Teófilo Castillo - Crítica
Teófilo Castillo - Crítica
Teófilo Castillo - Crítica
El ojo en la palabra
La crítica de arte de Teófilo Castillo en
la serie de ensayos «En viaje. Del Rímac al Plata»
(1917-1918)
isbn 978-9972-46-658-8
Cuidado de edición
José Alfredo Huali Acho
Diseño de cubierta y diagramación de interiores
Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Corrección de estilo
Mónica Yaji Barreto
Ilustración de la cubierta
En el Titicaca (1918) de Teófilo Castillo, publicada en «En viaje. Del Rímac al Plata. Puno. El
Titicaca. La capital boliviana». Variedades, n.° 523, p. 234.
Las opiniones expuestas en este libro son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente
reflejan la posición de la editorial.
Queda prohibida la reproducción total o parcial de la presente edición, bajo cualquier moda-
lidad, sin la autorización expresa del titular de los derechos.
A Teodora y Lucio,
por el afecto incondicional;
a Mateo y Marianela,
por la amorosa paciencia.
Avant d’expliquer aux autres mon livre,
j’attends que d’autres me l’expliquent.
Vouloir l’expliquer d’abord c’est en
restreindre aussitôt le sens ; car si nous
savons ce que nous voulions dire, nous ne
savons pas si nous ne disions que cela.
André Gide, Paludes (1926)
Índice
Presentación 15
Nanda Leonardini Herane
Introducción 17
Conclusiones 191
Bibliografía 195
Anexos / 207
A inicios del siglo xx, retorna al Perú el artista y crítico de arte peruano Teófilo
Castillo. Este polémico personaje, que había radicado en Europa por largo tiem-
po para poder recorrer —con verdadero ahínco— museos y galerías de arte mien-
tras tomaba clases en los talleres de algunos maestros, vivencia que se suma a una
larga permanencia en Argentina, era un gran conocedor del arte peruano, suda-
mericano, europeo y japonés. Gracias a su amplia experiencia dentro del mercado
del arte y a su ojo clínico para reconocer autores y sus técnicas en los lienzos,
en numerosas oportunidades, cumplió el rol de tasador y certificador de obras.
Además, con gran conocimiento, hizo comentarios con respecto a la pésima cali-
dad de las intervenciones de cuadros realizadas por ineficientes «restauradores». A
lo señalado, es factible agregar sus acertadas explicaciones acerca del patrimonio
inmueble y sus irremediables daños debido a demoliciones e intervenciones ur-
banísticas, así como del patrimonio mueble que salía del país a causa del robo o
tráfico de arte, lo que ocasionaba pérdidas irreparables.
Otra característica de Castillo es su gran pasión por los viajes, cuatro de ellos
registrados a través de interesantes crónicas de arte publicadas por entregas en la
revista Variedades. Es, precisamente, en una de estas series, conocida como «Del
Rímac al Plata» (1917-1918), en la que Diego Paitan Leonardo detiene su pluma
para analizar con esmero profesional cada uno de los numerosos y ricos detalles
que encierran dichas crónicas, donde Castillo se explaya en el arte boliviano,
chileno, argentino y, desde luego, peruano, tras recorrer, de manera incansable,
museos, calles, plazas citadinas, iglesias y colecciones particulares, e intercambiar
ideas en largas conversaciones con los estudiosos locales.
Paitan Leonardo ha estructurado su estudio en cuatro partes, la primera con-
siste en una revisión de los aspectos básicos de la crítica de arte, relacionándola
con la literatura de viajes, para brindar un panorama del estado de la cuestión en
Sudamérica. En la siguiente sección, se detiene en Teófilo Castillo, sus viajes efec-
tuados entre 1887 y 1920, y las series de artículos que surgieron a raíz de ellos,
enfocándose en la serie anteriormente mencionada. A ello continúa un apartado
dedicado a los juicios de Castillo sobre las distintas disciplinas artísticas evaluadas
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Introducción
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Respecto al escenario, la crítica artística entre el siglo xix y las primeras dé-
cadas del xx era de naturaleza maleable, no existían parámetros propuestos —y,
en consecuencia, asumidos— de lo que debía ser una crítica de arte como tal; a
su vez, fueron contadas las reflexiones de los (presuntos) críticos sobre la misma
naturaleza de su labor, a fin de corregir a sus coetáneos o perfilar los ideales del
oficio. Cabe indicar que entre las causas de tal condición se deben considerar la
escasa promoción artística y la limitada participación oficial en la organización de
instituciones y en los mecanismos de enseñanza, así como la mediana actividad
privada en el comercio de obras de arte. Todo ello condujo a una equidistante
participación de personas que podían comentar sobre asuntos artísticos; del mis-
mo modo, propició que las evaluaciones no fueran, explícitamente, sobre obras
de arte contemporáneas, motivo por el que se utilizaron, para dichos juicios,
piezas de anteriores periodos artísticos, como el antiguo Perú y la época virreinal.
En consecuencia, uno de los cuestionamientos planteados en este libro apunta
a la estrecha naturaleza atribuida a la crítica de arte de la época, delimitada a
lo actual, como si se tratase del reflejo de su concepto en nuestros días. En los
años en discusión, esta problemática no tenía importancia ni razón de ser. Por
ello, sentamos que la noción de crítica de arte habida en esas décadas transitorias
abarcó un extenso campo de acción —paradójicamente en sincronía con las ideas
actuales sobre la crítica— y podía transitar desde una simple descripción o un
análisis iconográfico hasta un juicio de valor de una obra de arte, exposición o
evento artístico. Así, fueron analizadas piezas actuales de la misma forma que
ejemplares de otros tiempos histórico-artísticos. Los estilos empleados por los
críticos mostraron una refinada erudición, empleando retóricas que limitaban lo
poético, o eran exclusivamente de carácter informativo; en efecto, esto dependía
de su profesión inicial.
Por la desarrollada sensibilidad estética de Castillo, los viajes, como el
realizado a La Plata en 1917, insertan la crítica artística con puntuaciones en
temas diversos sobre arte; de cualquier forma, tanto su sensibilidad como su
crítica son respuestas a los efectos de la modernidad en las actividades humanas y
el estilo de vida contemporáneos.
Respecto a una definición del concepto y propósito de la crítica de arte
para Castillo, esta fue disertada como preámbulo del análisis de las acuarelas de
Francisco «Pancho» Fierro (1809-1879), en 1918. La producción de este artista,
fallecido en el último tercio del siglo xix, desde luego, no fue precisamente hecha
en el momento en el que fue evaluada, pero sí fue asumida por el crítico como
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Introducción
naturaleza, además de la definición de cinco tareas que deben realizar los críticos
de arte para serlo.
Se complementan a las anteriores investigaciones las siguientes, que tratan
indistintamente la naturaleza, funciones, limitantes y objetivos de la crítica de
arte: «Consideraciones sobre la crítica» (1964) del periodista español Manuel
Valldeperes, artículo incluido en la revista Cuadernos Hispanoamericanos; «El len-
guaje de la crítica de arte» (publicado originalmente en 1965), ensayo congregado
en el libro Pensar el arte (2008), del historiador mexicano Justino Fernández; y el
texto Aproximación a la crítica de arte (2012), del historiador de arte español Iván
de la Torre Amerigui.
Asunto especial es el origen de la crítica de arte. En este punto, el artículo «El
origen de la crítica de arte y los salones» (2003), de la historiadora española Rocío
de la Villa, sostiene que, en el siglo xviii, la Ilustración y los cambios culturales
gravitantes en torno a ese movimiento provocaron una «nueva sensibilidad» en
Europa, lo cual devino en la institucionalidad de la crítica de arte mediante los
soportes y funciones a los que está sujeta hasta la actualidad.
Respecto a la literatura de viajes, consideramos la tesis doctoral Los relatos
de viaje en la literatura hispanoamericana: cronología y desarrollo de un género
en los siglos xix y xx (2013) del literato mexicano Federico Augusto Guzmán
Rubio. El autor explica la naturaleza de los relatos de viajes latinoamericanos
en la transición del siglo xix al xx como reacción de diferentes personalidades
para superar la condición colonial con que se determinó culturalmente a
América por los diversos viajeros occidentales; lo resaltante es el origen de la
percepción del viajero latinoamericano, quien formula una propia apreciación
de su realidad y de sus pares regionales en una contradictoria y utópica igualdad.
Complementa lo anterior el texto del intelectual peruano Estuardo Núñez, Viajes
y viajeros extranjeros por el Perú (2013), documento importante en cuanto trata
sobre la naturaleza misma del viajero, la intención del viaje y la tipología de los
trashumantes que visitaron América y el Perú desde el siglo xvi hasta el xx.
La tesis La crítica de arte de Carlos Solari Sánchez Concha publicada en el
diario «El Comercio» desde 1919 a 1924 (2009), compuesta bajo la metodología
histórico-crítica y el análisis de fuentes, fue presentada por la historiadora de arte
peruana Karla Robalino Sánchez para optar por la licenciatura en Arte. Interesa
esta investigación en cuanto es un modelo de análisis sobre un crítico dentro de
un espacio y tiempo precisos —el segundo gobierno de Augusto B. Leguía—;
respecto a Castillo, la autora solo observa furtivamente su aspecto crítico y se
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Consideraciones preliminares sobre la crítica de arte
en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
Antes de examinar la serie «En viaje. Del Rímac al Plata», es necesario abordar
tres contenidos preliminares. En primer lugar, establecer una definición circuns-
pecta —lejos de ahondar en una cuestión etimológica— del concepto de crítica
de arte, la naturaleza de la disciplina y los criterios sobre el oficio. En seguida, y
partiendo de la crítica europea, esbozar un panorama de la crítica desde su apa-
rición, situada por la mayoría de investigadores a mediados del siglo xviii, hasta
la década de 1910. Finalmente, producir una síntesis efectiva de la crítica de arte
realizada en Perú, Bolivia, Chile y Argentina a finales del siglo xix e inicios del xx.
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De acuerdo con Venturi, el juicio de valor está condicionado por tres fac-
tores: primero, el pragmático, provisto por la misma obra de arte. Segundo, el
conceptual, que consiste en «las ideas estéticas del crítico y, en general, por las
ideas filosóficas y por las necesidades morales de este, es decir, por la civilización
a la que él se halla apegado y a cuyo desarrollo está contribuyendo» (p. 44).
Este aspecto es importante, pues es la columna vertebral del juicio —alternativa-
mente llamado teoría del arte y contenedor de los distintos criterios estéticos del
crítico—. Finalmente, el factor psicológico, el cual consta de la personalidad y
del estado emocional del crítico, concentrado exclusivamente en el pensamiento
crítico sobre el arte.
La crítica también puede concebirse como creación (Valldeperes, 1964;
Fernández, 2008), puesto que el crítico se sobrepone a la obra para revelar al
lector las enseñanzas, las influencias recibidas o proyectadas y los valores positivos
que ha colocado el artista. El crítico, si bien es parte del público, es —específi-
camente— el «público consciente» (Valldeperes, 1964, p. 63) que actúa como
mediador entre la obra de arte y el público, exponiendo los secretos del primero
al segundo. Toda crítica, entendida como opinión personal, está respaldada por la
propia subjetividad y gusto del crítico: «No importa la impersonalidad con que el
crítico pretenda escribir, la opinión siempre será suya» (p. 64). Es imprescindible
tomar en cuenta que los críticos no solo se han formado imponiéndose a las con-
trariedades de los postulados pasados o basándose en ideas estéticas anteriores,
sino también a partir de la percepción propia y la experiencia intuitiva sobre el
arte (Venturi, 1982).
¿Cuáles son los componentes de la crítica? Conciliamos en que esta presenta
sensibilidad, inteligencia, imaginación y pleno conocimiento de la historia cultu-
ral del pasado y el presente. La crítica, siguiendo a Fernández (2008), en su nivel
más alto, es testimonio de relaciones humanas, pues el crítico evalúa la posición
del hombre a través de su concepto del mundo, su posicionamiento en él y su
vínculo con sus congéneres. El crítico, a fin de realizar su labor, ejecuta una pro-
yección existencial al imbuirse en la mente del artista para dilucidar sus fines, por
supuesto, desde su propio juicio estético. De acuerdo con el mencionado autor,
el producto de la crítica —el juicio de valor—, a pesar de su complejidad, debe
ser claro y ordenado, de un lenguaje culto y a la vez sencillo; en tal sentido, el
crítico tiene que usar términos técnicos como palabras «forenses» (p. 204), pero
sin caer en la vulgaridad.
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Consideraciones preliminares sobre la crítica de arte en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
Respecto a las actividades que debe cumplir el crítico, podemos sentar tres
posturas que mejor especifican sus funciones. Indistintamente del discurso ideo-
lógico de cada autor, las realidades contextuales y los tiempos artísticos, se percibe
una conciliación en los criterios profesionales, a pesar de la densidad, pragmatis-
mo o absorción de los planteamientos. Para Fernández (2008), el crítico descifra
la obra, establece por métodos histórico-comparativos su originalidad, determina
las implicancias circunstanciales en torno a ella y descubre sus valores propios.
Juan Acha (1992 y 2003) considera que el crítico de arte debe estar capacitado in-
tegralmente, de tal forma que enseñe a «leer, interpretar y valorar» (2003, p. 44)
al público sobre el objeto artístico. Su misión es difundir los conocimientos acer-
ca del arte producidos fuera del país y detectar las fuerzas precoces en la socie-
dad para darlas a conocer, lo cual significa promover la pluralidad artística en el
ámbito local. Finalmente, el crítico debe producir teorías. En ese sentido, Torre
Amerigui (2012), aunque de forma esquemática, concuerda con los anteriores
autores en los tres pasos que propone a quien pretenda ser crítico: estar en libre
posición para emitir un juicio exento de presión externa, poseer los conocimien-
tos suficientes para dar argumentaciones válidas y oportunas, y difundir, a través
de sistemas viables de comunicación de gran alcance, los resultados valorativos
(siendo estos el objetivo último y primordial).
El oficio de crítico tiene requerimientos, uno de ellos es el suficiente bagaje
cultural. Para profundizar en contenidos, el crítico accede a otras ramas con el fin
de suministrar de herramientas conceptuales a su juicio. Por ello, y de acuerdo
con Venturi (1982), es incongruente separar la crítica del arte de otras disciplinas,
especialmente la historia del arte, que le es complementaria. Si la separación lle-
gara a ocurrir, se «induciría a los críticos a ignorar la historia y a los historiadores
a carecer de punto de vista crítico» (p. 32), y resultaría absurdo realizar crítica de
arte, ya que «la verdadera interpretación histórica y la verdadera crítica estética
coinciden» (p. 33).
No es de sorprender que, debido al perfil polifacético de la crítica y del críti-
co, se supere, en ciertos casos, al objeto artístico para reflexionar sobre la situación
cultural. Por otro lado, se debe tomar en cuenta que el juicio sobre las piezas
contemporáneas se da sobre la base de obras del pasado; de ahí que la crítica de
arte se efectúe «desde el conocimiento de la historia del arte, desde una perspec-
tiva histórica y cultural que pueda dar consistencia y argumentos a sus juicios de
valor» (Furió, 1990, p. 12).
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1 Las exposiciones del Salón de París, el libre ingreso del público y la crítica vertida en folletos o periódicos con-
tribuyeron a una relación dinámica y activa entre el crítico, el público, la contemporaneidad artística francesa y
los artistas. La crítica de arte nacida en ese contexto se distinguía de los demás géneros de la literatura artística
existentes (el memorialista, el tratado doctrinal y el tratado técnico, todos desarrollados por eruditos y artistas
para un público selecto), debido a que fue una respuesta al público burgués ascendente que necesitaba educarse
estéticamente (Villa, 2003).
2 Este crítico escapaba de la censura de las autoridades parisinas mediante el anonimato. La Font sustentaba ese
secretismo debido a que no reproducía juicios personales, sino los de la opinión pública (Lorente, 2017).
3 En la Encyclopédie (1751-1777), proyecto realizado en compañía de Jean le Rond d’Alembert, se incluyó una
nota de Jean-François Marmontel (2009), quien define a la crítica desde dos puntos de vista: como una tarea
reconstructiva, enfocada en la literatura antigua, y como un examen ilustrado y juicio equitativo sobre las pro-
ducciones humanas, y, en el caso de este último, abocado a las ciencias y a las artes mecánicas y liberales.
4 Para Diderot, el gusto se desarrolla por la experiencia y el estudio. Ello demuestra la influencia que tuvo del
empirismo del filósofo inglés John Locke, quien planteó que el conocimiento no viene de manera innata al
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Consideraciones preliminares sobre la crítica de arte en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
llo de la crítica es transcendental5 y la valoración por sus coetáneos hizo que sus
postulados se desarrollen en la crítica parisina decimonónica (Lorente, 2017).
Por ejemplo, se tomó importancia a la sensibilidad en la capacidad artística y en
el juicio estético-crítico, así como la dualidad razón-sentimiento (Pochat, 2008)
y la reflexión atemperadora de lo espontáneo y lo placentero.
De acuerdo con Valldeperes (1964), en el siglo xix6 se dio el paso de la crítica
positivista, de carácter formalista —secular de las disciplinas humanísticas—, a la
modernista, cuya esencia es «bella e intrascendente, falaz en ocasiones e irrespon-
sable a veces» (p. 65). Esta nueva forma de crítica de carácter sensible y, funda-
mentalmente, romántico se impuso sobre el juicio erudito7. La crítica modernista
priorizó el estado de ánimo del crítico, por lo que este se vio comprometido:
podía ser amado o estaba dispuesto a enemistarse tras emitir sus evaluaciones.
Aquella sinceridad en revelar los juicios, a veces cargados de pasión, llevó a diver-
sos infortunios a algunos oficiantes.
En ese contexto, Charles Baudelaire (1821-1867) fue un mediador en «la
evolución de la teoría del arte entre el Romanticismo y fin de siècle [donde] el
genio, el sentimiento y la conciencia lo son todo, las normas sociales y lo útil,
nada» (Pochat, 2008, p. 559). El poeta y crítico francés concibió al ejercicio de la
crítica como algo parcial, apasionado y político, pues así era más intenso y diver-
tido. Baudelaire (1963) señalaba que la naturaleza del crítico es inestable y, si bien
partía de un punto de vista exclusivo, permitía la creación de nuevas perspectivas
sobre el objeto artístico8.
hombre, sino a través de la práctica, es decir, la información parte de la experiencia. Para la correcta emisión de
un juicio de valor, Diderot concilió que la sensibilidad y subjetividad deben estar acompañadas de un necesario
conocimiento de la producción artística y cultural determinantes de su propio contexto.
5 Diderot aportó distintos modelos retóricos sobre cómo hacer crítica de arte: basándose en descripciones de
naturaleza lírica y emocional, por medio de narraciones, bajo un formato similar a la correspondencia literaria
o a través de diálogos ficticios. Un aspecto significativo fue darle reconocimiento al silencio de la pintura o la
«dotación de alma que la percepción estética aporta a los objetos» (Villa, 2003, p. 55).
6 El afianzamiento del oficio de crítico de arte se consolidó en el siglo xix. El principal centro de atención fue
París, convertido en foco artístico y cultural del momento. Además de la capital francesa, Londres armonizó
un medio idílico para el fomento artístico contemporáneo, pues abundó de críticos de arte; existieron también
diversas propuestas editoriales, casas de subastas de arte, exposiciones oficiales y galerías de marchantes, así
como la prosperidad industrial y un gran número de habitantes (Lorente, 2017). En estas dos ciudades, la
obra de arte pasó de ser un objeto contemplativo a ser un objeto comercial y una herramienta legitimadora del
ascenso social de los consumidores. La progresiva concurrencia de todo tipo de espectadores a los salones y el
auge del mercado artístico hizo que el crítico tenga un papel cada vez más importante al momento de auspiciar,
estimular, persuadir y dirigir a sus lectores.
7 Esa situación contribuyó a que proliferaran los amateurs o diletantes, es decir, el público no especializado, pero
con ciertas nociones de arte.
8 Su pensamiento crítico se vertió en sus escritos sobre los salones de arte realizados entre 1845 y 1855. En ellos,
Baudelaire determina que una teoría crítica se construye en razón de los objetos artísticos analizados y no
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viceversa, como sucedió con Diderot. El discurso crítico, individual, particular y realizado en primera persona
debe conciliar a la pasión y la razón. En ese sentido, Baudelaire rechaza la crítica abstracta, teórica y algebraica,
en favor de una de tono sensible y personal. En un sentido más amplio, concibió que, por medio de la crítica,
se llega a filosofar sobre el arte.
9 Wilde (1968), a través del personaje de Gilbert, propuso que la crítica puede ser arte, ya que es un producto
nuevo e independiente creado a partir del juicio al objeto artístico. Así, el crítico se convierte en artista contem-
plativo. El artista también puede ser crítico si logra superar mediante distintos soportes o materiales su propia
obra, por lo que debe tomarse en cuenta que «sin la facultad crítica no existe creación artística» (p. 41).
10 Oscar Wilde distinguió dos tipos de crítica: la ética, acorde a preceptos morales, y la estética —a la cual se
adscribía—, enfocada en la belleza.
11 Ello se reflejó en su defensa a la plástica del paisajista romántico William Turner y al grupo de los Prerrafaelistas,
nombre con que se conocía a los artistas ingleses seguidores de los maestros italianos del Quattrocento.
12 Sin embargo, ya en sus escritos de madurez, Ruskin mostró una naturaleza indefinible debido a problemas
personales —separación conyugal, procesos judiciales, entre otros—. Encerrado en sí mismo, escribió tratados
de estética y teorizó a favor de cualquier creación artística (Lorente, 2017).
13 Este acontecimiento atrajo cambios gravitantes. Entre los que competen a este estudio, destaca el reemplazo de
la normativa de la Academia por la legitimidad del discurso del crítico. Es él quien decide qué producto es o
no obra de arte, lo cual determina un dominio importante del mercado artístico recién emancipado del control
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Consideraciones preliminares sobre la crítica de arte en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
De acuerdo con Guillermo Solana (1997), fueron los críticos quienes expli-
caron el programa teórico del impresionismo francés, a diferencia de los artis-
tas, quienes no sentaron ningún discurso porque lo asociaban con la tradición
académica a la cual rehusaban. En ese contexto, se analizó «la visión subjetiva
basándose en la óptica fisiológica (psicología o psicofísica de la percepción)» y los
críticos «se aplicaron a la inspección y diagnosis de las retinas de los pintores»,
convirtiéndose en «testigos oculistas de la pintura» (p. 14).
El mencionado autor divide la propuesta crítica del impresionismo, deno-
minado modelo oculista, en cuatro etapas. En la primera (1867-1876), conflu-
yen la concepción naturalista y la conciencia del carácter visual-subjetivo de la
praxis impresionista. En la segunda (1876-1880), se incluyen los postulados de
Stéphane Mallarmé y la agnosia visual, la observación sin reconocimiento con-
ceptual del objeto, y de Edmond Duranty, con la tesis del ojo como el aparato
que descompone la luz blanca en elementos del espectro solar. En la tercera fase
(1880-1889), se expone la diferencia entre la visión impresionista y la normal
—a razón de la hiperestesia o el aumento de coloración y la focalización de los
tonos violeta y azul—, desde posturas que la señalan como problema patológi-
co o el progreso evolutivo del ojo. En el cuarto periodo (1890-1895), se da el
paso del modelo oculista a la escritura simbólica, la nueva pintura que proponían
Vincent van Gogh y Paul Cézanne, y que se había separado de los fundamentos
del impresionismo.
La situación de la crítica de arte a finales del siglo xix y en las primeras dé-
cadas del xx concentró múltiples enfoques, igual de semejantes al plano artístico
dejado por el detonante de la praxis impresionista14. Algunos críticos predicaron
la restauración de los preceptos academicistas como aliciente al quiebre su-
frido, otros propugnaron por la reivindicación de la estética impresionista desde
las variantes realizadas en otros países como Alemania, Inglaterra o las naciones
escandinavas; voces modernas apoyaron al esteticismo simbolista, al art nouveau
y al modernismo, mientras que los críticos más adelantados se adscribieron a las
vanguardias (Lorente, 2017).
estatal. Otro aspecto fue la priorización del juicio público guiado por el crítico, quien funge la tarea de portavoz
(alternativo al discurso oficial) de aquel grupo.
14 En París, el camino dejado por los artistas oculistas trazó continuidad con el nuevo escenario gestante. En
1887, el crítico francés Félix Fénéon empleó la palabra neoimpresionismo, con la cual proclamó a la pintura
de Georges-Pierre Seurat como la continuación y culminación del impresionismo. Algo similar sucedía en el
Reino Unido: el crítico inglés Roger Eliot Fry empleó, en una dimensión amplia del significado, el término
posimpresionista para designar a la pintura de Paul Gauguin, Paul Cézanne, Pablo Picasso, Henri Matisse y
Maurice de Vlaminck (Lorente, 2017).
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Consideraciones preliminares sobre la crítica de arte en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
15 De acuerdo con Guzmán Rubio (2013), convencionalmente y en sentido estricto, el relato de viajes sería un
género menor por no formar parte del grupo aceptado por la crítica académica (poesía, drama y narrativa); sin
embargo, bajo una definición particularizada sobre los géneros como «serie de reglas de diversa índole», el in-
vestigador entiende que los relatos de viajes presentan una naturaleza única, sometida a unas «reglas comunes»
(p. 8) que se cumplen en un cúmulo importante de textos y exponentes.
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París) era un imperativo para la comprensión de los modelos del arte hegemónico
y el desarrollo de su sensibilidad. Aquí cabe agregar lo dicho por Acha (1992) en
cuanto al entrenamiento de la sensibilidad mediante actividades correctivo-reno-
vadoras, pues se alinea a las conclusiones que el trashumante experimenta tras su
viaje. Esta condición es exclusiva de pocas personalidades que se atreven a buscar
propuestas diferentes, incluso contrarias a su gusto estético, con el objetivo de
«renovarse, corregirse o enriquecerse, vale decir, para evolucionar» (p. 19).
Es importante considerar que el viajero, cuando se aboca a producir su texto,
además de relatar el viaje, incluye otros factores que directa o sutilmente busca y
se revelan en el transcurso: «[e]l relato no revela el placer de viajar y de saciar una
curiosidad espontánea, sino el fin utilitario del mismo» (Núñez, 2013, p. 21). El
viaje satisface múltiples fines, pero también posee un propósito último: demues-
tra los intereses y necesidades solicitadas por la experiencia vital que el viajero
expone en sus escritos.
El relato de viajes adquirió importancia al convertirse en un material au-
tobiográfico; esta conciencia, que le otorga credibilidad al texto, demuestra el
estado emocional y el bagaje cultural que posee el viajero y que aplica sobre la
percepción de los objetos culturales de distintas realidades. Ello no significa que
el trashumante prescinda de «cierta dosis de ficcionalidad, justificada para ame-
nizar o dramatizar el relato o, paradójicamente, para dotarlo de verosimilitud»16
(Guzmán Rubio, 2013, p. 12), lo cual no es arbitrario por ser distintos los estilos
de discursos, así como los viajeros y sus fines.
En el tránsito del siglo xix al xx, el modernismo originó modelos propios
de los relatos de viaje. El principal género que predominó fue la crónica, que
logró ser una prosa artística diferente a la informativa o el comentario (Guzmán
Rubio, 2013) y estuvo cargada con atisbos particulares de cada autor, donde las
impresiones de los itinerarios brillaron. Entre los exponentes más significativos
de este género se tiene a José Martí, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo
(1873-1927), el uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917) y Rubén Darío, todos
con una amplia difusión de sus escritos en revistas sudamericanas.
16 De acuerdo con Núñez (2013), a pesar de la subjetividad con que se han construido, los relatos de viajes tienen
el mérito de ser fragmentos reveladores para reconstruir una época histórica. Aunque dichas partes no son con-
cluyentes ni definitivas y siempre estarán bajo el juicio de la crítica histórica, «[s]in duda valen por lo pintoresco
del relato o por la semblanza oportuna, por la sugestión de lo vivido y visto de primera mano o por el vigor
de lo que fue escrito al calor de lo acontecido. Pero debe descontarse siempre un porcentaje de arbitrariedad o
desconocimiento del medio, tratándose de viajeros de paso que además no siempre dominaban el idioma del
país ni estaban penetrados de su evolución histórica o social» (p. 186).
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Consideraciones preliminares sobre la crítica de arte en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
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17 Respecto a Laso y Merino, Radiguet (1971), los consideró como las promesas del arte peruano sobre la base
de que, luego de sus estadías de aprendizaje artístico en Francia, volverían a su patria a «reanudar la cadena de
tradiciones» que han configurado históricamente a Lima como «la cuna del arte americano» (p. 111).
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Consideraciones preliminares sobre la crítica de arte en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
[...] valientes obreros del Cuzco y Chuquisaca, ocupados sin tregua en reproducir,
melancólicamente, la imagen de sus antiguos jefes incas. Siempre una docena de
figuras, dispuestas irreprochablemente sobre una misma tela, con el orden de un
tablero de ajedrez: están uniformemente revestidas de una especie de dalmática, lle-
van sobre la frente la bellota roja y la franja, signos distintivos del poder soberano;
y tiene en la mano el bastón de mando, común a casi todos los caciques del océano
indio (p. 111).
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Vale decir que el viajero brindó datos interesantes sobre los materiales emplea-
dos, los temas solicitados (todos de carácter religioso), el precio en relación
al tamaño del encargo y el procedimiento de contrato entre el comitente y el
artista. Además, y a pesar del enjuiciamiento desfavorable que brindó en un
primer momento sobre la naturaleza de copista del artista cusqueño, admiró el
buen resultado que conseguían sus pinturas al usar materiales inusuales para
ojos de un occidental, como tierras y ocres de barrancos, polvos de colores de
botiquería, huesos quemados, incienso en polvo, aceite de pulpería y pelos de
perro como pincel.
El principal problema que refirió el francés para el desarrollo de las artes en
Cusco es, más que los conflictos políticos y «catástrofes privadas», el espíritu serio
de los cusqueños, quienes están más avocados a la teología o el derecho canónico
que al arte. A aquel desinterés se suma la desaparición del mecenazgo religioso, el
cual ya no solicita pinturas a los artistas, al igual que las familias cusqueñas, cuya
economía era modesta. Marcoy concluyó que la situación artística, en el caso de
la pintura, se limitaba a dos o tres pintores activos en la ciudad, los cuales «co-
rrerían el riesgo de morir de hambre si los negociantes o conductores de tropas,
atraídos al Cuzco por las necesidades de su comercio, no les hicieran algunos
pedidos pictóricos, con los cuales, una vez de retorno, logran bonitos beneficios»
(p. 401).
El viajero resaltó a uno de esos artistas, apodado por él como Rafael de la
Cancha, quien, gracias a su amistad, le mostró su quehacer artístico y su ambien-
te de trabajo; compartiéndole además las desdichas que posee por su desvaloriza-
do oficio. Marcoy, al mismo tiempo que se apiada de él, lo homenajea:
¡Pobre Rafael! Si ahora duerme en la fosa común destinada a los indios del pueblo y
a los artistas del Cuzco, ¡ojalá el recuerdo de los millares de obras maestras que pintó
sobre tocuyo encanten los sueños de su último descanso! (p. 403).
40
Consideraciones preliminares sobre la crítica de arte en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
[...] joven peruano de gran mérito y pintor distinguido, [que] está dispuesto a servir
la academia por amor al arte. Este joven que ha cultivado su talento en Europa, es
un artista en toda la extensión de la palabra: sus obras revelan sus conocimientos, y
su álbum muestra al verdadero genio que tiene inspiración, que concibe con fuerza
y naturalidad y que ejecuta con valentía y originalidad sus concepciones (p. 172).
Lastarria fue severo al indicar las dificultades por mejores vías de desempeño
en las actividades artísticas: la creación de una academia de dibujo, «mandada
establecer por un antiguo decreto del gobierno republicano», pero inexistente
a la fecha y utópica por la preferencia del gobierno por la educación científica
41
El ojo en la palabra
antes que la artística. La academia de pintura a la que se refirió era una excep-
ción surgida «con provecho y a poca costa». Esta reflexión fue motivada por su
conocimiento sobre el impulso artístico sucedido anteriormente —en alusión
al arte virreinal—, del cual concluye que si bien «ha tenido su época», dicha
«afición subsiste todavía», por lo que sugirió que «con estímulo y protección se
desarrollaría prodigiosamente» (p. 172).
