Mujercitas Eran Las de Antes Cabal
Mujercitas Eran Las de Antes Cabal
Mujercitas Eran Las de Antes Cabal
Primera edición
Olruj'nlkfe
Mujercitas
¿eran las de antes?
(El sexismo en los libros para chicos)
mmm.
0UMUMCHO
Para Amanda Toubes,
maestra,
segunda madre.
4
A modo de introducción
5
escribir un discurso expositivo. Y al rato nómás zzz zzz, dentro
de mi cabeza empieza a zumbar una imagen zzz zzz, igual igual
que cuando está por salirme un cuento zzz zzz... ¿Qué hace ese
dedo gordito, colorado, con anillo de Rosa de Francia, eh? zzz
zzz... “¡Juera, perro!’’, grito yo que, aplicada y Juiciosamente,
estoy tratando de escribir un discurso expositivo. Pero la imagen
insiste zzz zzz: el dedo gordito, colorado, con su Rosa de Francia
zzz zzz, el dedo de mi compañera de banco zzz zzz, que nada
tiene que hacer zzz, maldición zzz, en mi discurso expositivo zzz
zzz, como tampoco tiene nada que hacer zzz zzz la señorita
Porota zzz zzz, mi maestra de Inferior zzz zzz, y menos que
menos ese angelito cachetudo zzz zzz que con total desparpajo
zzz zzz se me acurruca a dormir en las rodillas zzz zzz zzz zzz...
Basta, está bien, me rindo, me dejo invadir una vez más y
escribo, salga pato a gallareta.
“¿Y el discurso expositivo, Cabal?”, escucho que me dice la
señorita Porota con entonación de Académico de la Lengua.
“Ehhh... Mmmm...”, contesto yo, que soy grande pero no tanto.
“Me parece, Cabal, que no es esto lo que le hemos enseñado”,
sigue la señorita Porota, completamente envalentonada. “¿O
acaso ha olvidado, Cabal, que una cosa es una cosa y otra cosa
es otra cosa?”.
Entonces yo, que me salgo de la vaina por irme muy de
jarana con mis perversas caperucitas y mis maestras almidona
das de tacones carretel, me doy media vuelta y si te he visto no
me acuerdo, señorita Porota. Al fin de cuentas no lo hago que
riendo: a mí los discursos expositivos me salen así y sanseacabó,
como decía mi abuela.
6
La imagen de la mujer
“Al cumplir tres años, mostraba tal afición por la limpieza
de la casa que los padres resolvieron regalarle una
escoba y un plumero...”
El angelito
9
“—¿Adónde va la niña coqueta?
Chirunflin, chirunflán...
—A recoger violetas.
Chirunflin, chirunflán...
—¡Ay, si te viera el ángel!
Chirunflin, chirunflán...”
10
Y entonces yo, que lo que quería de verdad en la vida era
ser pirata, miraba con envidia a los varones de la señorita
Lucrecia, que en los recreos corrían, saltaban y se divertían
como si nada.
—Señorita —me animé a preguntar un día—, los varones
del otro grado ¿no tienen angelito o qué?
Como ella no me contestó, después de un rato volví a mi
juego de niñas.
Bajo la complaciente mirada de maestras y, creo, de
angelitos, seguimos cantando aquello de:
11
D e hadas, brujas y niñitas madrugadoras
Pasé de grado.
Las niñas malas permanecieron con la señqrita Porota,
cometiendo fechorías en sus bancos traseros.
Las niñas buenas nos fuimos con la señorita Lupe, a pri
mero superior.
A la señorita Lupe los angelitos parecían tenerla sin cui
dado. ¿Acaso no los veía? ¿O los veía y hacia la vista gorda?
Lo cierto es que nunca nos habló del tema, y esto hizo que
algunas niñas buenas abjuraran de ellos, insinuando cosas abo
minables.
Otras, entre las que, para bien o para mal me cuento,
persistimos en llevar nuestro angelito a cuestas, de por vida,
cosa que, en ciertas situaciones, puede resultar verdaderamen
te incómodo y hasta insoportable.
La señorita Lupe era afecta, en cambio, a los cuentos de
hadas. A nuestro pedido solía repetir siempre los mismos.
Particularmente me encantaba aquel de las dos herma
nas: una buena, hermosa y trabajadora como el padre, y la
. otra horrible, perversa y haragana como la madre.
¡Qué satisfacción cuando a la niña buena y hermosa,
como premio a sus muchos afanes y a su parquedad en el
hablar, le pasaba eso de andar echando perlas y flores a cada
palabra!
¡Y qué delicioso sentimiento de justicia cuando a la her
mana horrible, poco inclinada a las tareas hogareñas y charla
tana a más no poder, le brotaban de la boca sapos, culebras y
otras horribles alimañas!
¿Qué decir de la inocente Caperudta, tan inocente como
para meterse en la cama con una bestia feroz —si bien camu
flada con puntillas— que, además de todo, acaba de engullirse
a su abuela, para preguntarle lo de las manos grandes y las
orejas enormes y etcétera?
¿Y la muy hacendosa Cenicienta —ceniza va, lenteja
12
viene, trabajo insalubre si los hay—, aguantándose siempre
con una tierna sonrisa los desprecios y las humillaciones a los
que la sometían las otras mujeres de la casa?
¿Y Blancanieves? ¡Perseguida por los bosques infestados
de ñeras peligrosísimas por el solo pecado de ser buena y her
mosa! La parte que a nosotras las chicas más nos gustaba era
cuando, asi de sopetón, Blancanieves se encontraba con la
casita de los enanos. ¡Qué encantador era imaginársela enton
ces lustra que te lustra, cocina que te cocina, lava que te lava,
—todo una miniaturita— y a cargo no de uno, no de dos, no
de tres, sino de siete, hombrecitos pero bueno..., con sus
necesidades y sus exigencias: que las medias, que las camisas,
con sus cuellos y sus puños...! ¿Usarán camisas los enanos?
Eso me quitaba el sueño. Mi mamá deda que no, que seguro
usaban jubones, pero igual: hay que tener en cuenta que los
siete hombredtos trabajaban en las minas. Claro que, a cam
bio de tanto trabajo, Blancanieves redbia amor y protecdón,
lo que no es moco de pavo tratándose de siete.
Blancanieves era muy feliz. Todas eran muy felices y tra
bajaban con una sonrisa en los labios, como nuestras madres,
y jamás se quejaban.
La que nos hada llorar de pena era la Bella Durmiente.
Porque ya de entrada la cosa viene mal. Que primero la reina
no puede tener hijos. Que cuando tiene un hijo —que en reali
dad es una hija pero bueno, nadie es perfecto— viene una
bruja maligna y se la maldice. Que la niña, cuando crece, resul
ta una desobediente, y que por no atender los sabios consejos
de sus padres, que nunca se equivocan (en este punto a
muchas de nosotras nos corría un frió por la espalda), era con
denada a un sueño de den años y etcétera, etcétera.
