Lo Negativo. Figuras y Modalidades (OCR)
Lo Negativo. Figuras y Modalidades (OCR)
Lo Negativo. Figuras y Modalidades (OCR)
Lo negativo
Figuras y modalidades
André Missenard
Guy Rosolato
Jean Guillaumin
Julia Kristeva
Yvonne Gutierrez
Jean José Baranes
René Kaes
René Roussillon
Raoul Moury
Amorrortu editores
Buenos Aires
Directores de la biblioteca de psicología y psicoanálisis
Jorge Colapinto y David Maldavsky
Le négaUf. Figures et modalités, A. Missenard, G. Ro
sol ato, J. Guillaumin, J. Kristeva, Y. Gutierrez, J. J.
Saranes, R. Kaes, R. Roussillon, R. Moury
© Bordas, París, 1989
Traducción, José Luis Etcheverry
ISBN 950-518-519-7
ISBN 2-04-018765-0, París, edición original
7
63 VII. El papel de las fuentes colaterales en los n ue.
vos dispositivos
64 VIII. Lo originario
65 IX. ¿Para concluir? La dialéctica del afue ra y del
adentro. y los caminos de la interioridad
8
lista. 99. La contratrasferencia ·y las reacciones tera
péuticas negativas, 100.
9
141. La supresión y la renuncia necesaria a la asocia
ción dentro de un conjunto, 143. El rechazo y el de
sechamiento de lo irrepresentable, 143.
1 49 3. La negatividad radical
10
173 l. El pacto denegativo de los hermanos
203 Bibliografía
11
Introducción: registros de lo
negativo en nuestros días
André Missenard
13
Lo atestiguan también ciertas par ticularidades de la
Pintura, en las que aquello que Freud design aba la
•des -composición de la persona lidad pslquic an o, en
otro lugar, la "pluralidad de las personas psíqu icas11,
encuentra un eco visual en pintores de este tiemp o,
en quienes lo positivo de la unidad del cuadro, del te
ma de la composición, de la figura humana, ha cedi
do el paso a la ruptura, la discontinuidad, la de-c ons
trucción más o menos armónica.
Ahora bien, en psicoanálisis, lo negativo se ha s i
tuado recientemente en el primer plano de la act uali
dad. Lacan antes, sin designarlo como tal, aludió a ello
con el 1ede-ser11 y la práctica del pase, especialmente.
Hoy se asiste a una renovada reflexión sobre lo neg a
tivo, de lo que dan testimonio, por ejemplo, las inves
tigaciones de A. Green, de G. Rosolato, de J. Guillau
min. ¿Cuáles son las razones?
Tres clases de respuestas, por lo menos, se pueden
ensayar para esta pregunta:
14
ca ya no es sólo individual sino que es dual (J. J. Ba
ranes, 1986a: M. Th. Couchoud, 1986) o plural. La gé
nesis de la perturbación psíquica debe ser remitida a
las generaciones anteriores (J.EsJ. Baranes, 1986a). Es
lo transpsíquico transgeneracional, puesto en marcos
tán lejos los tiempos en que unos pocos colegas soste
nían que hacían falta tres generaciones para la apari
ción de una psicosis. Hoy se habla de trasmisión trans
generacional (J. J. Baranes, 1986a) y aun de tópica
intersubjetiva (J. J. Baranes, 1986a; M. Th. Couchoud,
1986): lo denegado en un progenitor puede prolongar
se de manera directa en el delirio de un hijo. Lo nega
tivo de uno (o la ,cnegatividad11, como en este libro pro
pone decir J. Guillaumin) es trasmitido al otro y lo de
termina en su patología.
De manera más general, lo que no está, lo que fal
ta, lo que es negado, reprimido, forcluido (tomo en
préstamo esta fórmula de R. Kaes), eso mismo, curio
samente, es lo que se trasmite: la tara de un antepasa
do, el suicidio de otro se mantienen ocultos, se silen
cian. Los pacientes pagan el precio de la trasmisión
silenciosa de eso negativo que anda, de esos tcespec
tros11 que perduran y regresan.
Además, en ciertos grupos, al comienzo de su fun
cionamiento, cada cual debe luchar con la angustia de
no ser (R. Kaes, 1976), y se encuentra en tcurgencia
identificatoria11 (A. Missenard, 1982).
15
madre. Menciono aquí estas evidencias para precisar
que el deseo fnconC'iente no remi te sólo a lo reprimid
o
(constit uido, por ejemplo, por representaciones verba.
les antes concientes), sino también a lo que nunca h
a
sido representado y que, en consecuencia, permane ce
no representable, al menos por medio de palabras. Es.
to reprimido, por una parte, y esto no represen table,
por la otra, se sitúan en el núcleo del funcionamiento
psíquico inicial y constituyen la 11sustancia común11 de
la madre y del infans.
Son indispensables teorizaciones de esas primeras
bases de la psique para que los analistas puedan pen
sar, representarse, aquello que concierne a lo que po.
demos llamar, sin duda, lo negativo primero.
Me refiero aquí a los conceptos de originario y al
pictograma de P. Aulagnier, a las nociones de envol•
turas psíquicas iniciales: yo-piel, envoltura sonora, de
D. Anzieu, a la teoría de la cchisteria arcaica» propuesta
por Joyce McDougall (según la cual en la psique de
ciertos pacientes funciona una suerte de cuerpo para
dos), a la teoría de la seducción generalizada de J. La
planche. El analista necesita de estas teorías para que
ciertos pacientes puedan construirse, allegándose a él,
a partir de lo negativo de donde se desprendieron los
primeros jalo�es identificatorios que lo unieron a su
madre, a partir también de significantes tanto más
"enigmáticos» para el niño cuanto que eran ignotos pa
ra la madre, quien empero los implantó en la psique
de su bebé.
16
Para conseguirlo son necesarios modos particula
res de abordaje. Dos ejemplos:
17
l os mismos, y por lo tanto parece que su considera
ción puede enriquecer los debates teórico-clínicos •
80
bre lo negativo.
Este abordaje, lateral, se propone e1h acer trabajar
el concepto., en la perspectiva indicada recientemente
por Canguilhem: el concepto está 1 cpara hacer Variar
su extensión y su comprensión; para generalizarlo por
la incorporación de rasgos excepcionales; para expor
tarlo fuera de su región de origen; para tomarlo como
modelo a fin de conferirle progresiv amente la función
de una forman.
18
He intentado mostrar (A. Missenard, 1979), a pro
pósito del ,,Leonardo11 (1910), que Freud introduce en
ese trabajo los primeros jalones de una teorización fu
tura del narcisismo (1914), antes de las prolongacio
nes que le proveerá en 11Duelo y melancolía11 (1917). Pe
ro, además, el análisis de 11Leonardo11 es para Freud,
y a través de ese personaje, un momento de análisis
y de elaboración personales. En esta perspectiva, Leo
nardo pudo ser uno de los primeros pacientes que con
dujeron al analista a elaborar sus posiciones (contra-)
trasferenciales y a hacer progresar el indispensable
análisis del analista.
Las situaciones aquí consideradas organizan un en
cuadre diferente del de la cura. En este último caso,
el encuadre es del registro de lo inmutable: el escena
rio, las reglas. Es el lugar donde se deposita la parte
11no-yo11 del paciente (J. Bleger, 1966; J. L. Donnet, A.
Green, 1973). Es el espacio transicional donde actúan
el 11amparo11 y la 11asistencia corporal11 (holding y hand
ling). A las reglas de lo inmutable -el tiempo, el espa
cio, primeras 11categorías del entendimiento11- se agre
ga la regla que define la posición subjetiva del analis
ta: 11die Versagung11, de manera impropia traducida por
11frustración11, que J. Laplanche (1987b} prefiere desig
nar como posición de 11rehusamiento11, no sin relación
con lo que J. Guillaumin, en este libro, indica como
el retraimiento del analista, posición que estuvo en el
origen mismo del análisis y en la definición d�l tra
bajo del analista.
19
to de la trasferencia: la situación genera, para los par
ticipantes de estos grupos pequeños reunidos en tomo
de dos analistas, búsquedas identificatorias, deman
das de saber (sobre los orígenes). Estas búsquedas y
estas dem andas implícitas pero motivadoras -a la vez
comunes a los participantes y particulares de cada uno
de ellos- movilizan fantasmas, significantes, represen
taciones sexuales (imagoicas sobre todo).
Puesto que no se les da ninguna respuesta, se ha
rían insistentes, repetitivas y estériles si el funciona
miento común de los participantes no fuera elaborado
por los analistas a la luz de su propio funcionamiento
fantasmático de dos, tal como lo genera el material de
las sesiones: este último es, por su parte, el reflejo y
el eco de la problemática inconciente de los analistas
(por referencia a su objeto común de trabajo, el grupo
pequeño en este caso).
Así el analista, desplazándose y estableciendo las
reglas necesarias, instaura condiciones propicias pa
ra su trabajo de escucha del inconciente. De est a for
ma puede poner en evidencia modos de funcionamien
to de la psique que difícilmente se movilizarían en la
cura: articulación de lo individual y lo grupal, distri
bución de la tópica del sujeto en el grupo (tomado co
mo objeto), en los otros, en los analistas, modalidades
identificatorias de los intercambios, repartición y re
agrupamiento de los rasgos unarios, difracción de los
.grupos internos" en el suefio, la histeria y el grupo (R.
Kaes, 1984).
En vista de ciertas formaciones del inconci ente, de
imagos (terroríficas), la individuación de algunos su·
jetos se ha podido establecer sólo con dificultad o de
manera parcial: un trabajo de separación pri mera no
ha sido ni posible ni suficiente. El carácter dual de la
cura no siempre vuelve realizables su asunción o co n·
sumación. Siguen siendo entonces dominantes las par
tes simbióticas de la psique, a las que pertenecen aque·
llas imagos.
El dispositivo de grupo pequefio con analistas per·
mite que pasen a ser figurables y registrables esas o r·
ganizaciones del inco?ciente. En este caso, una distri·
bución plural de la topica individual acaso devuelva
20
vida y movilidad a lo que en una relación dual ccfusio
nal» (que reproduce la de los orígenes) no puede sino
permanecer inmutable e irrepresentable.3
Dentro de este dispositivo, lo negativo se tendrá que
registrar en los diferentes niveles de funcionamiento:
en los orígenes de la institución, del grupo pequeño,
en la psique de los analistas, en los vínculos entre los
participantes . . .
Otro dispositivo es el de la consulta familiar psico
analítica. La escucha del funcionamiento psíquico en
su dimensión grupal puede conducir al analista a re
gistrar ese operador negativo asaz particular que es
la desmentida [déni], que las generaciones preceden
tes han aplicado por intermedio de una tópica inter
subjetiva. Existe un efecto de trasmisión transgenera
cional de formaciones psíquicas que, mantenidas fue
ra de represión, son actuantes de manera repetitiva.
Para facilitar su elaboración, el analista recurrirá a los
movimientos contratrasferenciales que experimente
dentro de este dispositivo.
Advierta el lector el amplio abanico de los trabajos
reunidos en este libro. Lo negativo es la ocasión de ar
ticular investigaciones teórico-clínicas y de sostener la
promoción de un nuevo ccpsicoanálisis aplicado», cuya
definición se vuelve más ceñida en este contexto. A
nuestro parecer, merece menos que nunca el oprobio
y cierto desprecio que durante mucho tiempo, e injus
tamente, lo han marcado.
La diversidad de los campos expuestos y de los mé
todos utilizados en esta obra es introducida por el pre
cioso 11léxico de lo negativo» propuesto para esta oca
sión por G. Rosolato.
21
1. Lo negativo y su léxico
Guy Rosolato
l. Negativo
23
alto, mucho y más), también en cuanto al valor (lo ne.
gro, lo oscuro, opuestos a lo blanco, a lo claro).
Desde ahora se advierte que presuposiciones id ea
les y morales, según las expectativas y los deseo s, di
rigen esta separación en positivo y negativo y, de una
manera general, entre el bien y el mal. En fin, to do
deseo responde efectivamente a una falta.
Cabe verificar tres niveles de manifestaciones pro
gresivas de lo negativo, siguiendo las indicaciones de
J. Hyppolite acerca del pensamiento hegeliano (1953,
pág. 135 y sig.).
24
y de la identificación proyectiva, en cuanto a la oposi
ción, y el del conflicto, en cuanto a la contradicción.
Por este camino estamos en condiciones de evaluar
y de hacer evolucionar las cuestiones que se refieren
a la identidad de sí, a la relación con el Otro, a las iden
tificaciones y a los efectos del superyó, de la represión
y de los mecanismos de defensa (donde, si forzamos
la etimología, podemos oír el prefijo ude», cedes», que sig
nifica alejamiento, separación, privación). Toda resis
tencia es también una manifestación de lo negativo,
de un rehusamiento. Pero del mismo modo tenemos
que pesquisar los vuelcos por los cuales efectos positi
vos vienen de lo negativo: la defensa, la resistencia se
manifiestan como una protección que trabaja en un
sentido vital.
Esos vuelcos se deben comprender, en consecuen
cia, en dos sentidos contradictorios: el sentido que va
hacia lo positivo, desde una defensa o una represión,
como etapa evolutiva, o también una suspensión, co
mo una ruptura que permite aprehender lo ignoto y,
así, iniciar una búsqueda, una interrogación, de don
de pueden nacer una progresión, un cambio; a la in
versa, hacia lo negativo puede ir el predominio de una
desvalorización depresiva, el refuerzo de unas defen
sas, o la estabilización en el vuelco continuo sosteni
do por la duda escéptica u obsesiva, y hasta por el do
ble vínculo irresoluble.
Es evidente que la valorización idealizada, incluso
teórica, pesa en un sentido o en otro: términos como
narcisismo, identificación proyectiva y aun psicosis
(exceptuada la paranoia), se pueden considerar, en las
elaboraciones teóricas que hoy se ensayan, momen
tos evolutivos fecundos, y convertirse de ese modo en
conceptos de potencialidad positiva.
Con lapulsión de muerte, por ejemplo, ese mismo
vuelco sobreviene según las teorías reivindicadas: en
el dualismo pulsional estricto, por la intricación con
la pulsión de vida; pero, si se considera que la pulsión
de muerte es un mito biológico, ella es entonces, en
el plano teórico y en el clínico, una suspensión, una
detención en cuanto a la idea de la muerte, en cuanto
a la muerte, a partir de lo cual una búsqueda episte-
25
mofílica que reconozca la relación de ignoto permite
invalidar explicaciones demasiado fáciles o sistemáu.
cas, la de la pulsión de muerte justamente, y ayuda
a retomar un rumbo y a hacer preguntas dirigidas a
respuestas o descubrimientos nuevos (G. Rosolato
1988).
Una terminología que deje lugar al vacío, al a guje
ro, a la nada, por medio de diversas metáforas , res
ponde a una necesidad diagnóstica y a una técnica ana
lític a apropiada a las estructura s clínicas que se han
presentado. El psicoanálisis en negativo se puede con
siderar uno de los cinco ejes fundamentales del psi
coanálisis y de su práctica (G. Rosolato, 1977).
Los trabajos franceses han puesto de manifiesto,
con toda consecuencia y originalidad, la importancia
de lo negativo. Citaré, en este sentido, el libro de J.
Guillaumin ( 198 7e).
Que se vea en esta corriente una tendencia apofá
tica no debe ser motivo para eludir ni para rechazar
temerosamente esta orientación so pretexto de umisti
cismou (en ciertas bocas analíticas es la acusación prin
cipal; volveré sobre esto). Sabemos bien que un 11rea
lismo11 positivista puede no ser más que un dogmatis
mo y una defensa frente a lo ignoto y, en consecuencia.
frente al cambio.
2. Negación
El término negación quedará reservado al uso ver
bal, lingüístico, de lo negativo, dentro de términos es
pecíficos (no, ni). El verbo correspondiente es, en con
secuencia: negar.
3. Negatividad
En una perspectiva hegeliana, siguiendo la ense
ñanza de J. Hyppolite (op. cit., pág. 135), negatividad
conviene únicamente a la negación doble, ula negación
de la negación,,. Esta progresión dialéctica no está li
mitada a ser una mediación filosófica. Tiene su corres-
26
pondiente en el análisis, en el apres-coup, en los me
canism os de defensa, en las tomas de conciencia, en
el juego de los significantes dentro de los efectos me
tafóricos, y en los cambios de perspectiva. El psico
an álisi s es una dialéctica.
4. Denegación [ dénégation]
Establezcamos ante todo que se trata de un uso par
ticular de la negación (por lo tanto, de una expresión
verbal, como se dijo). Esta figura ha sido descrita con
toda precisión por Freud en su artículo ccDie Vernein
ung» [uLa negación») (1925a). La operación mental,
levantar la represión y mantenerla en el plano verbal
por medio de la negación, exige dos tiempos: una pri
mera enunciación referida a una representación (he so
ñado con una mujer), y después la negación formula
da, pro.nunciada (no es mi madre), que proporciona
una información sobre el anonimato primero (de esta
mujer), al tiempo que rehúsa el sentido implicado.
Esta operación merece ser valorizada con un tér
mino apropiado, denegación, que no se confunde con
cualquier empleo de la negación [négation); en efecto,
es lo bastante distinta y precisa, se la observa a me
nudo en el curso de un análisis, y su confirmación se
establece en un tercer tiempo gracias a elementos su
plementarios, en particular el sentido dominante (co
mo el deseo en el sueño) que levanta la represión (en
efecto, es mi madre).
Una ventaja evidente de este término es que el ver
bo que le corresponde, dénier, conserva su especifici
dad y permite prevenir toda confusión con los verbos
vecinos y diferentes: désavouer (como lo veremos) y
nier (que corresponde a la simple negación).
Se plantea este problema: ¿se debe pensar que to
da negación en el análisis implica una denegación, en
un vuelco hacia la afirmación, a riesgo de convertir
a esto en un procedimiento? En tal ca�o. la distinción
negación/denegación perdería su pertinencia.
Es verdad que el sueño, hecho de significantes de
demarcación y de representaciones con dominante vi-
27
sual, no puede figurar la negación (aunque la encon
tramos sin duda presente y discernible como manda
miento o formulación verbal, como sentimiento expe
rimentado), salvo a través de ciertos recursos, como
la interrupción, el soslayamiento de una acción em
prendida; esto hace que una escena representada de
manera positiva pu�da implicar una negación.
Si se generalizaran en la interpretación, incluso fue
ra del relato del sueño, estos vuelcos en los dos senti
dos entre lo positivo y lo negativo instituirían una per
petua sospecha y, empleados sin discernimiento, re
ducirían la significación a una gratuidad constante.
Ahora bien, Freud, en su ejemplo de operación de
denegación, muestra que la interpretación se atie ne
a reglas: aquí, la secuencia imagen anónima/negación
de aquella precisa imagen mencionada, constituye, pa
ra este conjunto, una fuerte presunción de sentido.
Podemos del mismo modo, al menos en el caso del
sueño, descubrir encadenamientos comparables. Por
ejemplo, quiero señalar que, en el adulto, una mani
festación franca de un deseo, según el modelo del sue
ño infantil, deja traslucir una astucia del inconciente
para negar por lo contrario otro deseo menos admisi
ble ( que no concierne al progenitor figurado, sino al
del otro sexo).
Y de una manera más directa, todo enunciado, has
ta en su forma más positiva, es portador de un valor
denegatlvo (soy valiente: no soy miedoso). Lo mismo
puede ocurrir con su forma negativa, que admita una
argumentación semejante a la de Freud (no he ido al
cine ayer «realmente11: no vaya usted a creer que tenía
ganas de ir).
Los actos, las palabras y las intenciones no deben
ser confundidos, evidentemente: a veces se encuentran
en desacuerdo total, aun si el sujeto no lo sabe.
Pero estos vuelcos de sentido, esta negativación, só
lo se podrán tomar en cuenta y demostrar en los ca•
sos en que se disponga de elementos ciertos, repetl·
dos y patentes dentro de un conjunto, lo bastante pa
ra confirmar el mecanismo.
En consecuencia, aquella negación que registra una
ausencia real no se puede tomar de manera sistemátl·
28
ca por una afirmación; la denegación corresponde a
una operación específica que requiere en efecto un tér
min o ad hoc.
5. El désaveu
En 1965, en ocasión de unas conferencias que dic
té en la Escuela Freudiana de París sobre las perver
siones, preferí traducir Verleugnung por désaveu (cf.
mi te xto 11Etude des perversiones sexuelles a partir du
fétichisme», G. Rosolato, 1967); lo hice, en consecuen
cia, antes de conocer las opciones del Vocabulaire de
la psychanalyse que Laplanche y Pontalis publicaron
en 1967.
El término désaveu es citado comúnmente en los
diccionarios de alemán-francés. Además, el uso en in
glés ya se había establecido en la Standard Edition con
disavowal: de este modo se producía una concordancia.
Désaveu convenía, por sus significaciones implíci
tas, mejor que démenti (que sugiere, aun de manera
lateral, la mentira, lo cual no se corresponde con el
proceso fetichista) o que déni (que tiene el insigne in
conveniente de que el verbo que le corresponde es dé
nier, lo que produce una molesta confusión con déne
gation, ligada con el mismo verbo). Evitamos esta con
fusión con el verbo désavouer.
Además, la confesión (aveu) contenida en el térmi
no señala bien el hecho de tener que reconocer lo que
es de aceptación difícil y que pone en juego la culpabi
lidad (cf. el diccionario Robert). Désavouer es, enton
ces, no querer admitir. Littré precisa, en su dicciona
rio , que por la confesión se reconoce que una cosa es
0 no es, y por el
désaveu se está uen contradicción
con••. ». Además, Littré llega a aceptar una descom
posición del término en a-voeu, donde voeu es prome
sa, consentimiento (se vouer), deseo (soy yo quien des
taco). Todo esto coincide con la descripción que Freud
s�s�enta acerca de la Verleugnung, del désaveu, a pro
Pósito del fetichismo (y de la perversión), pero también
de la neurosis obsesiva y de la psicosis, en cada caso
de u na manera diferente y con el clivaje que corres-
29
ponde. No retomaré aquí el diagnóstico diferencial que
es p reciso establecer para esas diversas manifestacio
nes del désaveu, como lo he hecho en otra parte.
Quiero destacar con claridad que, a diferen cia de
la negación, que es siempre un paso a la enunciación
verbal, el désaveu queda localizado sobre los signifi
cantes no verbales, analógicos, de demarcación; per
manece entonces implícito en cuanto a su elucid ación
lingüística, y signado por representaciones que guían
los comportamientos, cuyos aspectos contradictorios,
no verbalizados, que constituyen el clivaje, es preciso
reconstruir.
De modo que la fórmula ccYa lo sé, pero aun así... 11,
30
Ahora bien. estas mismas 1eteorías" infa
ntlles so
objeto de désaveu. ·como si se tratara de una creen n
· d eci ble o 1nconcebible · mientras qu
virtual. 10 ci ª
. e los fan-
tasmas pue den d1namizar representaciones y
. secuen-
cias eseé oteas por completo concientes, s1• b"1en no ver-
bal.1zadas.
A diferencia de. la represión y del retomo de 1o re-
primíd.o.. h ay aqu1. por lo tanto, algo que 00 son de_
seos 01 1ma·genes inad misibles. Más bien se trata de
una manera original ºde situarse conjuntamente ante
· · 1a real1dad y las construcciones imagi-
la percepc1on.
narias de esta. que entran en el campo más vasto de
la creencia y de la ilusión.
Clínicamente. y sobre todo en lo que concierne a
las perversiones. se podría además distinguir una pre
valencia del désaveu en una u otra de las tres catego
rías indicadas. Y este désaveu, cuyo tenor sexual ocu
pa el primer plano. se apoya en la construcción de un
objeto irreal. el pene materno, que viene a recubrir y
a suprimir la división [fenteJ materna donde se con
densa lo incógnito por una doble imposición: la nece
sidad biológica y social de tener que alejarse de la ma
dre, y la organización simbólica que de esto deriva, con
la prohibición del incesto atribuida al padre. Y el obje
to que viene a ser el objeto irreal, el fetiche principal
mente, pero también cualquier objeto de ilusión que
se sobreponga a lo incógnito, es un objeto de perspec
tiva, porque permite al mismo tiempo situar lo incóg
nito, respecto de lo cual se estructura el sistema de
pensamiento.
A partir del désaveu se monta, entonces, toda una
construcción, cuyo origen sexual es primordial, y que
sobrepasa en mucho al fetichismo por sus mecanis
mos de articulación, en particular por la oscilación
metáforo-metonímica que encontramos en los fenóme
nos de creencia y de ilusión.
El clivaje del désaveu, con esta doble actitud men
tal hacia ciertos significantes que concurren a estable
cer la realidad y las 11teorias11 que la recomponen falaz
mente, remite de hecho a una redivisión (refenteJ fun
damental del sujeto en cuanto al inconciente, el que
a su vez puede ser desconsiderado, objeto de désaveu,
31
por la adh esión, transitoria o prolongada, y hasta pe r
ma nente, crítica o no, al objeto de perspectiva.
6. La forclusión
Desde Lacan, este término que traduce a Verwerf.
ung se liga a las psicosis. La forclusión debe ser refe-·
rida a la represión originaria, a su falta. En el orige n
de esta represión se sitúa primero el rehusamiento po r
contrain vestidura de lo que no viene a llenar una ne
cesidad o procurar un placer vital, y después la expul
sión fuera del cuerpo de lo que es ccmalo11, pero tam
bién de lo que desborda la expectativa y las proteccio
nes (la protección antiestímulo) por un exceso de esti
mulación y de excitación.
Sobre ese fondo se deslindan los primeros signifl.
cantes de demarcación, en relación con la madre, con
lo que es rechazado de ella, por lo tanto, a partir de
una falta constituida por esa represión primaria. La
distancia que después se toma respecto de la madre,
aun como objeto bueno, se apoya por un lado en esa
represión primaria para una represión secundaria, y
por otro lado en el polo de atracción constituido por
el padre. En consecuencia, el significante del padre (en
su forma más específica como nombre del padre) de
be poder soportar el acceso a la falta y a la represión
originaria, como fondo imperceptible del que se des
prenden los significantes de demarcación, y que les
hace borde.
Así, la forclusión provendría de una falta de esa. fal
ta, de una ausencia de esa represión originaria, con
una fijación fragmentaria en la madre, lo cual produ
ce una falta de significante, la forclusión como tal,
puesto que la ausencia carece de coherencia suficien
te para dar origen a los significantes. De esto resulta
que todo rechazo se vuelve proyección, y que este es
el único medio para dar una consistencia significante,
como de prestado, a una realidad construida por la
identificación proyectiva delirante.
Lo negativo se presenta aquí de una manera cruda
como agujero, vacío, nada; clí�icamente lo discerni·
32
mos por un proceso paradójico: donde habríamos es
perado algo incógnito (lo incógnito de la realidad co
mo tal, con sus contingencias, sus trivialidades, su rui
do y su desorden). se descubre una forclusión, que es
llenada de manera inmediata por una proliferación de
significantes en una descarga delirante. Pero es en la
confrontación con lo real, con su irreductible tenor de
incógnito, donde se pone de manifiesto la forclusión
de ciertos significantes.
Con demasiada frecuencia, el término forclusión se
ha tomado como solución cómoda que disfrace para
el teórico lo que sigue siendo fundamentalmente ig
norado respecto de la psicosis. No obstante, una in
vestigación que especificara los significantes forclui
dos tal vez permitiera establecer distinciones clínicas
en función de déficit y traumas de la infancia, en una
convergencia del fantasma con la realidad; porque la
forclusión concierne a una constelación de significan
tes en relación con esa falta doble, insoportable e ina
similable, que además no encuentra la indispensable
derivación tercera a partir de las proyecciones sobre
el padre, que la trasforma en trasposición simbólica,
fuera de la relación dual con la madre. Gracias a la
ley, trasmitida por la vía simbólica paterna, existe una
aclimatación posible a lo incógnito.
7. Lo in con cien te
Ahora podemos indicar, de manera muy esquemá
tica, la significación y las funciones de lo inconciente.
33
primario: es la organización misma de la vida incon
ciente.
El trabajo del psicoanálisis consiste en acceder a
la articulación entre significantes de demarcación (y
representaciones) y significantes lingüísticos, verbali
zación, en relación con los referentes. Este paso de lo
inconciente a lo conciente sólo es posible por una co
munidad de función organizada, distribuida en metá
fora y metonimia. Porque esos significantes de demar
cación, contenidos de lo inconciente, que se compo
nen según esos dos modos, hacen, en virtud de esta
correspondencia, que ,,el inconciente esté estructura
do como un lenguaje», según la fórmula de Lacan (no
son, por lo tanto, ni el lenguaje ni una lengua).
2. Por obra de la represión originaria se constituye
un fondo inconciente a partir de una multitud de in
formaciones perceptuales, apartadas por su valor in
significante ante otras informaciones que oficiarán de
significantes por su repetición, por su interés libidinal
en función de la madre y de sus simbolizaciones. Pe
ro, además, ese fondo se determina también por un
rechazo, primero, a condición de que esta separación,
esta ausencia, este apartamiento, distinguiéndose de
los significantes de demarcación, puedan tener una fi
jación como polo negativo desde el que lo «malo11 de
venga objetal, la excitación intolerable desemboque en
el goce, la madre ideal original resulte ser objeto per
dido. Después, por esa mediación, la falta de que ha
blamos puede alcanzar la condición de lo incógnito.
Del mismo modo, las informaciones perceptuales es
tarán a disposición significante en tanto constitutivas
de lo preconciente.
3. Pero lo inconciente, toda vez que se organicen
las constelaciones de significantes de demarcación que
lo lastran al mismo tiempo que se vuelven virtualmen·
te accesibles a lo conciente, es un potencial de sentido
propio de cada sujeto y que el psicoanálisis puede ac·
tualizar por la palabra. No resulta menos cierto que,
en el punto de partida, el punto de llegada permanece
incógnito, puesto que el significante se abre sobre un a
polisemia y sobre el símbolo, la metáfora.
4. Lo inconciente conileva entonces, como también
34
:-1 � di �o Freud- el ello, un irreductible potencial de
1ncogn1to.
8. Lo incógnito
35
sariamente ponen en juego medios y resultados im
previsibles, si provocan el sufrimiento, hacen que lo
inc ógnito sea rechazado, lo que da lugar a la huid a 0
a unos mecanismos de defensa (el principal de ellos
es la represión) que dan origen a las organizaciones
neuróticas.
2. Conviene distinguir la ilusión estética y los mi
tos que explotan lo incógnito y hacen que las reaccio
nes individuales y colectivas que esto suscita a través
de los fantasmas movilicen proyectos que sellen una
cohesión social a fin de superar esto incógnito, es de
cir, en el caso de las religiones, la muerte.
Pero las religiones trasforman lo incógnito en mis
terio, sea, en general, con la Revelación que es común
a los tres monoteísmos, o, más en particular, en el ca
so del cristianismo, con la Encarnación, la Resurrec
ción y la Trinidad, que demandan un sacrificio de la
razón. De esta manera se internan en una experiencia
apofática que se orienta hacia una aprehensión de lo
incógnito, por caminos muy despojados de signiflcan
cia, y por eso puros, pero que siguen siendo tributa;
ríos de las creencias en esos misterios: esta referencia
obligada define la mística. El abuso de que es objeto
este término en psicoanálisis, cuando en verdad la de
tección de lo incógnito no deja de ser una actividad
racional, no es otra cosa que una acusación que busca
denunciar la oscuridad de un pensamiento teórico o,
con más exactitud, un retomo de creencias disfraza�
das. Ahora bien, no es raro que quien esgrime este ar
gumento sin justificación precisa no haga sino proyec
tar lo que él conserva y disimula de su propia fe reli
giosa reducida a restos y objeto de désaveu.
3. Lo incógnito aceptado es la fuente del placer de
pensar, de la comunicación, donde los significantes,
las palabras, la expresión y los afectos ponen en rela
ción lo conocido y lo incógnito. Anima toda curiosi
dad intelectual; y esto se manifiesta tanto en la sexua
lidad, donde hay goce por lo incógnito del otro sexo,
cuanto en el disfrute estético.
4. Para finalizar, lo incógnito en la psicosis tiene
efectos desestructurantes, por un vacío que se impone
cuando se vuelve evidente una falta, una forclusión de
36
significante(s), de objeto de perspectiva, a partir de
lo cual cristaliza la metáfora delirante para tratar de
reconstruir una neo-realidad en un esfuerzo de cura
ción.
37
reduce ni a las satisfacciones de las necesidades, nt
a las remisiones de la demanda.
Pero en nuestros días, cuando las potencias de des
trucción tienen, con la energía atómica, un instrumen
to adecuado para realizar algo negativo absoluto, una
muerte total, para los demás y para uno mismo, cobra
un valor profético la reflexión de P. J. Jouve, en su
prefacio de Sueur de sang ( 1935), escrito en 1933, «In
conscient, spiritualité et catastrophe», que el azar me
llevó a releer hace poco tiempo. Ella esperaba sobre
todo de la sublimación que resultara vencido lo que
todavía no tenia nombre, esa catástrofe de la civiliza.
ción presa de la pulsión de muerte, cuando no se tra
taba más c que de destrucción pura, de búsqueda de
un culpable objeto de odio, y de regresión». Sabemos
ahora que ese c milagro» sólo se cumplirá en el ordena
miento entre Eros y Tánatos, por las trasmutaciones
11energéticas11 de nuestros deseos y, desde luego, por
la sublimación, no del sexo solo, sino también de la
muerte, producto de la violencia, gracias a lo cual el
amor, que, para P. J. Jouve encuentra un «vehículo
interior,, en la poesía, pueda alcanzar su imperio in·
cierto.
38
2. Una extraña variedad de espacio
o el pensamiento de lo negativo en
el campo del psicoanálisis
Hipótesis sobre las relaciones entre el
dispositivo freudiano de los orígenes y las
prácticas de grupo o de cara a cara
Jean Guillaumin
39
mática subyacente son las relaciones de la oralidad y
d el organizador anal.
Sólo más tarde (sobre todo desde hace una o dos
décadas) pasó a ocupa r ulo negativo como sustantivo
11,
40
que es atestiguada por el afecto3 con su valor dinámi
co y su destino clínico observables. Es indudable que
muchos otros términos podrían convenir también pa
ra decir con la misma aproximación aquello de lo cual
se trata. Pero estas precisiones -o estas imprecisio
nes- lingüísticas bastarán para marcar la perspecti
va que impone una epistemología práctica y teórica
del psicoanálisis inmersa en la búsqueda intermina
ble de una representación de sus propias operaciones
y de sus condiciones de funcionamiento, de la que no
puede escapar como no sea por la seducción tempora
ria de los modelos de certidumbre postulados por los
saberes cerrados o que se consideran completables.