El crítico chileno Vicente Grez (1847-1909), desterrado político por el go-
bierno de José Manuel Balmaceda, se asentó en Lima entre 1891 y 1893. A raíz
de su estancia escribió Viaje de destierro (1893). En este relato efectuó una radio-
grafía cultural de la sociedad limeña, comentando, aunque de forma reducida, el
aspecto artístico a través de un grupo de obras de arte virreinal y tres esculturas
decimonónicas. El modo de abordar estas últimas es particular: enfrentó postu-
lados concebidos por el imaginario colectivo y el discurso del artista, percibido
por la disposición formal e iconográfica, con su juicio particular, argumentado
a través de hechos históricos. En primer lugar, la escultura ecuestre de Simón
Bolívar hecha en 1859 por el italiano Adamo Tadolini (1788-1868) tuvo para
Grez una connotación religiosa al referir que dicha obra santifica el sitio donde se
perpetraron juicios horrendos, en alusión al local del Tribunal del Santo Oficio
de la Inquisición. La descripción que hace de Bolívar, como reflejo de «la gracia i
fuerza que le distinguía», se contrasta con la memoria colectiva guardada por la
sociedad limeña sobre el Libertador por sus acciones políticas y personales, debi-
do a «la vida de adulación i desenfreno que hizo, donde la reputación moral del
héroe se perdió por completo» (p. 186).
Otra escultura que analizó fue el Monumento a Cristóbal Colón (1860) del
italiano Salvatore Revelli (1816-1859), mármol que según el observador chileno
estaba ubicado en la plaza Santa Ana18, frente al Palacio de la Exposición. Grez
nuevamente enfrentó la traducción visual que percibe de la propuesta del escul-
tor y que es intuida por el público con la postura histórica del navegante (la cual
critica): Colón exhibe un interés pedagógico y humanista en cuanto asiste a la
indígena americana a sus pies; en ese discurso se extrapola que la salva de la igno-
rancia y le otorga «libertad». Acto seguido, el chileno contrastó esa postura colo-
nialista que concebía a los hombres americanos como incivilizados y, por ende,
inmersos en la ignorancia, al declarar que la aparente libertad jamás se efectuó,
pues la conquista americana sucedió en términos de rapto, esclavitud y avaricia.
18 Grez erró en este dato, pues la plaza Santa Ana está ubicada en Barrios Altos.
42
Consideraciones preliminares sobre la crítica de arte en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
19 Grez se equivocó al obviar el combate de Abtao, sucedido en territorio chileno, donde Manuel Villar Olivera,
contralmirante peruano, comandó la escuadra aliada (peruano-chilena) que se enfrentó a las huestes españolas.
Es sugerente el desconocimiento por parte de un nacional con respecto a hechos trascendentales para el desa-
rrollo de su país.
43
El ojo en la palabra
Respecto al campo artístico, mostró interés en los bienes virreinales, los que
a su juicio constituían la verdadera imagen de Lima. En su visita al Palacio de la
Exposición, si bien considera que tiene mérito como inmueble, la colección de
bienes arqueológicos y los jardines que rodean el edificio, así como sus salas de
arte, dan la impresión de ser parte de «un paseo espléndido pero desierto» (p. 93).
Groussac destacó de entre los pintores a Ignacio Merino y Luis Montero
(1826-1869), este último autor del óleo Los funerales de Atahualpa (1865-1867).
Al afirmar que las pinturas de ambos sorprenden a quienes conocen el ambien-
te artístico de Chile y Argentina, el viajero comparó las realidades artísticas de
dichos países al aludir que en estos no hay exponentes de similar calidad. Esta
conclusión no se inhibe de realizar una crítica furtiva. El observador se detuvo
en el cuadro de Montero para demostrar que, si bien el carácter y el dibujo son
«excelentes», los colores son armónicos y el despliegue de algunas figuras resulta
atrayente, como Atahualpa y los «monjes»; en líneas generales, el conjunto le
parece carente de vida. La teatralización y el «congelamiento» de las posturas de
los personajes le recuerdan al fin de un tercer acto, «después del tutti infalibe»
(p. 94), o la caída del telón tras un concierto musical.
En cuanto a la escultura, el viajero francoargentino exaltó el Monumento al
Dos de Mayo como «la obra escultórica más bella de la América española», aunque
criticó que fuera ubicada en «una plaza lejana donde nadie lo ve…» (p. 87).
Groussac, a pesar de su atracción hacia dicho monumento, erró al atribuirlo al
francés Albert-Ernest Carrier-Belleuse (1824-1887).
¿Qué tipo de crítica de arte se tuvo en el tránsito del siglo xix al xx en América
del Sur? La crítica de arte sudamericana fue sometida por la influencia cultural de
Europa. En ese sentido, varios criterios admitidos en el arte europeo fueron apli-
cados en el ejercicio de la crítica en países como Perú, Bolivia, Chile, Argentina,
entre otros. Este enlace no desacredita las particularidades ocurridas en dichas
naciones, pues en cada una de ellas se tuvo actitudes específicas correspondien-
tes a los asuntos prioritarios contextuales que afrontaban. Una de las reacciones
sistemáticas que se percibió fue la afrenta a este influjo tributario mediante la
promoción del arte y el artista nacional. Estos discursos tuvieron cabida indis-
tintamente en el proyecto oficial y privado, en determinados casos, en el marco
44
Consideraciones preliminares sobre la crítica de arte en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
Perú
Las personalidades abocadas al campo de las artes y letras que fungieron como
críticos eran miembros del estrato burgués. Ellos pasaron estancias prolongadas
en el extranjero, concurrían a exposiciones y presenciaban el comercio artístico
europeo. Desde esas realidades o en Lima, divulgaron sus impresiones a través
de diversos medios, donde prepondera la simpatía por lo moderno —en contra-
posición al gusto de las familias tradicionales— (Castrillón Vizcarra, 1980). Al
margen de este escenario, abundaron diversos escritos anónimos de aspecto in-
formativo, de inventario y biográficos, así como notas firmadas con seudónimos,
recurso que permitía valorar sin reproches directos.
La necesidad de promover el desarrollo de las artes e incitar la especializa-
ción del juicio de valor llevó a que los mismos artífices ejercieran de críticos
por la pertinencia que creían tener al conocer el proceso artístico de primera
mano20. Resaltan en ese grupo Herminio Arias de Solís (1881-1926), radicado en
París desde 1902, con sus «Garabatos artísticos»21, enviados en 1906 a la revista
20 Entre los pintores que participaron como críticos podemos considerar a Abelardo Álvarez Calderón (1847-
1911), Juan Guillermo Samanez (1870-1928) y Carlos Jiménez (1874-1911). Ellos empuñaron la pluma para
tratar sobre la actualidad artística, la enseñanza del dibujo y los concursos de la Academia Concha.
21 Donde evaluó las obras de los franceses Dominique Ingres (1780-1867), Édouard Manet (1832-1883), Jean-
Paul Laurens (1838-1921) y Ernst Georges Bergès (1870-1934); del inglés John Lavery (1856-1941) y de los
impresionistas, exhibidas en el Salon d’Automne.
45
El ojo en la palabra
22 En uno de sus ensayos de 1912, Barreda explicaba su desilusión por aguardar nuevas tendencias del arte con-
temporáneo, acusándolo de poseer espíritu indeciso y pensamiento inquieto.
23 Debe aclararse que su simpatía por el impresionismo se limita al desempeño de los «maestros» o primeros
exponentes como Camille Pissarro, Édouard Manet y Pierre-August Renoir, y desdeñaba al impresionismo «en
agonía», «desviación contra natura a que lo conducen sus discípulos» (García Calderón, 1907, p. 736). Fueron
motivo de su crítica los franceses Edmond Aman-Jean (1858-1936), Georges Rochegrosse (1859-1938) y
Henri Martin (1860-1943). Resaltan Auguste Rodin (1840-1917) y Eugène Carrière (1849-1906), en quienes
García Calderón confió un buen augurio: ambos traspasan los límites de su arte. La caricatura, el cinema y las
frivolidades parisienses también fueron tópicos de varios ensayos suyos.
24 Aquel análisis lo realizó en cuatro entregas bajo el título «Notas de arte peruano», publicadas en 1908 en
Variedades.
25 Morales de la Torre visitó el taller de Arias de Solís en el boulevard Saint-Jacques, en 1908. En otros ensayos
analiza los salons —oficial e independiente— de 1908, donde valora al peruano Carlos Baca Flor (1867-1941)
junto a sus predilectos, el español Ulpiano Checa (1860-1916) y Henri Martin.
26 Resalta el hecho de que también practicó la pintura. Por otro lado, es significativo que Teófilo Castillo, quien
batalló contra los amateurs, haya considerado a Larrañaga como el modelo ideal de crítico de arte.
27 Entre ellos están Paul Gauguin, Juan María Guislain y los peruanos Daniel Hernández (1856-1932) y Luis
Astete y Concha (1867-1914), así como la italiana, radicada desde los cinco años en Lima, Valentina Pagani de
Casorati (1863-1919).
28 Nos referimos a la Liberté, égalité, fraternité de Baca Flor (1905) y el monumento al libertador don José de San
Martín (1906) del escultor español Pedro Rosselló.
46
Consideraciones preliminares sobre la crítica de arte en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
directa de exponer sus ideas y sin una pretensión competitiva, su crítica constitu-
ye un aleteo fugaz (Leonardini Herane, 2015).
De postura académica, con predilección por la pintura histórica, Emilio
Gutiérrez de Quintanilla (1858-1935) tuvo una labor cuestionada, pues partici-
pó como juez y parte en los concursos de la Academia Concha. Además de crítico,
fue conferencista sobre temas de arte, practicó la pintura y la arqueología (Paz-
Soldán, 1917), y formó parte de diversas comisiones para el fomento artístico29.
Un grupo de críticos provenientes del movimiento Colónida (1915-1916)
formó un férreo aval de la estética decadentista: Augusto Aguirre Morales (1888-
1957), Alfredo González Prada «Ascanio» (1891-1943)30, Abraham Valdelomar
(1888-1919) y José Carlos Mariátegui (1894-1930). Los dos últimos sobresalen
por sus particularidades: lo sensible más que lo técnico prepondera en el juicio de
Valdelomar31, es decir, aquello que brinda sensaciones y sentimientos al especta-
dor; mientras que Mariátegui32, antes de partir a Europa en 1919, no poseía una
rigurosidad conceptual ni teoría del arte definida, por lo que su propio ímpetu
fue determinante en muchos de sus juicios.
Entre los críticos poco frecuentes merece considerarse a Juan Tassara, cuyo
concepto de arte era asumido como religión33 (Castrillón Vizcarra, 1980), Luis
Góngora «Aloysus», quien trató sobre los concursos Concha y la exposición del
Círculo Artístico (1918), y Alberto Jochamowitz «Juan Boltraffio» (1881-1974),
29 Enjuició obras y artistas nacionales como el retrato de Manuel Pardo (1888) de Carlos Baca Flor, el monu-
mento a Jorge Chávez de Manuel Huertas y los lienzos El huayno y El último cartucho (1898) de Juan Lepiani
(1864-1932); otros ensayos declaran la necesidad de la educación artística para favorecer el cultivo de artistas
locales, ello a raíz de la creación de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes en 1912 (Gutiérrez de Quintanilla,
4 de setiembre de 1913). Respecto al mantenimiento, en 1914, de la colección del Museo Histórico Nacional
(institución centralista de bienes histórico-artísticos estatales y privados, la cual dejó de existir en 1945, cuando
se dividió en el Museo Nacional de Arqueología, el Museo del Virreinato, el Museo de la República y el Museo
de Arte Italiano), Gutiérrez de Quintanilla publicó en La Prensa (4 de mayo de 1914) el peritaje técnico e his-
tórico realizado a cinco lienzos atribuidos a Abraham Brueghel (1631-1690), hechos en el siglo xvii y donados
por la señorita Isabel Ugarte.
30 Aguirre Morales y Ascanio estuvieron en la trifulca vertida en prensa sobre las exposiciones del español José
María Roura Oxandaberro (1880-1947) y del argentino Svetozar Franciscovich.
31 Conocido también como El Conde de Lemos, Valdelomar escribió ensayos sobre arte desde 1912. Disertó so-
bre artistas como los peruanos Bernardo Rivero (1889-1965) y Ricardo Flórez (1893-1983), el español Xavier
Gosé (1876-1915), el portugués Raúl María Pereira (1877-1933), Roura Oxandaberro y Franciscovich.
32 Mariátegui tuvo una polifacética labor en la prensa limeña. Desde 1914 aparece como crítico de arte bajo el
seudónimo de Juan Croniqueur. Entre sus tópicos, analizó los concursos Concha —donde valoró a las noveles
pintoras— y la obra de artistas locales, como Luis Ugarte (1876-1944) y Herminio Arias de Solís, este último
amigo suyo. Su crítica deja percibir elementos decadentistas y toques de modernismo.
33 Tassara estuvo afiliado al idealismo platónico y al pensamiento de John Ruskin sobre la pertenencia del artista-
crítico a un grupo reducido y legitimado que predica sus ideas a los demás (Castrillón Vizcarra, 1980).
47
El ojo en la palabra
activo desde 191234 e indiferente a las propuestas estéticas y teóricas de las van-
guardias (Jochamowitz, 1949).
La necesidad de tomar la palabra sobre asuntos de arte en la esfera pública lle-
vó a algunos intelectuales autodefinidos como no-críticos a ejercer esta labor fur-
tivamente por afinidad hacia un artista o para sentar discusión contra los críticos
institucionalizados. En el primer caso sobresale José Gálvez (1885-1957), quien,
en su ensayo de 1915 sobre Darío Eguren Larrea, no reparó en consideraciones
técnicas, ya que no sabe «hablar ex-Cathedra de arte» (p. 2515), solo resaltó el
aspecto humano y sensible del artista. Como ejemplo del segundo caso está Luis
de Ulloa (1869-1936), quien, como parte del jurado del concurso Concha de
1914, reclamó a los críticos que no son los únicos que pueden comprender y
admirar las obras de arte, pues la sensibilidad es una facultad innata en el hombre
(Ulloa, 31 de diciembre de 1914).
Por último, se encuentra la actividad crítica femenina de manos de Aurora
Cáceres «Evangelina»35 (1877-1958). Escritora, conferencista y viajera adscri-
ta al modernismo, entabló amistad con artistas como Carlos Baca Flor, Daniel
Hernández y Mariano Benlliure (Pachas Maceda, 2009), sobre quienes refi-
rió en sus escritos, así como sobre José María Roura Oxandaberro y Svetozar
Franciscovich.
Chile
En las últimas décadas del siglo xix, el escenario de la crítica de arte en Chile po-
seía a pintores, escultores, literatos e intelectuales de diversa índole que debatían
en prensa sus ideas en aras de su institucionalización y auge en el escenario artís-
tico. En los primeros años del siglo xx, los críticos apostaron por las vanguardias
en rechazo de lo tradicional, entendido como la pintura romántica y realista. Por
un lado, sobresalieron el pintor Pedro Lira, el pintor y crítico francés Ricardo
Richon Brunet (1866-1946) y el político y escritor Vicente Grez, representantes
de la élite oligárquica ilustrada; mientras que, desde la clase media meritocrática,
impusieron debate el escultor José Miguel Blanco (1839-1897) y el pintor Juan
Francisco González (1853-1933) (Madrid, 2013).
34 En sus ensayos, Jochamowitz comentó sobre el Salón de Otoño de París en 1912, el remate de la colección
Doucet (1912) y las exposiciones de Roura Oxandaberro, Franciscovich y Darío Eguren Larrea (1892-1942),
en 1916. Su concepto de arte es la mímesis: el artista debe replicar la naturaleza.
35 «[…] las críticas de Evangelina se distingue[n] por la originalidad de sus concepciones, por su espíritu conser-
vador y por las orientaciones prácticas que deduce de los problemas de la vida…» (Paz-Soldán, 1917, p. 100).
48
Consideraciones preliminares sobre la crítica de arte en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
Pedro Lira, desde su retorno a Chile, en 1882, estuvo activo en la prensa san-
tiaguina36 con un estilo breve, irónico, mordaz, polémico y ameno (Yáñez Silva,
1933). Gracias a los laureles obtenidos37, su pericia pictórica y su documentado
conocimiento sobre el arte chileno38, se impuso como voz autorizada. Su criterio
estético transitó entre los preceptos del academicismo, el romanticismo y el rea-
lismo, a medida que se adscribía a ellos en la pintura (Allamand, 2008).
La búsqueda de una autonomía e identidad propia en el arte chileno fue un
tópico de interés para Ricardo Richon Brunet, radicado en Santiago desde 1900.
Publicó sus ensayos sobre arte en el diario El Mercurio y revistas como Selecta39.
En «El arte en Chile» (1910a), ensayo incluido en el Catálogo Oficial Ilustrado de
la Exposición Internacional de Bellas Artes, Richon Brunet repasó el desarrollo
artístico y estético en ese país, el cual estuvo propiciado por «una necesidad […]
un instinto latente del espíritu nacional» (p. 35), que fue desembocado en artis-
tas contemporáneos como los pintores Pedro Lira, Ramón (1854-1937) y Pedro
Subercaseaux (1880-1956), Joaquín Fabres (1864-1914) y Álvaro Casanova
y Estorach (1857-1896), así como los escultores Virginio Arias (1855-1941),
Simón González (1859-1919), entre otros. Esto no desacreditó el prejuicio de
Richon Brunet respecto a la persistencia del modelo europeo y sus referentes de
evaluación artística (salones y crítica de arte) en los «instintos artísticos» de los
artistas chilenos.
Las exposiciones nacionales fueron un punto atractivo para comprender el
derrotero estético sobre la plástica del momento y la situación de la crítica por
los mismos críticos. Por ejemplo, el Salón Nacional de 1890 fue, para Vicente
Grez40, el balance de lo producido en pintura y escultura en Chile en las últimas
36 Consignamos dos publicaciones: Anales de la Universidad de Chile (1884-1890) y El Diario Ilustrado (1902-
1970).
37 Entre las medallas y premios obtenidos por Lira figuran los otorgados por el Salón Oficial de Santiago (1895),
la Exposición General de Santiago (1888), la Exposición Universal de París (1889 y 1900) y el Hors Concours
del Salón de París (1900).
38 Lira publicó el Diccionario biográfico de pintores (1902), donde proyectó el panorama plástico de Chile para su
época.
39 A través de su columna «Conversando sobre arte», Richon Brunet valoró a diversos artistas y al ambiente
artístico local y europeo. Por ejemplo, en 1910 consideró al pintor Ernesto Molina (1857-1904) como una
figura importante para el arte chileno, más que por su obra pictórica, por elevar «el nivel del gusto y despertar
la inteligencia artística, enseñando a tantas personas a comprender, a apreciar, y a admirar los objetos preciosos
del arte antiguo que él había sabido encontrar y reunir» (1910b, p. 338); en 1911, la muestra de la colección
de la familia Eyzaguirre en la Galerie Française hizo que le acreditara a este espacio el título de «centro artístico
refinado de Santiago» (p. 109); y exaltó, en 1912, los cuadros de Lawrence Alma-Tadema (1836-1912), pintor
belga a quien definió como pieza importante de la escuela artística inglesa de su tiempo.
40 Grez publicó sus ensayos en la Revista de Santiago y la Revista de Bellas Artes (1889-1890), esta última fundada
por él.
49
El ojo en la palabra
41 El crítico chileno evaluó a artistas ya posicionados, como Pedro Lira, Nicanor Plaza (1844-1918) y Celia Castro
(1860-1930), junto a nuevas figuras, como Daniel Tobar y Carlos Larraguirre (1858-1928).
42 Yáñez Silva inicia su carrera como crítico en 1905 en la revista Zig-Zag. En 1906 participó en El Diario Ilustrado
gracias al auspicio de su amigo Pedro Lira.
43 Entidad creada por Pedro Lira y Luis Dávila Larraín en 1867. Tuvo como misión desarrollar las Bellas Artes en
Chile (Zamorano Pérez, Madrid Letelier y Cortés López, 2013).
50
Consideraciones preliminares sobre la crítica de arte en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
la mujer de elite (la moda, la decoración) con los nuevos intereses de la mujer en
el mundo moderno (el arte, la lectura, la vida del espíritu)» (pp. 283-284).
Argentina
En el escenario artístico argentino del tránsito del siglo xix al xx, además de
Rubén Darío y el peruano Alfredo Chiabra «Atalaya» (1889-1932), los críticos
locales refulgían con un fuerte compromiso por enarbolar el espíritu nacional en
la sociedad de su país. Esto se ve en 1908, cuando el crítico francés Godofredo
Daireaux (1849-1916) comunicó que el arte argentino pasaba por una gra-
ve desatención frente a la dependencia cultural europea44, a raíz de que varias
asociaciones desearon un retrato del difunto presidente Carlos Pellegrini hecho
exclusivamente por pinceles extranjeros reconocidos.
En este escenario crítico se sumaban a Daireaux las voces de personalida-
des multifacéticas como Martín Malharro (1865-1911), Eduardo Schiaffino,
Atilio Chiáppori (1880-1947), José León Pagano (1875-1964) y Manuel Gálvez
(1882-1962).
Catalogado como «artista moderno y contestatario» tras su retorno a Buenos
Aires en 1902 por la introducción de una nueva práctica del arte —imitar el
pincel impresionista— y su labor pedagógica respecto al dibujo (Malosetti Costa,
2016), Martín Malharro fue un arduo polemista en la prensa argentina45.
Por su parte, Eduardo Schiaffino46, pintor, gestor artístico y ensayista, pidió
en sus escritos por la protección del arte nacional, así como la necesidad de un
Museo Nacional de Bellas Artes, del cual se convirtió en su primer director en
1895.
44 «Tenemos una propensión muy arraigada a preferir, especialmente en arte, todo lo que nos viene de afuera a
todo lo que tenemos en casa. Esa propensión honra nuestra modestia y prueba que nos damos perfecta cuenta
de que no podemos todavía prescindir de las lecciones de otros países más antiguamente civilizados que el
nuestro; pero la exageración en todo es perjudicial y en algunos casos, esa modestia nacional llega a oler a
rastacuerismo, induciéndonos a pagar muchos pesos para conseguir de ostentosas firmas obras que podríamos
obtener de ciertos artistas argentinos, en condiciones de arte —no hablemos de precio— muchísimo mejores»
(Daireaux, 1908, p. 3).
45 En 1889, Malharro tuvo una controversia con Eduardo Schiaffino al polemizar en torno a la exposición del
italiano Eduardo Martino en Buenos Aires (Malosetti Costa, 2016). Por otro lado, al inicio de su ensayo «Mo-
vimiento artístico y estético en Buenos Aires en 1910» (25 de mayo de 1910), el argentino declara que para esa
fecha surgieron diferentes críticos que se atribuyeron falsamente el ideal estético y artístico que desde el inicio
de la República se concebía: fomentar las Bellas Artes como corresponde en todos los gobiernos ilustrados.
46 Entre las gestas institucionales que realizó Schiaffino destacan la creación de la Sociedad Estímulo de Bellas
Artes (1884) y el Museo Nacional de Bellas Artes (1895), y la promoción de la discusión teórica a través de reu-
niones y salones artísticos organizados en El Ateneo de Buenos Aires, fundado por él. Como crítico de arte figu-
ra desde 1884 en El Diario y, posteriormente. en La Nación, Sud-América, El Tiempo, entre otras publicaciones.
51
El ojo en la palabra
47 Entre estos escritos se encuentran sus juicios sobre la exposición del pintor español Julio Vila y Prades (1873-
1930), el lienzo de tema histórico El parte de la victoria, del pintor argentino César Caggiano (1894-1954), y
la muestra de Carlos Sócrates en Rosario (Atalaya, 2004).
48 Publicó sus ensayos en La Nación y Pallas. En 1911 fue profesor suplente de Historia del Arte en la Academia
Nacional de Bellas Artes (Buenos Aires).
52
Consideraciones preliminares sobre la crítica de arte en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
Bolivia
El reducido escenario crítico boliviano del periodo de este estudio tiene vacíos
de investigaciones. Se conoce como un crítico de transición al literato Ricardo
Jaimes Freyre (1866-1933), quien, para inicios del siglo xx, radicaba en Tucumán,
Argentina (Darío, 2015), lugar en donde Castillo (1918n) lo encuentra y lo cali-
fica como «intelectual de fuste» (p. 498).
53
El ojo en la palabra
Epílogo
49 En 1919, Castillo tomó como referencia la crítica de Lugones sobre la escultura de Domingo Faustino Sar-
miento hecha por Auguste Rodin, publicada en La Nación de Buenos Aires. Castillo (1919k) superó los límites
impuestos por el crítico argentino —la justeza fotográfica de la semblanza, los detalles o la elegancia de la
pose— para valorar el trasfondo filosófico de corte nacionalista, el cual irradiaba «la expresión de raza» (p. 963).
54
Consideraciones preliminares sobre la crítica de arte en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
55
Los viajes de Teófilo Castillo
Para Castillo, viajar tiene consecuencias favorables: perfila el juicio prudente gra-
cias a la educación del ojo crítico y reanima el espíritu cansado de la monotonía.
Así, refiere a dos tipos de viajes: el mental y el físico. El primero lo experimentó en
su juventud, cuando leyó novelas de viajes de los escritores Antonio de Trueba50 y
Pierre Loti51, siendo este último el que le dio un impulso especial, pues, debido a
sus novelas sobre parajes exóticos del mundo, Castillo se inclinó por el arte y ad-
quirió un gusto especial por la cultura y los bienes culturales japoneses. Respecto
al segundo tipo, desde los 26 años realizó viajes de largas temporadas.
En esta sección reseñaremos tres travesías hechas por el crítico, las cuales
comparten similitudes con el viaje a La Plata de 1917 y 1918.
57
El ojo en la palabra
Esta serie de ensayos fue escrita en su mayoría, según las firmas y fechas anotadas,
entre 1908 y 1909, y fue finalmente publicada desde el 14 de diciembre de 1918
hasta el 1 de noviembre de 1919 en Variedades. Cada uno de los nueve escritos de
la serie corresponde al análisis de una estancia específica.
El itinerario de viaje de Castillo comprendió el País Vasco, Burgos, Toledo,
Madrid, El Escorial, Córdoba, Sevilla, Granada y Valencia. Ese trayecto sugiere
un recorrido de norte a sur para luego terminar volviendo al norte. Es significa-
tiva la elección del lugar de inicio del viaje, el País Vasco, pues, además de ser el
lugar natal de su esposa María Gaubeka, dicha región acababa de independizarse.
Si bien es cierto que durante toda la travesía el crítico realizó descripciones
del ambiente, la vida social y los tipos españoles, las costumbres, los museos y el
escenario artístico, se detuvo en diferentes lugares haciendo énfasis en cada par-
ticularidad que contenían.
En el País Vasco enfatizó en las costumbres locales y el modo de vida de los
vascongados. Sobre Burgos hizo hincapié en su catedral, de la cual analizó la ar-
quitectura, retablos, lienzos y tallas, como el Cristo de Burgos. Acerca de Toledo,
destacó sus templos, especialmente su catedral, el monasterio de San Juan de los
Reyes y la iglesia de Santa María. En El Escorial se impresionó por las obras de
arte en su interior, el catafalco real en memoria de Felipe ii, la capilla mayor, el
58
Los viajes de Teófilo Castillo
Fue la última serie escrita en Perú por Castillo, consta de ocho ensayos y fue pu-
blicada entre el 28 de febrero y el 15 de mayo de 1920 en la revista Variedades.
El itinerario de viaje, de forma sintética, fue el siguiente: tomó el vapor
Mapocho, pasó por Supe y desembarcó en Huarmey. Recorrió la hacienda
Barbacay y San Damián, siguió por Aija, el fundo de La Merced y observó la
cumbre de Huancapetí, luego tuvo que pasar por Recuay y Quechcap. Prosiguió
hasta llegar a Huaraz, donde recorrió la ciudad y algunas estancias. Apreció el río
Santa y caminó por el pueblo de Caltarí. Llegó a Carhuaz, el sitio perfecto para
los paisajistas por su cercanía al nevado Huascarán. Después fue a Yungay y se de-
tuvo a contemplar la laguna de Llanganuco. Una vez satisfecho, regresó a Yungay,
seguido de Carhuaz. En Yaután descansó y reanudó su viaje hacia Casma, donde
tomó el barco Cachapoal y retornó a Lima.
En este viaje, Castillo rememoró escenarios similares ya visitados, personajes
y lugares ficticios de libros, además de personas, sean tipos sociales, familiares,
conocidos o artistas. Se volvió imprescindible la descripción del clima y el paisaje
debido a la condición rural de los lugares transitados. No perdió la costumbre
de criticar obras de arte como lienzos, tallas, mueblería y orfebrería de la época
virreinal, la praxis de pintores y el estado sociocultural del país en general. Realizó
fotografías, bocetos y óleos. Describió los interiores de iglesias y estancias parti-
culares con el fin de ver bienes artísticos, incluidos objetos del antiguo Perú. Los
principales objetivos de su viaje fueron documentar el nevado del Huascarán y la
52 Nombre que reciben las dos estancias previas a la cripta real, en las que se almacenan los cuerpos inertes en un
lapso determinado para que se momifiquen.
59
El ojo en la palabra
laguna de Llanganuco en su natal Áncash. La ida y vuelta fue por barco, mientras
que el recorrido por tierra fue a caballo.
Realizando un balance general de lo explicado, las tres series de ensayos com-
prenden el análisis de un país o ciudades específicos.
En algunos casos, Castillo traspasó el campo de las artes plásticas para abor-
dar temas socioculturales. Un recurso, a manera de preámbulo en sus escritos, es
la descripción del ambiente y clima. A excepción del primer ensayo, en todos se
mantiene activo dibujando y pintando durante sus viajes, asimismo rememora
experiencias de anteriores travesías realizadas con una intención evaluativa.
Llama la atención que no haya particularizado en uno o un grupo de escritos
sus impresiones sobre Francia, país de tránsito para ir desde España hacia Italia
y Bélgica, y que, durante su estadía en Europa, entre 1883 y 1887, fue foco de
los movimientos artísticos de vanguardia. La influencia francesa en él se denota
en el gusto excesivo por el arte japonés y la lectura de obras de escritores france-
ses como Théophile Gautier53 y Charles Baudelaire. Castillo deslizó entre líneas
— en algunos ensayos— menciones sobre su permanencia en París, capital de
«remedo, cosmopolitismo y reclamo» (1919f, p. 459), sobre la vida parisina y los
concurridos «sitios de placer algo tontos», como Montmartre y el Moulin de la
Galette, «donde la mayoría de gente se divertía sugestionándose con la idea de
que se divertía» (1918w, p. 724).
Apuntes autobiográficos
No es objeto de este estudio profundizar en la vida del crítico, puesto que trabajos
anteriores la han abordado —si no de manera total— lo suficiente. En esta sec-
ción se expondrán datos biográficos significativos hallados en la serie «En viaje.
Del Rímac al Plata» (1917-1918).
Castillo aclaró que escribió estos ensayos a partir de su propia inspiración, y
que en ningún caso se influyó de la obra de otros viajeros que lo antecedieron.
Acerca de su propia vida, declaró con énfasis:
53 Escritor, crítico literario y fotógrafo nacido en París hacia 1811 y fallecido en 1872.
60
Los viajes de Teófilo Castillo
61
El ojo en la palabra
58 Abogado y político nacido en Córdoba, Argentina, en 1844, y fallecido en Arrecifes, Argentina, en 1909.
Gobernó entre 1886 y 1890.
59 Grupo étnico que habitaba el noroeste argentino antes de la llegada de los españoles.
60 Nacido en Santiago de Chile, en 1876, y fallecido en Garches, Francia, en 1948.
61 Político nacido en Lima en 1864 y fallecido en 1940.
62 Escritor. Nació en Ica en 1882 y se desconoce la fecha de su muerte.
62
Los viajes de Teófilo Castillo
mica por su destreza artística en Lima, cuando expresó que el empresario Ántero
Aspíllaga63 le compró un cuadro por 2500 soles.
