a través del CEFFRAP y gracias a este como los ana­
listas ocupan su puesto como monitores de grupo. La
necesaria toma de distancia se paga entonces, al me­
nos, con una denegación, que es una denegación del
vínculo con el CEFFRAP y de la deuda hacia la insti­
tución. Recordemos que, en el sueño, el grupo de co­
legas se encuentra muy presente, pero, a la vez, re­
presentado por un conjunto de sombras reducidas al
silencio y casi suprimidas.
Si partimos de la idea de la deuda, podemos ir más
allá y formular la hipótesis de que, por el atajo del sue­
iio, es el fundador mismo el objeto del pacto (de)nega­
tivo. La angustia, que en el sueiio acompaiia a la pre­
gunta por el origen, no deja de guardar relación con de­
terminado deseo de usuprtmir>, al fundador. So capa de la
distancia necesaria, y para organizar de manera efec­
tiva el vínculo entre ellos, los analistas se ven lleva­
dos a negar -o tal vez se trate de una desmentida­
todo origen. No deben nada a nadie, no se originan si­
no de ellos mismos, y así se sitúan como fundadores
sin historia.
Más que de un deseo de que muera el fundador,

87
es preferible hablar aquí de un deseo de uno existen­
cia•. Se trata de un avatar del deseo de muerte, regis­
trado por uno de nosotros (Y. Gutierrez) en ciertas cu­
ras, y que se distingue del deseo de dar muerte por
las consecuencias que tiene sobre el funcionamiento
psíquico del sujeto y, sobre todo, sobre el sentimiento
de su propia existencia. En efecto, por udeseo de no
existencia,1 no se entiende el deseo de hacer desapare­
cer a alguien que ha existido, sino del deseo, precisa­
mente, de que ese alguien no hubiera existido, que de
algún modo resulte borrado y desaparezca sin dejar
huellas. Se comprende que cuando ese anhelo tiene
por objeto a un progenitor -y casi siempre es lo que
sucede-, no puede dejar de traer consecuencias para
la existencia propia del sujeto, que, al borrar toda hue­
lla, se borra a sí mismo.
Nos vemos aquí frente a una especie de paradoja:
no se puede suprimir lo que es; ahora bien, la supre­
sión procura que eso no haya sido. Esta paradoja re­
aparece en esa mitología moderna que constituye la
ciencia ficción. En este dominio, son bien conocidas,
a propósito de los viajes en el tiempo, las denomina­
das uparadojas temporales». La más célebre -la para­
doja prínceps, se podría decir- es la siguiente, que
ilustra a la perfección los efectos del anhelo de no exis­
tencia: el héroe se remonta al pasado, se encuentra con
uno de sus antepasados y, voluntariamente o, co;rno
Edipo, por accidente, lo mata. El héroe resulta en ese
mismo acto eliminado. Si su antepasado muere antes
de haber podido engendrar el linaje, nuestro héroe no
habrá nacido. El mismo se ha suprimido. ¿Pero cómo
pudo, si no existe, remontarse en el tiempo para su­
primir a su antepasado? Si en lógica es imposible salir
de esta paradoja, ciertas curas muestran que empero
se la puede vivir, no sin pagarla a un precio muy ele­
vado.3 Los autores de ciencia ficción supieron trasfor-

3 Cf. el caso de un paciente portador de un deseo de esa índo­


le hacia su padre, deseo que lo constreñía a obedecer a diversos ri­
tuales que tenían por objeto confirmarle que seguía existiendo. U>
que invadía de continuo al paciente no era una angusti� cíe muerte
sino la de 11no-ser-.

88
mar esta imposibilidad en aventuras, todas las cuales
desarrollan el tema de la supresión: esta potencia sus
efectos en el presente desde una supresión que se pro­
dujo en el pasado, aunque hubiera sido ínfima.

4. La supresión del origen, de los


analistas, de los participantes

Para volver a la aventura un poco menos imagina­


ria que ha constituido para nosotros esta experiencia
de grupo, hay que recordar que los primeros intercam­
bios entre los analistas habían desarrollado dos temas:
el del sueño y el de la ccsupresión11. En este último pun­
to, los analistas se habían encontrado: la supresión,
verdadero rasgo identificatorio, les concernía a ambos
y se convertía en significante común.
Los dos temas, el sueño y la supresión, no se enla­
zan en apariencia en el discurso manifiesto. Sin em­
bargo, vemos que se conjugan y vienen a consolidar
el pacto que de esta manera se concluye entre los dos
analistas. Al suprimir la institución, su historia, y a
su fundador, quedan sin origen y sin herencia. Con
ello, no sólo se suprimen a sí mismos, puesto que el
_ lugar que ocupan ya no tiene sentido ni legitimidad,
sino que se encuentran en la comodidad ilusoria de
lo semejante: basta de diferencias, de rivalidades o de
riesgos de conflictos entre ellos. Lo que ilustra bien
-nos parece- las dos caras del pacto denegativo. El
refuerzo del vínculo entre ellos se obtiene al precio de
una verdadera ccborradura" de todo lo que pudiera legi­
timar su posición frente al grupo, dar sentido a su pro­
yecto común en una historia que los precediera.
¿En qué se convierte entonces el grupo ccpor venir»?
¿Cuál puede ser su puesto en esta ausencia de histo­
ria? Puro objeto imaginario, el grupo no tiene otra fun­
ción que la de confortar a la pareja de analistas en su
omnipotencia ilusoria. El anhelo de no existencia que
tiene por objeto al fundador recae ineluctablemente so­
bre el hijo/grupo, quien, en tanto diferente de este ob­
jeto imaginario, y en tanto debe advenir de manera se­
parada, es negado también en su existencia propia.

89
Comprendemos que, en semejante situación, los
participantes tengan alguna dificultad para orientar­
se. Uno de nosotros, A. Missenard (1982), ha descrito
en varias ocasiones la urgencia identificatoria que se
apodera de los participantes en los orígenes de un gru­
po. Frente a esa pareja sin historia(s), se entiende que
ellos no tengan otra salida que suprimirse a su vez o
atacar irrumpiendo tan pronto se insinúa un comien­
zo de vínculo. Es justamente lo que ocurre: tras una
tentativa de ataque al encuadre a propósito de los ho­
rarios, sobreviene el empantanamiento en una sesión
que a los analistas les parece morosa y aburrida. En
ella importará -retomamos los dichos de uno de los
participantes- e1coserse la boca para hacerse entender
mejor11• Analistas y participantes se encuentran, en
efecto, en lo imposible, lo imposible de un futuro sin
pasado.

5.
La elaboración de la supresión por
parte de los analistas

Sólo se saldrá de esta situación sin salida a partir


del momento en que los analistas, por el trabajo he­
cho sobre ellos mismos, registren, al menos en parte,
lo negativo de su contento sospechoso. Al trabajar so­
bre la supresión, al retomar, a partir del sueño, su re­
lación con la ley, aceptan el riesgo de romper el pacto,
elaboran sus diferencias y aun sus oposiciones, y vuel­
ven a encontrarse en una historia que sólo parcialmen­
te les es común. Basta, sí, para que el movimiento se
reinicie, para que la historia deje de estar fijada y reto­
me su curso. Esto bastará, pero el trabajo no se hará
sin un esfuerzo considerable, un esfuerzo para pensar
lo que precisamente había quedado de lado gracias al
pacto conciente e inconciente muy tempranamente
concluido entre los dos analistas. Su dificultad no pro,
vendrá sólo de la resistencia habitual de los analistas
a hablar de ellos mismos y a dejar ver sus fallas; tro•
pezará con lo imposible que consiste en pensar lo V�
gatlvo.

90
6. La situación de los comienzos
La secuencia clínica referida en este texto se pue­
de cons iderar como una situación de los comienzos:
comienzo de las jornadas. sin duda, pero también mo­
mento previo· de la separación/distinción de los ana­
listas respecto del CEFFRAP, comienzo de un grupo
constituido inicialmente como objeto imaginario tan­
to por los analistas como por los participantes, esta­
blecimiento de una identificación primera registrable
entre un participante y los analistas.
¿No se asemeja esta situación de los comienzos a
una situación de los orígenes, y no moviliza los mitos
y los fantasmas individuales que la figuran?
Lo que se desarrolla en el grupo ocurre -lo hemos
visto- en la descendencia de la prehistoria del grupo
y, según se lo ha señalado, como efecto del deseo in­
conciente de no existencia o de muerte fantasmática
que toma por objeto al CEFFRAP y a los fundadores,
por parte de la pareja que toma distancia.
Por cierto que la investidura narcisista de esta pa­
reja no deja de relacionarse con la posición del héroe,
tan admirado por Freud. Al tomar distancia de los fun­
dadores, los analistas, como el menor de los hijos en
la leyenda, que era empujado por el deseo de su ma­
dre, tienen que asumir este papel nuevo. Esto los lle­
va a ser sobreinvestidos, idealizados, y se sienten do­
tados de capacidades excepcionales, al menos duran­
te las primeras sesiones. Pero también están marcados
por la culpa, reprimida en mayor o menor grado, de
haber aceptado el riesgo de enfrentar la prohibición,
de haber consumado fantasmáticamente el acto, y de
haber trasgredido, hasta el extremo.
Ciertos héroes mitológicos no deben su fama a la
investidura que hubieran conferido a su eventual des­
cendencia: Hércules exterminó a los hijos que tuvo de
Megara. Si los analistas, en los momentos primeros de
la sesión, hubieron de asumir, inconcientemente, la
posición del héroe, era lógico que aquellos que fantas­
máticamente estaban junto a ellos en posición de hi­
jos se vieran en grandes dificultades para advenir a
ellos mismos. El narcisismo de los héroes es indiso-

91
ciable de su condición -porque tropiezan con la som­
bra de su muerte -, 4 y no es desplazable sobre su des­
cendencia.
La situación de los comienzos puede ser también,
en el caso referido aquí, figuración de un fantasma,
el de unión-separación. Los analistas, en su des eo de
•mirar por ellos mismosn, han tomado distancia de la
asociación madre; pudieron hacerlo, es verdad, en la
investidura de su acto y la narcisización de su posi ­
ción, pero también en la culpabilidad, el miedo de ha­
ber dañado el cuerpo común de origen, la « sustancia
comúnu, y de incurrir en el riesgo de morir a causa de
ello.
Se trate del mito o del fantasma a que remite la si­
tuación de los comienzos, la problemática dominante
parece ser aquella del narcisismo, de la separación­
individuación (con respecto sea a la imago de un pa­
dre fundador, sea a una imago materna arcaica), y
aquella de la fantasmática de la muerte, que le es ane­
ja. Es como si fuera insalvable en esta situación la do­
ble faz del narcisismo, narcisismo de vida y narcisis­
mo de muerte (A. Green, 1983), narcisismo positivo
y narcisismo negativo.
Encontramos en el desenvolvimiento de la historia
de ciertos grupos una reasunción y una repetición de
estos momentos primeros. Se afirman primero la idea�
lización, la unión, el narcisismo positivo, las ligazones
privilegiadas e identificatorias (según el modelo de la
1esupresión11 en el grupo), y la borradura de las diferen­
cias. Más adelante sobrevienen la desunión, la desidea­
lización, el narcisismo negativo, el ataque contra los
vínculos y la afirmación de las diferencias. Y ello an­
tes de que se abran paso nuevos rasgos identiflc ato­
rios, nuevos vínculos comunes, nuevas idealizaciones,
destinados a ser cuestionados a su hora.
Para que esta alternancia se instaure, hace falta to­
davía que el narcisismo de los que están en posición
de fundadores pueda ser retomado, trabajado, elabo·

4Hércules. en el momento de su nacimiento. fue destinaiiióá


la muerte por Hera, celosa de los amores terrenales de Zeus, .q�
lo había engendrado. •l! .

92
rado. Y que su unidad dual sea tcdescompuesta11 y se
libere entre ellos un espacio psíquico que deje un lu­
gar posible a la psique de quienes los rodean.

IV. Del pequeño grupo a la cura

Se plantea la cuestión de conocer lo que experien­


cias semejantes aportan a la teoría analítica y a la prác­
tica de la cura. ¿Qué puede aportar el análisis ccextra­
muros11 al análisis 11intra-muros11 en un abordaje de lo
negativo?

1. Observaciones sobre lo "analítico" en el


pequeño grupo y en la cura

Una pequeña comprobación se ha hecho para ca­


da analista miembro del CEFFRAP. En los días que
siguen a una experiencia de grupo breve, el analista
tiene, en la sesión, el sentimiento de una escucha afi­
nada. Esta impresión de comprender mejor lo que di­
cen los pacientes merece cierta atención. Se puede for­
mular la hipótesis de que este tipo de experiencia y
las particularidades del encuadre grupal movilizan par­
tes de la psique del analista que son menos solicita­
das por el dispositivo de la cura.
Que se trate de las partes más arcaicas no parece
dudoso. La importancia de la regresión en esas situa­
ciones de grupo intensas y breves permite pensarlo.
También es probable que lo negativo influya particu­
larmente aquí. Podemos recordar la importancia del
odio en estas situaciones de grupo: odio hacia el gru­
po, odio hacia el otro, odio hacia el analista o del ana­
lista.5
5 Esto remite a la interrogación que nos plantean quienes par­
ticipan en esos grupos de formación, que se han tratado o se siguen
tratando en diván. ¿Qué vienen a buscar aquí, sabiendo que se en­
contrarán con analistas? ¿Qué cuenta quieren saldar con respecto
a su análisis o a su analista, etc.? Cf. J. J. Baranes e Y. Gutierrez
(1983) y R. Ka�s (1982 y 198&).

93
Comoquiera que fuere, semejante práctica. que pre­
tende ser analítica fuera del dispositivo de la cura,
constriñe al analista a interrogarse precisamente so­
bre lo que se ha hecho de lo analítico. Ya no está •pro­
tegido por un dispositivo que en ciertos momentos pue­
da darle la ilusión de que se encuentra, en virtu d de
ese solo dispositivo, en una ccposición de analista,,. Tam­
bién aquí hay un contento que, al mismo tiempo que
confirma -si ello fuera necesario- la pertinencia del
dispositivo de la cura, puede ahorrarle ciertos cuestlo­
namientos. La situación sillón/diván, el silencio o, más
bien, la no respuesta, evidentemente que no bastan
para que se inicie un proceso analítico. ¿No corremos
a veces el riesgo de olvidarlo?
Pero lo cierto es que este contento es sometido a
una dura prueba desde que se abandona el dispositi­
vo. No se puede evitar la pregunta sobre si el puesto
que ocupa el analista. lo que él privilegia en su escu­
cha, la manera en que interviene, merecen todavía el
calificativo de analíticos. Es una de las razones por las
cuales adquiere tanta importancia la consideración de
la contratrasferencia.
Los conceptos analíticos, aun los más sólidos, re­
sultan sin duda también ellos atacados y cuestiona­
dos por un dispositivo nuevo. Funcionan menos fácil­
mente como certezas; en consecuencia, son reinterro­
gados y retrabajados. Por ese atajo, entre otros, pueden
estas situaciones uextra-muros11 enriquecer la teoría
analítica. El analista se encuentra obligado a una aten­
ción y a una vigilancia redobladas. Esto es lo que explica
aquella ilusión de facilidad cuando vuelve a ver a sus
pacientes de diván. Pero es también lo que lo conduce
a reelaborar su relación con la teoría. Citemos aqui a
C. Canguilhem (1966): uEl concepto está para ser tra·
bajado: para hacer variar su extensión y su compren·
sión: para generalizarlo por la incorporación de-�
gos excepcionales; para exportarlo fuera de su reglón
de origen, 6 para tomarlo como modelo a fin de cónfe·
rirle progresivamente la función de una form8¡�- _;11

6 Las bastardillas son nuestras.

94
No se trata de cuestionar la pertinencia del dispo­
sitivo de la cura. Al contrario, nos han impresionado
mucho las elaboraciones de Guillaumin sobre esa ver­
dadera 11trampa para lo negativo11 que constituye el dis­
positivo de escucha. El retraimiento del terapeuta (ex­
plica J. Guillaumin en su trabajo recogido en este vo­
lumen), su toma de distancia que lo sustrae ante todo
de sus propios excesos de excitación y de inhibición
por las estimulaciones del paciente, no sólo permiten
acoger la experiencia negativa de este, sino que de he­
cho la suscitan, la provocan, la atraen.
La afirmación de J. Guillaumin esclarece nuestro
ejemplo clínico. Muestra, en efecto, que si el proceso
analítico es posible en las situaciones frente a frente
y, en particular, en las situaciones de grupo, ello se
debe a que el analista consigue operar un retraimien­
to interno frente a ((la acción histerizante de las excita­
ciones visualesn. Pero este mismo retraimiento sólo es
posible gracias a lo que J. Guillaqmin denomina la an­
tecedencia del analista, a saber: HSU propio análisis, su
analista y su genealogía analítica,,, que le permiten
constituirse un tercero interiorizado.
Ahora bien, en nuestro ejemplo, los analistas pre­
cisamente intentaron suprimir toda genealogía analí­
tica, con la supresión del CEFFRAP y del fundador.
Por un tiempo, al menos, suprimieron a ese tercero in­
teriorizado que permite el retiro interno de que habla
J. Guillaumin.
Si el riesgo es más fuerte en estas situaciones, ¿aca­
so está ausente en la situación de cura? La relación
con la ((antecedencia11, con la <«genealogía,, y con el fun­
dador, ¿plantea problemas sólo en la situación de ca­
ra a cara? Nada de eso. El odio al fundador es entera­
mente registrable en toda institución. Por más que el
analista eligiera rechazar toda pertenencia a una ins­
titución analítica, no evitaría el problema de la rela­
ción con la genealogía y con el fundador. No puede de­
jar de enfrentarse con una necesaria toma de distan­
cia, que siempre supone el riesgo de ir demasiado lejos.
La necesaria toma de distancia con respecto a la
imagen paralizante del fundador no puede sino dar pa­
so a un deseo de muerte o de no existencia que supri-

95
ma al propio analista como tal, puesto que no puede
ocupar esta posición de retiro sin el recurso a su ante­
cedencia. En consecuencia, siempre está presente el
riesgo de encontrarse en una posición de soledad me­
galomaníaca o depresiva. La situación de grupo, si bien
aumenta ese riesgo, presenta al mismo tiempo la ven­
taja de ponerlo en evidencia y de permitir trabajarlo.

2. Trasmisión, trasferencia, identificación


La supresión, reasunción positiva de lo negativo,
constituye, según vimos, un vínculo identificatorio. Se
establece entre los analistas, portadores inconcientes
de «significantes enigmáticos,,. y los participantes que
buscan registros identificatorios; en una situación de
los comienzos, estos tratan de responder al deseo in­
conciente de los analistas o de reflejarlo.
La supresión es un significante que traduce el ori­
gen común de todos -el CEFFRAP suprimido-, que
representa a los dos analistas considerados individual­
mente y en su vínculo, y también a uno de los partici­
pantes con el que los otros se identificarán después.
La supresión es a la vez un nombre común y una
especie de nombre de familia; una familia de tres ge­
neraciones: la de los ancestros (el CEFFRAP desapa­
recido pero presentificado), la de los fundadores de las
jornadas (los dos analistas), la de los participantes (de
quienes Barbara es portavoz).
En esta perspectiva, lo que se trasmite cuando se
establece el vínculo es a la vez el nombre del padre
y el no al padre. El padre de quien se trata es de igual
modo el padre arcaico, la madre con pene, o el bloque
de los progenitores; es el de la identificación primaria,
representante mítico de una fusión primera que una
vez fue realizada y que después en vano es buscada
repetitivamente.
Lo que se trasmite -y cuyo carácter de repetición
y de insistencia conduce a considerar que se trata de
una trasferencia- es la huella de la unión primera con
el CEFFRAP, cuya pérdida vienen a asumir los analis•
tas al situarse ellos mismos en posición de fundado•

96
res. En esta posición, suprimen a aquellos de quienes
se originan (cf. supra) y se marcan con la culpa de su
existencia separada y su función nueva. En un mis­
mo acto, los participantes quedan destinados a sufrir
la atracción de lo que, en la psique de los analistas,
es el representante de la pérdida y de la culpabilidad
que ella atrae.
El vínculo de los analistas con su origen común (su­
primido el CEFFRAP) se convierte en el núcleo de la
dinámica y de la economía de las jornadas que se ini­
cian. En el momento en que se liberan, y por ese mis­
mo hecho, entregan a los participantes una materia
que a la vez representará el vínculo original y llegará
a ser la 11 sustancia común» que los participantes han
de compartir. 7
Estas consideraciones permiten confirmar y com­
pletar las proposiciones de R. Majar (1982, pág. 103),
según las cuales: ccSi las interpretaciones de significan­
tes son constitutivas de la trasferencia, lo son en el sen­
tido de que mantienen al sujeto en una relación de no
relación con significantes. Es el sujeto quien se tras­
fiere en el otro para oír, desde ese lugar otro, lo que
él no dice; para oírse, en consecuencia».
En el ejemplo aquí referido, lo que los analistas no
dicen, pero que se habrá de trasferir, es su relación
con sus propios orígenes, y su culpabilidad de ser; es­
ta, bajo dos formas: ser fundador(es) en vez de aquel
que los ha fundado, ser separado(s) de la institución­
madre con la cual por largo tiempo se han confundido.
Sin duda, conviene que en la cura el analista pue­
da, de igual modo, registrar las prolongaciones de su
relación con sus orígenes personales, con sus oríge­
nes en el análisis, es decir, en sus relictos trasferen­
cia les y en su relación con Freud, desde luego, pero
también en su relación con las instituciones que de­
sempeñan la función de ser las guardianas de lo que
ellas consideran como la herencia freudiana.

7 Es deliberada la evocación del «banquete tenido en común"


(Freud, 1921). lo mismo que la asimilación que se puede establecer
con lo •maternal• (cf. F. Gantheret, 1983).

97
Si las curas se deciden también en función de las
colusiones narcisistas que se esbozan desde el comien­
zo entre el analista y el analizando, si ellas son el lu­
gar de encuentro, en la contratrasferencia, de las pa­
siones más antiguas del analista (V. Smirnoff, 1982)
y del paciente, entonces conviene registrar en la cura
aquello que constituye la ccsustancia común11 en que
uno y otro se reúnen, los juegos pulsionales de amor
y de odio que en ella se movilizan, los significantes que
los representan con insistencia y continuidad, de los
cuales el ccmaterial11 aportado por el paciente propor­
cionará el reflejo, y que será asunto, para el analista,
de una elaboración sobre la parte que le toca, es decir,
sobre los significantes enigmáticos trasferidos, pues­
tos en común, intercambiados.
En el análisis del Hombre de las Ratas, el paciente
Ernst, que llevaba el mismo nombre que el hijo de
Freud, era para este evocador, a la vez, de la pusilani­
midad del paciente y de la humillación sufrida otrora
por Jacob, el padre de Freud, de quien este era tam­
bién el heredero. Así, se encontraba subyacente, en­
tre paciente y analista, una ccsustancia común11 suscep­
tible de convertirse en una ccmateria analítica11, como
lo ha propuesto J. P. Valabrega (1980).

3. A propósito de las reacciones


terapéuticas negativas

El trabajo del analista en el dispositivo del grupo


aporta un nuevo esclarecimiento para la conducción
de ciertas curas difíciles y, sobre todo, para las reac­
ciones terapéuticas negativas.

Reacción terapéutica negativa y omnipotencia

. En el curso de las jornadas a que nos venimos refi­


riendo, el sentimiento de omnipotencia y la investidura
narcisista de la pareja de los analistas ocuparon pri­
mero el lugar de las dimensiones narcisistas negati­
vas de su funcionamiento. ·La prehistoria de las Joma-

98
das había movilizado la omnipotencia de los analistas.
La elaboración de esta había constituido un momento
esencial de su trabajo.
Los pacientes que desarrollan reacciones terapéu­
ticas negativas en el curso de su análisis son a menu­
do personalidades con una fuerte componente narci­
sista. Su fantasma de omnipotencia ya ha sido indica­
do por Abraham. Algunos experimentan el temor de
que se revele en ellos una debilidad profunda, y hasta
un hµndimiento (Joan Riviere), y de que su angustia
sea elpreludio de un cccambio catastrófico11 como lo ex­
puso Bion.8
De manera más precisa, J.-B. Pontalis (1981) ha
destacado que estos pacientes se sintieron otrora so­
metidos a designios de poder y de control, designios
con los cuales después se identificaron, y entonces aho­
ra, en su cura, colocan a su analista en la posición del
sufre-dolor que debiera padecer los efectos de la mis­
ma omnipotencia que el paciente experimentó anta­
ño. Estos pacientes echan inscrito las palabras del Otro
en su carne y no han logrado inventarse ellos mismos11.
Diré que no han abierto un espacio psíquico propio,
fuera de la presencia de ese Otro intrusivo e insalvable.

Narcisismo del paciente y narcisismo del psicoanalista

La experiencia de grupo aquí referida· conduce a


formular algunas observaciones a propósito de las reac­
ciones terapéuticas negativas:

a. Estos pacientes ponen a prueba, trasferencial­


mente, las capacidades del análisis y del analista. El
narcisismo de este, sus referencias a sus ideales per-
. sonales y profesionales pueden resultar cuestionados
en consecuencia, y conducirlo a la búsqueda repetida
e ineficaz, en su saber, su experiencia, sus conocimien­
tos analíticos, de los medios de comprender y, todavía
más, de interpretar las resistencias que encuentra. El

8Tomamos de J.-B. Pontalis estas referencias a Abraham,


Joan Riviere y Bion.

99
extremo de semejante reacción se podría calificar de
encarnizamiento 'teórico, por analogía con el encarni­
zamiento terapéutico en ciertas situaciones médicas.
La experiencia aquí referida, que se centró en una
contratrasferencia narcisista, puede tener su interés
para esclarecer el problema de las reacciones terapéu­
ticas negativas.
b. Uno de los riesgos que en efecto trae consigo la
cura de estos pacientes es que se organiza en forma
de un desafío del paciente, del tipo ,,cúrame, si pue­
des, yo me opongo», o ucúrame ·si te atreves11, a lo cual
respondería una omnisciencia del analista. De esta ma­
nera parece reproducirse el enfrentamiento de dos nar­
cisismos con los que, en efecto, el paciente se ha cons­
truido, sin tomar en consideración la posibilidad de que
el progenitor (la madre) de este paciente haya escon­
dido bajo su narcisismo positivo sus angustias de des­
trucción, sus debilidades, sus insuficiencias experi­
mentadas (en su función de progenitor, por ejemplo).
Al contrario, el objetivo puede consistir en que la
cura pase a ser una situación en que el paciente haga
la experiencia de su omnipotencia en definitiva nega­
tlvizante del otro, por una parte, y proyecte sobre el
analista su debilidad, su desconcierto, si no su hundi­
miento, que eran aquellos aspectos con los que se en­
frentaba, sin saberlo, en su relación parental.

La contratrasferencia y las reacciones terapéuticas


negativas

Este objetivo se podría considerar como un proce­


dimiento, como un truco técnico que no tendría nada
de analítico, si al mismo tiempo no se tratara, para el
analista, de elaborar -solo o con otro- lo que repre­
senta para él la omnipotencia narcisista que el desafio
del otro le moviliza. 1 J

Si estos pacientes "no han podido inventarse elloS'


mism os11, es ilusorio intervenir sobre aquella parte de·
su psique que todavía no ha podido advenir, o sea, es
ilusorio hacer interpretaciones que sólo podría, com­
prender un yo neurótico. En cambio, parece una.}pers..

100
pectiva abierta el análisis que el propio analista em­
prenda de los efectos que la relación le produce, con
lo cual trabajará sobre la sola faz asequible, sobre la
única que ofrece un hilo rojo (puesto que no lo ofrece
el analizando, ccquien-todavía-no-se-ha-inventado»). Con
otras palabras: el análisis de la contratrasferencia nar­
cisista es un modo de abordaje y de análisis de los mo­
vimientos trasfero-contratrasferenciales.
Lo que hemos señalado confluye con proposiciones
que destacan, a propósito de las reacciones terapéuti­
cas negativas, la parte que toca a la contratrasferen­
cia, a eso infantil en nosotros (V. Smimoff, 1982), que
una introspección rápida del analista no bastaría para
borrar, puesto que lleva la marca de nuestras pasio­
nes primeras, que no cesan de animarnos.
Estas comparaciones entre los casos de reacción te­
rapéutica negativa y la experiencia de grupo referida
en estas páginas conduce a la comprobación de la ne­
cesidad de una disposición psíquica particular del ana­
lista en el curso de ciertas curas. Este relativo retrai­
miento de la omnipotencia teórica, que hemos men­
cionado, recuerda la recomendación formulada por M.
Balint (1967) para los casos de regresión grave: el ana­
lista debe mostrarse c<discreto».
No obstante, lo que proponemos no es acompañar
al paciente en una neutralidad tolerante, benévola y
comprensiva (no era esto, por lo demás, lo que propo­
nía Balint), sino trabajar/elaborar lo que esos pacien­
tes nos dan para vivir, sufrir, experimerttar; y esta ela­
boración no necesariamente tiene que ser objeto de in­
terpretación, al menos durante un tiempo.
Sin duda alguna, lo expuesto aquí no deja de tener
relación con las invitaciones formuladas por W. Bion
(1974) de hacer el vacío en nosotros y asumir una fun­
ción «continente» de trasformación interna de lo que
el otro aporta al analista.
Con esto desembocamos en las investigaciones que
hoy realiza A. Green, sobre todo en cuanto al lugar del
analista en el proceso analítico.
La experiencia de grupo y el trabajo sobre reaccio­
nes terapéuticas negativas, según lo expuesto en este
texto, coinciden en recomendar, no que la teoría ana-

101
litlca deba, en esas situaciones, dejar sitio a un vuelco
fenomenológico donde el vivenciar del analista se pu­
siera en el primer plano, sino que la elabora ción teóri­
ca debe tener también por objeto la experiencia vivid a
por el analista, sin restringirse al caso (sea este el de
un paciente o el de un grupo).
Es decir, en otros términos y para otras situacio­
nes, que el análisis es también el análisis del encua­
dre, y que, ciertamente, este no está constituido sola­
mente por las condiciones de espacio y de tiempo que
se han convenido entre los protagonistas, sino también
por partes silenciosas de su psique.

102
5. Desmentida, identificaciones
alienantes, tiempo de la generación
Jean José Baranes

l. Historias de familia
•En aquello en lo cual él no debe pensar, inclusive
si no piensa en ello, es constantemente en eso que yo
pienso que él piensa11. Tal fue, resumida, la confesión
que me hizo la madre de Mathieu, joven adolescente a
quien yo trataba en un Centro de día a causa de una
inhibición intelectual masiva de tonalidad francamente
depresiva, que se acompañaba de insomnios en cuyo
trascurso se paseaba por la casa con grandes y ruido­
sas zancadas, y se entregaba en el baño a rituales ob­
sesivos complicados. 1
Un crimen pasional particularmente atroz se ha­
bía producido muchos años antes en esa casa. Contra
toda evidencia, un silencio opaco había disimulado cui­
dadosamente sus circunstancias y consecuencias, has­
ta que las dificultades de orden psicótico del mayor
de los hijos, y después la inhibición intelectual del se­
gundo, desembocaron en el retorno de lo intolerable:
cada acción insólita -si no cada idea de Mathieu-,
en efecto, era ccinterpretada11 por su madre como una
reactivación de la escena traumática desmentida. Por
eso mismo, todo otro itinerario que el de la re-produc­
ción de algo ccya ocurrido,, parecía vedado a mi joven
paciente.
Ese fue mi primer encuentro con sus cchistorias de
espectros», historias de familia, las más diversas, pero
que imprimían a mi experiencia clínica un sesgo par-

1 El presente trabajo integra una investigación del INSERM, ac­


a
tualmente en curso, sobre «Les facteurs de changement l'adoles­
cence• (contrato 849005). Laboratorio de Psicopatologia del Adoles­
cente, Centro Ettenne-Marcel, Paris.