La necesidad de adoptar esta posición, que llama
ré 11herida 11, en el dispositivo práctico del análisis se ex
tiende, en efecto, sin duda alguna, al aparato de pen
sar el psicoanálisis, tanto individual como colectivo.
El procedimiento de inspiración fundamentalmente
empírica y realista que se nos impone sólo será tal de
manera auténtica si considera sus propios límites en
su discurso teórico. Esta indispensable consideración
conceptual tiene su origen en Freud. Y es para mí una
tesis fundamental sostener que él ha descubierto y ela
borado sus principios y sus medios, de manera traba
josa pero lúcida.
41
riencia de ·10 negativo, entendido esto en los diversos
sentidos que mencionamos. El siglo XIX es una época
de cambi os violentos, de sismos y de erupciones en
la cultura. Las simbolizaciones sociales vigentes son
atacadas, fracturadas desde su interior y desde afue
ra. Se ob servan - entonces, en las fallas de hun dimien
to social, por así decir, diferentes reacciones de zozo
bra o de defensa. Profundos desarreglos colectivos o in
dividuales engendran depresiones que alimentarán la
clientela de los alienistas y de los neurólogos de la épo
ca. y originarán el primer florecimiento de la p siquia
tría pre-moderna.
El pensamiento de lo negativo y de lo irrepresenta
ble se esboza en esa psiquiatría en la referencia a no
ciones como la de ,,alienación», de hipnosis, de influjo
o trasmisión del pensamiento, o aun de subconciente
o inconciente (y esto, mucho antes de Freud). Pero del
mismo modo existe toda una florescencia de forma
ciones defensivas, sociales e individuales, también ellas
de finalidad o de efecto estructurantes. Se las puede
discernir en la cultura: tanto en las artes y la literatu
ra como en las ciencias, 4 en la filosofía y en el pensa
miento místico: dondequiera toman cursos diferentes,
siguiendo tres direcciones discernibles. Por un lado,
la valoración emocional y cierta celebración estética,
denegatoria, de lo oscuro, del doble, de la sombra, en
todas sus formas. Por otro lado, el discurso de la resis
tencia positivista a toda experiencia de incertidumbre,
de latencia, de indecisión, de incógnito. En diversos
dominios, ciertos pensadores oscilan, por lo demás, en
tre las dos soluciones: un Fechner, un Nietzsche, un
Auguste Comte responden a este caso. La tercera vía
consiste en el empeño intelectual de apresar la lógica
o la dialéctica misma de lo negativo, en su relación con
la producción de la realidad social e histórica, o de la
realidad del pensamiento. Es la línea hegeliana.
42
Freud, por su parte, descubre una cuarta vía que,
específica, engendrará la episteme psicoanalítica. Con
siste en abordar el problema directamente por la prác
tica de la psicoterapia clínica, dejándose guiar por ella
y manteniendo en tensión este doble y en apariencia
contradictorio deseo: por un lado, el de una fidelidad
sin desmayos al realismo y al determinismo, y, por el
otro, el de una consideración de lo incógnito, y aun
de lo incognoscible y de sus huellas en nosotros, sin
reducción prematura ni fetichización. Esta postura
apartará a Freud del empleo demasiado indeciso y se
ductor de la sugestión. Su complejísima y rica cultura
familiar y personal, su formación, su temperamento
a la vez histéricamente empático, narciststamente do
minador y volcado a la organización activa, lo predis
ponían, y de manera lograda, a servir de crisol psíqui
co para una amalgama de actitudes por entero nove
dosas, ante sus pacientes y ante las ideas de su tiempo.
43
ha ahí, él mismo lo era, formaba parte de eso, incluso
por la dificultad que experimentaba para prop oner un
sentido a los desfallecimientos de presivos de los pa.
ciente s o, al contrario, para reducir o desenmascarar
el exc eso de sentido de las condensaciones sintomáti
cas a que recurrían las defensas de ellos.
3. De ahí -nunca se lo destacará bastante- el a c
to inicial fundador no sólo del uencuadre 11, sino tam.
bién, y ante todo, del pensamiento psicoanal íticos: el
retraimiento del médico, unido a su mant enimiento,
por la escucha y la presencia, en e l campo sensorial
y la proximidad corporal del paciente. Retraimiento so
bre cuya form a volveré en la segunda parte, y que, des
de luego, es preciso comprender como orientado en
principio a la regulación de una distancia psíquica per
sonal, que ante todo sustrae al analista de sus propios
excesos de excitación o de inhibición bajo el efecto de
las estimulaciones que provienen del paciente.
El espacio, la duración, las consignas que se pro
pongan al paciente, todo, poco a poco, por ensayos y
errores, se regirá por esta regla central de distancia
de escucha conveniente en el médico: gracias a la ins
titución de los principios de abstinencia, de atención
flotante, de control y, por fin, de empleo de las contra
trasferencias, de re-análisis periódico y de apoyo en el
grupo institucional por parte del analista, así como,
por parte del analizado, merced a la instauración de
la regla, correlativa, llamada de «libre asociación11. For
malmente, el "encuadre11 (término que es tardío en el
psicoanálisis: Freud no lo emplea) fue todo eso, pero,
lo repito, dirigido en lo esencial a establecer y a man
tener el encuadre psíquico interno del analista para que
fuera capaz de acoger, de ·contener y de trabajar, sin
sufrir por ello una aspiración histérica en bloque, el
perpetuo desencuadre psíquico del paciente en sus pen
sión de sus limites por la carencia de sus ligazones re
presentativas.
En este sentido, la fundación de la práctica y d el
encuadre analíticos no se produjo desde el comi enzo,
como a veces se ha dicho , :por el modelo del sueño.
Será apres-coup, tal v ez por la puesta en sueño de la
44
escena desencuadrada y trasgresiva de la operación
de Emma-lrma, como Freud estructurará según el sue
ño, y por este, su descubrimiento, anterior pero toda
vía no consolidado, de una práctica de retraimiento psí
quico que, en la regresión tópica diurna, inscribe, en
la inversión de sentido de la investidura, algo así co
mo una negativación de la creencia realista ccpositi
vistan.
45
Y acogida. En este punto se especifica el poder del le n.
guaje en la interpretación. En el acto de marc ar una
sorpresa, un desacuerdo, una pregunta sobre un pun
to del discurso (palabras y/o silencios) del paciente, el
analista, por palabra y/o silencio, despega un poco s u
escucha de la identificación empática. En tanto más
q ue remover las defensas (uper via di levare11) o que lle
nar las faltas de saber (,cper vía di porre 11), reserva lo
calmente estas últimas (,cper vía di riservare 11), 5 cre a
el contraste entre una identificación narcisista y una
desidentlflcación apoyada en un juicio de proceso se
cundario, y de este modo hace que la investidura per
turbada (y aterrada, como por el ataque de un super
yó arcaico que censurara una colusión mentirosa) re
fluya hacia el interior del yo, en busca, a través de la
regresión tópica del paciente, de un nuevo apuntala
miento para las representaciones de palabra surgidas
del preconciente.
· Con ello, las desligazones de la angustia y de la de
presión o, al contrario, las rigideces y el empobreci
miento energético de la compulsión de acción o de pen
samiento, es decir, las dos formas simétricas, inver
sas y complementarias de la experiencia negativa del
paciente, quedarán reducidas un tanto por el efecto,
en cierto modo homeopático, de la aplicación -auto
rizada por la efectiva toma de distancia del médico-,
que se les ha hecho, de una desolidarización, o de un
désaveu localizados en foco, en el centro de una escu
cha empática por lo demás consintiente. Verdadero
efecto de •carga potenciada• que puede modificar acti
vamente la economía de interiorización del analizado.
Quiero apuntar aquí que el dispositivo que descri
bo, y que de manera sumaria pude calificar de «tram
pa para lo negativo•, se organiza como un paso estre
cho, hasta como un esfínter, en el que se trata de la
elaboración de un cambio de sentido de la proyección
o de la introyección, con apoyo en las paredes cerra
das pero elásticamente regladas del encuadre, tanto
46
interno como externo; cambio por tránsito, cambio
transitivo, cambio transicional en un espacio ,,transi
cionab específico. La función de la articulación anal
en presencia de la incorporación oral en su relación
con el trabajo de lo 11negativo 11 (esto incógnito del yo.
ligado a lo que, por así decir a sus espaldas, se le esca
pa de él mismo) ocupa entonces, en esta operación,
un lugar esencial desde el punto de vista histórico y
estructural, que deberemos tener en cuenta en su mo
mento, a propósito de los dispositivos que excluyen
el 1cencuadre11 clásico diván-sillón y el extraño espacio
de relación de que él es soporte y garantía.
47
o tro, la objetivaci ón positivista y la representación
in
tra psíquica (polo del fantasma). Tales los conceptos d
e
11
0riginario», de «filogénesis» y aun de uinconciente», tr a
bajado despué s por la idea del uello», cuya ubicuid ad
e irrepresentabilidad en la psique es evidente -Fre uct
reconoció, en 1923, un uinc onciente del yo (/ch),,-.
También, los conceptos de ,capres-coup» (Nachtraglich)
Y de ,cavant-coup» (im Voraus) en las perspect ivas freu
dianas sobre el traumatismo y sobre el bi-fasismo en
el desa rrollo psíquico. Fina lmente, lo mismo vale par a
una noción como la de upulsión,,, que el propi o Freuct
(1905a) califica de manera explícita de ulímite,,. Se a d
vertirá que estos conceptos, los únicos que convienen
a la racionalidad exigente de un conocimiento de la
experiencia psíquica, son precisamente los que desa
pa recen de manera sistemática en el discurso seudo
científico al que ciertas escuelas intentan hoy reducir
el psicoanálisis, para descalificarlo por otra parte en
nombre de ... su irracionalismo.
c. La existencia, por último, de una trasformación,
que puede ser resistida pero que es continua, del pen
samiento de Freud, en la oscilación en apariencia con
tradictoria y un poco dolorosa entre el pensamiento
realista y el indispensable punto de vista de un abor
daje propiamente analítico, en dirección a una episte
me abierta de los límites de Jo represen table, fundada
en la mirada del sujeto. Es por fin esta episteme la que
triunfa de los restos del biologismo nostálgico de Freud,
quien sólo a desgano renuncia a las ilusiones cogniti
vas de su juventud, en los análisis finales de la esci
sión del yo (1938b), por una parte, y del mito mosaico
( 1939), por la otra, mientras que el realismo hiposta
siante de la pulsión de muerte queda marcado para
siempre con un signo de interrogación, que enlaza es
ta noción con las realidades e1brujas» de la metapsico-
1og1a • ...6
48
7. En el fondo del yo, esto: la experiencia de la fal
ta , de la carencia de ser y de representación, de la in
soslayable negatividad en que se apoya la positividad
de la vida, en el estado existencial de dependencia en
que nos ponen el nacimiento, la individuación y la per
sonalización, por lo que concierne a nuestros apun
talamientos tanto internos como externos: fuentes cor
porales de nuestros deseos, y soportes proyectivos,
productores de estímulos, de nuestro ambiente. El psi
coanálisis tiene entonces por tarea, si no tratar, al me
nos trabajar en el paciente la 11enfermedad humana11
con el auxilio de su propia sustancia, entre nuestras
suturas idealizantes y nuestros vértigos depresiyos. El
genio de Freud se cifra en el descubrimiento de esta
operación de un pensamiento todo él comprometido,
en concreto, a través de la intricación trasferencia/con
tratrasferencia, en la r�modelación de su propio desti
no, y que prosigue la elaboración de su difícil formu
lación.
49
coup, a decir el caput Nili en que la pulsión se vuelve
verdaderamente psíquica, y así . . . 7
Esos ataques pudieron tener cierto imperio sobre
las nostalgias positivistas del padre del anális is. El los
superó. Pero no es tan seguro que sus discípulos (aun
los más grandes) hayan escapado de este acoso con
la misma facilidad. Ferenczi, hacia el final, vaciló. To
da una corriente (parcial, por suerte) del 11psicoaná}¡.
sis de niños11 ha caído en el cosismo de los fantasmas
o de las pulsiones, o en el discurso pedagóg ico de re
llenado interpretativo, o, en el caso de la interpreta.
ción directa del bebé, por ejemplo, en la interpretación
bio-etológica. Y se ha desarrollado, a partir de la p si
cología del yo, un discurso psicoanalítico obliterante
-porque omitía lo irrepresentable y lo impensado
sobre el mecanismo de las defensas y la energética psí
quica. Tendencias, por cierto, adoptadas con pronti
tud por una psiquiatría, y hasta por un mundo acadé
mico y una vulgarización cultural propensos a poner
recetas operatorias al servicio de sus propios fin es,
aquellos precisos que ordena la terapia en la urgencia
de «curar11 las indicaciones derivadas, o los que respon
den al deseo de 1eformar11, confundido con el de repro
ducir literalmente el propio modelo en otro.
Por lo que toca al psicoanálisis mismo, se puede
decir que ha oscilado fuertemente, después de Freud,
entre el peligro de un reconocimiento del lugar de la
falta, celebrado con tono profético y grandioso, gene
rador de idealizaciones nefastas (evolución favorecida
por la personalidad y el esoterismo a veces grandilo
cuente, aunque profundo en muchos aspectos, de J.
Lacan), y el del miedo compulsivo y obsesivo de la trai
ción y de la omisión de reproducir con fidelidad la he
rencia, sobre todo en el dominio de la formación de
los analistas y de la cctrasmisión 11.
50
Sobre este último punto, los analistas han encon
trado a menudo difícil admitir la evidencia de un tra
bajo de identificación operado con el auxilio de lo ne
gativo, es decir, de lo no-enunciado de 1� herencia (cla
ro está, para ello es preciso que ese trabajo exista): lo
que he llamado la ccparte agregada» o la ccparte reserva
da11, atribuible en muchos casos a algo inacabad o o in
nominado de la generación precedente. 8 En efecto, la
trasmisión psicoanalítica funciona corno la herencia
identificatoria en la genealogía familiar, respecto de la
cual la clínica muestra, en mi opinión, que los jóve
nes, para llegar a ser semejantes a sus padres y a la
vez diferentes de ellos, y ser ellos mismos, emplean
casi siempre las identificaciones rehusadas o escondi
das de sus modelos. 9
No obstante, hay que decirlo, el psicoanálisis so
brevive a sus propias perversiones y a las que le pro
ponen los otros: precisamente porque se ve constreñi
do siempre a urdir su labor con su propio negativo y
su propio irrepresentado, ya en razón del dispositivo
fundamental que lo organiza. De ahí que tras el endu
recimiento de las tendencias teóricas en el sentido del
duelo maníaco o, al contrario, del duelo obsesivo por
el fundador, que siguió a la muerte de Freud, el pen
samiento de la negatividad haya vuelto al discurso
freudiano. Cabría citar aquí muchos nombres, de los
que he mencionado algunos..
Todos tenernos presentes los de F. Pasche, de G.
Rosolato, de A. Green (quien hizo mucho por la no
ción misma de negatividad), de J. Gillibert, de W. Gra
noff, a los que habría que agregar muchos otros: J.-B.
Pontalis, C. David, M. de M'Uzan, J. Laplanche, P. Fé
dida, J. C. Lavie, M. Enriquez, M. Th. Couchoud, J.
McDougall, R. Kaes ... Pero es imposible evitar la in
justicia de los olvidos. Injusticia, digo, porque el ínte
gro pensamiento psicoanalítico vive de la práctica y
de la clínica, no se puede ser analista sin fundarse en
ellas, y lo cierto es que muchos analistas entre los muy
51
buenos sólo interrogan la teoría en el secreto de su
práctica, sin sentirse llevados a revelar en sus es critos
el logro vivido. El aparato psíquico para pensar el ps i
coanálisis es complejo y solidario en todas sus Partes
Y lo que se ausenta o se afirma en cada una de ella�
habla también del operador negativo, aunque en ta l
caso no reciba un estatuto especulativo preciso.
52
¿Qué sucede cuando el analista, cualquiera que sea
el disposit ivo empleado, permanece dentro del campo
visual del paciente y recíprocamente? ¿No cabría te
mer que esta situación impidiese la puesta en marcha
0 la caracte rización de un verdadero proceso analíti
co, y no permitiese sustentar una homología viable en
tre análisis individual, por una parte, y psicoterapia
individual o psicoanálisis de grupo conducidos cara a
cara, por el otro, en cuyo caso estos últimos se debe
rían conformar con una filiación puramente referen
cial e indirecta respecto del psicoanálisis y de Freud,
aunque los conduzcan analistas muy auténticos?
10 Quienes por
su parte desempeñaron un papel en su defini
ción, por ejemplo S. Ferenczi en 1910, 1918, 1927 (cf. Oeuvres com
pletes).
53
más libertades que él mismo haya podido tomarse res
p ecto de ese dispositivo en ciertos momentos, fue sólo
una ocasión, en el mejor de los casos un pasaje obliga.
do de la historia, en el descubrimiento de lo «analítico»
o del 11psicoanálisis11 en el sentido lato, que por lo tanto
se basaría por completo en el aprendizaje de una acti
tud psíqu ica independiente de toda proxemia o dispo
sición espacial 11ad hoc11.
2. O bien el dispositivo freudiano concretado a par
tir de la experiencia del fundador está unido de mane
ra intima y constitutiva con la episteme psicoanalíti
ca. Y cambiarlo o alterarlo, por poco que fuere, no de
ja de traer grandes consecuencias para la pureza y aun
para el carácter propiamente 11psicoanalitico11 del pro
ceso correlativo. Y esto, con abstracción (para no con
fundir los problemas) tanto de los beneficios especí
ficos l 1 aportados por las nuevas técnicas cuanto del
valor personal, como psicoanalistas 1eclásicos11 auténti
cos, de los médicos a cargo, en cada caso, del disposi
tivo o de los dispositivos considerados.
54
sional, o no, de las consultas plurales (familias, pare
jas). así como de la conducción de grupos de trabajo
psicoanalítico de diversos tipos, empeñados en prácti
cas terapéuticas o de asesoramiento psíquico (de los
psicodramas a los grupos de formación), nos enseña
que en ellos ocurre ccalgou que (por intermedio del ana
lista, sin duda) udebeu mucho al procedimiento propia
mente analítico, sin que por eso consigamos descubrir
los puntos de apoyo y las marcas esenciales de auten
ticidad en los dispositivos empleados. Esta contradic
ción es lo que se debe enfrentar y aclarar.
No nos desembarazamos del dilema así planteado
con el fácil expediente de atribuir los efectos observa
dos a la sola persona del analista en ejercicio y a lo
que él pueda comunic� a los otros: sería desdeñar la
realidad de esos ccotros11. Y tampoco, con admitir que
la importancia del apuntalamiento sobre el encuadre
sensorio-perceptivo es en definitiva desdeñable, por
que sólo debería su papel histórico en el desarrollo del
psicoanálisis a alguna idiosincrasia histero-fóbica, ca
rente de verdadera significación, de la personalidad de
Freud; ni aun, con señalar la simplicidad que por fuer
za exigían, ccal comienzo11, las condiciones de estudio
de una situación extraordinariamente compleja, que
después, mediante la experiencia, se ha vuelto más fá
cil de aprehender en toda su riqueza sin perder por
eso su control. Agrego que las posiciones que he enun
ciado párrafos antes excluyen también que podamos
conformarnos con caracterizar la dimensión upsico
analítica11 por la sola intervención, cualquiera que sea
el procedimiento, de un efecto de interpretación de lo
latente que está bajo lo manifiesto, o de acceso al pen
samiento de lo reprimido; porque existen muchos otros
abordajes verbales, psicoterapéuticos o no, que utili
zan (o desencadenan) tales recursos.
55
V. La proxemia analítica en sentido propio
Y el extraño espacio trasfero-
contratrasferencial
Es preciso por consiguiente retomar las cosas desde
su misma base. Considero indispensable, en este asun o
t
p uesto que está en juego la referencia freudiana, in te �
rrogar más la metapsicología personal, así como la na
turaleza íntima de los procesos de identificación d e
quienes interactúan en las variaciones trasferenciales
Y con tratrasferenci ales que por fuerza traen consigo
los acondicionamientos específicos del encuad re sen
sorio-perceptivo en que se basan y de que se valen las
prácticas aquí consideradas y discutidas; y producir
esa interrogación desde el ángulo de lo negativo y de
la negatividad; acerca de esto, expreso mi reconoci
miento a D. Anzieu, A. Missenard y R. Kaes, quienes,
en el marco del CEFFRAP, han puesto la cuestión a
la orden del día de manera directa en su propio cam
po. Porque, lo repito, de negativo y de negatividad el
psicoanálisis no ha dejado de ocuparse desde sus orí
genes; en verdad, con lo uno y con la otra se constitu
ye en su operación misma.
Ahora bien, existe al menos algún atisbo de que
el gran ausente del encuadre sensorio-motor de las
prácticas grupales o institucionales (como, por lo de
más, de las prácticas terapéuticas duales o plurales de
nominadas ,,cara a cara11) no es otro que . . . la ausen
cia misma: la ausencia en la demasía de presencia. Hay
en las prácticas cede cara11 preterición de la desapari
ción misma, en el espacio viso-motor del paciente, de
lo que constituye el soporte trasferencia! central: abro
gación, en consecuencia (o denegación tal vez), de la
interdicción freudiana fundadora del tocar y del ma
nipular , y de las caricias o ataques por la mirada. 13
La problemática es entonces de peso, en particular si
56
se la refiere a una concepción como la que ha elabora
do D. Anzieu para el yo-piel: lo ccexterior» y lo ccinterior»
entran aquí en conexión en contra-fase de una mane
ra muy distinta que en el procedimiento de Freud ...
A decir verdad, por imperativo que sea el proble
ma de las consecuencias de esta situación, no se lo po
dría ni enunciar ni tratar en un lenguaje chatamente
experimental. Para abordarlo, y tal vez para resolver
lo, tenemos que razonar en función de los propios con
ceptos de Freud. Lo mejor será, por eso, centrar la re
flexión en el trabajo de la trasferencia y la contratras
ferencia, por lo demás muy invocado, tanto por los
analistas que emplean el cara a cara como por los que
se han interesado en los grupos de diversa índole.
No me canso de destacarlo (1988b), con otros auto
res: el proceso psicoanalítico se define desde el origen
por el nexo vivo trasferencia/contratrasferencia. Aho
ra bien, ese nexo dinámico es con demasiada frecuen
cia ocultado, en el discurso analítico, tras la dimen
sión temporal formal (muy importante, por lo demás)
referida al número y aun a la duración de las sesio
nes, en lo cual el dispositivo espacial permanece en
la sombra o se da por sobreentendido. Trasferencia y
contratrasferencia no se organizan y, sobre todo, no
se articulan una a otra por obra de la sola repetición
en el análisis. Necesitan de esa extraña variedad de
e�pacio en que el ccuno» (o el otro) está situado detrás
del ,,otro» (o del uno): se pongan o no mayúsculas, co
mo gustaba de hacerlo Lacan, al Otro, y hasta al Uno,
para marcar la inevitable deriva trasgresora idealizan
te, o la sobrestimación fantasmática engendrada por
la falta de represental?ilidad integral. Contrariamente
a lo que se haya podido decir a veces (y yo mismo me
vi tentado no hace mucho tiempo, en 1974, por esta
posición), 14 uel espacio psicoanalítico,. generador es pri
mero espacio corporal, espacio de cosa antes que se
internalice en espacio psíquico. De psíquico que era
57
en m ayo r o menor medida (más en el analista, m enos
en el paciente), tiene que regresar, en el origen de la
c ura, a su apuntalamiento físico, en el ,,emplazamien
to11 del proceso.
Desde ese momento, se engendra el efecto de iden
tificación doble (aunque en parte disimétrica en quie
nes interactúan), que mencionamos antes; e institu
ye, precisamente, lo que se ha llamado 11regresión11 psi
coanalítica. Regresión, por consiguiente, que ante todo
es tópica (la tópica exige el resto: dinámica y econo
mía), 15 y que obedece a la confusión de las fronteras
representables de la imagen de sí y de la imagen del
otro, del ,ccomplexus psíquico» del otro-semejante- pró
jimo (Nebenmensch) y del complejo del yo (lch), tal co
mo Freud los entendía ya en 1895 (en particular, en
el uProyecto de psicología»).
Esa confusión o ese recubrimiento parcial, nudo ge
nerador de la trasferencia y de la contratrasferencia,
se liga a la deslocalización, debida a la técnica, de la
fuente de los mensajes sonoros en tanto reconoce, en
el ser humano, una definición natural por las conver
gencias sinestésicas de visión-audición-prensión. 16 Es
tas convergencias se quebrantan en la cura (sobre to
do por lo que toca al paciente), tanto por la proximi
dad corporal del compañero, que trasgrede los límites
vivenciados de seguridad del yo, como por la pérdida
de los contactos visuales y manuales, sin supresión de
los contactos auditivos ni del trabajo de habla en bus
ca de las palabras destinadas al compañero. Trasferen
cia y contratrasferencia proceden, en estas condicio
nes, de una cuota de confusión identiflcante primaria
con otro, que de repente vuelve a este otro gestionarlo
de aquello que ocurre a espaldas del yo. La investidu
ra, en consecuencia, parte en busca, por vía asociati
va, y en el seno de las huellas que forman "la imagen
del otro», de las huellas referidas a la propia identidad
58
y a la localización tópica del C(sí-mismo11; y ello, con el
solo recurso de las palabras.
De ahí todos los fenómenos asaz sorprendentes que
conocemos y que hacen de la trasferencia (y, de ma
nera correlativa, de la contratrasferencia, que empero
es menos desarraigante en la medida en que el con
trol sensorial se conserva más en el caso del médico,
y que existen aprendizajes anteriores específicos) no
sólo un desplazamiento proyectivo de los deseos so
bre un objeto inapropiado, sino también (lo dice el tér
mino alemán) una ccdelegaciónu de poder, una «tras
misión de pensamiento (Gedankenübertragung), un
11
diccionarios comunes.
Desde luego que este extraño fenómeno alienador
(especie de alteración del yo, de Ichveranderung tran
sitoria y situacional) 17 sólo se puede gobernar y utili
zar porque la parte estable del dispositivo, o sea, el en
cuadre material del ambiente «de cosau, el consultorio
del analista y las constantes témpora-espaciales de la
cura (que son susceptibles de observación perceptiva
por parte de los dos compañeros) se mantienen a res
guardo de la confusión, y se los restablece si fallan.
Examinemos en consecuencia, ante todo, lo que cam
bia y lo que permanece de ese recubrimiento trasfero
contratrasferencial cuando se pasa del dispositivo clá
sico a otra proxemia, dual o grupal, cara a cara. Pero
para ello no basta interrogar los solos efectos genera
les de distancia y de desigualdad de control del cam
po perceptivo. Si la existencia de la trasferencia y de
la contratrasferencia deben globalmente mucho a la
proxemia freudiana, la dinámica, el proceso de traba
jo de la trasferencia y la contratrasferencia no son en
verdad inteligibles si no se toma en cuenta de manera
17
. Cf. la noción d e alteración d e l yo que Freud explica en «Aná
liSis terminable e interminable u (1937a). Si esta alteración es irre
�erSible a causa d e la historia del paciente o, peor aun, a causa d el
1 fortunado desenvolvimiento d e la cura, e l psicoanálisis es imprac
?
ticable o evoluciona en un s entido perverso.
59
todavía más exacta, en el esquema corporal, el p
os
cionamiento relati vo, antes mencionado, de los que ni
i
teract úan. Nada hay psíquico que no se apuntal e tér
mino por t é rmino en el cuerpo. En consecuencia, al
cara a cara, y aun al lado a lado de los dispositivos pos
freudia nos o sistematizados después de Freud, es pre
ciso oponer, más que nunca, el cara a espalda o el es
pa lda a cara del dispositivo clásico de referencia, al que
yo otorgo la mayor importancia. en su vínculo con la
analidad y la oralidad, que ya hemos mencionado.
60
(en las huellas mnémicas), y contiene, la perturbación
funcional natural de la imagen de sí que es consecuen
cia del dispositivo empleado, lo que permite emplear
la mejor reduciéndola por la interpretación, que hace
intervenir la función mediadora del preconciente.
Según mi punto de vista, el conjunto de ese dispo
sitivo propio del análisis, conjunto que desaparece en
concreto si las posiciones materiales cambian (aun si
se puede seguir imaginando su presencia implícita o
referencial), confiere al trabajo psicoanalítico -entre
trasferencia y contratrasferencia- el valor de una es
pecie de travesía organizadora de lo imaginario, que
así es deslocalizado y después repatriado, por un lite
ral tras-torno. Durante el curso de este último, lo que
en realidad se trabaja con ayuda de las palabras 18
en �a Durchfl:rbeitung freudiana (gracias a los efectos
dinámicos del desequilibramiento 19 interpretativo, por
aplicación del ((operador negativo» analítico a la iden
tificación arcaica primaria del analizado y de su do
ble) es la ligazón de lo oscuro y de lo claro, de lo incon
ciente y de lo conciente, de lo pasivo y de lo activo, de
la incorporación oral y anal, y de la introyección o de la
proyección: trabajo, en suma, que otorga o devuelve
un estado de sinergia, dentro de una suerte de tractus
trasferencia-cohtratrasferencia, de un aparato de ges
tión y digestión de los fantasmas, que permanece más
o menos reversible en el tiempo de la cura. Lo oscuro,
lo irrepresentado, lo negativo por defecto de las pul
siones del analizado le es devuelto entonces por el in�
conciente y las asociaciones interpretativas del ana
lis�. que desencadenan o reaniman las del paciente,
Y loUevan a una representación cuyo negativo por ex
ceso de sentido se deberá corregir a su vez. Ello hasta
que el doble tras-torno de esta travesía del inconcien-
61
te p or lo que, de manera ab usiva, recibe de otro al mis
m o tiempo que lo deposita en este, termine por hacer
reserva, deje un sedimento que se pueda identificar
con el sentimiento sostenido y la investidura del yo
(lch = j untamente ,,Je11 y c,me11) como autor, luga r y mo
mento psíquicos de la oscilación fantasmática de ade
lante atrás y de atrás adelante que arrima entre sí los
dos procesos, trasferencia! y contratrasferencial. En es
te luga r preciso, en este punto estricto de la tópica,
se discierne en fin, y emerge en el analizado, sin po
der ni verse ni aprehenderse, un otro, un tercero irre
presentado, que es irrepresentable a título definitivo:
el más recóndito y el más sostenido de todos, sustraí
do a su propio saber sobre la operación instituyente
con que se instituye. Esto irrepresentado es poder de
negación creadora, de ordenamiento y de elección, •ne
gativo de vida» entre la ausencia y la presencia, la ad
hesividad al apuntalamiento o a sus sustitutos figura
dos y el abismo del desapuntalamiento, la alucinación
negativa y la positiva. Adosado de manera directa a
la realidad biológica del individuo, se trata de su posi
bilidad de perdurar en todos los compromisos adapta
tivos que consiente al ambiente.
¿Qué ocurre, desde este punto de vista preciso, si
el dispositivo que lo desencadena y lo sostiene cam
bia en el sentido que venimos estudiando? La travesía
del yo por lo que le ocurre a sus espaldas, devuelto
por la lectura trasfero-contratrasferencial del analista,
no puede al parecer efectuarse como lo expusimos, y
las fuentes pulsionales operantes no pueden sin duda
al final localizarse de la misma manera, porque antes
nunca fueron, correspondientemente, des-localizadas
y cuestionadas en concreto. ¿Queda algo de psicoaná
lisis? Y si queda, ¿cómo?
62
VII. El papel de las fuentes colaterales en
los nuevos dispositivos
Sostengo la hipótesis de que las fuentes colatera
Jes20 de la pulsión adquieren, en estas nuevas condi
ciones, una importancia rectora. La imagen del ana
lista, alojada en una percepción clara y más distinta,
funciona sólo para unificar de manera positiva como
un foco situado por delante, para federar, con el auxi
lio de un trabajo de clarificación verbal, las proyeccio
nes oscuras que brotan de la participación colateral
identificante del compañero, sea con el cuerpo del gru
po, sea con mensajes difusos del ambiente, a los que
lo ligan sus propias vivencias corporales irrepresenta
das. No parece haber, salvo de modo analógico, un tra
bajo de internalización profunda que pasara directa
mente por la proxemia psíquica de encajamiento que
he mencionado, sino que se produce una condensa
ción de indicios colaterales oscuros sobre lo percibido
f(en exceso» del analista.
De ahí, creo, el predominio de la fantasmática oral
primaria y de los funcionamientos histéricos, depresi
vos y persecutorios más arcaicos en esás situaciones,
así como la dificultad de elaborar en ellas la analidad
en su función individuante estructurante. Y de ahí, tal
vez, la naturaleza de los efectos obtenidos por esos
abordajes, como métodos-de formación o de terapia.
Son idóneos para producir progresos sintomáticos con
siderables por medio de identificaciones empáticas a
menudo incorporativas con el comprender del analis
ta y con las actitudes de los otros miembros del gru
po, pero lo son menos, sin duda, para modificar en pro
fundidad la economía del yo. La identidad se queda,
en cierto aspecto, dependiente -dentro de límites ra
zonables y triviales-, si bien sensibilizada para otras
posibilidades, de las proyecciones operadas y ligadas
sobre 21 el terapeuta, sin poder ni retomarlas ni aban-
20 Tal como Freud las describió en Tres ensayos de teoría se
xual, y en otros textos. Su importancia ha sido bien advertida por
J. Laplanche (Problématiques, 1975-1987, y. más recientemente,
Nouveaux fondements pour la psychanalyse, 1987b).
21 Más certero, quizá, que decir en el terapeuta.
63
donarlas por completo con miras a un verdadero due
lo por los apegos a los objetos sobrestimados del in
conciente, que en este caso se mantienen en una de
pendencia mayor respecto del mundo exterior.
