Este documento narra un incidente ocurrido en el club social de una ciudad durante un baile de máscaras. Un hombre disfrazado y borracho interrumpe la lectura de unos intelectuales en la sala de lectura y los insulta, obligándolos a irse. Más tarde se revela que el hombre era en realidad un rico industrial de la ciudad conocido por sus escándalos y donaciones. A pesar de haberlos ofendido, los intelectuales acompañan al hombre a su casa al final de la noche.
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Este documento narra un incidente ocurrido en el club social de una ciudad durante un baile de máscaras. Un hombre disfrazado y borracho interrumpe la lectura de unos intelectuales en la sala de lectura y los insulta, obligándolos a irse. Más tarde se revela que el hombre era en realidad un rico industrial de la ciudad conocido por sus escándalos y donaciones. A pesar de haberlos ofendido, los intelectuales acompañan al hombre a su casa al final de la noche.
Este documento narra un incidente ocurrido en el club social de una ciudad durante un baile de máscaras. Un hombre disfrazado y borracho interrumpe la lectura de unos intelectuales en la sala de lectura y los insulta, obligándolos a irse. Más tarde se revela que el hombre era en realidad un rico industrial de la ciudad conocido por sus escándalos y donaciones. A pesar de haberlos ofendido, los intelectuales acompañan al hombre a su casa al final de la noche.
Este documento narra un incidente ocurrido en el club social de una ciudad durante un baile de máscaras. Un hombre disfrazado y borracho interrumpe la lectura de unos intelectuales en la sala de lectura y los insulta, obligándolos a irse. Más tarde se revela que el hombre era en realidad un rico industrial de la ciudad conocido por sus escándalos y donaciones. A pesar de haberlos ofendido, los intelectuales acompañan al hombre a su casa al final de la noche.
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CLASICOS-LA MASCARA (ANTON CHEJOV)
La Mascara Anton Chejov
En el club social de la ciudad de X se celebraba, con fines ben�ficos, un
baile de m�scaras o, como le llamaban las se�oritas de la localidad, "un baile de parejas". Era ya medianoche. Unos cuantos intelectuales sin antifaz, que no bailaban -en total eran cinco-, estaban sentados en la sala de lectura, alrededor de una gran mesa, y ocultas sus narices y barbas detr�s del peri�dico, le�an, dormitaban o, seg�n la expresi�n del cronista local de los peri�dicos de la capital, meditaban. Desde el sal�n del baile llegaban los sones de una contradanza. Por delante de la puerta corr�an en un ir y venir incesante los camareros, pisando con fuerza; mas en la sala de lectura reinaba un profundo silencio. -Creo que aqu� estaremos m�s c�modos -se oy� de pronto una voz de bajo, que parec�a salir de una caverna. �Por ac�, muchachas, venid ac�! La puerta se abri� y al sal�n de lectura penetr� un hombre ancho y robusto, disfrazado de cochero, con el sombrero adornado de plumas de pavo real y con antifaz puesto. Le segu�an dos damas, tambi�n con antifaz, y un camarero, que llevaba una bandeja con unas botellas de vino tinto, otra de licor y varios vasos. -�Aqu� estaremos muy frescos! -dijo el individuo robusto-. Pon la bandeja sobre la mesa... Sentaos, damiselas. Ye vu pri a la trimontran! Y ustedes, se�ores, hagan sitio. No tienen por qu� ocupar la mesa. El individuo se tambale� y con una mano tir� al suelo varias revistas. -�Pon la bandeja ac�! Vamos, se�ores lectores, ap�rtense. Basta de peri�dicos y de pol�tica. -Le agradecer�a a usted que no armase tanto alboroto -dijo uno de los intelectuales, mirando al disfrazado por encima de sus gafas-. Estamos en la sala de lectura y no en un buffet... No es un lugar para beber. -�Por qu� no es un lugar para beber? �Acaso la mesa se tambalea, o el techo amenaza derrumbarse? Es extra�o. Pero no tengo tiempo para charlas... Dejen los peri�dicos. Ya han le�do bastante, demasiado inteligentes se han puesto; adem�s, es perjudicial para la vista y lo principal es que yo no lo