Espana Salvaje - AA. VV

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Una orgía macabra de esperpentos

patrios y necropolítica a través de


nuestra historia, comienza con el
desastre de Cuba, la pérdida de las
colonias, la literatura criminal (una
orgía de sangre en papel) y la guerra de
Marruecos, todo un bautismo de fuego
legionario y nacionalismo militante que
pronto dará paso a los grupos de asalto
paramilitares tanto fascistas como
ultracatólicos (algunos con el lema
«Quien no está conmigo, está contra
mí») y tradicionalistas. Tuvimos
imitadores del fascio italiano, como
Ramiro Ledesma y su lema con mucha y
rica documentación visual, a través de
nuestra historia y que «No parar hasta
conquistar», o el matonismo de Onésimo
redondo, que desarrollaron una
estrategia de terror callejero y
fascinación por la milicia, el puñal y la
futurista «guerra como higiene del
mundo». Nos quedaba, eso sí, la antigua
colonia de Guinea, donde también
protagonizamos otro capítulo más de
esperpento patrio con los «falangistas
morenos» y el sueño de ser lo que ya no
éramos. El franquismo y la muerte
convivieron tan de cerca que la
dictadura fue un alarde de necropolítica
y exaltación de los «caídos», marchas
nocturnas, «liturgias de fuego» y hasta
«Día del Dolor».
Pasen y vean. Lo sabemos, corta la
respiración, pero ya va siendo hora de
encontrarnos con aquello que fuimos y
que quizás aún somos.
AA. VV.

España salvaje
Los otros Episodios
Nacionales

ePub r1.0
Titivillus 01.02.2020
Título original: España salvaje
AA. VV., 2019

Editor digital: Titivillus


ePub base r2.1
Índice de contenido

Cubierta

España salvaje

Nota editorial: Dios mío, «¿qué es


España?»

Himno «Yo tenía un camarada»

Prólogo: con fuego y con sangre

Acto primero: el triunfo de la calavera


Introducción: el triunfo de la calavera
(Servando Rocha)
El «sí» a la muerte
Grandezas de Unamuno
El sepulcro de Don Quijote
Epistolario antifalangista
Carta de Unamuno a Ramiro Ledesma
Carta de Unamuno a Francisco de
Cossío

Acto segundo: orgía de sangre


Introducción: una orgía de sangre en
papel
La propaganda del crimen
Las capeas trágicas
Navajazos y navajeros
Selección de portadas de Las
ocurrencias

Acto tercero: Marruecos salvaje


Diario de un testigo de la Guerra de
África
Perderse en Marruecos
Reo de muerte
Las cartas de los soldados sevillanos a
sus novias
Telón: última entrevista a Bensalem Al-
Jabri

Acto cuarto: la muerte de la inteligencia


Introducción: la bella muerte
4 encuentros con la muerte
El bushido
Casquería legionaria
Legión 1936
Palabras y sangre

Acto quinto: la dialéctica de los puños


las pistolas
Oración por los muertos de La Falange
Camisas de fuerza: fascismo y
paramilitarización
Instrucciones para la primera línea
En la niebla de los primeros días
Selección de artículos de La Conquista
del Estado
¡Españoles jóvenes: en pie de guerra!
La firmeza revolucionaria. La
revolución y la violencia. La legitimidad
y la fecundidad de la violencia
La degeneración pacifista
Onésimo Redondo. Selección de textos
Las milicias nacional-sindicalistas
La estaca, el puñal y la pistola
¡Milicia, milicias!
Ramiro Ledesma. Selección de textos
La actuación de las Juntas
El asalto a las oficinas de los amigos de
Rusia
La disciplina y el coraje de una acción
militar
Acción directa
La violencia política y las
insurrecciones

Acto sexto: soñando con Roma


La «guerra como higiene del mundo» en
España
Proclama futurista a los españoles
La revista falangista Jerarqvia y el
modelo imperial romano
Jerarqvia
Memorabilia totalitaria
Fascinante fascismo: Valle-Inclán y la
tentación romana
Del Valle-Inclán habla de sus
impresiones de Italia
Suite de la guerra santa

Acto séptimo: aún nos queda Guinea


La garra del bosque. Guinea Ecuatorial,
el último intento
El delirio ultra: neonazis negros,
falangistas «morenos»

Epílogo: a muerte con España


Predicadores armados: curas que
mataron a «rojos» y dieron gracias a
Dios
«Matadlos a todos, Dios reconocerá a
los suyos»
Las rutas turísticas de la guerra
Franco no murió en la cama:
revisionismo, hauntología y
necropolítica del franquismo
A los mártires españoles

Agradecimientos

Notas
«¡Amemos la guerra y adelante!», lema
publicado inicialmente en el número 58 de
Libertad (18 de julio de 1932). Ilustración de
Stefan Frank para Onésimo Redondo. Caudillo
de Castilla (1937)
NOTA EDITORIAL:
«DIOS MÍO, ¿QUÉ ES
ESPAÑA?»
«A las masas, como a las
mujeres, hay que ofrecerles
fiestas, guerras, pasiones,
botines, torbellinos,
indecibles enbriagueces»

Los secretos de la Falange


Ernesto Giménez Caballero
(1939)
s posible que lo que leas aquí

E hable también ti. Es probable


que, en cierta medida, esta
orgía macabra te afecte. Al fin y al
cabo es parte de la historia de un país.
Se hizo en nombre de un país y hasta se
proclamó, durante décadas, como
necesario, justo, imprescindible. Ese
país es… España.
Este libro, una antología sobre la
cultura de la muerte en la que se dan cita
lugares y personas, todos ellos
esperpentos patrios que componen un
retablo de violencias, discursos y
fenómenos muy cercanos, tuvo un punto
de partida. Ese origen fueron
reflexiones, debates y lecturas que
curiosamente comenzaron con un
escritor estadounidense, el premio
Nobel John Steinbeck, quien en 1962
publicó un espléndido libro, Viajes con
Charley en busca de Estados Unidos
(publicado en España en 2014 por
Nórdica Libros). Steinbeck hizo 16 000
kilómetros, cruzando buena parte de su
país, entablando conversación con toda
clase de persona y viviendo numerosas
aventuras y desventuras, un vasto viaje
por el prácticamente inabarcable
territorio de Estados Unidos con un
objetivo que casi parece el sueño de un
loco: determinar qué es eso de ser
estadounidense, o si acaso existe algo
semejante. No salió como esperaba. A
mitad de trayecto surgieron los peligros
propios de la acumulación y el exceso
de estímulos. Aquel pasado, por su
pesadez y carácter apabullante, le
resultaba incomprensible. Había
cruzado decenas de estados y hablado
con centenares de personas, pero cuando
el viaje comenzó a acercarse a su final
se sintió desolado y abatido. También se
reconcilió consigo mismo y, de paso,
con aquella «loca» idea. No era posible.
«No me sentía capaz de asimilar lo que
me iba entrando por los ojos», confesó.
Jamás, salvo excepciones, nadie ha
querido comprobar con honestidad si
acaso existe eso de ser «español».
Parece algo arcaico y tendencioso,
posiblemente también inútil. Pero esa
incapacidad también expresa algo sobre
nuestra propia naturaleza. Nos
embarcamos en esta idea de libro aún
sin tener una respuesta. Contábamos con
la pregunta o, mejor aún, las preguntas:
¿Existe acaso algo así como un ser
«español» y una naturaleza «española»?
¿Es útil hacerse esa pregunta o por el
contrario es un cierto esfuerzo
prescindible? ¿Por qué, a diferencia de
otros países y culturas, España no cuenta
con un ensayo de definición más o
menos aceptada al margen de
consabidos tópicos? ¿Qué ha sucedido
con nosotros y nosotras para que exista
esa imposibilidad?
Ni idea, aunque lógicamente
tengamos nuestras sospechas. Así que, a
partir de la odisea frustrante de
Steinbeck, llegaron otras obras y relatos
que nos inspiraron, como el portentoso y
magnífico ¡Viva la muerte! Política y
cultura de lo macabro, un gran ensayo
de Rafael Núñez Florencio y Elena
Núñez González (Marcial Pons, 2014).
Este libro nos abrió una puerta. A pesar
de carecer de respuesta, sí que
contábamos con algo común: el regusto
y la fascinación por la muerte y la
tendencia a la violencia atroz. Así que
partiríamos, a falta de una respuesta
clara, de algo que nos parece
incuestionable, de un fragmento aún por
construir de esa impresión: la cultura de
la muerte en nuestro país.
Nos hemos centrado en el siglo
pasado, desde el llamado «Desastre del
98» hasta la muerte de Franco, con
especial atención a la mayor de las
carnicerías, aún sin resolver del todo,
como fue la Guerra Civil. Las violencias
anteriores a esa guerra o la glorificación
de la buena muerte fascista y legionaria
tienen sus propias coordenadas y
travesías. Pero es indudable que surgen
de aquel clima de comienzos de siglo,
con un país humillado, con ansias de
regresar a tiempos mejores, desunido y
en conflicto. Ese absoluto universo
propio e hispánico que fue el fenómeno
legionario, es el máximo grado de
sublimación y mistificación de la
violencia, en el que el fascismo y el
franquismo también se reflejaron e
hicieron suyo. El centro de gravedad a
la hora de tratar estas verdaderas
filosofías de la muerte, casi sin
parangón (necrófilas, de exaltación de
los que ya no están al grito de
«¡Presente!» o de celebración del
llamado «Día del Dolor», de bendición,
crucifijo incluido, de matanzas, la
producción literaria de aventuras
guerreras donde predomina la sangre y
la recreación mórbida en esta, de una
cosmovisión donde la violencia era
redentora y los asesinos absueltos de
cualquier responsabilidad pues Dios y
la Patria lo podían todo), no está en el
extremismo, sino en la base teórica, en
el programa político que fomenta y
promociona esa voraz cultura de la
muerte como la vivida en este país
durante tantas décadas. Tal y como
sostienen los autores de ¡Viva la
muerte! Política y cultura de lo
macabro, «desde el punto de vista de la
llamada historia intelectual —o historia
de las ideas o historia de la cultura— no
cabe duda de que hay una diferencia
esencial entre los dos extremos
totalitarios, el fascismo en cualquiera de
sus manifestaciones y el comunismo en
cualquiera de las suyas. Mientras este
procede o deriva de una de las
principales ramas de la cultura
racionalista europea, la que viene de
Kant y Hegel, se expresa en el idealismo
alemán y se populariza luego en el
positivismo, el otro, el movimiento
fascista, constituye una reacción
virulenta contra esa racionalidad que a
duras penas puede trazar una genealogía
filosófica presentable, pues se asienta en
una interpretación sesgada de autores
como Kierkegaard, Schopenhauer y,
sobre todo, Nietzsche». A ello cabría
añadir, en cuanto a manipulaciones
interesadas, en el terreno del fascismo
español a Unamuno, Ortega y Gasset e
incluso Pío Baroja, y otros escritores, y
que por supuesto se narran en el libro.
El peligro no estaba, ni mucho
menos, en lo que había planteado
Nietzsche como filósofo, sino en la
potencialidad en cuanto a desviación y
apropiación de sus planteamientos. Para
los fascistas de nuevo cuño la operación
era sencilla: bastaba con tomar el
quijotismo de Unamuno para hacer de él
una bandera del casticismo. O la
«voluntad de poder» y el
«superhombre» nietzschiano para
justificar una política de violencia
higienizadora a toda costa. La actitud
decididamente rebelde de la juventud de
comienzos de siglo, dispuesta a romper
con su pasado, alentaba ideas
pretendidamente epatantes. Las llamadas
al heroísmo durante la Primera Guerra
Mundial, las exhortaciones futuristas o
de poetas como Apollinaire a la
«belleza» de la guerra tenían mucho de
gesto provocador frente a una vida
pusilánime y timorata, una vida que no
merecía vivirse. Esa pulsión de vida o
instinto de muerte, que clamaba por salir
y expresarse, se canalizó con la
violencia, el enfrentamiento físico con
los oponentes, esa camaradería que
generaba la lucha colectiva ilegalista.
Pero no nos adelantemos. Este libro
habla por sí solo. Por eso hemos
querido dejar hablar a algunos artífices
de lo que entendemos como una cultura
basada sobre todo en el culto a la
violencia y la muerte (Ramiro Ledesma,
Onésimo Redondo, Millán Astray…).
Los textos están sin editar, lógicamente,
y se muestran tal y como se publicaron:
milicias, grupos de asalto, terrorismo,
matonismo.
Pero hubo más obras que nos
inspiraron a abordar el libro de esta
forma. Entre ellas Antología de la
poesía macabra española e
hispanoamericana (Valdemar, 2001) y,
sobre todo, el clásico Celtiberia show
(Ediciones Castilla, 1970) de Luis
Carandell, una obra iconoclasta que
muestra buena parte de la crudeza, lo
macabro —en ocasiones, incluso
cómico— de la posguerra a partir de las
columnas que iban saliendo en la
pionera revista Triunfo. El propio
Carandell, en Tus amigos no te olvidan,
afirma que la «presencia persistente» de
la muerte es algo indiscutible en la
cultura española. Casi como un
fantasma. «El pasado prevalece entre
nosotros sobre el presente. La muerte
sobre la vida», afirma. Ya podemos
comenzar a responder incluso al
mismísimo Ortega y Gasset cuando
decía aquello de «Dios mío, ¿qué es
España?». Respuesta: esto mismo, entre
otras muchas cosas (no todas alrededor
de la destrucción, obviamente), que
estás a punto de leer.
Lo sabemos. No hay redención
posible. En este caso, lamentablemente,
no hay perdón divino. El Dios al que
muchos invocaron, como tantas otras
cosas, era una trampa. Mejor aún: era su
particular coartada espiritual para
justificar algo que tenía que ver con la
fuerza bruta, la obcecación en lo vulgar
y brutal, la mística de la sangre y el
martirio que siempre crea monstruos.
Monstruos, por otro lado, muy humanos
y desde luego también muy españoles.
Inventaron un relato que funcionase
como un traje a medida perfecto para
sostener su propia verdad, es decir, una
mentira que sonaba burda. ¿Cómo es
posible? ¿Cómo fue posible? Y sin
embargo, lo fue.
Así que allá vamos. Se abre el telón.
Una calavera y una guadaña. El sonido
de una detonación. El espectáculo
dantesco impresiona. España fue una
danza macabra. ¿Lo sigue siendo?
¿Acaso volverá a serlo? Porque siempre
nos acompañan fantasmagorías, visiones
oscuras, pesadillas. Cada cierto tiempo
retorna la sombra de los garrotes y el
ojo por ojo, la rencilla sanguinaria y
goyesca, el atavismo como tradición que
se dice (con sorna y casi con orgullo)
«muy nuestra». Siempre estamos cerca
del abismo. Nuestro pasado nos avala
como destructores, entre otras cosas
porque las fogatas aún permanecen
encendidas y las piras aún están
humeantes. El peligro nos sigue
acechando. Nos matamos, y mucho. Y de
qué manera. Por «Dios y por España»,
dijeron algunos.
Les damos la bienvenida. Pasen y
vean. Lo sabemos, corta la respiración,
pero ya va siendo hora de encontrarnos
con aquello que también somos porque
lo fuimos. Aquí están los otros
Episodios Nacionales.
A día de hoy no se tiene en cuenta, e
incluso resulta una verdad despreciable
y sin importancia, que por el mismo
camino que van otras balas vienen. Para
cualquier confrontación, ya sea personal
o colectiva, no hay acero como el
español, venga de Toledo, Albacete,
Eibar… y confieso que yo mismo no
hubiese llegado a vivir los años ochenta
sin el concurso de estos metales de tan
aguerrida calidad
Sé quién soy y si tú sabes quién eres,
ahora vamos a leernos
HIMNO
«YO TENÍA UN
CAMARADA»

En la página anterior, retrato de tres niños


posando junto a un monumento a Franco.
Portada de la revista Fotos del 10 de diciembre
de 1938 para el reportaje «Los chicos y la
guerra»
«La muerte es un acto de servicio»,
inscripción en la Cruz de los Caídos
que, hasta los años ochenta, hubo en
Ciudad Lineal (Madrid). Fotografía:
Chris Marker, incluida en Espagne
(n.º 10, 1956). El lema apareció en el
número 5 de la revista FE (febrero de
1934): «La muerte es un acto de
servicio. Ni más ni menos. No hay,
pues, que adoptar actitudes especiales
ante los que caen. No hay sino seguir
cada cual en su puesto, como estaba
en su puesto el camarada caído
cuando le elevaron a la condición de
mártir»
La canción «Yo tenía un camarada» es
un himno militar alemán del siglo XIX.
En España fue traducida y adoptada por
la Falange, que la cantó por vez primera
durante la primera ceremonia de
exaltación y martirologio falangista en
febrero de 1934 durante los homenajes
al militante fascista Matías Moreno
Yo tenía un camarada.
¡Entre todos el mejor!
Siempre juntos caminábamos,
siempre juntos avanzábamos,
al redoble del tambor.

Cerca suena una descarga.


—¿Va por ti o va por mí?
A mis pies cayó herido
el amigo más querido
y en su faz la muerte vi.

Él me quiso dar la mano,


mientras yo el fusil cargué.
Yo le quise dar la mía
y en su rostro se leía:
—¡Por España moriré!

¡Gloria! ¡Gloria!
¡Gloria y victoria!
Con el cuerpo y con el alma,
con las armas en la mano,
por la Patria.

Nuestros cantos, que vuelan,


el viento los lleva por ahí,
que en España, que en España,
empieza a amanecer.
PRÓLOGO:
CON FUEGO Y CON
SANGRE
JORGE MARTÍNEZ, ILEGALES
Fuenterrabía (Guipúzcoa). Monumento a
Franco
Procesión de la Virgen de Guadalupe
(Delegación de Prensa y Propaganda, 1937)
ubo un tiempo en que

H la península ibérica
era un jardín
profundo, fragante y
sombrío. Nosotros,
unos nosotros antiguos, llegamos
abriendo cicatrices tal como ruge La
Historia: con fuego y con sangre.
El jardín retrocedió aterrorizado
ante el fragor de los combates y aún
continúa haciéndolo ya marcado por la
muerte. Cualquier vecino es susceptible
de convertirse en el más fiero enemigo y
una discusión por unos metros de terreno
puede generar una masacre. La ira es un
mecanismo bien considerado en estas
latitudes y dependiendo de su alcance
obtiene justificación, gloria o incluso
oscuros dividendos. Iberia es un
perpetuo campo de batalla en el que
combaten tanto individualidades como
ejércitos tumultuosos.
No todo se reduce al agua negra en
los ojos de un Pascual Duarte; desde
antiguo se han alcanzado coras de
crueldad que repugna recordar. Los
íberos ajusticiaban a los que
consideraban abyectos haciéndoles la
mariposa, operación que consiste en
abrir la espalda del individuo
rompiendo las costillas, extrayendo los
pulmones por atrás y dejando que la
naturaleza haga el resto del trabajo. La
gloria de la sangre tiene ecos tan
antiguos que incluso las curtidas
legiones romanas se aterrorizaban ante
los interminables cantos de los
guerreros astures que ellos mismos
habían crucificado boca abajo y que
cargados de estramonio se resistían a la
muerte con fiereza.
No hay país libre de crimen pero la
sangre fluye aquí con una naturalidad y
soltura difícilmente alcanzables.
Cualesquiera que sean las causas:
afecciones sociales, envidias,
supersticiones, desprecio, temores o
prejuicios, han encontrado aquí un fértil
terreno de crecimiento y expansión. La
paz mundial, lejos de ser una estafa, es
un imposible porque nosotros estamos
aquí y así seguirá siendo por mucho que
anochezca y vuelva a amanecer. Los
tercios españoles, apasionados en lo
violento, vencieron por el
convencimiento de que todo el mundo
debería adorar lo que ellos adoraban y
quemar lo que ellos quemaban. Ni los
huidizos hugonotes escaparon a tan
universal ruina. La epopeya francesa y
Napoleón toparon con el más rudo
empeño de sabor español. Un muro de
navajas barberas, tridentes, aperos de
labranza, y otros instrumentos, que la
viveza de la fantasía hispana transformó
en armamento, generaron una sangría
más abundante que la Guerra de
Sucesión española, guerra esta última
que debería considerarse la primera
guerra mundial ya que en ella
contendieron todas las potencias
importantes de la época. En un país
altamente religioso, el Cristo
ensangrentado es visto como un atleta,
un gladiador lleno de dignidad varonil
atravesando una momentánea derrota.
Curiosa forma de excitar la devoción.
ACTO PRIMERO:
EL TRIUNFO DE LA
CALAVERA
«Soy un hombre a quien la suerte / hirió
con zarpa de fiera; / soy un novio de la
muerte / que va a unirse en lazo fuerte /
con tal leal compañera»

«El novio de la muerte», Himno


legionario

«Yo ya tengo novia / ya encontré mi


amor / La otra noche la besé / en un
callejón / es alta y morena / siempre está
en mi mente / su nombre me volvió loco
/ su nombre es la muerte»

«Enamorado de la muerte», RIP


INTRODUCCIÓN:
EL TRIUNFO DE LA
CALAVERA
SERVANDO ROCHA
«En el Barranco del Lobo
hay una fuente que mana
sangre de los españoles
que murieron por España.
(otras versiones: «por la patria»)

¡Pobrecitas madres,
cuanto llorarán,
al ver que sus hijos
a la guerra van!
(otras versiones: «ya no volverán»)

Ni me lavo ni me peino
ni me pongo la mantilla,
hasta que venga mi novio
de la guerra de Melilla.
Melilla ya no es Melilla,
Melilla es un matadero
donde van los españoles
a morir como corderos»

Copla popular a comienzos del siglo


veinte sobre el Desastre del Barranco
del Lobo
«A lunmenos hoy comeremos», le dijo
repatriado a un agente mientras
era detenido. La Correspondencia de
España, el 23 de marzo de 1899, daba
cuenta de manifestaciones tumultuarias
en la Puerta del Sol y la plaza de
Oriente protagonizadas por repatriados
que exigían que se les pagase lo que el
Estado les debía por sus servicios
prestados. Muchos venían en muletas y
la mayoría tenía un aspecto desastrado,
de vagabundeo y alucinación, extravío y
pérdida.
Un año antes El Año Político daba
cuenta de la llegada de oleadas de
repatriados y excombatientes de la
guerra de Cuba, donde España puso
punto y final al delirio imperial, algo
que intentó remediar con otra guerra,
esta vez en Marruecos, pero que venía
de muy atrás, intentando con ello que
siguieran sonando trompetas triunfales,
pero aquí y allí lo que encontró fue
sangre y fuego, una humillación continua
cuyas víctimas eran los más pobres, el
proletariado obligado a luchar por
cuatro reales por la gloria de generales
y políticos que ni tan siquiera conocían.
Comenzaron en esta fecha a llegar a
España los primeros repatriados del
ejército de Cuba. Véase cómo lo
anunciaba un corresponsal: «Cádiz 1,
8:25 noche: a las seis y media de la
tarde ha fondeado en este puerto el
Monserrat. A las siete se ha dirigido al
costado del Monserrat el director de
Sanidad y los jefes de la Trasatlántica,
dejando el barco incomunicado hasta el
amanecer. El Monserrat salió de La
Habana el 13 de octubre a las seis de la
mañana con 251 pasajeros, en su
mayoría soldados enfermos. En Gibara
tomó 1498, entre los cuales había unos
800 enfermos, algunos de ellos
moribundos. De estos han fallecido
muchos en la travesía, víctimas de la
anemia, el paludismo y la disentería.
Los muertos son: una pasajera, un
individuo de la armada y 96 soldados.
La enfermería viene completamente
llena».
Aquellos que sobrevivían a las
durísimas condiciones de una
repatriación amargamente criticada (en
cubierta, en barcos y gabarras atestadas
en las que se extendían las enfermedades
y se pasaba mucha hambre), debían
enfrentarse a cosas incluso peores: el
regreso.
Lo que había pasado en Cuba y
Filipinas, lejos de ser un honroso papel,
era todo lo contrario. España había
llevado la muerte y el asesinato a los
isleños, como narró descarnadamente
Manuel Ciges Aparicio, testigo de todo
aquello, en unas memorias en las que
aparecían los nombres de generales
sanguinarios como el incomparable
Weyler, auténtico liquidador patrio.
Publicó sus memorias en Vida Nueva
bajo el título de Impresiones de La
Cabaña (memorias de 28 meses), donde
describe ajusticiamientos, incendios de
poblados (con población incluida),
episodios de hambre atroz en los que
presos españoles devoran gatos o
vejaciones por doquier.
Filipinas también fue el infierno.
Santiago Rusiñol, díscolo del espíritu
guerrero del españolismo, en una obra
teatral que sufrió la censura llamada
Eheroe, ponía en boca de uno de sus
protagonistas el sentir de muchos: «Nos
daban muchas cruces. Medallas de esto,
medallas de aquello, de este santo, de
este otro, del mérito de la guerra, del
mérito de la paz, de toda clase de
méritos. ¡No teníamos nosotros poco
mérito! Un general iba recorriendo las
filas, creo que vigilando si se
descuidaban de medallear a alguno. Y
en medio de ellos, como para
estropearles la fiesta, nos pasaron a los
de las camillas».
La cifra no es del todo segura, pero
se calcula que fueron unos 45 000 los
que llegaron repatriados cuando en 1898
en España la población era de 18
millones. El Imparcial, uno de los
diarios que más se indignó por su
situación, publicando editoriales y
artículos en los que criticaba la
vergonzosa actuación del gobierno, en
septiembre de 1898 describía así la
situación de la soldadesca en los
barcos: «Muchos soldados cayeron de
las literas, produciéndose golpes y
dando lugar a que se asustasen los
enfermos, a quienes los jefes y oficiales
de a bordo tuvieron que tranquilizar y
consolar. Los soldados lloraban,
temiendo morirse sin llegar a ver a sus
familias. Sin duda, por causa de lo
expuesto y del mal estado general de los
enfermos, fallecieron durante la travesía
los sesenta y cuatro soldados
siguientes».
Al llegar a España fueron recibidos
con hostilidad. El antiguo combatiente
llegaba a un país que apenas reconocía.
La tristeza se había apoderado de todo.
Eran culpados del desastre por ser
escasamente «bravos». Tampoco tenían
trabajo; pocos confiaban en una persona
atormentada, alguien que había visto y
padecido horrores en aquella parte
alejada del mundo. Lo que les esperaba
era paro, marginación y el abrazar la
delincuencia más chusca, el matonismo
profesional como porteros de casas de
juego ilegales, soplones de la policía o
entrando a formar parte en bandas de
apaches especialistas en el robo, la
pelea o la venganza a sueldo de un
tercero. En Mala hierba, la novela de
Pío Baroja, su autor describe al
repatriado como un tipo con aspecto de
mendigo que «no encontraba empleo ni
servía tampoco para trabajar, porque se
había acostumbrado a vivir a salto de
mata».
Hubo quienes vaticinaron que aquel
sería el futuro que les esperaba, como el
escritor Vicente Blasco Ibáñez, quien en
El rebaño gris (1895), antes incluso de
la oleada de los lastimados repatriados,
adelantó acertadamente lo que luego
sucedería: «Los que sobrevivan, si
pueden volver a España, tienen
asegurado el porvenir. Entre los que les
despidieron ayer no faltará quien les
compre los abonarés irrisorios con un
descuento del 99 por 100. Si quedan
inválidos, pueden aprender a tocar la
guitarra para pedir una caridad a
cualquiera de esas familias enriquecidas
en Cuba y es posible que, desde sus
carruajes, les arrojen dos céntimos».
Se manifestaron en las calles, que
tomaban a todas horas, durmiendo en
portales o bajo los puentes, a veces
protagonizando refriegas con las fuerzas
del orden. También visitaron las
oficinas de los periódicos o pidieron
entrevistarse con políticos. Muchos
trabajadores los vieron como
competidores por un trozo de pan.
Aquellos parias fueron marginados por
españoles temerosos de que les quitasen
el poco trabajo que había: «Dentro de
poco habrá en Madrid unos 12 000
repatriados [narró el periódico El
Globo el 20 de febrero de 1899] que al
tenerse que ganar el pan diariamente
hacen dificilísima la vida del jornalero,
ya que las obras no aumentan con
arreglo al número de brazos que
requieren ocupación». Muchos antiguos
soldados o sus familiares o huérfanos,
viendo que el gobierno los había
olvidado, enviaron centenares de cartas
a la reina regente de España primero y,
después, al monarca Alfonso XIII,
suplicando que se les concediera algún
donativo, que no llegó. Si hubo ayudas,
fueron casi siempre para nombres
conocidos, militares condecorados o sus
familias.
Cada día aparecían en los diarios
protestas, comentarios o noticias sobre
ellos que poco a poco comenzaron a
tornarse más lúgubres y sombrías. No
solamente por la afiliación al hampa de
muchos de estos sino porque se desató
una auténtica epidemia suicida. Esta
clase de noticias se contaban por
decenas y pronto se volvieron
repetitivas. Casi no se apuntaba dato
alguno. El ser repatriado parecía, a
comienzos de siglo en aquella desolada
España, una potencial causa de suicidio.
Agotados e indignados, algunos
hasta pidieron regresar a Cuba. Entonces
comenzaron a aparecer ahogados. El
País, el 25 de junio de 1900, recoge la
noticia de un repatriado que se arrojó al
estanque del Retiro para quitarse la
vida: «El hambre fue la causa de que el
infeliz atentara contra su vida, tal era el
deseo que tenía de suicidarse, que se ató
los pies y las manos, arrojándose
después al estanque». También se
quitaban la vida en sus casas,
protagonizaban matanzas familiares o se
tiraban desde lo alto de los puentes. El
bien público, el 3 de mayo de 1899, en
una noticia firmada por un tal «J. B.», da
cuenta del «Suicidio de un repatriado»
de esta manera:
«El suicidio es, casi siempre, el
desenlace de un drama; y un drama
íntimo y hondo se ha desarrollado, al
parecer, dentro del pobre repatriado.
Un drama oscuro, vulgar, si queréis,
pero real y humano. La lucha con el
honor, con el olvido de la mujer amada,
con las enfermedades, con la miseria…
Después, el desaliento, el escepticismo,
el horror al vivir. Por último, un tiro a la
cabeza para acabar el sufrimiento. Morir
es descansar, es vivir para los
desgraciados.
El relato del suceso puede hacerse
con el cliché de un suelto de gacetilla,
corriente en estos casos:
El martes, a primera hora de la
mañana, se suicidó en Santa Coloma de
Farnés, en una casa de campo
denominada “Can Catarinas del Sot”,
donde vivía, un repatriado de Cuba
llamado José Bosch Planas, de 24 años
de edad, soltero, disparándose un tiro de
revólver en la sien derecha, que le
produjo la muerte a los pocos minutos.
El suicida tenía en la mano izquierda un
pequeño crucifijo, y se halló a sus pies
un revólver Smith con una cápsula
vacía. Instruidas por el Juzgado las
oportunas diligencias, fue trasladado el
cadáver, al oscurecer, al cementerio.
Ignóranse los móviles que indujeron al
infeliz repatriado a tomar tan extrema
resolución. E. P. D.
Oíd ahora la voz popular:
Partió el mozo para Cuba, dejando
aquí sus esperanzas y sus ilusiones. Una
familia honrada, un padre cariñoso; una
novia que le jurara eterno amor.
Al regresar, en el mes de enero
último, con la salud perdida y sin una
peseta, como tantos otros, se encuentra
con que su padre ha fallecido; que su
madre y hermana se han tenido que ver
con la justicia por corrupción de
menores; y que su novia se ha casado.
La miseria se enseñorea de la casa.
A pesar de sus esfuerzos prevé llegará
un día en que toda la familia tendrá que
pedir limosna.
El deshonor, el desengaño, la
enfermedad incurable, la miseria en
perspectiva, todo contribuye a hacerle
aborrecer la vida y caer en la obsesión
de que solo puede ser feliz reuniéndose
con su padre.
Y el martes, a las cinco de la
mañana, después de la lucha atroz que
debió sostener durante la noche, consigo
mismo, se levanta, pide a su abuela, al
pasar por delante de la habitación de
esta, que le encomiende a Dios porque
quiere “marcharse” y allí, teniendo en la
mano izquierda un crucifijo, se dispara
un tiro en la cabeza.
Cae. Acude la familia, el peón y
algunos vecinos, que no llegan a tiempo
para recoger sus postreras palabras. El
muerto se ha llevado su secreto consigo.
El drama ha terminado.
Por la noche, mientras él se halla
descansando en el cementerio, quizás su
madre y su hermana pensarán en aquel
hombre con quien estuvieron
complicadas en la causa, y además en
que les hará mucha falta la ayuda del
difunto; el hermanito soñará con ese
segundo padre, que se ha ido como el
primero para no volver más; los abuelos
llorarán al nieto que era su encanto y su
sustento; y la que fue su novia, recostada
al lado de su marido, recordará las
promesas y los juramentos de la
despedida, y el beso y las lágrimas que
se ofrecieron en prenda de constancia; y
todos juntos tal vez se pregunten
estúpidamente, sin meditar la respuesta:
“¿Por qué se habrá muerto?”».
Alejandro Sawa, nuestro enfant
terrible, el eterno escritor bohemio de
las melenas, pobre y dado al
vagabundeo siempre acompañado de su
perro, describió el ambiente general
como de una «ola negra»: «¡Qué días tan
tristes, tan difíciles de recorrer en que
vivimos!», clamaba desconsolado para
seguidamente explicar, o intentarlo, la
naturaleza de aquel derrumbe: «No son
bastante los Estados Unidos y sus
amagos crudentísimos en Cuba, y en
Puerto Rico y en Filipinas; ni la doble
hemorragia de sangre y de oro en que
nos agotamos; ni la torpísima gestión de
los gobernantes, ni el obstinado
espectáculo de tantas melancólicas
mujeres con toscas de viudez, de tantas
pálidas criaturas con vestiduras de
duelo; ni la obsesión de la idea,
lacerante como un remordimiento
armado de garras, de que quizás estos
males que sufrimos no sean sino el
principio de una sañuda expiación
histórica; no basta, no, por tener por
cielo una pizarra tenebrosa, y por solo
terreno en que asentar la planta el
albañal y la charca, sino que es preciso
más, mayor suma de negaciones, y ahí
está, a las puertas de nuestras
ciudadelas, como los bárbaros ante las
puertas de Roma, la espesa y tétrica
legión de los hambrientos, con sus
largos dientes amarillos que piden pan,
y sus fuertes manos huesudas,
semejantes a zarpas, que reclaman
trabajo»[1].
Todo aquel ambiente de decrepitud y
muerte marcó el cambio de siglo en
España. Muchos escritores (Baroja,
Unamuno, Costa, Azorín…) se
levantaron en favor de lo que llamaron
una «regeneración» nacional. Pero el
llamado «regeneracionismo» había
surgido un poco antes del Gran
Desastre, un par de décadas antes. Lucas
Mallada, ingeniero de minas, escritor y
miembro de la Institución Libre de
Enseñanza, publicó en 1890 el influyente
ensayo Los males de la patria en la
Revista Contemporánea —antes había
aparecido fragmentado en una serie de
artículos—, lo que marcó el momento
álgido de la corriente regeneracionista:
«Nosotros, que hemos viajado por una
gran parte de España, que tantas sierras,
que tantos barrancos, tantas sendas
hemos cruzado, ¡cuántos pobres
pastores, cuántos pobres labriegos
hemos visto que solo tenían en su zurrón
unos mendrugos de pan de centeno, duro,
negro y de sabor desagradable, como
único alimento para todo el día!». Esto
era lo que se encontraba el viajero
extranjero cuando recorría nuestra
geografía, algo muy parecido al retrato
que décadas más tarde hizo Buñuel de
Las Hurdes —y que antes de él se
conoció por medio de varios reportajes
y visitas del monarca— y que conmovió
y también escandalizó a tantos: la
subsistencia de un pueblo hambriento y
casi medieval en la época del
pretendido progreso y la modernidad. La
España negra de Emile Verhaeren no
escatimaba en descripciones de este
tipo, lo mismo que Maurice Barres —un
escritor cuyo sentido de la tragedia y la
muerte gustó a los fascistas— y su De la
sangre, de la voluptuosidad y de la
muerte, un título que parece lo único
apropiado que el autor podía utilizar
para describir nuestro país o una parte
de él.
El modernismo, la bohemia se
enfrentaba al país de los «viejos», como
clamaban muchos de estos rebeldes de
la época, epatantes que ponían sus miras
en Francia y su tradición decadente, en
la poesía y los simbolistas. Lo «viejo»
era la monarquía, la aristocracia
altanera, la explotación salvaje en el
campo pero también en las ciudades, en
esa barojiana lucha por la vida, tenaz y
despiadada, llena de corruptelas para
buscarse una colocación o un ascenso.
Nada parecido, en cuanto a magnitud y
coherencia, existía en España, pero sí
había focos, luminarias, seguidores. El
ambiente contagiado por la ola de
pesimismo y morbidez. El decadente, a
imitación del romántico, enarbolaba la
bandera del exceso, de lo negro y el
coqueteo con la muerte, de los paisajes
sombríos y los cementerios, de la
calavera y la marcha fúnebre. Esa
mirada, en la España de fin de siglo,
encajaba perfectamente y no
desentonaba con otros tantos paisanajes:
sangres, voluptuosidades y muertes.
Mientras tanto, llegaban las crónicas
de las matanzas al mando de Weyler
(alias «Carnicero», «Hiena
mallorquína» o «Tigre de la Manigua»),
en una Cuba sublevada, adonde fue
destinado en 1896 tras el fracaso del
general Martínez Campos. Su capacidad
de «pacificación» fue asombrosa: se
especializó en la represión y el
asesinato en masa de los guajiros, los
campesinos cubanos que luchaban contra
los españoles. El siguiente paso fue la
creación, como un auténtico pionero, de
los campos de concentración, aunque
bajo eufemismos (los llamó lugares de
«reconcentración»). Parecía que nuestra
nación no iba a encontrar a alguien
capaz de semejante atrocidad. Hasta que
llegó Weyler:
«Formados los pueblos, nuestras
fuerzas destruirán y arrasarán todos los
bohíos y prenderán y castigarán a los
individuos que vayan por los campos —
afirmó en un informe—, pues ya no
podrán burlar la autoridad y escudarse
con la capa de indefensos labriegos y
pastores que de día se incorporan a los
insurrectos o se suben a las ceibas y a
las palmas para servirles de centinelas o
colocan en los árboles, en los caminos y
en sus bohíos ramas, palos inclinados en
cierta dirección, latas vacías de petróleo
y gallardetes que sirven de norte a
aquellos según el sistema de señales
convencido, y por la noche descansan en
el bohío con su familia y a la vez
engañan y desorientan a nuestros
soldados con la astucia e impavidez que
les son muy peculiares. Si no se adopta
ese sistema, la presente guerra no se
terminará nunca, al menos por la fuerza
de las armas»[2].
La empresa fue tenaz. La llamada
«reconcentración» se hizo realidad por
medio de un bando emitido el 21 de
octubre de 1896 en el que se daba un
ultimátum de ocho días para que todos
aquellos que vivieran en los campos o
fuera de los poblados permaneciesen en
los pueblos ocupados por las tropas.
Según el historiador cubano Raúl
Izquierdo Canosa, el alcalde de Güines,
desesperado por las extremas
condiciones de vida de los cubanos
«reconcentrados», se entrevistó con
Weyler y este le respondió: «¿Dice
usted que los reconcentrados mueren de
hambre? Pues, precisamente, para eso
hice la reconcentración», ante la
estupefacción del alcalde.
Los avatares de la guerra eran
seguidos en España diariamente con
informaciones casi siempre
distorsionadas y manipuladas,
pasándose de la euforia patriotera al
desánimo. Cuando comenzó el regreso
de la tropa vencida, cuyas bajas eran
enormes, y comenzó el desfile de
mancos, cojos o tuertos, muchos de ellos
enfermos de por vida o lisiados, una
losa cayó sobre el llamado «espíritu
nacional».
Aquel exceso de muerte (real y no
figurada) en nombre de España y a
manos de proletarios cuyo destino
aciago —como ya sabemos— fue el
desprecio por la misma casta a la que
obedecieron y entraron a destajo a
sangre y fuego, a abrazar la muerte en
masa, el cuchillo o el puñal, impregnó a
aquel país de andrajos y andrajosos y, al
mismo tiempo, desarrollo urbano. Lo
atestiguan las decenas de obras y
cuadernos de viajes de visitantes
extranjeros que atraviesan el país entre
el estupor y el asombro por lo atávico
del paisaje y sus gentes.
La literatura expresó esa negrura y
aquella mortandad, la suntuosidad de la
morbidez. El esperpento de Ramón
María del Valle-Inclán fue el intento de
dotar de una imagen y un discurso a la
resistencia y pervivencia de esa España
atroz, cruel y, en ocasiones, bruta. Sus
Comedias barbaras están dominadas
por el horror y la muerte, la afición por
revivir lo centenario en epopeyas
sangrientas. En su teatro están muy
presentes el incesto, el
sadomasoquismo, la necrofilia y el
voyeurismo, aunque estos temas «no
tienen como finalidad la representación
de perversiones sexuales por sí mismas,
sino la representación de estas como
transgresoras de las normas»[3].
Los cadáveres se pasean en escenas
morbosas y fascinación por lo necrófilo,
lo que para Lily Litvak se explica por un
Valle-Inclán que «entra de lleno en la
corriente decadentista del fin de siglo
europeo, al inspirar en la necrofilia
algunos de sus temas»[4].
Su mirada, además del romanticismo
tardío y el decadentismo de fin de siglo,
se dirige igualmente a un juego de
contrastes. Rechaza la cursilería y
mojigatería de su época, al menos de la
cultura oficial y promocionada, para
abrazar la exaltación de lo tenebroso y
el misterio de la Muerte con
mayúsculas, o lo que es lo mismo: las
imágenes pesadillescas de El Bosco
frente al presente que rechaza, el arte
burgués y la falta de trascendencia y
transgresión.
Los bohemios de segunda generación
estaban rodeados de aquel ambiente
lúgubre. Se dice que uno de ellos (y
también uno de los mejores), Emilio
Carrere, debía soportar cada semana las
visitas de jóvenes literatos que llegaban
a Madrid en busca de fortuna en la
poesía. Aun sin conocerlo acudían a su
casa a cualquier hora para pedirle
consejo y, a su vez, invitarlo a un paseo
por… el cementerio. «Carrere es poeta
lunático —afirma Alien W. Philips— y
siempre demostró un gusto especial por
lo lúgubre y lo espantoso; se recreaba en
la pestilencia, percibiendo en la muerte
una presencia física, amén de sus
aspectos más grotescos y repugnantes.
En esto hay cierto medievalismo arcaico
que lo relaciona estrechamente con una
porción de la obra de Valle-Inclán, y a
la vez, en ambos escritores, su visión
abarca no solo una atmósfera de brujería
sino también la de otras vidas
ultramundanales»[5].
Al mismo tiempo, el amor por la
negrura, contagiada por los males de la
época (Desastre del 98, desesperanza,
represión política), se cebó, y de qué
manera, con alguno de los personajes
más excesivos de aquella época. El
malagueño Pedro Luis de Gálvez,
hombre siniestro donde los haya y
reyezuelo del sablazo que solía
mendigar reales a cambio de poesías
por los alrededores de la madrileña
Plaza Mayor, tendría un sorprendente y
aciago futuro. Él, que siempre bromeó
con la muerte, la vería frente a frente.
Cantaba una desdicha, como en El
pícaro, un puñado de versos sin
esperanza y, desde luego,
autobiográficos:

«De fracaso en fracaso va rodando mi


suerte.
Espero resignado la hora de la muerte.
¡Qué me importan los hombres, ni la
gloria, ni nada!
Por caridad, hermanos, dadme un vaso
de vino
y abandonadme luego en brazos del
Destino,
que él arrastre —¡si puede!— mi
existencia cansada…»

Cuando llegó la Guerra Civil,


convertido al anarquismo y, sobre todo,
a l Partido de la Calavera, albergó la
idea de que por fin le hubiera señalado
la fortuna. Nunca sabremos la verdad
sobre él en aquellos turbulentos días, en
los paseos, las checas (era habitual del
Cine Europa, checa ácrata por
excelencia) y fusilamientos. Se le solía
ver deambulando con gesto chulesco por
la calle, señalando con la pistola a
enemigos o, simplemente, a aquellos que
no le fueron generosos. También se dice
que tuvo que ver con las matanzas de
Paracuellos del Jarama y que fue uno de
los que hacía las listas para las sacas de
la cárcel Modelo.
Aquel poeta que había jugado una y
otra vez con los temas de muerte y
desolación, fue detenido cuando cayó
Madrid. Pudo huir pero no lo hizo;
muchos le advirtieron del error. Fue
condenado a muerte por un Consejo de
Guerra el 5 de diciembre de 1939 por
«conspiración marxista y otros cargos
más», entre los que se contaba «la
muerte de varias decenas de monjas»,
sin especificar. Murió ante un pelotón de
ejecución en la cárcel de Porlier el 20
de abril de 1940.
Nuestra tradición, en general, fue
más del decadentismo mórbido y
realismo negro que de la fantasmagoría
de Poe; no de los sueños y la
imaginación desbordante sino de lo
tangible y real, lo cruento, el cadáver, lo
necrófilo. El fantasma que se negaba a
marcharse solamente podía expresarse a
través de una mirada deforme, el espejo
que todo lo distorsiona. Lo negro se
expresaría con una inusitada fuerza en
artistas como Goya o Solana, ambos
dominados por lo sombrío, macabro y
cruento. El efecto general, tras
contemplar muchas de sus obras, es la
danza macabra, que por supuesto no fue
creación nuestra pero que practicamos, y
mucho, a fuerza de ponerla en marcha a
través de ajusticiamientos, verdugos y
asesinatos tumultuarios. Uno y otro
artista parecen reflejarse mutuamente.
Antonio Machado describe a Solana
como un «Goya necrómano o, lo que es
igual, este antípoda de Goya, pinta con
insana voluptuosidad lo vivo como lo
muerto, y lo muerto como lo vivo»[6]. En
sus obras reina esta imagen o imágenes
de «fealdad, negrura, inmolación,
exterminios, descoyuntamientos,
elementos repulsivos, o lo que es lo
mismo, en el plano iconográfico, huesos,
calaveras y esqueletos en las más
diversas combinaciones y estructuras,
destacando de una u otra forma siempre
macabra, dueño y señora del mundo,
ejecutora implacable de todos los seres
humanos, hombres y mujeres, viejos y
niños…»[7].
Es muy posible que el regusto
español por la muerte, la matanza, el
ensañamiento, la venganza y lo
necrófilo, que alcanza su máxima
expresión en la cultura guerrera y
fascista y protofascista, viniera ya
alimentada por un cierto imaginario
heredado desde la incomparable
violencia desatada en la Guerra de la
Independencia. Como lo expresó Goya,
la barbarie es tanto para unos como para
otros; no escatima en imágenes de horror
perpetradas por ambos, franceses y
españoles. El grado de violencia
alcanzó cotas escasamente vistas. Había
que enfrentarse a un ejército bien
entrenado, muchas veces a cuchillo y
puñal. Como afirmó V. Rodin, «cada
campesino español, cada criada, incluso
los niños que se encuentran en su
camino, son unos enemigos potenciales,
capaces de degollarles cuando duermen.
Unas bandas forman verdaderos
ejércitos y, protegidas por los
habitantes, acosan a los franceses. Los
soldados aislados son matados sin
piedad, en condiciones atroces, como
pasó con el valiente general René,
quemado vivo en una caldera llena de
agua hirviendo. Entonces, resulta
tremenda la venganza de la tropa, se
multiplican los desafueros, se incendian
aldeas enteras y se extermina a la
población». Se cantaba a la virgen en
busca de venganza, como en esta
canción célebre de aquellos años:

«Virgen de Atocha,
dame un trabuco
para matar franceses
y mamelucos»

Lo mismo que las niñas españolas,


que tenían sus propias canciones de
guerra:

«Cartas del rey han venido


para las niñas de ahora
que se vayan a la guerra
a defender su corona.
Todas irán prevenidas
de cartuchitos y bombas
y yo también me prevengo,
dame la mano, paloma, quédate con
Dios,
pichona»

En este delirante panteón presentado


como «patriota» y usado a destajo por
quienes se proclamaban la «verdadera
España», Goya fue convertido en pintor
«nacional» y español, muy español.
Pero la historia, lamentablemente, no
sucede a gusto de todos y la verdad es
un asunto complejo. El ambiente que
existía en los años previos a la invasión
napoleónica era de enfrentamiento entre
dos Españas; por un lado, las fuerzas
oscurantistas representadas por la
tradición, la Iglesia —que soñaba con
una Inquisición con los poderes de
antaño y rechazaba las limitaciones que
les había impuesto el liberal Godoy—,
los tradicionalistas y una parte del
pueblo que veía con inquietud las ideas
afrancesadas que sacudían Europa y que,
entre otras cosas, ha prohibido las
corridas de toros, impopulares entre los
ilustrados; por otro, aquellos que no
desean un retorno a ese pasado y que
asumen algunas de las modernas ideas
políticas que triunfan en Europa (la
Constitución de Cádiz de 1812,
inicialmente prevista que se aplique una
vez se hayan expulsado a los franceses,
es deudora de parte de ese programa).
Durante la insurrección y posterior
guerra civil, que se produce por la
entrada y ocupación del territorio de las
tropas francesas de Bonaparte, siguen
entrando en juego esas fuerzas. Lo que
sucederá a continuación afecta a Goya,
tanto a nivel personal (como a todos los
españoles) como a nivel artístico. Los
españoles, conscientes de la
imposibilidad de hacer frente a los
invasores por medio de una guerra
tradicional, inventan la guerra de
guerrillas. El nivel de salvajismo y
política de tierra quemada y represalias
de los franceses es enorme, pero los
españoles los imitan en violencia. Hay
fusilamientos y torturas por ambos
bandos. Los supuestos traidores en
connivencia con el invasor son
ejecutados públicamente y sus cabezas
cuelgan en picas como advertencia. Se
superan las siempre discutibles «leyes»
guerreras; una orgía de sangre domina
todo el país. La actitud de Goya,
ilustrado y enemigo del oscurantismo de
la Iglesia y las fuerzas tradicionalistas
—lo que lógicamente no le impide
rechazar la invasión—, es
profundamente moderna, los medios de
la guerra invalidan sus fines. Se mata tan
salvajemente que llega un momento en
que no sabemos quién es quién, víctimas
y verdugos se entremezclan. El mundo
que nace de este sangriento
alumbramiento no puede ser defendido.
Es un sistema erguido a partir de lo
excesivo, innecesario, gratuito. A ello se
le suma la atroz hambruna, que golpea
Madrid, en medio del enfrentamiento,
con prácticas de canibalismo incluidas,
y causa unas veinte mil muertes.
El pintor comenzará la serie
conocido tras su muerte como los
Desastres de la guerra, un encargo de
un general al mando de la defensa de
Zaragoza con las tropas napoleónicas.
Inicialmente, debe ir hasta la ciudad y
pintar lo que allí ve de heroicidad. Sin
embargo, el resultado en bien distinto.
No hay glorificación alguna a la
resistencia patriótica; las imágenes de
torturas, atavismo y crueldad se suceden
entre piras de cadáveres que recuerdan
al horror nazi. La muerte se contempla
con un supremo asco, lo mismo que lo
que conlleva, las violaciones y
represalias. La ausencia de color, el
trazo que tiembla, la oscuridad de las
láminas que forman el álbum se dirige a
expresar el horror sin posibilidad alguna
de belleza. No son grandes cuadros de
batallas y muerte, ya muy frecuentes. Es
otra cosa, una verdad desnuda y que
recordará dolorosamente conflictos
posteriores en nuestro país. Goya se
convierte casi en un cronista (se repite
varias veces la mención de «Yo lo vi»
al pie de la obra). Hay numerosas
víctimas españolas, pero también al
revés: en Desastre 2, se enfrentan
españoles y franceses, la disparidad de
armas es evidente, unos tienen fusiles y
otros picas y cuchillos, pero ambos se
atacan con igual salvajismo. En el
desastre siguiente la situación es todavía
más clara. Un español, cuyos ojos están
desorbitados y sobrecogen, alza una
enorme hacha a punto de caer sobre un
soldado ya vencido y que suplica
clemencia, y que no será atendida.
Montones y montones de cadáveres,
carne muerta colgada de árboles y
contemplada por sus ejecutores con
gesto risueño. El Desastre 10 parece
resumirlo todo, hacer un balance de
muerte: un revoltijo de cuerpos, donde
casi no se distingue quién es francés y
quién español, yacen en medio de la
tierra regada con sangre. La frase que la
acompaña es «Tampoco». Otra lámina
es similar, al menos en su impresión.
Casi imposibles de distinguir, en el
Desastre 21 se suceden los
acuchillamientos mutuos y el exceso de
carne muerta.
Por si hubiera duda alguna sobre el
posicionamiento ideológico e incluso
vital de Goya, tras la supuesta paz llegan
más desastres. La entrada triunfal de
Fernando VII ante un pueblo que celebra
el retorno del oscurantismo con gritos de
«¡Viva la inquisición!» y «¡Vivan las
cadenas!», es una amenaza para él, que
no duda en obtener por medio de amigos
bien posicionados cartas de acreditación
de que ha sido y es un buen «patriota».
Hay comisiones de depuración,
detenciones y ejecuciones. Aunque la
Iglesia regresa a su poder, este ya no es
ni será el mismo. La arbitrariedad de las
acusaciones es evidente. En su obra Por
liberal?, una mujer sufre el suplicio
público. Pero hay más: Por casarse con
quien quiso y Por no haber escrito
para tontos, dos obras más, muestran el
mundo que rechaza el pintor, lo hace de
forma irónica, con sarcasmo, ese mundo
dominado por una justicia que se dice
ejemplar, de un trabajo de higienización
que se dice «por Cristo y por España».
Existe un ejemplar de pruebas de los
Desastres que su autor entregó a un buen
amigo, Ceán Bermúdez. Al final hay tres
imágenes de prisioneros que resultan
claras e iluminadoras. Son detenidos,
quizás por traición, pero en cualquier
caso están sufriendo una injusticia y
castigo nacido de una guerra cruenta y
despiadada que ha invalidado las
supuestas razones: Tan bárbara la
seguridad como el delito, La seguridad
de un reo no exige tormento y Si es
deliquente que muera presto. Sobran
comentarios. En el dibujo preparatorio
de Que locura! (Desastre 68) un fraile,
que parece estar en una caverna, defeca.
A su lado, junto a un orinal, hay varios
frailes que lo observan. La obra final es
un poco distinta. Junto al fraile hay
varias máscaras y objetos destinados a
misa y procesiones, así como un
maniquí, una muleta y ropa. El fondo es
confuso y oscuro. Parecen fantasmas.
Esta es la España que quiere imponerse.
El cuadro El 2 de mayo de 1808,
que se convertirá en símbolo patrio de
la gesta, no es lo que parece, o al menos
no exactamente. Es crudo, brutal,
sanguinario. Los madrileños, cuchillo en
mano, se enfrentan a los mamelucos, los
mercenarios de Napoleón, que son
representados con rostros de miedo. No
es un retrato de guerra habitual, sino
algo muy distinto. «Esto es la guerra»,
parece decir Goya que, sin embargo, no
muestra públicamente su álbum de los
Desastres de la guerra porque no puede
hacerlo. Si lo hace se jugaría la vida.
Este retrato de Goya, que será
ensalzado por nacionalistas, fascistas y
tradicionalistas, como el gran pintor
español de temas «españoles», el
«perfecto» patriota, dista mucho de
corresponder al universo defendido por
estos. Más bien parece lo contrario,
como si rechazar la ocupación no
pudiera ir reñido con defender los
valores de la libertad. Claro que este
retrato, como tantos otros (como el
paradigmático de Unamuno o incluso
Espronceda), quedó eclipsado por una
maniquea obstinación en manipular su
obra y posicionamiento, hasta el punto
de que Ortega y Gasset, para situarlo
lejos, muy lejos, de tentaciones
afrancesadas lo describe como un
«ebanista», nada más y nada menos. Más
aún, el filósofo escribe que sin duda se
trataba de alguien «inculto, lento de
espíritu». Primero se llamaba
afrancesado a todo ilustrado, lo que
equivalía a decir algo así como amigo
del invasor. El paralelismo ha durado
hasta nuestros días. Seguidamente, se
dibuja un escenario donde rechazar la
ocupación te convierte en un patriota
defensor del oscurantismo. Toda
apertura es calificada de moderna. La
impronta castellana, casi siempre tan
estrambótica, parcial, manipulada y
falsa, se convierte en símbolo de un
pasado «común». Se describe la
existencia de conspiraciones foráneas,
intrigantes extranjeros e influencias
anarquizantes impropias de una
tradición que es como un traje hecho a
medida para fascistas, nacionalistas y
tradicionalistas que, al igual que un
siglo antes, mataban por doquier por
«Dios, patria y rey». Alguien una vez
dijo que España nunca ha sido un país
de lecturas sino de posicionamientos.
Cuánta razón.
La primera generación de falangistas
se sintió heredera de la Generación del
98. Lo hizo sin tapujos, abiertamente,
como Giménez Caballero o Pedro Laín
Entralgo, entre otros. Ambos se
consideraban «nietos del 98»,
identificando una serie de rasgos
comunes, muchos de ellos coincidentes
con la ideología falangista. Primero,
lógicamente, debían salvar el escollo de
la por lo general actitud crítica con el
catolicismo de muchos de estos
escritores. Pero Laín «no podía pasar
por alto la deuda “idiomática, estética y
española” contraída por sus
contemporáneos con la Generación del
98 —cuenta Mercedes T. Asende—.
Además de identificar las ya consabidas
características de este grupo de
escritores —su patriotismo, su amor por
la tierra castellana, el amor amargo por
España, etc.—, destaca una serie de
actitudes que bien podrían calificarse de
prefalangistas, como su nacionalismo, su
insistencia en la unidad de España, la
creencia de que España era “un país
aparte entre todos los europeos” o el
convencimiento de que la raza española
poseía unos rasgos propios que la
separaban del resto de los pueblos
europeos»[8].
Evidentemente no puede afirmarse
que el Desastre del 98 y la llamada
«Generación del 98», tan heterogénea y,
en gran medida, dispar, provocase el
surgimiento del fascismo español, ni
mucho menos. Lo que sí puede apuntarse
es la existencia de un clima social y de
un panorama, tanto en la literatura como
en la política, dominado por aquello que
fue percibido por muchos como un final
de periodo, una podredumbre
generalizada: «Se masca, en efecto, la
corrupción de todas las cosas nobles o
útiles de la vida —escribía Alejandro
Sawa—. Ideales, anhelos, esperanzas,
gobierno, magistratura, milicia, clero,
todo está, cuando no podrido, tocado de
ese puntito de descomposición que
señala como el contacto con una
formidable maldición divina»[9].
En estos años hay poco, muy poco,
de optimismo. Se sucede una mirada
siniestra y oscura. Un final de ciclo que,
mientras había quienes miraban a
Europa y sus corrientes europeizantes,
asociadas con la modernidad, otros
buscaron una regeneración que
calificaron de «moral y espiritual» en la
misma tradición española. Tampoco esa
mirada debía acabar en el fascismo,
salvo que esta fuese proyectada por
ideólogos que buscaban su propio
cuerpo teórico, un panteón de héroes que
rápidamente calificaron de patrios y
españolizantes. Aquel particular libro
de historia de España fue amputado; de
la parcialidad comenzaron a brotar
leyendas, relatos guerreros, citas y
biografías que parecían encajar (al
menos para ellos) en la cosmovisión que
todo fascismo aspiraba a proyectar. Una
España que soñaba con ser imperial a
partir de observar a la Italia imperial,
tan a su modo coherente y solvente, tan
sofisticada y sin complejos.
Aquellos años, los inmediatamente
anteriores al estallido de la guerra son,
en gran medida, confusos. Los
falangistas, que tenían a Miguel de
Unamuno como uno de sus heraldos, lo
mismo que a Ortega y Gasset e, incluso,
en algunos momentos a Pío Baroja, se
sintieron decepcionados con la actitud
de este, que profesó un inicial fervor
republicano. Luego aquello se enmendó,
para sufrir una metamorfosis que lo
condujo a bendecir el golpe y pedir la
cabeza de Azaña, al que llamó «el
faraón de El Pardo». Se buscaba una
clase intelectual de la españolidad y
Ramiro Ledesma y muchos otros, todos
falangistas violentos y creyentes en la
milicia, lo encumbraron hasta su
derrumbe con el famoso episodio en la
universidad de Salamanca y su
enfrentamiento con Millán Astray. Como
sabemos, es muy posible que la famosa
frase que supuestamente le espetó el
legionario («¡Muera la inteligencia!»)
no fuese literalmente así (otros sostienen
que en realidad fue «¡Muera la
intelectualidad traidora!»). Hubo gritos
e insultos, y salió entre un gran tumulto.
La frase recuerda a otra anterior,
pronunciada poco más de un siglo antes,
cuando Fernando VII entra triunfal en
Madrid y el pueblo le recibe con gritos
de «¡Viva la inquisición!» y «¡Vivan las
cadenas!». Fernando no tarda un
segundo en aprobar leyes represivas y
retrógradas. Un rector de una
universidad, en un encuentro con este, le
dice: «Lejos de nosotros la funesta
manía de pensar». En ambos casos, ante
lo sucedido en Salamanca, la hostilidad
es coherente con la actitud de Unamuno
en los días en que España iba cayendo
poco a poco en manos fascistas y, según
la correspondencia que se conserva,
comprendía la política de exterminio y
suprema sangría de estos. Semanas antes
de fallecer, al poco de estallar la guerra,
el 21 de noviembre de 1936, escribe a
Lorenzo Giusso: «Todo lo que se diga
de la salvajería de las hordas llamada
rojas o marxistas (??) es poco, pero la
de los otros. Tan salvajes como los
hunos son los hotros, en esta guerra sin
cuartel, sin piedad, sin humanidad y sin
justicia. De un lado criminales vulgares,
expresidiarios, degenerados sin
ideología alguna, y del otro lado […]».
Luego, lo que precisa a continuación no
tiene ningún olor a fascismo: «No se
dejen ustedes, los italianos, engañar.
Esta reacción inquisitorial española
contra la tradición, la gloriosa tradición
liberal española del siglo XIX, el siglo
más glorioso de España, no es cristiana,
ni es nacional. Fuera de algunos pocos.
Y no olviden que la palabra liberalismo
nació en España, como lo ha recordado
vuestro —y nuestro— gloriosísimo
Benedetto Croce; ese altísimo espíritu,
el de la Historia de Italia y la Historia
de Europa. ¡Que grandeza de visión!…
Y nada de esa hórrida retórica etérea,
futurista y fascista».
Rechazar la barbarie no suponía
estar a favor del bando republicano. En
esto se parecía a Baroja, que era
enemigo del totalitarismo, pero que
tampoco aceptó las consignas
republicanas. Habitar una zona
fronteriza, en medio de lo que estaba
pasando, era casi imposible. Luego, lo
que no sabemos, a pesar de entrevistas y
confesiones, es lo que sucede en todo
conflicto. Había miedo, y mucho, por el
propio pellejo. Unamuno temía un
castigo, algo que ya había sentido en sus
carnes cuando fue desterrado por el
dictadorzuelo Primo de Rivera, al que
se había opuesto encarnizadamente. A su
alrededor, con el avance de nazis y
fascistas, todo iba a peor. Y así lo pensó
él, cuya respuesta a Ledesma, que
ansiaba tenerlo a su lado, es
demoledora: ¿fascismo? No, para nada.
No, si esto implica la persecución
política y los ajusticiamientos a manos
de matones, como sucedía en Italia, pero
también en nuestro país con la creación
de Primera Línea y los grupos de asalto
de imitadores de los arditi. Europa,
definitivamente, caía en el abismo de la
intolerancia y la violencia. Su
quijotismo no implicaba esto. Su
heroísmo era otro: no podía reconocerse
ni en los novios de la muerte ni en la
famosa dialéctica de los puños y las
pistolas de José Antonio. Si tanto él
como Ortega rechazaban la
europeización, es decir, la modernidad
del país, si esto suponía una pérdida del
«alma española», este nacionalismo
cultural no debía implicar la tiranía. Lo
que ambos trataban de impulsar eran las
energías propias de un país, del que
Ortega había dicho que hasta la fecha
había estado enfermo.
Unamuno era hábil en la
provocación. Lanzaba consignas, en
ocasiones agresivas, que gustaban a los
falangistas: tragedia, combate, locura.
Lo inmortal. En esa búsqueda de
referentes intelectuales entre los jóvenes
nacionalistas, con el país roto y
desmembrado, vieron en Unamuno al
adalid de esa nueva España, que
explicaba con una llamada al heroísmo y
la violencia verbal. No escatimaba en
insultos y comparaciones despiadadas,
en poner en circulación todo un
imaginario repulsivo contra otros
escritores o intelectuales con los que no
compartía su visión. Por eso, «el
bestiario unamuniano era proverbial —
sostiene Sandro Borzoni—, una muestra
de fascismo verbal de extraordinaria
intensidad. A nivel político los
totalitarismos se alimentan de las
divisiones y las convierten en odios
antagónicos, atávicos. Unamuno fue un
pozo sin fondo para la retórica de los
jóvenes literatos de La Voce, y lo fue
también para los jóvenes literatos
cercanos a Giménez Caballero»[10].
Ortega, en su correspondencia con
Unamuno, entra en conflicto. Le critica
su falta de un método o sistema. Sus
declaraciones le parecen bravuconadas,
palabrerías sin un fondo sólido. Porque
«la europeización no era incompatible
con un determinado cultivo de las
posibilidades intelectuales y culturales
auténticamente españolas, por lo que el
verdadero nacionalismo no tenía por qué
ser ese aferramiento a lo castizo que
Unamuno propone, sino que podía muy
bien ser “una especie de nacionalización
de lo europeo”»[11].
Pero eso gustaba, y mucho, a
Ledesma. Al contrario que la mayoría de
intelectuales, que miraban al norte,
Unamuno lo hacía al sur, hacia África,
mientras en Del sentimiento trágico de
la vida afirmaba tajante que «otros
pueblos nos han dejado, sobre todo,
instituciones, libros; nosotros hemos
dejado almas. Santa Teresa vale por
cualquier instituto, por cualquier Crítica
de la razón pura». Pero el problema era
de indeterminación. En primer lugar por
no precisar qué diantres era eso del
«espíritu español» y, en segundo lugar,
en señalar qué debemos rechazar y por
qué. En la mitología fascista el héroe es
siempre un incomprendido; solitario e
incansable, opone la vida a la razón, la
«locura» del ideal al racionalismo.
Aspira a trascender, se suma —o así se
imagina— al panteón de los trágicos de
espada y cruzada. Es aventurero (la
escalada, las montañas, el campo, la
instrucción a la luz de la luna) y buen
camarada. Tiene fe absoluta en que ese
es el destino del hombre justo. La vida,
como es tragedia y combate, está
conducida por un deseo de ser, al precio
que sea, incluso el de la muerte. Al
adoptar el modelo quijotesco se entró en
un terreno fértil para el fascismo
hispano, puesto que ese quijotismo se
convierte, para Unamuno, «en la ciencia
española de la tragedia de la vida,
ciencia que nos revela nuestra visión
castiza del mundo frente al optimismo
racionalista europeo. Es decir, frente a
la modernidad europea, el quijotismo
representa una concepción del mundo
enraizada en la intrahistoria del alma
española e impregnada del idealismo de
la acción heroica. De modo que, para
Unamuno, la esencia de lo español hay
que buscarla en los conquistadores, en
la Contrarreforma, en Loyola y en la
mística»[12].
Todo esto, en el contexto de la
época, debía conducir fácilmente a su
asimilación como teórico fascista, aun
cuando ello fuese muy dudoso. Lo
mismo estaba sucediendo en Italia, en
los años previos a la Marcha sobre
Roma, donde su Vida de Don Quijote y
Sancho se convirtió en un best seller. Su
Quijote era un héroe trágico enfrentado a
la modernidad, el positivismo y el
laicismo. Su fervor militante y bella
locura tenían mucho de revolucionario y
del abstracto idealismo del fascio, lo
mismo que se recuperaron libros de
caballerías y templarios. Se desarrolló
una interpretación que veía en el Quijote
de Unamuno el héroe de la filosofía de
la acción y el caballero del ideal en
perpetua lucha con la modernidad. Los
comentarios de su obra incitaban al
riesgo y la aventura: «En 1913, cuando
se editó la traducción de la tan
comentada obra de Unamuno con el
título de Commento al Don Chisciotte,
volvieron a aparecer en las páginas de
la prensa los términos de antaño
empleados por Papini, Della Seta y
Amendola. En la reseña de Saloni
retornan el heroísmo, el apostolado, el
vuelo tempestuoso, y hasta el éxtasis
dionisíaco: “Unamuno quisiera que cada
uno de nosotros se formara hacia una
conciencia heroica y rebelde y que
probara la voluptuosidad del abandono
dionisíaco, del vuelo tempestuoso que
transporta en las alturas llenas de viento
y de luz. Es, pues, más que el apóstol de
una nueva fe, el animador de las
energías más puras”»[13]. Sin embargo,
se dio la paradoja de que mientras en
Italia se aplicaban medidas de censura a
la prensa, un escritor como Unamuno,
que se había expresado contra la
dictadura primoriverista y, por tanto,
podía ser considerado un activo
antifascista o como mínimo un
republicano, su obra se siguió leyendo,
vendiéndose y enseñándose. A pesar de
todo ello, había penetrado su quijotismo,
antieuropeísmo y la defensa de los
espíritus nacionales de los pueblos entre
las filas de abanderados del fascio
como Cornelio di Marzio, un veterano
de la Primera Guerra Mundial que ahora
trabajaba como periodista y se
encontraba al frente de la Asociación
fascista de prensa. Marzio era un
defensor acérrimo de Mussolini que
adoraba a Unamuno, quien, por otro
lado, en el pasado había lanzado loas a
la actividad bélica italiana y que incluso
había visitado la línea del frente. Se lo
perdonaron casi todo. Hasta cuando
saludó la llegada de la República, los
fascistas, tanto italianos como
españoles, quisieron recuperarlo.
Condenaban el nuevo régimen, casi no
reconocían a su Unamuno. Sus citas,
referencias y reivindicaciones en
publicaciones militantes eran las del
viejo Unamuno, de aquel
antieuropeizante y, supuestamente,
protofascista. El propio Marzio,
incrédulo ante su actitud se torna
altanero y arrogante; para él era casi un
viejo, un hombre débil aferrado a una
quimera:
«La vejez reserva siempre malas
jugadas —escribe en Antieuropa—, y a
pesar de que Unamuno siga joven, no
sabemos nosotros cómo imaginarlo con
el delantal de los masones, el compás en
el ombligo, y mil ideas viejas para su
vital cerebro. Y decir que leímos sus
libros de un tirón: fuimos a verle
corriendo el día que pasó por aquí [se
refiere a la visita de Unamuno al Frente
de combate], y hoy lo encontramos en
estas páginas que brillan por su fe y su
ardor. España contra Europa es un
pensamiento de una enorme actualidad
también hoy, cuando Unamuno se hace
pasar por europeo. […] Dentro de unos
años el viejo don Quijote español, con
el escudo y el yelmo, dejado Roncinante
en la cuadra y Sancho en el corral, se le
acercará y en voz baja le rogará en latín,
como decía Jeremías en Jerusalén:
“Michael, Michael, convertere te ad
dominum deum tuum”. Y Miguel
volverá español, o sea, antieuropeo».
Había que, efectivamente, volverlo
«español»: Unamuno sería precursor del
falangismo o no sería. Lo intentaron una
y otra vez los ideólogos y estetas
falangistas, como Laín, empeñado «en
ofrecer una imagen de Unamuno acorde
con los principios del Movimiento, y
aunque es indudable que Unamuno y
José Antonio comparten ciertos valores
y preocupaciones, las coincidencias no
son lo suficientemente profundas y
consistentes como para considerar a
Unamuno simpatizante del fascismo, y
mucho menos precursor de la Falange,
como pretenden Giménez Caballero e
incluso algunos críticos
contemporáneos. Unamuno siempre se
opuso categóricamente al fascismo,
criticó abiertamente tanto las JONS
como Falange Española y sus militantes,
y manifestó su condena de los
totalitarismos y de todo género de
violencia. Además, bajo la retórica
nacionalista de Unamuno late siempre su
pensamiento liberal, al que nunca
renunció, a juzgar por sus últimas
escritos»[14].
Esos mismos fascistas, tanto en Italia
como en España, vieron cómo al estallar
la Guerra Civil y ponerse de parte de
los golpistas el viejo maestro se volvía
cabal, regresaba entre los suyos, pero
omitieron sus últimas y reveladoras
cartas, pusieron en duda (posiblemente
con razón) la literalidad de su desplante
a Astray, camuflaron su condena a la
barbarie.
La búsqueda de héroes con impronta
castellana, aún con la dificultad de
hallarlos, fue una constante; se tomaron
hechos del pasado para servir a
propósitos de un presente que era muy
distinto. Falange tenía que presentarse
como un movimiento fuertemente
enraizado en la tradición española. Una
vez conectado con este su/nuestro
pasado, era sencillo hablar de un
«destino común», como hizo José
Antonio.
Hechos muchas veces
descontextualizados, traídos del pasado
a gusto de cada cual. Se manipuló la
historia como un traje a medida. La
constelación de héroes patrios se
convirtió en una empresa titánica para
construir una identidad nacional, como
sucedía en Italia o Alemania. El
paroxismo y la hilaridad hicieron que el
Cid Campeador, los caballeros
templarios, San Agustín, San Ignacio de
Loyola fuesen heraldos de nuestro
fascismo. Comparados con los fascistas
italianos, que tenían una base sólida, un
pasado común y «glorioso», España
debía buscar sus propia justificación. Y,
si no era posible, debía inventarse en un
juego muy libre de asociación. Muy
pocos de los tomados como heraldos
que estaban vivos (Unamuno, Ortega y
Gasset…) suscribieron su misma visión.
Más bien lo contrario y, si lo hicieron,
fue a duras penas. Hasta el hermético
Ramón Llul, con toda la enorme
complejidad de su pensamiento, fue
convertido en precursor de guerrero
protofascista con su Libro de la orden
de la caballería, donde un viejo
caballero, que vive retirado del mundo
como eremita, enseña a un escudero las
virtudes y secretos de la caballería.
Virtud y vicio, rectitud frente a
debilidad, las reglas para el buen
caballero que no duda en poner su
España al servicio de la cruzada
católica, fueron tomados por los
intelectuales del Movimiento así como
por sus matones. De hecho, el Libro de
la orden de la caballería fue rescatado
décadas más tarde, en los ochenta del
siglo pasado, por la extrema derecha
española, que llegó a contar incluso con
una revista esotérica y neonazi llamada
Excalibur —con el subtítulo de La
espada del poder perdido—, un
auténtico delirio místico aparecido en la
primavera de 1984. Cabía todo:
leyendas vikingas, exaltaciones a la
vieja Roma —como hizo Jerarquía— y
temas esotéricos sobre runas,
sociedades secretas y fenómenos
telúricos. El ocultista chileno Miguel
Serrano, declarado neonazi con
contactos entre los tibetanos y amigo
personal del dalái lama, era uno de sus
inspiradores, lo que llevó a que se
especializasen en el «hitlerismo
esotérico». En el primer número se
llegaba a afirmar que San Francisco de
Asís era sin duda «el más cristiano de
todos los santos a la vez que el más ario
en cuanto a la concepción de su
misticismo». Esa descomposición
absoluta del tradicional fascismo
ultramilitante acabó de la manera más
irrisoria posible: con una peregrinación
a Santiago para la ordenación como
caballeros templarios a los nuevos
reclutas del fascismo: «Llego a Santiago
—contaba un caballero neonazi en el
número sexto de Excalibur—, soy
ordenado “Maestre pelegrín NS”
[Nacional Socialista] por nuestra dama
SD y, dado el correspondiente
espaldarazo, con una espada de hierro
(“Tizona”) que compré en Burgos […]
que se hizo el camino de Santiago
conmigo: es el broche de oro de una
experiencia inolvidable a la que todo
SD se debería apuntar»[15].
Lo que restaba entonces era lo que
figura en El espejo de la muerte (1929)
de Solana: vamos inexorablemente hacia
la muerte, pero la vida no es otra cosa
que la continuación de la muerte por
otros medios. Asistimos una y otra vez
al triunfo de la calavera.
Escribientes y ordenanzas del 2.º Batallón del
Regimiento de Cuba (1895). BNE
Monja socorriendo a un soldado español herido
durante los combates de Cuba
(Nuevo Mundo, 18 de agosto de 1898)
Soldados españoles desembarcando en Cuba
(Nuevo Mundo, 17 de agosto de 1898)
«La muerte del héroe»
(Nuevo Mundo, 13 de julio de 1898)
«Y el nuestro no vendrá»
(Nuevo Mundo, 18 de septiembre de 1898)
La repatriación. LLegada de soldados a España
(Nuevo Mundo, 21 de septiembre de 1898)
«Con razón y sin ella» y «Lo mismo». Goya,
Desastres de la guerra, (1810-1820)
«Será lo mismo». Goya, Desastres de la
guerra, (1810-1820)
Salida de Miguel de Unamuno y Millán Astray
de un acto de la Universidad de Salamanca
(Delegación de prensa y propaganda, 1936)
En la página siguiente: Jura del cargo de los
Consejeros de la Falange en el Monasterio de
Santa María de las Huelgas, Burgos (1937)
Flechín y Pelayín convertidos en Don Quijote y
Sancho Panza (Ediciones Patrióticas, 1941)
EL «SÍ» A LA MUERTE
(DESPUÉS DEL COMBATE
DE CAVITE)
RAMIRO DE MAEZTU (1893)
umido en un

S anonadamiento sombrío y
desesperado, colgué la
pluma por algunos días.
¡Hablan con tal elocuencia
el cañón y el telégrafo, que es
enteramente ociosa la labor del
comentarista! ¡Oh…, si las máquinas de
imprimir no fueran al fin y al cabo
máquinas, e indiferentes como tales a
los matices del dolor, yo enviaría mis
cuartillas en blanco, arrugadas por las
redondeces de las lágrimas, como las
cartas de la lejana mujer querida!
¡Dejemos de lado el llanto! El dolor
es hermoso, pero inútil, completamente
inútil. España tenía que decir «sí» a la
guerra; y al hacerlo descontaba sus
catástrofes. El llanto enerva: hacinemos
energías, fundamos nuestros cuerpos en
los cuerpos de los marinos y de los
soldados, infundamos nuestra alma en la
suya, nuestra vida en su vida, y
luchemos todos juntos; luchemos, porque
nuestra razón de ser siempre ha sido la
lucha y no íbamos a desmentirnos en la
hora suprema.
Tal vez cuando estas cuartillas se
publiquen haya noticias del combate
decisivo que ha de librarse en el
Atlántico.
Yo espero que las campanas han de
echarse al vuelo al conocerse el
resultado; espero en ello, porque quiero
seguir creyendo en la Justicia. Pero si
así no fuere, si las fuerzas ignoradas que
rigen los destinos de los pueblos han
condenado al nuestro a perder una tras
otra sus colonias en el siglo que expira,
si la Historia expansiva y conquistadora
de nuestra patria ha de acabarse con la
centuria; si los cañones yanquis han de
borrar el plus ultra de nuestra raza,
quiero, al menos, como español y como
artista, que nuestra caída sea bella;
quiero, al menos, que, si no hemos
sabido decir «sí» a la vida, sepamos
decírselo a la muerte, haciéndola
gloriosa, digna de España.
Más ¡parece mentira! Hay, por lo
visto, quien no quiere que sea hermoso
el gesto. Los mismos que, a todo trance,
han sido obstáculos para toda solución
de paz, se revuelven ante las primeras
noticias catastróficas. Por aquí asoma el
motín, allá amenazan las partidas
armadas… ¿Qué es eso? ¿Vamos a
reproducir el caso de París de la
Commune?
… Eso ya no sería la muerte serena
del que espera tranquilo el juicio de la
Historia; esa es la agonía repugnante del
condenado que forcejea en el patíbulo,
destrozándose su propio cuerpo,
desmintiendo la leyenda de su valor,
malgastando sus últimos minutos,
deshonrando el prestigio de la muerte.
«Castilla cumple mil años», portada de Fotos
(28 de agosto de 1943)
GRANDEZAS DE
UNAMUNO
Publicado en la revista La Conquista
del Estado (21 de marzo de 1931,
número 2)
quí estamos, frente a la

A realidad
falanges
española,
jóvenes
las
de La
Conquista del Estado. Ante nosotros se
sitúa la faena intensa de dotar a
deslealtad histórica que en trance de
resurgimiento se nos quiere introducir en
el futuro hispánico. Hombres jóvenes,
repetimos, que traen a España el fervor
de la época nueva. El afán de
potenciación de su país y de valorar sus
valores. Difícilmente nos rendiremos en
presencia de las vejeces tortuosas, ni
acataremos otra normalidad que aquella
que se elabore con la sangre misma de
España. Venimos ansiosos de
hispanidad, que es como ansia de vida y
de atmósfera respirable. Y clamamos
contra el régimen social injusto:
exigiendo nuevas estructuras.
Antes de nosotros, ninguna actuación
valiosa que podamos recoger. Todo
sombras y llamas interminables, sin flor
alguna. En los últimos treinta años, ni
una minoría intelectual sensible ha
creído necesaria una exaltación de los
valores universales que entraña la
hispanidad. No hablemos de actuaciones
políticas. Polarizadas las fuerzas en
torno a conceptos trasnochados, en cuya
elaboración España no intervino, han
sido pura ineficacia. Pero hoy convergen
en el mundo; dos rutas fecundísimas de
un lado, el afán imperioso de convertir
las nacionalidades en crisoles de
grandeza, creadoras de cultura; de otro,
la licitud de los problemas económicos
que entraña el marxismo. En esa
corriente estamos nosotros, en proceso
postliberal y actúa lista.
Si no podemos recoser tradiciones
inmediatas, esfuerzos precursores
articulados, sí. En cambio, disponemos
de tareas solitarias y gigantes. Así,
Unamuno, producto racial, voz de cinco
siglos en el momento español. El hecho
de que Unamuno esté allí, patente,
hablando, escribiendo, es una prueba de
la vigencia hispánica. En la iniciación
nuestra, en los minutos tremendos que
anteceden a todo ponerse en marcha
hacia algo que requiere amplio coraje,
Unamuno, desde su palpitar trágico, nos
ha servido de animador, de lanzador.
Este hombre, que imaginó una cruzada
para rescatar el sepulcro de don Quijote,
lanzó a los aires, hacia 1908, las
páginas más vigorosas de que el espíritu
universal de estos años últimos —
movilizado con bayonetas al grito
imperial de predominio— ha dispuesto
para expresar sus entusiasmos.
Unamuno, en 1908, soñaba tareas
geniales para el pueblo hispano. No han
acontecido aún. Siguen los leguleyos su
batallar en torno a los artículos
constitucionales. Pero otros pueblos de
Europa recogieron las voces aquellas, y
ahí están victoriosos y resonantes.
Aquella «locura colectiva», que decía
Unamuno había que «influir en las
pobres muchedumbres». Ahí está Italia,
en pie, viviendo horas igualmente
triunfales, en pos de las esencias de la
Roma imperial, con sentido actual y
fidelísimo. Ahí está la Germania
hitleriana, vencida en la guerra y
vencedora en la postguerra, con los ojos
en las afirmaciones de estos tiempos. ¿Y
España? ¿Qué ocurre aquí?
Unamuno, antes que nadie, en 1908,
dio el tono de guerra, y hoy nosotros,
falanges jóvenes, desprovistas de
literatura y de cara a la acción y a la
eficacia política, vamos a recogerlo en
sus mismas fuentes. Párrafos que son
hoy familiares a todo europeo de menos
de cuarenta y cinco años, y que nadie
recuerda aquí en los momentos en que
miles y miles de ciudadanos juegan a la
revolución.
Escribía y aconsejaba Unamuno:
«¡En marcha, pues! Y echa del
sagrado escuadrón a todos: los que
empiecen a estudiar el paso que habrá
de llevarse en la marcha y su compás y
su ritmo. Sobre todo, ¡fuera con los que
a todas horas andan con eso del ritmo!
Te convertirán el escuadrón en una
cuadrilla de baile, y la marcha en
danza».
Unamuno daba a ese escuadrón el
sentido de interpretar una locura
colectiva. Sabiendo bien que los
pueblos nunca están locos. Cuando
hacen algo que a un espectador parece
locura, el loco es él, el espectador. De
ahí que los pueblos tengan siempre
razón, con eficacia. ¿No cree que el
liberalismo tiene que hacer concesiones,
podar algunos de sus brazos?
Y responde:
«No, no. Dentro de lo liberal,
también son posibles los engranajes
colectivos. España es anarquista, y, sin
embargo…».
De nuevo tendremos ocasión de
dialogar con Unamuno sobre esto. Pues
nosotros, postliberales, postuladores de
eficacia, negamos rotundamente esa
posibilidad. Llega el momento de decir:
¡el liberalismo ha muerto! Lo más, lo
más, por tanto, que concedemos al
liberalismo, es un sepulcro glorioso.
Hasta otra, don Miguel.
Fotografía del funeral de Unamuno en Vértice
(número 7 y 8, diciembre de 1937)
Portada de Vértice (número 17, diciembre de
1939)
En la página siguiente: jura del cargo de los
Consejeros de Falange en el Monasterio de
Santa María de las Huelgas. Burgos (1937)
Plaza de Cascorro de Madrid con la estatua
dedicada a Eloy Gonzalo García, soldado
español de la Guerra de Cuba que llegaría a ser
conocido como el «héroe de Cascorro», en
Legiones y Falanges (número 12, octubre de
1941).
EL SEPULCRO DE DON
QUIJOTE
MIGUEL DE UNAMUNO
«El sepulcro de Don Quijote», fue
publicado, como texto previo, a la
segunda edición de la obra de Unamuno
Vida de don Quijote y Sancho (1914),
aunque originariamente apareció en La
España Moderna (núm. 206, Madrid,
febrero de 1906, pp. 5-17)
e preguntas, mi

