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Macabra...¡Verdad! (Novela de terror)
Macabra...¡Verdad! (Novela de terror)
Macabra...¡Verdad! (Novela de terror)
Libro electrónico179 páginas4 horas

Macabra...¡Verdad! (Novela de terror)

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Información de este libro electrónico

El doctor Steven Breken y el ex convicto Spencer ingresan a una vieja Taberna conocido como el "Tugurio", tratando de disipar sus problemas personales, sin presagiar que sus vidas están a punto de cambiar, con sólo escuchar las misteriosas historias de tipo paranormal que allí se relatan,(aparición de seres fantasmales, entes que cumplen deseos, personas misteriosamente
desaparecidas y sombras que acechan familias) sucesos que están agobiando la tierra sobre todo aún extraño lugar llamado "pueblo viejo"

¿ Serán ellos capaces de descifrar la macabra verdad que envuelve a este siniestro sitio? o
¿ Simplemente sucumbirán ante el oscuro secreto?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 jun 2014
ISBN9781310929809
Macabra...¡Verdad! (Novela de terror)
Autor

Rocio Hernando Orihuela

Rocio Hernando Orihuela en nació en la ciudad de Lima,Perú. A sus cortos seis años de edad escribiò su primeros cuentos.su inclinación temprana por literatura delataba un "don" al esbozar con cada palabra un talento que al paso de los años fue desarrollando a base de entrega y el profundo amor que solamente los escritores pueden ostentar. Las vìas que condujo su voz fueron atravès del cuento,el relato y la poesìa Haber nacido en un hogar con unos padres que se desempeñaron durante muchos años en la docencia,contribuyó a su apetencia por la literatura y la filosofía. Estudió Diseño Gráfico en el "Instituto Superior Diseño"y Ciencias de la comunicación,Escuela de Publicidad en "la Universidad Inca Garcilaso de la Vega

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    Macabra...¡Verdad! (Novela de terror) - Rocio Hernando Orihuela

    MACABRA…¡VERDAD!

    Por Rocío Hernando Orihuela

    SMASHWORDS EDITION

    * * * * *

    MACABRA…¡VERDAD!

    Copyright © 2013 Rocío Hernando Orihuela

    http://www.facebook.com/RocioHernandoKlidleEbook

    [email protected]

    www.rociohernando.redtienda.net

    * * * * *

    Smashwords Edition License Notes

    This ebook is licensed for your personal enjoyment only. This ebook may not be re—sold or given away to other people. If you would like to share this book with another person, please purchase an additional copy for each person you share it with. If you're reading this book and did not purchase it, or it was not purchased for your use only, then you should return to Smashwords.com and purchase your own copy. Thank you for respecting the author's work.

    Hay otros mundos pero están en éste

    Paul Eluard.

    CAPÍTULO I

    EL TUGURIO

    Aquel lugar alumbrado por pequeños faroles ubicados en el interior del establecimiento, brindaba un ambiente cálido y confortable a sus clientes, contrastando radicalmente con el frio clima del exterior.

    En él se encontraba acompañado de murmullos, risas estridentes y sonidos de vasos, al momento del brindis, un muchacho de tan solo veinte años de edad, de apacible e inofensivo semblante que lo hacía verse mucho más adolescente. Un viejo borracho que despectivamente lo miraba, mientras se restregaba la boca con el dorso de su mano, dejó caer sobre la mesa dos monedas que rodaron concéntricamente, hasta detenerse de manera horizontal.

    —Toma muchacho lo acordado, dos dólares por tu estúpida historia, ahora ¡lárgate!

    –¡Gracias señor! –se le escuchó decir con débil voz, dirigiéndose de inmediato a buscar otros posibles clientes. Se acercó entonces a una mesa en donde seis personas conversaban efusivamente, ofreciéndoles su singular servicio.

    Mientras tanto en otro punto de la ciudad, Steven Breken se encontraba observando por la ventana de su habitación ubicado en un tercer piso la amplia Av. Hamsat; luego dirigió su atención hacia un determinado edificio en el que resaltaba un gran letrero de neón que dibujaba sutilmente la silueta de una mujer, sacándolo por un instante de su rutina de ver pasar cientos de ajetreadas personas que recorrían la gran avenida saturada por un tráfico ensordecedor.