Datos sobre la colección de obras de arte de Castillo y su relación amical con
otros artistas de Europa y Sudamérica tuvieron parte en sus ensayos. En Argentina,
el crítico comentó que poseía obras autografiadas de Manuel Mayol64, Reinaldo
Giudici65, Cesáreo Bernaldo de Quirós66 y Eduardo Sívori en su residencia lime-
ña. El director de la Escuela de Bellas Artes de Buenos Aires, el pintor argentino
Pío Collivadino (1869-1945), le entregó quinientos dibujos que Castillo pensaba
ceder a la institución homónima de Lima (Castillo, 1919j). El crítico encontró a
Giudici y a Carlos Ripamonte67 —compañeros suyos durante su etapa de apren-
dizaje en Europa— en la Academia de Bellas Artes de Buenos Aires, y tuvieron
ocasión de rememorar su amistad. Ripamonte lo incluyó en un estudio sobre el
arte en Argentina, que realizó en 1918, debido a que Castillo estrenó la luz eléctrica
en Florida y abrió la primera exposición de arte en esa calle68. En Buenos Aires,
Mayol le obsequió una colección de fotografías del interior de su casa, de las cuales
el peruano prometió hacer un estudio especial. Finalmente, el caricaturista español
Juan Carlos Alonso (1886-1945) le dedicó una acuarela con un tema de género.
63
El ojo en la palabra
Para que este descanso me resulte proficuo encargo a los míos no remitirme cartas ni
periódicos; no quiero saber nada de los acontecimientos magnos que allí sucedan en
mi ausencia: ni la llegada de una bailarina más o menos fané e ilustre, ni el desfile de
nuevos carros carnavalescos en aniversarios solemnes, ni siquiera el estreno de otro
Lohengrin musicable con cuarenta años de vejez en las ciudades orientales sudame-
ricanas, muchos menos se presume la exhibición de más fenómenos pictóricos en
Mercaderes que resuciten críticos difuntos aún más fenómenos (p. 1258).
69 En específico, Castillo se mortificó sobre el escándalo denominado «Baile en el cementerio» donde la bailarina
interpretó, de noche, en el cementerio Presbítero Maestro de Lima, la Marcha fúnebre de Chopin, lo que causó
64
Los viajes de Teófilo Castillo
su intolerancia. Los desfiles carnavalescos a los que increpa fueron los accesorios
estrafalarios de los carros alegóricos en los eventos sociales. En el terreno musical,
la persistente ejecución de óperas como Lohengrin70, estrenada décadas atrás en
ciudades orientales como Buenos Aires —foco cultural cargado de novedades
europeas gracias a su favorable situación geográfica y de relaciones comerciales—,
indicó el desfase y estancamiento de propuestas teatrales y musicales en la capital.
Por su parte, la calle Mercaderes fue, para la época, un importante espacio
comercial en la ciudad; congregó tiendas y estudios fotográficos reconocidos que
funcionaron como salas de exposiciones de arte. Además, en el fragmento cita-
do, Castillo deja notar su incomodidad por las teorías estéticas de críticos que le
resultaron extravagantes y de dudable credibilidad en exposiciones, como la del
pintor español José María Roura de Oxandaberro, en 1916.
Añadimos que, al notarse en el comentario la especificación del término «re-
surrección», Castillo refiere a un hecho sucedido en diciembre de 1914, donde
recibió una carta pública, a través de La Crónica, remitida por un escritor anó-
nimo que firma como Merino —en alusión al pintor homónimo y jocosamente
enviado desde la Eternidad—, a fin de defender sus condiciones de pintor y des-
mentir las afirmaciones del crítico (Merino, 15 de diciembre de 1914).
conmoción entre el público conservador. Es factible sostener que aumentó su intolerancia con la relación de
personas involucradas, en especial José Carlos Mariátegui, periodista y crítico de arte con el que Castillo tuvo
confrontaciones desde 1914. Las consecuentes defensas del Amauta hacia la bailarina en medios escritos incen-
tivaron la rencilla personal, que se sumaba a las diferencias estéticas entre ambos.
70 Ópera romántica compuesta en 1850 por Richard Wagner y dirigida por Franz Liszt.
65
El ojo en la palabra
Itinerario
71 Tranvía «de sangre» era el nombre que recibía el vehículo público de trasporte urbano, jalado por caballos o
mulas, inaugurado en Lima en 1878 (Cantuarias Acosta, 1998). En Cusco, gracias a la gestión del empresario
Antonio Velazco, este servicio fue concretado en 1908, bajo el nombre de Ferrocarril Urbano del Cusco.
66
Los viajes de Teófilo Castillo
cripción de una fotografía adjunta al ensayo «En viaje. Del Rímac al Plata. Puno.
El Titicaca. La capital boliviana» (1918e). Arribado al pequeño poblado de San
Pedro, pasó luego a Guaqui, donde utilizó el tren de la compañía Peruvian para
ingresar a La Paz.
Instalado en la capital boliviana, Castillo se hospedó en el hotel París. Recorrió
la ciudad a pie, auto y tranvía en sus principales ejes, dando con espacios públicos
como la plaza Murillo, instituciones como las escuelas de instrucción y las de
carácter oficial como el centro militar, además de propiedades particulares como
la casa de don Agustín de Rada y la de Arthur Posnansky.
El 17 de enero tomó un ferrocarril de la Railway Company en la estación
Uyuni rumbo a Oruro, pasando en el camino por Kenko. Al llegar a Oruro ape-
nas conoció su plaza de Armas y un colegio.
Informado de buenas impresiones sobre Cochabamba, enrumbó hacia ese
destino el 18 de enero en el tren de Quillacollo, dicha travesía demoró doce
horas. Se quedó en Cochabamba hasta el 6 de febrero de 1918. En su andar por
la ciudad, transitó por las calles del Comercio, Perú y San Martín. Ingresó a la
catedral y las iglesias de Santa Teresa, Santa Clara y San Francisco, así como a la
Escuela de Artes y Oficios a cargo del belga Henri Mettewie. Su afán por los bie-
nes artísticos de épocas pretéritas lo condujo a las residencias de los coleccionistas
Alberto Salinas Unzueta y Adrián Harriague.
Para salir de Cochabamba, el crítico relató en primera instancia que el tren
que lo trajo a la citada ciudad, el de Quillacollo, estaba inoperativo, por lo que
decidió tomar el tranvía de Calacala rumbo a Oruro. Sin embargo, el 6 de febre-
ro comunica que salió en el tren de Quillacollo. Este solo recorrió 17 de los 210
km que cubría su trayecto. Una parte del viaje la continuó montado en mula so-
bre caminos dificultosos, bajo lluvias, «punas y lampos fugitivos de sol» (Castillo,
1918h, p. 353). Asimismo, registró sus impresiones sobre Tapacarí, la hacienda
Cuicumpata, lugar donde tomó provisiones de manos de una niña, y la quebrada
de Huayli.
Llegó a Oruro el 10 de febrero. Luego de furtivos comentarios sobre el estado
de la ciudad, tomó el tren Internacional el 12 de ese mes a las 10:40 p. m., rumbo
a Antofagasta.
El 14 de febrero ingresó a Chile por tren. El paisaje que presenció desde
el ferrocarril fue un despliegue de atractivos imponentes, «de belleza singular»
(1918h, p. 355), como los Andes, el volcán Ollagüe, el río Loa, Calama y los
baños del Danubio.
67
El ojo en la palabra
68
Los viajes de Teófilo Castillo
Savoy, al que comparó con los precios de los servicios del hotel Los Andes, este
último excesivamente caro.
Castillo decide viajar hacia Mendoza, Argentina, por lo que compró boletos
del tren expreso Villalonga, cuyo traslado de 300 km duró doce horas y costó
diez libras esterlinas. En ese recorrido, el viajero transitó por la última población
chilena del valle del Aconcagua, Santa Rosa de los Andes.
Su estancia en Argentina comenzó alrededor de la cuarta semana de febrero.
Tomó el tren Villalonga hacia Mendoza. Vislumbró la cordillera de los Andes y el
río Aconcagua. Ingresó al mencionado país a través del Puente del Inca y divisó
el monumento a los Andes en Cacheuta. Una vez en Mendoza, se instaló en el
Gran Hotel. En la plaza principal vio una escultura ecuestre que representaba al
Libertador San Martín.
Después, al mediodía se traslada a Río Cuarto, donde elige el tren de la em-
presa Gran Oeste Argentina para proseguir con su viaje hacia Tucumán. Tuvo que
hacer una parada en San Luis, ciudad a la que llegó a las 12 a. m. A las 2 a. m.
estuvo en la estación El Destino camino a su destino próximo: Córdoba.
En el trayecto pasó por las estaciones Porfío, La Pena, El Corralito,
Despeñadero, Tía Dolores, Monte Ralo, China Mora, Totorales, Piquillín y
Rabioso. Atravesó los ríos i, ii, iii, iv y v, los cuales le parecieron raros por las
nomenclaturas y numeración romana con que los nominaron (Castillo, 1918l).
Dos de ellos, iii y iv, le trajeron reminiscencias de las vegas andaluzas que bañan
el Guadalquivir.
En el primer ensayo sobre Córdoba, el crítico indicó que se encontraba en esa
ciudad en marzo (Castillo, 1918m). El viajero residió ahí desde los últimos días
de febrero hasta el primero del mes siguiente. En el trayecto admiró los parajes
naturales del Mailin y el paredón Alta Gracia. Una vez descendido, pasó por el
Banco de la Nación, el hotel Plaza, los hornos de cal, la Escuela General Cabrera,
la iglesia de San Francisco y la catedral. De la misma forma, visitó la plaza Vélez
Sarsfield. Al día siguiente, se tomó una mañana para visitar el parque Sarmiento,
el Museo de Bellas Artes y el zoológico. De noche recorrió el parque del virrey
Marqués de Sobremonte. No faltó en esta oportunidad el ingreso a residencias
particulares. Accedió a la casa del anticuario Pablo Cabrera para ver colecciones
de arte virreinal y contemporáneo.
Finalmente, decide tomar el tren del Central Córdoba rumbo a Tucumán.
En el camino, atravesó las estaciones Jesús María, Mojo, Toro, Luz, Tranca,
Hediondo de Arriba y Hediondo de Abajo. Contempló la «rósea, serena blancu-
69
El ojo en la palabra
ra» (Castillo, 1918n, p. 495) del nevado Aconquija y las piedras «prehistóricas»
(1918o, p. 526) en el valle Mollán. Al arribar a Tucumán fue recibido por fami-
liares y conocidos. Lejos de reposar, Castillo se bañó rápido para continuar su
recorrido por la ciudad. Transitó por la plaza principal y se detuvo en la Casa de la
Jura de la Independencia, lugar histórico donde se constituyó el acta independen-
tista. Otros espacios públicos a los que ingresó fueron la tienda de música Breyer,
el Palacio de la Gobernación, el parque del Centenario, el Museo Colonial, y los
planteles educativos San Martín, Belgrano y la Escuela Profesional. Hizo lo mis-
mo con la Universidad Provincial, el Museo y Academia de Pintura y Escultura.
Respecto a las colecciones privadas, accedió a la casa de la señora Adela S. de
Remis.
El viajero abordó un convoy del Central Argentino rumbo a Rosario y Buenos
Aires. Pasó por las estaciones Ceres, Rafaela y Gálvez. Aclaró que su viaje duró un
día y confirmó que hasta ese momento durmió en catorce camarotes desde que
salió de Lima.
Castillo llegó a Rosario por la Estación del Norte. Recorrió la ciudad en
auto e hizo comentarios sobre las condiciones pasadas y actuales de la urbe. A las
afueras de la metrópoli divisó Baradero, Campana, Villa Ballester, San Martín y
Belgrano. Castillo refiere que este último lugar se adhirió a Buenos Aires.
Se trasladó en tren desde Rosario a la capital de Argentina. Una vez allí,
Castillo se sintió melancólico. Permaneció veinticinco días en la ciudad, desde
el 3 hasta el 27 de marzo. No avisó a ningún familiar sobre su llegada, la cual
sucedió un domingo por la noche. Tomó un taxi y se hospedó en el hotel España.
Luego de bañarse y comer, salió a explorar Buenos Aires.
Decidió tomar el tranvía subterráneo hacia la plaza del Congreso donde apre-
ció la arquitectura y escultura bajo los efectos nocturnos. La nota especial de ese
momento fue su admiración por El Pensador de Rodin.
Transitó por las cuatro calles principales: Mitre, Pellegrini, Yrigoyen y
Sarmiento, las cuales habían cambiado de nombre (Piedad, Cuyo, Buen Orden
y Artes, respectivamente). Visitó la plaza y el palacio del Congreso, la Confitería
del Molino, el Palacio Anchorena, la aduana, la Caja Internacional, el Depósito
de Aguas Corrientes, la estación del oeste, el Palacio de Justicia, la avenida de
Mayo y el jirón Florida, arteria comercial de la ciudad. Además, entró a la tienda
Gath y Chaves en la calle Rivoli. El lugar exhibía accesorios suntuosos y refinados
para las damas, talleres para confección y un restaurante en el último piso.
70
Los viajes de Teófilo Castillo
Parada obligada fue la casa donde vivió Juana Manuela Gorriti, para la fe-
cha en posesión de Ursina Ponce, viuda de Sandoval. Tuvo gratos recuerdos al
encontrar la Escuela Presidente Roca. Luego de ingresar a otros centros de ins-
trucción, caminó por la plaza San Martín y observó los veinte palacios que la
rodeaban. De estos mencionó al hotel Plaza, al Museo de Bellas Artes y a las
residencias de las familias Paz, Anchorena, Basualdo, Unzué, Christophersen y
Leloir. Posteriormente, recordó la recomendación de la señora Ponce de Sandoval
y visitó la iglesia del Santísimo Sacramento, ubicada en la calle San Martín, entre
las avenidas Charcas y Santa Fe.
En los días siguientes, Castillo cambió de residencia, pasó del hotel España a
la casa de su hermana, ubicada en la calle Belgrano. El viajero reveló que cuando
no tomaba un auto usaba el tranvía subterráneo que conectaba la plaza de Mayo,
el Congreso y la plaza de Flores.
Le dedicó tres días al Museo de Bellas Artes de Buenos Aires. En uno de esos
pasó la tarde en «las frondas magníficas de Palermo» (Castillo, 1918r, p. 592).
A bordo de un auto, estuvo en las avenidas Charcas, Callao, Rivadavia y Alvear.
Pasó por el dique n.o 2 del puerto bonaerense y la plaza Recoleta. Se entretu-
vo con el grupo escultórico Primavera, los monumentos donados por la colonia
española y francesa a la ciudad y los monumentos a Carlos Pellegrini, Nicolás
Avellaneda y Domingo Faustino Sarmiento. Siguió su camino por la avenida
Palermo y llegó al Rosedal, el aristocrático paseo de la ciudad.
En otra oportunidad, visitó las instalaciones de la revista Caras y Caretas,
donde encontró a muchos amigos y artistas. Acudió a Espasa, la librería cuyo
material estimó suficiente para llenar todas las librerías de Lima. Otros de los
sitios por los que pasó fueron el Palacio de Justicia, la Facultad de Letras, la Caja
Internacional, la Bolsa de Valores, la aduana, los baños municipales, la casa del
expreso Villalonga, la Compañía Sudamericana de Billetes de Banco y el Colegio
Nacional. Apreció en el Jardín Botánico de la calle Santa Fe, más que por su pro-
fusión y riqueza de especímenes de flora, por su completa y severa clasificación.
Encontró a los artistas Ramón Columba y Pedro Ángel Zavalla «Pelele» en
plena elaboración de caricaturas en el cruce de la calle Florida con la avenida de
Mayo. Todas las tardes se encontraba con un amigo en el pasaje Güemes de la
calle Florida. Era un sitio comercial donde algunas tiendas relucían de productos
lujosos, como la botica Gibson. Castillo bebió junto a su acompañante en el bar
Florida. Entre su recorrido por instituciones privadas, visitó el Jockey Club, el
Círculo de Armas, el Club Español y las casas de los coleccionistas Fernández
71
El ojo en la palabra
72 Inaugurado en 1911, el Parque Japonés se ubicaba entre las avenidas Libertador y Callao. A causa de incendios
consecuentes, fue clausurado en 1931.
72
Los viajes de Teófilo Castillo
A lo largo de sus ensayos, el crítico describe sus visitas a varios espacios donde se
congregaban obras de arte de diversa índole. Estos lugares, asumidos como «repo-
sitorios», tienen distintas naturalezas: son particulares y estatales; son de carácter
religioso, social, histórico y comercial; son usados como lugares de exhibición o
depósitos cerrados, entre otros. Hemos dividido estos lugares en cinco secciones:
plazas —arquitectura del entorno civil— y parques —arquitectura paisajista—,
edificios públicos, museos, colecciones privadas e iglesias.
Tanto los parques como las plazas analizados concentran monumentos escul-
tóricos que formaron parte de los renovadores proyectos urbanísticos de embe-
llecimiento de las ciudades, principalmente de Chile y Argentina, motivados por
las celebraciones de los centenarios de dichos países.
En Argentina, Castillo accedió a tres parques importantes. El parque
Sarmiento, ubicado en Córdoba, proyectado en 1889 por el arquitecto francés
Charles Thays (1849-1934) y denominado así en honor al presidente Faustino
Domingo Sarmiento. Castillo (1918m) comentó que poseía una gran extensión,
«15 o 20 veces mayor que el Zoológico [Egidio Sassone] de Lima» (p. 471). En su
interior se encontraban lagos con islotes, instalaciones deportivas para la práctica
de tenis, waterpolo y natación, pistas anchas circundadas por arboledas y flores,
y edificios públicos como el Museo de Bellas Artes de Córdoba (actual Museo
Emilio Caraffa). En el extremo norte colindaba con el zoológico, cuyo aspec-
to, en conjunto, ponía al parque «a la par de las principales capitales europeas»
(p. 471). Finalmente, en diferentes zonas ostentaba bustos de próceres, monu-
73
El ojo en la palabra
mentos como el del prócer Deán Gregorio Funes (1811), jarrones ornamentales,
un «desnudo purísimo de una diosa» (p. 472), entre otros atractivos.
En Palermo, Buenos Aires, el parque 3 de Febrero contenía diversos espacios
verdes significativos, como El Rosedal, el paseo aristocrático más importante de
la ciudad. La denominación del parque responde al día de la caída del dictador
Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros (1852). Posee, hasta la fecha,
una exótica vegetación, especialmente varias clases de rosas; entre sus atracti-
vos ornamentales estaban los lagos de tipo francés, templetes, pérgolas, góndolas
italianas y el Puente Helénico, en donde se incluían esculturas ornamentales y
conmemorativas.
De similar condición es el parque 9 de Julio en Tucumán, al que Castillo
nominó como «Parque del Centenario» debido a que evocaba la fecha de la inde-
pendencia argentina. Se inauguró en 1916 y fue una de las mejoras urbanas idea-
das por el gobernador tucumano Ernesto Padilla para la promoción de zonas fo-
restales. La ejecución del proyecto la dirigió el arquitecto Charles Thays. El crítico
estimó de modo favorable el menhir calchaquí, llamado menhir Ambrosetti —en
honor al naturalista Juan Bautista Ambrosetti—, colocado en 1915 en la parte
central. Sin embargo, en una valoración general, Castillo encontró descuidado el
parque, contraponiéndolo con sus similares cordobeses. Aseveró que dicho esta-
do se debía al radicalismo de los adversarios de Padilla y de su partido político,
quienes intentaban desprestigiarlo a través de la destrucción de sus obras.
En Chile, el Parque Forestal de Santiago y otros espacios verdes locales exhi-
bieron programas de embellecimiento similares a los de las ciudades argentinas,
lo cual no fue fortuito, pues ambos lugares seguían el modelo del paisajismo
francés. El citado parque fue inaugurado en 1905 y tuvo una extensa dimensión
en la que se incluyeron edificios públicos como el Palacio de Bellas Artes y grupos
escultóricos como la Fuente Alemana (1910) de Santiago, monumento donado
por la comunidad alemana a la ciudad como parte de las conmemoraciones por
el centenario.
El cerro Santa Lucía en Santiago —que, por su árido y antiguo aspecto,
Castillo comparó con su símil limeño: el San Cristóbal— tuvo una transforma-
ción radical. Ello se debió a la iniciativa del intendente chileno Benjamín Vicuña
Mackenna, entre 1872 y 1874, mediante proyectos como la canalización del agua
para aumentar su vegetación y el emplazamiento de esculturas, algunas traídas
desde Europa y otras encomendadas a escultores nacionales, adquiridas con el
dinero de los ciudadanos; todo ello convirtió a este cerro en un paseo frondoso
74
Los viajes de Teófilo Castillo
y atractivo hacia 1918. No obstante, lo más relevante de Santa Lucía, para el crí-
tico, es el panorama de Santiago que se aprecia desde allí, el valle del Aconcagua
y los Andes.
El parque principal de Santa Rosa de los Andes, en Valparaíso, no estaba a
la altura de los anteriores descritos. A decir del peruano, el parque, en conjunto
con el monumento al Libertador José de San Martín en su centro, le parecía «un
cementerio» (1918k, p. 436).
Entre las cinco plazas argentinas que visitó, la del Congreso en Buenos Aires,
construida por Thays en 1910, era la más resaltante por rodear al Palacio del
Congreso y por la riqueza ornamental que habitaba en su interior. Según Castillo
(1918q), la plaza era «bellísima, adornada con un alto contenido estético»
(p. 560). Predominan en ella dos esculturas, El Pensador (1907) y el Monumento
de los dos Congresos (1914).
En Córdoba, a Castillo le interesó la plaza Vélez Sarsfield, dispuesta desde
1897 en honor al homónimo político argentino, por su atractivo central, el «im-
ponente» Monumento a Dalmacio Vélez Sarsfield (1889), y su emplazamiento ur-
bano, el cual, según el crítico-viajero, estaba «en el cruce de cuatro avenidas que
la cruzan tangencialmente» (1918m, p. 471). Cabe indicar que, para la fecha, las
únicas vías que se interceptaban eran la avenida Vélez Sarsfield, anteriormente
llamada «Calle Ancha», y la calle San Juan (Boixadós, 2013).
La plaza Francia, erigida en 1909 y ubicada en el barrio de la Recoleta, Buenos
Aires, recibió dicha denominación por el Monumento de Francia a la Argentina
(1910) instalado en la parte central. Fue planificada por el arquitecto Thays y for-
ma parte de un sistema de plazas interconectadas. Similar condición tuvo la plaza
San Martín en Mendoza, llamada anteriormente plaza Cobo, la cual cambió de
nombre debido a la implantación del monumento al citado libertador argentino.
La plaza principal de Tucumán, llamada Independencia, también tuvo una
interesante ornamentación escultórica como las anteriores, constituyendo una
«rareza en los jardines sudamericanos» (Castillo, 1918o, p. 524): sobresalen La
Libertad (1907) de Lola Mora (1866-1939) y un desnudo masculino. Esta plaza
era el punto originario de la ciudad, a su alrededor se congregaban edificios pú-
blicos importantes, como la Casa de Gobierno y la catedral.
En Chile, la ovalada plaza Italia en Santiago, nominada así por el Monumento
al Genio de la Libertad (1910) —obsequio de la comunidad italiana por el cente-
nario—, constituye un elemento conector con espacios públicos locales significa-
tivos, como el Parque Forestal, con el cual se adhiere en un extremo.
75
El ojo en la palabra
73 Castillo se equivocó al atribuir la construcción del Palacio de Bellas Artes al austriaco Alberto Siegel (1870-
1938) y al suizo Augusto Geiger. Cabe agregar que el crítico confunde la nacionalidad de ambos atribuyéndoles
ser franceses.
76
Los viajes de Teófilo Castillo
rado en 1911 por el arquitecto holandés Henry Folkers, al que consideró «magni-
ficente […] bajo todo aspecto. Quizás hasta exageradamente lujoso, demasiados
cuadros y dorados. El exceso perjudica el conjunto» (p. 639).
Respecto a los museos, Castillo ingresó tanto a estatales como a privados. El
país que más resaltó fue Argentina, con seis museos estatales.
En Buenos Aires, el crítico conoció el Museo de Bellas Artes, institución que
funcionaba en el edificio del Pabellón Argentino, ubicado en la plaza San Martín.
El recinto encerraba ejemplares de arte moderno que, según Castillo (1918r),
algunos museos europeos envidiarían. Su colección se compuso de donaciones
particulares, las cuales sobrepasaban a las gubernativas. A decir del crítico,
con aquellas obras uno podía darse cuenta del «movimiento artístico universal
contemporáneo» (p. 590).
En Tucumán, Castillo visitó el Museo de la Universidad Provincial74, «que, por
acuerdo del 18 de junio de 1916 y bajo el patronato del doctor [Ernesto] Padilla, se
crea e incorpora a ella una sección de Bellas Artes, comprendiendo un Museo y una
Academia de Pintura y Escultura». Ambos eran «modernos pero modestos» (1918n,
p. 498). El museo tenía cerca de un centenar de obras contemporáneas cedidas por
particulares adinerados, especialmente el acaudalado empresario Parmenio Piñero,
quien donó un conjunto pictórico valorizado en trescientos mil pesos.
Similar condición encontró el crítico en el Museo Histórico Nacional,
ubicado en el parque Lezama, el cual poseía bienes republicanos donados por
particulares.
El viajero también accedió al Museo de Historia Natural, cuya colección se
componía de pinturas de artistas nacionales con paisajes y escenas costumbristas,
además de restos paleontológicos y arqueológicos.
La Casa Histórica de la Independencia en Tucumán, ubicada en la ca-
lle Congreso, fue vista por Castillo en el estado posterior a su demolición en
1903, donde lo único original que se conservó fue el Salón de la Jura de la
Independencia, protegido gracias a un templete con estructura de fierro, vidrio y
techo a dos aguas con losetas.
Finalmente, merece incluirse el Museo Colonial en Tucumán, que llamó su
atención por la recreación histórica y documental que se hizo de la arquitectura,
mobiliarios y trajes virreinales en figuras en cera exhibidas, a pesar de que no
contenía obras de arte.
77
El ojo en la palabra
78
Los viajes de Teófilo Castillo
De las siete iglesias peruanas en el sur andino, Castillo dio tratamiento es-
pecial a las catedrales. En la catedral arequipeña, reconstruida en 1868, divisó
algunas pinturas y mueblería litúrgica.
En Cusco, el viajero se sorprendió por el ambiente «magníficamente vetusto»
y «la profusión de los oros» (1918b, p. 71) que derrochaba la ornamentación
interna de la catedral, construida en 1654. Esta contenía un ajuar eucarístico,
libros corales, ornamentos litúrgicos, retablos, tallas y lienzos coloniales. Algunos
de esos bienes fueron encontrados también en las iglesias de Nuestra Señora de la
Merced, Santa Ana, Santa Clara y San Blas. La iglesia de Santo Domingo es una
excepción, pues está construida sobre una arquitectura inca.
Adicionalmente, consideramos el comentario hecho por Castillo (1918m)
sobre la catedral cordobesa, en Argentina, la cual, aunque mostraba un «fuerte
carácter colonial», con profusión de oros y recamados, «se presenta pobre para
quien sabe ver estas cosas en su valor exacto» (p. 471).
A fin de facilitar la lectura, hemos dividido los ensayos según las ciudades que
visitó Castillo. Incluimos la fecha de publicación del texto, un extracto de lo más
importante y datos sobre las fotografías adjuntas.
En gran parte de los escritos se denota la reflexión del crítico sobre el estado
cultural de las ciudades y países visitados, la descripción del ambiente natural y
temas variados mezclados con datos anecdóticos.
Los ensayos sobre Arequipa, la primera ciudad que visita, corresponden a los
cuatro primeros de la serie. Fueron publicados desde el 8 de diciembre de 1917
hasta el 5 de enero de 1918. A bordo de un barco rumbo a Arequipa, Castillo
hace una retrospección sobre los sucesos que motivaron su partida. Ya instalado
en la ciudad, su atención se concentró en las casas aristocráticas de ascendencia
española, donde identificó las inscripciones de sus tarjas, a las que ingresó para
apreciar sus colecciones, especialmente la de la familia Goyeneche. En su reco-
rrido realizó un óleo basado en una vista desde una callejuela hacia la catedral;
comentó sobre dos elementos arquitectónicos locales: el sillar, piedra local de
mucha demanda, y las logias, arquerías que rodean el cuerpo principal de los
edificios. Por último, estuvo en la exposición del Centro Artístico. El total de
fotografías adjuntas fue veinte, incluyendo cuatro obras suyas (dos óleos y dos
dibujos) y tres fotografías de Enrique Masías.
79
El ojo en la palabra
Los tres ensayos sobre el Cusco corresponden desde el quinto hasta el séptimo
de la serie. Fueron publicados entre el 12 de enero y el 2 de marzo de 1918. La
mayor parte de su análisis se detuvo en las iglesias cusqueñas, como la catedral,
San Blas, Nuestra Señora de la Merced y Santo Domingo, también en edifica-
ciones incas como Sacsayhuamán, y, en menor medida, las casas aristocráticas.
Asimismo, valoró muebles religiosos, esculturas y pinturas. A través de la obser-
vación de estas últimas expuso su profesión de tasador y evaluador de obras de arte
en dos momentos: descalificó un lienzo atribuido al flamenco Anton van Dyck e
hipotetizó sobre la raíz iconográfica del óleo El pecado. Por otra parte, y a pesar
de su interés, tuvo comentarios despectivos sobre el arte virreinal peruano y sus
artífices. Por último, anotó sobre la necesidad de crear un museo en la ciudad, aus-
piciado por un profesional adinerado y de posición acomodada, para custodiar el
patrimonio artístico local. Castillo adjuntó dieciséis fotografías, incluyendo cuatro
tomadas por el cusqueño José Gabriel González (1875-1952) y cinco reproduc-
ciones de sus dibujos.
La ciudad de Puno aparece en la primera parte del octavo ensayo, publicado
el 9 de marzo de 1918. Allí, el crítico comentó los pormenores de su viaje por el
lago Titicaca a bordo de una embarcación e indicó las características de una danza
tradicional en el pueblo de San Pedro.
La Paz está congregada en la segunda parte del octavo y en el noveno ensayo,
este último publicado el 16 de marzo de 1918. Lo más significativo fue su con-
versación con el investigador Arthur Posnansky (1873-1946), quien finiquitaba
la construcción de su vivienda. El crítico dio su parecer sobre el planteamiento
urbanístico de la ciudad, los repositorios de obras como el Museo Histórico de La
Paz, la colección del anticuario Agustín de la Rada y las escuelas de instrucción
y enseñanza del dibujo. Castillo anexó cinco fotografías, dos de ellas de dibujos.
Cochabamba es el tema de una parte del noveno, el total del décimo y una
sección del undécimo ensayo, publicados entre el 16 de marzo y el 13 de abril de
1918. El crítico conversó con los artistas Avelino G. Nogales y Peredo75, este últi-
mo fue su cicerone en su visita a establecimientos oficiales y religiosos. El crítico
notó que los interiores de la catedral y de las iglesias de Santa Clara, Santa Teresa
y San Francisco fueron remodelados con estilo gótico. Pudo observar también
enseres coloniales de dos coleccionistas. Adhirió diez fotografías, seis de ellas de
dibujos. Otra sección del undécimo ensayo trata sobre Oruro, donde dio una
80
Los viajes de Teófilo Castillo
furtiva apreciación sobre la ciudad, el clima y los tipos sociales. Aquí adjuntó dos
fotografías.
Antofagasta fue el tema de un fragmento del undécimo y de todo el duo-
décimo ensayo, publicados entre el 13 y el 20 de abril de 1918. El retorno de
Castillo a esta ciudad luego de doce años le permitió ver el progreso económico
alcanzado y su impacto en el estilo y costo de vida. Eso lo comprobó al apreciar
las modernas y lujosas edificaciones públicas y privadas, y los altos precios de los
productos de primera y segunda necesidad. Para él, la ornamentación pública
recaía en los obsequios entregados por las colonias extranjeras en conmemoración
del centenario chileno. Además, apreció tres cosas: el inmejorable asfaltado, el
servicio policial de calidad y las tres abundantes huertas. En el ensayo duodécimo
no adjuntó imágenes.