VIII. Lo originario
64
IX • Para concluir? Lay dialé ctica del
af�e�a y del adentro, los caminos de la
interi oridad
Mi conclusi ón hará justicia, creo, al peso de la rea
r dad del encuadre freudiano originario, a la que de-
m1 uestra encontrarse ligada la operación psicoanalíti
ca, considerada en su esencia . No por nada los diver
sos métodos de análisis de los (o por los) grupos, y las
terapias anal íticas duales o plurales cara a cara, se pre
sentan a los mismos que los practican como depen
dientes. en su antes y su después, de la cura psico
analítica original. No pueden ser ejercidos, ni, sobre to
do, dirigidos de manera válida sino por personas que
tengan una real experiencia psicoanalítica ctdual» clá
siéa. Y con bastante frecuencia conducen a quienes se
som eten a ellos, a emprender un análisis personal, si
sus efectos se ciegan o se los considera demasiado li
vianos o frágiles.
Freud, que sabía, por sus buenas razones, sobre los
grupos y las terapias ctacondicionadas» mucho más de
lo que se ha querido creer a veces (me parece que lo
han hecho comprender de manera suficiente investi
gaciones como la de R. Kaes, que siguió los pasos de
la de W. R. Bion, así como la de D. Anzieu), compren
dió perfectamente, creo, las circunstancias que acabo
· de mencionar. De las reuniones de los miércoles a su
relación con la ctfamiliau del pequeño Hans, pasando
por sus reflexiones teóricas de Tótem y tabú (1913b),
de Psicología de las masas y análisis del yo (1921), de
El malestar en la cultura (1930), de El porvenir de una
ilusión (1927b) y de Moisés y la religión monoteísta
(1939), se había formado sin duda una clara idea del
valor proyectivo del ambiente perceptivo humano, co
mo relé necesario, pero también como pantalla y lími
te de los procesos de interiorización estructurante. Sa
bemos bien que debió escribir Tótem y tabú para lle
gar a la metapsicología de 1915-1918, y Psicología de
las masas y análisis del yo para desembocar en la ge
_
m� P:ofundización de sus concepciones del aparato
P�1�u1co, que produjo de 1924 a 1930. Pero todo ocu
mo como si hubiera debido, en varia ocasi es, sa-
s on
65
!irse del encuadre de la cura y considerar un momen
to ude cara11, por la teoría, la realidad material de las
confrontaciones sociales, para poder darle de nuevo la
espalda y volver a la interioridad sin apoyo sensorial
visual actual sobre el analista del dispositivo origina
rio esencial al psicoanálisis.
66
3. Comentarios sobre el texto de
J. Guillaumin
Julia Kristeva
l. La noción de negatividad
Al tiempo que se apoya en la reflexión de otros ana
listas contemporáneos, la interpretación que usted
ofrece de la Verneinung renueva de una manera radi
cal la comprensión del texto de Freud, tal como lo hi
cieron los escritos canónicos que se le dedicaron (La
can, · Hyppolite).
1. Con su insistencia en la oralidad y en el organi
zador anal, usted rehabilita el carácter heterogéneo de
la negatividad freudiana; símbolo de la n�gación y jui-
67
. por una parte. pero tamb ién pulsión, por la otra:
CIO, .
t ºb t · de1 orga-
aunque se piense que es siempre n u. ana .
nizador simbólico, de todos modos nos invita a pensar
un registro de la representación psíquica diferente del
registro del lenguaje y _del juicio. 11El "no" es una re
presentación que no d��a de ser un _acto, y un acto que
es ya una representac1on 11• ha escnto usted en un nú
mero reciente de la Revue Fran�aise de Psychanalyse
(1987. 2, pág. 1177): «Es un híbrido en los confines del
acto y de la palabra» (ibid.).
Esto lo lleva a usted a hablar del dispositivo analí
tico como de una 11trampa para lo negativo» (supra. ca
pítulo 2). que opera una «desligazón localizada en fo
co». un 11cambio por tránsito. cambio transitivo. cam
bio transicional». A propósito del dispositivo analítico,
acude a su pluma la imagen de un «paso estrecho, has
ta como un esfínter», en el que 11se trata de la elabora
ción de un cambio de sentido de la proyección o de l�
introyección», con apoyo en las paredes del encuadre.
Estos dichos me invitan a definir como un esp�éi�
imaginario el espacio analítico por donde transitan)o
negativo heterogéneo Uuicio y pulsión, palabra .
y ác�
o
y el proceso de simbolización-desimbolizació:q:rgp�e..-
sentación psíquica no verbal. ¿Cuál es el objet�m
que trabaja, y sobre el que trabaja, el psicoan@ , ,
La interfase representación lingüística/representac
pulsional, en virtud de lo cual la interpretaciól),P�i,
cida en la palabra toca, por intermedio de las re
sentaciones pulsionales, el registro bio-fisiológt�0.
imaginario es la manifestación fenomenológica d
ta inter-fase. de este tránsito entre representació
güística y representación pulsional. 1
El término 11imaginario» se encuentra en Lacan ,
ro su definición es en él poco precisa y, en tQ.(:ip
en última instancia. peyorativa. porque lQ _s.ttúa
fecto con relación a la verdad simbólica. Pr'ºp.Pnj
tender por imaginario:
68
versas praxias preverbales movilizadoras de los regis
tros sensoriales (táctil, olfativo, visual, etc.};
los procesos primarios que dominan esto semiótico;
los objetos parciales internos a la identificación es
pecular inacabada (por ejemplo, la mirada);
la reduplicación narcisista y la identificación pri
maria.
69
discursiv a11; pero lo descarta porque piensa que hay en
Fre ud una simple ccintersección de lo simbólico y de
lo real, que diríamos inmediata, en tanto se produce
sin intermediario imaginario11 (ibid., pág. 383).
Lo imaginario como lugar de operación de lo nega
tivo en tanto es un tránsito entre oralidad y analidad,
adent ro-afuera, semiótico-simbólico, acto-pensamien
to, permitirá comprender mejor el estatuto y los ries
gos de las curas 11sin diván11.
70
marca., ,signo, .símbolo. En efecto, si lo esenc1•a1 de la
repres10n pers1ste, ocurre que, en virtud de la d'1al -
· bo1o de 1a nega ecti-
ca del s1m .
ción una parte de lo reprim
., ' i-
d o es retirada de la puls1on traumática, sea esta de vi-
da o de muerte, y es trasferida a otra dimensi·o·n. Ese
A' ) de lo negativo produce la inte
trasporte ( metd.J.ora lec-
ción.
Esta positivación del concepto de ««renuncia» a tra
vé s de la noción de un «negativo» en trasposición (en
metáfora) se produce a condición de mantener la fá
bula de los orígenes. Lo imaginario de Freud es atraí
do por lo originario, 1 y en este punto él establece un
origen pulsional del intelecto. Sin embargo, esta fábu
la se despliega a través del presupuesto implícito de
una precedencia simbólica; no sólo porque lo «origina
rio» es deducido de la resistencia en análisis, sino tam
bién porque el infans oral/anal está sometido a una exi
gencia dicotómica de interiorizar/rechazar, construida
por el observador según el modelo de la afirmación/ne-.
gación. Así, a la vez diferenciados e imbricados, lo ima
ginario y lo simbólico deben ser articulados. El estu
dio de 1925 deja en suspenso la cuestión de las pre
condiciones que aseguran el paso -el tránsito- de la
pulsión al símbolo: ¿a través de qué «estaciones» de la
identificación se produce ese tránsito?
Acaso El yo y el ello ( 1923) respondé;l a la cuestión
de determinar el tipo de identificación sobre el que se
apuntala, no el juicio como acto del superyó, sino ese
símbolo primero de la negación que traza las fronte
ras inestables adentro/afuera, afecto/sentido, represen
tación psíquica de la pulsión/representación de pala
bra, y que quizá la piel haga aparecer en la obra de
Anzieu. Freud habla del «padre de la prehistoria indi
vidual,,: conglomerado de los atributos sexuales de los
dos progenitores, soporte de los primeros apartamien
tos, desplazamientos, desgarramientos con miras a
una identidad para alguien otro fuera de la fusión nar
cisista.
licado de Freud
Cf. el último de los textos que se han pub
1
Cl915a).,
71
En definitiva, si admitimos la concepción que u s
ted sustenta sobre lo negativo como transición, nos ve
mos llevados a pensar:
72
ese c as o, mi interpretación vuelve negativo el signifi
cante que la paciente vive como absurdo y desvi tali
zado; va en busca del deseo y del odio por la vía de
interpretar la voz. ccEl método analítico ( . . . ) procura
remover, extirpar algo11, escribe Freud en ccSobre psi
coterapia11 (1904). Como el escultor, el analista opera
per via di levare (y no sólo per via di riservare, como
usted dice).
Más aún, es desarticulando el significante desvita
lizado y negado, y devolviendo en consecuencia al pa
ciente su agresividad reprimida y haciéndola obrar
dentro del significante mismo, como el analista puede
descomponer una palabra en sílabas y recomponerlas
después, según la justeza imaginaria que le permita
su empatía con el paciente, para revelar el sentido in
conciente de una simbolización primaria del afecto,
que precisamente no pasa por el juicio del lenguaje.
Así, de regreso de Italia, mi paciente me habla de
un sueño de c,tortionnaires11 [torturadores] que la deja
impasible; por mi parte, sumergida en otro fragmento
del sueño sin color y sin palabras, torturo esa palabra
•tortionnaire»: oigo en ella torseliolnaitrelpas naitre
[torso/yo/nacer/no nacer] y, con este nuevo ccinjerto de
significante», permito a la analizando decir por fin su
queja narcisista que es de ser estéril, su deseo de reen
contrar el torso nunca tocado por su madre [enferme
dad de la piel, dificultad motora de la infancia] y esta
blecer el enlace con otro .sueño en que ella da a luz
una hijita, el retrato rechazado de su madre . .
Este tipo de interpretación procede, si queremos re
tomar la imagen de Freud, per vía di levare: remueve
el significante irrealizado por estar separado de las ins
cripciones psíquicas presentes pero indecibles del do
lor. Pero procede también por ,cinjerto imaginario11: des
de mi identificación con el dolor de la paciente, for
mulo un deseo que ella no sabe decir, el de restablecer
el lazo madre/hija por medio de un embarazo y un par
to. C•torse-io-naitre/pas naitre11). Formulación a su vez
einegatlvaN, condensada y fragmentaria, que pretende
ser cómplice pero que, además, por su aspecto elípti
co, no es una prótesis fantasmática, reparadora de las
carencias imaginarias. Pero hace de cebo para lo ima-
73
ginario propio de la paciente, logrando que ella ((renun
cien a la parte maníaca y destructiva de su depresión
(los tortionnaires), pero sin eliminar esta parte, sin o
duplicándola (yo torturo la palabra, le devuelvo la vio
lencia negada), y permitiéndole, a través de esta cir
culación de identificación y de proyección, formular
de otra manera su dolor (en este caso: el discurso de
la esterilidad y del deseo de dar a luz). A esta negati
vación que genera el acomodamiento del significante
en las huellas semióticas de la pulsión, prefiero llamar
la 11 perdón»: un dar de más, por encima del retraimi en
to y la dislocación, antes que un urenunciamienton.
74
miotización del afecto que, en ausencia de esta solici
ta ción , permanece negado y segregado de la palabra.
La intervención directa del terapeuta que de este mo
do se sale de su retraimiento, reconstituye el encua
dre familiar y relanza de manera activa las identifica
ciones, no sólo superyoicas, sino también fraternas y.
sobre todo, la identificaci ón primaria garante de una
inscripción no culpabilizadora del afecto. ¿Salva el psi
coanálisis de grupo las insuficiencias imaginarias de
ciertas interpretaciones clásicas, su rigidez demasia
do formal. demasiado fiel a los conceptos del funda
dor, o demasiado frustrante al servicio del poder del
amo?
Sin embargo, se advierte que esta ,dmaginarización 11
de la terapia de grupo se apuntala en el padre ideal
que es también el del ... perverso. Para no convertir
se en oficina perversa, eltratamiento cara a cara, co
mo las terapias de grupo, exigen del analista esa inte
riorización del cctercero ausente» de la que habla el in
forme de Guillaumin, esa ccpresencia oculta» que remite
en efecto a los antecedentes del analista.
ébmo usted ha señalado muy bien este aspecto de
la escucha, lo que me queda es insistir en su correla
to: el doble solidario de ese cctercero» debería ser el pa
dre amante' de la prehistoria individual que favorece
el desencadenamiento de la negatividad primaria, la
semiotización primaria del afecto gracias a la cual se
asegura la auto-representación inicial del ser hablan
te, su ccpiel» semiótica. El analista de grupo, pero del mis
mo modo el psicoterapeuta de niños, se disuelve -se
negativiza- y flexibiliza su ccorganizador anal» en tan
to asume esta función imaginaria que lo sitúa en em
palia con su propia regresión o perversión. Si lo evita
ra, no haría labor de analista. Si llega hasta perder su
voz y su piel en un descentramiento radical, pero a
condición de volver con efecto de boomerang a esa dis
tancia interna ordenada en él por el cctercero ausenteu,
he ahí lo que puede a la vez ampliar y garantizar el
campo analítico en el seno de una terapia de grupo.
La interpretación ccdespega un ángulo de la identifica
ción narcisista••· Es cierto que hace falta que la identi
ficación narcisista ya opere; y un aspecto esencial de
75
la'intervención analítica se dirige a esto, donde el ana
lista arriesga su imaginario y su identidad, en cara a
éara. y eri grupo más que en el sillón, tal vez. No lo
llamaremos una perversión, puesto que se engendra
uria simbolización, es decir, la negación del acto y del
afecto por el discurso, un discurso ensanchado hasta
sus capacidades de nombrar el afecto doloroso, inhi
tildor o sintomal porque innombrable.
76
Para responder a esta pregunta, se impone un co
tejo más sutil de la aventura freudiana con la religión,
por una parte, con el arte, por la otra. El interés de
los psicoanalistas por las obras de arte se sitúa sin nin
guna duda en esta perspectiva.
Para esquematizar, recordaré la manera en que el
arte de fines del siglo XIX enfrentó al nihilismo. Cuan
do Mallarmé descubre que ,,mi pensamiento se ha pen
sado», o que 11 la destrucción fue mi Béatrice», se propo
ne o bien inscribir cela música en las letras», o bien ha
cer pasar, en el encadenamiento codificado de los versos
poéticos, la dislocación de la demencia (es el proyecto
de Igitur y de Un coup de dés); es esto mismo lo que
ocurre cuando Lautréamont satura la provocación ro
mántica o azarosa de los Pensées de Pascal o de La
Rochefoucauld. Sin referencia a Nietzsche, pero soli
dario con él, el arte de la época sobrepasa el nihilismo
ensanchando las fronteras de lo significable. Lo arcai
co, lo narcisista, la destrucción, se inscriben en el len
guaje, y el lenguaje resulta revitalizado por esta inva
sión. La pasión de las palabras y de los juicios, puesto
que es una pasión, no destruye la significación sino
que la vuelve polifónica, perversa, placentera, viva. Lo
imaginario de vanguardia pasa a ser el nexo de unión
entre ley y psicosis, juicio y pulsión. ¿Fracasa aquí el
juicio? No, transita hacia lo heterogéneo a él, que, con
ese tránsito, no lo destruye sino que lo nutre.
El discurso analítico toma prestado ese procedi
miento, en su práctica y en sus conceptos. Pero inte
gra lo imaginario en un afán de investigación científi
ca. Integra lo imaginario en su desprendimiento de la
ilusión teológica. Pienso que esta pregnancia de lo ima
ginario sustrae precisamente el psicoanálisis al nihi
lismo, y lo convierte en la forma más seria de la 11 gaya
ciencia». Pero, al mismo tiempo, lo vuelve inconmen
surable con las «pruebas científicas», y decepcionante
para los racionalistas estrechos. Porque, al movilizar
lo imaginario al servicio de una verdad provisional pe
ro afirmada, el psicoanálisis no hace de lo negativo un
nihilismo sino un proceso de renacimiento, un proce
so de reconstrucción.
Apuesto a s�s particularidades porque lo conside-
77
ti0 el único discurso capaz de sobrevivir a la nueva re-
·JJgión, la de los medios de comunicación social. Clips
�e imágenes sin otro sentido que el de asegurar el po
der narcisista ávido y destructor; ¿cuál podría ser su
antídoto, si no una experiencia de la palabra que en
sanchara al máximo sus economías imaginarias (para
-dar cabida al desenfreno imaginario propio de la épo
ca), pero sometiéndolas a la distancia, al retraimien
to, al centramiento provisional de un sujeto capaz de
conocerse? Las terapias ,,sin diván» podrían, acaso, fa
vorecer el acceso a este ensanchamiento imaginario,
iindispensable sin duda a toda escucha analítica.
4. ((Ser o no ser», en grupo. Ensayo
clínico sobre lo negativo
André Missenard e Yvonne Gutierrez
79
1. �upresión ert un grupo: un caso clínico
La situación de grupo de que aquí se trata es la si
guiente: una docena de participantes y do� analistas
se reúnen para unas jornadas de cuatro d1as, en un
· marco temporal (cuatro sesiones por día) y espacial de
finido: se han establecido reglas respecto de las moda
lidades de los intercambios durante las jornadas. Esta
situación, de la que tenemos experiencia desde hace
muchos años, y cuya teoría hemos elaborado, y tras
laboramos (D. Anzieu et al., 1972; R. Kaes et al., 1982;
A. Missenard e Y. Gutierrez, 1985), conjuga para no
sotros las siguientes particularidades: es el lugar don
de se articulan el funcionamiento psíquico individual
y la representación que cada uno se forma del grupo
como objeto imaginario. Los vínculos que en este se
desarrollan son, como lo había mostrado Freud para
las masas, vínculos identificatorios. Prevalecen aquí
la función del ideal, la problemática del narcisismo y
de la pérdida. Los analistas se mantienen atentos al
funcionamiento grupal que permite a cada participante
actualizar su relación con la representación que sus
tenta del pequeño grupo y de los analistas que lo han
reunido.
Antes de la primera sesión de las jornadas (cuyo
proyecto se concibió unos meses antes en el marco del
Círculo de Estudios Franceses para la Formación y la
Investigación Activa en Psicología, CEFFRAP), inter
cambiamos nue�tras reflexiones, nuestras disposicio
nes psíquicas: uno se queja de la supresión que lo ha
marcado recientemente en su vida, e informa sobre un
sueño: uUno no puede tener dos amantes al mismo
tiempo. ¿Cuál es el fundamento, la legitimidad de es
ta prohibición? El otro responde en eco a aquella su
11•
80
otros, de manera repetitiva , tratan de impedir que se
establezcan los intercambios. Una imagen del funcio
namiento del grupo se recorta poco a poco ante nues
tros ojos; la traducimos en una intervención: frente a
nuestra pareja, ellos no tienen otra opción, al parecer,
que comportarse como niños juiciosos o bien como ni
ños terribles que interrumpen todo intercambio ver
bal que se quiera establecer, sobre todo entre los hom
bres y las mujeres.
Esta verbalización de la imagen que tenemos del
grupo produce un efecto inmediato sobre Barbara, par
ticipante muy reservada desde el comienzo de las jor
nadas; ella evoca entonces su pasado, es decir, la su
presión en que en aquella época se mantenía/era man
tenida en la familia numerosa en la cual creció. En
nosotros, esta supresión entra en resonancia con la que
evocamos antes de la primera sesión. Nos remite tam
bién a la evocación insistente de la pareja por parte
de los que participaban de la jornada, y nos conduce
a trabajar, entre sesiones, sobre nuestro funcionamien
to de pareja: descubrimos que una especie de c,conten
to11 agradable, pero poco movilizador, se ha instalado
entre nosotros, bajo el signo de la supresión. Pero este
descubrimiento es el fruto de un trabajo psíquico im
portante: para iniciar el análisis fue preciso superar,
no sin trabajo, obstáculos interiores, en particular el
miedo de imposibilitar de ese modo toda colaboración
ulterior.
81
� · En el contexto de las jornadas, como en el de las
masas (S. Freud, 1921), los movimientos regresivos
son importantes. Pero aquí se hace sentir la ausencia
de jefe, de objetivo común por alcanzar o de proyecto
exterior por realizar, que pudieran acercar a los parti
cipantes y aportarles identificaciones. En la regresi ón,
cada participante se ve enfrentado con los analistas,
menos en la persona misma de estos que en las imá
genes con que cada uno los viste y que descubre en
sus reservas, aquellas que él ha constituido en la épo
ca de los comienzos.
Ahora bien, para los participantes, las jornadas en
su principio presentan las particularidades de una si
tuación de los comienzos, si no de los orígenes: ¿quié
nes ·somos, de dónde venimos para estos analistas de
esta asociación? He ahí la pregunta -una pregunta
por la identificación, de expectativa identificatoria
que surge implícitamente para ellos en ese encuadre.
Después de sus palabras de introducción, los ana
listas adoptan, en efecto, una posición de escucha y
de retraimiento. Los participantes, en consecuencia,
no pueden registrar otra cosa que indicios, signos de
la posición latente de los analistas, de su relación en
tre ellos y de lo que la representa. Ahora bien, de la
problemática de los analistas, en ese momento domi
nada por la supresión, brotan dos clases de significan
tes: su intervención en las sesiones y los mensajes no
verbales de que son portadores.
La intervención tomó por objeto a los hijos juicio
sos/hijos terribles. Los hijos juiciosos -¿como imáge
nes?- son, en esta sesión, evocadores de lo que une,
de lo que establece vínculos. Al contrario, los hijos te
rribles son los que impiden los vínculos o los rompen.
Con la intervención sobre los hijos juiciosos o terribles
se yuxtaponen dos significantes opuestos, que remi
ten a las dos dimensiones, positiva y negativa, de la
supresión.
Los mensajes no verbales vienen después de las pa
labras de introducción de las jornadas y de enuncia
ción de las reglas. Emanan de la voz en su intensidad,
su tonalidad, sus inflexiones, su timbre, etc.; también,
de la mirada, y de lo que los analistas dejan traslucir,
sin saberlo, de lo que los anima, los actúa ... o los su
prime. Mímicas, gestos, posturas trasmiten, del mis
mo modo, mensajes que los participantes reciben tam
bién sin darse cuenta, y que decodifican, cada uno a
su manera, según su problemática propia. 2
Barbara, que se encuentra en la misma expectati
va identificatoria que los otros participantes, pero que
ha sido marcada en su historia por la supresión expe
rimentada, es la más proclive a reaccionar a lo que en
ese nivel se trasluce de la problemática inconciente de
los analistas, y a apropiarse de esta. Al enunciar la su
presión, establece un puente, hace circular ese signi
ficante, enuncia un rasgo común entre una dimensión
(por el momento inconciente) de los analistas y uno
de los participantes. El papel central de la supresión,
y su presencia en el pensamiento de los analistas an
tes que comiencen las jornadas, conduce a trabajar su
relación con el origen.
83
zadoras para los analistas. Por obra, sin duda, de su
aspecto breve, intenso, incidental con relación aloco
tidiano del trabajo de la cura, este encuentro con un
grupo desconocido suscita en cada ocasión una fortí
sima investidura no desprovista de angustia. El grupo
futuro es objeto de una «preocupaciónn conciente e in
conctente por parte de los analistas. Estos se encuen
tran en la expectativa del grupo. Se impone la metáfo
ra del embarazo: el grupo «por hacer" es inevitablemen
te portador de las esperanzas, de los temores y del
narcisismo de los analistas.
A propósito de la «preocupación,•, Freud ha escrito
en •El caso Dora11 que uEsta preocupación {resto diur
no) { ... ) es incapaz de provocar un sueño. La fuerza
necesaria para la aparición de un sueño supone un de
seo. Es tarea de la preocupación procurarse un deseo
que pueda cumplir ese papel11. Freud considera "la preo
cupacióni• como ••el empresario del sueño11 que tiene
necesidad, para producir un sueño,. de recurrir al •ca
pital11 de los deseos inconcientes que emanan del pa
sado {S. Freud, 1905b). Y bien: no está prohibido inte
resarse por este aspecto uempresario11 del sueño en el
intento de registrar lo que significa esta «preocupación»
para el grupo y lo que revela de la contratrasferencia
previa del analista.
Esta consideración, que justifica interesarse por lo
que el sueño revela de los deseos y las preocupaciones
actuales, dejando de lado el deseo infantil, es válida
en la situación de la cura, así como en la del grupo.
Como lo señala Max Schur (1972, pág. 208), las aso
ciaciones con el material infantil pueden constituir un
medio de expresar pensamientos y deseos recientes
que son conflictivos en buena medida, y parcialmente
inconcientes. El trabajo del sueño, escribe Max Schur,
•puede operar genéticamente en dos direcciones: del
presente al pasado, del pasado al presente11.
La cuestión que aqui se plantea concierne a la uti
lización grupal de un sueño. No es evidente a prlorl
que el sueño de uno haya de convertirse en un objeto
común a la pareja de analistas. Pero, por una parte,
esa preocupación grupal es desde el comienzo una
preocupación compartida, que se inscribe en un pro-
84
yecto común: los analistas han elegido trabajar juntos
para 11hacer un grupo», según la expresión que se sue
le emplear. Han decidido en conjunto hacerlo en tal
fecha, con cierta forma (psicodrama o grupo de pala
bra, por ejemplo). Por otra parte, el sueño va a ser tra
bajado de una manera particular: cuando un analista
cuenta su sueñ.o a su colega, este no se sitúa en posi
ción de analista frente a aquel: no es cuestión de in
terpretárselo, ni de ayudarlo a interpretar su sueño.
El que escucha el relato, a partir de este mismo, aso
ciará por su cuenta y presentará sus asociaciones ne
cesariamente en relación con su preocupación perso
nal por el grupo. El sueño tiene cabida en los inter
cambios entre los analistas: se lo ha de considerar
como parte de sus asociaciones y de su trabajo común
de elaboración. Revela de este modo algo de su con
tratrasferencia, cuyos aspectos singulares se encuen
tran y se tejen para formar una trama común. Esta
trama común es también el reflejo de lo que denomi
namos la ínter-trasferencia, a saber, lo que se anuda
y se crea entre los analistas a propósito del grupo ccpor
hacer».
2. Relato de un sueño
85
cia un imposible más que una prohibición; por últi
mo, la pregunta acerca del origen. En el momento del
relato del sueñ.o, nuestras asociaciones se perciben
esencialmente centradas en la fórmula: 11Uno no pue
de tener dos amantes al mismo tiempo». La referimos
enseguida a los sucesos recientes que precedieron a
la sesión y que antes indicamos: en el curso de la an
terior reunión científica del CEFFRAP, se habían plan
teado algunos interrogantes, en particular: u¿Qué ma
terial privilegiamos en el curso de las sesiones?n. Y tam
bién: ««¿Cómo permanecer analistas en el curso de unas
Jornadas de cuatro días?n.
Nos habíamos propuesto dar razón de nuestra in
minente experiencia de grupo a fin de esclarecer estas
preguntas con la ayuda de un material clínico. A este
compromiso, que en ese momento nos parece de im
posible cumplimiento, referimos enseguida la fórmu
la del sueño, que se eleva como una protesta. Uno de
nosotros (A. Missenard), por su parte, había c«olvidado"
el mandato que habíamos asumido un poco apresura
damente. En lo que concierne a Y. Gutiérrez, se rebela
por la vía del sueño: no se puede servir a dos runos
a la vez, 11mirar por nosotros» y por la institución.
86
to (de)negativo (infra .. págs. 157-70). Un pacto así, se
ñala Kaes, tiene dos polaridades: una es organizadora
del vínculo y la otra es defensiva. El aspecto organiza
dor del vínculo es bien evidente aquí: los dos analistas
tienen literalmente necesidad, en aras de su narcisis
mo personal y de pareja, de evacuar el mandato. La
cuestión está en conocer el precio que pagan por la
satisfacción de esa necesidad. ¿Qué ,,dejan de lado» al
obrar de ese modo?
Muy pronto nos dimos cuenta de que el sueño y
el empleo que de él hacíamos tenían también un valor
de denegación. El mandato, recibido y aceptado en este
caso, no hacía sino poner más de manifiesto lo que en
cualquier circunstancia existe cuando analistas miem
bros del CEFFRAP deciden 11hacer un grupo». Los ana
listas/monitores son siempre los representantes del
CEFFRAP: los participantes que se inscriben en nues
tras jornadas lo hacen ante el CEFFRAP. Puede suce
der que cierto participante haga su elección en fun
ción de los monitores, pero no es la regla general. Es
a través del CEFFRAP y gracias a este como los ana
listas ocupan su puesto como monitores de grupo. La
necesaria toma de distancia se paga entonces, al me
nos, con una denegación, que es una denegación del
vínculo con el CEFFRAP y de la deuda hacia la insti
tución. Recordemos que, en el sueño, el grupo de co
legas se encuentra muy presente, pero, a la vez, re
presentado por un conjunto de sombras reducidas al
silencio y casi suprimidas.
Si partimos de la idea de la deuda, podemos ir más
allá y formular la hipótesis de que, por el atajo del sue
iio, es el fundador mismo el objeto del pacto (de)nega
tivo. La angustia, que en el sueiio acompaiia a la pre
gunta por el origen, no deja de guardar relación con de
terminado deseo de usuprtmir>, al fundador. So capa de la
distancia necesaria, y para organizar de manera efec
tiva el vínculo entre ellos, los analistas se ven lleva
dos a negar -o tal vez se trate de una desmentida
todo origen. No deben nada a nadie, no se originan si
no de ellos mismos, y así se sitúan como fundadores
sin historia.
Más que de un deseo de que muera el fundador,
87
es preferible hablar aquí de un deseo de uno existen
cia•. Se trata de un avatar del deseo de muerte, regis
trado por uno de nosotros (Y. Gutierrez) en ciertas cu
ras, y que se distingue del deseo de dar muerte por
las consecuencias que tiene sobre el funcionamiento
psíquico del sujeto y, sobre todo, sobre el sentimiento
de su propia existencia. En efecto, por udeseo de no
existencia,1 no se entiende el deseo de hacer desapare
cer a alguien que ha existido, sino del deseo, precisa
mente, de que ese alguien no hubiera existido, que de
algún modo resulte borrado y desaparezca sin dejar
huellas. Se comprende que cuando ese anhelo tiene
por objeto a un progenitor -y casi siempre es lo que
sucede-, no puede dejar de traer consecuencias para
la existencia propia del sujeto, que, al borrar toda hue
lla, se borra a sí mismo.
Nos vemos aquí frente a una especie de paradoja:
no se puede suprimir lo que es; ahora bien, la supre
sión procura que eso no haya sido. Esta paradoja re
aparece en esa mitología moderna que constituye la
ciencia ficción. En este dominio, son bien conocidas,
a propósito de los viajes en el tiempo, las denomina
das uparadojas temporales». La más célebre -la para
doja prínceps, se podría decir- es la siguiente, que
ilustra a la perfección los efectos del anhelo de no exis
tencia: el héroe se remonta al pasado, se encuentra con
uno de sus antepasados y, voluntariamente o, co;rno
Edipo, por accidente, lo mata. El héroe resulta en ese
mismo acto eliminado. Si su antepasado muere antes
de haber podido engendrar el linaje, nuestro héroe no
habrá nacido. El mismo se ha suprimido. ¿Pero cómo
pudo, si no existe, remontarse en el tiempo para su
primir a su antepasado? Si en lógica es imposible salir
de esta paradoja, ciertas curas muestran que empero
se la puede vivir, no sin pagarla a un precio muy ele
vado.3 Los autores de ciencia ficción supieron trasfor-
88
mar esta imposibilidad en aventuras, todas las cuales
desarrollan el tema de la supresión: esta potencia sus
efectos en el presente desde una supresión que se pro
dujo en el pasado, aunque hubiera sido ínfima.
89
Comprendemos que, en semejante situación, los
participantes tengan alguna dificultad para orientar
se. Uno de nosotros, A. Missenard (1982), ha descrito
en varias ocasiones la urgencia identificatoria que se
apodera de los participantes en los orígenes de un gru
po. Frente a esa pareja sin historia(s), se entiende que
ellos no tengan otra salida que suprimirse a su vez o
atacar irrumpiendo tan pronto se insinúa un comien
zo de vínculo. Es justamente lo que ocurre: tras una
tentativa de ataque al encuadre a propósito de los ho
rarios, sobreviene el empantanamiento en una sesión
que a los analistas les parece morosa y aburrida. En
ella importará -retomamos los dichos de uno de los
participantes- e1coserse la boca para hacerse entender
mejor11• Analistas y participantes se encuentran, en
efecto, en lo imposible, lo imposible de un futuro sin
pasado.
5.
La elaboración de la supresión por
parte de los analistas
90
6. La situación de los comienzos
La secuencia clínica referida en este texto se pue
de cons iderar como una situación de los comienzos:
comienzo de las jornadas. sin duda, pero también mo
mento previo· de la separación/distinción de los ana
listas respecto del CEFFRAP, comienzo de un grupo
constituido inicialmente como objeto imaginario tan
to por los analistas como por los participantes, esta
blecimiento de una identificación primera registrable
entre un participante y los analistas.
¿No se asemeja esta situación de los comienzos a
una situación de los orígenes, y no moviliza los mitos
y los fantasmas individuales que la figuran?
Lo que se desarrolla en el grupo ocurre -lo hemos
visto- en la descendencia de la prehistoria del grupo
y, según se lo ha señalado, como efecto del deseo in
conciente de no existencia o de muerte fantasmática
que toma por objeto al CEFFRAP y a los fundadores,
por parte de la pareja que toma distancia.
Por cierto que la investidura narcisista de esta pa
reja no deja de relacionarse con la posición del héroe,
tan admirado por Freud. Al tomar distancia de los fun
dadores, los analistas, como el menor de los hijos en
la leyenda, que era empujado por el deseo de su ma
dre, tienen que asumir este papel nuevo. Esto los lle
va a ser sobreinvestidos, idealizados, y se sienten do
tados de capacidades excepcionales, al menos duran
te las primeras sesiones. Pero también están marcados
por la culpa, reprimida en mayor o menor grado, de
haber aceptado el riesgo de enfrentar la prohibición,
de haber consumado fantasmáticamente el acto, y de
haber trasgredido, hasta el extremo.
Ciertos héroes mitológicos no deben su fama a la
investidura que hubieran conferido a su eventual des
cendencia: Hércules exterminó a los hijos que tuvo de
Megara. Si los analistas, en los momentos primeros de
la sesión, hubieron de asumir, inconcientemente, la
posición del héroe, era lógico que aquellos que fantas
máticamente estaban junto a ellos en posición de hi
jos se vieran en grandes dificultades para advenir a
ellos mismos. El narcisismo de los héroes es indiso-
91
ciable de su condición -porque tropiezan con la som
bra de su muerte -, 4 y no es desplazable sobre su des
cendencia.
