Modernidad, Posmodernidad y ..Logiódice.
Modernidad, Posmodernidad y ..Logiódice.
Modernidad, Posmodernidad y ..Logiódice.
Dictantes: Dra. Mónica Bernabé, Dra. Sandra Valdettaro. Dr. Andreas Huyssen
Resumen: en este trabajo propongo un recorrido por la producción de Andreas Huyssen en torno
a la problemática de la modernidad y la posmodernidad en relación al arte y la cultura. Para ello
analizaré las ideas más importantes que traza en su libro “Después de la gran división” de 1984 y el
abordaje que propone en sus producciones más recientes, fundamentalmente en “Geografías del
modernismo en un mundo globalizado” del año 2007. Siguiendo la política de lectura que propone
el autor, en la segunda parte del trabajo voy a volver la mirada hacia Latinoamérica y dos lecturas
inaugurales que se ensayaron sobre esta problemática: “Escenas de la vida posmoderna.
Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina” de Beatriz Sarlo y “Culturas hibridas. Estrategias
para entrar y salir de la modernidad” de Néstor García Canclini. Finalmente intentaré señalar
algunas continuidades entre las perspectivas ensayadas en estos textos y la de Andreas Huyssen.
Huyssen en Después de la gran división analiza las razones históricas y teóricas que
explican la perdurabilidad del paradigma que opone modernismo y cultura de masas y discute
hasta qué punto el posmodernismo puede ser considerado un nuevo punto de partida para pensar
estas relaciones. Para ello concentra su atención en la dicotomía alto- bajo y en la constelación
modernismo y vanguardia.
Frente a las lecturas que tienden a igualar modernismo y vanguardia Huyssen señala que
el modernismo se constituyó a partir de una estrategia consciente de exclusión de una cultura de
masas- a partir de la “angustia de la contaminación” - mientras la vanguardia histórica aspiró a
desarrollar una relación alternativa entre cultura de masas y arte elevado. En relación al discurso
de la gran división entre arte elevado y cultura de masas, el autor se ocupa del teórico más
importante de la Gran división, Adorno, e intenta dilucidar tanto las razones estéticas como las
determinaciones políticas e históricos de esta producción. Y señala dos períodos en los que fue
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dominante, las últimas décadas del siglo diecinueve y los primeros años del veinte, y luego de la
segunda guerra mundial.
En este libro de 1986, Huyssen sostiene que si desde la práctica artística se han
comenzado a borrar los límites entre lo alto y lo bajo, la producción teórica aún sigue atada en sus
reflexiones al paradigma de la gran división. Y afirma la oportunidad y necesidad de pensar estas
relaciones desde un nuevo paradigma, el posmoderno. Sin embargo, cuando Huyssen habla de
nuevo paradigma no es para señalar una ruptura, no entiende la modernidad y posmodernidad
como etapas sucesivas, sino más bien “un nuevo marco de relaciones mutuas y configuraciones
discursiva” (p11) que diferiría fundamentalmente con una configuración específica del
modernismo, el paradigma del alto modernismo dominante en la posguerra. Lo posmoderno está
en una negociación constante con lo moderno. Y entenderlo implica poner la atención en ese
juego dialéctico. El posmodernismo refiere entonces a una transformación cultural de las
sociedades occidentales que da cuenta de un cambio en la sensibilidad, en las prácticas y en las
formaciones discursivas.
A grandes rasgos la lectura de Huyssen es una lectura histórica y política, que señala el
interjuego entre cultura de masas, arte elevado, vanguardia, modernismo y posmodernismo, no
como objetos absolutos y reificados sino más bien como construcciones teóricas cuya
comprensión exige poner la mirada en sus mutuas relaciones, en esas zonas grises que se dibujan
en el acontecer de un contexto histórico y político determinado.