M buen amigo, si sé
la manera
desencadenar un
de

delirio, un vértigo,
una locura cualquiera sobre estas pobres
muchedumbres ordenadas y tranquilas
que nacen, comen, duermen, se
reproducen y mueren. ¿No habrá un
medio, me dices, de reproducir la
epidemia de los flagelantes o la de los
convulsionarios? Y me hablas del
milenario.
Como tú siento yo con frecuencia la
nostalgia de la Edad Media; como tú
quisiera vivir entre los espasmos del
milenario. Si consiguiéramos hacer
creer que un día dado, sea el 2 de mayo
de 1908, el centenario del grito de
independencia, se acababa para siempre
España; que en ese día nos repartían
como a borregos, creo que el día 3 de
mayo de 1908 sería el día más grande de
nuestra historia, el amanecer de una
nueva vida.
Esto es una miseria, una completa
miseria. A nadie le importa nada de
nada. Y cuando alguno trata de agitar
aisladamente este o aquel problema, una
u otra cuestión, se lo atribuyen o a
negocio o a afán de notoriedad y ansia
de singularizarse.
No se comprende aquí ya ni la
locura. Hasta del loco creen y dicen que
lo será por tenerle su cuenta y razón. Lo
de la razón de la sinrazón es ya un hecho
para estos miserables. Si nuestro señor
don Quijote resucitara y volviese a esta
su España, andarían buscándole una
segunda intención a sus nobles
desvaríos. Si uno denuncia un abuso,
persigue la injusticia, fustiga la
ramplonería, se preguntan los esclavos:
¿qué irá buscando en eso? ¿A qué
aspira? Unas veces creen y dicen que lo
hace para que le tapen la boca con oro;
otras que es por ruines sentimientos y
bajas pasiones de vengativo o
envidioso; otras que lo hace no más sino
por meter ruido y que de él se hable, por
vanagloria; otras que lo hacen por
divertirse y pasar el tiempo, por
deporte. ¡Lástima grande que a tan pocos
les dé por deportes semejantes!
Fíjate y observa. Ante un acto
cualquiera de generosidad, de heroísmo,
de locura, a todos esos estúpidos
bachilleres, curas y barberos de hoy no
se les ocurre sino preguntarse: ¿por qué
lo hará? Y en cuanto creen haber
descubierto la razón del acto —sea o no
la que ellos se suponen— se dice: ¡bah!,
lo ha hecho por esto o por lo otro. En
cuanto una cosa tiene razón de ser y
ellos la conocen perdió todo su valor la
cosa. Para eso les sirve la lógica, la
cochina lógica.
Comprender es perdonar, se ha
dicho. Y esos miserables necesitan
comprender para perdonar el que se les
humille, el que con hechos o palabras se
les eche en cara su miseria, sin hablarles
de ella.
Han llegado a preguntarse
estúpidamente para qué hizo Dios el
mundo, y se han contestado a sí mismos:
¡para su gloria!, y se han quedado tan
orondos y satisfechos, como si los muy
majaderos supieran qué es eso de la
gloria de Dios. Las cosas se hicieron
primero, su para qué después. Que me
den una idea nueva, cualquiera, sobre
cualquier cosa, y ella me dirá después
para qué sirve.
Alguna vez, cuando expongo algún
proyecto, algo que me parece debía
hacerse, no falta nunca quien me
pregunte: ¿y después? A preguntas tales
no cabe otra respuesta que una pregunta.
Y al «¿y después?» no hay sino dar de
rebote un «¿y antes?».
No hay porvenir; nunca hay
porvenir. Eso que llaman el porvenir es
una de las más grandes mentiras. El
verdadero porvenir es hoy. ¿Qué será de
nosotros mañana? ¡No hay mañana!
¿Qué es de nosotros hoy, ahora? Esta es
la única cuestión.
Y en cuanto a hoy, todos esos
miserables están muy satisfechos porque
hoy existen, y con existir les basta. La
existencia, la pura y nuda existencia,
llena su alma toda. No sienten que haya
más que existir.
¿Pero existen? ¿Existen de verdad?
Yo creo que no; pues si existieran, si
existieran de verdad, sufrirían de existir
y no se contentarían con ello. Si real y
verdaderamente existieran en el tiempo
y en espacio, sufrirían de no ser en lo
eterno y lo infinito. Y este sufrimiento,
esta pasión, que no es sino la pasión de
Dios en nosotros, Dios que en nosotros
sufre por sentirse preso en nuestra
finitud y nuestra temporalidad, este
divino sufrimiento les haría romper
todos esos menguados eslabones lógicos
con que tratan de atar sus menguados
recuerdos a sus menguadas esperanzas,
la ilusión de su pasado a su ilusión de su
porvenir.
¿Por qué hace eso? ¿Preguntó acaso
nunca Sancho por qué hacía don Quijote
las cosas que hacía?
Y vuelta a lo mismo, a tu pregunta, a
tu preocupación: ¿qué locura colectiva
podríamos imbuir en estas pobres
muchedumbres? ¿Qué delirio?
Tú mismo te has acercado a la
solución en una de esas cartas con que
me asaltas a preguntas. En ella me
decías: ¿no crees que se podría intentar
alguna nueva cruzada?
Pues bien, sí; creo que se puede
intentar la santa cruzada de ir a rescatar
el sepulcro de don Quijote del poder de
los bachilleres, curas, barberos, duques
y canónigos que lo tienen ocupado. Creo
que se puede intentar la santa cruzada de
ir a rescatar el sepulcro del Caballero
de la Locura del poder de los hidalgos
de la Razón.
Defenderán, es natural, su
usurpación y tratarán de probar con
muchas y muy estudiadas razones que la
guardia y custodia del sepulcro les
corresponde. Lo guardan para que el
Caballero no resucite.
A esas razones hay que contestar con
insultos, con pedradas, con gritos de
pasión, con botes de lanza. No hay que
razonar con ellos. Si tratas de razonar
frente a sus razones estás perdido.
Si te preguntan, como acostumbran,
¿con qué derecho reclamas el sepulcro?,
no les contestes nada, que ya lo verán
luego. Luego… tal vez cuando ni tú ni
ellos existáis ya, por lo menos en este
mundo de las apariencias.
Y esta santa cruzada lleva una gran
ventaja a aquellas otras santas cruzadas
de que alboreó una nueva vida en este
viejo mundo. Aquellos ardientes
cruzados sabían dónde estaba el
sepulcro de Cristo, dónde se decía que
estaba, mientras que nuestros cruzados
no sabrán dónde está el sepulcro de don
Quijote. Hay que buscarlo peleando por
rescatarlo.
Tu locura quijotesca te ha llevado
más de una vez a hablarme del
quijotismo como de una nueva religión.
Y a eso he de decirte que esa nueva
religión que propones y de que me
hablas, si llegara a cuajar, tendría dos
singulares preeminencias. La una, que su
fundador, su profeta, don Quijote —no
Cervantes, por supuesto—, no estamos
seguros de que fuese un hombre real, de
carne y hueso, sino que más bien
sospechamos que fue una pura ficción. Y
su otra preeminencia, sería la de que ese
profeta era un profeta ridículo, que fue
la befa y el escarnio de las gentes.
Es el valor que más falta nos hace:
el de afrontar el ridículo. El ridículo es
el arma que manejan todos los
miserables, bachilleres, barberos, curas,
canónigos, y duques que guardan
escondido el sepulcro del Caballero de
la Locura. Caballero que hizo reír a todo
el mundo, pero que nunca soltó un
chiste. Tenía el alma demasiado grande
para parir chistes. Hizo reír con su
seriedad.
Empieza, pues, amigo, a hacer de
Pedro el Ermitaño y llama a las gentes a
que se te unan, se nos unan, y vayamos
todos a rescatar ese sepulcro que no
sabemos dónde está. La cruzada misma
nos revelará el sagrado lugar.
Verás cómo así que el sagrado
escuadrón se ponga en marcha,
aparecerá en el cielo una estrella nueva,
solo visible para los cruzados, una
estrella refulgente y sonora, que cantará
un canto nuevo en esta larga noche que
nos envuelve, y la estrella se pondrá en
marcha en cuanto se ponga en marcha el
escuadrón de los cruzados, y cuando
hayan vencido en su cruzada, o cuando
hayan sucumbido todos —que es acaso
la manera única de vencer de veras—,
la estrella caerá del cielo, y en el sitio
donde caiga, allí está el sepulcro. El
sepulcro está donde muera el escuadrón.
Y allí donde está el sepulcro, allí
está la cuna, allí está el nido. Y de allí
volverá a resurgir la estrella refulgente y
sonora, camino del cielo.
Y no me preguntes más, querido
amigo. Cuando me haces hablar de estas
cosas me haces que saque del fondo de
mi alma, dolorida por la ramplonería
ambiente que por todas partes me acosa
y aprieta, dolorida por las salpicaduras
del fango de mentira en que
chapoteamos, dolorida por los arañazos
de la cobardía que nos envuelve, me
haces que saque del fondo de mi alma
dolorida las visiones sin razón, los
conceptos sin lógica, las cosas que yo
no sé lo que quieren decir, ni menos
quiero ponerme a averiguarlo.
¿Qué quieres decir con esto? —me
preguntas más de una vez—. Y yo te
respondo: ¿lo sé yo acaso?
¡No, mi buen amigo, no! Muchas de
estas ocurrencias de mi espíritu que te
confío ni yo sé lo que quieren decir, o,
por lo menos, soy yo quien no lo sé. Hay
alguien dentro de mí que me las dicta,
que me las dice. Le obedezco y no me
adentro a verle la cara ni a preguntarle
por su nombre. Solo sé que si le viese la
cara y me dijese su nombre, me moriría
yo para que viviese él.
Estoy avergonzado de haber alguna
vez fingido entes de ficción, personajes
novelescos, para poner en sus labios lo
que no me atrevía a poner en los míos y
hacerles decir como en broma lo que yo
siento muy en serio.
Tú me conoces, tú, y sabes bien cuán
lejos estoy de rebuscar adrede
paradojas, extravagancias y
singularidades, piensen lo que pensaren
algunos majaderos. Tú y yo, mi buen
amigo, mi único amigo absoluto, hemos
hablado muchas veces, a solas, de lo
que sea la locura, y hemos comentado
aquello del Brand ibseniano, hijo de
Kierkegaard, de que está loco el que
está solo. Y hemos concordado en que
una locura cualquiera deja de serlo en
cuanto se hace colectiva, en cuanto es
locura de todo un pueblo, de todo el
género humano acaso. En cuanto una
alucinación se hace colectiva, se hace
popular, se hace social, deja de ser
alucinación para convertirse en una
realidad, en algo que está fuera de cada
uno de los que la comparten. Y tú y yo
estamos de acuerdo en que hace falta
llevar a las muchedumbres, llevar al
pueblo, llevar a nuestro pueblo español
una locura cualquiera, la locura de uno
cualquiera de sus miembros que esté
loco, pero loco de verdad y no de
mentirijillas. Loco, y no tonto.
Tú y yo, mi buen amigo, no hemos
escandalizado en eso que llaman aquí
fanatismo, y que, por nuestra desgracia
no lo es. No; no es fanatismo nada que
esté reglamentado y contenido y
encauzado y dirigido por bachilleres,
curas, barberos, canónigos y duques; no
es fanatismo nada que lleve un pendón
con fórmulas lógicas, nada que tenga
programa, nada que se proponga para
mañana un propósito que puede un
orador desarrollar en un metódico
discurso.
Una vez, ¿te acuerdas?, vimos a
ocho o diez mozos reunirse y seguir a
uno que les decía: ¡vamos a hacer una
barbaridad! Y eso es lo que tú y yo
anhelamos, que el pueblo se apiñe y
gritando ¡vamos a hacer una barbaridad!
se ponga en marcha. Y si algún
bachiller, algún barbero, algún cura,
algún canónigo o algún duque les
detuviese para decirles: «¡hijos míos!,
está bien, os veo henchidos de heroísmo,
llenos de santa indignación; también yo
voy con vosotros; pero antes de ir todos
y yo con vosotros, a hacer esa
barbaridad, ¿no os parece que debíamos
ponernos de acuerdo respecto a la
barbaridad que vamos a hacer? ¿Qué
barbaridad va a ser esa?», si alguno de
esos malandrines que he dicho les
detuviese para decirles tal cosa,
deberían derribarle al punto y pasar
todos sobre él pisoteándole, y ya
empezaba la heroica barbaridad.
¿No crees, mi amigo, que hay por ahí
muchas almas solitarias a las que el
corazón les pide alguna barbaridad, algo
de que revienten? Ve, pues, a ver si
logras juntarlas y formar escuadrón con
ellas y ponernos todos en marcha —
porque yo iré con ellos y tras de ti— a
rescatar el sepulcro de don Quijote, que,
gracias a Dios, no sabemos dónde está.
Ya nos lo dirá la estrella refulgente y
sonora.
Y ¿no será —me dices en tus horas
de desaliento, cuando te vas de ti mismo
—, no será que creyendo al ponernos en
marcha caminar por campos y tierras,
estemos dando vueltas en torno al mismo
sitio? Entonces la estrella estará fija,
quieta sobre nuestras cabezas y el
sepulcro en nosotros. Y entonces la
estrella caerá, pero caerá para venir a
enterrarse en nuestras almas. Y nuestras
almas se convertirán en luz, y fundidas
todas en la estrella refulgente y sonora
subirá esta más refulgente aún,
convertida en un sol, en un sol de eterna
melodía a alumbrar el cielo de la patria
redimida.
En marcha, pues. Y ten en cuenta no
se te metan en el sagrado escuadrón de
los cruzados bachilleres, barberos,
curas, canónigos o duques disfrazados
de Sanchos. No importa que te pidan
ínsulas; lo que debes de hacer es
expulsarlos en cuanto te pidan el
itinerario de la marcha, en cuanto te
hablen de programa, en cuanto te
pregunten al oído, maliciosamente, que
les digas hacia dónde cae el sepulcro.
Sigue a la estrella. Y haz como el
Caballero: endereza el entuerto que se te
ponga delante. Ahora lo de ahora, y aquí
lo de aquí.
¡Poneos en marcha! ¿Qué adonde
vais? La estrella os lo dirá: ¡al sepulcro!
¿Qué vamos a hacer en el camino,
mientras marchamos? ¿Qué? ¡Luchar!
Luchar, y ¿cómo? ¿Cómo? ¿Tropezáis
con uno que miente?, gritarle a la cara:
¡mentira!, y ¡adelante! ¿Tropezáis con
uno que roba?, gritarle: ¡ladrón!, y
¡adelante! ¿Tropezáis con uno que dice
tonterías, a quien oye toda una
muchedumbre con la boca abierta?,
gritarles: ¡estúpidos!, y ¡adelante!
¡Adelante siempre!
¿Es que con eso —me dice uno a
quien tú conoces y que ansia ser cruzado
—, es que con eso se borra la mentira,
ni el ladrocinio, ni la tontería del
mundo? ¿Quién ha dicho que no? La más
miserable de todas las miserias, la más
repugnante y apestosa argucia de la
cobardía es esa de decir que nada se
adelanta con denunciar a un ladrón
porque otros seguirán robando, que nada
se logra con llamarle en su cara
majadero al majadero, porque no por
eso la majadería disminuirá en el
mundo.
Sí, hay que repetirlo una y mil
veces: con que una vez, una sola vez,
acabases del todo y para siempre con un
solo embustero, habríase acabado el
embuste de una vez para siempre.
¡En marcha, pues! Y echa del
sagrado escuadrón a todos los que
empiecen a estudiar el paso que habrá
de llevarse en la marcha y su compás y
su ritmo. Sobre todo, ¡fuera con los que
a todas horas andan con eso del ritmo!
Te convertirían el escuadrón en una
cuadrilla de baile, y la marcha en danza.
¡Fuera con ellos! Que se vayan a otra
parte a cantar a la carne.
Esos que tratarían de convertirte el
escuadrón de marcha en cuadrilla de
baile se llaman a sí mismos, y los unos a
los otros entre sí, poetas. No lo son. Son
cualquier otra cosa. Esos no van al
sepulcro sino por curiosidad, por ver
como sea, en busca acaso de una
sensación nueva, y por divertirse en el
camino. ¡Fuera con ellos!
Esos son los que con su indulgencia
de bohemios contribuyen a mantener la
cobardía y la mentira y las miserias
todas que nos anonadan. Cuando
predican libertad no piensan más que en
una: en la de disponer de la mujer del
prójimo. Todo es en ellos sensualidad, y
hasta de las ideas, de las grandes ideas,
se enamoran sensualmente. Son
incapaces de casarse con una grande y
pura idea y criar familia de ella; no
hacen sino amontonarse con las ideas.
Las toman de queridas, menos aún, tal
vez de compañeras de una noche. ¡Fuera
con ellos!
Si alguien quiere coger en el camino
tal o cual florecilla que a su vera sonríe,
cójala, pero de paso, sin detenerse y
siga al escuadrón, cuyo alférez no habrá
de quitar ojo de la estrella refulgente y
sonora. Y si se pone la florecilla en el
peto sobre la coraza, no para verla él,
sino para que se la vean, ¡fuera con él!
Que se vaya, con su flor en el ojal, a
bailar a otra parte.
Mira, amigo, si quieres cumplir tu
misión y servir a tu patria, es preciso
que te hagas odioso a los muchachos
sensibles que no ven el universo sino a
través de los ojos de su novia. O algo
peor aún. Que tus palabras sean
estridentes y agrias a sus oídos.
El escuadrón no ha de detenerse sino
de noche, junto al bosque o al abrigo de
la montaña. Levantará allí sus tiendas,
se lavarán los cruzados sus pies,
cenarán lo que sus mujeres les hayan
preparado, engendrarán luego un hijo en
ellas, les darán un beso y se dormirán
para recomenzar la marcha al siguiente
día. Y cuando alguno se muera le
dejarán a la vera del camino;
amortajado en su armadura, a merced de
los cuervos. Quede para los muertos el
cuidado de enterrar a sus muertos. Si
alguno intenta durante la marcha tocar
pífano o dulzaina o caramillo o vihuela
o lo que fuere, rómpele el instrumento y
échale de filas, porque estorba a los
demás oír el canto de la estrella. Y es,
además que él no la oye. Y quien no
oiga el canto del cielo no debe de ir en
busca del sepulcro del Caballero.
Te hablarán esos danzantes de
poesía. No les hagas caso. El que se
pone a tocar su jeringa —que no es otra
cosa la «syringa»— debajo del cielo,
sin oír la música de las esferas, no
merece que se le oiga. No conoce la
abismática poesía del fanatismo, no
conoce la inmensa poesía de los templos
vacíos, sin luces, sin dorados, sin
imágenes, sin pompas, sin aromas, sin
nada de eso que llaman arte. Cuatro
paredes lisas y un techo de tablas: un
corralón cualquiera.
Echa del escuadrón a todos los
danzantes de la jeringa. Échalos, antes
de que se te vayan por un plato de
alubias. Son filósofos cínicos,
indulgentes, buenos muchachos, de los
que todo lo comprenden y todo lo
perdonan. Y el que todo lo comprende
no comprende nada, y el que todo lo
perdona nada perdona. No tienen
escrúpulo en venderse. Como viven en
dos mundos pueden guardar su libertad
en el otro y esclavizarse en este. Son a
la vez estetas y perezistas o lopezistas o
rodríguezistas.
Hace tiempo se dijo que el hambre y
el amor son los dos resortes de la vida
humana. De la baja vida humana, de la
vida de tierra. Los danzantes no bailan
sino por hambre o por amor; hambre de
carne, amor de carne también. Échalos
de tu escuadrón, y que allí, en un prado,
se harten de bailar mientras uno toca la
jeringa, otro da palmaditas y otro canta a
un plato de alubias o a los muslos de su
querida de temporada. Y que allí
inventen nuevas piruetas, nuevos
trenzados de pies, nuevas figuras de
rigodón.
Y si alguno te viniera diciendo que
él sabe tender puentes y que acaso
llegue ocasión en que se deba
aprovechar sus conocimientos para
pasar un río, ¡fuera con él! ¡Fuera el
ingeniero! Los ríos se pasarán
vadeándolos, o a nado, aunque se
ahogue la mitad de los cruzados. Que se
vaya el ingeniero a hacer puentes a otra
parte, donde hacen mucha falta. Para ir
en busca del sepulcro basta la fe como
puente.
Si quieres, mi buen amigo, llenar tu
vocación debidamente, desconfía del
arte, desconfía de la ciencia, por lo
menos de eso que llaman arte y ciencia y
no son sino mezquinos remedos del arte
y de la ciencia verdaderos. Que te baste
tu fe. Tu fe será tu arte, tu fe será tu
ciencia.
He dudado más de una vez de que
puedas cumplir tu obra al notar el
cuidado que pones en escribir las cartas
que escribes. Hay en ellas, no pocas
veces, tachaduras, enmiendas,
correcciones, jeringazos. No es un
chorro que brota violento, expulsando el
tapón. Más de una vez tus cartas
degeneran en literatura, en esa cochina
literatura, aliada natural de todas las
esclavitudes y de todas las miserias. Los
esclavizadores saben bien que mientras
está el esclavo cantando a la libertad se
consuela de su esclavitud y no piensa en
romper sus cadenas.
Pero otras veces recobro fe y
esperanza en ti cuando siento bajo tus
palabras atropelladas, improvisadas,
cacofónicas, el temblar de tu voz
dominada por la fiebre. Hay ocasiones
en que puede decirse que ni están en un
lenguaje determinado. Que cada cual lo
traduzca al suyo.
Procura vivir en continuo vértigo
pasional, dominado por una pasión
cualquiera. Solo los apasionados llevan
a cabo obras verdaderamente duraderas
y fecundas. Cuando oigas de alguien que
es impecable, en cualquiera de los
sentidos de esta estúpida palabra, huye
de él; sobre todo si es artista. Así como
el hombre más tonto es el que en su vida
ha hecho ni dicho una tontería, así el
artista menos poeta, el más antipoético
—y entre los artistas abundan las
naturalezas antipoéticas—, es el artista
impecable, el artista a quien decoran
con la corona, de laurel de cartulina, de
la impecabilidad de los danzantes de la
jeringa.
Te consume, mi pobre amigo, una
fiebre incesante, una sed de océanos
insondables y sin riberas, un hambre de
universos, y la morriña de la eternidad.
Sufres de la razón. Y no sabes lo que
quieres. Y ahora, ahora quieres ir al
sepulcro del Caballero de la Locura y
deshacerte allí en lágrimas, consumirte
en fiebre, morir de sed de océanos, de
hambre de universos, de morriña de
eternidad.
Ponte en marcha, solo. Todos los
demás solitarios irán a tu lado, aunque
no los veas. Cada cual creerá ir solo,
pero formaréis batallón sagrado, el
batallón de la santa e inacabable
cruzada.
Tú no sabes bien, mi buen amigo,
cómo los solitarios todos, sin conocerse,
sin mirarse a las caras, sin saber los
unos los nombres de los otros, caminan
juntos y prestándose mutua ayuda. Los
otros hablan unos de otros, se dan las
manos, se felicitan mutuamente, se
bombean y denigran, murmuran entre sí y
va cada cual por su lado. Y huyen del
sepulcro.
Tú no perteneces al cotarro, sino al
batallón de los libres cruzados. ¡Por qué
te asomas a las tapias del cotarro a oír
lo que en él se cacarea! ¡No, amigo mío,
no! Cuando pases junto a un cotarro
tápate los oídos, lanza tu palabra y sigue
adelante, camino del sepulcro. Y que en
esa palabra vibren toda tu sed, toda tu
hambre, toda tu morriña, todo tu amor.
Si quieres vivir de ellos, vive para
ellos. Pero entonces, mi pobre amigo, te
habrás muerto.
Me acuerdo de aquella dolorosa
carta que me escribiste cuando estabas a
punto de sucumbir, de derogar, de entrar
en la cofradía. Vi entonces cómo te
pesaba tu soledad, esa soledad que debe
ser tu consuelo y tu fortaleza.
Llegaste a lo más terrible, a lo más
desolador; llegaste al borde del
precipicio de tu perdición: llegaste a
dudar de tu soledad, llegaste a creerte en
compañía. «¿No será —me decías— una
mera cavilación, un fruto de soberbia,
de petulancia, tal vez de locura, esto de
creerme solo? Porque yo, cuando me
sereno, me veo acompañado, y recibo
cordiales apretones de manos, voces de
aliento, palabras de simpatía, todo
género de muestras de no encontrarme
solo, ni mucho menos». Y por aquí
seguías. Y te vi engañado y perdido, te
vi huyendo del sepulcro.
No, no te engañas en los accesos de
tu fiebre, en las agonías de tu sed, en las
congojas de tu hambre; estás solo,
eternamente solo. No solo son
mordiscos los mordiscos que como tales
sientes, lo son también los que son como
besos. Te silban los que aplauden, te
quieren detener en tu marcha al sepulcro
los que te gritan ¡adelante! Tápate los
oídos. Y ante todo cúrate de una
afección terrible, que por mucho que te
la sacudes vuelve a ti con terquedad de
mosca: cúrate de la afección de
preocuparte cómo aparezcas a los
demás. Cuídate solo de cómo aparezcas
ante Dios, cuídate de la idea que de ti
Dios tenga.
Estás solo, mucho más solo de lo
que te figuras, y aun así no estás sino en
camino de la absoluta, de la completa,
de la verdadera soledad. La absoluta, la
completa, la verdadera soledad consiste
en no estar ni aun consigo mismo. Y no
estarás de veras completa y
absolutamente solo hasta que no te
despojes de ti mismo, al borde del
sepulcro. ¡Santa Soledad!
Todo esto dije a mi amigo y él me
contestó en una larga carta, llena de un
furioso desaliento, estas palabras:
«Todo eso que me dices está muy
bien, está bien, no está mal; pero ¿no te
parece que en vez de ir a buscar el
sepulcro de don Quijote y rescatarlo de
bachilleres, curas, barberos, canónigos y
duques, debíamos ir a buscar el sepulcro
de Dios y rescatarlo de creyentes e
incrédulos, de ateos y deístas, que lo
ocupan, y esperar allí, dando voces de
suprema desesperación, derritiendo el
corazón en lágrimas, a que Dios resucite
y nos salve de la nada?».
EPISTOLARIO
ANTIFALANGISTA
CARTA DE
UNAMUNO
A RAMIRO
LEDESMA
(4 de marzo de 1931)

a política es cosa de

L realidades,
actuales y
concretas
no
pseudoconceptos. ¿El Estado? ¿La
supremacía del Estado? Esto es una
y
de

abstracción. Todos los partidos


políticos de ese nombre la aceptan; la
cosa está en qué entiendan por el
Estado. «¡El Estado soy yo!», dicen que
decía Luis XIV, y eso dice el partido
bolchevista ruso. Y esto dice el
hediondo fajismo [sic] italiano, esa
mafia de la hez intelectual y moral de
Italia, que tiene a su frente a la mala
bestia de Mussolini. Todo lo mejor, lo
más digno, lo más honrado de Italia ha
tenido que acabar por ponerse frente a
él, empezando por Croce, el más alto y
noble y amplio espíritu italiano, que ha
sentido renacer en sí toda la civilización
del viejo liberalismo burgués del
Risorgimento. Y el fajismo se ha
quedado con pensadores (¡¡¡) como ese
vacuo y turbio Curzio Malaparte. […]
No sé qué quiere decir la superación
radical, teórica y práctica del marxismo.
La «afirmación de los valores
hispánicos» me parece una bella frase y
poco más y no sé con qué imperio se ha
de hacer la difusión imperial de nuestra
cultura. ¿Con imperio de armas? No sé
qué quiere decir «política económica
objetiva» y cual sea la subjetiva. En
cuanto a la «estructuración sindical» la
tengo miedo si han de estructurar los
sindicatos los que se arroguen ser el
Estado. ¿Sindicatos libres? ¡No!
«Justicia social…». ¿En qué se la
conoce? En cuanto a la «expropiación
de los terratenientes» habría mucho que
decir. En grandísima parte de España
esos terratenientes —minifundiarios—
son los mismos que constituyen los
municipios y se negarían a ello. Hay
luego en el manifiesto algo que parece
traducido. Porque aquí a nadie le
importa «el farisaico pacifismo de
Ginebra» ni nadie cree en una España
irredenta ni en que nos hagan falta
colonias ni en el «primate di Spagna».
¿Potencia internacional? ¿Para qué?
¿Para cobrar Gibraltar y Tánger?
En cambio faltan en ese Manifiesto
los puntos vivos, doloridos —solo lo
que duele es vivo— de la concreta y
actual política española, el punto del
régimen, el de las responsabilidades, el
del civilismo o pretorianismo, el de las
relaciones del Estado con la Iglesia, y
no hablo de religión, porque esto es otra
cosa. Y todo eso de «milicias civiles»
contra el «militarismo pacifista» me
parece un peligroso juego de palabras.
Milicias civiles fueron las que
asesinaron, a mandato de Mussolini, a
Matteotti y mataron a palos a mi noble y
puro y buen amigo Amendola. No, no,
nada de camisas ni de uniformes de
ningún color. Gracias que pasé de los
cuarenta y cinco años. Nada de
giovinezza sonora —como la del cine—
que se canta y se saca de la patria para
ir a hacerla ridícula y odiosa en el
extranjero. La afirmación de los valores
nacionales —en nuestro caso hispánicos
— se hace de otro modo, sin
sonoridades cinemáticas ni retórica
gentilesca (del pobre Gentile). Yo me
creo un valor hispánico y lo he afirmado
afirmándome a mí mismo. Y del seno de
mi individualismo hispánico siento
resurgir aquel viejo y noble liberalismo
burgués en que se meció, en guerra civil,
mi cuna, […] cuando yo niño estallaban
sobre mi cabeza las bombas de los
carlistas […].
Salude a los compañeros y esté
seguro de la simpatía personal —ya que
no política— de su aftmo. que se le
ofrece amigo Miguel de Unamuno
CARTA DE
UNAMUNO
A FRANCISCO DE
COSSÍO
(27 de noviembre de 1936)

ace tiempo, mi querido

H amigo, que deseaba


escribirle para desahogarme.
Le vengo leyendo, casi siempre con
pena, en El Norte de Castilla, y viendo
que no puede usted decir toda la verdad,
su verdad, toda, lo que es un modo de
mentir. Lo impone el terror blanco, tan
feroz como el rojo. Pero hoy leo su
artículo «La evacuación del arte»,
cuando recibo la noticia de haber sido
fusilado en Granada nuestro Salvador
Vila, su compañero de destierro en las
Chafarinas. ¿Por qué? Por lo mismo que
fue, allí en Valladolid, fusilado
heroicamente Arturo Pérez Martín.
Claro está que aun siendo hoy ya toda
ella, la falange algo inmundo, de
verdugos dementados, no comparo lo de
aquí, la castellana, con la andaluza. Lo
de Andalucía es algo que pone espanto.
De parte de los hunos —de los rojos—
y de los hotros —de los blancos—. En
el fondo, es una locura colectiva con
cierta base somática. Una epilepsia de
la doble lepra española, la sífilis y la
envidia. Lo de Málaga, Almería,
Granada, Sevilla… es indecible. Esos
degenerados andaluces, con sus
bizantinas pasiones de invertidos
sifilíticos y de eunucos masturbadores.
¡Y eso se ampara en yugos y flechas!
¡Como en hoces y martillos! Lo del
pobre Vila, un ingenuo, le debe hacer
reflexionar. Esa jauría hidrófoba a la
caza de masones y cosas así —que ni sé
lo que son ni ellos tampoco— lleva la
cuenta de todos. Saben los antecedentes
de usted, y hasta recuerdo que una vez se
revolvió usted contra la nueva
inquisición, la Checa de esta Nueva
España. Usted es sospechoso. No creo
que vayan a fusilarle a usted pero acaso
a encarcelarle o retenerle confinado en
su casa como me retienen a mí. Y me
retienen por haber dicho toda la verdad.
Esto no tiene remedio. España es hoy un
manicomio de locos feroces y
envenenados. Y más que de locos de
dementes. Dementalidad cuartelera y
dementalidad de sacristía. In interiore
Hispaniae habitat hoy la envidia, el
resentimiento, el odio a la inteligencia,
la ferocidad sanguinaria. Y así entre los
hunos y los hotros están ensangrentando,
desangrando, arruinando, envenenando y
—lo que acaso es peor— estupidizando
a la patria. Dedique un recuerdo y si es
cristiano una oración a nuestro Vila, y
siga diciendo lo que le dejen decir. Le
compadezco. Un abrazo de su amigo.
ACTO SEGUNDO:
ORGÍA DE SANGRE
INTRODUCCIÓN:
UNA ORGÍA DE SANGRE
EN PAPEL
JORDI CHANTRES
«Colisiones sangrientas con la policía»
(Las Ocurrencias, número 5, 9 de junio de
1911)
on el cambio de siglo, las

C impresiones de un asustado
Ramiro de Maeztu, futuro
diputado en las Cortes de la formación
de extrema derecha Renovación
Española, serán bastante comunes: el
crimen se había apoderado de la vida
española. De pronto, coincidiendo con
el derrumbe del antiguo poderío
español, la perdida de las colonias, el
desarrollo de las ciudades y el paro, se
vivió una ola de pánico contra la
delincuencia y el crimen. El desánimo
había cundido en nuestro país. Tanto la
bohemia como algunos escritores
(Unamuno, Azorín, Baroja…) o la
extrema derecha coincidían en pedir una
«renovación», un nuevo brío cultural y
político al país. Lo mismo sucedía en
París, donde por entonces reinaban los
apaches, la subcultura delincuente que
aterrorizaba a Francia. La prensa, que
relataba casi a diario los choques de
estos contra los agentes, así como
ataques, robos y asesinatos
supuestamente cometidos por hordas
sanguinarias y bandas apachescas
sumamente organizadas, extendió el
miedo sobre todo entre los burgueses.
La vida en las ciudades cambiaba; se
creaban nuevos terrores ante lo
desconocido.
Sin embargo, las estadísticas sobre
incremento de crímenes parecían
contradecir esta impresión. En realidad
no habían aumentado enormemente los
índices delictivos, pero sí la percepción
social sobre el crimen y el desorden
social, coincidiendo con el auge de
movimientos socialistas y anarquistas,
que protagonizaban disputas laborales o
políticas que, en ocasiones, acababan
con disturbios callejeros y
levantamientos que eran violentamente
reprimidos. Al mismo tiempo, en los
diarios obreros se lanzaban proclamas
que anunciaban la inminente llegada de
un nuevo orden, es decir, la pérdida de
privilegios de una clase social, la
burguesía.
En nuestro país sucedía algo
parecido. Tampoco había un repunte
alarmante de la criminalidad, pero
numerosos intelectuales, políticos y
escritores exigieron al gobierno mano
dura y una política de tolerancia cero
respecto al crimen. Maeztu, en la época
en que publicó La propaganda del
crimen, estaba viviendo su particular
calvario. Sus padres, que tenían
negocios en La Habana, entraron en
bancarrota. Pasó de llevar una vida sin
preocupaciones económicas a tener que
ganarse la vida como periodista para
todo tipo de periódicos. Visitó París y,
posteriormente, hará de corresponsal en
Londres para La Correspondencia de
España, Nuevo Mundo y Heraldo de
Madrid.
En 1903, en su artículo «Plumas
hidalgas», Maeztu criticará a los
modernistas españoles fascinados por lo
macabro y lúgubre. Posiblemente
conectaba lo morboso de la prensa
criminal con el decadentismo francés y
lo «degenerado»: «Nuestros hidalgos de
la pluma hablan de la luna, de los
nardos, de los murciélagos, del
crepúsculo, de las hojas secas, de la
noche, de la muerte y del jardín donde
florecen rosas, rosas mustias de amor y
melancolía. Harto de misticismos y de
miserias seculares, nuestro pueblo
quiere vivir, y vivir bien. Nuestros
hidalgos de la pluma pretenden
despertar su interés con adjetivos
arrancados de los devocionarios. Pero
lo nímbeo, lo litúrgico y lo eucarístico,
que sirven de aliciente para una nueva
picardía a la cocota de París, tienen en
España un salón macabro que nos llena
de hostilidad y antipatía […].
Compañeros míos: si vuestras quejas
son sinceras y aspiráis de verdad a que
el público os siga, ocupaos algo menos
de la luna y del crepúsculo y algo más
de los fletes de la Compañía
Trasatlántica. Estudiad los problemas
españoles, sentidlos […]. Salid de
vuestra torre de marfil y sed pueblo, sed
España, con el corazón, que es el mejor
sistema para que vuestra cabeza se
destaque […]. Os conozco; hidalgos por
fuera, en verso y prosa; mendigos y
parásitos por dentro, en el diario
vivir…».
La llegada de la prensa criminal y de
sucesos a nuestro país sacudió el
periodismo. Hasta la fecha, existían
pequeños periódicos que contaban con
su correspondiente sección de crímenes
y delitos, pero no existía un periódico
similar a los que ya se vendían, con gran
éxito, en Francia o Inglaterra. Pero todo
cambió con la aparición de Los Sucesos,
que llevaba como subtítulo de su
cabecera el de Revista ilustrada de
actualidades, siniestros, crímenes y
causas célebres y se publicó entre 1882
y 1885. En la editorial de su primer
número, titulada «A los lectores», se
decía lo siguiente:

«Un ensayo hicimos publicando LA


HOJA EXTRAORDINARIA , en la que
por medio de láminas dimos a conocer
los principales crímenes y siniestros que
ocurrían en la semana. Hoy que el favor
que nos ha dispensado el público ha
superado a nuestras esperanzas, justo es
que en su obsequio mejoremos la
publicación aumentando su tamaño,
reemplazando los grabados a las
litografías, y bajo el título de LOS
SUCESOS, dar cabida en nuestra revista
a todos los acontecimientos de
actualidad que tengan lugar en España o
el extranjero. El juicio oral y público
tendrá una sección especial en nuestro
periódico, y daremos cuenta detallada
de las causas, con los nombres de los
abogados defensores, magistrados o
jueces que intervengan. Aspiramos a
crear El Police Gazette español, y para
ello no necesitamos más que seguir
mereciendo el favor del público como
lo mereció LA HOJA
EXTRAORDINARIA. Daremos
suplementos cuando los asuntos lo
requieran; y aun cuando las mejoras
introducidas han sido de gran
consideración, no por eso hemos
aumentado el precio».

En España, por fin y de una manera


profesional, había nacido el modelo de
Police Gazette, la legendaria y pionera
publicación inglesa cuya cabecera
completa era la de The Police Gazette
and Hue and Cry. Su propósito inicial
no era dar cuenta de la actualidad
trágica sino publicar ilustraciones y
retratos de los más buscados y pedir
información a los ciudadanos para su
localización y detención. Luego fue
cambiando, acercándose al diario de
s u c e s o s . Los Sucesos fue un
acontecimiento sensacional y se
convirtió en un sorprendente periódico
cuya tirada rondaba los cien mil
ejemplares. Este éxito fue aprovechado
por otros periódicos, la inmensa
mayoría con unos contenidos parecidos:
imágenes impactantes, fotografías de
detenidos, biografías de delincuentes o
de policías, crónicas de crímenes y
detenciones y causas célebres.
Museo Criminal, por ejemplo, fue
uno de los más destacados. Su primer
número se publicó en 1904 y se
autoproclamaba como «revista única en
España de su género». Su público era
tanto el generalista como los
funcionarios de policía, guardia civil y
prisiones. Los últimos bandoleros, el
anarquismo y los atentados a manos de
ácratas, las batidas y operaciones
policiales o de la guardia civil, las
reseñas sobre los servicios secretos y
las sociedades clandestinas
internacionales, fueron temas recurrentes
e n Museo Criminal. Publicó, igual que
otros, cuadernos coleccionables y
novelas por entregas. En 1909
desaparece, pero para entonces se
preparaba ya uno de los periódicos
visualmente más potentes y de mejor
calidad de la época, una auténtica joya
de la primera prensa criminal en nuestro
paí s: Las Ocurrencias, que se editó
entre mayo de 1911 y diciembre de
1913. No fue el único que vio la luz por
aquellos años y hasta la dictadura. Le
siguieron Crónica del Crimen (1913),
Últimos Sucesos (1913), La Actualidad
Trágica (1913), El Crimen de Hoy
(1919), Los Sucesos Semanales (1923)
y La Linterna (1935-1936). Pero sí fue
el más espectacular de la prensa
española pionera en sucesos y
casquería, sobre todo gracias a las
tremendas portadas ilustradas a toda
página en la que se recogían parte de los
miedos expresados por Maeztu, los
derechistas y católicos: atracos,
asesinatos, explosiones, parricidios,
duelos, ajustes de cuentas, anarquismo.
El buen hacer en la impresión del
periódico, que dio calidad y cierta
respetabilidad a una prensa de sucesos
que ya era denostada por muchos
(amarillismo, sordidez, mal gusto),
quizás se debió a que sus redactores y
administradores eran los mismos que la
empresa que publicaba Mundo Galante
(1912), descrita como «erótico-satírica»
y dedicada al género sicalíptico, el
cuplé y las variedades, en realidad los
inicios de la «pornografía» en nuestro
país, o al menos el soft porn. Era
semanal y la publicaba Román Gil en
papel couché. La revista, al ser de los
mismos, incluyó publicidad de Las
Ocurrencias («El periódico más
interesante y popular», rezaba). La
mayor parte de los diarios, tras el éxito
d e Los Sucesos y Las Ocurrencias,
imitaron el estilo y la temática de estas
en secciones que se incluían en sus
ediciones. Su primer número se agotó
rápidamente, posiblemente debido a su
portada. En su segundo número se daba
cuenta del éxito:

«El éxito de Las Ocurrencias ha


superado todas nuestras esperanzas. Lo
mismo en Madrid que en toda España,
se agotaron los ejemplares del primer
número, y han sido muchos los
corresponsales que nos hicieron nuevos
pedidos. Organizados ya todos nuestros
servicios de Redacción y de
Administración, Las Ocurrencias se
encuentra en condiciones de afrontar
todas las eventualidades informativas
que requieran los acontecimientos.
Nadie nos aventajará en rapidez, en
exactitud y en esplendidez. Los notables
trabajos de fotograbado de la Casa Durd
y C.ª; los valiosos elementos modernos
de la imprenta Artística Española, que
cuenta hoy con un personal muy hábil, y
con poderosa maquinaria, son garantías
seguras del éxito de la impresión, al
mismo tiempo que nos permiten servir,
sin demora, cientos de miles de
ejemplares. Confiados en el favor del
público no escatimaremos gasto ni
sacrificio de ningún género. Nuestro
plan firme, resuelto, inquebrantable, es
ir introduciendo de un número a otro
grandes mejoras y preparando grandes
sorpresas. Las Ocurrencias será el
periódico más popular de España, el de
más tirada y el que publique mejores
informaciones de actualidad
sensacional. Las Ocurrencias. Por sus
valiosos regalos, resultará gratis a los
lectores. Los hechos demostrarán
plenamente el valor de nuestras
palabras».
La Mano Negra anarquista en Museo Criminal
(número 17, 1 de septiembre de 1904)
Batalla entre guardia civiles y bandidos en
Museo Criminal (15 de octubre de 1904)
Anarquistas y apachen en Mundo Criminal
(número 19, 1 de octubre de 1940)
LA PROPAGANDA DEL
CRIMEN
RAMIRO DE MAEZTU
«Dos hermanas suicidas» (Las Ocurrencias,
número 4, 2 de junio de 1911)
Incluido en su obra Hacia otra España
(1899)
n un solo periódico me

E encuentro con los siguientes


títulos: El asesinato del
teniente coronel Ruiz; El fusilamiento de
Aranguren; Los italianos y los asesinos;
Parricidio de Ángela Aiza; El crimen de
Guadarrama; ¿Incendio intencionado?;
Asesinato bárbaro; Suicidio; Asesinato;
Una mujer celosa; Robo importante; Un
crimen por celos; Riña sangrienta.
¿No es bastante? Bueno, pues ahí va
como nueva el probable asesinato de
Rizal por sus compañeros Aguinaldo y
Llanera. Media España está pendiente
del asesinato. ¿A qué negarlo? Todos
los españoles estamos deseando que se
asesine al tal Rizal. Y no sé cómo para
estas fechas no nos hemos asesinado ya
las cuatro quintas partes de los
españoles; ¡no será porque los
periódicos no hagan todo lo posible por
lograrlo!
Porque no se trata de un solo diario;
son todos ellos los que con fruición
incomprensible se empeñan en
familiarizar a sus lectores con el
espectáculo del crimen. La mitad de su
texto se dedica a tan triste objetivo. Una
columna para ir acostumbrando a las
gentes, con la reseña de los tribunales, a
declarar en falso, a elogiar al abogado
que libra del patíbulo a un individuo que
se lo ha ganado honradamente, a
enseñar a los criminales a librarse de la
acción de la justicia.
Tres o cuatro columnas a reseñarnos
los crímenes del día; la mitad de los
telegramas a anunciarnos los crímenes
de provincias; los mismos cablegramas
de Ultramar a relatar más crímenes o a
hacérnoslos desear.
Y ahí va el periódico de mano en
mano arrojando a la voracidad de las
muchedumbres crímenes y más
crímenes, que restan espació a la
literatura que consuela y hace amar la
belleza, a las ideas nobles, a los mismos
concisos comentarios, que suelen
merecerles los hechos meritorios.
Quiero creer que las gentes no
obedezcan a la sugestión de los
periódicos; quiero creerlo, porque no se
oyen dos conversaciones en las que no
se maldiga de la prensa; quiero creerlo,
porque si los gobiernos fueran a ser
dóciles a las indicaciones de los
periódicos, nuestra España sería ya una
pluma arrojada a los vientos que
soplaran por las contadurías
periodísticas; pero pienso en la mala
bestia que cada hombre lleva dentro de
sí; pienso en ese demonio de la
perversidad que a todos los hombres,
aun a los más santos, hace soñar, soñar
cuando menos, en resolver sus conflictos
por los medios violentos, y me pregunto
si esa exhibición innecesaria y constante
del crimen, si esa apoteosis de la
criminalidad a que consciente o
inconscientemente se entregan los
periódicos con furia demoniaca, no
conduce, más que a otra cosa, a
despertar instintos animales, mal
dormidos entre las sábanas ligeras de la
moral, mal disfrazados entre el oropel
de nuestros progresos materiales.
Regicidas españoles en Museo Criminal (1 de
marzo de 1905)
LAS CAPEAS TRÁGICAS
SANGRIENTA LUCHA DE DOS
PUEBLOS.
HORROROSOS EPISODIOS DEL
MOTÍN
El suceso fundacional del hoy habitual
«Villa de arriba y Villa de abajo» en la
vida española fue un acto de
acometimiento mutuo y sanguinario entre
los vecinos de dos pueblos cercanos.
Publicado en Las Ocurrencias, número
72 (20 de septiembre de 1912)
os mozos del pueblo de

L Cuevas del Valle son rivales


antiguos de los del pueblo de
Villarejo, los dos de la provincia de
Ávila. Es costumbre de Villarejo
celebrar en las fiestas del pueblo una
capea, que, al despuntar el alba,
empieza con la lidia del toro del
aguardiente, en libertad por las calles.
La capea de este año ha tenido un
desenlace trágico, y sirvió de pretexto
para que estallase la rivalidad de los
dos pueblos.
Como de costumbre, los mozos de
Cuevas habían acudido en gran número a
Villarejo para alternar en la capea, a la
que son muy aficionados. Parece que
con motivo de la fiesta se trataba de que
hicieran las paces los vecinos de ambas
localidades. La orden del alcalde
prohibiendo dar suelta al toro del
aguardiente fue causa suficiente para que
resurgieran y se reavivaran las hondas
diferencias de los mozos rivales. Como
si todos obedeciesen a una consigna, se
entabló la lucha entre los de Villarejo y
los de Cuevas del Valle. El combate fue
verdaderamente encarnizado. Las
mujeres, ancianos y niños de Cuevas,
perseguidos por los de Villarejo, se
defendían con dramática desesperación.
Un niño de trece años fue muerto de una
puñalada que le atravesó la pleura. El
padre de la infeliz criatura, cuando
pedía auxilio y piedad para su hijo,
resultó gravemente herido.
Hay detalles horrorosos que prueban
la saña cruel de los agresores. Cuando
curaban a un herido de Cuevas, llegaron
algunos vecinos de Villarejo, y,
apoderándose del lesionado, cargaron
con él y lo arrojaron al pilón de una
fuente. Acudió el párroco de Cuevas,
que intentó calmar la furia de los
contendientes; pero sus palabras de paz
y caridad fueron desoídas, y le hirieron
también, aunque, por fortuna levemente.
Un testigo de los sangrientos episodios
ha referido nuevos detalles de la
colisión. Dijo que la capea de Villarejo
fue organizada con la cooperación de
varios pueblos inmediatos, y que, a
pesar de la prohibición del acalde, salió
a la plaza el primer toro. Apenas pisó la
plaza cogió a un mozo de Cuevas y lo
zarandeó, llevándoselo prendido en los
pitones. Varios mozos del mismo pueblo
lograron quitarle a la fiera su presa;
pero entonces, el alcalde, imponiéndose,
dio órdenes terminantes para que allí
terminara el espectáculo, que, a juzgar
por sus principios, prometía ser pródigo
en desgracias.
Los vecinos de Cuevas se batían en
retirada, y los de Villarejo, que se
habían puesto al lado de su alcalde, los
perseguían.
«El cura de Cuevas —dice el testigo
— merece todo género de elogios, pues
hizo titánicos esfuerzos, con grave
exposición de su vida, para calmar a los
combatientes. Llegó por fin la Guardia
Civil y evitó con su presencia y enérgica
actitud que el campo quedara sembrado
de muertos, pues ya la lucha había
tomado proporciones aterradoras. No
obstante, de la contienda resultó un
hombre muerto, cuatro heridos graves,
dieciocho de pronóstico reservado y
catorce leves».
Original de «Las capeas trágicas» en Las
Ocurrencias, número 72 (20 de septiembre de
1912)
NAVAJAZOS Y
NAVAJEROS
LUIS BONAFOUX
Incluido en Gotas de sangre (1910)
a sangrienta aventura que ha

L corrido nuestro compatriota


Ivon —que no sé cómo siendo
español pudieron ponerle semejante
nombre en la pila bautismal, ni cómo ha
podido seguir llamándose así durante
veinticinco o treinta años— probará una
vez más a los incautos mancebos que
París no es Madrid y que la place
d’Italie no es la puerta del Sol.
Como no hay gentes que se den peor
fama que los españoles, resulta que
nosotros mismos hemos circulado en
París la burda especie de que por un
quítame allá estas pajas empalmamos la
navaja y le tiramos un viaje al
mismísimo lucero del alba, y París cree
—o creía, porque ya se va convenciendo
de lo contrario— que somos unos
matadores atroces. Luego viene un Ivon
a darse un paseo por los bulevares, se
corre hasta la place d’Italie, los apaches
le dan quince navajazos y la policía se
lo lleva al hospital para que le hagan la
operación de la laparotomía. En una
semana, en una sola, París da más
navajazos que toda España, a pesar de
lo cual continuamos con la fama de
navajeros.
Los Ivones recién llegados se
exponen a morir porque no hacen caso
de las advertencias de los periodistas
españoles que residen en París. Cuando
llegué, hace diez años, a esta villa —
luminosa, exceptuando parajes como
place d’Italie, que está como la boca de
un lobo—, y di con el saco de mi ropa y
con el saco de mis huesos en el bulevar
Montparnase, porque está cerca de la
oficina que por entonces tenía
M. Garnier, alguien me advirtió que era
muy expuesto trasnochar en la avenida
del Maine, en la avenida de Orleans y en
otras calles contiguas a dicho bulevar.
Acepté de mala gana la idea de
tropezarme de noche a los apaches,
después de haber sufrido de día al editor
Garnier, y una vez, hablando con otro
amigo mío, Constantino Román, y con
otro que no he de nombrar, por lo que
luego se verá, pasó a la vera nuestra una
rubia, muy rubia y muy chula. El amigo
que he nombrado se puso en
movimiento, arrastrándonos a Román y a
mí, en persecución de la rubia, que yo
hubiera abandonado de buena gana, no
solo porque seguramente era una rubia
más, sino también porque iba
metiéndose en callejas tan laberínticas
como obscuras; y así llegamos a la calle
de Vanves, hizo alto la rubia,
desapareció como por escotillón en la
planta baja de una taberna, y momentos
después salieron de allí una docena de
bandoleros con casquetas altas y blusas
azules…
¡Y, naturalmente, nos interpelaron!
Contestoles algo, no más que por dejar
bien la negra honrilla, y acto continúo
emprendimos una retirada práctica, con
método y no exenta de decoro y
desenfado. Desgraciadamente, hubo una
víctima que lamentar. Al salir de la
calle, sin prisas, para que no se dijera,
pero con un canguelo horroroso, Román
y yo notamos la ausencia de nuestro
compañero. El infeliz se había detenido
en el lugar del siniestro, de palique, y
pidiendo no sé qué explicaciones a los
apaches, quienes, tratándole con singular
desdén, se limitaron a darle unos
coscorrones horrorosos con unas bolas
de hueso. Para despedirlo largáronle,
además, un puntapié, y el hombre nos
dijo a Román y a mí:
—Esos tipos, con tanta fama, no
valen na. Si les doy yo, con la fuerza que
tengo, los puntapiés que me han dado a
mí, ¡los hago polvo!…
No, no somos tan asesinos ni tan
terribles como cuenta la fama, y prueba
de ello es que el desgraciado Ivon, sin
un arma cualquiera para defenderse, se
arriesgó a pasar, a hora avanzada de la
noche, la peligrosa plaza de Italia.
Por supuesto que igual resultado
habría tenido aunque hubiese llevado a
cuestas una armería. Porque los otros,
asesinos de condición, y por tanto
cobardes, eran, como de costumbre,
ciento y la madre. Los italianos, que son
muy previsores, van en patrulla por esos
sitios, y con ellos no hay caso. Porque
ninguno necesita hacer picadillo a la
víctima, como los apaches a Ivon. El
italiano no da más que una puñalada. Y
basta…
Enfrentamientos armados entre carlistas y
revolucionario en Las Ocurrencias (2 de junio
de 1911)
SELECCIÓN DE
PORTADAS DE
LAS OCURRENCIAS
ACTO TERCERO:
MARRUECOS SALVAJE
Legionarios mostrando cabezas cortadas de
rifeños. Fotografía incluida en Abd-el-Krim.
Main Krieg gegen Spanien und Frankreich
de C. Reissner (1927)
DIARIO DE UN TESTIGO
DE LA GUERRA DE
ÁFRICA (1859)

(FRAGMENTO)

PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN


la vista de África. A bordo,

A 12 de diciembre, por la
mañana. Quedé anoche en
medio de las tinieblas y de las olas,
entre Europa y África, entre la paz y la
guerra, vacilante el ánimo a merced de
encontrados afectos, y hasta ignorando a
qué puerto nos dirigíamos.
Todo desapareció con las tinieblas
de la noche; y, al rayar el alba del día de
hoy, fijóse el cuadro que ensoñaba en
indefinible expectativa, y que ahora no
se cansan de contemplar mis ojos.
En torno nuestro se dilataba el mar,
plateado por la agonizante luna y
sonrosado hacia levante por el reflejo
de la aurora. Los veinte vapores de
nuestra escuadra estaban esparcidos en
una legua de radio, ostentando cada cual
una pálida luz en el tope del palo mayor,
menos la nave capitana, que se
distinguía por otra luz colocada en el
trinquete. A nuestra izquierda se
percibía un elevadísimo peñón, que
salía bruscamente de entre las aguas,
partido verticalmente en dos mitades…
¡Era Gibraltar! Por la parte de proa
dilatábase hasta perderse de vista un
brazo de agua, semejante a
poderosísimo río…
¡Era el Estrecho; el camino del
Océano; la temerosa puerta del por
tantos siglos desconocido Occidente! A
nuestra derecha, por último, alzábase
entre la bruma matutina un extenso y
bravío litoral, erizado de formidables
rocas, que se perdían de vista hacia
levante, y que, por el lado de poniente,
terminaban en otro peñón parecido al de
Gibraltar… ¡Era la costa de África! ¡Era
Ceuta!
No diré mi rubor al contemplar la
colonia extranjera enclavada en
territorio español; no recordaré la
historia de las vicisitudes por qué ha
pasado aquel peñón aborrecido, ni la
manera como llegó a manos de sus
actuales poseedores… ¡Permítaseme,
por el contrario, apartar de sus
artilladas cumbres mi triste y rencorosa
mirada, y fijarla con mayor o menor
equidad, pero siempre con júbilo y
ufanía, en la ciudad de Ceuta y en su
campo!…
Decía que estaba acabando de
amanecer… En tal momento percibimos
lejano y confuso clamor de cometas y
tambores, y luego los entremezclados
ecos de muchas músicas militares. ¡Era
la diana del campamento español!…
Mi corazón retembló de amor y de
alegría. ¡Al fin encontrábamos a
nuestros hermanos! ¡Allí estaban! ¡Salud
a los valientes que ya habían luchado
por la patria, y cuyas proezas habíamos
festejado al lado de sus familias!
¡Gloria y paz a los muertos en el campo
del honor!
El sol apareció, por último, y a sus
primeros resplandores divisamos la
fortaleza del Hachó: después el famoso
Presidio, recinto de la expiación y de la
tristeza, visión de los insomnios de
tantas madres y esposas e hijas de
infelices penados, y, finalmente, la
ciudad de Ceuta, dispuesta en escalones,
graciosa y bella en su conjunto, rodeada
de jardines, y huertos, y limpia y
cuidada como todos los pueblos
encerrados en estrechos límites.
Luego, al otro lado de sus recias
murallas, vimos una verde pradera,
teatro ayer de las algaradas y
provocaciones de los moros, y
perteneciente a España desde hace un
mes… En aquella pradera pacían
tranquilamente muchas vacas (propias
de nuestra administración militar), y por
cierto que la bucólica quietud de
aquellos animales chocaba a la vista y a
la imaginación, preparadas a cuadros
trágicos y tumultuosos.
Más allá distinguimos como otro
rebaño blanco que formaba líneas
regulares en la ladera de una colina:
encima de este se veía otro más
numeroso, y después otro mayor,
rodeando un gran edificio medio
arruinado, en una de cuyas torres
ondeaba la bandera española…
¡Aquellos rebaños eran las tiendas de
campaña de nuestro ejército, acampado
en las alturas del Otero y al lado del
Serrallo!
Filialmente, cerraba este pintoresco
cuadro una doble cadena de montañas,
verde la de delante y blanca y escarpada
la de detrás, hendida esta verticalmente
en su parte más abrupta. ¡Aquella
hendedura era el temido Boquete de
Aughera!
En cuanto al nombre de todas las
alturas que he citado, y que, arrancando
de la misma orilla del mar, van a
eslabonarse con las derivaciones del
atlas, nuestra historia lo registra ya con
letras de sangre: se llaman
colectivamente Sierra-Bullones, y son el
lugar de los reñidos combates en que
hace un mes se cubre de gloria nuestro
ejército.
Tal fue el espectáculo que
contemplamos esta mañana al salir el
sol… y que, lo repito, no nos hemos
cansado todavía de mirar… Ahora, que
son las nueve de la mañana, recibimos
al fin la orden de desembarco… ¡Una
idea culminante me domina en tan
solemne momento!… ¡Voy a pisar el
suelo de África!
Al saltar en tierra.
Teneo te, África. ¡Estoy en
ÁFRICA!… Es decir, no solo me
encuentro fuera de España, si no fuera
de Europa; en otro continente, en otra de
las cinco partes en que se divide nuestro
planeta.
PERDERSE EN
MARRUECOS
PABLO COLOMER
Legionarios y soldados de la policía indígena
del general Cabanellas enseñan como trofeo la
cabeza cortada de un líder moro (Mundo
Gráfico, 19 abril de 1922)
¿Q uétodotienedegenere,
que suceder para que
se pudra, se
envilezca? ¿Cómo pasamos de los
cuadros de Fortuny, con sus grandes
angulares limpios, sus trazos coloristas,
al horror expresionista, kafkiano del
Guernica? ¿De la prosa épica,
donairosa de Alarcón a la casquería
atropellada y chulesca de Santa Marina?
¿Cómo pasa un país de Espartero a
Franco? ¿Del heroísmo sencillo de los
héroes de Baroja al fanatismo impío de
las bestias de Chaves Nogales? ¿Cómo
degenera el nacionalismo en
imperialismo, el imperialismo en
jingoísmo, el jingoísmo en fascismo?
¿Cómo pasan los militares de un país
civilizado, ¡europeo, decimonónico!, de
honrar al enemigo muerto a gasear al
enemigo vivo? ¿Cómo se va a la mierda
todo? ¿Cómo se llega, cómo llegamos a
Millán Astray?
José Millán Astray y Terreros,
quintaesencia de lo macabro en España,
de la cultura de la muerte y lo salvaje.
Atado para siempre a ese oxímoron
necrófilo, demencial —¡Viva la muerte!
— que, por lo visto, nunca pronunció:
no ante Unamuno, no aquel día. Sí,
españoles, ahora resulta que Millán
Astray no gritó a Unamuno, en el
paraninfo de la Universidad de
Salamanca, el 12 de octubre de 1936,
sus míticas «¡Muera la inteligencia!
¡Viva la muerte!». No, el general
rebelde fue más comedido y espetó al
rector salmantino un modesto «¡Muera la
intelectualidad traidora!». Que no está
mal, pero que no tiene los ecos
wagnerianos de los anteriores. ¿Qué
cabreó a Millán Astray, por cierto? De
Unamuno, todo y nada, suponemos.
Quizá su mera existencia, trágica y
monumental, vivísima, insoportable para
alguien como Millán Astray, que solo
veía naturaleza muerta a su alrededor,
sobre todo cuando se miraba al espejo.
A Unamuno la muerte, sin embargo, le
sentaba muy bien. Pero no fue esto lo
que cabreó al general rebelde aquel 12
de octubre. En sus palabras de aquel día
de la raza, con los hombres de Franco a
tiro de piedra de Madrid, Unamuno se
despachó a disgusto contra el concepto
de antiespañoles que manejaban los
sublevados —los catalanes eran
antiespañoles, los vascos eran
antiespañoles, los marxistas eran
antiespañoles— y contra la brutalidad
agresiva e incivil de los militares. Pero
tampoco fue esto lo que colmó el vaso
de la paciencia de Millán Astray. Lo que
detonó al general rebelde fue algo más
mundano: una mención a José Rizal,
héroe de la independencia de Filipinas,
citado por Unamuno como ejemplo de
hispanidad. ¿Un vendepatrias ejemplo
de hispanidad? Millán Astray era
veterano de aquella guerra, entre otras, y
consideraba a Rizal —que murió
fusilado— un traidor a España. Así,
cuando Unamuno elogió a Rizal no es de
extrañar que a Millán Astray se lo
llevasen los demonios, unos demonios
con los que convivía desde hacía cuatro
décadas. Desde que puso un pie en
Filipinas, con 17 años; voluntario y
voluntarioso. Los españoles, por cierto,
nos acordamos mucho de Cuba y poco
de Filipinas. Pero fue allí, en la guerra
de Filipinas, donde yo creo que
comenzó a joderse todo.
O quizá no. Quizá todo se fue a la
mierda un poco antes, en Marruecos.
Marruecos: el Vietnam español, por
simplificar. La comparación es
sugestiva, poderosa, pero hay una
salvedad: España ganó en Marruecos;
sí, ganó en 1860, ganó en 1894, ganó en
1909 y ganó en 1926. Entre victoria y
victoria, sin embargo, España lo fue
perdiendo todo: el imperio, la
autoestima, la decencia y, por último, la
cordura. España se perdió a sí misma en
Marruecos, recorriendo el camino
violento que va del nacionalismo al
colonialismo, del colonialismo al
imperialismo y del imperialismo al
fascismo. Como colofón, cuando los
españoles ya no tuvieron más moros que
matar, se mataron a sí mismos. Ya lo
advertía Pedro Antonio de Alarcón en su
Diario de un testigo de la guerra de
África: el colonialismo era una misión
providencial de la que España no podía
quedarse fuera, un «horizonte en que
desenvolver la actividad de nuestro
pueblo, que no siempre ha de estar
condenado a destrozarse en guerras
civiles».
Y así fue durante más de medio
siglo. Todo comenzó en 1859, con un
par de escudos mancillados. Ese año, el
gobierno presidido por O’Donnell firmó
un acuerdo con el sultán de Marruecos,
Mohamed IV, para tratar de evitar los
ataques que, desde los años cuarenta,
venían produciéndose contra las
posesiones españolas en el norte del
país. España contaba entonces con cinco
plazas de soberanía: Ceuta, Melilla, las
islas Chafarinas, las islas Alhucemas y
el peñón de Vélez de la Gomera. En
total, poco más de treinta kilómetros
cuadrados que los cabileños sentían —
sobre todo en los casos de Ceuta y
Melilla— como una afrenta cotidiana.
El sultán de Marruecos se comprometió
a contener a los habitantes del bled siba,
o tierra insumisa, una región
históricamente díscola —no solían
pagar sus impuestos—, pero fracasó.
Poco después de la firma del acuerdo,
España comenzó a levantar un fortín a
las afueras de Ceuta, en los conocidos
como «campos del moro», y a los
cabileños, claro, no les gustó. En agosto,
un grupo asaltó el fuerte y arrancó un
escudo con las armas de España,
labrado en piedra, y lo arrojó al mar, o
quizá defecaron en él, no está claro. Dos
semanas después, los cabileños
repitieron ataque —escudo de armas
incluido— y en España prendió la
indignación. El general O’Donnell,
también ministro de la guerra, vio la
oportunidad de dar un golpe de
autoridad, cabalgando la ola de
patriotismo que comenzaba a formarse
en el horizonte, y exigió al sultán un
castigo ejemplar para los agresores. En
septiembre, el cónsul español en Tánger
presentó un ultimátum a Marruecos,
exigiendo la reposición de los escudos,
que estos fueran saludados por las
tropas del sultán y que los autores de los
ataques fuesen castigados en Ceuta ante
la guarnición española. La respuesta de
Marruecos fue tibia, dilatoria. El 22 de
octubre O’Donnell propuso al Congreso
declarar la guerra y los 187 diputados
presentes secundaron la propuesta por
unanimidad. Los españoles recibieron la
nueva de la guerra con alborozo. La ola
de patriotismo anegó el país, algo que
no se veía desde la guerra de la
independencia contra los franceses.
Carlistas y liberales, vascos y catalanes
corrieron a enrolarse. Otros, no pocos,
pagaron para no tener que hacerlo.
O’Donnell reunió un ejército de cuarenta
y cinco mil hombres, a cuyo frente se
puso él mismo.
La guerra duró unos meses y, como
todas, fue un éxito y un fracaso.
Conquistamos Tetuán y ocupamos el
puerto de Tánger, derrotando por el
camino no solo a los «moros del Rey»,
también a los más curtidos rifeños. Pero
el precio a pagar fue alto: murieron más
de cuatro mil españoles, tres cuartos a
causa del cólera y la disentería; a lo que
hay que sumar unos cinco mil heridos.
De vuelta en España, el fervor patriótico
calentó los corazones de los veteranos
de África que, a la espera de un gran
desfile triunfal por la capital, acamparon
en la dehesa de Amaniel, al norte de
Madrid. Con los cañones capturados a
los moros fundimos los leones del
Congreso. Mientras, los meses pasaban
y el desfile no se producía. La fiebre
imperialista fue remitiendo y el
campamento pasó de provisional a
permanente. Al nuevo barrio se le acabó
llamando el Tetuán de las Victorias;
luego, Tetuán, sencillamente. Aquellos
soldados nunca desfilaron por Madrid.
La llamada guerra de África fue una
guerra de honor, de prestigio,
decimonónica e insustancial. Una guerra
por dos «marmolillos» que ya mostró
las miserias del ejército español —mala
planificación, mal aprovisionamiento,
mala memoria: los muertos por cólera se
enterraban de tapadillo para no
desmoralizar a los supervivientes— que
tan letales resultarían décadas más
tarde. Una guerra sangrienta, pero no
salvaje, que contrasta con lo que vino
después.
En Monte Arruit, por ejemplo, la
guinda del pastel del desastre de
Annual. Saltamos a julio de 1921,
cuando lo que queda del ejército del
general Silvestre, después de retirarse
del campamento avanzado de Annual,
busca refugio en la posición de Arruit, a
treinta kilómetros de Melilla. Al mando
está el general Navarro porque Silvestre
se ha pegado un tiro en Annual, cuando
ya todo estaba perdido y aquello era el
sálvese quien pueda. El 29 de julio
Navarro y sus hombres llegan a Monte
Arruit y allí quedan sitiados por los
rifeños de las cabilas de Beni Bu Ifrur,
Metalza y Beni Bu Yahi. Tres mil
españoles, la mayoría soldados de
reemplazo, exhaustos, desmoralizados,
con escasas provisiones y sin agua. Sí,
como en el Álamo, pero sin Hollywood
para recordárnoslo. Pasan los días y el
socorro no llega, mientras los moros
cañonean la posición sin cesar. Salir de
aguada es un suicidio, pero se sale, un
día tras otro. Hay deserciones,
espoleadas por el hambre y la sed. Los
muertos se acumulan. Desesperado,
después de dos semanas de asedio,
Navarro pacta con los jefes de las
cabilas la rendición. Esta se produce el
11 de agosto. Los españoles deponen las
armas y comienzan a abandonar la
posición. De pronto, los rifeños atacan.
A Navarro lo respetan, cayendo
prisionero junto a otros oficiales y
algunos soldados. Al resto de españoles,
no: sus cadáveres quedan desnudos,
mutilados, insepultos durante mes y
medio. Unos dos mil muertos.
¿Cómo se empieza mancillando un
escudo y se acaba pasando a cuchillo a
un hombre desarmado, mancillando
luego su cadáver? Supongo que todo es
empezar. Y que el descenso es, por lo
general, paulatino, progresivo, con
saltos al vacío de tanto en tanto. Más de
sesenta años de conflicto acaban dando
mucho de sí, en cuestión de horrores.
Así, de primeras, me recuerda a la
degeneración de la Primera Guerra
Mundial, que comenzó como una cacería
de verano en el campo, con los soldados
franceses vestidos con uniformes de
colores vivos —parecidos en su viveza
a los uniformes de los voluntarios
catalanes que pintó Mariano Fortuny en
su cuadro de La batalla de Wad-Rass,
Fortuny acompañó al ejército de
O’Donnell comisionado por la
diputación de Barcelona, una especie de
corresponsal de guerra pictórico, con
una misión, claro, publicitaria, que el
tono épico del cuadro corrobora—;
decía, la Gran Guerra, que comenzó
cargada de épica, de romanticismo, y
acabó encallada en el barro, bajo un
capote de miseria gris, un punto cubista,
con los bandos atrincherados
masacrándose sin contemplaciones. En
Marruecos los bandos también se
atrincheraron, si no físicamente —que
también, véanse los blocaos—, sí
moralmente. Campaña a campaña, el
conflicto degeneró sin remedio.
Supongo que el espíritu de la época
no ayudaba. Son tiempos de chovinismo,
de imperialismo, de jingoísmo; de
misiones civilizadoras, eugenesia,
limpiezas étnicas y genocidios; de la
supervivencia del más fuerte, cuando la
fuerza se confundía con la crueldad;
tiempo de superhombres —y de
infrahombres, por tanto—; de espacios
vitales cada vez más amplios y de
espacios mentales cada vez más
estrechos; de los primeros campos de
concentración, por llamarlos de algún
modo: en Suráfrica, en Estados Unidos,
en Argentina, ¡en Cuba!; tiempos de
Nietzsche, de Spencer, de Sabino Arana.
Tiempos para la deshumanización, en
definitiva, no solo del arte.
Ya lo dijo Freud y lo recordó
Adordo: la civilización engendra por sí
misma anticivilización.
En Marruecos, el siguiente conflicto,
el de 1893, anuncia lo que vendrá más
tarde. El salto cualitativo es evidente.
De nuevo, el detonante es una
fortificación, en este caso a las afueras
de Melilla; las obras del fortín español
violan suelo sagrado: el morabito de
Sidi Aguariach, «la tumba de un santón»,
en palabras del historiador y crítico
literario José Carlos Mainer. Los
rifeños atacan la posición y los
españoles responden. Días después,
suponemos que por error, la artillería
española destruye una mezquita y la
rebelión de los rifeños se convierte en
yihad. Los cabileños acaban cercando
Melilla. En esta ocasión, la pieza que se
cobran es de caza mayor, nada de
escudos de armas: en el asedio matan de
un tiro al mismísimo gobernador de la
ciudad, el general García y Margallo,
bisabuelo del exministro de Asuntos
Exteriores García-Margallo, por cierto.
Y yo me pregunto: cuando has declarado
una guerra por dos escudos, ¿qué tienes
que hacer cuando te matan un general a
las primeras de cambio?
Uno de los soldados que participó
en la campaña de 1893-1894, Manuel
Ciges, futuro periodista, escritor y
político —y padre del actor Luis Ciges,
las vueltas de la vida—, cuenta que al
embarcar en Barcelona rumbo a Melilla
unas muchachas gritaban enfervorizadas:
«¡Traednos las orejas de un morito!».
Supongo que de eso se trata: matadlos a
todos, y matadlos bien. Cuando la guerra
ya no es suficiente, ¿qué queda? Las
orejas, eso queda.
Ciges no disparó un solo tiro en
Marruecos, sirviendo de ejemplo a su
hijo Luis, que continuó con la tradición
familiar en Rusia —ser una buena
persona y un mal soldado—, enrolado el
futuro actor en la División Azul para
expiar los pecados de su padre, al que el
golpe de Estado de 1936 lo pilló como
Gobernador civil de Ávila y a los pocos
días fue fusilado. Antes, en Marruecos,
Ciges padre fue testigo de que el
conflicto hispano-marroquí se resistía a
dejar el siglo XIX atrás: un compañero
de Ciges, un tal Farreu, fue fusilado, en
este caso por acceder a la petición de
las muchachas del puerto de Barcelona:
el muchacho le había cortado las orejas
a un moro.
En Cuba y en Filipinas, mientras
tanto, las autoridades militares no se
andaban con tantos miramientos ante los
desmanes de sus subordinados. De
hecho, en algunos casos los alentaban.
Ahí está el general Polavieja, veterano
de la guerra de África —fue herido en la
batalla de Wad-Rass— y de las de
Cuba. En los ochenta, Polavieja fue
gobernador del departamento de Oriente
en la isla, donde ganó fama de «duro e
implacable». Además de adaptar el
ejército a la guerra de guerrillas,
Polavieja levantó en Cuba una amplia
red de informantes y espías. Su obsesión
era saber en qué andaban sus
adversarios. Y si hacía falta torturar,
pues se torturaba. De regreso a España,
ayudó a sofocar las revueltas en
Andalucía provocadas por la sociedad
anarquista conocida como Mano Negra.
Y en Filipinas, donde solo estuvo cuatro
meses, este militar «cruel y enérgico»
replicó el modus operandi. Sus
subordinados encarcelaban, torturaban y
fusilaban a los enemigos de la patria; a
veces, también a los amigos. Es el caso
de Rizal, acusado de rebelión, sedición
y asociación ilícita. Nada más llegar a
Filipinas, Polavieja mantuvo la condena
a muerte de Rizal, a todas luces un
error: el amigo de Unamuno se oponía a
la lucha armada y defendía la autonomía
de Filipinas, no su independencia. Su
muerte lo convirtió en un mártir, dando
nuevas alas a la insurrección.
La de Polavieja era una lucha contra
los elementos: independentistas en Cuba
y Filipinas, anarquistas en Andalucía…
Me pregunto qué habría conseguido en
Marruecos, donde España dio un salto al
vacío en 1906, empujada por el
enfrentamiento entre Francia y
Alemania, comprometiéndose a ocupar
(y ocuparse) del norte del país. «Mejor
españoles que alemanes», debieron de
pensar franceses y británicos. El reparto
formal de Marruecos llegó en 1912, con
la creación del protectorado, pero antes
España ya pudo saborear lo que
significaba entrar de lleno en
Marruecos, en busca de ese «Ultramar
no ingrato». En los combates sangrientos
y salvajes de Ait Aixa y del Barranco
del Lobo, por ejemplo, remate este
último de la Semana Trágica de
Barcelona, que empezó con motines
contra la movilización de reservistas
para el matadero marroquí y acabó en
revuelta anticlerical, con la quema y
destrucción de iglesias, colegios de
curas y conventos.
Durante la Primera Guerra Mundial,
España mantuvo un perfil bajo en el
protectorado. Fueron años de levantar
escuelas, hospitales y carreteras; y,
sobre todo, años de hacer caja, repartida
esta entre la Sociedad de Minas del Rif
y la Compañía del Norte Africano, con
políticos del más alto nivel —
Romanones, por ejemplo— con
intereses comerciales en juego. El
general Aizpuru, «activo, humanitario,
lúcido y resuelto», asume el mando de la
comandancia de Melilla, mientras
España se sumerge en la política de las
cabilas, tejiendo y destejiendo alianzas
para asegurarse la paz y algunas
victorias. Aquí emerge como aliado Abd
el Krim, al que de todos modos, durante
un tiempo y a petición de los franceses,
mantuvimos encarcelado. En el Rif no te
podías fiar de nadie, y menos de los
españoles.
Terminada la Gran Guerra, los
reveses para España se suceden. En
enero de 1920, el general Silvestre es
nombrado comandante general de
Melilla. Tiene experiencia sobre el
terreno, pero es temerario y ufano; en
resumen, un optimista pésimo. La cosa
no pinta mejor en la península: en mayo,
Luis de Marichalar y Monreal, vizconde
de Eza, es nombrado ministro de la
Guerra. No tarda en realizar una visita
de inspección a Marruecos, justo un año
antes del desastre de Annual. El abuelo
de Álvaro y Jaime de Marichalar
«entiende poco, pregunta menos, se
muestra atento y sonríe mucho». El ideal
de Ortega y Gasset —que «se hablara de
Marruecos en todos los ministerios
menos en los de Guerra y Marina»—
está lejos de cumplirse.
Los siguientes meses, el general
Silvestre los dedicará a espolvorear la
tierra ácida y reseca del Rif —pienso en
la piel de los limones olvidados en el
estómago inclemente de mi nevera, en el
pan cocido y endurecido que daban a los
condenados a galeras, al que llamaban
bizcocho o costra— con soldados de
reemplazo y animales, blocaos, puestos
avanzados y delicadas líneas de
aprovisionamiento. Son meses de tentar
a la suerte y cabalgar el alambre.
Silvestre va en busca de una victoria
definitiva: la bahía de Alhucemas; tan
lejos, tan cerca. Agazapado, el desastre
espera. Las señales se suceden, pero
Silvestre opta por ignorarlas y en julio
de 1921 el castillo de naipes se viene
abajo. Prefiero no detenerme en ello —
sirva como botón de muestra lo de
Monte Arruit—, aunque Annual da para
mucho. Sí me interesan, aquí y ahora, las
consecuencias de Annual, los cachorros
destetados en Annual. Me interesan
Franco y Millán Astray.
En Annual, además de un régimen,
muere también un ejército. Y de sus
cenizas nace otro: profesional,
despiadado, eficaz. El 12 de agosto, el
alto comisario de Marruecos, el general
Berenguer, informa a Marichalar de la
carnicería de Monte Arruit, sin darle una
cifra aproximada de bajas; no la sabe,
aunque la sospecha, claro. A Melilla
solo han llegado sesenta y nueve
«espectros», y los prisioneros suman
dieciocho, Navarro incluido. En
resumen, faltan tres mil hombres. Ese 12
de agosto, el ministro y el alto comisario
acuerdan el empleo de la guerra química
en Marruecos. «Siempre fui refractario
al empleo de los gases asfixiantes contra
los indígenas, pero después de lo que
han hecho y de su traidora y falaz
conducta, he de emplearlos con
verdadera fruición», afirma Berenguer.
Dos meses y medio después, el 24
de octubre de 1921, durante la campaña
de reconquista del territorio perdido tras
el desastre, una columna llega por fin a
Monte Arruit. En ella va el comandante
Franco, de la primera Bandera de la
Legión, que en su Diario de una
Bandera renuncia a «describir el
horrendo cuadro que se presenta a
nuestra vista». «La mayoría de los
cadáveres han sido profanados o
bárbaramente mutilados —escribe
Franco—. Los hermanos de la Doctrina
cristiana recogen en parihuelas los
momificados y esqueléticos cuerpos, y
en camiones son trasladados a la enorme
fosa».
Esta es la educación sentimental que
recibe Franco en Marruecos. Parecida,
supongo, a la que recibió Millán Astray
en Filipinas, de donde el futuro fundador
del Tercio de Extranjeros regresó con
varias condecoraciones y una idea
truculenta de la vida. Allí luchó cuerpo
a cuerpo, a la bayoneta, y según he leído
en algunas biografías apresuradas, allí
se embebió del culto japonés a la
muerte. Del Bushido o camino del
samurái, cuyo código de honor intentó
inocular, con mayor o menor fortuna, en
el credo del Tercio. Así visto, y ahora
que los tenemos juntos, Millán Astray,
comparado con Franco, se me antoja un
romántico, un místico de tendencias
necrófilas, eso sí, un hijo de puta
sentimental, pero no un psicópata.
Franco, en cambio… El generalísimo es
un monstruo ininteligible, inaprensible,
por muchas biografías que le echemos
encima. Cuenta la leyenda negra —me lo
cuenta un amigo, al que se lo contó un
librero del Rastro de Madrid, que lo
leyó en un Blanco y Negro de la época,
en fin—, la leyenda blanquinegra, que
cuando Franco asume el mando del
Tercio oye a dos legionarios quejarse
del rancho. Los legionarios son
condenados a muerte y sus cabezas
ensartadas en picas a la entrada del
c a mp a me nto . Here’s Johnny! El
psicópata en jefe. Miss Canarias 1936.
Los psicópatas… ¿Nacen? ¿Se
hacen? Psiquiatría aparte, a raíz de los
reveses en Marruecos, España montó
dos talleres: uno de gases en Melilla y
otro de psicópatas en Ceuta, el ya
mencionado Tercio de Extranjeros, esto
es, la Legión. Su fundador y primer
comandante, ya lo hemos dicho, es
Millán Astray, que no tarda el ponerle
música y letra, adaptando un charlestón
—Soy el novio de la muerte— que oye
cantar a la cupletista Lola Montes en
Melilla. Pero es Franco quien, como
hemos visto, le da alas, cogiendo las
riendas del cuerpo entre 1923 y 1926. Y
Luys Santa Marina el que le pone
literatura con Tras el águila del César,
obra no apta para almas sensibles, pero
que no deja de ser importante, según
Mainer, en la perra historia de las letras
españolas. Publicada en 1924, «está
salpicada de cabezas de mojamés
cortadas, de actos de heroísmo y de
abyección, de destinos trágicos y
fusilamientos de desertores». Un
fragmento: «Quedamos quince.
Rematamos a machetazos a los heridos
moros, y como se hacían los muertos,
para evitar olvidos, acuchillamos a
todos. Se terminó. Algunos les cortaban
las cabezas. Otros limpiábamos la
sangre de las bayonetas en las chilabas.
Hacía mucho sol. Tenía sed». Según el
filólogo Jorge Urrutia, Santa Marina
inaugura para nuestra cultura
contemporánea una literatura en la que
«la violencia no es pura anécdota, sino
sentido profundo de la vida española».
Mientras los legionarios saciaban su
sed de sangre y aventuras en los cuerpos
de los moros, los generales africanistas
daban rienda suelta a su sed de venganza
a los mandos de una maquinaria de
guerra nunca más decimonónica, sino
plenamente moderna, soberbia y
deshumanizada. Detengámonos en la
guerra química, por ejemplo. Los
franceses ya usaron iperita o gas
mostaza en 1920, en Fez. Y el Ejército
Rojo lo empleó, por orden de Lenin,
para aplastar la revuelta campesina de
Tambov en 1921. Pero fue España quien
llevó la guerra química un paso más
allá, antes de que la sociedad
internacional condenase su uso en 1925
mediante el Protocolo de Ginebra.
Durante la Primera Guerra Mundial,
ninguno de los combatientes (y mira que
le echaron imaginación a esto de matar)
se atrevió a utilizar agresivos químicos
vía aérea, solo mediante la artillería.
Los españoles fuimos los primeros en
hacerlo: el 13 de julio de 1923, la
aviación española arrojó dos bombas de
gases (iperita, probablemente) sobre
Amesauro, de la cabila de Tensaman, en
rigurosa primicia mundial. Luego
siguieron otras incursiones sobre
poblados rifeños con bombas
rompedoras, de trilita e incendiarias.
Me pregunto qué habríamos hecho
los españoles con napalm. Porque
también corresponde a un español el
honor de ser el primero en concebir el
concepto de bombardeo en alfombra, o
de saturación, para destruir
sistemáticamente el potencial enemigo,
sea en el frente o en la retaguardia.
Pensemos en Guernica. O en Dresde. El
alto comisario Silvela solicitó en 1923,
sin éxito, bombardear los poblados de
cabilas de Tensaman y Beni Urriaguel
con bombas de trilita, y las cosechas con
bombas incendiarias. Silvela pidió que
no quedase «un metro sin batir», pero su
solicitud fue denegada por falta de
medios, que no de ganas.
Antes, los cabileños ya tuvieron
oportunidad de comprobar la que se les
venía encima en el zoco de Bu Hermana,
de la cabila de Beni Said. Todas las
semanas más de 4000 rifeños se
acercaban hasta el fondo del barranco
del monte Mauro, donde se celebraba el
zoco, para comprar y vender
mercancías. Este fue localizado gracias
a fotografías aéreas y confidencias
recibidas por los servicios de
información, que habrían hecho las
delicias del general Polavieja. El 22 de
enero de 1922 una escuadrilla despegó y
enfilo el zoco con los motores reducidos
al mínimo de vueltas para no ser
advertidos. «Cada avión lanzó dos
bombas que explotaron en el centro del
mercado, y después de varias pasadas
en cadena, terminaron haciendo fuego
con sus ametralladoras —escribe el
historiador militar Salvador Fontenla—.
Las bajas producidas en el zoco
ascendieron a 260, entre muertos y
heridos, y el efecto moral sobre la
cabila de Beni Said fue demoledor».
Y así, por tierra, mar y aire, a sangre
y fuego, los españoles llegamos (¡Alahu
Akbar!) hasta la bahía de Alhucemas,
donde en 1925 realizamos el primer
desembarco anfibio moderno con la
ayuda de Francia. Al frente de las tropas
iba el presidente del gobierno, Miguel
Primo de Rivera, a la manera de
O’Donnell; como se ve, más de 60 años
después, las cosas seguían igual en
ambas orillas del Mediterráneo. Para
cuando el Protocolo de Ginebra es
ratificado por España, en 1929, ya
hemos vuelto a ganar en Marruecos. Por
el camino han quedado, sin embargo,
miles de muertos, millones de pesetas y
un régimen, la monarquía, cuyo apoyo a
la dictadura de Primo de Rivera —cuyo
primer objetivo fue poner orden en el
protectorado— señaló el principio del
fin para la dinastía Borbón.
La guerra, de todos modos, no
termina aquí. ¿Terminan alguna vez,
acaso? La mecha volverá a prender en
Marruecos, pero en esta ocasión la
contienda —urdida por veteranos de las
campañas africanas— cruzará el
Estrecho y estallará en la cara de los
españoles. A Millán Astray, el golpe de
Estado de 1936 lo pilla en Buenos
Aires, dando una conferencia, pero
regresa de inmediato a la península, vía
Lisboa, para ponerse a las órdenes de
los generales rebeldes. Por lo visto, el
fundador del Tercio no participó en la
conspiración. Ni falta que le hacía.
Retirado del ejército, no estaba para
muchos trotes: la Legión había sido
generosa con él, concediéndole todos
sus deseos; entre ellos, un tiro en la cara
que lo dejó tuerto, sordo de un oído y
con vértigo cada vez que giraba el
cuello. Cuidado con lo que le pides a la
vida, supongo. Unamuno lo vio claro
aquel 12 de octubre de 1936, apoteosis
intelectual de la España macabra.
¿Qué pensaban aquellos que dieron
vivas a la muerte en el paraninfo? ¿Qué
pensaban O’Donnell y compañía cuando
decidieron lanzarse de cabeza,
insensatos, a la guerra en Marruecos?
¿Y todos los que vinieron detrás de
ellos, qué pensaban? ¿Qué pensó el
propio Unamuno, antes de rebelarse
contra todos, también contra sí mismo,
cuando apoyó el alzamiento?
A saber. Ante estas cosas, yo
siempre pienso en el relato de Ramiro
Pinilla titulado Julio del 36, donde un
viejo advierte a uno de sus nietos —
ansioso por echarse al monte con su
escopeta de caza— de lo que se
avecina: «Las guerras que empiezan no
se acaban nunca».
El viejo tiene razón.
Tribunal marroquí impartiendo justicia. Abajo:
Miguel Primo de Rivera visita a las tropas en
Marruecos
Montañas de cadáveres de soldados españoles
en la batalla de Annual, Marruecos (1921)
Españoles vestidos con ropa tradicional de
Marruecos (alrededor de 1921)
Vértice, número dedicado a Marruecos
(número 13, agosto de 1938).
En la página anterior: un
soldado español muerto en la
batalla de Annual, Marruecos,
en 1921, que se saldó con una
gran masacre de soldados
nacionales, por lo que se
conocería como el «desastre de
Annual». Enero de 1921. Meses
después de la batalla (julio-
agosto) los restos continuaban
dispersos
REO DE MUERTE
JOSÉ DÍAZ-FERNÁNDEZ
Página anterior: plaza de
Lavapiés (Madrid), 29 de
mayo de 1945, acto de
hermanamiento
hispanomarroquí. En las
imágenes se puede ver al
hijo mayor del Jalifa del
Protectorado, el Emir o
príncipe Muley el Mehdi,
colocando los brazaletes a
la nueva Centuria del Frente
de Juventudes madrileña del
Distrito Universitario
«Llano Amarillo». El líder
de la Centuria citó lo
importante del acto junto al
representante marroquí
«como homenaje al lugar
donde fue iniciado el
Movimiento liberador de
España y en homenaje
también a tantos hijos de
aquella hermosa tierra
marroquí que vinieron a dar
su sangre en un trance difícil
de nuestra patria». Tras
ello, el Emir fue nombrado
«jefe honorífico» de la
Centuria

Incluido en El Blocao
(1928)
uando llegamos a la nueva

C posición, los

la alambrada, con sus gorros


cazadores
estaban ya formados fuera de

descoloridos y sus macutos fláccidos.


Mientras los oficiales formalizaban el
relevo, la guarnición saliente se burlaba
de nosotros:
—Buen veraneo vais a pasar.
—Esos de abajo no tiran confites.
—¿Cuántos parapetos os quedan,
pobrecitos?
Pedro Núñez no hacía más que
farfullar:
—¡Idiotas! ¡Marranos!
La tropa saliente se puso en marcha
poco después.
Una voz gritó:
—¿Y el perro? Les dejamos el
perro.
Pero a aquella voz ninguno le hizo
caso, porque todos iban sumidos en la
alegría del relevo. Allá abajo, en la
plaza, les esperaban las buenas cantinas,
los colchones de paja y las mujeres
vestidas de color. Un relevo en campaña
es algo así como la calle tras una difícil
enfermedad. La cuerda de soldados,
floja y trémula, desapareció pronto por
el barranco vecino.
En efecto, el perro quedaba con
nosotros. Vio desde la puerta del
barracón cómo marchaban sus
compañeros de muchos meses, y
después, sin gran prisa, vino hacia mí
con el saludo de su cola. Era un perro
flaco, larguirucho, antipático. Pero tenía
los ojos humanos y benévolos. No sé
quién esa misma noche me tocó servicio
de parapeto y vi cómo el perro,
incansable, recorría el recinto,
parándose al pie de las aspilleras para
consultar el silencio del campo. De vez
en cuando, un lucero, caído en la
concavidad de la aspillera, se le posaba
en el lomo, como un insecto. Los
soldados del servicio de descubierta me
contaron que al otro día, de madrugada,
mientras el cabo los formaba, el perro
se adelantó y reconoció, ligero, cañadas
y lomas. Y así todos los días. El perro
era el voluntario de todos los servicios
peligrosos. Una mañana, cuando iba a
salir el convoy de aguada, se puso a
ladrar desaforadamente alrededor de un
islote de gaba. Se oyó un disparo y
vimos regresar al perro con una pata
chorreando sangre. Le habían herido los
moros. Logramos capturar a uno con el
fusil humeante todavía.
El practicante le curó y Ojeda le
llevó a su sitio y se convirtió en su
enfermero. El lance entusiasmó a los
soldados, que desfilaban ante el perro y
comentaban su hazaña con orgullo.
Algunos le acariciaban, y el perro les
lamía la mano. Solo para el teniente, que
también se acercó a él, tuvo un gruñido
de malhumor.
Recuerdo que Pedro Núñez comentó
entonces:
—En mi vida he visto un perro más
inteligente.
¿Recordáis, camaradas, al teniente
Compañón? Se pasaba el día en su cama
de campaña haciendo solitarios. De vez
en cuando salía al recinto y se dedicaba
a observar, con los prismáticos, las
cabilas vecinas. Su deporte favorito era
destrozarles el ganado a los moros. Veía
una vaca o un pollino a menos de mil
metros y pedía un fusil. Solía estudiar
bien el tiro.
—Alza 4. No, no. Lo menos está a
quinientos metros.
Disparaba y a toda prisa recurría a
los gemelos. Si hacía blanco, se
entregaba a una alegría feroz. Le hacía
gracia la desolación de los cabileños
ante la res muerta. A veces, hasta
oíamos los gritos de los moros rayando
el cristal de la tarde. Después, el
teniente Compañón murmuraba:
—Ya tenemos verbena para esta
noche.
Y aquella noche, invariablemente,
atacaban los moros. Pero era preferible,
porque así desalojaba su malhumor. El
teniente padecía una otitis crónica que le
impedía dormir. Cuando el recinto
aparecía sembrado de algodones, toda la
sección se echaba a temblar, porque los
arrestos se multiplicaban:
—¿Por qué no han barrido esto,
cabo Núñez? Tres convoyes de
castigo… ¿Qué mira usted? ¡Seis
convoyes! ¡Seis!
No era extraño que los soldados le
buscasen víctimas, como hacen algunas
tribus para calmar la furia de los dioses.
Pero a los dos meses de estar allí no se
veía ser viviente. Era espantoso tender
la vista por el campo muerto, cocido por
el sol. Una idea desesperada de soledad
y de abandono nos abrumaba, hora a
hora.
Algunas noches la luna venía a
tenderse a los pies de los centinelas, y
daban ganas de violarla por lo que tenía
de tentación y de recuerdo.
Una noche el teniente se encaró
conmigo:
—Usted no entiende esto, sargento.
Ustedes son otras gentes. Yo he vivido
en el cuartel toda mi vida. Siente uno
rabia de que todo le importe un rábano.
¿Me comprende?
El perro estaba a mi lado. El
teniente chasqueó los dedos y extendió
la mano para hacerle una caricia. Pero
el perro le rechazó, agresivo, y se apretó
a mis piernas.
—¡Cochino! —murmuró el oficial.
Y se metió en el barracón,
blasfemando.
Al otro día, en el recinto, hubo una
escena repugnante. El perro jugaba con
Ojeda y ambos se perseguían entre
gritos de placer. Llegó el teniente, con el
látigo en la mano, y castigó al perro, de
tal modo que los latigazos quedaron
marcados con sangre en la piel del
animal.
Ojeda, muy pálido, temblando un
poco bajo el astroso uniforme, protestó:
—Eso… eso no está bien, mi
teniente.
Los que veíamos aquello estábamos
aterrados. ¿Qué iba a pasar?
El oficial se volvió, furioso:
—¿Qué dices? ¡Firmes! ¡Firmes!
Ojeda le aguantó la mirada
impávido. Yo no sé qué vería el teniente
Compañón en sus ojos, porque se calmó
de pronto:
—Está bien. Se te va a caer el pelo
haciendo guardias. ¡Cabo Núñez!
Póngale a este servicio de parapeto
todas las noches hasta nueva orden.
Una mañana, muy temprano, Ramón,
el asistente del teniente, capturó al perro
por orden de este. El muchacho era
paisano mío y me trajo en seguida la
confidencia.
—Me ha dicho que se lo lleve por
las buenas o por las malas. No sé qué
querrá hacer con él.
Poco después salieron los dos del
barracón con el perro, cuidando de no
ser vistos por otros soldados que no
fueran los de la guardia. El perro se
resistía a aquel extraño paseo y Ramón
tenía que llevarlo casi en vilo cogido
del cuello. El oficial iba delante,
silbando, con los prismáticos en la
mano, como el que sale a pasear por el
monte bajo el sol primerizo. Yo les
seguí, sin ser visto, no sin encargar antes
al cabo que prohibiese a los soldados
trasponer la alambrada. Porque el rumor
de que el teniente llevaba al perro a
rastras fuera del campamento, saltó en
un instante de boca en boca. Pido a mis
dioses tutelares que no me pongan en
trance de presenciar otra escena igual,
porque aquella la llevo en mi memoria
como un abismo. Los dos hombres y el
perro anduvieron un buen rato hasta
ocultarse en el fondo de una torrentera.
Casi arrastrándome, para que no me
vieran, pude seguirlos. La mañana
resplandecía como si tuviese el cuerpo
de plata. De la cabila de allá abajo
subía un cono de humo azul, el humo de
las tortas de aceite de las moras. Yo vi
cómo el oficial se desataba el cinto y
ataba las patas del tierno prisionero. Vi
después brillar en sus manos la pistola
de reglamento y al asistente taparse los
ojos con horror. No quise ver más. Y
como enloquecido, sin cuidarme
siquiera de que no me vieran, regresé
corriendo al destacamento, saltándome
la sangre en las venas como el agua de
las crecidas.
Media hora después regresaron,
solos, el oficial y el soldado. Ramón,
con los ojos enrojecidos, se acercó a mí,
temeroso.
—Sargento Arnedo… Yo, la
verdad…
—Quita, quita. ¡Pelotillero!
¡Cobarde!
—Pero ¿qué iba a hacer, mi
sargento?… No podía desobedecerle.
Bastante vergüenza tuve. Dio un
grito, solo uno.
Me marché por no pegarle. Pero lo
de Ojeda fue peor. Desde la
desaparición del perro andaba con los
ojos bajos y no hablaba con nadie.
Merodeaba por los alrededores de la
posición expuesto al paqueo. Un día
apareció en el recinto, entre una nube de
moscas, con el cadáver del perro, ya
corrompido, en brazos. Pedro Núñez,
que estaba de guardia, tuvo que
despojarle violentamente de la querida
piltrafa y tirar al barranco aquel montón
de carne infecta.
Los sangrientos choques entre tropas españolas
y marroquíes en Melilla (Las Ocurrencias, 22
de septiembre de 1911)
LAS CARTAS DE LOS
SOLDADOS
SEVILLANOS A SUS
NOVIAS,
A SUS MADRES, A SUS
AMIGOS
J. RODRÍGUEZ LA ORDEN
Revista África (diciembre de 1927)

Publicadas por El Liberal de Sevilla.


(Edición Popular. Imprenta de Rafael
M. Madolell, 1921)
Sra. Dña. Sal adora Apenada.
Sufrimientos 2. Sevilla

Mi querida madre:

Constantemente recibo carta tuya,


interesando de mí que te hable con
sinceridad y te cuente las amarguras que
se sufren en la guerra. Dispénsame,
madre mía, que no te obedezca por esta
sola vez; ¿qué vas a lograr con saberlo?
¡La guerra!, se dice, y no debiera
decirse así, sino… ¡los hombres! ¡Los
hombres! La guerra es solo una
consecuencia del hombre, de sus
ambiciones, de sus desaciertos, de su
orgullo, de su finalidad de animal
engreído, que se cree un dios y es
solamente un pobre diablo, juguete de
sus pasiones.
Desde que a la guerra venimos
todos, chicos y grandes, ricos y pobres,
la guerra ha variado mucho, porque ha
variado el personal. Junto a un hombre
sin conciencia, va otro que la tiene;
junto a un despreocupado que nada le
importa morir, porque su vida es un
sufrimiento, va otro, como yo, que ama
la vida, porque la siente y la goza…, y
morir estúpidamente, sin conocer el fin
por que se da la vida en holocausto,
madre mía, es muy triste. Por eso no te
quiero escribir, porque no quiero que te
apesadumbren mis reflexiones.
La guerra tiene su razón de ser
cuando el organismo nación, que es el
hogar colectivo, se ve amenazado; esto
es, cuando yo, y el vecino, y el amigo, y
el compañero, ven en peligro su vida, la
de los suyos, sus amores, sus intereses,
su casa, en fin. Cuando tú, madre mía,
que eres el árbol que ampara nuestro
hogar con sus brazos amorosos, que nos
dan sombra augusta y fuerzas nuevas;
cuando tú, y todos los míos, estuvieran
en peligro de ser profanados y
envilecidos, entonces yo no sería
soldado de cuota, como hoy, sino
legionario de la inmensa legión de los
hombres de honor, que abandona el
libro, el taller, la fábrica, el arado; para
luchar por la libertad, por el decoro, por
la propia redención, contra la tiranía y
por la independencia de todos, yendo a
morir en un común sacrificio, mirando al
enemigo cara a cara, con la entera
dignidad de quien ve el sol por última
vez y lo saluda como al rey del mundo,
que no hace distinciones, y que, como
dijo el gran poeta inglés, lo mismo
alumbra a la rosa que al caballo muerto.

