Jacques Alain Miller Del Edipo A La Sexuacion
Jacques Alain Miller Del Edipo A La Sexuacion
Jacques Alain Miller Del Edipo A La Sexuacion
Directora de ia colección;
Silvia Gelter
Comité editorial
Secretaria:
Marina Recalde
Integrantes:
Angélica Marchesini
Fabián Naparstek
Raquel Vargas
Director responsable
de la publicación:
Oscar Sawicke
Jacques-Alain Miller
Graciela Brodsky
Marie-Héléne Brousse
Jorge Chamorro
Luis Erneta
Robin Fox
Germán L. García
Claudio Godoy
Mariana Indart
Éric Laurent
Fran^ois Leguil
Angélica Marchesini
Roberto Mazzuca
Fabián Naparstek
Débora Nitzcaner
Marina Recalde
Graciela Ruiz
Fabián Schejtman
José Slimobich
Silvia E. Tendlarz
Beatriz Udenio
Oscar Zack
ISBN 978-950-12-8803-2
Reservados todos los derechos. Q ueda rigurosam ente prohibida, sin la autorización
escrita de los titulares del copyright, bajo las san cion es establecidas en las leyes,
la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier m edio o procedim iento,
com prendidos la reprografía y el tratamiento inform ático.
Im preso en Bibliográfíka
Bucarelli 1160 CABA,
en junio de 2011
Tirada: 50 0 ejemplares
ISB N 9 7 8 -950-12-8803-2
índice
Prefacio ........................ 11
L a o r ie n t a c ió n la c a n ia n a
Breve introducción al más allá del Ec^po
Jacqites-Alain 17
El secreto de las condiciones de amor
Jacqiies-Alnin M ilkr ............................................................... 23
E s t u d io s
Síntoma y sexuación
Graciela Brodsky ........................................................................ 43
Las femineidades: el Otro sexo entre metáfora y suplencia
Marie-Héléne Brousse.................................................................. 55
El barroco de las pasiones
Geiinán L. García....................................................................... 63
¿Puede el neurótico prescindir del padre?
ErícLanrent................................................................................. 75
El padre síntoma
Robeno Mazzuca........................................................................... 83
El Edipo femenino: un interrogante freudiano
Marina Recalde............................................................................ 103
Más allá del Edipo
Graciela R u iz .............................................................................. 117
El no lo sabía: discurso y escritura
José Slimobich.............................................................................. 125
Recorrido del falo en la sexualidad femenina
Silvia £. Tendíais........................................................................ 137
C l ín ic a
El Edipo en el pase: retrospectiva
Luis E m e ta ..................................................................................... 149
El Edipo: un impasse
Oscar Z ack....................................................................................... 159
Una bronca loca
Mariana Indart................................................................................ 169
U n padre que nombre
Débora N itzcaner............................................................................ 173
La construcción de un artificio: el padre (comentario)
Beatriz Udenio................................................................................ 179
C o n f in e s
La tragedia de Sófocles
Fabián N aparstek............................................................................ 187
El tonel de las Danaides y otros tormentos infernales
Fabián Schejtman............................................................................ 191
L ecturas
N ota introductoria al artículo de R. Fox
Angélica M archesini....................................................................... 201
Reconsideración sobre «Tótem y tabú»
Robin Fox......................................................................................... 207
Los avatares del cuerpo
Claudio Godoy................................................................................... 227
C o n fe r e n c ia s
El ruiseñor de Lacan. Conferencia inaugural del ICBA
Jacques-Alain M iller....................................................................... 245
Lo imposible de enseñar
ÉricLaurent..................................................................................... 267
PRESENTAaÓN DE ENFERMOS
El encuentro del psicoanalista con el psicótico
Jorge Chamorro............................................................................ 289
La expeñencia enigmática de la psicosis en las
presentaciones clínicas
Frangois Leguil............................................................................... 295
D ocum entos
1, 2, 3, 4 (clase del 7 de noviembre de 1984)
Jacques-Alain M iller...................................................................... 309
Prefacio
11
Por nuestra parte, tuvimos la ocasión de conocer otra faceta de la
actividad del comité, interrumpida por breves pausas que anticipaban
una nueva instancia de discusión.
Tanto empeño hubiese sido insuficiente sin la colaboración de los
autores, que con sus respuestas contribuyeron a sostener un criterio
coherente en la línea propuesta. Así pues, quienes aparecen citados en
el volumen han colaborado muy estrechamente, de una u otra forma,
en la redacción final. Esperamos que esta publicación sea para el lec
tor un reflejo fiel de esos esfuerzos.
12
I
Del Edipo a la sexuación
La orientación lacaniana
Breve introducción al más allá del Edipo^
Jacques-Alain Miller
17
D el E dipo a la sexuación
i8
B reve introducción al más allá del E dipo
logie, pero es para mostrar que esta fórmula libera al mismo tiempo el
espacio de la otra «sexuación», fuera del M ipo.
La disyunción de dos fórmulas escritas con el mismo predicado
permite ver que ambas lógicas tienen el carácter paradójico, no per
cibido por Freud, del predicado fálico. El error de Freud fue, en
efecto, haber creído que ese predicado era clasificante, que distribuía
a los seres humanos en dos clases según lo tuvieran o no. El error de
Lacan en esto, que se despliega en «Los complejos familiares...», fue
haber creído de entrada que la castración no era más que un fantas
ma para inscribir en el capítulo del fantasma del cuerpo despedaza
do, y que traducía en lo imaginario el daño causado al narcisismo del
sujeto.
Un segundo error de Lacan, que dejó su marca en la comprensión
común de su enseñanza, fue haber coordinado la castración con el
Edipo, como lo articula la fórmula paralingüística de la metáfora pa
terna. Sin embargo, el escrito «La significación del falo» da cuenta
de la primacía del falo sin referencia al Edipo. Coordina dificultosa
mente el falo con el significante como tal, y ya no con el significante
privilegiado del Nombre del Padre. ¿No es decir que la ley no es cul
pable, ni tampoco el sujeto, pero sí que la ley es artificial, como sus
juristas, que la castración no procede del padre sino del lenguaje, que
ella traduce en forma dramática la pérdida de goce que afecta al suje
to en tanto que es sujeto del lenguaje?
Alain M erlet hace bien en recordar que el significante como tal es
oblivium, olvido, y que opera antes que la represión, sobre la relación
originaria del sujeto con el goce. El Edipo no es menos que «Tótem
y tabú» lo que Kroeber (Freud se refiere a él, Lacan lo cita) llamaba
-al citarlo, Freud no rechaza la imputación- «una historia novelada».
Los mitos freudianos del padre, el Edipo que Freud recoge de los
griegos, como «Tótem y tabú», que inventa a partir de Darwin, son
otros tantos cuentos hechos para novelar la pérdida de goce. Hubo
entonces alguien que dijo de tu goce: «Eso es mío», y que te lo robó
para no devolverlo más. Así, donde estaba el deseo de la madre, don
de estaba el goce, advino el padre, que te lo arrebató.
El parricidio no libera, pues el padre se lleva este goce con él has
ta la tumba. El parricidio aquí no es más que gaudicidio, aprovechan
do la palabra latina de donde proviene, pese al uso de Cicerón, nues
tro goce igaudiurn), no sin equívoco con el god inglés.
19
D el E oipo a la sexuación
20
B reve introducción al más allá oel E dipo
21
Del E dipo a la sexuación
Esta breve alegoría es para decir que la metáfora del padre fraca
sa siempre en barrar el goce. Si hay en el mito asesinato del padre, si
hay en el delirio asesinato del alma, muerte del sujeto, ntiñéá hay áse-
sinátb dél gbbéV Esto no impide que se lo entierre y se ponga en su
tumba eí signo fúnebre del falo, significante de la muerte del goce.
Pero: El goce ha muerto^ ¡viva el goce! Helo aquí, helo allá, no está me
nos vivo que la verdad y, como ella, habla entre líneas.
Técnicamente: a la metáfora del padre respbndé la metonimia del
goce. Del lado de la metáfora el goce es imposible, del lado de la me
tonimia es real -lo que aún no lo vuelve permitido. Para que lo sea
todavía hace falta, no matar al padre, vía sin salida, sino reconocerlo
en su semblante.
En la conducción de la cura eso significa:
- ir contra aquello que en el dispositivo mismo de la interpretación
lleva al sujeto supuesto saber a identificarse con la función del pa
dre, y luego tener apartado al sujeto supuesto saber de los semblan
tes del padre;
-separar el significante amo del plus de goce, pero en provecho del
segundo, no del primero, es decir, liberar los significantes amo, y
hacer consistir el plus de goce, y no a la inversa, como hacía el psi
coanálisis más acá del Edipo;
-no someter al sujeto bajo una ley que no es más que ficción, sino de
jarle descubrir el porqué de los semblantes y el cómo del goce.
Hace falta para esta operación sin precedentes un psicoanalis
ta -cualquiera- que no se la crea, un psicoanalista sin infatuación.
Más allá del Edipo no entran los nombres del padre, ni La Mujer,
ni el hombre enmascarado. N o entran, más allá del Edipo, sabios, hé
roes, ni víctimas, ni vencidos.
22
El secreto de las condiciones de amor^
Jacques-Alain Miller
La mujer e s t a b ú
* Texto extraído de la revista Qtiorto N® 62, Bruselas, ECF, 1997, pp. 4-10.
Traducido y publicado con la gentil autorización de J.-A. Miller.
23
D el E oipo a la sexuación
24
El SECRETO DE LAS CONOiaOMES DE AMOR
Si uno imaginara poder jugar allí como Lautréamont jugó con los
aforismos de La Rochefoucauld, por ejemplo, se pasaría de golpe de
lo sublime a lo ridículo. En el momento en que Freud evoca la hos
tilidad fundamental de la mujer respecto del hombre, no está de nin
gún modo en su concepción formular un tabú general del hombre.
Por el contrario, si se pueden oponer el hombre y la mujer, en esta
oportunidad es como lo Mismo y lo Otro -para utilizar los recursos
que encontramos en Platón. No es que el hombre sería a su vez Otro
que la mujer, sino, por el contrario, que el hombre es lo Mismo mien
tras que la mujer es lo Otro.
Lacan saca fruto de Freud, en el curso del párrafo de esta tercera
contribución, de que la mujer es el Otro como tal, que se dice en
griego etepos -donde «eros» se hace escuchar-, este que Lacan re
cuerda explícitamente en «El atolondradicho». La mayúscula que le
ponemos al O tro indica aquí que esta palabra no debe servir como
adjetivo, lo que introduciría en la búsqueda de qué es el Otro. El
Otro con mayúscula es el Otro radical, el no semejante. Obedezca
mos la lógica que comporta. Otro armo tal significa no semejante aun
a ella misma, a saber, no semejante incluso a ella misma.
Encontramos aquí -haciendo un salto, quizá- lo que permite de
signar al sujeto histérico a partir del materna que escribe la falta de sig
nificante, esto es, tal como lo presenté ocasionalmente, la falta de
identidad de sí. S es lo que se escribe en el lugar de una igualdad en la
que S podría decirse equivalente a S. Ese no semejante incluso a ella mis
ma tal vez puede aclarar además por qué desde hace mucho tiempo las
mujeres tienen la reputación de pasarse horas frente al espejo, hasta tal
punto que es un topos de la pintura figurarlas de esa manera. Esta pa
sión del espejo no dice, por otra parte, si es para intentar reconocerse
o para asegurarse de ser Otro que la que es. Evidentemente podemos
complicar la alternativa, pasarla a un grado superior, al plantear la hi
pótesis de que quizá solo se reconoce a condición de asegurarse de ser
Otro. Hubiera podido traerles las consideraciones baudelaireanas
acerca del maquillaje, pero guardo a Baudeiaire para im poco más tar
de. Ya es bastante absolutizar aquí al Otro para introducir la fundón
de la máscara, del velo tras el cual no hay nada.
25
Del Edipo a u sixüÁctdN
26
El secreto de las condiciones de amor
27
D el E dipo a u sexuación
28
El secreto de las condiciones de amor
29
D el E dipo a la sexuación
Se aproxima y se entera que es enviada por sus padres para ser re
ligiosa.
¿Qué subyace tras esta historia? Allí está finalmente el misterio,
y es lo que se bautiza «la perfidia de Manon». En efecto, repetida
mente, Manon dice demasiado que sí (la historia se compone de esas
cuatro o cinco repeticiones). Manon dice que sí a cierto número de
proposiciones deshonestas, cuando no las suscita ella misma. De ma
nera siempre encantadora, se libera haciéndose raptar por los servi
dores del padre de él. Tiene un dejo de tristeza en los ojos. Se in
quieta y, de golpe, la raptan. Es la primera de sus perfidias, puesto
que hay otras más singulares, una más espantosa que otra. En la úl
tima decide engañar a un señor de fortuna, a quien dice: «Seguro,
30
El SECRETO DE lAS CONDICIONES DE AMOR
31
D el E oipo a ia sexuación
E l m isterio de M a n o n
Esta novela conservó su misterio, hasta tal punto que las interpre
taciones respecto de quién es Manon se oponen: ¿es ángel o demo
nio? ¿Se trata de Berdardin de Saint-Pierre o de Baudeiaire?