103
ticular, al menos en un punto: lo que sabía acerca de
ciertos acontecimientos familiares, que manifiestamen­
te habían permanecido en un estado de no asimilación
psíquica para el grupo familiar -análogo en esto a los
elementos beta de Bion-, se me imponía también por
su presencia, por lo no dicho o el secreto guardado so­
bre su existencia, si no por su gravitación en mi pen­
samiento (especie de paso obligado de la interpreta­
ción), tan pronto como se manifestaban cierto actuar,
cierta temática delirante, cierta organización de acon­
tecimientos en apariencia insensatos. Verdadera situa­
ción de coexcitación libidinal, traumática y excitante
al mismo tiempo, �ue me condujo, con los años, a una
elaboración teórico-clínica que me propongo retomar
hoy, pero en una forma más matizada -al menos así
lo espero - que la que alcancé en mis primeras refle­
xiones sobre las repeticiones transgeneracionales.
Sabemos que los escritos sobre este tema se han
puesto después a la orden del día, lo mismo que las
críticas a ellos; me inclino a centrar mis reflexiones
de hoy más bien en el tema de la desmentida, consi­
derada en su relación con lo negativo, y con el proce­
so de subjetivación que está en estrecha relación con él.
Es evidente que, en cuanto a mi actitud de clínico,
la experiencia de los grupos del CEFFRAP. de la inter­
subjetividad y de los acondicionamientos fantasmáti­
cos ínter-individuales, y la escucha de ese discurso en
grupo que R. Kaes ha calificado de cadena asociativa
grupal, me habían preparado para ese abordaje par­
ticular de la adolescencia, allí donde otros psicoanaJ.i:s­
tas, sobre todo anglosajones, se atenían a un encua­
dre clínico estrictamente ortodoxo. Por mi parte, lé\ di­
versidad de los parámetros de una vida institucionaj.
considerada como área de Juego, espacio de enc�en­
tro y de creación para lo imprevisto, a partir de esas.
situaciones fijadas por una compulsión de repe1;iciól}
mortífera, me habían llevado a sostener con fil¡ine�
dos principios:

1. El de una escucha que, aunque se ej�rci�fl:mi1�,


ra del encuadre de la cura, seguía siendo l &-;miJJ�
psicoanalítica, y tomaba en consideración tanwl ,.

104
blemática y la historia trasferencial del adolescente co­
mo las de sus padres, quienes en consecuencia se veían
introducidos en un verdadero proceso de actualiza­
ción2 de una historia de varias generaciones. Su pues­
ta en palabras -ni observación directa ni búsqueda
de una causalidad unívoca, sino puesta en perspec­
tiva, reconstrucción o ensoñación- permitia que al ca­
bo cada uno se diferenciara, encontrara sus contornos,
que en muchos casos habían permanecido hasta ese
momento masivamente entremezclados.
2. Pero el correlato de ese trabajo sobre los límites
y las fronteras indecisas entre sujetos y entre genera­
ciones, sin ruptura simbolizable en cuanto al estatuto
y al lugar de cada uno, era, en la posición institucio­
nal concreta que yo ocupaba, la inadecuación de una
trasposición forzada de un encuadre analítico, indivi­
dual o de grupo; también aquí, lo en suspenso, lo pre­
cario, lo provisional -¿otras formas de lo negativo?­
convenían mejor, según me parecía, a las exigencias
de los adolescentes y al hecho institucional como tal.

11. Un temblor histérico poco singular


1. En ese contexto, me vi llevado a reflexionar so­
bre la historia de Eric, de la que he informado en otro
trabajo.3
Eric era un adolescente cuya psicoterapia se había
estancado, vagamente tonto y provocativo, incapaz de
someterse a la menor situación de aprendizaje sin ha­
cerse agredir, y cuyo paso por el servicio militar había
sido la ocasión de una de esas creaciones sintomáti·
cas bien conocidas por los médicos de colectividades:
Eric había hecho de repente un temblor histérico a raíz
de cuya comprobación, en el espacio de una entrevis-

2 Testimonio de ello es el lapsus de un padre que inscribió su


fecha de nacimiento dond·e debía consignar el día de admisión de
su hijo en el Centro.
3 J. J. Baranes, 11Vers une métapsychologie transgénérationne­
lle?,, Adolescence, 5, 1. 1987.

105
ta, me resultó grato recordar el nacimiento del psico­
análisis y la búsqueda del afecto estrangulado. Pero la
confesión hecha por Eric, en presencia de sus padres,
de su deseo de muerte de un cabo, había desencade­
nado bruscamente un pasaje al acto en su padre: se
levantó para verificar que los policías no se llevaban
su automóvil, al que de repente supuso mal estacio­
nado. En ese momento acudió a mí el recuerdo de un
relato que me habían hecho mucho antes, la historia
del abuelo paterno de Eric: este había huido frente al
enemigo durante la guerra, sin que el alcance de ese
episodio se hubiera manifestado en manera alguna du­
rante la infancia del señor V. En cambio, con su pro­
pio hijo, la guerrilla era incesante, interminable, man­
tenida por los dos protagonistas, ininteligible hasta esa
creación sintomática nueva, que sin duda se vio favo­
recida por las identificaciones colectivas y el alcance
simbólico de ese período del servicio militar.
Esta resonancia íntima y compleja entre padre e
hijo me permitió entonces volver, con el primero, so­
bre esa (Chistoria anterior», a la vez desmentida y efi­
ciente, por el atajo de una interpretación cuyo valor
para volver a situar en perspectiva las generaciones
me parece ahora, apres-coup, que reside sobre todo en
la carga afectiva compartible que permitió entre el pa-
dre de Eric y yo. "
Evoqué, efectivamente, no sin intensidad, ese mo­
mento de báscula en que los convocados para el contin­
gente durante la guerra de Argelia -deporte intolerable
después- iban a la cccaza del fellahn. Esta vivencia co­
pensable permitió, me parece, al señor V. 11desidentlfl­
carse11 respecto de ese padre desertor, y al mismo tiem­
po pensar en otra trasmisión de la paternidad: Eric po­
día dejar de ser ccel pequeño padre" con quien había
que arreglar cuentas en esa verdadera interpenetra­
ción de las generaciones en que el señor V. permane­
cía sujeto a una posición de hijo incapaz de acceder
a una paternidad simbólica. Aquí lo negativo tenia más
del 11con tal que eso dure, con tal que eso sufra11 (Pon­
talis) que de la negación como operador del trabajo d�
pen�iento singular.

106
2. A fin de prolongar las reflexiones teóricas a que
me había conducido este ejemplo clínico de resonan­
cia fantasmática íntima transgeneracional, y de con­
siderar, a título de hipótesis de trabajo, sus efectos so­
bre ciertas reacciones terapéuticas negativas, referiré
primero el caso de Daniel4 (H. Faimberg, 1987), 11un
Arlequín servidor de dos amos». Es este un material
muy particular, puesto que no se trata ni del relato
de una cura ni de una historia de caso, sino de una
entrevista inaugural mantenida con los dos padres de
Daniel en ausencia -¿deliberada?- de este, y con las
consecuencias que habrán de verse en cuanto a las
reacciones contratrasferenciales en que me encontré
inmerso.

111. Un Arlequín servidor de dos runos


En realidad ya no pensaba que me sucedería en­
contrarme con Daniel ni con sus padres. En efecto, ha­
bían trascurrido más de siete meses desde que el psi­
coterapeuta de Daniel había recomendado a este, así
como a sus padres, que tomaran contacto con el Cen­
tro a fin de que se considerara su admisión. Daniel te­
nía quince años, estaba en situación de fracaso esco­
lar, repetía de grado y, sobre todo, había conducido
a su psicoterapeuta a lo que parecía ser un callejón
sin salida. Este muchacho inteligente, vivo, atento, po­
nía una energía notable, al decir de aquel, en no avan­
zar una pulgada, aunque fuera siempre puntual, re­
gulannente acompañado a sus sesiones por uno de sus
padres. A consecuencia de aquella propuesta, los pa­
dres de Daniel habían tomado contacto telefónico con
el Centro; se mostraron más que reticentes, asediaron
a mi secretaria con preguntas, y después no dieron no­
ticia de sí. No obstante, un buen día solicitaron una

4 Daniel: personaje principal del libro bíblico que lleva ese tí­
tulo. Conducido a Babilonia en exilio, permanece fiel a la Ley. Apa­
rece desde los primeros tiempos entre los artistas cristianos como
figuración de Cristo.

107
entrevista para ellos mismos, con el propósito de sa­
ber si el Centro podría convenir a su hijo. En vista de
su modo de iniciar la partida, pero sin tener a priori
grandes esperanzas, acepté recibirlos en consulta sin
su hijo,• quien, de todas maneras, según ellos le ha­
bían declarado a mi secretaria, habría dicho 11 no» a es­
to como a todo lo demás.
El señor N. tiene una especie de rigidez postural
y esa incomodidad corporal que caracteriza a ciertos
padres de psicóticos. Su esposa es una dama delica­
da, delgada, con perfil de pájaro alarmado, toda dis­
puesta, como suspensa de los dichos de su marido, a
quien refuta casi siempre con breves exclamaciones.
Los dos recuerdan, por su extrañeza y, sobre todo, por
una cierta cualidad como de sinergia, la inmateriali­
dad de algunos personajes de Pirandello. Se puede de­
cir que, frente al extraño peligroso que yo soy, los dos
hacen causa común o cuerpo común. Este porte un
poco robotlzado desencadena en mí un breve males- ·
tar, pero a continuación no me seguirán dando esa im­
presión tan i�humana.5
Sentado en el borde de su sillón, el sefior N. comienza:

-NBueno, hemos venido a verlo porque nuestro hijo Daniel


ha dejado de lavarse. De esto hace casi cuatro años, está por
cumplir quince años, rechaza todo, no se lava nunca, se po­
ne sus suéters unos encima de otros. Cuando se le hace una
observación, se pone uno nuevo encima de los que ya están
sucios. Ya no quiere cortarse los cabellos y no se quita una
gorra de lana que lleva encasquetadan.

Todo ello enunciado con la mayor seriedad, más


que con angustia. Es que el señor N., de quien había
olvidado que era jurista, ha formado un verdadero «le­
gajo", que me expone, sobre la afección de la que su­
fre su hijo, especie de informe médico que incluyera
5 En realidad seria posible, como lo ha propuesto Gilbert Dlat•
kine, efectuar una relectura apres-coup de la totalidad de esta en·
trevt sta desde el ángulo de los movimientos tdentlficatorios contra·
trasferenciales: se vería en ese caso que el régimen de las identifica·
clones oscila entre identificaciones secundarias y movimientos més ·
y •arcaicos• de rechazo ·o de exceso empátlco. ·' 1
masi vos

108
signos, diagnóstico, etiología y perspectivas terapéu­
•tlcas, y acerca del cual le agrada poder consultarme,
pPrque los primos a quienes se lo ha comunicado, y
otras personas también, encuentran sus ideas comple­
tamente desatinadas.
)

pero
. Volvamos a su relato. Daniel, pues, es sucio. Es sucio,
no hiede, no tiene los pies sucios, por ejemplo. No, es
un rechazo, pero el debe de ... -¿qué hará?, ¿tal vez fro­
tarse, sacudirse la planta de los pies?
La señora N. interviene y confirma:

-•No se sabe muy bien, se trata de que no quiere obedecer


en nada11. Es el rechazo personificado.

Me quedo a la espera, y el diálogo se reanuda.


Señor N.:

-•Todo esto comenzó en el jardín de infantes, cuando Da­


niel tenía tres años11. Está totalmente seguro de ello.

La señora N. interviene, pierde un poco la calma, no está


de acuerdo, pero su marido insiste:

-•Pero sí, fue exactamente allí donde comenzó a tener arran­


ques de cólera, y su madre [ahora se dirige a mí], en lugar
de mostrarse paciente y dejarlo pasar, para responder des­
pués con calma como es debido, comenzó a enojarse y a res­
ponderle a los gritos. ¡Entonces fue terrible! También hay
que decir -prosigue- que siempre fue muy celoso de su
hermano mayor, Ariel, que le lleva tres años, tan celoso, por
otra parte; que un día tuvimos que enviar a Ariel a casa de
sus abuelos, a París, para que pudiera continuar sus estu­
dios, que son muy brillantes, en X ... 11.

La señora N. interviene en ese momento y ofrece una pre­


cisión:

-•Si, Daniel siempre ha sido un poco bebé, usted compren­


de, un poco gruñón, mientras que Ariel iba muy adelantado
y era brillante en clase11.

Esperaba encontrarme con la gran psicosis, pero algo me


intrigó cuando escuchaba ese relato tan contrastado, en que
se traslucian los ideales parentales: creí que soñaba cuando

109
supe que, ante los celos de Daniel, se había decidido una se­
paración de los niños. Dejo que sigan narrando. El señor N.
prosigue:

-«Después llegó el séptimo grado, y en ese momento no an­


duvo más». La señora N. se apropia con avidez de ese punto
de referencia escolar, pero su marido precisa:
-•Lo habíamos llevado al peluquero porque había sido invi­
tado a una fiesta en casa de un compañerito11. [En mi inte­
rior pienso: ¿seria un bar mitzvá? Después me entero de que
se trataba de una circuncisión rttual.) Se puso una gorra luego
que le cortaron los cabellos, y nunca más se la quitó. Ahora
está en tercer año, pero no anda bien, permanece muy aisla­
do en clase11.

Me explican que son cuatro varones, Aríel, de 22 años;


Daniel, de 15; Sarny, de 10, y Louis, de 6. Daniel y los otros
se quieren, se entienden bien.

-•No, no hay celos entre ellos» (esto quedará considerable­


mente desmentido después).

Oriento mi investigación hacia el comienzo de los tras­


tornos, y el señor N. prosigue:

-«Eso ya había empezado cuando mi esposa estaba encinta


de Samy. No, mucho antes, dos años antes. Tenía arranques
de cólera. Le decía que fuera paciente, pero hay que decir
que ella tiene circunstancias atenuantes. Su padre la había
criado con arreglo a antiguos preceptos médicos, usted com-
prende; yo mismo soy jurista. Mi suegro era dentista, dejó
de ejercer en 1942 para trabajar con su esposa en la confec­
ción. Mi mujer nació en 1944, y cuando ella lloraba, él decia
que había que dejarla llorar; esa es la razón, entonces».

Al escuchar este discurso, advierto que las ceircuns­


tanclas atenuantes 11 pesan poco para el veredicto dic­
tado, y empiezo a formarme lentamente la idea de que
la ruptura gira en torno de la cría [élevage). Es lo que
me digo, y anoto cría en mi informe, más que educ�­
ción, sin comprender bien todavía el alcance semánti·
co del término, que en realidad puede remitir tanto al
adiestramiento de la animalidad como a la idealidad
de una 11elevació�11 {élévation] por una educación per­
fecta.

110
La señora N.. a quien me había dirigido, me especifica en­
tonces que es la segunda de cuatro hijos: dos niñas primero,
dos varones después. Compruebo que ocupa en la fratría el
mtsmo lugar que Daniel. Hago notar que los dos hijos mayo­
res tienen nombres que terminan en Mel".

-•Sí, responden a coro los padres. Es el nombre de Otos".


Señalo que también es el pronombre Melle" (ella].
-•Ah. si -me dice entonces la señora N., con una fuerza
y una intensidad de la mirada que fija en mi-, yo quería
una niña, absolutamente; quedé muy decepcionada, por Ariel
primero, y por Daniel después. Deseaba muchísimo una ni­
ña. En fin, no hay nada que hacer, ¡las cosas son así!".

El señor N. ha dejado hablar a su esposa. Retoma la ini­


ciativa y el informe clínico con una precisión y un detallis­
mo enteramente obsesivos. Después me propone su inter­
pretación dé los síntomas de su hijo.

-«Para mí. se quiere proteger, esconderse del mundo exte­


rior tras un caparazón. Como ocurre con la suciedad: esta­
blece una distancia ...

Me intereso mucho; es raro que padres de este es­


tilo hablen en términos de subjetividad y de intencio­
nalidad interna positiva. Habitualmente oigo hablar ya
de enfermedad, de pereza, o ya también de inclinacio­
nes viciosas, cuando no se trata de una interpretación
psicológico-psicoanalítica de las más intrusivas, que
sólo en apariencia es lo opuesto. Aquí, todo lo contra­
rio, tengo la sensación de que el señor N. habla de su
hijo, pero como desde el interior, sin la distancia que
permite la diferenciación de los aparatos psíquicos.
AfJ.rmar que el señor N. ccdice a su hijo11 seria más exac­
to. Pienso después que probablemente esta impresión
de una «identificación (proyectiva) indetenible», cual�
quiera que fuese el espesor de la capa vestimentaria
protectora, o la oposición entre la exhibición de la ana­
lidad y los rasgos obsesivos del carácter del padre, me
pusieron sobre la pista de una interpretación de los sin-
. tomas de Daniel como repliegue autista o narcisista
a minima, política de la tierra arrasada, que se propo­
ne expulsar un objeto perseguidor inexpugnable.

.
111
La señora N. está de acuerdo con su marido en esta in­
. terpretación, aunque por su parte le imprime otro sesgo:

-•Si, es eso, eso lo protege, está hecho para protegerlo de l


mundo exterior, él es frágil y extremadamente vulnerab1e11.

Los dos se encuentran en un desacuerdo más marcado '


en cambio, cuando se trata de proponer una causalidad. Pa-
ra el señor N. no hay duda de que su hijo ha sido traumati­
zado por los gritos de su madre, y después por el miedo al
peluquero.

-«Eso lo dio vuelta, y es la situación en que estamos en el


presente».

En suma, para que Daniel siguiera hoy indemne,


habría sido preciso que se mantuviera una unión nar­
cisista ideal, yo ideal omnipotente, 6 y que se evitara
toda fantasmática de castración, puesto que los dos pa­
dres consideraban que el alcance simbólico de la cir•
cuncisión no había tenido efecto sobre Daniel.
Omito las precisiones que me siguen proporcionan­
do. Finalmente hago notar al señor N. que todo lo que
me dice es muy interesante, y que me ha hablado casi
de todo, salvo de él mismo.
-•Oh, en cuanto a mí es muy simple, nací en 1935, soy de
familiajudía, tengo un hermano mayor, somos dos. Me die­
ron a mi abuela a la edad de once años, y viví con ella hasta
el bachillerato. Veía a mis padres los fines de semana».

Eso es todo, al parecer; marco un tiempo de suspensión,


de asombro: -,,¿lo dieron?». Mi pregunta no suscita ningu­
na emoción, más bien un mayor cuidado por la exactitud
en la forma y la precisión.

-.Si, es simple, nosotros vivimos en París hasta 1940, des­


pués nos trasladamos ... 11.
-«¿Nosotros? ¿Quiénes?11.
-•Yo, mi hermano, mis padres, mis abuelos matemos, nos
trasladamos entonces a la zona libre cerca de Mazamet. Alli
mi abuelo materno murió, por lo demás murió en la misma
cama que yo, ahí, me acuerdo ... 11.

6 Según el modelo de un verdadero •paraíso pos-uterino•.

112
y el señor N. señala de verdad un punto de la habi­
tación, Junto a sí, como si todo ocurriera en efecto ahí,
precisamente, en ese mismo momento. Pero sin duda
que yo quedo �ás afectado que él, puesto que prosi­
�ue, imperturbable:

-«Después volvimos a París y mi abuela quería que le dieran


un niño para no estar sola. Entonces mi madre me dio a ella.
Es que allí había un gran jardín, usted comprende, aun así
era mejor con un jardín para un niño. Fue exactamente lo
que ocurríó11.

En este punto estoy sorprendido, incrédulo, no tan­


to por el contenido como por la ausencia de afecto. In­
tento aun así hacer surgir alguna ambivalencia del se­
ñor N. hacia sus padres, aunque presiento una articu­
lación posible entre las fijaciones cuasi fetichistas de
Daniel a sus ropas y la desmentida compleja que se
expresa en la claridad hiperrealista del discurso de su
padre.
Le hago notar entonces, en una formulación un po­
co vaga, que aun así le debe de haber resultado difícil
sobrellevar esta situación. Y recibo la inmediata res­
puesta:

-•¡Ah!, sí, eso ha sido enteramente terrible ... los arranques


de cólera de mi esposa11.

Pero, entiéndase, soy yo quien marca la disjunción


entre los dos elementos de este discurso, que atestigua
verdaderamente el clivaje del yo (ccya lo sé, pero aun
así ... ») y lo hace volver, de un solo golpe, de mi pre­
gunta referida a su historia infantil a la intolerable vi­
sión de la violencia surgida entre madre e hijo. Clivaje
del yo, y no simple aislamiento o_bsesivo, puesto que
sus dichos son retornados con la misma cctrasparencia11
(la desmentida nunca es tan manifiesta corno para
aquel que oye su articulación imposible).

-"Usted comprende, es que desde el punto de vista profe­


sional tengo ocasión a menudo de ver mujeres que recha­
zan a su hijo, y como jurista, ¡lo encuentro insoportable!».

113
-•Debo decirle -agrega- que lo más terrible es que yo no
tengo ambiciones profesionales, no tengo ambiciones perso­
nales, mi único deseo era criar bien a mis hijos. Cuan do na­
ció Artel, yo estaba a punto de terminar mi doctorado en de­
recho. Esto fue lo que ocurrió: Ariel lloraba toda la noche;
nos habíamos organizado, mi esposa y yo, uno dormía de
día, el otro dormía de noche. Atendíamos a todo, sin inte­
rrupción en el tiempo. Esto no fue posible en el caso de Da­
niel, y el resultado... ¡Ah!, sí, me olvidaba, Daniel apren­
dió a hablar muy tarde, siguió siendo un bebé mucho tiem­
po, aferrado a las faldas de su madre 11•

Aprovecho para señalar la contradicción entre el


proceder de ellos hoy, que lo excluye, y su deseo de
verlo crecer, lo que conduce a una respuesta en lógica
del caldero (¿o en doble vínculo?), con la que termina­
ré el relato de esta entrevista:

-•Hemos actuado así para responder a ustedes».


-•Hemos actuado siempre como lo solicitaban los otros mé-
dicos11.
-•Daniel no habría venido, seguramente no, y por eso no
se lo hemos pedidon.
_.,,y además -me dice el señor N.-, esto me permite pedir­
le opinión sobre la idea que he tenido para hacerlo cuidar
y que todo el mundo encuentra completamente irrealizable
o incluso insensata: habría que decirle a Daniel que se lo va
a enviar a una casa de reposo, y después se lo haría ingresar
en un hospital psiquiátrico pero que no se pareciera a un
hospital psiquiátrico. con psiquiatras, pero que no dijeran
que lo son. En esas condiciones, Daniel aceptaría el pijama.
Y si acepta el pijama, entonces se podría comenzar una psi­
coterapia después de los medicamentos11. Se detiene un mo­
mento. u¡Ah!, sí, sin duda habría que aplicarle inyecciones
intramusculares porque ... sin decírselo ... si no, usted sa­
be, siempre rechaza lo que es bueno para él».

Asocio en mi interior, sin duda en respuesta a las


emociones sádicas suscitadas, 11una casa de reposo,
¿con o sin jardín?», y me limito a decir a los padres,
para concluir, que quiero conocer a su hijo.

114
IV. Acto fallido, mensaje bien recibido

Esa cita con Daniel, con la que concientemente con-


• taba mucho para imaginarme la manera en que el mu­
chacho había podido reelaborar, a su modo y por su
propia cuenta, esta problemática parental de la que era
el heredero, fue para mí la ocasión de un acto fallido.
Enseguida de terminada la entrevista, registré con
cuidado el informe de un intercambio en el que Da­
niel había puesto en práctica, con cierto virtuosismo,
· todas las maneras posibles de decir ceno» y de volverse
rechazador, tosedor, escupidor, y de hacer ostentación
de sus mocos para significar que, a pesar del pedido
de sus padres, mi propuesta de admitirlo en el Centro
de día no le interesaba para nada. Y bien, ¡mi acto fa­
llido me hizo extraviar, y después hacer desaparecer
ese registro!
De la entrevista como tal, conservo el recuerdo de
que no permitía ciertamente hablar de una organiza­
ción psicótica fijada, que Daniel parecía ccindisociable»
de sus padres, que su cuerpo, en fin, disimulado y ex­
hibido a la vez, se imponía en todos los registros de
la percepción, verdadera presencia traumática para el
interlocutor. Fue la única grabación que se perdió, y
esto sucedió de una manera simple: perdí el rastro de
esta casete que sin embargo había recibido la corres­
pondiente etiqueta después de la entrevista, ¡y pedí a
mi secretaria que borrara una serte de cintas, esta en­
tre ellas, a fin de poder reutilizarlas!
¿No habría caído a mi vez, a mi pesar, bajo el do­
minio de un discurso parental en el que ocupaba un
lugar central ia desmentida de la existencia singular:
la desmentida de la pérdida, la desmentida de la dife­
rencia?7

7 •¡A cada uno la misma media manzana para que no haya ce•
Jososl•, solía decir el señor N.

115
Primeros comentarios

Es posible, a partir de estas primeras entrevistas,


considerar algunas hipótesis sobre la organización sin­
tomática de este muchacho.
¿Retraimiento del tipo de un encapsulamiento de­
fensivo, sustituto corporal de un imposible yo-piel? Es­
ta idea me condujo un día a señalarle a Daniel que
parecía lamentar que los humanos no tuvieran pelo
como los animales. A lo cual la señora N. asoció tran­
quilamente:

-"Sabe usted, mis hijos nunca tuvieron necesidad de osito.


Siempre los hice dormir en mi cama. Yo era su ositon.

Esta investidura cuasi fetichista de las envoltura s


corpora les, que se sumaba a la ausencia de objeto tran­
sicional y, además, a las fijaciones orales y anales de
la infancia, había comenzado hacia la pubertad, muy
verosímilmente a partir del fantasma de castración ac­
tivado por la conjunción ucircuncisión/peluquero11. Se
puede presumir, en consecuencia, que el compromiso
sintomático concierne, no sin una regresión a las fija­
ciones anales anteriores, a la violencia pulsional de las
fantasías incestuosas puberales; Daniel consiguió man­
tenerse regresivamente pegado a su madre, al tiempo
que realizaba, por la irrisión de la gorra de lana que
remplazaba al kipá ritual de la tradición judía, una es­
pecie de asesinato simbólico del padre.
Pero esta línea interpretativa, globalmente tcedípi­
ca11, que habría podido alimentar el abordaje psicote­
rapéutlco individual, en cierto modo se apoyaba en un
segundo registro interpretativo, que, por su parte, in­
teresaba masivamente, ya no al juego pulsional, sino
a la organización narcisista y también a la identidad
de Daniel.
En efecto, esta organización sintomática ya presen­
te a mínima en las fallas del dispositivo de cría tcen in­
cubadora11 se fija más o menos hacia la edad en que
el padre de Daniel había sido udado11 a su abuela, en
lo que se presenta con claridad como un acto que equi­
vale a la desmentida del duelo por hacer, donde la do-

116
nación del hijo por la madre del señor N. estaba desti­
nada a ocultar para cada una de las dos mujeres la
muerte de ese abuelo.

v. Una identificación alienante


Desde ese momento, Daniel se encuentra prisione­
ro de una verdadera identificación alienante con los
objetos internos desmentidos y clivados de su padre,
en coincidencia exacta, dentro de lo imaginario de es­
te último, con ese abuelo muerto cuyo lugar él mismo
había debido ocupar teen el lecho11 de la abuela.
Mientras que el hijo mayor Artel realiza en lo real,
sin gran daño psíquico -por lo que pude averiguar-,
el alejamiento de que su padre había sido objeto, Da­
niel, en una identificación en nada semejante a una
identificación madurativa pos-edípica, se convierte en
una especie de cdnterpretación silvestre» del inconciente
paterno: podemos entonces concebir su sintomatolo­
gía como una tentativa desesperada de rehusamiento
activo -positivo- de tener que taponar a su vez el
agujero dejado por el abuelo muerto y, sobre todo, por
la desmentida consecutiva de esta pérdida.
Al servicio de la defensa y de la expresión pulsio­
nal, como todo síntoma, el negativismo de Daniel al­
canza así el estatuto paradójico de un doble compro­
miso: hacia su violencia pulsional propia, por una par­
te, y hacia la intrusión parental (recordemos que por
la otra ,,no11 y ccsi yo quiero11 son las dos expresiones· fa­
voritas de Daniel).
· Agrede violentamente con su sola presencia corpo­
ral, invita al otro a rechazarlo, sadiza a sus padres no
lo bastante perfectos, que no consiguieron esa cría sin
falla ni duelo con la que soñaba el señor N. en una con­
nivencia inconciente con su esposa, y que además, en
uno y otra, estaba destinada a desmentir el odio hacia
sus padres internos.
S e produjo un lapsus en el discurso del señor N.
Cuando me participó del ostracismo de que Daniel era•
objeto por parte de su hermano mayor Ariel, rempla-

117
zó «mt hijo mayori, por umi hermano mayorn, lo que con­
firmó aún más, por si hiciera falta, la interpenetración
intergeneracional que lo situaba a él mismo en el lu­
gar de su hijo Daniel. Bajo manifestaciones sintomáti­
.cas muy diferentes, el mismo contenido inconciente,
impensable porque permanecía desmentido y clivado,
era la fuente de una excitación inelaborable para el
conjunto del grupo familiar.
Esta articulación de los registros individual y fa.
miliar es habitual y necesaria en el proceso de la ge­
neración. La hipótesis aquí propuesta es que precisa­
mente esta articulación se encuentra en crisis, en tan­
to Daniel tiene que elaborar sus pulsiones a partir de
una falta-de-significar, o de un exceso-de-sensorialidad
potencialmente destructor para la psique parental.

VI. El trabajo de lo negativo


Se habrá comprendido, puesto que presento esta
consulta terapéutica en el marco de un libro sobre lo
negativo, que hago mía la concepción de un trabajo
de lo negativo que, como escribe A. Green, «se declina
entre los dos extremos de la represión bien constitui­
da y de la desestimación (forclusión o Verwerfung)•,
y se encuentra en el principio de toda operación psí­
quica de trasformación y de pensamiento. Trabajo de
lo negativo que es constitutivo de la trama, o del fon�
do, indispensable para el laboratorio del pensamiento
(Pontalis), con sus cantidades pequefias, sus elabora­
ciones sucesivas, su actividad permanente de reorga­
nización apres-coup de las huellas mnémicas en fun­
ción de exigencias internas y externas; trabajo respecto
del cual la negación,. 11 ese primer grado de independen•·
cia de la actividad de pensamiento respecto de la re­
presión•, 8 será el modelo más eficaz para la activida d
de la psique.
Green y Donnet, hace ya unos diez añ.os, partieron
de las teorías de Bion sobre el pensamiento, y de la

s S. Freud, •La négatlon», Le Coq-Héron, 52, pág. 15.

118
necesidad, destacada por este autor, de una presencia
de la ausencia, para teorizar ula psicosis blanca11, pro­
blemática que sólo se aclara, escribían, por medio del
.-estudio del pensamiento, de un pensamiento que os­
cila entre su persecución por él mismo y la muerte psí­
qúica que es consecutiva a su retraimiento depresivo 11•
Si recordamos que Freud, como Bion, sitúan lo nega­
tivo en la fuente de los procesos de pensamiento (la
pérdida del objeto de satisfacción como condición del
principio de realidad y del juicio de existencia, para
el primero, y la experiencia del no-pecho, para el se­
gundo), podemos decir que elaboraron una teoría del
pensamiento como cccebo, mata-hambren, que se ins­
tala a partir de la experiencia de la falta -consecuencia
de la ausencia del objeto- y que permite la constitu­
ción de un aparato para pensar los pensamientos, y
desemboca en el establecimiento de relaciones entre
los términos, pensamientos o fantasmas.
Si el pensamiento es de este modo pensamiento del
vínculo, implica una teoría de los espacios y del tiem­
po psíquicos, una teoría de los continentes y del apres­
coup, cuya diferencia conocemos, segúp que se trate
del universo neurótico, con su capacidad de ligazón
(esa falsa ligazón que en sí misma es la trasferencia),
o del psicótico, en quien la masividad de la experien­
cia de no satisfacción propende más a la destrucción
que al tejido de una trama psíquica continua; es de­
cir, según que lo negativo sea simple negativación de
la presencia (el no-pecho) o se convierta en anulación
destructiva.
Este eje organizador de lo negativo desembocará
después en la descripción, por Green, del concepto de
alucinación negativa, que figura las condiciones míti­
cas fundadoras de la actividad de representación: tiem­
po de una mutación decisiva para el yo, en que el ob­
jeto materno se suprime como objeto de investidura
primaria para dejar sitio a las investiduras propias del
yo del hijo, y la supresión del objeto materno desem­
boca en su trasformación en una estructura encuadra­
dora según la modalidad del doble tras-torno pulsio­
nal figurado por un anillo de Moebius.