Sobre Santiago de Chile escribió el decimotercero y decimocuarto ensayo,
impresos entre el 27 de marzo y el 4 de mayo de 1918. El crítico expuso sus
impresiones sobre el estado de la ciudad, la vida social santiaguina, la ornamen-
tación pública y los atractivos paisajísticos como el cerro Santa Lucía. Visitó asi-
mismo edificios como la Bolsa de Valores y el Palacio de Bellas Artes, en donde
admiró óleos, esculturas y decoraciones de artistas europeos y sudamericanos.
Por último, estimó la obra de los arquitectos chilenos Manuel Cifuentes y Emile
Jéquier, los cuales priman junto con sus colegas europeos Siegel y Geiger en la
ciudad. Incluyó doce fotografías.
Las ciudades de Mendoza y San Luis fueron los temas del decimoquinto ensa-
yo, publicado el 11 de mayo de 1918. Castillo dio rápidas impresiones acerca de
la vida cultural mendocina desde su hospedaje y en la calle frente a una caravana
festiva; lo más significativo fue la crítica al Monumento al Libertador general San
Martín en la plaza principal. Respecto a San Luis, la pobreza, los pocos servicios
públicos, el reducido número de habitantes y la inestabilidad política lo motiva-
ron a no quedarse mucho tiempo. Incorporó siete fotografías.
Córdoba fue la ciudad a la que el crítico le dedicó el decimosexto ensayo,
publicado el 18 de mayo de 1918. Para Castillo, esta metrópoli prosperó urba-
nísticamente, equiparándose a Santiago en extensión; sin embargo, conservó el
ambiente campestre que lo deleita. El esmerado cuidado de sus espacios verdes,
como el parque Sarmiento, es compartido con los atractivos recreativos como el
zoológico, ambos de primer nivel. Otros lugares de interés para el viajero fueron
el parque del Marqués de Sobremonte y la casa del coleccionista Pablo Cabrera.
Añadió ocho fotografías.
81
El ojo en la palabra
82
Los viajes de Teófilo Castillo
Los artistas
83
El ojo en la palabra
84
Las disciplinas
Castillo, a lo largo del viaje a La Plata, evaluó disciplinas artísticas como la pintu-
ra, la escultura, la caricatura, la fotografía y las artes decorativas. A continuación,
expondremos los juicios vertidos por el crítico sobre las obras que comprenden
cada una de las disciplinas citadas.
Pintura
La pintura fue la disciplina sobre la que Castillo juzgó más durante el viaje, ello
pudo deberse a dos razones: la cantidad de lienzos era mayor en relación a otras
disciplinas y al propio manejo del oficio. El crítico concertó comentarios sobre
el retrato, el paisaje, el desnudo, la alegoría, la pintura histórica y religiosa, lo
mitológico, así como dos asuntos no tan frecuentes, los animales y los interiores.
Retrato
En la disciplina de la pintura, este tema fue el primer asunto que Castillo evaluó.
El retrato tiene una relación directa con el crítico debido que, a temprana edad,
lo ejecutó, al igual que lo trató en sus primeros escritos sobre arte76. A su juicio,
hay dos criterios determinantes en el retrato: en primer lugar, el artista debe es-
tampar su carga artística y conceptual en el modelo más que buscar la veracidad
fisiológica y psicológica, ya que esta última es un desencadenante de lo primero;
76 En 1913 indicó que el retrato era el tema menos favorable para juzgar el temperamento verdadero de un artista
y que aquel que lo practicaba disminuía su impronta artística por la sujeción comercial a la que está impuesto:
«El retrato es el suicido de los artistas» (Castillo, 1913, pp. 2448-2449). Esto conlleva a reflexionar sobre la
situación por la que Castillo pasó en 1887, cuando decidió publicar anuncios propagandísticos en El Comercio,
donde recalcaba su habilidad para la ejecución de obras de todo tipo y su envío a Lima desde Florencia, con-
cluyendo con la frase: «Especialidad de retratos al óleo» (citado en Villegas y Torres, 2005, p. 51). Este anuncio
empezó a circular desde enero de 1887 y no a partir de marzo, como indican Villegas y Torres. Sobre los artistas
nacionales que incursionaron en el retrato, el principal referente local que tuvo Castillo fue el pintor Abelardo
Álvarez Calderón, ver: Castillo (1919b).
85
El ojo en la palabra
Para Castillo existe una razón para una valoración positiva: el aspecto técnico.
Hizo hincapié en la riqueza de la paleta cromática —de influencia macchiaioli
o pintura manchista— sobre el dibujo. El color, perceptivamente, se superpone
a los bosquejos en carbón dibujados, de menor cuantía. El dominio pleno de la
paleta resulta un factor primordial, según el crítico, para que un artista pueda ser
un exponente significativo dentro la pintura nacional.
En Cusco, Castillo (1918d) observó en la residencia de Tomás González y
Martínez, padre del pintor Francisco González Gamarra, una obra hecha por el
progenitor: un «magnífico» (p. 212) retrato al óleo del obispo cusqueño Julián
de Ochoa, prelado que estuvo en el cargo entre 1865 y 1874. Esta pieza es una
de las pocas que se conocen de González y Martínez y que revelan su afición a la
pintura, lastimosamente el crítico no ahondó en su comentario.
Durante su visita al Palacio de Bellas Artes de Santiago, el viajero observó
el Retrato del pintor francés M. Le Poittevin (1905) hecho por el chileno Marcial
Plaza Ferrand (1876-1948), quien tomó como modelo a su maestro. Esta obra
recibió una mención honrosa en el Salón de París del citado año. Aquí, Plaza
77 «Por algo el artista es superior al Kodak: el uno crea, idealiza, el otro documenta, retratea [sic] servilmente»
(Castillo, 31 de julio de 1917, p. 2).
86
Las disciplinas
[...] supremamente bueno, magistral, único. ¡Qué dibujo maravilloso, qué riqueza,
jugosidad de pasta! En el retrato de Plaza no hay colorinches verdes ni azules: hay
austeridad extremada de tonos y detalles; pero ¡cuánta vida en los ojos del pintor
mirando al modelo ausente, en esa mano pálida, fina, suspendiendo erecto, elegante
el pincel! (p. 433).
78 La fidelidad con el parecido del retratado era una demanda habitual a los pintores instalados en Lima desde
antes de la primera mitad del siglo xix, esto yendo a la par de la institucionalización del retrato y del oficio de
pintor retratista en el medio local. Esa situación se extiende hasta las primeras décadas del siglo xx y dentro del
periodo de actividad crítica de Castillo. La intransigencia del crítico sobre este aspecto se debe desde luego a la
incompatibilidad con su criterio estético: primero, por la persistencia de una regla desfasada (veracidad física
como psicológica) que conduce a la banalización del oficio de pintor y, segundo, por el uso de fórmulas retóri-
cas y poéticas como medio de sustentación de la persistente consigna por algunos críticos coetáneos locales.
87
El ojo en la palabra
cia de criterios evaluativos sobre el retrato alude también a una división basada
en la calidad perceptiva entre los especialistas sobre arte, críticos y artistas, y el
público no experto, donde los juicios emitidos por ambos grupos son dos polos
opuestos79.
El crítico enfatizó en el aspecto artístico del retrato más que en su carga do-
cumental, de la misma forma que le resultaba necesario priorizar el efecto visual
sin opacar la cuota conceptual. Ello se reduce a que lo primero puede ser visto
por ojos especializados mientras que la naturaleza del segundo, al ser superflua,
es percibida por todos: «la añagaza de la semejanza es un punto capital en que se
les permite emitir voto hasta a las cholas del criadero» (Castillo, 1919i, p. 588).
En el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, Castillo definió como desastroso
el Retrato de la Sra. María de la Cárcova y Ferrari (1894) del argentino Ernesto
de la Cárcova (1866-1927). El pintor usó como modelo a su propia esposa y la
representó de cuerpo completo. A partir de la evaluación de esta obra, el crítico
peruano expresó que Cárcova cayó de la primacía que tenía en la pintura argentina
y fue opacado por otros artistas con asuntos más enlazados a lo nacional, como
Cesáreo Bernaldo de Quirós.
Diferente apreciación tuvo del Retrato de Leonor Uriburu de Anchorena y su
hijo Emilio del francés Antonio de la Gándara (1861-1917), ubicado en otro
ambiente del museo, calificando a dicha obra de «belleza pictórica» (Castillo,
1918r, p. 591).
En la casa del coleccionista Isaac Fernández Blanco observó el retrato del due-
ño de la casa hecho por el francés Léon Bonnat (1833-1922), mas no lo enjuició.
Sin embargo, se intuye simpatía debido a que fue la primera y única pintura
nombrada de entre todos los bienes del recinto.
Finalmente, sobre lo incorrecto de un retrato, y de forma aleccionadora
para los demás artistas, durante el viaje, Castillo criticó al portugués Raúl María
Pereira. Aunque no se refirió a alguna obra suya, enjuició el aspecto técnico más
importante en la realización de sus retratos, los cuales, en contraste, fueron asi-
milados de forma positiva por la crítica local. Sus retratos lucían un «corte guaca-
79 «Participo de la teoría moderna de [Auguste] Rodin —definida con calor en Buenos Aires por dos estetas de
fuste como Rubén Darío y [Eduardo] Schiaffino— de que la verdadera semblanza de un héroe, del genial, del
súper-hombre es la de su vida medular, espiritual. La exactitud iconográfica perfecta, documentarista [sic], rival
del kodak fotográfico, queda para los vulgares buenosmozos, los anodinos, los que no teniendo absolutamente
nada que legar a la posteridad hacen bien de preocuparse de su mísera máscara facial» (Castillo, 1919b, p. 160).
88
Las disciplinas
Paisaje
El paisaje tuvo un inusitado interés en Castillo, pues fue el modelo natural de sus
obras, el espacio creativo para la enseñanza profesada y el motivo de discusión en
sus escritos sobre arte. Durante el viaje, comentó sobre la relación entre la pintura
y el paisaje natural, principalmente en las zonas rurales antes que en las citadinas.
Para el crítico, el paisaje es el escenario que permite un gran despliegue de
creatividad artística, por lo que sostiene que la labor de un pintor reside en la
inspiración de lo natural ante cualquier estado climático.
Precisaremos una acotación sobre el modo de abordar este tema. En primer
lugar, analizaremos las tres pinturas de paisajes evaluadas por Castillo, y en se-
gundo lugar comentaremos sobre el espectáculo natural que condujo al peruano
a evocar y reflexionar sobre la técnica y estilo de ciertos pintores afines al tema, así
como el proceso técnico y conceptual predilecto para su representación.
Respecto a las obras que analizó, en Arequipa habló sobre la plástica de
Federico del Campo (1837-1923). Si bien no encontró paisajes en ese instante,
recordó un ejemplar visto en Lima en 1916, denominado Venecia, en posesión
de Javier Prado y Ugarteche81 (Castillo, 1914d). Asimismo, señaló acerca de otro
paisaje del pintor en la colección de Felipe Pardo, sin precisar el título (Castillo,
1918a). En la casa de Juan Bustamante, observó un óleo del español Enrique
Serra (1859-1918). Sin revelar el título, señaló que era «un ocaso en las lagunas
pontinas romanas, es decir, el momento y tema favoritos del pintor» (1918a,
p. 48). El hallazgo de un cuadro de Serra lo complació, pues hasta el momento
no había encontrado su obra en el Perú.
Al hacer el análisis general del estilo del español, tomó como base las caracte-
rísticas de su pintura paisajista:
Quien no ha visto un original suyo: sus gamas orquestadas en pianísimo, sus grises
infinitos, sus cielos tristes, sus aguas de verdes lúgubres, profundos, la elegancia brio-
sa del toque, los múltiples recursos de que se vale manejando la espátula, no tiene
80 Castillo reitera la misma apreciación en «En viaje. Del Rímac al Plata. Buenos Aires v» (1918u).
81 La posesión de ese cuadro por el titular fue avizorada desde 1913 por el propio crítico (Castillo, 1913). A partir
del comentario de Castillo, se sabe de la notoria influencia del pintor español Mariano Fortuny sobre Campo.
89
El ojo en la palabra
derecho de hablar de él. Por mi parte habré visto un centenar de obras suyas y aun-
que en casi todas ha sido idéntico el motivo, el juego de luces, la sensación recibida
ha sido intensa y duradera (p. 48).
82 El óleo Mer Orageuse (c. 1869-1870) pertenece al Museo de Bellas Artes de Buenos Aires. Hacia 1869, Courbet
visitó Étretat, zona costera de Normandía, lugar con brotes de comercios y estancias para la burguesía, en busca
de recreación, y la elige como escenario para la realización de esta obra.
83 De acuerdo con Pierre Daix (2002), las oscilaciones personales de Courbet contribuyeron a dispersar su nom-
bre en base a fanfarronadas y mentiras estratégicas.
84 El crítico inició su reclamo a Courbet en 1916. Sin embargo, Castillo no lo descalifica totalmente, pues lo
señala como «de mediano tamaño» (1916a, p. 27). El principal factor de su desestima al francés se debe a que
destruyó el patrimonio artístico. Para el peruano, él fue el responsable directo de la demolición de la columna
Vendôme o de Austerlitz en 1870, cuando este fue presidente de la Comisión de Bellas Artes, durante el tiempo
de la Comuna de París. Esta recriminación comprende un rechazo mayor a los franceses, fundamentado por
los desastres que causaron durante la Primera Guerra Mundial y por otras injurias contra bienes artísticos: la
90
Las disciplinas
destrucción de la Alhambra, el atentado contra La última cena de Leonardo da Vinci (1452-1519), los saqueos
de monumentos inmuebles de Italia y España que alimentaron la colección del Museo del Louvre, y «hasta hace
muy pocos años el saqueo al Palacio Imperial de Pekín» (1918r, p. 592).
85 En un texto de 1920, Castillo indica: «El impresionismo sintético es el arte verdadero moderno y el que deben
seguir nuestros jóvenes pintores. Es el mismo que durante diez años enseñé, ejecutando personalmente, en los
jardines y la academia de la Quinta Hereen […] [El impresionismo] significa interpretación, visión propia, rá-
pida» (p. 520). Y en otro ensayo anota: «En el impresionismo —[debido a] su deliciosa sinceridad y fluidez— se
condensa hoy el secreto del acierto y éxito» (1919b, p. 159).
91
El ojo en la palabra
de Castillo86. Para el crítico, el argentino era el único pintor que pudo evocar el
contenido intrínseco del Titicaca87. Aquí, Castillo renueva la valoración sobre
Franciscovich, la cual había nacido en las exposiciones de 1916 cuando conoció
su obra.
Respecto al paisaje pampeano observado en el trayecto de Rosario a Buenos
Aires, el crítico gozó sus efectos cromáticos al amanecer, el cual se tornó «rubio
como el oro, por el sol matinal y los trigales» (Castillo, 1918p, p. 543). Así, evoca
de inmediato a los paisajistas argentinos María Obligado (1857-1938), Eduardo
Sívori y Martín Malharro, además de la obra de Echeverría88 y Ángel della Valle
(1852-1903), donde el paisaje forma parte de sus composiciones.
Histórica
86 Según Castillo (1918aa), la importancia de la plástica de Rusiñol y Meifrén Roig radicó en que representaron
los polos opuestos del paisajismo moderno español: «el uno apolíneo, todo verbo, delicadeza, sentimiento,
espiritualidad; el otro rudo, hirsuto, feo, pero todo dinamismo, una pupila y una paleta veristas, estupendas»
(p. 1034). Debido a ello, los recomendó como referentes plásticos para los pintores locales que incursionaban
en el paisaje, como Enrique Domingo Barreda.
87 «Lago sagrado del génesis incaico, de las islas encantadas llenas de misterio, de templos muertos […] desde hoy
tienen en el artista argentino su pintor-poeta» (Castillo, 1916c, p. 200). La obra reproducida en aquel ensayo
fue Márgenes del Titicaca, hecho en óleo sobre lienzo (Castillo, 1916d).
88 No se ha podido identificar a este artista.
89 Actualmente la obra se encuentra en la municipalidad distrital de Cochabamba, Bolivia.
92
Las disciplinas
90 Lira y Castillo comparten varios aspectos: el primero ejerció la crítica de arte y la docencia artística en la So-
ciedad Artística (1867), la Unión Artística (1885) y el Salón Libre de Pintura (1906), organizó las primeras
exposiciones en Chile y las impulsó durante los años posteriores; asimismo, apoyó en la conformación de un
museo de Bellas Artes para Santiago. El segundo fue crítico en diversas revistas y periódicos en Lima, Buenos
Aires y Tucumán, impartió la enseñanza en el taller de la Quinta Heeren (1906-1914), en la Sociedad Estí-
mulo de Bellas Artes (1912) y en el Círculo Artístico (1917). A su vez, organizó la primera exposición de arte
argentino, en 1892, y el primer vernissage en Lima, hacia 1906. Finalmente, en sus notas sobre arte, propuso la
reestructuración del Museo de Historia Nacional e impulsó la creación de la Escuela de Bellas Artes en Lima.
91 Un hecho histórico similar había interpretado Castillo con El saqueo del Coricancha (1915), en el sentido de
ser una interpretación del desenlace funesto de un tiempo histórico local para dar paso a otro foráneo (Paitan
Leonardo, 2015).
92 «Hizo su aparición don Teófilo [Castillo] quien mira y remira las obras y al cabo de unos minutos echa a reírse
de buena gana. “Acepto, señor, que mi pintura no le guste, pero eso no le da derecho a que se burle de ella”, le
reprochó Sabogal, acercándosele. En el tono más cordial y festivo, Castillo le respondió: “No lo tome usted así,
mi amigo. Su obra es estupenda y lo felicito por ella. Me río porque estoy gozando al imaginar las caras que
pondrán las cacatúas limeñas cuando vean estos cuadros”» (Castillo, 1990, p. 6).
93
El ojo en la palabra
Religiosa
94
Las disciplinas
Mitológica
Uno de los grandes temas de la pintura occidental es la mitología. Entre los per-
sonajes que sirvieron de inspiración para este asunto se encuentra Orfeo, músico
griego que descendió al Hades para rescatar a su amada Eurídice. En Santiago,
Castillo lo encontró plasmado con el pincel del español Fernando Álvarez de
Sotomayor (1875-1960) en el lienzo Orfeo atacado por las bacantes93 (1902), de-
nominado por el crítico como Orfeo y las ninfas. Es probable que el crítico haya
elegido el término «ninfas», deidades menores de la naturaleza, porque el óleo re-
presenta al personaje mítico rodeado de varias jóvenes desnudas en un ambiente
en el que prepondera más lo sensual que lo fatal; ya que, según la tradición, Orfeo
muere asesinado por las bacantes, mujeres oficiantes del culto al dios Baco, tras
rechazarlas sexualmente.
Dicha pintura fue hecha durante la estancia parisina de Álvarez de Sotomayor
y fue, para Castillo, la obra capital del recinto. El crítico intuyó las influencias del
francés Alfred Philippe Roll (1846-1919) y del español Joaquín Sorolla (1863-
1923) en lo «briosa, enérgica, tendenciosa» (Castillo, 1918k, p. 433) de la paleta
del pintor. Es posible que relacionara a los tres artistas debido a que coincidían
en el interés por los efectos lumínicos y la técnica libre, abocetada con colores
fuertes. Asimismo, la terna ejecutó temas de crítica social, con claroscuros marca-
93 En la Exposición de Pintura de Madrid de 1904, Álvarez de Sotomayor presentó Orfeo atacado por las bacantes,
mientras que Manuel Benedito expuso El infierno de Dante. Los dos cuadros causaron sensación y los consagra-
ron como maestros. Ambas obras vinieron a Chile para la exposición del centenario y fueron adquiridas por el
Museo de Bellas Artes de Santiago (Álvarez Urquieta, 1928).
95
El ojo en la palabra
Literaria
Una de las obras literarias que inspiró a la pintura fue la Divina comedia (1308-
1321), escrita por el poeta italiano Dante Alighieri (1265-1321). En el Palacio
de Bellas Artes de Santiago, Castillo (1918k) observó un óleo basado en aquella
narración: Canto vii del Infierno de Dante94 (1904) del español Manuel Benedito
(1875-1963). El crítico modificó su nombre a El suplicio del oro, debido a una
lectura narrativa: la obra representa el sufrimiento en el infierno de los avaros y
los pródigos que expían sus pecados al cargar grandes esferas y estar enfrentán-
dose entre ellos.
Alegoría
El concepto de alegoría que manejó el crítico era el de personificar una idea que
se conecta con el presente de una nación. Solo en una ocasión el peruano observó
una pintura de contenido alegórico.
En su paso por Santiago, el viajero accedió a la Sala de Transacciones, tam-
bién llamada Salón de Rueda, dentro de las instalaciones de la Bolsa de Valores.
Allí divisó, en el muro de fondo, la obra del chileno Pedro Subercaseaux Alegoría
del trabajo (1917) (ver figura 3). Es un óleo sobre lienzo de grandes dimensiones
con el que Castillo tuvo una simpatía inusitada: «[es] la obra más seria de pintor
sudamericano contemporáneo por mí estudiada» (1918j, p. 409), y aumentó su
importancia al añadir que se adquirió por 40 000 pesos.
El crítico, al valorar el total de obras vistas durante su viaje, dio por sentado
que la de Subercaseaux fue su predilecta. La mención del precio está conectada
con el concepto de patriotismo que incluye Castillo, pues esto motiva el auspicio
económico de instituciones oficiales y particulares a los artistas nacionales. El alto
monto por el que se pagó indica que no se escatimaron gastos para decorar los
94 La ficha de inventario PE-0022, con el número de registro 2-1679, indica el nombre «El suplicio de los avaros»;
sin embargo, en el Catálogo de la Exposición del Centenario de 1910 figura como «Canto vii del Infierno de
Dante» (Exposición Internacional de Bellas Artes de Santiago de Chile, 1910, p. 50). A este nombre Castillo
se refería como un «título demasiado campanudo, bibliográfico [que] se me antoja simplificar: El Suplicio del
oro» (Castillo, 1918k, p. 433). Esta obra fue expuesta en 1904 en Madrid bajo el título El infierno de Dante.
96
Las disciplinas
97
El ojo en la palabra
95 Entre líneas, el crítico expone la situación de Antofagasta antes y después del conflicto entre Perú, Bolivia y
Chile, en 1879. La descripción menesterosa refiere al estado de la ciudad cuando era boliviana. El cambio su-
cedió con la administración chilena gracias al crecimiento económico originado por la explotación de recursos
como el salitre y el cobre, lo cual condujo a un proceso de expansión urbana, y por la migración que arribó con
fines comerciales y su consecuente modernización.
98
Las disciplinas
Social
Este tema tuvo un lugar particular en la pintura del siglo xix gracias al realismo,
estilo que propugnaba la conciencia sobre la realidad objetiva.
En Buenos Aires, Castillo mencionó dos pinturas con esta temática, ambas
del español Manuel Mayol: El vendedor de periódicos (1918), acuarela publicada
en enero de 1918 como portada del número 21 de la revista argentina Plus Ultra,
y Fin de huelga (1917), uno de sus últimos óleos.
El crítico se limitó a hablar de Fin de huelga, pintura que tuvo una favorable
recepción en Buenos Aires y Rosario «por la crítica inteligente» (Castillo, 1918s,
p. 613). Añadió que el asunto elegido fue poco apto para que Mayol se luzca: una
escena de obreros a la hora matinal de invierno. Aquí precisa su valoración sobre
la técnica y la temática, puesto que lo más resaltante en Mayol —para Castillo—
fue su despliegue vasto de la paleta matizada, acentuada en sus caricaturas. El
crítico valoró el mérito de la ejecución de la obra a pesar de la carencia completa
de efectos cromáticos, debido a que el español ejecutó diestramente «una sinfo-
nía de grises dificilísima de sostener, sobre todo mediando dimensiones grandes»
(p. 613).
Género
Castillo no manejó un concepto sobre este tema durante el viaje. Aunque lo abor-
dó en ocho oportunidades, solo una vez presentó un comentario desarrollado;
sobre las otras habló de manera genérica.
En el Palacio de Bellas Artes de Santiago, el crítico comentó una obra del
español Manuel Benedito, catalogada y fechada por Castillo como Barbería
Holandesa de 1906, a pesar de que el título era Sábado en Volendam (1910)
(Exposición Internacional de Bellas Artes de Santiago de Chile, 1910). El óleo
99
El ojo en la palabra
96 El crítico lo menciona como «Polly», es posible que sea un error tipográfico del linotipista de Variedades.
97 Óleo enviado desde España para la Exposición del Centenario de 1910.
100
Las disciplinas
101
El ojo en la palabra
una mujer en primer plano con un moderno vestido y, tras ella, el balneario de
Mar del Plata, en Buenos Aires. Castillo (1918s) estimó favorablemente la factura
de esta obra en relación al talento que pudo reconocer en Alonso para tratar los
retratos femeniles.
Desnudo
Durante el viaje, Castillo no expuso un concepto definido sobre este tema; sin
embargo, según las referencias que brindó, concordamos que el juicio empleado
es acorde al establecido en 1919, donde lo concibe como de difícil ejecución
(Castillo, 1919b). En la ruta, el crítico se refirió a este asunto en dos ocasiones.
En el Palacio de Bellas Artes de Santiago, el crítico apreció el óleo La perla del
mercader (1884) del chileno Alfredo Valenzuela Puelma. Expuesta y premiada en
el Salón de París de 1885 bajo el nombre de Marchand d’esclaves, Castillo la deno-
minó Esclava debido a que lo más resaltante era el desnudo femenino exhibido,
102
Las disciplinas
Animales
Este tema tuvo una sola aparición durante el viaje. En el Palacio de Bellas Artes
de Santiago, el crítico dio una mirada furtiva al pastel Caballos arrastrando lanchas
en el canal de Bruges del italiano Ferdinand-Jean Luigini (1870-1943)100, el cual
representa a dos caballos con arnés y montura en medio de un camino. El traba-
jo fue considerado favorablemente como una «acuarela enorme y vigorosísima»
(Castillo, 1918k, p. 434).
98 «Me enamoro hasta cierto punto de Valenzuela y de su brillante Esclava» (Castillo, 1918k, p. 433).
99 Villegas Torres (2016) señala que este óleo se encuentra actualmente en el Museo Nacional de Bellas Artes de
Buenos Aires; sin embargo, no figura en el inventario.
100 En el ensayo donde figura esta mención el nombre del artista aparece como «Luigui». Es un error tipográfico.
103
El ojo en la palabra
Interiores
Una de las obras de la colección del Palacio de Bellas Artes de Santiago poseía
este tema. Era el oleó Interior101 del alemán Max Uth (1863-1914), en el que se
muestra una habitación con objetos, como libros y otros elementos, sobre un
escritorio, un armario y un sillón. Esta obra es parte del conjunto de cuadros
«buenos» (Castillo, 1918k, p. 434) señalados por el crítico en el recinto.
Escultura
La escultura fue una disciplina atractiva para Castillo durante el viaje, a pesar de
que no la practicó. Este interés se vio reforzado gracias a la gran cantidad de obras
que observó en plazas, parques o resguardadas en museos y estancias privadas. En
este campo sobresalen Chile y Argentina debido a los programas de embelleci-
miento urbano y conmemorativo por sus centenarios nacionales. Perú cuenta con
dos conjuntos, uno del siglo xix y el otro de inicios del xx.
El crítico desliga algunos comentarios que permiten aproximarnos a su con-
cepto sobre la escultura pública monumental y la ornamental. Sobre la primera
prioriza el aspecto conmemorativo de asuntos cívicos y figuras de la historia na-
cional, la colosalidad y el ser clave de modificaciones urbanas en torno a ellas,
incluso rompiendo con la visión del entorno arquitectónico. Se añade que la pri-
mera también decora el espacio público y, por ello, el crítico a veces la denomina
como escultura ornamental. La segunda, si bien posee una libertad temática, no
exhibe otro mensaje más que lo decorativo; es de formato menor en comparación
con la monumental y se inserta en paseos, parques y plazas. Para Castillo, las
mejores esculturas ornamentales se encuentran en Argentina, especialmente en
Córdoba y Tucumán; en las ciudades chilenas son casi inexistentes.
Asimismo, para el crítico, la proporcionalidad entre el pedestal y la escultura
es un requisito importante si se trata de un monumento público, debido a que
contribuye a la armonía en la percepción visual del espacio alterado y a la memo-
ria del suceso o persona perennizada.
Las evaluaciones estéticas y artísticas sobre la escultura fueron desarrolladas
por el crítico en nueve líneas temáticas: retrato, histórica, mitológica, alegoría,
101 El lienzo fue enviado desde Alemania para la Exposición del Centenario de 1910. Castillo le atribuye ese título,
su nombre original es Abuelo.
104
Las disciplinas
religiosa, género, social y animales, que serán tratadas siguiendo el mismo orden
empleado en la disciplina de la pintura.
Retrato
Histórica
Este tema está representado por seis esculturas públicas en bulto redondo y dos
bajorrelieves.
Dos esculturas que conmemoraron al Libertador argentino José de San
Martín pertenecen a Chile y Argentina. El busto ubicado en Los Andes, «la úl-
tima población chilena cerca del valle del Aconcagua» (Castillo, 1918k, p. 436),
es de autor no identificado. Fue inaugurado el 12 de febrero de 1917 y muestra
a San Martín con traje militar, bicornio y envuelto con una capa. Para el crítico
resultó ser un «pobre monumento» (p. 436), pues la impresión conjunta con la
plaza en donde se encontraba resultó desfavorable por el estado de descuido y
abandono que relucía.
La otra escultura broncínea de San Martín se encuentra en Mendoza y fue he-
cha en 1904 a partir del modelo del francés Louis-Joseph Daumas (1801-1887)
de 1862, ubicado en Buenos Aires. Forma parte del conjunto de réplicas puestas
en otras plazas de América y Europa. A excepción de una, todas representan al
Libertador a caballo con la mano derecha extendida señalando a los Andes. En
el caso del monumento de Mendoza, la atención del crítico se centró en la base
compuesta de una gran piedra, «arrancada» (1918l, p. 452) de la cordillera cita-
102 El tema y la manera de ejecución de la efigie marmórea de Adela S. Remis le recordó a Castillo el estilo del es-
cultor italiano Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564), a quien denominó «Rodin del antiguo» (1918o, p. 524),
pues atribuyó a este el origen estilístico del escultor francés Auguste Rodin.
105
El ojo en la palabra
106
Las disciplinas
Religiosa
103 El viajero citó a Lola Mora cuando ingresó a la casa de Felipe de Osma y Pardo, donde la comparó con Clotilde
Porras de Osma, esposa del dueño del recinto. Castillo (1915c) añade que la escultora se relacionó con el poeta
italiano D’Annunzio y recordó que este le firmó un autógrafo con la inscripción «A Lola, egregia, sempre peti-
nata [sic] per il vento» (p. 2923).
107
El ojo en la palabra
108
Las disciplinas
La obra mencionada por el peruano es Leda y el cisne (1540) del manierista italia-
no Bartolomeo Ammannati (1511-1592). El crítico prefirió las texturas inacaba-
das de Zonza Briano frente a lo pulido y «correcto» de Ammannati, ya que a par-
tir de la simplificación de formas se prioriza el porte subjetivo en el espectador.
Para la época, estas características estaban contenidas en la plástica rodiniana,
donde resaltaba lo inconcluso, lo nervioso y lo reflexivo, factores que rompían
con las pautas de la escultura académica que originó Rodin, uno de los modelos
estéticos de Zonza Briano (Brughetti, 1995).
El crítico sugirió una influencia más, las características estilísticas de Zonza
Briano tenían relación con la plástica del italiano Medardo Rosso (1858-1928),
a quien definió como un «brioso modernísimo capo scuola105 de la estatuaría ita-
liana»; además, sostuvo que ambos siguen, aunque con variaciones particulares,
al «modelador máximo, creador inimitable de las figuras pasionales, meditati-
vas, apenas delineadas, henchidas de intensa vida, el inmenso Miguel Ángel»
(Castillo, 1918r, p. 591), debido a que la plástica moderna tiene los mismos
convencionalismos que la antigua, solo que bajo factores particulares que brinda
el contexto106.
Un elemento importante que lo atrajo a las obras de Zonza Briano fue el
ambiente, ya que —en esa fecha— estas obras estaban ubicadas en las salas bajas
del museo, donde se concentraban la penumbra y los claroscuros. Así, esa misma
impresión sobre Creced y multiplicaos la encontró en otras piezas del argentino,
«todas de aflicción y tortura, desnudeces verlenianas, visiones locas de ensueño,
vaguedades de dolorosa quimera» (p. 591).