Manon se resuelve con la llave de Freud. Por singular que parez
ca, se puede dar cuenta de ella indicando que Manon es la madre
ffeudiana. Esta instancia vuelve compatible -lo que parece incom
prensible en la lectura del texto- que por un lado ame a su Des
Grieux como una Julieta amaría a su Romeo y que, al mismo tiempo,
lo traicione repetidamente. Eso no impide que en el momento en que
la encuentra lo consuele de inmediato. Lo ama tanto como antes. Se
lo dice y él le cree. Lo que es presentado como algo «insensato» -la
palabra está en la novela- encuentra su equilibrio si se piensa que la
madre ffeudiana posee ella misma esta Dimenbafiigkeit. El encanto
de la novela está en la oscilación en la que se encuentra Des Grieux
-ese narrador masculino-, oscilación entre el encanto de su presen-
32
E l secreto de las condiciones de amor
33
D el E díI’o a la sexuación
34
E l secreto de las condiciones de amor
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D el E dipo a ú sexu /^ión
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El secreto de las condicic»ies de amor
P ro h ibid o P er m it id o
37
Del Eo\po a la sexuación
38
E l secreto de las condiciones de amor
Es necesario ahora que pase por las diferentes razones que Freud
enuncia de la hostilidad femenina fundada en el complejo de castra
ción. Sin duda nota que el esposo nimca es más que un sustituto, que
el objeto originario de la mujer es el padre, pero desdoblado por otra
anotación que no es directamente edípica. Para él, decirlo en térmi
nos edípicos equivale a afirmar que el goce que ella obtiene del obje
to masculino no es el bueno; o sea, el hombre sustituto es en tanto tal
incapaz de satisfacerla. Y hay una falta en gozar que se instatua a par
tir de que el hombre sustituto se mide con el falo. Da algunos ejem
plos: la desfloración mediante el falo de madera en India; o en la cos
tumbre romana, la joven casada se sentaba sobre un falo de piedra.
Medimos al hombre sustituto con el falo, y el padre no es forzosa
mente la última palabra.
Rápidamente, puedo anunciarles cómo presentaré la próxima vez
la contribución de Lacan, la unión, justificada a partir de Freud, del
falo y la libido, es decir, de qué modo la libido es esencialmente un
valor móvil, puede ser escrita con un valor a partir del significante.
Lacan apunta aquí a mostramos cómo la libido está escrita en carac
teres fálicos.
29 de marzo de 1989
39
Estudios
Síntoma y sexuación
Graciela Brodsky
43
D el E dipo a ia sexuación
44
S íntom a Y SEXUAaóN
45
Del Edipo a ía sexuación
46
S íntoma y sexuación
C elos Y SEXUACIÓN
Una vez ubicadas buena parte de las coordenadas que Freud nos
propone para armar el caso siguiendo las consecuencias del comple
jo de Edipo en el varón, tomaremos una orientación diferente y,
guiados por Lacan, separaremos los celos masculinos del complejo
materno, para ubicarlos como una consecuencia de la sexuación, más
precisamente, como un efecto que la sexuación femenina produce
del lado masculino.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de sexuación? En primer
lugar indicamos que, más allá de las condiciones biológicas, es nece
saria una implicación subjetiva del sexo, que a lo largo de casi toda su
enseñanza Lacan llama «asunción»: «Asunción por el sujeto de su
propio sexo, que es, de hecho, que el hombre asuma el tipo viril, que
la mujer asuma cierto tipo femenino, se reconozca, se identifique con
su función de mujer». ^ Por cierto, la idea de asumir implica que bien
puede no hacerlo, rechazarlo, que la declaración «soy hombre» -o
1. J. Lacan, Le Séminaire, livre Les fitrm ations de Vinconscient, París, Seuil, 1998,
p. 166 (la traducción es nuestra).
47
D el E dipo a la sexuación
48
S ín to m a y se x u a c ió n
(D O
C U ER PO LMAGINARIO G O C E REAL
49
D el E dipo a la sexuación
ta a su goce. Allí donde el hombre la quiere toda para él, la cree to
da, ella tiene un goce que no comparte con él y que en cambio la vin
cula con el Otro, S(A). N o se trata de otro hombre, se trata de otro
goce. Pero ¿cómo hacérselo saber a él, que exige la confesión de to
da la verdad, si ella misma nada sabe, «salvo que, a veces, lo siente»?
El extravío es sin remedio. El nada quiere saber {horrorfeminaé), na
da puede saber -sujeto como está al para todo fálico- y ella nada sabe
de un goce que no es producto del inconsciente sino que ex-siste al
mismo.
En este punto, la estructura de ficción de la verdad se revela como
una solución posible que la amante de nuestro celoso descubrió cuan
do, cual Scherezade, comenzó a contarle noche tras noche a modo de
confesión una historia en la que él ya no cree, pero que no deja de en
cender su pasión.
C elos fe m e nino s
50
S íntoma Y SEXUACIÓN
51
D el EDtpo a ia
A MODO DE CONCLUSIÓN
Un afán de simetría podría habernos hecho suponer que, así co
mo los celos masculinos encuentran su fundamento en la duplicidad
del lado femenino, los celos femeninos lo hallarían en la general de
gradación de la vida erótica masculina, siempre repartida entre dos
objetos. Pero no fue así. Tanto para Freud como para Lacan los celos
femeninos se derivan de la propia femineidad y no de la naturaleza de
la masculinidad. Ya se los aborde, como Freud, a partir del Penisneid,
ya se los considere derivados de la dialéctica fálica o del goce femeni
no, los celos en la mujer -al igual que los celos masculinos- son una
consecuencia de la sexualidad femenina.
Hemos mencionado anteriormente que la sexuación supone una
asunción del sexo por parte del sujeto y también que dicha asunción
se realiza respecto del significante fálico. Agreguemos ahora que la
sexuación no requiere solamente la asunción o rechazo del propio se
xo sino que además exige que el varón descubra que hay mujeres y,
recíprocamente, que la mujer soporte que haya hombres. De este
modo, la asunción del propio sexo se acompaña de la admisión del se
xo del Otro. Por cierto, no se trata tan solo de reconocer la diferen
cia a nivel del imaginario corporal, momento traumático que Freud
4. J.-A Miller, Los signos d d goce, Buenos Aires, Paidós, 1998, p. 373.
52
S íntoma y sexuación
53
Las femineidades: el Otro sexo entre
metáfora y suplencia*
Marie-Héléne Brousse
55
D el Edipo a w sexuación
56
Las femineidades: el Otro sexo entre metáfora y suplencia
57
D el E dipo a la sexuación
3. Ibíd.
58
La s FEMINEIDADES: EL O tro sexo entre metáfora y suplencia
4. J. Lacan, «La signifícadón del falo», en ob. dt., pp. 673 y 674.
5. Ibíd., p. 674.
59
D el Edipo a la sexuación
6o
Las femineidades: el O tro sexo entre metáfora y suplencia
6. J. Lacan, El senünario, libro 20, A un, Buenos Aires, Paidós, 1985, p. 119.
7. Ibíd., p. 47.
8. J. Lacan, «Televisión», en Psicoanálisis, radiofonía y televisión, Barcelona, Ana
grama, 1993, p. 128.
6l
D el E dipo a la sexuación
Situando a una mujer del lado del objeto deseado, que consiente
en prestarse al fantasma, esto es, en funcionar como semblante de ser,
la mascarada es una solución en términos de ficción y, como tal, toca
al medio-decir de la verdad, al no-todo.
En la vertiente del amor, y siguiendo la misma línea, se perfilan dos
posiciones con los dos polos que Lacan recorta en el seminario sobre
la transferencia: amante-amado. Basándose en este criterio, en «La
significación del falo» Lacan diferencia la homosexualidad femenina
de la homosexualidad masculina: «[...] la homosexualidad femenina,
por el contrario, como lo muestra la observación, se orienta sobre
una decepción que refuerza la vertiente de la demanda de a m o r» .^ De
este modo, el amor por otras mujeres, cuyo paradigma encontramos
en el caso princeps de Freud de la joven homosexual, busca dar ser y
consistencia al O tro sexo: amar a una mujer para hacer existir el ser
allí donde falla el significante. Pero no es seguro que esto no nos con
duzca al Otro prehistórico.
Del lado de la posición de la amada encontramos la erotomanía y
el «empuje a la mujer» que ello implica. El hecho de ser biológica
mente mujer no obstaculiza ni facilita el «empuje a la mujer», tenta
tiva que se define a partir de la forclusión del Nombre del Padre y de
la falta del significante La Mujer.
Nos queda la vía desarrollada por Lacan a partir de los místicos
como santa Teresa de Avila; solución que no ubicamos en la clasifica
ción de psicosis. Sin duda, en este caso, amor y deseo están presen
tes, pero prevalece el testimonio de un goce: goce otro a la sombra
del falo.
Esta es la hipótesis que les propongo investigar: a partir de la au
sencia del significante La Mujer se elaboran tentativas para hacer
existir en las posiciones subjetivas lo que no existe: esto es el Otro se
xo para el ser hablante.
62
El barroco de las pasiones
Germán L García
63
D el E dipo a la sexuación
64
El barroco de las pasiones
65
D el Edipo a la sexuación
II
Este interés del yo es una pasión cuya naturaleza había sido ya en
trevista por la estirpe de los moralistas entre los cuales se la llama
ba amor propio, pero de la cual solo la investigación psicoanaiíti-
ca supo analizar la dinámica en su relación con la imagen del cuer
po propio. Esta pasión aporta a toda relación con esta imagen,
constantemente representada por mi semejante, una significación
que me interesa tanto, es decir que me hace estar en una tal de
pendencia de esa imagen, que acaba por ligar al deseo del otro to
dos los objetos de mis deseos, más estrechamente que al deseo que
suscita en mí.^
3- Ibíd., p. 409.
4- J. Lacan, «El seminario, libro 15, El acto psicoanalítico», clase 5, 1968 (inédito).
5. id., «El seminario, libro 10, La angustia», clase 7, 9/1/1963 (inédito).
66
El BARROCO DE LAS PASIONES
6. Ibíd.
7. Ibíd.
67
Del E dipo a la sexuación
8. J. Lacan, «El estadio del espejo como formador d éla función del yo [je] tai co
mo se nos revela en la experiencia psicoanalítica», en ob. cit., n. 1, p. 92.
9. Id., «La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud», en
ibíd., p. 501.
68
El barroco de las pasiones
10. D. Le Bretón, Las pasiones ordinarias, Buenos Aires, Nueva Visión, 1999.
11. J. Lacan, «Televisión», en Psicoanálisis, radiofonía y televisión, Barcelona, Ana
grama, 1973, pp. 87 y 88.
12. Ibíd., p. 107.
69
D el E dipo a la sexuación
13. Ibíd.
14. J. Lacan, El seminario, libro 1, Los escritos técnicos de Freud, Buenos Aires, Pai
dós, p. 299,
70
El barroco de las pasiones
IV
71
D el E dipo a la sexuación
19. Ibíd.
20. Ibíd., pp, 403 y 404.
21. Ibíd., p. 406.
72
El barroco de las pasíones
73
¿Puede el neurótico prescindir del padre?*
Éric Laurent
75
D el E dipo a la sexuación
76
¿P uede el neurótico prescindir del padre?
77
D el E dipo a la sexuación
La privación
78
¿P uede el neurótico prescindir oel padre?
79
D el E oipo a ia sexuación
8o
¿P uede el neurótico prescindir del padre?
8i
El padre síntoma
Roberto Mazzuca
83
D el E dipo a la sexuación
función del significante del Nombre del Padre y la función del padre,
y destacar que, en la enseñanza de Lacan, el padre se define siempre
por su diferencia con el significante del Nombre del Padre. Esta hi
pótesis no refleja la opinión corriente que, en cambio, suele superpo
ner, y aun confundir, las funciones del padre y del significante del
Nombre del Padre.
En segundo lugar, se trata no solamente de operar una distinción
entre ellas, sino de aprehender que esta distinción es esencial. Y esto
a todo lo largo de la enseñanza de Lacan. Sin duda se modula de di
ferentes maneras en cada momento de esa enseñanza. Pero en cual
quiera de ellos la función paterna aparece siempre repartida entre
instancias heterogéneas entre sí, y hasta cierto punto antinómicas.
Nunca tan solo a partir del significante. Se trata de captar que esta
heterogeneidad en su composición es esencial para la función, para su
operación y su subsistencia.