(Censura)
Te abraza y te besa mil veces tu hijo,
Fernando,
Septiembre, 1921
Amigo Segismundo:

Cuando estuve a despedirme de ti no


quise decirte la verdad. Tenía el temor
justificado de que, al saber mis
propósitos, me hicieras desistir de ellos
con tus consejos, y como era una idea
que se me había clavado en la frente
como si fuera un hierro ardiendo, la
quería realizar a costa de todo para
acabar con mi vida de una vez.
Soy uno de los legionarios que
pelean en Melilla contra la muerte… ¡y
nada más! Yo no les tengo odio a los
moros, ni de buena cuenta, me importan
nada: hombres son como nosotros, como
nosotros pecadores y crueles, y, como
nosotros, valientes hasta la temeridad.
Mucho trabajo costará, echar a estas
fieras de sus cubiles, y más todavía
someterlas al reglamento de la vida
cotidiana, ungiéndolas con el bálsamo
de una civilización mentirosa que
consiste en que los más trabajen para los
menos. Estos salvajes no son osos a los
que se les clava una argolla en la nariz y
se les hace bailar al son de la pandereta,
sino leones que atacan con furia y hienas
que acechan con inaudita ferocidad…
Yo no sé si más adentro, donde no haya
estas peñas y estos montes abruptos.
Esta raza indomable, entregada a la
molicie y el regalo, al amor vitando y al
bienestar ocioso, se adulterará
cobardemente como todos los pueblos
que pasearon su decantada civilización
por la tierra; lo que sí sé, positivamente,
es que aquí se baten como leones, como
nosotros, sin temor a perder la vida…
Mira, Segismundo: Tú no ignoras
que llevo encima un fardo de pecados
horrendos, cometidos en todas las
sentinas del vicio. Mis manos, alguna
vez, trataron de agarrotar una garganta
de nácar en donde yo había puesto el
sello de mis labios amorosos con
ardorosa exaltación… Otras veces pero
¿a qué seguir? No es de hombres
confesar sus culpas cuando está
dispuesto a liquidarlas todas ante la
Muerte, esa eterna vencedora de pobres
y ricos, de inocentes y criminales.
Pues bien, yo te digo que esta raza,
por su fortaleza y decisión, es digna de
mejor suerte.
Mira: la otra mañana, en un
encuentro que tuvimos con ellos, donde,
por dos veces, llegamos al cuerpo a
cuerpo, y donde dejamos sobre el campo
cuarenta hombres como yo, me lo
demostraron palpablemente. Fue una
escena de tragedia, digna de ser
coreada, como lo fue, por la voz
horrísona de los cañones y por las voces
iracundas de los héroes que buscan la
muerte para vivir mejor en el seno de la
madre tierra. Nos dieron la voz de ¡Al
asalto! y por entre las espesas
chumberas del vallado de una huerta nos
metimos, desgarrándonos la ropa
maltrecha y la carne sangrante. Cada uno
para cada uno: pocos eran ellos y pocos
nosotros. Frente a mí, un moro
corpulento, de barba hirsuta, de rostro
atezado, de mirada provocadora: puedo
decirte que mi presencia no le intimidó;
la esperaba, sin duda alguna. Yo le miré
con admiración; entre los dos estaba la
«Muerte sentada, aguardando a uno, o
aguardando a los dos. Cuatro metros de
distancia; ni él retrocedía, ni yo…
Disparó su carabina, y la bala me
respetó. Arrojé al suelo la mía, y,
cuchillo en mano, me arrojé sobre él con
ferocidad, buscándolo el corazón, aquel
corazón de león que me aguardó a pie
firme… Me atenazó con sus brazos
hercúleos y caímos los dos sobre el
suelo hechos un cuerpo. Mi cuchillo
había acertado, sus brazos cedieron, me
miró dulcemente, con esa mirada
moribunda que habla de lo
desconocido… y allí quedó. ¡Qué
magnífico espectáculo para aquel que
quiera morir!
No lo he conseguido todavía, pero lo
conseguiré. No quieras saber de mí. La
Muerte me ronda como una mujer
enamorada. Yo la busco con tenacidad,
nos encontraremos, y, cuando ella llegue
hasta mí, olvidaré para siempre aquella
garganta de nácar que yo traté de
estrujar entre mis manos después de
haber puesto en ella el sello de mis
labios amorosos… ¡Adiós!

27 octubre, 1921

A Josefa Gutiere La Resolana (junto ar


callejón de las bihoras)
Sevilla

Josefilla de mi arma:

Estoi mui triste y acongojao. Las cosas


que nos suseden son pa borberse loco.
Nosotro binimo aquí pa pelea con los
moro, y resurta que emos benío a enterré
ermanos nuestro que estaban asesinando
sobre er campo, podriéndose ar so y
sirbiendo de pasto a los buitres y demás
pajarraco que comen carne muerta.
Yebo cuatro días acalenturan, nerbioso,
sin na de comé ni de dormí; y lo mismo
que a mí me susede, le pasa a tós mis
compañeros.
Tú no te pués carculá lo que es
abansá en una guerra que no ai tiro ni
cañonaso, y, sin enbargo, tó el campo
esté sembrao de muerto: empiesa uno a
tenblá de frío, luego a sudé de caló,
despué a yorá, ¡a yorá como un
chiquillo! Yo te confieso que e yorao en
tres día pa toa mi bida. Toas las cosas
que me pasen ya no me arrancarán una
lágrima: las echan aquí toas junta…
¡Mardita sea los que tienen la curpa,
sean quienes sean, aunque sea er Papa!
¡Mardita sea los que mandan, porque
mandan mal, y los que obedesen, porque
son unos borregos! Yo quisiera que
bineran aquí tos esos señores que disen
que es un onó morí por la patria
pronunsiando un discurso ante la gente
que no tiene que beni, ni a sufrí frío, ni
caló, ni sed, ni ambre, que de tó se
sufre: lo de menos es que lo maten a
uno, porque asi sacaba de una ve; pero
que lo abandonen, aqueyos que están
obligaos a mirá por eyo, porque son
carne de su carne, eso… no lo
conprendo. Si los que ablan de la patria
ubieran bisto montones y montones de
muertos, ca uno de una manera,
despedasao, serrao los puños, con las
cuencas de los ojos basía, quisá entonse
cambiarían de opinión y conprenderían
que no ai más crimen que la misma
criminalidá: engañar a un pueblo gueno,
noble sensillo como somo tos los que
formamo er pueblo español.
Aquí, en este sitio de Monterruí,
debería ponerse una lápida mu grande
que dijera: ¿? En éstos sitios están
enterrado cuatro mil ijos de España que
fueron abandonaos por aquellos mismos
que les obligaron a bení.
Los asesinaron los moros, y los
asesinaron la imprebisión de sus jefes y
la incuria de su Gobierno, y los
abandonó asta su patrón Santiago, que
no apareció por ninguna parte, quisá
porque no abia que cobrá.
Josefilla, mi Josefilla: perdóname si
digo un diparate, pero ya estoi yorando
otra ve, y ya bes, con uniforme y tó, un
sordao que a resibio cuatro baleaos,
yora; asta mi capitán, tan baílente como
es, yora echando mardisiones contra to
Cristo. Porque aquí, Josefilla, er
teniente y er capitán y nosotro, tos
somos uno: nosotros mardesíamos, eyos
mardesían, y nos mirábamos tos sin
ablá; pero en silensio, con la mirá, nos
lo desíamos tó.
Yo te voi a pedí un fabo, Josefilla:
en el prósimo día de los difunto yeba un
ramo de flore a la sepurtura que está en
el sementerio de Sevilla, en donde
descansan los pobres sordaítos de la
guerra de África, y lo pones ayí en
nonbre mío, que yo me figuraré que se lo
pongo a mis compañeeros de aquí…
flores que sean frescas, que yeben en sus
o jas las lagrimitas que derrama la
aurora en esa tierra nuestra, en donde er
sentimiento está tan arraigao que párese
que tó nuestro cuerpo lo ocupa er
corasón. Y yeba contigo a tu primilla y a
tus amiga; y bais ayí cayaítas, como si
fuéraí a la iglesia del Señó, porque er
sementerio es la iglesia de la eternidá,
en donde Dio le dijese a los orgullosos:
Tos sois iguales: lo mismo er sordaito
que er capitán generá; aquí los galones
se lo comen los gusano—. Y la orasión
que reseis que sea un recuerdo pa los
infelises que se bieron abandonao de
Dios y de los ombre.
No tescribo má, Josefilla: mira
cómo estaré que todabía no me ecomio
er melocotón que benía en er paquete,
pero e cogío las dos moneíyas de dos
pesetas; á toas las frutas que me mande
le pone esos güesos, que son los que
mejó se puen roe.
Josefilla, acuérdate mucho de tu
Quico.

1 novienbre, 1921

A Francisca Lagorda Conos: o por Kiko


(urjente)

Mi apresiable Quico, el más güeno entre


los güenos:
Ayé mismo, acabaíta de resibí la carta
tulla, que me puso echa una Mardalena
de yo rosa, y otra Mardalena la casera…
(¡mira tú que pa yorá una casera!), a
quien se la leí: ayé mismo fui con mi
prima y mi madrasta, que aora está más
amnnsá, al jardín de Capuchino, pa que
aqueya güeña señora que está ayí me
tubiera preparao por la mañanita der dia
de difunto un gran ramo de flore rosiá
con las lagnmita de la aurora, como tú
me desia; un ramo güeno, de flores
umildes, como somo nosotro. Le dije pa
lo que era, y le leí la carta tulla, y me
dijo que eya lo asín de balde, que no
quería ná, siendo pa los sordaítos
muerto; y oi fui tenpranito, yo y siete
amiguitas más, porque toas las que se
enteraban me querían aconpafiá, y entre
toas cogimo las flore que abia que poné
en el ramo, un ramo mui ennoso, aunque
no tan ermoso como la intensión.
Yebaba de toas las clase: nardo,
jasmine, rositas de inbierno, lunaria, de
tó… asta yerbesitas floresias. Yo tenía
dinero pa pagarle á la güeña señora,
porque a Rita la casera mábía dao una
peseta, la que me yeba de más por el
alquilé, y no fué posible pagá: ni la
jardinera, ni el jardinero, nadie quería
tomá un cuarto, y toas fuimo en
comisión, y andando, ar sementerio.
Cuando la gente senteró a lo que
ibamo, ocho muchacha con una corona
de flore, tos los onbre se quitaron
losonhrero y con la cabesa descubierta
se binieron detrá. Yegamo como si fuera
una prosesión, dejamo la corona en la
sepurtura de lo sordaito de África, nos
arrodiyamos, y cá una resó lo que sabía.
Yo no resó porque mestaba acordando
de ti, y me daba mucha pena.
Mira, Quico: despué que nos fuimo
der sementerio, toa la gente nos miraba
con mucho respeto, con más respeto que
nunca; y despué… nos paresia a toas que
ese día éramos más güeña que nunca; y
es que cuando se ase una güeña arsión
párese que er cuerpo de una tiene gas y
quié elebarse pa er síelo. Pesa una
meno, como si los angelito la yebaran en
holandillas.
Estoi orgullosa por abé cumplió tu
encargo: cuando pase tú por er lao
donde están los pobresito sordaos
muerto, di én arta vos: Mi Josefilla le a
puesto a ustede, en una sepurtura que ai
en Sevilla pa los sordao de África, un
ramo de flore, que biene a sé un ramo de
amó pa tós nosotro: pa los bibo y pa los
muerto. Y lo dise gritando pa que lo
sepan tos: los muerto y los bibo… y los
moro tanbien, que yo no le temo ni ar
mismo Alekrin, ¡mardita sea pa sienpre!
Memoria de toas las amiguita que
me an acompañao a asé tu encargo, y tú
sabe que te quiere con toa las vera de su
alma tu
Josefilla.

2 nobienbre, 1921

A Josefa Gutiere La Resolana (junto ar


callejón de las bihoras)
Sevilla

Mi Josefilla de mi arma y de mi
corasón, que güeña ere. La arsión que
acabas de asé, poniendo un ramo de
flore en la sepurtura de los sordaíto en
Sevilla es lo mejó que a echo en toa tu
bida, y yo te la agradesco y tos mis
conpañeros, que querían conoserte; pero
se quedaron con las gana, porque tu
retrato es pa mí solo, ¡pa mí!, ¿lo
entiendes tú? Cuando estoi triste, porque
no beo la manera de irme pa Sevilla,
como no sea en aropiano, saco tu retrato
y comienso a pensá en qué sitio te boi a
da un beso: la oreja que te se be la tengo
gastá de besos que le e dao; tu carita
sanduguera, que siempre sestá riendo,
está ya comía por mí, porque argunas
beses me figuro que es de carne, y le
quiero tírá un bocao; ¡y me da una rabia
cuando me convengo que es de papé! Cá
uno tiene su manera de pensá; ai quien
yeba en er pecho un escapulario con una
birgon, y er pobresiyo tiene fe en eya y
cree que lo ba á sarbá, y le dan un
balaso como si no yebara ná. Yo yebo tu
retrato, que es pamí mi amor y mi fe, y
con cuatro balasos ensima toabía estoi
más firme que la Girarda con su
campana gorda. ¡Chiquiya, yo no sé qué
tiene la Girarda, que macuerdo ella lo
mismo que de tii!
Pos berá, Josefilla, emos estao de
operasione, y por eso no te é podio
escribí, y te tengo que conta un caso
particulá, pa que bea que un sordao
sevillano oa a toas parte como er
primero que baya.
Salimo a combatí con unos poquiyos
de moro, porque se ban acabando los
que están enfrente; aora los moro peore
son arguno cristiano que quedan a la
esparda. Ai aquí un lío en er mando, que
nadie sabe lo que es, ni de dónde parte.
Delante de nosotro van los boluntario
que se llaman legionario, eso que dise la
gente que se comen a los toros cruos. No
se asustan de na y abansan como si
tubieran ganas de morí. En el abanse que
isimos eramos nosotro junto a eyo, y yo
mo puse ar laode uno, en la misma fila,
sin oí la boz de mi teniente, que me
desia:—¡Quico, Quico… a tu sitio!—
Pero yo me dije:—Donde baya este
extranjero ba tanbién este sevillano!—y
el abansabá un poco, y yo abansaba otro;
y el mataba un moro, y yo mataba otro
moro; y el se tira por un barranco,
porque aquí se biene a peleá con los
moro y no con los barranco. No me naso
ná, Josefilla; unos balaso a de
refilónsillo por la cabesa, que me
tiraron der chapeo que gastan por aquí, y
argunos piojos muerto, porque aquí ai
más piojos que moro. Totá, que si por cá
balaso me dieran aquí un asenso, era yo
otro Merengué pa la entra de año nuebo.
Esto que yo te digo no te baya a creé
que son pueblo ni siudade, no; tó son
posisione, que están casi tan solo como
la caye de la Sierpe en un domingo o
fiesta de guarda. Por aquí no ai ná que
barga dos peseta, y ar paso que damo, un
día peleando y dos semana jugando á la
piola, nos bamos á poné biejo.
Josefilla, tengo más barba que un
fraile capuchino. Si me viera, me iba a
desí: Este no es mi Quico, que me lo an
canbiao. No tasuste, Josefilla, del
peligro que corro, porque yo, siempre
que pueo, me arrimo detrá de cuarquié
ballao; pero argunos bese se encorajina
uno y sale pa fuera, que es cuando le dan
un balaso ó una pedrá que ase más daño
que un tiro.
Del rancho no te quiero desí ná; unas
beses ai más papas que carne, y otras
beses ni papa, ni carne, porque yega pa
tirarlo.
¡Ay, Josefilla! Aquel poyo con
tomate que nos guisamo en Burón, junto
a los olivillos, ¡quién lo cogiera por
aquí!
Josefilla: Muchos besos pa ti y pa
tus amiguitas: que tú se los dé á toas las
que te acompañaron; y si tú no se los
quiere dá, cuando yo baya se los daré si
tu no te enfaas, porque esos beso no son
con mala intensión, sino de
agradesimiento.
Tu Quico.

17 noviembre, 1921

A Josefa Gutiere La Resolana (junto ar


callejón de las bihoras)
Sevilla
Josefilla de mí arma. Yo creo que boi a
parmá: enfrente an aparesío los moro
der cielo y no pasa día ni noche sin que
caiga un dilubio, fíjate tú, sobre la ropa
de berano que tenemos puesta, porque
aquí no entra el inbierno asta que lo
mande la ordenansa o er coroné. De
manera, Josefilla, que si tiene uno frío,
no lo pué desí, porque enseguía le salen
a uno conque no es inbierno
reglamentario. La ordenansa manda tené
caló toabía, y ai que sudé a la fuersa… y
los coroneles amó a la disiplina, y…
aquí no ay amó por ninguna parte, ni por
el norte, ni por el sur.
Aquí traería yo, cogío por una oreja,
al erseletisimo señó ministro de la
guerra, y lo bestiria de caqui, y le diría:
Señor mío, usté que dise quo yora por la
patria en su palasio de Madri, ba usté a
sabé lo que es yorá por la patria de
berdá: y le dejaría caé ensima dos o tres
chaparrones morunos de los de aquí, y
luego le diría: Aora se pué usté acostá
sobre el suelo mojao. Usté tiene dos
mantas: las dos están mojá. Sobre er
suelo coloca usté la manta más mojá;
luego sacuesta y se echa encima la otra
manta menos mojá, y… enseguía se quea
su erselensia como una pescadla de esas
que yeba a Sevilla «La Gallega» entre
niebe pa que no se pudra. ¡Y biba
España y la sibilisasión española, que
ba a acabá con toa la jubentú, la de cota
y la que no es de cota!
Te arbierto, Josefilla, que los sordao
de cota son unos infelise como nosotro,
que tanbién tienen que aguardé que se
declare el inbierno de real orden, pero
con la bentaja, como tienen mucha ropa,
de asé inbierno por dentro y berano por
fuera, aunque a la ora de dormí estén,
como los demás, con dos mantas, una
con agua clara y otra con agua sucia: se
pué echá ensima cuarquiera de las do…
en eso no se mete la ordenansa.
Josefilla, como nosotro los que nos
emos batió y emos resibío er bautismo
de sangre estamos desparramaos por
aquí pa questa jente no lebante cabesa,
acostumbrao, como estábamos, a entrá
en fuego un día sí y otro no, desta
manera nos aburrimo. Da también la
casualidá de que entre nosotro no ai
ningún tocaó ni bailaó pa alegra, porque
pa eyo no hay más que una patria de
castañuela, un catapunchín chin pa tés
los espectáculos y un negosio pa
comersiá en toas parte en nombre del
orden y la sibillsasión.
Oye, Josefilla: Dile a esa gente
questá por la guerra que los moro no
están sibilisao porqué no tienen
ministro, ni guardia siví, ni carabinero; y
no saben que ca uno tiene cuatro mujere,
que es lo mismo que si tubieran
carabinero y guardia siví, porque tienen
que mantenerla a la fuersa; y yo, entre
una mora con bigote y descarsa, y un
carabinero con dos libras de tabaco, me
queo con er tabaco y que le den bolilla
ar carabinero y a la mora.
Sabrás, Josefina, que la bofetá que
me as mandao en la carta me a resurtao,
porque acabaito de leé se lebantó un
aireslllo que me consolaba los carrillos,
abrasaítos por este biento, que no
respeta ni ar generá Merengué, que tiene
la cara lo mismo que yo, y eso que no
duerme al raso.
Oi tubimo una bronca porque nos
trajeron un rancho con impermeable y
papa; es desí, en ves de echá la carne,
echaron er peyejo y las papas: una
equibocasión. Con la yubia, tó pasa, se
dirían; pero no a pasao, y los jefe están
que trinan con el abastecedó.
Josefilla, no te se orbide que biene
Pascua, y que tienes aquí a tu Quico
bibiendo toabía como si estubiéramo en
primabera: una primabera de generá
Merengué, que máta a Dios de frío.
Te mando beintisinco beso ensima
de mi firma: no te estrañe que baya con
poca tinta. Se la an yebao toa mis
labios…

Quico.

30 Noviembre, 1921
A Josefa Gutiere La Resolana (junto ar
callejón de las bihoras)
Sevilla

Josefilla: a benío de España er genera


Merengué y biene con la cara mu apretá.
Unos disen que ai le an dao coba pa que
no able la berdá, y otros aseguran que
está más quemao que la lú porque los
diputao ablan de él malamente y sin
temó a la ordenansa. ¡Quién fuera
diputao pa podé ablá sin temó a juisio
sumarisimo! Las cosas que dirían los
Bordaos de cota, que son jente ilustra y
que saben tanto como Merengué!
Mira, Josefilla, tú no sabe lo guenos
que son los señorito metíos a sordao.
Como aquí tó somos iguales, y tos
corremos er mismo peligro y sufrimo las
mismas amarguras, no ai señorío de
ninguna clase: er señorito Juaquin, aquí
é Juaquiniyo, y Juaquiniyo me yama a mí
Quico, como si ubiera estao conmigo
toda la vida… Que yo tengo un grano en
er cogote… enseguia saca él de su
mochila un ungüento y me lo pone; que
le sale a él, y yo beo que sepué estripá;
aprieto con gana, lo limpio mu aseaito, y
los dos nos ponemo güeno; unas beses
soi io er médico, y otras beses él, y nos
ba mejó que con er médico de berdá,
porque siempre está ocupao, ablando de
tó, meno de medisma.
Luego… ¡si tú biera las cosas que
me dise! Resurta aora que los señorito
sordaos son los rebolusionario. De
jenerá pabajo no deja títere con cabesa,
y disen que los pobres tienen más rason
que Dios cuando se quejan de la poca
justicia que ai. Como aora senteran eyo
de la manera que nos tratan argunas
beses, comprenden questo está mui mal
arreglao; que unos se lo comen tó, y los
más comémo rancho cuando se pué
come, que son dos beses y media a la
semana. Con desirte que con er café que
nos dan nos enbetunamos los bota, está
dicho tó: le cae a uno una gota en la tela
caqui y sale un abujero, como si fuera
agua fuerte: ¡figúrate tú los abujero que
tendrán nuestras tripas!
Yo creo, Josefilla, que tos bamo a sé
sosialista, como me dise mi amigo
Juaquiniyo, eso de la clase sosiale ba a
sufrí un cambio; porque mañana, si los
moro no nos matan, beré io en la calle
Sierpe a mi conpañiero er que fué
sordaito Juaquín, y aunque baya bestío
de señorito, porque tiene dinero, me
dará un abraso, aunque io baya con mi
americanita de los domingo: recordará
de que su conpañero er sordaito Quico
pasó con él las amargura de la guerra,
las pribasiones, er frío, er temó a morí,
porque es mui justo tenerlo, que somo
jóbene y amamo la bida… y es posible
que lo que los libro y discursos no puen
asé, lo aga la confratemidá que dá el
peligro, la realidá bibiente, que noe ase
amarnos los uno a los otro ante la
desgrasia de berdá… Y será posible que
yegue un día en que el rico se contente
con meno pa que los pobresito tengamo
un poquito más.
Tó eso, Josefilla, creo yo que ban a
traerlo los sordaos de cota.
Te escribo esta sin abé resibío la
tulla, porque estamo esperando abansá,
y pronto, según disen, entraremos en
fandango, con ropa de berano y tó, pa
que los balasos, si nos dan, entren más
pronto.
Ai te mando unos pensamiento que
io e echo, delante de mi compañero er
sordao de cota Juaquiniyo.
No se los lea a nadie: pa ti sola.
Las verdades de Quico:
El orden es la consagrasión de tos
los abusos y el mantenimiento de tos los
bribones. Y el desorden, el latigaso que
da la gente de abajo a la de arriba
cuando siente los espolonasos de la
codisia y de la crueldá. Con el orden tú
ba mui bien pa los que biben bien, y tó
va mui mal pa los que biben mal. Esto a
susedío sienpre y seguirá, susediendo
con monarquía y con república.
Cuando bea una mujer bonita no le
diga. Te boi a da un beso, sino se lo da,
enseguía eya te dará una bofetá, y ia
tienes otro beso: uno que tú le das con
los labios, y otro que eya te da con la
parma de las manos.
Quico.

6 de diciembre, 1921

A Josefa Gutiere La Resolana (junto ar


callejón de las bihoras)
Sevilla

Jósefilla de mi arma:

¡Biba tu madre y la mía y toas las


madres! Tú no te pues figuró lo alegre
que estoi desde esta mañana, en que, por
una casualidá, le sarbé la vida al jenerá
Cabarcanti. Iba el jenerá, con su Estado
molió, pa presensiá las operasione sin
encontra un moro siquiera, cuando er
cabayo se le desbocó y salió a corre sin
que pudiera quedarse con él y yebaba la
diresión de un barranco prósimo, en
donde nosotro estamos acanpaos ar só y
a la luna, con más frío que los nabos de
Olibare, cuando io me arranqué y me
puse delante al borde mismo de donde
se iban a destripa er cabayo…, y er
cabayo, al berme delante con los brasos
abierto, asustao de que io no le temía, se
paró en firme, y ar jenerá no le pasó ná,
más que el susto, si es que sasusta un
jenerá españó cuando lo van a tira por
un barranco.
Entonse, Cabarcanti echó pie a tierra y
me dijo:
—Grasias, muchacho. Beo que eres
un baílente que no le teme a la muerte ni
a ná. ¿De dónde ere?
—¡De la mejó tierra der mundo, mi
jenerá.
—¿De Madrí?
—¡Qué más quisiera Madrí…! ¿Yo
de Madrí? Soi de Sevilla.
—¿Andqaú?
—Sevillano. Una cosa es sé andalú
y otra sevillano.
—No, ombre, lo mismo da:
Andalusía es toa la región.
—Güeno, mi jenerá, pero en la la
región ai mucha jente, y unos ablan y
otros berrean; y io soi sevillano del
riñón de Sevilla, de los que tienen tos
los bisios güenos y birtudes mala.
—¡A bé… esplicame eso de bisios
güeno y birtudes malas!
—Mi jenerá, dispénseme su
erselensia: bisio güeno yamo io a que
me gustan las mujere y er bino…
—A mí también me gustan —me dijo
— y no soi sebillano.
—Repase su erselensia sú memoria
y berá que tiene argún agüelo de por
ayá. Y yamo io birtudes malas a que me
gusta trabajó y no pelearme con nadie, ni
con los moro, que á mí no me an echo
ningún daño.
Entonse, Jósefilla, er jenerá se sonrió, y
me dijo:
—Güeno: ¿y qué grasia quiere?
—¿Qué grasia quiero? La mejó
grasia que podía asé su erselensia pa mi
es mandarme pa mi tierra: eso sí que
tendría grasia.
—¿Con que lisensia dimitá?
—Su erselensia me da a mí la
lisensia, que lio aré.
—Güeno: prepárate que el domingo
te irás —me contestó.
Lleno de alegría, le dije:
—¿Su erselenaia me da permiso pa
besarle aunque sea los bigotes?
Entonse me dio la mano (la mano de un
jenera, Josefilla, es como la de un
sordao), y me dijo:
—Prepara tus cosas, que te irás.
No te quiero desi ná de la alegría
que mentró. Comensé a abrasá a tos mis
conpañero. Juaquiniyo, er sordao de
cota, ma ofresío quinse peseta pa er
biaje y una carta pa su mamá y dos beso.
Mira, Josefilla, be preparando toas
las cosa pa casarno enseguia, y sobre tó,
quien tiene que prepararse eres tú,
porque contigo boi a paga tó er coraje.
El biaje lo boi a asé tó por el mar.
En un barco que sale de aquí pa Sevilla
(¡pa Sevilla, Josefilla!), en ese me meto,
y de aquí pa ayá no duermo, ni como, ni
ná… Tó er biaje estaré sobre cubierta
pa no perdé siquiera una chispitn de los
terreno que guian para Sevilla. Cuando
yegue a Sanluca, diré: Ya está serca;
este es er caminito de la gloria. Y
miraré pa los laos, y cá matojo me
pareserá una rosa; y cá nubesita der
sielo un pañolito blanco que me da la
bienvenida; y eá cabaña un palasio; y cá
estaca del río una colurna del templo de
Ercule… Y no te quiero desí ná cuando,
yegando a la punta de los Remedio, bea
la Girarda: entonse, yoro, yoro,
Josefilla; tú no sabe lo que es perdé de
bista la Girarda y bolverla a bé.
Y no te digo ná cuando desenbarque.
Al primé carabinero que mencueritre le
doi un abraso, aunque sea carabinero: se
lo perdono tó.
Y luego, qué é de cojé io er tranvía,
andando yego más pronto: ¡pa la
Resolana! Cuando me bea, Josefilla,
quítate denmedio que te boi a destripá
del apechugón que te dé.
Te digo que me párese mentira, y te
digo también que biba Cabarcanti, que
es a quien se lo deberé siénpre, porque
io soi agradesío.
Oi, Josefilla, me e corrío, y la carta
tiene dos pliego y me ba a costa cuatro
perras gorda, pero… aunque me costara
una peseta.
Adiós, Josefilla, asta que me bea
entrá si no me buerbo loco en el camino.
Quico.

En la siguiente página: el padre Revilla, con el


crucifijo en una mano y la bandera del Tercio
en la otra, bendice a los legionarios durante la
batalla de Ras-Medua en Marruecos (1921)
TELÓN:

ÚLTIMA ENTREVISTA
A BENSALEM AL-JABRI
TRANSCRIPCIÓN Y TRADUCCIÓN DE
FRANCISCO JOTA-PÉREZ
«No ha faltado quien ponga
en duda el comportamiento
de los jefes, oficiales y
tropa en la trágica retirada
de Annual. Puede y no se
puede negar que en aquel
día alguien faltara a su
deber; que algunos se
llenaron de pánico
perdiendo la serenidad,
puesto que hubo hasta quien
perdió el habla y otros se
volvieron locos, pero el
conjunto fue de una sublime
grandeza y aisladamente se
cuentan actos de
extraordinario valor,
proezas sin cuento y
pujanzas sin límites rayanas
en el más grande heroísmo.
Epopeya sangrienta que no
se borrará jamás de la mente
de los que quedaron vivos»

Declaraciones acerca del


desastre de Annual del
teniente coronel Manuel Ros
en Melilla el 2 de octubre
de 1921
Gracias a Asha Al-Jabri por la cesión
de este texto y por dar el visto bueno a
su publicación, a Raúl Edric y Marcos
Cadavide, por la ayuda con la
traducción, a Micaela Williams, actual
administradora de Anonymous Velo-
Cities, por el material de contraste
aportado, y a Joel Pérez y Mireia
Serrano por sus apunes y comentarios
sobre el resultado final
ensalem Al-Jabri

B (Tetuán, 1968) es una de


las figuras
misteriosas de
más

filosofía de vanguardia
contemporánea. Nacido en Marruecos,
sus padres, sus dos hermanas y él
emigraron al norte de España cuando
la

Bensalem contaba apenas 2 años. Tras


licenciarse en filosofía por la
universidad de Barcelona, obtuvo a
principios de la década de 1990 una
plaza como investigador en el
departamento de estética de la
prestigiosa universidad de Warwick
(Reino Unido), donde entró en contacto
con los miembros de la Unidad de
Estudios sobre la Cultura Cibernética
(Cybernetic Culture Research
Unit-CCRU), a la que contribuyó en
calidad de traductor y aportando varios
artículos alrededor del concepto de
aceleración estética aplicado a las
leyendas urbanas en una docena de
fanzines y publicaciones online adscritas
al grupo. El año 2000 regresa a España
tras aceptar un puesto como profesor
titular en la controvertida academia
Kessel y pone en marcha el blog
Anonymous Velo-Cities, con el que
alcanzará una más que considerable
notoriedad en el ámbito del pensamiento
en los márgenes de lo académico gracias
a las minuciosas entradas dedicadas a la
teoría de la hiperstición, el
aceleracionismo, la psicogeografía y el
estudio por «contaminación cruzada» de
las leyendas urbanas, especialmente las
propias de la península ibérica.
A finales del año 2014, Bensalem
Al-Jabri desaparece sin dejar más rastro
que una tenebrosa y críptica
actualización en Anonymous Velo-Cities
en la que asegura haber sido visitado y
amenazado por el Slenderman,
personaje de ficción adscrito a la
mitología de la Internet 2. 0. Ni las
pesquisas policiales al respecto de su
desaparición, ni la investigación privada
organizada por la familia han dado
ningún resultado y, a día de hoy, el
filósofo aún se encuentra en paradero
desconocido.
Lo que sigue es la reproducción de
un archivo de texto encontrado en el
ordenador personal de Al-Jabri por uno
de los detectives contratados por su
hermana, generosamente cedido con la
voluntad de que sus teorías y
aproximaciones sigan teniendo espacio
en la conversación cultural de hoy. Se
trata de una batería de respuestas,
originalmente escritas en inglés y
traducidas para la presente edición, al
cuestionario de una entrevista para un
medio anglosajón del que no tenemos
ninguna noticia; lamentablemente,
tampoco hemos hallado archivo anexo
alguno con las preguntas, pero
consideramos que la articulación y
armonización de las contestaciones
(aunque algunas puedan resultar algo
más esquemáticas de lo que
desearíamos) proporcionan por sí
mismas el sentido y la comprensión
suficientes para hacer accesible el
estudio que Al-Jabri estaba llevando a
cabo sobre las corrientes de
construcciones semióticas supersticiosas
que subyacen a las manifestaciones
culturales de la España actual.

1. Estrictamente (o, al menos, todo lo


estrictamente que pueden datarse estas
cosas; algo difícil por lo que tienen de
mezcla de obsesión personal y mero
interés divulgativo), unos nueve o diez
años. El tema ya ha ido apareciendo de
forma recurrente en mis escritos, aunque
con un enfoque algo más internacional.
En algún momento, mi propio marco
teórico empezó a pedir concretarse en
las características geopolíticas y
socioculturales que me son físicamente
cercanas.

2. No, nunca. O, como mínimo, no


guardo recuerdo de ello.

3. Nos encontramos, hoy, en una


posición de vulnerabilidad absoluta ante
el miedo a lo que no podemos explicar.
Las historias de terror y los monstruos
nos dicen más de nosotros que el más
introspectivo de los dramas realistas,
que la más minuciosa crónica
periodística o que la más aventurada
especulación filosófica; empujan hacia
la luz nuestras debilidades para
volverlas tan visibles como nuestros
puntos fuertes.

4. Por supuesto. Pero no lo entiendo


como un «desplazamiento hacia lo
virtual». En cierto modo, ese
ciberespacio (como tú lo llamas, aunque
tengo serios problemas con el término)
no es un lugar aparte, separado de la
virtualidad connatural al hecho de la
compleja consciencia humana, e incluso
podríamos decir que lo virtual,
entendido como el ámbito informático en
el que tienen lugar esos fenómenos por
los que preguntas, resulta mucho más
material, no digamos ya materialista,
que la oralidad tradicional. Las formas
«aceleradas» de leyenda urbana, por
tanto, siguen siendo eso, leyenda urbana,
hasta que se den la naturalización y
ritualización necesarias para que se
produzca la coincidencia consigo
mismas y se conviertan en objetos
hipersticiosos; esto es, se hagan reales
por sí mismas de tal modo que siempre
hayan sido reales. Tanto da dónde
tengan su ecosistema, si en el patio de
recreo de un colegio, en la cola de la
pescadería, en los magacines de tarde,
en cadenas de SMS entre familiares o en
foros y subforos de Internet.

5. El mismísimo origen de la fórmula


«leyenda urbana» es de por sí una
leyenda urbana. Se suele decir que fue
Richard Dorson quien la acuñó a finales
de los años sesenta del siglo pasado.
«Una historia moderna que nunca ha
sucedido, contada como si fuera cierta»,
así la definió. Pero sabemos también
que una década antes se publicó en
EE. UU. un libro con ese título,
Leyendas urbanas, que obedecía a la
necesidad por parte de los editores de
poner una etiqueta a un recopilatorio de
rumores, supersticiones, teorías de la
conspiración y, como se las llamaba
entonces, «tramas diabólicas», en el que
querían encapsular las peculiares
fábulas que se contaban a pie de calle,
muchas de ellas tenidas por ciertas. Sea
como fuere, no, no hay consenso al
decidir cuándo se empieza a llamar así a
esas construcciones a medias
supersticiosas y a medias ficción hasta
cierto punto interesada. Como tampoco
lo hay sobre su definición, me temo.

6. Mi preferida es la de Hepfer al
referirse a las teorías de la
conspiración, aplicable a las leyendas
urbanas y que en mi opinión sigue
totalmente vigente por mucho que nos
perdamos en el encendido debate sobre
los límites de Lo Real y su simulación y
la opacidad estética de la comunicación:
«modelos simplificados de
interpretación de la realidad».

7. Sí, parece bastante obvio, pero ese


campo no me interesa más que como
síntoma.

8. ¿A escala global? Varios expertos,


sobre todo provenientes de la
sociología, en concreto de lo
relacionado con la teoría de la
comunicación, vienen advirtiendo
últimamente de la formación de una
especie de pendiente figurada que altera
de forma drástica la orografía del
consciente colectivo, una «cuesta abajo
de verosimilitud» por la que, en un
tiempo no demasiado lejano, parece que
van a caer rodando los últimos restos de
aquello a lo que desde la Ilustración
venimos llamando Verdad. En parte, y
ahí te doy la razón, esto es provocado
por la apertura a la comunicación
bilateral (rápidamente sublimada a
multilateral) de la última mutación de
Internet, pero me parece mucho más
interesante analizarlo en términos de
evolución de los Centros de Mando
culturales en occidente. De ahí mis
problemas, como te comentaba
anteriormente, con el término
ciberespacio, ya que, según mi enfoque
(que parte del enfoque del CCRU), este
corresponde a un paradigma en el que el
Centro de Mando era el eje EE. UU.-
Japón-Alemania, que ejerció como tal
entre (aproximadamente) 1980 y 1998, y
se caracterizaba por tener como área de
objetivo el espacio extrametropolitano
totalizado, para el que plantea un
biocidio virtual, un exterminio cultural
intermitente en formato mediático, un
neurocontrol al por mayor. Con el nuevo
siglo, sin embargo, llega la
consolidación del paradigma Babilonia
(ese es, para mí, el término que
deberíamos estar usando ahora mismo)
en el que los Centros de Mando se
vuelven metalocales, aproximadamente
anclados al eje EE. UU.-UE-China y
consistentes en un hipercapital neo-
orgánico en red que fusiona hasta hacer
indistinguibles los medios de
comunicación con la técnica y la
inteligencia militares y que sublima el
proceso de exterminio a uno por
entretenimiento constante.

9. Se trata de una generalización, claro.


De ahí que mis últimos escritos adopten
una perspectiva cada vez más local.
10. Si tenemos que designar áreas, como
si de un edificio somático se tratase,
diría que España ha sido convertida en
un laboratorio. Es una bodega excavada
en los cimientos de occidente que, con
la metalocalización hacia las plantas
más altas de la construcción semiótica y
sus agregados artificiales, fue
redescubierta y habilitada como estancia
segura en la que realizar los
experimentos más arriesgados, o
directamente estúpidos, sin que el resto
corra demasiado peligro de contagio en
caso de que alguna toxina escape a la
contención o vayan a verse afectados si
algún compuesto demasiado volátil
estalla.

11. Al hablar de Hiperstición usamos


una figura teórica, el Régimen Cultural
Especulativo Contemporáneo (RCEC),
que es un controlador hipertemporal,
metacontextual y autogenerado que se
ocupa de mantener el orden en las
jurisdicciones conjeturales de cada
versión de Lo Real, aquello que
teóricamente filtra los agregados
semióticos a los que nos referimos como
supersticiones, leyendas, teorías y
etcétera, y dictamina cuáles entre estos
van a volverse realidad plausible con un
efecto mensurable. El RCEC adscrito a
lo español, por tanto, sería una suerte de
científico loco medio ciego y medio
sordo por la exposición a gases tóxicos,
desnudo bajo una bata de laboratorio
cubierta de sangre, pus y heces, con una
erección perpetua y una preocupante
tendencia a hablar consigo mismo y
proferir estridentes carcajadas que nadie
puede oír más allá del laboratorio que
otros RCEC más sofisticados han
construido solo para él y con la
intención, en igual medida, de tenerlo
apartado y escondido y de que, con
suerte, sus ensayos produzcan algo útil
que los demás puedan aplicar.

12. En efecto, el Telón es una


herramienta metafórica similar a la
anterior. Y sí, el hecho de que resuene
con el telón de acero es completamente
intencional. Tiendo a verlo como una de
esas grandes y gruesas cortinas entre el
escenario y el público, cuyo corrimiento
señala el principio de la función del día.

13. El Telón es lo que el RCEC español


ha echado sobre el consciente colectivo
de este país, sin duda con la connivencia
del resto de regímenes, y supongo que es
lo más parecido a un accidente
afortunado, por lo fructífero que se ha
demostrado, de cuantas aberraciones
deben haber tenido lugar en ese
laboratorio. El tiempo se ha detenido.
Ahora, aquí, ya no es que no seamos
capaces de predecir el futuro sino que
hemos olvidado cómo mirar lo que no se
halle absolutamente presente y al
alcance, en el patio de butacas. La
función no arranca. El telón no se corre.
Nadie parece tener control sobre sus
controles, ni siquiera sabemos dónde
están, a quien le ha tocado el mando por
sorteo. Esa es nuestra percepción. Solo
esperamos.

14. Por contraste y a través de las


grietas. O a través de las quemaduras de
cigarrillo en la tela, si queremos estirar
el símil. Solo así.

15. Nos permite entender, por ejemplo,


el caso Alcásser como uno de los
enganches del Telón, aparentemente uno
de los primeros y, por eso, evidente y
rastreable. La violación, tortura y
asesinato de aquellas tres niñas y la
violenta reacción alérgica subsiguiente,
inmediata y rapidísima, de los medios
de comunicación del país provocaron un
efecto bola de nieve sobre el
espectáculo mediático masivo que llevó
a que la fascinación por lo grotesco se
tornase necesidad a gran escala, un
hambre de orden público, prácticamente
una adicción, que tiene como efecto
directo tanto el panorama televisivo
actual, copado por los programas
dedicados al cotilleo más zafio (cuando
no a la fabricación directa de estos), los
noticiarios de tono estridente y
completamente carentes de rigor, las
tertulias polarizadas en falacia ad
hominem contra falacia ad hominem y el
exceso publicitario, como la
desarticulación de la intelectualidad y el
pensamiento político riguroso hasta su
completo recubrimiento bajo
impermeables capa tras capa de
frivolidad. Si eliminásemos los efectos
de la cobertura de Alcásser del relato
cultural español, se entendería, en
términos de la sociedad del espectáculo
de Debord, que el fútbol sea un
mecanismo de distracción y coerción tan
importante, pero no que un reducto
pulsional tradicionalmente acotado a los
márgenes, y de consumo asociado a un
espectro muy concreto del hecho social,
esto es, la prensa del corazón, haya
devorado de tal modo el imaginario
público que incida directamente tanto en
las formas y gestos del diálogo político
a todos sus niveles (local, autonómico y
central), con la excusa de una supuesta
cercanía a los receptores de la acción
política, como en los mismísimo
órganos reguladores y legisladores, que
ceden cada día más a las falsas
necesidades y alertas generadas en los
frentes de batalla publicitaria que
sustentan esa monstruosa ficción, tras
haber barrido del tablero de juego
sociocultural todo rastro de
intelectualidad, acusándola de estar del
todo desapegada de una realidad
inmediata totalitariamente manipulada
para su espectacularización absoluta.

16. El caso Alcásser y sus fenómenos


asociados coincide con la implantación
en la psique común de una imagen
monumental de España tras la
designación de Barcelona como sede
olímpica para el año 1992 y de Sevilla
como sede para la Exposición Universal
ese mismo año. Estudios como el de
Helen Jefferson Lenskyj han probado
sobradamente que la maniobra de
coexistencia de ambas sedes venía
orquestada por la UE y la
administración de distintos bancos
centrales a fin de comprobar qué efectos
podría tener la formación y posterior
estallido de una burbuja inmobiliaria en
un país europeo. Mi investigación va en
consonancia con esto, se orienta hacia la
comprobación de hasta qué punto se
fuerza verticalmente el retorcimiento de
la opinión pública, se inyectan dosis
extras de miedo y paranoia a una cultura
ya de por sí muy proclive a la
escatología, para que las bases del
pensamiento cotidiano se amolden al
diseño (repito: al experimento) como el
colchón se amolda con el tiempo al
cuerpo de quien duerme sobre él.
17. Lo impensable, por velado o porque
rebasa la capacidad humana de proceso
(como en el caso de la computación por
grandes bloques de datos, por ejemplo),
solo resulta accesible, de momento, a
través de la metáfora. Esta entrevista
está siendo un buen ejemplo de ello.

18. Prefiero no contestar a eso aún.

19. «11 de marzo de 2004: para los


medios de comunicación, la fusión fría
de las extremidades amputadas que
acaban de mostrarnos debería organizar
por sí sola un discurso claro; cráteres de
tiempo se llenan de lluvia ácida bajo la
que bailan los especuladores
inmobiliarios que han corrido a firmar
acuerdos y derechos de usufructo sobre
el suelo circundante al lugar en el que
estallase cada una de las bombas en
cada uno de los cuatro trenes, un tic
nervioso, efecto secundario del plan de
medicación previo a la operación de
cirugía estética sobre España que se está
llevando a cabo desde el 1989 y que no
genera una burbuja sino una estructura
disipativa que intenta forzar la aparición
de contexturas coherentes en un sistema
sociológico extremadamente alejado del
equilibrio».

20. Ante la imposibilidad racional de


aprehender fielmente cualquier
«realidad», debemos conformarnos con
el simulacro… La aceptación tácita de
construcciones superrelativas que
engloban por igual la conspiranoia, la
disolución del trance alfabético, la
ciencia-mito, las incursiones analíticas
en la sociedad del espectáculo, la
Realidad Aumentada conceptual y el
flujo de conciencia como espejo e
imagen del código fuente de la matriz de
Lo Real.

21. Radica en qué nos cuentan de un


territorio (aunque este sea una
abstracción legal en forma de Estado)
esas «tramas diabólicas», qué nos dicen
de la idea que tenemos del Otro, cómo
al acercar el ojo a la quemadura en el
Telón contemplamos una metáfora que
podemos usar como mapa o como arma.
No es una lectura entre líneas sino una
apropiación blanda.

22. En 1995, la empresa aseguradora


Mapfre repartió por todos los buzones
de España unas postales informativas en
las que aparecían una serie de símbolos,
pictogramas supuestamente usados por
los ladrones para señalar las casas. Un
rombo significaba «casa deshabitada»;
tres barras verticales, «casa ya robada»
y así hasta quince o veinte más.
«Defended vuestro hogar con todas las
medidas de seguridad a vuestro alcance.
Una de ellas, la mejor, es nuestra póliza
de seguros», rezaba el anverso de las
tarjetas. El ridículo que hizo esa
campaña fue tan notable que Mapfre
tuvo que dar marcha atrás y retirar las
postales a los pocos meses, cuando los
portales de todas las capitales del país
se empezaron a llenar de pegatinas y
pequeñas pintadas replicando aquellos
símbolos. Otras empresas, dedicadas a
los estudios de mercado y al buzoneo,
habían hecho suyo el código y lo usaban
para su actividad.

23. Olvidas cuándo empezó, hasta que


ello cree en que eres tú imaginándolo.
Te intercambias a través de una
equivalencia ficcional de la identidad.
Historia Edípica, una referencia
psicosocial estándar y una cáscara
neuroelectrónica replicable. En
cualquier caso, te reviste.

24. Una joven ciega vivía sola con su


perro lazarillo en una casa unifamiliar
cerca de un hospital psiquiátrico situado
en los alrededores de Montehermoso,
Cáceres. Una noche, escuchó en la radio
la noticia de que uno de los pacientes
del hospital se había fugado; debido a la
cercanía, se fue a dormir muy asustada,
pero se calmó enseguida al retomar su
rutina nocturna: al acostarse, el perro se
metía debajo de la cama, ella dejaba que
uno de los brazos le colgase por el
lateral del colchón y el animal le lamía
la mano hasta que la chica se sumía en el
sueño profundo. De madrugada, un ruido
proveniente de la cocina la despertó, un
goteo constante. La joven se levantó,
aseguró los grifos del fregadero y
regresó a la cama, dejó el brazo
colgando y el perro volvió a lamer la
mano hasta que su dueña se quedó
dormida otra vez. A la mañana siguiente,
la chica llamó al perro un centenar de
veces, que no aparecía por ninguna
parte. Llamó por teléfono a los vecinos
de la casa más cercana; estos, al llegar
donde la chica, encontraron sangre por
todo el dormitorio y en la cocina, y al
animal descuartizado bajo la cama, con
unas tijeras clavadas en el cráneo
sosteniendo una nota: «Los locos
también sabemos lamer la mano».

25. El atisbo desde la fuga de


significante, un hambre de piel que no
colma la estadística de incidencias de un
fenotipo en particular sobre una
población concreta, celebrar el
acontecimiento, lo acercado, lo asible,
lo dúctil, y desplegar la morbosa
fotogenia del centro de diana de la
parafilia, la «memoria del mal y
tentación del bien».

26. Cada capital de provincia tiene su


Tío Paco, un hombre que vive en uno de
los bloques que rodean un instituto de
enseñanza secundaria; si alguna
estudiante entra al edificio, se quita las
bragas y las deja en el buzón del Tío
Paco, al día siguiente las recibirá de
vuelta en su propio buzón, junto con un
billete de 50€… Un chico publicó en
Facebook cómo le había contactado por
Whatsapp un tal Momo, que le dejó un
número de teléfono al que debía
conectarse para chatear urgentemente:
+81 345-102-539 (el número existe, yo
mismo he escrito a quienquiera que sea
el propietario y he tenido una
experiencia parecida, puedes
comprobarlo por ti mismo). Eran las
3:00 A. M. cuando el muchacho aceptó
el chat y Momo contestó en perfecto
castellano, a pesar de que el código de
país indica que el número de teléfono
corresponde a uno de Japón. Conforme
avanzaba la conversación, Momo
empezó a enviarle al chico fotos
perturbadoras de supuestos asesinatos y
crímenes que él mismo habría cometido.
El chico efectuó una búsqueda inversa
de las imágenes en Google, pero el
buscador no las reconocía, así que solo
cabían dos posibilidades: o Momo las
había descargado de la Deep Web, o
ciertamente eran instantáneas tomadas
como recuerdo de sus crímenes. El
chico replicó con algo que hizo enfadar
a Momo (y que la leyenda no
especifica), quien a su vez contestó
escribiendo el nombre de la hermana del
otro. Esto no hizo sino acrecentar la
tensión. Al pedir el chico explicaciones,
Momo envió una última foto, esta de una
muñeca. «Se parece a la muñeca de tu
hermana, ¿no?», fue el último mensaje
que recibió el chico, acompañando la
imagen en anterior. En efecto, esa
muñeca era la misma a la que su
hermana solía dormir abrazada…

27. En Babilonia, las narrativas de


leyenda urbana se imponen y tienden
cada vez más a la representación,
mediante destello confuso y
desarraigado, de, por un lado, las
características del capitalismo global y
posmoderno, y por otro, el lugar del
individuo en ese sistema enormemente
complejo. Al tiempo, revela las
crecientes limitaciones que nuestra
concepción de la agencia y nuestros
órganos sociales de percepción imponen
a la capacidad de orientación por la
presente fase cultural.

28. La identidad humana nunca es


consumada; no digamos ya la «identidad
nacional». Cualquier tipo de identidad
unitaria está acuciada del mismo
problema. Del mismo modo, todo
aquello que es ficción queda inconcluso
por virtud de no ser verdaderamente
hermético, unificado. Nada es real, pues
Lo Real es aquello que está
empíricamente completo y no es
afectado por externalidades. Lo
ficcional es un atractor de entidades
híbridas (no solo por ser producto de la
imaginación humana sino porque no
conforman modelos de pureza, unidad e
identidad). Al describir la ficción como
una anomalía, tal como la teoría cultural
general ha hecho hasta ahora, se la está
prejuzgando según nociones binarias de
identidades delineables (como Verdad,
o Normalidad) y cuerpos no-delineables
(Mentira esencial, Anormalidad,
Deformación), tendencia de la que
pretendo escapar (pretendiendo, al
tiempo, que el receptor de mis textos
escape conmigo) al referir
primordialmente a lo transversal, las
conversiones, las transgresiones, la
comunicación, el proceso, las
dinámicas…

29. Soy la rata con la oreja implantada


en el lomo, encerrada en una jaula
superpoblada que alguien ha dejado en
una esquina oscura del laboratorio, y
puedo oír todo lo que se dice ahí, pero
la vibración del sonido se expande por
la columna vertebral y se disipa en el
cuerpo.
Ejecución en Melilla, en noviembre de 1921,
del legionario Manuel Arias, condenado por el
asesinato de un cabo del Tercio
Sacerdotes recogen cadáveres de soldados
españoles tras el «desastre de Annual» (1921)
Representantes del franquismo se reúnen con
autoridades marroquíes (Vértice, número 13,
agosto de 1938)
Tropas moras durante su entrada en Madrid (28
de marzo de 1939)
Portada de Vida Marroquí (número 440, 31 de
enero de 1935)
ACTO CUARTO:
LA MUERTE DE LA
INTELIGENCIA
Primera guardia de la Legión al Cristo de la
Buena Muerte en su capilla (1931)
INTRODUCCIÓN:
LA BELLA MUERTE
JORDI CHANTRES
«Tuerto como Polifemo, diríase de
espiritadi su ojo izquierdo, por lo
muy abierto y renegrido. Debajo del
párpado le cruza el pómulo un
terrible costurón. El otro ojo no es
sino una cuenca hueca y oculta con
parche negro […]. Unos puntiagudos
colmillos y unos incisivos mellados
y amarillentos, perdidos en su
oscura sonrisa y entre dos grandes
orejas de perdiguero, le dan un
aspecto entre goyesco y solanesco»

¡Muera la inteligencia! ¡Viva la


muerte! Salamanca, 1936,
Carlos Rojas (Planeta, 1995)
a bella muerte te besa la

L frente y arrulla —escribe


Millán Astray en 1923 en La
Legión—; es compañera y amiga,
acompañante en el tránsito, dulce
muerte, madre amorosa. Santa Madrina:
«Hablemos de la muerte a los soldados;
que huya esa visión dantesca; alejemos
de su mente el horror. Que no sea una
temible Furia enlutada y tenebrosa que
amedrenta con su guadaña. Mostrémosla
joven y bella, besando la frente del
héroe, derramando flores en derredor.
Que sea el Angel de la Guarda para el
soldado que lo lleva al Cielo». Lo que
al legionario le sucede queda entre
legionarios. La mística es perfecta,
brutal, sanguinaria. Aunque las tropas
legionarias españolas surgieron a
imitación de las francesas, para la
molienda e inmolación frente a los
rifeños, pronto se convirtieron en algo
muy nuestro. Todo lo inconcebible, la
glorificación absoluta de la sinrazón y la
muerte, adquiere una impronta de
afirmación: dad la bienvenida a la Santa
Muerte.
Pero mientras tanto, el eco de
nuestros legionarios se extiende por
otros países, como Rumania y su temida
Guardia de Hierro, cuyos integrantes
eran conocidos como los «legionarios».
También ellos eran defensores del
martirio, la cristiandad y el fuego
redentor. Tenían su propio libro, el
Manual de los legionarios, donde se
preguntaban: «¿Quieres programas?». Y
la respuesta parecía llegar simple, como
si hubiera estado flotando en el ambiente
guerrero: «Están en los labios de todos.
Será mejor que busques hombres. Todo
el mundo puede preparar un programa en
una noche: no es eso lo que el país
necesita».
Lombroso, a finales del siglo XIX,
estudió al anarquista y afirmó que estaba
imbuido de un espíritu suicida. Hubo
atentados anarquistas en buena parte del
mundo, pero en general el anarquismo
rechazó estos métodos, o como mínimo
los consideró circunstanciales pero no
la esencia misma del anarquismo, una
ideología que se asentaba sobre otro
tipo de bases. La naturaleza suicida
legionaria alcanza su cénit con la
defensa del bushido, el espíritu
caballeresco de los samuráis japoneses
que pondrá en práctica el terrorismo
japonés, por parte del mismísimo
Astray. La muerte no es algo malo, sino
la consecuencia inevitable del buen
hacer, como lo demuestra esta selección
de verdadera casquería literaria que te
ofrecemos, un subgénero literario cuya
calidad resulta cuando menos dudosa y
su valor reside en la morbidez y lo
atávico, en la recreación —en ocasiones
extenuante, decenas de páginas de
metralla, amputaciones, estertores que
se prolongan, vivas a la muerte,
consejos para el buen morir, visiones
celestiales, últimas camaraderías— del
momento en que el legionario se halla
frente a frente con la Santa Muerte y la
abraza y besa. Lo importante no es el
Fin, sino llegar a este de forma
«deshonrosa». El bushido, entonces,
sería para el legionario la expresión más
extrema de la tradicional reivindicación
de nuestra extrema derecha de las
antiguas órdenes de caballería, los
guardianes de la cristiandad y los
caminos, las cruzadas o el interés por el
templario.
Centrado en el cuerpo físico, el
cadáver legionario es parte de esa
misma mística. Lo que sucede entre
legionarios queda allí y solamente es
tratado según el código del legionario
como auténtica subcultura que es:
«Tiene la Legión especial rito para dar
tierra a sus hijos. Nadie ha de tocar sus
cuerpos que sea extraño a los
legionarios […]. Ellos lo bajan al
sepulcro, y tras de breve y piadoso rezo,
lanzan con verdadero furor sus vivas»,
afirma Astray, el hombre hipérbole para
el legionario, hasta el punto de que en él
lo feo se torna bello, en una paradoja
escalofriante: «Cuando Millán apareció
bajo el arco —se cuenta en Legión 1936
de Pedro García Suárez, un clásico de la
literatura legionaria de la que te
ofrecemos algunos fragmentos—, sentí
un escalofrío. Aquello no era un
hombre: era una piltrafa gloriosa, un
guiñapo heroico. Es alto y entonces tenía
la piel tan pegada a los huesos de la
cara, que se le traslucía la calavera
[…]. Los legionarios tiraban las muletas
y saltaban sobre la pierna única, como
monstruos extraños, de otro planeta,
hacia Millán. Le besaron y le ciñeron al
cuello abrazos de muñones negros,
retorcidos, crispados por la metralla.
Millán sonreía, con esa sonrisa suya,
que es una mueca trágica».
Esta conversión de lo grotesco en
bello tiene otro ejemplo supremo en la
descripción, auténtica oda al líder
franquista, que hace el poeta y escritor
falangista Giménez Caballero en 1938,
en plena contienda bélica, sobre la
«belleza» de Franco, que para su autor
no tiene rival, ni Hitler ni Mussolini. En
La sonrisa de Franco, Caballero
escribe:

«FRANCO es la sonrisa. Su más


profundo secreto. No estamos conformes
con los retratos que pintan a FRANCO:
serio, cejijunto, grave, doctoral. Como
para darle un aire mussoliniano o
hitlerista.
Hay que ir poco a poco acabando
con mimetismos alucinantes que tienen
ya el peligro de desespañolizar un
Movimiento tan español como el
nuestro, aunque nuestro Movimiento
haya aceptado ciertas líneas generales
históricas.
Y sobre todo no hay derecho a
buscar esos mimetismos en la figura tan
españolísima del Caudillo.
MUSSOLINI tiene su secreto en la
mirada y en la forma de emproar la
mandíbula.
Es el Duce de un pueblo como el
italiano que sabe congregarse en
magníficas paradas y adunatas al sol y al
aire libre y necesita del Condotiero con
mirada solar y gestos de tribuno —
asomando a un balcón o a un balaustre—
para ser comprendido y guiado.
HITLER es —plásticamente— sus
recortados bigotes y tupé oblicuo, los
cuales, bajo la gorra militar, le dan un
aire entre marcial y popular, entre
doctoral y solemne, que va muy bien
para un pueblo como el alemán tan
disciplinado y en orden.
Pero FRANCO es la sonrisa. La
sonrisa de FRANCO ha conquistado a
España. Y nos ha conquistado a todo el
pueblo.
Es el signo que el pueblo de España
y los combatientes de España
necesitaban para alcanzar su triunfo y
consolidar su victoria.
Porque a un país tan rebelde, rijoso,
enconado, cabileño y de guerra civil
como el nuestro al estallar la lucha, solo
podía pacificarle un Caudillo con
sonrisa. Ese es el gran secreto de que
FRANCO no sea ni envidiado ni
envidioso en un país tan rencoroso y
envidioso como el nuestro.
Aquí donde las pasiones han
estallado en sangre, donde cada español
pega con su sombra, donde el alma de
las gentes estaba y está convulsa y todo
son iracundias, guerra, combate, solo
esta sonrisa suprema de amor y paz, que
es FRANCO, podrá sosegarlo,
apaciguarlo, cicatrizarle las heridas.
La sonrisa de FRANCO tiene algo
de manto de la Virgen tendido sobre los
pecadores. Tiene ternura paternal y
maternal a la vez.
En su sonrisa vemos que el hombre
de más poder de España, y el que puede
fulminar los destinos de los demás
hombres, sabe perdonar, sabe
comprender, sabe abrazar.
Es cierto que FRANCO tiene
momentos de gravedad infinita, de
dolor, de seriedad amarga. Pero siempre
es culpa nuestra. Y se debía pagar con
fuerte castigo poner serio a FRANCO.
Porque esto lo sabemos todos los
combatientes ya y todos los españoles:
la mejor condecoración, el mejor
premio que puede recibirse en nuestra
Causa no es otro que ese: merecer que
FRANCO nos premie con su sonrisa. La
sonrisa de FRANCO».
Moda entre los militares fascistas (alrededor
de 1938)

En las páginas siguientes: Jura del cargo de los


Consejeros de la Falange en el Monasterio de
Santa María de las Huelgas, Burgos (1937)
4 ENCUENTROS CON LA
MUERTE
RAMÓN MAYRATA
Fermín Galán, La Barbarie Organizada:
novela del tercio (Editorial Castro, 1931)
I
La calle se encuentra en un barrio
residencial de la ciudad. Conserva
chalés y palacetes entre las casas de
pisos y apenas tiene comercios. En la
esquina descubro un quiosco de
chucherías, bajo un tejadillo gris
cubierto de musgo. La zona es apacible
y silenciosa, aunque no existe lugar
tranquilo para quien está dominada por
la angustia y el miedo. De repente los
seres humanos se esfuman y las casas y
edificios desaparecen tras altas tapias
en las que la mirada no puede penetrar.
Enfrente hay un sanatorio privado para
los locos y, en la esquina, un cuartel de
mutilados de guerra. Cuando corro hacia
el quiosco le veo. Una pierna rígida
apuntala, como un decorado, la guerrera
verde de la que cuelga inerme una
manga vacía que discurre a lo largo del
pecho desnudo y sudoroso. Una borla
roja cae, en plomada, desde la gorrilla y
oscila sobre el rostro sin forma, casi sin
espacio, que se disputan un parche
negro, las cicatrices como limaduras y
los dientes de oro. Parado a la puerta
del cuartel, sostiene una llave en balanza
sobre los tres dedos que quedan en su
única la mano.
Días después me entero de que es un
general del ejército, llamado Millán
Astray, el fundador del Tercio de
Extranjeros. O lo que queda de él. Pero
en aquel momento para mí era la imagen
misma de la guerra. Las sensaciones que
viví siendo muy niña, confusas, vagas,
nunca comprendidas, reaparecieron
como fantasmas: una plaza de toros, el
gotear de la sangre bajo los tendidos,
los hombres estoqueados. Una ausencia
en la casa, la madre que llora, el ruido
de un cajón en el que unas manos de
mujer acarician las cosas que
pertenecieron a un ser querido, antes de
empeñarlas.
II
Mi padre fue asesinado. El cadáver del
viejo, abandonado en la arena de la
plaza de toros en la que a veces se
convierte mi memoria, tiene el abdomen
atravesado por un estoque, los ojos
desencajados y en la boca entreabierta
se posan las moscas. Usaba chaleco.
Está desgarrado y las tiras teñidas de
sangre. Aunque apenas le conocí, tengo
la impresión de haber pasado horas y
horas apostada, espiando su paso por mi
mente como un pensamiento terrible,
para interrogarle sobre una crueldad que
nunca he logrado comprender. Por lo
visto era un hombre singular, de familia
de cómicos, que recitaba a Shakespeare
de corrido, aunque recurría a las
morcillas sin escrúpulo alguno. Mi
madre guardaba de él una foto en la que
aparecía con chaleco y leontina de reloj.
No se sabe muy bien cómo llegaron a
casarse. Ella era una mujer recia y
analfabeta, que pertenecía a un mundo
totalmente distinto. La conoció durante
una de las giras de su familia, abandonó
el teatro, se fue a vivir con ella y
aprendió el oficio de practicante, aunque
en el humilde barrio en el que se
alojaron desempeñó casi tantos papeles
como a lo largo de su carrera de actor.
En ocasiones, hacía las veces de médico
o curandero, intentaba suplir la ausencia
de maestro, mediaba en los conflictos
como un juez de paz, leía el periódico
en voz alta en la barbería y hasta
escribía las cartas a sus convecinos, en
su mayoría analfabetos. Le llamaban el
poeta. Él estaba orgulloso, sobre todo,
de las cartas de amor para las que
buscaba palabras apropiadas, dulces y
hechiceras. Era ya un viejo, con los ojos
llorosos, el belfo colgante, el traje de
chaleco gastado y la leontina
herrumbrosa, cuando le llevaron a la
plaza de toros para estoquearle como a
una res.
III
¿Quiénes eran? Nunca les vemos. Beben
toda la noche. Al día siguiente me
mandan entrar a limpiar con un pañuelo
anudado en la cabeza y un balde de agua
que regresa de color ceniza. La vieja
interroga perversa e implacablemente
los restos que se amontonan en el cubo
de la basura: una prenda de mujer
abandonada, el programa de las carreras
de caballos, una billetera vacía, una
venda, sangre entre colillas y botellas
vacías. ¿Sangre o carmín? ¿Qué sé yo
del amor o de la muerte? Lo que yo
puedo intuir es muy poco. ¿Qué pasa allí
al lado? Nunca lo sabré.

IV
En el resto de la casa merodeaban otras
vidas. En los pasillos la madera reseca
del suelo crujía bajo las pisadas. En una
de las alas reinaba el dolor. El dentista
había tomado en traspaso la clínica de
un dentista jubilado. Fue poco antes de
que estallara la Guerra Civil. Las
circunstancias de la guerra, la Segunda
Guerra Mundial y el bloqueo
internacional impidieron que renovara el
instrumental que procedía, en su mayor
parte, del siglo XIX. Las piezas estaban
talladas primorosamente a mano y
poseían un valor histórico. De hecho,
bastantes años después de realizada la
transacción, al limpiar a fondo un
escritorio, apareció un sobre amarillo en
una gaveta oculta. El dentista lo rasgó
con un pequeño bisturí y encontró una
nota manuscrita en la que el antiguo
propietario declaraba su voluntad de
donar el consultorio al museo de la
Facultad de Medicina. Su familia no
cumplió aquel propósito. De manera que
el instrumental, los muebles, los
aparatos de rayos, las prótesis y las
piezas de anatomía patológica pasaron a
manos del señorito en su integridad.
También una imagen de santa Polonia,
patrona de la Odontología; una cerámica
alegórica proveniente de la civilización
precolombina de Otavale; un barco
realizado con elementos de la profesión
y, especialmente, con muelas y dientes y
un grabado litográfico francés titulado
Perro con dolor de muelas que colgaba
de la pared de la sala de espera.
En esta zona de la casa hay poca luz.
El aire huele obstinadamente a cloro y a
veces a quemado. Las puertas corredizas
de la sala de espera están entreabiertas.
Dentro nadie habla. Cuando paso solo
logro distinguir fragmentos de los
cuerpos que aguardan. El resto son
sombras. Vislumbro una uña que muerde
como una serpiente el brazo gastado del
sillón, destellos de ojos que giran y se
multiplican, labios que se hunden en las
bocas, mandíbulas que se tambalean en
el aire.
Al otro lado del pasillo, he visto
solo en una ocasión una boca abierta,
una muela invisible tras un arrecife de
tinieblas que el dentista perfora con el
punzón del torno, mientas acciona la
máquina con un pie y mantiene el
equilibrio con el otro. Alguien cierra la
puerta de la consulta de golpe y los
chillidos retumban como en un callejón
sin salida. Aquel tumulto de dolor que,
amortiguado, atraviesa el pasillo
provoca el espanto en la sala de espera,
se incrusta en los nervios de todos los
que aguardan someterse a un sufrimiento
tan riguroso como innecesario que,
ahora lo sé, reproducía en un minúsculo
glóbulo, el comportamiento generalizado
de una parte del país, organizado según
las normas de una dictadura.
Celebración en Valladolid del 2.º Aniversario
del Alzamiento
Cartel con cita de José Antonio Primo de
Rivera publicado en la revista Destino (1938)
En la página anterior: portada del número 14
del periódico del derechista y ultracatólico
C. E. D. A. (diciembre de 1939) dedicado a
«los que cayeron»
Franco, junto a Astray, ascendido a general
(febrero de 1924)
EL BUSHIDO
MILLÁN ASTRAY
Preámbulo incluido en El bushido, el
alma de Japón, de Inazo Nitobe
(Gráficas Ibarra, 1941)
s muy interesante y muy ameno

E l i b r o El Bushido, de Inazo
Nitobe, profesor de la
Universidad Imperial de Tokio,
miembro de la Academia Imperial del
Japón; es bellísimo estudio del alma
heroica del japonés. El Bushido es el
código de moral ascética de los
samuráis antiguos guerreros medievales;
su origen es antiquísimo, quizá de hace
varios miles de años. Se ajusta a las
virtudes del alma japonesa: caballerosa,
guerrera, sencilla, de culto profundo a
los antepasados y veneración religiosa a
su Emperador, que representa para ellos
a Dios y a la Patria.
El cristianismo se conoció en el
Japón en el siglo XVI. Los principios de
la moral cristiana no están en pugna, ni
mucho menos, con el Bushido, que es
anterior a Jesucristo.
El Bushido se inspira en reglas de la
más pura moral e iguala en su práctica,
como el Cristianismo, a todos los
hombres, sin separaciones ni privilegios
de castas ni edades.
Los cuatro principios fundamentales
del Bushido son:
NO DEJARSE SOBREPASAR POR
NADIE EN SUS IDEALES.
SERVIR AL JEFE SUPREMO.
SER FIEL A LOS PADRES.
SER PIADOSOS Y
SACRIFICARSE EN BIEN DE LO
DEMÁS.
Los cuatro votos que impone el
Bushido SON:
LA MUERTE, LA FIDELIDAD, LA
DIGNIDAD Y LA PRUDENCIA.
Las pestes del Bushido son:
EL SUEÑO, LA DISIPACIÓN, LA
SENSUALIDAD Y LA AVARICIA.
El camino del Bushido o la Vía de
los Caballeros es:
CULTO Al HONOR, CULTO AL
VALOR, CULTO A LA CORTESÍA,
CULTO A LA PATRIA, representada
por el Emperador.
Traduzco el Bushido limitándome a
poner en castellano la edición francesa.
Es homenaje de antigua gratitud a que un
ejemplar de este libro me fue dedicado
por el Representante del Japón en
España, y porque estoy profundamente
convencido de que el Bushido es, como
camino, vía o regla de conducta de los
caballeros, un perfecto credo.
Es interesantísimo y muy provechoso
libro para las juventudes de un pueblo
que después de larga época de
decadencia renace y quiere ser
esplendorosamente grande y libre. Es
eminentemente espiritualista y desprecia
el materialismo grosero y sensual.
En el Bushido inspiré gran parte de
mis enseñanzas morales a los cadetes de
Infantería en el Alcázar de Toledo,
cuando tuve el honor de ser maestro de
ellos en los años de 1911-1912. Y
también en el Bushido apoyé el credo de
la Legión, con su espíritu legionario de
combate y muerte, de disciplina y
compañerismo, de amistad, de
sufrimiento y dureza, de acudir al fuego.
El legionario español es también
samurái y practica las esencias del
Bushido: Honor, Valor, Lealtad,
Generosidad y Espíritu de sacrificio. El
legionario español ama el peligro y
desprecia las riquezas.
Asimismo, en las normas difundidas,
en mi ya larga vida, de moral militar y
patriótica, las basé en las sabias
Ordenanzas militares de Carlos III y las
que emanan, como ellas mismas, del
acervo de nuestra excelsa historia
militar, añadiendo en parte las normas
del Bushido, que transmite sus reglas
por la leyenda y ordena cómo el
caballero ha de vivir dentro del camino
recto e invariable del honor, el valor, la
cortesía, el culto a Dios y a la Patria y el
espíritu de sacrificio. ¡Y es tan
patriótico y espiritual, tan arrogante, tan
bello, tan apartado del materialismo, del
egoísmo, de las ruindades, de las
cobardías, de las vilezas, de la ambición
y de la envidia —ese ruin veneno que
todo lo corrompe, que todo lo mancha,
que todo lo entorpece—, que en él se ve
el camino del soldado caballero! ¡Y
canta con tanto esplendor y con tanta
sublimidad el espíritu de sacrificio, que,
con el Bushido, se confunden las normas
de nuestra Moral cristiana! Ha de
tenerse en cuenta que Inazo Nitobe, el
autor del libro que traducimos, es
cristiano.
El japonés fue siempre caballeroso,
militar y guerrero. Vivía tranquilo,
atrasado, ignorante, sin fuerzas militares
debidamente organizadas para luchar
contra el enemigo exterior. Un triste día
sufrió una afrenta que le infligió el
extranjero. En lo íntimo de su alma
nacional reconoció su debilidad militar,
que exasperó su espíritu guerrero
ancestral, y desde aquel momento
decidió emprender un camino de marcha
difícil y penosa, de trabajo y de
sacrificio, para llegar a ser un pueblo
fuerte y, por lo tanto, virtuoso y
guerrero. Era el año de 1855, y estamos
en el año 1941. Todos sabemos dónde
está hoy el Japón, con su fuerza y su
pujanza y el papel preeminente e
importante que ocupa hoy en el mundo.
Pues todo eso es principalmente debido
a la práctica del Bushido o Camino de
los Caballeros.
Es el Japón un alto y deslumbrante
ejemplo de camino a seguir por el
pueblo, que, atesorando en su alma las
condiciones más puras de la religión
cristiana y de la caballerosidad y el
valor heroico, hubo de caer en el
envilecimiento por olvido de esas
virtudes, y dejándose seducir por el
materialismo recibió la afrenta y el
pisoteo del enemigo, y que desde aquel
momento quiere renacer y renace para
ocupar el puesto que la voluntad de
Dios, sus propios méritos y virtudes y su
historia le conceden, utilizando para
llegar a ello el camino de la moral
cristiana, del honor, del valor y,
principalmente, el del sacrificio —que
es opuesto al del beneficio personal—,
ya que sin sacrificio no puede haber ni
honor, ni valor, ni Religión, y por lo
tanto, ninguna clase de adelantos, ni
menos de grandezas.
No os cansa más el traductor. Este
saludo de proemio no es más que una
cortesía en reverencia al Japón
caballeroso, a Inazo Nitobe, el autor de
tan bellísimo libro, y a vosotros, los que
vais a leerlo, traducido a la lengua de
Cervantes por vuestro servidor.
CASQUERÍA LEGIONARIA
LEGIÓN 1936
PEDRO GARCÍA SUÁREZ

(FRAGMENTO)

l amanecer, los centinelas,

A aburridos, disparan
trinchera a trinchera.
de

Al principio son disparos sueltos y


aislados. Los disparos de los cazadores
que aguardan la pieza humana,
difuminada en la luz diluida del
amanecer… Después, entran en juego
las ametralladoras y, a poco, se une el
seco estampido de los morteros que
dejan caer, a plomo, desde el cénit, la
mortífera carga, que lleva hasta todos
los rincones y a todas las zanjas, un
saludo quemante… Antes de salir el sol,
la guerra, entumecida por la madrugada,
se recrudece y la barahúnda se
generaliza en todo el frente. Después,
inexplicablemente, cuando los primeros
rayos de sol hieren directamente el
cielo, cesa el estruendo, se acalla el
tiroteo. Solo se oyen, muy espaciados,
los disparos de algún recalcitrante que
sigue al acecho…
Quizás la guerra se despereza así. Y
cuando el sol sale y calienta los
músculos y aclara los cerebros, los
cerebros, que son los que hacen la
guerra, sienten la pereza de matar…
Quizás sea así. ¿Quién puede saberlo?
Juan Ramón se despertó bruscamente
y tuvo la sensación de que estaba en
pleno ataque. Saltó de la cama y salió
corriendo hasta la trinchera. Arturo
estaba junto a él, pero los otros, seguían
la partida interminable, con el mismo
ahínco, con igual frenesí.
Alrededor de ellos, al fresco de la
amanecida, el aire se desgarraba, herido
por el paso veloz de miles de
proyectiles invisibles. Los disparos de
los legionarios sonaban secos y rotundos
en tomo y el campo enemigo era una
continua línea de fogonazos
rapidísimos… Cantaban las
ametralladoras su trágica canción y las
balas llegaban en abanico, desgarrando
el aire, destrozando, con sus invisibles
zarpas, el borde de los sacos terreros
que se elevaban de la trinchera,
levantando una nube de polvo y
crepitando metálicamente, cuando
chocaban contra alguna piedra que las
fragmentaba en mil diminutos trozos…
Hacia la derecha, sonaron voces y ante
ellos pasó, rápida, una camilla.
Siguieron tras ella. Llegaron hasta un
pequeño grupo de hombres que abrían
con las manos un paso entre los sacos,
para sacar la camilla. Arturo se plantó
allí de dos zancadas y el sargento le
explicó rápidamente lo que pasaba.
El legionario Cerrillo, el camarero
del bar de oficiales, había estado de
centinela hasta el amanecer. Cuando
empezó a clarear se retiraron los
puestos y los escuchas… Aquella
mañana no se oía un solo tiro… Cerrillo
saltó las trincheras y se acercó a las
alambradas, cuando ya el día llegaba
velozmente. Allí le vieron los rojos y
dispararon. La ráfaga debió alcanzarle
de lleno, porque le vieron ponerse en
pie de un salto y caer luego sobre los
pinchos espesos. Los rojos empezaron a
disparar inmediatamente, con furor, para
impedir que nadie pudiese salir a
recogerle… Dos legionarios salieron
por él. A uno le mataron al salir de la
trinchera y habían podido retirarle —
desde dentro—, arrastrándole por un pie
que quedó asomado sobre el parapeto.
El otro, consiguió llegar hasta Cerrillo,
pero le alcanzaron y estaba tendido casi
junto a él.
—¡Allí! Mire usted…
El sargento había mandado que
tirasen aquel trozo de trinchera para
sacar una camilla y recoger a los caídos.
Había que hacerlo así, porque al salir de
la trinchera, al saltar por encima de ella,
sobre los sacos, la figura se recortaba y
la muerte era segura…
Arturo vio, delante, al camarero:
¿por qué saldría? ¿Qué extraño impulso
le llevó a cometer aquella tontería?
Delante de Cerrillo estaba el legionario
muerto. Muerto por compañerismo. Por
acudir a salvar a un camarada. Había
quedado boca arriba, con los brazos en
cruz y la cabeza llena de sangre. Más
allá, de espaldas a ellos, doblado sobre
la alambrada, con los pantalones caídos
sujetándole las piernas como dos
grilletes, desnudo o casi, estaba
Cerrillo. Arturo recordó rápidamente.
Le sonaba el nombre, le traía algún
recuerdo a la memoria… ¿Qué
recuerdo…? La luz se hizo como un
fogonazo. Sí, sí ¡Ya estaba! Galicia…,
los prados…, las esquilas…, la moza
paridora…, el dulce alalá, los chirridos
de los carros, las corredoiras, las vacas
mansas, las suaves alboradas… Y ahora
estaba allí, como un pelele grotesco,
clavado en la alambrada y solo… Solo
con su dulce mirada asustadiza, más
asustada hoy y fría, estática. Quizás
aquel hombre pensó algún día morir…
¡Pero no así! No de tan burda, tan
miserable manera: no en tan poco
gallarda postura.
La moza paridora podía esperar su
llegada eternamente y las vacas del
hogar celta quedaban sin el buen pastor,
que cantaba los dulces aires al compás
cristalino de una flauta pánica.
Arturo saltó. Los brazos elásticos le
dieron impulso y le dejaron de pie,
sobre el parapeto. Las balas le
dibujaron, pero él corrió bajo el luego
nutridísimo, brincó sobre el cadáver del
legionario y llegó hasta Cerrillo. Algo le
chamuscó la frente y un líquido
encendido cayó sobre sus ojos…
Sangre. Quedó un poco cegado, pero
pudo arrancar el cadáver y en dos saltos
lo dejó en los brazos que esperaban en
la zanja. Ahora los proyectiles de los
morteros enemigos se concentraron
mortíferamente dirigidos a su alrededor.
Los trozos de metralla le desgarraron las
ropas, le zumbaron en los oídos y se
hundieron en la tierra bajos sus pies,
cuando volvió con el segundo cadáver y
saltó a la relativa seguridad de la
trinchera. La sangre le corría en hilos
sobre la cara, le llenaba la boca de su
espeso sabor, le caía sobre el pecho
jadeante por el último poderoso
esfuerzo… El comandante Vuelta, que
subía todas las mañanas a oler la
pólvora, le dio la mano:
—Bien… Muchas gracias…
También Tesada estaba allí. Y el
padre Cabal hizo el signo de la cruz
sobre la frente de los muertos. Guansito
indicó:
—Es Cerrillo, ¿verdad? ¡Vaya una
manera de morir! Cuando lo enterréis,
hay que ponerle un epitafio que diga:
«Aquí yace María Sarmiento que fue
a…».
El padre lo miró con severidad:
—Se muere por voluntad divina. La
muerte es sagrada siempre, pero en estos
casos, más aún…
Tesada cogió del brazo a Arturo y le
arrastró tras sí, por la trinchera, hasta el
emplazamiento de los morteros.
Mientras le curaba, daba órdenes a los
que servían las piezas que, a poco,
comenzaron a disparar, a vomitar
proyectiles sobre el campo rojo.
Arrasaban las fortificaciones, volaban
los parapetos, fragmentaban hombres y
máquinas. Tesada ordenaba las
correcciones de tiro y la regularidad de
los disparos. Lo morteros araban la
tierra, removiéndola y lanzando al cielo
negros chorros de barro y de acero.
Poco a poco, todo fue volviendo a la
normalidad. Salió el sol. Se desperezó
la guerra. Llegó el silencio y regresaron
a la chabola. Volvió a reanudarse la
interrumpida partida de póker.
—¡Paso…!
—¡Doblo…!
—¡Voy…!
—¡Trío…!
La vida seguía indiferente y vulgar.
Monótona… Desayunaron vorazmente
los tres, sobre un cajón, aparte de la
mesita ocupada por el juego. Puntilla les
fue explicando cosas y dándoles noticias
de la vida que iban a comenzar.
Lo de aquella mañana era muy
corriente. El plato del día. Claro que
hubo víctimas, pero las había causado la
imprudencia. Casi nunca ocurría eso.
Los tiroteos eran una pequeña diversión,
una manera de dialogar, un modo de
echar fuera el tedio y el cansancio de la
guerra de trincheras. Lo peor, eran las
minas… La guerra de minas les costaba
muchas bajas y sobre todo, les mantenía
sobre un volcán. Los rojos habían
minado casi todas las trincheras. Con
los geófonos y, a veces sin ellos, se oía
muy bien el trabajo de los picos y el de
las perforadoras que abrían túneles bajo
ellos.
Juan Ramón recordó aquel ruido,
insistente, lejano, extraño, que le
sobresaltó la noche anterior:
—Sí, aquel ruido lo producían los rojos,
que están minando ahora, toda esta
parte.
La mina bajo la chabola estaba ya
localizada. Los ingenieros trabajaban en
la contramina —una galería que iba a
buscar el ramal enemigo— para volarles
el túnel, antes que ellos lo hiciesen.
Algunas veces, los que trabajan, se
encuentran inesperadamente. Entonces
los faroles de las linternas se apagan y
se lucha en la oscuridad, bajo tierra, a
tiros de pistola y a golpes de pala… La
guerra de minas es mala. Mientras se oía
trabajar, todo iba bien. La mina aún no
estaba preparada. Lo peor empezaba
después, cuando los ruidos de los picos
cesaban, cuando un día, al aplicar el
geófono, respondía el silencio absoluto.
Aquel silencio tenía un cariz
desagradable. Quería decir que el túnel,
terminado, empezaba a llenarse de
dinamita, a atiborrarse de la carga
explosiva. Eso podía durar un día o dos
a lo sumo. Y después… En cualquier
momento del día o de la noche, en
cualquier instante, en el más impensado,
podían volar en pedazos… Para eso
bastaba que un kilómetro más allá, un
hombre conmutara dos finos alambres
y… la tierra se abría, lanzando por el
cráter fuego, como un volcán. Pero había
que esperar. Las posiciones no podían
ser abandonadas ni debilitadas. A veces,
tardaban mucho en volar una mina, o
renunciaban a hacerlo. En los lugares
amenazados se cambiaban las fuerzas
con cierta frecuencia. Y así, con un poco
de suerte y a costa de la mala de otros,
podía a uno tocarle la voladura en
alejado sitio.
Puntilla sacó de un cajón su geófono,
y les indicó que escuchasen. Aplicaron
el aparato al suelo y pudieron oír, casi
con nitidez, el chocar de los picos sobre
la tierra, el ruido de las vagonetas
retirando los escombros, el roce de las
palas… La guerra inmovilizada a la
salida del sol, seguía allá abajo, en las
tinieblas, a diez metros de profundidad,
en las oscuras entrañas vírgenes de la
tierra. Era una guerra cruenta y
acechante, una guerra oscura y horrible.
Juan Ramón estaba acostumbrado a
luchar bajo el sol, bajo la lluvia,
recibiendo en la cara las gotas finas o el
cálido aliento del astro del día. Viendo
al enemigo hacerle frente o huir, pero
respirando a pleno pulmón, subiendo
montes o asaltando líneas que cruzaban
los llanos.
En la reconquista de Teruel, hizo
marchas sobre la nieve, hundiéndose en
la blanca alfombra hasta la cintura. A
veces se levantaba el huracán y el aire
se llenaba de polvo blancuzco,
desmenuzando, irrespirable. El hielo se
quebraba, la nieve volaba en átomos, en
pequeñas partículas que se clavaban
como agujas en la piel, pasando la ropa,
martirizando la carne con dolores
agudísimos. Entonces los hombres no
pedían la vida. Pedían, al Dios bueno,
que no soplase el viento. Si este
soplaba, se abofeteaban unos a otros
para entrar en reacción, para entrar en
calor. Los miembros se congelaban y las
amputaciones eran frecuentes. Pero era
la guerra al aire libre, con la misma
dureza y las mismas dificultades para
todos. Con el mismo peligro enfrente. La
canción brotaba de los labios y la
muerte, era una muerte enardecida tras
la bandera de la Patria. Al fin era lo
mejor. Lo deseable. La lucha en campo
abierto, la oportunidad de vencer
noblemente, fuera de las trincheras, al
aire libre, lejos de las checas infernales
que enloquecían las mentes y trituraban
los músculos con eslava y calenturienta
imaginación. Cruzar valles y ríos,
montes ásperos y suaves, colinas con un
fusil en las manos o una sección
disciplinada, obediente, dispuesta al
sacrificio. Entrar en los pueblos
rescatados. Contemplar el júbilo de
banderas resucitadas, el clamor de las
mujeres llorosas de emoción y las caras
arrugadas y enteras de los campesinos,
que levantaban el brazo alborozados,
sintiéndose hombres, mozos otra vez y
pidiendo a voces un arma, un arma para
unirse a los que llegaban roncos de
pólvora, curtidos por los soles y las
durezas de la guerra. Asaltar una
posición inexpugnable con un golpe de
mano audaz; en la noche oscura que
iluminaban fantasmagóricamente las
explosiones de las «Laffites». Se salía
de la trinchera propia en silencio,
estrechando las manos que deseaban
buena suerte con afanosa voz. Los
hombres iban agrupados, pisando
quedamente, ocultándose en las
quebradas del terreno, tras los troncos
mutilados por la guerra. Nadie hablaba.
No se oía un leve, levísimo ruido. Solo,
un roce casi imperceptible, como un
susurro del viento entre las hojas de los
árboles… En el macuto las bombas y el
afilado machete en la mano. Los más
audaces iban en la vanguardia,
arrastrándose lentamente, reptando, en
un duelo de habilidad y de astucia con
los centinelas y con los escuchas
enemigos que, adelantados de las líneas
rojas, les esperaban ocultos y
agazapados… Era preciso tener ojos de
gato, nervios de acero, pupilas de
águila, ver en la noche, localizar a los
que podían dar la voz de alarma, para
caer sobre ellos con el cuchillo en alto y
reducirlos en seguida… Aquello era
emocionante de verdad. Un paso en
falso, una piedra que rueda, una ramita
que se rompe, un encontronazo, una
caída, podía ser fatal. A veces, los
centinelas enemigos disparaban con las
ametralladoras bajas, por placer o por
probar el funcionamiento de las
máquinas. Si estos disparos ocasionaban
alguna herida, había que recibirla
estoicamente, mordiéndose los labios,
sin gemidos, sin el más leve,
involuntario grito, que pudiese anunciar
la presencia de los asaltantes. Si esto
ocurría, si los que esperaban oían algo,
la posición entera se ponía en pie,
desaparecía la sorpresa, la aventura se
cortaba en flor. Después, la irrupción
violenta en los nidos de ametralladoras,
lanzando bombas de mano y gritando
imprecaciones. Y a la mañana, el nuevo
sol, el sol que nacía limpio y lijado,
alumbraba la bandera que rescataba un
trozo, una cota, una posición para la
España eterna…
Aquello era la guerra. La guerra en
la que los hombres se enfrentaban al aire
libre y vencían, no los más numerosos,
sino los más decididos. Era la guerra
que producía el semidiós, el héroe
romántico, el soldado de romancero, el
que valoraba la dignidad humana y la
hacía vencer a la máquina, al tanque, a
la mecánica aplicada al arte de guerrear.
Un hombre podía morir de un balazo,
pero no debía volar, miserablemente,
impulsado por un cartucho de dinamita.
El pacifismo es asqueroso y
cobarde. Encubre el pensamiento,
sórdido y negro, de que «el miedo es
libre». La guerra es necesaria, humana,
lógica. En ella, un jovenzuelo se
convierte en titán, como aquellos quintos
somnolientos que llegaron un día a las
faldas de Sarrión.
Venían de los regazos maternales y
les pesaba el fusil. Porque el fusil les
pesaba, porque aún conservaban en las
manos las ásperas huellas de la azada.
Se lanzaron fuera de la trinchera
enarbolando picos y así destriparon los
carros rusos que atacaban desde hacía
dos días, en manada gris. Los imberbes
se reían encaramados a los monstruos de
acero que vomitaban cañonazos y se
revolvían como ovejas en estampida.
Los picos remolineaban sobre las bocas
de fuego, destruían las cadenas y hacían
a los tanques, cojos, girar locos,
frenéticos —como puede revolverse un
león contra un mosquito—, hasta que
quedaban inmovilizados… Aquello era
la guerra, claro… Pero esto…
Juan Ramón escuchaba el sordo
ruido de las vagonetas retirando los
escombros, el roce de las palas y el
continuo chocar de los picos bajo la
tierra y en la tierra. Empezaba a
comprender por qué estaba la Legión en
un frente de trincheras. Entendía ahora
por qué no avanzaba, ella, la Legión,
hecha para avanzar, para demoler. Por
qué no avanzaba al aire libre, bajo el
sol, bajo la lluvia, escalando montes,
vadeando ríos y asaltando, a la
bayoneta, inexpugnables posiciones con
ímpetu irresistible. La Legión estaba allí
porque solo nervios de acero, tendones
sólidos y cerebros firmes, disciplinados,
voluntarios, podían soportar la lucha
terrible, la terrible angustia, la taciturna
exasperante monotonía de esperar la
muerte oscura, la muerte tenebrosa, la
horrenda hora de quedar sepultado bajo
una avalancha de toneladas y toneladas
de tierra removida, lanzada por los
humanos topos rojos… Lo otro, el aire y
la guerra bajo el sol, era casi un
deporte…
Arturo y Puntilla charlaban
animadamente. Juan Ramón les
contempló despacio. Vio en Puntilla una
serena indiferencia, una calma
asombrosa. A su lado los de la eterna
partida, los de la partida que podía
convertirse en eterna en cualquier
segundo, aún seguían pidiendo cartas,
declarando posturas, cantando jugadas,
atentos solo a las incidencias del
juego…
—¡Diez duros…!
—¡Doblo…!
—¡¡¡Envido…!!!
—¿Cuánto tienes?
—Quinientas pesetas…
—¡Voy!
—¡Paso…!
Tesada, que había envidado, se levantó
ebrio de dicha, rojo de placer.
—¡¡¡Escalera de color…!!!
Mostraba las cartas en alto,
gesticulando, balanceándose sobre sus
cortas piernas. La jugada máxima, le
había llenado de gozo. Estaba
transfigurado. No le importaba el dinero
que ganaba, porque al día siguiente se lo
gastarían juntos o lo volvería a perder.
Pero aquella escalera de rombos que
tenía en la mano, le sacaba de su
mutismo gruñón. La guerra… la
muerte… la vida… Todo el secreto de
la existencia terrena venía a sus manos,
a sus manos que dominaban el azar. Lo
demás, ¿qué importaba? ¡El azar! ¡El
azar! Su Vida misma, ¿no estaba en
manos de este diablo impalpable? Ya
ahora lo tenía allí. Aquello era
maravilloso. Jugar, jugar, jugarlo todo a
una carta, volcar el interés y el dinero,
la existencia misma, sobre un siete de
rombos que faltaba y que llegó. Había
ligado por azar. Había ido de «barriga».
Jugar apasionadamente… Dominar los
nervios, enmascarar el rostro hasta
conseguir la difícil y soñada «cara de
póker». Vida, muerte, sueño, placer,
dolor o angustia. Allí estaba algo
grande. En aquellas cinco cartas estaba,
aherrojado, un demonio, el demonio del
azar. El que jugaba con los hombres, con
las ilusiones, con las esperanzas. El que
se burlaba, demoniacamente, de todo. El
que convertía a un pobre en rico y a un
necio en poderoso.
Para celebrar la jugada bebieron el
coñac en grandes vasos de cinc y
cantaron a coro, desaforadamente:
«Cuando desfila la banda detrás
vienen las cornetas, las mujeres se
entusiasman y nos enseñan las…».
El estribillo, coreado con los vasos
en alto, les hizo aullar de alegría:
«Uu, uu, uuuuuu, uuuuuuuu
Uu, uu, uuuuuu, uuuuuuuu
Uu, uu, uuuuuu, uuuuuuuu».
La «U» final, la «U» del estribillo,
se prolongó interminable, entre risas
estentóreas.
Mientras, abajo, a diez metros de
profundidad, muchos hombres,
contraídos de rencor, cavaban la tierra,
arrastraban las vagonetas y manejaban
las brillantes palas con frenesí… Abrían
rumbos al azar…