La situación de los comienzos puede ser también,
en el caso referido aquí, figuración de un fantasma,
el de unión-separación. Los analistas, en su des eo de
•mirar por ellos mismosn, han tomado distancia de la
asociación madre; pudieron hacerlo, es verdad, en la
investidura de su acto y la narcisización de su posi
ción, pero también en la culpabilidad, el miedo de ha
ber dañado el cuerpo común de origen, la « sustancia
comúnu, y de incurrir en el riesgo de morir a causa de
ello.
Se trate del mito o del fantasma a que remite la si
tuación de los comienzos, la problemática dominante
parece ser aquella del narcisismo, de la separación
individuación (con respecto sea a la imago de un pa
dre fundador, sea a una imago materna arcaica), y
aquella de la fantasmática de la muerte, que le es ane
ja. Es como si fuera insalvable en esta situación la do
ble faz del narcisismo, narcisismo de vida y narcisis
mo de muerte (A. Green, 1983), narcisismo positivo
y narcisismo negativo.
Encontramos en el desenvolvimiento de la historia
de ciertos grupos una reasunción y una repetición de
estos momentos primeros. Se afirman primero la idea�
lización, la unión, el narcisismo positivo, las ligazones
privilegiadas e identificatorias (según el modelo de la
1esupresión11 en el grupo), y la borradura de las diferen
cias. Más adelante sobrevienen la desunión, la desidea
lización, el narcisismo negativo, el ataque contra los
vínculos y la afirmación de las diferencias. Y ello an
tes de que se abran paso nuevos rasgos identiflc ato
rios, nuevos vínculos comunes, nuevas idealizaciones,
destinados a ser cuestionados a su hora.
Para que esta alternancia se instaure, hace falta to
davía que el narcisismo de los que están en posición
de fundadores pueda ser retomado, trabajado, elabo·
92
rado. Y que su unidad dual sea tcdescompuesta11 y se
libere entre ellos un espacio psíquico que deje un lu
gar posible a la psique de quienes los rodean.
93
Comoquiera que fuere, semejante práctica. que pre
tende ser analítica fuera del dispositivo de la cura,
constriñe al analista a interrogarse precisamente so
bre lo que se ha hecho de lo analítico. Ya no está •pro
tegido por un dispositivo que en ciertos momentos pue
da darle la ilusión de que se encuentra, en virtu d de
ese solo dispositivo, en una ccposición de analista,,. Tam
bién aquí hay un contento que, al mismo tiempo que
confirma -si ello fuera necesario- la pertinencia del
dispositivo de la cura, puede ahorrarle ciertos cuestlo
namientos. La situación sillón/diván, el silencio o, más
bien, la no respuesta, evidentemente que no bastan
para que se inicie un proceso analítico. ¿No corremos
a veces el riesgo de olvidarlo?
Pero lo cierto es que este contento es sometido a
una dura prueba desde que se abandona el dispositi
vo. No se puede evitar la pregunta sobre si el puesto
que ocupa el analista. lo que él privilegia en su escu
cha, la manera en que interviene, merecen todavía el
calificativo de analíticos. Es una de las razones por las
cuales adquiere tanta importancia la consideración de
la contratrasferencia.
Los conceptos analíticos, aun los más sólidos, re
sultan sin duda también ellos atacados y cuestiona
dos por un dispositivo nuevo. Funcionan menos fácil
mente como certezas; en consecuencia, son reinterro
gados y retrabajados. Por ese atajo, entre otros, pueden
estas situaciones uextra-muros11 enriquecer la teoría
analítica. El analista se encuentra obligado a una aten
ción y a una vigilancia redobladas. Esto es lo que explica
aquella ilusión de facilidad cuando vuelve a ver a sus
pacientes de diván. Pero es también lo que lo conduce
a reelaborar su relación con la teoría. Citemos aqui a
C. Canguilhem (1966): uEl concepto está para ser tra·
bajado: para hacer variar su extensión y su compren·
sión: para generalizarlo por la incorporación de-�
gos excepcionales; para exportarlo fuera de su reglón
de origen, 6 para tomarlo como modelo a fin de cónfe·
rirle progresivamente la función de una form8¡�- _;11
94
No se trata de cuestionar la pertinencia del dispo
sitivo de la cura. Al contrario, nos han impresionado
mucho las elaboraciones de Guillaumin sobre esa ver
dadera 11trampa para lo negativo11 que constituye el dis
positivo de escucha. El retraimiento del terapeuta (ex
plica J. Guillaumin en su trabajo recogido en este vo
lumen), su toma de distancia que lo sustrae ante todo
de sus propios excesos de excitación y de inhibición
por las estimulaciones del paciente, no sólo permiten
acoger la experiencia negativa de este, sino que de he
cho la suscitan, la provocan, la atraen.
La afirmación de J. Guillaumin esclarece nuestro
ejemplo clínico. Muestra, en efecto, que si el proceso
analítico es posible en las situaciones frente a frente
y, en particular, en las situaciones de grupo, ello se
debe a que el analista consigue operar un retraimien
to interno frente a ((la acción histerizante de las excita
ciones visualesn. Pero este mismo retraimiento sólo es
posible gracias a lo que J. Guillaqmin denomina la an
tecedencia del analista, a saber: HSU propio análisis, su
analista y su genealogía analítica,,, que le permiten
constituirse un tercero interiorizado.
Ahora bien, en nuestro ejemplo, los analistas pre
cisamente intentaron suprimir toda genealogía analí
tica, con la supresión del CEFFRAP y del fundador.
Por un tiempo, al menos, suprimieron a ese tercero in
teriorizado que permite el retiro interno de que habla
J. Guillaumin.
Si el riesgo es más fuerte en estas situaciones, ¿aca
so está ausente en la situación de cura? La relación
con la ((antecedencia11, con la <«genealogía,, y con el fun
dador, ¿plantea problemas sólo en la situación de ca
ra a cara? Nada de eso. El odio al fundador es entera
mente registrable en toda institución. Por más que el
analista eligiera rechazar toda pertenencia a una ins
titución analítica, no evitaría el problema de la rela
ción con la genealogía y con el fundador. No puede de
jar de enfrentarse con una necesaria toma de distan
cia, que siempre supone el riesgo de ir demasiado lejos.
La necesaria toma de distancia con respecto a la
imagen paralizante del fundador no puede sino dar pa
so a un deseo de muerte o de no existencia que supri-
95
ma al propio analista como tal, puesto que no puede
ocupar esta posición de retiro sin el recurso a su ante
cedencia. En consecuencia, siempre está presente el
riesgo de encontrarse en una posición de soledad me
galomaníaca o depresiva. La situación de grupo, si bien
aumenta ese riesgo, presenta al mismo tiempo la ven
taja de ponerlo en evidencia y de permitir trabajarlo.
96
res. En esta posición, suprimen a aquellos de quienes
se originan (cf. supra) y se marcan con la culpa de su
existencia separada y su función nueva. En un mis
mo acto, los participantes quedan destinados a sufrir
la atracción de lo que, en la psique de los analistas,
es el representante de la pérdida y de la culpabilidad
que ella atrae.
El vínculo de los analistas con su origen común (su
primido el CEFFRAP) se convierte en el núcleo de la
dinámica y de la economía de las jornadas que se ini
cian. En el momento en que se liberan, y por ese mis
mo hecho, entregan a los participantes una materia
que a la vez representará el vínculo original y llegará
a ser la 11 sustancia común» que los participantes han
de compartir. 7
Estas consideraciones permiten confirmar y com
pletar las proposiciones de R. Majar (1982, pág. 103),
según las cuales: ccSi las interpretaciones de significan
tes son constitutivas de la trasferencia, lo son en el sen
tido de que mantienen al sujeto en una relación de no
relación con significantes. Es el sujeto quien se tras
fiere en el otro para oír, desde ese lugar otro, lo que
él no dice; para oírse, en consecuencia».
En el ejemplo aquí referido, lo que los analistas no
dicen, pero que se habrá de trasferir, es su relación
con sus propios orígenes, y su culpabilidad de ser; es
ta, bajo dos formas: ser fundador(es) en vez de aquel
que los ha fundado, ser separado(s) de la institución
madre con la cual por largo tiempo se han confundido.
Sin duda, conviene que en la cura el analista pue
da, de igual modo, registrar las prolongaciones de su
relación con sus orígenes personales, con sus oríge
nes en el análisis, es decir, en sus relictos trasferen
cia les y en su relación con Freud, desde luego, pero
también en su relación con las instituciones que de
sempeñan la función de ser las guardianas de lo que
ellas consideran como la herencia freudiana.
97
Si las curas se deciden también en función de las
colusiones narcisistas que se esbozan desde el comien
zo entre el analista y el analizando, si ellas son el lu
gar de encuentro, en la contratrasferencia, de las pa
siones más antiguas del analista (V. Smirnoff, 1982)
y del paciente, entonces conviene registrar en la cura
aquello que constituye la ccsustancia común11 en que
uno y otro se reúnen, los juegos pulsionales de amor
y de odio que en ella se movilizan, los significantes que
los representan con insistencia y continuidad, de los
cuales el ccmaterial11 aportado por el paciente propor
cionará el reflejo, y que será asunto, para el analista,
de una elaboración sobre la parte que le toca, es decir,
sobre los significantes enigmáticos trasferidos, pues
tos en común, intercambiados.
En el análisis del Hombre de las Ratas, el paciente
Ernst, que llevaba el mismo nombre que el hijo de
Freud, era para este evocador, a la vez, de la pusilani
midad del paciente y de la humillación sufrida otrora
por Jacob, el padre de Freud, de quien este era tam
bién el heredero. Así, se encontraba subyacente, en
tre paciente y analista, una ccsustancia común11 suscep
tible de convertirse en una ccmateria analítica11, como
lo ha propuesto J. P. Valabrega (1980).
98
das había movilizado la omnipotencia de los analistas.
La elaboración de esta había constituido un momento
esencial de su trabajo.
Los pacientes que desarrollan reacciones terapéu
ticas negativas en el curso de su análisis son a menu
do personalidades con una fuerte componente narci
sista. Su fantasma de omnipotencia ya ha sido indica
do por Abraham. Algunos experimentan el temor de
que se revele en ellos una debilidad profunda, y hasta
un hµndimiento (Joan Riviere), y de que su angustia
sea elpreludio de un cccambio catastrófico11 como lo ex
puso Bion.8
De manera más precisa, J.-B. Pontalis (1981) ha
destacado que estos pacientes se sintieron otrora so
metidos a designios de poder y de control, designios
con los cuales después se identificaron, y entonces aho
ra, en su cura, colocan a su analista en la posición del
sufre-dolor que debiera padecer los efectos de la mis
ma omnipotencia que el paciente experimentó anta
ño. Estos pacientes echan inscrito las palabras del Otro
en su carne y no han logrado inventarse ellos mismos11.
Diré que no han abierto un espacio psíquico propio,
fuera de la presencia de ese Otro intrusivo e insalvable.
99
extremo de semejante reacción se podría calificar de
encarnizamiento 'teórico, por analogía con el encarni
zamiento terapéutico en ciertas situaciones médicas.
La experiencia aquí referida, que se centró en una
contratrasferencia narcisista, puede tener su interés
para esclarecer el problema de las reacciones terapéu
ticas negativas.
b. Uno de los riesgos que en efecto trae consigo la
cura de estos pacientes es que se organiza en forma
de un desafío del paciente, del tipo ,,cúrame, si pue
des, yo me opongo», o ucúrame ·si te atreves11, a lo cual
respondería una omnisciencia del analista. De esta ma
nera parece reproducirse el enfrentamiento de dos nar
cisismos con los que, en efecto, el paciente se ha cons
truido, sin tomar en consideración la posibilidad de que
el progenitor (la madre) de este paciente haya escon
dido bajo su narcisismo positivo sus angustias de des
trucción, sus debilidades, sus insuficiencias experi
mentadas (en su función de progenitor, por ejemplo).
Al contrario, el objetivo puede consistir en que la
cura pase a ser una situación en que el paciente haga
la experiencia de su omnipotencia en definitiva nega
tlvizante del otro, por una parte, y proyecte sobre el
analista su debilidad, su desconcierto, si no su hundi
miento, que eran aquellos aspectos con los que se en
frentaba, sin saberlo, en su relación parental.
100
pectiva abierta el análisis que el propio analista em
prenda de los efectos que la relación le produce, con
lo cual trabajará sobre la sola faz asequible, sobre la
única que ofrece un hilo rojo (puesto que no lo ofrece
el analizando, ccquien-todavía-no-se-ha-inventado»). Con
otras palabras: el análisis de la contratrasferencia nar
cisista es un modo de abordaje y de análisis de los mo
vimientos trasfero-contratrasferenciales.
Lo que hemos señalado confluye con proposiciones
que destacan, a propósito de las reacciones terapéuti
cas negativas, la parte que toca a la contratrasferen
cia, a eso infantil en nosotros (V. Smimoff, 1982), que
una introspección rápida del analista no bastaría para
borrar, puesto que lleva la marca de nuestras pasio
nes primeras, que no cesan de animarnos.
Estas comparaciones entre los casos de reacción te
rapéutica negativa y la experiencia de grupo referida
en estas páginas conduce a la comprobación de la ne
cesidad de una disposición psíquica particular del ana
lista en el curso de ciertas curas. Este relativo retrai
miento de la omnipotencia teórica, que hemos men
cionado, recuerda la recomendación formulada por M.
Balint (1967) para los casos de regresión grave: el ana
lista debe mostrarse c<discreto».
No obstante, lo que proponemos no es acompañar
al paciente en una neutralidad tolerante, benévola y
comprensiva (no era esto, por lo demás, lo que propo
nía Balint), sino trabajar/elaborar lo que esos pacien
tes nos dan para vivir, sufrir, experimerttar; y esta ela
boración no necesariamente tiene que ser objeto de in
terpretación, al menos durante un tiempo.
Sin duda alguna, lo expuesto aquí no deja de tener
relación con las invitaciones formuladas por W. Bion
(1974) de hacer el vacío en nosotros y asumir una fun
ción «continente» de trasformación interna de lo que
el otro aporta al analista.
Con esto desembocamos en las investigaciones que
hoy realiza A. Green, sobre todo en cuanto al lugar del
analista en el proceso analítico.
La experiencia de grupo y el trabajo sobre reaccio
nes terapéuticas negativas, según lo expuesto en este
texto, coinciden en recomendar, no que la teoría ana-
101
litlca deba, en esas situaciones, dejar sitio a un vuelco
fenomenológico donde el vivenciar del analista se pu
siera en el primer plano, sino que la elabora ción teóri
ca debe tener también por objeto la experiencia vivid a
por el analista, sin restringirse al caso (sea este el de
un paciente o el de un grupo).
Es decir, en otros términos y para otras situacio
nes, que el análisis es también el análisis del encua
dre, y que, ciertamente, este no está constituido sola
mente por las condiciones de espacio y de tiempo que
se han convenido entre los protagonistas, sino también
por partes silenciosas de su psique.
102
5. Desmentida, identificaciones
alienantes, tiempo de la generación
Jean José Baranes
l. Historias de familia
•En aquello en lo cual él no debe pensar, inclusive
si no piensa en ello, es constantemente en eso que yo
pienso que él piensa11. Tal fue, resumida, la confesión
que me hizo la madre de Mathieu, joven adolescente a
quien yo trataba en un Centro de día a causa de una
inhibición intelectual masiva de tonalidad francamente
depresiva, que se acompañaba de insomnios en cuyo
trascurso se paseaba por la casa con grandes y ruido
sas zancadas, y se entregaba en el baño a rituales ob
sesivos complicados. 1
Un crimen pasional particularmente atroz se ha
bía producido muchos años antes en esa casa. Contra
toda evidencia, un silencio opaco había disimulado cui
dadosamente sus circunstancias y consecuencias, has
ta que las dificultades de orden psicótico del mayor
de los hijos, y después la inhibición intelectual del se
gundo, desembocaron en el retorno de lo intolerable:
cada acción insólita -si no cada idea de Mathieu-,
en efecto, era ccinterpretada11 por su madre como una
reactivación de la escena traumática desmentida. Por
eso mismo, todo otro itinerario que el de la re-produc
ción de algo ccya ocurrido,, parecía vedado a mi joven
paciente.
Ese fue mi primer encuentro con sus cchistorias de
espectros», historias de familia, las más diversas, pero
que imprimían a mi experiencia clínica un sesgo par-
103
ticular, al menos en un punto: lo que sabía acerca de
ciertos acontecimientos familiares, que manifiestamen
te habían permanecido en un estado de no asimilación
psíquica para el grupo familiar -análogo en esto a los
elementos beta de Bion-, se me imponía también por
su presencia, por lo no dicho o el secreto guardado so
bre su existencia, si no por su gravitación en mi pen
samiento (especie de paso obligado de la interpreta
ción), tan pronto como se manifestaban cierto actuar,
cierta temática delirante, cierta organización de acon
tecimientos en apariencia insensatos. Verdadera situa
ción de coexcitación libidinal, traumática y excitante
al mismo tiempo, �ue me condujo, con los años, a una
elaboración teórico-clínica que me propongo retomar
hoy, pero en una forma más matizada -al menos así
lo espero - que la que alcancé en mis primeras refle
xiones sobre las repeticiones transgeneracionales.
Sabemos que los escritos sobre este tema se han
puesto después a la orden del día, lo mismo que las
críticas a ellos; me inclino a centrar mis reflexiones
de hoy más bien en el tema de la desmentida, consi
derada en su relación con lo negativo, y con el proce
so de subjetivación que está en estrecha relación con él.
Es evidente que, en cuanto a mi actitud de clínico,
la experiencia de los grupos del CEFFRAP. de la inter
subjetividad y de los acondicionamientos fantasmáti
cos ínter-individuales, y la escucha de ese discurso en
grupo que R. Kaes ha calificado de cadena asociativa
grupal, me habían preparado para ese abordaje par
ticular de la adolescencia, allí donde otros psicoanaJ.i:s
tas, sobre todo anglosajones, se atenían a un encua
dre clínico estrictamente ortodoxo. Por mi parte, lé\ di
versidad de los parámetros de una vida institucionaj.
considerada como área de Juego, espacio de enc�en
tro y de creación para lo imprevisto, a partir de esas.
situaciones fijadas por una compulsión de repe1;iciól}
mortífera, me habían llevado a sostener con fil¡ine�
dos principios:
104
blemática y la historia trasferencial del adolescente co
mo las de sus padres, quienes en consecuencia se veían
introducidos en un verdadero proceso de actualiza
ción2 de una historia de varias generaciones. Su pues
ta en palabras -ni observación directa ni búsqueda
de una causalidad unívoca, sino puesta en perspec
tiva, reconstrucción o ensoñación- permitia que al ca
bo cada uno se diferenciara, encontrara sus contornos,
que en muchos casos habían permanecido hasta ese
momento masivamente entremezclados.
2. Pero el correlato de ese trabajo sobre los límites
y las fronteras indecisas entre sujetos y entre genera
ciones, sin ruptura simbolizable en cuanto al estatuto
y al lugar de cada uno, era, en la posición institucio
nal concreta que yo ocupaba, la inadecuación de una
trasposición forzada de un encuadre analítico, indivi
dual o de grupo; también aquí, lo en suspenso, lo pre
cario, lo provisional -¿otras formas de lo negativo?
convenían mejor, según me parecía, a las exigencias
de los adolescentes y al hecho institucional como tal.
105
ta, me resultó grato recordar el nacimiento del psico
análisis y la búsqueda del afecto estrangulado. Pero la
confesión hecha por Eric, en presencia de sus padres,
de su deseo de muerte de un cabo, había desencade
nado bruscamente un pasaje al acto en su padre: se
levantó para verificar que los policías no se llevaban
su automóvil, al que de repente supuso mal estacio
nado. En ese momento acudió a mí el recuerdo de un
relato que me habían hecho mucho antes, la historia
del abuelo paterno de Eric: este había huido frente al
enemigo durante la guerra, sin que el alcance de ese
episodio se hubiera manifestado en manera alguna du
rante la infancia del señor V. En cambio, con su pro
pio hijo, la guerrilla era incesante, interminable, man
tenida por los dos protagonistas, ininteligible hasta esa
creación sintomática nueva, que sin duda se vio favo
recida por las identificaciones colectivas y el alcance
simbólico de ese período del servicio militar.
Esta resonancia íntima y compleja entre padre e
hijo me permitió entonces volver, con el primero, so
bre esa (Chistoria anterior», a la vez desmentida y efi
ciente, por el atajo de una interpretación cuyo valor
para volver a situar en perspectiva las generaciones
me parece ahora, apres-coup, que reside sobre todo en
la carga afectiva compartible que permitió entre el pa-
dre de Eric y yo. "
Evoqué, efectivamente, no sin intensidad, ese mo
mento de báscula en que los convocados para el contin
gente durante la guerra de Argelia -deporte intolerable
después- iban a la cccaza del fellahn. Esta vivencia co
pensable permitió, me parece, al señor V. 11desidentlfl
carse11 respecto de ese padre desertor, y al mismo tiem
po pensar en otra trasmisión de la paternidad: Eric po
día dejar de ser ccel pequeño padre" con quien había
que arreglar cuentas en esa verdadera interpenetra
ción de las generaciones en que el señor V. permane
cía sujeto a una posición de hijo incapaz de acceder
a una paternidad simbólica. Aquí lo negativo tenia más
del 11con tal que eso dure, con tal que eso sufra11 (Pon
talis) que de la negación como operador del trabajo d�
pen�iento singular.
106
2. A fin de prolongar las reflexiones teóricas a que
me había conducido este ejemplo clínico de resonan
cia fantasmática íntima transgeneracional, y de con
siderar, a título de hipótesis de trabajo, sus efectos so
bre ciertas reacciones terapéuticas negativas, referiré
primero el caso de Daniel4 (H. Faimberg, 1987), 11un
Arlequín servidor de dos amos». Es este un material
muy particular, puesto que no se trata ni del relato
de una cura ni de una historia de caso, sino de una
entrevista inaugural mantenida con los dos padres de
Daniel en ausencia -¿deliberada?- de este, y con las
consecuencias que habrán de verse en cuanto a las
reacciones contratrasferenciales en que me encontré
inmerso.
4 Daniel: personaje principal del libro bíblico que lleva ese tí
tulo. Conducido a Babilonia en exilio, permanece fiel a la Ley. Apa
rece desde los primeros tiempos entre los artistas cristianos como
figuración de Cristo.
107
entrevista para ellos mismos, con el propósito de sa
ber si el Centro podría convenir a su hijo. En vista de
su modo de iniciar la partida, pero sin tener a priori
grandes esperanzas, acepté recibirlos en consulta sin
su hijo,• quien, de todas maneras, según ellos le ha
bían declarado a mi secretaria, habría dicho 11 no» a es
to como a todo lo demás.
El señor N. tiene una especie de rigidez postural
y esa incomodidad corporal que caracteriza a ciertos
padres de psicóticos. Su esposa es una dama delica
da, delgada, con perfil de pájaro alarmado, toda dis
puesta, como suspensa de los dichos de su marido, a
quien refuta casi siempre con breves exclamaciones.
Los dos recuerdan, por su extrañeza y, sobre todo, por
una cierta cualidad como de sinergia, la inmateriali
dad de algunos personajes de Pirandello. Se puede de
cir que, frente al extraño peligroso que yo soy, los dos
hacen causa común o cuerpo común. Este porte un
poco robotlzado desencadena en mí un breve males- ·
tar, pero a continuación no me seguirán dando esa im
presión tan i�humana.5
Sentado en el borde de su sillón, el sefior N. comienza:
108
signos, diagnóstico, etiología y perspectivas terapéu
•tlcas, y acerca del cual le agrada poder consultarme,
pPrque los primos a quienes se lo ha comunicado, y
otras personas también, encuentran sus ideas comple
tamente desatinadas.
)
pero
. Volvamos a su relato. Daniel, pues, es sucio. Es sucio,
no hiede, no tiene los pies sucios, por ejemplo. No, es
un rechazo, pero el debe de ... -¿qué hará?, ¿tal vez fro
tarse, sacudirse la planta de los pies?
La señora N. interviene y confirma:
109
supe que, ante los celos de Daniel, se había decidido una se
paración de los niños. Dejo que sigan narrando. El señor N.
prosigue:
110
La señora N.. a quien me había dirigido, me especifica en
tonces que es la segunda de cuatro hijos: dos niñas primero,
dos varones después. Compruebo que ocupa en la fratría el
mtsmo lugar que Daniel. Hago notar que los dos hijos mayo
res tienen nombres que terminan en Mel".
.
111
La señora N. está de acuerdo con su marido en esta in
. terpretación, aunque por su parte le imprime otro sesgo:
112
y el señor N. señala de verdad un punto de la habi
tación, Junto a sí, como si todo ocurriera en efecto ahí,
precisamente, en ese mismo momento. Pero sin duda
que yo quedo �ás afectado que él, puesto que prosi
�ue, imperturbable:
113
-•Debo decirle -agrega- que lo más terrible es que yo no
tengo ambiciones profesionales, no tengo ambiciones perso
nales, mi único deseo era criar bien a mis hijos. Cuan do na
ció Artel, yo estaba a punto de terminar mi doctorado en de
recho. Esto fue lo que ocurrió: Ariel lloraba toda la noche;
nos habíamos organizado, mi esposa y yo, uno dormía de
día, el otro dormía de noche. Atendíamos a todo, sin inte
rrupción en el tiempo. Esto no fue posible en el caso de Da
niel, y el resultado... ¡Ah!, sí, me olvidaba, Daniel apren
dió a hablar muy tarde, siguió siendo un bebé mucho tiem
po, aferrado a las faldas de su madre 11•
114
IV. Acto fallido, mensaje bien recibido
7 •¡A cada uno la misma media manzana para que no haya ce•
Jososl•, solía decir el señor N.
115
Primeros comentarios
116
nación del hijo por la madre del señor N. estaba desti
nada a ocultar para cada una de las dos mujeres la
muerte de ese abuelo.
117
zó «mt hijo mayori, por umi hermano mayorn, lo que con
firmó aún más, por si hiciera falta, la interpenetración
intergeneracional que lo situaba a él mismo en el lu
gar de su hijo Daniel. Bajo manifestaciones sintomáti
.cas muy diferentes, el mismo contenido inconciente,
impensable porque permanecía desmentido y clivado,
era la fuente de una excitación inelaborable para el
conjunto del grupo familiar.
Esta articulación de los registros individual y fa.
miliar es habitual y necesaria en el proceso de la ge
neración. La hipótesis aquí propuesta es que precisa
mente esta articulación se encuentra en crisis, en tan
to Daniel tiene que elaborar sus pulsiones a partir de
una falta-de-significar, o de un exceso-de-sensorialidad
potencialmente destructor para la psique parental.
118
necesidad, destacada por este autor, de una presencia
de la ausencia, para teorizar ula psicosis blanca11, pro
blemática que sólo se aclara, escribían, por medio del
.-estudio del pensamiento, de un pensamiento que os
cila entre su persecución por él mismo y la muerte psí
qúica que es consecutiva a su retraimiento depresivo 11•
Si recordamos que Freud, como Bion, sitúan lo nega
tivo en la fuente de los procesos de pensamiento (la
pérdida del objeto de satisfacción como condición del
principio de realidad y del juicio de existencia, para
el primero, y la experiencia del no-pecho, para el se
gundo), podemos decir que elaboraron una teoría del
pensamiento como cccebo, mata-hambren, que se ins
tala a partir de la experiencia de la falta -consecuencia
de la ausencia del objeto- y que permite la constitu
ción de un aparato para pensar los pensamientos, y
desemboca en el establecimiento de relaciones entre
los términos, pensamientos o fantasmas.
Si el pensamiento es de este modo pensamiento del
vínculo, implica una teoría de los espacios y del tiem
po psíquicos, una teoría de los continentes y del apres
coup, cuya diferencia conocemos, segúp que se trate
del universo neurótico, con su capacidad de ligazón
(esa falsa ligazón que en sí misma es la trasferencia),
o del psicótico, en quien la masividad de la experien
cia de no satisfacción propende más a la destrucción
que al tejido de una trama psíquica continua; es de
cir, según que lo negativo sea simple negativación de
la presencia (el no-pecho) o se convierta en anulación
destructiva.
Este eje organizador de lo negativo desembocará
después en la descripción, por Green, del concepto de
alucinación negativa, que figura las condiciones míti
cas fundadoras de la actividad de representación: tiem
po de una mutación decisiva para el yo, en que el ob
jeto materno se suprime como objeto de investidura
primaria para dejar sitio a las investiduras propias del
yo del hijo, y la supresión del objeto materno desem
boca en su trasformación en una estructura encuadra
dora según la modalidad del doble tras-torno pulsio
nal figurado por un anillo de Moebius.
119
VII. Negativo y función parental
Es decir que la ligazón, como guardiana y declina
ción de Eros, sólo se constituye sobre una desligazón
inaugural, marco vacío que asegura el bordeado del
aparato psíquico, pero, punto esencial, esto vale sólo
en la medida en que esta desligazón haya podido man
tenerse dentro de los límites de un negativo tolerable.
Lo cual supone realzar al mismo tiempo el carácter fun
damentalísimo, para el devenir de la psique, de un am
biente que se deje asimilar en su función de trasfor
mación psíquica de lo real, sin que esta asimilación
resulte perturbada por su investidura como objeto li
bidinal.
Con ello quedaría descrita una función parental 1110
bastante buenan, en que el inconciente parental y, so
bre todo, materno, por su función inductora -en el
sentido de la inducción de un campo magnético- per
mitiría o no, según sus propias capacidades de repre
sión, la reasunción trasformadora singular, por un su
jeto, de su cuerpo y de su historia, a través de la cons
titución previa de una representación narcisista estable
y coherente. El ejemplo clínico propuesto en este tra
bajo figura así, a contrario, ese ambiente fiable pero
falible, lo bastante presente pero lo bastante discreto
para autorizar la constitución de un espacio psíquico,
de un yo-piel y de una represión secundaria que inte
riorice las prohibiciones ya reprimidas por la psique
parental.
En esta perspectiva, la teoría del funcionamiento
psíquico individual, teoría de la 11recuperación eficaz11
por el fantasma singular y la actividad de pensamien·
to, se funda en una doble negatividad: la inaugural,
de la ausencia del objeto que es preciso paliar, y la que
se instaura a partir del juego libidinal con este objeto,
a fin de permitir la elaboración de los movimien tos ne•
gatlvos más arcaicos. 1
Si no se alcanza lo ceno bien temperado11 de la nega:
ción, como sabemos, esto negativo se expresará en tér
minos de expulsión radical de lo malo (se trate de:.la
excorporación de Green, o del ataque destructar ael
objeto-zona complementaria de Aulagnier).
120
Sobre esta pendiente de lo negativo se sitúa la des
.mentida. Operación muy diferente, entonces, de la ne
gación, que es apertura a la actividad psíquica, mien
tras·que la desmentida es inmutabilidad, petrificación
de la psique en el rehusamiento de la ausencia, de la
separación y del duelo del objeto materno, o de su in
completud, según modalidades drásticas, de todo o na
da. La insuficiencia del aparato psíquico, desbordado
en sus capacidades de integración de lo real traumáti
co, se manifiesta entonces según un procedimiento que
no resulta fácil distinguir de la forclusión, aunque la
tematización lacaniana de esta última operación haya
encontrado, en la abolición del significante del Nom
bre del Padre, una formalización que sitúa la psicosis
fuera del campo de lo simbólico.
Desde el punto de vista metapsicológico, quedan
abiertas diferentes problemáticas: dinámica (¿qué ins
cripción, qué tendencia a la producción de retoños o
a una repetición inmutable con arreglo a los sectores
inconcientes del yo descrito por Freud después de
1920?), económica (¿qué traumatismo?) y, por fin, tó
pica. Un punto merece ser destacado aquí: si, en el pla
no dinámico, el efecto de esta operación psíquica es
la. separación y la exclusión mutuas de las representa
ciones traumáticas o no conciliables, en el plano tópi
co, por el contrario, lo que domina es la no separación.
Como lo demuestran de manera regular los ejemplos
clínicos a propósito de los cuales se menciona este fun
cionamiento psíquico, es muy difícil establecer la ubi
cación tópica, en cuanto a situar el lugar de la desmen
tida con relación al vínculo intersubjetiva o de trasmi
sión transgeneracional. La desmentida se presenta, por
lo tanto, en el proceso terapéutico, como confirmación
y repetición actuada del fracaso -que puede ser má s
o menos radical- del proceso de subjetivación.
121
VIII. Las construcciones
trans generacionales
122
pérmanece empero repetitivo y actuante; por cierto que
esto no se puede proponer como una hipótesis etioló
gtca lineal que permitiera explicar tal o cual organiza
ción psicopatológica, lo que le haría correr el riesgo
de funcionar como 1eorigen identificable,, de los efectos
del tnconciente9 y de verse negar al mismo tiempo to
do estatuto psicoanalítico.
123
l. Es preciso apuntar, ante todo, que el interés de
Freud, desde 1920, pasa del estudio de lo reprimido
al de las fuerzas represoras y, en el mismo movimien
to, de la desmentida a la escisión del yo. Esto consti
tuye una inversión respecto de la posición inaugural
del mismo Freud, cuando desplazó el acento desde los
fenómenos de escisión del yo descritos por Janet ha
cia el juego de las fuerzas represoras, constitutivas del
inconciente.
Sabemos que el interés de Freud por la tópica y el
yo irá de la mano con las dificultades crecientes que
se presentaban en la cura analítica.
Por otra parte, la actitud de Freud hacia esa esci
sión del yo oscilará a su vez entre su designación co
mo hecho trivial y general, actitud unatural11 de rehu
samiento del pequeño Hans (1905) en presencia de una
percepción desagradable, y su designación como or
gánización particular y específica del yo, según dos
direcciones principales: la psicosis y la perversión fe
tichista (1924-1927), consideradas las dos como orga
nizaciones que suponen un tiempo segundo de neo.
construcción delirante o fetichista, según el caso, que
permite al yo restablecer una relación con el mundo
exterior, que había sido rota más o menos gravemen
te. Ahora bien, la primera perspectiva, la de la genera
lidad del fenómeno, resurgirá en el Esquema del psi
coanálisis, uno de sus últimos escritos, inconcluso.