De aquí se desprende, ante todo, que si bien es cierto que nadie
sería padre sin ese significante, que si el padre es quien está investido
con él, sin embargo, padre y significante tienen que permanecer dis-
yuntos. Que el padre no se ponga en el lugar del significante, como
representante de la ley, es una de las primeras indicaciones de Lacan,
prácticamente simultánea a la introducción en su enseñanza, y en el
psicoanálisis, del significante del Nombre del Padre. La función del
padre, para mencionar solo una de las referencias donde podemos
apreciar esta distinción en Lacan, no es representar la ley sino articu
lar el deseo con la ley.^ Si un padre, por el contrario, se toma por el
Nombre del Padre, se desemboca en la psicosis. Esta es, por decirlo
de algún modo, un álgebra elemental de la enseñanza de Lacan, bien
conocida, que sin embargo no impide que la confusión señalada más
arriba subsista y se reitere de diversas maneras. Por eso conviene vol
ver sobre ella para perfilar mejor las diferentes nociones y conceptos
que la componen, tanto negativa como positivamente.
Por una parte, negativamente, ser padre, esto es, satisfacer la fun
ción o las funciones con que Lacan caracteriza esa posición, no pro
viene de la identificación con el Nombre del Padre sino que más bien
84
El padre síntoma
3. J.-A. Miller, Seminario del curso 1986-87, publicado en castellano con la tra
ducción de Graciela Brodsky, con el título Los signos del goce, Buenos Aires, Paidós,
1998.
85
D el E dipo a la sexuación
para que su función se cumpla, alguien tiene que encamarla -no ne
cesariamente el padre del sujeto, aclara Lacan. Alguien que haya ins
pirado o sostenido en una mujer el deseo de tener hijos. Y por ese ses
go, según las ocasiones, aun el psicoanalista resulta sospechoso. En
cualquier caso, se trata de alguien que mantenga su distancia con el
significante.
87
D el E dipo a la sexuación
tinguir las relaciones con ia persona del padre y con su palabra. Es cu
rioso, agrega a continuación, que no se tengan en cuenta los mismos
lazos en sentido inverso, es decir, del padre hacia la madre. Y final
mente subraya que, más allá del caso que hace la madre de la palabra
del padre y de su autoridad -y este es el punto más relevante para
nuestro tem a- debe considerarse en sí misma la relación del padre con esa
ley. Para pasar a señalar, de inmediato, los efectos «devastadores» (el
término está en el texto) cuando el padre tiene la función de legisla
dor o se la adjudica. En cualquier forma, haciendo las leyes o presen
tándose como pilar de la fe, como servidor de una obra de salvación,
como virtuoso. Tampoco en esta oportunidad la enumeración termi
na aquí; sigue, ya que Lacan tiene el cuidado -ante una afirmación
tan absoluta como la de localizar el principio de la forclusión del
Nombre del Padre- de desplegar las variedades en que su fenomeno
logía se presenta en lo real. O, como dice en esta época, en el padre
real.
El rasgo común que las hilvana radica en que «demasiadas ocasio
nes le ofrecen [al padre] de encontrarse en postura de demérito, de
insuficiencia, incluso de fraude, y para decirlo de una vez, de excluir
el Nombre del Padre de su posición en el significante». Párrafo que
nos muestra muy bien el juego entre instancias heterogéneas en las
que se reparte, como dije antes, la función paterna: el padre, alguien,
real, y el Nombre del Padre, significante. Instancias heterogéneas y
hasta cierto punto antinómicas: la presencia del padre legislador im
plica la ausencia del Nombre del Padre. Hasta aquí, la determinación
negativa, lo que el padre no debe ser.
5. J. Lacan, «El seminario, libro 22, RSI», clase del 21/1/75 (inédito).
Ro
D el E oipo a la sexuación
90
El padre SÍNTOft^
91
Del E dipo a la sexuación
8. Ibíd., p. 192.
9. Ibíd.
92
El padre síntoma
93
D el E dipo a la sexuación
1 2 .Ibíd.
13. Ibíd., p. 204.
94
El padre síntoma
M o m e n t o s interm edios
14. J. Lacan, «El seminario, libro 10, La angustia», clase 25 del 3/7/63 (inédito).
95
D el E dipo a la sexuación
96
El padre síntoma
La b á sc u la de lo s d isc u r so s
18. Id,, Le Séminaire, livre XVU, V envas de la psychanaiyse», París, Seuil, 1991,
p.lOl.
97
Del E oipo a la sexuación
9Q
D el E dipo a la sexuación
El r e sp e t o , si n o el a m o r
21. Ibíd.
100
El padre síntoma
101
D el E dipo a la sexuación
temente, que fue más allá del Edipo, pero no más allá del padre?^^ Es
en el contexto de esta pregunta donde hay que reubicar la cuestión
acerca del sentido de las sucesivas transformaciones de las que llamé
antinomias de la función paterna. Solo de esa manera podremos re
cuperar el tan mentado desplazamiento de lo simbólico a lo real. No
como un movimiento lineal sino como resultante de la reformulación
interna de los sucesivos estadios de esa antinomia.
Sostener esa pregunta requiere definir con mayor precisión cuál es
el estado y los rasgos que definen la antinomia paterna en el último
Lacan. Por mi parte, he tomado el concepto de padre síntoma como
punto de partida, pero no he indagado en intensión sobre sus modali
dades y vicisitudes, ni sobre el despliegue y transformaciones de la
función paterna en este último periodo de la enseñanza de Lacan que,
contra algunas creencias, no es en absoluto homogéneo- En especial,
sobre los nombres del padre en el anudamiento de los tres registros.
Un trabajo que queda por hacer. Nos queda por hacer a nosotros.
En cuanto a Lacan, no cabe duda de que llevó adelante un labo
rioso trabajo -la redundancia es necesaria en este caso- en el intento
de prescindir de ese cuarto nudo freudiano. Sin embargo, fue condu
cido a ubicar allí la función del síntoma, y la función del padre. Por
eso tal vez pueda afirmarse -con una formulación aparentemente pa
recida pero diferente de la que discuto en este trabajo- que fue más
allá del padre significante todo amor, que él mismo inventó en su pri
mera lectura de Freud, para cribar, cerner mejor al padre real que, a
diferencia del padre freudiano, resulta de su propia invención. ¿Es
entonces su síntoma? Cuestión que, también sin duda, no resulta aje
na a la conducta del psicoanalista en la cura.
102
El Edipo femenino: un interrogante freudiano
Marina Recalde
103
D el E dipo a la s e x u a c i On
E l E dipo en Freud
Situaré tres tiempos en función de la conceptualización del com
plejo de Edipo a lo largo de la obra freudiana.
Tiempo uno (1905-1923): ya en «Tres ensayos de teoría sexual»
Freud articula su premisa fálica, tanto para los niños como para las
niñas. Recién veinte años después el desarrollo de la sexualidad segui
rá caminos diferentes y la resolución del complejo de Edipo se arti
culará de un modo distinto para ambos.
Sin embargo, en «El tabú de la virginidad» distingue una fase
masculina en la mujer, durante la cual le envidia al varón su pene. Es
una fase temprana, más cerca del narcisismo originario que del amor
de objeto.
Esta disimetría implícitamente esbozada quedará olvidada en
1923, en su artículo «La organización genital infantil». Hasta este
punto el complejo de castración está enlazado con la pérdida de los
genitales masculinos, pero la articulación del mismo no plantea nin
guna diferencia entre hombres y mujeres. Freud aún no distingue la
amenaza de castración de la angustia de castración.
TTempo dos (1924-1930): cuando Freud se pregunta por la diso
lución del complejo de Edipo -que pone fin a la premisa fálica-, su
teoría comienza a tambalear. En «El sepultamiento del complejo de
Edipo» establece entonces una disimetría. Para el varón el complejo
de Edipo se va a pique por la amenaza de castración. Para la niña...,
he aquí un problema: el material se le vuelve «incomprensiblemente
mucho más oscuro y lagunoso».-
Lo único claro es que no se produce de igual modo que en el va
rón. La niña acepta la castración como algo consumado. Freud mis
mo se encarga de aclarar que tanto el deseo de poseer un pene como
el de recibir un hijo permanecen en el inconsciente y contribuyen a
preparar al ser femenino para su posterior papel sexual. Queda así di
ferenciada la amenaza de castración de la angustia de castración.
104
E l E d ip o fe m e n in o : un in ter r o g a n te freu d ia n o
En este artículo las salidas del Edipo para la mujer son dos: com
plejo de masculinidad o renuncia al pene intentando compensar esta
pérdida por la vía de la ecuación simbólica pene = hyo.
Pero Freud no queda conforme con lo teorizado y un año después
retoma la cuestión. En 1925 escribe «Algunas consecuencias psíquicas
(le la diferencia anatómica entre los sexos», artículo de capital impor-
lancia en lo que a sexualidad femenina se refiere. Habla entonces por
|)rimera vez de una prehistoria del Edipo en el varón y en la niña, lo
{|uc inevitablemente lo conduce a tratar la relación con la madre.
Parte de una premisa: la madre es el primer objeto tanto para el
niño como para la niña. Esta afirmación hace retom ar en cierto sen
tido lo planteado veinte años antes en «Tres ensayos...»: «Cuando la
primerísima satisfacción sexual estaba todavía conectada con la nutri
ción, la pulsión sexual tenía un objeto fuera del cuerpo propio: el pe
cho materno».^
En adelante plantea una oposición: ante la visión de la ausencia de
genitales en la niña, el varón la desestimará hasta que la amenaza de
castración la resignifique. La niña, en cambio, al advertir la diferen
cia, cae víctima de la envidia del pene.
Se plantea entonces por primera vez la entrada en el Edipo. Y tal
como el título del artículo lo indica, Freud considerará diversas con
secuencias psíquicas: complejo de masculinidad, la desmentida y el
reproche a la madre por la falta de pene.
Pero el efecto más importante de la envidia del pene es el aparta
miento de la masculinidad y del onanismo masculino, lo que la con
duce a nuevos caminos que llevan al despliegue de la femineidad. La
saViáa femenina entonces se desliza a lo largo de la ecuación simbóli
ca pene = niño: la madre pasa a ser objeto de celos y el padre es toma
do como objeto de amor -a la espera de un hijo de él. De este modo
la niña deviene para Freud una pequeña mujer.
Si esta ligazón con el padre por algún motivo se malogra, se iden
tifica con él y regresa al complejo de masculinidad. Esto es lo que su
cede, según Freud, en el caso de la joven homosexual.
Ahora el Edipo en la niña es una formación sectindaria y lo prima
rio es la prehistoria. La niña entra en el Edipo por lo mismo que el
105
D e l E dipo a la s ex u a c ió n
106
E l E dipo fem en in o ; un in ter ro g an te freudiano
por eso ser más dependiente [,..]».^ Esta frase maravillosa de Freud
I icrrnite
pensar entonces un sustrato estructural y no fenoménico.
Freud an alista
107
D e l E oipo a ia sexu a ció n
io8
El E dipo fem en in o : un in ter ro g an te freu dia n o
109
D e l E d ipo a la s ex u a c ió n
110
E l E dipo fem en in o : un in terro g an te freudiano
111
D e l E d ipo a la sex u a c ió n
113
D e l E dipo a la s ex u a c ió n
114
El e d ip o FEMENINO: UN INTERROGANTE FREUDIANO
Graciela Ruiz
L F. Boas, introducción ajam esTeit, «Traditions oftheT hom pson River Indians
of British Colombia», en Menioirs o f the American Folklore Society, 1898, t. VI, p. 18.
Quise recordar la misma cita con que Claude Lévi-Strauss encabeza el famoso capí-
rulo 11, «La estructura de los micos», de su libro Antropología estructural, Barcelona,
Paidós, 1987.
2. J. L. Borges, «Avatares de la tortuga», en Disaisión, Madrid, Alianza, p. 171.
3. S. Freud, «Conferencias de introducción al psicoanálisis (Parte III)», en Obras
completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1987, t. X \T, p. 307.
117
D e l E dipo a la sexu a c ió n
4. J. Lacan, E l seminario, libro 17, E l reverso del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós,
1992, pp. 107-124.
5- C. Lévi-Strauss, ob, cit., p. 230.
6. Ibíd., p. 239.
7. J. Lacan, ob. cit,, p. 116.
8. Ibíd.,pp. 116 y 117.
118
Má s a llá d e l E dipo
9. Ibíd., p.i24.
10. Ibíd., p.l04.
11. Frase final de la presentación del relato de la EOL-Bs. As., «Resolución cu
rativa; Interrupciones y reanálisis», p. 4.
119
D e l E d ipo a la sexu a ció n
Lacan ubica el más allá del mito de Edipo en la reducción del pa
dre a un operador de estructura que, como tal, no es más que un
significante; es decir, la forma primera en la que entra en juego la
marca, el rasgo unario y de la cual el goce es correlativo. Esta afir
mación extraída de E l seminario 17 indica cómo se desarrolla el más
allá del Edipo en ese momento de su enseñanza, en el pasaje del mi
to a la estructura. Pero no debe pensarse que hay que esperar este
momento en la enseñanza de Lacan para atravesar el límite hacia es
te más allá.