«Frente de Madrid…».
«… Voltaire y Schopenhauer decían que
necesitada de un amo, la mujer joven se
entrega a su amante y la vieja, a un
confesor». Esta afirmación, bárbara y
cínica, me estuvo mucho tiempo royendo
el alma, como aún lo hacen hoy otras
muchas cosas que me exasperan y
rompen el equilibrio de esa ponderación
humana que es el ideal.
¿Te acuerdas de aquel día
guadalmineño, camino del Palo? Tú te
asustaste de mí y hasta me creíste loco,
¿verdad? Lo que tú sospechaste un
momento, a mí, me desvela muchas
noches y, más de una vez, el canto de los
gallos se ha ligado a esta pregunta que
me hago: ¿estoy loco? No lo sé
contestar. Vivo, sí, entre gentes extrañas.
He venido a parar —¿por un impulso
subconsciente?, ¿por la voz de la
manada?— a la Legión, donde ¡te lo
juro!, cada vez me convenzo más de que
no hay un cerebro cuerdo. Cada hombre
tiene aquí una manía, un gesto
extravagante, una oculta personalidad.
Antes de llegar aquí, me parecieron
hombres sobrenaturales, héroes de
leyenda, prototipos inigualables. Al
estar entre ellos vi que eran seres
vulgares, vulgares en la charla, vulgares
en todo menos en la guerra y en la
locura. Y ahora… Ahora cada vez los
entiendo menos, cada día contemplo una
faceta distinta, una cara desconocida, un
lado impenetrable de estas gentes
extrañas.
Tienen un sentido originalísimo de
las cosas y pocas veces están de
acuerdo en ellas. ¿Esto se llama
personalidad? ¿Se apellida carácter? Si
es así, nunca encontré otros más fuertes,
más inasequibles a la mediatización,
más nobles y más oscuros al tiempo
mismo. Yo veo las manías de los demás;
pero ¿no verán ellos las mías? Un
compañero flaco, anguloso, taciturno y
misógino, me contó anteanoche alguna
cosas de su vida y me preguntaba
anhelante: «¿tú crees que yo estoy
loco?»… No me reía a carcajadas
porque esa es mi propia obsesión ahora;
pero la cosa no deja de ser trágica en
exceso y cómica también, porque la vida
plagia a veces de esas «barras» de bar,
donde te sirven ginebra y vino dulce, en
una combinación que hace reír de
embriaguez y llorar de rabia.
Conozco una de las más recientes
teorías sobre la locura. Afirma que
nadie se vuelve loco. En potencia, los
locos, lo son ya. Tienen el cerebro
desequilibrado y la enfermedad está
latente. Algunos mueren sin manifestarla
y otros llegan al total desenvolvimiento
de su tara física, que puede manifestarse
súbitamente, en unos segundos,
producida por una emoción fuerte:
miedo, alegría, placer, dolor… Y yo
pienso que esto que se da con tanta
frecuencia en la paz, ha de darse
también y quizá con más motivo, ahora
en la guerra.
El héroe que se manifiesta de
improviso, ¿no puede ser un loco en
ebullición? Si alguno de esos hombres
que se lanzan sobre el enemigo con un
heroísmo terrible y matan, desgarran,
triunfan y mueren, fuesen sometidos a
observación clínica, ¿cuántos saldrían
de ella con la camisa de fuerza? A
veces, la muerte glorifica a un hombre,
le carga de laureles, de honores, de
medallas. Y ese mismo hombre, si
hubiese vivido después de su gesta,
estaría quizá recluido en un
manicomio…
Esas cosas las pienso muy
íntimamente. Nunca las comuniqué a
nadie, ya que son, absorbentemente,
mías. Pero, ahora, te las cuento a ti
porque, ¿no me ayudarán a obtener tu
perdón? Aquel día vi en tus ojos odio y
después desprecio. Yo te quiero. Te
quiero de verdad y ahora más que nunca,
porque sé que te doy asco. ¿No querrás
perdonarme…?
Quiero que sepas que he luchado
casi medio año para no escribirte esta
carta, porque me duele torcer mi
soberbia: mi demoniaca soberbia. Me
duele pedir perdón. Quiero que sepas
que, desde hace muchos años, no
confieso, porque hacerlo me obliga a
solicitar de Dios —de Dios en quien
creo— el perdón de mis pecados. ¡No
he querido que nadie me perdone mis
yerros, de los que me consideré,
siempre, enteramente responsable! ¡No
he querido perdón de los cielos ni de los
hombres, porque agostaban en mí el
amargo placer del remordimiento!
Ahora todo está roto, doblegado ante
ti… ¿Sabes por qué lo hago? ¡Qué
asquerosa es la vida! ¡Cómo tuerce un
microbio la voluntad de un hombre!
¡Cómo puede una gota minar los más
sólidos cimientos…!
Lo hago, porque ayer, Felipe Ortega,
un legionario borracho y camorrista que
me sirve de asistente, me pidió permiso
para ir a casarse a Salamanca. Me
enseñó una fotografía de su novia y una
carta. Ella acaba de tener un hijo y le
escribe desde el hospital. Como Felipe
estaba ayer bebido, se pasó dos horas
desnudándose el alma ante mí.
—¡Yo soy un borracho, mi
alférez…!
Lo es y lo era ya, cuando conoció a
aquella mujer. ¿De qué se enamoraría
ella? Felipe tenía treinta años y
trabajaba en un comercio de Salamanca.
Llegaba a su trabajo tambaleándose,
hasta que los dueños del establecimiento
se cansaron y le expulsaron. Teresa fue
a verlos. Pidió, lloró, hizo promesas y,
al fin, consiguió que le admitiesen de
nuevo. Algún tiempo Felipe se portó
bien; pero, en seguida, olió a sus
antiguas costumbres. Cuando comenzaba
a perder el equilibrio, ella, para
impedirle que siguiese bebiendo,
apuraba los vasos de vino. ¿Lo notaba
Felipe? Claro que lo notaba, pero
gozaba haciéndola como él. Después
exigía otra cosa y ella se negaba.
Llegaron a un acuerdo: Teresa cedería y
él abandonarla las botellas:
—Se lo juré y fue mía…
Pero se cansó pronto. Tornó a beber.
Le echaron definitivamente del comercio
y Teresa quedó en cinta:
—Un día quise venderla cuando nuestro
hijo ya se gestaba en sus entrañas…
Esto me mueve a escribirte. ¿Puedo
esperar tu perdón? ¿Es el alma de la
mujer tan generosa? Porque Teresa
perdonó a este canalla y yo… ¿crees que
lo soy?
Cerró el sobre y escribió con letra
firme la dirección. Quedó después un
rato ensimismado y, al fin, se levantó
despacio y despacio salió y, despacio,
se dirigió por la trinchera hacia el bar…
Parecía que el sol le había puesto
una lente que hacía converger los rayos
en un vértice sobre la nuca. Al pasar
Juan Ramón, los centinelas saludaban
rápidamente y muchas veces tuvo que
cruzar sobre los cuerpos desnudos de
los legionarios, que dormitaban en las
sombras, con el cuerpo pegado a la
tierra, buscando en ella un poco de
frescor No se oía un ruido. Todo el
frente dormía bajo el zarpazo del sol…
A lo lejos, Madrid se estiraba y, muy
cerca, en las primeras casas de la línea
de fuego, fulgía, en una ventana
derruida, un trozo de cristal,
superviviente milagroso en medio de la
hecatombe. Parecía un espejo, tan
próximo y tan cegador, que molestaba.
Un centinela apuntó cuidadosamente y
disparó después, El tiro resonó como un
trallazo y los acerados destellos se
disiparon en un segundo…
Juan Ramón, bajó hasta el bar
subterráneo, fresco, sumido en una
agradable semioscuridad. Se sentó en
una mesita, con Puntilla y Chamaco y la
charla de los dos le sirvió de sedante a
los nervios…
—En el Canadá encontrarías pocas
«parientas» —decía el americano—.
Puntilla fue enumerando, una a una,
poblaciones con miles y miles de
habitantes, llenas de mujeres modernas y
activas, despreocupadas y libres.
Chamaco le escuchaba, con su sonrisa
de oro —oro en los dientes y en las
ensortijadas manos—, y le rebatía.
—Pero en Mackenzie no las hay… Si tú
quieres vivir esa vida de las novelas de
Oliver Curwood, tendrás que alejarte de
toda la civilización, marchar de cara al
Norte helado, manejar la piragua y
prescindir del sexo…
Esto, a Puntilla, le dejaba un poco
pensativo. A él le gustaría vivir las
salvajes soledades de Alaska, cazar en
los bosques de abetos, trampear en las
llanadas de hielo… Pero con las
mujeres cerca. Quería, en fin el mar y la
montaña: un sitio alejado de la
civilización, pero con la civilización
cerca… Y asaeteaba a preguntas a
Chamaco, un teniente legionario que
buscaba allá lejos, en el rincón de sus
recuerdos perdidos, los paisajes y el
sabor de sus tierras nativas de América.
Chamaco, había sido un singular
aventurero. Trabajó en Chicago;
descargó mercancías en el puerto de
Buenos Aires; llevó una draga en el
Paso Culebra del Canal de Panamá y,
por fin, se alistó a la Legión francesa,
desertó y pasó al Tercio español.
Desde simple legionario fue
ascendiendo a cabo, a sargento, a
brigada y ahora era teniente. Un teniente
simpático y cordial, jacarandoso y
bromista. Quince años en la Legión le
habían hecho conocer miles de hombres
distintos, de tragedias diversas, de
farsas múltiples. Le gustaba evocar los
viejos recuerdos y enseñar su emblema
legionario, bajo el cual llevaba
bordadas tres barras doradas: cinco
años de servicio cada una.
En la bandera había otros dos
oficiales legionarios. Oficiales que
habían llegado a serlo ascendiendo
desde simples soldados. Uno, Tino,
tenía una historia fantástica y divertida.
Durante muchos años, enrolado en una
troupe circense, fue el número más
llamativo en las ferias de España.
Levantaba pesos enormes, sostenía
sobre una escalera apoyada en su vientre
a una docena de personas; doblaba
barras enormes de hierro. Aun ahora,
cuando sus músculos de hércules se
habían recubierto de grasa y la gordura
le daba un aspecto de tonel viviente,
levantaba con una mano pesadas mesas
o sostenía, colgados de su brazo
extendido, a varios hombres. El otro
oficial legionario era un francés
pequeño y fornido, de ademanes
rotundos y enérgicos, que gozaba
poniendo cara de fiera, aunque en el
fondo era un hombre sencillamente
bueno…
De todos ellos, Chamaco, las
gozosas aventuras de Chamaco, eran
célebres en toda la Legión.
Poco a poco fueron entrando en el
bar algunos oficiales y la charla se
generalizó. Apoyados en el burdo
mostrador, Tino el forzudo y Tesada
bebían copa tras copa de coñac y se
gruñían, enseñándose los dientes, como
lobos. Siempre estaban igual. No podían
vivir separados y se buscaban
constantemente, pero nunca estaban de
acuerdo en las cosas y discutían, con
terrible tenacidad, espiándose
mutuamente las ideas, para machacarlas
después en la incesante polémica. Tino
llevaba al cinto su pistola de guerra.
Tesada, un puñal afilado y agudo.
Discutían, con la mano derecha sobre
las armas y en la izquierda la copa de
alcohol.
En un rincón estaban Guansito,
Emeterio y Ricardo Jerez. El nuevo
médico tenía —¿quién no la tiene?—
una obsesión: las mujeres. Cuando
bajaba a las tascas de los legionarios o
al Hospitalillo, cuando veía el revuelo
de una falda, perdía el sosiego. Ya no
prestaba atención a nada: vivía ausente,
ensimismado. Y a la primera
oportunidad se escabullía hacia la
atracción y no volvía a aparecer en
varias horas. A veces, se le veía
caminando junto a una hembra, y su
figura tenía un aire de pavo real
haciendo la corte.
Ahora hablaban de mujeres y
Guansito aprovechaba el tema para
mortificar a Emeterio, que se revolvía y
manoteaba inquieto, pero que ni un solo
día dejaba de acudir a las
mortificaciones del enano. El pequeño,
rabioso, dijo algo bárbaro y Jerez soltó
una carcajada estruendosa. Emeterio se
quedó asombrado. Estaba pidiendo, en
aquel momento, una copa al camarero, y
no se enteró de la broma sangrienta,
pero imaginó algo, porque el enano
cabezón la había tomado con él.
Comenzó a cacarear, satisfecho…
Chamaco había ido derivando la
charla, poco a poco, hasta sus recuerdos
viejos de la Legión. Relataba cosas
pintorescas, llenas de luz; cosas
trágicas, plagadas de sombras.
Un día avanzó hasta Dar-Driuch, un
poblado sucio, pequeño y perdido en la
llanura enorme, a muchos kilómetros de
Melilla.
—La guerra en África era muy distinta a
esta. Allí detrás de nosotros, se cerraba
el enemigo y los moros nos acosaban
por todos los lados. Avanzar, cubrir una
posición, suponía quedar encerrados…
¡Allí hubiese querido yo ver a muchos
guapitos fanfarrones!
Encerrados quedaron en Dar-Driuch,
días y días. De los montes lejanos, de
las cabilas del Rif, se descolgaban a
miles las harcas, y el camino de Melilla,
que era el camino del pan y de la paz,
estaba cerrado. Los convoyes no
llegaron en mucho tiempo y tuvieron que
comer galleta podrida, maloliente y
cuajada de gusanos.
—Teníamos agua de un pozo, pero
¡hasta el pozo se secó!, y entonces lo
pasamos mal. Fueron dos o tres días —
los dos o tres días finales—, tremendos.
Por el heliógrafo pedimos agua. Comer
nos hacía falta, pero allí lo más urgente,
era beber. Beber y defenderse. Porque
lo moros atacaban a todas las horas y las
ametralladoras no tenían agua para la
refrigeración. Los cañones de las armas
automáticas se ponían al rojo,
inservibles… Empezamos a beber
nuestros orines, hasta que el
comandante, lo prohibió, bajo pena de
muerte. Las máquinas eran antes que los
hombres, y así teníamos que aguantarnos
las ganas de beber y las ganas de orinar;
hasta que, cuando los ataques
comenzaban, un sargento, con escolta,
iba recorriendo los parapetos con un
cubo en el que hacíamos eso. El cubo
olía a pestes, pero ¡de qué buena gana
hubiésemos bebido de aquello hasta
reventar! Así estuvimos, cinco días,
enfriando los cañones de las
ametralladoras con aquella cerveza
rojiza, hasta que, por fin, un convoy
consiguió entrar, diezmado, en la
posición.
Como vinieron de noche para hacer
menos ruido, los soldados traían a
cuestas los odres de agua y los macutos
con comida. Víveres nos llegaron muy
pocos, pero pudimos beber. Tocamos a
un vaso por cabeza y a una lata de
sardinas. Y, a seguir pegando tiros…
Cuando Chamaco recordaba esto, su
cara se regocijaba:
—Con los que entraron llegó un
capitancito joven, montado en un caballo
gordo y reluciente. Por la mañana
recorrió las murallas, muy plantado en
su jaca, sonriendo a todo el mundo:
felicitándonos. Cuando yo vi las ancas
del caballo, me relamí… Aquello estaba
bien… El capitán vio cómo íbamos
rodeándole cariñosamente, y nos
hablaba desde su observatorio, con
admiración. Nadie dijo nada. Yo no
hablé. Pero segundos después, el
caballo cayó, coceando y nos lo
comimos vivo aún. Mientras nosotros
devorábamos los trozos sangrantes, el
capitán estaba arrinconado junto a una
pared, descabalgado, horrorizado y
gimoteando: «¡No me comáis! ¡No me
comáis a mí también, hijos míos! ¡Por
Dios no me comáis…!».
Estaban riéndose aún de las cosas
absurdas de Chamaco, cuando la puerta
del bar se cerró con estrépito. El cristal
grande que le había colocado el nuevo
camarero, en un alarde coquetería, cayó
hecho pedazos, impulsado por la mano
de Ulceta que aparecía, por primera vez
en su vida, precedido del escándalo. Le
embromaron desde varios sitios a la
vez:
—Ulceta, ¿estás borracho?
—¡¡El fantasma, señores…!!
—Sí, un fantasma rompe cristales.
—¿Y las cadenas…?
—¡Qué bruto!
—¡Que le den la oreja…!
—¿La de quién…?
—Emeterio ofrece la suya. La pone a su
disposición…
—Sí, que la ponga Emeterio, que está
acostumbrado a poner cosas…
El ayudante clavó en Guansito una
mirada envenenada y murmuró, en voz
baja, algo de una madre y un burdel.
Mientras, Ulceta, con la mejor de sus
sonrisas, con la más simpática de sus
muecas, fue, a paso rápido, hasta el
mostrador:
—¡Coñac…!
El camarero le preguntó:
—¿Doble…?
Ulceta se volvió de espaldas y fue
contando los oficiales que se reunían en
torno a las mesas. Cuando terminó, dijo
al camarero:
—Once botellas. Pon una a cada oficial,
a mí una copita pequeña…
Cada grupo había vuelto a sus cosas,
a discutir o a jugar. Chamaco estaba
ahora contando su vida de jornalero en
el Canal panameño. Él —Chamaco—
había llegado allí al final del año 13, y
el Canal estaba listo y terminado en
agosto del año siguiente. Chamaco
dejaba volar su fantasía y hablaba,
hablaba de aquella tierra maravillosa,
eternamente verde, entre la que se había
agazapado el vómito negro que
ocasionó, al principio de los trabajos,
cuando éstos eran dirigidos por
ingenieros franceses, miles y miles de
muertes. Una horda enloquecida, de
todas las naciones y de todas las razas,
llegó a las tierras vírgenes atraída por
los jornales y por la gran empresa. Las
enfermedades tropicales machacaron la
masa humana, tundiéndola, diezmándola.
Cada metro de tierra ocultó, a poco, un
cadáver. Después se arregló todo. Y, al
fin, las obras terminaron.
—Aquello es todo verde. Las flores
crecen a millares y hay una, una sobre
todo, que es maravillosa. Enorme, tiene
un tamaño descomunal, muy grande, y un
color rojo, muy rojo. ¿Sabéis cómo la
llaman? Pues se llama, ¡ejem! «papo de
reina».
—¿Por qué…?
—Pues…, por el color y por lo bonita
que es…
—¿Y qué? ¿Por ser bonita tiene que ser
flor de reina…?
Chamaco guiñó un ojo y enrojeció de
placer:
—Claro, «manito», claro. Y soy testigo
«vidente» —y al decir esto, se estiraba
con el índice de la mano derecha, el
párpado del ojo, hasta hacerlo casi
oblicuo—, yo soy «vidente» —
afirmaba, confundiendo lamentablemente
la metafísica con otra cosa.
—Y, ¿cómo lo «viviste»? ¿Dónde? ¿En
qué sitio?
—En su sitio, «manito». Pues, ¿qué
creía? ¿Dónde iba a ser?
Cuando Chamaco hablaba
emocionado, tenía un claro acento
mexicano. Pero su nacionalidad
cambiaba todos los días. Amanecía
argentino y se acostaba nicaragüense y,
muchas veces, a mediodía, era cubanito
«no más». Esas cosas preocupaban poco
y hacían reír mucho a sus compañeros.
Al ingresar en la Legión se es,
únicamente, legionario. ¿Quién podría
adivinar dónde había nacido Chamaco?
¿Era este su nombre verdadero? Alguna
vez, borracho, contaba cómo se
enganchó en el Tercio:
—Llegué al banderín y me colocaron en
una habitación.
Muchos carteles en las paredes, con
gritos de color y llamadas de
entusiasmo. «¡La Legión te espera!
¡Alístate en la Legión! Allí encontrarás
las glorias del guerrero, hermandad
sellada en el duro yunque de la guerra,
comida sana y abundante, ascensos…
Puedes llegar a comandante; siempre
serás un caballero legionario… ¿De
dónde vienes? ¡No importa! ¿Cómo te
llamas? Olvida, empieza a vivir y entra
en el combate cantando… ¡viva la
muerte! ¡Viva la Legión…!».
Chamaco, leyendo los carteles, se
encontró ante una mesa ancha. Al otro
lado, frente a él, sentado, un sargento
moreno y patilludo le meraba con fijeza,
en silencio;
Chamaco le indicó:
—Quiero alistarme…
El sargento escrutó el alma del
novato, durante diez minutos
insoportables:
—¿Sabes lo que es la Legión…?
Y como el neófito no contestaba,
empezó con las palabras del ritual:
—Vas a ir a la guerra. La vida es dura
en el Tercio. Disciplina de hierro…
Algo vio en la mirada de Chamaco, que
le hizo detenerse. El sargento era un
buen conocedor de hombres y aquel que
estaba delante tenía pinta de serlo:
—¿Naturaleza…?
—América…
—¿América…?
—Sí…
El otro no escribió. Con la pluma en alto
le dijo:
—Tienes que indicar algo más. Solo un
poco más…
—Soy chileno…
—¿Profesión…?
—Soldado…
La pluma que garrapateaba sobre la
cuartilla blanca, escribió aprisa y la
cabeza que se inclina dijo roncamente:
—Es la mejor profesión…
Después:
—¿Por cuánto tiempo firmas?
—¿Por cuánto tengo que firmar para que
me den el máximo dinero?
—Cinco años…
—Pues, cinco años…
—¿Nombre?
Chamaco titubeó. La pluma quedó en
suspenso y después de unos segundos
volvió a garrapatear. Trazó un nombre,
dos apellidos.
—Firma aquí…
El novato se inclinó para firmar y leyó:
«León Chamaco Ruiz…».
—¿Te gusta…?
—No está mal…
Firmó, le pagaron, se emborrachó
con los cuartos y volvió al día siguiente
para marchar a Ceuta, con su
expedición. Llegó un poco tarde, cuando
ya sus compañeros de viaje estaban
formados en el pequeño patio del
banderín. El sargento, el mismo sargento
que le había enrolado, pasaba lista,
leyendo los nombres de los quintos:
—¡León Chamaco…!
Le pareció ingenioso contestar con un
rugido y así lo hizo: Brrrrrrr.
El sargento dejó de leer y se acercó
rápido. Chamaco sonreía de su broma,
contento y alegre. El sargento levantó la
fusta y le cruzó la cara con la tralla:
—En las filas no se bromea. Está usted
en la Legión.
Chamaco siguió sonriendo, con la
boca llena de sangre y un trazo
renegrido cruzándole la cara. La sangre
empezó a correrle por la barbilla y se
limpió con la manga del traje de
paisano, que aún llevaba puesto. Cuando
bajó la mano, un latigazo le restalló
sobre los ojos y le dejó cegado por el
dolor y por la violencia del golpe. La
voz tranquila y serena del sargento, le
advirtió:
—Cuando un legionario está firme, no se
mueve ¡para nada! Apréndalo bien…
¡No se mueva para nada!
Chamaco se recobró poco a poco:
—Creí que me había dejado ciego aquel
bárbaro. ¡Cómo pegaba el animal…!
—Y tú, ¿qué hiciste?
—¿Qué iba a hacer, «manito»? Me queé
derecho. Tan iguá como si me hubiese
tragao un poste…
El camarero comenzó a poner ante cada
uno, su botella de coñac. Se armó un
gran revuelo de preguntas y
exclamaciones:
—¿Qué es esto?
—¿Quién paga…?
Cuando se enteraron de quién era,
Ulceta recibió una ovación
ensordecedora. Le acosaron a preguntas
y con abrazos. Al fin, cuando se hizo la
calma, Ulceta respondió a todos:
—Es mi despedida…
Consultó su reloj de pulsera y agregó
después:
—Son las diez y siete minutos. Es mi
despedida, porque a las doce en punto,
me suicido. ¡Os invito a mi muerte,
amigos! ¡Os invito a mis funerales! Yo
también voy a beber. Quiero que, al
morir salga de mi cuerpo un espíritu. El
más puro. El único de verdad. ¡El
espíritu del alcohol…!
En boca de Ulceta, aquellas palabras
eran todo un discurso. Fueron acogidas
con fuertes aplausos.
—El fantasma está curda… ¡Viva el
fantasma…!
—¡¡Vivaaa…!!
Y después, volubles, como humanos,
gritaron los mismos que vitoreaban:
—¡Muera el fantasma…!
—¡¡¡¡Muera…!!!!
En su rincón, Tino y Tesada se
miraban furiosos, gruñían como lobos.
Tesada tenía el puñal fuera de la funda y
amenazaba con sacarle las tripas a aquel
marrano saltimbanqui. Tino, prometía al
extocólogo, separarle la cabeza del
tronco de un puñetazo. Tesada que,
como todos los pequeños, tenía el
complejo de su inferioridad física,
enseñaba los lomillos y lanzaban
fanfarronadas tremendas, bravatas
terribles:
—A los grandes cerdos como tú, los
corto yo por la mitad.
—¿Tú? ¡Qué vas a cortar tú, chino…!
—¡Sal conmigo fuera…!
—No me gustas. Eres muy feo. Te
pareces a Fu-Manchú…
Ninguno tomó en serio las palabras
de Ulceta. Estaba «trompa». Pero, a
costa de él, se bromeó un rato. Puntilla,
propuso que llamasen a los del ku-kus-
clán. Se aceptó en seguida la idea y, a
poco, ya estaban allí los componentes de
la banda. Esta no tenía nada de
terrorífico, ni evocaba las exóticas
sectas de negros norteamericanos. Muy
al contrario. Los del ku-kus-clán
formaban una buena orquesta de
instrumentos de cuerda. Uno tocaba el
violín, dos la guitarra, otros dos la
bandurria; un «chelo», un bajo y una
guitarra hawaiana. Había entre ellos
buenos músicos, porque en la Legión se
encuentra de todo: desde carpinteros
excelentes hasta economistas, pasando
por algún sacristán, que había sentido
tanto amor a los cepillos de su iglesia,
que necesitó llevarlos consigo para
siempre, por toda la vida, amén… Los
del ku-kus-clán, interpretaban piezas
escogidas, trozos de teatro o cantaban
flamenco.
—Taca, taca, taca, ta tatatata.
Después de «Un mercado persa»,
sonaron las palmas en el pequeño
tablado, y un gitano, verde de tan
moreno, cantó por bulerías:
«Quién será “esa” flamenquilla que está
en la esquinita pará, con la fió en la
cábesa y la batíta colorá…».
—Olé turnare…
—Venga, niñio…
—¡Vamo ave…!
Ahora las palmas sonaban con una
suave monotonía: tata, tata…
«Tú andá buscando quien te tretenga
para má martirio darme».
Juan Ramón estaba un poco inquieto.
No le gustaba la actitud de Ulceta. Le
observaba constantemente y notaba en
sus ojos un fuego tremendo, una decisión
inquebrantable. Ulceta no estaba
borracho: estaba desesperado.
Consultaba el reloj con frecuencia y
apenas tocaba la copa con los labios.
Juan Ramón le creyó muy capaz de hacer
lo que entre bromas les había anunciado
y procuró estar junto a él, al lado de la
pistola que le pendía del costado.
—¡Olé los flamencos!
—¡Viva Andalusía…!
—¡Venga otra…!
Tesada se separó del mostrador.
—No. Ahora me toca a mí. Eu soy
andaluseiro…
Anunció que iba a cantar una copla
alegre
—Muy alegre, lo más alegre que hay…
Con voz profunda de bajo y un deje
flamenco de lo mejor que hay por
Orense, cantó por fandangos:
«En un cementerio entré pisé un hueso y
me dio frío…».
—¡Fuera! ¡Fuera!
Tino, desde su rincón, aulló:
—¡Herodes!
¿Qué hizo, Dios mío? Tesada saltó
sobre él y si no lo sujetan en el camino,
hace, allí mismo, una barrabasada.
Porque de todos los insultos que
pudiesen lanzarle, el que más le dolía al
extocólogo era aquel que le recordaba
los fracasos de su profesión.
En el escenario, dos legionarios
comenzaron a batirse. En sus manos no
aparecían espadas, pero sí dos palillos
de tambor. Uno de ellos, cayó al fin,
llevándose las manos a la herida:
—«¡Mala peste a vuestras familias…!
¡Voto va…! ¡Un perro, un ratón, una
rata, un gato, matar así a un hambre de
un arañazo! ¡Un fanfarrón, un pícaro, un
canalla, que se batía por las reglas de la
aritmética!».
Guansito protestó desde su sitio, puesto
de pie y excitado:
—¡Muy mal…! ¡Muy mal…! ¡Muy mal!
¡Más brío en la voz! ¡Más crispada la
cara! Ese Mercurio parece que está
vendiendo sardinas. ¡No sabéis morir,
imbéciles! ¿Desde cuándo un hombre
que está agonizando pone cara de
besugo…? El herido se puso en pie y
quedó un poco mohíno. Estaban
ensayando, por aquellos días, para el
aniversario de la fundación del Tercio,
la obra de Shakespeare. Marisa Alerte
—una enfermera del Hospitalillo—
sería Julieta. Guansito dirigía los
ensayos y no había quien le aguantase.
Sobre todo, le exasperaba que aquella
gente no supiese poner cara de «morir».
Unos eran amanerados; otros, trágicos;
los más, idiotas…
Tino y Tesada estaban juntos otra
vez. Chamaco, contaba sus cosas.
Emeterio, manoteaba. Ulceta, pidió:
—¡Silencio…!
Como no le hicieron caso o no le
oyeron, volvió a decir:
—¡Silencio…!
Se echó atrás sobre el mostrador y
levantó en alto la copa de coñac llena
hasta los bordes. En la otra mano, Juan
Ramón, que se había descuidado un
momento, le vio la pistola amartillada.
Avanzó hacia él, pero Ulceta le apuntó
al pecho.
—¡Quieto! ¡No te muevas…! ¡Si das un
solo paso más, disparo! ¡Que no se
mueva nadie…! ¡Si das un solo paso
más, disparo! ¡Que no se mueva
nadie…!
El tono de su voz no dejó el menor
resquicio a la duda. Dispararía. Juan
Ramón sabía que dispararía sobre
cualquiera que adelantase hasta él. Hizo
un ademán de que estuviesen quietos a
los demás, que se habían malhumorado
al verse amenazados con la pistola.
Quedó inmóvil, espiando una ocasión:
—Amigos… ¡Son las doce menos
cinco…!
Ulceta, sin dejar de apuntarles, fue
andando hasta el rincón más alejado del
bar y solo cesó en sus pasos, cuando sus
espaldas tocaron la pared. Entre él y los
demás, quedó una distancia de dos
metros. La suficiente.
—Amigos… Dentro de cinco minutos,
me voy a la m… Un tiro, un agujerito en
la sien y… Las doce de la noche es una
hora estupenda para morir. Entre dos
días. ¡Cuánto me gustaría que hoy fuese
31 de diciembre! Así, no quedaría nada
de mí. Ni siquiera la fecha de ni muerte,
porque las doce de la noche de un año a
otro no se marcan en el tiempo.
Levantó la copa en alto y brindó:
—¡Por la Legión! ¡Por vosotros! ¡Por
aquel simio peludo y grotesco que
engendró amoroso en mi madre: en
nuestra madre mona!
Apuró de un trago la copa. La rompió
entre los dientes y escupió después los
trozos de vidrio, mezclados con sangre.
Miró su reloj:
—Las doce menos medio minuto…
Cuando Juan Ramón se decidió a jugarlo
todo, la tierra tembló. Durante unos
segundos, los gases buscaron mortíferos
una salida y, al fin, reventaron con una
explosión sorda y violentísima.
—¡¡¡Una mina…!!!
Empezaron a crepitar las
ametralladoras y sonaron los secos
estampidos de las bombas de mano,
mezclado al detonar cercano los
morteros. Salieran todos
apresuradamente, corriendo por la
trinchera fantásticamente iluminada por
las explosiones. El ataque se
desencadenó con una violencia inaudita.
Como siempre, los rojos cubrieron el
sector de trinchera volado por la carga
de dinamita, con una cortina de
morterazos. Las ametralladoras
enemigas convergían los fuegos sobre
aquel sitio desguarnecido, porque los
defensores de la posición estaban
heridos o habían quedado bajo tierra.
Dispararon las pistolas de señales y, a
la luz lenta de las bengalas, se iluminó
el combate. Los rojos avanzaban.
Guansito, en medio de aquel
infierno, saltó como un demonio. Tras
él, Ulceta y sus legionarios. Se
encontraron con el enemigo sobre la
tierra recién removida y allí lucharon
como fieras, a machetazos, a mordiscos.
Los fusiles, empuñados como mazas, se
astillaban en los cráneos y los huesos
triturados crujían… El ataque fue
decreciendo, hasta extinguirse como una
llamita que atizó la ferocidad…
Los legionarios aullaban a coro, de pie
sobre los parapetos:
—¡Otro toro…! ¡Otro toro…! ¡Otro
toro…!
—¿Y el padre Cabal…?
Ricardo Jerez preguntó a Ulceta:
—¿Y el padre Cabal…?
—Está herido…
El padre Cabal había saltado
también de los primeros, a la posición
volada. No llevaba armas. Buscó por el
suelo a los agonizantes. Entre aquel
caos, fue dando bendiciones. Como
todos morían revueltos, más de un rojo
sintió sobre su frente el signo de la Cruz.
A la luz de las bengalas, el padre Cabal
saltaba de uno a otro herido. Un
momento, vio brillar una bayoneta rusa,
avanzando hacia el cuerpo de un
legionario. Se interpuso… Cayó…
Ulceta decía emocionado:
—Me salvó la vida. Tiene un
bayonetazo en el vientre y lloraba
cuando se lo llevaron. Quería quedarse
a seguir confesando…
—¿Dónde lo llevaron…?
—Al Hospitalillo…
El médico quedó pensativo unos
instantes. Ya no se oía un solo disparo.
De tarde en tarde llegaba, desde las
negruras de enfrente, el gemido de un
hombre. Se apagaba después… Volvía a
alzarse… Nada más.
—Es que Guansito se muere… Está muy
mal herido… No hay nada que hacer…
—¿Dónde está…?
—En el bar…
Fueron allí y encontraron al pequeño
teniente tumbado sobre su camilla. El
comandante y varios oficiales estaban
allí. Guansito sonreía, aunque estaba un
poco pálido, pálido como una talla de
marfil. Al ver a Ulceta su sonrisa se
acentuó…
—Se cambian las cosas, fantasma… El
que se va soy yo…
El comandante salió fuera, requerido, al
teléfono de su puesto de mando, por el
jefe del sector.
—Se cambian las cosas, ¿eh, fantasma?
Jerez le animó:
—Eso no es nada, hombre. Los bichos
malos, como tú, no mueren nunca…
—Déjate de tonterías. Si no me
estuviese muriendo, ¿me ibas a dejar
aquí? No te atreves siquiera a mandarme
al Hospitalillo. Tienes miedo de que me
vaya antes, en el camino…
Quiso bromear con Emeterio, pero, a
poco, tuvo que callar fatigadísimo.
Respiró entrecortadamente y llamó a
Jerez:
—Acércate…
El otro le tomó el pulso y se inclinó
hacia él:
—Tu cochina ciencia, ¿sirve para algo?
Bueno… Pues si sirve, dime: ¿cuánto
tiempo me queda de vida…?
—No te desplomes, hombre…
Por los ojos de Guansito pasó un
relámpago de ira. Después dijo
despacio:
—¿Me quedará media hora…?
El médico asintió, sin mucha fe.
—¿Media hora? ¡Que vayan en seguida
por los del ku-kus-dán! ¡Que me traigan
un espejo! ¡Pronto! ¡Pronto! Media hora
es poco, pero en media hora puedo yo
enseñar muchas cosas. ¡El espejo o me
levanto por él! ¡En seguida!
Le trajeron el espejo que quería y
llamaron a los del ku-kus-dán. Cuando
los tuvo reunidos, en torno a él, habló
otra vez:
—¡Vais a ver cómo muere un hombre…!
¡Miradme a la cara…! ¡Aprended cómo
se muere de verdad! Y tú, ¡marica!,
cuando caigas, como Mercucio, herido,
¡pon el gesto que te voy a enseñar!
¡Burros! ¡Comicastros!
Ordenó a uno de ellos que
mantuviese enfrente a él el espejo. Se
miró, pálido, blanco, estertoreante. Su
cara se suavizó. Y allí estuvo,
mirándose morir, componiendo los
músculos de la cara a su gusto, hasta que
sus ojos se empañaron y cayó hacia
atrás pesadamente…
Le enterraron en el pequeño
cementerio de campaña. En el
cementerio que se abre bajo el arco
blanco. Dos trozos de madera de pino en
cruz, unas letras gordas y negras,
señalaron su nombre…
Nada más.
Portada de la revista de las tropas coloniales
África (diciembre de 1927)
Juan Martí, Gozos al Santísimo Cristo de la
Sangre (Valencia, 1864-1967)
Soldado de las tropas moras con bandera
española (Vértice, 1937)
La «despedida» del combatiente falangista en
Vértice (número 2, mayo de 1937)
Campamento del Frente de Juventudes. Misa de
campaña
Portada de la revista de las tropas coloniales
África (marzo de 1926)

En las páginas siguientes misa de campaña en la


Plaza Mayor de Salamanca y desfile militar
Combatiente falangista en Vértice (número 4,
julio de 1937)

En las páginas siguientes Himno de los


conquistadores dedicado a la Marina española
(Vértice)
Misa de campaña en la Plaza Mayor de
Salamanca y desfile militar (1937)
PALABRAS Y
SANGRE
FRANCISCO JAVIER
CENTURIÓN

Francisco Javier Centurión nace en Los


Sauces, isla de La Palma, el 18 de
Octubre de 1916. Aún no tenía
cumplidos los 10 años cuando ingresa
en el Seminario de La Laguna, haciendo
varios cursos.
Abandona los estudios teológicos, se
hace bachiller y en la Universidad de
San Fernando tiene aprobados dos años
de la Facultad de Derecho cuando
comienza la Revolución Nacional.
Camisa vieja de la Falange, el 18 de
julio se presenta voluntario en la Batería
de Montaña de La Laguna. Como
corresponsal de guerra es enviado al
frente de Madrid y allí se alista
voluntario en la Sexta Bandera del
Tercio, siendo herido en el Jarama en
Febrero de 1937. Con su unidad, que es
laureada con la Cruz de San Fernando,
toma parte en la defensa de Toledo.
En dicha ciudad hace los cursos de
Alférez provisional de Infantería y al
concluirlos es destinado a las Milicias
de Falange de Tenerife con las que de
nuevo marcha al frente de Madrid. Le
aburre la vida de trincheras, haciéndole
exclamar: ¡Cuándo se nos llevará a un
frente en que podamos morir en la gloria
soberbia de un avance!
Solicita ser destinado a Tiradores de
Ifni y en el Alto Cinca, avanzando como
lo pidiera, dio su vida en 13 de junio de
1938.

PALABRAS Y SANGRE
Son estas, palabras de uno de tantos
como vives —por un espacio breve de
cura— de las líneas de extrema
vanguardia. Son estas, palabras y
sangre, como aquellas de Giovanni
Papini. Las palabras que escribo,
desfiguradas tal vez por una transición
tan brusca como es el paso urgente de la
trinchera —arma al brazo y en lo alto de
las estrellas— a confortable abrigo de
una ciudad de retaguardia, podrán a
algunos parecer escritas con pasión de
alta maldad o, cuando menos, con
ciertas líneas de exageración. Pudiera
ser… Pero las palabras —que se
escriben con un sentir de dolor, de
sangre— son siempre justas.
Con esa justicia del combatiente os
digo, respetables señores de la
retaguardia —debiéramos de borrar este
nombre con un quehacer propio de
vuestra situación— que, hasta la fecha,
los camaradas de la primera línea sufren
una pena de agrio descontento: la ciudad
—¡cuán diferente el campo!— no
responde a la voz unida de los frentes.
Quisiéramos, en el triunfal retorno
de nuestras banderas, encontrar un logro
de la Patria, una ambición conseguida
del Pan, una vigorosa, dura y fuerte
victoria de la Justicia.
No está solo la gloria de la Falange
en el exacto desfile.
Hay un fondo estricto de lucha y
sacrificio que no debe ser exclusivo de
los que han respondido a la vocación
cruel, pero dignísima del único cielo
verdadero. La vida debe ser lucha para
todos. Lucha y sacrificio. Que si a los
camaradas que tutean, en una incierta
cotidianidad, a la muerte, se nos ha
dejado como exclusiva la promesa de
los buenos luceros, no es justo, no es
justo que la ciudad —Dios mío, ¿la
ciudad alegre y confiada otra vez?—
encienda fuegos artificiales de diversión
y holgorio, mientras allá se lucha y se
muere.
El tiempo exacto de hoy exige otra
cosa. Lucha y lucha. Sacrificio y
sacrificio.
Sin rencor ni mala pasión escribo.
Son estas, palabras de quien quiere
incrustar en la ciudad esta súplica rota
de corazón y de alma. Preparadnos,
aquí, la alegre realidad de una Patria
encima de salvación y de reconquista.
Y no pongáis en duro olvido estas
consideraciones. Que son palabras. Pero
que tienen una virtud de sangre.

LLUVIA Y AMOR DEL


CAMARADA MUERTO
Si te veo camarada,
si por tu ausencia no entro,
si estás tan bello en las armas,
transido de nacimientos,
haciendo alegre Unidad
«con fe, con sangre, con hierro».
Mas tiene sombras el Sol,
y fina lágrima el viento
y hay colgado de los aires,
que rizan dolores lentos,
un duro guión de azufre,
de temblor y desconsuelo.
Cuando dabas a las tierras
todo el color de los cielos
y era azúcar en tu boca
promesa de los luceros,
te leyó dolor la muerte,
en pergamino de hierro.
Leíste las duras letras
y amaneció en tus adentros.
Bordó la sangre las flechas
y el yugo sobre tu pecho.
Rodó sobre tu contorno
un magnífico silencio,
reía una buena ventura
sobre tu semblante muerto
y andaba, libre, en tu frente
como un signo de agua y verso.
Un claror de albas totales
se desprendió de tu cuerpo
y todos vieron y amaron
el milagro de ti, muerto.
Los camaradas oían
el grito de tu silencio
y el alma se les llenaba
con tu santo magisterio.
Y era más bello el combate,
y al alma naciole nervio,
y había en nuestras banderas
un tono más rojinegro.
Y en el día y en la noche,
y en la mañana y el véspero
la Falange recogía
el amor de tu recuerdo.
Tu nombre lo cantan todos
los ángeles que son buenos.
Para nosotros tu grito,
tu camisa azul, tu gesto.

ROMANCE DE SANGRE Y
LUNA
Y era una noche acribillada a tiros y de
estrellas. Y con luna y altavoces
distintos. Sin sangre. Hasta que se
derramó la suya.
Venía hacia nosotros, con una mano
abierta, y los ojos acaso en posición de
ensueño delirante, el corazón transido y
el fusil en banderola, como señal de paz,
como voz de tregua y cuartel, le veíamos
llegar esquivando las balas, y luego un
silencio sin aliento en nuestros fusiles y
un seguro de amor en nuestras bombas
de mano.
Le veíamos ahora, después; una mata
escondía su figura que adivinábamos
esbelta. Y entre tanto, la luna, la maldita
luna, espía bellísima de la oculta acción.
Las ametralladoras rojas buscaban
sin cesar, cruzando fuegos: la «Niña de
los peines», tras el flamenco cantaor de
notas altas que se les iba…
Pero él jugaba contra tiros y luna, y
como una culebra se enroscaba a un
árbol y parecía morirse en la tierra, y
otra vez se levantaba y corría.
Venía hacia nosotros, pero no llegó.
Cerca de nuestra alambrada se
quedó para siempre su ilusión de llegar,
que era también nuestra. Cayó segado
por una mala ráfaga en flor de
desesperación y desconsuelo.
Cuando vimos debatirse
pesadamente su figura, enroscarse con
bárbaro ademán y rodar después por
tierra hecho un ovillo y un dolor amargo
y agudísimo, y una rabia definitiva y
resuelta de puños crispados y labios con
sangre…
Él no dijo nada cuando lo mataron.
No pudo decir algo, porque un tapón de
hierro vendó su clamor último. Yo sé
esto: los rojos aullaban desde sus
parapetos. Nosotros cantábamos nuestra
canción y gritábamos las justas voces
del rito falangista. Y yo sé también que
nosotros gritamos y cantamos lo que él
no pudo cantar ni gritar. Y lo sabe sobre
todo el Señor de la Muerte y de la
Gloria.

ÚLTIMA VOZ
Fue por abril. Una serena lluvia
hacía hoyitos bellos en la acera
de su casa. Y un viento que era gubia
cortaba luz a la claridad rubia
y robaba los trigos de su era.
El bello son del aire con las balas
le encendía penúltimos colores,
y su pasión guerrera ya sin alas
todavía estrujaba las escalas
del himno de los altos luchadores.
Sin fe en su vida, echado en la camilla,
una copla redonda hacía de llanto
y el cigarro en la boca era la astilla
que alumbraba los chistes en la orilla
del legionario pecador y santo.
Un color diluido en el semblante
hecho de lirios pálidos y breves,
escribía la rúbrica brillante:
el frío de los muertos y delante
definitivas y crueles nieves.
Nieve en abril, sobre la Primavera.
Nieves en abril con lluvia, flor y soles.
La última voz del legionario era:
—Que corra vino, y cante cuando muera,
sin quejas y sin lágrima y con oles.

En la página siguiente: portada del


primer número de Cruzada Católica
(noviembre de 1932), una publicación
mensual de inspiración sindicalista y
ultracatólica portavoz de la
Confederación Española de Derechas
Autónoma (C. E. D. A.), que hace suya
la cita evangélica «Quien no está
conmigo, está contra mí»
ACTO QUINTO:
LA DIALÉCTICA DE LOS
PUÑOS
Y LAS PISTOLAS
«Los acontecimientos se
precipitaban. El terrorismo
falangista (“dialéctica de las
pistolas”) se acentúa. Escapan
de justeza a las balas Giménez
de Asúa, Largo Caballero,
Eduardo Ortega y Gasset. Con
este apuntar a la “cabeza”, ¿se
quiere provocar la revancha en
un “pez gordo” de la derecha?
Un día es asesinado el teniente
de guardias de asalto, José del
Castillo. Tres días después los
compañeros de cuerpo del
asesinado se vengan en el líder
del Bloque Nacional de
Derechas (Calvo Sotelo), que se
ha declarado fascista en pleno
Parlamento. ¿Es el factor
psicológico que se buscaba? La
insurrección militar ya tendrá su
bandera, su protomártir, su
mística»

Los anarquistas en la crisis


política española,
José Peirats (Ediciones Júcar,
1976)
ORACIÓN POR
LOS MUERTOS DE LA
FALANGE
RAFAEL SÁNCHEZ MAZAS (FEBRERO DE
1934)
Cruz de bronce que se daba a quienes
colaboraban con dinero o joyas con la causa
nacional en Mallorca. Se lee en latín la frase
«POR LOS ALTARES Y LOS HOGARES»
Señor:

Acoge con piedad en Tu seno a los que


mueren por España, y consérvanos
siempre el santo orgullo de que
solamente en nuestras filas se muera por
España, y de que solamente a nosotros
honre el enemigo con sus mejores armas.
Víctimas del odio, los nuestros no
cayeron por odio, sino por amor; y el
último secreto de sus corazones, era la
alegría con que fueron a dar sus vidas
por la Patria. Ni ellos ni nosotros hemos
conseguido jamás entristecernos de
rencor, ni odiar al enemigo.
Y Tú sabes, Señor, que todos estos
caídos mueren para libertar, con su
sacrificio generoso, a los mismos que
les asesinaron; para cimentar con su
sangre fértil, las primeras piedras en la
reedificación de una Patria libre, fuerte
y entera.
Ante los cadáveres de nuestros
hermanos, a quienes la muerte ha
cerrado los ojos antes de ver la luz de la
victoria, aparta, Señor, de nuestros
oídos, las voces sempiternas de los
fariseos, a quienes el misterio de toda
redención ciega y entenebrece, y hoy
vienen a pedir con vergonzosa
indulgencia delitos contra los delitos, y
asesinatos por la espalda a los que nos
pusimos a combatir de frente.
Tú no nos elegiste para que
fuéramos delincuentes contra los
delincuentes, sino soldados ejemplares,
custodios de valores augustos, números
ordenados de una guardia, puesta a
servir con honor y con valentía la
suprema defensa de una Patria.
Esta ley moral es nuestra fuerza. Con
ella venceremos dos veces al enemigo,
porque acabaremos por destruir, no solo
su potencia, sino su odio.
A la victoria que no sea clara,
caballeresca y generosa, preferimos la
derrota. Porque es necesario que
mientras cada golpe del enemigo sea
horrendo y cobarde, cada acción nuestra
sea la afirmación de un valor y de una
moral superior.
Aparta, así, Señor, de nosotros, todo
lo que otros quisieran que hiciésemos, y
lo que se ha solido hacer en nombre de
vencedor impotente de clase, de partido
o de secta. Y daños heroísmo para
cumplir lo que se ha hecho siempre en
nombre de una Patria, en nombre de un
Estado futuro, en nombre de una
Cristiandad civilizada y civilizadora.
Solo Tú sabes, con palabra de
profecía, para qué deben estar aguzadas
las flechas y tendidos los arcos.
Danos ante los hermanos muertos
por la Patria, perseverancia en este
amor, perseverancia en este valor,
perseverancia en este menosprecio hacia
las voces farisaicas y oscuras, peores
que voces de mujeres necias. Haz que la
sangre de los nuestros, Señor, sea el
brote primero de la redención de esta
España en la unidad nacional de sus
tierras, en la unidad social de sus clases,
en la unidad espiritual en el hombre, y
entre los hombres.
Y haz también que la victoria final
sea en nosotros una entera estrofa
española del canto universal de Tu
Gloria.
José Antonio Primo de Rivera durante una
cacería (1930)
CAMISAS DE FUERZA:
FASCISMO Y
PARAMILITARIZACIÓN
EDUARDO GÓMEZ CALLEJA
Mitín de Acción Católica durante su
peregrinación a Santiago de Compostela
(1948)
Reunión de japistas, también conocidos como
los camisas verdes, las juventudes
paramilitares de Acción Popular

Inicialmente publicado en Historia


Contemporánea 11 (1994, p. 55-81)
«E ldefascismo gobierna con la fuerza
sus camisas, las 300 000
camisas de fuerza, y cuando se le
pregunta por su principio de derecho,
señala sus escuadras de combatientes
[…]. Ahora se comprende el papel
singularísimo que representa la
violencia fascista y que la diferencia de
las demás. En el fascismo, la violencia
no se usa para afirmar e imponer un
derecho, sino que llena el hueco,
sustituye la ausencia de toda
legitimidad»[1].
En España, como en otros países de
nuestro entorno, la presencia en la vida
política de grupos civiles armados no
era en los años treinta un fenómeno
nuevo. En la crisis de la Restauración,
las rancias manifestaciones
decimonónicas (el militarismo carlista,
la milicia nacional o el Somatén) se
fueron metamorfoseando o dejaron paso
a nuevas formas de movilización
callejera de los grupos conservadores.
El rápido desmoronamiento del
edificio restauracionista sorprendió a
unas clases conservadoras
acostumbradas a disfrutar de la
protección dispensada por el Ejército y
las fuerzas de orden público. Colocadas
estas instituciones al margen del debate
político en las postrimerías de 1930,
cundió entre los sectores de orden una
psicosis de indefensión que trató de ser
paliada mediante la aparición de
grupúsculos monárquicos de talante
violento, el más conocido de los cuales
fue el Partido Nacionalista Español. A
la actividad de este PNE, siguió luego la
de otros grupos cuyo denominador
común fue su referencia, en uno u otro
grado, al fascismo, presente en otros
muchos lugares de Europa. El
precedente del partido fundado por el
Dr. Albiñana merece un comentario
previo.

PRECURSORES Y FALSOS
PROFETAS
La actividad desplegada por el PNE y su
extravagante líder, el doctor José M.ª
Albiñana, durante la crisis de los años
1930-31 imponen una revisión de su
papel en las formulaciones iniciales de
una derecha antiparlamentaria y
fascistizante vinculada a una praxis
política violenta[2]. El periodo que
media entre la creación del PNE en abril
de 1930 y su primera gran crisis interna
motivada por la proclamación de la
República se caracteriza por la lenta
conformación de un acervo ideológico
monárquico autoritario situado a medio
camino entre el tradicionalismo
histórico centrado en la confesionalidad
católica del Estado, la recusación del
sistema liberal-parlamentario en pro de
una «dictadura honrada» o del
fortalecimiento de las prerrogativas
regias y la enemiga a las doctrinas
extranjerizantes: marxismo, separatismo,
masonería, etc. Su filofascismo oscilaba
entre la admiración a la dictadura de
Mussolini por su carácter
contrarrevolucionario y su prevención
ante el carácter popular, anárquico y
subversivo que adoptó en su origen el
movimiento escuadrista. Tampoco hay
que desdeñar el influjo de la extrema
derecha francesa en la adopción de un
nacionalismo xenófobo y excluyente de
raíz barresiana, un antisemitismo
inspirado en Dérouléde y los Protocolos
de los Sabios de Sión y un activismo
contrarrevolucionario agresivo, juvenil
y violento que quiso asemejarse al
ejercido por los Camelots du Roi.
Los «Legionarios de España» —
nombre probablemente inspirado en la
propuesta paramilitar de La Acción de
fines de 1922— fueron un pálido
remedo de milicia uniformada, cuya
actuación se acercó más a la tradicional
«partida de la porra» que a las «ligas
patrióticas» francesas o los «fasci»
italianos[3]. Aunque, para su creador, los
«legionarios» fueran los «centinelas
permanentes de la seguridad patria,
actuando intensamente para que el país
no se derrumbe» o «el voluntariado
ciudadano con intervención directa,
fulminante y expeditiva en todo acto
atentatorio o depresivo para el prestigio
de la Patria»[4], nunca entró en los
cálculos de Albiñana la creación de una
fuerte milicia popular.
El PNE estaba nutrido por
monárquicos intransigentes y nostálgicos
de la Dictadura procedentes de todas las
clases sociales, lo cual le acercaba tanto
a la clientela tipo de los movimientos
fascistas como de los activistas de las
«uniones cívicas» de posguerra. El
sector más militante fue reclutado entre
el lumpen urbano, movilizado
precisamente en los prolegómenos de la
coyuntura depresiva de los años treinta:
vagabundos, delincuentes comunes,
excombatientes del Tercio (donde se
habían refugiado algunos pistoleros
profesionales de la década anterior) y
antiguos militantes líbrenos de Aragón y
Cataluña, donde la «Peña Deportiva
Ibérica» actuaba como filial oficiosa del
albiñanismo.
Con todo, el PNE mantuvo contactos
con ciertas instancias gubernamentales
de marcado talante inmovilista, en
especial las fuerzas de seguridad, que ya
habían tenido algunos conflictos de
competencia con upetistas y
somatenistas, y veían con buenos ojos el
establecimiento de un grupo represivo
paralelo al oficial. Pero las necesidades
materiales de la milicia albiñanista
apenas fueron cubiertas en periodos muy
puntuales por los grupos de la extrema
derecha (en especial la Unión
Monárquica Nacional) y por el «fondo
de reptiles» de la Dirección General de
Seguridad regentada por Mola.
La acción violenta desplegada por
los «legionarios» fue espectacular pero
en ningún momento decisiva. No superó
el nivel de la algarada en mítines
contrarios (como el presidido por el
recién retornado Unamuno en el Cine
Europa de Madrid el 4 de mayo de
1930) o en los propios, el acoso a
organizaciones e instituciones
revolucionarias (campaña contra el
Ateneo en mayo de 1930; asalto a los
talleres de la publicación izquierdista
Nosotros el 18 de septiembre; choques
con miembros de la FUE en las
Universidades de Madrid y Valladolid,
etc.), las agresiones o intimidaciones a
personalidades de la izquierda, la
divulgación de libelos
contrarrevolucionarios y la intervención
«cívica» de los «legionarios» para
contrarrestar las huelgas generales de 16
de noviembre y 15 de diciembre de
1930. En suma, una actividad
esporádica e inconexa que causó cierto
revuelo propagandístico por lo
novedoso, pero que no supuso un acicate
para las conformación de un núcleo
social conservador de resistencia
armada a la ofensiva revolucionaria.
Una vez proclamada la República,
comenzó la concienzuda labor de
desarticulación del PNE, hasta la
disolución formal del partido poco
tiempo después. El relanzamiento del
PNE en febrero de 1932 le acercó cada
vez más a la ultraderecha monárquica,
con quien participó en la conspiración
de agosto. Desterrado a Las Hurdes,
Albiñana se incorporó demasiado tarde
a la carrera por el liderazgo del
fascismo hispano, y tras la aparición de
Falange optó por reorientar a su partido
en la dirección de un conservadurismo
agrarista, ultra-católico y corporativo
que no abandonó hasta su muerte
violenta en la Cárcel Modelo en agosto
de 1936. Confirmando su talante
reaccionario, los militantes
nacionalistas participaron activamente
en las labores represivas de retaguardia
(sobre todo en los alrededores de
Burgos[5]), e integraron sus milicias en
el Requeté cuando la Junta Suprema
ordenó la disolución del partido en el
seno de la Comunión Tradicionalista el
8 de enero de 1937[6].

LOS PRIMEROS PASOS DEL


FASCISMO ESPAÑOL
Vinculado en sus orígenes a los entornos
intelectuales de La Gaceta Literaria y
l a Revista de Occidente, e influido
directamente por Sorel y Nietzsche,
Ramiro Ledesma Ramos, el fundador de
La Conquista del Estado, intentó
apartar a su sector social de
procedencia del régimen democrático-
parlamentario y vertebrar una alternativa
autónoma «nacional-revolucionaria»
basada en una acción política
fundamentalmente violenta. Las
teorizaciones de Ledesma sobre la
violencia presentan una confusa
amalgama entre la confianza en el talante
revolucionario y creador de la masa, la
concepción leninista de un partido-
vanguardia clandestino organizado de
forma militar y un vago radicalismo
pequeñoburgués que pronto imbricaría
con el antimarxismo, el elitismo y la
mística nacional del fascismo. En un
principio, Ledesma postuló una línea de
acción directa muy cercana al
sindicalismo revolucionario, tratando de
instrumentalizar el potencial subversivo
de una CNT que había salido
profundamente dividida de la
experiencia dictatorial. Sin embargo, la
acción directa, entendida en la teoría
sindicalista como medio de presión de
la masa obrera en el plano económico y
sin intermediarios políticos y sociales
para la erosión y la destrucción del
Estado burgués, no era asumida en esos
términos por Ledesma y sus amigos.
Este grupo de intelectuales enragés
elaboró una peculiar interpretación de la
«acción directa al servicio de la Patria»,
identificada con violencia política por
motivaciones nacionales y no de lucha
de clase. Pero acción directa no siempre
equivalía en el pensamiento ledesmista a
violencia armada, aunque tampoco a
coerción económica. Era más bien,
siguiendo la tesis de Georges Sorel, una
actitud de ruptura política y moral contra
el liberalismo, el parlamentarismo, el
capitalismo o la democracia, y un medio
de que, a través de su práctica, surgieran
nuevas minorías rectoras procedentes de
la masa que sustituyeran a las minorías
tradicionales.
Los ledesmistas preveían la
conquista del Estado por parte de un
movimiento nacionalista revolucionario
de trabajadores expresamente
organizado para la violencia
insurreccional y, por lo tanto, más
cercano a la tendencia republicana
jacobina empeñada en la profundización
de la revolución democrático-burguesa
de 1931 en la dirección de un
radicalismo de fuertes tintes autoritarios
y nacionalistas. Como otros
representantes de esta línea (Ramón
Franco, Rexach, Balbontín, Samblancat,
etc.), el grupo de La Conquista del
Estado y luego las JONS se marcaron
como objetivo prioritario la captación
del sector de las clases populares
deseoso de cambios revolucionarios, y
trataron de lograr por todos los medios
la instrumentalización política de las
masas cenetistas desde dentro y fuera
del sindicato. Ledesma consideraba a la
CNT como «la palanca subversiva más
eficaz» para la conquista del poder,
canalizando los «valores de rebeldía de
la raza» contra el capitalismo y el
internacionalismo marxista. La
estrategia subversiva que fue tejiendo y
destejiendo a lo largo de su vida
política consistía en un acoso al régimen
republicano por sus dos flancos: a la
izquierda, mediante la paulatina
«politización» del sindicalismo
cenetista en un sentido nacional,
rechazando toda veleidad anarquizante;
por la derecha, a través de la captación
de ciertos sectores de la clase media
gracias a una eficaz campaña
propagandística que incidiera en dos
aspectos movilizadores clave.
El primer factor movilizador fue el
inconformismo generacional. Ledesma
había podido constatar directamente el
importante papel desempeñado por los
estudiantes en el vuelco de la opinión
pública hacia la alternativa republicana
en los años 30 y 31, y trató de integrar
en su proyecto subversivo a ese sector
juvenil de la pequeña burguesía
protagonista de unos comportamientos
políticos y de unas opciones ideológicas
crecientemente descontentas con la
evolución reformista del experimento
político republicano. El grupo de La
Conquista del Estado y los ulteriores
jonsismo y falangismo intentaron
capitalizar el inconformismo y el
potencial subversivo de la juventud a
través de un proyecto político que
reformulaba alguno de los mitos
movilizadores y populares creados y
difundidos por la vanguardia literaria de
los veinte y treinta: moral transgresora y
violenta, mística juvenil e ideal
hispánico. Se trataba, en buena lógica
soreliana, de propiciar un rearme moral
del español a través de la violencia
juvenil y los valores hispanos, es decir,
de «lanzar sobre España el culto de la
fuerza y el vigor»[7]. En segundo lugar,
respecto a ciertos sectores de clase
media, la retórica desplegada por
Ledesma empleó registros
ultranacionalistas de carácter más
conservador. Los ataques al catalanismo
(tema movilizador por excelencia de la
derecha españolista en el primer año de
la República) y al marxismo como
tendencias antinacionales susceptibles
de una respuesta violenta fueron
utilizados como aglutinante del impulso
subversivo pequeñoburgués. Según
Ledesma, la única solución para arreglar
el problema del Estatuto era «entregar el
pleito a la decisión suprema de la
violencia»[8], y pidió incluso la
«movilización armada contra los
caudillos vendidos al extranjero, contra
la inercia gobernante, contra las
internacionales marxistas que traman la
disolución de la Patria»[9].
Al igual que otras formaciones
políticas de extrema derecha, Ledesma
había obtenido en enero de 1931 el
apoyo económico de destacados
monárquicos vizcaínos como Areilza,
Careaga, Sangróniz y Lequerica[10]. El
problema fundamental del grupo de La
Conquista del Estado era dónde
encontrar las «falanges férreas»
encargadas de esa labor de «depuración
nacional». Pero los contactos de
Ledesma con militantes cenetistas en
torno a la sangrienta huelga de la
Telefónica del 4 al 29 de julio y el
Congreso extraordinario del sindicato
confederal del 10 al 14 de ese mes
fracasaron del mismo modo que sus
escarceos con la pequeña burguesía
radicalizada representada por Ramón
Franco[11].
Con pocos días de diferencia, el 9
de agosto, Onésimo Redondo Ortega
fundaba en Valladolid las Juntas
Castellanas de Actuación Hispánica,
haciendo pública una proclama donde
exponía su proyecto imperialista
español, ruralista, racista y
profundamente religioso, basado en
primer término en la reconstrucción
moral, política y económica de Castilla,
y ulteriormente en la forja de un Estado
totalitario que interviniera
sistemáticamente en una realidad
socioeconómica fundamentalmente
corporativa. Redondo consideraba
imprescindible la intervención de los
jóvenes en una actividad política que en
su opinión era, antes que nada, una
«milicia cívica»[12], puesto que,
siguiendo ciertas ideas procedentes del
primorriverismo, «solo la instrucción
militar y la disciplina de los jóvenes
puede redimir a los pueblos»[13]. Desde
el primer momento, su rechazo explícito
de la lucha de clases se alternó con los
ataques a la democracia, el marxismo, el
judaísmo y la masonería, verdaderos
enemigos de su proyecto regenerador.
Pero la concepción de la acción violenta
tenía en Onésimo Redondo un sesgo
contrarrevolucionario y defensivo que le
diferenciaba de la retórica subversiva
del ledesmismo. En su opinión, el poder
constituido estaba en la obligación de
reprimir la violencia ilícita, pero en
ausencia de la ley o de su corolario
coercitivo, los ciudadanos podían
recurrir a las milicias nacionales para
hacer frente a la violencia y coacción
provocada por la lucha de clases y la
amenaza marxista. Con todo, Redondo
prescribía tajantemente a sus lectores
«que la violencia no se aplique más que
ante el desamparo del Poder y en el
mínimo necesario»[14].
La unión de los grupos de Madrid y
Valladolid para formar las Juntas de
Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS)
el 10 de octubre de 1931 obedeció más
bien a razones estratégicas y económicas
que a afinidades ideológicas, y fue
impulsada por sectores del
empresariado vasco interesado desde
tiempo atrás en el acoso a la República
a través de grupos violentos de matiz
radical. En el Manifiesto Político de las
JONS, los llamamientos al
espontaneísmo subversivo de las masas
dejaban paso a la constitución preferente
de «un ejército civil, las Milicias
Nacional-Sindicalistas, que de un modo
técnico y regular, con entusiasmo y
sacrificio, garanticen la victoria de las
ideas nacionales»[15]. La táctica a seguir
por estas milicias íntimamente unidas al
aparato político de las Juntas no era la
lucha inmediata contra el Estado
republicano, sino una primera fase de
agitación dirigida a la conquista de la
calle con un objetivo: la eliminación de
las organizaciones de izquierda, pues
«es evidente y claro como el sol que el
marxismo es invulnerable a todas las
arremetidas menos a una: la violencia
fría y sistemática que sobre él se ejerza.
Violencia legítima, porque el marxismo
es asimismo violencia sobre y contra la
sociedad nacional»[16].
Las JONS se organizaron desde un
principio como partido-milicia que
intentaría, por sí mismo o dirigiendo una
alianza de clases cada vez más
improbable, un asalto violento contra la
República. Los primeros estatutos de las
JONS, presentados en la DGS el 30 de
noviembre de 1931, dieron la primera
ocasión para que se mencionase el
proyecto de constitución de una
organización paramilitar propia (las
«milicias nacional-sindicalistas»),
lejana tanto de las «células de combate»
postuladas desde La Conquista del
Estado como de los cuadros civiles o de
los «grupos de oposición» que
canalizarían la energía violenta de las
masas juveniles y sindicalistas. Con
todo, la organización en células
semiclandestinas continuó siendo la
tónica en la inicial formación
paramilitar jonsista, que protagonizó
frecuentes altercados con estudiantes
izquierdistas en centros culturales y
docentes de Valladolid y Madrid. Pero a
pesar de estas actuaciones, el propio
Ledesma reconoció que durante 1932 la
actividad de las JONS fue casi nula por
la descoordinación y la desconfianza
existentes entre los dos focos
principales[17]. Los intentos de
infiltración en la CNT a través de unos
«Grupos de Oposición Nacional-
Sindicalista» arrojaron un resultado
descorazonador. El proselitismo en el
campo no ofreció mejor cariz: a pesar
de los esfuerzos de Ledesma por
impulsar en julio de 1931 la formación
de un Bloque Social Campesino que
inspirase al pequeño propietario «el
sentido de protesta armada, afanes de
violencia»[18], y el empeño de Onésimo
por transformar su pequeña formación
político-sindical en una fuerza de
choque antimarxista al servicio de los
grandes propietarios, las JONS se
encontraban asfixiadas entre los
sindicatos campesinos socialistas, la
CNT y la socialcatólica CONCA.
Incapaz de darse una base tanto
juvenil como sindical —los dos grupos
que se habían mostrado más activos en
la lucha contra la Dictadura—, el
jonsismo hubo de moverse en ámbitos
sociales muy restringidos. Tras su
colaboración en la «Sanjurjada», el
núcleo vallisoletano quedó
desarticulado, pero la subida al poder
de Hitler en enero de 1933, la aparición
del periódico El Fascio y unos
alborotos protagonizados muy
oportunamente por las «Patrullas de
asalto» jonsistas en la Facultad de
Derecho de la Universidad Central el 10
de marzo popularizaron fugazmente al
movimiento, que a fines de junio relanzó
la acción directa organizando a un
centenar de jóvenes en «patrullas» o
«comandos de asalto» de cuatro
individuos para dar la batalla a la
izquierda en las calles[19]. Sus «métodos
de trabajo» parecían calcados de los
empleados por los squadristi:
administración de ricino con sidol a los
oponentes políticos y utilización de una
variada panoplia de porras, matracas y
rompecabezas[20].
La progresiva articulación de una
opción política fascista de contornos
aún nebulosos impulsó también a
Ramiro Ledesma a abordar de forma
más pausada los problemas teóricos de
la violencia política y las
insurrecciones. En un artículo publicado
el verano de 1933 en la revista JONS,
Ledesma incidía en la creciente
paramilitarización de la vida política
española, reformulando su concepto de
acción directa, la organización nacional-
sindicalista, que en las primeras
teorizaciones de La Conquista del
Estado debía haber canalizado en
sentido patriótico los ímpetus
revolucionarios y creativos de la masa
trabajadora, quedaba ahora relegada al
papel de mero comparsa en una
insurrección ejecutada por un partido
militarizado, que aspiraba a la conquista
del Estado y a su transformación en
instrumento de dominio totalitario, según
premisas estrictas basadas en los
modelos bolchevique y fascista:
1. La insurrección ha de ser dirigida y
realizada por un partido que cuente con
equipos armados que sean capaces de
controlar la situación, incluso cuando se
adhiera a la acción parte del Ejército.
2. Es imprescindible una educación
insurreccional, una formación política
que garantice la necesaria disciplina de
partido.
3. Los equipos insurreccionales
necesitan una movilización frecuente que
garanticen su eficacia «para el día y el
momento decisivo».
4. El golpe de mano y la sorpresa deben
ser los elementos primeros de la
insurrección, y uno de los objetivos
primordiales será mantener al menos la
neutralidad de los resortes coactivos del
Estado.
5. Los objetivos de la insurrección
deben ser populares, conocidos de la
masa nacional y fruto del descontento
del pueblo respecto al régimen. El
partido debe para ello hacer una intensa
campaña de información sobre la masa.
6. El partido insurreccional ha de ser
totalitario, es decir, organizado
jerárquica y dictatorialmente, destinado
a acabar con los demás partidos y
fundirse con el Estado para que su
actitud de violencia apareciera lícita y
moral[21]

FALANGE ESPAÑÓLA Y LA
«DIALÉCTICA DE LOS PUÑOS Y
PISTOLAS»

La polémica fascismo-antifascismo,
candente en España desde inicios de
1933, quedó desdibujada durante cerca
de un año por la inexistencia de una
formación política potente que
reivindicara sin ambages este programa
totalitario. Durante ese tiempo, José
Antonio Primo de Rivera fue decantando
su actuación pública en ese sentido,
hasta lograr presentarse como el
personaje más adecuado para liderar un
movimiento fascista de masas.
Ya desde sus primeros escarceos
fascistizantes, Primo de Rivera
consideraba la violencia como algo
secundario en la defensa de la propia
alternativa doctrinal. En su cordial
polémica con Juan Ignacio Luca de Tena
con motivo de la aparición de El
Fascio, afirmó que «el fascismo no es
una táctica —la violencia—. Es una
idea: la unidad»[22], lo que no era óbice
para confiar poco después a su amigo
Julián Pemartín que «si no hubiera otro
medio que la violencia [para conquistar
el poder], ¿qué importaría? […]. La
violencia no es censurable
sistemáticamente. Lo es cuando se
emplea contra la justicia. Pero hasta
Santo Tomás, en casos extremos,
admitía la revuelta contra el tirano»[23].
A diferencia de Ledesma, la lucha
callejera no tenía para José Antonio
motivaciones sociales o
revolucionarias, sino ideológicas y
morales. La «dialéctica de los puños y
las pistolas» quedaba justificada en
defensa de la razón, la justicia y la
Patria cuando las vías legales de
confrontación se agotaban y la violencia
había sido impuesta por el adversario
político[24].
Las milicias de Falange, aún en
estado embrionario, empezaron a ser
disciplinadas por el comandante de
Infantería Luis Arredondo, con la ayuda
del teniente coronel Ricardo Rada y del
coronel de Estado Mayor Román Ayza;
todos ellos retirados voluntarios del
Ejército y destacados conspiradores
antirrepublicanos desde primera hora.
En noviembre de 1933, el aviador Julio
Ruiz de Alda fundó, junto al exfueísta y
exjonsista Matías Montero y los
estudiantes Alejandro Salazar Salvador
y Manuel Valdés Larrañaga, el Sindicato
Español Universitario (SEU). A fines
del curso académico 1933-34, Ruiz de
Alda impulsó un proceso de integración
de los estudiantes del SEU en las
milicias falangistas. El objetivo,
confesado abiertamente en la primavera
siguiente, era «[…] la destrucción de la
FUE, a la que tendremos que hacer
desaparecer, bien absorbiéndola,
dividiéndola o suprimiéndola […]. El
sindicato nos dará juventudes entusiastas
para nuestra Primera Línea […].
Nuestras juventudes, dentro de la
disciplina, disciplina necesaria para que
la acción sea eficaz, serán la fuerza más
aguerrida y mejor de nuestras milicias.
Funcionarán dentro y fuera de la
Universidad. Se especializarán en
distintas clases de lucha: en
movilizaciones civiles, de servicios y en
luchas violentas de la calle […]. La
calle, dentro de un año, tiene que estar
llena de nuestra prensa, de nuestros
gritos, de nuestras ideas y de nuestros
escritos»[25].
Poco a poco, el SEU se fue abriendo
camino, merced a la violencia propia y
la benevolencia de las organizaciones
estudiantiles de derecha. El ambiente de
crispación política que se respiraba en
los centros docentes es recordado por el
seuista David Jato de esta manera: «Al
lado del libro, la porra de alambre
retorcido, con una cabeza de plomo, o la
pistola, eran insustituibles compañeros.
Algunos vaciaban un libro viejo, dando
la forma de pistola en su interior, y de
esta forma resultaba más discreto y
seguro el llevar armas y esconderlas en
casa, donde la familia, por reacción
natural, realizaba una labor
complementaria de la policía»[26].
Despliegues callejeros de la milicia
para proteger la venta de las
publicaciones propias; incidentes en las
universidades e institutos de Madrid,
Zaragoza, Sevilla, Cáceres, Badajoz,
Toledo, Murcia, Oviedo, Huelva,
Málaga y Granada; asaltos como el de la
«Primera Línea» del SEU y los
estudiantes carlistas a la sede de la FUE
en la Facultad de Medicina de la Central
el 25 de enero de 1934[27], y la
represalia subsiguiente que produjo la
muerte de Matías Montero (el
«estudiante caído», uno de los
organizadores de los primeros raids
anti-FUE, protomártir del falangismo
mitificado a la manera de Horst
Wessel), se transformaron en moneda
corriente en Madrid y otras ciudades. El
ambiente en torno al partido de Primo de
Rivera se enrareció. Los primeros
brotes de indisciplina se produjeron
precisamente en el entierro de Montero,
y el debate sobre la actitud a adoptar en
estos casos se abrió en el seno de
Falange con una violencia inusitada.
José Antonio representaba la postura
más conciliadora, mientras que
exoficiales como Ruiz de Alda, José
Sainz, Arredondo o Rada proponían
acentuar las represalias para obtener
ventajas políticas y económicas de sus
financiantes alfonsinos, que desde el
verano de 1933 apoyaban al partido con
unas 100 000 pesetas mensuales y
esperaban ver resultados inmediatos.
Sin embargo, esta polémica pasó a
un segundo plano ante la culminación
del proceso de convergencia de los
distintos grupos fascistas, forzada
precisamente por los grupos financieros
y políticos de la extrema derecha
monárquica. A pesar de sus recelos por
el conservadurismo de Falange, el 13 de
febrero de 1934 las JONS aceptaron la
fusión como el mal menor y con la
secreta esperanza de controlar el nuevo
partido gracias a su doctrina fascista
más madura. La nueva formación
política mantuvo la estructura jonsista
del triunvirato ejecutivo (constituido por
Primo, Ledesma y Ruiz de Alda) y su
simbología.
La violencia presidió el
alumbramiento de la agrupación: tras el
mitin por la fusión celebrado en el
Teatro Calderón de Valladolid el 4 de
marzo de 1934, considerado por los
propios falangistas como «el primer
acto fascista puro»[28], se produjeron
violentas colisiones con la izquierda
local que se saldaron con un muerto y
varios heridos. La polémica sobre el
carácter desestabilizador del fascismo
se amplió con la oscura muerte el 27 de
marzo de 1934 de Jesús Hernández,
simpatizante falangista de 15 años que
se encontraba al acecho frente a la Casa
del Pueblo de la calle Augusto Figueroa
de Madrid. El partido fue acusado de
reclutar para acciones peligrosas a
niños seducidos por la violencia, y el
Gobierno prohibió ese verano la
exhibición de todo símbolo político o
indumentaria paramilitar, promulgando
el 28 de agosto un nuevo decreto donde
se vedaba toda militancia política a
menores de 16 años y a los menores de
23 sin autorización expresa de los
padres o tutores[29].
Además de los enfrentamientos en la
Universidad y en los Institutos de
Bachillerato de Madrid y provincias, las
primeras intervenciones callejeras de
las milicias falangistas se centraron en
la venta provocativa de su prensa con
escolta armada —en ocasiones, con
participación de Primo de Rivera— y en
la celebración de concentraciones con
fines propagandísticos, como la
efectuada por unos centenares de
escuadristas en el aeródromo particular
de Estremera (Carabanchel) de 3 de
junio de 1934, dentro de una dinámica
demostrativa generalizada de la derecha
en los prolegómenos de la revolución de
octubre[30].
Integraban el partido adheridos y
militantes. Estos últimos podían acceder
a los grupos de acción, llamados
retóricamente «Falange de la Sangre» y
luego «Primera Línea». Los más
veteranos integraban la «Segunda
Línea», dedicada a labores de
organización, proselitismo y
propaganda, en colaboración con el SEU
—que disponía de sus propias escuadras
— y la incipiente Sección Femenina.
Los jefes nacionales de milicias
(Arredondo desde febrero de 1934,
Ansaldo desde abril, Rada desde julio
hasta la crisis interna de inicios de
1935, y Agustín Aznar desde febrero de
1935 hasta su detención a fines de marzo
de 1936) dependían directamente de
Triunvirato Ejecutivo Central, y tras el
Primer Consejo Nacional celebrado en
octubre de 1934, de Primo de Rivera
como jefe supremo del partido. La
organización de la milicia estaba
inspirada a partes iguales en la
estructura del Tercio de África y en la
de los fasci di combattimento italianos:
dos escuadristas con un jefe formaban un
elemento, tres elementos con un jefe y un
subjefe formaban una escuadra, tres
escuadras (33 hombres) formaban una
falange, tres falanges una centuria, tres
centurias un tercio, tres tercios una
bandera y tres banderas una legión[31],
aunque los tercios y banderas no
existieron como tales hasta el gran take
off falangista de la Guerra Civil, y las
legiones no fueron jamás unidades
operativas.

LA VIOLENCIA COMO
PRECIPITANTE Y SUPERADORA
DE LAS CRISIS INTERNAS

Los sucesos violentos que FE


protagonizó o sufrió durante la
primavera y el verano de 1934[32]
implicaron de hecho un cambio
cualitativo de táctica hacia la
implantación de una espiral violenta por
medios pistoleriles que Primo de Rivera
se resistía a aceptar. Muy a su pesar,
José Antonio se estaba convirtiendo en
el «centro político» del movimiento,
arbitrando entre los intereses
contrapuestos de los jonsistas afincados
en los embrionarios sindicatos y los
monárquicos que controlaban la
«Primera Línea». El foso existente entre
la Falange intelectual de José Antonio,
la Falange militante de Ruiz de
Alda/Ansaldo y la Falange
revolucionaria de Ledesma se
ensanchaba cada vez más, y con los
primeros reveses serios el partido
estalló en una crisis de tendencias, al no
pasar, según recuerda Ledesma, «de la
escaramuza a la revolución nacional»,
pero sobre todo al no disponer de un
plan de oposición eficaz a la inminente
revolución, como exigían sus
«padrinos» monárquicos. Por el
contrario, se había entregado a una
espiral incontrolable de terrorismo
provocador sin clara salida política, que
precipitó una crisis que se incubaba
desde los primeros tiempos del partido.
La persecución policial, iniciada el
10 de julio con la detención de José
Antonio y otros líderes falangistas y la
clausura de la sede madrileña del
partido, acentuó el aislamiento de FE.
Pero la ardorosa defensa que hizo José
Antonio de sus compañeros elevó su
popularidad precisamente en el
momento en que Ansaldo intentaba
obtener por la fuerza el control del
aparato paramilitar. Gracias al apoyo
condicionado de Ledesma y a la
pasividad de Ruiz de Alda, José
Antonio obtuvo una victoria pírrica en
su particular «Noche de los Cuchillos
Largos», cerrando en falso la crisis con
la expulsión de Ansaldo a mediados de
julio, pero manteniendo a pesar de todo
su petición de ayuda económica a los
monárquicos[33].
En esta tesitura, la pervivencia del
fascismo español como movimiento
organizado se debió muy probablemente
a la necesidad que tenían ciertos
sectores de la derecha de complementar
la «división del trabajo»
contrarrevolucionario con la creación de
una fuerza de choque antiobrera «que
por sus características combativas
puede llegar a suplir, frente al poderío y
violencia marxistas, las funciones del
Estado, hoy vergonzosamente
abandonadas por el Estado
republicano»[34]. La crisis de Falange y
la inminente revolución enmarcan la
firma del nuevo pacto de colaboración
entre Primo de Rivera y Goicoechea de
20 de agosto de 1934, donde se
ratificaban los «Diez Puntos de El
Escorial» suscritos el verano del año
anterior, garantizando la continuidad en
la financiación monárquica a Falange a
cambio de un mayor empeño en el acoso
a las fuerzas marxistas[35].
Aunque en septiembre de 1934 un
agente italiano evaluaba en 6000 los
miembros de las «escuadras de acción»
falangistas[36], parecía claro que, en
plena polarización política previa a la
revolución de octubre, el partido
fascista español no impresionaba
políticamente ni estaba en el camino
adecuado para obtener un amplio apoyo
social. Primo de Rivera mantuvo su
actitud oportunista durante los días de la
revolución, ofreciendo de nuevo el 5 de
octubre todos sus efectivos al Gobierno
y al Ejército como «fuerzas auxiliares»,
facilitando equipos de obreros para
sustituir a los huelguistas y organizando
el día 7 una audaz manifestación
callejera en pro de la unidad nacional y
como muestra de apoyo al «Gobierno de
España». Al tiempo, los grupos de
choque de FE colaboraron de manera
subalterna con las autoridades en la
resistencia (Moreda, Oviedo, Cangas de
Narcea, Gijón, Santander, Torrelavega,
Villagarcía, León, Bilbao) y la
represión.
Desde fines de 1934, Falange trató
de recuperar la iniciativa política
mediante un poco creíble giro a la
izquierda que calmase a los ledesmistas
y propiciase una improbable expansión
sindicalista a través de la JONS. Los
fracasos estratégicos, el declive de la
militancia, la falta de recursos
financieros y las presiones externas
agudizaron el conflicto en el seno del
partido. Antes de finalizar el año,
pasaron al conservadurismo
tradicionalista, ya fuera alfonsino o
carlista, el marqués de la Eliseda
(protector financiero y segundo
representante de FE en el Parlamento) y
caracterizados dirigentes de milicias,
como Rada, Groizard, Arredondo y
Tarduchy. La defección del ala
izquierdista tampoco se hizo esperar.
Desde la fusión de FE con las JONS,
Ledesma había mostrado su preferencia
por el activismo cotidiano centrado en
la acción laboral protagonizada por la
CONS, aunque sus escritos dejaban
traslucir una creciente potenciación del
papel del partido en su concepción de la
violencia. Tras la crisis suscitada en el
seno de las milicias, Ledesma se había
pronunciado por la primacía del sector
«civil» de Falange, y hecho unas
interesantes consideraciones sobre el
papel de la milicia dentro de la
organización política del movimiento,
menos de un mes antes del estallido
revolucionario de octubre:
«La idea más sencilla que se ofrece
a movimientos de nuestro estilo para
resolver problemas como el que
planteamos, es la creación de unas
milicias. Aceptarla sin más y adoptarla
frívolamente de un modo abstracto, lo
reputamos de sumo peligro. Habrá que
examinar con rigor qué posibilidades de
perfección y de desarrollo tendrían en el
lugar y momento de España en que
aparecen. Habrá que resolver el
problema del espíritu que va a presidir
el toque a rebato de los milicianos esos,
y si su organización y jerarquías son de
tal modo perfectas que utilicen todas las
disponibilidades valiosas del partido.
Habrá que estar pendientes de la actitud
oficial de los gobiernos y, en fin, tendrá
el Partido que saber a todas horas hasta
qué punto puede descansar solo en sus
milicias y jugar a su única carta el
acervo de conquistas políticas que vaya
efectuando»[37].
Ledesma era partidario del control
de los planteamientos subversivos por
parte de los sectores político y sindical
del partido. Este último aspecto
centraría de manera creciente su interés,
a través de la JONS, pero Ledesma cayó
en los mismos errores que acababa de
denunciar, ya que su excesivo
protagonismo e independencia al frente
de los sindicatos acarrearon su
expulsión de Falange a inicios de 1935.
Ledesma definía su concepción de la
milicia como rearme de la juventud en
pro de la revolución. Debía ser una
violencia popular, pero ya no
espontánea al estilo anarcosindicalista,
sino fuertemente organizada de acuerdo
con la estructura y la mentalidad
militares, aunque limitando la autonomía
de la milicia para evitar que su
actividad degenerase en rebeldía contra
la dirección política del movimiento.
Los problemas tácticos a considerar en
este tipo de formaciones armadas serían
su equipamiento para la lucha; la
estrategia, pactos y auxilios que le
convenían al movimiento, y los
objetivos y conquistas inmediatas o
lejanas que pretendía[38]. Las
características sugeridas por Ledesma
para la milicia jonsista le acercarían a
las del Ejército popular nacionalizado
postulado en Italia por Italo Balbo y en
Alemania por Ernst Röhm, lo que
permitiría acabar con el antimilitarismo
subyacente en las capas populares y
labrar el destino militar de España a
través de una serie de aspiraciones
imperialistas.
Gravemente dañada en su equilibrio
interno, Falange optó durante el año
1935 por la resistencia y el
mantenimiento de los restos de la
organización a la espera del fracaso del
«bienio imbécil». Para ello, Primo de
Rivera trató de desmarcarse de los
grupos de derecha y competir con su
rival ledesmista mediante la acentuación
de la retórica revolucionaria. Centralizó
en la Jefatura Nacional todos los
poderes del partido, trasladó a
militantes de la Primera a la Segunda
Línea para intensificar las tareas de
propaganda y cubrir las bajas dejadas
por la defección jonsista, buscó una
fuente alternativa de financiación a
través de contactos con los dirigentes
nazis y fascistas[39], y ordenó el
endurecimiento de la actuación
paramilitar. La organización armada de
FE, debilitada por los recientes
acontecimientos, estaba ahora en manos
de militantes fieles al Jefe Nacional,
aunque —como era frecuente en este
tipo de agrupaciones hasta la guerra—
los cargos dirigentes y subalternos se
solapaban, y la ostentación del cargo
oficial del jefe de milicias no suponía
necesariamente un control efectivo del
conjunto de la organización.
La exaltación violenta de la
«revolución nacional» corría paralela a
la sublimación del propio aislamiento
como «servicio», intransigencia o
sacrificio. Entre las acciones violentas
más sonadas de la primera mitad de
1935 figuraron la razia contra los
almacenes Sepu de la Gran Vía —que,
aseguraban, eran controlados por el
capital judío— el 16 de marzo; el
asesinato del líder sindical José García
Vara y la subsiguiente represalia
falangista en el Paseo de Extremadura (9
de abril); los enfrentamientos
provocados por dos «expediciones»
falangistas sobre la localidad sevillana
de Aznalcóllar los días 29 y 30 de abril;
el asalto de la «Primera Línea»
madrileña al cine de la Flor, donde se
proyectaban documentales soviéticos (4
de junio), o el tiroteo con militantes de
las MAOC en la calle Carranza de
Madrid (11 de junio). Al tiempo, José
Antonio intentaba restablecer los
contactos con los militares, rotos desde
los llamamientos sediciosos de
septiembre y noviembre del año
anterior, y abrir una franca vía
insurreccional sin fecha fija de
realización que aglutinase al partido en
torno a su liderazgo. En la reunión de la
Junta Política en el Parador de Gredos
el 16 de junio de 1935, se decidió que
FE no actuara como mero comparsa del
Ejército. Los diversos planes barajados
en esa y ulteriores ocasiones —una
especie de «marcha sobre Madrid»
desde fuentes de Oñoro (Salamanca)
contando con 10 000 fusiles y la
dirección de un general (¿Sanjurjo?), y
un levantamiento en Toledo con el
apoyo de los cadetes del Alcázar, la
guarnición local y la Guardia Civil,
otorgaban a la milicia falangista un
verdadero protagonismo político, al
poner a las Fuerzas Armadas y al
gobierno cedorradical ante la tesitura de
reaccionar en favor o contra un «intento
patriótico» consumado[40]. Pero este
plan insurreccional autónomo se tornó
irrealizable por la debilidad propia y
los recelos existentes entre los grupos
de derecha y el sector golpista del
Ejército, que comenzaba entonces a
urdir una conspiración encaminada al
triunfo de un golpe estrictamente militar.