    Observó el reloj de su muñeca; marcaba las 7 pm. Junto a la ventana se encontraba una pequeña mesa de madera, Steven jaló hacia él una silla y se sentó dejando caer los brazos en la superficie cuadrada de aquel mueble, luego de meditar un momento, hurgó en el desorden de papeles; miró con detenimiento algunos dibujos hechos a lápiz del rostro de una hermosa mujer. Lo mismo hizo con otras hojas donde se habían plasmado con una hermosa caligrafía algunos apuntes. De repente algunas hojas cayeron al suelo, pero a él no le importó recogerlas y siguió su búsqueda. Al cabo de unos minutos, exclamó aliviado: ¡Te encontré!

    Levantó a la altura de sus ojos el papel amarillento que llevaba las huellas de haber sido doblado en varias oportunidades. Se limpió el sudor de la frente con el antebrazo derecho.

    El viento fresco ingresó por la ventana agitando las cortinas como si fueran caprichosas olas, aspiró profundamente el suave aire nocturno, se concentró y segundos después, agregó un nombre y una dirección al lado de las frases que contenía el papel.

    Prendió un cigarrillo; cerró los parpados con suavidad, exhaló el tóxico humo de forma ondulante. Satisfecho contempló lo que acababa de escribir; sobre el cenicero con forma de rostro de león apagó el cigarrillo con un ligero movimiento semicircular de su muñeca.

    Se colocó el abrigo y doblando la hoja que sostenía con la mano, la guardó en el bolsillo, luego salió de aquel hotel.

    Habían pasado cuatro horas desde que Steven salió del hospital, luego caminó tres cuadras con mucha calma, pensando irónicamente en su inquietante vida, prendió otro cigarrillo, luego, abotonó su largo abrigo hasta ocultar el uniforme blanco de doctor que llevaba puesto; detuvo un taxi y pidió al chofer que lo llevara a la calle Xiltor.

    –¡Señor, a estas horas ese lugar es muy peligroso –señaló preocupado el joven taxista.

    –¡Te pagaré el doble de lo que indique el taxímetro! – insistió, Steven.

    El taxista asintió con la cabeza. Minutos después. Steven Breken había llegado a su destino: atravesó una angosta callejuela, volteó hacia la derecha y al llegar a la esquina miró un letrero tallado en madera que decía El tugurio open bar. Antes de ingresar al local subió tres peldaños, para luego empujar la puerta; una campanilla se dejo oír, nadie más que el cantinero se percató de su llegada; el resto de la gente seguía conversando amenamente. Se acercó al mostrador y pidió un whisky, luego se trasladó hacia una solitaria mesa ubicada al fondo del bullicio lugar, tratando de situarse lo más lejos posible del resto de los clientes, pero, a la vez; sabía que desde este olvidado rincón, él podía observarlos a todos.

    Llevó el vaso de whisky hacia sus labios con lentitud, y saboreó cada trago que pasaba por su garganta, minutos después se sentía agobiado por la tristeza, el cual pensó haberla dejado en aquella solitaria habitación del hotel. Agitó su mano derecha a la altura de su cabeza un par de veces deseando llamar la atención de alguien. Al cabo de unos minutos el cantinero se acercó a él con un vaso de whisky mientras le increpaba molesto:

    –Steven, me puedes hacer el favor de ir al mostrador y pedir tu trago como todos los demás. Sabes muy bien que el mozo, en esta semana, llegará más tarde de lo que acostumbra.

    –¡Ya deja de gritar Ben!, y dame el whisky no tengo ganas de pelear contigo ni con nadie, solo quiero estar solo – respondió ofuscado, Steven.

    –¡Ay, otro con el corazón destrozado! –dijo burlonamente, Ben.

    –¡Déjame en paz! –exclamó disgustado el apuesto doctor.

    Al ver regresar al cantinero detrás de aquel mostrador, pensaba que sus palabras habían sido muy atinadas, puesto que la tristeza que lo abrumaba, se debía a que el amor de su vida… ¡No correspondía a sus sentimientos! A pesar de que habían vivido juntos varios años, cada cosa que hacía parecía empeorar la relación, así que optó por marcharse y vivir solo en un hotel mientras seguía trabajando en el hospital y en su consultorio privado.