La superación del saber mítico está de diferentes formas, y desde
un principio, en la obra de Lacan. Esta orientación se reconoce, por
ejemplo, cuando se independiza la castración de la función del padre
al hacerla depender de la efectividad del lenguaje; cuando se demues
tra la evidencia e importancia de la castración del padre, o se estable
ce el objeto como perdido en lugar de prohibido, al hacer girar lo
esencial de la estructura del sujeto en torno a la falta de objeto en tan
to causa y no a la presencia prohibida. Así:
120
Má s a llá d e l E dipo
121
D e l E dipo a la sexu a c ió n
¿ Q ué hay m ás a llá d el E d ip o ?
122
MAS ALLÁ DEL E dipo
Un paso m ás
22, J.-A. Miller, El hueso de un análisis, Buenos Aires, Tres Haches, 1998, p. 68.
123
Él no lo sabía: discurso y escritura
José L Slimobich
Y continúa Lacan;
lunalmente,
1 J - Lacan, El seminario, libro 11, Los aiatro conceptosfundam entales del psicoanálisis,
ftupnas Aires, Paidós, 1992, p. 65.
2 . IVn'd., p. 66.
125
D e l E d ipo a la sex u a c ió n
3. Ibíd., p .67.
4, E Regnault, Dios es imonsaente, Buenos Aires, Manantial, 1986, p. 8,
126
É L NO LO SABÍA: DISCURSO Y ESCRITURA
quisidón de la palabra por todo ser que habla. El padre debe morir pa
ra que la palabra advenga. Es lo que sucede, como resto pulverizado de
este real, en la neurosis obsesiva. El que espera la muerte de alguien,
cTjya traducción sublimada es el bellísimo verso de Borges: «la muerte
nos mejora». El complejo de Edipo dio lugar a lo que llamamos un apa
rato de lectura, y fue una fuente de inspiración para la tragedia. Con él
los psicoanalistas -y no sólo ellos- encontraron un hilo para sus expli
caciones, para dar cuenta de los conflictos que se presentaban, tanto en
los relatos de los parientes como en los trabajos de la crítica literaria,
inspirado en el relato griego de la tragedia de Edipo, pero fundado en
la larga serie de los padres (Jehová, 2^us, etcétera), Freud articula alre
dedor de este complejo el anudamiento de la castración con la prohi
bición del incesto y el de la figura del padre con Dios, en tanto fuente
de toda autoridad. Muestra al padre como fundamento del amor. Pero
este amor resxilta del asesinato de ese padre. Así, asesinato y amor pos
terior es el modo de presentación del padre en Freud. Jacques Lacan
señala que, al elegir el mito de Edijx), Freud restringe la proliferación
de las verdades en los mitos, privilegia el mito de la muerte y el sexo.
Para Lacan, lo central del complejo de Edipo es el hecho de ubi
car el saber inconsciente, el saber que no sabe, ya que lo fundamen
tal de Edipo es que no sabe lo que hace. Ese es su estigma, la marca
de la castración: no sabe ni ve.
II
127
D e l E d ipo a la sex u a c ió n
128
ÉL NO LO SABÍA: DISCURSO Y ESCRITURA
IV
6. J.-A Miller, Los signos del goce, Buenos Ares, Paidós, 1998, p. 131.
129
D e l E d ipo a la s ex u a c ió n
130
Él no lo s a b ía : d is c u r s o y esc r it u r a
131
D e l E d ipo a la s ex u a c ió n
132
ÉL NO LO SABÍA: DISCURSO Y ESCRITURA
133
D el E dipo a la s ex u a c ió n
Los judíos han explicado bien lo que ellos llaman el Padre. Lo me
ten en un punto del agujero que no podemos siquiera imaginar.
Soy el que soy, eso es un agujero, ¿no? Un agujero [...], eso engulle
y luego hay momentos en que eso vuelve a escupir. ¿Escupe qué?
El nombre, el Padre como nombre.*®
10. Ibíd., p. 54. Véase también: F. Regnault, ob. cit., pp. 51-53.
135
D e l E dipo a la s ex u a c ió n
BiBLIOGRAFfA
136
Recorrido del falo en la sexualidad femenina
Silvia E. Tendlarz
1. Véase en particular: J. Lacan, «La significación de! falo» (1958) e «Ideas direc
tivas para un congreso sobre la sexualidad femenina» (1960), en Escritos 2, Buenos A i
res, Siglo XXI, 1987.
2. J. Lacan, E l seminario, libro 3, Las psicosis (1955-56), Buenos A res, Paidós, 1984,
p. 251.
137
D el Eoipo a la sexuación
3. Ibíd.
4. J. Lacan, M seminario, libro 2, M yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalí
tica (1954-55), Buenos Aires, Paidós, 1983, p. 405.
5. Id., E l seminario, libro 4, La relación de objeto (1956-57), Buenos Aires, Paidós,
1994, p. 33.
6. Ibíd., p. 59.
7. J. Lacan, «D e una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psico
sis» (1958), en ob. c it , n. 1, p. 534.
8. Ibíd., p. 537.
9. Ibíd., p. 538.
138
R eco rrid o oel fa lo en la sex u a lid a d fem enina
E l falo co m o significante
10. J.-A Miiler, «Acerca de ia naturaleza de los semblantes», clase del 17/6/1992
(inédito).
11. J. Lacan, «La significación del falo» (1958), en ob. cit., n. l, p. 669.
139
D e l E dipo a la s ex u a c ió n
140
R eco r r id o d el falo en la sex u a lid a d fem enina
141
D el E dipo a la sex u a c ió n
versión del sujeto..»: «[...] el falo, o sea la imagen del pene, es negati
vidad en su lugar en la imagen es{>ecular. Esto es lo que predestina ai
falo a dar cuerpo al goce, en la dialéctica del deseo».^* Y también: «EJ
paso de la (-q>) (phi minúscula) de la imagen fálica de uno a otro lado
de la ecuación de lo imaginario a lo simbólico, lo hace positivo en to
do caso, incluso si viene a colmar una falta [...] el falo simbólico impo
sible de hacer negativo [es] el significante del goce».22
La cuestión de la división del sujeto también es retomada en «La
dirección de la cura...»:
[Freud] supo revelar [...] el significante impar: ese falo cuya recep
ción y cuyo don son para el neurótico igualmente imposibles, ya sea
que sepa que el otro no lo tiene o bien que lo tiene, porque en los
dos casos su deseo está en otra parte: es el de serlo, y es preciso que
el hombre, masculino o femenino, acepte tenerlo y no tenerlo, a
partir del descubrimiento de que no lo es. /\quí se inscribe esa Spal-
tung última por donde el sujeto se articula al Logos [...j.^^
21. J. Lacan, «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo...» (1960), en ob. c it,
n. l ,p . 802.
22. Ibíd., p. 803.
23. J. Lacan, «La dirección de la cura y los principios de su poder» (1958), en ob.
c it, n. \j p. 622.
24. Id., «La significación del falo», en ob. c it, n. 1, pp. 674 y 675.
142
R ecorrido oel fa lo en ia sexu a lid a d fem en in a
143
D a EOiPO A LA SEXUACIÓN I
mentarlo para ser mujer. Define en los años 50 la frigidez como u n ^
ausencia de satisfacción propia de la necesidad que es relativament€|
bien tolerada. La demanda de falo es colmada por el amor. En cuan«fl
to al deseo, se lo despierta en la relación con el otro: la mujer se tien -|
ta tentando, eso deja en suspenso su satisfacción. I
A diferencia de algunos posfreudianos, e incluso del propio Freud, 3
que relacionaban la frigidez con el desempeño sexual del partenairtyí
Lacan considera que los «buenos oficios» del compañero anhelado!
no levantan la anestesia sexual.22 E^sta afirmación, tal vez enigmática, i
se vuelve el anticipo de su nuevo planteo en tom o a lo que denomi-!
na en los años 70 la «pretendida frigidez»: se trata de un trastorno ^
epistémico.2® Las mujeres pueden no querer saber nada del goce su
plementario que experimentan. Más allá del falo, algunas mujeres -o
también algunos hombres en posición femenina- experimentan un
goce acerca del cual nada pueden dedr. También es posible que se es
fuercen por ignorarlo.
En realidad, no puede tramitarse la relación con el partenaire ex
clusivamente en el contexto de la dialéctica fálica. Este estudio es un
primer paso que debe complementarse con el recorrido ulterior acer
ca del falo articulado a la teoría de los goces.
P erspectivas
144
R eco r rid o del falo en la s exu a lid a d fem enina
145
Clínica
El Edipo en el pase: retrospectiva
Luis Erneta
Los AMARCOS
149
D e l E dipo a la sexu a c ió n
150
E l E dipo en e l p a s e : r etro sp ec tiv a
P anorám ica
151
D e l E o ipo a la sex u a c ió n
152
E l E oipo en e l p a s e : retro sp ec tiv a
153
D e l E d ipo a la s ex u a c ió n |
I
«La interpretación de los sueños» y en el texto «Sobre los sueños»;
(1901) para ilustrar el trabajo de condensación. A tal fin hace referen*^!
cia a Francis Galton, fotógrafo conocido en aquella época por sus
tografías de familia. El fotógrafo, dice Freud, «hace coincidir los di-|
versos componentes como superponiéndolos unos a otros; entonces^
aparece nítidamente destacado lo común en la imagen conjunta, pues]
los detalles discordantes así se eliminan entre sí».^ Para Freud, el va-]
lor está puesto justamente en esos detalles que quedan eliminados y
que es necesario indagar para no sucumbir a la fascinación de la ima
gen, que está al servicio de ocultar el texto que el retrato encubre, v
Gastón Bachelard afirmaba que una ciencia no nace de sus verda
des primeras sino de sus errores primeros, que suelen operar coma
obstáculos a la producción del saber científico. Alexandre Koyré in
dagó extensamente este pasaje necesario en la historia de las ciencias.
Valemos de estos obstáculos en el pase para saber un poco más de su
clínica nos parece congruente con la posición que, según J.-A. Miller,
el cartel debe tomar en su tarea:
B r ev e GALERÍA
155
D el E o ik > a l a sex u a c ió n
156
E l E dipo en el p a s e : r et r o sp ec tív a
Co ncl usió n
4-J. Lacan, «Kant con Sade», en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1987, p. 769.
11 Edipo: un impasse
OicarZack
159
D el E d ipo a la s ex u a c ió n
E l E d ip o : a l g u n a s referencias
i6o
E l Eoipo: ün im p a s s e
(liarla figura del mismo, este padecerá los efectos de los distintos mo
mentos de la elaboración de Freud, que permiten ubicar el pasaje del
pudre en su dimensión fenoménica al padre en su función en la es
tructura. Así, «ya en Freud podríamos tomar al padre en la vertiente
de una declinación».^
Este movimiento permite precisar la disyunción entre el genitor y
la fundón del padre. Para el psicoanálisis el padre es transfenoméni-
(o, ya que posee una dimensión fenoménica y a la vez estructural.
Desde ia perspectiva freudiana del mito edípico podemos situar al
padre como agente del efecto traumático (a padre perverso, hija his
térica), generador del deseo sexual, conjuntamente con su función de
representante de la ley y, por ende, de agente pacificador. En este ses
go es el agente de la doble prohibición: no te acostarás con tu madre, no
reintegrarás tu producto. En el Edipo cumple con su función posibili-
umdo al sujeto la integración de las pulsiones parciales bajo la prima
cía del falo e introduciéndolo en la sexualidad bajo la égida de la dia
léctica del deseo.
En «Tótem y Tabú» Freud nos señala otra vertiente, la del padre
(le la horda, aquel que en tanto poseedor de todas las mujeres queda
instituido como el que accede a un goce exceptuado de la castración
universa!. Se trata de im padre que hace del goce sin límites su causa,
y por esta cualidad se ubica como aquel al que la ley no afecta. Es el
padre cuyo capricho, elevado al rango de ley, determina su destino, es
decir, su asesinato; es el padre muerto. «El padre deseado por el neu
rótico es claramente, como se ve, el Padre muerto. Pero igualmente
un Padre que fuese perfectamente dueño de su deseo, lo cual valdría
otro tanto para el sujeto».^
Ubicados en la perspectiva freudiana (a partir de «Tótem y Ta
bú», «Moisés y la religión monoteísta» y los textos sobre el Edipo),
podemos situar los indicadores que posibilitan despegar la función
del padre de la persona del mismo. Sin embargo, es Lacan quien al
i6 i
D el E dipo a l a sex u a c ió n
4. Ibíd., p. 800.
5. J.-A, Miller, «Comentario del Seminario inexistente», en Comentario del Setni-
nario inexistente, Buenos Ares, Manantial, 1992, pp. 22 y 23.
162
E l Edipo: un im p a s s e
D el Edipo a la sexuació n
6. J. Lacan, «El seminario, libro 22, RSI» clase del 21/1/75 (inédito).
7- J.-A. M iller, E l deseo de Lacan, EBP-Sección Bahía, abril 1995, p. 30.