CONSPIRACIÓN Y GUERRA
CIVIL
En el momento de la disolución de las
Cortes el 7 de enero de 1936, Falange se
encontraba en la más incómoda de las
situaciones políticas. La táctica de un
acercamiento a monárquicos y cedistas a
través de la idea de un Frente Nacional
impulsada tras su Segundo Consejo
Nacional (noviembre 1935) fue un
fracaso[41], y los escarceos con
representantes de las fracciones más
heterodoxas de las organizaciones
proletarias, como Prieto o Pestaña,
tampoco lograron los resultados
apetecidos. En el momento de las
elecciones, FE disponía de un máximo
de 25 000 afiliados, de ellos 3000 en
Madrid y 10 000 afiliados al SEU[42],
que campaban por sus respetos en la
Universidad, donde un atribulado
profesor socialista confió al doctor
Marañón que el 90 % de sus alumnos
eran fascistas[43]. El eco era también
apreciable en ciertos sectores
proletarios marginales de las ciudades y
en las zonas campesinas del norte de
España. Falange se había logrado
introducir también entre la oficialidad
joven, a través de una «sección militar»
dirigida por Fernando Primo de Rivera
que tenía cierta fuerza en las
guarniciones africanas y contactos
privilegiados con la UME.
La campaña electoral falangista
corrió paralela a un incremento de los
actos violentos en toda España. El
partido logró menos de 30 000 sufragios
(el 1,7 del total nacional) y Primo no
revalidó el escaño obtenido con la
ayuda de los monárquicos en 1933. Pero
este fracaso personal quedó subsumido
en el fiasco generalizado de la derecha:
el eclipse de la «táctica» cedista
transformó a Falange de la noche a la
mañana en uno de los grandes baluartes
defensivos de un conservadurismo
español que se iba alejando cada vez
más de los métodos de acción
democráticos. Al tiempo, la izquierda
triunfante agudizó su sentimiento
antifascista, mientras que el gabinete
Azaña comenzaba a tomar medidas
preventivas y represivas contra las
formaciones políticas y los militares que
conspiraban a la luz del día.
Con la nueva espiral de violencia
iniciada inmediatamente después de las
elecciones, Falange se fue ganando una
justificada fama de intransigencia entre
una juventud derechista desencantada
con Gil Robles: entre 10 y 15 000
miembros de la JAP se pasaron a FE
con armas y bagajes[44] al tiempo que,
previendo tiempos difíciles, José
Antonio organizaba al partido para el
combate clandestino. En el trimestre
previo al golpe militar, Falange sufrió
40 muertos y más de un centenar de
heridos, pero había infligido una cifra
similar si no mayor de víctimas a sus
rivales políticos. La clandestinidad
aceleró también un proceso conspirativo
que arrancaba de mediados del año
anterior. Primo de Rivera había
mantenido contactos con Mola el 8 de
marzo de 1936 y con Franco el 12.
Desde la Cárcel Modelo, el líder
falangista ordenó el 20 de ese mes a los
mandos provinciales y locales que
procedieran a la reorganización
clandestina del partido por el sistema
celular, la sustitución de los jefes
presos, la reorganización de la «Primera
Línea» con la incorporación del SEU, la
revisión de los elementos de
movilización y encuadramiento y el paso
a la ofensiva con la obtención de armas
y medios de transporte[45]. En otra carta
a los militantes fechada al día siguiente
se les encarecía no perder el contacto
con sus jefes y camaradas presos en
expectativa de un levantamiento
inminente. La situación resultaba tan
insostenible que el gobierno Casares
Quiroga, situado voluntariamente como
«beligerante contra el fascismo»,
presentó a mediados de junio un tardío
proyecto de ley contra el terrorismo[46].
A fines de marzo, el papel de
Falange en el movimiento militar estaba
definido en sus líneas generales, y los
delegados del Jefe Nacional (Mateo,
Alvargonzález, Rodríguez Gimeno,
Garcerán, Hedilla) recorrían la
península transmitiendo las primeras
instrucciones. Pero el debate interno
sobre la participación en la insurrección
no había hecho sino comenzar. La
decepcionante experiencia de 1934 no
debía repetirse, y FE exigió desde sus
primeros contactos con los
conspiradores, una mayor presencia
política y la garantía de que la
intervención militar no eclipsaría a la
Falange en favor del puro y simple
reaccionarismo. Trasladado a Alicante,
José Antonio envió el 24 de junio una
nueva circular a los jefes territoriales y
provinciales para que no se dejasen
embaucar por cualquier tipo de agentes
conspirativos que considerasen a FE
como un simple elemento auxiliar. Toda
invitación de esa índole debía ser
notificada al Jefe Nacional, temeroso de
verse rebasado o incluso usurpado por
jerarcas locales más moldeables a los
dictados de Mola y sus adláteres[47]. Sin
embargo, una nueva circular fechada
cinco días después revela que Falange y
los militares habían llegado por fin a un
acuerdo, tras una reunión de la Junta
Política presidida accidentalmente por
Ruiz de Alda en la Cárcel Modelo y la
comunicación de la decisión favorable a
Primo de Rivera.
Falange, que había comprometido
todas sus fuerzas disponibles en la
conspiración, permaneció durante unos
días en tensa espera. La evaluación de
sus fuerzas en la víspera del golpe
militar resulta tarea casi imposible,
dada la situación de desorden y
clandestinidad en que vivía la
organización. Los testimonios son muy
contradictorios: el 27 de mayo Rafael
Garcerán, expasante de José Antonio y
delegado suyo en las negociaciones con
los militares, aseguró a un incrédulo
Mola que Falange disponía de 4000
hombres rápidamente movilizables
como vanguardia de choque[48], mientras
que José Andino, jefe provincial de
Navarra, ofreció posteriormente al
«Director» una fuerza de 6000
falangistas movilizables en cuatro
horas[49]. A mediados de julio, las
milicias falangistas recibieron la orden
de concentrarse en determinados
puntos[50], mientras que la impaciencia
que gana a toda la organización decide a
José Antonio a presentar al siempre
dubitativo Mola un ultimátum el día 14:
«Si en 72 horas la rebelión no se
desencadena, la Falange comenzará por
su propia cuenta en Alicante».
Precisamente el 17, el Jefe Nacional
enviaba a sus leales un postrer
manifiesto que no pudo ser distribuido a
tiempo.
Una nueva etapa, ciertamente la más
difícil, se abría ante Falange. Al
fracasar el golpe militar y comenzar la
Guerra Civil, cambiaron los supuestos
de su relación con los otros partido de
la derecha y sobre todo con el Ejército.
Debilitada por la clandestinidad,
Falange necesitó algún tiempo para
adaptar la táctica, organización y
objetivos de sus milicias a la nueva
situación. Se constituyeron grupos
armados más potentes, pero con menor
autonomía política, no adscritos a la
estricta obediencia del partido y
privados del objetivo supremo de la
conquista del Estado. En octubre de
1936 los efectivos de las milicias
falangistas sumaban 36 809 hombres, lo
que suponía el 56 % del total de
voluntarios encuadrados en las diversas
organizaciones paramilitares de los
partidos de derecha[51]. La organización
armada de Falange, estructurada ahora
en Centurias y Banderas[52], aumentó de
forma espectacular. Una de las primeras
preocupaciones de FE al inicio de la
guerra fue la movilización de
voluntarios para el combate, mediante el
reclutamiento, entrenamiento,
organización de unidades e intendencia.
Según los datos disponibles, los factores
estrictos de clase no fueron
especialmente determinantes en la
opción por tal o cual milicia armada.
Más bien influyó la cultura política y la
situación militar y social imperantes en
cada región en el momento de la
sublevación. En zonas como Castilla la
Vieja y Galicia, el reclutamiento para el
Ejército regular fue particularmente
intenso, entorpeciendo notablemente la
labor proselitista de Falange. El caso
opuesto sucedía en Aragón, donde las
unidades militares eran particularmente
débiles y las fuerzas paramilitares
hubieron de desarrollarse en mayor
escala para cubrir un frente de amplias
dimensiones. En Navarra el
desequilibrio en el reclutamiento de las
milicias se explica por la omnipresencia
del carlismo, de suerte que 2/3 del
voluntariado ingresó en el Requeté y 1/3
en las milicias de Falange, estos últimos
procedentes antes de núcleos urbanos
que de zonas rurales. En muchas zonas,
el enrolamiento en las Banderas de FE,
aparte de suponer una opción política
deliberada para las clases medias rural
y urbana no manifiestamente hostiles al
proceso modernizador, significaba para
muchos antiguos izquierdistas un
auténtico «seguro de vida» de cara a las
inevitables represalias de
[53]
retaguardia . Con la incorporación de
estos «camisas nuevas», las milicias
falangistas fueron adquiriendo una fama
de escasa eficacia y fiabilidad, al
alistarse además en ellas elementos que
querían eludir la rigurosa disciplina
militar o quedar integradas por
combatientes rechazados de las unidades
regulares.
A pesar de haber quedado diezmada
en sus líderes políticos y milicianos, la
nueva jerarquía de Falange manifestó
enseguida su afán por obtener un papel
más importante y autónomo para sus
unidades de combate. Aspiración
recortada abruptamente cuando Mola
prohibió el 25 de septiembre de 1936 la
creación de nuevas unidades[54]. Desde
su nombramiento como Generalísimo,
Franco utilizó las Banderas de Falange
como elemento auxiliar de las fuerzas
regulares, y a golpe de decreto fue
militarizándolas gradualmente hasta
colocarlas a fines de 1936 bajo el
control operativo y jurídico y el mando
directo castrense, aunque prefirió que
los oficiales destinados a las unidades
de FE fueran afiliados o simpatizantes
del partido[55]. A pesar de esta estrecha
fiscalización, las milicias carlistas y
falangistas pudieron disponer de sus
propias Academias de formación de
oficiales —las de FE estaban situadas
en La Jarilla (Sevilla) y Pedro Lien
(Salamanca), esta última escogida a
buen seguro por su proximidad a los
centros de poder del Partido y del
Estado—, que fueron el precedente y
modelo de las Academias de Alféreces
Provisionales[56].
La militarización de las milicias y la
autodisolución de algunas formaciones
partidistas como Renovación Española y
el PNE fueron el prólogo necesario de
la unificación del resto de las fuerzas
políticas. El declive de la milicia
falangista como fuerza armada con cierta
autonomía coincidió con una profunda
crisis de liderazgo en el seno del partido
que se zanjó abruptamente con la
asunción por Franco de la Jefatura
Nacional de Falange Española
Tradicionalista y de las JONS y la
inmediata caída en desgracia del
presidente de la Junta de Mando
Provisional Manuel Hedilla[57]. El
decreto de unificación dejaba
meridianamente claro que «la Milicia
Nacional es auxiliar del Ejército» y que
el Jefe del Estado era el Jefe supremo
de ambas entidades, pero un general del
Ejército actuaría como Jefe directo de la
Milicia y contaría con dos subjefes
militares procedentes de Requeté y
Falange y dos asesores políticos del
mando con similar adscripción
política[58]. Los nuevos Estatutos de
FET de las JONS, promulgados el 4 de
agosto de 1937, señalaban que las
milicias «representan el espíritu
ardiente» del partido y eran «el
Movimiento mismo, en actitud heroica
de subordinación militar» (art. 27).
Pero, dejando a un lado la retórica, se
recordaba (art. 28) que «el mando
supremo de las Milicias lo encarna el
Caudillo, quien delegará sus
prerrogativas en un Jefe directo y
responsable», y que la distribución y
ordenación jerárquica de las Milicias
serían objeto de un Reglamento
especial[59].

EPÍLOGO: LA DESACTIVACIÓN
DE LA MILICIA FALANGISTA

Virtualmente estancadas en su
reclutamiento desde octubre de 1936
hasta abril de 1937, las milicias casi
doblaron el número de sus combatientes
al finalizar la Guerra Civil. En concreto,
las Banderas de FE encuadraban a
72 608 hombres, lo que representaba el
75 % del total de milicias
nacionales[60]. Pero esta última
incorporación masiva de voluntarios no
supuso un cambio sustancial en el status
político-castrense de la milicia
falangista. Los excombatientes no
acabaron asimilándose al Ejército como
en la Italia fascista o fiscalizando toda
actividad social a través de cometidos
parapoliciales, como en la Alemania
nazi. Las Fuerzas Armadas continuaron
siendo por largo tiempo el puntal del
régimen franquista, con lo que la milicia
falangista fue pasando lentamente a un
segundo plano, y de ahí al olvido más
absoluto. Por de pronto, una orden de 14
de septiembre de 1939 obligó a dar de
baja en las Milicias y a pasar al Ejército
a los reemplazos de 1937 a 1941, lo que
suponía la virtual disolución de la
mayoría de las Banderas de Falange y
los Tercios de Requeté.
Nombrado Secretario General del
Movimiento y Jefe directo de la Milicia
de FET el 9 de agosto de 1939, el
general Muñoz Grandes quedó
encargado de la progresiva
desactivación de los restos de estas
unidades combatientes. Los veteranos
fueron agrupados en la Organización
Nacional de Excombatientes, dirigida
por José Antonio Girón desde el 21 de
agosto de 1939. Menos de un año
después, cuando el militar alfonsino
Valentín Galarza, enemigo declarado de
Falange, ostentaba su mando directo[61],
las Milicias fueron reorganizadas en
cuatro secciones: fuerzas permanentes
encargadas del orden interno del
Movimiento, la instrucción premilitar de
la juventud y el encuadramiento de los
efectivos de primera línea; milicia
premilitar de los jóvenes afiliados
desde los 18 años hasta la edad de
ingreso en el Ejército; milicia de
primera línea de los afiliados que ya
habían cumplido su servicio militar
hasta la edad en que la Ley de
Reclutamiento señalase el término del
servicio militar, y milicia de segunda
línea, formada por veteranos fuera de
edad militar y hasta los 55 años, todas
ellas férreamente controladas por
oficiales del Ejército[62].
Durante la Guerra Mundial, las
Milicias de Falange se fueron
transformando en un simple club de
veteranos y en un instituto de formación
premilitar cercano al SEU y al Frente de
Juventudes[63]. Aunque con los primeros
reveses del Eje los representantes del
sector más intransigente de Falange
trataron en vano de organizar en Madrid,
con el apoyo de la Delegación
Provincial de Excombatientes, unas
«banderas de choque» encargadas de
perseguir a los enemigos del
régimen[64], el giro que tomaba la guerra
aconsejaba reducir al mínimo las señas
de identidad fascista del Estado. Fue
José Luis de Arrese quien, fiel a los
deseos expresados por Franco, ordenó
la disolución definitiva de las Milicias
por decreto de 27 de julio de 1944.

Un grupo de falangistas rinde tributo a los pies


de la tumba de José Antonio Primo de Rivera

En la página siguiente: Desfile de fascistas,


carlistas y tradicionalistas (Vértice, número 4,
abril de 1937)
Choque entre miembros del Círculo
Monárquico de la calle Serrano de Madrid y
republicanos (10 de mayo de 1931)

En la página siguiente: Portada de Legiones y


Falanges, número 6 (abril de 1941)
Concentración de la JAP (Juventudes de
Acción Popular, la facción juvenil y
ultramilitante de la derechista CEDA, con su
característico saludo y brazalete) (Uclés, 28 de
mayo de 1935)

En la página siguiente: La calavera con el


cuchillo entre los dietes de los arditi italianos.
Los antifascistas Arditi del Popolo, por su
parte, usaron la misma calavera pero con los
parte, usaron la misma calavera pero con los
ojos y el cuchillo de color rojo
Pareja de flechas falangistas durante una
concentración patriótica

En esta pagina y en la siguiente: homenaje a los


caídos en Burgos (1938)
Un ingenioso sistema para barrer los clavos
dejados en la carretera para sabotear el coche
del derechista Gil Robles, líder de CEDA,
durante su llegada a un mitin. En la página
siguiente: portada del ultraderechista y
monárquico periódico Renovación Española
(número 2, noviembre de 1933)
«La Internacional de la mano abierta»
(Legiones y Falanges, número 6, abril de 1941)
Las juventudes de Renovación Española
haciendo de esquiroles y saboteando la huelga
durante los sucesos revolucionarios de octubre
de 1934 (Renovación Española, número 10,
octubre-noviembre de 1934)
Panfleto de la Juventud de Acción Popular
informando de la salida de su vocero, el
periódico Acción (1934). En la página
siguiente homenaje a los caídos en Burgos
(1938)
Arriba: reportaje «La alegría de Berlín»
publicado en Legiones y Falanges. Abajo:
uniformes y armas fascistas requisadas a la
quinta columna madrileña
INSTRUCCIONES PARA
LA PRIMERA LÍNEA

«EL FASCIO ESPAÑOL


ORGANIZA LA
VIOLENCIA»
Publicado en el periódico Luz (19 de
enero de 1934)
legan a nuestras manos las

L instrucciones secretas que una


de las organizaciones fascistas
españolas —sin duda la más potente—
ha cursado clandestinamente a los jefes
de grupo o, mejor dicho, a los jefes de
centuria. Ni podemos ni queremos decir
el nombre de la organización que tales
trabajos realiza. Somos informadores,
no policías. Sin más preámbulos ni
comentarios por nuestra parte, la lectura
de las instrucciones secretas bastará
para que el lector advierta lo que se
prepara y cómo se prepara. Esas
instrucciones van precedidas de una
especie de orden del día, que, con el
título de «Instrucciones para la primera
línea», dice lo siguiente: «Siendo la
nuestra una organización militarizada,
sobre todo en su parte activa, es
imprescindible el sostenimiento de una
férrea disciplina, hasta tal extremo que
sin ella huelga tal organización. Por eso
encarezco a los jefes principales unidad
básica de combate y a los de centuria
que empleen una severa selección para
los mandos subalternos. El personal de
esta línea ha de ser apto para el
desempeño de su misión, tanto en sus
condiciones físicas como en las morales
y de carácter. En general, hombres de
más de cuarenta años no se pueden
considerar aptos para afrontar las
pruebas de resistencia física que en un
momento dado se les puede exigir.
Aparte de esto, se han de tener en cuenta
sus condiciones morales de autoridad y
lucha, de entusiasmo por la causa y, en
general, todas aquellas que puedan crear
un espíritu levantado, preparados
incluso a extraordinarios sacrificios.
Los jefes de centuria y demás
unidades subalternas serán los
responsables directos y únicos de que
exista la más severa disciplina en sus
unidades y de que en todo momento sean
cumplimentadas las normas de nuestra
organización: máxima iniciativa,
máxima responsabilidad será la norma
de nuestra conducta. Es necesario llevar
el ánimo de los diversos Jefes que
componen los cuadros de mando que se
precisa más calidad que cantidad de
afiliados; es preferible un corto número
de ellos disciplinados, valerosos,
entusiastas y de un alto espíritu de
colectividad que una masa considerable
de hombres propensos al barullo, sin las
virtudes necesarias y exigibles al buen
afiliado. Encarezco a todos que no dejen
en momento alguno de hacer una activa
propaganda de nuestros ideales entre sus
amistades y simpatizantes, captando a
todo aquel que consideren con méritos
para ello; deben tener en cuenta que
nuestra organización precisa una
estructura tal de elasticidad, que en ella
caben todos los que sientan amor por la
causa, patriotismo y lealtad; así que el
que, por sus condiciones, no tenga
cabida en la primera línea o de choque,
la tiene seguramente, con una misión
definida y clara, en la segunda o en los
grupos técnicos. Es necesario que
mantenga cada uno dentro de su esfera
contacto con sus subordinados, único
medio de sostener el entusiasmo,
compenetración y actividad, tan
necesarios al mando. La organización
marcha en actividad creciente: el mando
está pendiente en todo momento de su
mejor empleo, así como de los designios
de nuestros enemigos; por esta razón
debéis dar una prueba de serena
tranquilidad confiando en las órdenes
que determinen vuestra actuación, pues
serán dadas con oportunidad, ni un
momento antes, pero tampoco después.
Tened la seguridad de que si todos
cumplimos con la obligación que, por
patriotismo y voluntario entusiasmo por
la causa, nos hemos impuesto, no tardará
en llegar el día en que nos impongamos
y nuestro credo será aclamado por la
mayoría, admitido por otros y respetado
por los demás. ¡¡Viva España!!».
Después de esta orden del día viene
un primer capítulo, titulado
«Actuación»; no ha llegado a nuestras
manos sino una parte del texto fascista.
Falta en él la minuciosa reseña de cómo
deben proceder en cada caso las
escuadras encargadas de los golpes de
mano; pero con lo que podemos leer a
continuación basta para formarse idea
cabal de lo que los fascistas organizan.
Dice así: «Es indudable que la violencia
constituye hoy la norma de actuación de
toda agrupación que trate de apoderarse
del Estado. Fracasadas rotundamente las
tentativas de actuaciones por
procedimientos legales, e impotentes
hoy para contener el avance de la ola
roja, cuya táctica y procedimientos son
genuinamente violentos, a la violencia
habrá que recurrir para “contener” y
luego “destruir” este peligro, que
pretende acabar con la actual
civilización. Pero la violencia es un
arma de dos filos. Bien empleada, puede
proporcionar éxitos brillantes a una
agrupación y una popularidad sin
límites. Tres o cuatro actos de esta
naturaleza realizados en buenas
condiciones y con acierto tienen más
eficacia y hacen más prosélitos entre las
gentes de acción que cincuenta
discursos. Por el contrario, un asalto
mal preparado, un golpe de mano que
fracase o una actuación deslucida puede
quebrantar el espíritu de la
organización, hundiéndola en el
descrédito o, lo que es peor, en el
ridículo. Esta es la causa de que para
todo acto de violencia sea necesaria una
previa preparación que a veces durará
semanas y aun meses, durante los cuales
se toquen todos los resortes que hay que
poner en juego con exquisito cuidado.
Labor delicada que no está al alcance de
todos, ya que precisa tener en cuenta
factores tan complejos como los
morales, físicos e intelectuales de cada
uno de los ejecutantes, tanto propios
como del contrario, y las circunstancias
de lugar y tiempo, constantemente
renovadas y siempre complicadas.
Veamos, pues, que la violencia es, como
la guerra (violencia en gran escala), un
arte, y de los más difíciles, que en
ningún modo puede improvisarse, por
cuya razón se habrá de sujetar a normas
de conducta que vamos a tratar de
exponer: La violencia en las
poblaciones».
Tiene dos modalidades
características. El golpe de mano y la
lucha en masas. El primero es el más
frecuente y el que suele proporcionar
mayores éxitos, sobre todo al principio
de la actuación de una fuerza. Tiene por
norma esencial la «sorpresa», y no llega
al combate sino por excepción.
Generalmente se realiza por un número
reducido de hombres (una escuadra),
dotados de cualidades excepcionales de
moral y sangre fría, pues el éxito estriba
en obrar rápidamente y sin desorden,
aprovechándose del desconcierto que
cause la actuación. Los golpes de mano
han de estar perfectamente preparados
con anterioridad hasta en sus menores
detalles y llevados a cabo con personas
de toda confianza, de las que únicamente
el jefe de la fuerza sabrá el objetivo que
se le asigna. Sus objetivos están en
todos partes: en la calle y bajo techado,
de día y de noche, sobre personas o
sobre cosas y son de un efecto tan
grande, que, llevado y ejecutado con
decisión y audacia, puede resolver
situaciones muy comprometidas.
Proporcionan éxitos personales (tan del
gusto español), sirve de estímulo al
compañero y hace decidirse a los más
cautos. Mal preparado puede traer
consecuencias graves para los que lo
realicen.
«Normas generales para la ejecución
del golpe de mano. —Fuerza que en
general lo ejecuta: una escuadra.
Objetivos. —Destrucción de un puesto
de periódicos por el incendio. Registro
en una oficina para incautarse de
determinados documentos. Agresión a
una o más personas. Deshacer una
tertulia de café o callejera, etc. Modo de
actuar. —Tres o cuatro individuos, a lo
sumo seis, se encargarán de llevarlo a
cabo, el resto encubrirá la retirada
previamente acordada, situándose en
puntos convenientes que faciliten su
cometido».
Hasta aquí el texto que nos ha sido
dado conocer.

Reglamento de Primera Línea, Falange


Española de las JONS (Ceuta Imp. Imperio,
1936)
EN LA NIEBLA DE LOS
PRIMEROS DÍAS
Octavilla de la Sección Femenina recaudando
fondos para la División Azul
Publicado en Legiones y Falanges (20
de noviembre de 1940, Roma-Madrid)
ay que remontarse a los

H últimos
Monarquía
años
y
de la
más
concretamente a la segunda mitad de la
época de la Dictadura —cuando
menguaba el entusiasmo que había
saludado la subida al poder del general
Primo de Rivera y las críticas crecían
de tono—: hay que volver a los medios
universitarios de entonces, para
apercibir los primeros síntomas de
inquietud, de desasosiego espiritual de
una generación que intuía cómo no era
posible aplazar una revolución nacional
insoslayable, tantas veces intentada y
siempre fallida desde las guerras
carlistas, desde hacía un siglo. Eran
aquellos días en que los intelectuales
más destacados íbanse alejando
paulatinamente de las instituciones y
cuando los estudiantes se valían de la
menor reforma del pobre Callejo, el
ministro de Instrucción Pública, para
alborotos interminables.
Ídolo de la juventud estudiosa de
aquel entonces era Ortega y Gasset (y tal
vez Unamuno, en especial desde que la
Dictadura le obligó a refugiarse en el
País Vasco francés) y el buen
universitario no se consideraba en sazón
hasta haberse empapado de cultura
germánica, como pensionado o como
lector de español en alguna universidad
alemana. Aunque es cierto que otro
grupo se volvía de preferencia al
Humanismo italiano y en definitiva a la
Catolicidad, a Roma y al Imperio;
tendencia, que más que de Ortega derivó
tal vez de Eugenio d’Ors, alimentada
con los escritos de Rafael Sánchez
Mazas y los ensayos de Montes y de
Mourlane Michelena en El Sol. A unos y
otros cupo el mérito de despertar, de dar
un contenido a la juventud; mas tocaba a
Giménez Caballero —justo es reconocer
su prioridad— sintetizar esas tendencias
y proponer a los jóvenes nuevas y más
ambiciosas metas, aun si no articuladas
en un programa de acción. Tal fue su
traducción de Bárbara de Malaparte, tal
su famosa carta abierta a José Francisco
Pastor y sobre todo, su Gaceta
Literaria, donde se afirmó toda la joven
literatura española y donde Roma
dejaba de ser la ciudad de césares y
papas para aparecer como el centro del
fascismo.
Entre tanto los jóvenes, teniendo ya
un órgano literario-político donde
escribir, instigados por los supuestos
mensajes clandestinos de Unamuno, los
artículos de Ortega, se habían
abandonado a la lucha política,
divididos entre la Asociación de
Estudiantes Católicos y la FUE, cada
vez más laica e insolente. A Primo de
Rivera había sucedido el general
Berenguer; la Monarquía iba cuesta
abajo hacia su caída.
De entonces, de marzo de 1931 para
ser exactos. Es la aparición del
semanario La Conquista del Estado,
donde por vez primera se hablaba de
construir una Patria Única, grande y
libre, y en el que los obreros contaban
antes por españoles que por
trabajadores; donde aludíase a los
valores históricos de España y a las
fuerzas nuevas de Europa. Había ya, por
culpa de la FUE, demasiado comunismo
señoritil de aficionados, demasiado
ginebrismo cobardón y era mucho
renegar de los valores que han
determinado la génesis de nuestra
Nación, para seguir tolerando aquel
estado de cosas. Y a Ramiro Ledesma,
un joven filósofo de la que cabría llamar
escuela germánica de Ortega, estaba
reservado levantar la voz con el
semanario de referencia; y junto a él,
Giménez Caballero y Juan Aparicio;
formando el primer triunvirato en la
larga serie de los que debían sucederse
hasta la unificación de los varios grupos
de tendencia totalitaria en Falange
Española de las JONS y aún más allá;
hasta el día que José Antonio Primo de
Rivera fue reconocido como Jefe
Nacional del Movimiento.
Ramiro Ledesma Ramos, que en su
doble calidad de pensador y de modesto
empleado de la Administración había
tenido ocasión de ahondar sea en la
crisis espiritual de los intelectuales sea
en las angustias de las clases menos
pudientes, estaba llamado a erigirse —
por obra de su lógica inexpugnable— en
el alfil de una juventud desorientada.
Mas para ello era menester el desenlace
fatal del proceso agónico de la
Monarquía en aquella República que se
antojaba a los más como un jirón de luz
esperanzada; la deserción, poco
después, de aquellos mismos
intelectuales que —como Unamuno y
Ortega— mayor parte habían tomado en
su alumbramiento; y el paulatino
embotamiento de izquierdas y derechas
en la gobernación del país, agostando
toda esperanza de que desde arriba se
operase la revolución nacional sonada:
solo a ese precio hubiera sido
escuchada la palabra iluminada de
Ramiro y tomada como consigna por los
mejores.
Y así se explica que la República
adviniera a los cuatro o cinco números
d e La Conquista del Estado y que las
acostumbradas gentes de orden, en el
ínterin convertidas en fervientes
republicanas, olvidando el periódico,
creyeran de buena fe que tras él se
escondiese cierto industrial bilbaíno
conocido por su fidelidad a la Corona,
cuando bastara el nombre del semanario
para entender lo que se proponía el
movimiento dirigido por Ledesma; es
decir, que partiendo de la esterilidad
espiritual del Estado no había más
remedio que adueñarse de él con una
campaña previa de agitación política, a
la que había de seguir el asalto por
medio de las células de acción
adiestradas al efecto; con lo que dicho
está que Ramiro fue el primero en
comprender la importancia que para tal
renovación podía tener la organización
de la CNT, cambiando en nacional su
signo apolítico.
De aquel entonces, hacia junio de
1931, es el movimiento surgido en
Valladolid, en el corazón de Castilla
agrícola, en torno al semanario
Libertad. Su jefe es Onésimo Redondo,
un abogado que había sido lector de
español en la alemana Mannheim.
Onésimo quiere un partido único,
nacional, contra izquierdas y derechas;
el trilema España, Cristo y Occidente
contra URSS-Marx-Asia: unidad y
revolución, y por tanto un plantel de
militares. Esto fue la Junta Castellana de
Actuación Hispánica fundada en el
siguiente mes de agosto y perfeccionada
en las JONS al unirla con el grupo de
Ledesma. Y empezaron los alborotos
callejeros, hubo los primeros caídos
entre los voceadores voluntarios del
periódico, y las primeras expediciones
de castigo. Y fueron la revista JONS y
las famosas cartas abiertas al
comandante Franco y a un obrero de la
CNT y el folleto «Hay que hacer la
Revolución hispánica», la vieja estampa
de los «guindillas» con su anacrónico
casco y el sable como alfanje, era
substituida por los musculados e
incansables guardias de asalto que
resolvían todo incidente a
cachiporrazos. El decrépito Estado se
desvelaba.
Mas el llamamiento debía ser
atendido de modo singular en una gran
ciudad como Barcelona, donde los
sentimientos regionalistas o por lo
menos pancistas de la burguesía
constituían una constante provocación al
cimentado patriotismo de los millares de
forasteros allí afincados por razones de
trabajo: y donde mayor que en sitio
alguno es la masa obrera, con más clara
conciencia de clase y con más probada
experiencia sindical. Pues Valladolid,
aunque tenga una masa de ferroviarios
—por aquel entonces socialcomunistas
—, está constituida, en su mayor parte,
por una población agraria de firmes
creencias religiosas: mientras Barcelona
era el baluarte de CNT y FAI; de los
anarcosindicalistas, de los centenares de
millares de desarraigados y sin más
sentimiento que un vago españolismo,
debido precisamente a esa su cualidad
de forasteros: aragoneses, murcianos,
andaluces. Existía, por otra parte, en
Barcelona la tradición de los sindicatos
libres (obreros católicos templados en
la lucha callejera) y las incesantes
peleas entre estudiantes catalanistas y
españolistas (hijos de los empleados no
catalanes y jóvenes aristócratas). De
modo que no fue difícil organizar las
primeras JONS, especialmente en los
suburbios industriales, e ir desplazando
progresivamente hacia su aspecto social
y revolucionario todas las JONS de
España. Los nombres de Poblador, Lupo
y demás están ligados con aquel periodo
primigenio.
También de aquella época son los
primeros números de una pequeña
revista mensual, Azor, sacada a luz por
un literato puro, Luys Santa Marina, en
unión de un grupo heterogéneo donde el
profesor de Universidad y el aficionado
se codeaban con el camarero. Santa
Marina, que con anterioridad a este su
periodo hermético y retirado había
cortado toda relación con su linaje (uno
de los más ilustres de la Montaña),
cambiando incluso su apellido, y que
había combatido en África como
legionario, mantuvo en torno a Azor un
núcleo de hispanidad completamente
prefalangista, que luego había de
constituir la levadura de esa falange
catalana tan activa en el sabotaje, desde
los Pirineos a Alicante, durante los años
de dominio rojo.
Mas todas esas energías dispersas,
que aun habiendo creado el deseado
clima de agitación no habrían cuajado,
probablemente, en un movimiento
concreto y de avalancha, debía hacerlas
coherentes José Antonio Primo de
Rivera, hijo del general, el joven
abogado que ya en el 32 se había
distinguido por su brillante defensa, ante
la Comisión de Responsabilidades, de
los exministros de la Dictadura José
Antonio, que al formar en 1933 la
Falange Española supo añadir a los
anteriores intentos la base espiritual, el
sentido poético que, infundiendo belleza
al sacrificio y a las penalidades sufridas
por la causa, había de ser el mejor
vehículo para la propaganda del
Movimiento. Y donde los demás
parecían predicar en el desierto y
corrían el riesgo de agotar sus esfuerzos
en los incidentes de suburbio, José
Antonio dio ámbito al Movimiento, creó
un estilo, se prodigó con su presencia de
un rincón a otro de la península,
asistiendo doquiera al multiplicarse de
sus camaradas y ganándose el respeto de
los enemigos: y él logró que los
postulados comunes a esos movimientos
se erigiesen en norma de vida y de
suprema elegancia espiritual,
Al nombre evocador de su padre no
faltaron conservadores que ofrecieran su
apoyo a José Antonio para la Falange
naciente, en los días de su despacho de
Alcalá Galiano y del local en la Cuesta
de Santo Domingo. Mas supo
desengañarles, dándoles a entender que
nada tenía que ver ni con la Dictadura ni
con la reacción. Y sus hombres los
buscó entre los intelectuales jóvenes
(Sánchez Mazas y Montes, Alfaro y
Valdecasas y Foxá y tantos más) y los
jóvenes oficiales, como el aviador Ruiz
de Alda, que habían dado buena prueba
de su patriotismo: y la masa, entre los
estudiantes, especialmente los que
sentían la angustia de su generación,
provenientes en gran parte de la misma
republicanísima FUE.
En las universidades se repartían
octavillas y el número de gregarios iba
creciendo como espuma. En marzo de
aquel 1933 había aparecido el primer
número de El Fas ció, destinado a
quedar sin sucesión gracias al celo de la
policía. Luego vino F. E.; y de noche,
grupos de camaradas pegaban las
misteriosas iniciales de F. E. por las
calles de las ciudades. Pero la crisma
del partido tuvo lugar el 29 de octubre,
en el histórico acto de la Comedia,
cuando tras Alfonso García Valdecasas
y Julio Ruiz de Alda trazó José Antonio
el cuadro de las miserias españolas y
propugnó la unidad de destino de las
gentes de España y el advenimiento de
un Estado totalitario favorecedor de
pequeños y grandes.
Desde aquel día las falanges ganaron
la calle y el campo: los oficiales
jóvenes y los que habían abandonado su
carrera por no transigir con las leyes
antimilitaristas de Azaña prestaron su
ayuda al Movimiento: campesinos y
obreros constituían los primeros
sindicatos falangistas, mientras los
estudiantes formaban en aquel SEU
siempre presente en los puestos de
peligro. Y como, en el fondo, entre
Falange Española y las JONS no había
diversidad de fines (y aquella, si acaso,
era un genial desarrollo de estas), a los
pocos meses integrábanse ambas en
Falange Española de las JONS, suyo
primer acto público celebróse,
precisamente en Valladolid, en marzo
del 34.
La Falange unida había echado
raíces por doquiera y en medio de la
traición general y de la cobardía de los
políticos permaneció en el puesto de
honor, prodigando el ejemplo de una
juventud alerta e insatisfecha, de una
minoría confiada —pese a las
adversidades— en los destinos patrios.
Antes que nadie la Falange intuyó la
inminencia de la subversión
socialseparatista y en octubre de aquel
año ofrecía al entonces ministro de la
Gobernación sus cuadros para meter en
cintura a los sediciosos: oferta, dicho
sea de paso, que no solo fue rechazada
sino que señaló el principio de la caza a
los falangistas. Más precisamente de esa
persecución sin cuartel había de nacer el
heroísmo del Movimiento, su prestigio y
su historia triunfalmente completada
durante la guerra de liberación.
Obreros asesinados. Fotografía propagandística
del bando «nacional»
«Agredir para vencer», lema del grupo fascista
barcelonés Lolita Roldós (1936). El lema fue
principalmente usado por las brigadas de
Flechas Azules y Flechas Negras formadas por
españole e italianos
SELECCIÓN DE
ARTÍCULOS
DE LA CONQUISTA DEL
ESTADO
El día 14 de marzo de 1931,
justamente un mes antes de la
proclamación de la República,
comenzó a publicarse en Madrid un
semanario político, La Conquista
del Estado, en cuyos números se
encuentran todos los gérmenes, las
ideas y las consignas que luego, más
tarde, dieron vida y nombre a las
organizaciones y a los partidos
fascistas que hoy conocemos. El
grupo fundador estaba constituido
por jóvenes recién llegados a la
responsabilidad nacional, todos
alrededor de los veinticinco años, e
inició sus tareas apenas salida
España de la Dictadura de Primo de
Rivera. En este grupo destacó como
director Ramiro Ledesma Ramos,
que pronto se convirtió en el más
importante de los primeros fascistas,
un seguidor del fascio y amante de
la violencia. El periódico era la
versión española del periódico
italiano La Conquista dello Stato,
dirigido por Curzio Malaparte. La
filiación fascista se la damos ahora,
al situarlo en la historia, pero ellos,
en el periódico, nunca se llamaron
fascistas ni se definieron como tales.
Tanto los textos de La
Conquista del Estado, herederos
del estilo insurreccional y
panfletario que buscaba movilizar a
las masas, como de Ramiro
Ledesma y Onésimo Redondo se
escudaban en una violencia que
calificaban de «defensiva». En
realidad, desde un primer momento
los cuadros fascistas usaron la
violencia como elemento
desestabilizador, extendiendo el
matonismo en las calles e intentando
adueñarse de organizaciones
universitarias como la FUE, y
muchas otras, desde la instauración
de la República. Tanto ellos como
las juventudes tradicionalistas,
carlistas o alfonsonianos, idearon un
sinfín de asonadas, fundaron grupos
paramilitares, planearon golpes de
mano y provocaciones que
perseguían llevar al nuevo régimen
al abismo y forzar su derrumbe. Su
violencia, lejos de ser
autodefensiva, a imitación de las
escuadras italianas, era claramente
directa, en ocasiones gratuita y
siempre sanguinaria y sumamente
organizada, como se señala en
Camisas de fuerza (ver esta
antología). Su continua campaña
alertando de una revolución
comunista inminente, acentuada tras
el fracaso insurreccional de octubre
de 1934, alimentó las llamadas a
crear grupos de asalto y al ataque y
la violencia incesantes en las calles
y en el lenguaje guerrero de la
política. Se falsificaron informes
que aseguraban que a mediados de
1936 España caería en manos
soviéticas, exageraron gestos como
la quema de iglesias y conventos a
comienzos de 1931, enmarcándolos
en un paso previo a la anarquía y, de
forma incansable, afirmaron que
solamente una violencia
higienizadora sería capaz de
regenerar el país.
¡ESPAÑOLES JÓVENES:
EN PIE DE GUERRA!

(21 DE MARZO DE 1931,


NÚMERO 2)
Para salvar el destino y los intereses
hispánicos, La Conquista del Estado va
a movilizar juventudes. Buscamos
equipos militantes, sin hipocresías trente
al fusil y a la disciplina de guerra;
milicias civiles que derrumben la
armazón burguesa y anacrónica de un
militarismo pacifista. Queremos al
político con sentido militar, de
responsabilidad y de lucha.
Quizá se asusten de nosotros las
gentes pacatas y encogidas.
No nos importa. Seremos bárbaros,
si es preciso. Pero realizaremos nuestro
destino en esta hora. La sangre española
no puede ser sangre de bárbaro, y en
este sentido nada hay que temer de
nuestras acciones bárbaras.
Vamos contra las primordiales
deserciones de la generación vieja y
caduca. Esa generación que durante la
guerra europea hizo que España cayese
en la gran vergüenza de no plantearse en
serio el problema de la intervención, al
lado de los grandes pueblos del mundo.
¡Guerra a los viejos decrépitos por no ir
a la guerra!
La generación maldita que nos
antecede ha cultivado los valores
antiheroicos y derrotistas. Ha sido infiel
a la sangre hispana, inclinándose ante el
extranjero con servidumbre. ¡Esto no
puede ser, y no será!
Hoy hay que emplear el heroísmo
dentro de casa. ¡Nada de alianzas con
los viejos traidores!
El nervio político de las juventudes
no puede aceptar los dilemas cómodos
que se le ofrecen. La revolución ha de
ser más honda, de contenidos y
estructuras, no de superficies. Los viejos
pacifistas y ramplones quieren detenerlo
todo con el tope de los tópicos. ¡Fuera
con ellos!
Volvamos a la autenticidad hispana,
a los imperativos hispanos. A un lado, el
español nuevo con la responsabilidad
nueva.
A otro, el español viejo con la vieja
responsabilidad de sus plañidos y sus
lágrimas.

LA FIRMEZA
REVOLUCIONARIA. LA
REVOLUCIÓN Y LA
VIOLENCIA. LA
LEGITIMIDAD Y LA
FECUNDIDAD DE LA
VIOLENCIA

(23 DE MAYO DE 1931,


NÚMERO 11)
En las horas supremas en que un pueblo
efectúa su Revolución, las frases
pacifistas deben ser condenadas como
contrarrevolucionarias. De igual modo
que se fusila en tiempos de guerra a los
derrotistas cobardes, hoy el pueblo
español tiene derecho a exigir la última
pena para los que se opongan a la
marcha de la Revolución. Cada día
aparece con más clara rotundidad que la
Revolución no ha obtenido aún ningún
género de conquistas. Ni triunfos de tipo
social, del carácter radicalísimo que
algunos piden, ni, de otra parte, señales
de que las nuevas alturas comprendan
los imperativos grandiosos que urge
garantizar al pueblo hispánico. Nada de
eso. Mediocridad hipócrita y viejos
trucos del siglo tuberculoso,
decimonónico, definitivamente ido. He
aquí el producto de las jornadas
gubernamentales.
El Gobierno liberal burgués penetra
en el islote de los desengaños. Nosotros
auguramos un trágico hundimiento a su
miopía. Esas ideas que enarbolan
justifican la llegada al Poder por vía
parlamentaria, de discurso y tópico,
pero no por la ancha vía de una
Revolución. Insistimos en que la
Revolución no se ha hecho, y las fuerzas
que haya en el país con capacidad y
valor revolucionario deben armar sus
filas cuanto antes. La España valiente y
violenta soportará con bríos las
jornadas revolucionarias, por muy
trágicas, duras y combativas que
resulten.
La revolución tiene que impedir
muchas cosas. No solo la media vuelta
alfonsina, que en eso todos estamos y
estaremos conformes. Sino también la
definitiva momificación de España en
una vulgar democracia parlamentaria. A
esto último se camina con tambores,
himnos y juventud bobalicona de Casa
del Pueblo, de Ateneo y de señoritismo
burgués. La Revolución tiene que
destruir esas migajas revolucionarias de
otros siglos y lanzarse en pos de la caza
auténtica, que consiste en inundar el
temple español de acción voluntariosa y
corajuda. El español tiene hambre, y hay
que quitársela. El español se pudre entre
los muros tétricos de una moral angosta,
y hay que dotarle de una moral de fuerza
y de vigor. El español vive sin
ilusiones, arrojado de la putrefacción
europea, en limosneo cultural, en
perruna mirada hacia el látigo de la
Europa enemiga, y hay que dotarle de
ambición imperial, de señorío y de
dominio; hay que convencerle y
enseñarle de que Europa está hoy mustia
y fracasada, y España tiene que
disponerse a enarbolar a su vez el látigo
y los mandos.
Todo ello hay que conseguirlo por
vía revolucionaria, saltándose a la
torera las ametralladoras burguesas del
Gobierno liberal, mediocre y europeo,
que nos deshonra y nos traiciona.
Nosotros estamos seguros de que si la
Revolución sigue su marcha, los
objetivos que hemos señalado antes se
lograrán íntegros. La oportunidad es
magnífica, pues todo español tiene hoy
entusiasmo revolucionario y firmeza de
combatiente. Finalizar las campañas en
el día y en la hora de hoy, encomendar a
la patraña electoral la falsificación
revolucionaria, es un crimen de lesa
patria, cuyo castigo exigiremos.
No hay fatigas ni derecho alguno de
nadie al descanso. Nadie tiene hoy
fuerza moral ni autoridad suficiente para
detener la marcha de la Revolución.
Contra toda la España joven que no
ha claudicado, se alzan las voces de los
ancianos desautorizando la violencia.
Son voces cascajosas, miserables y
cobardes, que deshonran nuestra raza.
También las voces de los sabios
maestros, hombres de pensamiento y de
estudio, de laboratorio y de cuartilla, a
los que, con todo respeto, no debe
hacérseles el menor caso, pues jamás
comprenderán, desde su exigua
perspectiva de inválidos, la tremenda
grandiosidad de una Revolución.
Un país a quien repugna la violencia
es un país de eunucos, de gente
ilustradita, de carné de esclavo, risión
del fuerte. Dijimos en otra ocasión, lo
repetimos ahora, que España debe serlo
todo antes que una Suiza cualquiera,
suelo de Congresos pacifistas, de
burguesetes que bailan, de vacas
lecheras, incoloro y suave.
Cuando todos los hipócritas
celebran la Revolución sin sangre,
nosotros sabíamos que aquello no era la
Revolución, sino la farsa, el fraude. Una
Revolución electoral es incomprensible.
El nombre augusto de Revolución no
puede utilizarse para denominar hazañas
así. Las Revoluciones no las han hecho
nunca las colas de votantes, sino
falanges valerosas, con audacia y armas.
Hay que reaccionar frente a esa
campaña de cobardía que trata de
despojar al español de los alientos
fuertes. Adscribiéndolo a destinos
limitaditos y pequeños. Retirando de sus
cercanías los objetivos de valor.
Engañando su mirada con colorines
burgueses y parlamentarios. Hay que ir
contra todo eso.
En España existe una organización
obrera de fortísima capacidad
revolucionaria. Es la Confederación
Nacional del Trabajo. Los Sindicatos
únicos. Han logrado la máxima
eficiencia de lucha, y su fidelidad
social, de clase, no ha sido nunca
desvirtuada. Ahora bien, su apoliticismo
les hace moverse en un orden de ideas
políticas de tal ineficacia, que nosotros
—que simpatizamos con su tendencia
social sindicalista y soreliana— lo
lamentamos de veras. Pero la realidad
desviará su anarquismo, quedando
sindicalistas netos. De aquí nuestra
afirmación de que la burguesía liberal
que nos gobierna tiene ya un enemigo
robusto en uno de sus flancos. Lo
celebramos, porque los Sindicatos
únicos representan una tendencia
obrerista mucho más actual y fecunda
que las organizaciones moribundas del
socialismo.
Pero hay que cubrir con enemigo
otro de los flancos. La ramplonería
burguesa y parlamentaria tiene que
perecer en una ratonera eficaz. Nuestras
campañas de exaltación española, de
anticapitalismo y de veredas imperiales
tienden a eso: a suplantar en el ánimo de
las gentes los propósitos mediocres que
hoy les ofrecen, por otros de radio más
amplio, más adecuado a la grandiosidad
histórica de nuestro pueblo […].
LA GUARDIA CÍVICA
Con un nombre decimonónico, el
Gobierno intenta crear los nuevos
milicianos del morrión. El fracaso va a
ser tan evidente, que nos extraña mucho
prosperen unos propósitos así. Bien se
advierte el carácter fascistoide que se
requiere dar a esos cuadros. Pero una
disciplina y una eficacia de guerra como
la lograda por Mussolini por sus
camisas negras no se consigue sino
aceptando, con todas sus consecuencias,
el emblema antiliberal y violento. Unas
milicias como las que se proyectan aquí,
conseguidas por medio de levas en
media docena de partidos, sin
entusiasmo común alguno, creadas sin
ningún fin grandioso, para consolidar
una República que como institución no
tiene el menor peligro, nos parece un
puro error y un juego vano de señoritos.
Las fuerzas revolucionarías no
debemos asustarnos de esos cuadros
ineficaces, que servirán quizá para
enfermeros sentimentales, pero no para
detener un avance audaz, sostenido por
un temple de que ellos carecerán, sin
duda alguna. Frente a sus camisas, los
revolucionarios deben ponerse otras de
colores aún más destacados, y frente a
sus pulsos temblorosos, que dejarán
caer las pistolas, los revolucionarios
deben atacar con pulso firme y sincero.
La genialidad de Mussolini creó sus
milicias fascistas, dándoles antes que
nada enemigo concreto y valiente y
alimentando sus pechos con la esperanza
probable y triunfal de la victoria. Los
pobres burgueses de aquí, que formarán
la Guardia cívica, odian el entusiasmo
guerrero, son pacifistas y desconocen
los mandos y la disciplina de las
batallas. Mussolini se sonreirá de esa
segunda copia que aquí se incuba, pues
la primera fue la Dictadura de Primo,
ambas grotescas, ineficaces y de una
mediocridad ejemplar.
La Guardia cívica son los somatenes
de Primo de Rivera; equivale a ellos, y
suponemos que tendrá los mismos fines,
guardarse del pueblo, librar del pueblo
a las oligarquías burguesas o socialistas.
¡Abajo el nuevo somatén!

LA DEGENERACIÓN
PACIFISTA
Por muy varios conceptos, la
Constitución que se aprueba y discute en
las actuales Cortes va a merecer el
calificativo de antiespañola. Unos
señores infestados de peste marxistoide,
logran introducir en ellas tales
afirmaciones que en caso de regir
convertiría a nuestro gran pueblo en una
lucidísima vaca lechera, de esas que
pastan y florecen en los contornos
suizos.
Así el artículo vergonzoso de que
España renuncia a la guerra. Solo una
generación de eunucos, de gentes
cobardes que desconocen la gran
fecundidad de los recursos heroicos,
puede comprometer el bien de la Patria
con indicaciones de esa índole. ¿Qué
otros procedimientos sino los guerreros
se esgrimieron contra España para
arrebatarle su poderío, sus colonias y su
papel preeminente en el mundo? Habría
de darse el caso de que los demás
pueblos, felices en su actual abundancia,
hubieran expresado sinceramente esa
renuncia, y todavía era explicable que
España se reservase aceptar un
compromiso así.
¿Cómo se atreve nadie a hipotecar el
futuro de la Patria achicando sus
ilusiones y sus propósitos, impidiendo
la fortaleza y la voluntad del dominio
con educación plañidera y cobarde?
Podría tolerarse que la opinión
pacifista, dueña hoy de las rutas
nacionales, ejecutase una política de
previsión contra la guerra, procurando
esquivarla en lo posible, pero de ahí a
la renuncia solemne de acudir a la
guerra, dista el mismo trecho que hay de
un pueblo en pie, vigoroso y capaz, a un
pueblo en ruinas, asustadizo y mediocre.
Precisamente ahora, cuando las
dificultades mismas interiores requieren
la intervención de gentes decididas,
dispuestas si es preciso a empuñar las
armas para los gérmenes de disolución,
en este momento, repetimos, es cuando
la ola pacifista ramplona trata de
envenenar y destruir el coraje del
pueblo
Solo así, en pleno triunfo del
achicamiento y del derrotismo, se
pueden permitir unos señores el crimen
histórico de provocar la desmembración
de la Patria. En otro caso, el solo intento
hubiera provocado un inmediato y
ejemplar castigo.
Bien saben los actuales dominadores
que una vez impuesta la ruta boba
pueden impunemente hacer con el
cuerpo de España todas las maniobras
que deseen. ¡Nadie se levantará! ¡Nadie
pedirá soluciones heroicas, de guerra!
Solo miradas pánfilas, incapaces,
desoladas, contemplando el páramo.
Detalle del interior del libro ¡Hay que hacer
la revolución hispánica! de Ramiro Ledesma.
El lema «No parar hasta conquistar» fue creado
por Ledesma, que incluso lo tenía bordado, con
garra incluida, en un jersey amarillo que solía
llevar a esquiar
Octavilla propagandística de la Sección
Femenina
Homenaje a los caídos en Santander (octubre
de 1937)
ONÉSIMO REDONDO
SELECCIÓN DE TEXTOS
El vallisoletano Onésimo Redondo
Ortega fue fundador, tras el
advenimiento de la Segunda
República, de las Juntas Castellanas
de Actuación Hispánica,
organización política embrión junto
al grupo de La Conquista del Estado
de Ramiro Ledesma de las Juntas de
Ofensiva Nacional Sindicalista
(JONS), cuya ideología, el
nacionalsindicalismo, se ha llegado
a considerar como una primigenia
expresión de «fascismo a la
española». Antisemita, conspirador
entre bambalinas durante la
República y declarado defensor de
la violencia, en su periódico
Libertad lanzó soflamas
antimarxistas. El 19 de marzo de
1936 fue detenido en Valladolid. El
25 de junio fue trasladado a la
cárcel de Ávila, de la que fue
liberado la madrugada del 19 de
julio por los militares sublevados al
iniciarse la Guerra Civil española.
Se dirigió a Valladolid, donde
formó y dirigió durante los días
siguientes la sanguinaria «patrulla
del amanecer». Posteriormente, se
puso a la cabeza de un grupo armado
de falangistas que marchó hacia
Madrid. Su muerte es uno de los
episodios más singulares de la
Guerra Civil. Redondo, al ver un
puesto de hombres armados junto a
una bandera rojinegra, se dirigió
tranquilamente hacia estos pensando
que eran compañeros suyos
falangistas. Sin embargo, eran
cenetistas, cuya bandera era y es
muy similar, que lo reconocieron de
inmediato y acabaron con su vida.
Tras el suceso, los líderes golpistas
y fascistas prohibieron la exhibición
de la bandera falangista en la línea
del frente para evitar malentendidos
y consecuencias fatales.
LAS MILICIAS
NACIONAL-
SINDICALISTAS
Ya aludimos antes al propósito de las
JONS de organizar un ejército civil de
juventudes, las Milicias nacional-
sindicalistas. Es una de nuestras
consignas permanentes la de cultivar el
espíritu de una moral de violencia, de
choque militar, aquí, donde todas las
decrepitudes y todas las rutinas han
despojado al español de su proverbial
capacidad para el heroísmo. Aquí,
donde se canta a los revolucionarios sin
sangre y se apaciguan los conatos de
pelea con el grito bobo de «¡ni
vencedores ni vencidos!», las «Juntas»
cuidarán de cultivar los valores
militares, fortaleciendo el vigor y el
entusiasmo guerrero de los afiliados y
simpatizantes. Las filas rojas se
adiestran en el asalto y hay que prever
jornadas violentas contra el enemigo
socialista. Además, la acción del
partido necesita estar vigorizada por la
existencia de una organización
disciplinada y vigorosa que se encargue
cada día de demostrar al país la eficacia
y la rotundidad de las «Juntas». Nuestro
desprecio por las actuaciones de tipo
parlamentario equivale a preferir la
táctica heroica que puedan desarrollar
los grupos nacionales. Del seno de las
«Juntas» debe movilizarse con facilidad
un número suficiente de hombres
militarizados, a quienes corresponda
defender en todo momento el noble torso
de la Patria contra las blasfemias
miserables de los traidores. Varios
camaradas nuestros, especializados en
técnica militar, organizan a toda prisa
las Milicias nacional-sindicalistas, en
las que encuadraremos a todos los
españoles que secunden nuestra acción.

LA ESTACA, EL PUÑAL Y
LA PISTOLA
Donde haya un grupo antimarxista con la
estaca, el puñal y la pistola o con
instrumentos superiores, hay una JONS.
Nuestra razón de existencia no está en la
defensa teórica del Estado corporativo
ni en la afición práctica a los cargos y al
escalafón. Eso se queda para los
partidos parlamentarios. Nosotros
creemos en el derecho de los españoles
a una Patria grande, libre y unida.
Nosotros sabemos que hay enemigos
visibles de esa España que
ambicionamos, a los que los primeros
sirven de instrumento. Contra los que se
empeñan en deshacemos la posibilidad
de vivir una vida nacional digna,
huelgan desde hace mucho tiempo las
razones, por la sencilla razón de que
ellos amenazan y ejecutan por el camino
de la violencia. ¿La quieren? ¡Pues sea!
La nuestra es justa y será santa, ya que
se ejercita en servicio directo de
España. La juventud, además, necesita el
tónico de la lucha verdad, de la lucha
física, sin la que toda energía creadora
perece. La violencia nacional y juvenil
es necesaria, es justa, es conveniente.

¡MILICIAS, MILICIAS!
Solo la instrucción militar y la
disciplina de los jóvenes pueden redimir
a los pueblos.
Para salir del barro marxista es
indispensable armarse. ¿Qué es la
JONS? Una idea, una ilusión de libertad
española y un horizonte de Justicia y de
Imperio. Pero es también, y antes que
nada, una milicia española. Donde haya
un puñado de cuatro hombres armados e
instruidos, resueltos a defenderse del
marxismo, hay una JONS. Para la
defensa de nuestro pan, nuestra libertad
y nuestro honor. Para salvaguardar la
dignidad de nuestros hijos, la honradez
de nuestras hermanas y la honestidad de
nuestras mismas esposas, debemos
detener, como sea, la invasión creciente
de la barbarie roja. Es hombre sin honor
el joven español que por cobardía no se
alista en las milicias nacionales. No
puede haber trabajo tranquilo y libertad
de vivir donde la criminalidad marxista
domina. Y no se librará el pueblo de la
criminalidad marxista si no la hace
frente con una organización militar de
jóvenes.
En todos los pueblos debe haber, al
menos, una escuadra de hombres
decididos y serenos, agrupados
militarmente. ¡Camaradas campesinos
antimarxistas! ¡Haced instrucción!
¡Sin milicias nacionales no hay
salvación! Un pueblo con miedo es un
pueblo esclavo. Si los separatistas
quieren la guerra, ¡viva la guerra! La
canalla roja, cobarde y protegida, quiere
extenuar por el crimen el movimiento
nacional-sindicalista. No lo
conseguirán, pero están dando
fundamento a nuestra implacable justicia
del mañana.
Portada de ¡Hay que hacer la revolución
hispánica! de Ramiro Ledesma. En la página
siguiente: Homenaje a los caídos por dios en
Santander (octubre de 1937)
RAMIRO LEDESMA
SELECCIÓN DE TEXTOS
Tras la creación de las JONS
(Juntas de Ofensiva Nacional-
Sindicalista) y ya como aliado de
Onésimo Redondo, Ledesma
comenzó un acercamiento a Falange
Española, que le condujo al
triunvirato, por fusión de ambas
formaciones políticas, de FE de las
JONS junto a Julio Ruiz de Alda y
José Antonio Primo de Rivera en
febrero de 1934. La unificación
entre dichas organizaciones surgió
de la iniciativa del propio Ledesma
Ramos, asistente al acto fundacional
de Falange Española. Sin embargo,
Ledesma Ramos fue expulsado de la
formación en enero de 1935,
interpretándose su salida desde los
antiguos jonsistas como fruto de su
disconformidad con la evolución de
FE de las JONS, próxima al
reformismo burgués y alejada de la
vía revolucionaria proletaria que
decían defender sus partidarios. En
1935 había publicado el libro
¿Fascismo en España? (con el
seudónimo de «Roberto Lanzas»),
que incluía fuertes descalificaciones
contra Primo de Rivera y la Falange.
De 1935 es también su Discurso a
las juventudes de España que puede
considerarse como la obra doctrinal
más consistente del fascismo
español. Con la llegada de la Guerra
Civil se sumó al golpe, al tiempo
que soñaba con la puesta en práctica
de sus ideas y el uso de la violencia
fascista. Sin embargo, Madrid
resistió las acometidas de las tropas
sublevadas y no cayó. Ledesma fue
detenido en el barrio de Cuatro
Caminos, de Madrid, cerca de su
domicilio, por milicianos socialistas
e internado en la prisión de Ventas.
De allí fue «sacado», junto a otros
presos, entre los que se encontraba
el destacado intelectual
contrarrevolucionario Ramiro de
Maeztu y el jefe de Falange
Española de Villaverde Albino
Hernández Lázaro. Fue fusilado en
las tapias del cementerio de
Aravaca el 29 de octubre de 1936.
LA ACTUACIÓN DE LAS
JUNTAS
A las Juntas de Ofensiva Nacional-
Sindicalista se les ofrecen, naturalmente,
varias tácticas para luchar contra sus
poderosos enemigos. Desde luego
rechazan la táctica electoral y
parlamentaria, sin que esto quiera decir
que no la utilicen de un modo ocasional.
Son más adecuados y eficaces a sus
propósitos los métodos de acción
directa, y, puesto que acusan al Estado
de no vigilar con suficiente intensidad
las maniobras de los enemigos de la
Patria, subsanarán con sus propios
medios las deficiencias que adviertan.
No se olvide que nuestro nacional-
sindicalismo acepta con alegría la
realidad revolucionaria. Creemos que la
revolución es aquí imprescindible y
debe hacerse. Pues no estamos
dispuestos a que los medios
insurreccionales, con su gran fecundidad
creadora, sean exclusivamente utilizados
por los charlatanes de izquierda. De otra
parte, el hecho de que las Juntas se
denominen de «Ofensiva», señala con
claridad nuestro carácter
revolucionario, es decir, que nos
reservamos la aspiración de subvertir el
actual régimen económico y político e
implantar un Estado de eficacia
española. Es indudable que la tendencia
liberal y parlamentaria que hoy asfixia a
la vitalidad del país, procurará por
todos los medios desprestigiar e
inutilizar nuestra acción. Las esferas
«provisionalmente» directoras hacen
hoy todo lo posible por desvitalizar al
pueblo, despojándolo del heroísmo
proverbial de nuestra raza. Se pretende
reducirlo así a la impotencia, supliendo
con esbirros dóciles la actuación
ejecutiva del pueblo patriota. Hay
castigos, como los que merecen los
separatistas, los anarquizantes y todos
los afiliados a partidos antinacionales,
cuya ejecución no debe ser
encomendada a mercenarios, sino al
pueblo mismo, a grupos decididos y
generosos que aseguren con su acción la
íntegra salvaguardia de la Patria. La
acción directa que las Juntas proclaman
como su método predilecto de lucha, no
ha de entenderse como una práctica
exclusiva de la violencia. Más bien
como una táctica que prescinde del
actual Estado liberalburgués, como
protesta contra la inercia de este frente a
las audacias de los grupos
antinacionales. Pero la acción directa es
asimismo violencia. El hecho de que la
decrepitud pacifista imponga hoy en
España que solo la Guardia Civil puede
batirse contra la anarquía, y rechace con
pavor análogo al de una virgencita el
uso viril y generoso de las armas contra
los enemigos de la Patria, este hecho,
repetimos, no puede ni debe influir en la
táctica de las Juntas.

EL ASALTO A LAS
OFICINAS DE LOS
AMIGOS DE RUSIA
El día 14 de julio una de esas patrullas
jonsistas realizó un hecho, que tuvo gran
resonancia y preocupó
considerablemente al Gobierno. Los
diputados de la mayoría azaño-marxista,
con gran nerviosismo, mostraban y
comentaban el hecho como una prueba
de la potencia fascista, y pedían graves
sanciones. La cosa fue así: dicho día 14,
a las once de la mañana, tres individuos
penetraron, pistola en mano, en la
oficina que los titulados Amigos de la
Unión Soviética tenían establecida en la
Avenida de Dato, número 9. Se trataba
de uno de tantos centros y asociaciones
como, so capa de cultura y admiración
apolítica por la URSS, crean los
comunistas, siendo en realidad centros
de agitación y propaganda bolchevique.
Parece que los jonsistas sabían que en
esa oficina había documentación
importante acerca del plan para la
jornada comunista del próximo 1.º de
agosto, además de un magnífico archivo
y pruebas de los propósitos de la
Internacional comunista con relación a
España. El asalto se hizo con una
perfección y una audacia insuperables.
Los jonsistas se mostraron violentos,
pero sin efusión innecesaria de sangre.
En el interior de la oficina se
encontraban entonces el conocido
dirigente comunista y profesor
Wenceslao Roces, y un secretario.
Ambos fueron atados a las sillas y
amordazados por dos de los asaltantes,
mientras el tercero se apoderó de todo
el archivo, ficheros y documentación
oficial de la entidad, a más de
pulverizar todo el mobiliario. No hay
que olvidar que la oficina de Los
Amigos de la URSS se hallaba en un
tercer piso, de acceso peligroso por una
escalera bastante estrecha, y que en la
casa hay más de cien oficinas. Sin que
se supiese de fijo qué patrulla jonsista
realizó el hecho, aquellas semanas
circuló por el Partido una versión
detallada de él, así como de todas sus
incidencias. Parece que mientras
destruían los muebles y ataban a los que
se encontraban dentro, el jefe comunista
Roces mascullaba protestas,
entremezcladas con frases de verdadera
preocupación religiosa, como: «¡Ay,
Dios mío, estos son fascistas y nos
matan!». No les hicieron, sin embargo,
el menor daño, a no ser el formidable
susto de las pistolas al pecho,
presionándoles con fuerza si iniciaban el
menor propósito de gritar. El plan para
el 1.º de agosto fue, en efecto, hallado.
También documentación de suma
importancia, más tarde utilizada por el
Partido. Semejante hecho, repetimos,
alcanzó gran resonancia, tanto por la
audacia de los realizadores como
porque delataba tener estos detrás una
organización fuerte y poderosa. El
periódico Ahora, al día siguiente, fecha
15, publicó, como el resto de la prensa,
una nota que revela cuanto decimos.
Hela aquí: Después de la sesión,
acudieron al despacho de ministros del
Congreso, donde se entrevistaron con el
señor Casares Quiroga, los diputados
señores Hidalgo, Gomáriz, Menéndez
(don Teodomiro) y Balbontín, y los
señores Montilla y Roces, de la
A. Amigos de la URSS. Según manifestó
a la salida don Diego Hidalgo, habían
hecho ver al ministro de la Gobernación
que la actitud en que se han colocado las
JONS es una cuestión puramente
política, y que es necesario terminar con
ese brote fascista. La policía se puso a
actuar con frenesí. Las altas autoridades
gubernativas exigían la detención rápida
de los autores. Durante una semana
fueron detenidas más de cien personas
como sospechosas de participación,
teniendo luego que ser puestas en
libertad al no ser reconocidas por los
asaltados. Entre esas cien, apenas había
dos jonsistas, lo que prueba el hecho de
que antes hicimos mención, el de que los
militantes de las JONS, por ser jóvenes
y no figurar en libros de socios ni en
ninguna parte, eran en casos tales de
identificación casi imposible. En vista
de que no encontraban socios de las
JONS, los agentes detenían a todos los
que figuraban en la Dirección de
Seguridad como activos y calificados
derechistas. Palos auténticos de ciego.
LA DISCIPLINA Y EL
CORAJE DE UNA
ACCIÓN MILITAR
Una consigna permanente de las
«Juntas» es la de cultivar el espíritu de
una moral de violencia, de choque
militar, aquí donde todas las
decrepitudes y todas las rutinas han
despojado al español de su proverbial
capacidad para el heroísmo. Aquí,
donde se canta a las revoluciones sin
sangre y se apaciguan los conatos de
pelea con el grito bobo de «¡Ni
vencedores ni vencidos!». Las «Juntas»
cuidarán de cultivar los valores
militares, fortaleciendo el vigor y el
entusiasmo guerrero de los afiliados y
simpatizantes. Las filas rojas se
adiestran en el asalto y hay que prever
jornadas violentas contra el enemigo
bolchevique. Además, la acción del
partido necesita estar vigorizada por la
existencia de organizaciones así,
disciplinadas y vigorosas, que se
encarguen cada día de demostrar al país
la eficacia y la rotundidad de las
«Juntas». Nuestro desprecio por las
actuaciones de tipo parlamentario
equivale a preferir la táctica heroica que
puedan desarrollar los grupos
nacionales. Del seno de las «Juntas»
debe movilizarse con facilidad un
número suficiente de hombres
militarizados, a quienes corresponda
defender en todo momento el noble torso
de la Patria contra las blasfemias
miserables de los traidores. A todas
horas, favorecidos por la inmunidad, se
injuria a España por grupos de
descastados, que se sonríen de nuestra fe
en la Patria, que medran con la sangre
del pueblo que trabaja, acaparando esos
sueldos que les permiten dilapidar el
tiempo en las tertulias antinacionales.
Esos grupos, esas personas, esos
periódicos que calumnian a España, que
odian su espíritu secular y su cultura,
merecen el más implacable castigo, que
debe ejecutarse supliendo la inacción
del Estado con la acción violenta de
unas cuantas patrullas heroicas.

ACCIÓN DIRECTA
Que las juventudes tienen que adoptar
una táctica de acción directa, es decir,
una moral de desconfianza hacia todo lo
que no proceda de ellas y una decisión
de imponer por sí mismas las nuevas
normas, es algo en realidad
incuestionable. Eso va implícito en la
actitud que antes hemos dicho
corresponde a nuestros jóvenes: la
actitud del soldado. El soldado practica
siempre la acción directa, y es, por su
propia calidad, el único que la
representa en toda su gran fecundidad y
relieve moral. Las juventudes son,
asimismo, como sector social, las únicas
que imprimen a la acción directa, no un
sentido particularista, de exacerbación y
desorbitación de una clase, sino el
carácter íntegramente nacional y
humano, la justificación profunda de su
violencia para con los valores parásitos
y para con los intermediarios provistos
de degradación. La acción directa
garantizará a nuestras juventudes su
liberación de todo mito parlamentarista,
de todo respeto a lo que no merece
respeto, de toda prosternación ante
ídolos vacíos y falsos. Pues se verá
siempre en peligro, al aire, en plena
vida ascética y de gran dimensión
emocional, de gran potenciación
histórica. En la práctica de la acción
directa se efectúa, además, algo que en
nuestra Patria es urgentísimo: la posible
aparición y selección de las nuevas
minorías rectoras, procedentes de las
masas, surgidas de ellas, y
substituidoras, por propio y auténtico
derecho de conquista, de las minorías
tradicionales o procedentes de los
partidos y sectas políticas dominantes.
La acción directa no es siempre ni
equivale a la violencia armada. Es, en
primer lugar, la sustentación de una
actitud de ruptura, de una moral de
justicia rígida contra la decrepitud o la
traición, de una confianza plena,
totalitaria, en lo que se incorpora y trae.
La violencia, la ruptura, tendrá en
nuestras juventudes, como realizadoras e
impulsadoras de la revolución nacional,
un eco profundo de realización moral,
de heroísmo, de firmeza y de entereza.
Precisamente por ello cabe adscribir
tres justificaciones, tres dimensiones, a
la violencia de las juventudes, de las
cuales una sola, cualquiera de ellas,
bastaría y se autojustificaría de modo
suficiente: a) Como valor moral de
ruptura, como desprendimiento y
rebelión contra valores decrépitos,
traidores e injustos, b) Como necesidad,
es decir, como principio obligado de
defensa, como táctica ineludible en
presencia de los campamentos enemigos
(España está hoy poblada de verdaderos
campamentos, en pie de guerra), c)
Como prueba, como demostración de
entereza, de capacidad y de la licitud
histórica que mueve a los soldados de la
revolución nacional. Estas
justificaciones vedan a la acción directa
de las juventudes, toda caída en el
crimen, en el bandidaje y en la violencia
política vituperable, que es la que va
siempre ligada a un signo individual,
anárquico y de pequeños grupos
visionarios.
LA VIOLENCIA POLÍTICA
Y LAS INSURRECCIONES
Ramiro de Ledesma escribió este
artículo bajo el pseudónimo de
«Roberto Lanzas». Publicado en el
número 3 de JONS (agosto de 1933)

Desde hace diez años ha cambiado


radicalmente la órbita moral en que se
debaten las decisiones políticas últimas.
A no ser en aquellos países idílicos que
precisamente ahora han conseguido el
hallazgo de las libertades, las
transigencias y las tolerancias y viven
así fuera de todo peligro de choques
violentos, de peleas facciosas y de
sangre en la calle —¿lo decimos de este
modo, españoles?—, en los demás, en
todos los demás, se entra en el periodo
de las jornadas duras o se sale de ellas,
quizá con la cabeza rota, pero con los
problemas resueltos y la vida de la
Patria conquistada y ganada a pulso en
las refriegas.
Vivimos hoy bajo la franca
aceptación y justificación de la
violencia política. Así, pues, en nuestra
época, en estos años mismos, la
violencia ha adoptado formas en
absoluto diferentes de las que regían,
por ejemplo, en Europa hace cuarenta
años. Eran entonces focos de terrorismo,
partidas poco numerosas de actuación
secreta y turbia que escandalizaban la
circulación pacífica de las gentes con
sus intervenciones y no contaban con la
adhesión, ni menos con la colaboración
activa, de los sectores sociales afines,
como los nihilistas rusos, que durante
diez años, de 1875 a 1885, consiguieron
la intranquilidad permanente del imperio
zarista; y de otro lado, los grupos de
acción de los Sindicatos libres frente al
anarcosindicalismo revolucionario, muy
pocas docenas, que durante los años
1920-1923 fueron en España la única
violencia directa, extraoficial, que
existió frente a la violencia de los
grupos rojos.
La pugna fascismo-comunismo, que
es hoy la única realidad mundial, ha
desplazado ese tipo de violencia
terrorista, de caza callejera a cargo de
grupos reducidos heroicos, para
presentar ese otro estilo que hoy
predomina: el choque de masas, por lo
menos de grupos numerosos que
interpretan y consiguen la intervención
activa, militante y pública de las gentes,
extrayéndolas de su vivir pacífico y
lanzándolas a una vida noble de riesgo,
de sacrificio y de violencia.
El fenómeno es notorio y claro: a los
grupos secretos, reducidos y anormales,
los sustituyen ahora las milicias, que
ostentan pública y orgullosamente ese
carácter, que visten uniforme, adquieren
capacidad militar propia de ejércitos
regulares y, lo que es fundamental, son,
viven y respiran en un partido,
encuentran justificación en una doctrina
política, se sienten ligadas a la emoción
pura y gigantesca de los jefes.
De ese modo, lo primero de que
tienen conciencia quienes forman en
esas milicias, es que su esfuerzo es un
esfuerzo moral, encaminado a triunfos y
victorias de índole superior, sin cuyo
logro su vida misma carece de plenitud
y de centro. Es ahí donde radica el
origen moral de la violencia, su carácter
liberador, creador y lo que le presta ese
ímpetu con que aparece en los recodos
más fecundos de la Historia.
La violencia política se nutre de las
reacciones más sinceras y puras de las
masas. No caben en ella frivolidades ni
artificios. Su carácter mismo
extraindividual, trascendente, en pos de
mitos y metas en absoluto ajenos en el
fondo a las apetencias peculiares del
combatiente, la eximen de sedimentos
bárbaros de que, por otra parte, está
siempre influida la violencia no política
o esta misma, cuando se recluye en la
acción individual, enfermiza y salvaje.
Por los años mismos en que
actuaban aquí contra la acción terrorista
del anarcosindicalismo los grupos
igualmente terroristas de los libres, se
creó, desarrolló y triunfó en Italia el
movimiento fascista, primera aparición
magna y formidable de la violencia con
un sentido moral, nacional y creador.
Aquí, entonces la cobardía del ambiente,
la incapacidad para la acción directa de
los núcleos jóvenes y la ausencia de una
profunda adhesión a los valores
superiores, a la Patria, impidieron que
brotase a la luz del día un movimiento
político violento que tomase sobre sí la
tarea de combatir con las armas los
gérmenes anárquicos, aplastando a la
vez la arquitectura de aquel Estado
tembloroso e inservible. En vez de eso,
surgieron los grupos
contrarrevolucionarios, profesionales,
con idéntica táctica terrorista que la del
enemigo, y que constituyen uno de los
más tristes e infecundos episodios de la
historia social reciente. Se inhabilitaron
en unas jornadas sin gloria y sin brío
hombres que con otra orientación
hubieran estado a la altura de los
mejores, y que así, hundidos en el drama
diario de la lucha en las esquinas, están
clasificados con injusticia. Si insistimos
en la crítica de estos hechos es porque
debido a que surgieron en la época
misma que el fascismo italiano, que
derivó con fecundidad a la lucha de
masas y el triunfo político, se advierta la
diferencia y el inmenso error que todo
aquello supuso para España. ¿Podrá
repetirse la absurda experiencia?
La violencia política nutre la
atmósfera de las revoluciones, y desde
luego, es la garantía del cumplimiento
cabal de estas. Así el fascismo, en su
entraña más profunda y verdadera, se
forjó a base de arrebatar a las fuerzas
revolucionarias típicas el coraje y la
bandera de la revolución. Las escuadras
fascistas desarrollaban más violencia y
más ímpetu revolucionario en su
actividad que las formaciones marxistas
de combate. Esa fue su victoria, el
dominio moral sobre las masas
enemigas, que después de un choque se
pasaban con frecuencia, en grupo
numeroso, a los camisas negras, como
gentes de más densidad, más razón y
más valentía que ellos.
Hoy solo tienen capacidad de
violencia o, lo que es lo mismo,
capacidad revolucionaria, afán de
coacciones máximas sobre las ideas y
los grupos enemigos, las tendencias
fascistas —nacionales— o las
bolcheviques —antinacionales y
bárbaras—. A todas las demás les falta
seguridad en sí mismas, ímpetu vital,
pulso firme y temple.
Es evidente que la violencia política
va ligada al concepto de acción directa.
Unas organizaciones, unas gentes,
sustituyen por sí la intervención del
Estado y realizan la protección y
defensa armada de valores superiores
que la cobardía, debilidad o traición de
aquel deja a la intemperie. Ello ha de
acontecer siempre en periodos de crisis,
en que se gastan, enmohecen y debilitan
las instituciones, a la vez que aparecen
en circulación fuerzas e ideas ante las
cuales aquellas se sienten desorientadas
e inermes. Es el caso del Estado liberal,
asistiendo a la pelea entre fascistas y
comunistas en los países donde esta
pugna alcance cierta dosis.
España ha penetrado ya en el área de
la violencia política. Situación
semejante podía ser o no grata, y, desde
luego, no desprovista de minutos
angustiosos; pero está ahí, independiente
de nuestra voluntad, y por lo menos
ofreciéndonos la coyuntura propicia
para resolver de una vez el problema de
España, el problema de la Patria. De
aquí, de la situación presente, solo hay
salida a dos realidades, solo son
posibles dos rutas: la ciénaga o la cima,
la anarquía o el imperio, según escribía
en el anterior número un camarada
«jonsista».
Bien está, pues, enarbolar ante la
juventud nacional el grito de la ocasión
que se acerca. Elevar su temperatura y
llevarla al sacrificio por España. Pero
no sin resolver las cuestiones previas,
no sin dotarla de una doctrina segura y
de una técnica insurreccional, moderna e
implacable. Es nuestra tarea, la tarea de
las JONS, que evitará las jornadas de
fracaso, arrebatando a la gente vieja el
derecho a señalar los objetivos políticos
y a precisar la intensidad, el empuje y la
estrategia de la insurrección.
No utiliza la violencia quien quiere,
sino quien puede. Desde hace diez años
asistimos a experiencias mundiales que
ofrecen ya como un cuerpo de verdades
probadas sobre algunos puntos muy
directamente relacionados con el éxito o
el fracaso de las insurrecciones,
cualesquiera que ellas sean.
La insurrección o el golpe de Estado
—les diferencia y distingue la táctica,
pero se proponen la misma cosa y por
muy similares medios— son el final de
un proceso de violencias, de
hostilidades, en que un partido político
ha probado sus efectivos, su capacidad
revolucionaria, disponiéndolos entonces
hacia el objetivo máximo: la conquista
del Estado, la lucha por el Poder. Día a
día ese partido ha educado a sus grupos
en una atmósfera de combate, valorando
ante ellos solo lo que estuviese en
relación con los propósitos
insurreccionales del partido.
Para ser breves indicaremos de un
modo escueto algunas observaciones
que deben tenerse en cuenta en todo plan
de insurrección o golpe de Estado que
hoy se organice en cualquier lugar del
globo.

1. La insurrección ha de ser dirigida y


realizada por un partido. En torno a sus
cuadros dirigentes y a sus consignas han
de congregarse los elementos afines que
ayuden de una manera transitoria la
insurrección. El partido que aspire a la
conquista del Poder por vía
insurreccional tiene que disponer de
equipos armados en número suficiente
para garantizar en todo minuto el control
de las jornadas violentas en que
intervengan fuerzas afines, que deben ser
incorporadas, siempre que sea posible,
a los propios mandos del partido. Y
esto, no se olvide, incluso tratándose de
fuerzas militares, en el caso de que se
consiga la colaboración de parte del
ejército regular.

2. Es imprescindible una educación


insurreccional, una formación política.
Carecen por lo común de toda eficacia
las agrupaciones improvisadas que
surgen a la sombra de ciertos poderes
tradicionales, en horas de peligro, sin
cuidarse de controlar y vigilar su
capacidad real para la violencia.
Aludimos a los grupos sin disciplina
política, que se forman un poco
coaccionados por sentimientos y
compromisos ajenos a la tarea
insurreccional, en la que toman parte sin
conciencia exacta de lo que ello supone.
Ahí está reciente el ejemplo de aquella
famosa «Unión de los verdaderos
rusos», por otro nombre las «Centenas
negras», que formó en Rusia el
arzobispo de Volhinia, Antonio, con
todo aparato de liga numerosa, dispuesta
para la lucha contra la ola bolchevique,
pero de la que a la hora de la verdad no
se conoció ni un solo paso firme. Solo la
acción en una disciplina de partido con
objetivos concretos y desenvoltura
política alcanza y consigue formar
grupos eficaces para la insurrección.

3. Los equipos insurreccionales


necesitan una movilización frecuente. Es
funesta la colaboración de gentes
incapaces de participar en las pruebas o
ensayos previos, en la auténtica
educación insurreccional que se
necesita. Todos esos individuos que
suelen ofrecerse «para el día y el
momento decisivo» carecen con
frecuencia de valor insurreccional y
deben desecharse. Asimismo, las
organizaciones no probadas, hechas y
constituidas por ficheros, sin que sus
miembros tengan una demostración
activa de su existencia en ellas, sirven
también de muy poco. Está comprobado
que es fiel a los compromisos que
emanan de estar en un fichero un cinco
por ciento, cuando más, del total de esas
organizaciones. Además el rendimiento
suele ser casi nulo. El peso y el éxito de
la insurrección dependen de los equipos
activos que proceden de las formaciones
militarizadas del partido. Con su
práctica, su disciplina y la cohesión de
sus unidades, estos grupos o escuadras
logran a veces, con buena dirección y
gran audacia, formidables éxitos. Deben
formarse de muy pocos elementos —
diez hombres, veinte cuando más—,
enlazados, naturalmente, entre sí; pero
con los objetivos distintos que sea
razonable encomendar a cada uno de
ellos. Estas pequeñas unidades son
además militarmente las más oportunas
para la acción de calles, teatro corriente
del tipo de luchas a que nos referimos, y
son preferibles por mil razones técnicas,
fáciles de comprender, a las grandes
unidades, que se desorientan fácilmente
en la ciudad, perdiendo eficacia, y por
ello mismo en riesgo permanente de
derrota.

4. El golpe de mano y la sorpresa,


elementos primeros de la insurrección.
No hay que olvidar que la insurrección o
el golpe de Estado supone romper con la
legalidad vigente, que suele disponer de
un aparato armado poderoso. Es decir,
ello equivale a la conquista del Estado,
a su previa derrota. El propósito es por
completo diferente a la hostilidad o
violencia que pueda desplegarse contra
otros partidos u organizaciones al
margen del Estado. Todo Estado, aun en
su fase de máxima descomposición,
dispone de fuerzas armadas muy
potentes que, desde luego, en caso de
triunfo de la insurrección, conserva su
puesto en el nuevo régimen. Estas
fuerzas ante un golpe de Estado de
carácter «nacional», es decir, no
marxista, pueden muy fácilmente aceptar
una intervención tímida, algo que
equivalga a la neutralidad, y para ello
los dirigentes de la insurrección han de
cuidar como fundamental el logro de los
primeros éxitos, aun cuando sean
pequeños, que favorezcan aquella
actitud expectante. En la lucha contra el
Estado es vital paralizar su aparato
coactivo, conseguir su neutralidad. Esto
puede lograrse conquistando la
insurrección éxitos inmediatos, y siendo
de algún modo ella misma garantía y
colaboradora del orden público. Sin la
sorpresa, el Estado, a muy poca
fortaleza de ánimo que conserven sus
dirigentes, logra utilizar en la medida
necesaria su aparato represivo, y la
insurrección corre grave riesgo.

5. Los objetivos de la insurrección


deben ser populares, conocidos por la
masa nacional. Las circunstancias que
favorecen y hacen incluso posible una
insurrección obedecen siempre a causas
políticas, que tienen su origen en el
juicio desfavorable del pueblo sobre la
actuación del régimen. La agitación
política —que, insistimos, solo un
partido, las consignas de un partido,
puede llevar a cabo— es un antecedente
imprescindible. Las jornadas
insurreccionales requieren una
temperatura alta en el ánimo público,
una atmósfera de gran excitación en
torno a la suerte nacional, para que
nadie se extrañe que un partido se
decida a dirimirla por la violencia. A
los diez minutos de producirse y
conocerse la insurrección, el pueblo
debe tener una idea clara y concreta de
su carácter.

6. El partido insurreccional ha de ser


totalitario. Naturalmente, al referirnos y
hablar en estas notas de «partido»
dirigente y organizador de la
insurrección, no aludimos siquiera a la
posibilidad de que se trate de un partido
democrático-parlamentario, fracción
angosta de la vida nacional, sin
capacidad de amplitud ni de representar
él solo durante dos minutos el existir de
la Patria. El partido insurreccional será,
sí, un partido; es decir, una disciplina
política, pero contra los partidos.
Requiere y necesita un carácter
totalitario para que su actitud de
violencia aparezca lícita y moral. Es
exactamente, repetimos, un partido
contra los partidos, contra los grupos
que deshacen, desconocen o niegan la
unanimidad de los valores nacionales
supremos. Ese aspecto del partido
insurreccional de fundirse con el Estado
y representar él solo la voluntad de la
Patria, incluso creando esa voluntad
misma, es lo que proporciona a sus
escuadras éxitos insurreccionales, y a su
régimen de gobierno, duración,
permanencia y gloria.

Estas notas analizan la insurrección


política como si fuera y constituyese una
ciencia. Nos hemos referido a la
insurrección en general, sin alusión ni
referencia cercana a país alguno; son
verdades y certidumbres que pueden y
deben ya presentarse con objetividad,
como verdades y certidumbres
científicas. Es decir, su desconocimiento
supone sin más el fracaso de la
insurrección, a no ser que se trate de
situaciones efímeras, sin trascendencia
histórica, y se realicen en países sin
responsabilidad ni significación en la
marcha del mundo.
Ramiro Ledesma. La fotografía fue tomada
mientras esquiaba. Como puede verse, llevaba
su habitual jersey (que era de color amarillo)
con el dibujo de la garra, creado por él, y que
solía acompañarse de la frase «No parar hasta
conquistar»
José Antonio Primo de Rivera durante el
famoso mitin en el Teatro de la Comedia de
Madrid en el primer Congreso de Falange.
Abajo, una imagen del rumano Corneliu Zelea
Codreanu, líder de la organización fascista
rumana Legión de San Miguel Arcángel,
ayudando a cavar la tumba de los fascistas
Morza y Marín
Los líderes falangistas visitan la sede de la
Delegación Nacional de Auxilio Social. Abajo,
una exhibición de baile según la «tradición
teresiana» por la Sección Femenina (Legiones
y falanges)
La «liturgia del fuego» en Vértice 14,
septiembre de1938
SEXTO ACTO:
SOÑANDO CON ROMA
LA «GUERRA COMO
HIGIENE DEL
MUNDO» EN ESPAÑA:

MARINETTI Y LOS ARDITI


J. RODRÍGUEZ LA ORDEN
La aparición del Manifiesto

L
inicial
Futurista el 20 de febrero de
1909, mediante su publicación
en Le Fígaro para ser
inmediatamente replicado en otras
muchas publicaciones, supuso un
cataclismo para el ambiente artístico y
literario. El futurismo y los futuristas,
con Filippo Tommaso Marinetti a la
cabeza como su indiscutible líder,
hombre y amigo de confianza de
Mussolini, inspiró el nacimiento del
fascismo. Al primer manifiesto le
siguieron muchos otros en los que se
abogaba, entre otras cosas, por «la
guerra como higiene del mundo», el
feroz y violento rechazo al pasado y la
«desvaticanización» de Italia. Su
agresivo y ultramilitante nacionalismo,
su defensa de la antigua e imperial
Roma, que se añoraba, el enfrentamiento
contra la burguesía y, por supuesto, los
izquierdistas, hizo que cuando Marinetti
viajó hasta Rusia tiempo después fuese
boicoteado por los futuristas rusos, que
enarbolaban lavandera de la revolución
y el internacionalismo proletario.
Marinetti y muchos otros futuristas
se integraron en los arditi (de ardire,
esto es, «los osados»), es decir, en los
grupos de asalto, la bestia negra
callejera en los años venideros y que los
falangistas españoles, en su intento por
emular el fascio, que desde un principio
les fascinó, replicaron y llevaron a la
realidad española. Inicialmente, no
todos los futuristas pertenecían al
fascismo, ya que entonces no se había
fundado formalmente. Los arditi, como
unidades de asalto y cuerpos de élite
italianos, expertos en llegar hasta las
trincheras enemigas de forma sigilosa y,
una vez allí, emplear con saña sus
dagas, se crearon durante la Primera
Guerra Mundial. La siguiente generación
de combatientes tendrá una impronta
genuinamente futurista y fascista.
Empleaban un uniforme con camisas
negras y un fez negro, más tarde
adoptado por los Camisas Negras de
Mussolini. Mucha de su iconografía fue
imitada por los fascistas españoles, que
la reprodujeron una y otra vez en sus
publicaciones, como su insignia de un
cráneo con una daga entre los dientes
(curiosamente, los llamados Arditti del
Popolo, en este caso antifascistas, tenían
una insignia muy similar, mantenía el
cuchillo entre los dientes pero el cráneo
tenía los ojos rojos), publicada en
varias revistas españolas.
En 1909 parecía que el futurismo era
ante todo un movimiento artístico de
vanguardia, como muchos otros, pero
poco a poco comenzó a vislumbrarse
una estrategia política y el intento por
poner en práctica un programa
revolucionario que se asemejaría mucho
al del fascismo. En septiembre de 1918
apareció Roma futurista, que llevaba
como subtítulo Periódico del Partido
Futurista, y que por supuesto publicó el
correspondiente manifiesto-programa
del Partido Político Futurista. En
invierno de ese mismo año los futuristas
se sumaban formalmente al proyecto de
Mussolini.
Los futuristas ejercieron mucha
influencia en el primer programa del
fascio propiamente dicho. En una
entrevista para El Pueblo Vasco en
febrero de 1928 Marinetti afirmó que
«el futurismo ha sido la cuna del
fascismo y que ambos, futurismo y
fascismo, se complementan. Ya que el
fascismo ha puesto en práctica el lema
futurista de síntesis y simplificación: de
terminar con la burocracia, los
contratiempos y las tradiciones. Además
los fascistas, han imitado la doctrina
futurista de la violencia, así como la
glorificación de la velocidad, la fuerza y
la revolución»[1].
Marinetti, a su vez, se convirtió en
miembro del Comité Central y, como
buen propagandista que era y hábil con
la pluma, entró en la comisión de
propaganda y prensa. El bautismo de
fuego de sus arditi fue en abril de 1919
cuando «bajo la instigación de
Mussolini y de Marinetti, los arditi de
Ferruchio Vecchi tomaron por asalto y
saquearon los locales de Avanti! en
Milán. Una sana reacción contra el
“chantaje leninista”, “primer episodio
de la guerra civil”, tales fueron los
términos empleados por Mussolini al
reivindicar para los fascistas “toda la
responsabilidad moral del acto”»[2].
Aquella primera acción de matonismo se
parecerá mucho a los otros tantos actos
de violencia y terrorismo de las
escuadras y milicias falangistas durante
la República, que imitaron a los camisas
negras (squadristi, las escuadras de
asalto) y arditi. Durante la Marcha
sobre Roma (1922), doscientos mil
camisas negras armados, que
amenazaban con arrasar todo a su paso y
liquidar a quienes se opusieran, se
hicieron con el poder en Italia.
Comenzaba así la dictadura fascista.
La firma del inagotable Marinetti
puede seguirse en el Manifiesto de los
intelectuales fascistas (21 de abril de
1925). A pesar de su virulencia contra
el mundo de la cultura y el arte oficiales,
no dudó en aceptar formar parte de la
Academia de Italia.
En España, antes de la aparición del
Manifiesto Futurista, en 1906, el
españolista y anticlerical Alejandro
Lerroux publicó un manifiesto que
adelantó la furia del inminente futurismo
italiano. No era obviamente un texto
futurista pero parecía adelantarlo. El
texto, que alcanzaría una gran
repercusión, era un llamamiento a la
violencia iconoclasta en manos de los
jóvenes. «¡Rebeldes!, ¡Rebeldes!»,
como se titulaba, fue inicialmente
difundido por el periódico ¡Cucut!, un
semanario satírico catalanista cuya
redacción sería asaltada por militares
por la publicación de una viñeta en la
que se ironizaba sobre las derrotas del
ejército español. «Jóvenes bárbaros de
hoy: entrad a saco en la civilización
decadente y miserable de este país sin
ventura [proclamaba el manifiesto];
destruid sus templos, acabad con sus
dioses, alzad el velo de las novicias y
elevadlas a la categoría de madres para
virilizar la especie. Romped los
archivos de la propiedad y haced
hogueras con sus papeles para purificar
la infame organización social. Penetrad
en sus humildes corazones y levantad
legiones de proletarios, de manera que
el mundo tiemble ante sus nuevos jueces.
No os detengáis ante los altares ni ante
las tumbas… Luchad, matad, morid». El
texto tuvo un gran eco. A partir de
entonces, los disturbios callejeros y
ataques a católicos parecían haber sido
alimentados por aquellos espectrales
jóvenes bárbaros. Se reclamó la
detención de Lerroux por exaltar el
crimen y promover la violencia
anticlerical, incluso el asesinato. El
político se defendió escudado en las
licencias de la retórica. Sus jóvenes
bárbaros, como se conocía a sus
seguidores más jóvenes, tenían su
propio local en la calle Relatores de
Madrid. Resultaban amenazantes: era la
idea junto al puño americano:
«Muchachos, haced saltar todo eso
como podáis: como en Francia o como
en Rusia. Cread ambiente de
abnegación. Difundid el contagio del
heroísmo. Luchad, matad, morid»,
proclama al final del manifiesto.
Existía escasa diferencia en el
ímpetu incansable, su fervor callejero y
matonista, de militancia y martirio, de
aquellos primeros jóvenes bárbaros y
los falangistas de Primera Línea, para
los que sirve la descripción que Cario
Emilio Gadda, en Eros y priapo
(Garzanti, 1967), hizo de los
mussolinianos: la «banda eufórica».
Los futuristas italianos, a su vez,
firmaron manifiestos similares. El
pasado debía perecer bajo el rodillo y
el puño futuristas. El propio Marinetti,
en junio de 1910, lanzó el manifiesto
Proclama futurista a los españoles,
expresamente escrito para ser publicado
e n Prometeo, revista modernista, y
secundado por Ramón Gómez de la
Serna (aunque con el pseudónimo de
«Tristán»). Fue la primera ocasión en
que las ideas futuristas se difundían en
nuestro país. Seguidamente, la editorial
valenciana Sempere publicaría en 1911
una selección de manifiestos con el
título de El Futurismo y que recoge sus
principales textos, declaraciones y
manifiestos. Nuestro país había tratado
bien al futurismo en aquellos sus
primeros pasos. El manifiesto
fundacional se publicó en Prometeo en
abril de 1909, solamente un par de
meses después de ver la luz en Le
Fígaro y, posteriormente, en la revista
italiana Poesía.
En su publicación original, en
italiano, la Proclama, que se incluyó en
Guerra sola igiene del mondo (1915),
se llamó Contro la Spagna pasatista.
En realidad era una adaptación, en clave
española, de uno de los manifiestos
futuristas más célebres, Contro Venezia
pasatista. La virulencia del texto no
ejerció por entonces una gran influencia
entre ultraístas y vanguardistas. En El
Futurismo (una nueva escuela
literaria) de Andrés Gómez Blanco,
publicado un poco antes en Nuestro
Tiempo (marzo de 1910), se afirma que
el único interés de los artistas españoles
por el futurismo está en sus
implicaciones exclusivamente literarias,
pero no se compartía su violencia
iconoclasta.
Aunque la Proclama es posterior al
libro de Blanco, no cambió la situación.
En esta, Marinetti, empleando su
habitual lenguaje de guerra, advierte de
la necesidad de un cambio de rumbo y
de la imparable fuerza del porvenir. En
caso de no atender al llamamiento, «será
el momento de la república radical-
socialista con Lerroux y Pablo Iglesias,
que harán una incisión profunda y quizás
definitiva en la carne leprosa del país»,
advierte: «¡En cuanto a vosotros los
jóvenes, los valientes, pasad por
encima! ¿Qué hay ahí aún? ¿Un nuevo
obstáculo? ¡No es más que un
cementerio! ¡Al galope! ¡Al galope!
¡Atravesadle saltando como una banda
de estudiantes en vacaciones! ¡Abatid
las hierbas, las cruces y las tumbas!…
Reirán nuestros antepasados con una
alegría futurista, feliz, formidable y
desusadamente feliz, por sentirse
hollados por pies más pujantes y más
inauditos que los suyos. ¿Qué lleváis?
¿Azadas?… ¡Desembarazaos de ellas,
porque no han hecho más que fosas
funerarias!… Para devastar la tierra de
la vid sombría, forjaréis nuevas azadas
fundiendo el oro y la plata de los
exvotos».
El manifiesto, por entonces, con
Marinetti aún sin alcanzar una
proyección internacional como
instigador del futurismo fascista (no
todos los futuristas, ni mucho menos, se
adscribieron al fascismo), circuló
exclusivamente en los ambientes
vanguardistas, sobre todo alrededor de
Gómez de la Serna y los ultraístas.
Ninguno de ellos, sin embargo, defendió
la dimensión política, de auténtico
programa político protofascista, del
futurismo. Fue Giménez Caballero, el
fascista más europeizante, a finales de
los años veinte, quien haría uso de la
figura de Marinetti para reclamar la
aplicación de sus ideas en España. En
1927, fundó La Gaceta Literaria, que
convirtió en una plataforma para
exponer las ideas tanto del fascismo
como de Marinetti. El número 28 (15 de
febrero de 1928) está dedicado casi
exclusivamente a Italia, incluyendo una
entrevista de Caballero a Marinetti.
Caballero no escatima en elogios y
arremete contra la prensa española, que
mostró poco interés por este: «Hoy se
desprecia a Marinetti entre los
enterados. ¿Enterados de qué? [… ]. En
el agua chirle de Europa nonagentista,
fue un renovador. De esa agua
purificada salió en Italia un Pirandello,
un Bontempelli. Salió un país latino con
más fuerza que uno germánico. Salió una
política original y sin préstamos
nórdicos. ¡Marinetti! Te saludamos con
la eterna admiración española ante lo
que se mueve, grita, se desenfrena y
revoluciona». También Guillermo de
Torre (otro de los grandes impulsores
del ultraísmo junto a Cansinos Assens)
firmó una «Efigie de Marinetti», donde
afirmaba que el italiano «trató de
ejercer, no solamente una influencia
literaria y estética —como los demás
movimientos similares—, sino también
un influjo moral y político, mediante una
exaltación de los valores nacionales: el
orgullo, el patriotismo, el
anticlericalismo, el militarismo, el afán
bélico, etc.».
Ese mismo año Caballero viajó a
Italia. El efecto que el viaje tuvo en él
fue enorme. A partir de entonces, aún
con más ahínco, reclamará su puesta en
práctica en España. Además, coincidió
con un hecho decisivo: el viaje de
Marinetti a España en 1928[3]:

«Marinetti llegará a Madrid entrada la


noche y el domingo recibirá en el Hotel
Palace, donde se alojaba, a Ignacio
Carral que le entrevistará para el
Heraldo de Madrid y a otros
periodistas; más tarde asistirá a un
almuerzo organizado en su honor por el
primer secretario de la Embajada de
Italia, Bellardi Ricci; y el día concluirá
con una fiesta celebrada en la casa del
agregado de la Embajada, donde
recitará algunos de sus poemas, que
serán, según apunta, largamente
aplaudidos por los asistentes. La
redacción de La Gaceta Literaria
encabezada por Ramón Gómez de la
Serna, Ernesto Giménez Caballero y
Guillermo de Torre, le recibirá el lunes;
la visita al Museo del Prado en
compañía de Eugenio D’Ors ocupara la
mañana del martes y por la tarde dará la
esperada conferencia “El futurismo
mundial” en la Residencia de
Estudiantes, a la que asistirán, entre
otros muchos, sus amigos de La Gaceta.
Su intervención versará sobre la
extensión y aplicación del futurismo en
las distintas disciplinas artísticas desde
su nacimiento. La segunda parte, que
como indica más entusiasmará al
público, consistirá en la ilustración de
sus teorías mediante la proyección de
distintas imágenes en las que se
observaran cuadros, escenografías o
proyectos arquitectónicos futuristas.
Finalmente, la exposición, novedosa
para la época, se cerrará, después de
unas dos horas, con un recital poético
público. Idéntica intervención, obviando
la segunda parte, ya que no se había
instalado a tiempo el proyector, se
presentara un día después en el Círculo
de Bellas Artes. Los indicios apuntan a
que la pareja estuvo un día más tarde en
Toledo, atendiendo la invitación
realizada por sus amigos Gómez de la
Serna y Giménez Caballero, que
conocían la devoción de Marinetti y de
su esposa, pintora, hacia la obra de El
Greco; admiración que justificaba la
excursión a esta ciudad. Tal y como
recoge la crónica firmada por Eugenio
D’Ors en Blanco y Negro, aparecida el
16 de febrero de 1928, el viernes la
pareja será convidada a un tablao
flamenco por el diplomático José de
Sangróniz. La última conferencia en
Madrid, “La teoría del futurismo”,
tendrá lugar un día después en el
Lyceum Club Femenino».