104 El crítico se refiere al Palacio Bargello de Florencia, denominado posteriormente como Museo Nacional del
Bargello desde 1865. La palabra italiana bargello significa alguacil.
105 La expresión italiana capo scuola significa jefe de la escuela.
106 La referencia a Miguel Ángel por Castillo, expuesta en su primer ensayo en Italia, hacia 1887, sucedió para
demostrar su trascendencia en la plástica italiana de su época. Por otro lado, sugiere que el modelo miguelange-
lesco fue precedente para el más posicionado exponente de la escultura moderna de fines de siglo xix, Auguste
Rodin, a quien también admiró Pedro Zonza Briano.
109
El ojo en la palabra
Mitológica
Este tema fue abordado en una ocasión durante el viaje. La diosa Diana, llevada al
mármol por el francés Alexandre Falguière (1831-1900), fue expuesta en el Salón
de París de 1891 y adquirida por el marchant Sylla Monsegur, quien la obse-
quió al doctor argentino Aristóbulo del Valle; a su muerte, su connacional Carlos
Pellegrini, fundador del Jockey Club de Buenos Aires, la compró a la viuda de
Valle y la instaló en el local de dicha institución en la calle Florida.
La escultura evoca a la deidad romana de esbelto cuerpo desnudo en el ins-
tante posterior al lanzamiento de una flecha con el arco largo dirigido a lo alto.
Diana fue considerada por el crítico como un espléndido original que imprimía
el sello artístico al suntuoso vestíbulo, a la escalera donde se posicionaba y, prin-
cipalmente, al Jockey Club.
110
Las disciplinas
Alegoría
Este tema fue motivo de diez esculturas distribuidas entre Perú, Chile y Argentina,
todas ellas ubicadas en espacios públicos. Excepto tres, los otros son proyectos
conmemorativos por el centenario de la Independencia de cada país.
En Chile, Castillo resaltó tres grupos escultóricos de bronce obsequiados por
las colonias española, alemana e italiana.
El Monumento a América y España, hecho por el español Jaime Pedreny
(1888-1941), lo encontró en la plaza Colón, en Antofagasta. En la obra, América
y España estaban representadas por dos mujeres de pie sobre un pedestal elevado.
A la derecha, un cóndor portaba el escudo chileno, mientras que al lado izquierdo
inferior se encontraba un león.
En Santiago, el crítico observó en la zona oriente del Parque Forestal la Fuente
Alemana (1910) del alemán Gustav Eberlein, donde se representa a un grupo de
siete figuras107 que evocan, entre otros asuntos, alegorías y personajes mitológicos
sobre un barco, además de un cóndor como símbolo de Chile y los lagartos que
aluden a América (Voionmaa Tanner, 2005). Finalmente, Castillo observó, en
la plaza Italia, el Monumento al Genio de la Libertad (1910) del italiano Roberto
Negri, el cual muestra a la libertad republicana como un joven alado con una
antorcha junto a un león.
Para el viajero, a excepción de los dos últimos monumentos citados, no había
otra escultura similar en Santiago que pueda emular al Monumento al Dos de Mayo
(1866-1874), grupo escultórico de mármol y bronce instalado en el antiguo Óvalo
de la Reina, realizado por el arquitecto Edmond Guillaume (1826-1894) y el escul-
tor Louis-Léon Cugnot (1835-1894), ambos franceses; ni al Monumento a Francisco
Bolognesi (1905), bronce del español Agustín Querol (1860-1909). Ambas obras se
encuentran en Lima y, para el crítico, de la última solo merece destacarse el pedes-
tal. A partir de estos dos ejemplos sostuvo que Lima era superior a Santiago.
Sin embargo, anteriormente, Castillo (1914b) había desaprobado a ambas
porque no plasmaban el «alma nacional» (p. 902). La dificultad residió en el as-
pecto conceptual, es decir, el motor ideológico de ambos monumentos limeños no
respondía al sentir nacional, aunque ello no desacreditó su aspecto artístico, pues
107 Según Liisa Flora Voionmaa Tanner (2005), la dificultad en la lectura iconográfica de la Fuente Alemana se debe
a que no se conoce el significado de algunos personajes porque Eberlein no legó documentación sobre ellos,
a su vez carecen de atributos claros que los definan individualmente. Tampoco se sabe el mensaje conclusivo
del grupo escultórico. Solo se pudo identificar a las figuras mitológicas y alegóricas, dejando al resto al libre
discurso del espectador.
111
El ojo en la palabra
112
Las disciplinas
El monumento a los españoles fue el nombre que Castillo puso a La Carta Magna
y las cuatro regiones argentinas (1927), mármol emplazado en Buenos Aires. El
proyecto realizado por Agustín Querol fue terminado por miembros de su taller.
Al describir el grupo escultórico, el crítico lo comparó con otro proyectado en la
misma avenida Alvear: «[es] blanco y colosal, quizás más grandioso y rico que el
anterior [el Monumento de Francia a la Argentina], obsequio a la metrópoli del
Plata por los españoles» (Castillo, 1918r, p. 590).
Al igual que el Monumento a los dos Congresos, La Carta Magna… tiene a la
República personificada por una joven al centro sobre un pedestal, en el basa-
mento se presentan bajorrelieves marmóreos relacionados con el trabajo, mien-
tras que en la zona media se despliegan altorrelieves, bajorrelieves y esculturas
en bulto redondo con temas alegóricos. En cada esquina hay una gran figura de
bronce que representa a las regiones argentinas: los Andes, el Río de la Plata, el
Chaco y la Pampa. En la base se adecuó una piscina donde figuran jóvenes bañis-
tas sobre montículos pétreos.
Esta obra pasó por muchas dificultades para su culminación108. Hacia 1918
se remitieron e instalaron algunas partes, las cuales Castillo reprodujo en una fo-
108 Agustín Querol fue elegido entre sus compatriotas Miguel Blay y Mariano Benlliure por la Comisión de Bue-
nos Aires para realizar el monumento; sin embargo, luego de firmar el contrato el 23 de abril de 1909, realizar
el proyecto y finiquitar los detalles de las inscripciones, murió repentinamente el 14 de noviembre de ese año.
La comisión decidió que el encargo recaería sobre los discípulos y operarios de Querol, bajo la asesoría de un es-
cultor de prestigio, eligiéndose al español Cipriano Folgueras, quien falleció en 1911. Finalmente, los italianos
Cervetti (artista no identificado) y Domenico Boni, siguiendo el plano inicial del maestro Querol, pudieron
concluir el trabajo. Para un detallado análisis documental de lo mencionado, ver: Gutiérrez Viñuales (2005).
113
El ojo en la palabra
114
Las disciplinas
Social
Desnudo
115
El ojo en la palabra
Género
Dentro del Palacio de Bellas Artes de Santiago, Castillo observó el mármol Niño
taimado (1893) del chileno Simón González (1859-1919). Esta obra tuvo una
mención honrosa en el Salón de París de 1893 (Cruz de Amenábar, 1984) y
medalla de bronce en la Exposición Internacional de Arte de Barcelona (1898);
mientras que el yeso original recibió el mismo galardón en el Salón de 1908
(Cortés Aliaga, 2016). La escultura representa a un niño desnudo con postura y
rostro caprichosos, objetivo final del escultor. Cabe decir que, aunque no elaboró
un comentario más desarrollado, el crítico la mencionó como una de las obras
modernas del Palacio de Bellas Artes.
El mármol Bailarina del español Mariano Benlliure (1862-1947), ubicado en
el Club Español de Buenos Aires, fue la escultura más importante de esa colec-
ción. Castillo (1918t) hizo una detallada descripción acerca de sus características
y aseveró que la prestancia de la pieza era la constancia para que fuera la «única
reina y soberana de las salas» (p. 638). Además, indicó:
Jamás vi presentada, plásticamente, con más elegancia y soltura una figura danzante
de mujer andaluza que esta vez. Toda está recogida, casi apabullada en un giro rau-
dísimo de serpentina y del conglomerado de aquel de seda, flecos, flores, solo surge
inmóvil, extático [sic] un pie rígido, efecto de anatomía exquisita, como ofrecién-
dose al beso de todos los hombres que suben la regia escalinata del club (p. 638).
Para el viajero peruano, con solo ver el pie de la fémina es factible construir re-
latos fantásticos como aquel referido al desnudo femenino de Antonio Canova,
relato que escuchó en el Museo Vaticano. «Creo que esta Bailarina del escultor
valenciano, nada más que con el pie [...] podía prestarse a idénticas exaltaciones»
(p. 638).
Animales
116
Las disciplinas
Caricatura
Sobre esta disciplina Castillo habla, exclusivamente, en su paso por Argentina, sin
comentar alguna obra en especial. A pesar de ello, incluyó una autocaricatura de
Manuel Mayol, donde el artista exageró las proporciones de su cabeza (ver figura 6).
117
El ojo en la palabra
111 Si rastreamos el uso de los términos citados en Lima, estos fueron discutidos en las directrices establecidas por
la revista Variedades, tribuna de Castillo, en su número prospecto de 1908, el cual nos revela dos cuestiones:
los límites del proceso creativo de los dibujantes y la situación de la caricatura para la época en las revistas
modernas locales que replicaron a sus símiles argentinas. La editorial definió dos rumbos que podía tomar la
caricatura: el primero, y al que se adscribía Variedades, era «espiritual, inofensiva, y respetuosa con los hombres,
intencionada y expresiva al traducir alegremente las situaciones y llena de gracia culta, que no puede producir a
las personas caricaturizadas la amarga impresión de burla u ofensa». La otra forma era «agresiva, ridiculizadora,
hiriente y grotesca, que hace con el dibujo del artista lo que el pasquín y el libelo en la prensa» (Anónimo, 1908,
p. 1). Este último tipo recuerda, en cierta forma, a las destructivas imágenes políticas de inicios de la República
hasta las últimas décadas del siglo xix peruano y argentino.
112 Según Castillo (1918z), el aporte japonés en el dibujo fue la base del humorismo europeo. Esta base moderna
fue difundida por Cappiello, exponente del modernismo italiano, y Goursat (apodado como «Sem»), «carica-
turista del gran mundo, de los hipódromos y de los lugares de moda» (Columba, 2007, p. 61). Sem conoció el
trabajo de Cappiello en París, en 1890. Ambos artistas coincidieron en la revista francesa Le Rire y postulaban
la no exageración fisonómica de los personajes ni la inclusión de contenidos politizados, características de la
caricatura política; en su reemplazo, postulaban la parodia sutil y ligera, mediante la menor cantidad de trazos,
siendo estos sintéticos y precisos, de la sociedad parisina de la Belle Époque.
118
Las disciplinas
113 Este artista se inspiró en el periódico El Mosquito de Henri Stein para crear en Brasil una revista símil, llamada
O Mosquito en 1869.
114 No se ha podido identificar a este artista.
119
El ojo en la palabra
el Primer Salón. Y por otro, Ramón Columba (2007) revela que en varias esqui-
nas de Buenos Aires, aparte de la calle Florida, se instalaban pantallas con una
proyección luminosa denominadas «Columba y Pelele», las cuales exhibían las
noticias del día alternándolas con caricaturas.
Fotografía
Esta disciplina ha estado presente durante todo el viaje, desde anécdotas con
viajeros115 que poseían cámaras Kodak116 hasta el uso de una de estas máquinas
por el propio Castillo y la mención de ejecutar fotografías durante el viaje, de las
cuales algunas, posiblemente, fueron incluidas en sus ensayos.
Sin embargo, como parte de un enjuiciamiento crítico solo ha figurado en
una oportunidad. El concepto de fotografía que tiene Castillo es el de la «inter-
pretación pictórica del natural» (1917c, p. 1306), esto significa concluirla como
si fuera una pintura, a partir del único modelo tomado: el paisaje.
En los dos ensayos iniciales del viaje, el peruano introdujo a los fotógrafos
Martín Chambi (1891-1973) y Enrique Masías (1898-1928). Ambos artistas
presentaron series fotográficas en la exposición del Centro Artístico de Arequipa
en diciembre de 1917. Castillo no detuvo su pluma en Chambi; en el caso de
Masías, sí enjuició su serie fotográfica. Esta actitud revela que el crítico tuvo pre-
dilección por el citado artista, debido a que eligió evaluar su conjunto, además de
seguir de cerca su desarrollo artístico desde 1915117, a diferencia del recién cono-
cido Chambi. Es de considerar que el viajero usó tres fotografías de Masías que
115 La accesibilidad del producto y su fácil uso por distintos tipos de públicos se replicó en otros países, en especial,
en los casos de viajeros pudientes que deseaban tomar instantáneas de los lugares transitados así como de los
objetos de interés. Esto lo encontramos en el primer artículo de Castillo, cuando este, al entablar una conversa-
ción con una dama, describe el equipaje de la señora: «ha viajado mucho […] lleva también su caja de colores,
álbumes y kodak respectivo» (Castillo, 1917a, p. 1259).
116 En Lima, hacia finales de la segunda década del siglo xx, se publicitaban en la revista Variedades anuncios de
la compañía fotográfica Kodak, recalcando la facilidad de uso de la cámara tanto por niños como por adultos.
«La Kodak conserva una crónica fotográfica completa, fidedigna, de todos los incidentes placenteros de nues-
tra vida. Lo mismo el niño que el adulto puede operar la Kodak con la mayor facilidad» (Anónimo, 1919b,
p. 325).
117 La primera crítica de Castillo sobre el fotógrafo ocurrió en 1915, cuando analizó un grupo fotográfico enviado
junto con el de Ernesto Brenneisen desde Trujillo. De Masías le impresionaron las vistas de parajes arequipeños
al atardecer, los que contenían «bellos y difíciles [efectos de] contra-luz» (1915b, p. 2366). El crítico resaltó la
destreza del empleo de la Kodak de Masías, sin desaprobar ningún detalle técnico y, desde luego, sin ninguna
mención de recursos artificiales, como el retoque.
120
Las disciplinas
constan de vistas de Mollendo para ilustrar su primer ensayo, y que dichas obras
seleccionadas debían cumplir con sus criterios requeridos sobre la fotografía.
En la exposición del Centro Artístico opinó sobre Masías: «es de lamentar
que sus aficiones no lleguen a la interpretación pictórica del natural y se limiten
al manejo fácil, algo ya banal del kodak» (Castillo, 1917c, p. 1306). Tal comen-
tario sugiere dos consideraciones: primero, la finalidad de la fotografía como una
reproducción artística del paisaje natural, que guarde relación con la factura de la
pintura paisajista; y, segundo, la censura al retoque, recurso facilista usado en la
fotografía que da como resultado un acabado artificial, contrario a la interpreta-
ción pictórica de Castillo, al cual considera como una solución común de algunos
fotógrafos coetáneos, sobre todo de amateurs118.
El caso del retoque fotográfico como factor alterativo de composiciones lo-
gradas en Masías no es un hecho aislado, pues a lo largo de 1917 se han encon-
trado dos similares críticas sobre este defecto119. De igual forma sucedió al año
siguiente, el 2 de marzo, durante el viaje de Castillo120.
Se comprende que la crítica sobre el fotógrafo se tradujo en la concepción de
una nueva forma de ver y entender el escenario natural denominada pictorialis-
mo, es decir, una nueva forma de paisajismo, que consiste en el alejamiento del
uso documental y la práctica del género «de galería» para dar paso a la fotografía
al aire libre121 con el uso de recursos que imitan fórmulas pictóricas como el con-
118 La masiva aparición de fotógrafos amateur fue resultado de la creciente venta y uso de la cámara Kodak desde
finales del siglo xix, teniendo como precedente la labor del fotógrafo Peter Bacigalupi, tanto con la revista El
Perú Ilustrado, donde se dio la promoción fotográfica de los aficionados, como con su interés en democratizar
la técnica y el uso en el público al distribuir en Lima las máquinas fotográficas Kodak y brindar pautas para su
empleo a quien las adquiriese (Majluf y Wuffarden, 2001).
119 Dos meses antes del viaje de Castillo, Masías participó en el primer concurso fotográfico en la Sociedad de
Bellas Artes en Lima, bajo el seudónimo «Saisam», con la obra La pareja fantástica, junto a otros 237 trabajos
presentados (Anónimo, 13 de octubre de 1917). Un crítico anónimo (1917b) evaluó dicha fotografía y reveló
que «a Saisam le hace daño el retoque exagerado, que lo revela más que simple aficionado» (p. 1092). El 6 de
octubre de 1917 se publicaron en Variedades dos fotografías de Masías, de las que un autor anónimo (1917a)
reconoció su talento, pero le brindó al artista consideraciones para que no entorpezca su trabajo en el futuro:
«queremos prevenir al artista de algo que daña a nuestro entender sus obras: el exceso de retoque. Sin este sus
paisajes aunque menos impresionantes serían de mayor mérito. El retoque es bueno y hasta necesario; pero su
abuso es de fatales consecuencias» (p. 1054).
120 Nos referimos a la obra El Ángelus, de la cual un crítico anónimo (1918a) de Variedades incidió nuevamente en
el abuso de la artificialidad, esta vez en el retoque usado para forzar el efecto de contraluz. A decir del comen-
tarista, este recurso no es necesario pues el clima arequipeño es propicio para generar fácilmente contraluces y
efectos lumínicos en cualquier lugar y momento.
121 El género «de galería», a nuestro juicio, está asociado con los retratos. En el caso de la fotografía hablamos de
foto-óleos. En 1914, Castillo comentó sobre el estado actual de la fotografía, sobre criterios como la intuición,
que iba adaptándose progresivamente, y acerca de procedimientos técnicos no difundidos aún, como la goma
bicromatada, entre profesionales y aficionados (Castillo, 1914c).
121
El ojo en la palabra
Artes decorativas
Los bienes que comprenden las artes decorativas son conformados por los ornamen-
tos aplicados a la arquitectura, pintura mural, muebles y enseres como cerámica.
El caso más significativo de este tipo de objetos se registró en la casa del
austriaco Arthur Posnansky, ubicada en La Paz, en «la esquina de una calle que
había sido aperturada [sic] por él, al lado de la portada del Seminario salvada de
la destrucción» (Castillo, 1918f, p. 257). El crítico consignó a Posnansky como
el «artista-poeta de Tiahuanaco» (1918e, p. 236), autor de un novedoso estilo
decorativo sobre la base de elementos americanos. Castillo define el trabajo de
Posnansky como un proceso lógico, «copiosísimo de arte decorativo» (p. 236),
pues sustrajo un amplio repertorio de diseños de la iconografía de la cultura
Tiahuanaco, descubiertos gracias a sus investigaciones en las zonas arqueológicas
en Bolivia.
Su obra, sostiene el viajero, además de original, fue racial, enérgica, viril y de
intensa trascendencia para el arte americano. Castillo sentenció que solo pudo
«admirarlo como merecía y aplaudirlo sin reservas» (p. 257).
El crítico afirma que, si bien la creación de Posnansky es única, existieron
antecedentes en Lima de la utilización de diseños iconográficos de culturas ances-
trales, como Chavín, en la fachada de la residencia del doctor Teófilo Falconí en
la avenida El Sol. Falconí la diseñó en 1914, influido por la «Piedra de Chavín»,
nombre con el que se conocía a la estela Raimondi, monolito de piedra expuesto
en ese momento en el Museo de Historia Nacional (Ravines, 1989). Castillo
denunció que la ornamentación propuesta por Falconí pasó desapercibida por la
prensa local a excepción de una nota suya ese mismo año122.
Por otro lado, Castillo incluyó junto a los dos citados inmuebles la evocación
histórica de la arquitectura virreinal planteada por el arquitecto Ricardo de Jaxa
122 Teófilo Falconí vivió cerca de la residencia de Castillo, en la avenida El Sol n.° 224. El crítico valoró la búsqueda
que realizó Falconí entre lo propio para inspirarse conceptual y artísticamente. Añadió que, para la fecha, la
«Piedra de Chavín» no tenía una explicación consistente, por lo que posibilitó que Falconí sea el que más se
acerque a la verdad en la interpretación de los dibujos del monolito a través de un artículo publicado en 1914
en el periódico La Crónica (Castillo, 1914a).
122
Las disciplinas
123 El ganador del concurso fue el diseño de Malachowski, en segundo lugar quedó el escultor peruano Luis Agurto
y la mención honrosa fue para el arquitecto francés Claude Sahut (Anónimo, 1916).
124 En la actualidad es el Museo de Arqueología y Antropología de Cambrigde.
125 En la actualidad es el Museo Nacional de Arqueología de Paris.
126 Esta afirmación fue compartida por Posnansky en 1913 al decir que la plaqueta de Berlín es la más interesante
de las plaquetas broncíneas. Comprada por el investigador alemán Max Uhle, en 1895, al señor Rocha en La
Paz, formaba parte de una colección de piezas arqueológicas de Tiahuanaco, las cuales también adquirió y
remitió al Museo de Berlín. A pesar del proceso dudoso de adquisición, las actas del registro y las cartas escritas
al director del museo, donde se argumentó que dicha pieza era Tiahuanaco, Uhle no dio explicaciones sobre la
procedencia de la plaqueta. Según Posnansky (1913), Uhle no respondió porque se dio cuenta del error en la
pronta catalogación. Posnansky sostuvo que, para la fecha, las plaquetas, si bien presentan motivos iconográfi-
cos de la ideología Tiahuanaco, proceden de las zonas donde se asentó el grupo étnico Cachalquíe, hasta donde
se presupone llegó su influencia y originó una estilización regional de sus motivos.
123
El ojo en la palabra
127 Según Posnansky (1913), Lafone Quevedo compró la plaqueta a una mujer en el pueblo de Chaquiago, sin
registro o documentación del lugar donde se extrajo, motivo por el cual este duda de que sea una pieza Tia-
huanaco, más bien, posiblemente proceda de la zona cachalquíe. Luego, en honor a su descubridor, la placa se
llamó Lafone Quevedo. En la actualidad se ha descartado que la plaqueta sea de la cultura Tiahuanaco y se la
ha afiliado estilísticamente a la cultura La Aguada (500-800 d. C.) de Argentina.
124
Las disciplinas
Por otro lado, el crítico encontró dos grupos decorativos hechos en pintura
mural. En el teatro Colón de Buenos Aires, el plafond de la sala del primer piso fue
pintado «magistralmente» (Castillo, 1918u, p. 664) por el italiano Mombelli128,
mientras que los muros laterales anteriores a la sala del segundo piso fueron he-
chos por artistas nacionales no especificados.
El grupo decorativo más importante estuvo en el palacio Goyeneche de
Arequipa, cuyo techo abovedado fue pintado al temple «con motivos pompe-
yanos, según el gusto de las épocas napoleónicas» (1918a, p. 48), por Fernando
Zeballos.
Finalmente, en Santiago, Castillo (1918j) comentó el éxito del peruano
Guillermo Hochkoeppler como decorador y mueblista de interiores de edificios
privados y comerciales de la ciudad. Su dormitorio Luis xv, presentado en la
exposición del Centenario en 1910, le hizo acreedor de la medalla de honor y
terminó siendo adquirido, posteriormente, por un particular, por 25 000 pesos.
Otros trabajos mencionados por Castillo son la decoración interior del palacio de
El Diario Ilustrado, concluido en 1916; y de la casa comercial Gath y Chaves y del
Hotel Savoy, por un costo de tres y cinco millones de pesos, respectivamente. El
principal atractivo fue la talla del paraninfo en roble blanco americano de la Sala
de Transacciones de la Bolsa de Valores de Santiago, realizada por Hochkoeppler,
a la cual el crítico aprecia por su hermosa y admirable factura.
125
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
129 La primera aparición pública de la faceta de retratista de Castillo ocurrió en 1887 con los anuncios publicados
en El Comercio para ejecutar obras de todo tipo, las cuales eran enviadas a Lima desde Florencia (Villegas y
Torres, 2005).
130 Según Luis Eduardo Wuffarden (2010), la factura de los retratos de Castillo indica que este copiaba los efectos
lumínicos fotográficos en el óleo.
131 Exceptuamos, del total (121) de fotografías reproducidas en la serie, tres ejemplares de Enrique Masías que
aparecen en el primer ensayo del viaje y dos de José Gabriel González que figuran en el quinto.
127
El ojo en la palabra
llos referidos a Argentina estuvieron ilustrados con la mayor parte de esta «obra
viajera», 66 piezas (fotografías), seguido de Perú con 44 (un óleo, 11 dibujos y
32 fotografías), Bolivia con 10 (2 ilustraciones, 4 dibujos y 4 fotografías) y Chile
con 14 (fotografías).
El pintor-crítico rescató, a través de su pincel, significativos vestigios cultura-
les de las épocas inca y virreinal. A excepción de dos perspectivas de rústicas calles
arequipeñas, los demás dibujos demuestran su interés por los bienes arquitectó-
nicos y escultóricos, como un intento de rescate patrimonial ante los peligros del
desinterés, el tiempo y el olvido. En ese sentido, Castillo concibió a las estructuras
arquitectónicas y, en un plano mayor, a las ciudades como depósitos del imagina-
rio colectivo respecto a procesos históricos e ideas religiosas, pues ambas delatan
la identidad de un pueblo (Villegas Torres, 2016). La fijación de Castillo sobre
aquellas eras estuvo motivada, por un lado, a su espíritu romántico que buscó
evocar épocas pretéritas nacionales y, por otro, a su desasosiego cuando observó el
estado deplorable que presentaban las obras, a fin de evitar su deterioro132.
Por otra parte, Castillo, al no realizar trabajos artísticos en Chile y Argentina,
demostró que ambas ciudades se encontraban ya insertas en el proceso de
modernización; en varias ocasiones, los vestigios ancestrales y objetos virreinales,
salvo pocas excepciones, fueron congregados a espacios privados o de entidades
oficiales.
En Arequipa, el crítico relató por primera vez cómo elaboraba un óleo en
un espacio público. Al divisar las torres de la catedral desde una calle estrecha
y ruinosa, se sintió emocionado al recordar una impresión similar en Sevilla y
sacó sus materiales para pintar al aire libre. Dicha actividad artística en la vía
pública implica dos consideraciones. Primero, la población arequipeña no estaba
acostumbrada al plenairismo que practicaba el artista. En segundo lugar, según la
impresión percibida por lo novedoso que resultaba ver a un pintor haciendo su
oficio en la calle, su praxis tuvo una recepción positiva. De esta experiencia nació
Una callejuela de Arequipa, que tiene como alma sevillana (1917), reproducida en
el segundo ensayo del viaje (ver figura 8).
132 Castillo veló por la defensa del patrimonio monumental inmueble al informar sobre las posibles e indeseables
modificaciones en las iglesias de Arequipa y Cusco. Los interiores de las iglesias de la Compañía y de San
Francisco estaban siendo despojados de las ornamentaciones áureas y las tallas antiguas para ser reestructurados
mediante «parches de yeso», así como figuras en bulto redondo del mismo material. El viajero señaló como
culpable de aquellas intervenciones a la Junta Departamental del Cusco (Castillo, 1918c). En Arequipa, tildó
de herejía «la extravagancia de enmascarar la piedra [de las fachadas de casas privadas y edificios públicos] con
colorinches» (1917b, p. 1288).
128
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
129
El ojo en la palabra
Figura 9. Rincón de Yanahuara. Calle Figura 10. Calle del Sr. León Velarde.
Bolívar, esquina León Velarde (1918) de Palacio Somocurcio, Arequipa (1918) de
Teófilo Castillo. Teófilo Castillo.
Fuente: Castillo (1917c, p. 1306). Arequipa. Óleo sobre lienzo, 49 x 25 cm.
Colección particular.
Fuente: Román (2008, p. 45).
Los dibujos restantes ejecutados en Arequipa son dos y están firmados. El pri-
mero es el púlpito barroco de la iglesia de la Compañía, captado con gran precio-
sismo y minuciosidad en los detalles ornamentales, con resalte en el mueble antes
que el fondo y el espacio circuncidante (ver figura 11). Los efectos de sombra son
realizados mediante líneas verticales firmes que se focalizan en la parte inferior
del púlpito y que se distribuyen hacia el lado izquierdo. El segundo dibujo es un
detalle del arco de la calle San Juan de Dios, donde prioriza las dovelas del arco
de medio punto (ver figura 12).
130
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
Figura 12. Detalle del arco de la calle San Juan de Dios (1917) de Teófilo Castillo.
Fuente: Castillo (1917c, p. 1305).
131
El ojo en la palabra
En Cusco, Castillo reprodujo la Casa del anticuario Olivera (1918) (ver figura
13), dibujo firmado que el artista llevó al óleo bajo el título de Casa del anticuario
(1918) (ver figura 14), cuadro hoy en posesión del Museo de Arte de Lima. El
pintor priorizó la fachada y la puerta de ingreso principal de la residencia.
Figura 13. Casa del anticuario Olivera Figura 14. Casa del anticuario (1918) de
(1918) de Teófilo Castillo. Teófilo Castillo.
Fuente: Castillo (1918d, p. 211). Cusco. Óleo sobre tabla, 33 x 24 cm.
Museo de Arte de Lima.
Fuente: Román (2008, p. 96).
132
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
Figura 16. Collcampata. Ruinas del palacio de Huaina Ccapac (1917) de Teófilo Castillo.
Fuente: Castillo (1918b, p. 70).
133
El ojo en la palabra
Figura 17. Ruinas del palacio de Collcampata. Hoy del conde de Lucci, señor Lomellini
(1917). Fotografía de Teófilo Castillo.
Fuente: Castillo (1918c, p. 190).
Figura 18. La famosa Casa del Almirante. Don Fadrique Martínez (1917) de Teófilo Castillo.
Fuente: Castillo (1918b, p. 72).
134
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
135
El ojo en la palabra
Los dos dibujos mencionados fueron empleados por Castillo para realizar el
óleo La casa del Almirante (1917) (ver figura 20), incorrectamente fechado en
Cusco hacia 1909 (Román, 2008). Son tres las razones para señalar que dicho
dato es un error: el pintor-crítico, en ese año, se encontraba de viaje por España;
durante la travesía a La Plata señaló que visitó Cusco por primera vez recién en
1917 (Castillo, 1918b); y, por último, debido a las características formales, en el
óleo citado se usaron los bocetos de la fachada y el de la litera, ambos incluidos
en el ensayo de 1918 (Castillo, 1918b). De la misma forma, el pintor realizó otro
lienzo sobre la base del boceto de la fachada en el que incluye un cortejo proce-
sional, además de pequeñas variantes en relación a la anterior obra (ver figura 21).
136
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
137
El ojo en la palabra
138
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
139
El ojo en la palabra
El segundo dibujo trata sobre la calle Perú, planteada de manera sinuosa y con
movimiento, que se contrasta con la rigidez arquitectónica debido al cruce con
la avenida San Martín y el campanario de una iglesia (ver figura 28). El último
apunte fue hecho desde un ángulo del jardín del convento de San Francisco (ver
figura 29); allí, Castillo esbozó los arcos de medio punto en perspectiva sobre una
espadaña de media envergadura en la parte superior.
Cabe añadir que el pintor utilizó el registro fotográfico del viaje para in-
spirarse y componer futuras obras, a pesar de que algunas de ellas no las haya
ejecutado. Ese fue el caso de la fotografía de la fachada de la Casa de la Jura de
Tucumán (ver figura 30), realizada por el italiano Ángel Paganelli (1832-1928),
la cual fue empleada por el viajero para elaborar el óleo Recuerdo histórico en
1921 (ver figura 31).
En dos ocasiones, Castillo fue imposibilitado de ejecutar su obra. En Cusco,
unos monaguillos le impidieron tomar apuntes en las calles y templos, mientras
que, en Oruro, al intentar dibujar un portal derruido, un grupo de arrieros se
dispuso en medio, por lo que desistió en continuar.
140
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
Figura 28. Calle Perú, esquina San Martín, Cochabamba (1918) de Teófilo Castillo.
Fuente: Castillo (1918g, p. 287).
Figura 29. Jardín del Convento de San Francisco, Cochabamba (1918) de Teófilo Castillo.
Fuente: Castillo (1918g, p. 287).
141
El ojo en la palabra
142
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
El artista
Castillo (1918f ) sostuvo que un artista es aquella persona que crea formas nove-
dosas y propone una nueva tradición artística. Para el crítico, la invención debe
consistir en el uso de elementos americanos de tradición milenaria, ello a raíz
de su visita a la casa de Arthur Posnansky, la cual lucía diseños derivados de la
iconografía Tiahuanaco.