Pero todas estas historias terminaban bien: Cenidenta,
Blancanieves y la Bella Durmiente eran salvadas por príncipes
maravillosos, riquísimos, vivos como no sé qué y, por si esto
fuera poco, más bellos que el Sol, cosa absolutamente innecesa
ria en un. hombre pero que si viene de yapa no está nada mal.
13
Con Caperudta nunca nos quedaba claro cuál seria su
futuro: ¿permanecería de por vida al cuidado de su abuelita
enferma, que después del asunto del lobo debería de estar estro
peadísima? ¿Se dedicaría a ir y venir por el bosque llevando y
trayendo pequeños encargos de su mamá? Mi amiga del alma
y yo opinábamos que, al cabo de unos años, y por agradeci
miento, Caperudta se vería obligada a casarse con el leñador
que la habla salvado. Pero esto a mi me producía un vago
recelo: según las ilustraciones del libro, el leñador ya era un
señor mayor. Es dedr que cuando Caperudta estuviera en
edad de merecer, el leñador sería como mi abuelo que, la ver
dad, como candidato dejaba bastante que desear, sobre todo
comparado con los dibujitos de los prindpes de las otras. Pero
bueno: asi eran las cosas en el mundo de las hadas. Y en el de
las mujeres: ¿acaso a mi bisabuela uruguaya no la habían casa
do a los doce con uno de cuarenta, que era buenisimo pero un
poco picadito de viruela? (claro que eso en el hombre es más
bien un atractivo...).
14
"Mujer: la p ata quebrada y en casa... ”
15
cuando ellos los han ocupado, se sienta a su
lado y les entretiene, ya leyéndoles algo, ya
dándoles conversación, mientras cose o teje
pañoletas para su mamá.”2
O también:
“En el primer banco, a la izquierda, se
sientan Elvirita Ferri y Roque Morales. Son dos
buenos compañeros. ¡Qué distintos son uno y
otro, sin embargo! Ella, paciente y laboriosa
como una hormiga, trabaja sin hacerse notar y
no habla sino cuando la interrogan. El, en cam
bio, inquieto y movedizo, se levanta, se sienta,
va constantemente de un lado a otro y es siem
pre el primero en tener prontas las respuestas.
Es un excelente alumno.”3
Las láminas que acompañaban éstas y otras lecturas
—todas del mismo tenor— eran tranquilizadoras como los tex
tos: nenas, madres y abuelas eternamente sonrientes, envuel
tas en vaporosos delantales con volados, entregadas con alma
y vida a las tareas propias de su sexo. Rodeadas de gatos y flo-
2Primeras hojas.
3Alegría, de José Mazzanti, segundo grado, Alberto Moly, ed. 1942.
res y cacerolas, blandiendo cucharones y plumeros, están a
salvo de los peligros que acechan afuera: terribles tormentas
de viento y nieve, maremotos y tifones, plantas carnívoras,
arenas movedizas y el temible simún, viento del desierto.
Afuera están los hombres, cumpliendo las más disimiles
tareas: conducir barcos, aviones, submarinos, trenes; cons
truir casas, puentes, diques; inventar cosas maravillosas que
beneñcien a la humanidad. Y después destruir todo con las
guerras.
Y no es que la mujer esté totalmente ausente: también se
la ve a ella, alcanzando un tubo de ensayo o un té, observando
con curiosidad (pero no de la malsana). Porque detrás de todo
gran hombre —bien, bien detrás— hay una gran mujer.
Afuera están los hijos varones: jugando a la pelota, trepa
dos a los árboles, corriendo con el perro, levantando ingenio
sas construcciones o casitas de muñecas para que después las
nenas, sus hermanas, que están ahí esperando con sus muñe
cas y sus ollitas y sus escobas diminutas, puedan poner todo
en orden.
“Soy el pequeño albañil
que fabrico una casita.
¿Qué emplearé para hacerla?
Ladrillos, cal y piedritas.
Y cuando esté terminada,
con muy lindas pinturitas,
le daré bellos colores
de rojo, amarillo y lila.
¿Para quién será mi obra?
Para mi buena hermanita.
Allí guardará contenta
sus hermosas muñequitas.”4
17
Cuando la familia aparece reunida, al hombre se lo ve en
tres posibles, actitudes: entrando o saliendo de la casa, comien
do o a punto de comer, leyendo el diario. Salvo al entrar o al
salir, parece que el hombre, en la casa, permanece siempre
sentado.
La madre, en cambio, acostumbra estar de pie o en movi
miento, hasta en los momentos de reunión en tomo de la
mesa, seguramente por si alguien necesita algo.
La abuela sude quedarse sentada, pero eso se debe a que
las piernas no le dan, que si no...
A veces, cada muerte de obispo, la madre también se
sienta. No a descansar, qué va, ni tampoco a leer el diario: se sien
ta para dedicarse a la costura, el tejido o cualquier otra activi
dad que le impida estarse mano sobre mano (momento éste
que aprovecha el diablo para llevarse a las mujeres, según
decía mi abuela genovesa).
Es que asi transcurría la vida en aquel mundo sin sobresal
tos, donde los niños éramos felices porque no había maldad, ni
desavenencias familiares, ni tanto degenerado suelto, ni televi
sión. (Si habia era en otras casas. Jamás en la propia).
18
Las narraciones que incluía el libro trataban de personas
insensatas y extravagantes que dilapidaban fortunas (jamás
podía ser nuestro caso —mi escuela era tan pobre— pero
bueno...) y que después terminaban tirados por ahí, pidiendo
limosna (como en Dios se lo pague, pero al revés). También
trataban de esposas insaciables que de tanto exigir diamantes y
palacetes a sus pobres maridos, los empujaban a delinquir. Y
estaban los cuentos acerca de niños perversos (ahí la maestra
nos miraba fijo en los ojos) que, por no cuidar su lapicero, su
pluma cucharita, su limpiaplumas, causaban la ruina y hasta la
muerte de sus desdichados padres.
Cuentos de diversión no nos leía la señorita Alcira. Por
que los cuentos de diverdón no dejan mucha enseñanza.
Las que si dejan mucha enseñanza son las fábulas.
“Nada hay que influya tanto en la norma de la conducta
del niño, nada hay que le enseñe a caminar en la vida por la
senda del bien como los cuentos en que de un ejemplo prácti
co se deduce una enseñanza moral.”5
Asi deda en el prólogo de un libro de fábulas —todavía lo
conservo— que me había regalado la maestra. A mí algunas
fábulas me impresionaban mucho, no sólo- por lo que dedan
sino por el dibujito. Como aquella que trataba de un caballero
fino que había comprado un negro, convenddo de que laván
dolo condenzudamente se le quitaría el color y que lo único
que logró al final fue casi acabar con el negro.