quiero y con esto basta. El camarero coloc� la bandeja sobre la mesa y, con la servilleta encima del brazo, se qued� de pie junto a la puerta. Las damas la emprendieron inmediatamente con el vino tinto. -�C�mo es posible que haya gente tan inteligente que prefiera los peri�dicos a estas bebidas? -comenz� a decir el individuo de las plumas de pavo real, sirvi�ndose licor-' Seg�n mi opini�n, respetables se�ores, prefieren ustedes la lectura porque no tienen dinero para beber. �Tengo raz�n? �Ja, ja ... ! Pasan ustedes todo el tiempo leyendo. Y �qu� es lo que est� ah� escrito? Se�or de las gafas, �qu� acontecimientos ha le�do usted? Bueno, deja de darte importancia. Mejor, bebe. El individuo de las plumas de pavo real se levant� y arranc� el peri�dico de las manos del se�or de las gafas. �ste palideci� primero, se sonroj� despu�s y mir� con asombro a los dem�s intelectuales, que a su vez le miraron. -�Usted se extralimita, se�or! -estall� el ofendido-. Usted convierte un sal�n de lectura en una taberna; se permite toda clase de excesos, me arranca el peri�dico de las manos. �No puedo tolerarlo! �Usted no sabe con qui�n trata, se�or m�o! Soy el director del Banco, Yestiakov. -Me importa un comino que seas Yestiakov. Y en lo que se refiere a tu peri�dico mira... El individuo levant� el peri�dico y lo hizo pedazos. -Se�ores, pero �qu� es esto? -balbuce� Yestiakov estupefacto-. Esto es extra�o, esto sobrepasa ya lo normal... -�Se ha enfadado! -ech�se a re�r el disfrazado-. �Uf! �Qu� susto me dio! �Hasta tiemblo de miedo! Esc�chenme, respetables se�ores. Bromas aparte, no tengo deseos de entrar en conversaci�n con ustedes... Y como quiero quedarme aqu� a solas con las damiselas y deseo pasar un buen rato, les ruego no me contradigan y se vayan... �Vamos! Se�or Belebujin, �m�rchate a todos los diablos! �Por qu� est�n frunciendo el ce�o? Si te lo digo, debes irte. Y de prisita, no vaya a ser que en hora mala te largue alg�n pescoz�n. -Pero �c�mo es eso? -dijo Belebujin, el tesorero de la Junta de los Hu�rfanos, encogi�ndose de hombros-. Ni siquiera puedo comprenderlo... �Un insolente irrumpe aqu� y... de pronto ocurren semejantes cosas! -�Qu� palabra es �sa de insolente? -grit� enfadado el individuo de las plumas de pavo real, y golpe� con el pu�o la mesa con tanta fuerza que los vasos saltaron en la bandeja-. �A qui�n hablas? �Te crees que como estoy disfrazado puedes decirme toda clase de impertinencias? �Atrevido! �L�rgate de aqu�, mientras est�s sano y salvo! �Que se vayan todos, que ning�n brib�n se quede aqu�! �Al diablo! -�Bueno, ahora veremos! -dijo Yestiakov, y hasta sus gafas se le hab�an humedecido de emoci�n. �Ya le ense�ar�! �A ver, llamen al encargado! Un minuto m�s tarde entraba el encargado, un hombrecito pelirrojo, con una cintita azul en el ojal. Estaba sofocado a consecuencia del baile. -Le ruego que salga -comenz�-. Aqu� no se puede beber. �Haga el favor de ir al buffet! -Y t� �de d�nde sales? -pregunt� el disfrazado-. �Acaso te he llamado? -Le ruego que no me tutee y que salga inmediatamente. -�yeme, amigo, te doy un minuto de plazo... Como eres la persona responsable, haz el favor de sacar de aqu� a estos artistas. A mis damiselas no les gusta que haya nadie aqu�... Se azoran y yo, pagando mi dinero, voy a tener el gusto de que est�n al natural. -Por lo visto, este imb�cil no comprende que no est� en una cuadra -grit� Yestiakov-. Llamen a Evstrat Spirid�novich. Evstrat Spirid�novich, un anciano con uniforme de polic�a, no tard� en presentarse. -�Le ruego que salga de aqu�! -dijo con voz ronca, con ojos desorbitados y moviendo sus bigotes te�idos. -�Ay, qu� susto! -pronunci� el individuo, y se ech� a re�r a su gusto-. �Me he asustado, palabra de honor! �Qu� espanto! Bigotes como los de un gato, los ojos desorbitados... �Je, je, je! -�Le ruego que no discuta! -grit� con todas sus fuerzas Evstrat Spirid�novich, temblando de ira-. �Sal de aqu�! �Mandar� que te echen de aqu�! En la sala de lectura se arm� un alboroto indescriptible. Evstrat Spirid�novich, rojo como un