163
D e l E d ipo a la s e x u a c ió n
164
E l Edipo: un im p a s s e
9. Fui miembro del cartel H en el periodo 96-98 junto a Susana Toté, Jorge Cha
morro, Juan Carlos Indart y Luis Emeta como más-uno.
165
D e l E d ipo a la s ex u a c ió n
A MODO DE CONCLUSIÓN
Desde El seminario 17 Lacan nos conduce a ubicar el obstáculo
que instituye ef Edipo freudiano en el tiempo de la conclusión de la
cura, al que no duda en definir como «un sueño de Freud»; abre las
puertas a la cuestión de una clínica que, orientada por lo real, ubique
10. R Dassen, «La mujer como síntoma y analista síntoma; dos modos diversos
del tratamiento de lo femenino», en Pase y transmisión 2, Buenos A res, COL, 1999,
pp. 47 y 48.
i66
El Edipo: un impasse
167
Una bronca loca
Mariana indart
169
D e l E oipo a la sexu a ció n
170
U na BRONCA lo ca
171
Da Edipo a l a sexuación
lisis. Según sus palabras: «Mi mamá se piensa que una peleíta es \m
mundo porque está acostumbrada a lo de antes. Yo ahora tengo lá|
bronca a cero». Y respecto de su padre: «Uno se tiene que conforma^
con lo que tiene».
172
Un padre que nombre
Débora Nitzcaner
l. J. Lacan, E l sentrnario, libro 3, Las psicosis, Buenos A res, Paidós, 1991, pp. 454 y
455.
173
D e l E d ipo a u s ex u a c ió n
175
D e l E d ipo a la s ex u a c ió n
T ercer m o m en to : «C a r ta a un p a d r e »
Juan decide escribirle una carta a Papá Noel. N o sabe cómo ini
ciarla. «Papá Noel... Querido...» La analista interviene: «Es difícil
escribirle a im papá». Juan dice que no sabe lo que quiere. La analis
ta pregunta: «¿De un padre?».
Juan inaugura la presencia de una calculadora en sus sesiones, le
muestra a la analista que tiene su teléfono anotado. Enuncia que pa
ra él es el día más feliz. La analista interrumpe la sesión y se escucha
un timbre. Juan dice: «Que el otro se la aguante, a mí me falta». Apa
rece aquí algo del orden de su deseo.
«El padre» pide una entrevista, a la que concurre con un enorme
paquete, regalo de Navidad para Juan. Relata que en todo lo que res
pecta a Juan él únicamente acompañó, porque este niño era de la ma
dre; explica que para darle el apellido la madre debía ceder la patria
potestad y él, decir una mentira -que el niño es de él- o, si no, tomar
lo en adopción. Señala que para él es difícil reconocer a un niño aje
no, pero que si lo obligan... Este hombre dirá: «Si a un papá que vi
ve con su hijo nadie lo obliga, ¿por qué me lo van a imponer?».
Al referirse a la madre del niño sostiene que se encontró con una
mujer peleada con la vida: «Cree que yo le maté al padre y le hice el
chico». Por otro lado, acceder a ser el padre implicaría hacerse res
ponsable de un niño que él no puede predecir cómo será cuando crez
ca: «¿Cómo saber si no tengo, por ejemplo, que sacarlo de la cárcel?».
Estamos frente a un hombre que para el niño operó como padre,
pero que no está dispuesto a nombrarlo como su hijo. Juan exige con
su demanda ser nombrado por un significante que lo diferencie de la
madre.
Para concluir, cuando en El reverso del psicoanálisis Lacan habla de
la función del padre, afirma que el padre real es un efecto del leng^a
176
Un padre que nom bre
je, que no tiene otro real, y que es una noción científicamente insos
tenible. «Sólo hay un único padre real, es el espermatozoide y, hasta
nueva orden, a nadie se le ocurrió ntmca decir que era hijo de tal es-
permatozoide».2
2. J. Lacan, E l seminario, libro 11, E l reverso del psicoanálisis, Buenos Ares, Paidós,
1992, p.l35.
177
La construcción de un artificio: el padre
(comentario)
Beatriz Udenio
179
D e l E dipo a la sexu a c ió n
I
Pablo y Juan hablan de su padre, cada uno a su manera. En am
bos, una queja, un reproche vela un pedido. Algo esperan de aquel.
¿Qué?
Juan nos enseña que no es una pregunta por el genitor, ya que él
sabe que ese a quien nombra como su padre no es quien embarazó a
su madre. Sin embargo, es a ese hombre a quien le pide algo: el ape
llido. Al mismo tiempo que realiza el pedido, erige a ese hombre co
mo su padre. Dicho de otro modo, Juan es el artesano que crea a ese
hombre en ese lugar, modela el instrumento con el cual quiere pro
veerse de un nombre distinto del que su madre le ha legado. Juan es
el artífice, el inventor.
Pero ¿acaso Pablo lo es menos cuando, acompañado por las inter
venciones de la analista, erige en sus dichos al «arquitecto», a quien
irá a reclamarle por ese espacio perdido suyo, de su propiedad?
«¿Para qué un padre?», se pregunta la analista en el caso de Juan.
Ella pasa así de la necesidad de los hombres en tanto «elementos
masculinos» para la concepción a la función desempeñada por lo que
llamamos «el padre». Podemos tomar el desplazamiento que ella
produjo como vector, para desentrañar qué nos enseñan estos casos
de lo que podemos llamar en cada uno el padre.
180
La co n stru cció n d e un a r t ífic io : el padre
i8 i
D e l E dipo a la s ex u a c ió n
qué posición estaban Juan y Pablo respecto de ese lugar de assujet pa
ra sus madres y qué movimiento de desasujetamiento realizaron en la
cura?
III
Con Juan vemos que la madre, que aparentemente se negó en
principio a dejar que hubiera un padre para el niño, decide sin em
bargo aceptar vivir con un hombre quince días después de nacer su
hijo. Quizá, más allá de todo lo que acontece después y del lugar de
investidura narcisista y libidinal inercial que tiene Juan para ella (la
hipótesis de la analista ubica a Juan como assujet, sujetado a ser el fa
lo de la madre), ese movimiento ya posibilita que más adelante el ni
ño sepa qué quiere pedirle a ese hombre: el nombre.
Situemos también que este pedido se formula en el momento en
que un pequeño otro entra en su campo de experiencia y posee lo que
él no tiene: el apellido del padre.
Es interesante evaluar aquí lo que le ocurre a Pablo, quien tam
bién desencadena su «bronca loca» en el momento de la aparición de
un pequeño otro -su hermanita, en ese caso-, que causa, según él,
que pierda lo que tenía: su cuarto, sus juguetes. Su tensión agresiva
con la madre podría indicamos no solo su permanencia en la posición
de assujet para esta, sino sobre todo una caída de ese lugar y el estado
de vacilación respecto de aceptar o no la posición de la palabra del pa
dre, que hace ley y separa al sujeto del reclamo a la madre. Tal vez se
ve en Pablo el momento mismo de ese punto «nodal y negativo» y de
la lucha del sujeto por decir sí o no a la aceptación de esa ley, es de
cir, a operar ei valor instrumental del padre como síntoma.
En Pablo está quizá más marcada la vía de algo que aparentemen
te se tuvo y se perdió -representado por un cuarto, objetos-, y la di
ficultad para aceptar desalojar ese lugar con la promesa futura de con
seguir otro. En Juan, el descubrimiento súbito de aquello que aún no
obtuvo: el apellido de ese hombre a quien sitúa como su padre. En.
Pablo, la pérdida afecta e incide en el campo de lo imaginario y da lu
gar a un sentimiento de frustración intolerable que lo conduce a esa
locura apasionada del «mata o muere» jugado con la madre y la her
mana: él es el ghost que quiere vengarse de que le quitaran ese lugar
al lado de su madre. En Juan, el reclamo por lo que le falta aparece a
182
U CONSTRUCCIÓN DE UN ARTIFICIO: EL PADRE
nivel de lo simbólico como ese trazo, ese rasgo que lo nombre; y sus
problemas se manifiestan en el campo de lo escolar, en la posibilidad
de operar con los elementos del lenguaje y transcribir.
Podríamos decir que Juan y Pablo no parten de un mismo modo
de conmoción de la estructura, tal como se sostenía para cada uno de
ellos hasta el momento de la consulta; lo que se desató o desarticuló
en los dos casos no es igual.
El recorrido que nos presentan ambos casos nos permite, a la vez,
seguir la elaboración que cada niño realizó en la cura y lo que obtu
vo de ella.
IV
Podríamos afirmar que es posible encontrar algo en común: la po
sibilidad de hacer fimcionar al padre según lo que necesitan llegó, en
el recorrido de cada cura, después de haber pasado necesariamente
por un momento de aceptación de la castración -la propia y la del
Otro-; para servirse de algo, algo debe perderse.
Dejar de complacer a la madre y ser su caballero andante -en el
caso de Juan- o dejar la querella loca con la madre y la hermanita -en
el caso de Pablo-, son modos de aceptar la pérdida que conlleva de
salojar ese lugar y una sujeción (assujet) que no conviene al sujeto.
Podemos añadir lo que verificamos en cada caso respecto de lo
que orientó las intervenciones analíticas: por un lado, el intento de
esclarecer la implicación de la pareja parental respecto del lugar ocu
pado allí por el niño; por otro lado, la convicción de que toda opera
ción analítica posible debe apuntar a lograr despertar la responsabili
dad del niño, su implicación en lo que se pone en juego: qué artificios
construye cada uno para responder al enigma de su existencia y cómo
se pliega cada quien a lo que debe aceptar ceder para la asunción de
su sexo.
Pensamos que la definición del «padre como síntoma» se revela
en definitiva como uno de esos artificios.
183
Confines
La tragedia de Sófocles
Fabián Naparstek
V ar iedades
187
D e l E o ipo a la sex u a c ió n
La herencia
El en igm a
188
La tr a g ed ia d e S ó fo c les
189
D e l Edipo a ia sexuación
7. Ibíd., p. 335.
8. Ibíd., p. 307.
190
El tonel de las Danaides y otros tormentos
infernales
Fabián Schejtman
D an aides
Eternidad
191
D el E d ipo a u sexu a c ió n
T rabajo
192
E l to n e l de la s Danaides y o tro s torm entos infernales
R esistencia
5. Ibíd.
6. Ibíd-, 11/6/74. Así llega a referirse Lacan al saber inconsciente en la última cla
se de este seminario.
7- Podría sumarse a este trío el corredor ancestral, el «piesligeros» de Aquiles,
quien seguramente sigue aún persiguiendo a su antiquísimo contrincante zenoniano:
la tortuga. El tampoco cesa, entonces, de correr su carrera; ella, la tortuga - o su es
clava y amante, Briseida, como prefiere Lacan en El seminario 20-, de adelantársele.
8. «[...] hay que libertarse ante todo del error que supone creer que en la lucha
contra las resistencias se combate contra una resistencia de lo inconsciente. Lo in-
193
D e l E dipo a la s ex u a c ió n
I n c o n sc ien te Y PADRE
13. Cf. p. ej.: J. Lacan, E l seminario, libro 11, E l reverso del psicoanálisis, Buenos A -
res, Paidós, 1992, pp. 76 y 77. También:}. Lacan, «El seminario, libro 16, De un Otro
al otro», clase del 21/5/69 (inédito).
14. Cf. n. 12.
15. J. Lacan, «El seminario, libro 23, Le sinthome», clase del 13/4/76 (inédito).
16. Recordamos aquí la diferencia que Lacan introduce entre lo real pulsional y
lo que no cesa de no escribirse de «lo imposible de reconocer» (Unerkannte) en la
«Respuesta a una pregimta de Marcel Ritter» (en V. Gorali “Compiladora-, Estudios
de psicosomática, Buenos Ares, AtueLCap, 1994, t. 2).
17. De esto nos hemos ocupado en otros lugares, p. ej.: R Schejtman, «Dos sue
ños de Freud: sobre la interpretación “del” inconsciente» (Trabajo presentado el 21
195
D el E oipo a la s ex u a c ió n
196
El to n el de las Da n a id es y o t r o s to rm en to s in fern a les
22. Todavía falta indicar en este punto - y no lo haremos aquí- en qué, con ruñe-
bévue, Lacan introduce «algo que va más lejos que el inconsciente» (cf. J. Lacan, «El
seminario, libro 24, Uinsu que sait de Tunc-bévue s’aile á mourre», dase del
16/i 1/76, inédito).
197
Lecturas
Nota introductoria al artículo de R. Fox
Angélica Marchesini
Una vez más asistimos a las discusiones sobre el valor del mito y el
totemismo, que mmca tienen por objeto abolir discrepancias en los
distintos campos de investigación.
En este volumen titulado Del Edipo a la sexuación decidimos incluir
también el mito de «Tótem y tabú», porque en cada imo es posible
entrever la relación originaria del sujeto con el goce. Si bien en algún
momento Lacan discrepa de Freud acerca del mito, por concebirlo
retorcido* o, en otra oportunidad, por designarlo un producto neu
rótico,2 subraya que en el origen todo lo que Freud articuló se vuel
ve verdaderamente significativo. Lacan dirime entonces la cuestión
reconociendo en la construcción del mito un testimonio de verdad.