¿Cuál era la enseñanza moral.que se deduda de la fábula?
Era ésta:
“Los defédos que proceden de la naturaleza no se corri
gen fácilmente”.6
19
Poesías de temas útiles
20
Pero las poesías que a la señorita Herminia más le gusta
ban eran las Poesías de Temas Útiles, como ésta:
“Para ser fuerte y sano
he de masticar lento,
y por la nariz sólo,
daré paso al aliento.
Echaré atrás los hombros,
rectos cabeza y pecho,
y abriré las ventanas
mientras duerma en mi lecho.
Todo he de jabonarme,
lavarme enteramente,
luego frotarme tanto
que la piel sienta ardiente.
No debo estar ocioso
ni vagar aburrido
ni intentar distraerme
con gritar y hacer ruido.
Jugar con mis amigos
será lo más discreto.
Leer amenos libros,
no hojearlos inquieto.
Y comenzar las cosas
con idea segura.
Saber que todo juego
cansa, si mucho dura.
Amar las cosas bellas,
obrar graciosamente,
robustecer mis miembros
y enriquecer la mente.”
La que antecede era una poesía para niños y niñas: uni-
sex, digamos. Pero teníamos especiales para niñas:
“Así el lunes lavamos la ropa,
que en la soga dejamos secar.
21
Jífcefre¿ca á i ¿taoupre
¿fáace Ca te^ ■¡'Oócuda
e¿ cuerjw
L a s pildoras de
“ SOLINA”
(N u e v o p ro d u c to sin té t ic o )
Son el m ejor y el m ás agradable de los
laxantes conocidos.
Son com pletam ente inofensivas y de un
resultado seguro.
N o causan dolores ni cólicos.
*• Solina “ e s ei m ás suave de los purgantes laxantes.
T om ando una dosis por la noche 12 o 3 pildoras, según los
caso«), obra el rem edio m ientras uno duerm e y se produce el efecto al
día siguiente por ls mañana.
Rem edio eficaz en todos los casos de estreñim iento, m ala diges
tión, ataques biliosos, alm orranas, inflamación intestinal, congestión,
apendicitis, neurastenia, etc.
E n p ic im lm tn t* (tto m tn d s d a para n o rm a th a r los periodo» 4e /««
P ara recibir un tubo de "S o lin a ," m andar U N P E S O m,n,
acom pañando 10 centavos en estam pillas de correo, para franqueo.
Dirección; f f SOLINA”
345, Cali* Tucuman. E
23
' Máximas y mensajes
Y así.
Ese año nuestro libro de lectura incluía textos escogidos
de autores famosos. Curiosamente, al finalizar el índice podía
leerse la siguiente aclaradón: “Las lecturas para niñas llevan
una M y las lecturas para varones llevan una V.”
Como nuestra escuela era, a partir de tercer grado, sólo
de niñas, del libro se aprovechó nada más que una parte.
(Pero todas sabíamos que algunas niñas malas —en general
eran altas y corpachonas y, ei) su momento, habían abjurado
del angelito— se juntaban en el baño para leer las lecturas
espedales para varones. Por eso nosotras, las niñas buenas,
les dedamos “las varoneras”).
24
Entre las lecturas autorizadas estaba “La Madre":
10“La madre”, de José Manuel Estrada {fragmento de discurso), del libro ¡Argentina,
Patria amada!, de Amadeo Ronco, Editorial Luis Laserre, 5Sgrado, 1942.
11“A las jóvenes”, de Marta Miguel González, del libro ¡Argentina, Patria amadal.
25
Un libro bien aprovechado
26
“Todas queríamos ser reinas... ”
Fue justo ese año que me eligieron para decir una poesía
el día de la Cruz Roja.
El hecho no tendría nada de particular si no fuera que en
la poesía yo debía dialogar con un varón. En casos como éste
solía utilizarse un ingenioso recurso: otra niña hada de varón
vistiendo pollera de papel crepé color azul (ignoro el motivo,
pero en mi escuela existía la convicdón de que el azul era
signo inequívoco de virilidad).
Pero esta vez algo pasó porque se deddió traer un varón
de verdad de la escuela de la tarde, que era toda de varones.
El poema se titulaba “La hermana” y trataba de dos niños
—ella y él— que volvían a la alquería, palabra ésta que me
sonaba estupendamente bien como solía —suele— ocurrirme
con aquellas cuyo significado ignoro.
Comenzamos los ensayos.
El varón de la tarde tenía que dedr:
“Yo era un soldado y lo que ven tus ojos
no eran parvas de trigo, eran despojos
de una batalla en la que yo venda.”
Ahí venía mi parte, tan esperada, tan ensayada frente al
espejo de mi casa.
Pero lo único que yo deda era:
“—Pero... ¿y yo?”
“—Deja, espera” —me apartaba con exagerada
’ brusquedad el varón, que se la había tomado
muy en serio. Y continuaba:
“...ebrio de gloria
yo volvía después de la vidoria
y a ti, que eras la reina te buscaba.”
Y ahí mismo él me colocaba en la cabeza una corona
dorada que, como por arte de magia, había bajado del techo
27
colgada de un hilo (que se suponía invisible y se veia desde la
última fila). Ese era mi momento de consagración... ¡pero tan
efímero! Porque yo, que estaba chocha con la corona, debía
sacármela, arrojarla lejos (es un decir: en realidad debía apo
yarla cuidadosamente en el suelo porque era la única corona
que teníamos y se usaba en todos los actos), y exclamar:
“¡No, no, la reina es poca cosa. Yo era
una enfermera,
¡y tú estabas herido y te curaba!”12
Muy poco convincente debió sonar mi voz en esos ver
sos: quién sabe por qué perverso mecanismo de la mente, yo
tenia la sospecha de que ser reina era más atractivo que ser
enfermera. Y en un gesto de audacia así se lo hice saber a la
señorita Catalina, que me miró con lástima porque yo era una
de las preferidas que le llevaban la cartera hasta la calle y la
acompañaban a tomar el colectivo.
Como acostumbraba hacer cada vez que se le presentaba
la oportunidad, la señorita Catalina reunió a todas las niñas del
grado y nos dio una charla inolvidable, haciéndonos entender,
de una vez y para siempre, que, en una mujer —una mujer
como Dios manda, se entiende—, la ambición de poder (que
eso al fin y al cabo simbolizaba la desdichada corona) era una
cosa deleznable. Y que la única, legitima ambición de una ver
dadera mujer debía ser la de servir, servir, servir...