cangrejo, gritaba, pataleaba. Yestiakov chillaba, Belebujin vociferaba. Todos los intelectuales gritaban, pero sus voces eran sofocadas por la voz de bajo, ahogada y espesa, del disfrazado. A causa del tumulto general se interrumpi� el baile y el p�blico se abalanz� hacia la sala de lectura. Evstrat Spirid�novich, a fin de inspirar m�s respeto, hizo venir a todos los polic�as que se encontraban en el club y se sent� a levantar acta. -Escribe, escribe -dec�a la m�scara, metiendo un dedo bajo la pluma-. �Qu� es lo que me ocurrir� ahora? �Pobre de m�! �Por qu� quer�is perder al pobre huerfanito? �Ja, ja! Bueno. �Ya est� el acta? �Hab�is firmado todos? �Pues ahora, mirad! Uno... dos... �tres! El individuo se irgui� cuan alto era y se arranc� el antifaz. Despu�s de haber descubierto su cara de borracho y de admirar el efecto producido, se dej� caer en el sill�n, ri�ndose alegremente. En realidad, la impresi�n que produjo fue extraordinaria. Los intelectuales palidecieron y se miraron perplejos, algunos se rascaron la nuca. Evstrat Spirid�novich carraspeo como alguien que sin querer ha cometido una tonter�a imperdonable. Todos reconocieron en el camorrista al industrial millonario de la ciudad, ciudadano benem�rito, el mismo Piatig�rov, famoso por sus esc�ndalos, por sus donaciones y, como m�s de una vez se dijo en el peri�dico de la localidad, por su amor a la cultura. -Y bien, �se marchar�n ustedes o no? -pregunt� despu�s de un minuto de silencio. Los intelectuales, sin decir una palabra, salieron andando de puntillas y Piatig�rov cerr� tras ellos la puerta. -Pero �si t� sab�as que �se era Piatig�rov! -dec�a un minuto m�s tarde Evstrat Spirid�novich con voz ronca, sacudiendo al camarero, que llevaba m�s vino a la biblioteca-. �Por qu� no dijiste nada? -Me lo hab�a prohibido. -Te lo hab�a prohibido... Si te encierro, maldito, por un mes, entonces sabr�s lo que es prohibido. �Fuera!... Y ustedes, se�ores, tambi�n son buenos -dirigi�se a los intelectuales-. �Armar un mot�n! �No pod�an acaso salir del sal�n de lectura por diez minutos? Ahora, sufran las consecuencias. �Eh, se�ores, se�ores ... ! No me gusta nada, palabra de honor. Los intelectuales, abatidos, cabizbajos y perplejos, con aire culpable, andaban por el club como si presintiesen algo malo. Sus esposas e hijas, al saber que Piatig�rov hab�a sido ofendido y que estaba enfadado, perdieron la animaci�n y comenzaron a dispersarse hacia sus casas. A las dos de la madrugada sali� Piatig�rov de la sala de lectura. Estaba borracho y se tambaleaba. Entr� en el sal�n de baile, se sent� al lado de la orquesta y se qued� dormido a los sones de la m�sica; despu�s inclin� tristemente la cabeza y se puso a roncar. -�No toqu�is! -ordenaron los organizadores del baile a los m�sicos, haciendo grandes aspavientos-. �Silencio!... Egor N�lich duerme... -�Desea usted que le acompa�e a casa, Egor N�lich? -pregunt� Belebujin, inclin�ndose al o�do del millonario. Piatig�rov movi� los labios, como si quisiera alejar una mosca de su mejilla. -�Me permite acompa�arle a su casa? -repiti� Belebujin- o aviso que le env�en el coche? -�Eh? �Qu�? �Qu� quieres? -Acompa�arle a su casa... Es hora de dormir. -Bueno. Acompa�a... Belebujin resplandeci� de placer y comenz� a levantar a Platig�rov. Los otros intelectuales se acercaron corriendo y, sonriendo agradablemente, levantaron al benem�rito ciudadano y lo condujeron con todo cuidado al coche. -S�lo un artista, un genio, puede tomar as� el pelo a todo un grupo de gente -dec�a Yestiakov en tono alegre, ayud�ndole a sentarse-. Estoy sorprendido de verdad. Hasta ahora no puedo dejar de re�r. �Ja, ja! Cr�ame que ni en los teatros nunca he re�do tanto. �Toda la vida recordar� esta noche inolvidable! Despu�s de haber acompa�ado a Platig�rov, los intelectuales recobraron la alegr�a y se tranquilizaron. -A m� me dio la mano al despedirse -dijo Yestiakov muy contento-. Luego ya no est� enfadado. -�Dios te oiga! -suspir� Evstrat Spirid�novich-. Es un canalla, un hombre vil, pero es un benefactor. No se le puede contrariar.