Se puede pensar que Freud expresa con esto una
dificultad de importancia, que reaparecerá después en
el desprendimiento, posterior a Freud, de dos ejes en
las hipótesis teóricas sobre la psicosis: teoría del hiato
estructural (cuyo prototipo sería la forclusión de los
significantes fundadores), por una parte, y teorías de
la continuidad económica entre neurosis y psicosis, pa
ra las cuales la oposición desmentida/depresión no po
dría ser tan radical, por otra parte.
Así como es interesante concebir lo negativo des
de el ángulo del juego continuidad/ruptura, las pers
pectivas transgeneracionales, por el hecho de que to
man en cuenta la intersubjetividad, permiten su abor
daje en términos análogos de conjunción/disjunción.
puesto que registran de manera simultánea el dislo-
124
· camtento estructural y la continuidad económica. Un
funcionamiento psicótico, en efecto, difiere cualitati
vamente de un funcionamiento neurótico, y al mismo
tiempo que la continuidad del fantasma inconciente 12
encontramos aquí la desmentida de la realidad de la
muerte y de la separación en sus efectos transgen era
etonales.
l
, a. Para Freud, es cosa cierta que desmentida y trau
ma de la castración van juntos. Con toda evidencia en
. la perversión fetichista, pero también en la psicosis,
él trauma inaceptable y desmentido es la puesta en
crisis del Falo. Sin volver aquí sobre la argumentación
clásica de Laplanche y Pontalis (¿se trata de la reali
dad de la castración? ¿o de su percepción? ¿de una
falta de pene o de la castración en sentido estricto?),
la desmentida se refiere siempre, según lo señalan es
tos autores, a una operación de pensamiento: teoría
o presencia posible del pene .
. · Es útil recordar aquí que el montaje freudiano, ula
maquinaria de la castración11 (J. Gillibert), pone en es
céna toda la problemática de lo Mismo y de la Alteri
dad, la relación con la diferencia (de los sexos, de las
generaciones), así como la capacidad del aparato psí
quico para tolerar el trauma narcisista y el duelo del
ideal fálico, mucho más que el efecto, en sí traumáti
co, de una percepción externa.
1• 12
Siempre que nos refiramos a un inconciente que funcione
segú n la segunda tópica freudiana.
125
más bien en una tensión dialéctica entre estas dos po
laridades complementarias que constituyen las prime
rísimas experiencias vividas al amparo de los cuida
dos de la madre que empolla, protege de los estímulos
y nutre con estímulos de lenguaje -en el sentido más
amplio- fácilmente psiquizables para el bebé, prime
ros cuidados psíquicos y corporales (en los que, como
hoy se sabe, el bebé participa de manera en extremo
competente, precoz, activa), por un lado, y, por el otro
lado, ese verdadero sustento mutativo que constituirá
la reorganización ligada al complejo de castración, un
apres-coup que asegura el paso de lo vital a lo genital
con la formación del superyó, que de ahí deriva. Jue
go dialéctico entre el antes y el después, donde se re
fleja la necesidad, para el aparato psíquico, de cctem
poralizar11 la realidad: constituir un tiempo vivido es,
en efecto, integrar y reorganizar apres-coup, sin dis
continuar, las huellas mnémicas de lo que de otro mo
do no sería sino algo real sin sentido y, por eso mis
mo, traumático: inscripción que se funda en la huella,
el distanciamiento, el trabajo de lo negativo, del pen
samiento y del fantasma, todo ese trabajo psíquico de
historización que precisamente la desmentida puede
inmovilizar 13 al mismo tiempo que inmoviliza al pro
ceso analítico. La cura analítica, hay que recordarlo,
no es otra cosa que la respuesta, en condiciones ope
ratorias particulares, de este proceso de historización
subjetivante.
13 En la escritura �isma de Freud encontramos, por lo demás.
un eco lejano de ese Juego dialéctico. Su artículo de 1938 sobre •La
escisión del yo•, tan desprovisto de ambigüedad en cuanto a la des
cripción del prototipo de desmentida/escisión, se inicia consignan
do un afecto de •ya dicho• que nos remite, por vía del •falso recono
cimiento•, artículo escrito veinticinco aflos antes, a •lo ominoso•. un
texto donde la reunión y la organización de los hechos por Fre�d
resultan por sí mismas significativas de la manera en que él choca•
ba con la dificultad de describir con arreglo a los términos del con•
flicto psíquico en vista de las exigencias pulsionales, aquel otro asunto
que está dado por la relación con lo real y las marcaciones de �
realidad externa: el complejo de castración. por sí solo. no-al�nµl
a expltcar esta pérdida de los límites entre si-mismo y otro, entre
imaginación y realidad, entre el simbolo y lo simbolizado, que Freud
aborda en el texto mencionado. Cf. J. J. Baranes, •A soi-méme étran·
ger•. Revue Franqalse de Psychanalyse, citado antes.
126
XI. Un anclaje necesario en el tiempo de
la generación
Esto nos hace ver que una reflexión sobre los lími
tes de la cura analítica a partir de una relectura de los
trabajos de Freud sobre la desmentida de realidad y
el cllvaje del yo implica postular que es preciso otor
gar su lugar a la realidad del objeto, allí donde el tra
bajo de la psique encuentra sus límites, que consisten
en su fracaso en integrar lo real en el campo de la om
nipotencia del fantasma.
Esta realidad concierne de hecho al valor más o me
nos excitante, desquiciador o contenedor de ese obje
to, tal como se lo puede reconstruir a través del relato
y, con más frecuencia todavía, a partir de las repeti
ciones del analizando; la función objetalizante del ob
jeto (Green), y la cuestión de los límites de la repre
sentación, y aun de la representabilidad por la psique,
se ha convertido, en efecto, en uno de los problemas
centrales del psicoanálisis contemporáneo.
Es cierto que el objetivo de toda cura analítica es
y sigue siendo la recuperación de la historia real del
sujeto en la dialéctica de su deseo, 14 recuperación en
que el acontecimiento devenido huella mnémica ter
minará reelaborado por este camino en un proceso de
significaciones sucesivas que relativice su verdad his
tórica. Empero se trata siempre, en este proyecto, de
lograr que salga de su escondrijo el deseo operante,
y precisamente allí donde el paciente querría ver nom
brar la realidad, el acontecimiento traumático, o la ca
rencia externa como agente causal último de su su
frimiento actual: el reconocimiento de la realidad de
ciertas violencias para la psique puede ser, en las es
tructuras narcisistas o en ciertas curas dJficiles, un an
claje necesario, enteramente indispensable, para la efi
cacia de un trabajo interpretativo que no consista en
la pura reproducción de la desmentida de la realidad
de que el paciente había sido objeto.
127
Es así como la cura analítica puede conducir al ana
lista a pensar más en la desmentida, en la hipótesis
de un duelo o de un secreto familiar, que en el juego
pulsional exclusivo del sujeto. En tales casos, el he
cho importante es que el fantasma inconciente perso
nal del paciente haya sufrido un tratamiento particu
lar por obra de las condiciones familiares. Por vía de
consecuencia, aquel tenderá a imprimir una tonalidad
particular a la cura y a la trasferencia, a expresarse
por medio de una implicación más o menos masiva
del ambiente, bajo la forma de un actuar de repetición,
de un llamado al perseguidor, y no tanto a través de
la constitución de una sintomatología neurótica más
o menos rica.
Sabemos. que en las situaciones llamadas ufronte
rizasu, en las curas de ciertos pacientes atípicos o, más
simplemente, en ciertos análisis difíciles, aparece men
cionado cierto número de conceptos teóricos altamen
te polémicos, ya se trate, según los casos, de la visco
sidad libidinal del ello, de la reacción terapéutica ne
gativa, de la compulsión de repetición y del instinto
de muerte, o aun del masoquismo erógeno primario.
Estas situaciones en impasse podrían acaso tener, co
mo lo propone también H. Faimberg en un trabajo ya
citado, efectos de desprendimiento trasfero-contratras
ferenciales, en el pensamiento de identificaciones que
liguen entre sí a las generaciones, en lugar de permi
tir la instalación de un tiempo de la generación. Es no
table comprobar, y con esto concluiremos, que a una
argumentación análoga llegó Pontalis en su ensayo de
desmantelamiento de la reacción terapéutica negati
va. El inventario de las diversas hipótesis freudianas
sucesivas (goce del síntoma, dominio y severidad del
superyó, paradoja económica del masoquismo, nece
si-clad de castigo y, por fin, escándalo de un nprincipio
de Antivida11 que Freud coloca en el corazón del ser
humano) condujo a Pontalis, en efecto, a enunciar la
hipótesis de una significación de la reacción terapéu
tica negativa por sí misma como tal.
Este 1ereaccionar11 trasferencial expresa la pregnan
cia del actuar en la historia más remota del paciente.
El sujeto, en el intento de hacer suyo lo que, por natu-
128
rale za, se le escapa, solamente habrá logrado excluir
en el interior de él eso irrepresentable-siempre-presente
de una escena originaria u cuasi venenosa,.. La conse
cuencia de esto es que el aparato psíquico se manten
ga en u n estado de excitación inelaborable e inagota
ble, por no poder alcanzar la representación del fan
tasma originario de la escena primitiva que lo cons-
tituye.
Sabemos que a partir de esta comprobación se tra
za casi siempre una línea de separación entre psico
analistas, según que se .haya elegido privilegiar la ex
ploración y la profundización de la teoría y del encua
dre analíticos clásicos, o que determinadas hipótesis
metapsicológicas intersubjetivas y grupales, y aun dis
positivos técnicos diferentes, se sometan a prueba y
se propongan para su discusión, 'como en el presente
trabajo.
129
6. El pacto denegat�vo en los
_
conjuntos trans-subJet1vos
René Kaes
130
junto al conjunto como tal y desde el punto de vista
de la realidad psíquica que en él se forma.
Las mencionadas perspectivas han sido abiertas
por la clínica de las fronteras del yo, de las perturba
ciones del apuntalamiento y de las identificaciones, de
las patologías de la interferencia trans-subjetiva en la
formación del yo (Je], de las trasmisiones psíquicas.
Un terreno predilecto para el análisis de estas forma
ciones es aquel en el que se manifiesta lo que global
mente llamamos lo negativo, y cuyas figuras y moda
lidades, dentro de aquel contexto, debemos explorar.
Estas perspectivas se instalan también desde el mo
mento en que el dispositivo o la situación acondicio
nada para un trabajo psicoanalítico pone en presencia
conjunta a varios sujetos, en el marco de lo que se ha
convenido en designar, no sin ambigüedad, un psico
análisis aplicado, un psicoanálisis trasgresivo o un psi
coanálisis 11extra-muros11.
Cualesquiera que sean los dispositivos que rijan las
condiciones de posibilidad de un trabajo psicoanalíti
co encaminado ante todo a la manifestación de aque
llo que proviene de lo inconciente, de sus formaciones
y de sus procesos para un sujeto singular, los fenóme
nos a que me refiero plantean a la práctica y a la teo
ría psicoanalíticas problemas que si no siempre son
verdaderamente novedosos, al menos son problemas
renovados y que en parte no habían sido formulados,
acerca de la realidad psíquica. Interrogan los efectos
de subjetividad que en este caso se producen o no se
producen, las incidencias de la dimensión trans-sub
jetiva sobre la formación y las formaciones del incon
ciente.
Para situar el campo especifico de: esta investiga
ción, lo distinguiré del que plantea la cuestión de las
formaciones transindividuales que, de Freud a Lacan,
consisten en configuraciones de la realidad psíquica
que se suponen invariantes. y que formarían el 11ncl
cleo duro11 del inconciente, según la formulación de J�
Laplanche (1987a). En Freud, la cuestión de los fan
tasmas originarios, el complejo de Edípo, las forma
ciones psíquicas originadas en la prehistoria de la hu
manidad y que constituyen la herencia arcaica de la
131
psique, dependen de esas formaciones transindividua
les: el anclaje de las subjetividades singulares se ef ec
tuaría a partir de esas configuraciones invariantes; ca
da sujeto produciría una versión individual de ellas.
Esta hipótesis tiene su correspondiente en Lacan en
su concepción de lo simbólico y de lo inconciente, por
que a su juicio los imperativos inherentes al lenguaje
comandan su estructura, 1 en tanto que Freud sostie
ne su origen prehistórico.
Voy a precisar mi tesis partiendo de una perspecti
va abierta por Freud. En cclntroducción del narcisismo11
(1914a), él expone una hipótesis que acaso no ha rete
nido suficientemente nuestra atención. Freud formu
la allí la idea de que el individuo lleva una doble exis
tencia: en tanto es para sí mismo su propio fin, y en
tanto es miembro de una cadena a la que está sujeto
contra su voluntad o, al menos, sin la intervención de
esta. Si por una parte Freud, desde las primeras pági
nas de su texto, sitúa la cuestión del narcisismo en la
oposición entre las investiduras libidinales del yo y las
del objeto, por la otra la inscribe en el doble estatuto
del sujeto y, con mayor precisión todavía, en la cade
na de las generaciones. Lo hace para registrar ense
guida la dimensión de lo negativo que recorre y sos
tiene esta cadena en la que se apuntala la formación
del narcisismo primario del niño: ccHis Majesty the
Baby . .. debe cumplir los sueños, los irrealizados sue
ños de deseo de sus padres; el varón será un grande
hombre y un héroe en lugar del padre, y 1� niña se
casará con un príncipe como tardía recompensa para
la madre. El punto más espinoso del sistema narcisis
ta, esa inmortalidad del yo que la fuerza de la realidad
asedia duramente, ha ganado.su seguridad refugián
dose en el niño11 (S. Freud, 19,14a).
132
2. Los puntos de anudamiento del sujeto
en el conjunto
En ninguna parte del texto freudiano se ve con más
claridad que el sujeto, en tanto es para sí mismo su
propio fin, es sujeto no sólo de las formaciones y de
los procesos del inconciente que lo dividen, sino tam
bién de la cadena de los 11sueños de deseon irrealiza
dos: cadena de la que él es miembro (Glied einer Ket
te), parte constituyente y parte constituida, herede ro
y trasmisor, eslabón en un conjunto.
Atender a esta sujeción a la cadena de la trasmi
sión, del apuntalamiento y de las identificaciones no
necesariamente implica que la focalización del análi
sis abandone al sujeto nen tanto es para sí mismo su
propio fin». Pero resta establecer y comprender lo que
sucede en la cadena: la de las generaciones y la de los
contemporáneos, en su agrupamiento, pero sin recon
ducir pura y simplemente lo primero a lo segundo, la
historia individual a la estructura de la cadena. Quie
ro decir, entonces, lo que sucede en la cadena misma:
en tanto reúne a los sujetos que a ella se sujetan y a
quienes sujeta: en tanto estos producen en ella forma
ciones psíquicas que tienen sus funciones en el con
junto y para el conjunto: en tanto la estructura y el
funcionamiento de cada psique singular resultan afec
tados por la cadena.
Si una investigación como la propuesta se puede
conducir en el campo práctico y teórico del psicoaná
lisis, es a condición de que recaiga sobre esos puntos
de anudamiento2 de las subjetividades singulares con
las formaciones de la realidad psíquica que ellas pro
ducen y que las producen dentro de un conjunto trans
subjetivo. Lo problemático es el estatuto de formacio
nes y de procesos psíquicos que 11pertenecen11 a cada
sujeto considerado en su singularidad (en tanto es pa
ra sí mismo su propio fin y en tanto es miembro de
133
una cadena ...) y al conjunto que mantiene unidos a
los individuos y al que estos mantienen unido.
Dentro del conjunto, la parte de la realidad psíqui
ca que cada sujeto ha depositado, proyectado, delega
do o desplazado, que él ha abandonado (para retomar
un tema de Psicología de las masas y análisis del yo)
sigue un doble trayecto: en el espacio intrapsíquico,
donde constituye una componente del inconciente; en
el espacio trans-psíquico, donde, asociada a otras for
maciones psíquicas homólogas o complementarias. per
manece inconciente de ser sostenida en y por el con
junto: en una tópica. una economía y una dinámica
que son propias de este.
En tal perspectiva, nos vemos frente a configura
ciones psíquicas notables: una metapsicología trans
psíquica (o trans-subjetiva), constituida por lo que de
la represión es mantenido-junto dentro de la cadena,
viene a superponerse a una metapsicología intrapsí
quica del inconciente constituido por la represión de
ccgrupos psíquicos separados o escindidos», y a interfe
rir en esta. La represión y sus efectos, en consecuen
cia, a semejanza del síntoma, se encontrarían sosteni
dos ccdesde varios lados►>: del lado del interés que en
ello encuentra cada uno (según su doble estatuto) y
del lado del conjunto, por el interés de mantener la ca
dena en su función propia.
Siempre que en la clínica no se pueda reconducir
a un solo lado -el del sujeto singular- la tópica, la
economía y la dinámica de la represión y de sus efec
tos subjetivos, tendremos que llevar la investigación
sobre lo que sucede en el conjunto, en la lógica del in
conciente que este es capaz de generar.
Lo que de esta manera se revela no puede depen
der de un abordaje limitado a lo intrapsíquico ni, a for
tiori y por principio, de una psicología colectiva, ni de
un psicoanálisis cuyos conceptos y cuyo método se
aplicaran por pura y simple proyección (en el sentido
geométrico del término) a esta clase de fenómenos. Mi
hipótesis es que resulta necesario y posible construir
este abordaje dentro del campo del psicoanálisis, en
condiciones que debemos precisar. Me limitaré a pro
poner un esbozo general que legitima el trabajo de la
134
imaginación y de la especulación, en el sentido de que
la construcción metapsicológica, como hipótesis-mar
co, se apoya tanto en el Phantasieren como en el Er
denken.
135
ciones del ideal,4 cuyo carácter bifase o nodal señalaba
Fre ud; la comunidad de las identificaciones; los pro
cesos de co-apuntalamiento y de interfantasmatiza
ción; la cadena asociativa grupal y la intertrasferen
cia: 5 las alianzas, pactos y contratos inconcientes, de
los cuales el pacto denegativo es una modalidad par
ticular.
Todos estos conceptos describen formaciones y pro
cesos de la realidad psíquica bajo la doble dimensión
de su estatuto y de su función en el espacio intrapsí
quico de los sujetos singulares y en el espacio trans
psíquico del conjunto. Estos conceptos tienen por ta
rea articular las correlaciones entre esos espacios, que
permanecen sometidos al orden que les es propio.
Siguiendo esta dirección, una metapsicología trans
subjetiva se erp.peñaría en situar en recíprocas pers
pectivas, dentro del campo teórico del psicoanálisis -el
que organiza la hipótesis del inconciente-, unas for
maciones y unos procesos bifases cuya organización
y funcionamiento conciernen de manera conjunta a
cada psique singular y a los conjuntos trans-subjetivos
que los contienen, los sostienen y los estructuran. Es
tas bifases admiten ser descritas en su doble estatuto
tópico, dinámico, económico y estructural.
Pensar los conjuntos trans-subjetivos conduce a es
tablecer el modo en que el sujeto singular se constitu
ye, en su realidad psíquica, a partir del lugar que ocu
pa (el lugar al que es asignado y hacia el cual, por ra
zones que le son propias, tiende) en la economía, la
tópica, la dinámica y la estructura psíquica del con
junto. Nos referimos a situaciones en que el sufrimien
to, la patología y la organización psíquica de uno de
los sujetos del conjunto no se pueden comprender ni
aliviar si no se los refiere a la función y al valor que
han adquirido y que continúan teniendo para otro su
jeto (o varios otros sujetos) del conjunto, y si no se los
articula con esa función y ese valor.
136
El concepto de pacto denegativo está destinado a
explicar la manera en que se constituye o tiene difi
culta des en constituirse la función represora, para los
sujetos singulares, en razón del compromiso de sus
vínculos dentro del conjunto. Importa, en consecuen
cia, que este concepto encuentre su inscripción en un
marco teórico más amplio, capaz de sostener su papel
y de fundar la metapsicología trans-subjetiva .que le
corresponde.
1. La negatividad de obligación
Entiendo por tal la que obedece a la necesidad, pa
ra el aparato psíquico, de efectuar operaciones de re
chazo, de negación, de desmentida, de désaveu, de re-
137
nuncia y de supresión, a fin de preservar un interés
importante de la organización psíquica, la del sujeto
como tal o la de los sujetos con los cuales está vincu
lado en un conjunto por un interés importante.
La noción de obligación, que califica a esta catego
ría de la negatividad, destaca a la vez el constreñimien
to que se ejerce sobre el aparato psíquico para que efec
túe tales operaciones, y la ligazón que se establece en
tre lo que ha sido expulsado, negado, suprimido o re
primido, y lo que por eso mismo resulta preservado.
Aunque las operaciones de esta forma de negativi
dad sean distintas y específicas, 6 todas recaen sobre
una percepción o sobre una representación inacepta
bles por una instancia del aparato psíquico.
El análisis psico-genético nos enseña que la reali
dad psíquica se constituye sobre la base de la expe
riencia del placer y del displacer; a los movimientos
de ,ctomar en uno mismo» lo que es bueno y de (Crecha
zar fuera de uno mismo» los residuos inasimilables y
lo que es malo, corresponden los conceptos de intro
yección y de proyección, que designan procesos psí
quicos apuntalados en la experiencia corporal de la in
corporación y del rechazo. Estas dos modalidades fun
damentales -cuyos desarrollos se pueden describir en
función de proceso originario (P. Aulagnier, 1975) y
primario (Freud)- suponen un encuentro entre un ob
jeto, un órgano sensorial y la función psíquica. Este
encuentro se representa en la psique según diversas
modalidades, que el psicoanálisis explica y respecto
de las cuales, en sus elaboraciones recientes, pone de
relieve la parte que de este encuentro y de sus efectos
sobre la formación de los continentes y de los conteni
dos de pensamiento debe a su apuntalamiento en la
función psíquica (represión, funciones de trasforma
ción) del conjunto trans-subjetivo, del cual la madre
es el portavoz. En esta perspectiva, el tratamiento psí
quico, por parte del sujeto, de su propia negatividad
de obligación, se encuentra desde el origen con la ne
gatividad, y su tratamiento, en el otro. Especialmen-
138
te. en el otro en tanto sujeto de la cadena trans-sub
jetiva.
139
Refabert- pone a Freud en la situación de tener que
avalar esa voluntad de desconocimiento si quiere con
Gervar su amistad..."· Para mantener el vínculo con
Fliess, debe sacrificar el conocimiento de su propio fan
tasma, es decir, las ligazones intrapsíquicas estableci
das ((para volver a las escenas primitivas" y, al mismo
tiempo, para servir de construcción protectora frente
al recuerdo de acontecimientos auténticos. Es a Fliess
a quien comunica, dos años después de la operación,
su descubrimiento de la estructura de la histeria (ma
yo de 1897}. Entre tanto, habrá excusado a Fliess de
toda responsabilidad en el caso, como él mismo inten
tará librarse de ella en el sueño de ,cla inyección de Ir
ma11. Para disculpar a Fliess ("en lo que se refiere a la
sangre, no eres en absoluto culpable11}, él "anota la san
gre de Emma en la cuenta de la histeria de esta11 (Ph.
Refabert, B. Sylwan, 1983, págs. 109-10}.
Estf episodio ilustra, en medio del debate sobre la
seducción, el pacto denegativo concluido, sin saberlo,
entre Freud y Fliess a propósito de Emma. Ella es la
figura, para estos dos hombres, del agujero que quie
ren explorar y reducir dándole un contenido de gasa
y de sangre. Su pacto es a la vez la denegación de ese
deseo, la desmentida de su vínculo homosexual fun
dado en la supresión de lo incógnito de la feminidad.
Equivale a reconocer, por lo mismo, aquello de lo cual
protege y preserva semejante pacto. Instituir el psico
análisis es situar en el núcleo de su debate la proton
pseudos y la cuestión de la verdad del sujeto en su re
lación con aquello que lo representa: para Freud, Fliess
en no menor medida que Emma. Semejante pacto se
mantiene en el registro de la represión neurótica: lo
reprimido retoma en el sueño princeps llamado de «la
inyección de Irma11, que Freud analiza. La representa
ción insoportable: si atribuye la causa de todo a la his
teria de Emma, no es tanto para achacar a esta la res
ponsabilidad, cuanto para salvar lo que debe ser re
primido de su vínculo con Fliess: Y, en ese pacto, se
insinúan en un segundo plano las otras categorías de
la negatividad.
140
La denegación compartida, soporte de la identiflcación
en un grup o
141
pel del padre, con lo que no es comprendido en esa
relación, con las teorías sexuales infantiles y la novela
familiar.
En ese momento se podrá volver sobre el primer
tiempo de la denegación compartida, que Alíne sus
tentó y que se convirtió en soporte de la identificación
de las mujeres entre sí. Sobre lo que ellas desean y
no tienen, se desplazarán la denegación y la identifi
cación. La inversión del enunciado denegador (ccél no
nos comprende11) se prolongará, en la trasferencia, en
el reproche de que yo no las introduzco en el conoci
miento de la combinatoria del amor, del sexo y de la
generación. Pero si las introduzco en él, lo que enton
ces tienen para comprender es su puesto con relación
a la madre y a los otros niños. Y por ese motivo, la
cuestión perdurará hasta que las rivales no hayan si
do reconocidas y nombradas.
El 1cyo no Jo comprendo11, con que Aline, por razo
nes que le son propias, se ha convertido en portavoz
del grupo, servirá después de soporte a la identifica
ción histérica compartida. Varias mujeres expresarán
su fantasma de com-prenderrne (como hombres) y de
ser com-prendidas por mí (como mujeres, como mi co
lega).
El análisis del sueño de la mujer del comerciante
en carnes nos ha enseñado que la soñante se identifi
ca con su amiga y rival en este rasgo: tal como ella, de
sea no cumplir uno de sus propios deseos. Veinte años
después, en Psicología de las masas y análisis del yo,
Freud volverá sobre la identificación por lo negativo
cuando retome, a propósito de la crisis histérica en el
pensionado de mujeres jóvenes, la cuestión de la co
munidad de los síntomas y de las identificaciones que
los sostienen: 7 en esta institución, las jóvenes se iden
tifican entre sí por lo que no tienen, el novio que da
celos a su compañera, una carta de su novio; y tam
bién por lo que tienen en común: el hecho de no tener
142
novio hace que las identificaciones se formen dentro
del rasgo común que las mantiene-juntas como suje
tos del conjunto.
8
A. Mlssenard e Y. Gutierrez, en el capítulo que han escrito
para la presente obra, se extienden sobre una supresión más radi
cal, que recae sobre el ser.
143
Se trata del destino de lo que en un grupo es rechaza
do por sus miembros: ¿en qué condiciones y con qué
efectos puede lo rechazado permanecer dentro del es
pacio psíquico común, o debe ser expulsado fuera del
límite (primer afuera y segundo adentro para cada su
jeto) constituido por el grupo como continente?
Cuando el grupo no ha sido todavía suficientemente
constituido como un afuera que al mismo tiempo sea
un adentro, son intensas las vivencias de despersona
lización y las angustias de disolución, tal como se ma
nifiestan en el período inicial de los grupos. Aun en
el caso en que el grupo pueda constituir una pantalla
o un continente al que se rechacen los elementos psí
quicos desligados, estos elementos son capaces de ad
quirir una potencia de destrucción y de violencia en
la medida misma en que no han sido trasformados en
el umetabolismo» del proceso psíquico grupal. Una con
secuencia de esto es que, puesto que el metacontene
dor grupal no se puede constituir, se debe efectuar un
rechazo más allá de todo límite, so pena de poner en
peligro los elementos más arcaicos del vínculo. Pero
si pueden ser rechazados a los abismos y perderse así
para el pensamiento, vuelven al ataque contra toda for
ma de vida psíquica, amenazando a la vez al sujeto
y al vínculo, como si el conjunto hubiera llegado a ser
en este caso todo el sujeto. En ese momento estamos
frente a una catástrofe psíquica.
Diverso es el tratamiento de lo negativo por su pues
ta en depósito o en conserva en los espacios internos
del grupo. Todas las metáforas del tratamiento de los
desechos nos ayudan a representarnos la función: 9 ta
rro de basura, aguas servidas, quiste, etc. El estatuto
tópico de esos lugares psíquicos tiene que ser precisa
do. Formularé la siguiente hipótesis: la existencia de
esos espacios puede ser objeto de una represión y de
una negación por acuerdo inconciente, pero lo que ellos
contienen no admite este tratamiento; dicho de otro
modo: la represión recaería sobre el continente, el re-
9
Cf. las investigaciones de R. Roussillon ( 1987) y de P. Fustter
(1987) sobre los espacios institucionales y la infraestructura imagi
naria de las instituciones.
144
chazo, sobre el contenido. En efecto, no solamente hay
cadáveres en las mazmorras de los grupos y de las ins
tituciones; debemos además ponernos de acuerdo pa
ra olvid ar que tenemos mazmorras, a fin de no vernos
precisad os a pensar que contienen desechos y cadá
veres.
2. La negatividad relativa
La negatividad relativa se constituye sobre la ba
se de lo que ha quedado en suspenso en la constitu
ción de los continentes y de los contenidos psíquicos,
en la formación de las operaciones que los ligan. Ella
sostiene un campo de lo posible, tributario de la fun
ción supletoria, apuntaladora y trasformadora del otro,
cuando él constituye un continente y una función tem
porarios de pensamiento sobre los cuales se apuntala
.rá el proceso psíquico careciente. En la negatividad re
lativa, la positividad se manifiesta como perspectiva
organizadora de un proyecto o de un origen. Se podría
decir: algo ha existido que ya no. es; o no ha sido lo
que podría ser; o también, lo que ha sido no fue sufi
�ientemente, por exceso o por defecto, pero podría ser
de otro modo. El objeto y la experiencia del objeto han
sido constituidos, en su desaparición, su insuficiencia,
su defecto. La negatividad relativa sostiene el espacio
potencial de la realidad psíquica.
Bion (1964), en su teoría del pensamiento, nos pro
pone esta intuición: pensar es acceder a un espacio
ocupado por no-cosas, es construir y organizar un
espacio-tiempo finito, en lugar del infinito vacío y sin
forma, regido por el juego infinito de las equivalencias
simbólicas, en lugar de las cosas perseguidoras, des
ligadas de sus relaciones simbólicas con las represen
taciones visuales y acústicas. Pensar presupone un
continente de los objetos por pensar, un continente de
trasformación que se constituya primero en la función
psíquica (porta-sueño, porta-voz, porta-pensamiento)
del otro. La negatividad relativa es lo que· permanece
en trance de ser constituido en la realidad psíquica:
es relativa a objetos y a continentes de pensamiento,
145
Y esos objetos. en virtud además de tales pensamien
tos potenciales. son tributarios del destino de lo neg�
tivo en la ac t ividad de pensar del otro.
146
El m ovim iento de la. adhesión al grupo adquiere
se nti do sobre la base de esta negatividad de la separa-
ión originaria: sobre el trasfondo de la aflicción y de
�a pérdi da (cf. l. Hermann; G. Róheim); sobre el tras
fondo de la falta y de las insatisfacciones de la víspera
y de la infancia, y entonces sí, D. Anzieu lo anunciaba
hac e más de veinte aiíos, los seres humanos van al gru
po com o si entraran en un sueño. El lugar de agrupa
mie nto está investido y representado como ese reen
cue ntro con lo que ya no es, lo que ya no somos, pero
que podría volver. Esta modalidad de lo negativ_o es
la que sostiene la representación y los contenidos re
pres entativos del origen. Es fundadora del espacio psí-
quico.
147
por el cual interroga la manera en que existe en la psi
que de los miembros del grupo y. sobre todo, en la de
los analistas. Esta ligazón, hasta entonces inexistente
en ella. se establece· por el desvío de las representacio
nes; de los pensamientos y de los afectos vehiculiza
dos por la cadena asociativa grupal, a la cual ella con
tribuye según el modo de su síntoma, de sus pregun
tas y de su silencio. Se puede decir entonces que en
el grupo el trabajo psíquico del pensar que realizan
ciertos miembros del grupo por su propia cuenta fun
ciona para ella como el equivalente de ese albergue
de los objetos en la psique del otro, a partir del cual
se pueden formar unos pensamientos todavía no ad
venidos y se pueden investir unos objetos.
El grupo. o una parte de este. trabaja como un apa
rato de trasformación. una especie de elaboratorio psí
quico que vuelve posible el apuntalamiento de la in
vestidura. la formación y la trasformación de los pen
samientos; en ese uelaboratorioo se pueden poner a
prueba posibilidades inéditas de representaci�nes y de
afectos. Una perlaboración trans-subjetiva opera a tra
vés de la comunidad de las identificaciones y de los
fantasmas inconcientes. a través de las funciones de
representación que realizan los portavoces. a través de
la escenificación y la dramatización de los grupos in
ternos. Desde este punto de vista. la cualidad terapéu
tica de un grupo reside en esta aptitud para contener,
para desintoxicar, para volver posible la constitución
de fonriaciones y de procesos que no se han produci
do en la realidad psíquica del sujeto.
En cuanto a la índole del trabajo analítico realiza
do en un grupo, no puede consistir sino en los efecto s
de desligazón de lo que ha sido trasferido al grupo y
al vínculo de agrupamiento a partir de todas las mo
dalidades de lo negativo volcadas en las formaciones
imaginarias. Ese trabajo desemboca en reconoc er la
subsistencia de un resto, de una irreductible negativi
dad que el ser-juntos nunca logrará colmar. Descono
cer o rehusar esta persistencia de lo negativo conduce
a una busca repetitiva de experiencias correctoras Y
a instalar al sujeto en una relación adictiva con el
grupo.
148
3. La negatividad radical
Intentemos primero poner en suspenso los valores
negativos que se adhieren a la negatividad: lo malo,
lo destructor, lo persecutorio, lo faltan te, lo excesivo.
Esta suspensión es necesaria para enunciar la siguien
te proposición: la negatividad radical es, en el espacio
psiquico, aquello que tiene el estatuto de «lo que no
es,., Ella admite ser representada como no-vinculo, no
experlencia, como algo irrepresentable, en las figuras
de lo blanco, de lo incógnito, de lo vacío, de la ausen
cia, del no-ser. Sin embargo. no puede ser enteramen
te pensada por el pensamiento, que, si la tomara co
mo un objeto, perdería con ello su propia condición
de funcionamiento. La negatividad radical sería. en es
ta perspectiva, la relación de contacto del pensamien
to con lo que no es, con lo que él no es y con lo que
él no puede pensar: es aquello que permanece refrac
tario a toda ligazón.