Y terminé la escuela primaria habiendo adquirido el hábi
to de la lectura (o, mejor, la adicción), hecho en el que poco
tuvo que ver la escuela y mucho la circunstancia de que yo, en
mi casa, no tuviera ni hermanos ni perro ni gato ni televisión
(en ese orden) y sí tuviera libros, muchos libros.
De la escuela me llevé emociones profundas, cosas entra
ñables que suelen apareeerme en los cuentos que escribo.
28
Y también me llevé una extraña sensación, un vago y
confuso malestar acerca de lo que significaba, en realidad, ser
“una mujercita como se debe”.
II. Las chicas buenas van al cielo... *
30
Los príncipes azules suelen ser, además, hermosos, pero
el resto de los varones no lo necesita, poque “el hombre,
como el oso, cuanto más feo más hermoso”.
Uno de los defectos graves de las niñas de los cuentos es
la pereza. No es el caso de la sufrida Cenicienta. Pero, por
ejemplo, Caperudta, con esa cara de mosquita muerta, deja
bastante que desear: para ir a ver a su abuelita elige el camino
de los alfileres, en vez de elegir el camino correcto: el de las
aguas. (El cuento alude a las malas mujeres que, en lugar de
coser lo roto con aguja e hilo, como Dios manda, prenden
todo con alfileres, a la que te criaste).
Caperudta, Cenidenta, Blancanieves, la Bella Durmiente,
son niñas, incapaces aún de engendrar. Todavía no ha llegado
para ellas —aunque anda rondando— la makiidón fatal de la
sangre —la de la menstruación, la de la pérdida de la virgini
dad, la de los partos— simbolizada en pinchaduras de agujas y
ruecas y astillas. Sangre que debe ser ocultada, porque es
signo de oprobio, y tiene que ver con la impureza, con la locu
ra (¿a quién no se le volvió loca una parienta por lavarse la
31
cabeza en “esos dias”?), y también con la mayonesa que se
corta y el vino que se vuelve vinagre. ¡Qué diferente de la san
gre varonil, exhibida con orgullo porque es capaz de lavar
ofensas, abonar los surcos, sellar pactos y juramentos, contri
buir como jugo nutriente a la grandeza de las naciones!
En el otro extremo del camino de la femineidad están las
mujeres viejas de las que ya huyó la sangre: son las brujas abo
minables que no pueden engendrar aunque copulen y copulen
(¿será por eso que son tan abominables?).
En el medio, entre las tontas bellas y las brujas abbmina-
bles, están las esposas martirizadas por sus propios esposos,
los cuales, pese a las apariencias, en el fondo —muy en el
fondo— las aman con locura (cosa que en general descubren
cuando el cuento llega a su fin, pero más vale tarde...).
32
las esposas de carácter agriado, capaces de acabar con la
paciencia del más santo de los varones.
Por suerte están las hadas. Siempre y cuando no se trate
de esas hadas despistadas que se dejan olvidada la varita en
cualquier parte, junto con el paraguas. Porque un hada sin
paraguas, vaya y pase. Pero un hada sin varita es una inútil
total.
Se sobreentiende que estamos haciendo burdas simplifica
ciones de un material riquísimo, de profundo simbolismo. His
torias y personajes que ejercen su fascinación sobre chicos y
grandes porque están hablando de cosas que importan mucho:
el amor, la muerte, el odio, los celos, la envidia, la venganza, la
justicia. Y la sensación de estar solo, perdido en un bosque y
rodeado de espantosos peligros, que es como tantas veces se
siente un chico. Y también un grande.
Por eso estos cuentos que, como señala Bruno Bettel-
heim, marcan el camino de la dependencia al de la indepen
dencia sin decirle al chico a cada paso lo que tiene que hacer,
suelen tener que ver mucho más con la realidad inmediata que
algunas historias pretendidamente realistas, absurdas papante
chadas en donde nunca pasa nada.
Pero atención: también es cierto que estas dulces y tontas
niñas son, de alguna manera, modelos de identificación.
Entre los personajes de los cuentos tradicionales no
recuerdo ninguna sastrecilla valiente que pueda matar siete de
un golpe (sean moscas u hombres), ninguna niñita tan animosa
como para despanzurrar gigantes, ninguna gata con botas que
se las ingenie para conseguirle a su dueña, la marquesa de
Carabás, no digamos un reino, con principe y todo, sino, aun
que más no fuera un misero ranchito.
Y decididamente no existe en estos cuentos ninguna prin
cesa rosa o azul —tanto da— de besos capaces de despertar a
Ja vida a bellos príncipes durmientes.
33
¿Y ahora qué?
13Adela Turin, ‘El aexismo en la literatura infantH", ¡Atixa! ne 21 y 22, Actas del Ter
cer Encuentro de Animadores del Hhr? infantil, Guadalajara, Castilla-La Mancha, junio-
setiembre' 1987.
34
Lo derto es que muchos libros para chicos siguen trans
mitiendo un estereotipo de mujer que es también el que trans
miten los medios de comunicadón. (¿Se acuerdan de “Nada
reemplaza a la madre en casa,/ nada reemplaza la manteca en
casa”?).
La imagen de mujer que nos muestran es la de una nena
ó mujer dependiente, que vive vidas ajenas, temerosa de ries
gos y aventuras, siempre a la espera del varón. Nenas y muje
res incapaces de valerse por sus propios medios, de reírse de
ellas mismas, de quererse un poco. Sus mayores méritos: el
sufrimiento, el sacrifido, el trabajo, el silendo, la inocenda que
llega a ser boberia y, por supuesto, la belleza.
Pueden cambiar decorados, accesorios, detalles, pero el
modelo de mujer se parece peligrosamente al de antaño: como
en los tiempos de Blancanieves, la belleza es el valor funda
mental (belleza que hoy por hoy se centra en la extrema delga
dez); como en los tiempos de la Bella Durmiente, el ñnal feliz
es el del casamiento, con un lugar para cada cosa y cada cosa
en su lugar; como en los tiempos de la Cenidenta, las niñas,
las mujeres, deben ser abnegadas, disaetas, silenciosas, modo-
sitas y, sobre todo, muy pero muy trabajadoras.
35
Cocoquita, la gallina mamita 14
“Cocoquita, la gallina mamita, vive ocupada,
ocupadísima. Aquí está peinando a su fila de .
pollitos para que vayan a la escuela.” (...) “En
seguida hace las camas y saca las telarañas del
techo y lava los platos y la ropa.”
36
parada al lado del fogón, directo de la olla? ¿O directamente
no come, hecho preocupante si se piensa que se la ha pasado
trabajando como una burra? Pero sigamos...
37
Domingo en el hogar 15
“Si, el domingo en familia es un día distinto.
No hay apurones para ir a la escuela.
Papá se queda una hora-más en cama.
¡Qué raro en papá! ¿no?
Y mamá... ¡Ah, mamá! ¡Cómo se nota su pre
sencia en casa!