Analizando los orígenes del posmodernismo en los Estados unidos y su continuidad con la
vanguardia europea, Huyssen afirma lo que podemos entender como una política de lectura: “Es
importante para el historiador de la cultura analizar estas asincronías de la modernidad y
relacionarlas con los contextos y constelaciones específicas de las historias y culturas regionales y
nacionales” (1986, p 336). Desde esta perspectiva intenta escapar a la teología del arte moderno
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que supone la ideología de la modernización. “Es precisamente esta teología e ideología de la
modernización la que se ha vuelto cada vez más problemática en nuestra era de posmoderna”
(1986, p 336).
Huyssen propone retomar el modelo de la alta y la baja cultura como paradigma para
analizar y comparar los diversos procesos de la globalización cultural. “Alta / baja aquí debe ser
visto como forma abreviada de un conjunto mucho más complejo de relaciones que implican
palimpsestos de tiempos y espacios que son cualquier cosa menos binarios”. (2007, p 8) Así este
modelo permitiría capturar los aspectos de las jerarquías culturales y de clase social, raza y
religión, las relaciones de género y las codificaciones de la sexualidad, las transferencias culturales
coloniales, la relación entre la tradición y la modernidad cultural, el papel de la memoria y el
pasado en el mundo contemporáneo, y la relación de los medios impresos a los medios de
comunicación visual, etc.
A su vez permitiría contrarrestar las imágenes que tienden a homogeneizar las culturas no
occidentales y realizar comparaciones capaces de ir más allá de los clichés de lo colonial vs lo
poscolonial, moderna vs posmoderna, centro occidental vs del Este o periferia, global vs local, etc.
Pero fundamentalmente esta perspectiva permitiría reinstalar la cuestión de la estética que los
estudios culturales norteamericanos han dejado de lado al identificarla como elitista. Incluir en el
debate de lo contemporáneo la cuestión del valor estético y la forma permitiría repensar la
relación histórica entre la alteración de la estética y la política.
Sin embargo, el abordaje de la cuestión estética, ligada a la del valor y la calidad estética,
también debería según el autor desplazarse y sustituir la mirada jerárquica o vertical por una
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configuración principalmente lateral u horizontal que dé cuenta de funcionamientos más sutiles en
función de las estratificaciones de la producción y recepción, de géneros, y de los medios de
comunicación. En este sentido se debe abandonar la idea de que el ataque con éxito en la cultura
de élite puede jugar un papel importante en la transformación política y social y prestar atención a
las formas en que las prácticas culturales y los productos están vinculados a los discursos de lo
político y lo social en determinadas constelaciones locales y nacionales.
Estos libros se insertan en el campo de debates que hacia fines de los setenta comenzaron
a pensar, desde el contexto latinoamericano, el problema de la cultura desde nuevos paradigmas.
Para Brunner hasta los años setenta los abordajes de los fenómenos culturales en
Latinoamérica adoptaron alguna de estas tres formas: análisis de los fenómenos de “dependencia
cultural” o “dominación cultural” como correlato de la subordinación de los países periféricos en el
orden de la comunicación, la producción de conocimiento, etc.; análisis de los aparatos
ideológicos del Estado ( escuela, universidad, prensa, etc.) como mecanismos de reproducción de
la ideología dominante y finalmente como análisis de los procesos de recepción dependiente de los
consumos de masa ( cómics, TV, modas, etc.).
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Tanto Sarlo como Canclini participan de estas nuevas perspectivas que se ensayan sobre el
campo cultural y que tienen durante los primeros ochenta uno de sus momentos de mayor
productividad en torno a la pregunta por las políticas culturales. 1
Tal vez el hecho más significativo de esta etapa, por el nivel de citación que luego
alcanzaría, sea la publicación en 1987 de Políticas culturales en América Latina, coordinada por
García Canclini. Su artículo “Políticas culturales y crisis de desarrollo un balance latinoamericano”,
que oficia de introducción al libro, se ha convertido posiblemente en la referencia más importante
del campo. Allí el autor realiza un estado del arte y contribuye a delimitar y categorizar el campo.