El planteamiento de Robin Fox en su ponencia «Reconsideracio
nes sobre “Tótem y tabú”» es una versión crítica sobre el mito. Este
es un ensayo antropológico presentado en el simposio de la Asocia
ción de Antropólogos Sociales, realizado en Oxford en 1964. El tra
bajo consiste en la presentación del totemismo como un hecho polémi
co, lo que no significa no plausible o no esclarecedor. El autor no sos
tiene que el mito no sea verdadero, sino que no resuelve de modo su
ficiente los problemas que pretende abarcar. Por eso recurre a los
aportes de algunos críticos que ofrecen otra concep>ción de los mis
mos hechos planteados por Freud en «Tótem y tabú».
1. J. Lacan, E l seminario, libro 17, E l reverso del psicoanálisis, Buenos A res, Paidós,
dase del 11/3/70.
2. Id., «El seminario, libro 18, D e un discurso que no fuese del semblante», cla
se del 16/4/71 (inédito).
201
D e l E dipo a la s ex u a c ió n
3. S. Freud, «Psicología de las masas y el análisis del yo», en Obras completas, Bue
nos A res, Amorrortu, 1984, t XVIII, p. 116.
202
N o ta in tr o d u cto r ia a l a rtícu lo de R. F o x
4. J. Lacan, «El seminario, libro 16, D e un otro al Otro», dase del 14/5/69 (iné
dito).
203
Da Edipo a la sexuación
2 04
N o ta in tr o d u cto r ia a l a rtícu lo d e R. F o x
po, como Tótem y tabú, están hecho según J.-A Millerí para novelar
la pérdida de goce. ¿Es mito o novela? Nos advierte entonces que se
ría necesario que el psicoanalista al menos no lo creyera, y pusiera esta
«historia novelada» en el rango de «ficciones», pero de esas ficciones
un real responde. Se podría sostener que un mito es un mito, pero eso
sería refugiamos en la tautología. Por ello creemos que Lacan sostiene
que el mito es admisible en un sentido. Y proponemos enfocarlo en el
sentido en que testimonia el imposible del cual proviene.
5. J.-A Miller, «Breve introducción al más allá del Edipo», publicado en este vo
lumen.
205
Reconsideración sobre «Tótem y tabú»*
Robin Fox
* Texto extraído del libro Estructttraiisfno, m ito y totemismo, Buenos A res, Nueva
Visión, 1970, pp. 209-232. Traducción: M. E. Latorre y C. Iglesia.
1. Las referencias directas de este artículo son a la traducción de Strachey publi
cada en 1950.
2. Ernest Jones señala que en realidad fue R. R. Marret el que hizo la observación
(Jones, 1957, p. 346).
3. Las primeras opiniones de Kroeber aparecieron como «Tótem and Taboo: An
Ethñologic Psychoanalysis» en 1920. Sus segundas opiniones aparecieron como «Tó
tem and Tabcx) in Retrospect» en 1939.
207
D e l E d ipo a la s e x u a c ió n
208
R e co n sid er a c ió n so bre «T ótem y ta bú »
209
D e l Edipo a ia sexuación
210
R e c o n s id er a o ó n so bre «T ó tem y ta bú »
211
D e l E dipo a la sex u a c ió n
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R e co n sid er a c ió n so bre «T ó tem y tabú »
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D el E oipo a la sex u a c ió n
214
REC ONSIOERAGÓN so br e ttlÓTEM y ta bú »
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D e l E d ipo a la s ex u a c ió n
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R eco n sid er a c ió n so bre «T ótem y ta bú »
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D e l E dipo a la sexu a ció n
218
R eco n sid er a c ió n so bre « T ótem y tabü»
219
D e l Edipo a ia sexuación
6. Resulta curioso que la única prueba de deseos caníbales que Freud presenta en
«Tótem y tabú» aparezca al tratar de la importante «vuelta al totemismo en la infan
cia» y se refiera al pequeño Arpad, cuyas fantesías totémicas se urden con respecto a
los polios. Su deseo caníbal era nada menos que de un «firicasé de la madre», sobre la
analogía de un fiícasé de pollo, según lo explica Freud.
220
R eco n sid er a c ió n so bre « T ótem y ta b ú »
eos, ni todas ellas tienen una ideología que niegue totalmente a la ma
dre. Para mi objetivo es suficiente mostrar que pueden existir situa
ciones en las que los hijos desarrollen un resentimiento extremo con
tra sus madres y por lo tanto reduzcan el rol esf>osa/niadre hasta el
punto en que se le niegue a la madre toda parte en la procreación de
su hijo. Entonces ya no tenemos madres, sino solo padres y sus com-
pañeras-sexuales-con-incubadoras. Dificilmente puede evitarse la
descendencia patrilineal en estas circunstancias.
Todo esto se refiere a la eliminación de la madre, pero para las so
ciedades patrilineales subsiste aún el problema de la renuncia a las
hermanas e hijas. Me inclino a pensar, con Goody, que no se trata
tanto de la renuncia como de indiferencia. El hombre no necesita que
sus hermanas lo reproduzcan puesto que no ha repudiado la paterni
dad. Puede hacerlo solo, con la ayuda mínima de su esposa-incuba
dora. Como en realidad las hermanas no le han sido negadas, en este
mito, no tiene hacia ellas deseos frustrados que le hagan sentirse a la
vez atraído y rechazado por ellas. Puede sentir indiferencia hacia
ellas, por una cantidad de razones, y en otra parte (Fox, 1962) he tra
tado de señalar algunas,^ El hecho de que ningima es totalmente efi
caz lo demuestra el que muchas sociedades patrilineales permitan las
relaciones sexuales con la hija, y como lo señala Goody, no los per
turban las relaciones sexuales con la hermana. El interés principal se
refiere al monopolio del uso de la incubadora, de ahí que el adulterio
sea el problema más importante. Las fobias respecto del incesto y la
descendencia patrilineal parecen ser variables independientes. Algu
nas sociedades patrilineales tienen la preocupación de las fobias, otras
no, y para responder a este problema debemos buscar algo que no sea
el origen de los sistemas patrilineales.
Me he referido solo a sistemas imilineales, y solo a algunas formas
extremas de ellos. Los sistemas bilaterales son muy variados y los fac
tores ecológicos, de motivación, y de adaptación implícitos en su gé
nesis y supervivencia son igualmente complejos. Según la lógica de
Freud, habrían aparecido tarde en la escala de la evolución. La esca-
7. Podría recordar aquí que la investigación zoológica parece indicar que el has
tío (saturación de estímulos) puede ser el motivo más im¡>ortante para la exogamia en
tre los primates.
221
D e l E d ipo a la sex u a c ió n
1. Hordas primitivas
2 . Hordas matrilineales
3. Descendencia patrilineal
4. Fusión de 2 y 3
5. Sistemas bilaterales
222
R e c o n s id er a q ó n so bre « T ótem y ta b ú »
223
D e l E d ipo a la s ex u a c ió n
B ibliografía
224
R eco n sid er a c ió n so bre «T ótem y tabú»
225
Los avatares del cuerpo
Acerca de los Fragmentos para una historia
del cuerpo humano
Claudio Godoy
2 27
D el E dipo a la s ex u a c ió n
Por lo tanto, una historia del cuerpo se toma quizá más urgente en
nuestra época, en que la incidencia de la ciencia sobre el soma plantea
2. Ibíd., p. 342.
3. AAW , Fragmentos para una historia del aierpo humano, Madrid, Taunis, 1990, 3
tomos. Editado por Michel Feher con Ramona Naddaff y Nadia Tazi; cuenta con tex
tos de: Jean-Pierre Vernant, Julia Kristeva, Jean Starobinsky, Paxil Valéry, Jacques Le
G off y Aliñe Rousseile, entre otros.
4. M. Feher, «Introducción», en Fragmentos.,., ob. cit., L I, p. 11.
5. Ibíd,,p. 12.
228
Lo s AVATARES O a CUERPO
C u e r p o s divino s
229
D e l E oipo a la s ex u a c ió n
230
L o s AVATARES DEL CUERPO
231
D e l Edipo a ia sexuación
232
Lo s AVATARES DEL CUERPO
233
D e l E d ii >o a u ^ ix u a c ió n
19. M. Perniola, «Entre vestido y desnudo», en Fragmentos..., ob. cit-, t. II, p. 238.
20. R. Nelli, «Las recompensas del amor», en Fragmentos..., ob. cit., t. II, p. 219.
21. J. Starobinsky, «Breve historia de la conciencia del cuerpo», en Fragmentos...,
ob. cit., t. n , p. 353.
234
L o s AVATARES DEL CUERPO
Por último, el tercer eje nos presenta ciertos «usos» del cuerpo,
ya sea en su integridad, en algunos de sus órganos o en las sustancias
235
D e l E dipo a la s ex u a c ió n
que produce. En algunos casos esos usos han sido metafóricos; desde
la antigüedad se registran concepKriones organicistas de la sociedad,
basadas en las creencias y el valor que se otorga a determinadas par
tes del cuerpo. La «cabeza», sede del alma y la inteligencia, se inden-
tificaba con la función de poder directivo frente a la cual los «miem
bros» debían subordinarse. Estas metáforas corporales han tenido
una aplicación frecuente en el ámbito político, y se destaca su utiliza
ción en la Edad Media -fundamentalmente la oposición «cabeza-co
razón». Esto puede apreciarse en el Policratus de Jean de Salisbury, de
1159, quien afirmaba que:
De todos modos este uso político del cuerpo va más allá de la me
táfora, pues las consecuencias y relaciones con quienes ocupan cier
tos lugares de poder político la exceden, y muchas veces marcaron el
destino de sus propios cuerpos. Desde las prácticas de decapitación
236
L o s AVATARES DEL CUERPO
hasta los sacrificios de los aztecas, cuyo fin era liberar una energía que
preservara el orden cósmico. El cuerpo del emperador romano y de
los reyes en el occidente cristiano ha planteado la relación entre lo
mortal y lo divino, que se reflejaba, entre otras cosas, en los trata
mientos que se le debían a su muerte. En África el cuerpo del rey es
el lugar donde las fuerzas naturales se articulan c»n el orden social.
Por eso no debe padecer imperfecciones ni puede envejecer o perder
su potencial sexual sin acarrear un peligro para la comunidad misma.
Por lo tanto es un cuerpo destinado al sacrificio ritual, momento en
que la violencia ejercida desde el poder retoma sobre su agente.
Esta obra interroga igualmente la relación entre la posición social
y las costumbres sexuales en el Imperio Romano, los cuerpos de los
esclavos, la prostitución y la relación con la delimitación burguesa
entre el hogar y el mercado. Así, por ejemplo, la moral victoriana es
tablecía una relación entre la masturbación y la prostitución, ya que
ambas serían desviaciones del sujeto con respecto al hogar familiar.
Ambas muestran cómo
Entre los ensayos que agmpa este volumen se destacan también es
tudios sobre partes y sustancias del cuerpo. Encontramos aquí una ori
ginal «historia del cKtoris» que demuestra que este «ha hecho correr
más tinta que ningún otro órgano, o al menos que ningún otro de su
tamaño»/5 Esta historia marca los momentos de hallazgos y olvidos de
este «aguijón de la voluptuosidad»,donde los trabajos de S. Freud so
bre la sexualidad femenina marcan xm momento fundamental.
Asimismo se encuentran diversas consideraciones sobre la sangre
24. T. W. Laquear, «El mal social, el vicio solitario y servir el té», en Fragmen
tos..., ob. cit., t. III, p. 341.
25. Id., «Amor veneris, vel dulcedo appeletur», en Fragmentos..., ob. cíl , L III, p.
91.
26. Ibíd., p. 101.
237
D el E oi ^ a la ^fxuAtióN
27. G. Sissa, «Los cuerp>os sutiles», en Fragmentos..., ob. cit., t. III, p. 133.
28. S. Freud, «Introducción del narcisismo», en Obras completas, Buenos A res,
Amorrortu, 1979, t. XIV, p. 79.
29. W. Busch, citado por S. Freud, ob. d t. Esta referencia a W. Busch correspon
de a su obra Balduin Bahlam, el poeta hnpedido, tradudda en E l Caldero de la Escuela N®
41, Buenos Ares, EOL, 1996, p. 58.
238
Los AVATARES OEL CUERPO
239
D el E oipo a la sex u a c ió n
sus agujeros. Las técnicas del cuerpo de Mauss revelan que el cuer
po es el lugar del O tro y que lo que Feher plantea como la intersec
ción entre pensamiento y vida podríamos retomarlo más bien como
la mortificación del viviente por el lenguaje.
31. J. Lacan, «El seminario, libro 14, La lógica del fiantasma», clase del 31/5/67
(inédito).