Muy tempranito, la cocina y el comedor se han
llenado con un olorcito especial a tostadas, con
un exquisito olor a café con leche y a dulce de
ciruelas...
Para nosotros, los chicos, es un día de fiesta.
El domingo, ¿será para mamá también un día
de descanso?".
(En el libro, la abnegada madre, que uno sospecha ha lle
gado corriendo, tropezándose con todo, secándose las manos
en el delantal, se apresura a contestar, orgullosísima, y en
blanco y negro:)
“—No, para mí no es un día de descanso...
¡Pero si lo es de felicidad!”.
15Entre todos, 4* grado, Buenos Aires, Ed. Kapeiusz, 1* ed. 1980, déchnoprimera
tirada: 1987.
38
Más modestamente, la mamá de la lectura “Un barrio
muy unido”16:
“Mientras... prepara la sopa, lava la ropa y
hace los mandados, les ayuda (a los hijos) a
resolver el problema.”
Una lectura titulada “Los amigos”17, ejemplifica los mode
los de niña y de varón:
“Este es Ernesto, el dueño de la lupa. Es el
investigador del grado, el de las novedades, el
de los descubrimientos (...)
A Ernesto todo le interesa, todo le admira.
Sus ojos descubren maravillas que parecen
ocultas para nosotros (...) Nosotros creemos
que Ernesto será un hombre de ciencia.
Esta es Rosa, la compañera que colabora
en todo y con todos.
Para ella no hay amigos preferidos, siem
pre está donde alguien necesita una ayuda.
¿Alguien olvidó lá caja de pinturitas? Allí está
Rosita para compartir sus lápices con el olvidadi
zo. ¿Hay un compañero que no puede comprar
el libro de lectura? Rosa sabe el modo de conse
guirlo más barato. ¿Otro se ensució el guardapol
vo? Ya está Rosa ayudando a limpiarlo.
En la escuela pertence al equipo de la
Cruz Roja y es la encargada del botiquín de pri
meros auxilios.
Rosita es como un ángel guardián para todos
sus compañeros.”
16Uno, dos, tres, /yol, 4®grado, Buenos Aires, Kapelusz, 1* ed. 1985, tercera tirada:
1986.
17Entre todos.
39
¡PLANCHAR
ES UN PLACER!...
. . . cuando la ropa hd
sido almidonada
con el nuevo
¿Qué vas a ser cuando seas grande?
41
del otro atril? ¿Surca los mares, las rutas aéreas, los espacios
infinitos? ¿Opera, investiga, apaga un incendio, mete un gol,
pinta “Los Grasóles”?
Pero sigamos con la buena de Susana, que ahora se va de
picnic...
Los autores le advierten a Susana: ojo con descuidarse,
porque “no se es buena ama de casa-solamente entre las cua
tro paredes del hogar” . Y le dan un sabio consejo: “hacer volar
la imaginación” . ¿Cómo? Negándose a gaer en “el tradicional
huevo duro o el eterno sandwich de jamón”.
También le advierten que cuide su belleza para estar “tan
bonita como su casa”.
El broche de oro de este libro se titula “Una hora de glo
ria bien merecida” , atendón:
“El ofido de ama de casa es a veces ingrato.
Quitar el polvo...” [larga enumeración de las
tareas domésticas]. “Pero felizmente también se
viven horas de gloria”.
Yo ilusa de mi, imaginé que ahora aparecía el chico del
libro de al lado — pintor, marino, astrounauta o qué se yo— y
se la llevaba a Susana a tomar, aunque más no fuera, un hela
do. Pero no.
Para esta niña modelo, la gloria es algo mucho más espi
ritual:
“Cuando todo sale perfectamente bien, el cora
zón de Susana se impregna de feliddad.
Porque todos las felicitan y le agradecen las
incomodidades que se ha tomado.”
42
También tas mujeres somos seres humanos
20 Cómo ser siempre bonita y coqueta, Colección La niña moderna, Ed. Skyrtar.
43
yo ya vengo entrenada con el angelito, el punto sombra, el
mundo de las hadas. Pero algo falló.
Con el diccionario todo iba bien. Con el palo de escoba
más o menos pero me defendía. El drama fue con las pelotas
malabares, porque como carecía de ellas, intenté usar las de
mi perro, que es el único que me comprende, o me compren
día... Porque esta vez no entendió y creyó que se trataba de
un nuevo y divertidísimo juego y yo cal sobre él cuan larga soy
y todo terminó horrible: mi perro medio renguito, y yo lloran
do a lágrima viva.
Pero como las desgracias jamás vienen solas, justo en ese
momento se abrió la puerta y entraron los varones de la casa.
Y entonces uno de ellos, el mayor, el más grosero, recordó
entre risotadas que nunca habla que creer “ni en la renguera
del perro ni en lágrimas de mujer”.
44
UL ...V tas chicas malas van
a todas partes
21A continuación doy los datos de los libros a los que se «dude en el resto del texto.
Bisa Vuela, de María Elena Walsh, Veo-Veo, Mi primera biblioteca, HyspamMca Edi
ciones Argentinas, 1985.
“Historia de ratita1', cuento de Monigote en la arena, de Laura Devetach, Bueno*
Aires, Libros del Malabarista, Ediciones Colihue, 3® reimpresión 1989.
Marionetas de aserrín, de Syria Poletti, Colección Cuentorregalo, Bueno* Aires, Ed.
Crea S.A., 1980.
Tengo un monstruo en el bolsillo, de Graciela Montes, Serie Negra, Bu*no* AfcW,
Libros del Quirquincho, 1988.
45
Ricardo Mariño; y en Linda Flor, la princesa de Ruth Rocha; y
en las pulguitas, esas malhabladas, de Gustavo Roldán; y en
otra famosa malhablada, la de Ana Matta Machado.
Pero además de éstos y otros muchos textos en los que el
tema que nos ocupa aparece más o menos explícito, más o
menos sugerido, hay algunos que, por lo transgresores e irre
verentes, son de por sí capaces de romper esquemas, de pro
ducir reacomodamientos, de acabar con los estereotipos o, por
lo menos, de hacerlos tambalear. Estoy pensando en Javi'er
Villafañe.
Y quede claro que no se trata de tomar la literatura infan
til como vehículo de adoctrinamiento. Porque la Mestura es
otra cosa, pasa por otra parte y, sobre lodo, no se propone
enseñar. De cualquier manera, vale la pena reflexionar sobre
lo ya señalado: los libros para chicos abundan en textos discri
minatorios respecto de la mujer. Y el sexismo, ya lo sabemos,
es una de las peores y más toleradas formas del autoritarismo.
Historia de un primer fin de semana, de Silvia Schujer, Serie Blanca, Buenos Abres,
Libros del Quirquincho, 1988.