Supera las visiones estatistas al reconocer las iniciativas que provienen de las instituciones civiles y
grupos comunitarios. Y provee además una lectura politizada en tanto liga las políticas culturales a
la direccionalidad del orden simbólico de las sociedades. A su vez, elabora un esquema de
clasificación delimitando seis paradigmas de acción cultural en función de los agentes sociales que
los sustentan, sus modos de estructurar la relación entre política y cultura, y su concepción de
desarrollo cultural. Clave de lectura que ha estructurado muchas investigaciones sobre la materia. 2
Sarlo desde sus artículos en la revista Punto de Vista, participó activamente en estos
debates, fundamentalmente discutiendo con los capítulos de Brunner y Landi incluidos en aquel
libro. En este sentido posiblemente el artículo más relevante sea “Políticas culturales: democracia
e innovación” publicado en la revista en 1988. Volveremos sobre éste en la última parte del
trabajo.
En primer lugar intentaré esbozar algunos rasgos del campo disciplinar del que provienen
los autores, bajo el supuesto de que el mismo nos puede señalar algunas disposiciones en la
valoraciones del presente. Canclini se coloca desde una tradición entre sociológica y antropológica
que reivindica el relativismo cultural. Es más, podemos decir que la antropologización del
concepto de cultura ha sido en buena medida el sustento teórico de los discursos de la diversidad
que se han extendido desde mediados de los ochenta. Sarlo por su parte, proviene del ámbito de
las Letras. Un campo disciplinar que se ha sustentado en la preocupación por el canon y la
valoración estética. Y si bien la autora reconoce que entre el ‘76 y el ‘82 su acercamiento a las
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Algunos hechos que dan cuenta de este movimiento son: el Simposio Estado o Cultura no Brasil coordinado por Sergio
Miceli en 1982 en Sao Pablo. Ese mismo año el Museo Nacional de Culturas populares de México publica bajo la
coordinación de Guillermo Bonfil el libro Culturas populares y política cultural. En 1983 se publica Política cultural del
Estado mexicano, CEE-GEFE, Política y cultura popular: la Argentina peronista (1946-1955) de Alberto Ciria; El proyecto
educativo autoritario. Argentina 1976-1982 de Juan Carlos Tedesco. En 1985 se realiza en Chile un encuentro entre el
CEDES (Argentina) el INTERCOM (Brasil) y CENECA (Chile) para debatir sobre estás temáticas. A esta serie de
publicaciones y reuniones que comienzan a tematizar las políticas culturales a comienzo de los ochenta hay que
agregarle otro hecho fundamental. Por esos años se crea el Grupo de Trabajo sobre Políticas Culturales en CLACSO
(Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales), una de las principales expresiones a nivel continental de la
generalización de investigaciones en este campo. Conformado inicialmente por Brunner, García Canclini, Landi, Miceli,
Antonio Augusto Arantes, Carlos Catalán y Luis Peirano; dicho grupo desarrolló una investigación comparativa sobre las
relaciones entre política cultural y consumo en Argentina, Brasil, Chile, México y Perú.
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Canclini define las políticas culturales como “el conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones
civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades
culturales de la población y obtener consenso para un tipo de orden o de transformación social.” Es posible trazar una
cierta correspondencia entre las categorías que atraviesan estas clasificaciones que elabora Canclini con aquellas que se
venían desarrollando en el ámbito de las conferencias Intergubernamentales. Espacios que han tenido un fuerte impacto
en la construcción del campo de las políticas culturales.
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producciones de Williams, Hogart, Rama, Candido, Bajtin, Benjamin y Bourdieu, entre otros, le
permitió construir un continente teórico y crítico que años más tarde adoptaría el nombre de
Estudios Culturales; lo hace sin abandonar la pretensión valorativa.
Podemos decir que Sarlo se encuentra en un campo jaqueado por los cambios de las
últimas décadas. Uno de los ámbitos de mayor legitimidad en el siglo pasado y cuya existencia hoy
está en tela de juicio. ¿Qué sentido tiene una disciplina cuyo objeto es la valoración en una
realidad en que las jerarquías se disuelven? Mientras Canclini se ubica en uno de los campos de
mayor expansión y legitimidad dentro de las ciencias sociales.