Por otro lado, el viajero estimó —como criterio indispensable— que un artis-
ta posea fantasía. Este requerimiento se demuestra cuando interpreta las formas
naturales como escenas fantásticas de animales o construcciones remotas. Por
ejemplo, vio, cerca de la quebrada de Huayli133, dos rocas negras y enormes que
tenían forma de «dos hidras trabadas en lucha y devorándose» (1918h, p. 354);
y, en Oruro, interpretó un bosque de cactus como columnatas construidas por
antiguas civilizaciones (Castillo, 1918h). Según el peruano, la carencia de fanta-
sía, cualidad que él poseía, fue el motivo por el cual no existían muchos artistas
en Sudamérica, a diferencia de los abundantes «mercachifles y doctores» (1918f,
p. 257), motes con los que se refirió a quienes ligaban estrictamente su produc-
ción al comercio y a los que, habiéndose formado en otros oficios, se introducían
como diletantes a las artes plásticas.
Sobre el producto del artista, Castillo (1914b) concibe dos aspectos importan-
tes: concepto y carácter, «esenciales en toda obra de arte aspirante a ser considerada
seria, superior» (p. 901). Ambas consideraciones están supeditadas por dos propó-
sitos: lo ornamental y la complejidad filosófica, esta última preferida por el crítico.
143
El ojo en la palabra
[Hugo del Carril] no necesita embarcarse en mongolfiera135, usa pluma de oro y tinta
de miel y rosas cada vez que escribe. Crítico de arte de verba llana, pero sí que sabe,
ha visto, ha oído mucho; es ejecutante brillante también, no intuiciona [sic], acon-
seja bien porque su bagaje cultural es efectivo, no se reduce a meros retorismos [sic],
a exclusivas lecturas, a un viajecito ocasional, raudo por el extranjero. Su pluma sabe
recatarse ante las piruetas y musiquerías vulgares (Castillo, 1918o, p. 526).
Para Castillo, el estilo de crítica puede ser libre, debe ser conciso y claro para que
el lector perciba que se sabe de lo que se dice, esto es, evidenciar que el juicio se
basa en una permanente observación. El enriquecimiento del repertorio concep-
tual y artístico en el crítico se basó en la imperativa realización de viajes, los cuales
permiten estar en contacto directo con artistas y obras136. El viajero sugiere que
esto conduce a dar un juicio valorativo sustentado. Aquella crítica que proviene
de la exclusiva lectura de textos o de la retórica no es válida. El crítico experimen-
tado reconoce a los artistas con talento por sobre los mediocres. Finalmente, no
censura el doble oficio —ser artista y crítico a la vez—, ya que la misma práctica
brinda diferentes criterios para sostener una crítica.
A través de la definición de crítico de arte se puede abordar la de crítica de
arte, entendida como juicio de valor, cuya consistencia nace exclusivamente del
contacto visual.
El principal requisito para criticar obras de arte es la visualización directa. En
repetidas ocasiones figura este condicional. Cuando Castillo evaluó la obra del
pintor español Enrique Serra en Arequipa, indicó que aquellos que no han visto
originales suyos no tienen derecho a hablar de él. Según el crítico, un criterio
importante para el análisis prudente es el contacto directo con la producción del
artista, y no por fotograbados ni cromos. El número de obras que uno debe ver
no es arbitrario, lo importante es haber examinado la cantidad suficiente para que
el ojo pueda educarse y reconocer características en el estilo, a fin de poder emitir
un comentario adecuado, como lo hizo Castillo sobre los lienzos de Fernando
Zeballos y Marcial Plaza Ferrand.
144
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
Por lo expuesto, se deduce que, para el peruano, una verdadera crítica de arte
no se basa en la intuición pueril, las sensaciones espontáneas, la retórica de carác-
ter decadentista ni en la revisión exclusiva de enciclopedias, pues estos criterios
eluden a la obra de arte como tal.
La ineficacia de la crítica de arte peruana fue una problemática tratada por Castillo
constantemente a lo largo de sus ensayos. A partir de la realidad percibida en
Lima, el viajero comparó la crítica nacional con las de Chile y Argentina, siendo
drástico con la primera y de actitud más permeable con la segunda. Resalta la
situación de Bolivia, pues no la tomó en cuenta.
La postura del crítico resulta una prédica para su institucionalización como
exponente representativo del oficio a nivel nacional y sudamericano, a costa de
la legitimidad de los demás críticos. Las discrepancias que tuvo en el Perú fueron
principalmente con tres críticos: el cronista José Carlos Mariátegui, el literato
Abraham Valdelomar y el historiador Emilio Gutiérrez de Quintanilla. Las dife-
rencias son extemporáneas al viaje a La Plata.
La rivalidad con Mariátegui —la más honda y detallada— comenzó en 1914,
cuando el joven escritor, para exaltar la plástica de su amigo Herminio Arias de
Solís como único valor artístico de 1913, desmereció la de Castillo. El pintor-crí-
tico no dudó en tomar la pluma para defender su honor. En seguida, Mariátegui
presentó la idea de la pertinencia del oficio, tomando como ejemplo a Castillo,
donde sostuvo que un pintor debe limitarse a pintar y, si llegase a incursionar en
las letras, es decir, escribir sobre arte, haría mal ambas actividades. Otro caso se
suscitó a raíz del Concurso Concha de 1914, donde Mariátegui (1991) acusó al
crítico carhuacino de intervenir con pinceladas los trabajos de sus alumnas del
taller de la Quinta Heeren presentados al concurso. Lo interesante fue que dicho
evento determinó dos bloques antagónicos de la crítica, que auspiciaron a uno
y otro grupo de pintoras concursantes. El desagravio fue tan grave que Castillo
tomó una medida radical: decidió retirar, desde ese año, de todos los Concursos
Concha a sus alumnas137.
137 Agradecemos a Sofía Pachas Maceda por las ideas brindadas sobre este tema. El asunto fue tratado en el texto
de su ponencia «La crítica enfrentada por la obra femenina. A propósito del concurso de pintura Concha de
145
El ojo en la palabra
La relación con Valdelomar fue irregular, si bien Castillo declaró entre líneas
que no asimilaba la retórica del poeta, sí admiró en algún momento los dibujos
realizados por este. Respecto a los orígenes de la caricatura peruana, ambos tu-
vieron posturas distantes: por un lado, Valdelomar (2001) atribuyó al escultor
Baltazar Gavilán el mérito de ser el primer humorista por la esencia «trágic[a]
y filosófic[a]» (p. 99) —de carácter espiritual y metafísico— que dispuso a El
arquero de la Muerte; en tanto que Castillo (1918cc) recriminaba la ligereza de
dicha atribución por obviar otros antecedentes similares (una cerámica chimú
con el tema de «la muerte luchando contra la vida» y la iconografía «cómica
y macabra» de San Juan de Basilea). Para el crítico, el acuarelista costumbrista
Pancho Fierro fue el creador del género en el Perú, pues «aunque intuitivo, [era]
profesional e intenso» (p. 1199).
Es difícil estimar cuándo y bajo qué motivos surge la enemistad entre
Gutiérrez de Quintanilla y Castillo o, en todo caso, el desdén de este último al
primero. Ambos estuvieron relacionados en eventos en torno a la promoción
artística en Lima, como en 1912 con la organización de la Sociedad de Estímulo
de Bellas Artes. Quintanilla auspició, desde su puesto de director del Museo
Nacional, el emplazamiento de aquella institución en uno de los espacios del
Palacio de la Exposición; por otro lado, Castillo fue profesor de pintura y dibujo
natural en dicho centro. En marzo de 1917, con motivo de las celebraciones
del centenario del pintor peruano Ignacio Merino, ambos estuvieron involucra-
dos en el homenaje realizado en el Hall de los Pasos Perdidos de la Cámara de
Diputados. A pesar de la simpatía por el pintor y la petición del encargado de la
comisión, Clemente Palma, Gutiérrez de Quintanilla se rehusó a dar el discurso
de inauguración, recayendo dicha labor en Castillo, quien más que exaltar la
plástica de Merino, propuso la supremacía estética de su discípulo, Francisco
Laso (Rodríguez Olaya, 2015).
Continuando con la descripción de la perspectiva de Castillo sobre el estado
de la crítica de arte del Perú, es necesario indicar que el relato de sucesos cotidia-
nos del viaje a La Plata le sirvió al crítico como pretexto para acusar los erróneos
juicios estéticos que se vertían en el escenario limeño. La primera anécdota suce-
dió en el trayecto de Lima a Arequipa, donde la impertinencia de un clérigo ca-
nadiense, con quien compartía el camarote, le permitió exponer acerca del estado
de la crítica nacional:
1914», presentada en la i Jornadas Interdisciplinarias sobre Estudios de Género y Estudios Visuales «La produc-
ción visual de la sexualidad», realizada en Mar del Plata, Argentina, en 2014.
146
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
El crítico declaró que aquellos juicios estéticos demuestran el exceso del empleo
de términos rebuscados, difusos y de difícil comprensión, lo cual da como resul-
tado conclusiones absurdas. La intuición, según Castillo (1918b), fue una de las
principales cualidades que tienen los críticos diletantes, un recurso simple usado
para valorizar a la obra de arte a raíz de espontáneas sensaciones emocionales,
«pueriles intuiciones» (p. 70) personales y abstractas que pierden al lector. Para
el viajero, los excesos retóricos empañan la correcta valoración estética y artística,
debido a que disipan y eluden tanto al propósito de la crítica como al objeto de
estudio, la obra de arte.
En La Paz, Castillo (1918f ) señaló que la impertinencia de los comentarios
estéticos de los críticos limeños podía llegar al extremo de que estos se autolegi-
timen como voces autorizadas en temas culturales y artísticos sobre la base de
la retórica y sus «solemnes escritos». Da como sarcástico ejemplo que, con la
hipotética venida de Posnansky a Lima, la recepción crítica confirmaría de forma
absurda que «Tiahuanaco ya se conocía antes que toda tía y todo huanaco», por
lo que su propuesta decorativa era «trasnochada» (p. 257).
En el Palacio de Bellas Artes de Santiago, Castillo (1918k) personifica al mo-
delo de crítico limeño mediante un señor con gafas que escribe al fondo de la sala.
La conversación con él le sirvió para censurar el juicio estético basado exclusiva-
mente en el análisis hecho por otras personas y no en las conclusiones propias,
138 Bhagavad-gītā es un importante texto sagrado hinduista. Forma parte del Mahābhārata, texto épico-mitológico
de la India creado alrededor del siglo iii a. C.
147
El ojo en la palabra
139 Castillo usó del término «jieneral» en vez de «general» para aludir de forma sarcástica al dialecto chileno.
140 Posteriormente, Castillo (1918cc) renueva su postura contra Gutiérrez de Quintanilla bajo el mismo conteni-
do: «Conocido es el caso chistosísimo de tupé erudito del director de nuestro Museo Histórico, quien virgen
de toda visión artística es sin embargo autor solemne, incontestado, inverecundo de una frondosa Historia
Clínica, Patógena Universal de las Bellas Artes» (p. 1199). Este juicio surgió como respuesta a los escritos de
Quintanilla El arte americano y Algo sobre bellas artes, leídos en El Ateneo de Lima y Santiago entre 1887 y
1889, respectivamente.
148
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
Es una lástima que estas cosas no puedan contemplarlas algunos de nuestros ñoños
sensacionalistas líricos rimaquenses quienes pretenden que cuando ellos se dignen
loar la siluetita o el paisajito elaborados por algún inocente joven amigo el mundo
entero debe conmoverse hasta sus cimientos (p. 408).
141 Esta crítica también aparece en 1919, donde Castillo (1919a) recrimina su perfeccionismo lineal «carente de
vida» (p. 54).
149
El ojo en la palabra
al concluir que las «nuevas orientaciones y nuevos estados psíquicos» son solo
«palabrerío necio» (p. 666).
En Castillo, la discrepancia estética está ligada a la personal, ya que la aver-
sión hacia Valdelomar, en parte, se debió a que este tomó, indirectamente, como
objeto de estudio a la corrida de toros, actividad que, para el crítico, resultaba
absurda, denigrante y que no puede denominarse arte: «Se llega hasta la estultez
de creer que las piruetas de un carnicero elegante, condensan el súmmum de las
glorias y el arte» (1918s, p. 613).
En una conversación con un librero en Rosario, Castillo (1918p) tuvo una
similar respuesta al enfatizar con sarcasmo que los intereses de los críticos limeños
radican en proponer nuevos discursos estéticos que, incluso, son motivados por la
llegada de personalidades ajenas a las artes plásticas, como los toreros, en especial
el mexicano Rodolfo Gaona: «Allá nos pirramos por la estética. Cuando llegó
Gaona hasta se descubrió una estética nueva» (p. 545). Esto supone presenciar
construcciones retóricas vacías —para nuestro caso, la teoría y crítica de arte— por
la impertinencia de partir de hechos circunstanciales que se apartan del campo dis-
ciplinario del objeto de estudio. «Nuestras aficiones estéticas solo se patentizan con
discursos, la lengua es nuestro fuerte y fuerte para decir mentiras» (1918u, p. 666).
La prensa limeña, representada por los críticos nacionales reprochados por
Castillo, fue sindicada como víctima de incultura porque sus exponentes habla-
ban con pretenciosidad sobre asuntos que no entendían ni conocían, y de inur-
banidad, debido a que vertían «zalamerías y cortesanías con el primer pelagatos
que se presenta del extranjero» (1918t, p. 637). Este comentario mordaz fue
rememorado por el viajero ante los elogios que dieron Valdelomar, Mariátegui
y el escritor Augusto Morales Aguirre al pintor español José María Roura de
Oxandaberro (1882-1947) en 1916:
Mientras hay aquí quienes ocupan el tiempo descubriendo genios y portentos a cada
paso, hasta en jovenzuelos pintores que caen del extranjero trayendo sus modestos
ensayos, haciéndoles todavía el especial homenaje de exhumar para su decoratismo
[sic] sendas enciclopedias de arte, incluso el viejo recetario decadentista de los pri-
meros tiempos rubendarianos (citado en Mariátegui, 1991, p. 73).
150
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
(p. 613). El aval al que se remitía el crítico eran las aptitudes de Hugo del Carril
como crítico de arte ideal142.
La sinceridad en la crítica
Lo académico
Con este término, Castillo (1918k) se refirió a la técnica que maneja Pedro Lira
en su cuadro La fundación de Santiago por Pedro de Valdivia (1888). A partir
de los componentes que observa en esta pintura, se comprende el significado
del término académico. El lienzo fue producto del aprendizaje parisino de Lira
(1873-1884) con los maestros Jules-Élie Delaunay (1828-1891), Évariste Vital
Luminais (1821-1896) y Jean-Paul Laurens (1838-1921). La obra del chileno
maneja una línea prudente, gamas de colores matizados y composición equili-
brada, además de una gran dimensión que se corresponde con el asunto histó-
rico tratado; todos requisitos de la pintura academicista. Lira, al seguir con las
prerrogativas de la pintura «conservadora», detonó el rechazo de Castillo, pues
él consideraba insinuar que lo académico, en cuestiones técnicas, es pasado y
mediocre; desde luego, el viajero lo contrapuso a su concepto de arte basado en
el plenairismo, una pintura hecha con toques difuminados y briosos, acordes con
las nuevas orientaciones que traía consigo el impresionismo y el modernismo.
151
El ojo en la palabra
Lo contemporáneo
El patriotismo
152
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
Otra oportunidad donde Castillo (1918j) empleó este término fue para ejempli-
ficar la situación de Chile a través del óleo la Alegoría del trabajo (1917) de Pedro
Subercaseaux, obra que simboliza el progreso alcanzado por ese país en el cam-
po del comercio y la industria. Encontró favorable que el gran óleo de probada
maestría haya sido ejecutado por un artista chileno. El crítico estuvo de acuerdo
con que el artista nacional es el único indicado para «hablar» sobre su país. La
educación estética de un pueblo es misión del artista nacional y el auspicio para
esa empresa es labor de los dirigentes del gobierno. En ese sentido, asume el
concepto de patriotismo como la construcción del progreso del país a través de las
diferentes vías que provee la cultura, siendo esta respaldada y ejecutada por los
mismos ciudadanos. Castillo celebra la labor progresista acaecida en Chile, pues,
aunque poseen pocas ideas, estas se aplican inmediatamente, ya que entienden
que es responsabilidad del tiempo que se reestructure y mejore.
En Bolivia, el crítico encontró una muestra de patriotismo ejercida, irónica-
mente, por un extranjero. La actividad científica y cultural de Arthur Posnansky
en La Paz llegó al punto de que el Gobierno boliviano lo respaldó por su com-
promiso con la cultura e historia nacional; se convirtió en colaborador eficaz y
prestigioso del progreso de ese país (Castillo, 1918f ).
El viajero sostuvo que aquellos casos de labor patriótica eran imposibles de
darse en el Perú. ¿En qué se sustentaba? Rememoró que se negó la elección de un
artista peruano, el pintor Juan Guillermo Samanez (1870-1928), para la elabo-
ración de una composición de relevancia nacional, por lo que esta fue hecha por
un extranjero, el pintor romano Gonippe Raggi (1875-1959)143, debido a que era
pariente de un diplomático extranjero.
143 Raggi fue educado y laureado en Roma. Posteriormente, emigró a los Estados Unidos, donde tuvo un taller.
Con motivo de la Primera Guerra Mundial, decidió venir al Perú en 1916. Accedió a algunos encargos de
importancia debido a su parentesco con el monseñor Lorenzo Lauri (1864-1941), nuncio apostólico de su San-
tidad en el Perú (Clovis, 15 de diciembre de 1917). Aquella influencia atribuida permite suponer la realización
de otros encargos, como los retratos de los presidentes Manuel Candamo y Manuel Pardo (Leonardini Herane,
153
El ojo en la palabra
Las definiciones dadas por el filósofo David Sobrevilla (1994) sobre la moder-
nidad, la modernización y el modernismo pueden alinearse a las concebidas por
Castillo: la modernidad es el proceso cultural y social de racionalización sucedido
en Occidente; la modernización es el conjunto de procesos de desarrollo —la
formación del capitalismo y la movilización de recursos, el afianzamiento de par-
tidos políticos y la formación de identidades nacionales— que pueden aplicarse
en cualquier lugar y tiempo; mientras que el modernismo es la autocomprensión
que tiene el arte de vanguardia desde mediados del siglo xix144.
La modernidad, asumida para el caso de las realidades sudamericanas en el
tránsito del siglo xix al xx, se muestra como la implantación de modelos ideo-
lógicos y culturales de los focos hegemónicos (Europa y Estados Unidos) sobre
aquellas naciones que tratan de equiparárseles para lograr su desarrollo. En ese
sentido, para Castillo145, la modernidad tiene una triple naturaleza: crea, repara y
destruye. El crítico entiende que el principal conflicto que produjo el impacto de
la modernidad sobre los países con pasado histórico, como el Perú, es la pérdida
de identidad. A partir del esquema binario material físico (obra de arte)/tiempo
1998). Raggi hizo el lienzo La asunción de Santa Rosa (1917) para el convento de Santo Domingo, por gestión
de los dominicos, a fin de conmemorar el tricentenario de la muerte de Santa Rosa de Lima.
144 De acuerdo con Castillo (1915a), Ruskin poseía la paternidad del «modernismo, que en las artes plásticas, par-
ticularmente en sus atingencias arquitecturales y ornamentales, ha llegado a tener honda repercusión en todas
partes» (p. 2283).
145 Sobre la creación de enseres modernos, vacíos de cualidades identitarias, ver: Castillo (1918m). Respecto al im-
plante de modelos estéticos foráneos, ver: Castillo (1918a). Para ampliar la información sobre las reparaciones
modernas que inhiben la identidad colectiva, ver: Castillo (1918c).
154
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
155
El ojo en la palabra
156
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
a partir del estilo del artista, representaron los picos de vanguardismo a los que
estaba alcanzando: la priorización de la forma sobre el tema.
Chocharismo
Castillo (1918k) emitió una frase reveladora sobre este concepto al cruzar los
umbrales de mármol y la reja forjada del Palacio de Bellas Artes de Santiago: «Un
solo vistazo me basta para observar que ya pasaron para el arte chileno las recetas
de Mochi y su tradición banal ciociaresca. Un soplo de sano e intenso modernis-
mo allí cunda» (p. 433).
En líneas generales, el crítico confrontó la pintura del tercer director de la
Academia de Pintura de Santiago de Chile, el pintor italiano Giovanni Mochi
(1831-1892), con la de los artistas posteriores —algunos discípulos del italiano—
de espíritu renovador y conocidos por el viajero: el chileno Alfredo Valenzuela
Puelma y los españoles Fernando Álvarez de Sotomayor y Manuel Benedito.
Para Castillo (1918a), la praxis «ciociaresca» de Mochi era desfasada. Dicho
término ya había sido sugerido por el crítico cuando analizó los óleos de Fernando
Zeballos en Arequipa, pero fue castellanizada en una versión coloquial, chocharis-
mo, y refiere a «la pintura antipática cromosa [sic] de la escuela romana anterior
a 1870» (p. 47).
¿Por qué el crítico empleó esa palabra? En lingüística, la ciociaria es un dia-
lecto de la zona central italiana, en las provincias de Frosinone y Lazio, ciudades
al sureste de Roma. El término también designa al área donde se habla dicho
dialecto.
Desde antes del siglo xix, la Ciociaria lucía un ambiente bucólico, motivo
por el que se convirtió en un lugar predilecto para la inspiración de artistas de di-
versas tendencias, entre ellos, románticos, realistas y de propuestas artísticas mo-
dernas, como los macchiaioli146. Los «manchistas» representaron al campesinado
146 El uso de la figura pastoril ciociaria se muestra en la praxis de los macchiaioli o manchistas, movimiento de
artistas italianos de diferentes regiones activo alrededor de 1855 hasta 1870 en Florencia. En este participó el
crítico de arte Diego Martelli y los pintores Telemaco Signorini, Vincenzo Cabianca, Luigi Bechi, Giovanni
Fattori, entre otros. Contrapuestos al romanticismo y al academicismo institucionalizado, estos artistas aborda-
ron diferentes temas en espacios abiertos (paisajes, escenas de género, asuntos históricos y religiosos) mediante
la exploración del color en los cambios constantes de luz, siendo antecedentes del impresionismo francés. Los
manchistas propusieron la teoría de la mancha, semejante en algunos puntos con el realismo francés, resumida
en la búsqueda del verismo, la realidad desarrollada en el presente y la cual es la auténtica expresión de lo
verdadero. La pintura macchiaioli buscaba una sinceridad en la expresión y el apego a las cosas reales (Micheli,
1994).
157
El ojo en la palabra
A través de una lectura de sus ensayos, se colige que Castillo (1918u) consigna-
ba al Museo Nacional del Perú en una situación deplorable, pues a la falta de
colecciones de bienes artísticos del Perú antiguo, virreinal y de arte moderno,
se sumaba el desinterés de la sociedad limeña y del Gobierno para su auspicio y
protección.
158
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
147 El Museo Prado fue el nombre que recibió la colección de bienes artísticos virreinales y del antiguo Perú del
doctor Javier Prado y Ugarteche, la cual se exhibía en su residencia de la calle del General La Fuente, en Lima.
159
El ojo en la palabra
coleccionista José Caparó Muñiz, quien exhibía sus bienes en un «cuartejo oscuro»
(1918c, p. 190) de su casa y permitía el ingreso del público por el precio de un sol.
Como ejemplo de prospecto de candidato, tomó al empresario César de Luchi
Lomellini. Su estatus y características eran el modelo de los requisitos indispensa-
bles que debería poseer quien auspicie un futuro museo en el Cusco: «Creo que
un Lomellini [...] quien con cuantiosa fortuna, sangre ilustre en las venas, con
probadísimo buen gusto, fervoroso cariño para la región, no sería indiferente al
llamamiento serio que al respecto le hicieran los cusqueños» (1918c, p. 191).
Castillo mencionó a personalidades políticas que han ejecutado proyectos so-
ciales y culturales en el Perú. De Arequipa, consideró a Alejandro von der Heyde
y la familia Goyeneche; esta última dio a la ciudad el epónimo hospital que el
viajero describió en su ensayo sobre Arequipa. El benefactor de Trujillo, Víctor
Larco Herrera, donó a esa ciudad su casa consistorial, mientras que en Lima,
con sus recursos económicos, creó un hospital para enfermos mentales y un or-
felinato. También realizó huaqueos en su hacienda Chiclín y compró piezas del
antiguo Perú a coleccionistas y anticuarios, las cuales sirvieron como colecciones
del Museo Víctor Larco Herrera, organizado desde 1910 y concluido en 1919
(Ravines, 1989).
El crítico afirmó que similares proyectos pudieron realizarse en Cusco si hu-
biesen sido gestionados por políticos como Ántero Aspíllaga, José Pardo y Barreda,
José de la Riva Agüero y Augusto B. Leguía (Castillo, 1918c). Se percibe en su
pedido un sutil llamado de atención a los dirigentes gubernamentales mediáticos,
como el presidente de la República y dos futuros candidatos presidenciales de las
elecciones de 1919, Aspíllaga y Leguía. Vale añadir que el primero le compró a
Castillo un lienzo antes de que este emprendiera el viaje a La Plata. Respecto a
José Pardo y Barreda, fue durante su primer gobierno (1904-1908) que se creó el
Museo Nacional, por lo que, al mencionar dicha institución, el crítico demandó
su atención para regular el estado actual de la entidad. Entre líneas, Castillo ad-
mitió que es necesario el enlace entre la solvencia económica, la presencia política
y el respaldo social para que prospere la propuesta de crear un museo.
El viajero sostuvo que, una vez gestionado el museo cusqueño, cuya concre-
tización no demandaría mucho dinero, debería ser dirigido por un profesional148
148 En 1919, Castillo reitera esta condicional al sugerir que de fundarse un museo de arte documentario colonial, a
cargo de la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos, este tendría que ser dirigido por un profesional
artista, y no por un «aficionado doctor» (1919h, p. 525), acotación sarcástica con la que denigra a los directores
del Museo Histórico Emilio Gutiérrez de Quintanilla y Max Uhle.
160
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
y ser regido por el municipio local, como sucedía para la fecha con el hospital
Goyeneche y la Academia Concha en Lima (Castillo, 1918c).
La precariedad institucional en la gestión del museo estatal no fue exclusiva
del Perú, Castillo (1918f ) encontró idéntica situación en el Museo Histórico
Nacional de La Paz, el cual contaba con una colección limitada:
Consuélese el Museo Histórico de Lima, hay otro más pobre que él: el de La Paz.
Su director se muestra tan amable conmigo y su sección de alfarería incaica es tan
mísera —un ejemplar negro chimú— que propongo al director obsequiarle treinta
artefactos de igual clase si los hace recoger de mi domicilio de Lima por intermedio
de la legación boliviana (p. 257).
161
El ojo en la palabra
mismo Estado. Ello deja ver entre líneas su reclamo ante la desidia por la defensa
del pasado histórico nacional en favor del tráfico de bienes patrimoniales149.
El único museo observado por Castillo en Chile fue el Palacio de Bellas Artes
de Santiago150. El crítico peruano estimó oportuno el equilibrio entre la re-
novada plástica local junto a obras contemporáneas importadas a raíz de los
eventos en torno al centenario de la Independencia. A su vez, recalcó el fuerte
enlace entre el museo y la academia chilenos, pues, además de estar ubicados
en el mismo edificio, conciliaban estratégicamente la enseñanza y exposición
de obras artísticas.
En Argentina, si bien los museos estatales estaban respaldados por el Gobierno,
fueron las donaciones privadas las que acrecentaron las colecciones nacionales. El
Museo de Bellas Artes de Córdoba es considerado un buen ejemplo; nominado
como una «elegante construcción» por Castillo (1918m, p. 471), está instalado
sobre «una eminencia», en alusión al parque Sarmiento. El viajero resaltó que en
dicho museo se honraban las obras de artistas nacionales, como el pintor Emilio
Caraffa (1862-1939).
A raíz de que el crítico descubrió que las más bellas y exóticas flores del parque
Sarmiento fueron regaladas por argentinos residentes en Montevideo, reflexiona
sobre el desinterés, salvo pocas excepciones, de la sociedad limeña acerca de los
donativos para la mejora urbana y cultural de la ciudad, el escenario artístico y el
mantenimiento óptimo del Museo Nacional.
Aquí [en Córdoba] no se espera que absolutamente todo sea obra de la acción guber-
nativa, tal como sucede en las márgenes del Rímac. La generosidad, el altruismo a la
verdad no son flores que germinen muy abundantes allá. A la lista de los nombres
149 Estas irregularidades no son exclusivas del Perú. En 1917, el Gobierno mexicano, a través de su representante
diplomático en Francia, Luis Quintanilla del Valle, entregó una cabeza pétrea de grandes dimensiones de la
cultura Mexica a Auguste Rodin.
150 El Museo de Bellas Artes, antes de 1910, estaba instalado en el Partenón de la Quinta Normal, en Santiago.
162
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
de Sevilla, Concha, apenas se pueden agregar los de Pérez Roca, Larco Herrera y
Echenique […] En el Museo Nacional, fuera del legado Merino y las donaciones
pequeñas recientes de la señora Ugarte y del señor Felipe Pardo, no hay alguien más
que se le haya ocurrido hacer el obsequio de una tela moderna, sea de autor nacional
o extranjero (1918m, p. 472).
Por otro lado, el contraste se extendió al notar que en las provincias argentinas se
encuentran museos de calidad, como el de Tucumán, con más de un centenar de
obras contemporáneas, entre las que se incluyen las de artistas argentinos gracias
a las donaciones privadas.
Castillo (1918n), con una crítica sarcástica, comentó que un desembolso de
esta índole no sucede en el Perú, salvo si se trata de los preparativos de agasajos
hechos por tiendas limeñas reconocidas: «Transmito a los millonarios limeños
que hoy por hoy, mayormente no se lucen sino pagando cuentas de banquetitos
a Broggi y Visconti» (p. 498).
El Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, considerado por el peruano como
el «templo argentino del arte» (1918r, p. 589), fue el lugar donde pudo com-
probar un rotundo auspicio al arte argentino al mismo tiempo que concentraba,
gracias a la compra de empresarios y coleccionistas, la plástica contemporánea
con firmas de cotizados artistas europeos. Si bien Castillo afirmó que dicha colec-
ción no se compara con la del Museo del Louvre, sí compite con la que ostenta
el Museo de Luxemburgo.
El mérito de traer un grupo de importantes lienzos a Argentina lo tuvieron
los auspicios particulares, los cuales fortificaron a la institución con importantes
donaciones, mayores al aporte realizado por el Estado. Esta premisa le permitió
sostener al viajero que dicho esfuerzo se debió al sentir patriótico de los argenti-
nos, quienes le otorgaron una posición y valor al artista nacional dentro del arte
moderno.
Castillo (1918r) renovó su perspectiva sobre la falta institucional en la pro-
tección de la plástica peruana y la desplegó abiertamente en el citado museo
bonaerense. Criticó que mientras Argentina y Chile, cuya historia artística era
breve frente a la presumida por algunos intelectuales peruanos, a diferencia de
la capital del Perú sí ostentaban obras de sus artistas nacionales en sus respecti-
vos museos. La razón de tal vacío en Lima corresponde a un problema integral:
no existió una promoción al artista peruano debido a la falta de una Academia
de Bellas Artes.
163
El ojo en la palabra
Es una bellísima idea por cierto que contó con la colaboración de artistas expertos,
pero que se pusieron de por medio interés menudos de chamarilleros de oficio y de
influencia y se ha malogrado completamente. Hoy está clausurado y solo se abre,
mediando empeños, para los viajeros distinguidos (p. 497).
151 Según Juan Pedro Paz Soldán (1917), el pintor Rivas Arrunátegui fue enviado a Europa por el alemán Schell
(persona no identificada); además, residió en Roma en 1917. Son pocas las referencias documentales y obras
que se tienen actualmente sobre este artista.