Maruja, de Erna Wolf, Nuevos libros de .Primera Sudamericana, Buenos Aires, 1989.
Me importa un comino el Rey Pepino, de Christine Nöstlinger.
La Señora Planchita, de Graciela Beatriz Cabal, Serie Blanca, Buenos Aires, Libros
del Quirquincho, 1988.
Botella al mar, de Ricardo Mariño, Serie Blanca, Buenos Aires, Libros del Quirquin
cho, 1988.
Con muchas ganos, de Ruth Rocha, Buenos Aires, Pequerto EMECE, 1986.
La canción de las pulgas, de Gustavo Roldán, Colección el Pajarito Remendado,
Buenos Aires, Colihue, 1989.
Palabras, palabritas y palabrotas, de Ana Maria Machado, Buenos Aires, Pequeño
EMECE, 1987.
46
Variaciones sobre el
mismo tema
“Manolo, Manolo,
hacéte la cena solo...”
ibREL •# »
1
Esclavas*
49
extraño para saber si una embarazada pariría una nena o un
varón. El método usado era infalible, sencillo y, Sobre todo,
muy económico:
Si la mujer iba a parir un varón, dulcificaba ál máximo su
carácter, la piel se le volvía translúcida, los ojos le brillaban y el
pelo le creda abündate, sedoso, enrulado... Caso contrario,
esto es, cuando la que iba a nacer era una niñá, el cuerpo de
la madre se cubría de granos, los ojos de lagañas, y el pelo
entraba a escasearle, ya sea porque se le cayera naturalmente
o porque ella misma se lo arrancara en sus tan frecuentes ata
ques de histeria, propios de la situadón. (¿Fue Eduardo Wilde
el que dijo que las costumbres disolutas y las uniones ilegitimas
producían más nadmientos de mujerés que de varones? Sí, fue
Eduardo Wilde.)
Es que —y eso cualquiera lo sabía— los partos de nenas
eran más largos y más dolorosos que los de varones.
¡Como si las nenas se negaran a nacer! ¡Como si se resis
tieran a abandonar aquel nidito tibio, silencioso y, sobre todo,
tan seguro!
¿Acaso ya desde la panza materna, esas migerdtas, dimi
nutas como muñecas y arrugadas como viejitas, sospechaban
que las mujeres sólo vienen al mundo a sufrir? ¿O se resistían a
salir afuera porque sabían — ¡ah, la intuidón femenina!— que
su lugar, el que le correspondía dentro del orden natural de las
cosas, era el de adentro?
50
Gata gol<>sa
* Fragmento del trabajo leído en el seminario para docentes sobre “Usos y abusos de
la lectura en la escuela”, en la Segunda Exposición Feria Inrtemadonal del Libro
kifantil y Juvenil (Buenos Aires, 6 al 21 de ^ilk> de 1990).
52
— ¡Aaaaaltó! — gritaba de repente la señorita— . Siga
usted —decía señalando a alguna niña papamoscas.
—Ehhhhh... Mmmmmm — se desesperaba la papamos-
cas sudando sangre.
— ¡A la Biblioteca! — le decía la señorita mostrándole la
puerta con el brazo extendido. Y después, dulcificando la voz,
se dirigía a mí— . Continúe, Cabal.
¡Una habilidad tenía la señorita para detectar papa-
moscas!
¡Yo no sé cómo hada! Porque ellas, las papamoscas, apa
rentaban estar de lo más interesadas en sus libros...
La cuestión es que, al final de la lectura, habla tres o cua
tro niñas papamoscas en la Biblioteca.
La Biblioteca de mi escuela, conviene aclararlo, era un
lugar más bien oscuro (oscuro, bah), donde se guardaba el
esqueleto, además de los libros, claro. Pero no confundir: las
niñas que iban a la biblioteca no estaban castigadas (mi señori
ta era enemiga de todo tipo de violencia moral o física).
Las niñas papamoscas, digo, iban a la Biblioteca a-me-di-
tar, cosa hasta divertida cuando había dos o tres papamoscas,
pero más bien inquietante cuando había una sola.
53
tros padres y a nuestros maestros. Porque ¿quién mejor que
ellos para saber lo que era bueno y lo que era malo para
nosotros?
Y un cachetazo no se le negaba a nadie.
Y todos con nuestras amígdalas bien extirpadas, sin anes
tesia, ni qué decir, que los chicos de antes sufríamos menos y
nos olvidábamos enseguida.
Y todos con nuestros sabañones en los dedos y en las
orejas (que qué se habrán hecho los sabañones, me pregunto).
Y las nenas de rosa, con las orejitas agujereadas, cosa de
no convertirnos en machonas.
54
Está linda mi escuela, con el mismo cuadro de los sem
bradores jusüto arriba de la puerta de la Biblioteca.
Y la Biblioteca... Tantas ganas tenia de entrar, que entré,
me di el gusto.
¡Ay!
Lo único que se conserva es el esqueleto — pero un
esqueleto que ya no mete miedo, por lo destartalado— y algu
nos libros de mi época, forraditos de azul araña y con su eti-
quetita cuadrada, allá, en los estantes altos.
Por lo demás, las ventanas abiertas de par en par, con el
sol metiéndose por los rincones, decolorando todo; una
muchacha de anteojos redondos que parecia una alumna y
resultó la bibliotecaria; y un montón de libros de cuentos, des
parramados por la mesa de cualquier manera, sin forro, des
cuajeringados...
Ahi estaba yo, alelada, sosteniéndome el corazón con la
mano, cuando una turba de chicos muertos de risa, entró por
la puerta y, sin saludar ni nada, se abalanzaron sobre los libros
y después se tiraron sobre unos almohadones y hasta en el
suelo, y se pusieron a leer... ¡O a hacer que leían! Porque
algunos, lo puedo jurar, sólo miraban las figuritas y otros iban
de atrás para adelante, o se salteaban. ¡O mojaban el dedo,
para dar vueltas las páginas!
Entonces yo, que todavía conservo el libro que me regaló
mi señorita de segundo, me acordé de ella. Y también de la
que cazaba las papamoscas y que a mi nunca me retaba por
que yo leía perfecto...
De todas me acordé.
Y también me acordé de mi, de la nena que fui y que de
alguna manera todavía soy, y entonces me agarró una cosa
tan, qué sé yo, que me acerqué a la bibliotecaria de los anteo
jos redondos y le dije:
— Señorita, por favor, ¿me podría quedar un ratito aquí
en la Biblioteca?
55
M ejor afuera
56
Aunque, respecto de
este último caso, una duda
me atenacea: ¿se tratará de
accidentes? ¿O las empeño
sas mujeres limpiadoras de
vidrios, al asomarse, echar
un vistazo y comprobar que
el mundo es ancho y ajeno,
dicen “ ¡Ma si, yo me largo!” ,
sin acordarse de que el volar
es sólo para los pájaros?