Desde este lugar Canclini adopta la posmodernidad “no como una etapa o tendencia que
reemplazaría el mundo moderno, sino como una manera de problematizar los vínculos equívocos
que éste armó con las tradiciones que quiso excluir o superar para constituirse” (1989, p23).
Mientras Sarlo adopta una mirada etapista, que se refleja en su utilización del concepto de
“modernidad tardía”, de claro anclaje temporal, o posmodernidad indistintamente.
Esta diferencia en los autores se puede ver en el tratamiento que hacen de lo culto, lo
masivo y lo popular.
Canclini afirma que la relativización que propone la mirada posmoderna facilita revisar la
separación entre lo culto, lo popular y lo masivo “sobre la que aún simula asentarse la
modernidad” (1989, p 23). Propone así crear una perspectiva transdisciplinar, que permita
abarcar las interacciones e integraciones entre los niveles, géneros y formas de la sensibilidad
colectiva. Canclini intenta en su libro esta mirada que acepta la fragmentación y las combinaciones
múltiples entre tradición, modernidad y posmodernidad para ver sobre todo como se han dado de
manera desigual y contradictoria los cuatro movimientos de la modernidad: emancipación,
democratización, expansión e innovación.
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se desprende un juicio valorativo que se centra en lo culto y en lo popular reificado, y una
descalificación de todo aquello que se relacione con lo masivo. Por ejemplo, siguiendo con el
tratamiento de la cuestión de la autonomía del arte, el análisis de Sarlo parecería quedar atrapado
en una versión canonizada de la modernidad cuya referencia sería el campo artístico europeo. “
En la modernidad, las relaciones entre artistas y público, entre escritores y editores, entre pintores
y marchands, entre los mismo productores culturales, ocurren en un espacio articulado como
campo de fuerzas que no reflejan directamente las tendencias enfrentadas en otras dimensiones
sociales, sino que configuran una estructura especializada” (1994, p 152). Para el caso de nuestro
continente diferenciar estas estructuras especializadas, se presenta al menos como conflictivo. Así
lo muestra por ejemplo Canclini en su capítulo dedicado al modernismo en América Latina.
En este sentido Canclini aporta otro tipo de lectura al analizar TELEVISA de México, la
Rede Globo de Brasil o el caso de Jorge Glusberg en la Argentina; donde considera las condiciones
de producción, los actores, sus relaciones con lo culto y lo popular, etc. O cuando por ejemplo
analiza el videoclip y el uso que hacen de éste los movimientos populares. De la misma forma,
reconoce en la televisión efectos disolventes e integradores.
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modernizadores, subalternos y hegemónicos. “Las relaciones suelen no ser igualitarias, pero es
evidente que el poder y la construcción del acontecimiento son resultado de un tejido complejo y
descentrado de tradiciones reformuladas e intercambios modernos, de actores múltiples que se
combinan” (1989, p243). Las relaciones de poder se entretejen unas con otras de tal manera que
lo que les da su eficiencia es la oblicuidad que se establece en el tejido.
Mientras Canclini intenta reconstruir lógicas complejas desde una perspectiva multipolar y
asimétrica que reconoce en el estallido de la totalidad una fisura para el surgimiento de nuevas
realidades. Sarlo sigue construyendo un orden desde un paradigma bipolar. Con una mirada
nostálgica hacia un pasado moderno y desdén hacia el presente al que no se le reconoce ninguna
potencialidad. Considero que Sarlo sigue analizando el arte en términos de alta y baja cultura, afín
a esta noción de poder “de arriba hacia abajo” que marcaba anteriormente. Mientras Canclini se
centra en buscar esos procesos de hibridación, en detectar esos poderes oblicuos más afines a una
imagen de poder como entramado. Este señala sistemas asimétricos que sin embargo permiten
desbordes.
