El Campamento Del Lago Maldito - R. L. Stine
El Campamento Del Lago Maldito - R. L. Stine
El Campamento Del Lago Maldito - R. L. Stine
El campamento
del lago maldito
Pesadillas - 54
ePub r1.3
Titivillus 15.04.16
Título original: Goosebumps #56: The
Curse of de Camp Cold Lake
R. L. Stine, 1999
Traducción: Gloria Montserrat
Practiquemos la natación.
Todos absolutamente
saltemos al agua inmediatamente,
al líquido frío, frío,
del campamento del Lago Frío.
La enfermera me examinó
minuciosamente. Después me fui a
descansar y dormí una larga siesta.
Cuando desperté, me moría de
hambre y caí en la cuenta de que no
había comido en todo el día.
Me puse unos tejanos y una camiseta
del campamento y eché a correr en
dirección a la fogata.
Mientras bajaba por el sendero que
conducía al claro del bosque, percibí el
aroma de los perritos calientes y de las
hamburguesas al asarse en la barbacoa.
Richard me dio la bienvenida al
círculo de la fogata.
—¡Sarah, tienes muy buen aspecto!
—exclamó—. Me han explicado lo que
te pasó esta tarde en el lago.
—Bueno, estoy bien ahora —le dije
—. Me siento fenomenal.
—Te lo advierto: no nos des más
sustos como éste —me reprendió— o te
haremos nadar en la piscina de los
niños.
—Tendré mucho cuidado —prometí.
—Más te vale, porque aquí no hay
piscina para niños —bromeó.
Solté una carcajada.
—Siéntate —dijo, señalando el
círculo de troncos—. ¡Sentaos todos! —
gritó—. Celebraremos una reunión antes
de comer.
La mayoría de los campistas ya
habían ocupado sus sitios. Miré
alrededor, en busca de un asiento libre.
—¿Sarah…? —oí que llamaba
alguien—. Sarah, estoy aquí.
Cuando vi a Della solté un grito de
espanto.
Della. A solas en un tronco apartado
cercano al bosque, con el rubio cabello
flotando en torno a su pálido rostro y la
luz del crepúsculo atravesando su
cuerpo.
Traspasándola por completo.
—¡Nooo! —sollocé.
—Ven, Sarah —decía—. Por favor,
siéntate conmigo. ¡Sé mi compañera!
Me cubrí el rostro con las manos y
rompí a chillar.
—¡No! ¡Tú no estás aquí! —bramé
—. ¡Eres un fantasma! ¡No perteneces
aquí! ¡Ahora estoy viva! ¡Viva!
Me volví y vi que Richard y Liz
corrían hacia mí. Aaron se levantó de un
salto y se acercó a toda prisa.
—¿Sarah, qué pasa? ¿Qué te ocurre?
—me preguntó.
—¿Es que no la ves? —grité,
señalando el tronco donde se encontraba
—. ¡Es un fantasma! ¡Pero yo estoy viva!
Liz me abrazó.
—Cálmate, Sarah —dijo en voz baja
—. Todo está bien.
—¡Pero si ella está sentada allí! —
balbuceé.
Todos miraron el tronco.
—Allí no hay nadie —aseguró
Richard, observándome con los ojos
entornados.
—Has sufrido un terrible accidente
—dijo Liz con mucha delicadeza—, una
impresión muy fuerte. Todavía estás
alterada, Sarah.
—Pero… pero… —tartamudeé.
Advertí que Briana, Meg y Jan,
sentadas en un mismo tronco, hablaban
en voz baja y me observaban.
«¿Qué estarán diciendo de mí?», me
pregunté.
—¿Quieres que te acompañe a la
cabaña? —se ofreció Richard.
Sacudí la cabeza.
—No. Quiero comer.
Liz se rió.
—¡Éste es el problema! ¡Tienes tanta
hambre que ves cosas raras! Vamos a
darte un perrito caliente en seguida.
Después de un par de salchichas,
empecé a sentirme mejor. La reunión
alrededor de la fogata comenzó y me
senté junto a unas chicas de otra cabaña.
Mientras Richard hablaba, eché un
vistazo al círculo de campistas y estudié
sus rostros, iluminados por el fuego.
Buscaba a Della.
Della, la fantasma…
¿Seguiría allí, mirándome,
esperando que fuera su compañera?
Me incliné hacia delante con todo el
cuerpo entumecido por la tensión y forcé
la vista para descubrir aquella cara
palidísima.
Pero había desaparecido.
Por el momento.
Liz tomó la palabra. La mayoría de
los campistas refunfuñaron cuando
empezó a leer las reglas de seguridad en
el agua.
—Hoy hemos tenido un aviso —dijo
—, un accidente que por poco acaba en
tragedia.
Sabía que todos me observaban y me
sonrojé. Desvié la vista hacia las llamas
amarillas de la fogata.
Cuando levanté los ojos, vi que
Briana, Meg y Jan cuchicheaban en el
tronco contiguo al mío. ¿Acerca de mí?
—¡Son tan importantes las reglas de
seguridad en el agua, aquí, en el
campamento del Lago Frío! —decía Liz
—. Algunos se burlan y dicen que este
montón de reglas es la maldición del
campamento del Lago Frío, porque
hablamos de ellas sin cesar.
Se puso en jarras y nos escrutó con
la mirada uno por uno.
—Sin embargo, tal como pudimos
comprobar esta tarde —prosiguió—, el
Sistema de Compañeros no es una
maldición. Es una bendición.
Por detrás de las alborotadas llamas
de la gran hoguera, apareció una cara.