Ahora bien, pensamos y nos agrupamos en conjun
tos. No podemos pensar y ligarnos en conjuntos si no
es sobre un fondo de negatividad radical. Pero si el tra
bajo del pensamiento y del grupo consiste, por una par
te, en reducir el margen infinito de esta negatividad,
en limitarla y en acogerla como condición del contac
to con lo incógnito y con la alteridad, también proce
demos de manera de colmar de sustitutos y de objetos
omnipotentes el espacio abierto por esta castración.
El grupo se convierte en masa, y el pensamiento, en
fetiche de ideología o de opinión común despojada de
toda subjetividad singular. Sólo aquella componente
de la pulsión de muerte ordenada a esas desligazones,
que N. Zaltzman { 1979) llama pulsión anárquica, pue
de introducir una ruptura restauradora de las ligazo
nes de vida y restablecer los efectos simboligenos de
la negatividad radical. La negación de la negatividad
radical se reconoce así en sus efectos destructores del
vinculo y del pensamiento.
La negatividad radical es y continúa siendo algo
· no-ligado irreductible: se distingue por esto de lo des
ligado que afecta a las otras modalidades de lo negati
vo. Sin duda debemos admitir que. respecto de estas
149
últimas, se constituye sobre bases diferentes, y que es
1·nherente a la
vida psíquica como tal.
Es prob able que fuera sólo en un estad io b astante
tardío del desarrollo cuando se pudo efectuar un tra
bajo para conferir un estatuto de representación a la
negatividad radical en el espacio psíquico: a lo que no
se ha produ cido en el encuentro entre órgano senso
rial y un objeto, a lo que no podrá representarse sino
como algo no representado.
Se puede suponer que este estadio del desarrollo
es él mismo la trasformación de diferentes modalida
des de lo negativo y que es contemporáneo de aquel
en que el niño hacía y se hacía preguntas sobre lo que
no era él, sobre el no-yo, sobre el no-tú, sobre lo que
no son las cosas. Las hacía, pues, preguntando sobre
lo que él era cuando no era y, más adelante, sobre lo
que él no es por ser lo que es, pero también, más radi
calmente, sobre lo que no es y nunca será. Preguntas
sobre el origen, sobre el no-ser, sobre el otro, sobre lo
incógnito, lo inconcebible, lo imposible. Preguntas so
bre el sexo, sobre el deseo y el riesgo de suponer el
no-desep. Estas preguntas sólo pueden ser planteadas
por un sujeto cuyo pensamiento (fantasma y especu
lación) se haya constituido por apuntalamiento (apo
yo, deriva, reasunción trasformadora) en la experien
cia corporal y, conjuntamente, en la experiencia psí
quica y la palabra del otro. Este pensamiento supone
que la primera distinción adentro-afuera se haya po
dido formar sobre continentes de pensamiento y so
bre procesos de ligazón-trasformación. La elaboración
�n el espacio psíquico de lo que no ha advenido en la
experiencia, sin perjuicio de que el aparato psíquico
represente esta negatividad, supone esas condicio nes.
La perspectiva que intento definir no deja de lado
la angustia que suscita en la psique la relación de con
tacto con lo que no es ella, con lo que la bordea y la
atraviesa en su propio espacio. Esta angustia puede
encontrar su salida, a falta de continentes de pensa
miento, en la destrucción del pensar con el designio
de suprimir en él lo intolerable. También pue de ser
tratada según las otras modalidades de la negatividad
relativa o de obligación. Puede contribuir a formar lo
150
que J. Bleger ha definido como el encuadre, deposita
rio de las partes no-yo de la psique (1966). Puede ela
borarse en las figuras de lo absurdo. Este encuentro
del pensamiento con su límite se puede vivir en el pas
_ mo, el terror o el éxtasis. Esta confrontación con lo que
en sí no es sólo ajeno para uno mismo (J. J. Baranes,
1986b) es vertiginosa e intolerable para el narcisismo.
En este espacio vacío, en esta periferia sin borde que
escabulle el poblarse de sí y de sus objetos, podemos
alojar la experiencia mística, la ausencia de Dios, lo
Absoluto, la expectativa del Todo en la apelación a la
Nada. Otros desarrollos pueden elaborar esta experien
cia de la no-experiencia: filosofías apofáticas, teologías
negativas. 10
Podemos también concebir la negatividad radical
para explicar el espacio vacío no patógeno exigido por
la movilidad de la vida psíquica misma: espacio de la
no-experiencia, de lo que no es y no será. En este sen
tido, definirá la negatividad necesaria para la experien
cia psíquica y para el trabajo del pensamiento contra
su tendencia a encerrar sus objetos y su propio espa
cio en los límites de lo conocido, a agotarlos en la re
presentación que se da de ellos.
La negatividad radical no puede abolirse en la po
sitividad a la que sin cesar intentamos reducirla. Es
ta negatividad concierne más al ser (al no-ser) que al
tener.
151
za con la negatividad radical. se apoya en ella, y, en
lo que ella tiene de intolerable, la niega.
El vinculo de agrupamiento. desde el origen. tiene
juntos a sus sujetos en la ilusión compartida y mante
nida de que podrían ligar lo que permanece refracta
rio a toda ligazón, de que podrían ser lo que no pue
den ser. escapar a su destino de ser mortales. sexua
dos. nacidos de padres sexuados y mortales; de que
sería posible reducir todo lo incógnito.
152
de lo imposible, y se apoya entonces en la negación
de la negatividad radical.
También la negatividad de obligación trabaja la uto
pía; en esta medida, ella concurre a la negación de la
negatividad radical: la expulsión de lo malo fuera de
las fronteras-fortalezas utópicas exige siempre que la
figura del otro no se admita adentro salvo bajo el sig
no invertido de lo mismo. Lo incógnito, lo extraño, lo
familiar inquietante, el sueño, lo inconciente, han si
do rechazados: han desaparecido bajo las luces sin
sombra de las Ciudades del Sol. El acceso al otro es
inmediato: Swift hace que se comuniquen directamen
te, sin tropezar con la opacidad del lenguaje, Gulliver
y los Huyhnhnms, para quienes la mentira es tela cosa
que no es11.
Los pequeños grupos naturales o artificiales son lu
gares de emergencia de la imaginación utópica. La uto
pía es lo negativo del grupo, en tanto este es un espa
cio psíquico conflictual y dividido. En el ejemplo si
guiente, las tres modalidades de lo negativo resultan
tratadas en una utopía imaginada por tres muchachos
de seis a ocho años, reunidos por vínculos de familia
ridad, y familiares en el caso de dos de ellos.
La Djin: un espacio que se parece a una isla y a
la vez a un hábitat interestelar. Los barcos, escasos,
que comunican a los djinos con el otro extremo del
mundo son objeto de un estricto control: administra
tivo, policial, sanitario, psicológico. Nada escapa a los
cien ojos del Argos que vigila sin desmayo las escasas
entradas subterráneas por donde se filtra el acceso al
interior lo mismo que al exterior: la superficie de la
Isla es un vasto jardín, pulcro. cultivado, vigilado. Ba
jo esta masa de vegetación, la ciudad. Una ciudad al
revés, reglada por una diversidad de leyes y ordenan
zas. Construcciones invertidas: el sótano es el altillo,
el altillo es el sótano; instituciones invertidas: una es
cuela donde los niños son los maestros. y los padres.
los alumnos; un poder político invertido: gracias a la
televisión, cada djino ordena al presidente lo que debe
hacer. No hay conflictos ni divergencias: unanimidad.
Una lengua, una lengua al revés: para decir si. se dice
no: aquí es no-allá; atacar, defender: 11La guerra es la
153
paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuer
za►1. ¿1984? La invención de la Djin data del invierno
de 1968.
Las negatividades que sostienen a esta representa
ción utópica afloran sin cesar en la negación, el recha
zo, la desmendda, el trastorno hacia lo contrario, pero
también en la preservación de objetos buenos, de fan
tasmas de omnipotencia. Se manifiestan en la inver
sión de la relación entre las generaciones, en la des
mentida de la muerte: no habrá cementerios en la Djin,
porque la gente no morirá.
La denegación, la desmentida y el rechazo organi
zan la inversión paradójica que rige el sistema defen
sivo de las utopías. su estilo de pensamiento, la orga
nización de las relaciones sociales e intersubjetivas,
y hasta su léxico. En efecto, la Utopía es, literalmente,
el espacio de ninguna parte. En la Utopía de Tomás
Moro corre Anhidris, el río sin agua; se eleva Amau
rotes, la ciudad fantasma, reina Ademas, el príncipe
sin pueblo, y los alaopolitas, ciudadanos sin ciudad,
tienen por vecinos a los ajoreos, habitantes sin país.
Si las cosas y los seres son a condición de no ser,
como Anhidris es río sin agua y Utopía es no-lugar,
es porque un movimiento propio de la utopía los neu
traliza entre dos polaridades: el exceso del ser y la fal
ta de ser. La utopía neutraliza, por medio del domi
nio, la medida y la simetría de las cosas y del lengua
je, lo que pudiera ser el surgimiento de un exceso o
de un defecto: lapsus o sueñ.o surgido del inconciente.
La palabra, en Utopía, es un juego de palabras estric
tamente reglado: Amaurotes no es ciudad fantasma si
no porque es demasiado vistosa. El virtuosismo semán
tico de Tomás Moro no es un simple juego de huma
nista o de humorista: es una exploración del límite de
lo pensable y de lo organizable.
Esta prestidigitación filológica es también la expre
sión semántica de una construcción de la palabra en
relación estrecha con la imagen del cuerpo. En efecto,
el espacio utópico está reglado por la imagen de un
cuerpo maquinizado, preservado de todo movimien to
de deseo. La angustia dominante es que el cuerpo re
sulte vaciado o deformado por ataques internos y ex-
154
ternos. Por eso, en virtud de su estricta y omnipotente
organización, las utopías no conocen ni enfermedad
ni deformidad corporal. En realidad, la angustia de la
degradación y de todo menoscabo de la integridad del
cuerpo es tan intensa que lo de este modo rechazado
hacia afuera reaparece adentro, pero en la función y
el valor pqsitivos de la utilidad: ciegos no hay (este es
el efecto de la negatividad por rechazo), pero ciegos
son empleados como centinelas; no hay mutilados, pe
ro los mancos prestan servicio gracias a su voz. Nada
se pierde, nada es castrado, y tampoco nada puede ver
daderamente ser deseado, salvo no desear más o, en
el límite, puede serlo según las reglas (Fourier, Sade)
de la combinatoria de la física y de la mecánica de los
autómatas.
Puesto que es deliberado y es mantenido bajo con
trol. ya a causa de la obligación de armonía, el espacio
utópico está siempre ainenazado de desintegración. La
posición utópica se elabora contra angustias de perse
cución y de aniquilación. Por eso aparecen en ella tan
fuertemente investidos el límite y la envoltura: el ata
que se libra sobre el umbral. en la frontera; es temido
a la vez desde el exterior y desde el interior. En su ca
parazón protector, la Utopía y los utópicos son impe
netrables.
En nuestros djinos, como en todas las utopías clá
sicas, la simetría y la especularidad articulan las rela
ciones de la palabra y del cuerpo. He aquí un ejemplo
en la utopía infantil: en los tres djinos, la construcción
de la 4tlenguan está fundada en la negación, bajo la for
ma del trastorno hacia lo contrario y de la inversión
simétrica. Nuestros tres utopistas descubren que su
lengua contradice la experiencia con la que se enfren
tan, cuando la madre de uno de ellos queda encinta.
Este descubrimiento repentino, primero jubiloso, se
lleva a cabo en torno de las dos comprobaciones si
guientes:
155
quiere decir nada. Lo que es único no se designa por
medio de una inversión especular. Los nifios tendrán
entonces que re-inventar. no sin tristeza. las palabras
específicas. triviales, ya utilizadas, inventariar el uni
verso. el cuerpo, las relaciones con los padres, las re
laciones entre ellos mismos, los utopistas. y entre los
djinos y su ciudad. De este descubrimiento data la mo
dificación de la arquitectura simétrica de la Djin, y des
pués, el abandono de la utopía.
He destacado la importancia de la denegación en
el discurso utópico. En el caso de nuestros tres djinos,
ella adquiere aquel valor de levantamiento y rebasa
miento de la represión, con el cual Freud caracterizó
la función de la Verneinung. El pensamiento y la inte
ligencia nacen de esta función (de)negativa. Ejemplar
es por lo tanto la aventura de nuestros tres djinos, quie
nes, con ocasión del embarazo, redescubren por la sor
presa y el libre juego de su palabra la diferencia en
el sexo, el cuerpo y la generación. Al nombrar al Pa
dre y la Madre en su identidad opuesta y complemen
taria, salen de la utopía. Salen de la utopía y entran
de nuevo en su historia.
156
dan lugar a formaciones y a p rocesos intrapsíquicos.
El ideal del yo, las identificaciones y el contrato narci
sista son formaciones de esta índole. Las relaciones en
tre esos qos ◄1espacios» parcialmente heterogéneos po
nen en juego economías. tópicas y dinámicas cruza
das. entre el sujeto singular que persigue su propio fin
y la cadena trans-subjetiva de la que es un eslabón.
El aparato de ligazón y de trasformación psíquica que
es el grupo asegura esta articulación entre los sujetos
de un conjunto y este conjunto como tal.
Las alianzas inconcientes son bifases; también ellas
satisfacen a la vez algunos de los intereses de los suje
tos como tales, y las exigencias propias del manteni
miento del vínculo contraído por ellos y que los aso
cia. La heterogene�dad de estructura de esas forma
ciones mixtas se resuelve en lo imaginario y por los
fantasmas de objetos compartidos y de significantes
comunes. La producción de síntomas compartidos tie
ne también esta función y esta finalidad: sujetar a ca
da sujeto a su síntoma en relación con la función que
cumple en el vínculo y para este. El síntoma recibe
de ello un refuerzo. Este es uno de los 11aspectos11, el
tercero. por el cual se lo tiene.
Alianzas de esta índole han sido descritas por Freud
tanto en la clínica de la cura (con ,,Oora11 y la comuni
dad de las identificaciones a través del síntoma) como
en las especulaciones sobre las sociedades y los gru
pos: el pacto de interdicción que los hermanos conclu
yen tras el asesinato del Padre, la comunidad de la re
nuncia pulsional. Investigaciones más recientes han
puesto en evidencia la función de tales alianzas en el
destin o de los sujetos del vínculo; el pacto denegativo
se debe situar por referencia a las nociones de contra
to narcisista. de comunidad de la desmentida, de alian
za denegatoria.
Estas formaciones psíquicas bifases. estas alianzas
inconcientes nos resultan asequibles, en parte. por in
ducción y construcción, a partir de la práctica de la
cura. El abordaje moderno del psicoanálisis de las psi
cosis y. de los estados fronterizos nos ha dado acceso
a esélS formaciones .Y a esos procesos en el sujeto sin
gular. en la medida. misma en que él no persigue su
157
propio fin. o lo hace en muy escasa medida, por estar
demasiado sujeto. o no estarlo lo suficiente, a la cade
na intersubjetiva de la que procede.
Ahora bien, el dispositivo grupal organizado por los
requisitos del método psicoanalítico vuelve posibles la
manifestación y el análisis de las formaciones y de los
procesos psíquicos constituidos dentro del vínculo in
tersubjetivo y para este; se llega a analizar su correla
ción con los intereses, los conflictos y las organizacio
nes que son propias de los sujetos singulares. Podemos
entonces esperar que oallí donde estaban las alianzas
inconcientes alienantes. el yo pueda advenir». No obs
tante, esta esperanza nos pone frente a aquello que,
de la negatividad, permanece irreductible a todo de
venir.
158
En todo vínculo, un pacto de este tipo trata la ne
gatividad, sea negándola, sea ligándola en sus sujetos
en una alianza inconciente. de suerte que el vínculo
se organice y se mantenga en su complementariedad
de interés para que se asegure la continuidad de las
investiduras y de los beneflcios ligados a la subsisten
cia de la función del ideal y al mantenimiento de la
relación de imposibilidad. El saber sobre el pacto es
aquello de lo cual no podría ser cuestión entre los vin
culados por él, en su interés mutuo. Se trata de un pac
to cuyo enunciado, como tal. nunca es formulado, pe
ro que se deja registrar en la cadena significante for
mada en el vinculo por los sujetos del vínculo.
Destaco de este modo dos polaridades del pacto de
negatlvo: una es organizadora del vinculo, la otra es
defensiva. En efecto, cada vínculo se organiza positi
vamente sobre un conjunto de investiduras y de re
presentaciones comunes inconcientes, ordenadas a la
satisfacción de deseos y estructuradas por un organi
zador psíquico inconciente, pero también sobre un 11de
Jar de lado11 o sobre un resto que puede seguir los dife
rentes avatares de la represión, de la desmentida o del
rechazo, y constituir bolsones de intoxicación o espa
cios-basurero (R. Roussillon, 1987) que maJ\tengan a
los sujetos excluidos de una parte de su propia historia.
Mientras más se mantenga reprimida la represen
tación del espacio de unión común al sujeto singular
y a las formaciones trans-subjetlvas, más violenta se
rá la modalidad del retorno de la negatividad. El pacto
denegativo mantiene el isomorfismo de la relación en
tre esos dos espacios. Por eso toda modificación en el
pacto cuestiona la organización intrapsiquica de cada
sujeto singular. Reciprocamente, toda modificación de
la estructura. de la economia o de la dináinica del pacto
tropieza con las fuerzas que lo sostienen como com
ponentes irreductibles del vínculo en el conjunto.
159
nier ha descrito como el con trato narcisista; es su com
plemento y su contracara. Me parece que los términos
de ese contrato se inscriben en las premisas freudia-
nas de c«lntroducción del narcisismo cuyas perspecti
11,
160
co
núcleo de la cuestión del origen y del fundamento
rrelativo del conjunto y del sujeto singular.
161
biado una parte de felicidad posible contra una parte
de seguridad ( ... ) El resultado final debe ser la edifi
cación de un derecho al que todos, o al menos todos
los miembros susceptibles de adherir a la comunidad,
hayan contribuido con el sacrificio de sus pulsiones
personales. y que, por otra parte, no permita que nin
guno de ellos sea víctima de la fuerza bruta, con ex
cepción de los que no han adherido a ella1►• Así la co
munidad como derecho protege de la violencia del in
dividuo, impone la necesidad y hace posible el amor:
en el límite de la adhesión al conjunto; en términos
que se inscriben en las exigencias del contrato narci
sista y del pacto denegativo.
La noción de comunidad de la desmentida (M. Fatn,
1981) contempla una modalidad de la identificación
del niño con su madre cuando esta no consigue des
prenderse de él para designar en otro lugar que no sea
el hijo un objeto de deseo (el padre), con lo cual la des
mentida de la existencia del deseo del Padre es a la
vez obra del niño y de la madre.
De este modo, entonces, la comunidad de la des
mentida entre la madre y el nifio mantiene su no
separación. Ella está en la base de un tipo de identifi
cación que M. Fain califica de proyectiva, y que él opo
ne a la identificación histérica precoz, la que sustenta
la identificación del niño con la mujer cuando la ma
dre produce un movimiento hacia otro objeto de de
seo seductor, que el niño tendrá que descubrir y reco
nocer. Este reconocimiento es correlativo del que la
madre hace de su feminidad. Se trata, en consecuen
cia, de la comunidad de una desmentida que recae so
bre la realidad del objeto del deseo del otro y. por esta
razón, en la medida en que semejante comunidad sos
tiene una identificación cruzada, ella constituye uno
de los modelos básicos del destino de la negatividad
en el ser-juntos.
Una formación de este tipo esclarecería sin duda el
lugar de la desmentida y de la seducción en la alianza
Freud-Emma Eckstein-Fliess. En ella, Fliess reaparece
sin cesar para Freud como el seductor. Freud sale de la
alianza sangrante gracias a una solución mixta en sus
identificaciones: una parte de estas establece a Fliess
162
en él. pero es por la identificaci?n histérica con la mu-
Jer como se libra de la comunidad de la desmentida.
De otra problemática depende el modelo de la alian
za denegativa que M. Th. Couchoud ( 1986), en un tra
bajo riguroso, ha puesto en evidencia. La autora pro
pon e esta noción a partir de la elaboración de la psico
terapia conjunta de una madre y de su hija. La alianza
se manifiesta aquí en la sobreinvestidura alucinatoria,
por parte de la hija, de las representaciones no repri
midas y al mismo tiempo negadas por la psique ma
terna. •<Las dos mujeres -escribe (págs. 96-7)- desem
peñan, una y otra, un papel activo con respecto a una
empresa que se presenta como una tentativa hecha pa
ra mantener en la escena de lo cotidiano la permanen
cia de lo que en la madre no ha podido ser elaborado
o reprimido. No obstante, se trata de mantenerlo de
suerte que esté desprovisto de sentido, al punto que
sólo pueda ser acreditado por la madre en nombre de
la locura de su hija, de manera que cabria preguntar,
en primer lugar. si la madre no es preservada del deli
rio por no haber podido reprimir el contenido de los
traumatismos. Se podría decir entonces que ella indu
ce en su hija lo que habría sido su propio delirio, o tam
bién que la hija delira para que la madre continúe ol
vidando lo que para ella no es "reprimible"11.
El análisis trae a la luz algunos rasgos diferencia
les de la represión en la trasmisión neurótica y psicó
tica. En lo que concierne a la represión neurótica, los
trabajos de p. Aulagnier han precisado la noción de
una trasmisibilidad de las interdicciones al servicio de
un ideal común. 11Lo que se busca en esta trasmisión
de las interdicciones y en el esfuerzo de represión im
puesto al niño es que se preserve lo ya-reprimido por
la psique parental. Es sobre la base de esa represión
como se ha consumado el trabajo de historización del
yo [Je] en los progenitores••· En cambio, los caracteres
particulares de la represión en la psicosis serian los
siguientes (M. Th. Couchoud, op. cit., págs. 122-3):
1. La represión en la psicosis es decidida por la ma
dre; está sujeta a un orden arbitrario, instaurado por
ella, en beneficio de su ley.
163
2. En la psicosis nos encontramos con la noción de
un fracaso en reprimir. en lugar de una genealogía de
las represiones trasm.itidas. Este fracaso en reprimir
se convierte en el móvil de los recursos aplicados para
asegurar la veladura de lo que debe ser negado. Este
fracaso en reprimir, que es obra de la madre, puede
ser compensado, a iniciativa de ella, por dos medidas
defensivas. La primera es descrita como una manio-
bra diversionista.
3. La diversión se efectúa en cuanto al propósito
de la represión: para la madre se trata de imposibilitar
la revelación de algo no-reprimido operante; he ahí el
objetivo en beneficio del cual se efectúa esta manio
bra diversionista que socava toda posibilidad, para el
yo [Je), de iniciar un movimiento de historización.
4. El segu.ndo recurso consiste en poner bajo sellos
algo que debe ser negado, algo no-reprimido/conjun
taxnente negado: c,Se trata de una operación destinada
a desposeer al niñ.o de toda capacidad de pensar el
enunciado y de darle un sentido.,. Y es en esta proble
mática de superficie y de inmediatez donde la distri
bución de los roles se presenta como ,cuna alienación
de uno de los protagonistas de la alianza en beneficio
del otrou (op. cit.) .
5. Las modalidades propias de la respuesta psicóti
ca concurren a desnaturalizar el propósito y el senti
do de las cosas, gracias a lo cual se consuma la tarea
de la represión: volver imposible la puesta en palabras
de lo que n� pudo ser reprimido en la psique materna.
6. La economía de la represión psicótica se puede
concebir como una alianza con miras al desconoci
miento de un enunciado de deseo. En cambio, el tra
bajo por realizar no se cumple según el modo de una
trasmisión vertical de las interdicciones donde se re
conozcan ideales comunes. e1El área de represión está
limitada a la estricta extensión de la relación. El al
cance del proyecto es inmediato y no se inscribe en
una línea de descendencia de renunciamientos cultu
rales" (op. cit.).
164
el mantenimiento del vinculo de Freud con Fliess y
en el de la madre y la hija acerca de cuyo tratamiento
informa M. Th. Couchoud: los dos hombres mantie
nen su vinculo imputando a la histeria de Emma la
sangre que ellos derramaron por 11ver eso11 y no saber.
Si el objetivo es diferente en el vínculo que une la ma
d re y su hija, no es menos cierto que ,,anotar en la cuen
ta del delirio de la hija toda posibilidad de descubri
miento de lo que ella, la madre, no quiere pensar. es
sin duda la condición previa de toda relación entre
ellasn (op. cit., pág. 115).
En definitiva, todas esas formaciones no deben su
consistencia y sus efectos sobre la psique de los suje
tos singulares sino a unas funciones económicas y di
námicas. a unos emplazamientos tópicos que adoptan
para sí dentro del conjunto trans-subjetivo. La comu
nidad de la renuncia pulsional, la comunidad de la des
mentida. el contrato narcisista. la alianza denegatoria
y el pacto denegativo poseen esa doble pertenencia me
tapsicológica. El análisis de sus relaciones puede per
mitir comprender el modo en que dentro de modali
dades neuróticas. psicóticas o perversas se constituye
o fracasa en constituirse una parte de la función re
presora para cada sujeto singular. en tanto está some
tido al conjunto.
16,5'·
1. La ruptura por el odio
También aquí son posibles diferentes modos de
rnptura, y hace poco tiempo me he extendido sobre
lo que ellos debían al odio del grupo (Kaes. 1982). Es
cribí: 11El grupo es odiado porque es el espacio de la
desposesión más íntima, más radical; de aquello, pre
cisamente. de lo cual nos habíamos despojado, que ha
bíamos confiado o proyectado en los otros, dentro de
esa desposesión ineluctable, consentida, casi dichosa,
que es la de la identificación primera, base del víncu
lo psíquico. Aquello de lo cual nosotros nos despoja
mos. y que proyectamos. no en el otro. sino en múlti
ples otros, seguirá en lo sucesivo, en grupo, un desti
no que no solamente escapa al sujeto, sino que va a
ser para esos otros un objeto de su albedrío, de su go
ce o de su destrucción: un destino que justamente los
hará ser-juntos un grupo, y que, en el mismo movi
miento, indicará a cada uno su soledad y su impoten
cia, su esencial dependencia, el riesgo de un dejar-caer
vital>i.
Pero existen dos destinos diferentes del odio: uno
posibilita la separación, el otro mantiene el vínculo,
como Bion lo había visto, por el odio.
En el vínculo grupal, el odio suelda los pactos so
bre lo negativo, sostiene las formaciones narcisistas
comunes, las formaciones del ideal, la ideología, la
alianza de la opinión común. contra la individuación.
Desposesión grandiosa contra la desposesión íntima,
la ideología, formación del odio, es un dispositivo que
concurre a desensibilizar y a administrar los pactos
denegativos, los pactos sobre la negación de lo negati
vo. Las ideologías ligan a los miembros de un grupo
entre si por el odio del pensamiento, el odio de la idea,
que proviene casi de su contacto con lo ignoto. M. En
riquez (1984, págs. 147-72) ha mostrado que el some
timiento y el odio son factores comunes en las afinida
des electivas entre paranoia y masoquismo. Son -tam
bién constantes en las ideologías: con el ideal cruel,
la omnipotencia atribuida a la causa única y el culto
narcisista forman los términos de un pacto de alianza
entre perseguidores y perseguido.
166
cuando no liga a sus súbditos en alianzas de esa
clase, el odio trabaja en la ruptura de los pactos sobre
lo negativo. Pero la ruptura se puede efectuar. Freud
propone el modelo de ella en la figura del Dichter: el
poeta, el héroe, el historiador. el escritor.
167
do por el amor de su madre puede tomar ese riesgo.
del mismo modo Aline, en el grupo de mujeres, soste
nida por la trasferencia y por el trabajo de desasimiento
que efectuamos mi colega y yo, será la primera que
logre romper con el sentido común del grupo. rebasar
el rechazo que el grupo reserva a las utraidoras►1 que.
desasiéndose de la psicología de la masa, ponen en pe
ligro los pactos y las alianzas inconcientes que la man
tienen junta.
3. La pulsión anarquista
Si hiciera falta buscar la base pulsional de la nega
tividad de la ruptura en el ser-juntos. podríamos en
contrarla del lado del trabajo de la pulsión de muerte:
especialmente del lado de esa tercera corriente que la
compone, en que ella trabaja al servicio de la vida. N.
Zaltzman ( 1979) ha calificado de anarquista a esta co
rriente de la pulsión que no tiende a volver a lo inani
mado. ni a destruir, sino a individuar. Escribe esta au
tora: rcLa pulsión de muerte trabaja contra las formas
de vida establecidas y contribuye a renovarlas ( ...).
La pulsión de muerte trabaja en el empuje libertario
más individual contra el efecto nivelador de la norma
social». De la norma social y, más específicamente. de
las alianzas y los pactos inconcientes mortíferos. que
nos hunden en la compacidad de lo demasiado-lleno
y del exceso de vínculo.
4. El análisis de lo negativo y de su
formación en los conjuntos trans
subjetivos
Sobre la base de un análisis de los procesos y de
las formaciones de la realidad psíquica en los conjun
tos trans-subjetivos. he desarrollado la hipótesis según
la cual una parte de la realidad psíquica de los sujetos
singulares está sometida a tales conjuntos; he formu
lado las siguientes proposiciones:
168
l. El vínculo en los conJu1?-tos se fun?ª• por una par
te, en la negati
vidad: a partir del no-vinculo
.
de la ne-
· d e 1as operac1�nes de des-
gatividad radical Y_ a partir
JJgazón, de negacion _Y de rechazo. D�l mismo modo,
la concepción del obJeto y el pensamiento se fundan
a partir del no-objeto (Bion) y de la negación (Freud).
2. Si lo negativo funda el vinculo, algo negativo es
inducido por el vínculo mismo. El establecimiento y
mantenimiento del vinculo fabrica una negatividad re
lativa y de obligación para preservar el vínculo mis
mo y los intereses (distintos o idénticos) de sus sujetos.
3. No toda la negatividad puede ser absorbida, reab
sorbida, trasformada por el vínculo y por el trabajo psí
quico que en él se consuma; de la misma manera, el
pensamiento no puede pensar sino una parte de la ne
gatividad sobre la cual se apoya y se funda. Subsiste
un resto irreductible que puede dejarse representar sin
ser agotado por el pensamiento.
4. Introduzco la noción de un pacto denegativo con
cluido entre los sujetos de un vínculo como modali
dad de una alianza inconciente formada sobre la ne
gatividad y por los efectos de lo negativo. Este pacto
tiene objetivos múltiples: tratar lo negativo, luchar con
tra algunas de sus componentes, negar lo negativo, cir
cunscribir por la producción y los efectos de lo negati
vo, preservar cierto estado del vínculo o de la activi
dad de ligazón, reforzar la positividad del vinculo. Los
pactos denegativos son pactos concluidos a la vez so
bre lo negativo y contra lo negativo.
5. El trabajo de la negatividad interviene en el pro
ceso de desasirse de un vínculo cuyas componentes
alienantes o mortíferas estorban la capacidad de liga
zón de las pulsiones de vida.
169
7. El pacto denegativo originario, el
domeñ.amiento de la pulsión 9 y la
supresión
René Roussillon
170
El tie mpo en que eso ocurre, el tiempo en que eso
s pien sa y el tiempo en que este pensamiento resulta
�ropiable como modo del vínculo están separados por
�n corri miento necesario. Es la instauración de una
distancia, de una latencia; sólo esta vuelve pensable
tanto lo ausente como lo presente, cada uno de los cua
les se piensa únicamente en su negación. La presen
cia se descubre como perdida en la ausencia, la ausen
cia se aprehende como pérdida no radical en la pre
sencia reencontrada.
La noción de upacto denegativo,, que R. Kaes pro
pone como concepto unificador de toda una serie de
modalidades del vínculo en/por las formas y figuras
de lo negativo no era formulable, sin duda, sino en un
apres-coup de los primeros trabajos sobre el grupo. Pe
ro, por un efecto dialéctico, desde que fue construido,
el concepto de 11pacto denegativo,, invita a una reorga
nización de los fundamentos mismos de nuestra re
presentación de la construcción originaria del vínculo
grupal. De este, S. Freud nos ha legado diferentes for
mas organizadas en torno de un mito fundador cen
tral: el de la horda primitiva. Si, según pienso con R.
Kaes, la noción de ••pacto denegatlvo11 es un concepto
fundamental de la organización del grupo y de la ins
titución, me ha parecido interesante poner a trabajar
este concepto en aquel mito fundador, para tratar de
dilucidar las formas y figuras que el pacto denegatlvo
hubiera podido tomar en él, y rastrear una parte de
la historia de la negatividad que opera ahí en silencio.
171
Es verosímil que la creación efectiva del totemismo no
se haya desarrollado como Freud lo pretende. Sus fuen
tes históricas han podido ser cuestionadas de manera
sin duda muy radical por los historiadores y los etnó
logos, y esto ya en su tiempo. No obstante, Freud, muy
atento por lo común a apoyarse en la evolución de las
ciencias de su tiempo y a tratar de dialectizarlas con
lo que él mismo piensa. mantendrá a lo largo de su
obra la ficción de una horda originaria y su supera
�ión en/por el asesinato del padre. Freud retocará en
diferentes ocasiones determinados aspectos de su mi
to, en especial cuando introduzca la cuestión del su
peryó (1927, 1929), pero esas modificaciones obede
cerán siempre a imperativos internos de su propia ar
gumentación y nunca a la necesidad de integrar datos
nuevos, surgidos de un campo que no fuera el del psico
análisis.
En otra parte he indicado (R. Roussillon, 1985) que
el mito de la horda primitiva tenía un valor transicio
nal en la obra de Freud; que desempeñaba en la cons
trucción teórica de Freud el mismo papel que cumple
en la cura el juego de las «construcciones,,, es decir,
el de operar como un expediente destinado a -mante
ner o a restablecer la continuidad y la coherencia de
un pensamiento. allí donde la elaboración tropieza con
una dificultad momentánea y antes que el análisis es
té en condiciones de aprehender de otro modo lo que
el mito mantiene imaginariamente articulado. Si Freud
sostiene entonces, hasta Moisés y la religión monoteís
ta, los principales contornos de ese mito originario, no
es sólo a causa del valor transicional que este puede
adquirir en tal o cual momento de su razonamiento,
sino también porque el mito, más allá de la ((realidad
histórica 11 del nacimiento del totemismo, dice una de
las 41Verdades 11 del psiquismo, de sus fundamentos.