119
VII. Negativo y función parental
Es decir que la ligazón, como guardiana y declina­
ción de Eros, sólo se constituye sobre una desligazón
inaugural, marco vacío que asegura el bordeado del
aparato psíquico, pero, punto esencial, esto vale sólo
en la medida en que esta desligazón haya podido man­
tenerse dentro de los límites de un negativo tolerable.
Lo cual supone realzar al mismo tiempo el carácter fun­
damentalísimo, para el devenir de la psique, de un am­
biente que se deje asimilar en su función de trasfor­
mación psíquica de lo real, sin que esta asimilación
resulte perturbada por su investidura como objeto li­
bidinal.
Con ello quedaría descrita una función parental 1110
bastante buenan, en que el inconciente parental y, so­
bre todo, materno, por su función inductora -en el
sentido de la inducción de un campo magnético- per­
mitiría o no, según sus propias capacidades de repre­
sión, la reasunción trasformadora singular, por un su­
jeto, de su cuerpo y de su historia, a través de la cons­
titución previa de una representación narcisista estable
y coherente. El ejemplo clínico propuesto en este tra­
bajo figura así, a contrario, ese ambiente fiable pero
falible, lo bastante presente pero lo bastante discreto
para autorizar la constitución de un espacio psíquico,
de un yo-piel y de una represión secundaria que inte­
riorice las prohibiciones ya reprimidas por la psique
parental.
En esta perspectiva, la teoría del funcionamiento
psíquico individual, teoría de la 11recuperación eficaz11
por el fantasma singular y la actividad de pensamien·
to, se funda en una doble negatividad: la inaugural,
de la ausencia del objeto que es preciso paliar, y la que
se instaura a partir del juego libidinal con este objeto,
a fin de permitir la elaboración de los movimien tos ne•
gatlvos más arcaicos. 1
Si no se alcanza lo ceno bien temperado11 de la nega:
ción, como sabemos, esto negativo se expresará en tér­
minos de expulsión radical de lo malo (se trate de:.la
excorporación de Green, o del ataque destructar ael
objeto-zona complementaria de Aulagnier).

120
Sobre esta pendiente de lo negativo se sitúa la des­
.mentida. Operación muy diferente, entonces, de la ne­
gación, que es apertura a la actividad psíquica, mien­
tras·que la desmentida es inmutabilidad, petrificación
de la psique en el rehusamiento de la ausencia, de la
separación y del duelo del objeto materno, o de su in­
completud, según modalidades drásticas, de todo o na­
da. La insuficiencia del aparato psíquico, desbordado
en sus capacidades de integración de lo real traumáti­
co, se manifiesta entonces según un procedimiento que
no resulta fácil distinguir de la forclusión, aunque la
tematización lacaniana de esta última operación haya
encontrado, en la abolición del significante del Nom­
bre del Padre, una formalización que sitúa la psicosis
fuera del campo de lo simbólico.
Desde el punto de vista metapsicológico, quedan
abiertas diferentes problemáticas: dinámica (¿qué ins­
cripción, qué tendencia a la producción de retoños o
a una repetición inmutable con arreglo a los sectores
inconcientes del yo descrito por Freud después de
1920?), económica (¿qué traumatismo?) y, por fin, tó­
pica. Un punto merece ser destacado aquí: si, en el pla­
no dinámico, el efecto de esta operación psíquica es
la. separación y la exclusión mutuas de las representa­
ciones traumáticas o no conciliables, en el plano tópi­
co, por el contrario, lo que domina es la no separación.
Como lo demuestran de manera regular los ejemplos
clínicos a propósito de los cuales se menciona este fun­
cionamiento psíquico, es muy difícil establecer la ubi­
cación tópica, en cuanto a situar el lugar de la desmen­
tida con relación al vínculo intersubjetiva o de trasmi­
sión transgeneracional. La desmentida se presenta, por
lo tanto, en el proceso terapéutico, como confirmación
y repetición actuada del fracaso -que puede ser má s
o menos radical- del proceso de subjetivación.

121
VIII. Las construcciones
trans generacionales

Por lo expuesto. la clínica y las teortzacio nes


ticas de l grupo. cl.1n1ca y teona. de la intersubi anal1.
·
.
· n1ca o d1acron
" • ica-. encue � et1v·
1dad
-sea es ta s1ncro ntran a
un lugar decisivo: las hip�tesis de una desmentida��
cadena. o de una comunidad de desmentida. tien
e
la virtualidad de explicar la andadura repetitiva de ele�
tos encadenain.ientos psíquicos. lo que no implica. co­
mo ya se vio. la identidad de las sintomatologias. si­
no más bien la existencia de un compromiso defen sivo
concurrente al mantenimiento de una exclusión O de
un no-advenimiento fantasmáticos comunes. Cierto s
pactos denegativos (R. Ka�s) acaso obedezca n a esta
categoría de acondicionamiento psíquico radical.
Ahora bien. una de las criticas principales a propó­
sito de las construcciones transgeneracionales (secre­
tos. fantasmas. criptas. etc.) se apoya en el carácter
subjetivo. activo. fantasmático. de la creación de las
im.agos parentales y de los abuelos. interpretables úni­
camente por su repetición trasferencial. en un apr�s­
coup segundo de las versiones múltiples de la historia
subjetiva que las ha constituido. Desde este punto de
vista, y si se tratara de una estricta «observación di­
recta,, de las interacciones familiares. la presentación
clinica propuesta aquí se debería considerar como ra­
dicalmente no analítica. Su interés. al contrario. resi­
d e en la reflexión que ella permite acerca de un fun­
cionamiento grupal familiar qu e de manera repetitiva
p ersigue el designio de excluir toda separación y toda
subjetivación. incluso por la vía de subrogarse al pen·
samiento de Dani el. Y la diversidad de las lecturas po­
sibles a partir d el discurso manifiesto de los padres de
este último sólo encuentra de hecho una coherencia
si es articulada al fracaso del proceso d e reproducción
y de trasformación. integración del du elo y de la dife-
rencia. tiempo de la generación en su continuida . d/diS­
continuidad.
en
Las construcciones transgeneracionales ttenden a·
er ·
tonces a pone r e n discurso. entre las diversa s gen n
clones. lo qu e . si bi en ha quedaqo fuera de rep re stó .

122
pérmanece empero repetitivo y actuante; por cierto que
esto no se puede proponer como una hipótesis etioló­
gtca lineal que permitiera explicar tal o cual organiza­
ción psicopatológica, lo que le haría correr el riesgo
de funcionar como 1eorigen identificable,, de los efectos
del tnconciente9 y de verse negar al mismo tiempo to­
do estatuto psicoanalítico.

IX. Análisis en impasse y desmentida de


la realidad
¿Permiten estas perspectivas repensar la clínica psi­
coanalítica de ciertas situaciones 1efronterizas11 o en im­
passe? Es la hipótesis que pongo en discusión, a par­
tir de un reexamen, un poco expeditivo, 10 de las pro­
posiciones freudianas sobre la desmentida de realidad,
y no sin recordar antes que está muy lejos de existir
un acuerdo sobre el punto de que haya una teoriza­
ción freudiana específica de la desmentida, contraria­
mente a la posición adoptada por Strachey. quien eli­
gió distinguir, en su traducción de los escritos poste­
riores a 1923, 1eto disavow11 [desmentir] y ccto deny11 (ne­
gar en el sentido de la negación).
Sus Jalones han sido registrados recientemente con
claridad:11

a. 1905-1908: Hans, las teorías sexuales infantiles.


b. 1923-1924: La organización genital infantil, la
pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis.
c. 1927-1938: El fetichismo, el clivaje del yo en el
proceso defensivo, el Esquema del psicoanálisis.

Destacaré aquí ciertos aspectos del pensamiento


freudiano que son importantes para mi propósito.
9 M. Tort, «L'argument généalogique11, Topique. 38.
IO Para un estudio más detenido de esta cuestión, cf. J. J. Sa­
ranes, •A soi-meme étranger11, Revue Franc;aise de Psychanalyse, L,
4, 1986.
· 11 En •Le refoulem_ent", informe colectivo para el 45 °
Congre­
so de Psicoanalistas de Lengua Francesa, París: 1985.

123
l. Es preciso apuntar, ante todo, que el interés de
Freud, desde 1920, pasa del estudio de lo reprimido
al de las fuerzas represoras y, en el mismo movimien­
to, de la desmentida a la escisión del yo. Esto consti­
tuye una inversión respecto de la posición inaugural
del mismo Freud, cuando desplazó el acento desde los
fenómenos de escisión del yo descritos por Janet ha­
cia el juego de las fuerzas represoras, constitutivas del
inconciente.
Sabemos que el interés de Freud por la tópica y el
yo irá de la mano con las dificultades crecientes que
se presentaban en la cura analítica.
Por otra parte, la actitud de Freud hacia esa esci­
sión del yo oscilará a su vez entre su designación co­
mo hecho trivial y general, actitud unatural11 de rehu­
samiento del pequeño Hans (1905) en presencia de una
percepción desagradable, y su designación como or­
gánización particular y específica del yo, según dos
direcciones principales: la psicosis y la perversión fe­
tichista (1924-1927), consideradas las dos como orga­
nizaciones que suponen un tiempo segundo de neo.­
construcción delirante o fetichista, según el caso, que
permite al yo restablecer una relación con el mundo
exterior, que había sido rota más o menos gravemen­
te. Ahora bien, la primera perspectiva, la de la genera­
lidad del fenómeno, resurgirá en el Esquema del psi­
coanálisis, uno de sus últimos escritos, inconcluso.
Se puede pensar que Freud expresa con esto una
dificultad de importancia, que reaparecerá después en
el desprendimiento, posterior a Freud, de dos ejes en
las hipótesis teóricas sobre la psicosis: teoría del hiato
estructural (cuyo prototipo sería la forclusión de los
significantes fundadores), por una parte, y teorías de
la continuidad económica entre neurosis y psicosis, pa­
ra las cuales la oposición desmentida/depresión no po­
dría ser tan radical, por otra parte.
Así como es interesante concebir lo negativo des­
de el ángulo del juego continuidad/ruptura, las pers­
pectivas transgeneracionales, por el hecho de que to­
man en cuenta la intersubjetividad, permiten su abor­
daje en términos análogos de conjunción/disjunción.
puesto que registran de manera simultánea el dislo-

124
· camtento estructural y la continuidad económica. Un
funcionamiento psicótico, en efecto, difiere cualitati­
vamente de un funcionamiento neurótico, y al mismo
tiempo que la continuidad del fantasma inconciente 12
encontramos aquí la desmentida de la realidad de la
muerte y de la separación en sus efectos transgen era­
etonales.
l
, a. Para Freud, es cosa cierta que desmentida y trau­
ma de la castración van juntos. Con toda evidencia en
. la perversión fetichista, pero también en la psicosis,
él trauma inaceptable y desmentido es la puesta en
crisis del Falo. Sin volver aquí sobre la argumentación
clásica de Laplanche y Pontalis (¿se trata de la reali­
dad de la castración? ¿o de su percepción? ¿de una
falta de pene o de la castración en sentido estricto?),
la desmentida se refiere siempre, según lo señalan es­
tos autores, a una operación de pensamiento: teoría
o presencia posible del pene .
. · Es útil recordar aquí que el montaje freudiano, ula
maquinaria de la castración11 (J. Gillibert), pone en es­
céna toda la problemática de lo Mismo y de la Alteri­
dad, la relación con la diferencia (de los sexos, de las
generaciones), así como la capacidad del aparato psí­
quico para tolerar el trauma narcisista y el duelo del
ideal fálico, mucho más que el efecto, en sí traumáti­
co, de una percepción externa.

Desmentida de la realidad y tiempo


vivtdo
nr, Esto equivale a decir que hoy no se podría estable­
�ei: un enlace exclusivo, según lo propone Freud de
qlapera ejemplar en su artículo de 1938 sobre la esci­
sión del yo. entre la desmentida de la realidad y el tlem­
·del complejo de castración como clave de la rela­
ción con la realidad, sino que es preciso situar aquella
1'..
.! t

1• 12
Siempre que nos refiramos a un inconciente que funcione
segú n la segunda tópica freudiana.

125
más bien en una tensión dialéctica entre estas dos po­
laridades complementarias que constituyen las prime­
rísimas experiencias vividas al amparo de los cuida­
dos de la madre que empolla, protege de los estímulos
y nutre con estímulos de lenguaje -en el sentido más
amplio- fácilmente psiquizables para el bebé, prime­
ros cuidados psíquicos y corporales (en los que, como
hoy se sabe, el bebé participa de manera en extremo
competente, precoz, activa), por un lado, y, por el otro
lado, ese verdadero sustento mutativo que constituirá
la reorganización ligada al complejo de castración, un
apres-coup que asegura el paso de lo vital a lo genital
con la formación del superyó, que de ahí deriva. Jue­
go dialéctico entre el antes y el después, donde se re­
fleja la necesidad, para el aparato psíquico, de cctem­
poralizar11 la realidad: constituir un tiempo vivido es,
en efecto, integrar y reorganizar apres-coup, sin dis­
continuar, las huellas mnémicas de lo que de otro mo­
do no sería sino algo real sin sentido y, por eso mis­
mo, traumático: inscripción que se funda en la huella,
el distanciamiento, el trabajo de lo negativo, del pen­
samiento y del fantasma, todo ese trabajo psíquico de
historización que precisamente la desmentida puede
inmovilizar 13 al mismo tiempo que inmoviliza al pro­
ceso analítico. La cura analítica, hay que recordarlo,
no es otra cosa que la respuesta, en condiciones ope­
ratorias particulares, de este proceso de historización
subjetivante.
13 En la escritura �isma de Freud encontramos, por lo demás.
un eco lejano de ese Juego dialéctico. Su artículo de 1938 sobre •La
escisión del yo•, tan desprovisto de ambigüedad en cuanto a la des­
cripción del prototipo de desmentida/escisión, se inicia consignan­
do un afecto de •ya dicho• que nos remite, por vía del •falso recono­
cimiento•, artículo escrito veinticinco aflos antes, a •lo ominoso•. un
texto donde la reunión y la organización de los hechos por Fre�d
resultan por sí mismas significativas de la manera en que él choca•
ba con la dificultad de describir con arreglo a los términos del con•
flicto psíquico en vista de las exigencias pulsionales, aquel otro asunto
que está dado por la relación con lo real y las marcaciones de �
realidad externa: el complejo de castración. por sí solo. no-al�nµl
a expltcar esta pérdida de los límites entre si-mismo y otro, entre
imaginación y realidad, entre el simbolo y lo simbolizado, que Freud
aborda en el texto mencionado. Cf. J. J. Baranes, •A soi-méme étran·
ger•. Revue Franqalse de Psychanalyse, citado antes.

126
XI. Un anclaje necesario en el tiempo de
la generación
Esto nos hace ver que una reflexión sobre los lími­
tes de la cura analítica a partir de una relectura de los
trabajos de Freud sobre la desmentida de realidad y
el cllvaje del yo implica postular que es preciso otor­
gar su lugar a la realidad del objeto, allí donde el tra­
bajo de la psique encuentra sus límites, que consisten
en su fracaso en integrar lo real en el campo de la om­
nipotencia del fantasma.
Esta realidad concierne de hecho al valor más o me­
nos excitante, desquiciador o contenedor de ese obje­
to, tal como se lo puede reconstruir a través del relato
y, con más frecuencia todavía, a partir de las repeti ­
ciones del analizando; la función objetalizante del ob­
jeto (Green), y la cuestión de los límites de la repre­
sentación, y aun de la representabilidad por la psique,
se ha convertido, en efecto, en uno de los problemas
centrales del psicoanálisis contemporáneo.
Es cierto que el objetivo de toda cura analítica es
y sigue siendo la recuperación de la historia real del
sujeto en la dialéctica de su deseo, 14 recuperación en
que el acontecimiento devenido huella mnémica ter­
minará reelaborado por este camino en un proceso de
significaciones sucesivas que relativice su verdad his­
tórica. Empero se trata siempre, en este proyecto, de
lograr que salga de su escondrijo el deseo operante,
y precisamente allí donde el paciente querría ver nom­
brar la realidad, el acontecimiento traumático, o la ca­
rencia externa como agente causal último de su su­
frimiento actual: el reconocimiento de la realidad de
ciertas violencias para la psique puede ser, en las es­
tructuras narcisistas o en ciertas curas dJficiles, un an­
claje necesario, enteramente indispensable, para la efi­
cacia de un trabajo interpretativo que no consista en
la pura reproducción de la desmentida de la realidad
de que el paciente había sido objeto.

14 Este es el sentido preciso de la expresión •proceso de histo­


rfzaclón•.

127
Es así como la cura analítica puede conducir al ana­
lista a pensar más en la desmentida, en la hipótesis
de un duelo o de un secreto familiar, que en el juego
pulsional exclusivo del sujeto. En tales casos, el he­
cho importante es que el fantasma inconciente perso­
nal del paciente haya sufrido un tratamiento particu­
lar por obra de las condiciones familiares. Por vía de
consecuencia, aquel tenderá a imprimir una tonalidad
particular a la cura y a la trasferencia, a expresarse
por medio de una implicación más o menos masiva
del ambiente, bajo la forma de un actuar de repetición,
de un llamado al perseguidor, y no tanto a través de
la constitución de una sintomatología neurótica más
o menos rica.
Sabemos. que en las situaciones llamadas ufronte­
rizasu, en las curas de ciertos pacientes atípicos o, más
simplemente, en ciertos análisis difíciles, aparece men­
cionado cierto número de conceptos teóricos altamen­
te polémicos, ya se trate, según los casos, de la visco­
sidad libidinal del ello, de la reacción terapéutica ne­
gativa, de la compulsión de repetición y del instinto
de muerte, o aun del masoquismo erógeno primario.
Estas situaciones en impasse podrían acaso tener, co­
mo lo propone también H. Faimberg en un trabajo ya
citado, efectos de desprendimiento trasfero-contratras­
ferenciales, en el pensamiento de identificaciones que
liguen entre sí a las generaciones, en lugar de permi­
tir la instalación de un tiempo de la generación. Es no­
table comprobar, y con esto concluiremos, que a una
argumentación análoga llegó Pontalis en su ensayo de
desmantelamiento de la reacción terapéutica negati­
va. El inventario de las diversas hipótesis freudianas
sucesivas (goce del síntoma, dominio y severidad del
superyó, paradoja económica del masoquismo, nece­
si-clad de castigo y, por fin, escándalo de un nprincipio
de Antivida11 que Freud coloca en el corazón del ser
humano) condujo a Pontalis, en efecto, a enunciar la
hipótesis de una significación de la reacción terapéu­
tica negativa por sí misma como tal.
Este 1ereaccionar11 trasferencial expresa la pregnan­
cia del actuar en la historia más remota del paciente.
El sujeto, en el intento de hacer suyo lo que, por natu-

128
rale za, se le escapa, solamente habrá logrado excluir
en el interior de él eso irrepresentable-siempre-presente
de una escena originaria u cuasi venenosa,.. La conse­
cuencia de esto es que el aparato psíquico se manten­
ga en u n estado de excitación inelaborable e inagota­
ble, por no poder alcanzar la representación del fan­
tasma originario de la escena primitiva que lo cons-
tituye.
Sabemos que a partir de esta comprobación se tra­
za casi siempre una línea de separación entre psico­
analistas, según que se .haya elegido privilegiar la ex­
ploración y la profundización de la teoría y del encua­
dre analíticos clásicos, o que determinadas hipótesis
metapsicológicas intersubjetivas y grupales, y aun dis­
positivos técnicos diferentes, se sometan a prueba y
se propongan para su discusión, 'como en el presente
trabajo.

129
6. El pacto denegat�vo en los
_
conjuntos trans-subJet1vos
René Kaes

I. Para una metapsicología trans-subjetiva

1. El sujeto singular y el conjunto, lo


transindividual y lo trans-subjetivo
Una corriente de la investigación psicoanalítica con­
temporánea se encuentra empeñada en estudiar pro­
cesos y formaciones de la realidad psíquica que se re­
velan en sus dimensiones trans-subjetivas: no se trata
sólo de formaciones y de procesos psíquicos compar­
tidos o comunes a varios sujetos; conocemos desde ha­
ce tiempo las identificaciones compartidas y la comu­
nidad de síntomas en un conjunto intersubjetiva co­
mo lo son una pareja, un grupo, una familia o una
institución. No se trata solamente de estas formacio­
nes bifases, como el ideal del yo, tal como Freud lo pre­
senta en 11lntroducción del narcisismo». Escribe: 11Del
ideal del yo, una vía importante conduce a la compren­
sión de la psicología colectiva. Además de su costado
individual, este ideal tiene un costado social, es igual­
mente el ideal común de una familia, de una clase, de
una nación» (1914a).
Más bien se trata de explicar el destino de estas for­
maciones y de estos procesos que atraviesan los espa­
cios y los tiempos psíquicos de cada sujeto de un con­
junto, que los transitan, y que determinan en parte la
organización tópica, dinámica, económica y estructu­
ral de cada sujeto en tanto forma parte de este con­
junto. Debemos explicar las solidaridades que tales or­
ganizaciones subjetivas sustentan, en tanto encuen­
tran su principio de correlación en lo que mantiene-

130
junto al conjunto como tal y desde el punto de vista
de la realidad psíquica que en él se forma.
Las mencionadas perspectivas han sido abiertas
por la clínica de las fronteras del yo, de las perturba­
ciones del apuntalamiento y de las identificaciones, de
las patologías de la interferencia trans-subjetiva en la
formación del yo (Je], de las trasmisiones psíquicas.
Un terreno predilecto para el análisis de estas forma­
ciones es aquel en el que se manifiesta lo que global­
mente llamamos lo negativo, y cuyas figuras y moda­
lidades, dentro de aquel contexto, debemos explorar.
Estas perspectivas se instalan también desde el mo­
mento en que el dispositivo o la situación acondicio­
nada para un trabajo psicoanalítico pone en presencia
conjunta a varios sujetos, en el marco de lo que se ha
convenido en designar, no sin ambigüedad, un psico­
análisis aplicado, un psicoanálisis trasgresivo o un psi­
coanálisis 11extra-muros11.
Cualesquiera que sean los dispositivos que rijan las
condiciones de posibilidad de un trabajo psicoanalíti­
co encaminado ante todo a la manifestación de aque­
llo que proviene de lo inconciente, de sus formaciones
y de sus procesos para un sujeto singular, los fenóme­
nos a que me refiero plantean a la práctica y a la teo­
ría psicoanalíticas problemas que si no siempre son
verdaderamente novedosos, al menos son problemas
renovados y que en parte no habían sido formulados,
acerca de la realidad psíquica. Interrogan los efectos
de subjetividad que en este caso se producen o no se
producen, las incidencias de la dimensión trans-sub­
jetiva sobre la formación y las formaciones del incon­
ciente.
Para situar el campo especifico de: esta investiga­
ción, lo distinguiré del que plantea la cuestión de las
formaciones transindividuales que, de Freud a Lacan,
consisten en configuraciones de la realidad psíquica
que se suponen invariantes. y que formarían el 11ncl­
cleo duro11 del inconciente, según la formulación de J�
Laplanche (1987a). En Freud, la cuestión de los fan­
tasmas originarios, el complejo de Edípo, las forma­
ciones psíquicas originadas en la prehistoria de la hu­
manidad y que constituyen la herencia arcaica de la

131
psique, dependen de esas formaciones transindividua­
les: el anclaje de las subjetividades singulares se ef ec ­
tuaría a partir de esas configuraciones invariantes; ca­
da sujeto produciría una versión individual de ellas.
Esta hipótesis tiene su correspondiente en Lacan en
su concepción de lo simbólico y de lo inconciente, por­
que a su juicio los imperativos inherentes al lenguaje
comandan su estructura, 1 en tanto que Freud sostie­
ne su origen prehistórico.
Voy a precisar mi tesis partiendo de una perspecti­
va abierta por Freud. En cclntroducción del narcisismo11
(1914a), él expone una hipótesis que acaso no ha rete­
nido suficientemente nuestra atención. Freud formu­
la allí la idea de que el individuo lleva una doble exis­
tencia: en tanto es para sí mismo su propio fin, y en
tanto es miembro de una cadena a la que está sujeto
contra su voluntad o, al menos, sin la intervención de
esta. Si por una parte Freud, desde las primeras pági­
nas de su texto, sitúa la cuestión del narcisismo en la
oposición entre las investiduras libidinales del yo y las
del objeto, por la otra la inscribe en el doble estatuto
del sujeto y, con mayor precisión todavía, en la cade­
na de las generaciones. Lo hace para registrar ense­
guida la dimensión de lo negativo que recorre y sos­
tiene esta cadena en la que se apuntala la formación
del narcisismo primario del niño: ccHis Majesty the
Baby . .. debe cumplir los sueños, los irrealizados sue­
ños de deseo de sus padres; el varón será un grande
hombre y un héroe en lugar del padre, y 1� niña se
casará con un príncipe como tardía recompensa para
la madre. El punto más espinoso del sistema narcisis­
ta, esa inmortalidad del yo que la fuerza de la realidad
asedia duramente, ha ganado.su seguridad refugián­
dose en el niño11 (S. Freud, 19,14a).

1 Cf. J. Laplanche, 1987a, págs. 89-90. quien cita a propósito


de esto el texto de Lacan (1953): «El inconciente es aquella parte
del discurso concreto en cuanto transindividual. que falta a la dis·
posición del sujeto para restablecer la continuidad de su discurso
condente11.

132
2. Los puntos de anudamiento del sujeto
en el conjunto
En ninguna parte del texto freudiano se ve con más
claridad que el sujeto, en tanto es para sí mismo su
propio fin, es sujeto no sólo de las formaciones y de
los procesos del inconciente que lo dividen, sino tam­
bién de la cadena de los 11sueños de deseon irrealiza­
dos: cadena de la que él es miembro (Glied einer Ket­
te), parte constituyente y parte constituida, herede ro
y trasmisor, eslabón en un conjunto.
Atender a esta sujeción a la cadena de la trasmi­
sión, del apuntalamiento y de las identificaciones no
necesariamente implica que la focalización del análi­
sis abandone al sujeto nen tanto es para sí mismo su
propio fin». Pero resta establecer y comprender lo que
sucede en la cadena: la de las generaciones y la de los
contemporáneos, en su agrupamiento, pero sin recon­
ducir pura y simplemente lo primero a lo segundo, la
historia individual a la estructura de la cadena. Quie­
ro decir, entonces, lo que sucede en la cadena misma:
en tanto reúne a los sujetos que a ella se sujetan y a
quienes sujeta: en tanto estos producen en ella forma­
ciones psíquicas que tienen sus funciones en el con­
junto y para el conjunto: en tanto la estructura y el
funcionamiento de cada psique singular resultan afec­
tados por la cadena.
Si una investigación como la propuesta se puede
conducir en el campo práctico y teórico del psicoaná­
lisis, es a condición de que recaiga sobre esos puntos
de anudamiento2 de las subjetividades singulares con
las formaciones de la realidad psíquica que ellas pro­
ducen y que las producen dentro de un conjunto trans­
subjetivo. Lo problemático es el estatuto de formacio­
nes y de procesos psíquicos que 11pertenecen11 a cada
sujeto considerado en su singularidad (en tanto es pa­
ra sí mismo su propio fin y en tanto es miembro de

2 En este contexto retomo la noción de Knotenpunkt, lazo de


entrecruzami ento de las series o de los hilos de pensamiento en la
cadena asociativa.

133
una cadena ...) y al conjunto que mantiene unidos a
los individuos y al que estos mantienen unido.
Dentro del conjunto, la parte de la realidad psíqui­
ca que cada sujeto ha depositado, proyectado, delega­
do o desplazado, que él ha abandonado (para retomar
un tema de Psicología de las masas y análisis del yo)
sigue un doble trayecto: en el espacio intrapsíquico,
donde constituye una componente del inconciente; en
el espacio trans-psíquico, donde, asociada a otras for­
maciones psíquicas homólogas o complementarias. per­
manece inconciente de ser sostenida en y por el con­
junto: en una tópica. una economía y una dinámica
que son propias de este.
En tal perspectiva, nos vemos frente a configura­
ciones psíquicas notables: una metapsicología trans­
psíquica (o trans-subjetiva), constituida por lo que de
la represión es mantenido-junto dentro de la cadena,
viene a superponerse a una metapsicología intrapsí­
quica del inconciente constituido por la represión de
ccgrupos psíquicos separados o escindidos», y a interfe­
rir en esta. La represión y sus efectos, en consecuen­
cia, a semejanza del síntoma, se encontrarían sosteni­
dos ccdesde varios lados►>: del lado del interés que en
ello encuentra cada uno (según su doble estatuto) y
del lado del conjunto, por el interés de mantener la ca­
dena en su función propia.
Siempre que en la clínica no se pueda reconducir
a un solo lado -el del sujeto singular- la tópica, la
economía y la dinámica de la represión y de sus efec­
tos subjetivos, tendremos que llevar la investigación
sobre lo que sucede en el conjunto, en la lógica del in­
conciente que este es capaz de generar.
Lo que de esta manera se revela no puede depen­
der de un abordaje limitado a lo intrapsíquico ni, a for­
tiori y por principio, de una psicología colectiva, ni de
un psicoanálisis cuyos conceptos y cuyo método se
aplicaran por pura y simple proyección (en el sentido
geométrico del término) a esta clase de fenómenos. Mi
hipótesis es que resulta necesario y posible construir
este abordaje dentro del campo del psicoanálisis, en
condiciones que debemos precisar. Me limitaré a pro­
poner un esbozo general que legitima el trabajo de la

134
imaginación y de la especulación, en el sentido de que
la construcción metapsicológica, como hipótesis-mar­
co, se apoya tanto en el Phantasieren como en el Er­
denken.

3. Conceptos de la realidad psíquica en los


conjuntos trans-subjetivos
La noción de una metapsicología de los conjuntos
trans-subjetivos, en la que trabajo desde hace unos
veinte años, tropieza con algunos obstáculos, de los
cuales no es el menor el del estatuto de la realidad psí­
quica en tales conjuntos. No me parece necesario cons­
tituirla como un atributo del conjunto: es preferible
concebirla como una construcción de los sujetos, da­
da por su estructura, trabajada por su historia y por
su aparejamiento en el conjunto que, por su parte, mo­
viliza electivamente algunos de los procesos y algu­
nas de las formaciones psíquicas de los sujetos. Des­
carto de esta manera la hipótesis (¿la hipoteca?) de un
inconciente del conjunto, para proponer esta otra: que
ciertas formaciones del inconciente acaso deban algu­
nos de sus contenidos y una parte de sus destinos al
hecho de estar constituidas dentro del conjunto y de
ser constitutivas de este.
He elaborado el concepto de un aparato psíquico
grupal para explorar esta dimensión de la realidad psí­
quica. Semejante ccaparato11 produce un trabajo psíqui­
co de ligazón, de trasmisión y de trasformación. So­
mete a tratamiento formaciones psíquicas heterogé­
neas y asimétricas. Produce formaciones originales y
dispone de procesos psíquicos específicos, o que se es­
pecifican dentro de este campo. Se han podido diluci­
dar algunos conceptos que explican la estructura in­
termediaria y unos funcionamientos bifases de estas
formaciones: las figuras mediadoras del portavoz, del
portador de síntoma, del portador de sueño; 3 las fun-

3 El estudio reciente de G. Rosolato (1987) sobre Le sacrifice


contribuye al análisis de estas figuras mediadoras en los conjuntos
trans-subjetivos.