    –¡Qué irónica que es la vida! –decía, mientras dejaba escapar el gris humo aspirado a través de su cigarrillo.

    –¡Oye, Ben, tráeme otro whisky! – gritó.

    Luego de unos minutos llegó el barman muy molesto, colocando con fuerza algo en el centro de la mesa.

    –Toma, Steven, te dejo la botella completa de whisky, no me estés llamando a cada rato y pueda con tranquilidad atender el negocio.

    –¡Está bien, está bien, déjalo y ponla a mi cuenta! – agregó, Steven.

    Vertió el licor en su vaso hasta hacerlo rebalsar, y siguió bebiendo.

    Sin embargo la depresión lo consumía; giró la cabeza de un lado a otro, como buscando a alguien o tal vez deseando reconocer algún rostro; aburrido, volvió a sacar la doblada lista pero esta vez para dibujar corazones de todos los tamaños, con las siglas de su nombres y de la de ella, de repente una voz lo sacó de su concentración:

    Haber… son cinco historias a $ 2 dólares cada uno… serian en total $ 10 dólares.¡Muy bien muchacho! –dijo el hombre ciego y, a sus compañeros de mesa, los exhortó: ¡Saquen el dinero!

    Cerca de ahí, un corpulento hombre de 1.90 de alto, con paso firme atravesaba la oscura callejuela; su objetivo es llegar a su lugar preferido.

    Desde que salió de la prisión, era el único lugar que lo hacía sentirse en familia, ya que conocía el rostro de cada una de las personas que frecuentaban aquel bar. Empujó con fuerza la puerta, esperando que todos advirtieran su llegada, cual entrada triunfal como lo hacían los antiguos vaqueros del oeste al llegar a la taberna del pueblo imitando, inconscientemente, a las películas que veía con su padre, pues era el único recuerdo que tenía de él.

    –¡Hola, Spencer, hace un buen tiempo que no te veo por aquí! ¿Dime, amigo, qué vas a pedir? –dijo el cantinero, amablemente.

    –¡Una cerveza! ¡Pero bien fría y deja de fastidiarme! –dijo ofuscado.

    Tomó una banca de color marrón y se sentó junto a la barra, Ben lo miraba de reojo sonriendo mientras le servía lo que había pedido, él no solo era el cantinero del Tugurio sino el dueño del establecimiento, a sus treinta y cinco años de edad, había abandonado el sueño de ser actor, y de seguir viajando por el mundo por ello solo le quedaba decorar la vieja cantina con fotos enmarcadas de sus últimos viajes. Pues tenía que continuar con la administración del local pues su padre antes de morir se lo dejó de herencia, perpetuando así la tradición familiar.

    A Ben le gustaba siempre que llegaba Spencer gastarle bromas, como olvidarse cuál era su bebida favorita.

    –¡Aquí está Spencer…, tu cerveza helada, tal como te gusta!

    Spencer cogió el chop lleno de la espumosa bebida, y se deleitó con el peculiar sonido proveniente de la blanca espuma, tragó dos grandes sorbos con gran prisa y exhaló:

    –¡Ahh!... ¡No hay nada como esto en este mundo! .Pero escuchó algo que lo hizo quedarse absorto por unos minutos.

    –8, 9 y 10 Dólares está completo, entonces empezaré a contarles las historias de terror –dijo el joven de pronto sintió como lo tomaban con fuerza de la ropa a la altura de la nuca y luego fue jalado con tal fuerza que cayó al piso de espaldas, golpeándose aparatosamente la cabeza ante la mirada atónita de las demás personas.

    –¡Quién, carajo, eres tú! –le dijo Spencer al Joven, mientras lo observaba con cautela. El muchacho al incorporarse se frotó la cabeza y dejando escapar una mirada llena de confusión para luego exclamar:

    –¿Qué le sucede a usted, está loco? ¡Por qué me agrede de esta manera!

    Al escuchar esto, el corpulento hombre lo cogió, pero esta vez a la altura del pecho sacudiéndolo con energía. El joven muy nervioso trataba de convencerlo de que no lo golpeara.

    –¡Señor cálmese! Yo no he venido a causar ningún problema. No tengo trabajo alguno y no se me ocurrió otra cosa; para obtener dinero que, entrar a este lugar a contar historias de misterio y terror a cambio de un módico pago de $ 2 dólares por cada historia.