La libertaria Revista Blanca, el 1 de


marzo de 1928, publicó una breve
reseña de las conferencias de Marinetti,
mofándose del futurista:

«¿Has leído, lector, el extracto de


las dos grandes conferencias, que en la
Residencia de los Estudiantes, ha
pronunciado el gran Marinetti? ¿No,
dices? Pues te has perdido un rato de
jolgorio. Si “Baturrillo” hubiera sabido
que la cosa aquella había de ser tan
divertida, coge las alforjas, llama en
unas cuantas puertas, al pasar por
Calatayud, y ¡a Madrid faltan baturros!
Con la faja y las alforjas llenas de
carcajadas, hubiéramos regresado todos
a casa de las mañicas, y las hubiéramos
soltado allí para diversión de los
mañicos.
¡Jesús que de cosas dijo el fósil jefe
de los atrasadistas y con qué grandes
ademanes las decía! ¡Si parecía talmente
un comicazo de esos que en los dramas
es cuando más hacen reír! ¡Bien por los
chicos de la prensa madrileña! ¡A ver
cuándo hacen lo mismo con los otros
dos majaderos que asombran al mundo
con sus desplantes ridículos! Uno,
Pirandello, que, no teniendo dentro de su
armario emoción ni arte alguno, se da a
los polichinelis y pretende que lo
catemos como si fueran destellos
shakesperianos. Otro… Bueno, el otro
es del mismo país y del mismo corte. No
hay más que gritos y ademanes.
Para que el lector vea lo grande que
es Marinetti, “Baturrillo” le va a contar
un poco de sus arengas para colocarlo
aquí: “Creo que la formación de un
sólido bloque latino Italia-España-
Francia sea hoy el solo modo de
prolongar la paz mundial. Pero no he
hablado de paz eterna, pues la paz eterna
es para nosotros, futuristas, una quimera
antihigiénica”. Para antihigiénicos
cientos desplantes con caracteres de
heroicidad. ¡Ni higiene, ni ética, ni
seriedad!».

En Barcelona, posteriormente y
siguiendo a Menéndez, el itinerario fue
similar, con visitas y conferencias:
La prensa madrileña, en particular La
Gaceta Literaria, ABC, y El Debate,
ocuparán sus páginas con las
controversias suscitadas por la figura
marinettiana, incluso tras abandonar la
capital, el sábado 18, día en el que
Marinetti y esposa emprenden el regreso
a Barcelona, donde permanecerán
únicamente hasta el miércoles,
hospedados en el Hotel Colón, situado
en la Placea de Catalunya. Allí, en la
playa de Las Arenas asistirán a una
novillada, que inspirará al autor la
última parte de Spagna veloce e toro
futurista, puesto que el resto de la obra
evoca el viaje en coche realizado de
Barcelona a Madrid, con el propósito de
llegar a tiempo para dar la consabida
conferencia en la Residencia de
Estudiantes. La jornada posterior estará
llena de compromisos: por la mañana
será entrevistado por Angel Ferrán,
periodista de La Publicitat;
seguidamente, él y Benedetta, junto al
cónsul de Italia en Barcelona, irán a la
Casa degli italiani, fundada en 1866, en
torno a la cual se aglutinaba la colonia
italiana en la ciudad, donde el autor
firmara el libro de honor de esta
institución, encargada de anunciar
además la intervención en el Teatre
Novetats, prevista para ese mismo día,
más tarde, Cappa y Marinetti, se
dirigirán a la exposición en honor a
Josep Dalmau, donde el fundador del
futurismo realizará el discurso inaugural
de este acontecimiento, organizado en
las Galeries Dalmau, al que asistirán
múltiples personalidades de la vida
cultural. Más tarde pronunciará la
esperada conferencia en el Teatre
Novetats, tal y como había anunciado El
Noticiero Universal de forma reiterada
la semana previa, motivando la
asistencia de unos ciento cincuenta
espectadores.
La declamación de los poemi
paroliberi que cerrarán la charla,
exactamente igual a aquella pronunciada
en Madrid, causará un «alegre
desconcierto», relatado el 21 de febrero
de 1928 en, por ejemplo, La Publicitat
o en La Ñau. En este acto además el
autor informará de que la Compañía de
Teatre Intim, dirigida por Adrià Gual,
dedicaría una sesión al teatro futurista,
que no llegará a producirse debido a su
repentina marcha a bordo del Conte
Rosso destino a Génova, el día 22, no
sin antes reunirse con el pintor Rafael
Barradas. Fruto de este viaje nacerá
Contra el viento adusto, comandante de
las fuerzas del pasado, publicado por
primera vez en el número 39 de La
Gaceta Literaria, en agosto de 1928,
apenas seis meses después de que
Marinetti abandonase España.
Sin embargo, tuvo aún tiempo para una
última parada, esta vez en Bilbao, sin
que su estancia y conferencia generase
grandes apoyos o excesiva repercusión:

«Marinetti llegó a Bilbao el 23 de


febrero alrededor de las diez de la
mañana acompañado de su esposa. Unas
horas más tarde, ante una sala
abarrotada el secretario del Ateneo,
Pedro Mourlane Michelena, se encargó
de presentar la conferencia del poeta
italiano, quien anunció que iba a dividir
su intervención en dos partes: la primera
en italiano y la segunda en francés. Para
sorpresa de todos, la primera parte se
pudo comprender sin dificultades,
cuando lo más que se podía esperar era
comprender alguna de las usuales frases
de las óperas en italiano que se
representaban en Bilbao. En esta
primera parte Marinetti preparó el
ánimo del auditorio, y expuso sus teorías
sobre el futurismo con gran fluidez,
elocuencia y cordialidad. Sus palabras,
acompañadas de una gran mímica y
gestos teatrales, sonaron rotundas y
convincentes, hasta el punto que desde
el primer momento el poeta italiano
supo apresar la atención de la sala, de la
que consiguió arrancar algunos “bravos”
y “muy bien”. Todo lo contrario a lo que
sucedió en otras tumultuosas
conferencias en las que sus detractores
le interrumpieron constantemente. Tal y
como sentenció El Pueblo Vasco,
aquella noche Bilbao “se sintió futurista,
francamente futurista en la primera parte
de la conferencia, en la que Marinetti
habló de su interpretación, de su
teoría”»[4].

Caballero y su idilio con el fascismo fue


un amor loco. Solamente tenía loas hacia
Marinetti y, por supuesto, Mussolini. Un
año después de su decisivo viaje a Italia
publicó lo que se considera como el
manifiesto precursor del fascismo
español: «Carta a un compañero de la
Joven España», donde escribe: «Nudo y
haz; Fascio: haz. O sea nuestro siglo XV,
el emblema de nuestros católicos y
españoles reyes, la reunión de todos
nuestros haces hispánicos, sin mezclas
de Austrias ni Borbones, de Alemanias,
Inglaterras, ni Francias; con Cortes, pero
sin parlamentarismos; con libertades,
pero sin liberalismos; con santas
hermandades, pero sin somatenismos».
Su recompensa llegaría al año siguiente
cuando por fin conoció personalmente a
Mussolini, al que describirá como
«genio romano».
Benito Mussolini y sus camisas negras durante
la Marcha sobre Roma en octubre de 1922. En
la página anterior: retrato firmado por
Mussolini y dedicado a los lectores de
Legiones y Falanges
En esta página y la siguiente: militantes de la
Sección Femenina fotografiadas para Legiones
y Falanges
Un grupo de arditi durante la Primera Guerra
Mundial
Página propagandística dedicada a José Antonio
Primo de Rivera dirigida a los niños y
publicada en Flechín
PROCLAMA FUTURISTA
A LOS ESPAÑOLES
F. T. MARINETTI
La Proclama en la portada de Prometeo,
número 20 (1910)

Publicado en Prometeo, número 20


(1910)
¡F uturismo! ¡Insurrección! ¡Algarada!
¡Festejo con música wagneriana!
¡Modernismo! ¡Violencia sideral!
¡Circulación en el aparato venoso de la
vida! ¡Antiuniversitarismo! ¡Tala de
cipreses! ¡Iconoclastia! ¡Pedrada en un
ojo de la Luna! ¡Movimiento sísmico
resquebrajador que da vueltas a las
tierras para renovarlas y darles lozanía!
¡Rejón de arador! ¡Secularización de los
cementerios! ¡Desembarazo de la mujer
para tenerla en la libertad y en su
momento sin esa gran promiscuación de
los idilios y de los matrimonios!
¡Arenga en un campo con pirámides!
¡Conspiración a la luz del sol,
conspiración de aviadores y
«chaufeurs»! ¡Abanderamiento de un
asta de alto maderamen rematado de un
pararrayos con cien culebras eléctricas
y una lluvia de estrellas flameando en su
lienzo de espacio! ¡Voz juvenil a la que
basta oír sin tener en cuenta la palabra:
ese pueril grafito de la voz! ¡Voz, fuerza,
volt, más que verbo! ¡Voz que debe unir
sin pedir cuentas a todas las juventudes
como esa hoguera que encienden los
árabes dispersos para preparar las
contiendas! ¡Intersección, chispa,
exhalación, texto como de marconigrama
o de algo más sutil volante sobre los
mares y sobre los montes! ¡Ala, hacia el
Norte, ala hacia el Sur, ala hacia el Este
y ala hacia el Oeste! ¡Recio deseo de
estatura, de ampliación y de velocidad!
¡Saludable espectáculo de aeródromo y
de pista desorbitada! ¡Camaradería
masona y rebelde! ¡Lirismo
desparramado en obús y en la
proyección de extraordinarios
reflectores! ¡Alegría como de triunfo en
la brega, en el paso termopilano!
¡Crecida de unos cuantos hombres solos
frente a la incuria y a la horrible, apatía
de las multitudes! ¡Placer de agredir, de
deplorar escéptica y sarcásticamente
para verse al fin con rostros, sin
lascivia, sin envidia y sin avarientos
deseos de bienaventuranzas: deseos de
ambigú y de reposterías! ¡Gran galop
sobre las viejas ciudades y sobre los
hombres sesudos, sobre todos los palios
y sobre la procesión gárrula y grotesca!
¡Bodas de Camacho divertidas y
entusiastas en medio de todos los
pesimismos, todas las lobregueces y
todas las seriedades! ¡Simulacro de
conquista de la tierra, que nos la da!

Tristán
(seudónimo de Ramón Gómez de la
Serna)

I
¡He soñado en un gran pueblo: sin duda
en el vuestro, españoles! Le he visto
caminar de época en época,
conquistando las montañas, siempre más
a lo alto, hacia la gran lumbrarada
encendida al dorso de las cimas
inaccesibles.
Desde lo alto del cénit, en sueños,
he contemplado vuestros barcos
formando un largo cortejo como de
hormigas sobre la pradería verde del
mar, que entrelazaba las islas a las islas
como en los aledaños de sus
hormigueros, sin el temor de los
ciclones, formidables puntapiés de un
dios que no os arredraba tampoco.
Os he visto, trabajadores y soldados
construir ciudades y caminar con tan
firme paso, que con vuestra huella
construíais los caminos, llevando una
extensa retaguardia de mujeres y de
frailes.
Esa retaguardia era y sigue siendo
por lo visto la que os ha traicionado,
atrayendo sobre vuestra caravana de
conquistadores en marcha toda la
pesadez del clima africano que a la vez
por paradoja rastreaba a vuestro
alrededor como una conspiración de
brujas y proxenetas en un sombrío
desfiladero de Sierra Nevada.
Mil vientos ponzoñosos os
solicitaban en el trayecto, y mil
primaveras maliciosas con alas de
vampiro os enervaban de voluptuosidad
y de languor.
Mientras los lobos de la lujuria
aullaban en lo umbroso de los bosques,
bajo las lentas tufaradas carmines del
incendiado crepúsculo, los hombres se
destruían dando besos a las mujeres
coritas en sus brazos. Quizá esperaban
ver enloquecer a las estrellas
inaccesibles como idas a fondo en el
pantano negro de la noche o quizás
tenían miedo a morir y por eso no
terminaban de jugar en sus lechos esos
juegos de la muerte. Las últimas llamas
del infierno que ya se extingue, lamían
sus nalgas de machos encarnizados
sobre los bellos sexos glotones como
ventosas.
Como fondo al panorama el gran sol
cristiano moría en un tumulto de
insólitas nubes veteadas de sangre,
congestionadas de la que vertieron en la
Revolución francesa, la formidable
borrasca de justicia.
En la inmensa inundación de
libertad, todos los autoritarismos
borrados, habéis alimentado vuestra
angustia en los frailes, que con toda
socarronería han hecho la rueda
cautelosamente alrededor de vuestras
riquezas hieratizadas.
Y heles aquí todos inclinados sobre
vosotros, murmurando muy leve: «¡Oh,
hijos míos, entrad con nosotros en la
Catedral del buen Dios!… ¡Él es viejo
pero sólido! ¡Entrad, ovejas mías a
abrigaros en el redil! ¡Oíd a las santas y
amorosas campanas que se balancean en
sus campanadas como las andaluzas
mecen sus mórbidas caderas. Hemos
cubierto de rosas y de violetas el altar
de la Virgen. La penumbra de su capilla
tiene perfumes de alcoba. Los cirios
arden como los claveles rojos en la
dentadura de vuestras mujeres!
¡Tendréis amor, perfumes, oro y seda y
canciones también, porque la Virgen es
indulgente!».
Ante estas palabras habéis desviado
los ojos de las indescifrables
constelaciones y vuestro miedo a los
firmamentos os ha arrojado a las
ogaresas puertas de la Catedral, bajo la
voz lagrimosa del órgano que ha
acabado de debilitar vuestras rodillas.
¿Qué más he visto? En la noche
impenetrable la negra Catedral tiembla
bajo la ráfaga fiera de la lluvia. Un
sofocante terror eleva difícilmente hacia
allá, sobre el arco del horizonte,
bloques caliginosos y pesados. El
chaparrón acompaña con una voz
desolada los largos gemidos del órgano,
y de hora en hora sus voces,
entremezcladas como en una lucha
cuerpo a cuerpo, se prolongan en un
fracaso de hundimiento. Los tabiques del
claustro caen ruinosos, en este cuadro de
éxodo.
¡Españoles! ¡Españoles! ¿Qué
esperáis así de abatidos, besando las
losas sagradas entre el hedor
desangrante del incienso y de las flores,
podridas en este arca inmunda de
Catedral, que no puede salvaros del
diluvio, ni conduciros al cielo, rebaño
cristiano?…
¡Levantaos! ¡Escalad los vitrales aún
lustrados de luna mística y contemplad
el espectáculo de los espectáculos!
¡He aquí erigida en un prodigio más
alto que las sierras de ébano la sublime
Electricidad, única y divina madre de la
humanidad futura, la Electricidad con su
busto palpitante de plata viva, la
Electricidad de los mil brazos o de las
mil alas fulgurantes y violentas!
¡Hela aquí! ¡Lanza en todas
direcciones sus rayos diamantados,
jóvenes, danzantes y desnudos, que
trepan por zigzageantes espirales azules,
en serpentinismos maravillosos al asalto
de la negra Catedral!
Son más de diez mil, hirvientes,
faltos de alientos, lanzados al asalto
bajo la lluvia, escalando los muros,
introduciéndose por doquier, mordiendo
el hierro inflamado de las gárgolas, y
rompiendo de un chapuzón de fuerza la
multitud de vírgenes pintadas en los
vitrales.
Pero tembláis de rodillas, como
arboles maltrechos, quebrados en un
torrente…
¡Levantaos! Que los más ancianos se
apresuren a llevarse sobre los hombros
lo mejor de vuestras riquezas… ¡A los
más jóvenes un trabajo más digno y más
jovial! ¿Sois los hombres de veinte
años? Bien.
Escuchadme: blandid cada uno un
candelabro de oro macizo y serviros de
él como de una maza voltejeándola para
fracturar el misticismo marrullero de
frailes y cabildos.
¡Papilla sangrienta y bermeja con la
que adornaréis los huecos de los
abovedados, los ábsides y los vitrales
rotos! ¡Jadeante andamiaje de diáconos
y subdiáconos, de cardenales y de
arzobispos, encajados los unos en los
otros, brazos y piernas trenzados, que
sostendrá el resto de los muros rendidos
de la nave!
¡Pero precipitad vuestros pasos
antes de que los rayos ya en triunfo
caigan sobre vosotros para haceros
purgar vuestra falta milenaria… Porque
sois culpables del crimen de éxtasis y de
sueño. Porque sois culpables de no
haber querido vivir y de haber
saboreado la muerte en pequeñas dosis,
en pequeños buches. Culpables de haber
apagado en vosotros el espíritu, la
voluntad y el orgullo conquistador, bajo
tristes molicies acolchadas, de amor, de
nostalgia, de lujuria y de oración!…
¡Y ahora echad abajo las batientes
de la gran puerta que giran sobre sus
goznes añosos! La bella tierra española
esta tendida ante vosotros, supina, toda
abrasada de sed y el vientre maltratado,
sequeroso, por la ferocidad de un sol
dictatorial… ¡Libertadla!… ¡Ahí una
fosa se os opondrá, la gran fosa
medieval!… ¡Pero no importa,
terraplenadla, valetudinarios, arrojando
a ella las riquezas que abruman vuestro
espinazo!… ¡Ese petimetre, ese
charivari, de cuadros sagrados, estatuas
inmortales, violas y harpas
embadurnadas de claro de luna, útiles
preferidos por los antepasados, metales
y maderas preciosas!… Pero la fosa es
demasiado vasta y no tenéis apenas nada
para llenarla hasta el ápice… ¡Ha
llegado vuestro momento!…
¡Sacrificaos! ¡Arrojaos dentro!
¡Vuestros senectos cuerpos,
amontonados, prepararan el vado al gran
espíritu del mundo!…
¡En cuanto a vosotros los jóvenes,
los valientes, pasad por encima! ¿Qué
hay ahí aún? ¿Un nuevo obstáculo? ¡No
es más que un cementerio! ¡Al galope!
¡Al galope! ¡Atravesadle saltando como
una banda de estudiantes en vacaciones!
¡Abatid las hierbas, las cruces y las
tumbas!… Reirán nuestros antepasados
con una, alegría futurista, feliz,
formidable y desusadamente feliz, por
sentirse hollados por pies más pujantes
y más inauditos que los suyos. ¿Qué
lleváis? ¿Azadas?… ¡Desembarazaos de
ellas, porque no han hecho más que
fosas funerarias!…
Para devastar la tierra de la vid
sombría, forjaréis nuevas azadas
fundiendo oro y la plata de los exvotos.
¡Ya al fin debéis desenfrenar
vuestras miradas, en libertad bajo el
recio flamear revolucionario de la gran
bandera de la aurora! ¡Los ríos en
libertad os indicaran el camino! Los ríos
que desdoblan sus verdes y sedeñas
echarpes lozanas y frescas, sobre la
tierra, de la que habéis barrido las
inmundicias clericales
¡Ahora sabedlo bien, españoles, ese
viejo cielo católico, de un viejo temple
desconchado, llorando sus ruinas ha
fecundado mal que le pese la sequedad
de vuestra gran meseta central! ¡Para
calmar vuestra sed, durante vuestra
caminata entusiasta, morded vuestros
labios hasta hacedlos sangrar, porque
querrán aún rezar, sin querer aprender a
dominar el destino esclavo! ¡Andad todo
seguido! ¡Es necesario deshabituar de la
tierra a vuestras rodillas maceradas y no
doblarlas más que para anonadar a
vuestros viejos confesores! ¡Oh, cuan
grotescos reclinatorios! ¿No les sentís
agonizar ya bajo este derrumbamiento de
piedras y estos recios choques de
escombros que acompasa vuestro
avance?… ¡Guardaos bien de volver la
cabeza!… ¡Que la vieja Catedral, toda
negra, se siga desplomando lienzo a
lienzo, con sus vitrales místicos y sus
claraboyas en la bóveda adornadas del
manchón fétido de la clericalla de sus
cráneos mondos!…

II. CONCLUSIONES
FUTURISTAS SOBRE
ESPAÑA
El progreso de la España
contemporánea no podrá verificarse sin
la formación de una riqueza agrícola y
de una riqueza industrial.
¡Españoles! Llegaréis infaliblemente
a este resultado por la autonomía
municipal y regional que hoy resulta
indispensable, y por la instrucción
popular a la que el Gobierno debería
consagrar todos los años. SESENTA
millones de pesetas absorbidos por el
culto y clero.
Es necesario para esto, extirpar de
un modo total y no parcial el
clericalismo y destruir su corolario,
colaborador y defensor, el carlismo.
La monarquía, defendida por
Canalejas con talento, está en camino de
hacer esta bella operación quirúrgica.
Si la monarquía no llega a llevarla a
cabo, si muestra de parte de su primer
ministro debilidad y traición, será el
momento de la república radical-
socialista con Lerroux y Pablo Iglesias,
que harán una incisión profunda y quizás
definitiva en la carne leprosa del país.
En espera, los hombres políticos, los
literatos y los artistas deben cooperar
enérgicamente, en sus discursos, en sus
libros y sus periódicos a transformar
completamente la intelectualidad
española.
1. Deben exaltar para esto el orgullo
nacional bajo todas sus formas.
2. Desenvolver y defender la
dignidad y la libertad individuales.
3. Glorificar la ciencia victoriosa y
su heroísmo en la labor, ese heroísmo
cotidiano.
4. Diferenciar resueltamente la idea
del militarismo de la idea de otros
poderes y de la reacción clerical. Lo
que es tanto más lógico, cuanto que
todos los pueblos agonizantes de Europa
contradiciendo su origen violento y
batallador, como debilitados, se
adhieren fatalmente al pacifismo a todo
precio con la cobardía y la astucia
diplomática preparándose así un lecho
en que morir.
5. Los hombres políticos, los
literatos y los artistas deben fundir la
idea del ejército poderoso y de la guerra
posible con la idea del proletariado
libre industrial y comerciante.
6. Deben transformar sin destruirlas
todas las cualidades esenciales de la
raza, a saber: la afición al peligro y a la
lucha, el valor temerario, la inspiración
artística, el orgullo arrogante y la
habilidad muscular, cosas que han
aureolado de gloria a vuestros poetas,
vuestros pintores, vuestros cantantes,
vuestros bailaores, vuestros Don Juanes
y vuestros matadores. Todas estas
energías desbordantes pueden ser
canalizadas en los laboratorios y en las
fábricas, sobre la tierra, sobre el mar y
sobre el cielo, por las innumerables
conquistas de la ciencia.
7. Deben combatir la tiranía del
amor, la obsesión de la mujer ideal, los
alcoholes del sentimentalismo y las
monótonas batallas del adulterio, que
extenúan a los hombres de veinticinco
años.
8. En fin, deben defender a España
de la más grande de las epidemias
intelectuales: el arcaísmo, es decir, el
culto metódico y estúpido del pasado, el
inmundo comercio de nostalgias, de
historietas, de añoranzas funerales, que
hace de Venecia, de Florencia y de
Roma las tres últimas plagas de nuestra
Italia convaleciente.
Sabed, españoles que la gloriosa
España de otro tiempo no será nada
comparable a la España que forjen un
día vuestras manos futuristas.
Simple problema de voluntad, que es
necesario resolver quebrantando
férvidamente, brutalmente, el círculo
vicioso de sacerdotes, de toreros y de
caciques en que vivís aún.
Se lamenta en vuestro país que los
picaros golfos de vuestras ciudades
muertas maten el ocio tirando cantos
contra las preciosas blondas pétreas de
vuestras Alhambras y contra las
vidrieras inimitables de vuestras
iglesias.
Regalad a estos hombres generosos,
porque os salvan sin pensarlo, de la más
inferné y perniciosa de las industrias: la
explotación de los extranjeros. Ante los
turistas millonarios, impotentes viajeros
pasmados, que aspiran las huellas de los
grandes hombres de acción y se
divierten a veces vistiendo sus cráneos
inconsistentes, de un viejo casco
guerrero, tened un gran desprecio,
desdeñad su necia locuacidad y el
dinero con que os pueden enriquecer.
Sé bien que se os querrá alucinar
con los grandes provechos que eso
reporta… ¡Escupid encima, volved la
cabeza!…
Sois más dignos de ser trabajadores
heroicos y mal recompensados que no
cicerones, ni proxenetas, pintores
copistas, restauradores de cuadros
vetustos, pedantes, arqueólogos y
fabricantes de falsas obras de museo,
como nuestros Venecianos, nuestros
Florentinos y nuestros Romanos, contra
los que estamos haciendo una campaña
trágicamente necesaria.
Guardaos de atraer sobre España las
grotescas caravanas de ricos
cosmopolitas, que pasean su esnobismo
ignorante, su inquieto cretinismo, su sed
maligna de nostalgia y sus sexos reacios,
en lugar de emplear sus últimas energías
y sus riquezas en la construcción del
futuro.
Vuestros hoteles son malos, vuestras
catedrales se desmoronan en polvo…
¡Tanto mejor! ¡Tanto mejor! ¡Alegraos!
… Os hacen falta grandes puertos
comerciales, ciudades industriosas y
campiñas fertilizadas por vuestros
jugosos ríos aún sin canalizar…
¡No queráis hacer de España otra
Italia de Baedecker!: estación climática
de primer orden, mil museos, cien mil
panoramas y ruinas a placer.
Visita a España de Ciano, Ministro Asuntos
Exteriores de Italia (Fotos, número 125, julio
de 1939)

En las siguientes páginas: acto de


hermanamiento con los fascistas italianos.
Celebración de la fundación del fascio italiano
y conmemoración de la Marcha sobre Roma
(28 de octubre de 1937), así como visita de las
juventudes italianas y encuentro con el Auxilio
Social, en el Colegio de Siervas de San José.
LA REVISTA FALANGISTA
JERARQVIA
Y EL MODELO IMPERIAL
ROMANO
ANTONIO DUPLÁ ANSUATEGUI
Un grupo de arditi italianos posa empuñando
sus característicos cuchillos

Publicado en Vasconia, número 38


(2012)
1. CLASICISMO, FASCISMO Y
FALANGE
El objetivo de este artículo es estudiar
la revista falangista JERARQVIA
( P a m p l o n a , 1936-1938),
fundamentalmente en los aspectos
relacionados con la tradición clásica y
sus distintas implicaciones históricas,
historiográficas e ideológicas más
directamente referidas al mundo
antiguo[1]. El punto de partida de nuestro
estudio sobre la tradición clásica y su
relación con el franquismo se sitúa en
las tesis avanzadas por el profesor
Luciano Canfora. En opinión del
especialista italiano, la tradición clásica
es un referente fundamental en el
contexto intelectual y político del primer
tercio del siglo XX, especialmente en
relación con las ideologías
conservadoras y reaccionarias, y se
convierte en una de las «matrices
culturales» del fascismo[2]. Canfora
distingue cuatro elementos principales
en esa vinculación entre clasicismo y
fascismo: la crítica de la democracia, la
presentación del fascismo como «tercera
vía» entre capitalismo y socialismo, la
idea de Roma y su misión imperial y el
rechazo del mundo moderno.
Las reflexiones de Canfora se
integran en una reconsideración de la
historia académica e intelectual italiana
de época fascista, promovida desde las
páginas de la revista Quaderni di
Storia. El debate sobre «el clasicismo
en la época del imperialismo», iniciado
a mediados de los años setenta en los
citados Quaderni constituye un ejercicio
historiográfico de enorme interés, en
principio centrado en el caso italiano,
pero abierto a otros espacios[3]. Esta
línea de investigación historiográfica se
ha abierto paso desde entonces, es cierto
que también con algunas resistencias,
primero en Alemania[4], posteriormente
en Francia, el Reino Unido o los
Estados Unidos. La reciente obra
colectiva editada por B. Näf representa
la síntesis más actualizada sobre la
presencia del mundo antiguo y la
tradición clásica en el fascismo, en
especial en Alemania e Italia[5].
La investigación española, tras una
etapa de aportaciones más o menos
aisladas[6], puede ofrecer ahora una
obra colectiva que presenta por vez
primera una visión de conjunto sobre los
problemas de las Ciencias de la
Antigüedad en el régimen franquista[7].
Ciertamente, el franquismo
representa un caso particular. Por una
parte, desde el punto de vista general y
frente a los fascismos alemán e italiano,
accede al poder de forma brusca y
brutal, tras un golpe de Estado militar
contra el régimen republicano
legalmente establecido, sin haberse
producido previamente una acumulación
de fuerzas políticas, sociales y
culturales; por otra parte y sin entrar en
el difícil terreno de la dimensión
fascista o no del régimen franquista[8],
es evidente que los grupos propiamente
fascistas, que los había, eran
minoritarios y representaban una más de
las «familias» del nuevo Estado[9]. El
acceso al poder por vía militar, el
protagonismo del «Generalísimo»
Franco y su escaso perfil político-
ideológico estrictamente fascista, el
peso del nacionalcatolicismo y la Iglesia
o las luchas por el poder entre
falangistas, tradicionalistas, militares,
monárquicos y otros, son factores
presentes en la conformación del Estado
franquista[10]. En lo que respecta a la
Historia Antigua y su presencia
académica e intelectual, frente a su
situación asentada y prestigiada en
Alemania e Italia, encontramos una
realidad mucho más limitada, agravada
además por las consecuencias de la
guerra y la depuración radical de las
instituciones académicas y culturales[11].
En cualquier caso, pensamos que es
posible aplicar los presupuestos básicos
ya comentados de Canfora a la realidad
española e intentar vislumbrar las
características clasicistas del fascismo
español que, naturalmente, presentan
unos rasgos definitorios propios.
Ejemplo de ello es el indiscutible
protagonismo del catolicismo, del así
llamado nacionalcatolicismo, en todo el
sistema franquista, incluidos aquí los
grupos y sectores más ortodoxamente
fascistas[12].
En nuestra opinión, cabe hablar de
sectores propiamente fascistas en el
caso español y, asimismo, cabe
distinguir una dimensión clasicista en
algunos sectores de ese fascismo. Está
presente en sectores de Falange, en sus
círculos intelectuales, de fuerte
influencia italianizante, que impulsan
una serie de iniciativas de indudable
dimensión clasicista[13]. No obstante, se
trata de un fenómeno minoritario y
breve, debido a la lucha por el poder
entre las distintas familias del régimen
y, concretamente, a la derrota del sector
falangista más ortodoxamente fascista y
el alejamiento progresivo del régimen
de una serie de intelectuales afines. Con
ello, se diluye también esa impronta
clasicista, muy ligada a la influencia
italiana, que se puede apreciar en los
primeros años del régimen en
determinados ámbitos intelectuales.
En ese contexto particular de los
momentos iniciales del nuevo régimen
surge JERARQVIA, ejemplo claro de una
iniciativa político-cultural propiamente
fascista, con una fuerte presencia
clasicista. Confluyen en ese tiempo el
protagonismo propagandístico-cultural
de Falange, un escenario todavía bélico
y cierta improvisación a todos los
niveles en el bando «nacional», aunque
ya marcado por una división de
funciones en el nuevo Estado[14].
JERARQVIA representa así una síntesis
fugaz de iniciativa fascista de Falange.
Por otra parte, resulta particularmente
interesante para nuestro objeto de
estudio, como muestra del culto della
romanità en España[15].
2. JERARQVIA. LA REVISTA
NEGRA DE FALANGE

2.1. PRESENTACIÓN GENERAL DE LA


REVISTA

D e JERARQVIA. Guía
nacionalsindicalista del Imperio, de la
Sabiduría, de los Oficios, aparecieron
tan solo cuatro números en Pamplona.
Esta revista, dirigida por Fermín
Yzurdiaga y editada por Ángel M.ª
Pascual, reunía a una serie de
intelectuales y periodistas falangistas y
tuvo un fuerte componente clasicista,
tanto en su presentación formal y
estilística como en el contenido, en
cierta medida siguiendo a su homologa
italiana Gerarchia[16]. En los cuatro
números que se publicaron los temas de
Roma, el imperio y la civilización
cristiana son recurrentes.
Como señala Andrés Trapiello, el
protagonismo cultural de Pamplona
viene dado, en gran medida, por el mapa
de la sublevación militar de julio de
1936, que solo triunfe en dos grandes
ciudades, Zaragoza y Sevilla, lo que
realza el papel de otras de menor
entidad, Pamplona o Burgos por
ejemplo[17]. En aquella «pequeña
Atenas militarizada», en palabras de
M. Sánchez-Ostiz recogidas por
Trapiello, se dieron cita entonces
numerosos intelectuales que participan,
entre otras iniciativas, en
JERARQVIA[18].
La revista incluía en cada número
una serie de artículos, así como unas
secciones fijas («Poesía», «Textos» y
«Notas»). Ofrecía una presentación muy
cuidada, con impecable tipografía de
fuerte impronta clasicista (versales muy
cesáreas y romanas, sustitución de las U
por V, números romanos, etc.), formato
de infolio, cuatro tintas (rojo, azul,
negro y purpurina) y buen papel, de
modo que su precio era alto (5 pts. cada
número). La presentación gráfica era
responsabilidad de Ángel M.ª Pascual,
que aportó una sobriedad presuntamente
«romana», aunque no siempre con
aprobación general[19].
JERARQVIA se subtitulaba Revista,
negra de la Falange, en alusión a la
portada, de ese color y quizá como
homenaje al fascismo italiano[20];
también Guía Nacionalsindicalista del
Imperio, de la Sabiduría, de los
Oficios, con una declaración de
principios a favor del imperio, la cultura
y una determinada concepción del
trabajo[21]. Además, en la portada del
primer número aparece tras el título
JERARQVIA Ediciones de las dos
espadas. Las páginas iniciales recogen
el título y subtítulo con la «Escvadra»
(el equipo de redacción)[22], un «Soneto
Imperial», de Hernando de Acuña,
acompañado del signo de la espada, con
las flechas y la corona de laurel y la
leyenda Caisarís Dei / Caisari Deo, que
se repite en todos los números, la
«Tabla» (índice), una dedicatoria «Para
Dios y para el César» y sendas páginas
con recordatorios a Cristo, José Antonio
y los muertos de la Falange. En las
páginas finales de la revista aparecen
una «Corona de laurel» y propaganda de
la Editorial JERARQVIA[23]. Bajo la
dirección de Luis Rosales, se anuncia su
«Plan» de publicaciones, con obras de
los distintos miembros de la «Escvadra»
y otros colaboradores[24].
2.2. REDACTORES Y COLABORADORES
En la revista intervienen o colaboran de
una u otra manera la mayoría de las
voces más significativas de la
intelectualidad falangista, muchos de
ellos paladines de un decidido fascismo
católico. Encontramos nombres ya
consagrados como Ernesto Giménez
Caballero, Eugenio d’Ors o José María
Pemán junto con otros más jóvenes o
conocidos en el ámbito local de
Pamplona, como el propio Ángel María
Pascual, el editor. Varios se encontraron
en la capital navarra por las vicisitudes
de la contienda y muchos de ellos,
periodistas y escritores, colaboraron
también en el primer diario
nacionalsindicalista, ¡Arriba España!,
puesto en marcha igualmente por el
tándem Fermín Yzurdiaga-Ángel M.ª
Pascual en Pamplona en agosto de
1936[25]. Entre ellos se cuentan algunos
de los miembros de la llamada «corte
literaria» de José Antonio[26].
A la cabeza de la «Escvadra» de
JERARQVIA, como «Jefe», figura el
cura navarro Fermín Yzurdiaga, primer
responsable de la Delegación Nacional
de Prensa y Propaganda recién creada
por Falange[27]. Allí colocará al
falangista Dionisio Ridruejo y al carlista
Eladio Esparza como jefes de Prensa y
Propaganda respectivamente. Yzurdiaga
aúna un falangismo ortodoxo, un
profundo reaccionarismo y una especie
de permanente exaltación mística, que,
dice José Carlos Mainer, le llevaba a
menudo al ridículo[28].
Particular entidad tienen las figuras
de Ernesto Giménez Caballero y
E u g e n i o d’Ors, ambos personajes
destacados de los ambientes culturales
anteriores a 1936 y de notable impronta
clasicista. El primero, fundador La
Gaceta Literaria (1927-31) fue
ferviente propagandista del fascismo en
España a partir de 1928, tras un viaje a
Italia[29]. Estrechamente vinculado al
fascismo mussoliniano, publica en
Gierarchia y Critica fascista y recibe
incluso un premio en Italia, por su
ensayo Roma risorta nel mundo[30]. En
JERARQVIA colaboró en los dos
primeros números. Por su parte, Eugenio
d’Ors, antes ya intelectual de prestigio
en Cataluña, se acercó progresivamente
al fascismo en la década de los 30 y se
incorporó a Falange en Pamplona en
1936, con ceremonia simbólica de velar
las armas incluida[31]. Nombres también
conocidos y con importantes
responsabilidades políticas y culturales
en el nuevo régimen son los de José M.ª
Pemán, Pedro Laín Entralgo, Dionisio
Ridruejo, Agustín de Foxá o Gonzalo
Torrente Ballester. Otras firmas menos
conocidas incluyen a periodistas y
autores locales, generalmente también
colaboradores de Arriba España, como
Teófilo Ortega, Francisco Uranga,
Fermín Sanz, José M.ª Salazar, Miguel
Iribarren o Eladio Esparza. También
colaboran historiadores y profesores
universitarios, como Manuel Ballesteros
Gaibrois, Pascual Galindo o Fray Justo
Pérez de Urbel, cuyos trabajos se
comentarán más adelante.

2.3. CONTENIDOS Y VALORES


El interés añadido de JERARQVIA viene
dado, en mi opinión, por su condición de
reflejo de una ideología fascista que
pretende instaurar un auténtico Orden
Nuevo de la mano del partido fascista,
con una alternativa total al sistema
anterior, en todos los órdenes de la
nueva sociedad, de lo económico a lo
político, lo social y lo cultural. Por otro
lado, la fugacidad de la revista pudo
responder, en las nuevas condiciones
tras la victoria militar y el control de
todo el territorio por el ejército
franquista, a la pérdida del
protagonismo político de Yzurdiaga y a
la dispersión del grupo intelectual
concentrado en Pamplona. Aunque la
presión para la fáscistización del
régimen todavía perdurará unos pocos
años, la desaparición de JERARQVIA es
un dato sobre los límites de ese
proceso[32].
El Jefe de la «Escvadra»,
F. Yzurdiaga, abre el primer número con
un artículo que supone toda una
declaración de intenciones. El título es
ya un programa. «JERARQVIA.
Esquema de una misión». En él no falta
ninguna de las ideas-fuerzas que mueve
al grupo promotor y a la propia Falange
en aquellos momentos, todo revestido de
una retórica bastante asfixiante y de una
literatura pretendidamente honda y
trágica. La Milicia, la juventud heroica y
mártir, la condena del racionalismo y el
liberalismo frente a la fe y la tradición,
el elogio del campo y el artesanado
frente al maquinismo, el rechazo de la
democracia («libertad, igualdad,
fraternidad» serían los «tres eslabones»
de una «Europa encadenada»), son
temas recurrentes. El llamamiento final
se remite a José Antonio, «joven
César», y a su consigna de «dar, con
gozo, la existencia por la esencia». En
su delirio, a partir de estas palabras
Yzurdiaga equipara a José Antonio con
el propio Cristo y reivindica una vuelta
al catolicismo de los orígenes, al «de
formas puras, de Catacumba, de Circo».
A partir de ese programa inicial, en
los distintos números de la revista,
artículos, notas, incluso poemas, giran
una y otra vez en torno al nacionalismo y
el patriotismo, el nacionalcatolicismo,
el imperio, el militarismo y belicismo,
la concepción fascista (orgánica) del
Estado, la crítica de la política y en
particular de la democracia, la
exaltación de la juventud heroica y la
pretensión de sentar las bases de una
nueva ortodoxia cultural y artística.
Varios de estos grandes temas no son
nuevos, pues responden al pensamiento
reaccionario español de siempre, pero
aparecen ahora integrados en un
programa totalitario, cerrado, orgánico,
propio del fascismo.
Así, Bruno Ybeas distinguía la
noción de patria, más profunda y
permanente, de las de nación y Estado,
pues aquella «es un hecho natural, como
la familia»[33]. Por su parte, Pedro Laín
Entralgo llamaba a la misión pendiente
de los intelectuales católicos,
necesitados de una nueva síntesis
cristiana, «eso sí, auténticamente
cristiana»[34]. Sobre Imperio e
imperialismo escribía Manuel
Ballesteros, reivindicando el primero y
rechazando el segundo, con referencia
directa al imperio español del siglo XVI,
pero también a Roma antigua, como
veremos. Es este un tema recurrente en
la revista y en la reflexión teórica de
Falange[35]. Este horizonte imperial se
encuentra también en el plan de
publicaciones de la Editorial
JERARQVIA, con toda suerte de
colecciones dedicadas a los autores,
poetas y dramaturgos clásicos e
imperiales[36]. En el terreno cultural y
artístico se aspira a establecer las líneas
maestras sobre «la Sabiduría, las Letras,
las Artes» del subtítulo de JERARQVIA.
Gonzalo Torrente Ballester, por
ejemplo, reclama en el terreno teatral la
vuelta a lo épico, lo heroico, de la mano
de la tradición, el orden y el estilo y un
hombre excepcional de protagonista,
pues el teatro debe ser, también, «un
acto de servicio»[37]. Por su parte,
Joaquín de Entrambasaguas reivindica a
Saavedra Fajardo como verdadero
español, europeizante, que se asoma al
exterior sin negar a su patria, sino
engrandeciéndola[38]. En la filosofía se
especula con un concepto de totalidad,
convergencia de racionalidad e
irracionalidad, de doctrina y estilo de
vida[39]. Por otra parte, se buscan
referentes para reafirmar la
personalidad del fascismo español, de
forma crítica (Heidegger) o
comprensiva (Ortega y Gasset)[40].
También en el campo económico se
denuncian el capitalismo depredador, el
maquinismo deshumanizador y la
extensión del proletariado, frente a otras
formas de vivir y producir[41].
En general, la ruptura con lo
anterior, especialmente desde el
siglo XVIII, es total en arte, política o
pensamiento: frente al empirismo,
racionalismo y materialismo,
destructores y nihilistas, se levantan el
realismo, la fe, la metafísica. La
política, en realidad la democracia, es
criticada frontalmente por doquier[42].
En última instancia, como planteaba
Laín Entralgo, se trataba de un problema
de estilo (fascista) trascendente y nuevo:
«Crea un estilo de vida aquel que recibe
el soplo de los destinos históricos y
rompe con la caducidad en nombre de la
esperanza: así Mussolini, Hitler, José
Antonio, Franco»[43].
Desde el punto de vista de la
reconstrucción de la historia de España
que se adivina, en unos casos, o se
explícita en otros, el lugar central lo
ocupan la Reconquista, antigua Cruzada,
los Reyes Católicos, la época imperial y
la contemporaneidad, la nueva Cruzada
y la aurora del nuevo Estado[44].
La inclusión de dos discursos de
Franco muestran la conexión directa con
la línea de mando[45]. Por otra parte, los
dos discursos de José Antonio y Ruiz de
Alda recogidos por Yzurdiaga, así como
las numerosas referencias al «Ausente»
o el «joven César», demuestran la
lealtad a los principios doctrinales de
Falange[46].
Independientemente de las
vicisitudes políticas concretas que
atravesara Falange en la época, la
ortodoxia doctrinal es muy alta, con un
monolitismo ideológico, incluso un
estilo y unas formas de expresión (ahí
está el abuso del término «exacto») que
impregnan toda la publicación. En
cuanto a las preocupaciones que
mostraban en la época ciertos sectores
eclesiásticos ante la posible deriva
paganizante, esto es fascista más laica,
de determinados grupos del bando
nacional[47], JERARQVIA es reflejo
claro de una combinación de horizonte
fascista con un fuerte componente
nacionalcatólico[48].
3. EL MUNDO ANTIGUO EN LAS
PÁGINAS DE JERARQVIA

3.1. RAFAEL GARCÍA SERRANO, «A


ROMA POR TODO»[49]
García Serrano glosa aquí una
conferencia que le escuchara a Giménez
Caballero en 1936, en la que este
repasaba la presencia de Roma en la
literatura española y cuyas referencias
al mundo antiguo recogemos en nuestro
comentario.
El artículo y presumiblemente la
disertación original reúnen todos los
tópicos de la visión del mundo antiguo
en el pensamiento reaccionario español,
recogida por el fascismo y cultivada en
particular por Giménez Caballero,
peculiar paladín de la romanidad. Aquí
están los españoles ilustres en Roma
desde los Balbo hasta Teodosio, Roma
transformada por España, la casi innata
catolicidad hispana, el misticismo rural,
el cesarismo, etc. No por casualidad se
reclama al comienzo a Ramón de
Basterra, el poeta bilbaíno, inspirador
de la Escuela Romana de los Pirineos y
autor fuertemente clasicista[50].
El Imperio también es protagonista y
de nuevo por decisiva intervención
española, pues fue presuntamente el
gaditano Balbo quien inspiró a César
sus sueños imperiales, cuando este
lloraba en Cádiz al compararse con
Alejandro. A Balbo hay que atribuir, en
consecuencia, la responsabilidad de que
«La primera catolicidad en el mundo
nace en la boca de un español»[51].
Después, tras Balbo, la
acostumbrada relación de españoles
ilustres como Séneca, Lucano, Marcial,
Quintiliano[52], Trajano, Adriano,
Prudencio, Orosio y Teodosio. La
españolidad de todos estos personajes,
basada en una supuesta continuidad de la
personalidad española desde tiempos
primigenios hasta la contemporaneidad,
ha sido cuestionada con justeza,
subrayando su personalidad más bien
criolla[53]. Dos referencias del texto,
una más anecdótica que otra, merecen
reseña. En la primera, se postula el
origen hispano del saludo del brazo en
alto («la mano abierta atrapando soles y
mediodías, el saludo de los Césares»), a
partir presuntamente de Sexto Pacuvio,
dramaturgo y pintor romano del s. II a. e
., en lo que sería una contribución de la
fides celtibérica a la Roma materna[54].
El segundo comentario, de más calado
político, alude a Séneca. Tras subrayar
la influencia del filósofo «cordobés» en
todo el Imperio, crítica su tesis de que
«el hombre es sagrado para el hombre»
y lo tacha por ello de «liberal», frente al
anhelo «de auténtica jerarquía por
eliminación»[55].
España, como apóstol de la
catolicidad en Roma, sería también el
puente hacia otras épocas históricas,
pues gracias al catolicismo estatal de
Teodosio, de la Roma cesárea se
pasaría a la Roma papal.

3.2. MANUEL BALLESTEROS


GAIBROIS, «EL IMPERIO DE
ESPAÑA»[56]

Entre las «Notas» del volumen segundo


de la revista destaca, para nuestro
objeto, este texto del catedrático Manuel
Ballesteros Gaibrois, que contiene en
primer lugar unas consideraciones
teóricas sobre el concepto de Imperio.
Una tesis central de Ballesteros es la
necesidad perentoria de distinguir
Imperio de imperialismo[57].
El autor, en línea con otros teóricos
falangistas sobre el imperio[58],
contrapone las Compañías de Indias, las
factorías, los licores y la explotación sin
alma a la penetración cultural, la
educación de las razas aborígenes y la
evangelización; en otros términos,
distingue el imperialismo expoliador y
plutocrático del civilizador y católico.
Como ejemplos modernos de lo primero
cita la India, Australia o Canadá, frente
a los ejemplos históricos romano o
español.
Desde el punto de vista histórico,
Ballesteros se remonta a los primeros
imperios y ya distingue entre los
imperios asiáticos y el imperio
macedónico. Los primeros modelos
europeos y occidentales, «proyectados
como la sombra de una herencia sobre
España», son el imperio de Alejandro y
el romano; el primero concluyó con la
difusión de la cultura helénica; el
segundo, «por milagro del martirio
Divino», convirtió el paganismo
romano, aprovechando su base
territorial, en catolicidad occidental.
Ballesteros asume una concepción
providencialista del Imperio Romano,
momento escogido para el nacimiento de
Cristo, pues la extensión territorial
romana facilitaría la difusión del
cristianismo por todo el Mediterráneo.
En cuanto a la historia de España, la
primera experiencia imperial vino por
gentes de fuera. Ahí Ballesteros también
distingue el imperio de la cultura
helénica[59], en tiempos de Argantonio y
los tartesios, del primer imperialismo,
«el de los semitas fenicios, de factoría y
de cuentas de collar y de abalorios o de
telas sin valor». Esta tesis punofóbica,
de fondo racista antisemita y con gran
tradición en España, es general en la
historiografía fascista sobre el mundo
antiguo, pero tiene incluso orígenes
anteriores[60].
En el apartado sobre «Cónsules y
emperadores» se hace referencia al
dominio completo de España por Roma
con las campañas de Agripa contra los
vascos[61]. Precisamente, en relación
con las diferentes interpretaciones de la
dominación romana en España,
Ballesteros destaca «la de habernos
cedido por completo el sentido
imperial». En realidad, añade, «quizá
porque el espíritu español fuera, ya en el
fondo, romano e imperial»[62]. Por lo
tanto, el legado de Roma es primero el
ius, la justicia, reflejada más tarde en la
«esencia imperial de las “Leyes de
Indias”», después «el profundo sentido
de lo colonial», que se expresará
posteriormente en el ansia de poblar,
patente en la empresa imperial
americana[63].
Será esa esencia imperial la que
impregnará a partir de entonces la
historia española, superado por
completo el imperialismo semita de los
fenicios. Ballesteros ilustra esa historia
con distintos hitos que culminan en el
Estado nacionalsindicalista, cuando
España se ha ganado el Imperio.

3.3 FRAY JUSTO PÉREZ DE URBEL,


«EL ARTE Y EL IMPERIO»[64]
Como su título indica, se trata de un
alegato a favor de un arte imperial, pues
solo el Imperio puede propiciar la
aparición de un arte verdadero, tal y
como enseñan otras épocas históricas,
desde Augusto hasta los Reyes
Católicos. Para ilustrar la decadencia
artística en el periodo anterior, Pérez de
Urbel compara esa situación con el
mundo griego tras la ruptura del imperio
macedónico, cuando del esplendor de
Atenas se pasa a las distintas «cortes de
los pequeños soberanos». Al
desaparecer «lo grande, lo fuerte, lo
majestuoso», se desata la crisis y
aparece una literatura, la alejandrina,
curiosa, artificiosa y sutil. El mismo
proceso se ha dado cuando por
influencia del liberalismo ha surgido un
arte puro, pretencioso y vacío que, en su
opinión, llega al ridículo. Tampoco con
el intervencionismo estatal, en un arte
presuntamente dominado por el
comunismo y la izquierda, hay ninguna
creación digna[65].
El autor llega a admirar la igualdad
ateniense, donde, dice, «el oplita, el
trierarca o el descargador del puerto
eran iguales y escuchaban los versos
homéricos o las tragedias de Sófocles»,
en abierto contraste con la poesía
alejandrina posterior, alejada del
pueblo, artificiosa, erudita y mundana.
Ese sorprendente elogio de la igualdad
podría explicarse a partir de un
igualitarismo orgánico, que no político
democrático.
La conclusión es que el arte necesita
por un lado una metafísica, «o mejor,
una teología» y, por otro, un Imperio. En
ambos casos, el autor establece
paralelismos con el mundo antiguo. En
el primer caso, con Grecia, donde arte y
filosofía representan dos realidades
paralelas. Mirón y Heráclito (el
individuo); Polícleto y Pitágoras (las
proporciones), etc. En el segundo caso,
el paralelo es Augusto, de quien se
recuerda su programa de renovación
imperial, con un arte y una literatura al
servicio de la grandeza de Roma[66].
Augusto, en su voluntad de renovación
espiritual de la sociedad, la economía y
la política, quiere también a poetas,
gramáticos, historiadores o artistas. Les
infunde sentimiento nacional y la
voluntad de aportar con su arte un
«elemento constructivo y renovador», a
mayor gloria de la virtud y del heroísmo
romanos.
Esa debería ser también la misión
del fascismo, con literatura y arte
nuevos e imperiales, que canten el
heroísmo y las virtudes de la raza
hispánica. En su seno el artista-soldado
debe hacer surgir de nuevo la belleza al
servicio de la patria (como Virgilio y
Horacio), con sentido práctico e
idealidad, con utilidad y elegancia,
totalmente alejados del modelo del
dandismo y el divo intelectual[67].

3.4 PASCUAL GALINDO, «EL


TESTAMENTO DE AUGUSTO»[68]
Este trabajo está directamente
relacionado con las conmemoración del
Bimilenario de Augusto, acontecimiento
de primera magnitud político-cultural en
la Italia fascista. Allí, el Duce se
presentaba como el nuevo Augusto,
destinado a retomar y continuar la obra
imperial, pacificadora y civilizatoria
augústea[69]. Este texto es una de las
escasas iniciativas en torno al
Bimilenario en España[70].
El autor de esta edición es el
sacerdote Pascual Galindo, destacado
falangista, entonces catedrático de
Lengua y Literatura Latina y vicerrector
de la Universidad de Zaragoza, en zona
franquista desde un primer momento[71].
Galindo, con vocación explícitamente
divulgadora, ofrece el texto latino y una
traducción española, precedidos de una
presentación («La inscripción
imperial») y una breve introducción.
Es interesante esta Introducción, que
dibuja un peculiar acercamiento
clasicista a la figura de Franco, en torno
a tres aspectos concretos: la ideología
imperial que rezuma el texto, el
elemento cristiano y la identificación
entre Franco y Augusto.
En cuanto al primer aspecto, la
ideología imperial, elemento central de
la ideología falangista, se vincula a la
reivindicación de la grandeza imperial
romana, revalorizada por España y que
encontraría su continuidad en el imperio
español en América y finalmente en el
nuevo Estado franquista. En el texto de
Galindo esta ideología imperial implica
la reivindicación de un nuevo Imperio
Hispánico y se refleja en el propio título
de la presentación («La Inscripción
Imperial»), en la caracterización de los
destinatarios o en la argumentación
sobre la importancia del texto. Según
Galindo, se asistía entonces al
nacimiento de «nuestro nuevo y perenne
Imperio», cuyo comienzo se situaría en
el momento de la victoria en la guerra,
obra del nuevo Imperator, Franco. En
una interpretación paralela a los
doctrinarios del Nuevo Estado fascista,
ese Imperio Hispánico es un auténtico
Nuevo Orden, con una negación radical
de la anterior legalidad republicana[72].
El cristianismo, o mejor, el
ultracatolicismo, es otro de los
elementos definitorios de esta ideología
falangista clasicista. En el caso que nos
ocupa, además de ser un componente
fundamental del nuevo régimen, aparece
relacionado con la historia del texto, por
una parte, y, por otra, con la
caracterización de la obra de Augusto.
En primer lugar, el texto presuntamente
se ha salvado de forma providencial,
pues fue precisamente en un edificio
primero templo de Roma y Augusto,
después mezquita y, finalmente, iglesia
cristiana donde se ha conservado la
copia principal[73]. Por otra parte,
Augusto aparece igualmente relacionado
con el cristianismo. Su obra
pacificadora e integradora es presentada
sucintamente en términos positivos y se
dice que sus sucesores no supieron
imitarle. Pero, además, se subraya
positivamente que la pax augusta
preparó las condiciones mejores para la
llegada de Cristo («a quien preparó el
lugar y la seguridad para que, en medio
de la persecución, triunfará el nuevo y
eterno Imperio de Cristo»). De igual
forma, Franco era ahora el instrumento
de la providencia divina para salvar a
España.
Sobre Franco y Augusto, las
trayectorias supuestamente paralelas de
ambos le permiten a Galindo atribuir a
Franco los méritos, cargos y títulos de
Augusto. Si había conseguido el triunfo
militar repetidamente y había sido
aclamado por ello, Franco podía ser
Imperator, como Caudillo, el primero
de todos, era Príncipe y, tras el triunfo
final, y su salvación de España, también
Padre de la Patria. Galindo incluso se
permitirá parafrasear el inicio de las
Res Gestae para justificar el golpe de
Estado franquista cuando, a propósito de
los republicanos y la situación previa a
la guerra diga «adueñándose del poder
de la República por la violencia, lo
utilizaron para reducir la Patria a
servidumbre, administrarla y exprimirla
facciosamente», y después, respecto a
Franco, «hasta que, primero por su
privada determinación y a sus expensas,
luego, siguiéndole todo el Pueblo, se
levantó contra la tiranía nuestro
Caudillo, nuestro Imperator,
Franco»[74]. La trascendencia de la obra
de Franco hace que Galindo reivindique
para el Caudillo una Inscripción
Imperial que, al igual que las Res
Gestae, constituya testimonio
imperecedero de sus empresas[75].
Este artículo posee el interés de ser
uno de los pocos ejemplos que
encontramos de identificación explícita
de Franco con Augusto.

3.4. ÁNGEL M.ª PASCUAL,


«TRATADO SEGVUNDO DE LA RAZÓN
DE IMPERIO»[76]

De nuevo nos hallamos ante un texto que


gira en torno al problema del imperio
como un elemento central del Estado
fascista y que para ilustrar esa
necesidad se remite al ejemplo histórico
por excelencia sobre este punto, Roma
antigua.
Pascual comienza señalando que
todas las edades inician su andadura con
una marcha sobre Roma, cuyas maneras
dan la clave de la nueva época (Rómulo,
César, Alarico, etc.). También habría
sido así en la última, el Fascismo.
Respecto a Roma y las tareas del
imperio, no sorprende que la referencia
de partida sea el conocido verso
virgiliano. Te regere Imperio populos
romane, memento[77]. Una primera tarea
es combatir a los bárbaros y transformar
su rudeza, gracias a instrumentos como
«lengua común, fe verdadera y unidad
de la patria, leyes de bronce y disciplina
de armas». La primera fase de las tareas
imperiales («primera jornada imperial»)
es hacer conquistas, limitar fronteras y
reunir en una las historias.
La segunda de estas «jornadas»
queda iluminada por el verso del poeta
galorromano tardío Rutilio Namaciano:
Fecit Urbem quod prius Orbis erat[78].
El imperio, como nuevo ámbito de
derecho, implica la ley y la ciudad, la
ciudadanía, que suponen cohesión y la
concordia internas.
El siguiente paso, fundamental, es la
unificación en tomo al cristianismo.
Pascual cita ahora versos de Prudencio,
el poeta calagurritano del siglo IV d. e. y
alude a una Roma transformada en su
misión imperial por el cristianismo, que
sujeta a todas las naciones bárbaras
cuando todos forman parte de una misma
grey bajo un mismo pastor. Así,
precisamente en una época de crisis, el
elemento cristiano habría asegurado la
permanencia del Imperio.
Vemos cómo Pascual, al mismo
tiempo que señala las tareas pendientes
del fascismo hispánico, traza una
determinada historia de Roma, de signo
providencialista, en la que el culmen,
tras las conquistas y la organización del
imperio, se alcanza con el cristianismo.
La misión históricamente cumplida por
Roma se trasmite ahora al Fascismo,
entendido como la Revolución última y
extrema, surgido con la democracia y el
comunismo tras la Gran Guerra y
victorioso sobre ambos. El texto de
Pascual finaliza con un apasionado
rechazo tanto del capitalismo como del
comunismo («en realidad la única forma
lógica del capitalismo») y retomando el
destino imperial del verso virgiliano[79].

3.5 ARMANDO LODOLINI, «EL


HOMBRE DE ROMA»[80]
Según Lodolini, Europa asiste al
descubrimiento de una nueva dimensión
de Roma, antes identificada
fundamentalmente con el Derecho, el
concepto de Estado y la ética del
trabajo. La nueva grandeza de Roma es
el protagonismo del «hombre»,
supuestamente puesto de manifiesto por
las revelaciones de Italia, la guerra de
España y el nacionalsocialismo.
Cuando Lodolini teoriza y divaga
acerca de la dimensión del individuo en
la historia romana, pensamos que
pretende subrayar la importancia del
pueblo, de la colectividad, en la patria.
Nuevamente Roma antigua es un espejo
donde se refleja la historia de una
colectividad que logra poner en pie un
imperio, gracias a la actividad conjunta
de sus componentes (magistrados,
soldados, gobernadores, marineros,
comerciantes, colonos). Ellos habrían
sido los verdaderos autores del Imperio
y no los emperadores[81]. Se
diferenciaba así de la historia griega, en
su opinión manifestación máxima, pero
efímera, de la civilización, con
numerosos héroes[82]. En Roma, por el
contrario, habría algunos gigantes
(Escipión, César, Augusto, Trajano,
Constantino, Juliano), pero la patria
romana fue obra de multitud de hombres,
pues el Estado quería servidores
convencidos del principio religioso de
Roma y de la misión civilizadora de la
Urbe, unida en la fórmula sagrada del
alma romana más el alma cristiana. Esa
distinta consideración del pueblo, según
Lodolini ya evidente en la actitud de
César hacia sus legionarios o en el
testamento de Augusto, era compartida
incluso por los emperadores divinizados
y se diferenciaba claramente de los
modelos orientales. No quedaba, pues,
sino retomar aquel espíritu para
continuar la misión imperial.
En un nuevo paralelismo, Lodolini
afirma que si Roma antigua se hizo
verdaderamente universal cuando sus
partes, antiguas provincias, asumieron
una personalidad nacional (Italia,
España, Galia, Britannia, África,
Oriente), algo similar sucedía entonces
en su época: «Aun sin las invasiones
barbáricas (pobres gentes sin patria y
sin meta), habrían surgido seguramente
las actuales naciones europeas, genuinas
herederas de Roma». El gran acierto de
Roma, planteado por Augusto y Livio,
formulado explícitamente por Claudio
en el senado y sancionado
institucionalmente de forma ecuménica
por la constitutio antoniniana fue la
concesión de ciudadanía a la población
libre del Imperio. Esta iniciativa,
consignada por Ulpiano en el Digesto,
consiguió integrar a toda la población y
darle un sentido de patria (Roma
communis patria)[83]. Esa sería también
la gran tarea pendiente ahora, de la
mano de la catolicidad y el fascismo. El
ejemplo imperial de Roma, finaliza el
autor, ha sido retomado por el espíritu
de los italianos de Mussolini.

4. DE LA ESCUELA ROMANA
DE LOS PIRINEOS A LA ROMA
IMPERIAL DE JERARQVIA

Desde el punto de vista de la conexión


entre clasicismo y pensamiento
reaccionario y fascista, el estudio de
JERARQVIA remite a aquel grupo
reunido alrededor del poeta Ramón de
Basterra en Bilbao, conocido como la
Escuela Romana de los Pirineos. Aquel
ente vaporoso, así bautizado por
Basterra, su animador y líder de la
nueva romanidad, aunaba ya clasicismo,
catolicismo e imperio[84]. En todo caso,
no es posible establecer una vinculación
orgánica, sino más bien intelectual,
explicable dentro de ese ambiente del
primer tercio de siglo que en toda
Europa miraba hacia la Antigüedad
como vía de escape frente a una
modernidad que se rechazaba. Ahí
encontramos esa «usurpación moderna»
del clasicismo desde posiciones
conservadoras, hasta llegar al fascismo,
que denunciara Canfora[85].
Es evidente que el alcance de este
clasicismo se mueve en el caso español
en unos parámetros muy distintos al de
los casos italiano o alemán. En Italia, el
culto della romanità jugó un papel
fundamental como elemento de consenso
en los años veinte y treinta, combinando
nacionalismo, antihumanismo integrista
y antidemocrático e ideología
colonialista. Con el régimen fascista,
ese fenómeno cobra mayor centralidad,
pues el propio Duce es el primer
propagandista de la nueva romanidad,
heredera directa de la antigua. Por otra
parte, ese clasicismo evoluciona
también de la mano de las vicisitudes de
la política mussoliniana, por ejemplo en
relación con la política africana y de
alianzas del Duce[86]. El caso alemán es
más contradictorio en torno a la
Antigüedad y a Roma en particular. Por
una parte, hay que destacar el profundo
filohelenismo de Hitler y, por otra, el
germanismo dominante entre destacados
jerarcas alemanes, sobre todo Himmler
y Rosenberg, que insisten en su rechazo
de la latinidad y en el protagonismo de
los antiguos germanos[87]. En el régimen
franquista, como decíamos, el
clasicismo tiene una entidad mucho
menor, tanto por las penurias del
régimen en esta primera época, así como
su pobreza ideológica, como por las
limitaciones de sus propagandistas y,
también, por el menor alcance del
elemento clásico y romano en el
imaginario ideológico, histórico y
cultural español en general[88].
Cabe, en todo caso, estudiar ámbitos
concretos donde encontramos ecos de
ese clasicismo, como es esta
publicación que comentamos. En ese
sentido, a lo largo de los números de la
revista, las menciones al mundo antiguo
son frecuentes y en contextos muy
diversos[89]. La Antigüedad
grecorromana, aunque no constituya el
asunto central de un artículo, siempre
puede proporcionar ejemplos históricos,
sentencias graves o personajes célebres.
En ese sentido, la Antigüedad que
encontramos en JERARQVIA responde
plenamente al modelo de Antigüedad
grecorromana que encontramos en los
intelectuales falangistas. Se trata del
modelo de Roma imperial, utilizado sin
demasiada precisión histórica para
representar un determinado proceso
imperial, que combina conquista
territorial, sentido patriótico y logros
civilizatorios. Su alcance se ve
magnificado por el cristianismo,
fenómeno que realza la grandeza del
imperio, y en cuya difusión colabora ya
de manera protagonista España. La
fundamental aportación de España a las
glorias imperiales, de la mano de una
serie de personajes ilustres,
intelectuales, literatos y políticos, que se
inicia con Balbo, a mediados del
siglo I a. e. y con Marcial, Quintiliano,
Trajano[90] o Séneca, entre otros, nos
lleva hasta Teodosio, a finales del
siglo IV d. e. Por otro lado, la
comparación entre el imperio romano y
el imperialismo de semitas fenicios y
cartagineses, explotador y expoliador, y
que carece de los valores espirituales
del anterior, se repite una y otra vez.
Dada la época de la publicación y la
importancia de la Italia fascista para el
mundo falangista, parecen lógicos los
ecos de la conmemoración del
Bimilenario de Augusto en Italia, cuyo
reflejo más evidente lo constituye la
edición de las Res Gestae divi Augusti
por parte de Pascual Galindo en el
tercer número de la revista. Pero
también hay menciones en otros
autores[91]. Augusto resulta un ejemplo
histórico de indudable importancia, en
su calidad de pacificador, unificador y
regenerador político y moral. En otro
orden de cosas, la trascendencia de la
etapa romana en la Península viene dada
porque, en última instancia, como dice
el profesor Ballesteros, Roma
representa la primera experiencia
imperial plena en la historia de España.
A partir de ese momento, las esencias
imperiales y nacionales no hacen sino
desarrollarse para alcanzar las cotas del
imperio en América y, tras los siglos de
decadencia, reverdecer los laureles
imperiales en la nueva época fascista.
No obstante, al igual que en otras
publicaciones falangistas y franquistas
en general, desde el punto de vista
histórico, la época antigua no deja de
ser una especie de preparación para
ulteriores logros. En todo caso, quizá
podamos reconocer en JERARQVIA, en
un ámbito más directamente ligado a
núcleos falangistas de marcado carácter
fascista, una mayor atención hacia la
antigua Roma, en particular en función
de su dimensión imperial. En ese
sentido, es notable la ausencia de otras
épocas de la Antigüedad, como puedan
ser la Roma republicana (de resonancias
negativas) o la propia historia de
Grecia, en general sólo recordada en
relación con sus logros artísticos o
filosóficos[92]. Tampoco en esto es
excesiva la originalidad falangista, pues
en bastante medida se ajusta a los
parámetros historiográficos de la
investigación académica conservadora y
fascista, en especial en Italia, estudiada
por el profesor Mazza[93]. En relación
con la historia nacional, es interesante
destacar cómo en función de ese
filorromanismo falangista, pasa a
segundo plano el hecho de que los
antiguos pobladores de la Península
(celtíberos, lusitanos) fueran feroces
opositores de las legiones romanas[94].
Por el contrario, se insiste en el carácter
civilizador de Roma y en su positiva
influencia en la historia patria, eso sí,
gracias a la decisiva intervención de
intelectuales y políticos españoles.
Uno de los principales especialistas
en la literatura fascista española, el
profesor Mainer apuntó hace un tiempo
que esta publicación reflejaba un
peculiar momento de Falange,
caracterizado, entre otros aspectos, por
la exaltación del heroísmo y los valores
religiosos[95]. En nuestra opinión, habría
que subrayar además su contenido y
perspectiva plenamente fascistas. En ese
sentido, la dirección de Fermín
Yzurdiaga y Ángel M.ª Pascual
establece un espacio preciso de
fascismo nacionalcatólico omnipresente
e n JERARQVIA, con explícita vocación
teórica. Desde luego, no hay
concesiones ni espacio para ligerezas ni
frivolidades en ninguna de sus páginas,
de fuerte carga ideológica. En ese
combate en el que la literatura era un
elemento más[96], el lenguaje fascista
ritualizado (una «antilengua» decía
Calvino), es un arma más y de
instrumento de comunicación pasaba a
serlo de imposición, de manipulación de
masas[97]. JERARQVIA es, en ese
terreno, paradigmática. La revista
resulta así difícilmente legible, por su
carácter pesadamente militante, su
intelectualidad y su pedantería retórica.
En ese sentido, se distingue de otras
publicaciones auspiciadas por Falange,
aunque el proyecto político de fondo, de
signo fascista y totalitario, fuera similar.
Es el caso, por ejemplo, de Escorial,
aparente marco de expresión de un
falangismo liberal y moderno en el
terreno artístico e intelectual[98] o,
también, lógicamente, de Vértice, la otra
revista falangista editada desde 1937 en
San Sebastián, auténtico magazine de
lujo para la época. Pero, como se dice
en la propia Vértice, puede que ello
respondiera sencillamente a una
consciente división del trabajo[99].
En especial a propósito de la
relación entre clasicismo y fascismo y
pese a su coyunturalidad, JERARQVIA
refleja un momento particularmente
interesante de la historia política y
cultural en nuestro país.
Lamentablemente, el mundo clásico se
hace aquí, de nuevo, vehículo de un
mensaje profundamente antidemocrático,
reaccionario e imperialista.
JERARQVIA
MEMORABILIA
TOTALITARIA
a producción en serie de

L imágenes, fetiches y objetos


totalitarios destinados a la
vida cotidiana se llevó a cabo en la fase
de implantación de los regímenes
fascistas o nacionalsocialistas. Es decir,
fueron una consecuencia de un dominio
político ya consolidado. Con su
comercialización se intentaba ofrecer
una imagen de normalidad. Cubertería,
bebidas, bisutería, tabaco, cerillas o
ceniceros, entre un sinfín de
memorabilia destinada a ensalzar la
llegada de la «nueva era» y el culto al
líder o a los valores del régimen, al
penetrar en la vida cotidiana lograban la
apariencia de consenso en una estrategia
política de penetración de ese
«fascinante fascismo», siguiendo a
Susan Sontag, que se volvió kitsch (una
devaluación cultural que convertía en
ordinaria, vulgar e incluso cursi la
cultura pretendidamente elevada) y
obtenía una implantación generalizada.
Era ubicuo y omnipresente.
Ciertos supremos estetas del
falangismo, como el excéntrico Giménez
Caballero, entre otros, escribieron y
exaltaron la moda fascista española.
Vestidos, uniformes y emblemas se
convirtieron, durante aquellos años, en
emblemas de identidad y
posicionamientos públicos de moda. La
imagen, obviamente, delataba. Al igual
que los fascistas italianos, de los que
nuestro fascismo copió tantas cosas, así
como los mismos nazis, nuestros
falangistas, tradicionalistas y carlistas
combinaron un aspecto pulcro, rígido y
pretendidamente masculino con mucho
de excentricidad que, igualmente,
apreció Sontag al describir los
uniformes de la SS: «La SS fue creada
como una comunidad de élite militar que
no solo sería violenta sino también
hermosa», escribe en Fascinante
fascismo. España produjo una gran
subliteratura especializada en la estética
guerrera de las tropas nacionalistas y,
sobre todo, de sus juventudes, como las
JAP o los mismos falangistas. Todo esto
es casi una fantasía basada en el poder
de la imagen, en su erotismo. Se regodea
en el detalle enfermizo. Toda la estética
fascista, además de su efecto de poder
para quien la observaba, perseguía
acostumbrar a un país a una manera de
actuar y, sobre todo, de estar.
Proclamaba y, al mismo tiempo,
sancionaba pautas de comportamiento.
Aquello que fuera de nuestras fronteras,
salvo excepciones, sería considerado
una anomalía y un ejemplo de barbarie
estetizada (tomar un café en una taza con
la esvástica o encender una cerilla de
una caja decorada con el yugo y las
flechas), aquí debía ser considerado
como normal, un acatamiento sin
estridencias. El objetivo se lograba: el
martirologio y culto a la muerte, la
necropolítica, la violencia y el castigo
eran integrados en el día a día sin
excesivo esfuerzo.
Esta selección de objetos fueron
todos ellos producidos y
comercializados en España y Alemania
entre 1936 y 1945. Muchos de los
objetos que reproducimos, cuyo origen
estaba en Alemania, llegaron a nuestro
país como regalos o souvenirs de
fascistas declarados, por simpatizantes
que viajaron hasta aquel país durante el
régimen nazi o, como en el caso de los
voluntarios de la División Azul o las
juventudes falangistas que fueron
invitados a viajar hasta allí en acuerdos
de intercambio, por aquellos que de este
modo tuvieron contacto con aquella
cultura y aquellos «compañeros de
armas».
Actualmente, cuando contemplamos
esta selección los objetos parecen
formar parte de una estética pop-
wagneriana, en el caso alemán, o de un
casticismo belicoso que raya en la
hilaridad en el caso español. Lo adusto
y grave de sus imágenes contrasta con el
uso al que estaban destinados. Una vez
más debemos regresar a Sontag, quien
describe así una situación similar a la
vivida en España, aunque en este caso
en Alemania: «Nunca había sido tan
conscientemente estetizada la relación
de amos y esclavos».
FASCINANTE FASCISMO

VALLE-INCLÁN
Y LA TENTACIÓN
ROMANA
JAIME BURGOS
Valle-Inclán a bordo del «Ciudad de Cádiz» a su
regreso de Italia (Ahora, noviembre de 1934)
álle-Inclán soñaba con un

V cargo en Roma.
oportunidad le llegó cuando
el 8 de marzo de 1933 fue nombrado
Director de la Academia Española de
La

Bellas Artes de Roma. Nada más


aceptar el puesto viajó hasta Italia. Su
vida personal era agitada. Se había
divorciado de Josefina, lo que supuso
que debía ocuparse de sus hijos, con los
que se trasladó a Roma, donde ejerció
como director del centro de San Pietro
in Montorio, que albergaba 12
pensionados de pintura, escultura,
grabado, música y arquitectura.
Su estancia no fue fácil. Desde un
primer momento quiso ocuparse de
numerosos asuntos, cuando lo que se
esperaba de su cargo era simplemente
algo simbólico y sin repercusión en la
vida cotidiana de la institución. Valle,
de carácter fuerte, entró en disputa con
muchos. Tras toda clase de polémicas
regresó el 3 de noviembre de 1934,
aunque fue titular del cargo hasta su
muerte.
Antes de responder a esta entrevista
para el periódico Luz escribió a su
amigo el doctor Salvador Pascual,
confesándole que su reciente viaje a
Roma (acababa de llegar) le había
impresionado: «Lo realizado por
Mussolini me tiene asombrado y
suspenso. Junto a una furia dinámica,
colmada de porvenir, el sentimiento
sagrado de la tradición romana». Eran
conocidas las declaraciones en
ocasiones iconoclastas y agresivas de
Valle, que gustaba de llevar la
provocación hasta sus últimas
consecuencias. Su personalidad era
compleja y siempre sentía la necesidad
de llevarse por los extremismos y la
fogosidad verbal. Además, en aquellos
años, con un país sometido a continuas
tensiones políticas, reclamaba un
respeto a lo que entendía como la
«tradición». Posiblemente vio todo esto
en Roma, pero evidentemente no apoyó
al fascismo. Al mismo tiempo lanzaba
un mensaje a una República española
que sentía que naufragaba, que era débil
y sin un plan coherente. A España le
faltaba una visión mayor, más
trascendente, decidida y unida. La
extrañeza de las ideas que Valle plantea
en la entrevista parece ser fruto de esta
visión. Lo que él entiende por
soluciones son utópicas y ciertamente
desconcertantes: «¿Una dictadura
personal pero no de una clase?».
En noviembre de 1934, como
decimos, tuvo que regresar
definitivamente a España. Su salud
empeoraba. Por entonces, en una
conversación con Rafael Alberti, parece
desdecirse de sus impresiones romanas.
Según Alberti, su amigo afirmó que
Mussolini era un «botarate que caerá
muy pronto». Hay quienes afirman que
este comentario lo dijo tras cruzarse con
el mismo Mussolini, quien no lo
reconoció (el escritor, salvo por un
reducido grupo de intelectuales, no era
muy conocido en Italia), a pesar de que
Valle llegó a levantar el brazo en el
tradicional saludo fascista. Alberti, su
acompañante y, al parecer, testigo, restó
importancia al hecho y lo señaló como
una anécdota divertida. Valle gustaba
del saludo fascista, porque le parecía
«estético», lo cual no deja de ser muy
llamativo: formó parte de la Asociación
de Amigos de la Unión Soviética. Una
de las primeras alusiones al fascismo
italiano y, en concreto, al Duce, datan de
noviembre de 1931, en una entrevista
p a r a El Sol. Vuelve a hablar de
«dictadura», pero precisa que esta «ha
de tener todo o casi todo el ejemplo de
Lenin, y nada de Mussolini». En abril de
1936 el paroxismo es aún mayor.
Enfermo y débil, internado en el
sanatorio y con las trompetas de la
batalla anunciando el conflicto, habla
con los redactores de Claridad como
parte del Congreso Internacional de
Escritores para la Defensa de la Cultura.
En esta entrevista afirma que «a
Mussolini no se le quiere en Italia. Se le
teme. En voz alta se le alaba, pero en
secreto se hacen muchos chistes sobre su
cabeza. El mejor aliado de Mussolini es
el miedo. El miedo pavoroso que
inspira. Pero el miedo tiene que
acabarse. Porque si no Italia tendría que
acabar de miedo».
DEL VALLE-INCLÁN
HABLA DE SUS
IMPRESIONES DE ITALIA
(Publicado en Luz, 9 de agosto de 1933)

Al llegar de Roma por unos días, el gran


D. Ramón del Valle-Inclán que, ocupa
en la Ciudad Eterna el cargo de director
de la Academia Española de Bellas
Artes, hemos querido conocer, para
trasmitirlas a nuestros lectores, sus
impresiones de Italia. No nos ha
sorprendido su posición actual: de
siempre ha sido un entusiasta de la
historia latina y sus impresiones actuales
son la reacción de su recio
temperamento. Empezamos preguntando
a D. Ramón:
—¿Qué impresión trae de Italia?
—Magnífica. La obra de Mussolini
tiende principalmente a inculcar en su
pueblo un ideal, un concepto de
sacrificio; en esta hora tan llena de
egoísmos es en Roma donde no existen y
por eso el pueblo italiano es el más
dispuesto a sacrificarse por un ideal
histórico, que es el único que pueden
tener los pueblos.
—¿Y el pueblo italiano acepta de buen
grado estos sacrificios?
—Desde luego. La impresión primera
que se recibe en Italia, es la de un
pueblo satisfecho; no quiere esto decir
que no haya descontentos, pero no se
advierten. Se ve, desde luego, a un
pueblo en el cual la obra máxima que se
aprecia es la de renovación de la fe en
su destino histórico. El italiano de hoy
es acaso el más parecido al italiano del
imperio, y su mayor ambición es volver
a ser en Europa lo que fue el Imperio
romano. Tienen fe en su destino.
—¿No podía ser esto puramente
apariencia, una consecuencia de tener al
pueblo con cuarenta grados de fiebre
que dijo Mussolini?
—No. Vive Italia horas de sacrificio y
de exaltación y por eso tiene el pueblo
italiano gran fervor religioso, en el
aspecto histórico, naturalmente, y
Mussolini ha resucitado la tradición de
las fiestas y conmemoraciones; Roma es
una sede de conmemoraciones y
jubileos; toda la política italiana es hoy
un jubileo, constantemente se celebran
en Roma aniversarios máximos de su
historia y con ello resucita todo su gran
pasado histórico.
—¿Tienen más importancia estas fiestas
y jubileos que las que celebra el
Vaticano?
—Quién lo duda. Es un lugar común
hablar de la magnificencia de las
procesiones del Vaticano, es uno de los
lugares comunes más grandes; no, no hay
nada tan anacrónico, tan falso, tan sin
sentido estético como las procesiones
del Vaticano. Una procesión en el
Vaticano es esto: unos frailes alemanes
zancudos y feos; detrás una fila de
sacerdotes de no sé qué secta, a
continuación unas Congregaciones de
franceses, con trajes azules del peor
gusto, una especie de hijas de María;
peregrinos de todas partes del mundo
vestidos con trajes burgueses y
arrugados por el viaje. En cambio, los
desfiles de Mussolini, los gritos del
pueblo entusiasmado, las bélicas
banderas, los cánones, eso sí que tiene
una belleza impresionante.
—El pueblo italiano se siente
satisfecho, según observa usted.
—Indudablemente, sí. Acaso esto
depende de que las dictaduras en Italia
han sido siempre personales, de un
hombre solo, no de una colectividad, y
estas dictaduras pueden ser
beneficiosas. Ya no lo son las
dictaduras de una clase sobre las demás,
porque nada consiguen los egoísmos de
la clase dictatorial, que es el caso de
España, que ha sufrido la de los cuatro
brazos tradicionales: el brazo noble, el
brazo militar, el brazo eclesiástico y el
brazo popular.
—¿Quiere usted explicarme esta teoría?
—No, no es teoría; es una realidad.
Primero sufrió España la dictadura de la
nobleza, el privilegio de los nobles, y no
los sufría solo el pueblo, sino que
también los sufrían los monarcas, hasta
que los Reyes Católicos desasentaron a
los nobles y de dictadores los
convirtieron en cortesanos.
—Y después…
—Inmediatamente viene la dictadura de
otro brazo social: de la Iglesia con la
Inquisición. Es la dictadura de la Iglesia
sobre los demás brazos sociales. Es
decir, la dictadura de una colectividad
sobre las demás. Y la teocracia funda la
unidad nacional en la unidad católica.
—Y a la Iglesia sucede el Ejército.
—Exacto. En el siglo XIX España sufre
la dictadura militar. La Unión Liberal la
representa O’Donnell; los moderados,
Narváez; antes Espartero a los
progresistas; la Revolución de
septiembre es Prim; la Restauración,
Martínez Campos, y la última dictadura
se ha llamado general Primo de Rivera,
y España sufre los egoísmos del
Ejército, el egoísmo de esta clase,
violentando y esquilmando a las otras
tres.
—Y ahora, según esta relación, sufrimos
la dictadura socialista…
—Evidente. Siguiendo esta relación,
España sufre ahora una dictadura
socialista y los egoísmos de esta clase
esclavizan a las otras tres.
Hace una pausa D. Ramón y agrega:
—El caso es que aquí no hay
socialismo, y es el egoísmo de una clase
que está en fuga el que esclaviza a las
otras tres.
—Ha dicho usted que el cuarto brazo es
una clase en fuga.
—Claro que es una clase en fuga,
porque carece del sentido y del afán de
la permanencia. Un noble no aspira a
dejar de serio, un capellán aspira a
obispo, este a cardenal y después a
papa, el soldado sueña en llegar a
general y el obrero aspira a ser patrono.
Es decir, que mientras los otros tres
brazos no quieren dejar su clase, la
popular sí. Por eso es una clase llena de
resentimientos y tiene una categoría
menor.
—Pero ¿entonces qué solución ve usted?
Porque pensar en el gobierno de alguno
de los otros tres brazos es un sueño —un
mal sueño— que no tendrá realidad.
—La dictadura, que puede ser necesaria,
de un individuo, pero no de una clase.
Es triste llegar a esta conclusión, pero
es la realidad, desgraciadamente.
—Pero ¿esto es una solución?
—El final de todo será fundir todas las
clases en una, y eso es el comunismo.
Pero para ello habría que suprimir la
herencia y habría también que suprimir
los bancos, la tierra, las industrias y las
minas. Lo tremendo es no haber seguido
este camino, haciendo desaparecer la
clase proletaria, nacionalizarlos por la
supresión de todas las demás, igualando
a todas. Para ello hay que hacer trabajar
a todos, y esto no se consigue diciendo
en la Constitución que España es una
República de trabajadores de todas
clases, sino suprimiendo varias cosas, y
en primer lugar la herencia, porque yo
no he visto trabajar a ningún rico
heredero. Trabaja el que lo necesita. Por
eso Jehová no dijo a Adán «ganarás el
pan con el sudor de tu frente» hasta que
le privó del magnífico latifundio del
Paraíso. —¿Se puede hacer en España
lo que en Italia?
—Creo que no; falta una tradición.
—¿Qué diferencia más sustantiva ve
entre el Gobierno de Mussolini y el
español?
—La falta de concepto en España.
Mussolini, como Aníbal, César y
Napoleón, tiene siempre un concepto y
un fin categórico y determinado. Por eso
me pone cerca de Mussolini una triste
experiencia histórica. Pero aun prefiero
la dictadura de una clase a una cosa tan
huera y ramplona como el régimen
parlamentario.
—Pero, según usted, la dictadura que
sufre España ¿es socialista o es de
clase?
—Es la dictadura de la UGT contra los
sindicalistas y los comunistas dentro de
una clase y contra las otras tres clases
restantes.
—¿Defiende desde luego la dictadura de
un hombre?
—Si fuera posible en España, sí, porque
cuando la dictadura es de un hombre no
hay, no puede haber egoísmos de clase.
Es ya Napoleón, es ya Mussolini, es el
caso del gran monarca. Atiende sin
privilegios los intereses de uno y otro
sector y puede hacer una gran obra, que
es lo que está haciendo Mussolini, En el
fondo, Mussolini es un socialista, pero
un socialista que practica el socialismo
para el beneficio de un país, no para el
beneficio de una clase. Cosa muy
distinta de lo que se está haciendo aquí.
Aquí se hunde al país para favorecer a
una clase; allí, para favorecer y afianzar,
todos sufren por igual. Aquí se trata de
crear privilegios al obrero. Son cosas
muy distintas las políticas que se están
haciendo en Italia y en España.
—¿Qué diferencia encuentra entre la
obra de Mussolini y de Hitler?
—Acaso como un sueño, como una idea
platónica, ha despertado en las almas
poéticas de todos los italianos, ese
pueblo lleno de gestos heroicos, un
sentido de universalidad, pero para
sentirlo ha tenido que hacer lo contrario
que el alemán. Mientras el alemán
expurga al pueblo alemán de todos los
elementos que no son puros germanos,
Mussolini entiende, como Caracalla, que
toda la totalidad de la Europa culta son
ciudadanos italianos.
—¿Cómo explica este sentido de
universalidad?
—Este sentido de universalidad queda
explicado diciendo que Mussolini ha
colocado en la Vía Impero, donde
asoman las ruinas maravillosas de la
Roma imperial, cuatro estatuas de Julio
César, Octavio, Trajano y Nerva, dos
emperadores romanos y dos del imperio,
pero que ya no han nacido bajo el suelo
de Roma.
Tras una pausa sigue D. Ramón:
—En toda la política de Mussolini
impera el sentido de universalidad. Si
pudiera llegar a haber unos Estados
europeos o cuando menos unos Estados
Unidos de Europa, no podría haber otra
capital que Roma. Por su historia, por la
situación geográfica y porque tiene un
hombre que la comprende y un pueblo
pleno de entusiasmo que está creando
esta situación de universalidad.
Hacemos al ilustre escritor y constante
rebelde algunas preguntas concretas que
no contesta, ganado por el interés que al
mundo despiertan sus alucinaciones y
sus teorías.
—El que llega como yo a Roma para ver
la ciudad con ojos desinteresados siente
una enorme impresión. En el camino de
Nápoles a Roma está Ostia Antica.
Aníbal en Capua traza una larga línea
terrestre y parece que los destinos
entonces del mundo europeo van a estar
en África. Pero el romano entretiene al
cartaginés. Y mientras Aníbal queda en
Capua, Escipión parte con sus trirremes
y conquista Cartago. Surge el gran
concepto militar de la lucha de las dos
líneas: la marítima y la terrestre. Triunfa
la marítima. Y el triunfo de la nave es el
triunfo de Italia; por eso el italiano
puede encontrar un destino al hombre:
navegar es necesario, no es necesario
vivir. Esto lo ha glosada ya D’Annunzio.
Mientras que el cristianismo ha
creído y ha soñado que la misión del
hombre no es otra que prepararse para
la eternidad, el italiano no tenía ese
concepto; para él lo único era navegar.
Había nacido para descubrir tierras,
para ver nuevos soles. Esta tradición de
universalidad es la que afirma Balbo
con su vuelo. Y a esta tradición se debe
que Mussolini haya ordenado se
efectúen excavaciones en Ostia Antica,
no por el valor arqueológico que puedan
tener, sino porque de aquí salió la gran
idea romana para dominar el concepto
militar romano. Las excavaciones de
Ostia Antica tienen esa significación.
—¿Quiere decirme algo de su labor en
la Academia?
—Creo, y esta es la propuesta que
quiero hacer, que se debe reformar todo
el reglamento de la Academia para darle
a esta una organización parecida a la
alemana. Esta estuvo creada antes de la
guerra, pero no inaugurada; hecho el
edificio nada más. Se utilizaba como
hospital. Después de la guerra hubo
largas negociaciones, y por fin, hace dos
años, se estableció la Academia. Hacen
una intensa labor. Ya se sabe que los
alemanes en estas cosas de educación
son maestros. La Academia alemana es
más bien un pensionado al cual acuden
los grandes artistas. Porque Roma es
enseñanza más para los artistas hechos
que para los incipientes. Los que han
recibido grandes honores en
Exposiciones extranjeras, los
reconocidos ya como artistas superiores,
son los que con preferencia van a
estudiar a Roma. También van hombres
de letras, de humanidades, pero los que
yo creo mejores son grupos compuestos
de un maestro con cuatro o seis
discípulos que los lleva allí a hacerlos
estudiar arte o letras, a hacer
investigaciones históricas, filológicas.
Estos son recibidos en la Academia muy
bien y tienen toda clase de medios a su
disposición; completan altos estudios en
cursos de uno, dos o tres meses.
Yo ahora, en Roma, al lado de la
insuperable dificultad que supone un
presupuesto exiguo, he tenido las
mayores facilidades, los más afectivos
estímulos, primero por parte del
entonces ministro de Estado, D. Luis de
Zulueta, y, después por medio de
D. Fernando de los Ríos, quien, al
sustituirle, ha tenido para mí las
mayores delicadezas, las mayores
atenciones, me ha llamado a Madrid
para que le hablase de los asuntos de la
Academia y de los que ya le he hablado
en Valencia, pues fue a recibir al barco
que hizo el crucero mediterráneo y en el
cual yo viajaba. Me ha dado, digo, las
mayores facilidades, no solo en un
sentido de ayuda, sino en un sentido de
darme ánimos porque la empresa es
difícil y en todo momento he sentido
conforto, ayuda espiritual y afectiva, que
agradezco enormemente. Lo que haya
que realizarse no se hubiera podido
realizar más que en esta hora
republicana.
—¿Ocupa todo el edificio la Academia?
—El edificio de la Academia se
comparte con una comunidad de frailes
franciscanos de la Orden Tercera. El
rector es español; ahora también hay
italianos, portugueses y de otros países.
Los he encontrado muy propicios a
cualquier arreglo, podría llegar la
Academia a tener todo el edificio, y en
ese podría representar la enorme
tradición que España tiene en Roma,
quizá uno de los rincones espirituales de
España importantes en el extranjero.
—¿Se percibe la influencia fascista en
el arte?
—El arte en Italia, como en todas partes,
está en un momento de nueva creación,
en nebulosa. Pero como ocurre en las
grandes horas del renacimiento de un
pueblo, el arte es una cosa unida al
sentido político. Todo en Italia, las artes
plásticas, el teatro, etcétera, colabora en
el sentido de renovación y de tradición.
Está llena de máximo impulso vital toda
la obra política italiana. En embrión,
pero llena del máximo impulso.
—¿Cuál es la política vaticana respecto
de España?
—El que se haya asomado a la política
vaticana seguida por Pío Nono con
relación a España tendrá un reflejo de la
que sigue el papa actual. En una reciente
peregrinación española se dieron vivas
a la excelsa monarquía, como si esta
existiera aún en España. Las señoras de
la peregrinación lucían mantillas y
peinetas como acostumbran a llevar en
las procesiones de Viernes Santo. El
último número de La Ilustración del
Vaticano trae el retrato del exmonarca y
una información completamente falsa del
trato que aquí reciben los católicos.
Propaganda de la Italia fascista que muestra a
un soldado afroamericano robando la Venus
(Gino Boccasile, 1943)
Cartel del Frente de Juventudes para la
cabalgata del día de Reyes de 1941
SUITE DE LA GUERRA
SANTA
Representantes de Hitler reparten juguetes a
los niños españoles en la embajada alemana
(Legiones y Falanges, enero de 1941)
n La Unión se anuncian en

E noviembre del 36 «Libros


para los soldados heridos»,
dedicados a levantar el ardor patriótico.
En las crónicas sobre la guerra de este
diario encontramos llamativos titulares
como el siguiente: «Suite de la Guerra
Santa (De nuestro cronista literario de
guerra Antonio Martín Mayor)». Bajo el
título «El pobre Pérez describe la
muerte de Pérez», al que identifican
«dos soldados nuestros» por su carnet
de alistamiento y le rezan entonces un
Padre Nuestro, «le arroparon en el suelo
y lo abrazó la sombra de una cruz». A
partir de ahí trata de varios aspectos de
la guerra y de España en general,
criticando a los «rojos»:

«Y allí se quedó con su afición a


discutir en los cafés, sus utopías
revolucionarias y sus enfermedades
secretas. […] La antiEspaña es una
verbigracia. Y todo lo malo y lo torpe
que urgía aventar en nuestras patrias.
Todo lo zurdo, todo lo feo. Como pegar
a los hombres al modo bárbaro e
ibérico, o llevarlos a herir y morir en el
frente, que es peor todavía. […] El
laicismo también figuraba en el equipaje
que se llevó a viajar para siempre. Es
necesario recluir el ateísmo en los
profundos y estrictos parajes de la
conciencia propia, sin que aflore a
labios de propaganda hecho negro del
evangelio y fanatismo de nueva religión.
Para nosotros, la cristiana de nuestras
abuelas de adiós y con Dios con añejas
prácticas, en frentes de una con frentes
de Altar y herramientas en reposo al son
de solemnes campanadas en medio de
las plazas españolas rústicas preces en
la hora aldeana del Angelus, y por las
noches con techo de tinta la voz
catarrosa y antigua de la raza que canta:
¡Alabado sea Dios…!, y da su cita de
barómetro verbal y gratuito. También,
sabedlo con el Pérez miliciano rojo de
la cota mil trescientos ha muerto el odio
para siempre. El odio amarillo y seco de
los mítines, la ira lívida de los
sindicatos. Nos dolía ya el alma de oír
tanto ¡muera! En adelante, los anhelos
tendrán fervores y entusiasmos de vivas.
Se abrirán todos los puños que el Odio
cierra, y los brazos abiertos se alargarán
en cálida proyección de acogida. Pérez
tenía madre. Una viejita seca y flaca,
pobre vaso con un poco de vida, lleno
ahora de pena que gemirá por la filial
ausencia en un rincón de la calle Pez o
de la Ruda. Encorvada de angustia, para
rezar por su hijo se esconderá de los
vecinos laicos y encenderá a hurtadillas
mariposas por su alma en aceites de
duelo. En tanto las góngoras esas que
gañen en la radio de Madrid azuzarán
jovencitas y muchachos a morir contra la
guerra y el fascismo y seguirá
agigantándose el dolor de las madres
españolas que no cabe ya en el hueco
sideral de las estrellas… Percalinas de
la masa gregaria, música negra de La
Internacional, huelgas hambrientas,
sindicatos dramáticos, masacre, bomba,
yugulación y Heraldo de Madrid
entintado de achicoria, nicotina y cicuta
para los posos del alma, todo, ha
terminado para ti, pobre Pérez. Y eso es
lo malo. Y terminó para siempre
también en España. Y eso es lo
bueno…».
Portada del periódico ultracatólico y militante
Cruzada Católica
SÉPTIMO ACTO:
AÚN NOS QUEDA
GUINEA
«España, a través de su Historia, ha
sabido siempre entregarse sin reservas,
con amor y con entusiasmo, a las
necesidades, a los afanes y a las
ilusiones de aquellos pueblos a los que
fue uniendo sus destinos. Desprovista de
prejuicios raciales de ninguna clase,
sintiendo profundamente el precepto
cristiano de la igualdad de todos los
hombres, ni España ni los españoles se
sintieron nunca ajenos, indiferentes o
superiores a aquellos pueblos con los
que convivieron y a los que
incorporaron a la civilización occidental
y cristiana […]. Vosotros sabéis que
España no es ni ha sido nunca
colonialista, sino civilizadora y
creadora de pueblos, que es cosa bien
distinta. El colonialismo es la
explotación del débil por el fuerte, del
ignorante por el avisado; es la
utilización injusta de las energías del
país dominado para beneficiarse con
ellas el país dominante. La labor
civilizadora es, precisamente, todo lo
contrario; es la ayuda del mejor situado
al que lo está menos, para hacerle
avanzar en la búsqueda de su propio
destino»

Discurso televisado de Franco en el Día


de la Hispanidad de 1968
«El genio colonizador de España tan
tendenciosamente discutido con
estulticia y estolidez por la leyenda
negra, que se ha puesto de manifiesto a
lo largo de la historia de España, con
ejemplos tan incontrovertibles y
apodícticos como el haber conseguido
convertir a razas inferiores, de un nivel
mentalmente mínimo, en ejemplares de
la más alta cultura cristiana que pueden
medirse con las naciones más
progresivas, ha continuado su ruta
magnífica en el gran Continente africano
[…]. España ha ejercido su misión
maternal y civilizadora sobre razas y
tribus de tan deficiente materia humana
como los bubis, pamues, bengas, etc., a
los cuales recogió completamente
salvajes en un nivel de tan escasas
posibilidades que parecía imposible que
pudieran salir jamás de la infancia
social. España no ha llevado a Guinea
intereses bastardos ni inicua
explotación, ni ha tratado de mantener la
degradación de estas razas inferiores
para mejor explotarlas económicamente,
sino que, por el contrario, su única
preocupación ha sido elevar las
condiciones físicas y morales de los
indígenas»

Boletín Oficial de las Cortes Españolas


1943-1945, sesión número 77,
29 de diciembre de 1944, página 166
LA GARRA DEL BOSQUE

GUINEA ECUATORIAL,
EL ÚLTIMO INTENTO
PABLO RABASCO
«Muchas han sucumbido allí en plena
juventud, porque es dura la garra del
bosque»
amos tarde hacia el poblado.