135
ciones del ideal,4 cuyo carácter bifase o nodal señalaba
Fre ud; la comunidad de las identificaciones; los pro­
cesos de co-apuntalamiento y de interfantasmatiza­
ción; la cadena asociativa grupal y la intertrasferen­
cia: 5 las alianzas, pactos y contratos inconcientes, de
los cuales el pacto denegativo es una modalidad par­
ticular.
Todos estos conceptos describen formaciones y pro­
cesos de la realidad psíquica bajo la doble dimensión
de su estatuto y de su función en el espacio intrapsí­
quico de los sujetos singulares y en el espacio trans­
psíquico del conjunto. Estos conceptos tienen por ta­
rea articular las correlaciones entre esos espacios, que
permanecen sometidos al orden que les es propio.
Siguiendo esta dirección, una metapsicología trans­
subjetiva se erp.peñaría en situar en recíprocas pers­
pectivas, dentro del campo teórico del psicoanálisis -el
que organiza la hipótesis del inconciente-, unas for­
maciones y unos procesos bifases cuya organización
y funcionamiento conciernen de manera conjunta a
cada psique singular y a los conjuntos trans-subjetivos
que los contienen, los sostienen y los estructuran. Es­
tas bifases admiten ser descritas en su doble estatuto
tópico, dinámico, económico y estructural.
Pensar los conjuntos trans-subjetivos conduce a es­
tablecer el modo en que el sujeto singular se constitu­
ye, en su realidad psíquica, a partir del lugar que ocu­
pa (el lugar al que es asignado y hacia el cual, por ra­
zones que le son propias, tiende) en la economía, la
tópica, la dinámica y la estructura psíquica del con­
junto. Nos referimos a situaciones en que el sufrimien­
to, la patología y la organización psíquica de uno de
los sujetos del conjunto no se pueden comprender ni
aliviar si no se los refiere a la función y al valor que
han adquirido y que continúan teniendo para otro su­
jeto (o varios otros sujetos) del conjunto, y si no se los
articula con esa función y ese valor.

4 Con arreglo a esta perspectiva, justamente, he orientado mi


trabajo sobre L 'ldéologle ( 1980).
5 En el marco de una teoría de la técnica de análisis de los con­
juntos trans-subjetivos.

136
El concepto de pacto denegativo está destinado a
explicar la manera en que se constituye o tiene difi­
culta des en constituirse la función represora, para los
sujetos singulares, en razón del compromiso de sus
vínculos dentro del conjunto. Importa, en consecuen­
cia, que este concepto encuentre su inscripción en un
marco teórico más amplio, capaz de sostener su papel
y de fundar la metapsicología trans-subjetiva .que le
corresponde.

11. Tres modalidades de lo negativo y su


destino en los conjuntos trans-subjetivos
Tres modalidades de lo negativo se encuentran en
el principio del trabajo de la ligazón intrapsíquica: la
primera obedece a la obligación para la psique de pro­
ducir algo negativo; la segunda define una posición re­
lativa de lo negativo por referencia a algo posible; la
tercera corresponde a lo que no está en el espacio psí­
quico: esta negatividad radical puede, en ciertas con­
diciones, ser pensada como lo imposible. Las tres mo­
dalidades se encuentran también en el principio del
trabajo de la ligazón trans-psíquica en los conjuntos:
parejas, grupos, familias, instituciones.
Esta idea suscita varias clases de resistencias, tri­
butarias unas de la dificultad de pensar lo negativo,
y otras, de la dificultad de pensar los conjuntos trans­
subjetlvos, especialmente por el obstáculo que a ello
opone el narcisismo; unas y otras se conjugan en la
dificultad de admitir que el vínculo se funda en algo
negativo; conducen a poner el acento exclusivamente
en la positividad del vínculo o a volver positivo lo ne­
gativo.

1. La negatividad de obligación
Entiendo por tal la que obedece a la necesidad, pa­
ra el aparato psíquico, de efectuar operaciones de re­
chazo, de negación, de desmentida, de désaveu, de re-

137
nuncia y de supresión, a fin de preservar un interés
importante de la organización psíquica, la del sujeto
como tal o la de los sujetos con los cuales está vincu­
lado en un conjunto por un interés importante.
La noción de obligación, que califica a esta catego­
ría de la negatividad, destaca a la vez el constreñimien­
to que se ejerce sobre el aparato psíquico para que efec­
túe tales operaciones, y la ligazón que se establece en­
tre lo que ha sido expulsado, negado, suprimido o re­
primido, y lo que por eso mismo resulta preservado.
Aunque las operaciones de esta forma de negativi­
dad sean distintas y específicas, 6 todas recaen sobre
una percepción o sobre una representación inacepta­
bles por una instancia del aparato psíquico.
El análisis psico-genético nos enseña que la reali­
dad psíquica se constituye sobre la base de la expe­
riencia del placer y del displacer; a los movimientos
de ,ctomar en uno mismo» lo que es bueno y de (Crecha­
zar fuera de uno mismo» los residuos inasimilables y
lo que es malo, corresponden los conceptos de intro­
yección y de proyección, que designan procesos psí­
quicos apuntalados en la experiencia corporal de la in­
corporación y del rechazo. Estas dos modalidades fun­
damentales -cuyos desarrollos se pueden describir en
función de proceso originario (P. Aulagnier, 1975) y
primario (Freud)- suponen un encuentro entre un ob­
jeto, un órgano sensorial y la función psíquica. Este
encuentro se representa en la psique según diversas
modalidades, que el psicoanálisis explica y respecto
de las cuales, en sus elaboraciones recientes, pone de
relieve la parte que de este encuentro y de sus efectos
sobre la formación de los continentes y de los conteni­
dos de pensamiento debe a su apuntalamiento en la
función psíquica (represión, funciones de trasforma­
ción) del conjunto trans-subjetivo, del cual la madre
es el portavoz. En esta perspectiva, el tratamiento psí­
quico, por parte del sujeto, de su propia negatividad
de obligación, se encuentra desde el origen con la ne­
gatividad, y su tratamiento, en el otro. Especialmen-

6 Cf. en este volumen el capítulo de G. Rosolato.

138
te. en el otro en tanto sujeto de la cadena trans-sub­
jetiva.

La s negatividades de obligación en la formación y el


mantenimiento del vínculo trans-subjetivo

Estas negatividades son necesarias para que se for­


me y se mantenga el vínculo. Son exigidas de cada su­
jeto del vínculo, quien, de rechazo, sostiene y produce
esas negatividades. La supresión de las fronteras, que
viene impuesta por las identificaciones, y el sacrificio
de ciertas partes del sí-mismo y del otro en aquello que
debe ser objeto de la renuncia pulsional, de la repre­
sión de una representación o del rechazo de un afecto,
son necesarios para que se vuelva posible la vida en
común, para que el vínculo se organice, mantenga uni­
dos sus elementos constitutivos. Consideradas bajo es­
te aspecto, las negatividades de obligación están diri­
gidas a la producción de la positividad del vínculo y
a su mantenimiento vital.

La represión en la alianza sangrante de Freud y de


Fliess, a propósito de Emma Eckstein

Que el mantenimiento del vínculo se exija al pre­


cio de lo negativo por los mismos sujetos que lo cons­
tituyen, he ahí algo que ninguna .figura puede repre­
sentar mejor, para psicoanalistas, que la alianza san­
grante de Freud, de Emma Eckstein y de Fliess, puesto
que se sitúa en el origen del psicoanálisis. Los traba­
jos de estos últimos años (Max Schur, J. Masson, B.
Sylwan y Ph. Refabert, M. Schneider) nos han dado
a conocer mejor la extraña y familiar apuesta que cons­
tituye, para dos hombres ligados con �or, la sangre
y el cuerpo femenino, la potencia de desconocimiento
que sella su pacto denegativo. Su desligazón· marcará
un paso decisivo en la invención del psicoanálisis.
Como Fliess se niega a reconocer su error quirúr­
gico en la operación de los cornetes nasales de Emma
Eckstein, uesa negativa -señalan B. Sylwan y Ph.

139
Refabert- pone a Freud en la situación de tener que
avalar esa voluntad de desconocimiento si quiere con­
Gervar su amistad..."· Para mantener el vínculo con
Fliess, debe sacrificar el conocimiento de su propio fan­
tasma, es decir, las ligazones intrapsíquicas estableci­
das ((para volver a las escenas primitivas" y, al mismo
tiempo, para servir de construcción protectora frente
al recuerdo de acontecimientos auténticos. Es a Fliess
a quien comunica, dos años después de la operación,
su descubrimiento de la estructura de la histeria (ma­
yo de 1897}. Entre tanto, habrá excusado a Fliess de
toda responsabilidad en el caso, como él mismo inten­
tará librarse de ella en el sueño de ,cla inyección de Ir­
ma11. Para disculpar a Fliess ("en lo que se refiere a la
sangre, no eres en absoluto culpable11}, él "anota la san­
gre de Emma en la cuenta de la histeria de esta11 (Ph.
Refabert, B. Sylwan, 1983, págs. 109-10}.
Estf episodio ilustra, en medio del debate sobre la
seducción, el pacto denegativo concluido, sin saberlo,
entre Freud y Fliess a propósito de Emma. Ella es la
figura, para estos dos hombres, del agujero que quie­
ren explorar y reducir dándole un contenido de gasa
y de sangre. Su pacto es a la vez la denegación de ese
deseo, la desmentida de su vínculo homosexual fun­
dado en la supresión de lo incógnito de la feminidad.
Equivale a reconocer, por lo mismo, aquello de lo cual
protege y preserva semejante pacto. Instituir el psico ­
análisis es situar en el núcleo de su debate la proton
pseudos y la cuestión de la verdad del sujeto en su re­
lación con aquello que lo representa: para Freud, Fliess
en no menor medida que Emma. Semejante pacto se
mantiene en el registro de la represión neurótica: lo
reprimido retoma en el sueño princeps llamado de «la
inyección de Irma11, que Freud analiza. La representa­
ción insoportable: si atribuye la causa de todo a la his­
teria de Emma, no es tanto para achacar a esta la res­
ponsabilidad, cuanto para salvar lo que debe ser re­
primido de su vínculo con Fliess: Y, en ese pacto, se
insinúan en un segundo plano las otras categorías de
la negatividad.

140
La denegación compartida, soporte de la identiflcación
en un grup o

La ligazón intersubjetiva por la denegación no es


sólo una modalidad de los sistemas de defensa común,
sino también una actividad fundadora del espacio psí­
quico, del tiempo y del trabajo de la representación en
el interior y dentro de los límites del conjunto trans­
subjetivo.
Sea un grupo constituido de mujeres, en el marco
de una sesión breve considerada de formación. Aline
establece sobre mí una trasferencia positiva intensa,
de la que se defiende repitiendo que no me compren­
de las pocas veces que hablo. La distancia que propon­
go introducir entre no comprender lo que digo y no
comprenderme no produce en apariencia ningún efecto
de trabajo inmediato. Aline sostiene que no me com­
prende. Supongo que desea tomarme con ella o en ella.
'Por la denegación, ella no se protege solamente de su
fantasma de deseo sexual incestuoso: como Aline ha­
bía supuesto que era mi hija preferida, evita también
entrar en rivalidad con las cchermanasn del grupo y, so­
bre todo, con la figura materna que para ella repre­
senta mi colega co-analista.
En el grupo considerado, uno de los efectos de esta
denegación será sostener la identificación de las mu­
jeres entre ellas; vendrá a puntuarlo la proposición si­
guiente, que proporcionará un primer cuerpo de enun­
ciados comunes: ccAl hombre, nosotras no podemos
comprenderlo; por lo demás, él no nos comprendeu. La
ausencia y el lamento por la ausencia del padre, que
habrán de evocar varias de ellas, cuando en la época
de la infancia y de la adolescencia los padres no estu­
vteron lo bastante presentes para volver posible el ac­
ceso de las hijas al orden del saber. ¿De qué saber?
El saber de las matemáticas. El análisis trabajará este
segundo significante común, ccsaber matemátlcon, y res­
tituirá a cada una su relación singular con la regla, el
orden, la desigualdad y la diferencia, las ecuaciones
Y las equivalencias, la potencia, con aquello que en la
aritmética inherente al fantasma de la escena primiti­
va (1 + 1 = 3) tropieza con la representación del pa-

141
pel del padre, con lo que no es comprendido en esa
relación, con las teorías sexuales infantiles y la novela
familiar.
En ese momento se podrá volver sobre el primer
tiempo de la denegación compartida, que Alíne sus­
tentó y que se convirtió en soporte de la identificación
de las mujeres entre sí. Sobre lo que ellas desean y
no tienen, se desplazarán la denegación y la identifi­
cación. La inversión del enunciado denegador (ccél no
nos comprende11) se prolongará, en la trasferencia, en
el reproche de que yo no las introduzco en el conoci­
miento de la combinatoria del amor, del sexo y de la
generación. Pero si las introduzco en él, lo que enton­
ces tienen para comprender es su puesto con relación
a la madre y a los otros niños. Y por ese motivo, la
cuestión perdurará hasta que las rivales no hayan si­
do reconocidas y nombradas.
El 1cyo no Jo comprendo11, con que Aline, por razo­
nes que le son propias, se ha convertido en portavoz
del grupo, servirá después de soporte a la identifica­
ción histérica compartida. Varias mujeres expresarán
su fantasma de com-prenderrne (como hombres) y de
ser com-prendidas por mí (como mujeres, como mi co­
lega).
El análisis del sueño de la mujer del comerciante
en carnes nos ha enseñado que la soñante se identifi­
ca con su amiga y rival en este rasgo: tal como ella, de­
sea no cumplir uno de sus propios deseos. Veinte años
después, en Psicología de las masas y análisis del yo,
Freud volverá sobre la identificación por lo negativo
cuando retome, a propósito de la crisis histérica en el
pensionado de mujeres jóvenes, la cuestión de la co­
munidad de los síntomas y de las identificaciones que
los sostienen: 7 en esta institución, las jóvenes se iden­
tifican entre sí por lo que no tienen, el novio que da
celos a su compañera, una carta de su novio; y tam­
bién por lo que tienen en común: el hecho de no tener

7 He elaborado su análisis en un trabajo sobre la grupalidad


interna de la histérica y su relación con el grupo (1985a), y sobre
las alianzas por el síntoma que se establecen en las instituciones
(1987c).

142
novio hace que las identificaciones se formen dentro
del rasgo común que las mantiene-juntas como suje­
tos del conjunto.

La supresión y la renuncia necesaria a la asociación


dentro de un conjunto

El vínculo de grupo, según Psicología de las masas


y análisis del yo, se establece sobre la cuota de negati­
vidad que es inherente a la renuncia a una parte de
la satisfacción pulsional, al abandono de una parte de
los ideales. La supresión parcial de las fronteras del
yo y de la identidad singular es un momento necesa­
rio para que se establezca la identificación: lo que se
pierde en uno mismo se recupera en el vinculo. 8 Es­
tas negatividades de obligación se extienden a las ope­
raciones de la represión y a las diferentes modalida­
des d_el "no» que emanan del superyó, del yo y del ello
(para retomar aquí unta precisión de A. Green, 1986c)
y que se agregan a fas que el grupo exige de sus usuje­
tos11. Así se esboza una economía grupal, que se desa­
rrolla a través de la sucesión y el entre-anudamiento
de los enunciados.

El rechazo y el desechamiento de lo irrepresentable

Lo negativo constituido más acá de la barra de la


represión es el efecto de mecanismos cuyo prototipo
es la Verwenung, se la llame extrayección (E. Weiss),
rechazo o forclusión (J. Lacan). excorporación (A.
Green), o negación primera de la realidad psíquica (M.
Klein, W. R. Bion): en suma, aquello que coarta toda
constitución del orden simbólico. Acerca de esta cues­
tión, me limitaré a señalar una especificidad de la si­
tuación grupal, que expresaré en términos de encaja­
miento de límites, de doble adentro y de doble afuera.

8
A. Mlssenard e Y. Gutierrez, en el capítulo que han escrito
para la presente obra, se extienden sobre una supresión más radi­
cal, que recae sobre el ser.

143
Se trata del destino de lo que en un grupo es rechaza­
do por sus miembros: ¿en qué condiciones y con qué
efectos puede lo rechazado permanecer dentro del es­
pacio psíquico común, o debe ser expulsado fuera del
límite (primer afuera y segundo adentro para cada su­
jeto) constituido por el grupo como continente?
Cuando el grupo no ha sido todavía suficientemente
constituido como un afuera que al mismo tiempo sea
un adentro, son intensas las vivencias de despersona­
lización y las angustias de disolución, tal como se ma­
nifiestan en el período inicial de los grupos. Aun en
el caso en que el grupo pueda constituir una pantalla
o un continente al que se rechacen los elementos psí­
quicos desligados, estos elementos son capaces de ad­
quirir una potencia de destrucción y de violencia en
la medida misma en que no han sido trasformados en
el umetabolismo» del proceso psíquico grupal. Una con­
secuencia de esto es que, puesto que el metacontene­
dor grupal no se puede constituir, se debe efectuar un
rechazo más allá de todo límite, so pena de poner en
peligro los elementos más arcaicos del vínculo. Pero
si pueden ser rechazados a los abismos y perderse así
para el pensamiento, vuelven al ataque contra toda for­
ma de vida psíquica, amenazando a la vez al sujeto
y al vínculo, como si el conjunto hubiera llegado a ser
en este caso todo el sujeto. En ese momento estamos
frente a una catástrofe psíquica.
Diverso es el tratamiento de lo negativo por su pues­
ta en depósito o en conserva en los espacios internos
del grupo. Todas las metáforas del tratamiento de los
desechos nos ayudan a representarnos la función: 9 ta­
rro de basura, aguas servidas, quiste, etc. El estatuto
tópico de esos lugares psíquicos tiene que ser precisa­
do. Formularé la siguiente hipótesis: la existencia de
esos espacios puede ser objeto de una represión y de
una negación por acuerdo inconciente, pero lo que ellos
contienen no admite este tratamiento; dicho de otro
modo: la represión recaería sobre el continente, el re-

9
Cf. las investigaciones de R. Roussillon ( 1987) y de P. Fustter
(1987) sobre los espacios institucionales y la infraestructura imagi­
naria de las instituciones.

144
chazo, sobre el contenido. En efecto, no solamente hay
cadáveres en las mazmorras de los grupos y de las ins­
tituciones; debemos además ponernos de acuerdo pa­
ra olvid ar que tenemos mazmorras, a fin de no vernos
precisad os a pensar que contienen desechos y cadá­
veres.

2. La negatividad relativa
La negatividad relativa se constituye sobre la ba­
se de lo que ha quedado en suspenso en la constitu­
ción de los continentes y de los contenidos psíquicos,
en la formación de las operaciones que los ligan. Ella
sostiene un campo de lo posible, tributario de la fun­
ción supletoria, apuntaladora y trasformadora del otro,
cuando él constituye un continente y una función tem­
porarios de pensamiento sobre los cuales se apuntala­
.rá el proceso psíquico careciente. En la negatividad re­
lativa, la positividad se manifiesta como perspectiva
organizadora de un proyecto o de un origen. Se podría
decir: algo ha existido que ya no. es; o no ha sido lo
que podría ser; o también, lo que ha sido no fue sufi­
�ientemente, por exceso o por defecto, pero podría ser
de otro modo. El objeto y la experiencia del objeto han
sido constituidos, en su desaparición, su insuficiencia,
su defecto. La negatividad relativa sostiene el espacio
potencial de la realidad psíquica.
Bion (1964), en su teoría del pensamiento, nos pro­
pone esta intuición: pensar es acceder a un espacio
ocupado por no-cosas, es construir y organizar un
espacio-tiempo finito, en lugar del infinito vacío y sin
forma, regido por el juego infinito de las equivalencias
simbólicas, en lugar de las cosas perseguidoras, des­
ligadas de sus relaciones simbólicas con las represen­
taciones visuales y acústicas. Pensar presupone un
continente de los objetos por pensar, un continente de
trasformación que se constituya primero en la función
psíquica (porta-sueño, porta-voz, porta-pensamiento)
del otro. La negatividad relativa es lo que· permanece
en trance de ser constituido en la realidad psíquica:
es relativa a objetos y a continentes de pensamiento,

145
Y esos objetos. en virtud además de tales pensamien­
tos potenciales. son tributarios del destino de lo neg�­
tivo en la ac t ividad de pensar del otro.

La negatividad relativa y el espacio de lo posible en


el vinculo

Lo que no ha sido pero podría ser. lo que habría


podido ser y podría devenir, abre en consecuencia so­
bre lo posible lo que en nuestro espacio psíquico es
tributario de la psique del otro. Aquí tornarnos en con­
sideración lo que no ha podido constituirse en las in­
vestiduras y las representaciones por no haber sido al­
bergado o porque no ha umorado,, (P. Aulagnier) en la
psique del otro, en primer lugar de la madre. por razo­
nes que le son propias. Se podrán explicar los efectos
de lo negativo en la actividad psíquica del otro en dife­
rentes términos: carencia de la capacidad de ensoña­
ción, deficiencia de la función alfa, ausencia de apun­
talamiento identificatorio. Pero no basta invocar sola­
mente la deficiencia y la carencia: la asignación de
apoderamiento, el exceso de investidura concurren a
los mismos efectos.
No podemos retornar al lugar y al vínculo del ori ­
gen: existieron un lugar y un vínculo que ya no son,
salvo en la huella dejada por la experiencia inaugural
de la expulsión fuera del cuerpo materno, de la sepa­
ración de la envoltura placentaria, del corte del cor ­
dón umbilical.
Todas las separaciones, todas las despegaduras, to­
dos los destetes ulteriores arrojarán al sujeto hacia el
vínculo, hacia el grupo. hacia la raíz. Del pecho al gru­
po. de la familia al equipo y a la banda. Ningún víncu­
lo, ningún agrupamiento, ninguna formación de pare­
ja se establecerán en lo sucesivo sin que esté envue lta
la tentativa de restablecer el ser-juntos de los oríge­
nes, de sobrepasar esta discontinuidad, de oponer a
la experiencia de la aflicción la del socorro y del recur ­
so en el mantenimiento de la no-separación. El víncu ­
lo y el grupo son en principio aferramiento contr a to­
da e xpulsión, negación de la negatividad de la cesura .

146
El m ovim iento de la. adhesión al grupo adquiere
se nti do sobre la base de esta negatividad de la separa-
ión originaria: sobre el trasfondo de la aflicción y de
�a pérdi da (cf. l. Hermann; G. Róheim); sobre el tras­
fondo de la falta y de las insatisfacciones de la víspera
y de la infancia, y entonces sí, D. Anzieu lo anunciaba
hac e más de veinte aiíos, los seres humanos van al gru­
po com o si entraran en un sueño. El lugar de agrupa­
mie nto está investido y representado como ese reen­
cue ntro con lo que ya no es, lo que ya no somos, pero
que podría volver. Esta modalidad de lo negativ_o es
la que sostiene la representación y los contenidos re­
pres entativos del origen. Es fundadora del espacio psí-
quico.

El albergue de lo posible en el grupo

Recibimos cada vez con mayor frecuencia la de­


manda de sujetos que buscan en el grupo una expe­
riencia de reapuntalamiento de lo que no ha podido
constituirse para ellos en la realidad psíquica. En cier­
tas condiciones, ese reapuntalamiento es posible: la ex­
periencia de formar grupo consiste entonces en la in­
vención paradójica de los elementos que faltan en el
espacio psíquico. El grupo es investido con esta capa­
cidad de albergue psíquico, con la función de ser esta
psique o de hospitalizar sus partes enfermas, donde
se p ueda formar lo que no se ha constituido: el lugar
donde_ las palabras que no fueron dichas, las prohibi­
ciones que no fueron promulgadas se puedan enun­
ciar y puedan abrirse su camino. La eficacia del pro­
ceso de grupo es función de su capacidad de contener
Y de trasformar los objetos internos, de su aptitud pa­
ra cre arlos y para constituir los eslabones no adveni­
dos en e l psiquismo. Un ejemplo muestra la especifi­
cidad del trabajo psíquico grupal en el tratamie nto de
la negatividad relativa.
En un grupo, una mujer logra dejar que se forme
en ella la representación de que su identidad sexual
no tuvo extstencla en la psique de su madre. Su ano­
rexia actualmente
relnvestlda es para ella el síntoma

147
por el cual interroga la manera en que existe en la psi­
que de los miembros del grupo y. sobre todo, en la de
los analistas. Esta ligazón, hasta entonces inexistente
en ella. se establece· por el desvío de las representacio­
nes; de los pensamientos y de los afectos vehiculiza­
dos por la cadena asociativa grupal, a la cual ella con­
tribuye según el modo de su síntoma, de sus pregun­
tas y de su silencio. Se puede decir entonces que en
el grupo el trabajo psíquico del pensar que realizan
ciertos miembros del grupo por su propia cuenta fun­
ciona para ella como el equivalente de ese albergue
de los objetos en la psique del otro, a partir del cual
se pueden formar unos pensamientos todavía no ad­
venidos y se pueden investir unos objetos.
El grupo. o una parte de este. trabaja como un apa­
rato de trasformación. una especie de elaboratorio psí­
quico que vuelve posible el apuntalamiento de la in­
vestidura. la formación y la trasformación de los pen­
samientos; en ese uelaboratorioo se pueden poner a
prueba posibilidades inéditas de representaci�nes y de
afectos. Una perlaboración trans-subjetiva opera a tra­
vés de la comunidad de las identificaciones y de los
fantasmas inconcientes. a través de las funciones de
representación que realizan los portavoces. a través de
la escenificación y la dramatización de los grupos in­
ternos. Desde este punto de vista. la cualidad terapéu­
tica de un grupo reside en esta aptitud para contener,
para desintoxicar, para volver posible la constitución
de fonriaciones y de procesos que no se han produci­
do en la realidad psíquica del sujeto.
En cuanto a la índole del trabajo analítico realiza­
do en un grupo, no puede consistir sino en los efecto s
de desligazón de lo que ha sido trasferido al grupo y
al vínculo de agrupamiento a partir de todas las mo­
dalidades de lo negativo volcadas en las formaciones
imaginarias. Ese trabajo desemboca en reconoc er la
subsistencia de un resto, de una irreductible negativi­
dad que el ser-juntos nunca logrará colmar. Descono­
cer o rehusar esta persistencia de lo negativo conduce
a una busca repetitiva de experiencias correctoras Y
a instalar al sujeto en una relación adictiva con el
grupo.

148
3. La negatividad radical
Intentemos primero poner en suspenso los valores
negativos que se adhieren a la negatividad: lo malo,
lo destructor, lo persecutorio, lo faltan te, lo excesivo.
Esta suspensión es necesaria para enunciar la siguien­
te proposición: la negatividad radical es, en el espacio
psiquico, aquello que tiene el estatuto de «lo que no
es,., Ella admite ser representada como no-vinculo, no­
experlencia, como algo irrepresentable, en las figuras
de lo blanco, de lo incógnito, de lo vacío, de la ausen­
cia, del no-ser. Sin embargo. no puede ser enteramen ­
te pensada por el pensamiento, que, si la tomara co­
mo un objeto, perdería con ello su propia condición
de funcionamiento. La negatividad radical sería. en es­
ta perspectiva, la relación de contacto del pensamien­
to con lo que no es, con lo que él no es y con lo que
él no puede pensar: es aquello que permanece refrac­
tario a toda ligazón.
Ahora bien, pensamos y nos agrupamos en conjun­
tos. No podemos pensar y ligarnos en conjuntos si no
es sobre un fondo de negatividad radical. Pero si el tra­
bajo del pensamiento y del grupo consiste, por una par­
te, en reducir el margen infinito de esta negatividad,
en limitarla y en acogerla como condición del contac­
to con lo incógnito y con la alteridad, también proce­
demos de manera de colmar de sustitutos y de objetos
omnipotentes el espacio abierto por esta castración.
El grupo se convierte en masa, y el pensamiento, en
fetiche de ideología o de opinión común despojada de
toda subjetividad singular. Sólo aquella componente
de la pulsión de muerte ordenada a esas desligazones,
que N. Zaltzman { 1979) llama pulsión anárquica, pue­
de introducir una ruptura restauradora de las ligazo­
nes de vida y restablecer los efectos simboligenos de
la negatividad radical. La negación de la negatividad
radical se reconoce así en sus efectos destructores del
vinculo y del pensamiento.
La negatividad radical es y continúa siendo algo
· no-ligado irreductible: se distingue por esto de lo des­
ligado que afecta a las otras modalidades de lo negati­
vo. Sin duda debemos admitir que. respecto de estas

149
últimas, se constituye sobre bases diferentes, y que es
1·nherente a la
vida psíquica como tal.
Es prob able que fuera sólo en un estad io b astante
tardío del desarrollo cuando se pudo efectuar un tra­
bajo para conferir un estatuto de representación a la
negatividad radical en el espacio psíquico: a lo que no
se ha produ cido en el encuentro entre órgano senso ­
rial y un objeto, a lo que no podrá representarse sino
como algo no representado.
Se puede suponer que este estadio del desarrollo
es él mismo la trasformación de diferentes modalida­
des de lo negativo y que es contemporáneo de aquel
en que el niño hacía y se hacía preguntas sobre lo que
no era él, sobre el no-yo, sobre el no-tú, sobre lo que
no son las cosas. Las hacía, pues, preguntando sobre
lo que él era cuando no era y, más adelante, sobre lo
que él no es por ser lo que es, pero también, más radi­
calmente, sobre lo que no es y nunca será. Preguntas
sobre el origen, sobre el no-ser, sobre el otro, sobre lo
incógnito, lo inconcebible, lo imposible. Preguntas so­
bre el sexo, sobre el deseo y el riesgo de suponer el
no-desep. Estas preguntas sólo pueden ser planteadas
por un sujeto cuyo pensamiento (fantasma y especu­
lación) se haya constituido por apuntalamiento (apo­
yo, deriva, reasunción trasformadora) en la experien­
cia corporal y, conjuntamente, en la experiencia psí­
quica y la palabra del otro. Este pensamiento supone
que la primera distinción adentro-afuera se haya po­
dido formar sobre continentes de pensamiento y so­
bre procesos de ligazón-trasformación. La elaboración
�n el espacio psíquico de lo que no ha advenido en la
experiencia, sin perjuicio de que el aparato psíquico
represente esta negatividad, supone esas condicio nes.
La perspectiva que intento definir no deja de lado
la angustia que suscita en la psique la relación de con­
tacto con lo que no es ella, con lo que la bordea y la
atraviesa en su propio espacio. Esta angustia puede
encontrar su salida, a falta de continentes de pensa­
miento, en la destrucción del pensar con el designio
de suprimir en él lo intolerable. También pue de ser
tratada según las otras modalidades de la negatividad
relativa o de obligación. Puede contribuir a formar lo

150
que J. Bleger ha definido como el encuadre, deposita­
rio de las partes no-yo de la psique (1966). Puede ela­
borarse en las figuras de lo absurdo. Este encuentro
del pensamiento con su límite se puede vivir en el pas­
_ mo, el terror o el éxtasis. Esta confrontación con lo que
en sí no es sólo ajeno para uno mismo (J. J. Baranes,
1986b) es vertiginosa e intolerable para el narcisismo.
En este espacio vacío, en esta periferia sin borde que
escabulle el poblarse de sí y de sus objetos, podemos
alojar la experiencia mística, la ausencia de Dios, lo
Absoluto, la expectativa del Todo en la apelación a la
Nada. Otros desarrollos pueden elaborar esta experien­
cia de la no-experiencia: filosofías apofáticas, teologías
negativas. 10
Podemos también concebir la negatividad radical
para explicar el espacio vacío no patógeno exigido por
la movilidad de la vida psíquica misma: espacio de la
no-experiencia, de lo que no es y no será. En este sen­
tido, definirá la negatividad necesaria para la experien­
cia psíquica y para el trabajo del pensamiento contra
su tendencia a encerrar sus objetos y su propio espa­
cio en los límites de lo conocido, a agotarlos en la re­
presentación que se da de ellos.
La negatividad radical no puede abolirse en la po­
sitividad a la que sin cesar intentamos reducirla. Es­
ta negatividad concierne más al ser (al no-ser) que al
tener.

Destino de la negatividad radical en el vínculo y en


el conjunto trans-subjetivo

Nos vinculamos en los conjuntos sobre el fondo in­


finito del no-vínculo, de lo incógnito, del espacio va­
cío. Por una parte, el vínculo de agrupamiento tropie-

10 Ha sido la teología negativa la que más se acercó a esta ten­


tativa de tomar en cuenta la negatividad radical como modalidad
de abordaje del ser por lo negativo: no representar a Dios por sus
atrtbutos. no ligarlo con ningún término que pretenda definirlo en
la contingencia de sus atributos y dominar el ser por medio de un
conocimiento que lo volviera positivo.