Esto se percibe en los distintos análisis que hacen respecto al arte y los artistas. Sarlo en su
capítulo El lugar del arte comienza trazando seis Instantáneas, “biografías en miniaturas”, casos
que demuestran que no hay una manera de ser artista. Describe entonces la personalidad de estos
artistas, sus producciones, materiales, cualidades personales, su amor por la belleza, sus juegos
con los lenguajes y las formas. Es decir se centra en el artista reforzando el imaginario romántico
que se centra en ese ser singular capaz de “ver más” y producir configuraciones especiales,
objetos estéticos. Para la autora “habría que preservar originales” como los artistas que se
describe (1994, p135). Nuevamente recuperando el problema del arte moderno del original frente
a la copia y la desauratización del arte frente al desarrollo de las industrias culturales y la
reproductibilidad técnica.
Si entendemos con Canclini que las industrias culturales mantienen vigente la idea del
artista romántico como un recurso complementario destinado a garantizar la verosimilitud de la
experiencia artística en el momento del consumo, habría que pensar si la restauración del
imaginario que propone Sarlo no es funcional a aquello que combate.
Para Canclini “que es el arte no es sólo una cuestión estética: hay que tomar en cuenta
cómo se la va respondiendo en la intersección de lo que hacen los periodistas y críticos,
historiadores y museógrafos, marchands, coleccionistas y especuladores” (1898, p18).
Contra este argumento constructivista Sarlo apela a la revalorización del discurso estético.
Para ella “el ácido sociológico y antropológico” (1994, p159) que permite instalar el relativismo
valorativo como horizonte epocal disuelve la especificidad del arte. Despoja de “instrumentos que
permitan comparar, discutir y validar las diferencias estéticas”(p 156) convirtiéndose así en la
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ideología más afín al mercado, cuyos criterios cuantitativos contradicen la valoración estética
moderna. Por otro lado, el predominio de las industrias culturales reemplaza a los intelectuales y
artistas como legisladores por “otros expertos (los hoy llamados intelectuales massmediáticos)” y
los gerentes de las industrias culturales (p 165). De esta forma el pluralismo se revela como el
absolutismo del mercado (p166).
Este es posiblemente uno de los puntos donde Sarlo muestra más claramente su disputa
por la restitución del imaginario moderno, y fundamentalmente del lugar del intelectual.
Políticas culturales
Canclini recurre a Williams para enfrentar las visiones que solo se aferran a lo arcaico
reificando las tradiciones, y plantea que a esto se debe sumar la promoción de lo emergente y lo
residual. Pretende superar así el dilema moderno de lo auténtico y lo original frente a la copia y la
imagen del museo como refugio de “la verdadera cultura.” La política cultural en relación al
patrimonio no se debe centrar en los objetos sino en los procesos por su representatividad
sociocultural. Tomando como criterio la verosimilitud histórica. Es decir hay una remisión al
origen, pero no esencializado, sino histórico, es decir contextual y conflictivo.
Frente a las discusiones patrimonialistas de las políticas culturales, Sarlo centra el debate
en las industrias culturales. Retoma así las preocupaciones de su artículo de 1988 e intenta una
mirada crítica sobre las nuevas tecnologías que no caiga en la racionalización populista ni en el
pesimismo de elite.
En sus dos textos los mayores peligros que señala respecto de las industrias culturales
tienen que ver con los sectores populares. Su preocupación pasa por la hegemonía ideológica y
estética de la televisión y la “oclusión sistemática de la experimentación formal” y el manejo de la
información y sus modalidades de circulación. En estas áreas debería intervenir el Estado para no
dejar a los sectores populares librados a la libertad del mercado y las industrias culturales.