152 No se ha podido encontrar más referencias o información sobre esta institución.
153 Castillo (1919h) estructuró, bajo sus requerimientos señalados, una propuesta para la creación de un museo
amparado por una universidad: el Museo de Arte Documentario, custodiado por la Facultad de Letras de la
Universidad de San Marcos y dirigido por un «profesional artista», donde se catalogue «lo más notable que
quede entre nosotros de la época del virreinato en trajes y muebles, artes plásticas, y se exhiban ejemplos dignos
de estudio, adquiridos por compra o donación» (p. 525).
164
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
De alfarería chimú hay diez estantes, en su mayoría clase vulgar, negra. Toda la
brillante, elegante cacharrería de Nazca está representada por dos únicos ejemplares
obsequiados por la señorita Victoria Aguirre. En cambio la sección de burda, tosca
alfarería argentina cachalquí [sic], ocupa una decena de salas con unos 3000 estantes
repletísimos de artefactos (p. 722).
154 «Mitre […] pobre y sencillo, sin usar carruajes siquiera, caminando siempre a pie, de saco y sombrerito gaucho,
ha sido, es y será el ídolo de Argentina, porque ante todo fue patriota austero. Jamás ni a él ni a ninguno de los
suyos se les señaló por actos de codicia o lucro» (Castillo, 1918n, p. 496).
165
El ojo en la palabra
Otro caso sucede con los peinetones, casi totalmente desaparecidos de allí [Lima],
donde un día tuvieron mucho auge. Frente al ejemplar único de carey y dimensión
mediana del Museo Prado, hallo aquí enjambre de ellos, particularmente uno feno-
menal, extraordinario, como jamás lo vi por tamaño y clase. Es de marfil. Sesenta
centímetros de abertura. Su dueño ha rechazado la oferta de treinta mil dollars por
él. Un gesto de verdadero amateur (p. 640).
El viajero expuso que las «reliquias coloniales» (p. 640) de Fernández Blanco y
los bienes artísticos del coleccionista Lorenzo Pellerano, adquiridos ambos por
una fuerte suma, estaban destinados a incrementar, en el futuro, la colección del
Museo Nacional de Buenos Aires. Bajo esta premisa, el aporte de Pellerano resul-
tó significativo: la inversión de alrededor de tres millones de pesos en su colección
de dos mil ejemplares, que cuenta con «las mejores, principales firmas conocidas
de Europa» (p. 640), equivalía, para el crítico, cuantitativa y cualitativamente, a
un museo moderno. Es posible que la exclusiva selección de piezas, el constante
ingreso de obras de arte de diversa índole y las instalaciones fueran criterios para
el concepto de museo ideal que tuvo Castillo.
En Buenos Aires, el Museo Histórico Nacional tuvo un gran cambio, según
el peruano, desde su última estadía en 1906 hasta su visita en 1918. Pasó de tener
media docena de medallas, papeles y banderas a convertirse en un museo «riquísi-
mo» (p. 641). Ratificó que las donaciones particulares han contribuido a la calidad
y aumento de las colecciones, gracias a ello este espacio se distinguió notoriamente
de los museos de las capitales sudamericanas visitadas antes. Dicha consideración,
en parte, se debe a que encontró varios «recuerdos históricos» (p. 641), como los
dos lienzos del chileno Pedro Subercaseaux con temas de la historia argentina.
Tiene material para llenar cinco museos semejantes al de Santiago y cincuenta pare-
cidos al de Lima. Las donaciones particulares le han «llovido» casi, materialmente:
armas, trajes, mobiliarios enteros, colecciones completas. Cualquiera, al ver tanto
objeto diría que no se ha perdido ni un fusil, ni una bandera, ni un mueble, ni una
carta de las épocas de la colonia y la independencia (1918t, p. 641).
166
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
Este fue otro de los asuntos tratados de forma constante y reflexiva por Castillo.
Representa el problema de la formación académica oficial que padecía el Perú
debido a la desidia del Gobierno.
La Academia de Bellas Artes del Perú era un hecho en 1918; se fundó con
el nombre de Escuela Nacional de Bellas Artes el 28 de setiembre de ese año.
En abril del mismo año, se firmaba el contrato entre el Gobierno peruano y el
pintor Daniel Hernández «para fundar y dirigir una academia de dibujo y pin-
tura» (Anónimo, 1918b, p. 330). Cabe decir que el crítico celebró la llegada de
Hernández a Lima en agosto y su designación como director de dicha entidad155.
Los comentarios vertidos por Castillo durante su viaje a La Plata, incluidos los
ensayos anteriores, contribuyeron a dar a conocer la problemática y con ello pre-
sionar por la necesidad de una institución de enseñanza oficial en el país, a partir
de la confrontación y el notorio desbalance con otras realidades sudamericanas.
Castillo planteó el asunto de la Academia de Bellas Artes desde su estadía en
Chile y Argentina. Aunque la academia argentina era más reciente, ambos plan-
teles —el chileno y el argentino— competían por la primacía de la enseñanza ar-
155 Castillo (1918y) escribió un ensayo el 7 de setiembre sobre la designación de Hernández, donde celebraba su
elección. Además, asumió el mérito de fomentar la creación de la academia a través de sus escritos sobre arte y
desistió de darle conjetura negativa alguna al futuro director sobre la situación difícil a la que se comprometía.
El 17 de abril de 1919 se inauguró la Escuela de Bellas Artes. Estuvo presente el presidente José Pardo, quien
emitió un discurso, al igual que el director Hernández (Anónimo, 1919a).
167
El ojo en la palabra
tística en el cono sur. Fue la mejor oportunidad para demostrar el atraso peruano
y seleccionar las pautas convenientes para emplearlas en la academia limeña. En
Bolivia no expuso este problema debido a que también se carecía de una acade-
mia de Bellas Artes; sin embargo, rescató otras instituciones como la Escuela de
Artes y Oficios de La Paz.
La principal dificultad que percibe Castillo en el Perú son los discursos.
Infiere que en los otros países se discute menos y se hace más. En Chile, denotó
que no se emplea mucho tiempo en replicar las cosas; lo favorable de las pocas
propuestas planteadas es que rápidamente se materializan y por eso se perciben
cambios gravitantes en el aspecto urbanístico y cultural. El crítico acusó la falta
de practicidad y concretización en territorio peruano: «Lo que falta en la capital
del Rímac es iniciativa, voluntad y lo que sobra [son] disertadores y “sabios”»
(1918k, p. 434).
El reclamo del viajero apunta a la falsa imagen de desarrollo que los limeños
tienen (los cuales se autodenominan como «cultos»), cuando en la calidad de vida
y las estadísticas de los proyectos gubernamentales ejecutados eso no se demues-
tra, implicándose en ello la necesaria conformación de una Academia de Bellas
Artes en el país. «Nuestro culturismo no ha logrado ver siquiera en la capital del
Perú lo que en otras repúblicas sudamericanas ya tienen hasta en sus provincias
lejanas; una Academia de Bellas Artes» (1918n, p. 498).
Respecto al edificio que debía albergar a dicha academia, la indisponibilidad
de un local no era pretexto, pues Castillo sugirió se refaccione la casa vacía de los
marqueses de Torre Tagle «si quiere hacerse cosas algo en grande. ¿Pero a quién
que da entre nosotros ideas sanas se le escucha?» (p. 498). El crítico vislumbró
que su pedido solo sería una ilusión, pues muchos aspectos irregulares de la rea-
lidad nacional le demostraron que no hay «tierra de mejor facundia para los
dislates que la limeña» (p. 498).
En Argentina, Castillo presentó que, a diferencia de lo que ocurre en Lima,
sí se interesan en propuestas serias y productivas, como la creación de institucio-
nes de enseñanza y promoción cultural. El caso de la Universidad Provincial de
Tucumán156 fue un ejemplo de una organización integral con el amparo oficial.
El mérito de la universidad radicó en el mantenimiento de otras instituciones pú-
156 El proyecto de ley fue presentado en 1908 por el diputado provincial Juan B. Terán, donde se estableció que la
misión institucional consiste en ser el centro de educación superior para todo el norte argentino. Posteriormen-
te, el 2 de julio de 1912 se promulga la ley provincial que ordena la creación de la Universidad de Tucumán
(Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria, 1998). El 25 de mayo de 1914, la universidad
inicia sus funciones.
168
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
157 Castillo alude a los orígenes de la Academia de Pintura chilena, pues esta se creó en 1848, supeditada bajo la
Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. En 1858, la Academia fue llamada Sección
Universitaria de Bellas Artes y, en 1870, Escuela de Bellas Artes.
158 El pedido de Castillo se cumplió en 1919. Tras conversar con el arqueólogo Julio C. Tello, este le informó que, a
raíz de la expedición arqueológica hecha en Áncash, costeada por la Universidad de San Marcos y el Gobierno,
se crearon varios museos y gabinetes de experimentación y de estudio en las diversas facultades «supliendo de tal
modo la carencia casi absoluta de institutos análogos culturales en el país, pues el Museo Histórico, el único de
la República, por su carácter global, su dirección demasiado empírica, desprestigiada, sometida a la influencia
venenosa de la política, ya no llena función alguna, provechosa» (Castillo, 1919h, p. 524).
169
El ojo en la palabra
Sudamérica durante el tiempo del virrey Abascal. Bajo esta idea le preguntó al
crítico cuál era su situación actual.
Castillo (1918u) le confesó a Collivadino que el Perú carecía de una acade-
mia; irónicamente, dio como justificación de ello lo que él escuchaba que repetía
el vulgo limeño, al mismo tiempo que constituía un aliciente comprensible y
rápida salida: la falta de oportunidades, el guano nacional y la guerra con Chile.
Casi suelto la carcajada al oír ese lapsus magnífico: preguntando por una Academia
que ni existe y se le proclama el decanato. Del país, precisamente, excepción vergon-
zosa de América al respecto, donde no falta legislador quien creyéndose todavía en
plena edad de la alfalfa pregunta: ¿Para qué sirve eso? (p. 665).
El viajero sostuvo que los peruanos siguen creyéndose los primeros en el conti-
nente sobre la base histórica de haber sido el principal virreinato en América del
Sur y por la riqueza que les hacía acreedores del refrán «Vale un Perú»; sin embar-
go, la realidad le demostró que eran los últimos en ejecutar propuestas culturales:
«Fuimos los primeros del continente y no nos resignamos a la realidad última
de ser los postreros» (1918r, p. 589). Buenos Aires, representando a Argentina,
poseía el control del comercio sudamericano (Castillo, 1918q) y ocultó a la atra-
sada Lima denominada «Perla del Pacífico» (1917a, p. 1259). Ese predominio,
constituido como un proyecto integral, lo vio el viajero en diversos ámbitos y
manifestaciones culturales argentinos.
Hay orgullo nacional, se gusta de viajes, de las artes, teniendo algo más que oleo-
grafías y retratos a las academias, se construyen palacios con algo más que ladrillos
y totoras, ejércese frecuentemente la caridad, ignórase el placer de los espectáculos
horrendos de sangre (1918r, p. 592).
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Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
Es un estudio ese realizado con gusto a la vez que pena. Lo primero, por el goce espi-
ritual y material disfrutado al contemplar tantas bellezas. Lo segundo, al considerar
que en mi país, con todos su millones y aparatoso, feroz, incesante griterío cultural
no hemos sido capaces ni de regular museos, ni de una pobre escuela de Bellas Artes
(1918u, p. 666).
Las excusas que esperaba Castillo sobre por qué no se gestó una Academia de
Bellas Artes en Lima, aparentemente, se escondían tras el ámbito político, en
especial los eventos en torno a la guerra con Chile; sin embargo, fue resultado de
la desidia y mediocridad de sus connacionales.
Chile es el biombo tras del cual se ocultan nuestras impotencias y miserias: «Los
chilenos nos robaron todo, sin el salitre ya no es posible hacer nada» —decimos frai-
luna, compungidamente. Y lo positivo es que hoy nada hacemos por pobres, como
tampoco nada hicimos ayer por ricos. En cambio, Chile, antes de 1880, es decir, en
su periodo de pobreza completa, sin la fortuna del Perú, sin el salitre del Perú, tuvo
acorazados, avenidas, palacios públicos y particulares, hasta una bien organizada
Academia de Bellas Artes (p. 666).
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Dos hechos explican su indagación por los orígenes del hombre americano
y la valoración de los objetos culturales ancestrales por las sociedades sudameri-
canas actuales. En el primer caso, Castillo (1918bb) aseveró que el origen de la
«civilización austral» americana residía en el Perú cuando se encontraba frente a
los diseños «tiahuanaquenses» del palacio Posnansky (p. 1139). En Puno, sostuvo
que el tiempo de esplendor de la cultura Tiahuanaco fue hace 6000 años. Dicha
afirmación, aunque errónea, mostró el adelanto de los estudios arqueológicos
respecto a las culturas Chavín y Tiahuanaco, consideradas en ese momento como
«civilizaciones primitivas sudamericanas», obtenidos gracias a los hallazgos e in-
vestigaciones sobre la «Piedra de Chavín» (hoy estela Raimondi) y los monolitos
Tiahuanaco.
Por otra parte, en Tucumán, al centro del parque 9 de Julio, observó el men-
hir Ambrosetti, talla pétrea calchaquí160, denominado así en honor al naturalis-
ta Juan Bautista Ambrosetti, quien realizó estudios arqueológicos sobre piezas
similares en los valles El Mollar y de Tafí. El megalito fue colocado en 1915, a
pedido del gobernador Ernesto Padilla, para dotar de atractivos al parque recién
inaugurado (Mastrángelo, 2001). Fue el único caso registrado en el viaje donde
se privilegió en un espacio público a una escultura de la América antigua y de la
historia nacional argentina, antes que a monumentos marmóreos o broncíneos
republicanos. El crítico celebró su emplazamiento, incentivó sutilmente el des-
ciframiento de su significado y sugirió su protección, pues aquel monolito guar-
daba secretos de las sociedades ancestrales americanas a semejanza de las obras
venidas de Chavín y Tiahuanaco (Castillo, 1918n).
Este asunto fue tratado por Castillo a partir de ejemplos de arquitectura, escultu-
ra y pintura virreinal. El campo de acción fue el sur andino peruano y Bolivia, no
así Chile y Argentina, donde preponderó la modernización de las ciudades, salvo
contadas excepciones.
En Arequipa tuvo comentarios amargos ante la pérdida irreparable de casi
todos los altares mayores de las iglesias, salvándose solo las fachadas. Castillo
160 Estudios arqueológicos argentinos actuales atribuyen el menhir a la cultura Tafí, la cual se desarrolló al oeste de
la provincia argentina de Tucumán, en la zona del valle de Tafí, entre el 300 a. C. y el 600 d. C (Mastrángelo,
2001). El menhir Ambrosetti fue retirado en 1977 del parque y devuelto a su lugar de origen.
176
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
(1917b) denunció que los altares fueron reemplazados por «innobles artefactos
de carpintería» (p. 1287), producto del afán modernizador. La única excepción
fue la iglesia de la Compañía, pues ella conservaba
[…] con piadoso, encomiable respeto su imaginería escultada [sic], sus óleos reca-
mados, el arquitecturado áureo, pomposo de sus principales retablos. Grato regalo
para los ojos del turista significa la bóveda esferoidal de la sacristía, de estilo curioso,
mezcla singular de motivos árabes e incásicos y cuya policromía suntuosa provoca en
cierto modo el recuerdo de otros recintos tradicionales hispanos (p. 1287).
161 La Casa Ricketts, conocida también como Casa Tristán del Pozo (siglo xviii) y palacio Ugarteche (siglo xix),
está ubicada en la calle San Francisco n.° 108, en el centro histórico de Arequipa. En el tiempo colonial, el
recinto era destinado para familias particulares de Arequipa. La compra del inmueble por William Ricketts y la
fundación de la empresa familiar, en 1896, supuso la promoción de su nueva puesta en valor con la adecuación
a las necesidades contemporáneas, principalmente comerciales, de finales del siglo xix e inicios del xx, y, con
ello, la remodelación externa de la edificación. Hacia 1917, era la principal tienda comercial de exportación de
lana de camélido a Europa (Contreras Carranza y Cueto, 2013).
177
El ojo en la palabra
La Plaza de Armas [de Arequipa], algo más estrecha y sin desniveles resultaría tan ele-
gante como al de San Marcos de Venecia, y así holgada y ricamente arquitecturada,
con estilo y en piedra, aparece superior a la de Lima, tan chata, cursi, con sus portales
de columnata revejida, sin carácter, su mísera balconería de tablas, su «palacio» de
totora [...] (p. 1287).
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Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
162 Castillo se refiere al inmueble ocupado por la Casa Stanford, fundada en 1861, entidad comercial de capital
inglés que comercializaba exclusivamente fibra de camélido.
179
El ojo en la palabra
163 Ubicada entre las calles La Merced y Palacio Viejo, es un inmueble construido por el arquitecto Gaspar Báez
en el siglo xvii. Más adelante, en el siglo xviii, el predio fue adquirido por Juan de Goyeneche y Aguerrevere
para ser residencia de su familia. Luego, José Sebastián Goyeneche y Barreda, obispo de Arequipa y arzobispo
de Lima, dispuso remodelar la casona en 1837.
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Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
[…] el enorme concepto histórico que encarna: el fin de los milenarios imperios
peruanos, el triunfo definitivo de la conquista, el reinado de la cruz y la codicia.
Escucho los cantos del coro y pienso que en el mismo sitio iguales manifestaciones
escucharon Pizarro, Almagro, el infame Valverde, mientras lo vástagos de los incas
estarían mansamente arrodillados tal cual estaban los indios en ese momento, como
manada de carneros (p. 72).
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El ojo en la palabra
Se advierten trozos de entero del Tintoreto, Tiziano, Rubens, Rafael, Andrea del
Sarto, Murillo. Al lado de un torso rotundo, magnífico, que recuerda las gambeterie
elegantes de Tiépolo, las protuberancias róseas carnudas de Rubens, surge un perfil
delicadísimo boticelliano [sic], las manos típicas de Rafael, las cabezotas rudas de
Ribera. El Dominiquino y su famosa Comunión han servido como fuente de inspi-
ración a numerosos motivos. Otro tanto puede decirse de Las Lanzas y el Vulcano de
Velásquez; Murillo y sus célebres creaciones madonescas —tan exquisitas de factura
pero tan vulgarísimas de corrección facial— ellas solas han cubierto con sus imita-
ciones, más o menos felices, gran espacio de las paredes (p. 73).
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Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
bélicos sobre el conflicto militar entre incas y españoles. En ese sentido, el crítico
no concibió aquellas producciones señaladas como obras de arte, sino como ob-
jetos de valor documental (Castillo, 1918b).
En una ocasión, el crítico se emocionó cuando le notificaron que en la sacris-
tía de la catedral había un Cristo atribuido al pintor flamenco Anton van Dyck
(1599-1641). Sin embargo, obtuvo una gran decepción. Argumentó que «aque-
llo jamás ha podido ser obra del gran flamenco, el discípulo favorito de Rubens,
el dibujante robusto y verista, el mágico sinfonista de las carnaciones roseas, na-
caradas» (1918b, p. 72).
Desmitificó la falsa correspondencia del lienzo, catalogado erróneamente por
«conocedores empíricos», y la comparó con otros engaños sucedidos con otras
pinturas virreinales. Expuso el caso del lienzo de Santa María Egipciaca, atri-
buido al pintor español José de Ribera (1591-1652), y reproducido en la prensa
limeña, en 1916. A fin de sustentar su postura, utilizó el análisis formal y técnico,
el cual le permitió reconocer las fallas en los caracteres convencionales del estilo
que poseían los dos reconocidos pintores. En el falso Cristo de van Dyck, acusó
«la mezquina proporción de los brazos» con el que fue hecha, mientras que la su-
puesta obra de Ribera mostraba «un dibujo tan sobado, coloración tan sucia y la-
mida» diferente al «pincel grueso, casi escultórico del renombrado Espagnoleto»
(p. 72).
De igual forma, Castillo sugirió que la constante réplica de los modelos eu-
ropeos por los artífices virreinales motivó un complejo comercio de copias de
obras de arte en el Perú y en distintas regiones que se extendió hasta el siglo
xix, imitándose obras de artistas como el romántico francés Eugène Delacroix
(1798-1863)164. En ese sentido, el crítico incrementó información sobre el tráfico
y mercado de copias modernas del arte virreinal, sumado al de exponentes deci-
monónicos, propiciados por el interés de los coleccionistas, anticuarios y museos
(Kauffmann Doig, 1961).
El viajero entendió que parte del problema se debió a la inoportuna corres-
pondencia crítica sobre los objetos artísticos, a través de las disertaciones con que
se clasificaron dichas obras.
Ante el desplante sufrido, el peruano rastreó la información documental que
ha permitido legar la autoría al Cristo. Presentó a cuatro investigadores que in-
164 Castillo (1918b) añadió al asunto la mención de dos cuadros, sin exponer los títulos, falsamente atribuidos a
Delacroix, «gran pintor reformador de la moderna escuela francesa», en posesión de la familia Pinelo. Según el
crítico, dichos óleos han sido copiados «hasta la saciedad» en el Cusco (p. 73).
183
El ojo en la palabra
165 Hildebrando Fuentes Núñez del Prado (1860-1917) fue diputado del Congreso de Lima, periodista, literato
y profesor de la cátedra de Filosofía en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos (Benvenutto,
1923). Respecto a publicaciones sobre temas de arte, está su tesis para optar el grado de bachiller en Letras,
Rápida ojeada del arte a través de los siglos (1878), y los libros Recuerdos de un viajero (1903) y El Cuzco y sus
ruinas (1905).
166 «Algunos me dijeron que Murillo [lo pintó], pero no: el pincel de Murillo es más delicado, sus colores más
vivos, su suavidad incomparable. Otros afirman que Van Dick [sic]; este debe ser porque hay allí la mano
vigorosa, el color, estilo y genio del pintor flamenco. Sin duda, fue Van Dick [sic] quien legó este lienzo, que
por sí mismo es una riqueza, a la ciudad incaica. ¡Quiera Dios que algún día no desaparezca!» (Fuentes, 1905,
p. 164).
184
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
semejante como fuerza de expresión y horror de símbolo» (p. 190); con ello, des-
estimó, entre líneas, que fuera realizada en Europa. Atribuyó el origen del tema
a la «inspiración humorística» (p. 191) de Toba Sōjō (1053-1140)167, sacerdote
budista y dibujante japonés de periodo Heian (794-1185 d. C.).
La teoría de Castillo (1918c) radicaba en que un jesuita español o portugués,
instalado en Japón, vio el tema iconográfico en un kakemono168 y lo copió en una
vitela de arroz para luego difundirlo por España y sus colonias. Dicha conjetura
se origina de una experiencia anterior: en 1916 dio con dos lienzos, Ecce Homo y
Calvario, provenientes del Cusco, en posesión de una dama limeña, ambos «enro-
llados en varas según la forma de los kakemonos ancestrales japoneses» (Castillo,
1916f, p. 506).
La correspondencia que el crítico percibió se debía al carácter del tema y las
conjeturas formales. En primer lugar, Castillo afirmó que dicha obra sería acogi-
da favorablemente en el ambiente cargado de religiosidad de Francia, que, para
ese momento, participaba en la Primera Guerra Mundial; acto seguido mencionó
los tópicos del «infierno», el «diablo» y las «exquisiteces de la expiación» (1918c,
p. 191). En ese sentido, conciliamos que la tela representaba el infierno y los me-
canismos de expiación de los pecados que el alma soporta a través del sufrimiento
causado por los ataques del demonio con apariencia de animal. La obra a la que
se refirió Castillo fue Un alma condenada en el infierno169 (siglo xviii). En segundo
lugar, el crítico propuso a Toba Sōjō por la satirización de los animales, expresión
particular del género caricaturesco (Tablada, 1900) que él inició, denominada
Toba-e.
La perspectiva de Castillo sobre la pintura virreinal cusqueña se replicó en
otras disciplinas como la arquitectura y la escultura. A su juicio, el tema religioso
también repicó en la arquitectura civil, de tal forma que lo configuró como un
elemento convergente de dos naturalezas. Esto se expuso al tratar sobre la Casa
del Almirante, la cual «no obstante su precioso balconaje de sabor moruno, por
sus arcadas y claustros, tiene fuerte carácter monacal» (1918a, p. 47).
167 «A principios del siglo xiii, cuando las artes en Europa no pensaban aún en despertar del marasmo que la su-
mieran los bárbaros, ya existía en Japón un caricaturista de la talla de Toba Sojo [sic], maestro supremo de toda
clase de escorzos y movimientos» (Castillo, 1916g, p. 724).
168 Pintura que se despliega de forma vertical y alargada. El soporte en el que se hace la obra de arte es papel o
seda. «El kakemono significa el arcaísmo pictórico del Japón […] equivale entre los japoneses al “cuadro” de los
hogares occidentales; no hay casa nipona por modesta que sea que no lo tenga» (Castillo, 1916g, p. 723).
169 Mujica Pinilla (2016) propone que el lienzo presenta un tema estandarizado sobre el alma ardiendo en el
infierno y que la iconografía empleada fue difundida a través de tratados ilustrados, como El infierno abierto al
christiano para que no caiga en él… de Pablo Seneri.
185
El ojo en la palabra
Por otra parte, su valoración sobre la arquitectura virreinal religiosa fue nega-
tiva en el sentido de encontrar descuidados algunos templos. El cambio de esta
situación implicaba el riesgo de insertarlos en el proceso irregular de moderniza-
ción por el que pasaba la ciudad, a excepción de algunos casos.
El estado de la iglesia de San Blas a finales de 1917 concuerda con la
situación descrita. El crítico comentó que el templo mostraba enorme suciedad;
las descuidadas cortinas impedían ver los «bellos áureos tallados de los retablos»
(1918c, p. 189). De forma sarcástica, supuso que esos «cortinones horrendos,
grotescos» (p. 189) eran los del teatro chino de la calle del Rastro de la Huaquilla,
en Barrios Altos, incendiado en 1916.
Castillo deseaba un cambio, pero, según las renovaciones modernas dadas en
otras iglesias locales, aquel no sería el esperado por el crítico y suscitaría en San
Blas un desenlace funesto. La remodelación del interior al gusto moderno podría
conducir a la pérdida de bienes virreinales, especialmente el famoso púlpito que
posee: «[…] pena profunda causa pensar que tal maravilla de arte [el púlpito de
San Blas] […], bajo el impulso de un capricho, desaparezca del sitio» (p. 189).
Para entender su planteamiento, se debe analizar su comentario sobre lo ocu-
rrido en la iglesia de la Compañía y en la de San Francisco. En el primer caso,
el viajero increpó a la Junta Departamental del Cusco por la intervención de la
fachada y el interior del templo. Su incomodidad llegó al punto de imaginar que
dicha propuesta, por no cumplir con la correspondencia de los materiales reem-
plazados respecto a los originales, estuvo a cargo de un «loco o beodo».
Da derecho pensar así por las modificaciones bárbaras, inútiles, inicuas que se están
haciendo y donde las fallas del mármol o el huamanga blanco se suplen tranquila-
mente con yeso. Por Dios, ¿no hay en toda la ciudad quien clame por semejante
salvajismo? ¿No se le ocurre a la señorona Junta que más acerado, cultural y hasta
barato sería no hacer restauraciones? La mayoría de los grandes edificios históricos
llevan huellas de vetustez y a nadie se le ha ocurrido reparalos170 [sic] con parches de
yeso, susceptibles de ser barridos en una cuantas lluvias (Castillo, 1918c, p. 189).
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Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
La misma sinceridad y calor que gasto hablando mal de los franciscanos cuzqueños,
usaré al elogiar el noble proceder de los mercedarios, quienes al realizar las modifica-
ciones de su templo, lo hacen con verdadero criterio, respetando su carácter y estilo
(p. 190).
187
El ojo en la palabra
además de la persistencia y destreza del artífice quechua por las ampulosas deco-
raciones de los elementos arquitectónicos. En ese sentido, valora la interpretación
local, pero expuso que fue resultado del influjo —atribuido erróneamente— del
arquitecto y escultor español José Benito de Churriguera (1665-1725).
Todos ellos, en todos sus planos arquitecturales —es decir los alquitraves [sic], fri-
sos, fustes, zócalos, etc.— se exhiben formados exclusivamente por espejuelos. A la
talla suple en absoluto el cristal mercuriado. De imaginarse es cuántas dificultades
habrá tenido que vencer el constructor para llegar a tal fin especialmente al querer
interpretar las volutas de un capitel, las estrías rectas o tortuosas de una columna.
Seguramente que Churriguerra [sic] nunca supuso hasta que límites lo llevarían los
artífices quechuas (p. 191).
En la catedral, Castillo (1918b) evaluó el juicio del canónigo Víctor Pacheco so-
bre el altar mayor. Fue definido como ejemplar «único en su género» y «modelo
de buen gusto» (p. 72). El crítico le dio crédito; argumentó que, a pesar de ser
moderno, lo cual implicaba un quiebre en el espacio visual y estilístico del recin-
to, es superior al altar de la catedral de Lima, sobre todo por las planchas de plata
de fina ley con que se elaboró. Es significativo añadir que Castillo transcribió el
texto frontal del altar al modo como lo había hecho Hildebrando Fuentes en El
Cuzco y sus ruinas (1905).
Una talla importante fue el púlpito de San Blas, considerado por el viaje-
ro como «el más bello ejemplar de la escultura ornamental existente en Cusco»
(Castillo, 1918c, p. 189). Al describirlo, anexó una fotografía con la siguiente
descripción: «El célebre púlpito de San Blas, la obra escultórica más bella del
continente» (p. 189). Eso no impidió el cuestionamiento sobre su manufactura.
Castillo estuvo en contra de la frase «excepcional» que se había versado sobre el
objeto por el solo hecho de pensarse que es de una sola pieza. Si bien el crítico
la definió, por su calidad técnica, como de «magnificencia inaudita, su belle-
za extraordinaria, suma, se patentizan de obra con la perfección de la factura»
(p. 189), no especificó si es o no de un solo trozo.
Además de detener su pluma en los retablos y esculturas, hizo lo mismo con
los muebles. Por ejemplo, en la catedral prima el armario de los Santos Óleos,
obsequiado por el canónigo Justo Apu Sahuaraura (c. 1775-1853), el cual, para el
crítico, es de un estilo «curiosísimo, mezcla de todos los que han existido, incluso
el búdico y el incásico, primando preferentemente el estilo “crespo”, como acer-
188
Otros asuntos en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
Cabe decir que la percepción de Castillo sobre el arte virreinal fue drástica. De
la misma forma que evaluó a la pintura cusqueña bajo el tópico religioso, valo-
ró la escultura local. En una oportunidad, sostuvo que cuando el mal llamado
«copista» andino intentaba configurar algo nuevo, alejado del marco religioso,
ejecutaba obras pésimas:
En la citada Casa del Almirante, Castillo encontró una litera de los tiempos del
propietario que le dio mote al edificio, don Fadrique de Manrique. Aquel mueble
fue un importante punto de partida para la remembranza del pasado virreinal.
Luego de describirla como «chapeada de cueros, sedas y herrajeria áurea» (p. 74),
pensó en que si la actual propietaria saliera en mantilla en dicha litera
[...] la ilusión de la vida colonial sería absoluta, pues para el efecto escénico, realidad
del ambiente no faltan el indio y el fraile que suben la cuesta de casa, el altarico
callejero de la esquina, el repicar sonoro de las campanas en el templo vecino, el
semblante gordo y sucio de la ventera que se asoma rosario en mano en el umbral
del cercano tenducho [...] (p. 74).
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El ojo en la palabra
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Conclusiones
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El ojo en la palabra
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Conclusiones
Un caso relevante fue el lienzo la Alegoría del trabajo del argentino Pedro
Subercaseaux, pues es la obra contemporánea más importante, a nivel latinoame-
ricano, que estudio Castillo, debido al concepto de «patriotismo» que connotaba
y a la elección pertinente de un artista oriundo para que trate sobre un tema que
hable de su propio país. Fue, además, la excusa perfecta para que el carhuacino
brinde su postura acerca de la construcción simbólica de una nación desde el arte.
En la escultura, Castillo encontró el principal referente en el argentino Pedro
Zonza Briano, cuya plástica sintetizaba la praxis de los referentes de la estatuaria
moderna: el francés Auguste Rodin, quien murió poco antes de que el peruano
emprendiera su viaje, y los italianos Medardo Rosso y el «atemporal» Miguel
Ángel. Castillo consideró, a partir del estudio de la obra de Zonza Briano, la
adecuada armonía que debería existir entre la escultura y la base en la escultura
pública. Esta reflexión le conlleva a pensar, además, que la escultura cumple, en
ciertos casos, la función de desequilibrar la monotonía visual cuando es posicio-
nada en torno a una arquitectura clasicista.