151
za con la negatividad radical. se apoya en ella, y, en
lo que ella tiene de intolerable, la niega.
El vinculo de agrupamiento. desde el origen. tiene
juntos a sus sujetos en la ilusión compartida y mante­
nida de que podrían ligar lo que permanece refracta­
rio a toda ligazón, de que podrían ser lo que no pue­
den ser. escapar a su destino de ser mortales. sexua­
dos. nacidos de padres sexuados y mortales; de que
sería posible reducir todo lo incógnito.

La negación de la negatividad radical en la utopia

La forma y la función psíquicas de la utopía apare­


cen como una representación condensada de todas las
figuras de la negatividad que he intentado dilucidar.
No me extenderé aquí sobre aquellos horizontes catas­
tróficos en los que la utopía. en su forma sistemática.
adquiere un valor masivo de negación de la historia.
del deseo, del inconciente y de la subjetividad. La cons­
trucción utópica tiene por objetivo reabsorber en el no­
lugar las tres modalidades de lo negativo para realizar
el deseo de no desear más. en un sueño definitivo que
excluye toda ensoñación ulterior. Universo cerrado, de
dominio y de medida, rechaza hacia afuera lo que no
puede ser tolerado. pero lo reencuentra adentro de una
clausura bajo una forma invertida. Paradoja y locura
raciocinante11 sostienen el juego de la utopía con lo
posible. con lo imposible y con lo insostenible: ella es
entonces o bien un sueño puntual, una figura de anar­
quía y de subversión; su potencia de ruptura y de crea­
ción de algo posible se apoya en la negatividad relati­
va: porque liga hasta el absurdo, porque revela lo que
no pudo ser y que podría ser. O bien es el proyecto siste­
mático, siempre mortal (cf. Guyana)l2 de volverse amo
11 He esbozado sus bases en dos contribuciones: .,L'utopie dans
l'espace paradoxal: entre Jeu et folie raisonneuse• ( 1978) y •Crise
et parole en utople: maitrise, mesure et symétrie" (1986). Cf. tam­
bién mis lnvestlgacior'les sobre la ideologia como formación del ideal.
del {dolo y de la idea, centradas en la negatividad radical que ella
procura reducir (R. Kaes. 1980).
12 Cf. E .. Pozzl (1986). •Masques noirs, masques blancs . Les
mascarades et le suicide collectlf de Jonestown11.

152
de lo imposible, y se apoya entonces en la negación
de la negatividad radical.
También la negatividad de obligación trabaja la uto­
pía; en esta medida, ella concurre a la negación de la
negatividad radical: la expulsión de lo malo fuera de
las fronteras-fortalezas utópicas exige siempre que la
figura del otro no se admita adentro salvo bajo el sig­
no invertido de lo mismo. Lo incógnito, lo extraño, lo
familiar inquietante, el sueño, lo inconciente, han si­
do rechazados: han desaparecido bajo las luces sin
sombra de las Ciudades del Sol. El acceso al otro es
inmediato: Swift hace que se comuniquen directamen­
te, sin tropezar con la opacidad del lenguaje, Gulliver
y los Huyhnhnms, para quienes la mentira es tela cosa
que no es11.
Los pequeños grupos naturales o artificiales son lu­
gares de emergencia de la imaginación utópica. La uto­
pía es lo negativo del grupo, en tanto este es un espa­
cio psíquico conflictual y dividido. En el ejemplo si­
guiente, las tres modalidades de lo negativo resultan
tratadas en una utopía imaginada por tres muchachos
de seis a ocho años, reunidos por vínculos de familia­
ridad, y familiares en el caso de dos de ellos.
La Djin: un espacio que se parece a una isla y a
la vez a un hábitat interestelar. Los barcos, escasos,
que comunican a los djinos con el otro extremo del
mundo son objeto de un estricto control: administra­
tivo, policial, sanitario, psicológico. Nada escapa a los
cien ojos del Argos que vigila sin desmayo las escasas
entradas subterráneas por donde se filtra el acceso al
interior lo mismo que al exterior: la superficie de la
Isla es un vasto jardín, pulcro. cultivado, vigilado. Ba­
jo esta masa de vegetación, la ciudad. Una ciudad al
revés, reglada por una diversidad de leyes y ordenan­
zas. Construcciones invertidas: el sótano es el altillo,
el altillo es el sótano; instituciones invertidas: una es­
cuela donde los niños son los maestros. y los padres.
los alumnos; un poder político invertido: gracias a la
televisión, cada djino ordena al presidente lo que debe
hacer. No hay conflictos ni divergencias: unanimidad.
Una lengua, una lengua al revés: para decir si. se dice
no: aquí es no-allá; atacar, defender: 11La guerra es la

153
paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuer­
za►1. ¿1984? La invención de la Djin data del invierno
de 1968.
Las negatividades que sostienen a esta representa­
ción utópica afloran sin cesar en la negación, el recha­
zo, la desmendda, el trastorno hacia lo contrario, pero
también en la preservación de objetos buenos, de fan­
tasmas de omnipotencia. Se manifiestan en la inver­
sión de la relación entre las generaciones, en la des­
mentida de la muerte: no habrá cementerios en la Djin,
porque la gente no morirá.
La denegación, la desmentida y el rechazo organi­
zan la inversión paradójica que rige el sistema defen­
sivo de las utopías. su estilo de pensamiento, la orga­
nización de las relaciones sociales e intersubjetivas,
y hasta su léxico. En efecto, la Utopía es, literalmente,
el espacio de ninguna parte. En la Utopía de Tomás
Moro corre Anhidris, el río sin agua; se eleva Amau­
rotes, la ciudad fantasma, reina Ademas, el príncipe
sin pueblo, y los alaopolitas, ciudadanos sin ciudad,
tienen por vecinos a los ajoreos, habitantes sin país.
Si las cosas y los seres son a condición de no ser,
como Anhidris es río sin agua y Utopía es no-lugar,
es porque un movimiento propio de la utopía los neu­
traliza entre dos polaridades: el exceso del ser y la fal­
ta de ser. La utopía neutraliza, por medio del domi­
nio, la medida y la simetría de las cosas y del lengua­
je, lo que pudiera ser el surgimiento de un exceso o
de un defecto: lapsus o sueñ.o surgido del inconciente.
La palabra, en Utopía, es un juego de palabras estric­
tamente reglado: Amaurotes no es ciudad fantasma si­
no porque es demasiado vistosa. El virtuosismo semán­
tico de Tomás Moro no es un simple juego de huma­
nista o de humorista: es una exploración del límite de
lo pensable y de lo organizable.
Esta prestidigitación filológica es también la expre­
sión semántica de una construcción de la palabra en
relación estrecha con la imagen del cuerpo. En efecto,
el espacio utópico está reglado por la imagen de un
cuerpo maquinizado, preservado de todo movimien to
de deseo. La angustia dominante es que el cuerpo re­
sulte vaciado o deformado por ataques internos y ex-

154
ternos. Por eso, en virtud de su estricta y omnipotente
organización, las utopías no conocen ni enfermedad
ni deformidad corporal. En realidad, la angustia de la
degradación y de todo menoscabo de la integridad del
cuerpo es tan intensa que lo de este modo rechazado
hacia afuera reaparece adentro, pero en la función y
el valor pqsitivos de la utilidad: ciegos no hay (este es
el efecto de la negatividad por rechazo), pero ciegos
son empleados como centinelas; no hay mutilados, pe­
ro los mancos prestan servicio gracias a su voz. Nada
se pierde, nada es castrado, y tampoco nada puede ver­
daderamente ser deseado, salvo no desear más o, en
el límite, puede serlo según las reglas (Fourier, Sade)
de la combinatoria de la física y de la mecánica de los
autómatas.
Puesto que es deliberado y es mantenido bajo con­
trol. ya a causa de la obligación de armonía, el espacio
utópico está siempre ainenazado de desintegración. La
posición utópica se elabora contra angustias de perse­
cución y de aniquilación. Por eso aparecen en ella tan
fuertemente investidos el límite y la envoltura: el ata­
que se libra sobre el umbral. en la frontera; es temido
a la vez desde el exterior y desde el interior. En su ca­
parazón protector, la Utopía y los utópicos son impe­
netrables.
En nuestros djinos, como en todas las utopías clá­
sicas, la simetría y la especularidad articulan las rela­
ciones de la palabra y del cuerpo. He aquí un ejemplo
en la utopía infantil: en los tres djinos, la construcción
de la 4tlenguan está fundada en la negación, bajo la for­
ma del trastorno hacia lo contrario y de la inversión
simétrica. Nuestros tres utopistas descubren que su
lengua contradice la experiencia con la que se enfren­
tan, cuando la madre de uno de ellos queda encinta.
Este descubrimiento repentino, primero jubiloso, se
lleva a cabo en torno de las dos comprobaciones si­
guientes:

••Lo inverso de papá no es "no-papá", sino "ma­


má",,. Y después: «mamá es diferente de papá11.
..No es posible designar con una negación los órga­
nos del cuerpo que no son simétricosn; uno-corazón•• no

155
quiere decir nada. Lo que es único no se designa por
medio de una inversión especular. Los nifios tendrán
entonces que re-inventar. no sin tristeza. las palabras
específicas. triviales, ya utilizadas, inventariar el uni­
verso. el cuerpo, las relaciones con los padres, las re­
laciones entre ellos mismos, los utopistas. y entre los
djinos y su ciudad. De este descubrimiento data la mo­
dificación de la arquitectura simétrica de la Djin, y des­
pués, el abandono de la utopía.
He destacado la importancia de la denegación en
el discurso utópico. En el caso de nuestros tres djinos,
ella adquiere aquel valor de levantamiento y rebasa­
miento de la represión, con el cual Freud caracterizó
la función de la Verneinung. El pensamiento y la inte­
ligencia nacen de esta función (de)negativa. Ejemplar
es por lo tanto la aventura de nuestros tres djinos, quie­
nes, con ocasión del embarazo, redescubren por la sor­
presa y el libre juego de su palabra la diferencia en
el sexo, el cuerpo y la generación. Al nombrar al Pa­
dre y la Madre en su identidad opuesta y complemen­
taria, salen de la utopía. Salen de la utopía y entran
de nuevo en su historia.

111. El pacto denegativo. alianza sobre lo


negativo
Las tres formas de negatividad que acabo de dilu­
cidar pueden ser objeto de un pacto, de un contrato
o de una alianza inconciente entre los sujetos del vincu­
lo y la instancia que establecen y que se les impone
como conjunto.

Una formación psíquica blfase

El pacto denegativo es una formación psíquica bi­


fase: integra una serie de formaciones de este tipo que
aseguran funciones especificas en el espacio intrapsí­
quico y, al mismo tiempo, sostienen la formación y los
procesos de los vínculos intersubjetivos: estos, a su vez .

156
dan lugar a formaciones y a p rocesos intrapsíquicos.
El ideal del yo, las identificaciones y el contrato narci­
sista son formaciones de esta índole. Las relaciones en­
tre esos qos ◄1espacios» parcialmente heterogéneos po­
nen en juego economías. tópicas y dinámicas cruza­
das. entre el sujeto singular que persigue su propio fin
y la cadena trans-subjetiva de la que es un eslabón.
El aparato de ligazón y de trasformación psíquica que
es el grupo asegura esta articulación entre los sujetos
de un conjunto y este conjunto como tal.
Las alianzas inconcientes son bifases; también ellas
satisfacen a la vez algunos de los intereses de los suje­
tos como tales, y las exigencias propias del manteni­
miento del vínculo contraído por ellos y que los aso­
cia. La heterogene�dad de estructura de esas forma­
ciones mixtas se resuelve en lo imaginario y por los
fantasmas de objetos compartidos y de significantes
comunes. La producción de síntomas compartidos tie­
ne también esta función y esta finalidad: sujetar a ca­
da sujeto a su síntoma en relación con la función que
cumple en el vínculo y para este. El síntoma recibe
de ello un refuerzo. Este es uno de los 11aspectos11, el
tercero. por el cual se lo tiene.
Alianzas de esta índole han sido descritas por Freud
tanto en la clínica de la cura (con ,,Oora11 y la comuni­
dad de las identificaciones a través del síntoma) como
en las especulaciones sobre las sociedades y los gru­
pos: el pacto de interdicción que los hermanos conclu­
yen tras el asesinato del Padre, la comunidad de la re­
nuncia pulsional. Investigaciones más recientes han
puesto en evidencia la función de tales alianzas en el
destin o de los sujetos del vínculo; el pacto denegativo
se debe situar por referencia a las nociones de contra­
to narcisista. de comunidad de la desmentida, de alian­
za denegatoria.
Estas formaciones psíquicas bifases. estas alianzas
inconcientes nos resultan asequibles, en parte. por in­
ducción y construcción, a partir de la práctica de la
cura. El abordaje moderno del psicoanálisis de las psi­
cosis y. de los estados fronterizos nos ha dado acceso
a esélS formaciones .Y a esos procesos en el sujeto sin­
gular. en la medida. misma en que él no persigue su

157
propio fin. o lo hace en muy escasa medida, por estar
demasiado sujeto. o no estarlo lo suficiente, a la cade­
na intersubjetiva de la que procede.
Ahora bien, el dispositivo grupal organizado por los
requisitos del método psicoanalítico vuelve posibles la
manifestación y el análisis de las formaciones y de los
procesos psíquicos constituidos dentro del vínculo in­
tersubjetivo y para este; se llega a analizar su correla­
ción con los intereses, los conflictos y las organizacio­
nes que son propias de los sujetos singulares. Podemos
entonces esperar que oallí donde estaban las alianzas
inconcientes alienantes. el yo pueda advenir». No obs­
tante, esta esperanza nos pone frente a aquello que,
de la negatividad, permanece irreductible a todo de­
venir.

1. El pacto denegativo: una alianza


compleja para negar la negatividad radical
y ligar las negatividades de obligación
La noción de pacto denegativo se inscribe en las
categorías de la negatividad que he intentado explo­
rar. Se trata de un pacto sobre lo negativo. He supues•
to en los grupos -pero esta hipótesis concierne a la
pareja. la familia y la institución- un pacto sobre la
negación de la negatividad radical, en el fundamento
mismo del vínculo. Es este pacto el que mantiene la
ilusión de que el vínculo se burla de la negatividad ra­
dical. Pacto sobre lo incógnito; la no-experiencia, el no­
vínculo. Semejante pacto sostiene el vínculo por el
acuerdo inconciente concluido entre sus sujetos sobre
la represión, la desmentida o el rechazo de las mocio­
nes insostenibles moti_vadas por el vínculo. Los efec·
tos de este pacto son diversos: puede contribuir a man­
tener el espacio vacío y de indeterminación necesario
para la formación del pensamiento. o a constreflir el
pensamiento para que se ataque a sí mismo, o a des­
truir ciertos aspectos de la vida psíquica en los otros,
o a fetichizar el vínculo mismo. Recordaré aquí la his­
toria de Freud, Emma y Fliess, la del grupo de muje­
res, la utopía de los djinos.

158
En todo vínculo, un pacto de este tipo trata la ne­
gatividad, sea negándola, sea ligándola en sus sujetos
en una alianza inconciente. de suerte que el vínculo
se organice y se mantenga en su complementariedad
de interés para que se asegure la continuidad de las
investiduras y de los beneflcios ligados a la subsisten­
cia de la función del ideal y al mantenimiento de la
relación de imposibilidad. El saber sobre el pacto es
aquello de lo cual no podría ser cuestión entre los vin­
culados por él, en su interés mutuo. Se trata de un pac­
to cuyo enunciado, como tal. nunca es formulado, pe­
ro que se deja registrar en la cadena significante for­
mada en el vinculo por los sujetos del vínculo.
Destaco de este modo dos polaridades del pacto de­
negatlvo: una es organizadora del vinculo, la otra es
defensiva. En efecto, cada vínculo se organiza positi­
vamente sobre un conjunto de investiduras y de re­
presentaciones comunes inconcientes, ordenadas a la
satisfacción de deseos y estructuradas por un organi­
zador psíquico inconciente, pero también sobre un 11de­
Jar de lado11 o sobre un resto que puede seguir los dife­
rentes avatares de la represión, de la desmentida o del
rechazo, y constituir bolsones de intoxicación o espa­
cios-basurero (R. Roussillon, 1987) que maJ\tengan a
los sujetos excluidos de una parte de su propia historia.
Mientras más se mantenga reprimida la represen­
tación del espacio de unión común al sujeto singular
y a las formaciones trans-subjetlvas, más violenta se­
rá la modalidad del retorno de la negatividad. El pacto
denegativo mantiene el isomorfismo de la relación en­
tre esos dos espacios. Por eso toda modificación en el
pacto cuestiona la organización intrapsiquica de cada
sujeto singular. Reciprocamente, toda modificación de
la estructura. de la economia o de la dináinica del pacto
tropieza con las fuerzas que lo sostienen como com­
ponentes irreductibles del vínculo en el conjunto.

2. Pacto denegativo y contrato narcisista


El pacto denegatlvo se apoya en las formaciones
positivas del vinculo, y en particular en lo que P. Au.lag-

159
nier ha descrito como el con trato narcisista; es su com­
plemento y su contracara. Me parece que los términos
de ese contrato se inscriben en las premisas freudia-­
nas de c«lntroducción del narcisismo cuyas perspecti­
11,

vas he recordado: el concepto de contrato narcisista


explicaría entonces el hecho de que la investidura nar­
cisista que, en cada individuo, vuelve posible el cum­
plimiento de su propio fin, no pueda ser sostenido de
verdad sino en la mectida en que la cadena, de la que
el sujeto es miembro y parte integrante, invista narci­
sistamente a ese sujeto como portador de una conti­
nuidad del conjunto.
Es así como los padres en principio hacen del hijo
el portador de la realización de sus deseos no colma­
dos, y que de esta manera lo afirman en su narcisis­
mo; y también es a través de ellos como el deseo de las
generaciones precedentes ha sostenido, positiva o ne­
gativamente, su venida al mundo y su anclaje narci­
sista. Dicho en otros términos, cada recién nacido es
portador de esta misión de tener que asegurar la con­
tinuidad de la generación, según un modo particular
que le es asignado con arreglo a los términos de un
contrato que P. Aulagnier designa como pertenecien­
te a la economía narcisista.
Lo mismo sucede en la relación del individuo y del
conjunto social: cada nuevo miembro inviste el con­
junto como portador de la continuidad y recíprocamen­
te. bajo la condición de que el conjunto mantenga un
lugar para el recién nacido. Los términos del contrato
narcisista exigen que cada sujeto singular ocupe cier­
to lugar ofrecido por el grupo y significado por el con­
junto de las voces que, antes de cada sujeto, han man­
tenido cierto discurso conf arme al mito fundador del
grupo. A este discurso, cada sujeto" debe hacerlo suyo
de alguna manera. En virtud de él está ligado al an·
cestro fundador.
El análisis propuesto por A. Missenard e Y. Gutle·
rrez en este libro, que muestra el mod o en que en una
institución la supresión del fundador se convierte en
objeto de un pacto denegativo, confirma que el pacto
denegativo es la contracara del contrato narcisista.. Es­
tos dos tipos de alianzas inconctentes se sitúan en el

160
co­
núcleo de la cuestión del origen y del fundamento
rrelativo del conjunto y del sujeto singular.

3. Pacto denegativo, comunidad de la


renuncia, comunidad de la desmentida
y alianza denegativa
La noción de pacto denegativo se debe cotejar con
algunas otras formaciones trans-subjetivas que cons­
tituyen las alianzas inconcientes.
La noción de comunidad de la renuncia pulsional
se desprende de los textos freudianos de 1908 («La mo­
ral sexual ··cultural" y la nerviosidad modernan} y de
1930 (El malestar en la cultura}. La renuncia (der Ver­
zicht} es descrita en ellos como el efecto de la sofoca­
ción de las pulsiones, exigida por el paso de la plurali­
dad al grupo. Constituye sin duda, por esa razón, una
modalidad particular de la negatividad de obligación
en el mantenimiento del vínculo. En El malestar en
la cultura, Freud escribe: uLa vida en común de los
hombres se vuelve en principio posible cuando una
pluralidad consigue reunirse en un conjunto más po­
deroso que cada individuo singular y se mantiene junta
frente a cada individuo singularu (Gesammelte Werke,
XIV, pág. 454). Para alcanzar semejante mantenerse­
juntos. es indispensable la renuncia. Esta es lo que se
debe perder en placer para que el vínculo se pueda for­
mar y mantener. La civilización está construida sobre
la sofocación de las pulsiones y sobre la renuncia: 11Ca­
da individuo ha cedido un fragmento de su propiedad,
de su poder de soberano, de las tendencias agresivas
y vindicativas de su personalidad. De estos aportes pro­
viene la propiedad cultural común de los bienes mate­
riales y de los bienes ideales. Fuera de las exigencias
de la vida, son los sentimientos familiares que deri­
van del erotismo los que han empujado a los indivi­
duos aislados a esta renuncia n.
En este texto, Freud pone en evidencia una segun­
da línea de reflexión: concierne a las compensaciones
y al contrato obtenidos a cambio del constreñimiento
y de _la renuncia. «El hombre de cultura ha intercam-

161
biado una parte de felicidad posible contra una parte
de seguridad ( ... ) El resultado final debe ser la edifi­
cación de un derecho al que todos, o al menos todos
los miembros susceptibles de adherir a la comunidad,
hayan contribuido con el sacrificio de sus pulsiones
personales. y que, por otra parte, no permita que nin­
guno de ellos sea víctima de la fuerza bruta, con ex­
cepción de los que no han adherido a ella1►• Así la co­
munidad como derecho protege de la violencia del in­
dividuo, impone la necesidad y hace posible el amor:
en el límite de la adhesión al conjunto; en términos
que se inscriben en las exigencias del contrato narci­
sista y del pacto denegativo.
La noción de comunidad de la desmentida (M. Fatn,
1981) contempla una modalidad de la identificación
del niño con su madre cuando esta no consigue des­
prenderse de él para designar en otro lugar que no sea
el hijo un objeto de deseo (el padre), con lo cual la des­
mentida de la existencia del deseo del Padre es a la
vez obra del niño y de la madre.
De este modo, entonces, la comunidad de la des­
mentida entre la madre y el nifio mantiene su no­
separación. Ella está en la base de un tipo de identifi­
cación que M. Fain califica de proyectiva, y que él opo­
ne a la identificación histérica precoz, la que sustenta
la identificación del niño con la mujer cuando la ma­
dre produce un movimiento hacia otro objeto de de­
seo seductor, que el niño tendrá que descubrir y reco­
nocer. Este reconocimiento es correlativo del que la
madre hace de su feminidad. Se trata, en consecuen­
cia, de la comunidad de una desmentida que recae so­
bre la realidad del objeto del deseo del otro y. por esta
razón, en la medida en que semejante comunidad sos­
tiene una identificación cruzada, ella constituye uno
de los modelos básicos del destino de la negatividad
en el ser-juntos.
Una formación de este tipo esclarecería sin duda el
lugar de la desmentida y de la seducción en la alianza
Freud-Emma Eckstein-Fliess. En ella, Fliess reaparece
sin cesar para Freud como el seductor. Freud sale de la
alianza sangrante gracias a una solución mixta en sus
identificaciones: una parte de estas establece a Fliess

162
en él. pero es por la identificaci?n histérica con la mu-
Jer como se libra de la comunidad de la desmentida.
De otra problemática depende el modelo de la alian­
za denegativa que M. Th. Couchoud ( 1986), en un tra­
bajo riguroso, ha puesto en evidencia. La autora pro­
pon e esta noción a partir de la elaboración de la psico­
terapia conjunta de una madre y de su hija. La alianza
se manifiesta aquí en la sobreinvestidura alucinatoria,
por parte de la hija, de las representaciones no repri­
midas y al mismo tiempo negadas por la psique ma­
terna. •<Las dos mujeres -escribe (págs. 96-7)- desem­
peñan, una y otra, un papel activo con respecto a una
empresa que se presenta como una tentativa hecha pa­
ra mantener en la escena de lo cotidiano la permanen­
cia de lo que en la madre no ha podido ser elaborado
o reprimido. No obstante, se trata de mantenerlo de
suerte que esté desprovisto de sentido, al punto que
sólo pueda ser acreditado por la madre en nombre de
la locura de su hija, de manera que cabria preguntar,
en primer lugar. si la madre no es preservada del deli­
rio por no haber podido reprimir el contenido de los
traumatismos. Se podría decir entonces que ella indu­
ce en su hija lo que habría sido su propio delirio, o tam­
bién que la hija delira para que la madre continúe ol­
vidando lo que para ella no es "reprimible"11.
El análisis trae a la luz algunos rasgos diferencia­
les de la represión en la trasmisión neurótica y psicó­
tica. En lo que concierne a la represión neurótica, los
trabajos de p. Aulagnier han precisado la noción de
una trasmisibilidad de las interdicciones al servicio de
un ideal común. 11Lo que se busca en esta trasmisión
de las interdicciones y en el esfuerzo de represión im­
puesto al niño es que se preserve lo ya-reprimido por
la psique parental. Es sobre la base de esa represión
como se ha consumado el trabajo de historización del
yo [Je] en los progenitores••· En cambio, los caracteres
particulares de la represión en la psicosis serian los
siguientes (M. Th. Couchoud, op. cit., págs. 122-3):
1. La represión en la psicosis es decidida por la ma­
dre; está sujeta a un orden arbitrario, instaurado por
ella, en beneficio de su ley.

163
2. En la psicosis nos encontramos con la noción de
un fracaso en reprimir. en lugar de una genealogía de
las represiones trasm.itidas. Este fracaso en reprimir
se convierte en el móvil de los recursos aplicados para
asegurar la veladura de lo que debe ser negado. Este
fracaso en reprimir, que es obra de la madre, puede
ser compensado, a iniciativa de ella, por dos medidas
defensivas. La primera es descrita como una manio-
bra diversionista.
3. La diversión se efectúa en cuanto al propósito
de la represión: para la madre se trata de imposibilitar
la revelación de algo no-reprimido operante; he ahí el
objetivo en beneficio del cual se efectúa esta manio­
bra diversionista que socava toda posibilidad, para el
yo [Je), de iniciar un movimiento de historización.
4. El segu.ndo recurso consiste en poner bajo sellos
algo que debe ser negado, algo no-reprimido/conjun­
taxnente negado: c,Se trata de una operación destinada
a desposeer al niñ.o de toda capacidad de pensar el
enunciado y de darle un sentido.,. Y es en esta proble­
mática de superficie y de inmediatez donde la distri­
bución de los roles se presenta como ,cuna alienación
de uno de los protagonistas de la alianza en beneficio
del otrou (op. cit.) .
5. Las modalidades propias de la respuesta psicóti­
ca concurren a desnaturalizar el propósito y el senti­
do de las cosas, gracias a lo cual se consuma la tarea
de la represión: volver imposible la puesta en palabras
de lo que n� pudo ser reprimido en la psique materna.
6. La economía de la represión psicótica se puede
concebir como una alianza con miras al desconoci­
miento de un enunciado de deseo. En cambio, el tra­
bajo por realizar no se cumple según el modo de una
trasmisión vertical de las interdicciones donde se re­
conozcan ideales comunes. e1El área de represión está
limitada a la estricta extensión de la relación. El al­
cance del proyecto es inmediato y no se inscribe en
una línea de descendencia de renunciamientos cultu­
rales" (op. cit.).

Más allá de las diferencias en cuanto al destino de


la represión. se observará un movimiento análogo en

164
el mantenimiento del vinculo de Freud con Fliess y
en el de la madre y la hija acerca de cuyo tratamiento
informa M. Th. Couchoud: los dos hombres mantie­
nen su vinculo imputando a la histeria de Emma la
sangre que ellos derramaron por 11ver eso11 y no saber.
Si el objetivo es diferente en el vínculo que une la ma­
d re y su hija, no es menos cierto que ,,anotar en la cuen­
ta del delirio de la hija toda posibilidad de descubri­
miento de lo que ella, la madre, no quiere pensar. es
sin duda la condición previa de toda relación entre
ellasn (op. cit., pág. 115).
En definitiva, todas esas formaciones no deben su
consistencia y sus efectos sobre la psique de los suje­
tos singulares sino a unas funciones económicas y di­
námicas. a unos emplazamientos tópicos que adoptan
para sí dentro del conjunto trans-subjetivo. La comu­
nidad de la renuncia pulsional, la comunidad de la des­
mentida. el contrato narcisista. la alianza denegatoria
y el pacto denegativo poseen esa doble pertenencia me­
tapsicológica. El análisis de sus relaciones puede per­
mitir comprender el modo en que dentro de modali­
dades neuróticas. psicóticas o perversas se constituye
o fracasa en constituirse una parte de la función re­
presora para cada sujeto singular. en tanto está some­
tido al conjunto.

IV. Las negatividades de la ruptura de las


alianzas en el conjunto

Si, para entrar en el vínculo y en el conjunto. la


negatividad es operante; si. para mantenerlos, y por
el hecho de que se mantienen. son necesarias diver­
sas modalidades de su tratamiento. también para sa­
ltr del conjunto es preciso que intervenga lo negativo.
Se necesitará el no de Freud a Fliess, el no de Aline
as u propia denegación, el no de 1•"no-papá" no es ma­
má,. de los pequeños utopistas. Se necesitará el desa­
nudamtento de las alianzas inconcientes.

16,5'·
1. La ruptura por el odio
También aquí son posibles diferentes modos de
rnptura, y hace poco tiempo me he extendido sobre
lo que ellos debían al odio del grupo (Kaes. 1982). Es­
cribí: 11El grupo es odiado porque es el espacio de la
desposesión más íntima, más radical; de aquello, pre­
cisamente. de lo cual nos habíamos despojado, que ha­
bíamos confiado o proyectado en los otros, dentro de
esa desposesión ineluctable, consentida, casi dichosa,
que es la de la identificación primera, base del víncu­
lo psíquico. Aquello de lo cual nosotros nos despoja­
mos. y que proyectamos. no en el otro. sino en múlti­
ples otros, seguirá en lo sucesivo, en grupo, un desti­
no que no solamente escapa al sujeto, sino que va a
ser para esos otros un objeto de su albedrío, de su go­
ce o de su destrucción: un destino que justamente los
hará ser-juntos un grupo, y que, en el mismo movi­
miento, indicará a cada uno su soledad y su impoten­
cia, su esencial dependencia, el riesgo de un dejar-caer
vital>i.
Pero existen dos destinos diferentes del odio: uno
posibilita la separación, el otro mantiene el vínculo,
como Bion lo había visto, por el odio.
En el vínculo grupal, el odio suelda los pactos so­
bre lo negativo, sostiene las formaciones narcisistas
comunes, las formaciones del ideal, la ideología, la
alianza de la opinión común. contra la individuación.
Desposesión grandiosa contra la desposesión íntima,
la ideología, formación del odio, es un dispositivo que
concurre a desensibilizar y a administrar los pactos
denegativos, los pactos sobre la negación de lo negati­
vo. Las ideologías ligan a los miembros de un grupo
entre si por el odio del pensamiento, el odio de la idea,
que proviene casi de su contacto con lo ignoto. M. En­
riquez (1984, págs. 147-72) ha mostrado que el some­
timiento y el odio son factores comunes en las afinida ­
des electivas entre paranoia y masoquismo. Son -tam­
bién constantes en las ideologías: con el ideal cruel,
la omnipotencia atribuida a la causa única y el culto
narcisista forman los términos de un pacto de alianza
entre perseguidores y perseguido.

166
cuando no liga a sus súbditos en alianzas de esa
clase, el odio trabaja en la ruptura de los pactos sobre
lo negativo. Pero la ruptura se puede efectuar. Freud
propone el modelo de ella en la figura del Dichter: el
poeta, el héroe, el historiador. el escritor.