V No suele ser buena idea


viajar de noche por Guinea
Ecuatorial. En la carretera, muchos
controles policiales que de día son
simples escenografías de poder, pobres
caricaturas, de noche adquieren un
carácter intenso. El alcohol, la
desesperación y la necesidad de
reafirmarse hacen que estos militares,
policías, o lo que sean, al llegar la
noche encuentren un espacio que conjuga
juego y fatalismo, un momento en el que
por fin son protagonistas. Esta extraña
selva se convierte en espectadora. Selva
callada, que supura agua oscura y calor.
Permanecemos atentos, sumisos y
sometidos por una desconfianza latente.
Tres controles policiales muy pesados, y
otro en el que pasé miedo. Al final
llegamos al poblado. Es tarde y hay que
localizar al alcalde, al jefe de policía, al
jefe de la tribu. Hay que encontrarlos y
respetar el orden, la jerarquía, intuir los
recelos preexistentes y dejarse llevar
por estas estructuras de poder que,
aunque nos resultan ajenas, no dejan de
ser reconocibles. Hablamos con el jefe
de la tribu, nos da su permiso y entramos
al pueblo. Pero lo que de verdad
esperamos es poder hablar con la gente.
Queremos que nos cuenten cómo han
vivido en estos poblados, pero para eso
hay que ir saltando de pregunta en
pregunta, muchas veces anodinas, vacías
de contenido, esperando que ellos
completen la conversación con aquello
que realmente quieren decir.
Casi de inmediato, unas voces me
incitan a entrar en la casa de un hombre
que de una forma un tanto brusca me
señala con el dedo. Flaco, serio, se
cubre con una gorra que le queda algo
pequeña. Me muestra un letrero casi
ilegible que hay encima de la puerta
donde parece indicar «oficina local de
policía». Entro, me siento, y otros dos
hombres gruesos, de sonrisas cansadas
se sientan a mi lado. La habitación es
amarilla, con manchas de humedad, con
olor a selva vieja. El hombre de la gorra
pequeña es el jefe de la policía. Se
sienta detrás de la mesa, coloca bien los
objetos y saca del cajón un cuaderno y
un lápiz. Empieza a hacer preguntas. Me
agota, estoy desconcertado; no sé lo que
quiere, no le entiendo. Empiezo a pensar
que tiene alguna enfermedad mental.
Pasan las horas y no me deja salir de la
habitación. Al final creo intuir que me
está pidiendo dinero de la forma más
extraña que puede hacerse. Le digo que
cuando terminemos el trabajo pasaré de
nuevo por allí; pero no es cierto y él lo
sabe. Me deja ir.
Fuera sopla un viento cálido y
limpio. Hablo con una anciana preciosa
que mezcla el castellano con el fang, la
lengua de sus abuelos. Sonríe, hace
bromas y otros se acercan cordialmente.
El color del cielo es púrpura oscuro,
casi negro. La selva rezuma agua
caliente por todas partes, por las raíces,
los costados, el cielo. Tenemos que
encontrar un lugar para dormir, son las
22:00 h y por delante una carretera que
atraviesa la selva. Buscamos cerca de la
frontera con Camerún algún hostal o
casa que nos sirva de refugio. Pero
¿quién quiere refugiarse de esta hermosa
noche, donde la vida fluye y las estrellas
brillan? Donde todo es real, los olores
atraviesan kilómetros de distancia y las
sonrisas lo son.
Llevamos unos días viajando, pero
es ahora, al alejarnos de Malabo y Bata,
cuando empezamos de verdad a
encontrarnos con este país. Hasta este
momento, hemos estado digiriendo el
presente de esta nueva Guinea
Ecuatorial a partir de las estrategias de
desarrollo que se despliegan arrogantes
especialmente en los alrededores de la
ciudad de Malabo.
Al llegar al nuevo aeropuerto de la
capital, Malabo, en la isla de Bioko,
tengo la extraña sensación de no estar
aún en África. Una gran avenida
excesivamente iluminada nos lleva
durante bastantes kilómetros hacia el
centro de la ciudad. Vemos pasar ante
nosotros hoteles de lujo, zonas
residenciales rodeadas de césped recién
cortado y sedes de empresas
internacionales. Pero en un momento
impreciso, tras este arrogante camino y
sin previo aviso, los cinco carriles
brillantemente iluminados se convierten
en un camino bacheado, con socavones
grises, y gente que de repente aparece.
Hemos llegado a África. Todo esto es
algo a lo que los guineanos se han
acostumbrado. Unas zonas cercanas a la
capital y a Bata se han visto
transformadas en espacios para el lujo,
sin tránsito, al amparo de los nuevos
descubrimientos de bolsas de petróleo
han ido surgiendo. Son zonas
comerciales y residenciales para el clan
del presidente Obiang, para los
trabajadores y ejecutivos de las
empresas norteamericanas, italianas o
española. Para todos aquellos que han
venido a explotar la tercera mayor
reserva de petróleo de África
descubierta en 2006. El petróleo se
vende en bruto, en un país que no tiene
ni una sola refinería. Acuerdos directos
con China y USA eliminan este paso
complejo para un país que no conoce la
industria y así, a cambio de mucho
dinero y prestaciones de todo tipo,
Obiang va construyendo un
esquizofrénico sueño de país.
Recorremos la isla de Bioko y
pasamos cerca de una inmensa colina de
ensueño donde el presidente ordenó, no
hace mucho, levantar cincuenta y dos
lujosas mansiones, todas exactamente
iguales. Una para cada uno de los
presidentes que decidieron asistir a la
cumbre de la Unión Africana, presidida
en 2011 por Obiang. Mansiones con
hermosos jardines atendidas cada una
por un servicio especialmente educado
para la ocasión. Una ocasión que duró
tres días. Frente a la colina, y para este
encuentro, un lujoso campo de golf para
los periodistas acreditados que
residieron en un cercano hotel de cinco
estrellas, situado frente al mar, rodeado
de palmeras y playas de arena blanca.
Durante un par de jornadas
estuvimos trabajando en el popular
barrio de Los Ángeles en Malabo. Es
fiel reflejo de la Guinea real. Vida en la
calle, conflictiva y alegre al mismo
tiempo. Se intuye un cierto fatalismo
adecentado con un aire de dignidad
anticolonial. Las especiales
connotaciones de una descolonización
tardía del gobierno español de Franco
(1968), la presencia de una moral
católica a la española que aún pervive
de una forma un tanto extraña junto a
creencias animistas y la arrogancia, ya
lejana, heredada de la esquizofrénica y
cruel dictadura de Macías (1968-1979)
han conformado el carácter un tanto
peculiar de los guineanos.
Estamos buscando una serie de
poblados «experimentales» que fueron
construidos por los españoles bajo el
paradigma de la modernidad
arquitectónica a principios de la década
de los 60, bajo el impulso convencido y
autoritario de Carrero Blanco. Una
especie de canto de cisne del poder
colonial. Andamos detrás de una parte
de la arquitectura contemporánea
española que no ha tenido protagonismo
en las historiografías nacionales, la de
la arquitectura colonial en la
modernidad. El peso de Latinoamérica
en el imaginario de esto que llamamos
España es tan fuerte que otros territorios
pasaron a un plano muy lejano. Pero
especialmente Guinea Ecuatorial, un
trozo del África más hermosa que hasta
1968 fue controlada por España.
Esta historia de los poblados
experimentales comenzó en 1959,
cuando, por ley, se le daba a Guinea
Ecuatorial un estatuto de provincia
similar al del resto del territorio
español. Este giro político, a
contracorriente en el contexto
descolonizador impulsado desde
Naciones Unidas, dio numerosos
quebraderos de cabeza a las
delegaciones diplomáticas españolas
que justificaban este hecho por la
voluntad de definir una igualdad de
derechos y obligaciones entre los
ciudadanos de la metrópolis y los de sus
colonias. Esta declaración resultaba,
como parece obvio, poco convincente
viniendo de una dictadura como la
española, y fue señalada desde el
exterior como un intento por afianzar la
presencia y dificultar el proceso de
descolonización.
Carrero Blanco se responsabilizó de
definir este nuevo estatus, moviendo
ficha en el ámbito de la transformación
territorial. Todo un proceso en el que
buscaba fortalecer la idea de nuevos
territorios bajo un nuevo estatus que se
resistía a la tendencia internacional y el
avance de los procesos de
descolonización bajo el modelo definido
a principios del siglo XX. En la
definición de ese modelo, los poblados
jugarían un papel vital para reescribir el
sentido del territorio.
Pero tras estos esfuerzos de Carrero,
con una visita a Guinea Ecuatorial en
febrero de 1962 donde impulsa todas
estas transformaciones urbanas, el 9 de
agosto de 1963, al término del Consejo
de Ministros, se hacía público el
acuerdo para comenzar con la definición
de un Régimen de Autonomía que no
hacía sino dibujar un escenario hacia la
independencia de Guinea Ecuatorial y la
definición de su soberanía nacional.
Este paso se concretaría en la ley de
bases sobre el régimen autónomo que
conllevaba la celebración de un
referéndum en la colonia para adaptarse
a ella y, por tanto, empezar el camino
irreversible hacia la descolonización o,
en caso de no aprobarse, permanecer
con el estatus anterior. El referéndum se
llevó a cabo el 15 de diciembre de 1963
y el resultado fue una apuesta
mayoritaria por el cambio hacia la
autonomía descrita en la ley.
Por otro lado, la llegada al
Ministerio de Asuntos Exteriores de
Fernando María Castiella en 1957, sería
el impulso definitivo para contrarrestar
la tendencia inmovilista de Carrero
Blanco. Castiella, con la intención clara
de recuperar los territorios de Gibraltar
para España y de entrar en las grandes
instituciones internacionales, debía dar
pasos significativos en el contexto de
descolonización internacional que
conocía perfectamente.
De igual modo, la importancia
estratégica, pero especialmente
económica de la zona no había pasado
desapercibida para los Estados Unidos,
demostrada los primeros días del mes
de julio de 1963 cuando Mennen
Williams, secretario adjunto de Estado
para asuntos africanos, realizó una visita
de Estado a Malabo. Los recientes
hallazgos de importantes reservas de
petróleo en las inmediaciones de las
costas de Gabón y Nigeria situaban a la
franja marítima entorno a la isla de
Bioko (Fernando Poo) como un lugar
estratégico para la extracción y control
del comercio petrolero. España, sin
recursos para localizar y explotar los
futuros yacimientos, y en un contexto
político internacional muy adverso,
poco podía hacer para retener los
territorios.
Por otro lado, la estrategia de
Carrero fue también económica, pero a
una escala insignificante frente al valor
de los yacimientos de petróleo a los que
no se podía acceder por falta de
tecnología y recursos. Carrero trataba de
optimizar al máximo los recursos
agronómicos y forestales de la región
continental (Río Muni) y para ello
necesitaba toda una serie de poblados
modernos que sirvieran de apoyo
logístico en los complicados caminos
que atraviesan la cerrada selva. De los
más de veinte poblados experimentales
que se proyectaron, solo se realizaron
nueve y, por tanto, la razón de ser que
los sustentaba en su distribución
territorial, como apoyo a las vías de
comunicación vinculadas a la movilidad
de los productos explotados (café,
madera, tabaco…), y especialmente a la
creación de una nueva zona portuaria al
sur del país, en Kogo, al no llevarse a
cabo, quedaron como una serie de
poblados fantasmas, ecos de la
modernidad selvática, salpicados por el
territorio, nunca sometidos a la razón de
su existencia, sino a la deriva de los
muchos cambios que tendrían que llegar.
Los poblados, adaptados en cierto
modo a las estructuras formales de los
poblados fang, nunca atendieron al
complejo sentido del hábitat que va
mucho más allá de las lógicas
cartesianas aplicadas por los técnicos
españoles.
Al llegar a Machinda, uno de los
poblados construidos en Río Muni (zona
continental), un anciano se me acercó
para conversar. Pensaba que
formábamos parte de un grupo de
investigación que en la década de los 90
hicieron de este poblado su base de
operaciones para estudiar algunas
colonias de gorilas que se encontraban
relativamente próximas. Se sintió en
parte decepcionado cuando le conté
cuáles eran nuestros intereses. De todas
formas, me pidió que le acompañara a
una casa donde guardaba entre otras
cosas un cráneo de gorila. Estaba
completamente negro, ahumado. Me dijo
que ese gorila lo había matado
Olaechea, y parecía que en ese adjetivo
reposaba la totalidad del valor de aquel
cráneo brillante y enorme. Apunté su
nombre, del que me habían hablado
antes. Había visto también algunos
artículos de época adornados con
escatológicas fotografías de gorilas y
elefantes muertos que narraban hazañas
de cacerías en la selva.
Rebuscando en las revistas
especializadas, especialmente en la
revista África, pude comprobar cómo se
justificaba este nuevo esfuerzo colonial
en una especie de construcción del buen
salvaje. Un cálido paternalismo hacia
los guineanos que presuponía la
necesidad de una reconstrucción moral,
en principio movido por un catolicismo
evangelizador muy nuestro, mezclado
con una cierta urgencia ante los nuevos
proyectos que presuponían una mayor
convivencia de los españoles
desplazados por la nueva situación
administrativa. En las revistas
especializadas que estaban dirigidas no
a los guineanos nativos, sino a los
españoles desplazados y los técnicos
académicos que viajaban regularmente
al territorio, se fue reflejando la
construcción de una serie de
estereotipos. La del capitán Olaechea
recoge la imagen del español forjado en
mil batallas (herido en varias ocasiones
en la Guerra Civil española
combatiendo por el bando nacional), que
inmediatamente conoce y se interna en la
selva mejor que cualquiera de los
nativos del lugar, enfrentándose sin
temor a las fieras salvajes que abate en
heroicas jornadas de cacería. Basilio
Olaechea Orruño fue capitán de la
Guardia Colonial y finalmente, en 1962,
fue nombrado Gobernador Civil de la
zona continental. Sus historias
circulaban entre el temor al personaje
extremadamente violento e
impredecible, y el culto al último white
hunter que la selva no pudo nunca
contener. Sin embargo, en la prensa
colonial, los gorilas son vistos de forma
recurrente como lugar de supercherías
para algunas de las tribus indígenas que
usaban partes de su cuerpo en rituales, e
incluso como violadores de mujeres que
llegaban a tener hijos con ellos. Los
salvajes siempre eran los otros.
También hubo cazadores de gorilas
mitificados por los españoles entre los
indígenas, como Sala Mongomo, cuya
acción más celebrada fue la última, la
de su romántica muerte en manos de un
Gorila:
«Sala Mongomo salió en busca del
gorila —al parecer un peligrosísimo
macho solitario—, imitando su voz para
atraerle. Al fin lo encontró, dejándole
aproximarse; pero cuando quiso
disparar se le encasquilló la bala. El
gorila se lanzó furioso contra él,
quitándole la escopeta y doblándola en
dos como si quebrase una varita vegetal.
Inmediatamente, de un manotazo, le
abrió la caja torácica al valiente
cazador. Pero antes de morir aún tuvo
tiempo este de abrazarse al gorila,
clavándole su puñal en el corazón. Y así
fueron encontrados los dos, unidos en
estrecho abrazo. El cazador era
invisible dentro del anchísimo tórax del
gorila incrustado en él. A unos metros
de distancia aparecía la escopeta
doblada en dos» («Las selvas de Guinea
y sus cazadores», revista África,
n.º 148, 1954).
Una historia de amor y muerte
conmovedora, donde cuesta no imaginar
ese amasijo de cuerpos robustos y
sanguinolentos, expirando al unísono.
Las construcciones simbólicas se
retroalimentaban unas de otras y el
trabajo de adoctrinamiento moral, y la
necesidad de la reconstrucción moral y
religiosa necesitaba también de héroes y
bestias:
«La vida misionera y colonial del
misionero católico en la Guinea está
henchida de heroísmo. Muchos han
sucumbido allí en plena juventud, otros
han perdido su salud, porque es dura la
garra del bosque. El misionero, con su
morralito a la espalda y su bastoncillo,
se mete en la espesa zulla, o pasa en
fragilísimos cayucos los grandes ríos, o
atraviesa los puentes tarcidos, o de un
palo, yendo de poblado en poblado,
metiéndose en las chozas de ñipe, o en
el infecto tugurio del pamue para curar
al niño y a la mujer enferma, y limpiar
de las excrecencias paganas las almas
de los indígenas. Y como única arma y
coraza el misionero católico lleva en su
pecho la cruz» («Guinea. En el país de
los pamues. El misionero católico en los
bosques de Guinea», revista África,
n.º 113, 1951).
Los propios misioneros católicos
alimentaban toda una serie de leyendas
que ayudaban a retroalimentar tanto la
necesidad de imponer ese orden moral,
como a autoproclamarse como
superhombres capaces de enfrentarse
con bestias incluso de otros mundos. No
tienen desperdicio las Memorias de un
viejo colonial y misionero sobre la
Guinea continental española, Edita
Rev. El Misionero. Madrid (1950) y
firmadas por el padre Leoncio
Fernández, que fue vicario apostólico de
Fernando Poo, en las que nos relataba
sus experiencias con el hombre-tigre de
la siguiente manera:
«Un capítulo interesantísimo de
estas admirables Memorias de monseñor
el obispo de la Guinea es el dedicado a
los hombres tigre y a sus fechorías en
Bata. Allá por los años de 1925 la
población de Bata estaba consternada. A
tal extremo llegó el miedo de aquellos
días, que no había individuo alguno que
se aventurara a llegar a la población
hasta que en el horizonte no clareara el
sol con toda su magnificencia. Era el
caso que hoy aparecía en el pueblo una
cabeza desgajada del tronco a que
perteneciera; mañana una mujer
asesinada en su propia casa, cuando
dormía; más allá una pequeña
acribillada a lanzazos y cuchilladas en
pleno bosque. Fue entonces cuando nos
dirigimos a la Misión de Nkue con
intención de ver cómo se hallaban los
padres que en ella residían. Al filo de
las doce de la noche estábamos
descansando en un mal camastro, en
tanto los habitantes del poblado se
entregaban a las alegrías del balélé más
animado. En esto se despertó un griterío
espantoso. Hombres, niños y mujeres
pamues corrían de un lado para otro,
formándose enorme algarabía. Es que
había aparecido en las últimas casas de
la barriada un fantasma, camuflado de
tigre, con garfios acerados en sus manos
y su cuerpo envuelto en una sábana. Era
el hombre-tigre con todos sus pelos y
señales; el mismo probablemente que
por Bata había perpetrado tantas
fechorías. Me tiré de mi cama, y,
cogiendo la escopeta de dos cañones
que llevaba para los padres de Nkue,
esperé, gatillo en mano, con lo que
pudiera resultar de tan endiablada
trifulca. El bicho acabó por escurrirse
muy quedito por la enramada. Y esto no
es cuento de brujas, sino cosas y
fenómenos que vimos con nuestros
propios ojos en la Bata de aquellos
años. Ignorábamos entonces las
fechorías que por el Congo y el Gabón y
algunas regiones de Nigeria venían
perpetrando sus compinches de
creencias, los anyotos, y hombres
chacales y de caimanes. Los que
merodeaban por Bata y sus contornos
eran unos forajidos, adobaban su comida
con la sangre de sus víctimas,
consistiendo el plato más exquisito de
sus mesas en la carne chorreante y
humeante de sus sacrificados. Hubo en
contados meses una treintena de
asesinatos» («Guinea. En el país de los
pamues. El misionero católico en los
bosques de Guinea», revista África,
n.º 113, 1951).
Las «desviaciones» morales de los
indígenas eran el caldo de cultivo para
los evangelizadores. Pero hubo tiempo
también para estudios genéticos muy
curiosos, como el proclamado en un
artículo titulado «El hijo negro de un
matrimonio blanco», que trataba de
buscar cualquier rayo de luz
genéticamente hablando para justificar
estos nacimientos. El miedo al negro
empezaba en el dormitorio:
«Se trataba de un distinguido
matrimonio, universitario él,
brillantísima dama de ascendencia
cubana ella, quienes, en uno de los más
emocionantes momentos de su aún
reciente vida matrimonial, recibieron la
desagradable y extraordinaria sorpresa
de ver que su primer hijo nacía negro.
Desechada cualquier intervención
extraña y estudiados todos los
antecedentes, se reconoció la existencia
de una remotísima ascendencia negra,
tan diluida, que, ya olvidada de la
esposa, y tras los asesoramientos de
rigor, quedó el asunto concluso como un
triste caso más de atavismo o salto
atrás» (Luis Baguena, «El hijo negro del
matrimonio blanco», en revista África,
n.º 155, 1954).
Cae la noche. Encontramos un lugar
donde pasarla. Un claro en la selva se
abre y un cielo púrpura recibe
bocanadas de aire caliente, sonidos de
las tripas de la selva que atraviesan
nuestro imaginario. Esta noche
soñaremos con los sonidos antiguos que
llaman a nuestra memoria, y con las
historias que a cada paso nos van
contando. Como soñaron otros.

En la siguiente página: barrio de Los


Ángeles, Malabo
En esta y en las siguientes páginas: poblados
experimentales en Guinea Ecuatorial
Arriba: «Tribunal de la raza» de la Guinea
franquista. Fotograma de Al pie de las
banderas de Manuel Hernández San Juan.
Abajo: Aula de colegio de los misioneros,
fotograma de Misiones en Guinea
Basilio Olaechea, revista África, número 107
(1950). Cacería de elefante de diciembre de
1947
Olaechea junto a un gorila que ha matado
durante una de sus frecuentes cacerías. Imagen
incluida en La Caza en Guinea de Ramón
Tatay
Grupo de gorilas. Ilustración para el artículo
Grupo de gorilas. Ilustración para el artículo
«Gorilas» de la revista «África», número 63
(1947)
Izado de la bandera en la Guinea española.
Fotograma de Al pie de las banderas de
Manuel Hernández San Juan
Procesión de la Virgen del Pilar de Zaragoza en
Sanpaka (Guinea). Fotogramas perteneciente a
Una cruz en la selva de Manuel Hernández San
Juan
EL DELIRIO ULTRA:
NEONAZIS NEGROS,
FALANGISTAS
«MORENOS»
DOCTOR PELIGRO
l 16 de junio de 1994 fue un

E día nefasto para Ignacio


Alonso García, militante de
Bases Autónomas y conocido neonazi
madrileño. Fue detenido acusado de
golpear con una barra de hierro a varios
estudiantes de izquierdas de la
asociación ADN Recalcitrante, muy
activa en la universidad. No lo hizo
solo. Le acompañaban varios
ultraderechistas más. La universidad se
convertía en foco de agitación. La «rata
negra», símbolo fascista europeo con
varias décadas de tradición, podía verse
en pegatinas y carteles. La organización
neonazi, Bases Autónomas, fundada en
el otoño de 1983, se distribuía en un
sinfín de grupúsculos y asociaciones
como Disenso, Teoría y Praxis o Bernal
Díaz del Castillo, entre otras, todas ellas
propagadoras de la ideología
«anarcofascista», como se decía
comúnmente para referirse a los basistas
y que ellos mismos se encargaban de
proclamar.
Según la policía, Alonso no era un
recién llegado. Cinco años antes había
sido detenido por participar en
incidentes durante un acto electoral de
CDS. Entonces, lo que hizo parecía más
ingenuo: lanzó huevos contra quienes
intervenían, entre ellos el antiguo
presidente Adolfo Suárez. Aquel
nazismo disfrazado de social y
revolucionario, relacionado con
numerosos ataques y agresiones contra
activistas, gays e inmigrantes era
todavía más sorprendente: Alonso había
nacido en Guinea Ecuatorial, la antigua
colonia española y feudo del franquismo
más rancio.
Parecía un oxímoron: nazis
guineanos y, aún más, una sección negra
y africana ultraderechista. La historia
del falangismo no reconocía ningún
atisbo de «africanidad», pero eso fue
antes de la Guerra Civil, cuando todo
cambió. Un poco antes del golpe
fascista, La Falange ya contaba con un
grupo de Guinea, en Santa Isabel,
organizado por Luis Ayuso Sánchez-
Molero, capitán de la Guardia Civil. El
estallido de la guerra tardó en
manifestarse en la isla de Fernando Poo,
que se sublevó contra el gobierno de la
República, mientras que la zona
continental se mantuvo por un tiempo
fiel al gobierno. Finalmente, la llegada
de tropas franquistas desde Canarias
hizo que todo el territorio guineano
quedase bajo el dominio fascista, sin
prácticamente resistencia armada.
Comenzaba la ocupación colonial.
Los falangistas estaban exultantes.
Maltrecho el orgullo patriota décadas
antes con la pérdida de las colonias
americanas, ahora España «resurgía». El
antiguo sueño imperial parecía surgir de
las cenizas. Incluso no tardaron en
componer un himno de los «falangistas
morenos»: «Yo soy moreno de la Guinea
/ que por España voy a luchar / contra
los rojos que la mancillan / y que la
tratan de destrozar / Nos manda Franco,
invicto jefe / que a la victoria marcha
triunfal / y aunque caigamos en la
Cruzada / la nueva España resurgirá /
Los falangistas morenos / por la patria a
morir / los falangistas morenos / por la
patria a luchar / ¡Arriba España!,
bendita e inmortal / Lucharemos por
nuestro Caudillo / y por la Falange, que
es gran ideal».
Se crearon, al igual que en territorio
peninsular, grupos de «Flechas», de
juventudes y niños falangistas, que en el
caso de Guinea se llamaron «flechas
morenos». ABC, en su edición del 29 de
septiembre de 1938, publicó una
fotografía en la que se veía a un
numeroso grupo de niños guineanos,
pioneros «flechas», dirigidos por un
falangista. En Fernando Poo la Milicia
Falangista estaba compuesta por dos
milicias de falangistas indígenas y
cuatro de europeos. La Falange, desde
1939 hasta 1969, publicó su vocero
Ébano, encargado de difundir sus ideas.
En 1968 terminaba el sueño colonial
español en Guinea, a pesar de la
oposición de Carrero Blanco, que
intentó por todos los medios su
perpetuación. La Guardia Civil inició
una evacuación más o menos ordenada
de los colonos españoles, aunque
muchos se quedaron. Poco antes, Fraga
Iribarne, el único representante español
que se vio en los últimos días de la
colonia, afirmó que lo que sucedería,
con la independencia, sería el
nacimiento de una nueva «hija de la
Hispanidad», atribuyéndose el
acontecimiento como un triunfo. Hasta el
último momento España se comportó de
forma desafiante y arrogante.
Encerrados los guardias civiles en sus
cuarteles, repartieron armas a los civiles
españoles. Frente al puerto de Santa
Isabel, el acorazado Pizarro apuntaba
con sus cañones el palacio de Macías.
Poco a poco fueron saliendo. Cuando
solamente quedaban unos pocos
centenares de españoles, se produjeron
algunas manifestaciones de odio
antiespañol. Hubo insultos y se pasearon
grupos armados. Un grupo de las
Compañías de Operaciones Especiales
(COES) viajó hasta Guinea para rematar
la operación, levantando rápidamente un
pequeño muelle al lado del cuartel para
proteger a los españoles de la ira de
algunos anticolonialistas. Sin embargo,
en un gesto del todo innecesario, una
humillada Guardia Civil decidió, antes
de partir, desfilar por última vez por las
calles de Santa Isabel, mientras una
muchedumbre les increpaba y apuntaba
con sus armas.
El mundo, a finales de los sesenta y
primeros setenta, estaba sacudido por
luchas antiimperialistas y grupos
armados de «liberación nacional». El
franquismo, ante esto, no se quedó
quieto. Conspiró de forma incansable
para derrocar a Macías, el presidente,
que instauró una dictadura. Dictadores
combatiendo a dictadores. España
acogió y financió a los grupos de la
oposición, como Acción Nacional de
Liberación de Guinea Ecuatorial
(ANALIGE), sufragado por empresarios
españoles con intereses en Guinea.
Incluso estuvo cerca de lograr la caída
de Macías, con un golpe fallido en
diciembre de 1976. El grupo mantenía
relaciones con el terrorismo de
ultraderecha español y organizaciones
como Guerrilleros de Cristo Rey o
Fuerza Nueva a través de dirigentes
como Antonino Masoco. También había
otros opositores que campaban a sus
anchas en el Madrid franquista, como el
Partido Nacional para la Democracia.
Desarrollo y Educación Cívica
(PANDDECCA), fundado en Madrid en
1974 y donde militaban antiguos
estudiantes universitarios del Colegio
Mayor Virgen de África. Las
autoridades miraban para otro lado
cuando estos grupos, unidos a otros de
carácter marcadamente fascista,
conspiraban contra Macías. La acción
más importante fue la toma simbólica de
su Embajada en Madrid el 5 de marzo
de 1978, aniversario del primer intento
de golpe contra Macías. Varios
militantes entraron en la embajada,
donde se celebraba una fiesta en honor
del presidente guineano. Leyeron una
proclama y ocuparon el edificio durante
unas horas. Luego se fueron sin mayores
problemas. Un año después se inició la
llamada «operación León», el golpe
militar destinado a derrocar al
anticolonialista Macías. Al frente de la
intentona estaba Teodoro Obiang
Nguema, sobrino de Macías y teniente
coronel del ejército guineano, formado
en la escuela militar de Zaragoza. El
gobierno español conocía el plan y, por
supuesto, lo apoyó. Obiang fue
bendecido por España, que amparó su
régimen.
A finales de los ochenta, mientras
Bases Autónomas practicaba un
terrorismo callejero que puso en guardia
incluso a sectores franquistas menos
«radicalizados», llegando a celebrar un
20-N en honor del anarquista
Buenaventura Durruti y reventar algunos
actos falangistas, se publicaban fanzines
y revistas, por lo general de escasa
tirada, que recogían el ideario basista.
Entre las más conocidas estaban
Corrosión o La Peste Negra. En
algunos de sus números hicieron
referencia a la Guinea antaño española,
llegando a publicar una ilustración en la
que se veía un brazo blanco unido a otro
negro. La disparidad de personas que
participaban en la organización era tal
que incluso existió una sección guineana
formada por negros guineanos que
soñaban con un retorno del país al
«Imperio».
La campaña por la vuelta al redil de
Guinea sumó numerosos apoyos entre
los nazis españoles y grupos guineanos,
llegando a colaborar ambos, así como
de los falangistas. La existencia de
negros en el interior de Bases
Autónomas no fue entendida por todos y
generó tensiones. Muy pocos basistas, y
menos aún los jóvenes ultras, conocían
la histórica relación entre Guinea y
España y las intentonas del franquismo
por aplastar a Macías. En algunas
manifestaciones ultras incluso se
vivieron momentos de tensión cuando
desfilaron algunos guineanos que
reclamaban el retorno de una Guinea
española, o se repartían panfletos a
favor de los «falangistas morenos».
Nadie, por entonces, cantaba ya su
himno, ese que decía: «Los falangistas
morenos / por la patria a morir / los
falangistas morenos / por la patria a
luchar».
Manifestación de Bases Autónomas el 20 de
noviembre de 1988 (plaza de Chamberí,
Madrid)

En la página siguiente: La Guinea española (13


de febrero de 1938)
Grupo de falangistas «morenos» en Guinea
Ecuatorial
Cabecera de Ébano (7 de noviembre de 1939)
Cuartel general de Falange en Santa Isabel
(Guinea)
EPÍLOGO:
A MUERTE CON
ESPAÑA
«Me temo que bajo la dictadura de
Franco lo que menos se permita sea
la franqueza. Lo que dominará será
la molienda»

Miguel de Unamuno
PREDICADORES
ARMADOS:

LOS CURAS QUE


MATARON A «ROJOS» Y
DIERON GRACIAS A DIOS

PETE «BLACK THUNDER»


uando se les veía aparecer,

C los presos sabían que los


asesinatos eran inminentes. El
padre Cid, que tras el golpe fascista
oficiaba misa en la tenebrosa cárcel
Nueva, en Valladolid (recientemente
inaugurada por la República en junio de
1935), repetía una y otra vez que el
desgraciado preso, antes de ser fusilado
por sus «pecados», recibiera la hostia
consagrada y así, aseguraba, su pesar
sería más leve. Luego, en los casos en
que el fusilado dejaba a sus hijos solos,
se encargaba de «reeducarlos» en el
patronato que fundó. Con el estallido de
la Guerra Civil, en Valladolid, feudo del
derechismo, la represión fue tremenda:
cuando las celdas y patio de la cárcel
Nueva se llenaron se tuvo que volver a
reubicar a los presos en la Vieja.
Florentino, cura de Bocigas,
acompañaba a las patrullas de asesinos.
Al parecer, su objetivo era que en el
último instante los fusilados «confesasen
sus pecados», que debían ser
gravísimos.
Así que muchos acudían junto a
grupos de guardias falangistas. A veces
marchaban de uniforme y pistola al
cinto, como si fuesen imitadores del
personaje del furibundo «Predicador».
Bendecían las armas y a los más débiles
de corazón les aliviaban sus pesares.
Hubo hasta curas que fueron
condecorados.
Algunos supervivientes y falangistas,
que vieron en acción a los curas
armados, aún los recuerdan, unos con
espanto y otros llenos de orgullo. Iban
armados y, con la llegada de las tropas,
no dudaron en denunciar a vecinos, que
fueron fusilados, como la familia de
Heraclio Conde. Uno de sus familiares
lo describe así: «Es un alegre clérigo…
me lo imagino disparando trabucos y no
le cae mal la imagen… Cuando regresó
a Valladolid y volvió a hacerse cargo de
la parroquia, denunció a aquellos
vecinos que desde su punto de vista eran
“indeseables”. Anteriormente se había
mostrado beligerante con los sectores
495 de la izquierda, y cuando se produjo
el golpe colaboró con eficacia: denunció
personalmente a la familia de Heraclio
Conde, quien fue fusilado junto con sus
dos hijos varones». Más aún: José de
Rojas Martín, otro párroco, que dirigía
la iglesia de Castrillo Tejeriego,
supervisaba personalmente la lista de
detenidos y próximamente fusilados,
dando el visto bueno.
Esta lista de «hombres de Dios» con
crímenes de sangre (o una de tantas,
pues los casos se repartieron por toda la
geografía del país), ha sido recogida
magistralmente por Orosía Castán,
miembro del colectivo Verdad y
Justicia. La historia, sin duda,
estremece. Aunque la Iglesia no alentó
la lucha armada de sus curas, al menos
oficialmente, muchos fueron vistos fusil
al hombro, dispuestos a acabar ellos
mismos con el comunismo y hacerles
más rápida la ascensión a los cielos o,
posiblemente, según ellos, al mismo
averno, a los «pecadores». Salieron en
patrullas, presenciaron los fusilamientos
y, a veces, daban muerte ellos mismos.
Fueron numerosos en el Alto de
León, aunque casi nunca iban con sotana,
sino con mono de trabajo, pero también
fueron prestos a plena línea del frente,
donde combatieron codo con codo con
las tropas y algunos cayeron en combate.
Otros muchos iban de visita,
acompañando a grupos de falangistas.
Su misión era, a sus ojos, profética: «De
los frentes saldrá una nueva España. A
nosotros nos toca ayudar al parto y
educar a la criatura», afirmó en una
pastoral Fernando Martín Sánchez Juliá,
miembro de la Iglesia.
Sin embargo, la fotografía que
durante décadas sin duda ha generado
más polémica es aquella en que se ve a
un nutrido grupo de seminaristas
posando con fusiles en la plaza de toros
de Pamplona. Parece que no existe
unanimidad acerca de cuándo se tomó, y
también parece ser que pudo haber sido
mucho antes de la Guerra Civil, en la
década de los veinte. Y posiblemente
fuese publicada en El Pensamiento
Navarro o Diario de Navarra, aunque
en plena Guerra Civil volvió a ser
difundida por la prensa republicana, que
la atribuyó a la labor paramilitar de los
curas fascistas.
¿Por qué razón posaron armados?
Hay quien apunta que puede tratarse de
seminaristas realizando la instrucción
del servicio militar obligatorio, lo cual
podría probarlo la presencia de un
instructor militar a la derecha de la
imagen. Los seminaristas, por aquellos
años, solían hacer la instrucción militar
durante unas pocas horas y en varias
semanas sin vestir uniforme militar sino
con sus propios hábitos talares.

Exteriores de la cárcel vieja de Valladolid


Arriba: bendición de armas del bando
franquista. Abajo: un grupo de carlistas
pertenecientes al Tercio de Montejurra con la
cruz a cuestas camino de Teruel

Fotografía y comentario publicado en


Vanguardia, periódico de las Juventudes
Socialistas Unificadas (14 de mayo de 1937)
Seminaristas armados posan en plena
instrucción militar en la plaza de toros de
Pamplona y, posiblemente, fechada a mediados
de los años veinte
«MATADLOS A TODOS,
DIOS RECONOCERÁ A LOS
SUYOS»
DOCTOR PELIGRO
ueron Pablo de Tarso y

F Santiago el Mayor quienes


trajeron la maldición a la
península ibérica. Fueron ellos los que
comenzaron un camino de sangre que se
inició en el siglo I después de Cristo y
cuyos ecos llegan hasta nuestros días.
Fue en honor al apóstol que los militares
antes de entrar en combate gritaban
«Santiago y Cierra España». Quizá
aquel lema debería haber sido otro.
Quizá hubiese sido más propio el
«Matadlos a todos, Dios reconocerá a
los suyos», con el que Arnaldo
Amalric[1] comenzó la cruzada contra
los cátaros.
Durante la Edad Media el poder de
la Iglesia era tal que su palabra fue ley.
Una de las muchas medidas fue
envilecer el ejercicio del préstamo
considerándolo un pecado mortal, por lo
que esta práctica recayó sobre los
hombros de los judíos, quienes
aceptaron gustosos un regalo
envenenado. Con el devenir de los años
serían acusados y perseguidos por
aquella prerrogativa mientras que el
cristianismo caería en sangrientas
ironías.
1568. Los Países Bajos se rebelan
contra su Católica Majestad Felipe II, un
monarca que no habla su idioma,
gobierna desde la lejanía y castiga con
la Inquisición al creciente
protestantismo. Aquello, sumado al auge
del calvinismo por parte de las
Provincias Unidas, fue más de lo que el
catolicismo español pudo soportar,
dando inicio a una de las guerras de
religión más sangrientas que han asolado
Europa: la Guerra de los Ochenta
Años[2].
La contienda dejó al Estado español
en la bancarrota. No sería la primera ni
la última. Como medida desesperada el
conde duque de Olivares pidió prestado
el capital necesario para seguir adelante
con la guerra a la banca portuguesa. La
misma Iglesia que había comenzado
aquella guerra fue la que le dio fin,
negándose a aceptar un dinero que
estaba en aquellas manos judías en las
que lo había depositado. El dinero no
conoce de naciones, así que el capital
destinado a hacer prevalecer al
cristianismo sirvió finalmente para
hacer reinar en aquella parte de Europa
a los protestantes. Esa hipocresía costó
un imperio heredado, que no ganado, y
más de 700 000 víctimas. Hoy en día
todavía se amenaza a los niños de
Holanda y Bélgica con la figura del
duque de Alba, el sangriento represor, y
los españoles, tan dados a enseñorearse
en sus derrotas, recuerdan con orgullo
como en Rocroi[3] se firmó el heroico
final del poderío militar español.
Nuestra última Guerra Civil nunca
ha sido definida de facto como una
Guerra de Religión, pero salvo honrosas
excepciones la curia española no dudó
en adherirse al bando rebelde cuando el
fallido Golpe de Estado del 36 terminó
convirtiéndose en una sangrienta guerra.
Con la llegada de la II República las
intenciones del Gobierno fueron claras.
Por un lado, la separación de Iglesia y
Estado. Por el otro, disminuir de forma
significativa las órdenes religiosas así
como permitir la libertad de culto y
secularizar elementos públicos de la
sociedad como hospitales y cementerios.
Finalmente las medidas fueron más
tímidas que lo esperado por muchos
pero se tomó la importante decisión de
independizar la educación de la
influencia de la Iglesia.
Somos esclavos de nuestras
palabras. A través del Cardenal
Primado de España durante la Guerra
Civil, Isidro Gomá, la postura de la
Iglesia frente a la contienda resultó
evidente desde un principio. En 1937
declaraba que «no puede haber en
España sino guerra hasta el exterminio
de ideas y procedimientos». No fueron
estas las únicas palabras que excretaría
este personaje. En aquel mismo año, y
con el beneplácito del Cardenal
Pacelli[4] y el papa Pío XI, se hizo
público un manifiesto de adhesión al
levantamiento escrito por Gomá y
suscrito por la casi totalidad del
obispado español.
No se conformaron con las
invectivas de sus líderes. Hubo
sacerdotes que supervisaron
personalmente las listas de detenidos
destinados al fusilamiento y, mientras
algunos curas bendecían las armas de
los rebeldes, desde los obispados se
alentaba a los sacerdotes a que
colaborasen con la represión señalando
a los elementos indeseables de sus
parroquias y ordenando, más que
pidiendo, que no se diesen «noticias
atenuadas por una mal entendida
benevolencia».
Con estos antecedentes no es de
extrañar que algunos sacerdotes y
religiosos sustituyesen los cálices por
pistolas y fusiles para formar parte
activa en la contienda y, más tarde, en la
represión. El 1 de abril de 1939 no hubo
armisticio en España, solo un bando
vencedor. Durante el Congreso
Eucarístico de 1938[5] el cardenal Gomá
advertía: «Paz sí, pero cuando no quede
un adversario vivo», algo en lo que se
empleó a fondo el franquismo con la
Iglesia de su lado. En 1941 las esposas
de cuatro condenados a muerte
solicitaron clemencia al obispo de
Madrid y Alcalá, Elijo Garay. Su
respuesta fue contundente: «Muy señoras
mías: En contestación a su carta,
pidiéndome que intervenga a favor de
sus familiares condenados a dar cuenta a
Dios de sus culpas, siento mucho
manifestar a ustedes que no me es
posible hacer otra cosa en su favor que
rogar a Dios Nuestro Señor que les dé
lo que más le convenga».
Después de cuarenta años de
dictadura es difícil seguir el rastro de
sangre que dejaron aquellos religiosos.
Los testigos han ido muriendo a lo largo
de los años, silenciados o puestos en
duda. Pero unos versos anónimos, cuya
supervisión se atribuye a Miguel
Hernández, señalan el penal de Ocaña
donde el poeta fue fusilado como el
epítome de aquella represión:

«Muy de mañana,
Aún de noche,
Antes de tocar diana,
Como presagio funesto
Cruzó el patio la sotana.
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!»

Celedonio Vizcaíno, superviviente


del penal, recuerda que aquel cura
verdugo «participaba en las palizas y
después gustaba de coger su pistola y
dar el último disparo», algo que se
debió repetir de forma constante, ya que
en el periodo comprendido entre el final
de la guerra y 1959, año del último
fusilamiento en el penal, se ajusticiaron
por ese método a un total de 1300
presos.
Pero a veces los miembros de la
Iglesia apuntan sus armas contra el
verdadero enemigo.
Manuel Cardona Íñigo, más
conocido como fray Salvador de Hijar,
fue un fraile capuchino que en 1937
decidió marchar al frente como capellán
castrense, pasando los siguientes meses
en un batallón de Falange. Rápidamente
comprendió que aquel no era su sitio,
por lo que desertó rumbo a Valencia,
donde se convirtió en una figura pública
que en sus sermones entremezclaba
cristianismo y comunismo.
Bajo el titulo Franco no, Cristo sí,
fray Salvador escribió una columna que
resumiría la creencia de unos pocos
religiosos: «La santidad de las
costumbres no se logra con la violencia
de las armas, sino por el retorno de los
corazones al evangelio. Lo ignoraban
aquellos hombres que alzaron bandera
de guerra al grito de ¡Por Dios y por la
Patria!».
La dictadura acalló las voces de
aquellos curas que no se adhirieron a la
causa. El sacerdote y diputado por el
Partido Republicano Radical
Socialista[6]. Luis López-Dóriga se
exilió a México tras el fin de la guerra.
Una suerte parecida correría el jesuita
Joan Vilar y Costa, que publicaría una
réplica a la carta conjunta del obispado
español a favor del bando rebelde y que
vio el fin de sus días en Toulouse. El
sacerdote Cándido Nogueras nunca tuvo
filiación política alguna hasta que su
hermano fue asesinado al inicio de la
guerra. Fue el detonante que le llevó a
unirse a las milicias populares de las
que dijo: «Si Jesucristo estuviera en el
mundo formaría también en estas
milicias populares […]. Sería un
luchador más por la libertad». Aquella
postura le valió tres años en una cárcel
franquista. Tras su salida se le destinó a
una pequeña parroquia en Zaragoza. Allí
se dio a la bebida hasta acabar muerto
tras pasar una temporada en un sanatorio
mental de la localidad. Peor suerte
corrieron Francisco González Fernández
y Matías Usero, que murieron fusilados
por el pecado casi herético de haberse
declarado republicanos.
Todos estos sacerdotes no son más
que la continuación de una larga
tradición de religiosos que, por una
razón u otra, se pusieron al servicio del
pueblo en contra del poder y llegando
hasta sus últimas consecuencias.
Antes de ordenarse como sacerdote
en 1813, Martín Merino y Gómez formó
parte de un grupo de guerrilleros durante
la Guerra de la Independencia, acabada
la cual y dada su ideología liberal tuvo
que exiliarse a la vecina Francia. De
regreso a España encontraría un clima
político enrarecido que resumiría a la
perfección Pérez Galdós: «El rey era
absolutista, el gobierno moderado, el
congreso democrático, había nobles
anarquistas y plebeyos serviles. El
ejército era en algunos cuerpos liberal y
en otros realista y la Milicia abrazaba
en su vasta muchedumbre a todas las
clases sociales». Dentro de aquel clima
se inició la Sublevación de la Guardia
Real de 1822 de la que sería testigo de
excepción Martín Merino. Pasaría una
temporada en la cárcel al clamar
públicamente contra un rey que olvidaba
su «marchemos francamente, y yo el
primero, por la senda constitucional»
para conspirar en las sombras a favor de
un levantamiento destinado a restaurar el
absolutismo en España. Tras un nuevo
exilio vuelve a una España donde reina
Isabel II, hija de Fernando VII y que el
conde De Romanones describiría así:
«A los diez años Isabel resultaba
atrasada, apenas si sabía leer con
rapidez, la forma de su letra era la
propia de las mujeres del pueblo, de la
aritmética apenas solo sabía sumar
siempre que los sumandos fueran
sencillos, su ortografía pésima. Odiaba
la lectura, sus únicos entretenimientos
eran lo juguetes y los perritos. Por haber
estado exclusivamente en manos de los
camaristas ignoraba las reglas del buen
comer, su comportamiento en la mesa
era deplorable, y todas esas
características, de algún modo, la
acompañaron toda su vida».
El 2 de febrero de 1852 el cura
Merino logró entrar en el Palacio Real
amparado por su hábito y con un estilete
asestó una puñalada contra la reina
Isabel II, quien salvó la vida gracias a
las ballenas de su corsé. El juicio no se
hizo esperar y la defensa basó su
estrategia en la enajenación mental del
acusado. Fue descrito como «un tipo
moral de los más extraordinarios:
mezcla singular e incomprensible de
cinismo, de sangre fría, de común
bondad, de insolente candor hasta el
mismo crimen. […] Sus respuestas
inesperadas eran propias de un loco o
de un filósofo, de un sabio o de un
energúmeno, de un hombre honrado o de
un perverso criminal». Interrogado por
su objeto al ir a palacio Merino
contestó: «A lavar el oprobio de la
Humanidad vengando la necia
ignorancia de los que creen que es
fidelidad aguantar la infidelidad y el
perjurio de los Reyes», sellando un
destino que tuvo lugar por garrote vil el
7 de febrero.
Intentando evitar que su figura se
ensalzase, el cadáver fue quemado y sus
cenizas esparcidas en una fosa común
del Cementerio Norte de Madrid.
Merino no fue el único cura que
apuntó alto en su atentado.
El 13 de mayo de 1981 el papa Juan
Pablo II lograba salir con vida del
atentado que perpetró contra él Ali
Agca. Casi un año después, el 12 de
mayo de 1982, Karol Wojtyla evitaría
de nuevo la muerte a manos esta vez de
un sacerdote español, Juan María
Fernández Krohn. Los hechos tuvieron
lugar en Fátima mientras el Papa
participaba en la procesión de la vigilia
mariana. Al igual que el cura Merino,
Krohn aprovechó sus hábitos para
acercarse al Sumo Pontífice asestándole
una puñalada con una bayoneta
escondida bajo su sotana. Las primeras
noticias de la época afirmaron que Juan
Pablo II logró salir indemne del atentado
pero años después, el que fuera
Secretario Papal, Stanislaw Dziwisz,
contaría que el papa sí llegó a ser
herido.
Miembro del Frente de Estudiantes
Sindicalistas[7], Krohn fue ordenado
sacerdote por Marcel Lefebvre[8], del
que se quejaría con posterioridad de una
tímida oposición a la modernización que
la Iglesia estaba llevando a cabo tras el
Concilio Vaticano II[9]. A su primera
misa, celebrada por el rito tridentino[10],
acudieron cerca de un millar de
personas, entre las que se contaba
Carmen Polo de Franco. Según las
palabras del religioso, el atentado fue
«un sacrificio por la salvación de la
Iglesia, de España y de mis
convicciones de católico español o de
nacionalcatólico». Además de ser un
firme opositor al Concilio Vaticano II,
tenía la firme sospecha de que Juan
Pablo II era un agente secreto soviético
con el único propósito de acabar con la
Iglesia católica desde dentro. Cuando
escuchó la sentencia, que le condenaba a
seis años y medio de cárcel, el
sacerdote gritó al tribunal: «No
juzgasteis a los que derramaron sangre
en África. No tenéis derecho a juzgarme.
¡Títeres, asesinos, comunistas!».
Tras salir de la cárcel, donde
abandonó los hábitos, se afincó en
Bruselas. Allí, en 1999, sería acusado
de intentar incendiar una sede de Herri
Batasuna. Volvería a ser detenido en
aquella misma ciudad un año después
cuando, aprovechando una visita oficial
del rey Juan Carlos a Bélgica, le gritó en
medio de un acto público: «Rey Borbón,
yo no maté al papa, tú, en cambio,
mataste a tu hermano».
No fueron estos los únicos
sacerdotes asesinados, exiliados o
encarcelados. La lista se entrevé larga,
injusta y cruel, razón por la cual la
misma Iglesia a la que pertenecieron
intentó borrar de la memoria los
nombres de aquellos religiosos que
apuntaron sus armas contra el verdadero
enemigo.

En la página siguiente: un fraile agita


una bandera española durante el
homenaje a los caídos por dios en
Santander (octubre de 1937)
Momento en el que el sacerdote español Juan
Fernández Krohn es detenido por la policía
portuguesa tras atentar contra Juan Pablo II
Juicio contra Juan Fernández Krohn por su
intento de atentado contra Juan Pablo II
LAS RUTAS TURÍSTICAS
DE LA GUERRA
«El objetivo principal al frente
de dicho organismo será que
España sea visitada por
aquellos interesados en conocer
de primera mano lo que está
ocurriendo y lograr así difundir
la versión nacional para
confirmar, de este modo, que la
sublevación militar estaba
justificada y era, sin lugar a
dudas, necesaria para la
salvación del país. El objetivo
era claro y tenía el apoyo del
general Franco que, según
Serrano Suñer, ministro de
Interior, compartía la idea de
que abrir la zona nacional a los
turistas serviría para mostrar al
mundo entero la verdad de
España, de la guerra y de su
movimiento político […].
Mientras a nivel interno se
realizaron las gestiones para
dotar dichas rutas de guías
especializados, autobuses de
calidad, hoteles en perfecto
estado y para la reconstrucción
de puentes y carreteras para el
acceso de los visitantes futuros;
a nivel exterior hubo que tejer
un entramado de relaciones con
multitud de agencias de turismo
de toda Europa a las que se
ofreció una serie de facilidades
para atraer al mayor número de
visitantes posible con vistas a la
inauguración de la Ruta de
Guerra del Norte el 1 de julio
de 1938. […]. El itinerario de la
Ruta del Norte partía del puente
internacional de Irún, y
continuaba por Bilbao, Laredo,
Santander, Gijón y Oviedo
regresando al punto de partida
por Covadonga, Santander y San
Sebastián. Frases como “La
provincia de Santander es la
naturaleza en su opulencia”;
“Asturias —La Suiza española
—”; “San Sebastián, playa
cosmopolita y refinada”;
“Bilbao, la que se ha llamado la
ciudad más rica del mundo” y
“Oviedo que hoy es, antes que
todo y después que todo, la
ciudad invicta y heroica”
ratifican la razón del viaje que
necesita el turista»

Eva Concejal López,


Las rutas de guerra del
Servicio Nacional del Turismo
(1938-1939)
En las páginas siguientes:
reproducción del folleto de
cuatro páginas Las rutas de la
guerra en España (1938)
FRANCO NO MURIÓ EN LA
CAMA:

REVISIONISMO,
HAUNTOLOGÍA Y
NECROPOLÍTICA DEL
FRANQUISMO
DAVID BIZARRO
«Menard no define la
historia como una
indagación de la realidad
sino como su origen. La
verdad histórica, para él, no
es lo que sucedió; es lo que
juzgamos que sucedió»

Jorge Luis Borges,


Ficciones (1944)
n la madrugada del 20 de

E noviembre de 1975 la noticia


del fallecimiento del dictador
se extendió cual reguero de pólvora por
las redacciones de los principales
medios de comunicación del país. A las
seis y doce minutos de esa misma
mañana llegaba la confirmación oficial
del ministro de Información y Turismo,
León Herrera Esteban, a través de los
micrófonos de Radio Nacional de
España, cuatro horas antes de que el
presidente del gobierno, Carlos Arias
Navarro, compareciese ante las cámaras
de Televisión Española, con el rostro
compungido y la voz entrecortada, para
dar cuenta del fatal desenlace.
Cumpliendo con la hoja de ruta de la
«Operación Lucero», las autoridades
franquistas dieron por amortizada la
larga y atroz agonía del Generalísimo
garantizando así la legitimidad del
mandato de una persona fiel al Régimen
que pudiera influir sobre el futuro
político del país.
Apenas un año antes, Michel
Foucault y otros compañeros militantes
habían sido expulsados tras un viaje
frustrado para protestar contra las
condenas a muerte en el proceso de
Burgos[1]. Al filósofo francés le pareció
especialmente paradigmático que un
dictador como Franco, acostumbrado a
ejercer el poder soberano de «hacer
morir o dejar vivir» a sus súbditos,
viviese a merced de los intereses
políticos de un puñado de tecnócratas
dispuestos a someterle a reprobables
métodos de encarnizamiento terapéutico
con tal de perpetuar el Régimen. «Ni
siquiera había advertido que ya estaba
muerto y se lo hacía vivir tras su
deceso», argumentó en una de sus clases
magistrales en el Collège de France.
«Creo que el choque entre esos dos
sistemas de poder, el de la soberanía
sobre la muerte y el de la regularización
de la vida, está simbolizado en ese
pequeño y gozoso acontecimiento»[2]
que la cúpula franquista hizo coincidir
con el aniversario del fusilamiento de
José Antonio Primo de Rivera, fundador
de Falange Española, creando así un
mito conjunto que reforzara
simbólicamente la identificación entre el
Movimiento, el partido, sus líderes y el
Estado.
«Una muerte que se fue produciendo,
en pedazos, sin esa unidad que tiene la
muerte en cualquier ser viviente, aunque
no sea un hombre», tal y como la
describió desde el exilio nuestra María
Zambrano. «Se diría que no era una
muerte y que era muerte sin que por eso
estuviese en las antípodas de la vida.
[…] Era una muerte apócrifa. Era una
pseudomuerte. O acaso algo peor»[3]. Al
otro lado del hilo telefónico, desde la
vecina Ginebra, el poeta ourensano José
Ángel Valente acordó con su amiga no
participar de un evento ya de por sí
anacrónico y, por lo tanto, carente del
más mínimo sentido histórico, natural y
biológico. Una muerte sin posible
resurrección, obstinada en contradecirse
a sí misma al alargarse en el tiempo
innecesariamente. De su puño y letra,
los versos de Corona fúnebre (1975)
supusieron una victoria moral difícil de
digerir para quienes asumieron la salida
«en falso» del dictador como una
derrota:
«De la muerte nos diera innúmeras
versiones.
Padre invertido: nos desengendraba.
Viva la muerte, en círculo dijeron
con él los suyos.
Viva, con él, al fin la muerte.
La muerte, sus bastardos, sus banderas»

El calvario sufrido por el general


Francisco Franco, con su cuerpo
pudriéndose por dentro, evidenciaba la
violencia estructural que durante
décadas se asumió en nuestro país como
algo natural. En palabras de Juan
Goytisolo para El País, «era torturado
cruelmente por una especie de justicia
médica compensatoria de la injusticia
histórico-moral que le permitía morir de
vejez, en la cama». Tanto es así, que
muchos españoles, hastiados del
permanente deterioro de salud del
Caudillo, vieron en la figura de su
yerno, Cristóbal Martínez-Bordiú,
marqués de Villaverde, al verdadero
protagonista de este sainete necrófilo.
De él se decía que «mató más en La Paz
—el hospital de Madrid donde ejerció
como cardiólogo— que su suegro en la
guerra», y se le atribuían tratamientos
disparatados como hacer desfilar a
Franco al son de himnos legionarios,
junto a otros directamente
irresponsables, como operarlo en un
quirófano improvisado en El Pardo para
curarle una hemorragia gástrica, en
contra del criterio de su propio equipo
médico. Revisando su hoja de servicios,
plagada de negligencias e
irregularidades, reparamos en un
episodio particularmente oscuro que lo
sitúan al nivel de otros mad doctors
ilustres del Régimen, como Vallejo-
Nájera y López-Ibor[4].
Hacía tan solo nueve meses que
Christiaan Barnard obrara el milagro de
Ciudad del Cabo: conseguir que el
corazón de Dénise Darvall, una joven
oficinista muerta en un accidente de
tráfico, volviese a latir en el pecho de
Louis Washkansky. Ávido de fama y
reconocimiento internacional, el doctor
Martínez-Bordiú se dispuso a emular la
hazaña en el Hospital La Paz de Madrid
el 18 de septiembre de 1968, en lo que
algunos interpretaron como una
maniobra temeraria para restaurar la
deteriorada imagen de España en el
extranjero. El paciente, Juan Alfonso
Rodríguez Grille, un fontanero de
Padrón de 40 años, fallecía sin ni
siquiera haber podido ser desconectado
de la máquina de asistencia circulatoria.
Habían pasado veintiséis horas desde
que el equipo del marqués de Villaverde
le implantara el órgano donado por
Aurelia Isidro Moreno, vecina de Meco
(Madrid) arrollada por un camión, y tan
solo medio día desde de que el propio
Martínez-Bordiú saliese a anunciar a la
prensa, vestido con ropa de quirófano,
el éxito de la operación.
En el bolsillo del abrigo del difunto,
colgado en el perchero de la habitación
del hospital, su viuda encontró una nota
doblada con sus últimas voluntades.
Después de mantener una conversación
en privado con Martínez-Bordiú y
acceder a firmar los permisos para la
intervención, Rodríguez Grille pidió la
extremaunción, reclamó ver a su niña, de
nueve meses, por última vez, y se
preparó para lo peor. «Estoy desolado»,
manifestaría horas después el marqués,
ante las irreversibles consecuencias de
una cirugía que había visto practicar al
propio Barnard «con la precisión de un
relojero», según rezan las crónicas de la
época. El 22 de mayo, sesenta personas
se agolparon en un pequeño quirófano
de aquel mismo hospital para ver cómo
el eminente doctor sudafricano
trasplantaba «sin que sobrase ni faltase
nada» un nuevo corazón. A un perro.

«Sé que usted ha venido a regocijarse


con el espectáculo de mi muerte, lo he
constatado en la herrumbre de sus ojos,
en el verdín de su curiosidad, pero ya no
temo la inexistencia. Dicen que en el
vértice exacto de la muerte las escenas
vividas se reproducen vertiginosas lo
mismo que los fotogramas de una
película. Dicen que una vez vistas la
consciencia acaba. Puede que sea cierto
y esté asistiendo en este momento a la
contemplación precipitada de un pasado
nebuloso de recuerdos. Las semblanzas
de los muertos advierten de la
persistencia del espíritu y ayudan a los
vivos a desbrozar las incógnitas que
acaso les provoca el saberse finitos. Ese
será mi magisterio. Lo demás nada
importa; es entretenimiento o
incertidumbre».

La mala muerte. Fernando Royuela


(2000)
Foucault no vivió para ver las
morbosas fotografías del dictador
entubado que su propio yerno tomó a
escondidas[5] y que fueron difundidas en
1984 por La Revista, un semanario del
corazón que llegó a pagar 15 millones
de pesetas por la exclusiva. Facilitadas
supuestamente por un antiguo empleado
de los Franco, las instantáneas
mostraban al Generalísimo convertido
en la terminal de una computadora, en
una pieza de un complejo mecanismo
industrial, instrumentalizado hasta la
barbarie. A falta de una catarsis popular
que permitiera ajustarle las cuentas al
franquismo, el escritor Manuel Vázquez
Montalbán recordaba en su
Autobiografía del general Franco
(1992) el traslado del moribundo a la
Ciudad Sanitaria de la Paz, «donde su
agonía ocupó una planta entera durante
trece días, con los esfínteres, por fin,
sublevados de tan larga disciplina. No
había esfínteres sin tubo, casi ni venas
sin tubo, conmovía verle a usted
convertido en un vegetal conectado con
toda clase de inútiles pasadizos hacia la
nada». En uno de los últimos partes
médicos podía leerse la antológica frase
que hacía referencia a las «heces fecales
sangrientas en forma de melena» y que
anticipó la visceralidad escatológica
con la que Manuel Talens se tomaría la
revancha, proponiendo en su relato
Ucronía, incluido en su libro Venganzas
(1994), la muerte de un Franco ahogado,
literalmente, en mierda[6].
Postrado en su lecho de muerte, al
más puro estilo de Felipe II, rodeado de
reliquias y beatería, el Caudillo entraba
en el tiempo de descuento de una batalla
que, ahora sí, se daba por perdida. El 14
de noviembre superaba in extremis una
intervención de urgencia que le sumió en
un estado de coma del que ya no
despertaría. Hasta el hospital se
desplazó el pater Severino Domingo
Palacios, portando bajo el brazo un
voluminoso paquete envuelto en papel
de estraza que contenía una parte del
cuerpo incorrupto de San Diego de
Alcalá, un fraile franciscano canonizado
en el siglo XVI al que se encomendó la
dinastía de los Austrias en virtud de su
reputación milagrosa. La familia Franco
esperaba surtiera al mismo efecto
curativo que tan buenos resultados había
dado en el caso del enfermizo y
problemático Carlos de Austria quien,
tras sufrir un fuerte golpe en la cabeza al
caerse por la escalinata del Palacio
Arzobispal de Alcalá de Henares,
experimentó una inesperada mejoría en
contacto con los despojos momificados
del religioso.
Con motivo del ingreso en planta del
dictador, el doctor Martínez-Bordiú
tuvo la ocurrencia de intentar utilizar
con su suegro una máquina de
circulación extracorpórea inspirada en
e l autojector patentado en 1925 por
Sergei S. Bryukhonenko, un científico
soviético de la era estalinista cuyo
trabajo fue fundamental para el
desarrollo de las operaciones de
corazón abierto en Rusia, y más adelante
en el resto del mundo. Fue la primera
máquina corazón-pulmón completamente
funcional de la que se tiene constancia,
un dispositivo revolucionario capaz de
proporcionar al cuerpo sangre
oxigenada para mantener con vida al
paciente mientras se le realizaba una
cirugía cardíaca invasiva. Para
minimizar los riesgos que entrañaba su
funcionamiento, Bryukhonenko
emprendió una serie de experimentos en
los que dio rienda suelta a todo tipo de
siniestros avances en el campo de la
reanimación asistida, sirviéndose de
cadáveres de animales disecados. De
entre las numerosas atrocidades
perpetradas en nombre de la ciencia por
este Herbert West moscovita, sorprende
por su extrema crueldad la resurrección
de la cabeza seccionada de un perro. Un
hito perverso de la investigación clínica
que fue presentado por primera vez en
una convención científica celebrada en
el hotel Waldorf Astoria de Nueva York
en 1943, con la aportación de una
película documental titulada
Experiments in the Revival of
Organisms en la que se muestra, con
todo lujo de detalles, la reacción de las
pupilas ante la luz y el movimiento
autónomo de la boca del animal
realizando acciones tales como tragarse
un caramelo o lamerse el hocico[7].
En este contexto, la expresión
«morir como un perro» funciona como
correa de transmisión ideológica para
Franconstein: una ficción política
(2017) de Alfredo Aracil y Fernando
Gutiérrez, un artefacto luctuoso e
irreverente que nos remite a la obra
inmortal de Mary Shelley desde su
propio título y que, a medida que avanza
la lectura, se revela como una de las
aproximaciones más coherentes al mito,
tanto en el plano biopolítico como en el
estético. En palabras de sus autores, «se
trata, finalmente, de hacer presente la
precariedad del pasado, esto es,
volverlo visible en sus costuras e
injertos, a la manera de un cadáver
exquisito, un collage que puede ser
revisado en cada fragmento». La
metáfora se completa con una serie de
ilustraciones donde la cabeza del
Generalísimo va mutando por cuerpos
de distinto pelaje que bien podrían
terminar siendo la de cualquiera de
nosotros, recreándose en la dimensión
más siniestra de una parte de la
tradición pictórica española «como
tácticas complementarias de una misma
estrategia de gobierno».
A Franco no se le deja morir, sino
que se le revive constantemente. No es
casualidad que entre 1975 y 1978 se
publiquen varias novelas ucrónicas
ambientadas en la Guerra Civil y las
hipotéticas secuelas de la victoria del
bando republicano. La más exitosa de
ellas, En el día de hoy (1976) de Jesús
Torbado, galardonada con el Premio
Planeta, se abre con el último parte de
guerra, fechado el 1 de abril de 1939:
«En el día de hoy, cautivo y desarmado
el ejército faccioso, han alcanzado las
tropas republicanas sus últimos
objetivos militares. La guerra ha
terminado». Lo firma Manuel Azaña,
presidente de la República. Tras la
derrota nacional, Franco se exilia en
Cuba, Queipo de Llano deserta a
Alemania para ponerse a las órdenes de
Hitler y Ernst Hemingway publica su
aclamada novela Madrid era una fiesta.
Pero tan prometedora premisa termina
malográndose debido a las luchas
intestinas entre anarquistas y comunistas
por hacerse con el poder, lo que dará
pie a un segundo alzamiento.
En su artículo The Politics (If Any)
of Fantasy[8], el experto en ciencia
ficción Brian Attebery afirma que la
mayoría de las ficciones son meras
deconstrucciones históricas. Un discurso
construido alrededor de mitos,
suposiciones y hechos probados —o al
menos tomados como tales— que
permite que la Historia entre de lleno en
el plano de la fantasía para otorgar a
esta una nueva dimensión política.
«Quizá el compromiso político más
vinculante al que aspira la fantasía sea
el de permitir que nos convirtamos en el
Otro, para tomar conciencia de la
existencia de otras formas de poder e
injusticia». Desde este punto de vista, la
lectura de dos novelas antagónicas,
c o m o 1936-1976. Historia de la
segunda república española (1976) de
Víctor Alba[9] y El Desfile de la
Victoria (1976) de Fernando Díaz-
Plaja, nos permite confrontar las
diferentes vertientes de un mismo
conflicto. Sin entrar a valorar los
méritos intrínsecamente literarios de
cada una de ellas, resulta esclarecedor
que en ninguna de las novelas
mencionadas se contemple la
posibilidad de la muerte de Franco. Más
aún en el caso concreto de la de Alba,
para quien el Alzamiento nunca llegó a
producirse, y que nos narra el ascenso
de los comunistas en el seno de la
República, su alianza con el sector del
PSOE encabezado por Negrín y las
purgas posteriores contra los trotskistas
del POUM. La posición neutral de
España en la II Guerra Mundial tampoco
conseguirá evitar ni el bombardeo de
Guernica ni la posterior ocupación nazi.
La Liberación se producirá en 1944,
curiosamente con Franco y Rojo como
héroes nacionales, trayendo consigo la
instauración de la III República. En el
segundo ejemplo, la Pasionaria y la
anarquista Federica Montseny presiden
el Desfile de la Victoria en Madrid el
19 de mayo de 1939. Treinta años
después, serán los hijos de los
republicanos triunfadores quienes se
rebelen contra sus padres abrazando el
fascismo y justificando el ejercicio de la
violencia y el asesinato político como
males necesarios para salvar al país de
la dictadura distópica del proletariado
en que se ha convertido la República.
Como sugiere Slavoj Zizek[10], los
mecanismos propios de la «historia
alternativa» hacen de la ucronía un
género afín a la corriente revisionista,
anclada a la supuesta irrefutabilidad de
los hechos consumados y defensora a
ultranza de cierto determinismo
histórico[11]. Solo dos años más tarde,
en 1978, Fernando Vizcaíno Casas se
verá en la necesidad no ya de matar,
sino de resucitar al dictador. … Y al
tercer año, resucitó (1978), el mayor
éxito editorial de la carrera del autor de
Los rojos ganaron la guerra (1989),
somatiza las serias dificultades de un
amplio sector de la sociedad española
para romper con la figura simbólica del
padre que encarnaba Franco.

«Como el agudo espanto o el dolor se


consumen,
ni espanto ni dolor te aguardan. Solo y
maldito seas,
solo y despierto seas entre todos los
muertos,
y que la sangre caiga en ti como la
lluvia,
y que un agonizante río de ojos cortados
te resbale y recorra mirándote sin
término»

El general Franco en los Infiernos,


Pablo Neruda (1937)

«Un día tuve un sueño; más que un


sueño fue una alucinación. Me levanté y
me encontré a Franco comiéndose el
arroz con leche que tenía guardado en mi
nevera. Cuando me vio, se cuadró ante
mí». La perturbadora imagen, que
llevaba varios años rondando la cabeza
de Francisco Regueiro, se encuentra en
el germen de su película Madregilda
(1993), alegoría esperpéntica del
franquismo que acredita la pervivencia
de un pasado traumático, plagado de
ausencias, omisiones y desapariciones,
que adopta la forma de un fantasma
doméstico llamado a desestabilizar
nuestra concepción de la realidad. La
tendencia de reconstruir el pasado como
una narrativa sin fisuras que garantice el
consenso social implica asumir la
versión oficial de la Historia y
someternos a la dictadura del
materialismo histórico, en lugar de
elaborar nuestra propia cronología a
partir de las huellas borradas, las voces
silenciadas y los recuerdos reprimidos
que aún laten bajo la superficie. Ni
presente ni ausente, ni vivo ni muerto, el
franquismo sociológico se revela como
un espectro que debe ser exorcizado; no
para ahuyentarlo sino para otorgarle el
derecho a la memoria, para acogerlo.
En ese sentido, Vázquez Montalbán
lamentaba que «sin prisas pero sin
pausas le estamos olvidando, general, y
olvidar el franquismo significa olvidar
el antifranquismo, el esfuerzo cultural
ético más generoso, melancólico y
heroico en el que se resistieron puñados
de mujeres y hombres». A quienes
nacimos en democracia, aquel semblante
acuñado en moneda y timbre, que
durante décadas había presidido las
aulas y cuyo cometido parecía limitarse
a inaugurar pantanos en los noticiarios,
se nos antojaba siniestramente familiar.
Un vestigio del pasado que se resistía a
abandonar el curso legal por valor de
cincuenta pesetas y cuyos rasgos, de
tanto pasar de mano en mano, llegaron a
confundirse con los del monarca
campechano en un proceso de blanqueo
similar al que insinuaba la fanfarria que
coreábamos en el recreo:

«Franco, Franco, que tiene el culo


blanco
porque su mujer
lo lava con Ariel.
Doña Sofía lo lava con lejía
mientras el Borbón
lo lava con jabón»

En un país en el que solo existían


dos canales de televisión, las sintonías
de los anuncios formaron parte de la
educación sentimental de una generación
predispuesta a interiorizarlos como
materia nostálgica. Desprovisto de la
funesta carga de su referente real, el
Caudillo de España «por la gracia de
Dios» entraba a formar parte de la
cultura pop de la Transición por la vía
d e l product placement, gracias a una
rima en clave de agitprop infantil y al
servicio de una conocida marca de
detergente. Mucho menos inofensiva de
lo que aparenta, la cancioncilla aborda,
sin tapujos, el asunto de la sucesión en
la Jefatura del Estado desde una
perspectiva escatológica, pero
pertinente. Por un lado, como burla a la
imagen inodora, incolora e insípida que
se construyó de Franco desde el NO-DO
y que, según Dominique Laporte, es
propia de los estados totalitarios: la
institucionalización y estatalización de
la tríada orden-belleza-limpieza que
Freud definió como la base de la
civilización[12]. Por otra, como
articulación de la operación de limpieza
efectuada sobre el cuerpo de la nación y
la depuración de los aspectos grotescos
del aparato franquista y de sus
herederos. Esa Transición democrática,
que algunos califican de modélica y
ejemplar, escenificada en el acto de la
proclamación de Juan Carlos I, el 22 de
noviembre de 1975, dos días después
del fallecimiento del dictador y un día
antes de su funeral en la basílica del
Valle de los Caídos, cuyo discurso
oficial, «atado y bien atado», conjuraba
el miedo de los españoles ante un
porvenir incierto. Franco muerto y Juan
Carlos vivo eran las dos caras de una
misma moneda[13].
Corría el año 1946 cuando el
veterano escultor Mariano Benlliure,
considerado como el último gran
maestro del realismo decimonónico,
recibió una queja formal desde El
Pardo. El molde de prueba para la nueva
peseta, en el que había trabajado durante
los últimos dos meses, disgustó
profundamente al Caudillo al considerar
que salía muy desfavorecido. Desde su
gabinete, se impuso una serie de
cambios para obtener un perfil acuñable
según los criterios estéticos de la
Dictadura: estilizar el cogote, disminuir
la papada y retocar el ojo izquierdo.
Hoy en día, la plusvalía actual de esta
rareza numismática oscila entre los 2500
y 4000 euros y, afortunadamente para
Benlliure, su obra más emblemática
sigue siendo la escultura alegórica que
corona el edificio de La Unión y el
Fénix.
No obstante, la verdadera efigie de
Franco puede contemplarse en el Museo
del Ejército del Alcázar de Toledo,
donde su máscara mortuoria se expone
junto a un busto de gran tamaño de Juan
Carlos I, dando pie a un recorrido
genealógico nada inocente. La pieza en
cuestión fue realizada por el escultor
Santiago de Santiago Hernández, amigo
personal del dictador, en el mismo
hospital donde falleció. Para entonces,
la práctica de las máscaras mortuorias
conmemorativas estaba ya en plena
decadencia, pero seguía siendo un
recurso práctico de gran utilidad para la
realización de réplicas fabricadas en
materiales nobles obtenidas a partir del
vaciado original en yeso, como es el
caso del rostro y ambas manos, forjadas
en bronce para una mejor conservación.
En 2015, el artista madrileño Fernando
Sánchez Castillo realizó un molde de
una de las manos y lo llevó a la consulta
de un quiromante, sin advertirle acerca
de su procedencia. El diagnóstico fue
rotundo: se trataba de la mano de un
asesino. La misma que, entre 1940 y
1975, no tembló al firmar ciento
veintiséis sentencias de muerte
efectivas, mientras comía, tomaba café
antes de la siesta o viajaba en coche;
catorce de ellas mediante fusilamiento y
las restantes por garrote vil. «Cosas de
trámite», como las calificó en cierta
ocasión ante su cuñadísimo y ministro
de la Gobernación, Ramón Serrano
Suñer.

«Un golpe de ataúd es algo


perfectamente serio»
En el entierro de un amigo, Antonio
Machado (1907)

«España es uno de los países del


mundo donde menos se deja en paz a los
muertos y donde se les da más
paseos»[14], sentenciaba el periodista y
escritor Luis Carandell en Tus amigos
no te olvidan (1975), su pintoresco
retrato de la vertiente más castiza de la
cultura necrófila. «En un país como el
nuestro, de tan clara “vocación
funeraria”, los muertos juegan un papel
trascendental en política», bien sea con
fines propagandísticos, como
instrumentos de consenso o usados
directamente como armas arrojadizas
para cobrarnos pleitos pendientes a
costa del dolor de las víctimas. Le
hablaba la poetisa Fina García en una
carta a su queridísimo Machado sobre
«ese quehacer tan español que es
morirse y estar muerto»[15] y que hoy
sigue siendo cuestión de Estado y acaso,
como sugiere el propio Carandell, «lo
más útil que el español hace en su vida
por sus semejantes es morirse», al igual
que Franco, ilustrísimo cadáver
manoseado por detractores y exégetas,
cuya exhumación en aras de la ley de
memoria histórica, lejos de zanjar la
cuestión, avivará la polémica. «No le
vamos a facilitar al Gobierno que juegue
con los restos, con la momia de mi
abuelo», declaraba recientemente el
nieto mayor del dictador, Francis
Franco, entrevistado por Carlos Herrera
en la Cadena COPE, pasando por alto
esa obsesión tan franquista por
desenterrar a conveniencia a los suyos.
Empezando por el cadáver de Onésimo
Redondo, líder de las JONS, acribillado
a balazos por los anarquistas en el
pueblo segoviano de Labajos y
trasladado en coche a Valladolid, donde
fue recibido con honores por sus
camaradas. O el del general Mola,
enterrado en el cementerio de Pamplona
en 1937 y posteriormente reubicado en
el monumento a los Caídos en 1961.
Capítulo aparte merece el tránsito
del mártir por antonomasia de la
Cruzada, José Antonio Primo de Rivera,
portado a hombros por el cortejo
fúnebre desde Alicante a la basílica del
Escorial, cuando se cumplían tres años
de su fusilamiento, el 20 de noviembre
de 1939. Hubo rezos y misas, vítores y
salvas, exhibición de banderas y
crespones en ventanas y fachadas. Se
movilizaron recursos y multitudes, se
suspendieron las clases para que los
escolares se incorporaran al séquito y
hasta la vida misma pareció detenerse al
paso del féretro por las calles. Si la
parafernalia que lo rodeaba de por sí
resultaba deslumbrante, el fervor con el
que fue transportado a pie casi
quinientos kilómetros a lo largo de diez
días con sus respectivas noches,
desafiando el frío nocturno y las
inclemencias del tiempo, permite
hacerse una idea de las épicas
dimensiones de unas exequias dignas de
un funeral de Estado. A la ceremonia
asistieron el propio Franco, doña
Carmen Polo y el gobierno en pleno,
incluyendo a las más altas autoridades
civiles y militares, agrupaciones de
Falange llegadas desde todos los puntos
de España y la jerarquía eclesiástica.
Así y todo, los restos de José Antonio
volverían a ser exhumados veinte años
más tarde, junto a los de varios cientos
de muertos del bando nacional, para
ubicarlos en la basílica del Valle de los
Caídos. La fecha elegida fue el 29 de
marzo por su correspondencia con el
domingo de Resurrección en el
calendario católico. En esta ocasión, el
paseo fue de quince kilómetros, sin la
resonancia ni la significación del
anterior.
Más allá de conmemorar la victoria
de San Quintín sobre los franceses, el
Real Monasterio de El Escorial nació
con la intención de servir de sepultura
para los reyes y familiares de la dinastía
Habsburgo. En 1573 Felipe II hizo
trasladar al templo los restos de su
padre, Carlos I, y de otros Habsburgo
para albergarlos en un primitivo
sepulcro que, casi un siglo después,
Felipe IV sustituiría por la actual y
vistosa Cripta Real. Desde entonces, el
Panteón Real y el de los Infantes han
servido como lugar de descanso eterno
para la mayoría de miembros de la
Familia Real española, tanto de los
Austria como de los Borbones. Su
famoso pudridero se encuentra en el
subsuelo de la basílica, a pocos metros
del lugar de los sepulcros reales: un
lugar tétrico y húmedo, con paredes de
piedra, suelo de granito y techo
abovedado, por el que circulan
corrientes mefíticas de tanto en cuando.
Los monjes agustinos, que sustituyen a la
Orden de los Jerónimos del periodo de
Felipe II desde 1885, se encargan de
custodiar las tres pequeñas salas sin luz
y acceso restringido donde los
cadáveres han de demorarse entre
veinticinco y cuarenta años, a la espera
de que el proceso biológico de
descomposición y posterior
momificación del cuerpo permita
acomodarlos en los minúsculos cofres
de plomo reservados a tal fin, y así
reunirse con el resto de su árbol
dinástico.
«Compadre, esto es preciso verlo
con las manos en las narices», cuentan
que comentó Bartolomé Esteban
Murillo, en presencia de Juan de Valdés
Leal, ante los lienzos del segundo
expuestos en el Hospital de la Caridad
de Sevilla. Una anécdota que inspiraría
el retrato que Rodríguez de Losada pintó
del maestro sevillano, impasible en el
interior de una cripta, tomando apuntes
al natural de los cadáveres en
descomposición en tanto que su
acompañante se tapa medio rostro con la
mano, quién sabe si para ahorrarse el
hedor o reprimir una arcada. En Finis
Gloriae Mundi se nos muestran dos
cadáveres putrefactos siendo pasto de
los repugnantes insectos que recorren
sus ostentosos ropajes. En los platos de
una balanza puede leerse: «ni más», «ni
menos», aduciendo que nada importan
los bienes materiales por aquello de que
la muerte nos iguala a todos los seres
humanos. Salvo para aquellos a los que
les han negado sus liturgias y sus duelos,
y que todavía yacen amontonados,
indiferenciados, desarreglados y sin
contexto en las lúgubres profundidades
de esa gran fosa que algunos llaman
España.
Sic Transit Gloria Mundi. Franco
ya no necesitaba hablar para que se le
entendiera, ni gritar para que se
cumplieran sus órdenes. El poder
anónimo que lo mantenía con vida era el
mismo que regulaba sus signos vitales
según los intereses del Estado,
aplicándole multitudinarios enemas,
extirpándole el estómago o induciéndole
una hipotermia. Antes de eso, en su
peculiar omnisciencia, el espectro de
Franco sin ser en nada, estaba en todo.
«Franco solo debe ser yo. El resto es
familia»[16]. Manteniendo
constantemente las distancias, política y
físicamente, lo imaginamos enclaustrado
en el Palacio del Pardo para evitar
filtraciones sobre su precario estado de
salud; las paredes enteladas, la gran
araña en el techo, el oratorio de la
época de Fernando VII con el brazo
incorrupto de Santa Teresa y un cuadro
de Luis de Morales, La Virgen con el
niño. Subsistiendo a base de foie-gras,
yogures con nescafé y fanta de naranja,
marchitándose frente al televisor en la
penumbra de una habitación mal
ventilada y atendido por una grey que
parece salida de la corte de los
milagros.
En contraplano, un Felipe II
incontinente, mortificado por las
calenturas y la hidropesía, con el cuerpo
sajado de úlceras y llagas purulentas,
expira entre espasmos, orín y heces.
Basta con echar un vistazo fugaz a
Sarcófago para Felipe II (1963) para
confirmar el ánimo monumental y
fúnebre que recorre la producción de su
autor, el pintor canario Manuel Millares,
a lo largo de los años sesenta.
Fascinado por la España Negra, fuente
de inspiración para otros artistas
contemporáneos como Antonio Saura,
Manuel Rivera y el Equipo Crónica, el
óleo desprende el inconfundible hedor
de los despojos, las ruinas y las tumbas,
además de una sobrecogedora crítica —
no por ello, exenta de belleza— del
polvo que resta y seremos tras las
glorias.