Recordemos que en el artículo del ‘88 Sarlo discutía con Landi, y fundamentalmente con
Brunner que centraba su propuesta de políticas culturales en la diversificación de los circuitos
culturales. Sarlo opone a esta lectura una visión sustantiva de las políticas culturales e insiste en la
importancia de fijar contenidos para las mismas. Se centra en el contenido y la forma de los
mensajes televisivos, suponiendo que una mayor libertad estaría garantizada por la diversificación
de éstos. Según la autora el desprecio por la reflexión en torno a los valores se debe a una
interpretación extrema de las teorías de la recepción, que suponen una hiperactividad en la
construcción de sentidos por parte de los sujetos que no tiene en cuenta la resistencia que los
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materiales en sí imprimen sobre tal libertad interpretativa. Y afirma que una perspectiva formal de
las políticas culturales sólo garantizaría la reproducción de las desigualdades existentes.
“Si bien el relativismo cultural, que admite la legitimidad de las diferencias, es una
conquista de la modernidad, no podemos compartir la conclusión que algunos sacan de que la
democratización modernizadora no debe manejar valores ni jerarquizarlos”. (Canclini, 1989, p148)
En este punto las posiciones de los autores también se acercan. En tanto a toda opción de
políticas le subyace una opción por valores, el problema es su debate. Sin embargo, mientras Sarlo
destaca la necesidad de incorporar el arte a la reflexión sobre la cultura, es decir en la restitución
del discurso estético, Canclini enfatiza la reflexión sobre la pluralidad.
Para Sarlo “la libertad de disfrute de los diferentes niveles culturales como posibilidad
abierta a todos (y que no todos deben elegir) necesita de dos fuerzas: estados que intervengan
equilibrando el mercado cuya estética delata su relación con el lucro; y una crítica cultural que
pueda librarse del doble encierro de la celebración neopopulista de lo existente y de los prejuicios
elitistas que socaban la posibilidad de articular una perspectiva democrática.”(1994, p 195) Sarlo
destaca la necesidad de restaurar un discurso jerarquizador en manos de los intelectuales, la
crítica cultural, mientras Canclini reconoce un componente autoritario cuando se quiere que las
interpretaciones de los receptores coincidan enteramente con el sentido propuesto por el emisor.
Y afirma “democracia es pluralidad cultural, polisemia interpretativa”(1989, p148)
Desde este lugar para Canclini una política cultural democrática además de socializar los
bienes legítimos, se debe cuestionar y problematizar lo que se entiende por cultura y “los
derechos de lo heterogéneo.” (p. 148) Examinando en primer lugar aquello que la cultura
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hegemónica excluyó para constituirse en legítima. Debe cuestionarse los principios que organizan
esa hegemonía.
Recapitulando …
Canclini adopta la posmodernidad como una mirada y en este sentido se acerca más al
tipo de lectura que ensaya Huyssen, alejándose de la lectura etapista que hace Sarlo sobre la
cuestión.
Sin embargo, también podemos decir que Sarlo mantiene mucho más presente en su
discurso la problematización de la cuestión estética y su relación con la política. Y en este punto se
acercaría más al tipo de recuperación del discurso modernista que propone Huyssen.
Bibliografía citada
BRUNNER, José Joaquín. (1987) Ciencias sociales y el tema de la cultura: notas para una agenda de
investigación. Documento de Trabajo (Chile). FLACSO. No.332
GARCÍA CANCLINI, Néstor, ed. (1987) Políticas culturales en América Latina. México: Grijalbo.
-----------------------------, (1989) Culturas hibridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad.
México: Grijalbo.
HUYSSEN, Andreas. (1ra edición, 1986) Después de la gran división. Modernismo, cultura de
masas, posmodernismo, Bs As, Adriana Hidalgo Editora, 2006.
- -----------------. (2007) “Geographies of Modernism in a Globalizing World” in New German Critique
100 (Citas con traducción mía)
SARLO, Beatriz (1988) “Políticas culturales: democracia e innovación”. Punto de Vista No. 32: 8-14.
(Buenos Aires)
------------------- (1994) Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales, arte y videocultura en la
Argentina. Buenos Aires: Seix Barral.
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