2. El desasimiento de la masa: el camino


del héroe

El tema final de Psicología de las masas y análisis


del yo otorga al término ccanálisis11 el valor de un desa­
nudamiento del yo [Je] de aquello que Freud llama udie
Mengeu: la opinión común de la multitud, la mezcla
indiferenciada, la mayoría compacta, anónima y sin­
crética del ser-juntos. De la misma manera que la ne­
gación es el primer grado en la autonomía del pensa­
miento. la ruptura con 1die Menge11 es el primer paso
1

de la psicología individual, la etapa obligada de la sub­


jetivación del yo. Pero la ruptura y la negación toda­
vía no bastan. El Dichter debe c<trasponer la realidad»,
inventarla, como lo señaló J. M. Rey (1984) a propósi­
to de la ruptura de Freud con Jung y de la necesidad
que se impone al primero de hacerse historiador del
movimiento psicoanalítico. Escribe Freud: «El mito es.
por tanto, aquel paso con que el individuo se sale de
la psicología de masa. El primer mito fue. con seguri­
dad, el psicológico: el mito del héroe; el mito explicati­
vo de la naturaleza debe de haber aparecido mucho
después. El poeta que dio este paso, y así se desasió
de la masa en la fantasía, sabe empero hallar en la rea­
lidad el camino de regreso a ella. En efecto, se presen­
ta y refiere a esta masa las hazañas de su héroe, in­
ventadas por él. En el fondo, este héroe no es otro que
él mismo. Así desciende hasta la realidad, y eleva a
sus oyentes hasta la fantasía. Ahora bien, estos com­
prenden al poeta, pueden identificarse con el héroe so­
bre la base de la misma referencia añorante al padre
primordial11.
Tal sería la figura heroica del creador, que Freud
asume por su ruptura en el ser-Juntos, primero con
Fliess y después con Jung. Así como el héroe sosteni-

167
do por el amor de su madre puede tomar ese riesgo.
del mismo modo Aline, en el grupo de mujeres, soste­
nida por la trasferencia y por el trabajo de desasimiento
que efectuamos mi colega y yo, será la primera que
logre romper con el sentido común del grupo. rebasar
el rechazo que el grupo reserva a las utraidoras►1 que.
desasiéndose de la psicología de la masa, ponen en pe­
ligro los pactos y las alianzas inconcientes que la man­
tienen junta.

3. La pulsión anarquista
Si hiciera falta buscar la base pulsional de la nega­
tividad de la ruptura en el ser-juntos. podríamos en­
contrarla del lado del trabajo de la pulsión de muerte:
especialmente del lado de esa tercera corriente que la
compone, en que ella trabaja al servicio de la vida. N.
Zaltzman ( 1979) ha calificado de anarquista a esta co­
rriente de la pulsión que no tiende a volver a lo inani­
mado. ni a destruir, sino a individuar. Escribe esta au­
tora: rcLa pulsión de muerte trabaja contra las formas
de vida establecidas y contribuye a renovarlas ( ...).
La pulsión de muerte trabaja en el empuje libertario
más individual contra el efecto nivelador de la norma
social». De la norma social y, más específicamente. de
las alianzas y los pactos inconcientes mortíferos. que
nos hunden en la compacidad de lo demasiado-lleno
y del exceso de vínculo.

4. El análisis de lo negativo y de su
formación en los conjuntos trans­
subjetivos
Sobre la base de un análisis de los procesos y de
las formaciones de la realidad psíquica en los conjun ­
tos trans-subjetivos. he desarrollado la hipótesis según
la cual una parte de la realidad psíquica de los sujetos
singulares está sometida a tales conjuntos; he formu­
lado las siguientes proposiciones:

168
l. El vínculo en los conJu1?-tos se fun?ª• por una par­
te, en la negati
vidad: a partir del no-vinculo
.
de la ne-
· d e 1as operac1�nes de des-
gatividad radical Y_ a partir
JJgazón, de negacion _Y de rechazo. D�l mismo modo,
la concepción del obJeto y el pensamiento se fundan
a partir del no-objeto (Bion) y de la negación (Freud).
2. Si lo negativo funda el vinculo, algo negativo es
inducido por el vínculo mismo. El establecimiento y
mantenimiento del vinculo fabrica una negatividad re­
lativa y de obligación para preservar el vínculo mis­
mo y los intereses (distintos o idénticos) de sus sujetos.
3. No toda la negatividad puede ser absorbida, reab­
sorbida, trasformada por el vínculo y por el trabajo psí­
quico que en él se consuma; de la misma manera, el
pensamiento no puede pensar sino una parte de la ne­
gatividad sobre la cual se apoya y se funda. Subsiste
un resto irreductible que puede dejarse representar sin
ser agotado por el pensamiento.
4. Introduzco la noción de un pacto denegativo con­
cluido entre los sujetos de un vínculo como modali­
dad de una alianza inconciente formada sobre la ne­
gatividad y por los efectos de lo negativo. Este pacto
tiene objetivos múltiples: tratar lo negativo, luchar con­
tra algunas de sus componentes, negar lo negativo, cir­
cunscribir por la producción y los efectos de lo negati­
vo, preservar cierto estado del vínculo o de la activi­
dad de ligazón, reforzar la positividad del vinculo. Los
pactos denegativos son pactos concluidos a la vez so­
bre lo negativo y contra lo negativo.
5. El trabajo de la negatividad interviene en el pro­
ceso de desasirse de un vínculo cuyas componentes
alienantes o mortíferas estorban la capacidad de liga­
zón de las pulsiones de vida.

El análisis de la posición de! sujeto en los conjun­


tos tiene por objetivo el reconocimiento de la activi­
dad de ligazón que mantiene juntos a los sujetos del
vinculo. y al vínculo mismo en las funciones que to­
ma para sus sujetos. El análisis trabaja para desanu­
dar lo que se ha alienado para el sujeto en los pactos
sobre lo negativo y en las alianzas, contratos y forma­
ciones comunes inconcientes.

169
7. El pacto denegativo originario, el
domeñ.amiento de la pulsión 9 y la
supresión
René Roussillon

Desde Psicología de las masas y análisis del yo.


quien se ocup�· de la vida fantasmática de los grnpos
y de las instituciones y se empeñe en el intento de pen­
sar la estrnctura inconciente de la cohesión grupal sa­
be que es remunerativo investigar los elementos cons­
titutivos de la organización grupal en la puesta en co­
mún de determinados procesos psíquicos. No es muy
asombroso que los primeros sucesores de S. Freud en
la materia se dedicaran sobre todo a pensar el modo
de los ,,pactos inconcientesu que estructuran los gru­
pos e instituciones a partir de sus formas y procesos
más ccpositivables11. En el pacto grupal se apuntala la
identidad. cuestión 11diabólica11, como dice S. Freud, y
no es sorprendente que el pensamiento haya comen­
zado a dominarla a partir de las formas objetivables
y positivables del vinculo grupal. Para que este fuera
aprehensible en la ausencta, en lo negativo. hizo falta
que previamente su naturaleza objetiva y positiva hu­
biera sido establecida lo suficiente.
Ciertamente. como lo sostiene W. Bion. el primer
pensamiento es el del no-pecho. pero este pensamien­
to no será apropiable como ccpensamienton sino mucho
después. El tiempo del ccextraño11, el del 110011, para reto­
mar los conceptos de Spitz, son organizadores sólo en
un tiempo segundo, en un apres-coup reorganizador
de la ilusión de la sonrisa primaria, primer signo de
apego. Porque la apropiación del vinculo ya de frente
en la sonrisa, de perfil en la figura del extraño, y la
apropiación de sí que está implícita en el ceno••• sólo po ­
drán reconocerse a si mismas en un cuarto tiempo. el
del «sí». Entretanto, el sujeto deberá reconocerse en la
figura enigmática de su doble extraño, para reflejarse.

170
El tie mpo en que eso ocurre, el tiempo en que eso
s pien sa y el tiempo en que este pensamiento resulta
�ropiable como modo del vínculo están separados por
�n corri miento necesario. Es la instauración de una
distancia, de una latencia; sólo esta vuelve pensable
tanto lo ausente como lo presente, cada uno de los cua­
les se piensa únicamente en su negación. La presen­
cia se descubre como perdida en la ausencia, la ausen­
cia se aprehende como pérdida no radical en la pre­
sencia reencontrada.
La noción de upacto denegativo,, que R. Kaes pro­
pone como concepto unificador de toda una serie de
modalidades del vínculo en/por las formas y figuras
de lo negativo no era formulable, sin duda, sino en un
apres-coup de los primeros trabajos sobre el grupo. Pe­
ro, por un efecto dialéctico, desde que fue construido,
el concepto de 11pacto denegativo,, invita a una reorga­
nización de los fundamentos mismos de nuestra re­
presentación de la construcción originaria del vínculo
grupal. De este, S. Freud nos ha legado diferentes for­
mas organizadas en torno de un mito fundador cen­
tral: el de la horda primitiva. Si, según pienso con R.
Kaes, la noción de ••pacto denegatlvo11 es un concepto
fundamental de la organización del grupo y de la ins­
titución, me ha parecido interesante poner a trabajar
este concepto en aquel mito fundador, para tratar de
dilucidar las formas y figuras que el pacto denegatlvo
hubiera podido tomar en él, y rastrear una parte de
la historia de la negatividad que opera ahí en silencio.

Algunas reflexiones sobre el estatuto del


mito de la horda primitiva
Es en Tótem y tabú ( 1913b) donde S. Freud nos
propone la primera versión del mito de la horda pri­
mitiva, que se presenta entonces como una (re)cons­
trucción del proceso de engendramiento-de la organi­
zación grupal, religiosa y social, es decir, de engendra­
miento de lo institucional. La construcción de Freud,
el mito originario que él inventa, son sin duda critica­
bles desde un punto de vista estrictamente histórico.

171
Es verosímil que la creación efectiva del totemismo no
se haya desarrollado como Freud lo pretende. Sus fuen­
tes históricas han podido ser cuestionadas de manera
sin duda muy radical por los historiadores y los etnó­
logos, y esto ya en su tiempo. No obstante, Freud, muy
atento por lo común a apoyarse en la evolución de las
ciencias de su tiempo y a tratar de dialectizarlas con
lo que él mismo piensa. mantendrá a lo largo de su
obra la ficción de una horda originaria y su supera­
�ión en/por el asesinato del padre. Freud retocará en
diferentes ocasiones determinados aspectos de su mi­
to, en especial cuando introduzca la cuestión del su­
peryó (1927, 1929), pero esas modificaciones obede­
cerán siempre a imperativos internos de su propia ar­
gumentación y nunca a la necesidad de integrar datos
nuevos, surgidos de un campo que no fuera el del psico­
análisis.
En otra parte he indicado (R. Roussillon, 1985) que
el mito de la horda primitiva tenía un valor transicio­
nal en la obra de Freud; que desempeñaba en la cons­
trucción teórica de Freud el mismo papel que cumple
en la cura el juego de las «construcciones,,, es decir,
el de operar como un expediente destinado a -mante­
ner o a restablecer la continuidad y la coherencia de
un pensamiento. allí donde la elaboración tropieza con
una dificultad momentánea y antes que el análisis es­
té en condiciones de aprehender de otro modo lo que
el mito mantiene imaginariamente articulado. Si Freud
sostiene entonces, hasta Moisés y la religión monoteís­
ta, los principales contornos de ese mito originario, no
es sólo a causa del valor transicional que este puede
adquirir en tal o cual momento de su razonamiento,
sino también porque el mito, más allá de la ((realidad
histórica 11 del nacimiento del totemismo, dice una de
las 41Verdades 11 del psiquismo, de sus fundamentos.
Por eso dejaré de lado yo también, siguiendo a
Freud, la cuestión de la historicidad efectiva de la crea­
ción del totemismo, y me situaré en el marco de su
construcción, en su lógica interna, para tratar de po­
ner en evidencia una estratificación organizativa sub­
yacente en el mito, un ((pacto denegativo11 de los her­
manos. Y de segutr su elaboración progresiva como mi-

172
to del héroe de escritura. Se me permitirá pues que juz­
gue con el mito, en el seno del mito, que lo re-escriba.

l. El pacto denegativo de los hermanos


El carácter, sin duda clásico, de la hipótesis de S.
Freud me dispensa de exponer en detalle sus contor­
nos. Me atengo, en consecuencia, a lo esencial. El pa­
dre originario, ávido (desea gozar de todas las muje­
res), celoso y captador (no sólo desea gozar de todas
las mujeres, sino que no quiere compartirlas), exclu­
ye a sus hijos a medida que estos crecen y se convier­
ten en rivales potenciales. Un día estos se reúnen, su­
man sus fuerzas. y matan y comen al padre primitivo.
El tótem, repre_sentante organizador de la institu­
ción ciánica que sucederá al estado originario de la hor­
da, es un sustituto de ese padre primitivo. La avidez,
los celos y la captación de este último son retomadas
en la nueva organización, mudadas en su contrario,
bajo la forma de interdicciones y de tabúes que estruc­
turan el totemismo. El banquete totémico conmemo­
ra ritualmente el asesinato originario fundador. el sa­
ciificio del animal totémico no hace sino repetir el ase­
sinato primero.
El mito así construido por Freud se permite ciertas
libertades que reclaman otras tantas observaciones.
Si los hermanos son capaces de unirse, de juntar­
se para matar y devorar al padre, de la misma manera
deberían ser capaces de reagruparse para fundar una
organización social que, desde ese momento, pudiera
prescindir del asesinato del padre. E. Enriquez (1983),
por su parte, ha destacado la dificultad en que se en­
contraría una institución para fundarse sobre el asesi­
nato del padre tal como lo describe Freud, cosa que
este reconoció implícitamente en 1921. Una sociedad
de ese tipo sin duda desembocaría en una lucha per-
. manente entre hermanos, que destruiría en el germen
to do esfuerzo organizador o no tardaría en repro du-
crr · en repetir, la situación anterior, de un macho que
pre valece sobre los de
más.

173
Si Freud tiene razón en presentar el asesinato del
padre primitivo y su incorporación como el factor ins­
titucionalizan te del totemismo y la organización rela­
tivamente apaciguadora que este estructura. gracias
a la red de tabúes que instituye. necesariamente se tie­
ne que haber producido otra operación unificadora del
grupo. operación no descrita como tal por Freud, pero
necesaria para explicar la lógica interna de lo que él
describe. En efecto, la racionalidad de una puesta en
común (ljuiciosa11 de las fuerzas dispersas presupone
la aprehensión de lo que sería el ,dnterés11 de cada uno;
ella no puede bastar: ¿de dónde surgiría semejante ra­
cionalidad, fuertemente secundarizada, en ese mun­
do salvaje de los orígenes, en el que dominan, con to­
da evidencia, el exceso pulsional. la realización impe­
ra ti va y tiránica de los deseos, la ausencia de reparto?
La hipótesis implícita de Freud de unos lazos homose­
xuales tejidos entre hermanos tropieza también con
la objeción de su carácter, necesariamente exclusivo,
que impediría toda reunión verdadera de varios her­
manos. Por lo demás, Freud es explícito sobre este pun­
to en 1921; los lazos homosexuales e identificatorios
de los hermanos sólo se pueden estructurar de mane­
ra secundaria y sobre la bas� de la constitución previa
de un ideal común (o de un)efe), de un ídolo común.
En el origen reinan entr,� los hermanos la avidez,
la envidia primaria, los celos, los deseos captadores,
el exceso pulsional no domesticado. No solamente ca­
da uno quiere estar en el centro del grnpo -como el
padre originario-, sino que también cada uno quiere
ser el único, con exclusión de los rivales, a imagen del
padre. El exceso pulsional originario infaltablemente
trae consigo la desorganización y la penurta. l
Ahora bien, el único 11proceso11 de defensa contra el
exceso trasmitido por el padre originario es la exclu­
sión -es así como él trató el exceso de los rivales-,
la evacuación de lo que �xcede. Es ahí donde es preci­
so buscar el punto común de la historia de los herma-

1 Según lo he indicado en otro trabajo ( 1987), lo que vale para


los miembros de los grupos de hermanos vale, en el seno de cada
uno de ellos, para el ugrupo• de las pulsiones parcializadas.

174
se podría apuntalar una reunión ele­
nos, aquel en que
mental, en que una primera forma de opacto denegati­
vo•• podría fundamentarse. La avidez, la envidia, la cap­
tación, serán colectivamente excorporadas en un ani­
mal vivo, apto para proporcionar huellas perceptivas
que acrediten en medida suficiente esta excorpora­
ción. S. Freud dirá que el animal totémico tiene la mis­
ma sustancia que los hermanos.
El 11 pacto denegativo» originario se organizaría por
consiguiente, en su punto de partida, según el modo de
una comunidad de la desmentida del exceso pulsio­
nal, y se situaría en el origen de una fobia primaria
colectiva. 2
Ahora bien, semejante "solución,, obliga a una evi­
tación activa del animal fobígeno; ella no puede pro­
ducir un tótem, no explica el banquete totémico. La
desmentida debe repetirse, no se puede estabilizar, si
un acontecimiento no la fija. El grupo vive bajo la ame­
naza del retorno de lo desmentido, no está bien prote­
gido de la _contaminación.

La fijación totémica

Para que esta "solución,. colectiva se pueda institu­


cionalizar, se pueda fijar. estabilizar, es necesario que
un acontecimiento real adquiera valor fundador. Es
aquí, me parece, donde es preciso insertar la hipótesis
freudiana del asesinato -o de la muerte- real del pa­
dre originario que es también un representante del ex­
ceso pulsional tiránico. A través de este, lo qµe se rea­
liza es también el asesinato. la muerte del exceso pul­
sional.
La inmovilización, la muerte del padre originario,
confiere valor a la excorporación, garantizada contra
el retorno incesante de lo desmentido; fija lo desmen­
tido, lo encierra en una organización institucional.
El tótem resulta de este procedimiento en dos tiem­
pos. El acontecimiento uoriginario» de la muerte, el ase­
sinato del padre, reduplica el sacrificio primero, cons-
2 S. Freud, en su análisis. se apoya en la fobia (1913a).

175
titutivo del pacto denegativo de los hermanos y de es­
te modo lo rechaza. lo reprime ccoriginariamente». lo
totemiza en un fetiche colectivo. El tótem se convierte
entonces en el ·representante-cosa del exceso pulsio­
nal desorganizador fijado.
Sin embargo. semejante solución peca por exceso
de estabilidad. La muerte del padre originario ha fija­
do una estructura social que no puede sino inmovili­
zar. fetichizar. totemizar la pulsión; es incapaz de po­
nerla al servicio del despliegue, del aumento de la com­
plejidad social. Paradójicamente. el asesinato del padre
fija el apego a este. Al inmovilizar el tránsito externo
de la pulsión. condena al ritual, obliga a la conmemo­
ración indefinida. despotencia el futuro. El tiempo to­
témico será un tiempo cíclico, un tiempo rttualizado,
encerrado sobre si mismo. El primer pacto denegatlvo
era dema�iado lábil. pero su totemización peca. al con­
trario. por un exceso de fijeza.

El banquete totémico

En este contexto, el banquete totémico posee un


doble sentido, una doble faz. Por un lado, como lo se­
ñala S. Freud. conmemora la escena originaria. repite
ritualmente la muerte-acontecimiento ccortginaria" y su
valor fundador: por el otro, posee un valor de apertura
potencial, de expectativa mesiánica.
He ahí una dimensión de los procesos ccincorporatl­
vos» que se suele destacar poco: devorar al padre o al
animal es sin duda una tentativa de incorporar su fuer­
za y sus interdicciones. pero es también. en el mismo
movimiento. una manera de conservarlo con vida. de
hacerlo sobrevivir. Conmemorar es también reavivar,
reanimar el acontecimiento, tratar de rea�tualizarlo,
como en espera de otro desenlace. Devorar al padre
muerto es intentar permitirle que sobreviva más allá
de su muerte. Es una forma de lo que Winnicott deno­
mina ••la utilización del objeto»; el objeto debe ser des­
truido Y debe sobrevivir a esta destrucción. El banque­
te totémico realiza, en la desmentida de la muerte efec­
tiva -de ahí su impasse-. la revivencia del padre.

176
según veremos, el padre habría debido/podido 41S0-
brevivirn, deber á sobrevivir a ese asesin.a to originario.
par a que la historia advenga. para_que la historicidad
se constituya, para que su héroe se dé a conocer. La
muerte efectiva del padre fija el tiempo, lo detiene, y
de este modo detiene el «tránsito externo•• de la pul­
sión. Impide que la pulsión uanarquizante•• se elabore
afuera, antes de ser reincorporada/reintroyectada. El
padre muerto seduce al animal totémico , lo sutura en
él, y así fija un punto de confusión padre/hijo. del cual
el tótem será el representante-representación concre­
tado, materializado.3
Por fortuna, la historia no se detiene aquí; el trán­
sito se reanudará en otra parte. el tótem se pondrá en
movimiento y, con él, nuevos desarrollos del ccpacto de­
. negativou organizador.

11. La domesticación y el domeñamiento


de la pulsión
En diferentes ocasiones. en Tótem y tabú, Freud
indica la salida del totemismo. Es la udomesticación
del animal totémico••,4 afirma, la que produce la diso­
lución de ese modo de organización social.
El tema de la ccdomesticaciónn no es nuevo en Freud
en 1913. Ya está implícito en el artículo de 1910 dedi­
cado al 11análisis silvestre••. J. L. Donnet (1973) ha mos­
trad o que en 1910 Freud presiente de manera implíci­
ta que el encuadre psicoanalítico es el lugar de la do­
mesticación del análisis. Gracias al amansamiento, por
abordajes sucesivos. del inconciente 11silvestre•1• el en­
cuadre aparece como el lugar del domeñamiento del
3 Demandarla mucha extensión y estaría fuera de contexto se­
guir las contingencias de la organización anal de la pulsión a través
del mito de Freud: contentémonos con indicar que el fetichismo.
el totemismo. se presentan como formas patológicamente fijadas de
la -elaboración anal de la transicionalidad•.
4 El tema de la domesticación del animal sexual aparece tam­
bién en 1912. en -Sobre la más generalizada degradación de la vida
amorosa•.

177
análisis, aquello por lo cual el carácter peligroso o de­
sorganizador de este se yugula y se pone al servicio
de la cura. Esta presentación no está muy alejada del
tótem-encuadre-fetiche que acabamos de ceñ.ir.
No es la primera ni la última huella del tema de
la domesticación y del domeftaniiento en el pensamien­
to de Freud. El domeñamiento aparece muy tempra­
no, desde el <1Proyecto11 de 1895. transita por el artícu ­
lo de 1925 sobre el masoquismo. y resurge en 1937
en ◄◄ Análisis terminable e interminable,,.
En 1913. algún tiempo después de haber redacta­
do Tótem y tabú, Freud escribe un breve artículo de
los llamados de upsicoanálisis aplicado11, que no firma­
rá con su nombre hasta 1924: uEI Moisés de Miguel
Angel... En este artículo -que yo sepa. esta compro­
bación no ha sido hecha antes-, 5 Freud pondrá en es­
cena la cuestión de la domesticación del c,animal toté­
mico" y, al mismo tiempo, la de la deconstrucción de
la organización totémica. Como el trabajo no es tan
conocido, expongo brevemente su doble puesta en es­
cena.
Freud pasa cerca de la estatua del Moisés de Mi­
guel Angel prevista para la tumba de Julio II. y se sien­
te como capturado por ella. Imagina a Moisés encole­
rizado. que se desplazara hacia él para ahogarlo. 6 La
cosa. la representación hecha cosa, la estatua-tótem.
se anima; el padre inmovilizado, hecho estatua, se po­
ne en movimiento. El contenido totémico reanuda aquí
su tránsito. Freud, ante este enigma. no cejará hasta
apropiarse. por el pensamiento y la escritura. de este
potencial emocional reanimado.
Esta primera escena convocará a otra. Freud la l(re­
contextualizará11 en una escena de clan y de tótem, es­
cena del tabú de la cosificación de la representación.

5 Pero su indicación está presente en Freud (cf. Freud. 1921.


capítulo V. pág. 194 (págs. 89-90)).
6 Es lo que realiza también la estatua del comendador en Don
Juan: capturará y petrificará al hombre Don Juan. héroe del exceso
pulsional. La historia de Sodoma y Gomarra pone por su parte en
escena, como se sabe, la petrificación como destino del exceso pul­
sional. La pintura de Magrttte proporciona otros ejemplos en el mis·
mo sentido.

178
La escena reminiscente es la de Moisés que desciende
del Sinaí. donde acaba de recibir el texto de las Tablas
de la Ley. Moisés, hijo predilecto de Dios, representante
mesiánico elegido para sacar de Egipto al clan de los
hermanos de Israel, se encuentra con el espectáculo
de la ceremonia totémica del clan: un becerro de oro
se ha erigido y en su derredor la fiesta del exceso pul­
sional está en su apogeo. En este punto, Freud organi­
za un suspenso. ¿Se repetirá la escena originaria? ¿Se
dejará llevar Moisés por su furor mortífero, por sus ex­
cesos pulsionales, se lanzará para repetir. en nombre
de la ley, el asesinato originario anarquizante? ¿Hará
añicos las Tablas de la Ley -representante simbólica
del padre-, matará a los hijos heréticos, a los herma­
nos del clan, para quedarse así como el único hijo
c,buenou?
Es célebre el vuelco que Freud propone de esta si­
tuación. Moisés no se lanzará al ataque, «domeñará,.
su furor, su exceso pulsional, descansará sobre su pe­
destal. Freud re-escribe aquí la historia. inventa -la
encuentra creada- la historia de la superación del to­
temismo, de la domesticación del exceso pulsional ase­
sino y desorganizador. El texto se organiza en dupli­
cación: al re-escribir la historia de Moisés. Freud, a su
vez, lo domeñ.a por el análisis y la escritura. Inventa
el mito del héroe que domestica en el mismo movi­
miento, pero en dos tiempos.7 el furor del padre-Moi­
sés y el del hijo-Moisés.
Ahora bien -Freud no lo explicita. pero su análi­
sis lo presiente en diversos pasajes-, si Moisés se de•
jara llevar por su furor, si matara a los hermanos del
clan, quebraría al mismo tiempo las Tablas de la Ley.
El desenlace furioso engendraría una paradoja. un di-

7 En su texto, S. Freud indica que la Biblia en su traducción


por Lutero parece presentar dos veces los mismos acontecimientos,
Y aun contradecirse (1913a, pá.g. 117 [pá.g. 236)). Moisés calmaría
primero el furor de Dios, lo apaciguaría. y después, contradictoria­
mente. lo vengarla. Si se admite mi hipótesis de un punto de confu­
sión padre/hijo. esta aparente contradicción se interpreta como los
dos tiempos del domefiamlento, tiempo del padre, y después ttem•
po del hijo. padre totémico domeñado ■afuera", y después •adentro•,
como animal totémico.

179
lema. La ley se introduciría en tanto trasgredida y des•
truida en un mismo movimiento. Así se repetiría el ase­
sinato originario y sobreviviría, paradójicamente, la or­
ganización totémica.
Moisés. según Freud. no soltará las Tablas de la
Ley; así podrá instaurar un superyó no totemizado.
Freud, identificado con Moisés, podrá después presen­
tarse, como el poeta que él describe en un anexo de
Psicología de .las masas y análisis del yo, para contar
la nueva historia del héroe, la epopeya del hombre que
se debate con la envidia, los celos. la captación, la epo­
peya del hombre que domeña el exceso pulsional.8
Pero antes de que Freud pudiera reflexionar. en el
mito del héroe, sobre lo que él mismo estaba en vías
de producir en su texto, parece haber tenido necesi­
dad de que el domeña.miento se efectuara en acto, en
· el nivel de la representación hecha cosa. Porque el aná­
lisis del Moisés de Miguel Angel por Freud es ante to­
do un acto, un 11no11 en acto al exceso pulsional, un ceno"
que es límite entre el acto y el pensamiento. según lo
apunta tan certeramente J. Guillaumin (1987c). Freud
comienza por devolver la estatua a su lugar, allí don­
de su imaginario personal la había puesto en movi­
miento. Sólo entonces podrá ser negativizado afuera
lo que pudo ser positivado adentro. Desde ese momen­
to, el ídolo externo, el tótem, ya no será útil, podrá ser
destrl;lido, Moisés destruirá el becerro de oro, lo redu­
cirá a cenizas, lo dará a beber a los hijos de Israel. El
banquete totémico se repetirá, pero en otro nivel; la
lntroyección recaerá en este caso sobre representantes­
representaciones -lo incorporado es el ídolo, el bece­
rro de oro- y ya no sobre la cosa misma. La historia
y su trayecto se volverán así representables, se con­
vertirán en objeto de escritura: otra forma de reparto
se volverá pensable.

B Para Moisés. matar a los hermanos del clan significarí a tra ­


tar de situarse como Múnico hijo (bueno)" de Dios y vengarse de ha­
ber sido en cierto modo excluido de la fiesta de los hermanos del
clan.

180
Ul. El «Proyecto)) ( 1895), el domeñamiento
del recuerdo y el doble
El dorneñamiento en acto está en el origen de una
nueva organización tópica. Esto nos remite a los ope­
radores psíquicos de la estructuración de la tópica.
En 1895, en el «Proyecto de psicología», S. Freud
hace surgir la figura metafórica del domeñamiento pa­
ra explicar la mutación en recuerdo de las huellas mné­
micas reminiscentes. Repaso rápidamente el argumen­
to. Freud se pregunta: ¿cómo puede el aparato neuro­
nal determinar la distinción entre la reminiscencia
alucinatoria provocada por la investidura de las hue­
llas rnnémicas, y la percepción actual del objeto? ¿Có­
mo el aparato l/; puede establecer la diferencia entre
lo que viene de adentro -y que por lo tanto es atribui­
ble al pasado- y lo que viene de afuera -que es ciac­
tuat..-, diferencia en la que descansa esta tópica ele­
mental?
Por facilitaciones laterales, desviaciones de ener­
gía, las neuronas -,J¡ han podido captar y constituir co­
mo reserva las energías traumáticas así canalizadas
(¿totemizadas?) adentro, en beneficio del interés adap­
tativo del yo. Pero el· yo queda entonces ainenazado
de confusión traumática. Recordemos que es el mode­
lo que Freud introduce a propósito de Emma y del se­
gundo tiempo del trauma. Si el yo no puede diferen­
ciar percepción y alucinación, la descarga corre el ries­
go de producirse cuando el objeto no esté presente eri
la realidad. y por lo tanto, sin satisfacción verdadera.
Así la descarga corre el riesgo de ser traumática. Es
en este momento cuando Freud introduce el modelo
del ccdomeñamiento» del recuerdo, modelo del 0no11 a la
descarga alucinatoria, el único que permitirá diferen­
ciar descarga alucinatoria reminiscente y percepción
actual del objeto.
Este operador energético, este uno11 primero, debe
duplicarse en un operador secundario, no menos fun­
damental para la estructuración de la tópica interna.
El yo debe poder apoyarse en las huellas anteriores de
su propio trabajo de 44domeñainiento11, debe oírse, ver­
se en obra en el logro primero, para constituirlo como

181
recuerdo. En 1895, Freud insiste en la necesidad de
la enunciación, de la efectiva puesta en palabras, para
que ese trabajo se vuelva perceptible. audible para el
yo. En 1899. en su trabajo sobre los recuerdos encu­
bridores. insistirá en el hecho de que el sujeto se ve
en su propio recuerdo, se representa a sí mismo en el
recuerdo. El no del domeñamiento energético no bas­
ta, hace falta además que el sujeto se oiga decir no,
se vea domeñar el recuerdo.
Así. la constitución de una reflexividad es necesa­
ria para la organización de una tópica estratificada. un
doble auditivo o visual se requiere para que se esta­
blezca la apropiación verdadera de sí y de su historia.
No es asombroso que a continuación de Tótem y tabú
y de uEl Moisés de Miguel Angel», Freud haya introdu­
cido la cuestión del narcisismo, que trabajará todos sus
textos, junto con la del doble, hasta uLo ominoso11. A
través de estos diferentes textos. Freud prosigue su
autoanálisis, trabaja también por cuenta de él mismo,
lo que tenemos que analizar rápidamente para poder
continuar nuestra recorrida por los tiempos del mito.