P or eso yo sostengo:
mejor afuera.
Medios y libros para chicos *
* Fragmento del trabajo Jeido en el Seminario Taller ‘ La mujer y sus derechos”, orga
nizado por la Asociación Juana Manso (Resistencia, Chaco, octubre de 1988).
58
mar la atención, entraba a caminar, largando agua por los cua
tro costados.
Con el tiempo descubrí, y esto es una confidencia, que la
única manera de controlar a mi lavarropas era hablarle, sere
namente pero con firmeza, antes de ponerlo en marcha.
Y todo iba bien hasta el dia en que me fui de viaje, y el
lavarropas tomó una decisión irrevocable: acabar con su vida.
¡Se incendió como un bonzo, el pobredto!
Desde ese entonces ya no tengo lavarropas, porque soy
una mujer fiel a mis afectos.
59
Claro que en la publicidad también aparecen los hombres.
Pero mientras a las mujeres se las muestra vendiendo
comestibles, productos de limpieza, cosas de chicos, y cosméti
cos, los hombres aparecen ligados a rubros más serios: autos,
bebidas alcohólicas, bancos.
Es que con los hombres es distinto.
A un hombre nadie le va a echar en cara los rollos de la
panza ni la deshidratación de la piel. A un hombre nadie se
animaría a pedirle que oculte sus canas ni que borre las arru-
guitas de los ojos, ¡ni siquiera que se bañe!
A las mujeres, en cambio, la publicidad no las deja enveje
cer tranquilas, engordar sin complejos, tirar la chancleta, bah.
“Usted puede representar veinte años menos”, les ase
guran.
Y también:
“Sin dietas, sin gimnasia, sin pastillas, rebaje 10 kilos en
quince días”.
60
¿será imprescindible, me pregunto, que los repasadores que se
vayan a utilizar sean usados? Porque cualquier ama de casa
que se precie sabe por experiencia que, después de un periodo
—y no muy largo— de uso, los repasadores entran a adquirir
ese desagradable tinte grisáceo y ese olor inconfundible a fritu
ra que no ceden por más que se los sumerja en lavandina, se
los hierva, se los friegue a rajatabla, se los extienda al sol...
¿Acaso no seria más acertado — si bien más oneroso— valerse
de repasadores nuevos, comprados ad hoc? ¿O, lisa y llana
mente, prescindir en forma total y absoluta de la salida de
baño? (Claro que si la malla está hecha con retazos de viejos
buzos de gimnasia de los chicos, no sé qué decir...).
61
tud resplandezca al sol).
' En ambos casos, el final es feliz. Aunque respecto del
segundo especialmente, y en honor a la verdad, creo mi deber
hacer reflexionar a las desprevenidas telespectadoras acerca de
un hecho inquietante: ¿qué edad tendrá la esposa martirizada
cuando consiga que su virtud resplandezca al sol?
Reconozcámoslo sin tapujos: una edad provecta (situa
ción que pasa inadvertida merced a la magia de la televisión,
pero más que evidente en la vida real), y ya se sabe que, por
esas injusticias del destino, los hombres de edad provecta pue*
den ser seductores, y hasta irresistibles (Marión Brando con su
panza, sus mofletes, su pelada; Vittorio Gasman, con sus dien
tes demasiado parejitos), pero no ocurre lo mismo, maldición,
con las mujeres de edad provecta.
Y eso sin entrar a considerar a cuántos tormentos y pri
vaciones se someten las mujeres de edad provecta para apa
rentar juventud; que si no, de nada valen los ojos violetas de
Liz Taylor, ni las piernas perfectas de Mistinguett.
62
Hablando de brujas
“Cada vez que una lee de una bruja, de una mujer poseí
da por los demonios... pienso que estamos en la pista de una
novelista, una poeta abortada, o una Jane Austen muda y sin
gloria, una Emily Bronté rompiéndose los sesos en el pára
mo... trastornada por la tortura de su genio...” , dice Virginia
Woolf.2
Y hablando de brujas: ¿Sabían ustedes que entre el siglo
xiv y el siglo xvii fueron a la hoguera ocho millones de mujeres
acusadas de volar por los aires, copular con el demonio, con
vertir los hombres en cerdos?
Una bula de 1484 da piedra libre para la matanza, basán
dose en la relación evidente entre mujer y brujería. La índole
imperfecta de la mujer, sostenía una de las “demostraciones” ,
provenía de su estructura física defectuosa, ya que había sido
creada a partir de una costilla, de Adán. Y la costilla no tiene
una forma recta: tiene forma torcida.
¿Brujos varones no hubo? Hubo, pero pocos, poquísi
mos: ¡un brujo cada diez mil brujas! ¿Qué cosa, no?
2 Un cuarto propio, de Virginia Wootf, Buenos Aires, Ed. Sur, 1980, segunda edición.
63
A favor de las niñas
Arturo y Clementina
Clemenüna es una linda tortuga que sueña con recorrer el
mundo, tocar la flauta, pintar paisajes... Sueños y proyectos
que el tortugo Arturo boicotea sistemáticamente, abrumando
en cambio a su compañera con costosísimos regalos que ella
debe cargar sobre su caparazón (un caparazón que cada día la
aplasta más). Hasta que llega el momento en que Clementina
se harta y se manda mudar, plantando al tortugo Arturo y
abandonando el caparazón, que a esa altura debía valer un pla
tal. Clementina se va, digamos, con lo puesto, en camiseta,
cosa que tendría que haber hecho Cocoquita, la gallina mami
ta, pero ya se sabe: una madre es una madre.
Rosa Caramelo
64
gusto pero que dan un hermoso color rosado a la piel de las
elefantas— , cada día se vuelve más gris, para desconsuelo de
sus padres que tanto la quieren.
Finalmente Victoria, la elefantita, logra irse a jugar con
sus hermanos y.primos, “todos de un hermoso color gris ele
fante” , con los que se mete en los diarcos y prueba las frutas
dulcísimas y duerme la siesta bajo los árboles, sirviendo de
ejemplo al resto de las elefantitas que, una tra| otra, abando
nan el cercado.
65
Mujerciias*
66
A Meg, la mayor, no quería parecerse nadie que yo
recuerde. Porque Meg era la más sensata. ¿Y a quién le podía
interesar ser sensata?
Como en este mundo todo llega, también llegó el tan
esperado momento en que, tratando de ocultar la emoción,
puse en manos de mis dos hijas mujeres, dos ejemplares
—uno para cada una, cosa que no se lo arrebataran para leer
lo primero, me dije— de Mujercltas. Y no agregué las pala-
'bras que tenia pensadas para la ocasión porque intuí que no
serían bien recibidas.
67
Me sigue gustando porque los personajes del libro tienen
encarnadura.