Por eso dejaré de lado yo también, siguiendo a
Freud, la cuestión de la historicidad efectiva de la crea
ción del totemismo, y me situaré en el marco de su
construcción, en su lógica interna, para tratar de po
ner en evidencia una estratificación organizativa sub
yacente en el mito, un ((pacto denegativo11 de los her
manos. Y de segutr su elaboración progresiva como mi-
172
to del héroe de escritura. Se me permitirá pues que juz
gue con el mito, en el seno del mito, que lo re-escriba.
173
Si Freud tiene razón en presentar el asesinato del
padre primitivo y su incorporación como el factor ins
titucionalizan te del totemismo y la organización rela
tivamente apaciguadora que este estructura. gracias
a la red de tabúes que instituye. necesariamente se tie
ne que haber producido otra operación unificadora del
grupo. operación no descrita como tal por Freud, pero
necesaria para explicar la lógica interna de lo que él
describe. En efecto, la racionalidad de una puesta en
común (ljuiciosa11 de las fuerzas dispersas presupone
la aprehensión de lo que sería el ,dnterés11 de cada uno;
ella no puede bastar: ¿de dónde surgiría semejante ra
cionalidad, fuertemente secundarizada, en ese mun
do salvaje de los orígenes, en el que dominan, con to
da evidencia, el exceso pulsional. la realización impe
ra ti va y tiránica de los deseos, la ausencia de reparto?
La hipótesis implícita de Freud de unos lazos homose
xuales tejidos entre hermanos tropieza también con
la objeción de su carácter, necesariamente exclusivo,
que impediría toda reunión verdadera de varios her
manos. Por lo demás, Freud es explícito sobre este pun
to en 1921; los lazos homosexuales e identificatorios
de los hermanos sólo se pueden estructurar de mane
ra secundaria y sobre la bas� de la constitución previa
de un ideal común (o de un)efe), de un ídolo común.
En el origen reinan entr,� los hermanos la avidez,
la envidia primaria, los celos, los deseos captadores,
el exceso pulsional no domesticado. No solamente ca
da uno quiere estar en el centro del grnpo -como el
padre originario-, sino que también cada uno quiere
ser el único, con exclusión de los rivales, a imagen del
padre. El exceso pulsional originario infaltablemente
trae consigo la desorganización y la penurta. l
Ahora bien, el único 11proceso11 de defensa contra el
exceso trasmitido por el padre originario es la exclu
sión -es así como él trató el exceso de los rivales-,
la evacuación de lo que �xcede. Es ahí donde es preci
so buscar el punto común de la historia de los herma-
174
se podría apuntalar una reunión ele
nos, aquel en que
mental, en que una primera forma de opacto denegati
vo•• podría fundamentarse. La avidez, la envidia, la cap
tación, serán colectivamente excorporadas en un ani
mal vivo, apto para proporcionar huellas perceptivas
que acrediten en medida suficiente esta excorpora
ción. S. Freud dirá que el animal totémico tiene la mis
ma sustancia que los hermanos.
El 11 pacto denegativo» originario se organizaría por
consiguiente, en su punto de partida, según el modo de
una comunidad de la desmentida del exceso pulsio
nal, y se situaría en el origen de una fobia primaria
colectiva. 2
Ahora bien, semejante "solución,, obliga a una evi
tación activa del animal fobígeno; ella no puede pro
ducir un tótem, no explica el banquete totémico. La
desmentida debe repetirse, no se puede estabilizar, si
un acontecimiento no la fija. El grupo vive bajo la ame
naza del retorno de lo desmentido, no está bien prote
gido de la _contaminación.
La fijación totémica
175
titutivo del pacto denegativo de los hermanos y de es
te modo lo rechaza. lo reprime ccoriginariamente». lo
totemiza en un fetiche colectivo. El tótem se convierte
entonces en el ·representante-cosa del exceso pulsio
nal desorganizador fijado.
Sin embargo. semejante solución peca por exceso
de estabilidad. La muerte del padre originario ha fija
do una estructura social que no puede sino inmovili
zar. fetichizar. totemizar la pulsión; es incapaz de po
nerla al servicio del despliegue, del aumento de la com
plejidad social. Paradójicamente. el asesinato del padre
fija el apego a este. Al inmovilizar el tránsito externo
de la pulsión. condena al ritual, obliga a la conmemo
ración indefinida. despotencia el futuro. El tiempo to
témico será un tiempo cíclico, un tiempo rttualizado,
encerrado sobre si mismo. El primer pacto denegatlvo
era dema�iado lábil. pero su totemización peca. al con
trario. por un exceso de fijeza.
El banquete totémico
176
según veremos, el padre habría debido/podido 41S0-
brevivirn, deber á sobrevivir a ese asesin.a to originario.
par a que la historia advenga. para_que la historicidad
se constituya, para que su héroe se dé a conocer. La
muerte efectiva del padre fija el tiempo, lo detiene, y
de este modo detiene el «tránsito externo•• de la pul
sión. Impide que la pulsión uanarquizante•• se elabore
afuera, antes de ser reincorporada/reintroyectada. El
padre muerto seduce al animal totémico , lo sutura en
él, y así fija un punto de confusión padre/hijo. del cual
el tótem será el representante-representación concre
tado, materializado.3
Por fortuna, la historia no se detiene aquí; el trán
sito se reanudará en otra parte. el tótem se pondrá en
movimiento y, con él, nuevos desarrollos del ccpacto de
. negativou organizador.
177
análisis, aquello por lo cual el carácter peligroso o de
sorganizador de este se yugula y se pone al servicio
de la cura. Esta presentación no está muy alejada del
tótem-encuadre-fetiche que acabamos de ceñ.ir.
No es la primera ni la última huella del tema de
la domesticación y del domeftaniiento en el pensamien
to de Freud. El domeñamiento aparece muy tempra
no, desde el <1Proyecto11 de 1895. transita por el artícu
lo de 1925 sobre el masoquismo. y resurge en 1937
en ◄◄ Análisis terminable e interminable,,.
En 1913. algún tiempo después de haber redacta
do Tótem y tabú, Freud escribe un breve artículo de
los llamados de upsicoanálisis aplicado11, que no firma
rá con su nombre hasta 1924: uEI Moisés de Miguel
Angel... En este artículo -que yo sepa. esta compro
bación no ha sido hecha antes-, 5 Freud pondrá en es
cena la cuestión de la domesticación del c,animal toté
mico" y, al mismo tiempo, la de la deconstrucción de
la organización totémica. Como el trabajo no es tan
conocido, expongo brevemente su doble puesta en es
cena.
Freud pasa cerca de la estatua del Moisés de Mi
guel Angel prevista para la tumba de Julio II. y se sien
te como capturado por ella. Imagina a Moisés encole
rizado. que se desplazara hacia él para ahogarlo. 6 La
cosa. la representación hecha cosa, la estatua-tótem.
se anima; el padre inmovilizado, hecho estatua, se po
ne en movimiento. El contenido totémico reanuda aquí
su tránsito. Freud, ante este enigma. no cejará hasta
apropiarse. por el pensamiento y la escritura. de este
potencial emocional reanimado.
Esta primera escena convocará a otra. Freud la l(re
contextualizará11 en una escena de clan y de tótem, es
cena del tabú de la cosificación de la representación.
178
La escena reminiscente es la de Moisés que desciende
del Sinaí. donde acaba de recibir el texto de las Tablas
de la Ley. Moisés, hijo predilecto de Dios, representante
mesiánico elegido para sacar de Egipto al clan de los
hermanos de Israel, se encuentra con el espectáculo
de la ceremonia totémica del clan: un becerro de oro
se ha erigido y en su derredor la fiesta del exceso pul
sional está en su apogeo. En este punto, Freud organi
za un suspenso. ¿Se repetirá la escena originaria? ¿Se
dejará llevar Moisés por su furor mortífero, por sus ex
cesos pulsionales, se lanzará para repetir. en nombre
de la ley, el asesinato originario anarquizante? ¿Hará
añicos las Tablas de la Ley -representante simbólica
del padre-, matará a los hijos heréticos, a los herma
nos del clan, para quedarse así como el único hijo
c,buenou?
Es célebre el vuelco que Freud propone de esta si
tuación. Moisés no se lanzará al ataque, «domeñará,.
su furor, su exceso pulsional, descansará sobre su pe
destal. Freud re-escribe aquí la historia. inventa -la
encuentra creada- la historia de la superación del to
temismo, de la domesticación del exceso pulsional ase
sino y desorganizador. El texto se organiza en dupli
cación: al re-escribir la historia de Moisés. Freud, a su
vez, lo domeñ.a por el análisis y la escritura. Inventa
el mito del héroe que domestica en el mismo movi
miento, pero en dos tiempos.7 el furor del padre-Moi
sés y el del hijo-Moisés.
Ahora bien -Freud no lo explicita. pero su análi
sis lo presiente en diversos pasajes-, si Moisés se de•
jara llevar por su furor, si matara a los hermanos del
clan, quebraría al mismo tiempo las Tablas de la Ley.
El desenlace furioso engendraría una paradoja. un di-
179
lema. La ley se introduciría en tanto trasgredida y des•
truida en un mismo movimiento. Así se repetiría el ase
sinato originario y sobreviviría, paradójicamente, la or
ganización totémica.
Moisés. según Freud. no soltará las Tablas de la
Ley; así podrá instaurar un superyó no totemizado.
Freud, identificado con Moisés, podrá después presen
tarse, como el poeta que él describe en un anexo de
Psicología de .las masas y análisis del yo, para contar
la nueva historia del héroe, la epopeya del hombre que
se debate con la envidia, los celos. la captación, la epo
peya del hombre que domeña el exceso pulsional.8
Pero antes de que Freud pudiera reflexionar. en el
mito del héroe, sobre lo que él mismo estaba en vías
de producir en su texto, parece haber tenido necesi
dad de que el domeña.miento se efectuara en acto, en
· el nivel de la representación hecha cosa. Porque el aná
lisis del Moisés de Miguel Angel por Freud es ante to
do un acto, un 11no11 en acto al exceso pulsional, un ceno"
que es límite entre el acto y el pensamiento. según lo
apunta tan certeramente J. Guillaumin (1987c). Freud
comienza por devolver la estatua a su lugar, allí don
de su imaginario personal la había puesto en movi
miento. Sólo entonces podrá ser negativizado afuera
lo que pudo ser positivado adentro. Desde ese momen
to, el ídolo externo, el tótem, ya no será útil, podrá ser
destrl;lido, Moisés destruirá el becerro de oro, lo redu
cirá a cenizas, lo dará a beber a los hijos de Israel. El
banquete totémico se repetirá, pero en otro nivel; la
lntroyección recaerá en este caso sobre representantes
representaciones -lo incorporado es el ídolo, el bece
rro de oro- y ya no sobre la cosa misma. La historia
y su trayecto se volverán así representables, se con
vertirán en objeto de escritura: otra forma de reparto
se volverá pensable.
180
Ul. El «Proyecto)) ( 1895), el domeñamiento
del recuerdo y el doble
El dorneñamiento en acto está en el origen de una
nueva organización tópica. Esto nos remite a los ope
radores psíquicos de la estructuración de la tópica.
En 1895, en el «Proyecto de psicología», S. Freud
hace surgir la figura metafórica del domeñamiento pa
ra explicar la mutación en recuerdo de las huellas mné
micas reminiscentes. Repaso rápidamente el argumen
to. Freud se pregunta: ¿cómo puede el aparato neuro
nal determinar la distinción entre la reminiscencia
alucinatoria provocada por la investidura de las hue
llas rnnémicas, y la percepción actual del objeto? ¿Có
mo el aparato l/; puede establecer la diferencia entre
lo que viene de adentro -y que por lo tanto es atribui
ble al pasado- y lo que viene de afuera -que es ciac
tuat..-, diferencia en la que descansa esta tópica ele
mental?
Por facilitaciones laterales, desviaciones de ener
gía, las neuronas -,J¡ han podido captar y constituir co
mo reserva las energías traumáticas así canalizadas
(¿totemizadas?) adentro, en beneficio del interés adap
tativo del yo. Pero el· yo queda entonces ainenazado
de confusión traumática. Recordemos que es el mode
lo que Freud introduce a propósito de Emma y del se
gundo tiempo del trauma. Si el yo no puede diferen
ciar percepción y alucinación, la descarga corre el ries
go de producirse cuando el objeto no esté presente eri
la realidad. y por lo tanto, sin satisfacción verdadera.
Así la descarga corre el riesgo de ser traumática. Es
en este momento cuando Freud introduce el modelo
del ccdomeñamiento» del recuerdo, modelo del 0no11 a la
descarga alucinatoria, el único que permitirá diferen
ciar descarga alucinatoria reminiscente y percepción
actual del objeto.
Este operador energético, este uno11 primero, debe
duplicarse en un operador secundario, no menos fun
damental para la estructuración de la tópica interna.
El yo debe poder apoyarse en las huellas anteriores de
su propio trabajo de 44domeñainiento11, debe oírse, ver
se en obra en el logro primero, para constituirlo como
181
recuerdo. En 1895, Freud insiste en la necesidad de
la enunciación, de la efectiva puesta en palabras, para
que ese trabajo se vuelva perceptible. audible para el
yo. En 1899. en su trabajo sobre los recuerdos encu
bridores. insistirá en el hecho de que el sujeto se ve
en su propio recuerdo, se representa a sí mismo en el
recuerdo. El no del domeñamiento energético no bas
ta, hace falta además que el sujeto se oiga decir no,
se vea domeñar el recuerdo.
Así. la constitución de una reflexividad es necesa
ria para la organización de una tópica estratificada. un
doble auditivo o visual se requiere para que se esta
blezca la apropiación verdadera de sí y de su historia.
No es asombroso que a continuación de Tótem y tabú
y de uEl Moisés de Miguel Angel», Freud haya introdu
cido la cuestión del narcisismo, que trabajará todos sus
textos, junto con la del doble, hasta uLo ominoso11. A
través de estos diferentes textos. Freud prosigue su
autoanálisis, trabaja también por cuenta de él mismo,
lo que tenemos que analizar rápidamente para poder
continuar nuestra recorrida por los tiempos del mito.
182
surge entonces como una representación del padre cas
tigador de los deseos de Freud niño. de matar a su her
mano Julio para quedar como el hijo único, predilec
to. Esto pone en escena el segundo tiempo de la ac
ción dramática. en torno de Moisés-hijo. 9 En el extrac
to de la Biblia que Freud cita en el 11Moisés». omite un
10
p asaje en el que Moisés-hijo mata a sus hermanos.
Si Moisés se ha dominado sobre la tumba de Julio 11,
entonces los deseos asesinos del joven Freud tampoco
se han realizado. Freud, al dominar a Moisés. domina
también a su doble excesivo.
Es a propósito del sueño de la «monografía botáni
ca11 como Freud evoca un recuerdo infantil en el que,
con su hermana menor Anna, desgarra página por pá
gina un libro de láminas en colores sobre Persia. Este
recuerdo es la primera huella de la relación de Freud
con el libro y la escritura. Anna es la hermana que su
cedió a Julio, hija de remplazo. 11 Freud produce el
11sueño de la monografía botánica,, cuando su hija An
183
La segunda huella que tenemos de la relación de
Freud con el libro es la del obsequio que le ha hecho
su padre de una Biblia ilustrada. Biblia en la cual Freud
aprenderá a leer con su madre.
¿Son suficientes estas precisiones para sostener que
Freud re-escribe también. a través del uMoisés», otro
fragmento de su historia? No, como Moisés, él no ha
destruido el Libro de la Ley -las representaciones-cosa
que son imágenes de la ley- arrancando las páginas
del libro de imágenes; además, no ha desgarrado en
modo alguno el libro de imágenes, ha domeñado su
movimiento pulsional.
En 1924, Freud podrá firmar su ensayo sobre Moi
sés, podrá rep.actar entonces una ctautobiografía», es
cribir ctLa negación,•. A través de Moisés, Freud efec
túa un viaje en el tiempo, anula el asesinato origina
rio, desgarramiento primero, destotemiza un aconte
cimiento pasado, domeña, por la re-escritura, un ex
ceso pulsional arcaico asesino. 12
En uno de sus comentarios del sueño de la mono
grafía botánica (Freud, 1900, pág. 171), Freud evoca
el recuerdo de su encuentro con un poeta-profeta, que
va de mesa en mesa en un cabaret y, por unos centa
vos, inventa versos dedicados a quienes se los piden.
Ese día, el poeta dirá a Freud que llegará a ministro.
Es en torno del poeta, del 1cDichter11 como héroe por
la escritura, como Freud volverá a desplegar, en 1921,
la nueva escena de la historia del clan. Moisés-poeta
desciende hacia los hermanos y les cuenta la historia
de lo que no ha ocurrido, la historia reinventada de
lo originario.
184
de la horda primitiva. Propone una versión nueva de
Ja superación del totemismo, la de la construcción del
mito del héroe. El poeta épico es el que relata la epo
peya del héroe (su propio doble, dice Freud), que con
sigue realizar por sí solo el asesinato del padre origi
nario. El poeta es/deviene por la narración, la escritu
ra, un ser de excepción que a la vez se desase de la
masa al inventar el mito, y se reúne con ella al contar
le el fruto de su fantasía. Paradójicamente, en el acto
de atribuirse a él solo el asesinato originario, se ins
taura como su sucesor, se sitúa en su filiación. A la
inversa del héroe de Barjavel recordado por Y. Gutie
rrez, que se suprime cuando mata a su ancestro, el
poeta, por el contrario, se desase apres-coup en la rea
sunción, la re-presentación del asesinato originario. En
tre el acontecimiento originario y su narración épica,
ha sobrevenido una latencia, sociedad sin padre go
bernada sin duda, dice Freud, por las m ujeres. En es
ta latencia, como lo he indicado antes, el acontecimien
to ha sido reprimido originariamente, domesticado.
De ahí la primera hipótesis, que propongo como
complemento de la hipótesis de Freud. Porque el poeta
héroe no ha matado al padre originario, puede esceni
ficar su representación. Freud dice que se trata de lo
"inofensivo,,. Porque el asesinato ha ocurrido y no ha
ocurrido, es tópicamente situable. Porque está dome
ñado por/en lo imaginario del poeta épico, el aconteci
miento originario escapa a la repetición indefinida: la
realidad histórica. la cuestión de la realidad histórica,
es sobrepasada por el mito, re-escritura de la historia
Y, paradójicamente, instauración de esta. El origen no
es representable sino a condición de ser re-escrito, re
cre ado. El acontecimiento sólo es apropiable por un
sujeto que se represente en él, que se instale en el cen
tro de su prehistoria personal para constituirla de este
modo en historia.
185
VI. La supresión del papel de los
hermanos
Lo que empero desaparece, y es borrado en esta
operación, es el papel de los hermanos, del contene
dor grupal y, más allá, el papel del ccpacto denegativo11
fundador.13
1
Freud es explícito en este punto: el poeta se consti
tuye como héroe épico, presentándose como el único
actor del asesinato originario y participándoselo a los
otros hermanos, que ahora se reúnen de otra manera,
en una ínter-identificación: su propio mito. Es así co
mo la individuación se constituye, por supresión apro
piadora de las huellas de su propio itinerario, por su
presión de sus relevos contenedores transitorios. No
es preciso hacer el duelo del objeto y de los procesos
l
transicionales, sostiene Winnicott. El movimiento de
la apropiación de la realidad psíquica descansa en la
supresión secundaria de sus constituyentes, de su his
toria efectiva.
La realidad psíquica se dice a si misma en la su
presión de su parte de sombra, de sus contenedores
grupales mudos, de sus dobles.
Si el asesinato se vuelve representable y apropia
ble porque ha ocurrido y no ha ocurrido, los herma
nos serán suprimidos, al contrario, porque ellos, el con
tenedor grupal. el ccpacto denegativo», han cumplido
su misión.
186
vela. cobr a forma otro, que hasta entonces se mante
nía mudo. Aquel de los hijos que puede convertirse en
poeta épico, precisa Freud, es el más joven de ellos.
Ahora bien, esta observación no tiene otro sentido
que el de revelar el lugar, que se mantenía mudo has
ta entonces, de la madre. Esta, en el pasado, ha prote
gido a su hijo más pequeño del furor paterno. En el
mito del uDichter11, ella queda suprimida tras su hijo
menor, pero así este se revela como agente de su po
der oculto, ocultado.
La madre, contenedor mudo, se revela como objeto
fuente, tentadora, dice Freud, instigadora. Freud pre
cisa que las divinidades femeninas y maternas fueron
sin duda cronológicamente las primeras. La cuestión
de lo femenino, ocultada en 1913 en Tótem y tabú,
invitaría a recorrer un nuevo lazo de nuestro análisis,
para plantear, fuera del pacto denegativo de los her
manos, la cuestión de la feminidad. Esta, por lo de
más ventajosamente, ha sido desdoblada.
Al apropiarse para él solo del asesinato originario,
el poeta épico haicaptado en su provecho la potencia
paterna: los sacerdotes de las diosas maternas serán
castrados, precisa Freud. En tanto pone su feminidad
al servicio de la organización colectiva, y funda así el
proceso de·institucionalización, instituyéndose él mis
mo, el poeta épico ha domeñado su feminidad anar
quizante.
La institución -y Freud será explícito sobre este
punto- descansará en una homosexualidad sublima
da. Pero se trata de la feminidad del hijo, de la femini
dad del hombre, amor del mismo, del doble de sí en
el otro.
La feminidad de la mujer, de la madre, permanece
por su parte (cabe apuntar también que la feminidad
de la mujer y de la madre es en alto grado organizado
ra de los ejemplos de upacto denegativo» que R. Kaes
nos propone) todavía bajo el imperio de un pacto de
negattvo, continente negro, indomeñado por el análi
sis. Habría allí materia para relanzar el análisis del mito
originario, desde la cuestión de la feminidad suprimi
da. Se podría partir, por ejemplo, de otro texto, con
temporáneo de Tótem y tabú y de uEl Moisés de Mi-
187
guel Angeln, el texto dedicado a El motivo de la elec
11
188
t� v�sual o la
8. El apoderamienper
desmentida de la dida
Raoul Moury
189
tldo, que la pulsión de muerte es el paradigma de la
pulsión. Se trata, en efecto, de explicar lo que insiste
más y más en la clínica y en la cura: la compulsión
de repetición.
La búsqueda de satisfacciones libidinales ya no se
presenta como el objetivo principal. En efecto, 1elas ma
nifestaciones del masoquismo inmanente a tantas per
sonas, la reacción terapéutica negativa y el sentimiento
de culpa de los neuróticos no permiten que sigam os
adhiriendo a la creencia de que el funcionamiento psí
quico está dominado exclusivamente por la tendencia
al placer. Los fenómenos indican la presencia en la vi
da psíquica de una potencia ( . . . ) que según sus me
tas llamamos pulsión de agresión o de destrucción y
que hacemos derivar de la pulsión de muerte origina
ria de la materia animada 11•
Conocemos la acogida más que reticente que re
servaron sus discípulos cercanos a este nuevo aporte.
Más próximo a nosotros. un autor como Winnicott pu
do incluso rechazarlo pura y simplemente. Y si Mela
nie Klein parece atribuir un papel rector a la pulsión
de muerte desde el origen de la existencia. es evidente
que el sentido que le da no coincide, lejos de ello. con
la noción dilucidada por Freud. No es mi propósito re
tomar toda la problemática de la pulsión de muerte
en la obra freudiana. sino más bien plantear el proble
ma de su interpretación actual en vista de nuestra
práctica y del modelo de funcionamiento psíquico he
redado de Freud.
Toda una serie de pacientes· (se trate de las neuro
sis de carácter. de las estructuras narcisistas o de los
estados fronterizos) han llevado a los analistas a re
considerar los aspectos de la pulstón de muerte, abor
dándola por el atajo del narcisismo. Más todavía. se po
dría afirmar que la escucha actual de las neurosis con
sideradas las más ccclásicas11. las más 1<nonnales11 (cf.
McDougall y su alegato en favor de la anormalidad)
nos las presentan como una protección frente a las an
gustias de hundimiento. de vacío. de aniquilamiento,
que la arquitectura neurótica viene a enmascarar. Pe
ro no sólo los pacientes, sino que el estudio de la diná
_
mica de los pequeños grupos en un abordaje analítico
190
ha permitido enriquecer esas perspectivas y reno var
la comprensión de los fenómenos institucionales.
Los trabajos de D. Anzieu sobre la ilusión grupal
y el yo-piel, de R. Kaes sobre el aparato psíquico gru
pal y el pacto denegativo, de J. J. Baranes sobre la fun
ción de la desmentida en las instituciones para ado
lesc entes, de A. Missenard sobre las identificaciones
narcisistas, entre otros, han contribuido a que poda
mos aprehender mejor la pertinencia y el imperio de
la pulsión de muerte. Así, no sólo toda una serie de
estructuras psicopatológicas, sino, más todavía, el con
junto del funcionamiento de la psique tienden a ser
reconsiderados desde el ángulo del trabajo de la muerte
(cf. J.-B. Pontalis, 1977) en la actividad psíquica o pa
ra retomar la expresión propuesta por André Green del
•trabajo de lo negativo», análogo al trabajo del sueño,
al trabajo del duelo, expresión de una psique en tra
bajo.
¿Es lo negativo, entonces, un sinónimo de moda
o un retoño disfrazado de la pulsión de muerte? No
respondamos por el momento. Comoquiera que sea,
y cualesquiera que fueren las divergencias en cuanto
a la interpretación de los hechos clínicos y de las teo
rías que los explican, parece que se pueden establecer
algunos puntos: la exigencia postulada por Freud, aun
en las formas más primitivas de la actividad psíquica,
sobte la existencia de un conflicto pulsional. La natu
raleza-del conflicto es sin duda la oposición pulsión de
vida-pulsión de muerte.
Una dificultad surge desde el comienzo, en el nivel
del modo de expresividad de este conflicto. Es que en
efecto la pulsión de muerte, contrariamente a la pul
sión de vida. no nos es cognoscible por sus represen
tantes: su actividad esencial es de desligazón, que re
cae sobre el vínculo con el objeto. Atacar esta función
de ligazón con el objeto, y no al objeto mismo, des
truir la función misma del vínculo con el objeto: he
ahí la esencia del proceso.
Es este sordo trabajo de destrucción del vinculo
aquello con lo cual nos enfrentamos.
La expresión 11 trabajo de lo negativo., se debe recon
siderar entonces dentro de esta perspectiva, y es pre-
191
raciones ps�
ciso definirla como abarcadora de las ope
os de defensa pri
quicas que constituyen los mecanism
originaria h�sta
mordiales del yo, desde la represión
y la desmentida.
la forclusión, pasando por el clivaje
marios los _que
Son estos mecanismos de defensa pri
con el obJeto,
se proponen proteger el vínculo del yo
vidad
vínculo atacado de manera constante por la acti
de :s
de desligazón de la pulsión de muerte. La rnptura
te vínculo dejaría al yo enfrentado con las angustias
de anulación, de vacío y de aniquilamiento. Lo negati
vo -sombra del yo y del objeto- es un verdadero nar-
cisismo en negativo.
Son las vicisitudes y las peripecias de ese trabajo
lo que debemos retomar, trabajo que tal vez nos per
mita librarnos de la pulsión de muerte, cuyo objetiv.o
último permanece idéntico: abolir el pensamiento en
el vacío de la nada.
192
trever alg o inaprehensible. Para su gran asombro, casi
a encontrar la semisonrisa que había
siempre volvía
columbrado al llegar. Impresión fugitiva de una evo
cación incierta, evanescente. que no cesaba de esca
pársele y cuyo sentido en vano intentaba capturar la
vez siguiente. Eso sí, estaba seguro de que esta pre
se ncia muda que él tenía a su vera durante el tiempo
de las sesiones se encarnaba en su mirada y en mi son
rtsa. Apenas esbozada, apenas entrevista, apenas ocu
rrida, el momento siguiente se la quitaba.
Solo después en el pasillo, seguía pensando en esa
presencia con nostalgia, aunque estaba seguro de reen
contrarla al regresar. Desde ese momento, no paró de
perseguir su enigma, en el intento de aprehender, de
ceñir. de capturar lo que no cesaba de escapársele. Esa
sonrisa, entrevista en mi mirada, era como el reflejo
de su infancia entera: descubría en ella la benevolen
cia paterna, pero más aún la enigmática satisfacción,
apenas esbozada, del rostro materno que había sor
prendido un día de vacaciones, después de la siesta;
la huella de un deseo saciado quizá, cosa en la cual
nunca había pensado hasta ese momento. Era eso, en
realidad, lo que se esforzaba por no ver cuando escru
taba mi rostro: la imagen de una mirada en la que un
placer ignoto para él mismo le significaba que otro ha
bía ocupado su lugar.
Supo entonces que debería aprender, día tras día,
a perder de vista a aquel a quien justamente durante
tantos días lo había mirado con una sonrisa.
Sin duda fueron estas previas sesiones con Paul las
que me enseñaron a soportar mejor a Sarah y tal vez,
más adelante, a comprenderla mejor. Con ella no ha
bía matices ni medias tintas. Desde que se presentó,
me arrojaba una mirada devoradora, inquisidora, in
sistente, como si para empezar le hiciera falta absor
berme por completo. Entonces se precipitaba sobre el
diván, urgida, según me decía, de reencontrarme. Allí,
las manos sobre el rostro. como si quisiera mantener
guardado en el espacio cerrado de sus ojos cegados lo
que acababa de arrebatar, permanecía al comienzo si
lenciosa. Pero enseguida se veía llevada a lanzarse al
relato minucioso de todo lo que ese primer intercam-
193
bio le había revelado: como s�fuera la primera vez que
nos encontráramos. La fuente de esta disertación infi
nita, que al parecer ocupaba toda su vida lo mismo
que las sesiones, era la descripción idolatrada, repeti
da indefinidamente, de un cuerpo cuya vista consti
tuía la fuente de su apaciguamiento.
Mi presencia le era indispensable para vivir, y le
era preciso revivir de continuo su imagen. No perder
la nunca. Lo ideal habría sido que tuviera una foto
grafía de mí, que llevara siempre consigo y pudiera
contemplar cada vez que lo deseara.
Mis ausencias la dejaban en una angustia extrema,
con el terror de un vacío insondable. Sólo la realidad
de las sesiones conseguía poco a poco apaciguarla: na
da la distraía de ese afán absorbente.
Al partir, me miraba de nuevo con intensidad, co
mo si tratara de descubrir en mis rasgos las huellas
que pudieron dejar sus dichos tan insistentes: poco im
portaba al parecer su contenido, siempre idéntico; só
lo interesaban los efectos que esperaba de ellos: algo
(pero, ¿qué?) que pudiera ver y que materializara lo
que no conseguía aprehender. Esperanza siempre fa
llida, de lo cual se quejaba la vez siguiente, pero que
no modificaba en nada su búsqueda incansable.
Es verdad que este apoderamiento visual había de
sarrollado en mí una vigilancia exasperada que tenía
por efecto oponerle una máscara de indiferencia afec
tada, en el intento de no dejar traslucir nada de los
sentimientos violentos que me suscitaba justamente
ese discui:-so, embretado yo en un doble movimiento:
por una parte, henchido de lo que experimentaba.co
mo un apoderamiento dominador, una apropiación to
talitaria, que me dejaba sometido a un control pertná.-.
nente, sin descanso, y que no me dejaba ningún lu:
gar, abrazo asfixiante que nada parecía poder aflojar,
un demasiado-lleno de presencia que me reducía a la
nada; por otra parte, prisionero de un malestar, un sen
timiento de tribulación, de fracaso, de impotencia y
de inutilidad que en mí se desarrollaba.
Abrumado por esta imagen, mi imagen que me era
remitida sin cesar, como en ese juego de niños en que
se intenta enceguecer al otro con los rayos del sol re;.
194
espejit : era incap�z de f rmarme un
flejados por un � �
sb ozo de representac1on del func1onam 1ento psíqui
�o de Sarah. Como había perdido toda asociatividad
y toda capacidad de intervención, me había reducido
a no ser sino el demasiado-lleno de un vacío a punto
de expl otar.
Esto fue, por lo demás, lo que ocurrió cuando, de
poniendo toda vigilancia defensiva, invadido por la idea
de que en manera alguna podría olvidarla, pero prin
cipalmente a causa de mi impresión de que ella ocu
paba todo mi espacio psíquico y corporal, le señalé que,
comoquiera que fuere, la ausencia no era ni el olvido
ni la pérdida (ella acababa de comunicarme, una vez
más, su angustia a causa de mi próximo alejamiento).
Este dicho zafado, que dejaba traslucir toda mi exas
peración, produjo un cambio notable, como si la per
cepción inmediata que ella tuvo del dicho la autoriza
ra a abrumarme con sus quejas. Más que el contenido
o el sentido de nuestra comunicación, fue su forma,
la exasperación perceptible en mi voz, lo que le per
mitió esta identificación con un objeto perseguidor.
donde el continente prevalecía sobre el contenido.
Lo que se desarrolló desde ese momento fue la
emergencia de una doble representación de la imago
materna: a la vez complemento vital indispensable pa
ra su supervivencia, y perseguidora diabólica de sus
pensamientos, cuya venganza no dejaría de perseguirla
si por desdicha concibiera la idea de desembarazarse
de ella; el odio había concurrido, al fin, a la cita.
195
to. algunas líneas de perspectiva con respecto a lo ne
gativo. Ante todo. un primer punto: el carácter silen
cioso e invisible de este trabajo. análogo en este senti
do a la pulsión de muerte. El clivaje y la desmentida
tienen por función disimular una parte de la realidad
psíquica del sujeto y protegerlo. El paciente utiliza en
tonces al analista como espejo de esta realidad psíqui
ca que le es ignota y a causa de la cual sufre sin saber
lo. No creo que se trate para él de hacer sufrir al ana
lista lo que él ha sufrido, dentro de una perspectiva de
retorsión, sino más bien de utilizar a este otro si mis
mo, a este doble narcisista, como revelador, en el sen
tido fotográfico, de esta parte del yo fusionada con el
objeto. Esta parte es la que él introyecta en el funcio
namiento psíquico del analista como un cuerpo extra
ño, sometido así a la repetición de la intrusión en él
mismo de la imagen materna.