IV. Julio y Anna


Al re-escribir la historia de Moisés, Freud retoma
también un fragmento de su propia historia personal;
re-escribe, como en duplicación, algunos de sus recuer­
dos infantiles, viaje al tiempo de su prehistoria perso­
nal, para reencontrar allí la cuestión del doble y la de
la fratría. Aquí debo limitarme a registrar solamente
algunos marcadores históricos.
D. Anzieu ( 1975) ha mostrado que la descripción
de la horda primitiva correspondía a ciertas caracte­
rísticas históricas del ambiente primero de Freud en
Freiberg. También e s en Freiberg donde Julio, herma­
no menor de Freud, nace para morir seis meses des­
pués. ¡El Moisés de Miguel Angel estaba destinado a
la tumba de Julio 11!
La escena inaugural, aquella en la cual Freud figu­
ra a Moisés-padre encolerizado que avanza hacia él,

182
surge entonces como una representación del padre cas­
tigador de los deseos de Freud niño. de matar a su her­
mano Julio para quedar como el hijo único, predilec­
to. Esto pone en escena el segundo tiempo de la ac­
ción dramática. en torno de Moisés-hijo. 9 En el extrac­
to de la Biblia que Freud cita en el 11Moisés». omite un
10
p asaje en el que Moisés-hijo mata a sus hermanos.
Si Moisés se ha dominado sobre la tumba de Julio 11,
entonces los deseos asesinos del joven Freud tampoco
se han realizado. Freud, al dominar a Moisés. domina
también a su doble excesivo.
Es a propósito del sueño de la «monografía botáni­
ca11 como Freud evoca un recuerdo infantil en el que,
con su hermana menor Anna, desgarra página por pá­
gina un libro de láminas en colores sobre Persia. Este
recuerdo es la primera huella de la relación de Freud
con el libro y la escritura. Anna es la hermana que su­
cedió a Julio, hija de remplazo. 11 Freud produce el
11sueño de la monografía botánica,, cuando su hija An­

na. la última nacida, tiene aproximadamente la mis­


ma edad que su hermana Anna en el momento del re­
cuerdo.
E n el análisis que hace de su sueño, en ninguna
parte. que yo sepa, registra la importancia de la pre­
sencia de Anna. Esta, presente en el recuerdo, es su­
primida en el análisis. En cainbio, en el análisis que
produce de su sueño, Freud se describe como un «gu­
sano de biblioteca11. En 1921. analizará en el mito la
presencia de animales pequeños (la sabandija, llega a
precisar) como marcador del lugar suprimido, en el mi­
to, de los hermanos que han participado en el asesina­
to originario.

9 Téngase presente que el tótem sutura el punto de confusión


hijo/padre. La estatua Molsés posee por lo tanto dos caras. una cara
paterna y una cara filial, que el análisis. necesariamente. desdobla.
10 Esta información me fue comunicada, durante el coloquio
sobre lo negativo, por una colega anónima. como conflrmación de
lo que yo decia. Aprovecho la ocasión para agradecerle.
11 La presencia de Anna en el recuerdo de S. Freud, presencia
de un doble femenino todavía no reconocido por él. sitúa este re­
cuerdo en una posición intermediaria entre un recuerdo no dome­
flado y un verdadero recuerdo-pantalla.

183
La segunda huella que tenemos de la relación de
Freud con el libro es la del obsequio que le ha hecho
su padre de una Biblia ilustrada. Biblia en la cual Freud
aprenderá a leer con su madre.
¿Son suficientes estas precisiones para sostener que
Freud re-escribe también. a través del uMoisés», otro
fragmento de su historia? No, como Moisés, él no ha
destruido el Libro de la Ley -las representaciones-cosa
que son imágenes de la ley- arrancando las páginas
del libro de imágenes; además, no ha desgarrado en
modo alguno el libro de imágenes, ha domeñado su
movimiento pulsional.
En 1924, Freud podrá firmar su ensayo sobre Moi­
sés, podrá rep.actar entonces una ctautobiografía», es­
cribir ctLa negación,•. A través de Moisés, Freud efec­
túa un viaje en el tiempo, anula el asesinato origina­
rio, desgarramiento primero, destotemiza un aconte­
cimiento pasado, domeña, por la re-escritura, un ex­
ceso pulsional arcaico asesino. 12
En uno de sus comentarios del sueño de la mono­
grafía botánica (Freud, 1900, pág. 171), Freud evoca
el recuerdo de su encuentro con un poeta-profeta, que
va de mesa en mesa en un cabaret y, por unos centa­
vos, inventa versos dedicados a quienes se los piden.
Ese día, el poeta dirá a Freud que llegará a ministro.
Es en torno del poeta, del 1cDichter11 como héroe por
la escritura, como Freud volverá a desplegar, en 1921,
la nueva escena de la historia del clan. Moisés-poeta
desciende hacia los hermanos y les cuenta la historia
de lo que no ha ocurrido, la historia reinventada de
lo originario.

V. El mito del héroe de escritura


En 1921, en el anexo B de Psicología de las masas
y análisis del yo, Freud retoma y completa la epopeya

12 Sabemos que Freud se sintió culpable de la muerte de Ju­


Uo (D. Anzieu, 1975). En 1913, en Tótem y tabú, Freud Insiste en
la real/dad de la muerte. del asesinato originarlo.

184
de la horda primitiva. Propone una versión nueva de
Ja superación del totemismo, la de la construcción del
mito del héroe. El poeta épico es el que relata la epo­
peya del héroe (su propio doble, dice Freud), que con­
sigue realizar por sí solo el asesinato del padre origi­
nario. El poeta es/deviene por la narración, la escritu­
ra, un ser de excepción que a la vez se desase de la
masa al inventar el mito, y se reúne con ella al contar­
le el fruto de su fantasía. Paradójicamente, en el acto
de atribuirse a él solo el asesinato originario, se ins­
taura como su sucesor, se sitúa en su filiación. A la
inversa del héroe de Barjavel recordado por Y. Gutie­
rrez, que se suprime cuando mata a su ancestro, el
poeta, por el contrario, se desase apres-coup en la rea­
sunción, la re-presentación del asesinato originario. En­
tre el acontecimiento originario y su narración épica,
ha sobrevenido una latencia, sociedad sin padre go­
bernada sin duda, dice Freud, por las m ujeres. En es­
ta latencia, como lo he indicado antes, el acontecimien­
to ha sido reprimido originariamente, domesticado.
De ahí la primera hipótesis, que propongo como
complemento de la hipótesis de Freud. Porque el poeta­
héroe no ha matado al padre originario, puede esceni­
ficar su representación. Freud dice que se trata de lo
"inofensivo,,. Porque el asesinato ha ocurrido y no ha
ocurrido, es tópicamente situable. Porque está dome­
ñado por/en lo imaginario del poeta épico, el aconteci­
miento originario escapa a la repetición indefinida: la
realidad histórica. la cuestión de la realidad histórica,
es sobrepasada por el mito, re-escritura de la historia
Y, paradójicamente, instauración de esta. El origen no
es representable sino a condición de ser re-escrito, re­
cre ado. El acontecimiento sólo es apropiable por un
sujeto que se represente en él, que se instale en el cen­
tro de su prehistoria personal para constituirla de este
modo en historia.

185
VI. La supresión del papel de los
hermanos
Lo que empero desaparece, y es borrado en esta
operación, es el papel de los hermanos, del contene­
dor grupal y, más allá, el papel del ccpacto denegativo11
fundador.13
1
Freud es explícito en este punto: el poeta se consti­
tuye como héroe épico, presentándose como el único
actor del asesinato originario y participándoselo a los
otros hermanos, que ahora se reúnen de otra manera,
en una ínter-identificación: su propio mito. Es así co­
mo la individuación se constituye, por supresión apro­
piadora de las huellas de su propio itinerario, por su­
presión de sus relevos contenedores transitorios. No
es preciso hacer el duelo del objeto y de los procesos

l
transicionales, sostiene Winnicott. El movimiento de
la apropiación de la realidad psíquica descansa en la
supresión secundaria de sus constituyentes, de su his­
toria efectiva.
La realidad psíquica se dice a si misma en la su­
presión de su parte de sombra, de sus contenedores
grupales mudos, de sus dobles.
Si el asesinato se vuelve representable y apropia­
ble porque ha ocurrido y no ha ocurrido, los herma­
nos serán suprimidos, al contrario, porque ellos, el con­
tenedor grupal. el ccpacto denegativo», han cumplido
su misión.

VII. El contenedor mudo: para abrir la


cuestión de las relaciones de lo femenino
con el pacto denegativo
Sin embargo, desde que un contenedor se supri­
me, y en el mismo movimiento en que lo hace, se re-

13 En este punto me sumo a la intervención de G. Rosolato en


ocasión del coloquio, en la cual puso de relieve la supresión de la
fratria en la cura. y a la de D. Anzteu, quien sostuvo que la supre­
sión es un proceso específico de la negatividad de los contenedores.

186
vela. cobr a forma otro, que hasta entonces se mante­
nía mudo. Aquel de los hijos que puede convertirse en
poeta épico, precisa Freud, es el más joven de ellos.
Ahora bien, esta observación no tiene otro sentido
que el de revelar el lugar, que se mantenía mudo has­
ta entonces, de la madre. Esta, en el pasado, ha prote­
gido a su hijo más pequeño del furor paterno. En el
mito del uDichter11, ella queda suprimida tras su hijo
menor, pero así este se revela como agente de su po­
der oculto, ocultado.
La madre, contenedor mudo, se revela como objeto­
fuente, tentadora, dice Freud, instigadora. Freud pre­
cisa que las divinidades femeninas y maternas fueron
sin duda cronológicamente las primeras. La cuestión
de lo femenino, ocultada en 1913 en Tótem y tabú,
invitaría a recorrer un nuevo lazo de nuestro análisis,
para plantear, fuera del pacto denegativo de los her­
manos, la cuestión de la feminidad. Esta, por lo de­
más ventajosamente, ha sido desdoblada.
Al apropiarse para él solo del asesinato originario,
el poeta épico haicaptado en su provecho la potencia
paterna: los sacerdotes de las diosas maternas serán
castrados, precisa Freud. En tanto pone su feminidad
al servicio de la organización colectiva, y funda así el
proceso de·institucionalización, instituyéndose él mis­
mo, el poeta épico ha domeñado su feminidad anar­
quizante.
La institución -y Freud será explícito sobre este
punto- descansará en una homosexualidad sublima­
da. Pero se trata de la feminidad del hijo, de la femini­
dad del hombre, amor del mismo, del doble de sí en
el otro.
La feminidad de la mujer, de la madre, permanece
por su parte (cabe apuntar también que la feminidad
de la mujer y de la madre es en alto grado organizado­
ra de los ejemplos de upacto denegativo» que R. Kaes
nos propone) todavía bajo el imperio de un pacto de­
negattvo, continente negro, indomeñado por el análi­
sis. Habría allí materia para relanzar el análisis del mito
originario, desde la cuestión de la feminidad suprimi­
da. Se podría partir, por ejemplo, de otro texto, con­
temporáneo de Tótem y tabú y de uEl Moisés de Mi-

187
guel Angeln, el texto dedicado a El motivo de la elec­
11

ción del cofren. A través de este texto. Freud propone


implícitamente otras metáforas del clan de los herma­
11

nos•> y de su redención por el silencio de la hermana,


la tercera de las hermanas, la muda, la destructiva.
Si Freud se ha desasido, en 1920-1921, de la reli­
gión paterna, le queda por afrontar, a partir de esta
fecha, la cuestión de la religión materna, 14 religión de
lo biológico. cuestión de la pulsión de muerte y de su
domeñ.amiento.

14 Antes de recibir la profecía del poeta de cabaret, que he na·


rrado. le habían hecho a Freud otra profecía, esta vez referida por
· su madre: «Una vieja campesina había profetizado a mi madre. or­
gullosa de su primer hijo. que seria un gran hombre• (Freud. 1900,
pág. 1 71 [pág. 207)). Así, otra divinidad. todavía anterior a su Na­
nta. se había inclinado sobre la cuna de Freud.

188
t� v�sual o la
8. El apoderamienper
desmentida de la dida
Raoul Moury

«Ser el reflejo de tu mirada, la impronta de tu bo­


ca, de tu seno. Percibir el sonido de tu voz fue mi
primera y última alegría,,. Goethe.

l. De la pulsión de muerte al trabajo de lo


negativo
En 1920, en Más allá del principio de placer, Freud
introduce un concepto nuevo: la pulsión de muerte.
"Al comienzo he presentado estas concepciones con la
sola intención de ver adónde llevaban, pero con el pa­
so de los años han adquirido tal imperio sobre mí que
no puedo pensar de otra manera11. Se trata, para Freud,
de responder a una doble necesidad estructural: apre­
sar la esencia de lo pulsional manteniendo al mismo
tiempo la exigencia dualista que sigue siendo funda­
mental para él, y ello tanto más cuanto que las pulsio­
nes que en lo sucesivo se enfrentan en el conflicto psí­
quico son las pulsiones de vida -que reagrupan pul­
siones sexuales y pulsión de autoconservación- y la
pulsión de muerte, en la que, como escribe A. Green,
"la auto-destrucción cumple para la pulsión de muer­
te un papel correspondiente al que desempeña la fun­
ción sexual para Eros». Lo que Freud se propone, en
consecuencia, es dilucidar la esencia misma de la pul­
sión, cuyo objetivo final es el retorno de lo orgánico
al estado inanimado por la descarga completa de la ex­
citación y el mantenimiento de la energía psíquica en
un nivel lo más_ bajo posible.
La introducción de la pulsión de muerte responde,
entonces, a esta necesidad. Se podría decir, en este sen-

189
tldo, que la pulsión de muerte es el paradigma de la
pulsión. Se trata, en efecto, de explicar lo que insiste
más y más en la clínica y en la cura: la compulsión
de repetición.
La búsqueda de satisfacciones libidinales ya no se
presenta como el objetivo principal. En efecto, 1elas ma­
nifestaciones del masoquismo inmanente a tantas per­
sonas, la reacción terapéutica negativa y el sentimiento
de culpa de los neuróticos no permiten que sigam os
adhiriendo a la creencia de que el funcionamiento psí­
quico está dominado exclusivamente por la tendencia
al placer. Los fenómenos indican la presencia en la vi­
da psíquica de una potencia ( . . . ) que según sus me­
tas llamamos pulsión de agresión o de destrucción y
que hacemos derivar de la pulsión de muerte origina­
ria de la materia animada 11•
Conocemos la acogida más que reticente que re­
servaron sus discípulos cercanos a este nuevo aporte.
Más próximo a nosotros. un autor como Winnicott pu­
do incluso rechazarlo pura y simplemente. Y si Mela­
nie Klein parece atribuir un papel rector a la pulsión
de muerte desde el origen de la existencia. es evidente
que el sentido que le da no coincide, lejos de ello. con
la noción dilucidada por Freud. No es mi propósito re­
tomar toda la problemática de la pulsión de muerte
en la obra freudiana. sino más bien plantear el proble­
ma de su interpretación actual en vista de nuestra
práctica y del modelo de funcionamiento psíquico he­
redado de Freud.
Toda una serie de pacientes· (se trate de las neuro­
sis de carácter. de las estructuras narcisistas o de los
estados fronterizos) han llevado a los analistas a re­
considerar los aspectos de la pulstón de muerte, abor­
dándola por el atajo del narcisismo. Más todavía. se po­
dría afirmar que la escucha actual de las neurosis con­
sideradas las más ccclásicas11. las más 1<nonnales11 (cf.
McDougall y su alegato en favor de la anormalidad)
nos las presentan como una protección frente a las an­
gustias de hundimiento. de vacío. de aniquilamiento,
que la arquitectura neurótica viene a enmascarar. Pe­
ro no sólo los pacientes, sino que el estudio de la diná­
_
mica de los pequeños grupos en un abordaje analítico

190
ha permitido enriquecer esas perspectivas y reno var
la comprensión de los fenómenos institucionales.
Los trabajos de D. Anzieu sobre la ilusión grupal
y el yo-piel, de R. Kaes sobre el aparato psíquico gru­
pal y el pacto denegativo, de J. J. Baranes sobre la fun­
ción de la desmentida en las instituciones para ado­
lesc entes, de A. Missenard sobre las identificaciones
narcisistas, entre otros, han contribuido a que poda­
mos aprehender mejor la pertinencia y el imperio de
la pulsión de muerte. Así, no sólo toda una serie de
estructuras psicopatológicas, sino, más todavía, el con­
junto del funcionamiento de la psique tienden a ser
reconsiderados desde el ángulo del trabajo de la muerte
(cf. J.-B. Pontalis, 1977) en la actividad psíquica o pa­
ra retomar la expresión propuesta por André Green del
•trabajo de lo negativo», análogo al trabajo del sueño,
al trabajo del duelo, expresión de una psique en tra­
bajo.
¿Es lo negativo, entonces, un sinónimo de moda
o un retoño disfrazado de la pulsión de muerte? No
respondamos por el momento. Comoquiera que sea,
y cualesquiera que fueren las divergencias en cuanto
a la interpretación de los hechos clínicos y de las teo­
rías que los explican, parece que se pueden establecer
algunos puntos: la exigencia postulada por Freud, aun
en las formas más primitivas de la actividad psíquica,
sobte la existencia de un conflicto pulsional. La natu­
raleza-del conflicto es sin duda la oposición pulsión de
vida-pulsión de muerte.
Una dificultad surge desde el comienzo, en el nivel
del modo de expresividad de este conflicto. Es que en
efecto la pulsión de muerte, contrariamente a la pul­
sión de vida. no nos es cognoscible por sus represen­
tantes: su actividad esencial es de desligazón, que re­
cae sobre el vínculo con el objeto. Atacar esta función
de ligazón con el objeto, y no al objeto mismo, des­
truir la función misma del vínculo con el objeto: he
ahí la esencia del proceso.
Es este sordo trabajo de destrucción del vinculo
aquello con lo cual nos enfrentamos.
La expresión 11 trabajo de lo negativo., se debe recon­
siderar entonces dentro de esta perspectiva, y es pre-

191
raciones ps�­
ciso definirla como abarcadora de las ope
os de defensa pri­
quicas que constituyen los mecanism
originaria h�sta
mordiales del yo, desde la represión
y la desmentida.
la forclusión, pasando por el clivaje
marios los _que
Son estos mecanismos de defensa pri
con el obJeto,
se proponen proteger el vínculo del yo
vidad
vínculo atacado de manera constante por la acti
de :s­
de desligazón de la pulsión de muerte. La rnptura
te vínculo dejaría al yo enfrentado con las angustias
de anulación, de vacío y de aniquilamiento. Lo negati­
vo -sombra del yo y del objeto- es un verdadero nar-
cisismo en negativo.
Son las vicisitudes y las peripecias de ese trabajo
lo que debemos retomar, trabajo que tal vez nos per­
mita librarnos de la pulsión de muerte, cuyo objetiv.o
último permanece idéntico: abolir el pensamiento en
el vacío de la nada.

II. Paul y Sarah


Desde el momento en que se acostó ahí, en ese di­
ván, Paul se había como instalado en él. Le gustaba,
decía, ese ritmo inmutable, ese tiempo controlado, ese
espacio ordenado. Se ponía a sus anchas y lo que al
comienzo había experimentado como constreñimien­
to se había convertido para él, con el paso del tiempo,
en un momento de placer contenido. Las horas, las es­
taciones sólo se señalaban por las variaciones de luz
en el ventanal que tenía enfrente. Poco a poco se ha­
bía habituado a ese silencio en el que se sumergía con
placer. Esto lo asombraba un poco. Llegó a preguntar­
se por las razones que lo hacían sentirse cómodo en una
situació� en principio tan incómoda.
Un día, desprevenidamente, se le esc apó un dicho:
nuestros encuentros no eran otra cosa
entrevis­
tas. Po�o a poco concibió la idea de queque el tiempo de
sus sesiones se sustentaba en la ex
pectativa del mo­
mento de nuestra separación. En
ese instante, en efec­
to, acechaba furtivamente mi ro . -
stro. Al Partir, arroJa
ba una rápida mi· rada de soslay
o, co mo si quisiera en-

192
trever alg o inaprehensible. Para su gran asombro, casi
a encontrar la semisonrisa que había
siempre volvía
columbrado al llegar. Impresión fugitiva de una evo­
cación incierta, evanescente. que no cesaba de esca­
pársele y cuyo sentido en vano intentaba capturar la
vez siguiente. Eso sí, estaba seguro de que esta pre­
se ncia muda que él tenía a su vera durante el tiempo
de las sesiones se encarnaba en su mirada y en mi son­
rtsa. Apenas esbozada, apenas entrevista, apenas ocu­
rrida, el momento siguiente se la quitaba.
Solo después en el pasillo, seguía pensando en esa
presencia con nostalgia, aunque estaba seguro de reen­
contrarla al regresar. Desde ese momento, no paró de
perseguir su enigma, en el intento de aprehender, de
ceñir. de capturar lo que no cesaba de escapársele. Esa
sonrisa, entrevista en mi mirada, era como el reflejo
de su infancia entera: descubría en ella la benevolen­
cia paterna, pero más aún la enigmática satisfacción,
apenas esbozada, del rostro materno que había sor­
prendido un día de vacaciones, después de la siesta;
la huella de un deseo saciado quizá, cosa en la cual
nunca había pensado hasta ese momento. Era eso, en
realidad, lo que se esforzaba por no ver cuando escru­
taba mi rostro: la imagen de una mirada en la que un
placer ignoto para él mismo le significaba que otro ha­
bía ocupado su lugar.
Supo entonces que debería aprender, día tras día,
a perder de vista a aquel a quien justamente durante
tantos días lo había mirado con una sonrisa.
Sin duda fueron estas previas sesiones con Paul las
que me enseñaron a soportar mejor a Sarah y tal vez,
más adelante, a comprenderla mejor. Con ella no ha­
bía matices ni medias tintas. Desde que se presentó,
me arrojaba una mirada devoradora, inquisidora, in­
sistente, como si para empezar le hiciera falta absor­
berme por completo. Entonces se precipitaba sobre el
diván, urgida, según me decía, de reencontrarme. Allí,
las manos sobre el rostro. como si quisiera mantener
guardado en el espacio cerrado de sus ojos cegados lo
que acababa de arrebatar, permanecía al comienzo si­
lenciosa. Pero enseguida se veía llevada a lanzarse al
relato minucioso de todo lo que ese primer intercam-

193
bio le había revelado: como s�fuera la primera vez que
nos encontráramos. La fuente de esta disertación infi­
nita, que al parecer ocupaba toda su vida lo mismo
que las sesiones, era la descripción idolatrada, repeti­
da indefinidamente, de un cuerpo cuya vista consti­
tuía la fuente de su apaciguamiento.
Mi presencia le era indispensable para vivir, y le
era preciso revivir de continuo su imagen. No perder­
la nunca. Lo ideal habría sido que tuviera una foto­
grafía de mí, que llevara siempre consigo y pudiera
contemplar cada vez que lo deseara.
Mis ausencias la dejaban en una angustia extrema,
con el terror de un vacío insondable. Sólo la realidad
de las sesiones conseguía poco a poco apaciguarla: na­
da la distraía de ese afán absorbente.
Al partir, me miraba de nuevo con intensidad, co­
mo si tratara de descubrir en mis rasgos las huellas
que pudieron dejar sus dichos tan insistentes: poco im­
portaba al parecer su contenido, siempre idéntico; só­
lo interesaban los efectos que esperaba de ellos: algo
(pero, ¿qué?) que pudiera ver y que materializara lo
que no conseguía aprehender. Esperanza siempre fa­
llida, de lo cual se quejaba la vez siguiente, pero que
no modificaba en nada su búsqueda incansable.
Es verdad que este apoderamiento visual había de­
sarrollado en mí una vigilancia exasperada que tenía
por efecto oponerle una máscara de indiferencia afec­
tada, en el intento de no dejar traslucir nada de los
sentimientos violentos que me suscitaba justamente
ese discui:-so, embretado yo en un doble movimiento:
por una parte, henchido de lo que experimentaba.co­
mo un apoderamiento dominador, una apropiación to­
talitaria, que me dejaba sometido a un control pertná.-.
nente, sin descanso, y que no me dejaba ningún lu:
gar, abrazo asfixiante que nada parecía poder aflojar,
un demasiado-lleno de presencia que me reducía a la
nada; por otra parte, prisionero de un malestar, un sen­
timiento de tribulación, de fracaso, de impotencia y
de inutilidad que en mí se desarrollaba.
Abrumado por esta imagen, mi imagen que me era
remitida sin cesar, como en ese juego de niños en que
se intenta enceguecer al otro con los rayos del sol re;.

194
espejit : era incap�z de f rmarme un
flejados por un � �
sb ozo de representac1on del func1onam 1ento psíqui­
�o de Sarah. Como había perdido toda asociatividad
y toda capacidad de intervención, me había reducido
a no ser sino el demasiado-lleno de un vacío a punto
de expl otar.
Esto fue, por lo demás, lo que ocurrió cuando, de­
poniendo toda vigilancia defensiva, invadido por la idea
de que en manera alguna podría olvidarla, pero prin­
cipalmente a causa de mi impresión de que ella ocu­
paba todo mi espacio psíquico y corporal, le señalé que,
comoquiera que fuere, la ausencia no era ni el olvido
ni la pérdida (ella acababa de comunicarme, una vez
más, su angustia a causa de mi próximo alejamiento).
Este dicho zafado, que dejaba traslucir toda mi exas­
peración, produjo un cambio notable, como si la per­
cepción inmediata que ella tuvo del dicho la autoriza­
ra a abrumarme con sus quejas. Más que el contenido
o el sentido de nuestra comunicación, fue su forma,
la exasperación perceptible en mi voz, lo que le per­
mitió esta identificación con un objeto perseguidor.
donde el continente prevalecía sobre el contenido.
Lo que se desarrolló desde ese momento fue la
emergencia de una doble representación de la imago
materna: a la vez complemento vital indispensable pa­
ra su supervivencia, y perseguidora diabólica de sus
pensamientos, cuya venganza no dejaría de perseguirla
si por desdicha concibiera la idea de desembarazarse
de ella; el odio había concurrido, al fin, a la cita.

111. La desmentida de la pérdida


Este esbozo de dilucidación para la paciente sólo
se consiguió a partir de un doble reconocimiento: por
una parte, el de una destructividad interna sobre mi
actividad de pensamiento y el sentimiento de verme
invadido por un doble mortífero; por otra parte, el ca­
rácter vital que tenía para Sarah ese modo de funcio­
namiento del que yo no era más que el duplicado.
Nos parece posible esbozar, a partir de lo expues-

195
to. algunas líneas de perspectiva con respecto a lo ne­
gativo. Ante todo. un primer punto: el carácter silen­
cioso e invisible de este trabajo. análogo en este senti­
do a la pulsión de muerte. El clivaje y la desmentida
tienen por función disimular una parte de la realidad
psíquica del sujeto y protegerlo. El paciente utiliza en­
tonces al analista como espejo de esta realidad psíqui­
ca que le es ignota y a causa de la cual sufre sin saber­
lo. No creo que se trate para él de hacer sufrir al ana­
lista lo que él ha sufrido, dentro de una perspectiva de
retorsión, sino más bien de utilizar a este otro si mis­
mo, a este doble narcisista, como revelador, en el sen­
tido fotográfico, de esta parte del yo fusionada con el
objeto. Esta parte es la que él introyecta en el funcio­
namiento psíquico del analista como un cuerpo extra­
ño, sometido así a la repetición de la intrusión en él
mismo de la imagen materna.
En consecuencia, si el analista puede medir los efec­
tos del trabajo de lo negativo, es por la aprehensión
de este verdadero apoderamiento contratrasferencial
que el paciente ejerce sobre su funcionamiento men­
tal. Considerar el cambio que se produce en él, inclui­
dos los efectos deletéreos que registra en su propio pen­
samiento en presencia de este paciente, he ahí uno de
los aspectos esenciales del trabajo del analista: lejos
de constituir una traba. un residuo del que fuera pre­
ciso desembarazarse, la contratrasferencia debe ser pa­
ra el analista el agente químico. el baño emulsiona!,
para persistir en la metáfora fotográfica. Si se me per­
mite decirlo así, el analista debe sumergirse en el ba­
ño. en un doble movimiento de apres-coup al mismo
tiempo que de statu nascendi; y es de ese doble en­
cuentro diacrónico, el del paciente y el del analista,
de donde debe emerger la sincronía del análisis: un
sentido que nunca se había formado antes de la rela­
ción, para Vidennan; un sentido ausente, para Green.
La percepción de la realidad psíquica del paciente
pasa así por el prisma de nuestra realidad psíquica.
Ahora bien. para retomar otra metáfora, óptica esta
vez -y cara a Freud-, el objetivo del paciente acaso
no consista tanto en percibir el sentido de la luz cuan­
to en trasformar el aparato que la emite, puesto que

196
él no perc
ibe otra cosa que rayos difractados. Para que
normalmente, tendrá que cambi ar de
la luz le llegue
aparato.
Los pac ientes de estas características empujan a
tos analistas hasta los límites de su funcionamiento
psíquico, y estos deben, como lo preconizaba Bion,
abandonar todo recuerdo, todo deseo y, principalmen­
te, toda aplicación de un saber teórico, para ponerse,
según lo recomienda Rosolato (1978), a la escucha de
la relación de incógnito: la suya y la del paciente.
Lo que todos los autores -y son legión- que han
abordado el problema de los estados fronterizos han
reconocido en estos pacientes es la quiebra de la iden­
tificación narcisista como identificación primaria fun­
damental. El yo no puede correr el riesgo de recono­
cer un objeto distinto de él, odiable por cierto, pero en
principio separado, objeto que él pudiera destruir, per­
der y, después, reparar y reencontrar. Le es preciso
mantener a toda costa una fusión entre él y el objeto,
conservar fronteras inciertas, continentes de pensa­
miento confundidos.
Existe como una necesidad de mantener una in­
distinción yo-no yo. El paciente no puede sino utilizar
el objeto para sus propias necesidades, sin considera­
ción por el deseo de este, que en lo sucesivo queda re­
ducido a la función de objeto de salvaguardia. El yo
se fusiona así con un objeto que no es ni enteramente
él. ni enteramente el otro: dos participantes indistin­
tos. Y asigna al analista el papel de asumir este fun­
cionamiento.
Es que al mismo tiempo el odio imposible del obje­
to se vuelve contra él o, más bien, contra esta parte
clivada de él: no-deseo, no-sexualidad, no-identidad,
el analista debe quedar fijado, petrificado, momifica­
do, en una no•vida q�e a la vez lo vuelve vital y lo nie­
ga: que nada sobrevenga para que no se insinúe una
separación, un vacío potencial donde amenazaría sur­
gir la irrepresentable ferocidad de las investiduras so•
bre la madre (Green, 1982). Así, este trabajo silencio­
so e invisible, que descansa a la vez sobre el clivaje
del yo y la desmentida del objeto, tiene por función
primordial la supervivencia del sujeto, aunque fuera

197
a costa de su pérdida en tantq yo [Je). En esto se em­
peñaba Sarah sin descanso.