240
il
La enseñanza del psicoanálisis
Conferencias
El ruiseñor de Lacan
Conferencia inaugural del ICBA
Jacques-Alain Miller
245
La e n se ñ a n za DEL p s ic o a n á lis is
246
El r u is eñ o r d e L acan
247
La en señ a n za d el p s ic o a n á lis is
248
El r u is eñ o r d e L acan
249
La en se ñ a n za d el p s ic o a n á lis is
250
El r u iseñ o r d e L acan
251
La e n señ a n za o e l p s ic o a n á lis is
cosas que se compran, del primer americano que inventa poner textos
sobre esos paquetes... Antes no se hada y en im momento alguien di
ce: VaTnos a poner textos sobre hs paquetes para que la gente los compre. En
fin, nuestro mundo es un mundo pulverizado por el historicismo y, de
algún modo, las clases son también packaging intelectual.
También existe el logicismo o las paradojas de la lógica que nos
hacen dudar de las clases, que ridiculizan la inducción. Dediqué un
tiempo en mi curso a estudiar la famosa paradoja de Hempel, tan im
portante para nuestra clínica. Se las recuerdo: encontrar un cuervo
negro confirma la proposidón todo cuervo es negro. Si encontramos
diez, ya estamos en Hitchcock y tenemos miedo [risas]. Pero cuando
encontramos un cuervo negro se puede decir que se confirma la pro
posición universal según la cual todo cuervo es negro. Hempel de
muestra de manera correlativa --cosa que le hubiera encantado a Bor
ges- que todo objeto que es «no negro» y a la vez «no cuervo» con
firma la proposición de que todo objeto «no negro» es «no cuervo».
Ahora bien, lógicamente, la misma confirmación se obtiene cada
vez que encuentran algo que «no es cuervo» y que «no es negro», y
demuestra con las letras lógicas que no se puede salir de esto. De mo
do que la proposición universal todo cuervo es negro se confirma tam
bién cuando se encuentra el verde de una planta, un zapato blanco,
una camisa azul, sangre roja, un cardenal púrpura, un helado de fru
ta de la pasión... \risas\. Esta paradoja que hace reír fue un tema muy
importante de la lógica, es un argumento que se toma muy en serio.
También comenté en mi curso la paradoja de un predicado de cla
se, que proviene de Hempel pero que forjó el lógico Nelson Good
man. El creó un predicado de clase que integra el factor tiempo; es
to es, ¿qué pasa después que se detiene la observación de ejemplares.^
Goodman demuestra que, si se integra al predicado el factor tiempo,
nada prohibe a las esmeraldas que mañana sean azules y que las galli
nas puedan tener dientes (en francés existe la expresión cuando las ga
llinas tengan dientes para decir jamás). En el mundo de Goodman na
da impide que mañana eso sea verdadero.
Lo que muestran esas paradojas me permite responder a la cues
tión de por qué utilizamos algunos predicados de clases y no otros.
¿Por qué no utilizamos un predigado como el de Goodman que abre
a esta posibilidad? ¿Cómo hacemos nuestras clasificaciones? Good
man responde que finalmente utilizamos los predicados que funcio-
252
El r u is eñ o r de L acan
nan -^s decir, los que no nos reservan demasiadas sorpresas- a través
de la reflexión sobre esas paradojas límite. No funcionamos con tin
predicado que nos deja la puerta abierta para que mañana las esme
raldas sean azules. No utilizamos esos predicados (es necesario un ló
gico para inventarlos), sino los que funcionan sobre la base de lo que
ya fue establecido y de lo que está tomado en una práctica. Es decir
que en \m nivel puramente teórico eso no tiene fundamento.
Las clasificaciones no se construyen puramente a nivel teorético,
contemplativo, donde tenemos la puerta abierta a todas esas parado
jas, sino que siempre se refieren a una práctica efectiva que ya existe.
Confiamos, pues, en los predicados que permitieron hacer prediccio
nes: las esmeraldas permanecerán verdes. Tenemos confianza en los
predicados que permiten predicciones que ya se han verificado hasta
hoy. De manera tal que la demostración a partir de la paradoja es que
siempre elegimos nuestras teorías de clasificación no tanto en fun
ción de los datos sino de nuestra práctica lingüística, del modo en que
nos hablamos los unos a los otros. Confiamos sobre todo en los tér
minos y las categorías recurrentes, ya empleados para formular in
ducciones a partir de datos siempre incompletos; y el pasado nos ga
rantiza el carácter que Goodman llama «proyectible». En esos casos
tenemos una suerte de trayecto que va de datos incompletos al todo.
No es una garantía absoluta sino específicamente pragmática.
¿Por qué pasar por esta reflexión? Porque cada diagnóstico se refie
re a una clase y nuestras clases diagnósticas tienen un pasado impresio
nante que se puede seguir a través de los siglos. Pero las clases no tie
nen un fundamento en la namraleza y en la observación. Nuestras ca
tegorías no son especies naturales (la psicosis no lo es, tampoco la neu
rosis), y lo que distingue a nuestra época es que sabemos eso. Sabemos
del artificio de nuestras categorías, que tienen como fundamento la
práctica lingüística de los que tienen que ver con lo que se trata: las cla
ses tienen como fundamento la conversación de los practicantes. Por
eso hacemos conferencias con preguntas y respuestas, jomadas de tra
bajo, coloquios, etcétera. En nuestra época eso se transformó en una
industria internacional del hablar los unos con los otros. lo que sur
ge en un tiempo que ahora sabe del carácter artificial y conversacional
de las categorías más asentadas. Si nuestras clases fueran especies natu
rales, no sería necesario hacer jomadas de trabajos, coloquios... Cada
uno podría quedarse en su casa y mirar la televisión.
253
La e n señ a n za d el p s ic o a n á lis is
Por esta razón Lacan formuia: «Hay una clínica, hay síntomas tí
picos». Pero también deja entender que eso no va muy lejos. En fran
cés, ressemblance n'estpasscience (la semejanza no es ciencia). Quine, d
lógico, lo designa cuando muestra que el estatuto científico de una no
ción general de la similitud es dudoso y casi imposible de definir cien
tíficamente. Por eso indica que nada es más fundamental para el pen
samiento y para el lenguaje que nuestro sentido de la similitud (our
seme ofsimilarity). Lo importante es que dice «sentido de la similitud»;
es algo que está en el límite y no se puede organizar fácilmente.
Quine muestra que utilizamos términos generales, nombres co
munes, el verbo, el adjetivo. Podemos decir «hombre», «mesa», «pe
ces», en función de algunas semejanzas entre las cosas de la cuales se
trata. Dos cosas, cualesquiera que sean, podrían ser consideradas
ejemplares de una especie más extendida, solo si la especie natural es
un conjunto en el sentido de las teorías de los conjuntos. Hay, por
ejemplo, hombres, animales, plantas, y uno puede construir la cate
goría de los seres vivientes y poner todo esto junto. De manera tal
que siempre se puede desbordar cualquier especie formando un con
junto más extendido, cosa que explotaron, por otra parte, los surrea
listas. Había un juego surrealista que consistía en tomar una cosa, un
sustantivo, otro cualquiera y definir uno a partir del otro. Por ejem
plo, tomaban al azar la palabra «huevo», después «mazo de cartas»,
y se trataba de definir un término a partir del otro. Si mal no recuer
do, podían sostener que un huevo era un mazo de cartas donde exis
te solamente el amarillo y el blanco... Así, mezclar las cartas era hacer
una amelette [risas]. Este juego mostraba que no había mejor manera
de definir un huevo que a partir de eso, lo que demuestra el carácter
artificial de la semejanza y obliga a toda disciplina que quiere ser
científica a explicitar sus estándares de semejanza. Según ei criterio
que uno elige, puede ubicar tal o cual forma natural de un lado o del
otro.
Ahora podemos seguir en la obra de Foucault el camino que va
desde el estatuto de la semejanza intuitiva imaginaria hasta las seme
janzas artificiosas puramente operatorias de orden simbólico, del or
den del semblante. Se puede jugar a construir clases de semejanzas se
gún los criterios elegidos. Aquí el nominalismo va con el pragmatis
mo. La alianza del nominalismo -que afirma que solo existe el indivi
duo singular y que todos los nombres son artificiosos- y el pragmatis-
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El r u is e ñ o r d e L acan
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I a ENSEÑANZA DEL SICOANALISIS
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El r u iseñ o r d e L acan
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U ENSEÑANZA DIL f»SICOANÁllSíS
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U ENSEÑANZA OEL PSICOANÁLISIS
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El r u iseñ o r d e L acan
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La e n se ñ a n za d e l p s ic o a n á lis is
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El r u is eñ o r d e Laca n
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La e n se ñ a n za d e l p s ic o a n á lis is
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El r u is eñ o r de L acan
3 de noviembre de 1998
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Lo imposible de enseñar
Éric Laurent
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La e n señ a n za d e l p s ic o a n á lis is
sos que separaban los tres imposibles: el discurso del amo, el discur
so del imiversitario y el discurso del analista.
La doctrina sobre la enseñanza, la de los doctores de la universi
dad, iba precisamente en el sentido inverso, en el sentido de mezclar.
Y esto produjo falsas perspectivas. Foucault escribió Vigilar y castigar;
y todos los profesores y estudiantes también denunciaron la colusión
entre saber y poder. Como el saber era tm poder, se creyó que la sal
vación del poder estaba en la ignorancia. Esto duró poco y Lacan, en
la escritura misma de estos tres discursos, en la distinción clara entre
lo imposible de enseñar, gobernar y psicoanaiizar, anunciaba el triun
fo de la universidad. Actualmente la universidad triunfa en el planeta
como nunca a lo largo de toda su historia. Se puede comparar con el
siglo XIII y la influencia de la obra de santo Tomás, pero en ese siglo
nadie quería un diploma de la universidad. Ahora sucede lo contra
rio, las universidades están llenas y hay que ver los precios que algu
nas de ellas hacen pagar para distribuir sus diplomas. Todo funciona
de un modo perfecto, y este prestigio es exactamente lo que Lacan
vio desdibujarse en la crisis de fines de los 60.
Es un triunfo del doctor de la universidad, y de la tesis que le
otorga la licencia de enseñar. El nombre «doctor», el significante
amo «doctor», es cada vez más difícil de eliminar. Sostener que el
psicoanálisis es el revés del discurso del amo es asimismo plantear
la manera en que dentro del psicoanálisis los significantes amo, los
«doctores», son ineliminables; son amos extraños dentro del psi
coanálisis.
Confeccionar la lista de los psicoanalistas reconocidos hace surgir
esta incongruencia. Solo me detendré en la querella formidable entre
Anna Freud y Melanie Klein, que movilizó todo el psicoanálisis. N in
guna tenía más que su bachillerato, contaban con tres años de estu
dios superiores y, a pesar de esto, supieron imponer su autoridad a to
dos los «doctores de todo» que había dentro del movimiento analíti
co de la época. Hay entonces una extraña relación entre el saber y los
significantes amo dentro del psicoanálisis.
Lacan tuvo una posición muy original, porque en la lista de los
psicoanalistas él era reconocido como practicante, por la manera en
que podía dirigirse a casos difi'ciles en tanto analista. Al mismo tiem
po desempeñó una enseñanza y una ftmción de doctor, de amo de la
enseñanza, que supo hacer entender el mensaje de Freud como nadie
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Lo IMPOSIBLE DE ENSEÑAR
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La en se ñ a n za d el p s ic o a n á lis is
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repetir y sienten que es una cosa vacía que no les sirve. Oprime a to
do el mundo: también a los editores que tienen que publicarlo y a no
sotros, porque a veces hay que leer este tipo de cosas. Lo fundamen
tal es separar lo que incluye la subjetividad y el precio que hay que
pagar para esto, en horas de algo; es una extracción corporal que per
mite dar una eficacia a este saber. La eficacia es siempre inventar co
sas nuevas, orientarse en significantes, saber qué es importante y qué
no lo es, etcétera.
278
Lo IMPOSIBLE DE ENSEÑAR
Éric Laurent. —En primer lugar, veo que me repito, y que es fun
damental hacerlo en la buena dirección. Uno siempre se repite, lo
importante es mantener el rumbo e insistir en la buena dirección. Me
parece fundamental mantener la exigencia de contemporaneidad. En
ese seminario, decía que la distribución actual contrasta mucho con
lo que había en el 64, cuando el peso de la lingüística era algo fuerte.
Ahora la incidencia de las teorías lingüísticas sobre las disciplinas de
la interpretación es nula, debido a la independización del sistema de
reglas, de la concepción de la lengua como sistema de reglas, y a que
la gran preocupación actual de los departamentos de lingüística es
mantener el viejo saber sobre las lenguas.