En consecuencia, si el analista puede medir los efec
tos del trabajo de lo negativo, es por la aprehensión
de este verdadero apoderamiento contratrasferencial
que el paciente ejerce sobre su funcionamiento men
tal. Considerar el cambio que se produce en él, inclui
dos los efectos deletéreos que registra en su propio pen
samiento en presencia de este paciente, he ahí uno de
los aspectos esenciales del trabajo del analista: lejos
de constituir una traba. un residuo del que fuera pre
ciso desembarazarse, la contratrasferencia debe ser pa
ra el analista el agente químico. el baño emulsiona!,
para persistir en la metáfora fotográfica. Si se me per
mite decirlo así, el analista debe sumergirse en el ba
ño. en un doble movimiento de apres-coup al mismo
tiempo que de statu nascendi; y es de ese doble en
cuentro diacrónico, el del paciente y el del analista,
de donde debe emerger la sincronía del análisis: un
sentido que nunca se había formado antes de la rela
ción, para Vidennan; un sentido ausente, para Green.
La percepción de la realidad psíquica del paciente
pasa así por el prisma de nuestra realidad psíquica.
Ahora bien. para retomar otra metáfora, óptica esta
vez -y cara a Freud-, el objetivo del paciente acaso
no consista tanto en percibir el sentido de la luz cuan
to en trasformar el aparato que la emite, puesto que
196
él no perc
ibe otra cosa que rayos difractados. Para que
normalmente, tendrá que cambi ar de
la luz le llegue
aparato.
Los pac ientes de estas características empujan a
tos analistas hasta los límites de su funcionamiento
psíquico, y estos deben, como lo preconizaba Bion,
abandonar todo recuerdo, todo deseo y, principalmen
te, toda aplicación de un saber teórico, para ponerse,
según lo recomienda Rosolato (1978), a la escucha de
la relación de incógnito: la suya y la del paciente.
Lo que todos los autores -y son legión- que han
abordado el problema de los estados fronterizos han
reconocido en estos pacientes es la quiebra de la iden
tificación narcisista como identificación primaria fun
damental. El yo no puede correr el riesgo de recono
cer un objeto distinto de él, odiable por cierto, pero en
principio separado, objeto que él pudiera destruir, per
der y, después, reparar y reencontrar. Le es preciso
mantener a toda costa una fusión entre él y el objeto,
conservar fronteras inciertas, continentes de pensa
miento confundidos.
Existe como una necesidad de mantener una in
distinción yo-no yo. El paciente no puede sino utilizar
el objeto para sus propias necesidades, sin considera
ción por el deseo de este, que en lo sucesivo queda re
ducido a la función de objeto de salvaguardia. El yo
se fusiona así con un objeto que no es ni enteramente
él. ni enteramente el otro: dos participantes indistin
tos. Y asigna al analista el papel de asumir este fun
cionamiento.
Es que al mismo tiempo el odio imposible del obje
to se vuelve contra él o, más bien, contra esta parte
clivada de él: no-deseo, no-sexualidad, no-identidad,
el analista debe quedar fijado, petrificado, momifica
do, en una no•vida q�e a la vez lo vuelve vital y lo nie
ga: que nada sobrevenga para que no se insinúe una
separación, un vacío potencial donde amenazaría sur
gir la irrepresentable ferocidad de las investiduras so•
bre la madre (Green, 1982). Así, este trabajo silencio
so e invisible, que descansa a la vez sobre el clivaje
del yo y la desmentida del objeto, tiene por función
primordial la supervivencia del sujeto, aunque fuera
197
a costa de su pérdida en tantq yo [Je). En esto se em
peñaba Sarah sin descanso.
198
rinci plo el psicoanálisis de cualquier otro dispositivo
�sicoterapéutico.
Desde el comienzo, pues, el paciente pierde de vis
ta a aquel que, invisible y presente, le impone esta exi
gencia de trabajo: poner en palabras todos los mate
riales de su psique. Acaso se puede decir que el dispo
sitivo instaurado subsume, condensa la representación
que Freud se forma del aparato psíquico.
Podemos recordar que en su 1<Contribución a la con
cepción de las afasias11 ( 1891) Freud, en uno de sus pri
meros esquemas del funcionamiento psíquico, liga con
un doble trazo la imagen sonora de la palabra con la
imagen visual del objeto: lo visual y lo auditivo, la per
cepción y su representación verbal están en principio
ligados en una relación de oposición. Es una línea úni
ca la que liga el objeto y la palabra por lo visual. Los
esquemas del capítulo VII de la Traumdeutung vienen
a reforzar y confirmar esta prevalencia. El aparato psí
quico es un uinstrumento11, suerte de aparato óptico
donde la percepción deja una huella mnémica. Se pue
de considerar que lo visual, como percepción electiva,
se asocia al contacto corporal y lo sucede, como esla
bón intermedio con lo auditivo, prefiguración de la pa
labra. Lo visual se encuentra entonces en una situa
ción privilegiada, puesto que mantiene el contacto al
tiempo mismo en que prepara su abandono. Es justa
mente la regresión la que, en el sueño y en la cura,
y puesto que la excitación no puede seguir la vía pro
grediente que está clausurada en su extremidad mo
triz, va a imponer a la representación el retorno aula
imagen sensorial de la que partió un día».
La situación analítica que de este modo aparta lo
visual favorece un proceso doble: por una parte, vuel
ve a poner en actividad, en circulación, percepciones
representaciones centradas en el cuerpo; por otra par
te, las trasforma en representaciones de palabras. Es
la exigencia de figurabilidad de la que el sueño nos da
el ejemplo paradigmático.
Pero tal vez podríamos considerar otra perspecti
va: ccLos pensamientos del sueño resultan desagrega
dos y reconducidos a su materia prima11. ¿Cuál sería,
entonces, esta materia prima, si ella no consiste en la
199
identidad de percepción, en la que el sujeto ha ligado
indefectiblemente la descarga satisfactoria con el objeto
electivo? Es la percepción la que establece un víncu
lo. La imagen es el objeto, cuya identidad primitiva
con aquel objeto primario el individuo no deja de bus
car, y hasta de alucinar.
Si esto es así, acaso exista para nosotros algo pare
cido a una necesidad permanente de reencontrar las
huellas de eso visual originario que perseguimos sin
cesar, a veces en nuestros sueños, en otras ocasiones
en el arte, y siempre en el objeto de nuestros amores.
Tenemos que apartarnos de lo visual para pensar:
este parece ser el imperioso mandato freudiano de Moi
sés y la religión monoteísta. Pero acaso trunbién, co
mo escribe J .-B. Pontalis ( 1987), nos hace falta c1ver
el objeto ante todo, y siempre para calmar la angustia
que suscita la ausencia. Asegurarse de que el objeto
está por entero al alcance de nuestra mirada y que nos
refleja en nuestra identidad►,. A este objeto apenas en
trevisto, tenemos que perderlo primero, acostándonos
en el diván. Entonces no nos resta sino trasformar el
momento presente en imagen del recuerdo para reen
contrar los trozos dispersos, los fragmentos estallados
de nuestras percepciones perdidas. Descubrir la ima
gen, esa cosa vista que pudiéramos aprehender, y en
el mismo momento conocer su inanidad, para aban•
donarla por fin en beneficio del pensamiento de nues
tra memoria; todo nos desapodera de aquello a lo cual
más nos aferramos: imagen de un objeto, imagen de
nosotros mismos.
¿Ver no es creer que podremos poseer ese objeto
para siempre? Mientras se mantenga este nexo, nada
se ha perdido o, más bien, la desmentida de esta pér
dida mantiene al sujeto en la ilusión de su creencia.
Esto es lo que Sarah no paraba de mostrarme: no qui
tarme nunca los ojos de encima para que no desapa
reciera la esperanza insensata de aprehender lo que
ella nunca había poseído.
Se dice que el amor es ciego. ¿No lo será más bien
porque queremos enceguecernos con una imagen de
masiado entrañable. y no será el castigo de Edipo, en
primer lugar, el reconocimiento de su ceguera?
200
El odio nos prepara para el amor. las palabr as nos
e aran de las cosas, pero primero t enemos que per
sd � de vi sta el reflejo de esa mirada que fue nuestra
e era alegna.
p m
ri
201.
Bibliografía
Anzteu, D.
1966. «Etude psychanalytique des groupes
réels11, Les Temps
Modemes. 242. págs. 56-73. Incluido en Anzieu. D
.. 1981.
la
1975. L'auto-analyse de S. Freud et la découverte de
psychanalyse, París: PUF.
1981. Le groupe et l'inconscient. L'imaginaire groupal, Pa
f ris: Dunod.
1985. Le Moi-Peau, París: Dunod.
1987. «Les signifiants fonnels et le Moi-Peau11, en Anzieu, D.,
Houzel. D. y cols., Les enveloppes psychiques. París: Du
nod, págs. 1-22. juLos significantes formales y el yo-pielN,
en Las envolturas psíquicas, Buenos Aires: Amorrortu edi
tores, 1990, págs. 15-37.)
Aulagnier, P.
1975. La violence de l'interprétation. Du pictogramme á l'en
noncé, París: PUF. (La violencia de la Jnteipretación. Del
pictograma al enunciado, Buenos Aires: Amorrortu edi
tores, 1977.)
1979, Les destins du plaisir. Aliénation-amour-passion. Pa
rís: PUF.
1984 L'apprentl-historlen
et le maltre-sorcier, París: PUF.
lEl apre�diz de historiador y el maestro-brujo, Buenos
Aires: Amorrortu editores, 1986.)
Baltnt, M.
1967 · Le dé
f;aut fondamental, París: Payo t (1971).
Saranes, J. J
1967· -L'tns ·
tttutt on thérapeut tque comme cadre11, Adolescen-
ce ' 11 ' 1
• Págs. 123-4 l.
203
1986a. «Vers une métapsychologie transgénérationnelle
ou . . . un petit pere bien tranquille 1, en Fédida, P.. Gu
1
Baranes, J. J. y Gutierrez, Y.
1983. ,,Répétition et/ou travail psychique dans les groupes
de formatiow,, Bulletin de Psychologie, 363, págs. 135-41.
Barjavel. R.
1942-1943. Le voyageur imprudent, París: Denoel-Gallimard.
Bick. E.
1968. «L'expérience de la peau dans les relations d'object
précoces», en Meltzer. D. y cols., Explorations dans Je
monde de l'autisme, París: Payot.
Bion, W. R.
1964. t1Théorie de la pensée», Revue Fran<;aise de Psycha-
nalyse, XXVIII, 1, págs. 75-84.
1974. Entretiens psychanalytiques, París: Gallimard (1980).
Bleger. J.
1966. t1Psychanalyse du cadre psychanalytique", en Kaés, R.,
-Missenard, A. y cols., Crise, rupture et dépassement, Pa
rís: Dunod (1979).
Canguilhem, C.
1966. Citado como epígrafe en Cahiers pour J'analyse, Pa
rís, Cercle d'Epistémologie de l'Ecole Normale Supérieure.
Couchoud. M. Th.
1986. "Du refoulement a la fonction dénégatrtce11, Topique,
37, págs. 93-133.
David, C.
1969. 44Quelqu'un manque11, Etudes Freudie
nne s ' 1-2' págs.
39-55.
Diatkine, G.
1984- 11Chasseurs de fantómes,,.
Psychiatrle de J'Enfant,
XXVII, 1, págs. 223-48.
204
oonnet. J. L.
73 u
19 . Le divan
bien tempérén, Nouvelle Revue de Psycha-
nalyse, 8. págs. 23-49.
oonnet. J. L. y Green, A.
l973. L 'enfant de c;a. La psychose blanche, París: Minuit.
oorey. R.
1986. 11Le s actions conjuguées de la pulsion de mort et de
la négation dans le processus de structuration de l'appa
reil psychique 11, Bulletin de la Fédération européenne de
Psycha nalyse. 25. págs. 7 7-81.
Enriquez , E.
1983. De la horde a l'Etat. Essai de psychanalyse du lien
social, París: Gallimard.
Enriquez, M.
1984. Aux carrefours de la halne. París: L 'Epi.
Faimberg, H.
1987. "Le télescopage des générationsn, Psychanalyse a J 'Uní
versíté. 12, 46, págs. 181-200.
Fain, M.
1981. •Diachronie, structure. conflit oedipien. Quelques ré
flex.ions», Revue Franc;aise de Psychanalyse. XLV, 4, págs.
985-97.
Federo, P.
1952. La psychologie du moi et la psychose. París: PUF
(1979). [La psicología del yo y las psicosis, Buenos Aires:
Amorrortu editores, 1984.)
Fédida, P.
1970. 11D'une essentielle dissymétrie dans la psychanalyse»,
Nouvelle Revue de Psychanalyse. 7. págs. 159-66.
1978. L'Absence, París: Gallimard.
Ferenczt, s.
Oeuvr es completes, 4 vols.. París: Payot.
Freud, s.
189 1. Contnbutio
n a la conception des aphastes. Une étude
cnttque, Paris: PUF (198
3).
205
1895. 11Esquisse d'une psychologie scicntifique11, en Naissance
de Ja psychanalyse. París: PUF (1969). [ 11 Proyecto de psi
cologíau, en Obras completas. 24 vols.. 1978-1985, vol.
1. Buenos Aires: Amorrortu editores (AE), 1982.]
1900. L'Jnterprétat fon des réves. París: PUF (1967). [La in
terpretación de los sueños. en AE. vols. 4-5, 1979.]
1904...oe la psychothérapie11• en La technique psychanaly
Uque, París: PUF (1967). ( 11Sobre psicoterapia». en AE, vol.
7, 1978.]
1905a. Trois essais sur la théorie de la sexualité, París: Ga
llimard (1923); nueva traducción: Gallimard (1987). (Tres
ensayos de teoría sexual. en AE. vol. 7. 1978.)
1905b. 11Fragment d'une analyse d'hystérie», en Cinq psycha
nalyses. París: PUF (1954). (ccFragmento de análisis de un
caso de histeria», en AE. vol. 7, 1978.)
1908. uLa moral sexuelle civilisée». en La vfe sexuelle, París:
PUF (1969). (uLa moral sexual "cultural" y la nerviosi
dad modernas», en AE, vol. 9, 1979.)
1910a. 11A propos de la psychanalyse dite "sauvage"», en La
technique psychanalytique. París: PUF (1953). [ccSobre el
psicoanálisis· "silvestre"», en AE. vol. 11. 1979.)
1910b. Un souvenir d'enfance de Léonard de Vinci, París:
Gallimard (1927). [Un recuerdo infantil de Leonardo da
Vinci, en AE. vol. 11, 1979.)
1912a. uSur le plus général des rabaissements de la vie amou
reuse11, en La vie sexuelle, París: PUF (1969). [«Sobre la
más generalizada degradación de la vida amorosa (Con
tribuciones a la psicología del amor. U),,. en AE, vol. 11.
1979.]
1912b. uLa dynamique du transfert11, en La technique psycha
nalytique, París: PUF (1953). [ccSobre la dinámica de la
trasferencia11, en AE, vol. 12, 1980.)
1913a. «Le theme des trois coffrets11, en Essais de psycha
nalyse appliquée, París: Gallimard (1933). [11El motivo de
la elección del cofre,,, en AE, vol. 12, 1980.)
1913b. Totem et tabou, París: Payot (1970). [Tótem y tabú,
en AE, vol. 13, 1980.]
1914a. uPour introduire le narcissisme>,, en La vie sexuelle.
París: PUF (1973). Hntroducción del narcisismo», en AE.
vol. 14. 1979.)
1914b. "Le Moise de Michel-Angeu, en Essais de psychanaly
se appliquée, París: Gallimard (1933). [�El Moisés de Mi
guel Angeh, en AE, vol. 13, 1980.]
1915a. Vue d'ensemble des névroses de transfert. Un essai
métapsychologique, París: Gallimard (1986).
1915b. "Complément métapsychologique a la théorte du re·
206
ve11, enM étapsychologie, París: Gallimard (1968). (uCom
plemento metapsicológico a la doctrina de los sueños...
en AE, vol. 14, 1979.J
I917. u0euil et mélancolie», en Métapsychologie, París: Ga
llimard ( 1952). luDuelo y melancolía», en AE, vol. 14,
1979.J
191 9. ccL'in quiétante étrangeté», en Essaisde psychanalyse,
P arís: Gallim ard (1971). lccLo ominosou, en AE, vol. 17,
1979.J
1920. Au-dela du príncipe de plaisir, en Essais de psycha
nalyse, París: Payot (1981). (Más alládel principio de pla
cer. en AE, vol. 18, 1979.J
1921. Psychologie des foules et analyse du Moi, en Essais
de psychanalyse, París: Payot (1981). !Psicología de las
masas y análisis del yo, en AE, vol. 18, 1979.J
1923. Le Moi et le 9a, en Essais de psychanalyse, París: Pa
yot (1981). !El yo y el ello. en AE. vol. 1 9, 1979.]
1923. "L'organisation génitale infantilen, en La vie sexueJJe,
París: PUF (1969). [uLa organización genital infantil", en
AE, vol. 19, 1979.)
1924a. 11Une névrose démoniaque au XVIIe sieclen, en Es
saisde psychanalyse appliquée, París: Gallimard (1933).
l•Una neurosis demoníaca en el siglo XVII», en AE, vol.
19, 1979.)
.1924b. 41Le probleme économique du masochisme11, en Né
vrose, psychose et perversion, París: PUF (1973). (ccEl pro
blema económico del masoquismo», en AE. vol. 19, 1979.]
1924c. •La perte de la réalité dans la névrose et dans la
psychose», en Névrose, psychose et perversion. París: PUF
(1973). l•La pérdida de realidad en la neurosis y la psico
sis», en AE, vol. 19, 1979.]
1925a. «La négation», en Résultats, idées, problemes II, Pa
rí s: PUF (1985). l(cL� negación», en AE, vol. 19, 1979.]
1925b. Ma vie et la psychanalyse. París: Gallimard (1950).
(Presentación autobiográflca. en AE. vol. 20, 1979.J
1926. Inhibition, symptóme et angoisse, París: PUF (1951).
[Inhibición, síntoma y angustia, en AE. vol. 20, 1979.]
1927a. •Le fétichisme»,
Nouvelle Revue de Psychanalyse, 2.
l 970, págs. 19-24. (uFetichismo», en AE, vol. 21. 1979.]
1927b, L'avenird'
une·musion, París: PUF (1971). !El porve
�º·
ni de una ilusión, en AE. vol. 21. 1979.)
r
Malaise dans la civilisation, París: PUF (1971). (El ma-
es en �a cultura, en AE, vol. 21, 1979.)
1937a.tar •Analyse avec fin et analyse sans fin", en Résultats,
ldées, problemes 11,
París: PUF (1985). ( 14An álisis ter mi
nable e intermtnableu,
en AE, vol. 23, 1980.]
207
1937b. ,,Constructions dans 1'analyse 11, Psychanalyse a l'Uni
versité. 11 (1978). [ 11Construcciones en el análisis", en AE,
vol. 23. 1980.]
1938a. Abrégé de psychanalyse, París: PUF (1978). (Esque
ma del psicoanálisis, en AE. vol. 23. 1980.)
1938b. 11Le clivage du Moi dans le processus de défensen, en
Résultats. idées, problemes JI, París: PUF (1985). (ccLa es
cisión del yo en el proceso defensivou, en AE. vol. 23,
1980.]
1939. L'homme Moise et Je monothéisme, París: Gallimard
(1986). [Moisés y la religión monoteísta, en AE. vol. 23,
1980.)
Fustier, P.
1987. 11L'infrastructure imaginaire des institutions. A pro
pos de l'enfance inadaptéeu, en Kaes, R., Bleger, J. y cols.,
L '/nstitution et les institutions. Etudes psychanalytiques,
París: Dunod.
G�theret. F.
1981. "Emprise et pulsion d'eniprtse», Nouvelle Revue de
Psychanalyse, 24, págs. 103-116.
1983. ,,L'impensable matemel et les fondements matemels
du pensern, Nouvelle Revue de Psychanalyse, 28, págs.
7-29.
Gillibert, J.
1979. Le Mol soulagé. Oedipe maniaque (111), París: Payot.
Granoff, W. y Rey, J. M.
1983. L'occulte, objet de la pensée freudienne, Parfs: PUF.
Green, A.
1975. HL'analyste, la symbolisation et l'absence dans le ca
dre psychanalytiqueu, Nouvelle Revue de Psychanalyse
O, págs. 225-59.
1977. HL'hallucination négativeu, L'Evolution Psychiatrique,
XLIII, 2. págs. 645-56.
1979. ccLe silence du psychanalyste», Topique, 23, págs. 5-25.
1982. ccLa double limite11, Nouvelle Revue de Psychanalyse,
25. págs. 267-83.
1983. Narcissisme de vie, narcissisme de mort, París: Minuit.
[Narcisismo de vida. narcisismo de muerte, Buenos Aires:
Amorrortu editores, 1986.)
1986a. "Pulsion de mort. narcissisme négauf, fonction dé
sobjectalisante11, en Green, A., Laplanche, J. y cols., La
208
i de mort, París: PUF. (uPulsión de muerte
P uls on , narc1-
sismo neg ativo, funcion
. desobjetalizante.., en La
pulsión
de muerte, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1989.J
J986b. "L'aventure négative», Nouvelle Revue de Psychanaly
se, 34. págs. 197-224.
1986c. uLe travail du négatifo, Revue Franc;aise de Psycha
nalyse, L. 1, págs. 489-93.
Guillaumin, J.
1981 . «La psychanalyse. le dehors et le dedansu. 40º Con
greso de Psicoanalistas de Lengua Francesa, 45, n º 4.
1981. págs. 1068-73.
1982a. «Le traumatisme et l'expérience des limites dans
l'analyse», en Guillaumin. J . y cols., Quinze études
psychanalytiques sur le temps. Toulouse: Privat, págs.
125-38; véase también uAvant-proposu, págs. 7-15.
1982b. Psyché, études psychanalytiques sur la réalité psychi
que, París: PUF (1982), pág. 339, en particular las dos
últimas partes sobre la i,Técnicau y la uTrasmisiónn.
1985a. «Besoin de traumatisme et adolescenceu, AdoJescen
ce, III, l. págs. 1 27-37.
1985b. "Traumatisme de la post-adolescence et effet d'apres
coup dans l'avant et dans l'apres», en Lebovici, S., Alleon,
A.M. yMorvan, O., Adolescence terminée et intermina
ble, París: PUF, págs. 127-35.
1985c. ,,Regles et transgression, cadre interne et cadre ex
terne dans la psychanalyseu, Bulletin Interne du Groupe
Lyonnais de Psychanalyse.
1986a. "L'adolescence et la séparation», Adolescence, IV, 2,
págs. 291-304.
1986b. 11Le préconscient et le travail du négatif dans l'inter
prétationu. Comunicación ante el 46 ° Congreso de Psi
coanalistas de Lengua Francesa de los países de lenguas
rom ances, Lieja, 1986, Revue Franc;aise de Psychanaly
1
se, 6, 1986, incluido con modificaciones en Entre bles
sure et cicatrice, 1987, que se cita por separado.
1986c. 11 Négation,
négativité, renoncement, créat1on11, Revue
Franc;aise de Psychanalyse, 4, págs. 1173-81. incluido con
modificaciones en Entre blessure et cicatrice. cap. IV.
1987a, MLes env
eloppes psychiques du psychanalysteu, en
Anzieu, D., Houzel, D. y cols., Les enveloppes psychiqueS,
París: Dunod, págs. 138-80. ("Las envolturas psíquicas
209
del psicoanalista11 , en Las envolturas psíquicas, Buenos
Aires: Amorrortu editores, 1990, págs. 150-91.]
1987b. uTravail et pensée du négatif dans le cha mp psycha
nalytique,1, informe ante el Coloquio del CEFFRAP, Figu
res et modalités du négatif, París, mayo de 1987 (en este
volumen bajo el título uUna extraña variedad de espacio
o el pensamiento de lo negativo en el campo del psico
análisis11).
1987c. Entre blessure et cicatrice. Le destin du négatif en
psychanalyse, París: Champ-Vallon.
1988a. uLe devenir des identifications et des objets internes
au cours de la vie11, Etudes Psychothérapiques, 1. págs.
3-8.
1988b. «Le contre-transfert et l'identification primaire de
l'analyste a l'ortginaire du patient11, Bulletin Interne du
Groupe Lyonnais de Psychanalyse (número especial so
bre la contratrasferencia), págs. 3-10.
1988c. uL'objet de la perteu, informe pre-publicado para el
48 ° Congreso de Psicoanalistas de Lengua Francesa de
los países de lenguas romances, Ginebra, mayo de 1988.
Publicado en Revue Franc;aise de Psychanalyse, 6, 1988.
Guillaumin, J. y cols.
1988. Pouvoirs du négatif dans la psychanalyse et la cultu
re, París: Charnp-Vallon, distribuido por PUF: véanse en
particular las contribuciones de Bonnefoy, Y., David, C..
Chasseguet-Smirgel, J., Cournut, J.. Gagnebin, M., Kaés,
R., Neyraut-Sutterman, M. T. y de M'Uzan. M.
Husserl. E.
1903. Idées directrices pour une phénoménologie. traduc-
ción de Ricoeur. P., París: Seuil (1950 ).
1927. Méditations cartésiennes, París: Alean.
Hyppolite, J.
19 53. Logique et existence. París: PUF.
1966. Comentario verbal sobre la Verneinung de Freud. en
Lacan, J., Ecrits, París: Seuil.
Jouve. P. J.
1935. Sueur de sang, París: Gallimard.
Ka�s. R.
1976. L'apparell psychlque groupal. Constructions du grou-
pe. París: Dunod.
1978. «L'utopie dans l'espace paradoxal: entre Jeu et folie
210
raisonneuse Bulletin de Psychologle, 12-17, págs.
11•
853-80.
19so. L'idéologie: études psychanalytlques, París: Dunod.
¡982. 11Ce qui travaille dans les groupes11, en Kaes, R., Misse
nard. A. y cols., Le travail psychanalytique dans les grou
pes. 2. Les voies de l'éla boration, París: Dunod.
1984. uLa diffraction des groupes internes dans le reve,
l'hystérie et le groupe 1,, Revue de Psychothérapie Psycha
nalytique de Groupe, 1988, págs. 10-1.
1985a. *L'h ystérique et le groupe,,, L 'Evolution Psychiatri
que, 50, 1, _págs. �29-56.
1985b. ccUn cadre problématique: la transmission psychique
tntergénérationnelle 11• Informe sobre un llamado a con
curso de la M.I.R.E. del Ministere des Affaires Sociales
et de la Solidarité Nationale, Lyon: Université Lumiere
Lyon 11.
1986. HCrise et parole en utopie: maitrise. mesure et symé
trie». en Guillaumin, J., Ordre et désordre de la parole,
Lyon: Université Lumiere-Lyon 11.
1987a. 11Le pacte (dé)négatif: une formation psychique de
l'etre ensemble•,, informe ante el Coloquio del CEFFRAP,
Figures et modalités du négatif. París, mayo de 1987 (in
cluido con modificaciones en este volumen).
1987b. "Le groupe au négatif,,, Psychanalystes, 23, págs.
5-18.
1987c. KRéalité psychique et souffrance dans les institutions»,
en Kaes, R .• Bleger, J. y cols., L'Institution et les Jnstitu
tlons. Etudes psychanalytiques, París: Dunod.
1988a. •Ruptures catastrophiques et travail de la mémoire 11•
en Kaes. R,, Puget. J. y cols.. Violence d'Etat et psycha
nalyse, Paris: Dunod (en prensa).
1988b. •Destins du négatif: une métapsychologie transsub
jecttve,., en Guillaumin, J. y cols., Pouvoirs du négatif
dans lapsycha nalyse et la culture, París: Champ-Vallon.
1988c. 11Les revenants du transfert11, Revue de Psychothéra-
ple Psychanalytique de Groupe, 12, págs. 35-43.
Krtsteva, J.
197 2 La révo
1987· Solell lution du langage poétique. París:
Seuil.
noir. Dépression et mélancolie, París: GalUmard.
211
Lacan, J.
1953. «Fonction et champ de la parole et du langage en
psychanalyse», en Ecrits, París: Seuil ( 1966).
Laplanche, J.
1986. ,«De la théorie de la séduction restreinte a la théorie
de la séduction généralisée,,, Etudes Freudiennes, 27,
págs. 7-27.
1975-1987. Problématiques. vols. l. 11, III. IV y V, París: PUF.
(Problemáticas, vols. I, 11, 111, IV y V, Buenos Aires: Amo
rrortu editores, 1987-1990.]
1987a. Problématiques V. Le baquet. Transcendance du
transfert. París: PUF. [La cubeta. Trascendencia de la
transferencia, Problemáticas V, Buenos Aires: Amorror
tu editores, 1990.J
1987b. Nouveaux fondements pour la psychanalyse, París:
PUF. (Nuevos fundamentos para el psicoanálisis. Buenos
Aires: Amorrortu editores, 1989.]
Lavie, J. C.
1980. Qui . . . Je?, París: Gallimard.
Major, R.
1982. 1«L'amour de transfert et la passion du signifiant», Etu
des Freudiennes, 19-20, págs. 87-105.
McDougall, J.
1978. Platdoyer pour une certaine anormalité, París: Galli
mard.
1982. Théátres du Je, París: Gallimard.
Missenard, A.
1979. uNarcissisme et rupture11, en Kaes. R., Missenard, A.
y cols., Crise. rupture et dépassement, París: Dunod.
1982. 1«Du narcissisme dans les groupes11, en Kaes, R.• Mis
senard, A. y cols., Le travail psychal)alytique dans les
groupes. 2. Les voies de l'élaboration. París: Dunod.
1987a. ,.Le psychanalyste. le petit groupe et la psychanaly-
se", Psychanalystes, 23, págs. 37-47.
1987b. uL'enveloppe du reve et le fantasme de "psyché com
mune"11, en Anzieu, D., Houzel. D. y cols., Les envelop-
212
pes psychiques. París: Dunod, págs. 55-89.
l•La
ra del sueño y el fantasma de "psique común",,envoltu-
, . . en Las
envolturas ps1quicas, Buenos Aires: Arnorro-:cu ed
itores.
1990. págs. 68-1 01.)
Missenard, A. y Gutierrez, Y.
1985. ttOeux psychanalystes, en groupe de breve durée",
Psychothérapies, 1, págs. 19-30.
Moury, R.
1977. «Inconscient dans les institutions dites soignantes11, Jn
[onnation Psychiatrique, 53, 10, págs. 1159-66.
1980. •Cure et institution11, Documents et débats. Revue In
terne de l'Association Psychanalytique de France, 18.
1981. "La construction du cadre institutionnel: une étape
identificatoire", Psychanalyse de l'Enfant, 7, 25. págs.
143-8.
1985. "Varia11, Nouvelle Revue de Psychanalyse. 32, págs.
M'Uzan, M. de
1977. De l'art a la mort, Paris: Gallimard.
Nasio, J. D.
1987. Les yeux de Laure, París: Aubier. ILos ojos de Laura,
Buenos Aires: Amorrortu editores, 1 988.J
Pasche, F.
1986. A partir de Freud. Parfs: Payot.
Pontalis, J.-8.
197 7. Entre le reve et la douleur, París: Gallimard.
1981. «Non, deux fois non", Nouvelle Revue de Psychanaly
se, 24, págs. 53-73.
1987. •Perdre de vueu, Nouvelle Revue de Psychanalyse, 35.
págs . 231-48.
Poz zi, E.
1986. •Masques noirs. masques blancs. Les mascarades �t
le suicide collectif de Jonestownu, Revue de Psychotbe
rapie Psychanalytique de Groupe, 3-4, págs. 141·57·
Prtbram, F. H. y Gill, M . M.
1976 Le pro et un nou
- j de psychologie scien ti11que de Freud,
veau regard, París: PUF (1986).
213
Refabert. Ph. y Sylwan. B.
1983. uFreud, Emma Eckstein, Fliess. L'invention de la psy
chanalyse en 1897 11. Actas del Coloquio «L'étranger. cri
se. représentation11. Collectif Evénement Psychanalyse.
págs. 105-17.
Rey. J. M.
1984. uFreud et l'écriture de l'histoire11, L'Ecrit du Temps.
5, págs. 23-42.
Rosolato, G.
1967. uEtude des perversions sexuelles a partir du fétichis
me», en Aulagnier-Spairani, P.. Clavreul. J. y cols .. Le dé
sir et la perversion, París: Seuil. págs. 9-40.
1977. «La psychanalyse au négatif11, Topique. 18, págs. 11-30.
1978. La relation d'inconnu. París: Gallimard.
1980. uLa psychanalyse transgressive11, Topique, 26, págs.
55-82.
1987. Le sacrifice, París: PUF.
1988. 11La pulsion de mort en tant que mythe11, Psychanaly
se a l'Université, 50.
Roussillon. R.
1985. uLa réaction thérapeutique négative: du protiste aujeu
de construction», Revue Franc;aise de Psychanalyse.
XLIX, 2, págs. 597-621.
1987. uEspaces et pratiques instituttonnelles. Le débarras et
l'interst1ce11, en Kaes, R., Bleger. J. y cols.. L 'Jnstitution
et les institutions. Etudes psychanalytiques. París: Dunod.
1988 . .. Négation, négatif, négativité11, en Guillaumin, J. y cols.,
Pouvoirs du négatif dans la psychanalyse et la culture,
París: Champ-Vallon.
Schur, M.
1972. La mort dans la vie de Freud, París: Gallimard (1975).
Smirnoff, V.
1982. «Le contre-transfert, maladie infantile de l'analyste»,
Topique, 30, págs. 5-27..
Sulloway, F. J.
1979. Freud, biologiste de l'esprit, París: Fayard (1984).
Tort, M.
1986. uL'argument généalogique11, Topique, 38, págs. 69-86.
214
vaJabrega. J. P.
sme. mythe. corps et sens, París: Payot.
19ao. Pha nta
e
vermorel. H. y Vermor l. M.
1986. uFre ud et
la culture allemandeu, Revue Franc;aise de
psycha nal ys e . L. 3. págs. 1035-52.
Viderman. S.
l 971. La construction de J'espace anal yti que, París: PUF.
Winnicott, D. W.
1971. Jeu et réalité, París: Gallimard (1975).
Zaltzman. N.
1979. uLa pulsion anarchiste 11• Topique, 24, págs. 25-64.
215