    –¡A mí no me importa si cuentas historias de vampiros o de canguros ¡solo quiero que te largues de aquí –contestó el forzudo hombre.

    Ben intervino de inmediato colocando sus brazos entre ellos, gritando:

    –Aquí el dueño del negocio soy yo. El único que decide quién se queda o se va, así que Spencer tranquilízate y deja al muchacho en paz.

    –¡SÌ déjalo, Spencer! –Gritó un ciego que estaba sentado cerca de ellos – Además ya le pagamos, todo este lío, solo por qué tienes miedo de escuchar tétricas historias –dijo burlonamente el invidente.

    El expresidiario dejando ver su amenazante puño tatuado, exclamó enfurecido:

    –¡Tú no te metas o te ira peor! –Miró al muchacho fijamente. El rostro del joven reflejaba un pálido color. Un eco ensordecedor que crecía más y más se escuchó en todo el bar. Eran los gritos de la clientela increpando a Spencer su abusiva actitud e invitándolo a que se calme por las buenas o por los malas.

    Ben intervino nuevamente evitando de esta manera que toda esta discusión terminara en una riña descomunal y que destruyeran su negocio.

    –¡Spencer ya basta!, suéltalo.

    –¡Solo quiero que este estúpido se vaya de aquí!

    –¿Este joven te ha hecho algo… Lo conoces de algún lugar?

    –¡No, no! –gritó el fuerte hombre –Solo que no me agrada.

    –Entonces, el único que se va a largar de este lugar eres tú, ¡vamos! a ¡Fuera!

    El hombre ciego junto al hombre del sombrero de paja ante esta situación empezaron a gritar:

    –¡El fortachón tiene miedo, ja, ja, ja, ja!

    –¡Yo les enseñaré quién tiene miedo! –exclamó furioso Spencer ante las burlas. Se aproximó agresivamente a ellos, pero rápidamente fue sujetado por Ben y otros asiduos clientes.

    –¡Se acabó–Te largas, Spencer!, no permitiré peleas en mi bar.

    El rostro de ese hombre cambió y casi susurrando al oído de Ben, habló con voz suave:

    –No es necesario amigo mío que me eches de aquí, sabes que es el único lugar donde me siento a gusto, me conoces hace tantos años y nunca he ocasionado escándalo alguno, pero este joven tiene algo que crispa mis nervios.

    –¡No me importan tus excusas Spencer!, ¡te comportas o te vas!

    –Está bien –dijo Spencer –y se dirigió a su asiento al lado del mostrador mientras se arreglándose la camisa dentro del pantalón, para luego pedir otra, cerveza. Y luego vociferó: ¡te estaré vigilando muchacho!

    Mientras tanto el doctor Steven seguía bebiendo. Observando sin inmutarse esta patética escena. Dejó escapar un suspiro manifestando en voz baja: ¡Todo esto por unas estúpidas historias!, la gente busca cualquier excusa, para matarse a golpes, ja, ja, ja

    –¡Vamos muchacho, cuenta ya la historia y espero que valga la pena porque si no, nos regresarás el doble de lo que te pagamos, por quitarnos el tiempo –agregó el extraño hombre de acento raro con sombrero de paja.

    El joven acomodó su vestimenta, pasó su mano por su cabello negro y lacio, entrecerró sus ojos marrones, como tratando de recordar al detalle el relato a narrar y lo título…¡El VIAJERO!

    El VIAJERO

    (Perú)

    Habían pasado años, un siglo para ser exacto, su alma y sus manos manchadas de sangre están, aunque él intenta ocultarlo. Viaja por la vida sin rumbo, no obstante su mirada denota un horrendo destino, pero ahora busca algo más sagrado, la esencia pura del llamado amor que es tan huidizo como su propio ser.

    Él, la percibe cerca como aquella rosa que yace entre sus dedos y mientras acaricia sus pétalos, el aroma que emana esta delicada flor le invita a buscarla…¡sin importar el tiempo!

    Las imágenes de un avión precipitándose al océano y ella saliendo despedida de aquella máquina infernal, provocaron que despertara con el rostro desencajado y gritando como si le sacaran las entrañas. Ese horrible sueño se suscitaba esporádicamente pero no por ello dejaba de molestarla. Jennifer se frotaba la cabeza

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