No tenemos ahora un Jakobson, un Saussure, que hacían una teo
ría general de las lenguas. Lo que hay en este registro es Chomsky,
Fodor, Steven Pinker y el debate sobre la psicolingüística. Se intenta
conectar el sistema de la lengua con el sistema de la computadora y
adaptarlo a la inteligencia artificial. Este tipo de consideraciones son
problemas de adaptación del ser hablante a la máquina, del modo más
útil y eficaz. La lingüística y todos los departamentos actuales apun
tan en esa dirección; a eso se destina el dinero. En este sentido, inte
resarse en la lingüística de hoy es pasar por la crítica del darwinismo-
cognitivismo de Dennett, Pinker y de la perspectiva que introducen,
lo cual no es tan fácil a partir de Jakobson. Primero se necesita estu
diar el debate y después hay que ver cómo se declararon las distintas
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U> IMPOSmiE DE ENSEÑAR
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La en se ñ a n za d e l p s k io a n Au s is
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Lo IMPOSIBLE DE ENSEÑAR
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La en señ a n za d el p s ic o a n á lis is
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Lo iMPOSIBlE DE ENSEÑAR
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La en señ a n za d el p s ic o a n á lis is
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Presentación de enferm os
El encuentro del psicoanalista
con el psicótico
Jorge Chamorro
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La en señ a n za d e l p s ic o a n á lis is
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El en cu en tr o d e l p sic o a n a u sta con e l p sicó tico
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La en señ a n za o u ^ICOANAllniS
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E l ENCUENTRO DEL PSICOANAUSTA CON EL PSICÓTICO
C o n c lu s ió n
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La experiencia enigmática de la psicosis
en las presentaciones clínicas
Frangoís Leguil
U na pRÁaicA o r ig in a l pa r a e l p s ic o a n á l is is
* Texto extraído de La Causefhudienne N “ 23, París, Navarin Seiiil, 1993, pp. 36-42.
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La e n señ a n za d el p s ic o a n á lis is
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U EXPERIENCIA ENIGMÁTICA DE LA PSICOSIS EN LAS PRESENTACIONES CLÍNICAS
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La enseñanza d e l psicoanálisis
E l p s ic o a n a l is t a p u e s t o a p r u e b a
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La e x p er ien c ia enigm ática d e la p s ic o s is en la s p r e s e n t a c io n e s CLÍNICAS
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La e n señ a n za d el p s ic o a n á lis is
De la perplejidad a la co nstru cc ió n
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La experiencia enigmática OE ia p sico sis en las PRESENTACIONES CLÍNICAS
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L a expf kiENciA enigm ática de ia p s ic o s is en las p r e s en t a c io n e s c lín ic a s
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La e n se ñ a n za DEL p s ic o a n á lis is
3. Ibíd., p. 541.
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La ex p er ien c ia enigm ática de la p s ic o s is en la s p r e s en t a c io n e s c lín ica s
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L a enseñanza oel psico a n á lisis
del equipo que preparó la presentación informa que esta joven, des
pués de haber hecho pensar en la hebefirenia, cuando el desorden de
sus conductas prolongaba amplificando lo que revelaba su perplejidad
inaugural, así como también nos hizo pensar en una dclotimia poco
conforme, e incluso en la hebefrenocatatonía, hoy se encuentra en
una coyuntura que participa de lo que la escuela francesa llamaba los
delirios imaginativos (en efecto, ella prácticamente no alucinó) y de
\m comienzo de solución parafrénica.
En esta línea de empalme entre simbólico y real seguramente los
psiquiatras nos reprocharían ser imprecisos. El diagnóstico no es el
representante de lo que debemos conocer de un sujeto sino, en la di
ferencia entre fenómeno y estructura, la palabra que da cuenta de es
ta diferencia, de un imposible de formalizar que nos hace pensar que
lo que resulta enigmático para el psicótico en su experiencia, lo es
tanto más para nosotros por otras razones que necesitamos conocer.
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Documentos
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Apertura de la Sección Clínica
y de Estudios Avanzados*
Jacques-Alain Miller
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La e n señ a n za d el p s ic o a n á lis is
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1. 2. 3. 4
Entonces, creo que hay que reencontrar el lugar exacto del De
partamento de Psicoanálisis en el Campo Freudiano. Hay que volver
sobre lo que compone, sobre lo que funda ese rebajamiento de lo so
cial y que beneficia la dimensión solitaria en los analistas de la orien
tación lacaniana.
Hay tres referencias en Lacan. La primera es con la que comien
za el Aao defundación de la EFP en 1964. Lacan escribe; «Fundo -tan
solo como siempre he estado en mi relación con la causa psicoanalí
tica [...]». La segunda referencia se sitúa en el 67, a propósito de su
innovación con el pase, cuando formula que el psicoanalista no se au
toriza sino a sí mismo. La tercera referencia es más reciente, se ubi
ca a fines de los 80 y fue formulada en xma carta de la que se extrae
ese principio que se encuentra en los estatutos de la Escuela de ta
Causa Freudiana: «Quienqxiiera que enseñe lo hace a riesgo propio».
Y bien, tenemos aquí de xm pantallazo lo que podría fundar la sober
bia solitaria del psicoanalista.
Evidentemente, en la primera fórmula se descxiida el término «re
lación con la causa». ¿Qué es la relación con la caxisa en el discurso
analítico? La relación con la causa implica que es la causa la que co
manda. Solamente en esa dependencia -se podrí'a decir, en esa servi
dumbre- hallamos la soledad de la relación con la causa: «tan solo co
mo siempre he estado». La única manera en que la soledad está jus
tificada, implicada, y es necesaria, debe entonces escribirse así:
%
(c a u s a )
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La enseñanza Olí l^tCOANÁUSIS
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u 2, 3, 4
Entonces, para ser claro sobre estas tres fórmulas, vuelvo a la ilftl
Acto de fundación. Si Lacan evoca allí el paso de fundación que hñm
solo, observemos que está acompañado lógicamente por una renun
cia a la soledad institucional.
La segunda fórmula, «El psicoanalista no se aucori/ii alno a üí
mo», debe ser corregida en los propios términos de Lacan con iaíiH
no hay el psicoanalista. No hay sino uno y uno y uno**,, qui forman
una serie que no es contradictoria con el conjunto, aunque «(can el
todo. La serie es totalmente compatible con la teoría de conjuntoa,
pero no lo es con el todo. Es lo que condujo a Lacan a extender m
fórmula; «El psicoanalista no se autoriza sino a sí mismo..., y es au
torizado por algunos otros».
Es verdad, si el psicoanalista pertenece a un grupo, una asociación,
incluso una escuela, por cualquier lado que se lo tome, hay en efecto
«responsabilidad colectiva» desde el punto de vista del cuerpo social.
«Responsabilidad colectiva» es una expresión de Lacan en un escrito
en el que trata de alertar al conjunto de sxis alximnos de esta dimen
sión. Pero ¿si el psicoanalista no pertenece a un grupo? Y bien, esto
no cambia gran cosa. Esto no cambia gran cosa porque él está o ha
estado en control, porque controla y, por eso mismo, comparte. El
comparte los riesgos.
La tercera referencia, «Quienquiera que enseñe lo hace a riesgo
propio», se alarga mucho con esta otra fórmula: «... y a riesgo de al
gunos otros». Esto es especialmente cierto acá, en el Departamento
de Psicoanálisis.
Este año la Sección Clínica y el tercer ciclo del Departamento de
Psicoanálisis se encuentran juntos en un organismo único. El tercer
ciclo existe desde 1975. La Sección Clínica desde 1976. Juntar estos
dos dominios no modificará la separación de los diplomas que se en
tregarán, ya que estos dependen de una reglamentación nacional y de
xma reglamentación de la universidad propia de París.
Sin embargo esta reorganización tendrá sxzs efectos a su debido
tiempo. De modo que es para nosotros la ocasión de reactualizar la
orientación que presidió la refxindación del Departamento de Psicoa
nálisis por Lacan en 1974. Reactualizarla es saber en qué nos soste
nemos en el Campo Freudiano.
A lo largo de esta rexmión, con lo que yo digo, y lo que dirán otros
en breve, no hacemos sino comenzar este trabajo de reactualización.
313
La enseñanza d ei p íic o a n Au s is
Pero para que los que no estaban hace diez años entiendan el carác
ter decisivo de lo que Lacan propuso, es necesario que les informe so
bre las circunstancias de 1974. No había calma como ahora. ¡Fue en
Vincennes! Era el inicio de un movimiento de quienes hoy son ya vie
jos combatientes, pero que en aquella época agitaba aún los espíritus.
¿En nombre de qué intervino Lacan? ¿En nombre de qué intervi
no en un departamento de psicoanálisis en el que, por otro lado, hay
que decirlo, él no estaba? N o era enseñante ahí. N o tenía cursos a su
cargo, no era profesor, e incluso había rechazado en 1969 ir a ese de
partamento tal como estaba. Por el contrario, él había aceptado la in
vitación del Departamento de Filosofía de Frangois Regnault.
Él intervino allí -y provocó un escándalo- en nombre del mate
rna. Como saben, el materna es lo que puede aprenderse, lo que se
aprende. Él intervino entonces en nombre de algo que puede apren
derse del psicoanálisis y, digamos, mediante la enseñanza.
Hoy eso sería banal, sobre todo aqm. Pero en esa época fue la con
dición. Por eso es evidentemente necesaria una vuelta atrás.
En ese momento había alrededor de Lacan una importante comu
nidad de analistas que sostenían absolutamente que la experiencia
analítica debía reservarse como inefable, lo que significa que cuanto
menos se hable, mejor, ya que de lo esencial no podemos decir nada.
En el fondo eran wittgensteinianos sin saberlo. Se trata del primer
Wittgenstein. Conocen la fórmula de su Tractatus...: «De lo que no
se puede hablar hay que callar». Segm'an los pasos, desde este punto
de vista, del primer Wittgenstein.
Esta doctrina que se consolidó alrededor de Lacan con el curso de
los años fue además alentada por la crítica de la universidad, activada
por mayo del 68. La revuelta de los estudiantes cuestionó la univer
sidad. Y esta revuelta estudiantil parecía, en el fondo, reconfortar a
esos psicoanalistas, al mismo tiempo que el psicoanálisis se proyecta
ba hacia el espacio público. Esta proyección del psicoanálisis como
puesta en juego social se produjo entre 1964 y 1968. Hay que recor
dar que justo hasta la guerra, y aún después, el psicoanálisis era un
asunto de muy pocas personas. ¡La escisión del movimiento psicoa
nalítico francés movió a cien personas como máximo! E^to contrasta
sin duda con lo que se vio recientemente con la disolución de la Els-
cuela Freudiana de París. Bien. Entonces, en ese momento, el psicoa
nálisis se presenta en el espacio público como lazo social.
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1. 2 , 3 , 4
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U 2 , 3, 4
3^7
La e n señ a n za d el l^^^k o a n Al is is
balance que Lacan daba del Departamento era con todas las letras
positivo.^ Y bien, espero que a diez años de su refiindación también
podamos considerarlo positivo. En todo caso, mantenemos las orien
taciones principales, que son las siguientes:
La primera: el trabajo que nos interesa en el Departamento es en
principio el de los enseñantes. Por eso no nos preocupamos, como es
tradicional, por el nivel de los estudiantes. Nos ocupamos del traba
jo de los enseñantes con el fin de que ellos mantengan, si puedo de
cirlo así, el ideal de enseñar en tanto que ignorantes. La segunda es
que los estudiantes son para nosotros más bien participantes. Se les
demanda una actividad. Está permitido escuchar en ese vocablo «par
ticipante» el valor de «parte», que da cuenta del objeto a.
La tercera es que hemos mantenido el diploma desde el inicio. La
can lo había impuesto en una época en que la opinión común estaba
en contra. En efecto, nosotros jugamos el juego universitario. Y, co
mo recordaba Frangois Regnault,^ vemos tanto la memoria del DEA®
como el tema del tercer ciclo sobre el trasfondo de una tradición que
es efectivamente la de la Edad Media.
La cuarta orientación es que nosotros proseguimos con la forma
ción permanente que Lacan también tuvo que imponer contra la opi
nión dominante en el medio psicoanalítico.
La quinta, los psicoanalistas no son los únicos que enseñan en el
Departamento. Y los no analistas no solo enseñan en pie de igualdad,
sino, llegado el caso, en pie de superioridad frente a los psicoanalistas.
La sexta es que la Sección Clínica también se mantiene. En un co
mienzo tenía por objeto orientar a los jóvenes psiquiatras hacia el psi
coanálisis; les servía de transición. Esta Sección se extendió desde en
tonces con la llegada de jóvenes psicólogos y por el conjunto de tra
bajadores de la salud mental. Todo esto me parece que justifica que
podamos decir aún que el balance es positivo.
La reactualizadón de la orientación de Lacan se sostiene en ese
vocablo que escribí hace un momento en el pizarrón: el materna. Su-
6. Ob. dt., n. 4.
7. J.-A. Miiler se refiere aquí a una intervendón de E Regnault, que no transcri
bimos en esta oportunidad. [N. de la T.]
8. DEA {Diplome d'études approfortdies): diploma de estudios superiores espedaliza-
dos, previo a un doctorado. [N. de la T ]
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1, 2 , 3, 4
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