En lo que respecta a la caricatura, el crítico la asumió como una impresión
rápida e incesante que se bifurca en dos naturalezas: el humorismo, sofisticado
en esencia, y el deformismo, de carácter destructivo. Para él, la caricatura hecha
en Argentina fue el modelo del humorismo moderno sudamericano, superior al
deformismo practicado en Brasil, y que, desde luego, constituía la ruta a seguir
para los caricaturistas peruanos.
Sobre la fotografía, el ensayista desaprueba el retoque fotográfico y, en antí-
tesis a ello, propone como modo correcto la interpretación pictórica del natural.
Por otra parte, y a partir del análisis a dos piezas de arte decorativo, Castillo
valoró la capacidad del arte milenario para integrarse, explícitamente, mediante
el aspecto formal e iconográfico, a la producción artística contemporánea como
recurso creativo.
Es importante añadir que el crítico peruano se mantuvo activo como artista
durante el viaje a La Plata con la ejecución de pinturas, dibujos, ilustraciones
y fotografías. Gran parte de sus puntos de interés fueron los objetos culturales
virreinales y del antiguo Perú, además de vistas naturales que responden a su
imperativo: perennizar los elementos de identidad cultural. Es interesante que
el viajero desista de ejecutar obra alguna en Argentina y Chile, salvo el registro
fotográfico, posiblemente por el proceso de modernización que afrontaban las
ciudades y la diferencia en cuanto a la tradición histórica sucedida entre el Perú y
Bolivia frente a los otros dos países citados.
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El ojo en la palabra
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206
Anexos
Anexo 1
Relación de artistas y obras vistas, comentadas y referidas por Teófilo Castillo
en la serie «En viaje. Del Rímac al Plata»
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Casa de Lorenzo
Agrasot, Joaquín Óleo sobre
Español Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1836-1919) lienzo
Aires
Alma-Tadema, Casa de Lorenzo
Óleo sobre
Lawrence (1836- Belga Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
lienzo
1912) Aires
Álvarez, Eduardo El libro de misa de El libro de misa Acuarela sobre
Español Pintura Buenos Aires
(1892-1967) Anita (1917) de Anita (1917) papel
209
Álvarez de Orfeo atacado por las
Orfeo atacado Palacio de Bellas
Sotomayor, bacantes (1902) Óleo sobre
Español Pintura por las bacantes Artes, Santiago de
Fernando (1875- [Castillo la titula lienzo
(1902) Chile
1960) Orfeo y las ninfas]
En Mar del Plata En Mar del Plata Acuarela sobre
Alonso, Juan Carlos
Español Pintura (1917) (1917) papel Buenos Aires
(1886-1945)
«Retratos femeniles» No precisa
Ammannati,
Leda y el Labrado en Palacio Bargello,
Bartolomeo (1511- Italiano Escultura
cisne (1540) mármol Florencia
1592)
Museo de Bellas
Artigue, Federico Óleo sobre
Francés Pintura Salomé Salomé Artes, Buenos
(1826-1871) lienzo
Aires
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Museo de Bellas
Bartels, Hans von Óleo sobre
Alemán Pintura «Cuadro» Artes, Buenos
(1856-1913) lienzo
Aires
El ojo en la palabra
Sábado en Volendam
(1910) Sábado en Óleo sobre
[Castillo la titula Volendam (1910) lienzo
Barbería Holandesa]
Canto vii del Infierno Palacio de Bellas
Benedito, Manuel Canto vii del
Español Pintura de Dante o El suplicio Artes, Santiago de
(1875-1963) Infierno de Dante
de los avaros o El Chile
o El suplicio de Óleo sobre
infierno de Dante
los avaros o El lienzo
(1904)
infierno de Dante
210
[Castillo la titula El
(1904)
suplicio del oro]
Benlliure, Mariano Labrado en Club Español,
Español Escultura Bailarina
(1862-1947) mármol Buenos Aires
Bergeret, Pierre- Casa de Lorenzo
Óleo sobre
Nolasque (1782- Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
lienzo
1863) Aires
Bernaldo de Museo de Bellas
Óleo sobre
Quirós, Cesáreo Argentino Pintura «Cuadro» Artes, Buenos
lienzo
(1879-1968) Aires
«Una nota «Una nota
Museo de Bellas
Besnard, Paul- de púrpuras de púrpuras
Francés Pintura No precisa Artes, Buenos
Albert (1849-1934) locos, violentos locos, violentos
Aires
estupendos» estupendos»
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Palacio de Bellas
Bilbao, Gonzalo Óleo sobre
Español Pintura La limosna (1905) Artes, Santiago de
(1860-1938) lienzo
Chile
Casa de Lorenzo
Blair, Edmund Óleo sobre
Inglés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1853-1922) lienzo
Aires
Retrato de
Retrato de Federico Federico Palacio de Bellas
Boldini, Giovanni Óleo sobre
Italiano Pintura Guillermo Schwager Guillermo Artes, Santiago de
(1842-1931) lienzo
ii (1888) Schwager ii Chile
(1888)
Casa de Lorenzo
211
Bonheur, Marie Óleo sobre
Francesa Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
Rosa (1822-1899) lienzo
Aires
Casa de Lorenzo
Bonington, Richard Óleo sobre
Inglés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1802-1828) lienzo
Aires
Retrato de Isaac Retrato de Isaac Casa de Isaac
Bonnat, León Óleo sobre
Francés Pintura Fernández Blanco Fernández Blanco Fernández Blanco,
(1833-1922) lienzo
(1909) (1909) Buenos Aires
Bouguereau, Casa de Lorenzo
Óleo sobre
William-Adolphe Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
lienzo
(1825-1905) Aires
Casa de Lorenzo
Bracht, Eugen Óleo sobre
Suizo Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1842-1921) lienzo
Aires
Anexos
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Casa de Lorenzo
Brangwyn, Frank Óleo sobre
Anglogalés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1867-1956) lienzo
Aires
El ojo en la palabra
Casa de Lorenzo
Brissot de Warville, Óleo sobre
Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
Félix (1818-1892) lienzo
Aires
Buisine-Rigot, Tallado en Catedral,
Francés Escultura «Púlpito»
Charles (1820-1893) madera Arequipa
Casa de Lorenzo
Cabanel, Alexandre Óleo sobre
Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1823-1889) lienzo
Aires
Óleo sobre Casa Goyeneche,
212
«Lienzos con figuras»
lienzo Arequipa
Óleo sobre Casa Goyeneche,
El Marqués
lienzo Arequipa
Campo, Francisco Vista del
Peruano Pintura
del (1837-1914) gran canal Óleo sobre Colección Javier
de Venecia lienzo Prado, Lima
(1913)
Óleo sobre Colección Felipe
«Paisaje»
lienzo Pardo, Lima
Venus
Canova, Antonio Fundida en Galería Borghese,
Italiano Escultura victoriosa
(1757-1822) bronce Roma
(1808)
Cao Luaces, José Tinta sobre
Español Caricatura «Dibujo» Buenos Aires
María (1862-1918) papel
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Caraffa, Emilio Óleo sobre Museo de Bellas
Argentino Pintura «Pinturas»
(1862-1939) lienzo Artes, Córdoba
Retrato de la
Retrato de la Sra. Museo de Bellas
Cárcova, Ernesto de Sra. María de la Óleo sobre
Argentino Pintura María de la Cárcova Artes, Buenos
la (1866-1927) Cárcova y Ferrari lienzo
y Ferrari (1894) Aires
(1894)
Casanova y Casa de Lorenzo
Óleo sobre
Estorach, Antonio Español Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
lienzo
(1847-1896) Aires
Casa de Lorenzo
Casas, Ramón Óleo sobre
Español Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1866-1932) lienzo
Aires
213
«68 retratos
y una tela de Óleo sobre Colecciones
Castillo, Teófilo costumbres lienzo particulares, Lima
Peruano Pintura del coloniaje»
(1857-1922)
Óleo sobre Colección Ántero
«Un cuadro»
lienzo Aspíllaga, Lima
Chambi, Martín «Grupos Papel de gelatina Centro Artístico,
Peruano Fotografía
(1891-1973) fotográficos» de plata Arequipa
Casa de Lorenzo
Chaplin, Charles Óleo sobre
Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
Joshua (1825-1891) lienzo
Aires
Casa de Lorenzo
Checa, Ulpiano Óleo sobre
Español Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1860-1916) lienzo
Aires
Anexos
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Casa de Lorenzo
Ciardi, Guglielmo Óleo sobre
Italiano Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1842-1917) lienzo
Aires
El ojo en la palabra
«Caricatura de «Caricatura de
Columba, Ramón personajes y personajes y
Argentino Caricatura No precisa Buenos Aires
(1891-1959) costumbres de la costumbres de la
vida porteña» vida porteña»
Palacio de Bellas
Concha, Ernesto Labrado en
Chileno Escultura La miseria (1908) Artes, Santiago de
(1875-1911) mármol
Chile
Casa de Lorenzo
Constant, Benjamin Óleo sobre
Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1845-1902) lienzo
214
Aires
Casa de Lorenzo
Corot, Camille Óleo sobre
Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1796-1875) lienzo
Aires
Labrado en
Monumento a Deán Monumento a
Correa Morales, mármol y Parque Sarmiento,
Argentino Escultura Gregorio Funes Deán Gregorio
Lucio (1852-1923) fundido en Córdoba
(1911) Funes (1911)
bronce
Museo de Bellas
Courbet, Gustave Mer Orageuse Mer Orageuse Óleo sobre
Francés Pintura Artes, Buenos
(1819-1877) (c. 1869-1870) (c. 1869-1870) lienzo
Aires
Monumento Labrado en
Plazoleta Carlos
Coutan, Jules-Félix a Carlos mármol y
Francés Escultura Pellegrini, Buenos
(1848-1939) Pellegrini fundido en
Aires
(1914) bronce
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Cuadros, Casimiro Acuarela sobre Centro Artístico,
Peruano Pintura «Acuarelas»
(1897-1986) papel Arequipa
Cugnot, Louis-
Monumento Labrado en
León (1835-1894)
Francés / Escultura / al Dos de mármol y Plaza Dos de
y Guillaume,
Francés Arquitectura Mayo (1866- fundido en Mayo, Lima
Edmond (1826-
1874) bronce
1894)
Cullen Ayerza, Museo de la
Vaciado en
Hernán (1879- Argentino Escultura El pescador Universidad de
bronce
1936) Tucumán
Fundido en
Daumas, Louis- Monumento a San Plaza San Martín,
Francés Escultura bronce y labrado
215
Joseph (1801-1887) Martín (1904) Mendoza
en piedra
Da Vinci, Leonardo La última cena [copia Tallado en Casa Goyeneche,
Italiano Pintura
(1452-1519) hecha en madera] madera Arequipa
Casa de Lorenzo
Degas, Edgar Óleo sobre
Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1834-1917) lienzo
Aires
Delacroix, Eugène Óleo sobre Colección Pinelo,
Francés Pintura «Dos obras»
(1798-1863) lienzo Cusco
Casa de Lorenzo
Delaunois, Alfred Óleo sobre
Belga Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1876-1941) lienzo
Aires
Casa de Lorenzo
Dettmann, Ludwig Óleo sobre
Alemán Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1865-1944) lienzo
Aires
Anexos
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Dhuicque, Eugène
Monumento a
(1877-1955) y Escultura / Monumento a los dos Labrado en Plaza del Congreso,
Belga / Belga los dos Congresos
Lagae, Jules Escultura Congresos (1914) mármol Buenos Aires
El ojo en la palabra
(1914)
(1862-1931)
Domenichino Óleo sobre
Italiano Pintura Comunión Catedral, Cusco
(1581-1641) lienzo
Domingo Marqués,
Óleo sobre Colección Pablo
Francisco Español Pintura «Cuadro»
lienzo Cabrera, Córdoba
(1842-1920)
Plaza Rubén
Drivier, León- Labrado en
Francés Escultura Primavera Primavera Darío,
Ernest (1878-1951) mármol
Buenos Aires
216
Dyck, Anton van Óleo sobre
Belga Pintura Cristo [atribuido] Catedral, Cusco
(1599-1641) lienzo
Fundido en
Fuente Alemana Parque Forestal,
bronce y labrado
(1910) Santiago de Chile
Eberlein, Gustav en piedra
Alemán Escultura
(1847-1926) Plazoleta 15 de
Monumento a Juan Fundido en
Junio de 1580,
de Garay (1915) bronce
Buenos Aires
Museo de Bellas
Fader, Fernando Francoargen- Óleo sobre
Pintura «Cuadro» Artes, Buenos
(1882-1935) tino lienzo
Aires
«Casa en la
Falconí, Teófilo
Peruano Arquitectura Avenida El No precisa Lima
(s. xix-s. xx)
Sol»
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Falguière, Alexandre Labrado en Jockey Club,
Francés Escultura Diana (1891) Diana (1891)
(1831-1900) mármol Buenos Aires
Casa de Lorenzo
Fantin-Latour, Óleo sobre
Francés Pintura «Cuadro Pellerano, Buenos
Henri (1836-1904) lienzo
Aires
Casa de Lorenzo
Favretto, Giacomo Óleo sobre
Italiano Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1849-1887) lienzo
Aires
Monumento
Ferrari, Juan Fundido en Plaza San Martín,
217
al Ejército
Manuel Uruguayo Escultura bronce y labrado Cerro El Pilar,
de Los Andes
(1874-1916) en mármol Mendoza
(1914)
Casa de Lorenzo
Fortuny, Mariano Óleo sobre
Español Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1838-1874) lienzo
Aires
Museo de Bellas
«Algunas notas» No precisa Artes, Buenos
Galofre, Baldomero Aires
Español Pintura
(1846-1902)
Óleo sobre Colección Pablo
«Cuadro»
lienzo Cabrera, Córdoba
Retrato de Leonor Retrato de Leonor
Museo de Bellas
Gándara, Antonio Uriburu de Uriburu de Óleo sobre
Francés Pintura Artes, Buenos
de la (1861-1917) Anchorena y su hijo Anchorena y su lienzo
Aires
Emilio hijo Emilio
Anexos
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Basílica de
Gaudí, Antonio
Español Arquitectura la Sagrada No precisa Barcelona
(1852-1926)
Familia
El ojo en la palabra
Casa de Lorenzo
Gérôme, Jean-Léon Óleo sobre
Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1824-1904) lienzo
Aires
Casa de Lorenzo
Gilsoul, Victor Óleo sobre
Belga Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1867-1939) lienzo
Aires
Palacio de Bellas
González, Simón Labrado en
Chileno Escultura Niño taimado (1893) Artes, Santiago de
(1859-1919) mármol
Chile
218
Casa de los
González y Retrato del obispo Retrato del obispo Óleo sobre
Peruano Pintura marqueses de
Martínez, Tomás Ochoa Ochoa lienzo
Venero, Cusco
Grosso Sánchez, Casa de Lorenzo
Óleo sobre
Alfonso Español Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
lienzo
(1893-1983) Aires
Palacio de Bellas
Guinier, Henri Jules Canción de la tarde Óleo sobre
Francés Pintura Artes, Santiago de
(1867-1927) (1899) lienzo
Chile
Casa de Lorenzo
Hernández, Daniel Óleo sobre
Peruano Pintura Desnudo (1883) Desnudo (1883) Pellerano, Buenos
(1856-1932) lienzo
Aires
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
«Altar de la
Herrera, Juan de
Español Arquitectura iglesia de San No precisa Granada
(1530-1597)
Fernando»
«Tallas del
«Tallas del paraninfo
paraninfo en Materiales Bolsa de Valores,
en roble blanco
Hochkoeppler, roble blanco diversos Santiago de Chile
Artes americano»
Guillermo Peruano americano»
decorativas
(s. xix-s. xx) Palacio de El
«Decoración «Decoración Materiales
Diario Ilustrado,
interior» interior» diversos
219
Santiago de Chile
Casa de Lorenzo
Holzapfel, Carl Óleo sobre
Alemán Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1865-) lienzo
Aires
Palacio de Bellas
Irolli, Vicenzo Óleo sobre
Italiano Pintura Capricho Artes, Santiago de
(1860-1949) lienzo
Chile
Jiménez Aranda, Óleo sobre Colección Pablo
Español Pintura «Cuadro»
José (1837-1903) lienzo Cabrera, Córdoba
Kaemmerer, Museo de Bellas
Óleo sobre
Frederik Holandés Pintura Baile de máscaras Artes, Buenos
lienzo
(1839-1902) Aires
Laso, Francisco Óleo sobre Catedral,
Peruano Pintura «Lienzos religiosos»
(1823-1869) lienzo Arequipa
Anexos
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Casa de Lorenzo
Laurens, Jean-Paul Óleo sobre
Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1838-1921) lienzo
Aires
El ojo en la palabra
La fundación de
La fundación
Santiago por Pedro de Palacio de Bellas
Lira, Pedro de Santiago por Óleo sobre
Chileno Pintura Valdivia (1888) Artes, Santiago de
(1845-1912) Pedro de Valdivia lienzo
[Castillo la titula La Chile
(1888)
ejecución de Valdivia]
Caballos
Caballos arrastrando Palacio de Bellas
Luigini, Ferdinand- arrastrando
Italiano Pintura lanchas en el canal de Pastel Artes, Santiago de
Jean (1870-1943) lanchas en el
Bruges Chile
canal de Bruges
220
Palacio de Bellas
Lynch, Alberto Óleo sobre
Peruano Pintura Últimos rayos Artes, Santiago de
(1851-1950) lienzo
Chile
Masías, Enrique «Grupos «Grupos Papel de gelatina Centro Artístico,
Peruano Fotografía
(1898-1928) fotográficos» fotográficos» de plata Arequipa
Palacio de Bellas
Matte, Rebeca Labrado en
Chilena Pintura Horacio (1900) Artes, Santiago de
(1875-1929) mármol
Chile
Casa de Lorenzo
Maxence, Edgar Óleo sobre
Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1871-1954) lienzo
Aires
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Fin de huelga Óleo sobre
Fin de huelga (1917) Buenos Aires
Mayol, Manuel Pintura / (1917) lienzo
Español
(1865-1929) Caricatura El vendedor de
No precisa Buenos Aires
periódicos (1918)
Museo de Bellas
Meifrén Roig,
Español Pintura «Algunas notas» No precisa Artes, Buenos
Eliseo (1859-1940)
Aires
Casa de Lorenzo
221
Meissonier, Ernest Óleo sobre
Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1815-1891) lienzo
Aires
Casa de Adela
Menéndez Pidal, Retrato de la Sra. Retrato de la Sra. Óleo sobre
Español Pintura S. de Remis,
Luis (1861-1932) Adela S. de Remis Adela S. de Remis lienzo
Tucumán
Museo de la
Michetti, Francesco Óleo sobre
Italiano Pintura El voto Universidad de
(1851-1929) lienzo
Tucumán
Millet, Jean- Casa de Lorenzo
Óleo sobre
François Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
lienzo
(1814-1875) Aires
Mombelli Artes «Decoración de la Teatro Colón,
Italiano No precisa
(s. xix-s. xx) decorativas sala principal» Buenos Aires
Anexos
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
La jura de la
La jura de la Casa de la Jura de
Independencia el Vaciado en
Independencia el 9 de la Independencia,
9 de julio de 1816 bronce
El ojo en la palabra
222
Monumento
a Nicolás Labrado en Plaza Alsina,
Avellaneda mármol Buenos Aires
(1913)
Museo de Bellas
Morelli, Domenico Óleo sobre
Italiano Pintura Ruinas de un templo Artes, Buenos
(1826-1901) lienzo
Aires
Moreno Carbonero, Óleo sobre Colección Pablo
Español Pintura «Cuadro»
José (1860-1942) lienzo Cabrera, Córdoba
«Dos platos
«Dos platos de
de cerámica Museo de Historia
Navarro, Dalmiro Artes cerámica moderna
Argentino moderna No precisa Natural, Buenos
(s. xix-s. xx) decorativas con dibujos
con dibujos Aires
tiahuanaquenses»
tiahuanaquenses»
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Museo de la
Navazio, Walter de Óleo sobre
Argentino Pintura Villa Dolores Universidad de
(1887-1921) lienzo
Tucumán
Fundido en
Monumento al Genio bronce y base Plaza Italia,
Negri, Roberto Italiano Escultura
de la Libertad (1910) labrada en Santiago de Chile
mármol
Casa de Lorenzo
Neuville, Alphonse Óleo sobre
Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
de (1835-1885) lienzo
Aires
Casa de Lorenzo
Nittis, Giuseppe de Óleo sobre
223
Italiano Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1846-1884) lienzo
Aires
Busto de José
No Busto de José de San Fundido en Los Andes,
No identificado Escultura de San Martín
determinado Martín (1917) bronce Valparaíso
(1917)
Homenaje a la
Nogales, Avelino G. bandera (1910) Óleo sobre Centro Militar,
Boliviano Pintura
(1869-1948) [Castillo la titula La lienzo La Paz
jura de la bandera]
Esculpido en Centro Artístico,
Oviedo, Pedro León Peruano Escultura «Yeso» «Yeso»
yeso Arequipa
Museo de Bellas
Panozzi, Americo
Argentino Pintura «Algunas notas» No precisa Artes, Buenos
(1887-1971)
Aires
Anexos
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Pantigoso, Manuel
Centro Artístico,
Domingo (1901- Peruano Pintura «Estudios» «Estudios» No precisa
Arequipa
1991)
El ojo en la palabra
224
francés Louis M. Le Artes, Santiago de
M. Le Poittevin lienzo
Poittevin (1905) Chile
(1905)
Plaza Ferrand,
Colección José
Marcial (1876- Chileno Pintura Óleo sobre
Coquetería Carlos Bernales,
1948) lienzo
Lima
Colección José
La mujer del Óleo sobre
Carlos Bernales,
espejo lienzo
Lima
Congreso de la
Pol, Víctor de Fundido en
Argentino Escultura Cuadriga (1906) Cuadriga (1906) Nación, Buenos
(1865-1925) bronce
Aires
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Casa de Arthur
Posnansky, actual
Posnansky, Arthur Artes «Casa de Arthur «Casa de Arthur Materiales
Austriaco Museo Nacional
(1873-1946) decorativas Posnansky» Posnansky» diversos
de Arqueología,
La Paz
Casa de Lorenzo
Pradilla, Francisco Óleo sobre
Español Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1848-1921) lienzo
Aires
Puig Roda, Gabriel Óleo sobre Colección Pablo
Español Pintura «Cuadro»
(1865-1919) lienzo Cabrera, Córdoba
La Carta Labrado en
La Carta Magna y
Magna y las mármol y
225
las cuatro regiones Buenos Aires
cuatro regiones vaciado en
argentinas (1927)
Querol, Agustín argentinas (1927) bronce
Español Escultura
(1860-1909) Monumento
Monumento Fundido en
a Francisco Plaza Bolognesi,
a Francisco bronce y labrado
Bolognesi Lima
Bolognesi (1905) en mármol
(1905)
Ribera, José de Santa María Óleo sobre Colección Luis de
Español Pintura
(1591-1652) Egipciaca lienzo la Jara, Lima
Ribot, Théodule- Casa de Lorenzo
Óleo sobre
Armand (1839- Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
lienzo
1916) Aires
Museo de la
Rocha, Héctor Labrado en
Argentino Escultura Voluptas Universidad de
(1893-1958) mármol
Tucumán
Anexos
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Plaza del
Vaciado en
El Pensador (1907) Congreso, Buenos
bronce
Aires
El ojo en la palabra
226
Rusiñol, Santiago
Español Pintura «Algunas notas» No precisa Artes, Buenos
(1861-1931)
Aires
Salinas, Ramón «Refacciones en la
Peruano Arquitectura No precisa La Paz
(s. xix-s. xx) catedral de La Paz»
Sánchez Barbudo, Casa de Lorenzo
Óleo sobre
Salvador Español Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
lienzo
(1857-1917) Aires
Sardá de Núñez
Óleo sobre Centro Artístico,
Chávez, Leonor Peruana Pintura Rayo de sol Rayo de sol
lienzo Arequipa
(s. xix-s. xx)
Casa de Lorenzo
Sartorelli, Francesco Óleo sobre
Italiano Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1856-1939) lienzo
Aires
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Sartorio, Giulio Museo de Bellas
Óleo sobre
Arístide (1860- Italiano Pintura «Cuadro» Artes, Buenos
lienzo
1932) Aires
Casa de Lorenzo
Segantini, Giovanni Óleo sobre
Italiano Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1858-1899) lienzo
Aires
«Un ocaso en las «Un ocaso en las Casa de Juan
Serra, Enrique Óleo sobre
Español Pintura lagunas pontinas lagunas pontinas Bustamante,
(1859-1918) lienzo
romanas» romanas» Arequipa
Las sonatas
Sirio, Alejandro Las sonatas de Tinta sobre
Español Caricatura de Domenico Buenos Aires
(1890-1953) Domenico Scarlatti papel
Scarlatti
227
Sívori, Eduardo «Dos obras Colección Teófilo
Argentino Pintura No precisa
(1847-1918) autografiadas» Castillo, Lima
Sorolla, Joaquín Óleo sobre Colección Pablo
Español Pintura «Cuadro»
(1863-1923) lienzo Cabrera, Córdoba
Alegoría del trabajo Alegoría del Óleo sobre Bolsa de Valores,
(1917) trabajo (1917) lienzo Santiago de Chile
El ensayo del himno El ensayo del himno
nacional en la sala nacional en la
Óleo sobre Museo Histórico,
Subercaseaux, Pedro de la casa de María sala de la casa de
Chileno Pintura lienzo Buenos Aires
(1880-1956) Sánchez de Thompson María Sánchez de
(1909) Thompson (1909)
El Cabildo abierto del El Cabildo abierto
Óleo sobre Museo Histórico,
22 de mayo de 1810 del 22 de mayo de
lienzo Buenos Aires
(1908) 1810 (1908)
Anexos
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Monumento a Monumento a Fundido en
Tadolini, Giulio Plaza Vélez
Italiano Escultura Dalmacio Vélez Dalmacio Vélez bronce y labrado
(1849-1918) Sarsfield, Córdoba
Sarsfield (1889) Sarsfield (1889) en mármol
El ojo en la palabra
Mixta,
Parque Sarmiento
materiales Córdoba
(1889)
diversos
Mixta,
Parque 9 de Julio
materiales Tucumán
(1916)
Thays, Charles diversos
Francés Arquitectura
(1849-1934) Plaza del Congreso Mixta,
de Buenos Aires materiales Buenos Aires
(1910) diversos
228
Mixta,
Plaza Francia (1909) materiales Buenos Aires
diversos
Casa de Lorenzo
Tito, Ettore Óleo sobre
Italiano Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
(1859-1941) lienzo
Aires
Turner, Manuel
Mixta,
(s. xix-s. xx) y Austriaco / Arquitectura / Edificio del Jockey Calle Florida,
materiales
Emilio Agrelo Argentino Arquitectura Club (1897) Buenos Aires
diversos
(1856-1933)
Abuelo Palacio de Bellas
Uth, Max Óleo sobre
Alemán Pintura [Castillo la titula Artes, Santiago de
(1863-1914) lienzo
Interior] Chile
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
La perla del mercader
Valenzuela Puelma, o Marchand d’esclaves Palacio de Bellas
Óleo sobre
Alfredo (1856- Chileno Pintura (1884) Artes, Santiago de
lienzo
1909) [Castillo la titula Chile
Esclava]
La rendición
de Breda
Velázquez, Diego (1634-1635) Óleo sobre
Español Pintura Catedral, Cusco
(1599-1660) [Castillo la lienzo
titula Las
Lanzas]
La fragua
229
de Vulcano
Casa de Lorenzo
(1630), Óleo sobre
Vicars de Vile Indeterminado Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
[Castillo lienzo
Aires
la titula
Vulcano]
Villanueva, José Esculpido en Centro Artístico,
Peruano Escultura «Yeso» «Yeso»
Luis (1848-1932) yeso Arequipa
Museo de la
Villegas Cordero, Óleo sobre
Español Pintura Un dux Un dux Universidad de
José (1844-1921) lienzo
Tucumán
«Caricatura de «Caricatura de
Zavalla, Pedro
personajes y personajes y
Ángel «Pelele» Uruguayo Caricatura No precisa Buenos Aires
costumbres de la costumbres de la
(1887-1952)
vida porteña» vida porteña»
Anexos
Disciplina
Obra vista durante Obra Técnica y
Artista Nacionalidad señalada por Obra comentada Lugar
el viaje mencionada material
Castillo
Óleo sobre
«Retratos» No se precisa
lienzo
El ojo en la palabra
Óleo sobre
Salomé Casa Goyeneche
Pintura lienzo
Zeballos, Fernando y casa de Arturo
Peruano / Artes Óleo sobre
(1840-1900) Ruinas del Pestum Romaña, Arequipa
decorativas lienzo
«Decoración del «Decoración del
Casa Goyeneche,
techo de sala techo de sala Temple
Arequipa
rectangular» rectangular»
Casa de Lorenzo
Ziem, Félix (1821- Óleo sobre
Francés Pintura «Cuadro» Pellerano, Buenos
1911) lienzo
Aires
230
Creced y Museo de Bellas
Creced y multiplicaos Vaciado en
multiplicaos Artes, Buenos
(1911) bronce
Zonza Briano, (1911) Aires
Argentino Escultura
Pedro (1866-1941) Cementerio de la
Cristo Redentor Cristo Redentor Vaciado en
Recoleta, Buenos
(1914) (1914) bronce
Aires
Casa de Lorenzo
Zorn, Anders Óleo sobre
Sueco Pintura «Cuadro» Cuadro Pellerano, Buenos
(1860-1920) lienzo
Aires
Museo de Bellas
Zügel, Heinrich
Alemán Pintura «Algunas notas» No precisa Artes, Buenos
von (1850-1941)
Aires
Anexo 2
Relación de artistas mencionados por Teófilo Castillo en la serie
«En viaje. Del Rímac al Plata», sin detenerse en sus obras
Disciplina señalada
Artista Nacionalidad
por Castillo
Arrunátegui, Rivas (s. xix-s. xx) Peruano Pintura
Baca Flor, Carlos (1867-1941) Peruano Pintura
Bargomaneiro Portugués Caricatura
Bermúdez, Jorge (1883-1926) Argentino Pintura
Boecklin, Arnold (1827-1901) Suizo Pintura
Bordalo Pinheiro, Rafael (1846-1905) Portugués Caricatura
Botticelli, Sandro (1445-1510) Italiano Pintura
Buonarroti, Miguel Ángel (1475-1564) Italiano Escultura
Cano, Alonso (1601-1667) Español Arquitectura
Cappiello, Leonetto (1875-1942) Italiano Pintura
Capuz, Cayetano (1838-1912) Español Escultura
Churriguera, José Benito de (1665-1725) Español Escultura
Cifuentes, Manuel (s. xix-s. xx) Chileno Arquitectura
Collivadino, Pío (1869-1945) Argentino Pintura
Correggio, Antonio Allegri da (1489-1534) Italiano Pintura
Della Valle, Ángel (1852-1903) Argentino Pintura
Dormal, Julio (1846-1924) Belga Arquitectura
Dow, Gerrit (1613-1675) Holandés Pintura
Durán, Carolus (1837-1917) Francés Pintura
Echevarría Argentino Pintura
Egas, Enrique (1455-1534) Español Arquitectura
Faria, Cândido Aragonez de (1842-1911) Brasileño Caricatura
Font Carreras, Augusto (1846-1924) Español Arquitectura
Franciscovich, Svetozar (s. xix-s. xx) Argentino Pintura
Geiger, Augusto Suizo Arquitectura
Giudici, Reinaldo (1853-1921) Ítaloargentino Pintura
González, José Gabriel (1875-1952) Peruano Fotografía
Goursat, Georges «Sem» (1863-1934) Francés Caricatura
Guas, Juan (1430-1496) Español Arquitectura
Hall, Frederick (1860-1948) Inglés Pintura
Hokusai, Katsushika (1760-1849) Japonés Pintura
Jéquier, Emile (1866-1949) Chileno Arquitectura
Kiyonaga, Torii (1752-1815) Japonés Pintura
231
El ojo en la palabra
232