Perdí el aliento.
¡Della!
No. Era una chica de otra cabaña
que se había levantado para servirse
otro bocado.
Me relajé un poco.
«Debo abandonar este lugar —
decidí—. Es imposible que me divierta
si tengo que estar pendiente de Della».
Liz siguió machacando el tema de
las reglas.
Richard anunció algunas
actividades.
Los campistas entonaron canciones
de acampada.
Cuando terminó la reunión, me puse
en marcha en dirección a la cabaña, sin
perder tiempo.
No había avanzado mucho cuando oí
pisadas a mi espalda. Y alguien que
pronunciaba mi nombre.
¿Sería el fantasma?
Di media vuelta y vi a Aaron que se
acercaba corriendo.
—¿Por qué gritabas? —preguntó—.
¿De verdad crees que has visto un
fantasma?
—No voy a decírtelo —gruñí y
apreté el paso—. Te burlarías de mí.
—Ponme a prueba —repuso,
acelerando también—. No me reiré. Te
lo prometo.
—He visto el fantasma de una chica
—le confesé—. Te juro que lo he visto.
Me llamaba. Quiere que sea su
compañera.
Aaron soltó una carcajada.
—No, en serio —dijo—. ¿Qué fue
lo que viste? No bromees.
—¡No estoy bromeando! —grité—.
Debo salir de este lugar, Aaron. Voy a
escaparme, buscaré un teléfono y
llamaré a papá y mamá. Ésta noche. Y
les diré que vengan a buscarme.
—¡No puedes! —exclamó. Me tomó
del brazo y me obligó a detenerme. Los
chicos que pasaban por nuestro lado nos
miraban extrañados—. Mamá y papá no
querrán venir más que una vez, por lo
tanto, si los llamas me obligarán a irme
a casa también —protestó—, y yo no
quiero marcharme. ¡Lo estoy pasando en
grande!
—Tú no lo comprendes —dije—.
No puedo quedarme. No puedo…
—Por favor, Sarah —suplicó—.
Aguanta un poco más. No te rindas. Lo
que pasa es que estás un poco confusa
por lo que ocurrió esta tarde en el lago
pero lo superarás. Espera un poco.
No accedí ni me negué.
Sólo le di las buenas noches y me
dirigí a la cabaña.
Las luces estaban encendidas, y mis
compañeras charlaban en voz baja.
Cuando entré, se callaron de golpe.
Las tres me clavaron la vista, con
expresión tensa. Se levantaron y me
acorralaron en el centro de la
habitación.
—¿Qué queréis? ¿Qué vais a hacer?
—Queremos pedirte disculpas —
aclaró Briana.
—No nos hemos portado nada bien
contigo —añadió Jan con su voz áspera
—. De veras, lo sentimos.
—Hemos estado hablando de ello —
dijo Briana— y hemos…
—Hemos decidido que fuimos muy
injustas contigo —interrumpió Meg—.
Perdónanos, Sarah.
—Yo… también lo siento —
balbuceé. Me sentía tan aturdida, que
apenas era capaz de hablar.
—Empecemos de nuevo —sugirió
Briana, tendiéndome la mano—. Mucho
gusto, Sarah. Me llamo Briana.
—¡Excelente! A partir de cero —
exclamó Jan.
—Gracias. Me alegro mucho —les
dije. Y lo decía de corazón.
Jan se volvió hacia Briana.
—¿Cuándo te hiciste eso en las
uñas? —le preguntó.
Briana sonrió y levantó ambas
manos. Llevaba las uñas pintadas de
morado brillante.
—Es un color nuevo —explicó—.
Me las pinté después del baño.
—¿Cómo se llama ese color? —
preguntó Meg.
—Mosto, creo —contestó Briana—.
Todos tienen nombres extravagantes. —
Extrajo el frasco de esmalte de su bolsa
y me lo ofreció—. ¿Quieres probarlo?
—Bueno… claro que sí —acepté.
Las cuatro estuvimos pintándonos
las uñas de morado hasta mucho después
de la orden de apagar las luces.
Más tarde, ya acostada en mi litera y
sintiendo que el sueño me invadía,
pensaba en mis tres compañeras de
cuarto con una sonrisa en los labios. Mis
tres amigas.
Habían conseguido que me animara.
Sin embargo mi alegría se
desvaneció cuando oí una voz susurrante
que me llegaba desde la oscuridad.
—Sarah… Sarah…
Contuve el aliento.
Y, entonces, aquella voz frágil y
suave como la brisa sonó muy cerca de
mi oído.
—Sarah, creía que eras mi
compañera. ¿Por qué me has
abandonado?
—No… por favor —imploré.
—Sarah, te esperé mucho tiempo —
musitó la voz fantasmal—. Ven conmigo;
ven conmigo Sarah…
Una mano helada se posó en mi
hombro.
—¡Ooohh!
Me incorporé en la cama como
impulsada por un resorte y me encontré
ante los ojos negros de Briana, que
apartó la mano.
—Sarah —susurró—. Estabas
llorando dormida.
—¿Qué? ¿Cómo? —dije con voz
entrecortada.
El corazón me latía con fuerza y
estaba bañada en sudor.
—Estabas llorando dormida —
repitió—. Gemías y te quejabas y pensé
que era mejor que te despertara.
—Gracias, Briana —barboteé—.
Supongo que tenía una pesadilla.
Asintió con un gesto y luego regresó
a su litera.
Permanecí sentada en la cama con la
mirada perdida en la oscuridad.
¿Una pesadilla?
No me lo parecía…