IV. El apoderamiento de lo visual


Desde 1966, con el artículo de J. Bleger 11Psycha­
nalyse du cadre psychanalytiqueu (1966), se ha vuelto
habitual distinguir, en el interior de la práctica analí­
tica, el proceso y el encuadre. Este último define to­
das las modalidades de tiempo. de pago. de ausencia,
de dispositivo material aptas para permitir el estable­
cimiento y el desenvolvimiento del proceso como tal.
Con ciertos pacientes adquiere una importancia pri­
mordial por la significación que representa a sus ojos.
No insistiré en el aspecto de continente de representa­
ción corporal tal como se puede presentar para los pa­
cientes psicóticos. 11El diván del analista es el regazo
maternou, escribía Winnicott.
Retendré aquí sólo dos de sus aspectos: el aparta­
miento del tacto y de las representaciones visuales; ani­
bas disposiciones parecen ligadas al abandono de la
hipnosis. aun si Freud declaró que por mera conve­
niencia personal había adoptado esta posición del si­
llón y del diván: no soportaba, afirmó. ser mirado to­
da la jornada por sus pacientes.
Así, desde el comienzo se instaura un dispositivo
que, por la posición acostada. que elimina toda expre­
sión motriz, por el abandono de los registros de orien­
tación táctiles y visuales, tiende a favorecer una re­
gresión en sus tres dimensiones tópica, temporal y for­
mal. 11Estas tres formas de regresión son en el fondo
una sola11, escribe Freud en 1915 en ◄«Complemento me­
tapsicológico a la doctrina de los sueños•,. El punto im­
portante que este dispositivo implica es que debe per­
mitir que se hagan reaparecer conexiones reprimidas
que se han vuelto inconcientes, sean verbales o no ver­
bales: volver a poner en circulación el nexo entre la
percepción y la palabra. Por lo demás, se podría consi­
derar que el acondicionamiento de este encuadre cons­
tituye estructuralmente lo que permitiría distinguir en

198
rinci plo el psicoanálisis de cualquier otro dispositivo
�sicoterapéutico.
Desde el comienzo, pues, el paciente pierde de vis­
ta a aquel que, invisible y presente, le impone esta exi­
gencia de trabajo: poner en palabras todos los mate­
riales de su psique. Acaso se puede decir que el dispo­
sitivo instaurado subsume, condensa la representación
que Freud se forma del aparato psíquico.
Podemos recordar que en su 1<Contribución a la con­
cepción de las afasias11 ( 1891) Freud, en uno de sus pri­
meros esquemas del funcionamiento psíquico, liga con
un doble trazo la imagen sonora de la palabra con la
imagen visual del objeto: lo visual y lo auditivo, la per­
cepción y su representación verbal están en principio
ligados en una relación de oposición. Es una línea úni­
ca la que liga el objeto y la palabra por lo visual. Los
esquemas del capítulo VII de la Traumdeutung vienen
a reforzar y confirmar esta prevalencia. El aparato psí­
quico es un uinstrumento11, suerte de aparato óptico
donde la percepción deja una huella mnémica. Se pue­
de considerar que lo visual, como percepción electiva,
se asocia al contacto corporal y lo sucede, como esla­
bón intermedio con lo auditivo, prefiguración de la pa­
labra. Lo visual se encuentra entonces en una situa­
ción privilegiada, puesto que mantiene el contacto al
tiempo mismo en que prepara su abandono. Es justa­
mente la regresión la que, en el sueño y en la cura,
y puesto que la excitación no puede seguir la vía pro­
grediente que está clausurada en su extremidad mo­
triz, va a imponer a la representación el retorno aula
imagen sensorial de la que partió un día».
La situación analítica que de este modo aparta lo
visual favorece un proceso doble: por una parte, vuel­
ve a poner en actividad, en circulación, percepciones­
representaciones centradas en el cuerpo; por otra par­
te, las trasforma en representaciones de palabras. Es
la exigencia de figurabilidad de la que el sueño nos da
el ejemplo paradigmático.
Pero tal vez podríamos considerar otra perspecti­
va: ccLos pensamientos del sueño resultan desagrega­
dos y reconducidos a su materia prima11. ¿Cuál sería,
entonces, esta materia prima, si ella no consiste en la

199
identidad de percepción, en la que el sujeto ha ligado
indefectiblemente la descarga satisfactoria con el objeto
electivo? Es la percepción la que establece un víncu­
lo. La imagen es el objeto, cuya identidad primitiva
con aquel objeto primario el individuo no deja de bus­
car, y hasta de alucinar.
Si esto es así, acaso exista para nosotros algo pare­
cido a una necesidad permanente de reencontrar las
huellas de eso visual originario que perseguimos sin
cesar, a veces en nuestros sueños, en otras ocasiones
en el arte, y siempre en el objeto de nuestros amores.
Tenemos que apartarnos de lo visual para pensar:
este parece ser el imperioso mandato freudiano de Moi­
sés y la religión monoteísta. Pero acaso trunbién, co­
mo escribe J .-B. Pontalis ( 1987), nos hace falta c1ver
el objeto ante todo, y siempre para calmar la angustia
que suscita la ausencia. Asegurarse de que el objeto
está por entero al alcance de nuestra mirada y que nos
refleja en nuestra identidad►,. A este objeto apenas en­
trevisto, tenemos que perderlo primero, acostándonos
en el diván. Entonces no nos resta sino trasformar el
momento presente en imagen del recuerdo para reen­
contrar los trozos dispersos, los fragmentos estallados
de nuestras percepciones perdidas. Descubrir la ima­
gen, esa cosa vista que pudiéramos aprehender, y en
el mismo momento conocer su inanidad, para aban•
donarla por fin en beneficio del pensamiento de nues­
tra memoria; todo nos desapodera de aquello a lo cual
más nos aferramos: imagen de un objeto, imagen de
nosotros mismos.
¿Ver no es creer que podremos poseer ese objeto
para siempre? Mientras se mantenga este nexo, nada
se ha perdido o, más bien, la desmentida de esta pér­
dida mantiene al sujeto en la ilusión de su creencia.
Esto es lo que Sarah no paraba de mostrarme: no qui­
tarme nunca los ojos de encima para que no desapa­
reciera la esperanza insensata de aprehender lo que
ella nunca había poseído.
Se dice que el amor es ciego. ¿No lo será más bien
porque queremos enceguecernos con una imagen de­
masiado entrañable. y no será el castigo de Edipo, en
primer lugar, el reconocimiento de su ceguera?

200
El odio nos prepara para el amor. las palabr as nos
e aran de las cosas, pero primero t enemos que per­
sd � de vi sta el reflejo de esa mirada que fue nuestra
e era alegna.
p m
ri

201.
Bibliografía

Anzteu, D.
1966. «Etude psychanalytique des groupes
réels11, Les Temps
Modemes. 242. págs. 56-73. Incluido en Anzieu. D
.. 1981.
la
1975. L'auto-analyse de S. Freud et la découverte de
psychanalyse, París: PUF.
1981. Le groupe et l'inconscient. L'imaginaire groupal, Pa­
f ris: Dunod.
1985. Le Moi-Peau, París: Dunod.
1987. «Les signifiants fonnels et le Moi-Peau11, en Anzieu, D.,
Houzel. D. y cols., Les enveloppes psychiques. París: Du­
nod, págs. 1-22. juLos significantes formales y el yo-pielN,
en Las envolturas psíquicas, Buenos Aires: Amorrortu edi­
tores, 1990, págs. 15-37.)

Anzieu, D., Kaes, R.. Béjarano, A:, Missenard, A. y Pontalis,


J.-B.
1972. Le travail psychanalytique dans les groupes. 1. Cadre
et processus, París: Dunod (1982).

Aulagnier, P.
1975. La violence de l'interprétation. Du pictogramme á l'en­
noncé, París: PUF. (La violencia de la Jnteipretación. Del
pictograma al enunciado, Buenos Aires: Amorrortu edi­
tores, 1977.)
1979, Les destins du plaisir. Aliénation-amour-passion. Pa­
rís: PUF.
1984 L'apprentl-historlen
et le maltre-sorcier, París: PUF.
lEl apre�diz de historiador y el maestro-brujo, Buenos
Aires: Amorrortu editores, 1986.)
Baltnt, M.
1967 · Le dé
f;aut fondamental, París: Payo t (1971).
Saranes, J. J
1967· -L'tns ·
tttutt on thérapeut tque comme cadre11, Adolescen-
ce ' 11 ' 1
• Págs. 123-4 l.

203
1986a. «Vers une métapsychologie transgénérationnelle
ou . . . un petit pere bien tranquille 1, en Fédida, P.. Gu­
1

yotat, J. y cols., Actualité transgénérationnelle en psycho-


pathologie, París: Echo-Ce
nturion.
.
1986b ...A soi-méme étranger 11, Revue Fran<;aise de Psycha
-
nalyse, L. 4, págs. 1079-96.
1987. «Vers une métapsychologie transgenératlonnelle». Ado-
Jescence. V, 1, págs. 79-93.

Baranes, J. J. y Gutierrez, Y.
1983. ,,Répétition et/ou travail psychique dans les groupes
de formatiow,, Bulletin de Psychologie, 363, págs. 135-41.

Barjavel. R.
1942-1943. Le voyageur imprudent, París: Denoel-Gallimard.

Bick. E.
1968. «L'expérience de la peau dans les relations d'object
précoces», en Meltzer. D. y cols., Explorations dans Je
monde de l'autisme, París: Payot.

Bion, W. R.
1964. t1Théorie de la pensée», Revue Fran<;aise de Psycha-
nalyse, XXVIII, 1, págs. 75-84.
1974. Entretiens psychanalytiques, París: Gallimard (1980).

Bleger. J.
1966. t1Psychanalyse du cadre psychanalytique", en Kaés, R.,
-Missenard, A. y cols., Crise, rupture et dépassement, Pa­
rís: Dunod (1979).
Canguilhem, C.
1966. Citado como epígrafe en Cahiers pour J'analyse, Pa­
rís, Cercle d'Epistémologie de l'Ecole Normale Supérieure.

Couchoud. M. Th.
1986. "Du refoulement a la fonction dénégatrtce11, Topique,
37, págs. 93-133.

David, C.
1969. 44Quelqu'un manque11, Etudes Freudie
nne s ' 1-2' págs.
39-55.

Diatkine, G.
1984- 11Chasseurs de fantómes,,.
Psychiatrle de J'Enfant,
XXVII, 1, págs. 223-48.

204
oonnet. J. L.
73 u
19 . Le divan
bien tempérén, Nouvelle Revue de Psycha-
nalyse, 8. págs. 23-49.

oonnet. J. L. y Green, A.
l973. L 'enfant de c;a. La psychose blanche, París: Minuit.

oorey. R.
1986. 11Le s actions conjuguées de la pulsion de mort et de
la négation dans le processus de structuration de l'appa­
reil psychique 11, Bulletin de la Fédération européenne de
Psycha nalyse. 25. págs. 7 7-81.

Enriquez , E.
1983. De la horde a l'Etat. Essai de psychanalyse du lien
social, París: Gallimard.

Enriquez, M.
1984. Aux carrefours de la halne. París: L 'Epi.

Faimberg, H.
1987. "Le télescopage des générationsn, Psychanalyse a J 'Uní­
versíté. 12, 46, págs. 181-200.

Fain, M.
1981. •Diachronie, structure. conflit oedipien. Quelques ré­
flex.ions», Revue Franc;aise de Psychanalyse. XLV, 4, págs.
985-97.

Federo, P.
1952. La psychologie du moi et la psychose. París: PUF
(1979). [La psicología del yo y las psicosis, Buenos Aires:
Amorrortu editores, 1984.)

Fédida, P.
1970. 11D'une essentielle dissymétrie dans la psychanalyse»,
Nouvelle Revue de Psychanalyse. 7. págs. 159-66.
1978. L'Absence, París: Gallimard.
Ferenczt, s.
Oeuvr es completes, 4 vols.. París: Payot.
Freud, s.
189 1. Contnbutio
n a la conception des aphastes. Une étude
cnttque, Paris: PUF (198
3).

205
1895. 11Esquisse d'une psychologie scicntifique11, en Naissance
de Ja psychanalyse. París: PUF (1969). [ 11 Proyecto de psi­
cologíau, en Obras completas. 24 vols.. 1978-1985, vol.
1. Buenos Aires: Amorrortu editores (AE), 1982.]
1900. L'Jnterprétat fon des réves. París: PUF (1967). [La in­
terpretación de los sueños. en AE. vols. 4-5, 1979.]
1904...oe la psychothérapie11• en La technique psychanaly­
Uque, París: PUF (1967). ( 11Sobre psicoterapia». en AE, vol.
7, 1978.]
1905a. Trois essais sur la théorie de la sexualité, París: Ga­
llimard (1923); nueva traducción: Gallimard (1987). (Tres
ensayos de teoría sexual. en AE. vol. 7. 1978.)
1905b. 11Fragment d'une analyse d'hystérie», en Cinq psycha­
nalyses. París: PUF (1954). (ccFragmento de análisis de un
caso de histeria», en AE. vol. 7, 1978.)
1908. uLa moral sexuelle civilisée». en La vfe sexuelle, París:
PUF (1969). (uLa moral sexual "cultural" y la nerviosi­
dad modernas», en AE, vol. 9, 1979.)
1910a. 11A propos de la psychanalyse dite "sauvage"», en La
technique psychanalytique. París: PUF (1953). [ccSobre el
psicoanálisis· "silvestre"», en AE. vol. 11. 1979.)
1910b. Un souvenir d'enfance de Léonard de Vinci, París:
Gallimard (1927). [Un recuerdo infantil de Leonardo da
Vinci, en AE. vol. 11, 1979.)
1912a. uSur le plus général des rabaissements de la vie amou­
reuse11, en La vie sexuelle, París: PUF (1969). [«Sobre la
más generalizada degradación de la vida amorosa (Con­
tribuciones a la psicología del amor. U),,. en AE, vol. 11.
1979.]
1912b. uLa dynamique du transfert11, en La technique psycha­
nalytique, París: PUF (1953). [ccSobre la dinámica de la
trasferencia11, en AE, vol. 12, 1980.)
1913a. «Le theme des trois coffrets11, en Essais de psycha­
nalyse appliquée, París: Gallimard (1933). [11El motivo de
la elección del cofre,,, en AE, vol. 12, 1980.)
1913b. Totem et tabou, París: Payot (1970). [Tótem y tabú,
en AE, vol. 13, 1980.]
1914a. uPour introduire le narcissisme>,, en La vie sexuelle.
París: PUF (1973). Hntroducción del narcisismo», en AE.
vol. 14. 1979.)
1914b. "Le Moise de Michel-Angeu, en Essais de psychanaly­
se appliquée, París: Gallimard (1933). [�El Moisés de Mi­
guel Angeh, en AE, vol. 13, 1980.]
1915a. Vue d'ensemble des névroses de transfert. Un essai
métapsychologique, París: Gallimard (1986).
1915b. "Complément métapsychologique a la théorte du re·

206
ve11, enM étapsychologie, París: Gallimard (1968). (uCom­
plemento metapsicológico a la doctrina de los sueños...
en AE, vol. 14, 1979.J
I917. u0euil et mélancolie», en Métapsychologie, París: Ga­
llimard ( 1952). luDuelo y melancolía», en AE, vol. 14,
1979.J
191 9. ccL'in quiétante étrangeté», en Essaisde psychanalyse,
P arís: Gallim ard (1971). lccLo ominosou, en AE, vol. 17,
1979.J
1920. Au-dela du príncipe de plaisir, en Essais de psycha­
nalyse, París: Payot (1981). (Más alládel principio de pla­
cer. en AE, vol. 18, 1979.J
1921. Psychologie des foules et analyse du Moi, en Essais
de psychanalyse, París: Payot (1981). !Psicología de las
masas y análisis del yo, en AE, vol. 18, 1979.J
1923. Le Moi et le 9a, en Essais de psychanalyse, París: Pa­
yot (1981). !El yo y el ello. en AE. vol. 1 9, 1979.]
1923. "L'organisation génitale infantilen, en La vie sexueJJe,
París: PUF (1969). [uLa organización genital infantil", en
AE, vol. 19, 1979.)
1924a. 11Une névrose démoniaque au XVIIe sieclen, en Es­
saisde psychanalyse appliquée, París: Gallimard (1933).
l•Una neurosis demoníaca en el siglo XVII», en AE, vol.
19, 1979.)
.1924b. 41Le probleme économique du masochisme11, en Né­
vrose, psychose et perversion, París: PUF (1973). (ccEl pro­
blema económico del masoquismo», en AE. vol. 19, 1979.]
1924c. •La perte de la réalité dans la névrose et dans la
psychose», en Névrose, psychose et perversion. París: PUF
(1973). l•La pérdida de realidad en la neurosis y la psico­
sis», en AE, vol. 19, 1979.]
1925a. «La négation», en Résultats, idées, problemes II, Pa­
rí s: PUF (1985). l(cL� negación», en AE, vol. 19, 1979.]
1925b. Ma vie et la psychanalyse. París: Gallimard (1950).
(Presentación autobiográflca. en AE. vol. 20, 1979.J
1926. Inhibition, symptóme et angoisse, París: PUF (1951).
[Inhibición, síntoma y angustia, en AE. vol. 20, 1979.]
1927a. •Le fétichisme»,
Nouvelle Revue de Psychanalyse, 2.
l 970, págs. 19-24. (uFetichismo», en AE, vol. 21. 1979.]
1927b, L'avenird'
une·musion, París: PUF (1971). !El porve­

�º·
ni de una ilusión, en AE. vol. 21. 1979.)
r
Malaise dans la civilisation, París: PUF (1971). (El ma-
es en �a cultura, en AE, vol. 21, 1979.)
1937a.tar •Analyse avec fin et analyse sans fin", en Résultats,
ldées, problemes 11,
París: PUF (1985). ( 14An álisis ter mi­
nable e intermtnableu,
en AE, vol. 23, 1980.]

207
1937b. ,,Constructions dans 1'analyse 11, Psychanalyse a l'Uni­
versité. 11 (1978). [ 11Construcciones en el análisis", en AE,
vol. 23. 1980.]
1938a. Abrégé de psychanalyse, París: PUF (1978). (Esque­
ma del psicoanálisis, en AE. vol. 23. 1980.)
1938b. 11Le clivage du Moi dans le processus de défensen, en
Résultats. idées, problemes JI, París: PUF (1985). (ccLa es­
cisión del yo en el proceso defensivou, en AE. vol. 23,
1980.]
1939. L'homme Moise et Je monothéisme, París: Gallimard
(1986). [Moisés y la religión monoteísta, en AE. vol. 23,
1980.)

Fustier, P.
1987. 11L'infrastructure imaginaire des institutions. A pro­
pos de l'enfance inadaptéeu, en Kaes, R., Bleger, J. y cols.,
L '/nstitution et les institutions. Etudes psychanalytiques,
París: Dunod.

G�theret. F.
1981. "Emprise et pulsion d'eniprtse», Nouvelle Revue de
Psychanalyse, 24, págs. 103-116.
1983. ,,L'impensable matemel et les fondements matemels
du pensern, Nouvelle Revue de Psychanalyse, 28, págs.
7-29.

Gillibert, J.
1979. Le Mol soulagé. Oedipe maniaque (111), París: Payot.

Granoff, W. y Rey, J. M.
1983. L'occulte, objet de la pensée freudienne, Parfs: PUF.

Green, A.
1975. HL'analyste, la symbolisation et l'absence dans le ca­
dre psychanalytiqueu, Nouvelle Revue de Psychanalyse
O, págs. 225-59.
1977. HL'hallucination négativeu, L'Evolution Psychiatrique,
XLIII, 2. págs. 645-56.
1979. ccLe silence du psychanalyste», Topique, 23, págs. 5-25.
1982. ccLa double limite11, Nouvelle Revue de Psychanalyse,
25. págs. 267-83.
1983. Narcissisme de vie, narcissisme de mort, París: Minuit.
[Narcisismo de vida. narcisismo de muerte, Buenos Aires:
Amorrortu editores, 1986.)
1986a. "Pulsion de mort. narcissisme négauf, fonction dé­
sobjectalisante11, en Green, A., Laplanche, J. y cols., La

208
i de mort, París: PUF. (uPulsión de muerte
P uls on , narc1-
sismo neg ativo, funcion
. desobjetalizante.., en La
pulsión
de muerte, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1989.J
J986b. "L'aventure négative», Nouvelle Revue de Psychanaly­
se, 34. págs. 197-224.
1986c. uLe travail du négatifo, Revue Franc;aise de Psycha­
nalyse, L. 1, págs. 489-93.

Green. A., Laplanche, J. y cols.


1986. La pulsion de mort. París: PUF. [La pulsión de muer­
te, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1989.)

Guillaumin, J.
1981 . «La psychanalyse. le dehors et le dedansu. 40º Con­
greso de Psicoanalistas de Lengua Francesa, 45, n º 4.
1981. págs. 1068-73.
1982a. «Le traumatisme et l'expérience des limites dans
l'analyse», en Guillaumin. J . y cols., Quinze études
psychanalytiques sur le temps. Toulouse: Privat, págs.
125-38; véase también uAvant-proposu, págs. 7-15.
1982b. Psyché, études psychanalytiques sur la réalité psychi­
que, París: PUF (1982), pág. 339, en particular las dos
últimas partes sobre la i,Técnicau y la uTrasmisiónn.
1985a. «Besoin de traumatisme et adolescenceu, AdoJescen­
ce, III, l. págs. 1 27-37.
1985b. "Traumatisme de la post-adolescence et effet d'apres­
coup dans l'avant et dans l'apres», en Lebovici, S., Alleon,
A.M. yMorvan, O., Adolescence terminée et intermina­
ble, París: PUF, págs. 127-35.
1985c. ,,Regles et transgression, cadre interne et cadre ex­
terne dans la psychanalyseu, Bulletin Interne du Groupe
Lyonnais de Psychanalyse.
1986a. "L'adolescence et la séparation», Adolescence, IV, 2,
págs. 291-304.
1986b. 11Le préconscient et le travail du négatif dans l'inter­
prétationu. Comunicación ante el 46 ° Congreso de Psi­
coanalistas de Lengua Francesa de los países de lenguas
rom ances, Lieja, 1986, Revue Franc;aise de Psychanaly­

1
se, 6, 1986, incluido con modificaciones en Entre bles­
sure et cicatrice, 1987, que se cita por separado.
1986c. 11 Négation,
négativité, renoncement, créat1on11, Revue
Franc;aise de Psychanalyse, 4, págs. 1173-81. incluido con
modificaciones en Entre blessure et cicatrice. cap. IV.
1987a, MLes env
eloppes psychiques du psychanalysteu, en
Anzieu, D., Houzel, D. y cols., Les enveloppes psychiqueS,
París: Dunod, págs. 138-80. ("Las envolturas psíquicas

209
del psicoanalista11 , en Las envolturas psíquicas, Buenos
Aires: Amorrortu editores, 1990, págs. 150-91.]
1987b. uTravail et pensée du négatif dans le cha mp psycha­
nalytique,1, informe ante el Coloquio del CEFFRAP, Figu­
res et modalités du négatif, París, mayo de 1987 (en este
volumen bajo el título uUna extraña variedad de espacio
o el pensamiento de lo negativo en el campo del psico­
análisis11).
1987c. Entre blessure et cicatrice. Le destin du négatif en
psychanalyse, París: Champ-Vallon.
1988a. uLe devenir des identifications et des objets internes
au cours de la vie11, Etudes Psychothérapiques, 1. págs.
3-8.
1988b. «Le contre-transfert et l'identification primaire de
l'analyste a l'ortginaire du patient11, Bulletin Interne du
Groupe Lyonnais de Psychanalyse (número especial so­
bre la contratrasferencia), págs. 3-10.
1988c. uL'objet de la perteu, informe pre-publicado para el
48 ° Congreso de Psicoanalistas de Lengua Francesa de
los países de lenguas romances, Ginebra, mayo de 1988.
Publicado en Revue Franc;aise de Psychanalyse, 6, 1988.

Guillaumin, J. y cols.
1988. Pouvoirs du négatif dans la psychanalyse et la cultu­
re, París: Charnp-Vallon, distribuido por PUF: véanse en
particular las contribuciones de Bonnefoy, Y., David, C..
Chasseguet-Smirgel, J., Cournut, J.. Gagnebin, M., Kaés,
R., Neyraut-Sutterman, M. T. y de M'Uzan. M.

Husserl. E.
1903. Idées directrices pour une phénoménologie. traduc-
ción de Ricoeur. P., París: Seuil (1950 ).
1927. Méditations cartésiennes, París: Alean.

Hyppolite, J.
19 53. Logique et existence. París: PUF.
1966. Comentario verbal sobre la Verneinung de Freud. en
Lacan, J., Ecrits, París: Seuil.

Jouve. P. J.
1935. Sueur de sang, París: Gallimard.

Ka�s. R.
1976. L'apparell psychlque groupal. Constructions du grou-
pe. París: Dunod.
1978. «L'utopie dans l'espace paradoxal: entre Jeu et folie

210
raisonneuse Bulletin de Psychologle, 12-17, págs.
11•

853-80.
19so. L'idéologie: études psychanalytlques, París: Dunod.
¡982. 11Ce qui travaille dans les groupes11, en Kaes, R., Misse­
nard. A. y cols., Le travail psychanalytique dans les grou­
pes. 2. Les voies de l'éla boration, París: Dunod.
1984. uLa diffraction des groupes internes dans le reve,
l'hystérie et le groupe 1,, Revue de Psychothérapie Psycha­
nalytique de Groupe, 1988, págs. 10-1.
1985a. *L'h ystérique et le groupe,,, L 'Evolution Psychiatri­
que, 50, 1, _págs. �29-56.
1985b. ccUn cadre problématique: la transmission psychique
tntergénérationnelle 11• Informe sobre un llamado a con­
curso de la M.I.R.E. del Ministere des Affaires Sociales
et de la Solidarité Nationale, Lyon: Université Lumiere­
Lyon 11.
1986. HCrise et parole en utopie: maitrise. mesure et symé­
trie». en Guillaumin, J., Ordre et désordre de la parole,
Lyon: Université Lumiere-Lyon 11.
1987a. 11Le pacte (dé)négatif: une formation psychique de
l'etre ensemble•,, informe ante el Coloquio del CEFFRAP,
Figures et modalités du négatif. París, mayo de 1987 (in­
cluido con modificaciones en este volumen).
1987b. "Le groupe au négatif,,, Psychanalystes, 23, págs.
5-18.
1987c. KRéalité psychique et souffrance dans les institutions»,
en Kaes, R .• Bleger, J. y cols., L'Institution et les Jnstitu­
tlons. Etudes psychanalytiques, París: Dunod.
1988a. •Ruptures catastrophiques et travail de la mémoire 11•
en Kaes. R,, Puget. J. y cols.. Violence d'Etat et psycha­
nalyse, Paris: Dunod (en prensa).
1988b. •Destins du négatif: une métapsychologie transsub­
jecttve,., en Guillaumin, J. y cols., Pouvoirs du négatif
dans lapsycha nalyse et la culture, París: Champ-Vallon.
1988c. 11Les revenants du transfert11, Revue de Psychothéra-
ple Psychanalytique de Groupe, 12, págs. 35-43.

Ka �a. R., Missenard, A., Ginoux, J. C., Anzieu. D. y Béjara­


no, A.
1982- Le travail psychanalytique dans les groupes. 2. Les
Vlsé es de l'élaboration, 2da. ed., París: Dunod.

Krtsteva, J.
197 2 La révo
1987· Solell lution du langage poétique. París:
Seuil.
noir. Dépression et mélancolie, París: GalUmard.

211
Lacan, J.
1953. «Fonction et champ de la parole et du langage en
psychanalyse», en Ecrits, París: Seuil ( 1966).

Laplanche, J.
1986. ,«De la théorie de la séduction restreinte a la théorie
de la séduction généralisée,,, Etudes Freudiennes, 27,
págs. 7-27.
1975-1987. Problématiques. vols. l. 11, III. IV y V, París: PUF.
(Problemáticas, vols. I, 11, 111, IV y V, Buenos Aires: Amo­
rrortu editores, 1987-1990.]
1987a. Problématiques V. Le baquet. Transcendance du
transfert. París: PUF. [La cubeta. Trascendencia de la
transferencia, Problemáticas V, Buenos Aires: Amorror­
tu editores, 1990.J
1987b. Nouveaux fondements pour la psychanalyse, París:
PUF. (Nuevos fundamentos para el psicoanálisis. Buenos
Aires: Amorrortu editores, 1989.]

Lavie, J. C.
1980. Qui . . . Je?, París: Gallimard.

Lebovici, S., Diatkine, R. y Kestemberg, E.


1958. uBilan de dix ans de pratique psychodramatique avec
les enfants et les adolescents", Psychiatrie de l'Enfant,
I, 1, págs. 63-9.

Major, R.
1982. 1«L'amour de transfert et la passion du signifiant», Etu­
des Freudiennes, 19-20, págs. 87-105.

McDougall, J.
1978. Platdoyer pour une certaine anormalité, París: Galli­
mard.
1982. Théátres du Je, París: Gallimard.

Missenard, A.
1979. uNarcissisme et rupture11, en Kaes. R., Missenard, A.
y cols., Crise. rupture et dépassement, París: Dunod.
1982. 1«Du narcissisme dans les groupes11, en Kaes, R.• Mis­
senard, A. y cols., Le travail psychal)alytique dans les
groupes. 2. Les voies de l'élaboration. París: Dunod.
1987a. ,.Le psychanalyste. le petit groupe et la psychanaly-
se", Psychanalystes, 23, págs. 37-47.
1987b. uL'enveloppe du reve et le fantasme de "psyché com­
mune"11, en Anzieu, D., Houzel. D. y cols., Les envelop-

212
pes psychiques. París: Dunod, págs. 55-89.
l•La
ra del sueño y el fantasma de "psique común",,envoltu-
, . . en Las
envolturas ps1quicas, Buenos Aires: Arnorro-:cu ed
itores.
1990. págs. 68-1 01.)

Missenard, A. y Gutierrez, Y.
1985. ttOeux psychanalystes, en groupe de breve durée",
Psychothérapies, 1, págs. 19-30.

Moury, R.
1977. «Inconscient dans les institutions dites soignantes11, Jn­
[onnation Psychiatrique, 53, 10, págs. 1159-66.
1980. •Cure et institution11, Documents et débats. Revue In­
terne de l'Association Psychanalytique de France, 18.
1981. "La construction du cadre institutionnel: une étape
identificatoire", Psychanalyse de l'Enfant, 7, 25. págs.
143-8.
1985. "Varia11, Nouvelle Revue de Psychanalyse. 32, págs.

1987. •Le travail du Négatif en institution: cadre et proces-


sus», Journal de Psychanalyse de l'Enfant, 3, págs. 164-9.

M'Uzan, M. de
1977. De l'art a la mort, Paris: Gallimard.
Nasio, J. D.
1987. Les yeux de Laure, París: Aubier. ILos ojos de Laura,
Buenos Aires: Amorrortu editores, 1 988.J
Pasche, F.
1986. A partir de Freud. Parfs: Payot.
Pontalis, J.-8.
197 7. Entre le reve et la douleur, París: Gallimard.
1981. «Non, deux fois non", Nouvelle Revue de Psychanaly­
se, 24, págs. 53-73.
1987. •Perdre de vueu, Nouvelle Revue de Psychanalyse, 35.
págs . 231-48.
Poz zi, E.
1986. •Masques noirs. masques blancs. Les mascarades �t
le suicide collectif de Jonestownu, Revue de Psychotbe­
rapie Psychanalytique de Groupe, 3-4, págs. 141·57·

Prtbram, F. H. y Gill, M . M.
1976 Le pro et un nou­
- j de psychologie scien ti11que de Freud,
veau regard, París: PUF (1986).

213
Refabert. Ph. y Sylwan. B.
1983. uFreud, Emma Eckstein, Fliess. L'invention de la psy­
chanalyse en 1897 11. Actas del Coloquio «L'étranger. cri­
se. représentation11. Collectif Evénement Psychanalyse.
págs. 105-17.

Rey. J. M.
1984. uFreud et l'écriture de l'histoire11, L'Ecrit du Temps.
5, págs. 23-42.

Rosolato, G.
1967. uEtude des perversions sexuelles a partir du fétichis­
me», en Aulagnier-Spairani, P.. Clavreul. J. y cols .. Le dé­
sir et la perversion, París: Seuil. págs. 9-40.
1977. «La psychanalyse au négatif11, Topique. 18, págs. 11-30.
1978. La relation d'inconnu. París: Gallimard.
1980. uLa psychanalyse transgressive11, Topique, 26, págs.
55-82.
1987. Le sacrifice, París: PUF.
1988. 11La pulsion de mort en tant que mythe11, Psychanaly­
se a l'Université, 50.

Roussillon. R.
1985. uLa réaction thérapeutique négative: du protiste aujeu
de construction», Revue Franc;aise de Psychanalyse.
XLIX, 2, págs. 597-621.
1987. uEspaces et pratiques instituttonnelles. Le débarras et
l'interst1ce11, en Kaes, R., Bleger. J. y cols.. L 'Jnstitution
et les institutions. Etudes psychanalytiques. París: Dunod.
1988 . .. Négation, négatif, négativité11, en Guillaumin, J. y cols.,
Pouvoirs du négatif dans la psychanalyse et la culture,
París: Champ-Vallon.

Schur, M.
1972. La mort dans la vie de Freud, París: Gallimard (1975).

Smirnoff, V.
1982. «Le contre-transfert, maladie infantile de l'analyste»,
Topique, 30, págs. 5-27..

Sulloway, F. J.
1979. Freud, biologiste de l'esprit, París: Fayard (1984).
Tort, M.
1986. uL'argument généalogique11, Topique, 38, págs. 69-86.

214
vaJabrega. J. P.
sme. mythe. corps et sens, París: Payot.
19ao. Pha nta
e
vermorel. H. y Vermor l. M.
1986. uFre ud et
la culture allemandeu, Revue Franc;aise de
psycha nal ys e . L. 3. págs. 1035-52.

Viderman. S.
l 971. La construction de J'espace anal yti que, París: PUF.

Winnicott, D. W.
1971. Jeu et réalité, París: Gallimard (1975).

Zaltzman. N.
1979. uLa pulsion anarchiste 11• Topique, 24, págs. 25-64.

215

También podría gustarte