«Me agrada un cementerio


de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar»[17].
Uno de los rasgos más comunes y
que mejor define la personalidad de los
dictadores es la megalomanía
exacerbada, fruto de los delirios de
grandeza de quien se sabe por encima
del Bien y del Mal, y que acostumbra a
manifestarse en un comportamiento cruel
y despótico contra aquellos que están
forzados a satisfacer sus caprichos. La
clase de comportamiento desmesurado
que les empuja a emprender proyectos
imposibles, de pretensiones faraónicas y
términos incalculables, para saciar sus
ansias de inmortalidad; de grabar a
fuego propio y sangre ajena la huella de
su paso por la historia para ser
recordados por las generaciones
venideras. En Beijing los turistas hacen
cola durante horas para visitar el
mausoleo de Mao Zedong, en la céntrica
plaza Tiananmen. A la entrada, un grupo
de campesinos alquilan ramilletes de
flores de plástico como ofrenda al Gran
Timonel y que, una vez depositadas a
los pies del sarcófago de cristal, son
retiradas por funcionarios de uniforme
para ser reutilizadas por los siguientes
visitantes. En la antesala de la cámara
mortuoria, llama la atención una tienda
de recuerdos repleta de toda clase de
parafernalia: paquetes de cigarrillos sin
advertencias sanitarias de ningún tipo,
salvo la fotografía de un sonriente Mao,
víctima de un infarto a consecuencia de
su tabaquismo; estampitas, estatuillas y
camisetas con el eslogan «Te añoramos,
Camarada Mao». Y en el centro de la
estancia, bañado por los focos, reposa
el líder de la Revolución Cultural; sus
facciones de porcelana, imperturbables,
como las de un muñeco diabólico[18].
En comparación, la momia de
Vladimir Ilyich Lenin conserva mejor la
compostura y, pese a lucir más
demacrado, su cutis mantiene un tono
más cálido. El mérito es de un selecto
equipo de anatomistas, biólogos y
bioquímicos que, una vez al año, extraen
al padre del proletariado de su urna a
prueba de balas en la Plaza Roja de
Moscú para bañarlo en glicerina y
acetato de potasio durante treinta días
con el fin de hidratarlo y dotar de
plasticidad a los tejidos. El empleo de
una sustancia tan volátil como la
glicerina, crucial en la elaboración de
explosivos, supone un proceso en
extremo delicado que, en un momento
dado, podría hacer saltar por los aires
las secretas aspiraciones de Josef Stalin
por resucitar el alma del socialismo.
Tras la muerte de Lenin el 21 de enero
de 1924, Stalin encomendó al Politburó
la tarea de embalsamar y exhibir su
cadáver como símbolo de la lucha
obrera. Bajo el evocador nombre de
Comité para la Inmortalización, incluso
se barajó la posibilidad de congelar el
cuerpo para poder resucitarlo en el
futuro.
El artista Eugenio Merino metió en
la Feria Internacional de Arte
Contemporáneo ARCO de 2012 a
Franco en una nevera de Coca-Cola para
reflejar que la imagen del dictador está
congelada en la mente de los españoles.
Su escultura hiperrealista le costó una
denuncia de la Fundación Nacional
Francisco Franco al considerar que se le
mostraba «en estado indigno, rayando lo
grotesco y ofensivo», lo que suponía,
según el demandante, «un evidente
atentado al honor» de la Fundación, que
pretende «que se respete la obra y
memoria de Franco». La demanda fue
desestimada en primera instancia por
una jueza madrileña, pero amenaza con
elevarse al Tribunal Supremo. La pieza
no hubiera desentonado entre la
decoración de Casa Pepe, una venta
ubicada en mitad de la cordillera de
Despeñaperros, donde se exalta la
casquería casi tanto como al franquismo.
Pinchos de tortilla con banderillas
falangistas, latas en conserva ribeteadas
con motivos preconstitucionales y
botellas de vino con el retrato del
dictador, saludan al cliente ocasional
bajo el lema de la casa: «Rojo que
vuela, ¡a la cazuela!».
No muy lejos de allí, a cuarenta
minutos en coche, en las estribaciones
de Guadarrama, se alza una cruz
gigantesca cuya silueta se recorta sobre
el cielo de Castilla. Arrogante emblema
del discurso hegemónico de los que
ganaron la guerra, desafiante como un
falo erecto, protuberante y obsceno,
domina el valle que se extiende a su
sombra. Fue en el mismo transcurso de
la Guerra Civil cuando a Francisco
Franco se le ocurrió inmortalizar su
futura victoria con un grandioso
monumento que comenzaría a
concretarse el primero de abril de 1940,
con motivo del primer aniversario del
final del conflicto. Hay quien dice que
para consolidar aún más su autoridad
sobre un pueblo sometido, mientras
otros lo achacan al complejo de
inferioridad que arrastraba desde la
academia[19]. «Es necesario que las
piedras que se levanten tengan la
grandeza de los monumentos antiguos
que desafíen al tiempo y al olvido y
constituyan lugar de meditación y de
reposo en que las generaciones futuras
rindan tributo de admiración a los que
les legaron una España mejor». Una,
grande y libre; pero, sobre todo,
GRANDE.

«Estábamos al borde del abismo,


pero hemos dado un paso hacia delante»

Francisco Franco Bahamonde


(1892-1975)

En su libro El Valle de los Caídos.


Una memoria de España (2009), el
historiador Fernando Olmedo plantea
que «ningún monumento de la dictadura
franquista ha suscitado en España tantas
polémicas como el Valle de los Caídos.
Ninguno ha acumulado tanto
simbolismo. Ninguno ha generado
posturas tan irreconciliables». En toda
la geografía española, y especialmente
en Madrid, encontramos edificios y
monumentos dedicados a honrar la
memoria de Franco y a ensalzar el poder
del régimen surgido de la Guerra Civil.
El Arco de la Victoria de Moncloa, el
cercano Cuartel General del Ejército del
Aire, de inspiración claramente
herreriana y que fuera la antigua sede
del Ministerio del Aire, o el complejo
de Nuevos Ministerios constituyen
claros ejemplos de la arquitectura
grandilocuente del franquismo. Pero
ningún otro con las propiedades
esotéricas del Valle de los Caídos,
concebido a imagen y semejanza de la
obra cumbre de Felipe II. Si Franco
ubicó su mausoleo a tan solo quince
kilómetros de El Escorial, fue porque el
monarca levantó su monasterio en una
zona donde el magnetismo terrestre
provoca que las brújulas se alteren, lo
que sugiere que su emplazamiento se
halla sobre un vórtice energético; más
concretamente, sobre una de las puertas
del Infierno. Incluso llegó a decirse que
la silla en la que solía sentarse se yergue
sobre un altar vetón en el que se
celebraban sacrificios humanos en la
Antigüedad.
«A los españoles les importa un pito
dónde está enterrado mi abuelo»,
zanjaba la entrevista Francis Franco,
consciente de que la lápida de cinco
toneladas que pesa sobre de su abuelo,
por si un día de estos se decide a
levantar la cabeza, supuso un agravio
comparativo con el precedente de José
Antonio Primo de Rivera y la noción de
«Caídos por Dios y por España» que
hasta entonces había sido aplicada de
manera bastante estricta para designar a
las decenas de miles de víctimas de la
Guerra Civil. La decisión de enterrar al
dictador, que había fallecido enfermo en
la cama a los ochenta y dos años,
obedecía a la voluntad del gobierno de
Arias Navarro por personalizar el
martirologio y amarrar los últimos
cabos sueltos con un gesto solemne. Se
decidió que el Palacio de Oriente,
donde Franco hacía sus emblemáticas
apariciones, era el lugar más
conveniente para instalar la capilla
ardiente y dotar al conjunto de más
vistosidad y mayor control. Y de allí, a
la sierra madrileña, a la basílica de
Colgamuros, para recibir cristiana
sepultura rodeado de los más de 33 000
cuerpos que, sin orden ni concierto, se
acumulan en sus criptas, como un
emperador de la Antigüedad que es
sepultado en compañía de sus
huestes[20].
Fiel a su carácter excesivo y
mostrenco, el cineasta Álex de la Iglesia
arremetió contra los sagrados pilares de
la Cruzada del nacionalcatolicismo en la
vertiginosa secuencia de títulos de
crédito de Balada triste de trompeta
(2010), en la que las imágenes
documentales de la Guerra Civil y el
franquismo se articulan en torno a la
religión y su representación artística y
ritual —la Crucifixión de Matthias
Grünewald, el Cristo con la cruz a
cuestas de Jheronimus Bosch, la Virgen
de la Macarena y la gran cruz del Valle
de los Caídos—, en yuxtaposición con
la figura del payaso, Jiménez del Oso,
Torrebruno y Don Cicuta. De ese modo,
a través de un simbolismo audiovisual
que aúna la cultura popular y de masas
con la simbología religiosa y cultural
tradicional, se profana[21] de manera
inclemente las huellas fantasmales del
pasado traumático, al tiempo que acoge
en su seno la posibilidad de alternativas
y resistencias. Por improbable que
parezca la resurrección de un cuerpo
ideológico corrupto hasta la médula, el
auge experimentado en el último lustro
por la ultraderecha europea hace
presagiar un levantamiento zombi, al
menos a nivel metafórico[22]. El tema de
trasfondo es el regreso. Remontándonos
a la figura clásica del revenant. Zizek se
preguntaba «¿por qué vuelven los
muertos?». Y la respuesta es previsible:
porque no están adecuadamente
enterrados. «El retorno de los muertos
es signo de la perturbación del rito
simbólico, del proceso de
simbolización; los muertos retornan para
cobrar alguna deuda simbólica
impagada»[23].
En la adaptación cinematográfica del
superventas de Vizcaíno Casas dirigida
por Rafael Gil en 1980, un joven Juan
Luis Galiardo recoge a un sospechoso
autoestopista que le pide apearse a la
entrada del Valle de los Caídos. Durante
el trayecto, el conductor reconoce
abiertamente que «Franco lo hizo bien»
pero que ahora conviene pasar página.
«Siempre que surge el tema, discuto
mucho con mi padre. Porque se aferra al
pasado. Y eso tampoco puede ser.
Franco ya es historia. Muy respetable,
eso sí, pero historia al final». El
discurso sobre la necesidad de la
reconciliación por encima de las
diferencias ideológicas y el acuerdo de
un tácito pacto de olvido que permitiese
el proceso de democratización se
impuso rápidamente entre los herederos
del franquismo[24]. La transformación
sin precedentes históricos del sistema
político español supuso el entierro
negociado del pasado y la amnesia
histórica. El carácter apócrifo y
fragmentario al que aludía Zambrano
respecto a la muerte de Franco, provocó
un efecto de metástasis sobre la
identidad nacional que se vio agravado
por el flujo descentralizador del Estatuto
de las Autonomías. Como resultado, los
recuerdos de la Guerra Civil y del
legado de Franco se convirtieron en un
nuevo tabú cultural que la Movida de
los años 80 y el liberalismo de los años
90 se encargarían de banalizar.
Otra clase de recordatorios, mucho
más modestos, perviven todavía en la
toponimia de algunos lugares y en los
callejeros de nuestras ciudades y
pueblos, junto a las placas oxidadas con
el yugo y las flechas que decoraban las
fachadas de los antiguos bloques de
viviendas de protección oficial. La
convivencia cotidiana con los símbolos
autárquicos es el síntoma de un proceso
de negación que induce a una suerte de
esquizofrenia colectiva que celebra la
memoria, la conmemora y la consume
con nostalgia. La obsesión museística y
el frenesí antológico de nuestros días se
traducen en grandes operaciones de
marketing cultural que pretende
reafirmar la versión oficial a cualquier
precio, acomodándola al discurso
institucional mediante un proceso de
mitificación, reinvención y falsificación
para purgar los aspectos más negativos y
conflictivos del pasado, las leyendas
negras de la historia nacional.
Operaciones masivas de amnesia que
enmascaran su subconsciente político e
ideológico en espectáculo de simulacro
y consumo, cuando lo que en realidad se
pretende es paliar un vacío de
dimensiones proporcionales al exceso
recordatorio. Olvidar, sin embargo,
sugiere un descuido, un accidente. Sería
más riguroso hablar de desmemoria, de
desconocimiento o, peor aún, de
desinterés por el pasado, no ya remoto
sino inmediato.
«No se os puede dejar solos».
Peregrinación nacional de Falange a Santiago
Peregrinación nacional de Falange a Santiago
de Compostela encabezada por Franco
Exposición del Documento Nacional del
«primer Año Triunfal» (Salamanca, noviembre
de 1937)
Traslados de los restos mortales de José
Antonio Primo de Rivera (noviembre de 1939)
A LOS MÁRTIRES
ESPAÑOLES
PAUL CLAUDEL
Paul Claudel (Villeneuve-
sur-Fère 1868-París 1955)
fue un poeta y dramaturgo
francés ultracatólico. El
poema, firmado en Brangues
con fecha 10 de mayo de
1937, fue impreso en la
Imprenta Alemana de
Sevilla el 28 de octubre de
1937. En páginas interiores
podía leerse: «Versión
española de Jorge Guillén»
¡Transeúnte!, que una por una vas a
pasar las hojas de este libro sincero:
Léelo todo, regístralo todo en tu
corazón, pero refrena el espanto y la
cólera.
Es lo mismo, es igual, es lo que hicieron
con nuestros antepasados.
Es lo que sucedió en tiempos de
Enrique VIII, en tiempo de Nerón y
Diocleciano.
¿No beberemos también nosotros el
cáliz que bebieron nuestros padres?
La corona que fue de espinas para ellos,
¿para nosotros solo será de rosas?
¡La sal que antaño nos pusieron en la
lengua era el sabor de este nuevo
bautismo!
¿Es posible, Dios mío, que por fin nos
concedáis el supremo honor de que
también Os entreguemos algo, pobres de
nosotros, estando presentes, y diciendo
con nuestra sangre que es verdad que
sois el Hijo de Dios?
¡Verdad es que la maravilla de Vuestra
Existencia no puede pagarse más que
con sangre!
No podía yo impunemente recibir el
Evangelio de Jesucristo.
No es verdad que en este mundo
incrédulo se pueda creer impunemente.
No solo para nuestro regalo Os
tomasteis el trabajo de nacer.
Con todas sus entrañas Os aborrece el
mundo, y no es mejor el siervo que el
señor.
Pero nosotros sí creemos en Vos, y en el
rostro escupimos a Satán.
Esa pobre gente que duda, todos esos
cobardes y vacilantes.
No necesitan palabras sino actos, una
voz clara y el grito de un resplandor.
En el cielo estáis ahora, más allá de la
visibilidad y de la nube.
Pero nosotros estamos aquí, entre sus
manos… ¡Pues que nos cojan, y ya les
ofreceremos por nuestra parte cosas que
ver hasta llenarles la vista!
Robespierre, Lenin y toda esa ralea con
Calvino no han agotado todos los
tesoros del rencor y la rabia.
Voltaire, Renán y Marx no han palpado
todavía el fondo de la sandez humana.
Pero, delante de nosotros, aquel millón
de mártires, delante de nosotros
aquellos inocentes, henchidos de gloria,
No lo han dado todo, no lo han
derramado todo.
¡Somos nosotros quienes ahora estamos
en su puesto para arrimar el hombro!
¡He aquí, por fin de vuelta, la hora del
Príncipe de este mundo,
La hora de la final interrogación, la hora
de Iscariote y Caín!

¡Santa España, en la extremidad de


Europa concentración de la Fe,
cuadrado y masa dura, y
atrincheramiento de la Virgen Madre.
Ultima zancada de Santiago, que no se
detiene sino donde concluye la tierra,
Patria de Domingo y de Juan, de
Francisco el Conquistador y de Teresa,
Arsenal de Salamanca, pilar de
Zaragoza, raíz abrasadora de Manresa,
Inquebrantable España, que ningún
término medio has aceptado jamás,
Empellón contra el hereje, paso a paso
rechazado y repelido,
Exploradora de un firmamento doble, la
oración y la sonda razonando,
Profetisa de aquella otra tierra, allá,
bajo el sol, y colonizadora del otro
mundo!
En esta hora de tu crucifixión, santa
España, en este día, hermana España,
que es tu día,
Yo te envío mi admiración y mi amor
con los ojos llenos de entusiasmo y de
lágrimas.
¡Cuando todos los cobardes hacían
traición, una vez más tú no transigiste!
¡Como en tiempo de Pelayo y del Cid,
una vez más blandiste la espada!
Ha llegado el momento de escoger y
desenvainar el alma.
Los ojos en los ojos, ha llegado el
momento de encararse con la infame
proposición.
¡Ha llegado por fin el momento de que
conozca el color de nuestra sangre!
¡Ah! Muchos se figuran que su pie se va
solo al cielo por un fácil camino
complaciente.
Pero he aquí, de pronto, planteada la
opción.
¡He aquí la intimación y el martirio!
Nos ponen el cielo y el infierno en la
mano, y tenemos cuarenta segundos para
elegir.
¿Cuarenta segundos? ¡Es demasiado!
Hermana España, santa España: tú ya
elegiste.
Once obispos, (diez y) seis mil
sacerdotes asesinados, y ni una sola
apostasía.
¡Ojalá pudiera yo como tú, a voz en
grito, dar mi testimonio en el esplendor
del mediodía!
Decían que dormías, hermana España, y
dormías como quien finge un sueño.
Y he aquí de repente la interrogación, y
he aquí de una vez esos (diez y) seis mil
mártires.
«¿De dónde me llegan tantos hijos?»,
exclama la que suponía ya estéril.
Las puertas del Cielo ya no bastan a ese
tropel atropellados
¿Hablabais de desierto? Pues mirad.
¿Decíais que era el desierto? Pues ahí
tenéis el manantial y la palmera.
¡(Diez y) seis mil sacerdotes: el
contingente de una sola hornada, y el
cielo con una sola llama colonizado!
¿Por qué tiemblas, alma, y por qué te
indignas contra los verdugos?
¡Yo solamente junto las manos y lloro, y
digo que así está bien y que es hermoso!
¡Y a vosotras, oh piedras, también os
saludo desde lo más hondo de mi alma,
santas iglesias exterminadas!
Y a las estatuas rotas a martillazos, y a
todas esas venerables pinturas, y a ese
copón en donde uno de la CNT.
Antes de pisotearlo, gruñendo de gusto,
revolvió baba y hocico.
¿Para qué tantos santos, si ninguna falta
le hacen al pueblo?
A la belleza tanto como a Dios aborrece
la bestia inmunda.
¡Grandes librerías: a la hoguera!
Revolcándose está Leviatán de nuevo, y
con los rayos del sol hace su yacija y su
muladar.
Frente a tantas bocas interrogantes era
demasiado difícil salvar la propia
jugada.
Lo mejor será cerrarles la boca de un
puñetazo. ¡Abajo Cristo y viva el toro!
Hay que dejar sitio a Marx y a todas
esas biblias de la imbecilidad y del
odio.
Mata, camarada, destruye, emborráchate
y goza de mujer. ¡Eso, eso es la
solidaridad humana!
Todos esos curas, vivos o muertos, que
están ahí, mirándonos, ¿no diréis que no
nos provocaron?
¡Hacer el bien sin pedir recompensa!
¡No, eso no podía tolerarse!
¡Y a los que están ya muertos iremos a
buscarlos dentro de la tierra!
Y esos esqueletos, riéndose, ¡qué
divertidos! Un gracioso se ha quitado de
la boca el cigarrillo, y se lo ha puesto
entre los dientes a ese cadáver, que fue
su madre.
¡A quemar todo lo que pueda arder, y
juntos en un montón a los muertos y a los
vivos!
¡Que traigan petróleo! ¡Hay que abrasar
a Dios!
¡Qué peso se nos va a quitar de encima!
Me molestan todos esos ojos, vivos o
muertos, que están ahí mirándonos.
¿Para qué servirán?

¡Salve, quinientas, iglesias catalanas


destruidas! ¡Salve, gran catedral de
Vich, catedral de José María Sert!
¡También vosotras habéis sabido dar
testimonio, también vosotras sois
mártires!
Las mismas iglesias sois que vio Juan:
iglesias de Gerona y Tortosa, iglesias de
Laodicea y Tiatira.
La vestidura ardió con el sacerdote, y el
cirio prendió fuego al candelabro.
Todavía se yergue el campanario —es
el último instante— sobre el evangelio
animal que se encabrita.
Y con estrépito de trueno el campanario
se desploma, se derrumba, desaparece,
ha desaparecido.
Todo se acabó, iglesia de mi primera
comunión, ya no te veré más.
¡Pero es hermoso morir partido en dos:
secti sunt! ¡Es hermoso morir en su
puesto con un grito de triunfo!
¡Es hermoso para la iglesia de Dios
subir entera al cielo en el incienso y en
el holocausto!
Sube al cielo, virgen venerable. ¡Todo
derecho! Sube, columna. Sube, ángel.
Sube al cielo, gran oración de los
antepasados.
No eras admirable sino para los
hombres, catedral de José María Sert.
Ahora, catedral, eres agradable a Dios.

¡Ya está! Se ha consumado la obra, y la


tierra por todos sus poros ha bebido de
la sangre de que estaba sedienta.
El cielo ha bebido, y profunda la tierra,
digiere la misa de los cien mil mártires.
Tambaleándose vuelve a su casa el
asesino, y con estupor se mira la mano
derecha.
Solamente el santo se ha tomado
posesión de su parte, que es la mejor.
Una vez más todo está consumado, y en
el cielo hay un silencio de media hora.
También nosotros, con la cabeza
descubierta, en silencio… ¡Oh alma
mía: guarda silencio ante la tierra
sembrada!
La tierra ha concebido en su profunda
entraña, y la Reanudación ya ha
comenzado.
La tierra está labrada. Ahora es la época
de la siembra.
La amputación del árbol ha concluido.
Ahora es la época de las represalias.
Bajo tierra la idea ha germinado. ¡Por
todas partes en tu corazón, santa España,
la represalia inmensa del amor!
Con los pies en el petróleo y en la
sangre, creo en Ti, Señor, y en ese día
que será tu día.
La mano derecha tendiendo hacia Ti
para jurar entre la matanza y la acción
de gracias.
«Tu cuerpo verdaderamente es un
manjar, y Tu sangre verdaderamente es
una bebida».
De la carne que fue estrujada —Tu
carne— y de la sangre que fue
derramada,
Ni una sola partícula pereció, ni una
sola gota se perdió.
¡El invierno continúa sobre nuestros
surcos, pero la primavera ya ha
estallado en las estrellas!
¡Y respetuosamente los ángeles han
recogido todo cuanto fue derramado, y
lo han trasportado al interior del Velo!
AGRADECIMIENTOS:

A los colaboradores Pablo


Colomer, Francisco Jota-Pérez,
Doctor Peligro, Ramón Mayrata,
Servando Rocha, Eduardo
Gómez Calleja e Historia
Contemporánea, Antonio Duplá
Ansuategui y Vasconia, Pablo
Rabasco, Pete «Black Thunder»,
Carlos Arévalo Escarpa, David
Bizarro, Jordi Chantes y Jaime
Burgos, por su amabilidad y sus
brillantes ensayos y reflexiones.

Pedro G. Romero, Yotty y Antón


nos brindaron consejos,
sugerencias y brillantes ideas,
así como documentación muy
valiosa.

A Jorge Martínez «Ilegal» por


su apoyo, confianza y saberes
vitales.

A Ignacio Fernández, que nos


ayudó una vez más con imágenes
y desfiles del fascio ibérico, y a
La Banda Negra, auténticos
magos audiovisuales.
A nuestros impresores y
distribuidores. A las librerías,
amigos, amigas y cómplices que
nos acompañan en el camino.
Este libro se terminó de imprimir en
febrero de 2019 en la ciudad de
Salamanca, muy cerca del lugar en
que el 12 de octubre de 1936
Unamuno y Millán Astray
mantuvieron el famoso
enfrentamiento. ¿Fueron exactamente
las palabras de «¡Viva la muerte!
¡Muera la inteligencia!» aquellas que
pronunció el maltrecho militar al
amargado escritor? Es muy posible
que nunca lo sepamos con absoluta
seguridad. Sin embargo, de lo que
estamos seguros es que, tras décadas
de dictadura y otras tantas de
«transición democrática», aún no se
ha hecho justicia, ni desplegado una
justa memoria, a los infortunios y
barbaridades de aquella cultura de la
muerte que se hizo, no lo olvidemos,
«en nombre de España». Para avivar
esa memoria y evitar la desmemoria,
queda esta obra. Sus editores, al
finalizarla, sintieron un regusto en la
boca a metal oxidado y polvo del
desierto: «España, al fin y al cabo»,
confesaron. DAM NATIO MEM ORIAE
Notas
[1]Alejandro Sawa, «La ola negra» (El
Liberal, 17 de junio de 1898). <<
[2] Juan Bautista Casas, La guerra
separatista de Cuba. Sus causas.
Medios de terminarla y de evitar otras
(Estudio Tipográfico de San Francisco
de Sales, 1896). <<
[3] Francisco Ramírez Santacruz,
Cadáveres y sexualidad en Valle-
Inclán (Lectura y signo, n.º 3, 2008).
<<
[4]Lily Litvak, Erotismo fin de siglo
(Antonio Bosch, 1979, p. 100). <<
[5]Alien W. Philips, Treinta años de
poesía y bohemia (1890-1920),
(Universidad de California). <<
[6]Rafael Núñez Florencio y Elena
Núñez González, ¡Viva la muerte!
Política y cultura de lo macabro
(Marcial Pons, 2014, p. 86). <<
[7] Ibid, p. 89. <<
[8] Mercedes T. Asende, ¿Unamuno
fascista? La paradójica relación entre
Miguel de Unamuno y los falangistas
(España contemporánea: Revista de
literatura y cultura, 2007). <<
[9]
Alejandro Sawa, «Crápula ambiente»
(Las noticias, 26 de septiembre de
1903). <<
[10]Sandro Borzoni, El quijotismo de
Unamuno en Italia: filosofía de la
acción, irracionalismo, fascismo
(Historia contemporánea, 2010). <<
[11]
Diego Sánchez Meca, El quijotismo
de Unamuno, el cervantismo de Ortega
y la España de 1898 (Universidad
Nacional de Educación a Distancia,
2004). <<
[12] Ibid. <<
[13]Sandro Borzoni, El quijotismo de
Unamuno en Italia: filosofa de la
acción, irracionalismo, fascismo
(Historia contemporánea, 2010). <<
[14] Mercedes T. Asende, ¿Unamuno
fascista? La paradójica relación entre
Miguel de Unamuno y los falangistas
(España contemporánea: Revista de
literatura y cultura, 2007). <<
[15] Xavier Casals, Neonazis en España.
De las audiciones wangerianas a los
s k i n h e a d s (1966-1995), (Grijalbo,
1995, p. 261). <<
[1] «Sobre el fascismo, sine ira et
s tud i o » (11-1925), José Ortega y
G a s s e t, Obras Completas, Madrid,
Revista de Occidente, 1966-1969,
vol. II. p. 502. <<
[2] Sobre el PNE y su líder, ver las
apocalípticas obras de José
M.ª Albiñana Sanz, Después de la
Dictadura. Los cuervos sobre la tumba,
Madrid, Compañía Iberoamericana de
Publicaciones, 1930; Prisionero de la
República, Madrid, Impta. El
Financiero, 1932; España bajo la
dictadura republicana (Crónica de un
período putrefacto), Madrid, Impta. El
Financiero, 1932; Confinado en las
Hurdes (Una víctima de la inquisición
republicana), Madrid, Impta. El
Financiero, 1933. También las
publicaciones afines La Legión y
Renacer. El análisis más reciente de la
trayectoria política de Albiñana se debe
a Julio Gil Pecharroman,
Conservadores subversivos. La derecha
autoritaria alfonsina (1913-1936),
Madrid, EUDEMA, 1994,pp. 76-83,
105-107 y 155-159. <<
[3] Un comentario sarcástico sobre la
fundación del PNE, denunciado como
una de las «partidas de la porra» que,
como barómetro de una crisis de Estado,
surgen al inicio y al fin de la
Restauración: «Son los cadetes de la
Gascuña…» (20-VIII-1930), en Rafael
Sánchez Guerra, Dictadura,
indiferencia, República, Madrid, CIAP,
1931, pp. 127-131. <<
[4] Después de la Dictadura…,
Albiñana, pp. 127-128 y 145. <<
[5] Vid. al respecto Antonio Ruiz
Vilaplana, Doy fe: Un any d’actuació
e n l’Espanya nacionalista, Barcelona,
1937, pp. 19-20. <<
[6]«Manifiesto del Partido Nacionalista
Español», El Pensamiento Navarro
(Pamplona), 91-1937, p. 1. <<
[7]«Nuestras consignas. La movilización
armada. La vitalidad nacional», La
Conquista del Estado (Madrid), n.º 16,
Ramiro Ledesma Ramos, 27-VI-1931,
p. 1. <<
[8] Cit. por Tomás Borras, Ramiro
Ledesma Ramos, Madrid, Editora
Nacional, 1971, p. 229. <<
[9] La Conquista del Estado, n.º 16,
27-VI-1931, p. 1. Una de las primeras
acciones violentas del grupo fue
precisamente el intento de boicot a la
llegada de los parlamentarios catalanes
a las Cortes Constituyentes en los
primeros días de julio, que se saldó con
la detención de Ledesma y la suspensión
de su revista («¿Fascismo en España?»,
Ramiro Ledesma Ramos en Escritos
Políticos, 1935-1936, Madrid, Trinidad
Ledesma Ramos, 1988, pp. 58-62). <<
[10]Así los he visto, José M.ª de Areilza,
Barcelona, Planeta, 1974, p. 90; Ramiro
Ledesma, Borrás, p. 317; «¿Fascismo en
España?», Ledesma, en Escritos
políticos…, p. 85 y Memorias de un
triunviro, Juan Arias Andreu, Madrid,
San Martín, 1976, p. 123. <<
[11]Vid. sobre esta última cuestión la
«Carta al comandante Franco. ¡Hay que
hacer la revolución!», La Conquista del
Estado, n.º 9, 9-V-1931, p. 1. <<
[12] Libertad (Valladolid), n.º 2,
20-VI-1931, p. 1, y reproducido en
n.º 87. 11-VI-1934. Vid. también n.º 30,
4-1-1932, p. 1. Onésimo Redondo
aseguraba en esta ocasión que «no
salvaremos la nación de la barbarie
soviética sin organizar una falange
extensa de españoles de todas clases
dispuestos a defender con sus personas
la vida civilizada de España […]. Hay
que formar las Milicias Civiles de
España […]. Queremos hacer de la
Universidad el cuartel civil de las
futuras generaciones». <<
[13] «¡Milicias, milicias!», Libertad,
n.º 83. 14-V-1934, p. 1. Sobre la
formación de la juventud en los usos
castrenses durante la Dictadura, vid. «La
defensa armada del orden social durante
la Dictadura de Primo de Rivera
(1923-1930)», Eduardo González
Calleja en España entre dos siglos
(1875-1931). Continuidad y Cambio.
VII Coloquio de Historia
Contemporánea de España, dirigido por
Manuel Tuñón de Lara, Madrid, Ed.
Siglo XXI, 1991, pp. 97-98 y Ejército.
Estado y Sociedad en España
(1923-1930), Carlos Navajas Zubeldia,
Logroño, Instituto de Estudios Riojanos,
1991, p. 113. Como veremos al final de
este trabajo, el adiestramiento premilitar
de la juventud fue uno de los últimos
cometidos asignados a las milicias de
FET tras la posguerra civil. <<
[14] «Hacia una nueva política.
Justificación de la violencia», Onésimo
Redondo Ortega, Libertad, n.º 28.
21-XII-1931, p. 1. <<
[15]Manifiesto político de las JONS,La
Conquista del Estado, n.º 21,
10-X-1931, p. 1, cit. por Francisco
Guillén Salaya, Anecdotario de las
JONS. Historia y anécdota de las
Juntas de Ofensiva Nacional
Sindicalista, San Sebastián, Yugos y
Flechas, 1938, p. 42. <<
[16] «Precisiones. El Nacional-
Sindicalismo», Ramiro Ledesma Ramos,
La Nación, 13-1-1933, pp. 1-2. <<
[17]«¿Fascismo en España?», Ledesma,
en Escritos políticos…, p. 71. <<
[18]La Conquista del Estado, n.º 4,
13-VI-1931. p. I. <<
[19] Falange. Historia del fascismo
español, Stanley G. Payne, Ruedo
Ibérico, 1965, p. 38. Al parecer, la
organización y selección de los
escuadristas corrió a cargo de Ramón
Ruiz Alonso. En Ramiro Ledesma
Ramos, Borrás habla de cien hombres
organizados en dos centurias y en
patrullas de a cinco, p. 338. <<
[20]
José Antonio, biografía apasionada,
Felipe Ximénez de Sandoval, Madrid,
Editora Nacional, 1949, p. 220. <<
[21] «La violencia política y las
insurrecciones», Roberto Lanzas (seud.
de Ramiro Ledesma Ramos), JONS,
n.º 3, VIII-1933, pp. 104-109. <<
[22] ABC (Madrid), 22-III-1933, p. 6 <<
[23] «Carta a Julián Pemartín. 2-IV-
1933», en Obras de José Antonio Primo
de Rivera, Edición cronológica a cargo
de Agustín del Río Cisneros, Madrid.
Delegación Nacional de la sección
Femenina/Ed. Almena, 1971, p. 49.
Como vemos, el tono de la misiva es
muy similar al empleado medio año más
tarde en el discurso de la Comedia. <<
[24] «Discurso del teatro de la
Comedia», 29-X-1933, en Obras…,
Primo de Rivera pp. 61-69. <<
[25]Julio Ruiz de Alda. «Universidad,
revolución, imperio», JONS, n.º 10,
V-1934, p. 3. Consignas similares
respecto al proselitismo veraniego de
los estudiantes son divulgadas por
Javier Martínez de Bedoya, «Cuando
termina el curso…». Libertad, n.º 84,
21-V-1934, p. 1. <<
[26] La rebelión de los estudiantes.
Apuntes para una historia del alegre
SEU, David Jato Miranda, Madrid, Ed.
del autor, 1975, p. 165. <<
[27] Vid. desde el punto de vista
republicano, Heraldo de Madrid,
25-1-1934, pp. 1-2; 26-1-1934, p. 2;
29-1-1934, p. 15 y 5-II-1934, p. 16; Luz
(Madrid), 28-1-1934, p. 13. La versión
falangista: «Noticiero: Pistolas en la
Universidad», FE (Madrid), n.º 5,
1-II-1934, p. 4. <<
[28]Historia de Falange Española de
las JONS, Francisco Bravo Martínez,
Madrid, Editora Nacional, 1943, p. 26.
<<
[29] El texto de la ley y una
pormenorizada relación de hechos
violentos protagonizados por menores
de edad en ABC, 29-VIII-1934,
pp. 23-24; La Nación, 28-VIII-1934,
p. 2 y El Sol (Madrid). 29-VIII-1934.
p. 4. <<
[30] Entre este tipo de actos merecen
destacarse las concentraciones de la
JAP en El Escorial (22-IV) y
C ovadonga (19-IX), los homenajes
multitudinarios a Calvo Sotelo tras su
retorno del exilio, y la concentración de
600 a 1000 requetés en el cortijo
sevillano de «El Quintillo» el 15-IV,
poco antes del nombramiento de Fal
Conde como secretario general de la
Comunión Tradicionalista. <<
[31]José Antonio, Ximénez de Sandoval,
p. 203, nota I. <<
[32]Entre ellos, el atentado contra Primo
de Rivera el 10 de abril; el acoso a
grupos de izquierda en Cuatro Caminos
el Primero de Mayo; la provocación a
los jóvenes socialistas en la «Playa de
Madrid» el 10 de junio, saldada con la
muerte del falangista José Cuéllar y la
de la socialista Juanita Rico en la
represalia subsiguiente; el atentado
contra Manuel Groizard, lugarteniente
de Ansaldo, el 1.º de julio; los asaltos al
Ateneo de Madrid el 9 de agosto, al
local de la Delegación Juvenil pro
Thaelmann en el Círculo Federal de la
calle Echegaray al día siguiente y a un
Ateneo Libertario el día 12, y los
asesinatos del líder de la UJCE Joaquín
de Grado el 29 de agosto y del
exdirector general de Seguridad Manuel
Andrés Casaux el 10 de septiembre en
represalia por la muerte del falangista
donostiarra Manuel Carrión el día
anterior. <<
[33]Un relato completo pero parcial de
la crisis en ¿Para qué…? (De
Alfonso XIII a Juan III), Juan Antonio
Ansaldo Vejarano, Buenos Aires, Ed.
Vasca Ekin. 1951, pp. 79-86. Conviene
confrontarlo con «¿Fascismo en
España?», Ledesma, en Escritos
políticos…, pp. 124-132. <<
[34]
No fue posible la paz, José M.ª Gil
Robles, Ariel. Barcelona. 1968. p. 443.
<<
[35]El «Pacto de El Escorial» ha sido
erróneamente datado en multitud de
ocasiones, desvirtuando así un detalle
decisivo para sopesar el grado de
autonomía político-financiera de FE
desde su misma fundación. En
Falange…, Payne (p. 53) fecha este
acuerdo en verano de 1934; Ian Gibson
(En busca de José Antonio, Planeta,
Barcelona, 1980, p. 102) en junio de ese
año y Pedro Sainz Rodríguez
(Testimonio y recuerdos , Barcelona,
Planeta, 1978, pp. 220-223) a mediados
de noviembre de 1933. La fecha del
verano de 1933 ha sido demostrada de
forma irrebatible por Ismael Saz en
«Falange e Italia. Aspectos poco
conocidos del fascismo español»,
Estudis Historia Contemporánia del
País Valencia, n.º 3, 1982, pp. 247-248.
A la virtual supervisión del aparato
paramilitar (en el punto 5.º del acuerdo
se establecía el contacto permanente de
un «elemento técnico» —Sainz
Rodríguez— con la jefatura falangista
para decidir asuntos relacionados con la
violencia callejera) y el control
financiero (por el punto 4.º, RE aportaba
300 000 pts. para los gastos más
urgentes y 10 000 pts. mensuales,
ordenando que todo lo que excediera de
esa suma se repartiera en un 45 % a las
milicias, otro 45 % a la recién creada
Central Obrera Nacional-Sindicalista y
el resto al libre albedrío de la
organización beneficiaría) se añadieron
directrices para que el sindicato
falangista ampliase el ámbito de acción
de la violencia falangista hacia el
ámbito laboral (concesión a Ledesma), e
incluso una maniobra fallida para
reinstalar a Ansaldo en la jefatura de
objetivos de la «Primera Línea». Sobre
el pacto con Goicoechea, vid. Ansaldo,
¿Para qué…?, p. 36; Gil Robles, No fue
posible… , pp. 442-443; Payne,
Falange…, p. 54; Gibson, En busca…,
pp. 103-105; Saz, «Falange e Italia…»,
pp. 266-267 y «Tres acotaciones a
propósito de los orígenes, desarrollo y
crisis del fascismo español», Revista de
Estudios Políticos, nueva época, n.º 50,
III-IV-1986, pp. 201-202. <<
[36]Mussolini contra la II República.
Hostilidad, conspiraciones,
intervención (1931-1936), Ismael Saz
Campos, Valencia, edicions Alfons el
Magnánim/Institució Valenciana
d’Estudis i Investigació, 1986, p. 122.
<<
[37] «Los problemas de la revolución
nacional-sindicalista», Ramiro Ledesma
R a mo s , JONS, n.º 11, VIII-1934,
pp. 148-149. <<
[38]«Discurso a las juventudes de
España», Ramiro Ledesma Ramos, en
¿Fascismo en España?…, p. 233. <<
[39]Sobre la financiación de Falange por
nazis y fascistas, vid. Histoire de
l’Espagne franquiste, Max Gallo, París,
Robert Laffont, 1969, p. 54; La
Alemania nazi y el 18 de julio.
Antecedentes de la intervención
alemana en la guerra civil española,
Angel Viñas, 2.ª ed., Madrid, Alianza,
1977, pp. 152 y 301-302 notas 128-129;
La intervención fascista en la Guerra
Civil española, John F. Coverdale,
Madrid, Alianza, 1979, p. 67 y El
fascismo en la crisis de la II República,
Javier Jiménez Campo, Madrid, Centro
de Investigaciones Sociológicas, 1979,
p. 287. <<
[40]Sobre la reunión de Gredos, vid.
Francisco «Los románticos tiempos de
la Falange. En Gredos, a la sombra del
Almanzor, decidió ir a la lucha armada
contra el comunismo», Bravo Martínez,
Avance (San Juan de Puerto Rico). n.º 3,
15-11-1938, pp. 11-13 e Historia de la
Falange… , p. 163-164; En busca…,
Gibson, p. 131; José Antonio y la
Falange, Amaud Imatz, Breteuil-sur-Iton
(Francia), Ed. Deguel. 1981, p. 168 y
Escritos y discursos. Obras Completas
(1922-1936), José Antonio Primo de
Rivera, Edición cronológica,
recopilación de Agustín del Río
Cisneros, Madrid, Instituto de Estudios
Políticos, 1976, vol. II, pp. 711-713. <<
[41] Primo había advertido en Arriba,
19-XII-1935. p. 1 que «cualquier
proposición que se encamine a
asignarnos el papel de guerrilla o tropa
ligera de otros partidos más sesudos no
será siquiera escuchada». <<
[42] Falange…, Payne, p. 68. José
Antonio…, Imatz, p. 181, calcula la
militancia por esas fechas en 12-15 000
afiliados; José Luis Arrese los reduce a
8000 socios con carnet (Falange…,
Payne, p. 225, nota 230) y Raimundo
Fernández Cuesta los sitúa en 5000 sin
contar con los estudiantes universitarios
y de segunda enseñanza (No fue
posible…, Gil Robles, p. 444 nota 60).
<<
[43] Cit. en José Antonio…, Imatz,
p. 182. <<
[44]Entrevista de Primo de Rivera con
Ramón Blardony en la cárcel de
Alicante, cit, en Últimos hallazgos de
escritos y cartas de José Antonio,
Agustín del Río Cisneros y Enrique
Pavón Pereyra, Madrid, Artes Gráficas
Ibarra, 1962, pp. 127 ss. Esta defección
masiva es también reconocida en No fue
posible…, Gil Robles, pp. 573-574. <<
[45]«Circular reservada a los jefes (20-
111-1936)», José Antonio Primo de
Rivera, en José Antonio íntimo. Textos
biográficos y epistolario, Agustín del
Río Cisseros y Enrique Pavón Pereyra,
Madrid, Eds. del Movimiento. 1968,
p. 502. Vid. también José Antonio…,
Imatz, p. 194 y José Antonio. Apuntes
para una biografía polémica, Antonio
Gibello, Madrid, Ed. Doncel, 1974.
p. 320. <<
[46] «La declaración antifascista de
Casares» en Diario de Sesiones de las
Cortes de la República, 19-V-1936,
p. 693. «El proyecto de ley
antiterrorista» en ABC, 24-V1-1936,
pp. 31-32. <<
[47]
«A todas las jefaturas territoriales y
provinciales. Urgente e importantísimo»,
José Antonio Primo de Rivera, (24-VI-
1936), en Obras…, pp. 941-946. <<
[48]
Mola, aquel hombre (Diario de la
conspiración 1936), B. Félix Maíz,
Barcelona, Ed. Planeta, 1976, pp. 61-62.
<<
[49] Cit. por Payne, 1965: 96, quien
considera esta cifra enormemente
exagerada, al igual que Guillermo
Cabanellas en La guerra de los mil
días. Nacimiento, vida y muerte de la
II República Española, Buenos Aires,
Ed. Grijalbo, 1973, vol. I, p. 350, nota
71. Otras cifras aportadas son 3000
milicianos a inicios de julio, según
testimonio de Augusto Barrado (cit. por
Maximiano García Venero en Falange
en la Guerra de España. La
Unificación y Hedilla, Burdeos, Ruedo
Ibérico, 1967, p. 137); 8000 falangistas
según un autor francés que no cita la
fuente (Christian Rudel en La Phalange.
Histoire du fascisme en Espagne, París,
Edition Spéciale, 1972, p. 145) y 10 400
según un cálculo de Rafael Casas de la
Vega en Las milicias nacionales,
Madrid, Editora Nacional, 1977, vol. I,
p. 294. En nuestra opinión, la cifra más
plausible es la aportada por Garcerán.
<<
[50] En Gredos, Pamplona y Valencia
según testimonio de Antonio Rodríguez
Jimeno cit. por García Venero en
Falange…, p. 12. Según Casas de la
Vega en Las milicias nacionales…,
vol. I, p. 135, los falangistas de Sevilla,
Palencia y Valladolid comenzaron a
agruparse desde mediados de julio. <<
[51] Las milicias nacionales en la
Guerra de España, Rafael Casas de la
Vega, Madrid, Editora Nacional, 1974,
pp. 39-40, 132, 153, 170 y 186, y 1977,
191-195. Confrontando documentación
procedente del Servicio Histórico
Militar, Sheelagh Ellwood, Prietas las
filas. Historia de Falange Española.
1933-1983, Barcelona, Ed.
Crítica/Grijalbo, 1984, pp. 73-74, llega
a cifras ligeramente divergentes: 35 549
voluntarios falangistas, lo que suponía
un 54 % del total de milicias y un 19 %
del total de tropas. <<
[52] Vid. como ejemplo Falange
Española de las JONS. Reglamento de
Primera Línea (Burgos, 4-IX-1936).
Cádiz. Establecimientos Cerón, 1936.
<<
[53]Vid. al respecto Milicias fascistas y
violencia política en la Segunda
República Española, Eduardo González
Calleja, Memoria de Licenciatura
inédita, Madrid, Universidad
Complutense, 1985, pp. 970-976. En
Asturias, el 20 % de los efectivos de
centurias eran auténticos falangistas, el
60 % eran elementos conservadores y el
20 % restante antiguos izquierdistas
(Falange…, Payne, p. 120). <<
[54]Las Milicias Nacionales, vol. I,
Casas de la Vega, pp. 303 ss. <<
[55]El decreto asimilando las milicias a
las tropas regulares y colocándolas bajo
disciplina castrense en Boletín Oficial
del Estado (Burgos), n.º 64,
22-XII-1936, p. 4. La necesidad de ser
dirigidas y encuadradas por mandos
militares había sido ya manifestada por
la Junta de Mando Provisional el
20-IX-1936 (José Antonio…, Imatz,
p. 407). <<
[56] La academia de Pedro Lien fue
clausurada en mayo de 1937, después de
que parte de sus miembros participasen
en los «Sucesos de Salamanca». Sobre
las academias de milicias de FE, vid.
Alféreces provisionales. La
improvisación de oficiales en la guerra
del 36, José M.ª Gárate Córdoba,
Madrid, Ed. San Martín, 1976,
pp. 82-113. <<
[57] Sobre la unificación y sus
repercusiones para la milicia falangista,
v i d . Serrano Suñer en la Falange,
Angel Alcázar de Velasco, Barcelona,
Ed. Patria, 1941, pp. 55-56; Los siete
días de Salamanca. Memorias de la
Guerra de España, 1936-1939, Madrid,
G. del Toro, editor, 1976, pp. 91-105 y
123-282 y La gran fuga, Barcelona,
Planeta, 1977, pp. 16-28; Actas del
último Consejo Nacional de Falange
Española de las JONS, Vicente Cadenas
Vicent, Madrid, 1975, pp. 66-156;
Historia de la Unificación, (Falange y
Requeté en 1937), Maximiano García
Venero, Madrid, Distribuciones
Madrileñas Agesa, 1970 y Falange en
la guerra…, pp. 443-494, José Antonio.
Salamanca y otras cosas, Sancho
Dávila, Madrid, Afrodisio Aguado,
1 9 6 7 : 125-133; Prietas las filas…,
Ellwood, pp. 98-105 y Falange y la
concentración de poder en «zona
nacional», José Luis Rodríguez
Jiménez, Memoria de licenciatura
inédita, Madrid, Universidad
Complutense, 1986. <<
[58]
Decreto n.º 255 de 19-IV-1937,
BOE n.º 182, 20-IV-1937. p. 1034. <<
[59] BOE, n.º 291, 7-VIII-1937, p. 2740.
<<
[60] Las Milicias Nacionales, vol. I,
Casas de la Vega, pp. 191-195,
14-IX-1939, BOE, n.º 259, 16-IX-1939,
p. 5155. <<
[61] Decreto de 15-III-1940, Boletín
Oficial del Movimiento de FET y de las
JONS, n.º 85, I-IV-1940, p. 882. El
31-V-1941, Galarza fue sustituido por el
general José Moscardó Ituarte (ibid.,
n.º 116, 15-VI-1941, pp. 1193-1194).
<<
[62] Ley de 2-VII-1940 por la que se
reorganizan las milicias de FET y de las
JONS, BOE, n.º 190,8-VII-1940,
pp. 4705-4707 y Boletín Oficial del
Movimiento de FET y de las JONS,
n.º 94, 15-VII-1940, pp. 974-976. <<
[63] Por el art. 23 de la Ley constitutiva
del Frete de Juventudes, correspondía a
la Milicia de FET las tareas de
instrucción premilitar de los jóvenes
falangistas (Boletín Oficial del
Movimiento de FET y de las JONS,
n.º 103, 7-XII-1940, pp. 1056-1058). El
22-11-1941 se emitió un decreto de
organización de la Milicia Universitaria
dependiente de la Jefatura de la Milicia
Nacional según la ley de 2-VII-1940
(ibid., n.º 109, 6-III-1941, p. 1116), que
quedaba encargada del mantenimiento
del orden en los recintos docentes
(decreto de 4-X-1942, ibid., n.º 161,
20-X-1942, p. 1741). <<
[64] Circular n.º 22 de la Jefatura
Provincial de FET y de las JONS de
Madrid, 29-X-1943, Archivo Natalio
Rivas (Real Academia de la Historia),
leg. 11/8923. <<
[1]Marinetti en Bilbao, D. Francisco
Javier Muñoz (Bidebarrieta, 14, 2003).
<<
[2]Los orígenes del fascismo, Robert
Paris (Península, 1976). <<
[3] El itinerario y actos aparecen
detallados en Llanos Gómez Menéndez,
Espejo e identidad: Marinetti,
Ultraísmo y Spagna veloce e toro
Futurista (Diacronie Studi di Storia
Contemporanea, 2011). <<
[4]Marinetti en Bilbao, D. Francisco
Javier Muñoz (Bidebarrieta, 14, 2003).
<<
[1] Queda fuera de este estudio el
análisis general de la revista, así como
su dimensión literaria o estética. Los
aspectos éticos y estéticos han sido
objeto hace unos años de una tesis
doctoral, defendida por J. C. Rosales en
la Universidad de Granada, con
dirección del profesor Andrés Soria
Olmedo, que no he podido consultar (La
revista Jerarquía y su entorno,
Granada, 1996). La revista se ha
reeditado completa recientemente
(Orella, Jerarqvia. La revista negra de
la Falange(1936-1938), 2011). <<
[2] Canfora, Le vie del classicismo,
1989, p. 253 ss.; importante también su
trabajo anterior (Canfora, Ideologie del
classicismo, 1980); vid. la reseña
crítica de A. Momigliano, Settimo
Contributo alla storia degli studi
classici e del mondo antico (1984). <<
[3] Canfora, «Per una discussione sul
classicismo nell’età dell’imperialismo»,
e n Quaderni di Storia, 3 y 4, 1976,
1977. <<
[4]Con la monografía del discípulo de
Karl Christ, Volker Losemann,
Nationalsozialismus und Antike (1977).
<<
[5] Näf, Antike und
Altertumswissenschaft in der Zeit von
Faschismus und Nationalsozialismus,
2001. Recoge las actas de un congreso
donde, lamentablemente, no hay ninguna
referencia, salvo alguna alusión de
pasada, al caso español. <<
[6] Un primer estado de la cuestión en
Duplá, «El franquismo y el mundo
antiguo. Una revisión historiográfica»,
2001. <<
[7]Wulff y Álvarez (eds.), Antigüedad y
franquismo (1936-1975), 2003. <<
[8]Un planteamiento reciente sobre el
debate citado en Saz, Fascismo y
franquismo, 2004. <<
[9] Dionisio Ridruejo es taxativo al
respecto, destacando los tres elementos
centrales que identificaban a Falange
con los restantes fascismos europeos:
nacionalismo e imperio, partido único
para el dominio del Estado y concepción
orgánica de la sociedad (Casi unas
memorias, p. 112 ss). <<
[10]Esos aspectos citados marcarían los
límites de la posible consideración del
franquismo como religión política,
frente a otros fascismos europeos
(Elorza, «El franquismo, un proyecto de
religión política», 2004). <<
[11]Pasamar, Historiografía e ideología
en la postguerra española: La ruptura
de la tradición liberal, 1991. <<
[12] Sobre este tema es fundamental la
obra de Andrés-Gallego, ¿Fascismo o
Estado católico? Ideología, religión y
censura en la España de Franco
1937-1941, 1997. Para este sector
fascista, la propia Iglesia debía
subordinarse al control del Partido
(Falange), lo que provocó la reacción de
la jerarquía eclesiástica. <<
[13] Duplá, «Falange e Historia
Antigua», 2003; sobre Falange, Thomas,
La Falange de Franco. El proyecto
fascista del Régimen, 2001. <<
[14]Antonio Fontán ofrece un testimonio
de la división de funciones (y de poder)
entre las distintas familias del nuevo
régimen franquista: «en el primer
reparto de funciones del nuevo Estado a
los discípulos de Menéndez Pelayo,
colaboradores de Maeztu, Pradera y
Vegas, se les entregaba la cultura,
mientras que a los falangistas,
capitaneado por Serrano Suñer, les
correspondían las parcelas de la política
interior general y de la Prensa y
Propaganda, y a los carlistas, con el
Ministerio de Justicia, se les encargaba
la demolición y la sustitución de las
leyes laicas, secularizadoras o sectarias
de los tiempos de la República»
(Antonio Fontán, Los católicos en la
Universidad española actual. Madrid,
Rialp, 1961; pp. 68-669; citado en
M a i n e r , Falange y Literatura.
Antología, 1971, pp. 38-39). <<
[15] Sobre el culto della romanità,
fundamental en la Italia mussoliniana,
véanse Perelli, «Sul culto fascista della
Romanità (una silloge)», 1977; Visser,
«Fascist Doctrine and the Cult of the
romanità», 1992; Scriba, «The
sacralization of the Roman Past in
Mussolini’s Italy», 1996; para la
situación española, Duplá, 2003. <<
[16] Para Rodríguez Puértolas
(Literatura fascista española, vol. 1,
1986, p. 116) se trata de auténtico
mimetismo. En Gerarchia. Rassegna
mensile della rivoluzione fascista, la
revista fundada por Benito Mussolini
( M i l á n , 1922-1943), la presencia
clásica (romana) era también notable.
<<
[17] 1994, p. 177 ss. <<
[18] Pamplona, junto con Zaragoza
constituía entonces uno de los ejes de la
actividad propagandística y cultural
franquista (Santonja, De un ayer no tan
lejano, 1996, p. 79 ss.). <<
[19]Según cita Trapiello (Las armas y
las letras 1994, p. 182), d’Ors
consideraba esos adornos tipográficos
excesivos, denominándolos
«zanahoriuelas». <<
[20]
Al final del primer número se dice
AÑO DE CRISTO MCMXXXVI, XV
DE LA NVEVA ROMA, EN LA
VÍSPERA DE LA FALANGE LAVS
DEO. <<
[21]Trapiello la relaciona directamente
con Pascual y su «visión menestral del
arte y la literatura» (1994, p. 181). Para
J. C. Mainer (Años de vísperas. La vida
de la cultura en España [1931-1939],
2006, pp. 181-186) la revista representa
la unión de retórica falangista,
voluntarismo personalista católico y
piruetas filosófico-políticas (de
E. d’Ors). <<
[22] En la Escvadra (sic) de
JERARQVIA, bajo la dirección del cura
falangista Fermín Yzurdiaga Lorca, que
aparecía como «Jefe», se integraban
Carlos Foyaca de la Concha, Rafael
García Serrano, Alfonso García
Valdecasas, Ernesto Giménez Caballero,
Pedro Laín Entralgo, Eugenio Montes,
Martínez Crispín (ilustrador), José
María Pérez Salazar y Víctor de la
Serna, con Ángel María Pascual Viscor
como editor. <<
[23] En la «Corona» una nota da cuenta
de sendos premios concedidos a Ernesto
Giménez Caballero y a Fermín
Yzurdiaga por Roma resurgida en el
mundo y Concilio de Santa María y
Dogma de España respectivamente. Se
trata de los premios San Remo (Italia) y
Mariano de Cavia. <<
[24] El plan («segvn la tradición de
nvestra enseñanza imperial y católica»),
finalmente no se cumplió, pero se
editaron cierto número de obras, de
Torrente Ballester, Giménez Caballero,
Agustín de Foxá, Pemán, Rosales,
Vivanco o Ridruejo; también una
Corona de Sonetos en honor de José
Antonio Primo de Rivera, que abría un
dístico latino de Antonio Tovar: Hanc
lavro viridim consertam svam
coronam: Marmor habebit, ehev quam
tibí texit amor (traducido al final de la
obra: Recibe, / con verde laurel / esta
corona, / ¡Ay! Tu tumba tendrá / la que
para ti trenzó el amor). En 1941 se
transforma en la nueva Editorial
Nacional. <<
[25] Andrés-Gallego, ¿Fascismo o
Estado católico? Ideología, religión y
censura en la España de Franco
1937-1941, 1997, p. 67 ss. <<
[26] Tomo el término de la obra de
Mónica y Pablo Carbajosa sobre los
intelectuales de Falange alrededor de
José Antonio Primo de Rivera; de entre
los colaboradores de JERARQVIA
incluyen a Giménez Caballero, Montes,
Ridruejo y Agustín de Foxá. <<
[27] Sobre Yzurdiaga y el grupo
falangista de Pamplona, vid. J. Andrés-
Gallego (1997, p. 41 ss.), donde da
cuenta de las tensiones de Yzurdiaga con
la jerarquía eclesiástica, dado su
protagonismo político y su pretensión de
imponer una concepción totalitaria de la
prensa, incluida la católica. <<
[28] Mainer, «Las revistas de la
Falange», 1984; p. 795; Mainer ha
caracterizado recientemente a Yzurdiaga
como «canónigo estrafalario y fanático»
(2010, p. 597). <<
[29]Sobre Giménez Caballero, Selva,
Ernesto Giménez Caballero entre la
vanguardia y el fascismo, 1999. <<
[30]
Se trata del Premio Internacional San
Remo, de la Real Academia de Italia,
por su ensayo Roma risorta nel mundo
(Roma, 1938), publicado posteriormente
por Ediciones JERARQVIA Roma (
madre, Madrid, 1939). <<
[31] Sobre d’Ors y su adscripción
fascista: Cacho, Revisión ele Eugenio
d’Ors, 1997, p. 29 ss. <<
[32] Sobre el fracaso de la Falange
ortodoxamente fascista, Chueca, «FET y
de las JONS: La paradójica victoria de
un fascismo fracasado», 1986; Thomas,
2001. <<
[33]«En las cumbres de la ciudadanía.
Patria y patriotismo» (JERARQVIA IV,
1938, pp. 13-29). <<
[34]«Sermón de la tarea nueva»
(JERARQVIA I, 1936, pp. 31-51). <<
[35] El horizonte imperial era,
supuestamente, una de las señas de
identidad españolas. Así, en su El
Imperio de España, dirá A. Tovar: «Los
españoles tenemos la fortuna de
pertenecer a un pueblo hecho para
mandar» (1941, p. 106); sobre esta obra
de Tovar, vid. Duplá, 1992. En 1943
encontramos otra reflexión teórica
falangista sobre el imperio en La Idea
de Imperio, de Santiago Montero Díaz.
Sobre la idea de Imperio y el
franquismo, vid. Rodríguez-Puértolas,
1986, p. 341 ss. <<
[36] La inflación «imperial» de la
editorial es patente en las colecciones
previstas, pues en las distintas series
(La Sabidvria, Las Letras, Las Artes), la
dimensión «imperial» es omnipresente
(a propósito, entre otros, de teólogos,
políticos, cronistas e historiadores o
humanistas del Imperio, así como de la
nueva poesía imperial y artistas y
monumentos imperiales). <<
[37]
«Razón y ser de la dramática futura»
(JERARQVIA II, 1937, pp. 61-80). <<
[38] «La crítica estética en la “República
literaria” de Saavedra Fajardo»
(JERARQVIA IV, 1938, pp. 67-103). <<
[39] Juan Pablo Marco («Pequeño
periplo en torno al concepto de
totalidad», JERARQVIA II, 1937); en
realidad se trata de J. López Ibor. <<
[40]En las colaboraciones de Iribarren
(«Letras») y García Valdecasas
(«Hombre y yo»), en el segundo número
de JERARQVIA (1937). <<
[41] Ángel M.ª Pascual, «Tratado
Segvndo de la Razón de Imperio»
(JERARQVIA II, 1937, pp. 31-64);
comparte esa visión Ángel B. Sanz («El
artesanado en el “Fuero del Trabajo”»,
JERARQVIA IV, 1938). Esta concepción
corporativa y organicista del trabajo
busca también sus orígenes en Roma, en
concreto en las asociaciones de distinto
tipo (collegía); de ahí el interés de la
historiografía fascista italiana por el
tema (Perry, The Roman Collegia. The
Modern Evolution of an Ancient
Concept, 2006). <<
[42]Fermín Yzurdiaga («El Vaso de
Ricino. Para quien lo beba reviente»,
JERARQVIA I, 1936, pp. 149-52)
rechaza la política en su versión
«desgraciada y decimonónica», ligada al
«Estado liberal decadente e inútil». <<
[43] «Meditación apasionada sobre el
estilo de la Falange» (en «Notas»,
JERARQVIA II, 1937, p. 164). Del
«estilo de vida» como expresión de la
ideología fascista habla E. Gentile,
«Introducción al fascismo» (2004,
p. 21). <<
[44]Paradigma de esa visión histórica es
la «Nota» de Eladio Esparza sobre
«Rodrigo Jiménez de Rada»
(JERARQVIA II, p. 145 ss.), «arquitecto
de la construcción nacional pasmosa»,
«figura de proporciones astrales»,
«expresión del españolismo de
Navarra». Quizá la «Nota» respondía a
la reciente publicación en Barcelona de
la monografía de Ballesteros Gaibrois
sobre Jiménez de Rada. <<
[45]En el primero de ellos, «Discvrso al
Imperio de las Españas» encontramos
también toda una serie de disquisiciones
sobre la historia de España y su
tradición imperial católica (JERARQVIA
II, 1937, 13-22). El autor fue Giménez
Caballero y ahora disponemos del texto
autógrafo y la transcripción (Selva,
1999, p. 293 ss.). En el segundo número
de la revista aparece también en las
páginas iniciales una dedicatoria a
Franco. <<
[46] Como dato respecto a la cuestión
vasca, en la presentación de los
discursos Yzurdiaga comenta que si el
amor a la patria es verdadero, no
importa que se le nombre «en la serena
lengua de Castilla o en la dulce
modulación vascuence». Por su parte,
José Antonio se declara partidario de
conservar caracteres locales como la
lengua, tradiciones y derechos
consuetudinarios, mientras Ruiz de Alda
alude a la «magnífica labor y eficacia de
la Diputación Provincial» (JERARQVIA
II, 1937, 116 ss.). <<
[47]
Sobre el tema Di Febo, «La Cruzada
y la politización de lo sagrado. Un
Caudillo providencial», 2004, p. 89. <<
[48] Ángel M.ª Pascual es un buen
ejemplo de todo ello. En su «Tratado
segundo de la razón de Imperio»
(JERARQVIA IV) ofrece una
reivindicación explícita y clara del
fascismo, pero siempre con una
dimensión propia española, católica e
imperial. <<
[49] «A Roma por todo. Y volverá a reír.
Memoria de la conferencia de Ernesto
Giménez Caballero: Roma en la
literatura española» (JERARQVIA I,
1936, pp. 1-30). Al comienzo, en un
apartado titulado «3 Notas Liminares»,
el autor aclara que escribió este trabajo
para un concurso de memorias de
Acción Española en mayo de 1936 («En
espera de la guerra civil que haga al
César», p. 30), y que lo publica ahora
sin ninguna variación en JERARQVIA,
en SEPTIEMBRE DEL AÑO I DE LA
ERA DEL TRIUNFO (sic). <<
[50]Sobre Basterra y la Escuela Romana
de los Pirineos, ahora Carbajosa, La
corte literaria de José Antonio. La
primera generación cultural de la
Falange, 2003; en particular sobre el
clasicismo de Basterra, Dupla, 1996. <<
[51] Lucio Cornelio Balbo, nacido en
Gades (Cádiz) fue ciertamente el primer
ciudadano romano nacido en una
provincia que alcanzó el consulado, en
e l 40 a. e., pero nada permite avalar la
interpretación de Giménez Caballero-
García Serrano. <<
[52]Maestro de oratoria, se dice, pero de
él recelan nuestros autores falangistas
porque han oído que era un anticipo de
la «Institución» (¿Libre de Enseñanza?).
<<
[53]Gil, «La literatura hispanorromana:
Historia de un mito», 1998. Del peso de
esta concepción de la identidad
española en el conjunto del
nacionalismo hispano, incluso en
sectores alejados de la ideología
fascista, es buen ejemplo la introducción
de R. Menéndez Pidal a la Historia de
España por él dirigida (publicado en
1947, el texto está ahora disponible en
una cómoda edición de Diego Catalán).
<<
[54]En otra atrevida tesis de exaltación
nacional española, el arqueólogo
J. Cabré descubría el origen de este
saludo en un vaso de cerámica ibérica y
hablaba de la salutatio ibérica (Cabré,
«El saludo ibérico. Saludo racial
precursor del nacional. Su difusión por
Europa en unión del Gladius
Hispaniensis», 1943), interpretación
calificada de «esperpéntica» por
Ricardo Olmos (Olmos, Al otro lado del
espejo. Aproximación a la imagen
ibérica 1996, p. 53 ss.). Recientemente,
Martin Winkler ha argumentado a favor
de un origen puramente cinematográfico
del gesto, en la época anterior a la
II Guerra Mundial, sin ninguna apoyatura
en fuentes antiguas de ningún tipo
(Winkler, The Roman Salute. Cinema,
History, Ideology, 2009). <<
[55] Homo sacra res homini (Séneca,
Epístolas morales a Lucillo, 95, 33).
Esta crítica a Séneca es compartida por
otros intelectuales fascistas, como
Santiago Montero Díaz, en su artículo
«Semblanza de Trajano» (1948). El
totalitarismo fascista no asume el
individualismo estoico senequiano,
aunque los estoicos, véase el propio
Séneca, también demostraron una
notable capacidad de adaptación (Imaz,
«Sobre el estoicismo. Rasgos generales
y figuras centrales», 1997, pp. 297-318).
<<
[56] JERARQVIA II, 1937, 155-163.
Sobre el autor, Catedrático de Historia
de América en la Universidad Central,
Peiró y Pasamar, Historiadores
españoles contemporáneos (1840-1980
), 2002, pp. 103-105. <<
[57] «Imperio, de herencia latina
inconfundible, no es otra cosa que
mando o dominio absoluto sobre la base
de la expansión racial y de la extensión
territorial. El Imperator no es otra cosa
que un jefe con mando. […] A la
palabra Imperio —fuerte, cultural, racial
y conquistadora—, se opone, con la
oposición blanda del que quiere
suplantar sin ser notado, la palabra
“imperialismo”, con toda su cohorte de
bajas aspiraciones», (o. c., p. 155). <<
[58] Vid supra, nota 35. <<
[59] Esta referencia a un imperio
helénico es históricamente errónea. Por
otra parte, Argantonio aparece con
frecuencia como uno de los primeros
«españoles» ilustres (Álvarez, 2003,
«Tartessos: Precedentes, auge y
pervivencias de un paradigma
autóctonista», pp. 189-216). Sobre la
utilización de la historia antigua en las
distintas interpretaciones de la historia
de España, es fundamental el trabajo de
Fernando Wulff sobre la Historia
Antigua en la identidad española de los
siglos XVI al XX (Wulff, 2003). <<
[60] La aparición de una ideología
colonialista «clasicista» es estudiada
por Mariella Cagnetta (1979). La tesis
es abrazada con entusiasmo por la
historiografía fascista italiana, pero
aparece en autores anteriores,
plenamente alejados del fascismo, por
ejemplo en Gaetano de Sanctis. <<
[61]Ballesteros incluye una referencia
enigmática a los vascos «siempre
rebeldes a lo verdaderamente ecuménico
y nacional». ¿Alude con ello al
movimiento nacionalista vasco,
rechazable por separatista? <<
[62] Tovar también hablaba de «los
españoles que no tenían conciencia de
serlo» (El imperio de España, 1941).
La difusión de este tipo de pensamiento
es evidente, pues aparece una
afirmación paralela («el pueblo español
era “precristiano por naturaleza”»), en
una historia de España falangista
dirigida a la divulgación e incluso
adaptada audiovisualmente, escrita por
el falangista Antonio Almagro en los
años cuarenta (Almagro, 1951). Sobre
esta obra de Almagro, véase Dupla, «A
Francisco Franco Imperator: Las Res
Gestae divi Augusti de Pascual Galindo
(1938)» 2002. <<
[63]«Tres cosas imperiales tenía España
antes de tener conciencia de su propio
ser: el derecho, la norma colonizadora o
pobladora y la laboriosidad creadora
del soldado: la disciplina castrense de
nuestros sindicatos». (Ballesteros
Gaibrois, o. c. p. 159). <<
[64]JERARQVIA III, 1938, 69-92. Fray
Justo Pérez de Urbel (1875-1979),
benedictino, medievalista, fue consejero
nacional de Falange, asesor religioso de
la Sección Femenina, y más tarde abad
mitrado del Valle de los Caídos. Fue
Catedrático de Historia de España de la
Edad Media en la Universidad Central
( P e i r ó - P a s a m a r , Historiadores
españoles contemporáneos [1840-1980
], 2002, p. 485 ss.). <<
[65] El diagnóstico del ilustre prelado
(«un arte castrado e infecto […] el
dibujo pornográfico, el drama de
adulterio, la poesía sodomítica, el
anuncio desvergonzado, la novela del
odio y de la rebeldía, el artículo
hipócrita y mentiroso» (o. c., p. 83),
recuerda al entartene Kunst (arte
degenerado) condenado por el nazismo
(vid. Sala, Diccionario crítico de mitos
y símbolos del nazismo, 2003,
pp. 93-100). <<
[66] Es interesante la referencia a
Augusto y a su programa de renovación
imperial, un tema que ha estudiado para
Italia Mariella Cagnetta (Cagnetta, «Il
mito di Augusto e la rivoluzione
fascista», 1976). <<
[67] No por casualidad, en un programa
paralelo de renovación imperial, en la
Italia mussoliniana se habían celebrado
también los bimilenarios de Virgilio y
Horacio (Canfora, 1980, p. 107 ss.;
Cagnetta, en la nota anterior). <<
[68]JERARQVIA III, 149-195. Sobre
este texto y, en general, sobre el
Bimilenario de Augusto en España, me
remito a otros trabajos míos (Dupla,
«Una historia de España audiovisual y
joseantoniana», 2002a, «Falange e
Historia Antigua», 2003b). <<
[69]Cagnetta, 1976. La Mostra Augustea
della Romanità, una magna exposición
destinada a subrayar la inmortalidad de
Roma y la continuidad histórica entre la
Roma de Augusto y la Roma
mussoliniana, culminaría el programa
( Scriba, Augustas im Schwarzhemd?
Die Mostra Augustea della Romanità in
Rom 1937/38, 1995). <<
[70] Galindo será el animador de la
iniciativa de más alcance académico en
relación con el Bimilenario de Augusto
en España, la «Semana Augustea»,
celebrada en Zaragoza en 1940 (Duplá,
1997). <<
[71] Sobre la carrera de Galindo
(catedrático de Filología Latina,
especialista en diplomática y
archivística, colaborador también en los
primeros tiempos del CSIC), véase
Peiró-Pasamar, 2002, p. 268 ss. <<
[72] «Nuevo espíritu de Imperiales; […]
negación y sufrimiento, no solo
estudiado egoísmo y falso patriotismo;
[…] lengua, civilización, religión,
justicia, paz» (Galindo, o. c., p. 152 s.).
<<
[73] En Ancyra, la actual Ankara, en
Turquía. Se trata de una impresionante
inscripción parietal, descubierta a
mediados del siglo XVI. <<
[74] Res Gestae divi Angustí 1:
exercitum priuato consilio et privata
impensa comparaui, per quem rem
publicam a dominatione factionis
oppressam in libertatem uindicaui.
(«Alcé, por decisión personal y a mis
expensas un ejército que me permitió
devolver la libertad a la República,
oprimida por el dominio de una
bandería». Trad. de Fatás, Guillermo,
Augusto, Cuadernos historia 16 n.º 252,
Madrid, 1985, p. 10). Una edición
reciente y accesible de este magnífico
documento en Del Cerro (2010). <<
[75] «El Imperio Hispánico y su
Imperator deben tener su Imperial
Inscripción, en las dos lenguas basileas
occidentales: latín (Imperio Romano y
cristiano), español (Imperio de España;
lengua de misión)», (Galindo, o. c.,
p. 153). <<
[76] JERARQVIA IV, 1938, 31-64. Se
trata de una encendida defensa del
fascismo contra el capitalismo, el
comunismo y el filisteísmo, a favor de
una paz romana con «un Monarca, un
Imperio y una Espada» (o. c., p. 59). <<
[77] Virgilio, Eneida VI, 851-853: te
regere imperio populos Romane,
memento /(Haec tibi erunt artes),
pacisque imponere morem / Parcere
subiectis et debellare superbos (tú,
Romano, acuérdate de regir a los
pueblos con tu imperio, estas serán tus
artes, de imponer las leyes de la paz,
de perdonar a los vencidos y domeñar
a los soberbios), en traducción de Dulce
Estefanía (La Eneida, Barcelona: PPU,
1988). <<
[78] «Formaste una ciudad de lo que
antes era un mundo» (Rutilio
Namaciano, El retorno I 65, ed. de
Alfonso García Toraño, Madrid,
Gredos, 1985). <<
[79]En clave dasicista, Pascual es autor
de un curioso alegato a favor de
Catilina, presunto rebelde contra el
sistema establecido (Catilina, Madrid,
1948, reed. Barcelona, 1989; sobre
Pascual y esta obra, Dupla, 1999). <<
[80] JERARQVIA IV, 1938, 175-182.
Lodolini es uno de los firmantes del
«Manifestó degli scienziati razzisti» de
1938, presumiblemente redactado por
Mussolini y que preconizaba las leyes
raciales en Italia. <<
[81]«No nos engañen los Emperadores
alineados en el gran desfile de la
Muestra que celebra el segundo
Milenario de Augusto», dice, en clara
alusión a la Mostra Augustea della
Romanità, de Roma (supra, n. 69). <<
[82]Su visión de la historia antigua, con
la centralidad absoluta de Roma y
Augusto y la minusvaloración de Grecia,
en particular el periodo clásico, es la
típica del fascismo italiano. El profesor
Mario Mazza ha estudiado
detenidamente la historiografía fascista
sobre el mundo antiguo (Mazza, «Storia
antica tra le due guerre. Linee di un
bilancio provvisorio», 1994). <<
[83] Se trata de la concesión de la
ciudadanía romana a la población libre
del Imperio, dictada por el emperador
Caracalla en 212 a. e. Presumiblemente
la razón fue más pragmática, con la
intención, entre otras, de aumentar la
población del imperio sujeta a
tributación; por otra parte, a Lodolini
presumiblemente le atrae la dimensión
«imperial» de la medida <<
[84] Sobre Basterra y la «Escuela
Romana», Mainer, 1971, pp. 21-22;
Rodríguez Puértolas, 1986, pp. 75-78;
ahora, Carbajosa, 2003, 1 ss. En un
trabajo anterior hemos calificado a
Basterra de protofascista (Duplá, 1996,
p. 98). <<
[85] Canfora, 1989, p. 237 ss. <<
[86]Visser, «Fascist Doctrine and the
Cult of the romanità», 1992, pp. 5-21.
Subraya la flexibilidad de esa romanità
Mary Stone en «A flexible Rome:
Fascism and the cult of romanità»
(1999). <<
[87]
Losemann, «The Nazi concept of
Rome», 1999; Sala, 2003, pp. 178-190.
<<
[88]Nos remitimos de nuevo al libro
colectivo editado por F. Wulff y
M. Álvarez (2003) y a nuestro trabajo
de 2001. <<
[89]Por ejemplo, Eugenio d’Ors dedica
una de sus «Glosas» al chispero y tras
afirmar que España es un perpetuo motín
de Squilache (sic), dice; «Un día el
chispero es un héroe. Se llama Viriato,
pastor lusitano. Roma, el Imperio, la
civilización, avanza por los senderos
ibéricos. Levántase Viriato del fondo de
los pantanos salvajes. Y la pelliza
derrota más de una vez a la toga».
(«Ocho glosas», JERARQVIA I, 1936,
p. 106). <<
[90]
Trajano es una figura recurrente en
el pensamiento conservador español,
como «emperador español». Véase
Duplá, 1996 y 2003. <<
[91] En Lodolini y Pérez de Urbel, por
ejemplo; añádase la Quinta Égloga de
l a s Bucólicas de Virgilio, apropiada
para la mística rural fascista (traducida
por L. Rosales, en «Poesía»,
JERARQVIA III, 1938). <<
[92] Fray Justo Pérez de Urbel recuerda
el ideal de belleza y los logros de la
filosofía griega («El Arte y el Imperio»,
supra). También Ángel M.ª Pascual
(«Qvadrivio imperial», JERARQVIA I,
1936, p. 60 ss.) pone a Pericles y su
arquitecto Ictinos, responsable del
Partenón, como ejemplo máximo de la
belleza como orden y utilidad. Serían la
expresión de un orden clásico, como lo
era también el Fascismo, según Pascual.
<<
[93]Mazza, «Storia antica tra le due
guerre. Linee di un bilancio
provvisorio», 1994 <<
[94]Sobre el episodio de Numancia en la
historiografía española es muy
interesante De la Torre, Numancia: usos
y abusos de la tradición historiográfica
(1998) y en general sobre el mito de
Numancia, la monografía de Alfredo
Jimeno y José Ignacio de la Torre,
Numancia, símbolo e historia (2005).
<<
[95]Así como por la «preocupación por
la búsqueda del ethos del perfecto
militante» (Mainer, «Las revistas de la
Falange», 1984, p. 796). <<
[96]Sánchez Vidal, «La literatura en la
guerra civil», 1984, p. 754. <<
[97] Rodríguez Puértolas, 1986, p. 27 ss.
<<
[98] Mainer, Literatura y pequeña
burguesía en España, 1972, p. 241 ss.
El juicio de Santonja sobre Escorial
(1996, p. 36 ss.) es bastante más duro,
señalando los límites objetivos (de la
situación) y subjetivos (de sus
promotores) de ese «aperturismo». Por
su parte, Santos Julia pone en duda,
justamente, la existencia de ese
falangismo liberal (2002). <<
[99]«La misión de adoctrinamiento, la de
recoger de modo exclusivo la vibración
bélica, la de trazar nuevas orientaciones
y directrices sobre los problemas de la
economía nacional, etc., etc., tienen ya
sus órganos adecuados en una perfecta
arquitectura que forman todas las
publicaciones editadas por la
Delegación Nacional de Prensa y
Propaganda de Falange, cuyo equilibrio
no puede ni debe romperse», La revista
habla, en Vértice n.º 2, mayo de 1937.
Sobre las revistas de Falange, Mainer,
1 9 8 4 , p. 787 ss.; sobre Vértice en
particular, Mainer (vid. n. anterior,
p. 213 ss.). Ángel M.ª Pascual alude a
las críticas recibidas ante la aparición
del primer número, la mayoría positivas
(«Tipografía y virtud de los oficios»,
JERARQVIA II, p. 171). En el n.º 3 de
Vértice (julio de 1937) aparece una
reseña encomiástica de JERARQVIA, en
una página dedicada a la «nueva vida
literaria». <<
[1]Legado Papal e Inquisidor nombrado
por el papa Inocencio III durante la
época de la Cruzada Albigense en contra
del catarismo, doctrina gnóstica
arraigada principalmente en la región
francesa de Languedoc. <<
[2]También llamada Guerra de Flandes.
Comenzó en 1568 y finalizó en 1648 con
la Paz de Westfalia por la que los Países
Bajos lograron su independencia. <<
[3]La Batalla de Rocroi tuvo lugar el 19
de mayo de 1643 y es considerada como
el inicio del fin del esplendor de los
Tercios. <<
[4]Eugenio María Giuseppe Giovanni
Pacelli, papa Pío XII desde 1939 hasta
1958. Ferviente anticomunista que en
1948 amenazó con la excomunión a
aquellos católicos que votaran a los
candidatos comunistas. <<
[5] Asamblea de la Iglesia católica
convocada por el papa de turno y que
tiene como fin dirigir la postura de la
Iglesia. <<
[6]Escisión de la izquierda más radical
de la Alianza Republicana con raíces
jacobinas y un fuerte componente
anticlerical. <<
[7] Organización estudiantil falangista
integrada por militantes contrarios a
Franco y del uso que este hizo de la
Falange y de la figura de José Antonio
Primo de Rivera. <<
[8] Marcel-François Marie Lefebvre.
Arzobispo francés. Opositor al Concilio
Vaticano II por el impulso que este dio a
la modernización de la Iglesia católica.
Fundador de la tradicionalista
Hermandad Sacerdotal San Pío X a
través de la cual consagraría en el año
1988 en contra de las órdenes dictadas
por el papa Juan Pablo II. <<
[9]Concilio Ecuménico celebrado entre
los años 1962 y 1965 bajo el auspicio
de los Papas Juan XXIII y Pablo VI con
los objetivos, entre otros, de adaptar la
Iglesia, sus ritos y costumbres a los
tiempos actuales así como el
acercamiento al resto de religiones,
poniendo especial énfasis en las
orientales. <<
[10]Forma de la misa católica basada en
el misal romano promulgado en 1570 y
vigente hasta el Concilio Vaticano II.
Prohibido de facto por el Vaticano, la
característica más apreciable es que el
rito se desarrolla en latín, por lo que a
veces se la denomina «Misa Latina». <<
[1] Doctor Peligro, El filósofo que quiso
detener a la muerte: Foucault y su
única visita a España. Disponible
online en
http://www.agenteprovocador.es/publicac
filosofo-que-quiso-detener-a-la-muerte.
<<
[2] Foucault, Michel, Defender la
sociedad (Akal, 1995). <<
[3] Zambrano, María, La muerte
apócrifa (1985), en Las palabras del
regreso (ed. Mercedes Gómez Blesa).
<<
[4] Tovar, Julio, Los «científicos locos»
del franquismo. Disponible online en
https://www.cani-nomag.es/los-
cientificos-locos-del-franquismo/. <<
[5] El desmedido ánimo de lucro del
marqués de Villaverde lo convirtieron
en blanco de todas las sospechas por
sacar tajada de la venta de las
fotografías a través de terceros. Una
hipótesis muy extendida que el
periodista Jaime Peñafiel niega
tajantemente, sin haber revelado nunca
la identidad del misterioso
intermediario. <<
[6]«Comenzó a sumergirse lentamente, y
conforme zozobraba, la mierda se le fue
metiendo por los resquicios del cuerpo,
por el ombligo, por la uretra, por el
culo, las narices, las orejas, por los ojos
y los poros de la piel; se le introdujo en
las venas…, las arterias…, los
pulmones…, y en… llegando al cora…
zón…, ya… to… do… él… era… mi…
e… r… d… a… El mundo se llenó de
silencio». <<
[7]Aún más lejos llegaría su sucesor,
Vladimir Petróvich Démijov, pionero en
los trasplantes de órganos, cuyos
macabros experimentos con animales se
adelantaron en varios años a los de
Barnard. El 26 de febrero de 1954
presentó su trabajo más polémico a la
Asociación Quirúrgica de Moscú: la
cabeza, hombros y patas delanteras de
un cachorro trasplantada en el cuerpo de
un pastor alemán adulto. <<
[8] Publicado en Journal of the
Fantastic in the Arts 4.1 (Idaho State
University, 1991). <<
[9] Seudónimo del escritor y comunista
antiestalinista catalán Pere Pagès i Elies
(1916-2003), cuya biografía rivaliza en
interés con su propia obra. Compañero
de George Orwell en el POUM, sufrió la
represión primero del PCE tras los
sucesos de mayo del 37 en Barcelona y,
desde 1939, de la Dictadura de Franco,
cumpliendo una condena de seis años.
Exiliado en Francia —donde colaboró
con Camus en la revista Combat—,
México y EE. UU., a su regreso a
Barcelona el PSUC lo acusó sin pruebas
de ser agente de la CIA. <<
[10]Zizek, Slavoj, Repetir Lenin. Trece
tentativas sobre Lenin (Akal, 2004). <<
[11] En un relato más actual titulado
Baraka, recogido en la antología
Franco. Una historia alternativa
(1995), el gaditano Rafael Marín
cruzaba la fantasmagoría con los
motivos clásicos del viaje en el tiempo:
un Franco moribundo se le aparece al
Franco de 1936 y le alecciona para que
no dude en sus planes de guerra,
reforzando la naturaleza inevitable del
planteamiento ucrónico del franquismo.
<<
[12]
Laporte, Dominique, Historia de la
mierda (Pre-Textos, 1998). <<
[13]«En el recuerdo de Franco: El rey ha
muerto, viva el rey», se podía leer en el
diario ABC el 21 de noviembre de 1975.
<<
[14] Ejemplos notables de itinerancia
post mortem serían el funeral del
novelista Vicente Blasco Ibáñez
(1867-1928) en su Valencia natal,
fallecido tres años antes en Francia, y
convertido en emblema de la
II República, y el del infante Alfonso de
Orleans (1886-1975), teniente piloto del
Tercio, en Sanlúcar de Barrameda, con
desfile de multitudes y escoltado por
escuadrillas aéreas. <<
[15]Citada por Gómez de la Serna,
R amón, Los muertos y las muertas
(Cruz y Raya, 1935). <<
[16] Cebrián, Juan Luis,
Francomoribundia (Alfaguara, 2003).
<<
[17]Versos de La desesperación, durante
largo tiempo atribuidos a José de
Espronceda (1808-1842), cuya autoría
es discutida por algunos investigadores
en favor del poeta alicantino Juan Rico y
Amar (1821-1870). <<
[18]En 2013 Nicolás Maduro anunció la
decisión del gobierno venezolano de
momificar a Hugo Chávez, recordando
el ejemplo de otros líderes comunistas
momificados como Ho Chi Minh, Lenin
y Mao. Finalmente el proyecto fue
desestimado por la falta de previsión
para el embalsamamiento. <<
[19]El militar golpista Gonzalo Queipo
de Llano se refería a él como «Paca la
culona» y solía burlarse de la afectación
de su voz atiplada, nasal y aflautada. <<
[20] El autoproclamado primer
emperador de China, Qin Shi Huang, (
247 a. C.-221 a. C.) fue enterrado de
manera simbólica con 8000 figuras de
guerreros y caballos de terracota a
tamaño real, según la creencia de que
así seguiría teniendo tropas bajo su
mando más allá de la muerte. <<
[21] Un ejercicio de contramemoria a
años luz de la pantomima protagonizada
recientemente por el artista coruñés
Enrique Tenreiro, detenido tras
intervenir con pintura roja la lápida del
dictador «por la libertad». <<
[22]Véase Migoya, Hernán, Una, grande
y zombi (Ediciones B, 2011) y Ortega
Puente, Antonio, Franco Zombi:
Españoles, Franco ha resucitado
(Poebooks, 2017). <<
[23] Zizek, Slavoj, Mirando al sesgo:
Una introducción a Jacques Lacan a
través de la cultura popular (Paidos,
1991). <<
[24]«En pleno siglo XXI no puede estar
de moda ser de izquierdas. Son unos
carcas. Están todo el día con la guerra
del abuelo, con las fosas de no sé
quién…». Discurso de Pablo Casado,
por aquel entonces vicesecretario de
comunicación del PP, durante un mitin
de su partido en Madrid en 2008. <<
Índice
España salvaje 5
Nota editorial: Dios mío,
20
«¿qué es España?»
Himno «Yo tenía un
40
camarada»
Prólogo: con fuego y con
48
sangre
Acto primero: el triunfo de
56
la calavera
Introducción: el triunfo de la
58
calavera (Servando Rocha)
El «sí» a la muerte 160
Grandezas de Unamuno 168
El sepulcro de Don Quijote 184
Epistolario antifalangista 227
Carta de Unamuno a
229
Ramiro Ledesma
Carta de Unamuno a
229
Francisco de Cossío
Acto segundo: orgía de
240
sangre
Introducción: una orgía de
241
sangre en papel
La propaganda del crimen 265
Las capeas trágicas 275
Navajazos y navajeros 284
Selección de portadas de Las
294
ocurrencias
Acto tercero: Marruecos 333
salvaje
Diario de un testigo de la
335
Guerra de África
Perderse en Marruecos 345
Reo de muerte 398
Las cartas de los soldados
418
sevillanos a sus novias
Telón: última entrevista a
471
Bensalem Al-Jabri
Acto cuarto: la muerte de
519
la inteligencia
Introducción: la bella muerte 521
4 encuentros con la muerte 539
El bushido 559
Casquería
Legiónlegionaria
1936 571
572
Palabras y sangre 675
Acto quinto: la dialéctica
693
de los puños las pistolas
Oración por los muertos de La
696
Falange
Camisas de fuerza: fascismo y
704
paramilitarización
Instrucciones para la primera
816
línea
En la niebla de los primeros
834
días
Selección de artículos de La
862
Conquista del Estado
¡Españoles jóvenes: en
868
pie de guerra!
La firmeza
revolucionaria. La
revolución y la violencia.
La legitimidad y la 868
fecundidad de la
violencia
La degeneración pacifista 868
Onésimo Redondo. Selección
894
de textos
Las milicias nacional-
898
sindicalistas
La estaca, el puñal y la
898
pistola
¡Milicia, milicias! 898
Ramiro Ledesma. Selección de
908
textos
La actuación de las Juntas 913
El asalto a las oficinas de
913
los amigos de Rusia
La disciplina y el coraje
913
de una acción militar
Acción directa 913
La violencia política y
913
las insurrecciones
Acto sexto: soñando con
965
Roma
La «guerra como higiene del
966
mundo» en España
Proclama futurista a los
1009
españoles
La revista falangista Jerarqvia
1047
y el modelo imperial romano
Jerarqvia 1122
Memorabilia totalitaria 1137
Fascinante fascismo: Valle-
1160
Inclán y la tentación romana
Del Valle-Inclán habla de sus
1169
impresiones de Italia
Suite de la guerra santa 1196
Acto séptimo: aún nos
1205
queda Guinea
La garra del bosque. Guinea
1211
Ecuatorial, el último intento
El delirio ultra: neonazis
1260
negros, falangistas «morenos»
Epílogo: a muerte con 1281
España
Predicadores armados: curas
que mataron a «rojos» y dieron 1283
gracias a Dios
«Matadlos a todos, Dios
1296
reconocerá a los suyos»
Las rutas turísticas de la
1323
guerra
Franco no murió en la cama:
revisionismo, hauntología y 1333
necropolítica del franquismo
A los mártires españoles 1409
Agradecimientos 1427
Notas 1433

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