Me sigue gustando porque las protagonistas no son unas
jovendtas medio pavotas como las que abundan en los libros
de la época, sino que, cada una en su estilo, tratan de vivir
valiéndose por sus propios medios.
Me sigue gustando porque en el libro pasan cosas. Y esas
cosas están contadas no por una señora que. escribe libros
para chicas sino por una escritora de verdad. Una escritora
•—Louisa M. Alcott— que todavía, a esta altura del partido, me
hace reír y me hace llorar, lo que no es poco.
68
Un salto al vacío*
* Trabajo leído en las Primeras Jomadas sobre Mujer y Escritura realizadas por la
Revista Puro Cuento (Buenos Aires, Centro Cultural San Martin, 3 al 6 de a g o s to «fe
1989) e incluido luego en el bbro Mujeres y Escritura, Editorial Puro Cuento, 1989.
69
Justo por eso, por tratarse de una mujer, si es probable
que, al recibir la agresión, Rosa haya elevado sus ojos al cielo
mientras reflexionaba: “A lgo habré hecho yo para merecer
esto” .
Quizá fue entonces que prometió ensayar buena letra,
lavar culpas, fundando otra revista, La Educación, titulo de
apariencia tranquilizadora.
Y aunque después Rósa Guerra se dio todos los gustos
escribiendo novelas, poesías y hasta teatro (se ve que era rara
de verdad), un año antes de morir, y como para taparles la
boca de una vez y para siempre a los que habian hablado de
mujeres públicas y otras iniquidades, Rosa Guerra, digo, escri
bió un libro para niños, mejor aún, para niñas -¡-Julia o la
educación— con lo que su reputación quedó impoluta o caá.
Porque una mujer pública jamás de los jamases podría
escribir un libro para niños. En cambio una señora, una verda
dera señora de su casa, una mujer privada, si que puede.
70
¿Existen géneros literarios convenientes, bien vistos,
apropiados para que una mujer escritora transite por ellos?
La literatura infantil ¿es cosa de mujeres?
71
La palabra de la mujer es, por mandato ancestral, palabra
privada. “Mantente bella y cierra la boca”, se le dijo durante
siglos, lo que no quiso significar una condena a la mudez abso
luta sino una advertencia — seria advertencia— para que se
limitara a hablar en la forma, el tiempo y el lugar adecuados.
En estos momentos me viene a la memoria un libro que,
en la Escuela Normal, nos leia nuestra inefable profesora de
Economía Doméstica. Se trataba de una especie de “Conseje
ro Social”, y uno de los capítulos estaba dedicado a prevenir
nos a nosotras, las jovendtas, acerca de la inconveniencia de
hablar “a viva voz” — asi deda— en la calle. ¿Y si una, por
ejemplo, se encontraba de sopetón con algún conocido o
pariente cercano del sexo opuesto? El Consejero tenía res
puesta para todo:
“en esos casos, deda, bastará un saludo breve,
apenas un rápido movimiento de cabeza, ama
ble pero a la vez severo, para no dar lugar a
malas interpretaciones.”
(Debo reconocer que algunas de nosotras dejamos caer
en saco roto ésas y otras sabias indicadones del Consejero. Y
asi nos fue en la vida.)
72
con nombre de varón. (Todavía recuerdo mi desencanto al des
cubrir que César Duayen, el autor de Stella, no era un señor
alto, rubio peinado a la gomina, un poco parecido a mi papá y
otro poco parecido a David Niven, sino una señora lánguida y
regordeta, Emma de la Barra, que debió aguardar su viudez
—y la espera, seguro, resultó una pesada carga— para largar
se a escribir, pasada la cuarentena, el primer best-seller de la
literatura argentina.)
Pero volvamos a la literatura argentina infantil, cosa de
mujeres.
¿Cosa de mujeres? ¿Cómo los chupetes anatómicos, las
cacerolas engrasadas y el crochet? ¿Es posible que la misma
fatalidad sexual que nos condena a ser las mejores en eso de
rasquetear pisos, desodorizar inodoros, freír milanesas y, por
qué no, destapar cañerías, nos vuelva especialmente aptas
para la literatura infantil?
Siguiendo esta línea de pensamiento, nada tiene de extra
ño que, a quienes escribimos para chicos —mujeres o varo
nes— , se nos ubique lejos de las escritoras y los escritores y
cerca de las madres y las maestras. Madres y maestras
— segundas madres— que trabajan por amor. Y trabajar por
amor — ya se sabe— es casi como no trabajar...
Escribir para chicos ¿es casi como no escribir?
En el mejor de los casos se trataría de una tarea menor
que, por lo oscura y descalificada, tiene algo de trabajo domés
tico y un no sé qué de apostolado.
Al respecto tengo una buena anécdota: hace años un
escritor conocido, cuando se enteró de que los libros en los que
yo dejé mis huesos eran “libros para chicos” , me dijo condes
cendiente: “Ah, bueno, literatura infantil”. Y después, por lo
bajo: “Cosa de mujeres...” Como si esto fuera poco, antes de
irse y, se ve, para levantarme el ánimo, agregó: “No te preocu
pes. Seguramente pronto vas a escribir un libro para grandes”
(con lo que quiso decir: “un libro de verdad, como escriben los
escritores de verdad”. ¿Como escriben los hombres?).
73
Claro como el agua.
Cuando alguien habla de la literatura infantil como “cosa
de mujeres” , obviamente no hay que entender “escrita por
mujeres” sino “cosa sin valor, nada que importe” .
Una triple desvalorización: la de la miger escritora, la del
chuco que lee o al que le leen, la de la literatura infantil.
También podríamos decirlo asi: “Las mujeres escriben
mal. Los chicos no entienden mucho. Que las mujeres, escri
ban, nomás, para los chicos” .
Será por eso, por considerar a la literatura infantil como
un subgénero poco prestigioso, que muchos escritores y escri
toras “para grandes” al mencionar sus obras olvidan nombrar
las que escribieron para chicos.
Será por eso que los planes de estudio que incluyen como
materia á la literatura infantil son, en general, los relacionados
con la docencia y no los que tienen que ver con la literatura.
Pero: ¿qué concepto de la literatura infantil hay detrás de
este tipo de consideraciones?
¿Una serie de toctos didácticos con mensaje y moraleja?
¿Un desfile de personajes sin encarnadura a los que
nunca les pasa nada que valga la pena?
¿Un conjunto de historias dulzonas de inevitable final
feliz, con nenas, mujeres y andanitas siempre dispuestas a
vivir en borrador?
La literatura infantil es otra cosa. Porque la literatura es
otra cosa.
La verdadera literatura, incluyendo la que elige al chico
como su mejor interlocutor, huye de los caminos transitados,
de los refugios protectores, de las mesas servidas junto al
fuego.
La verdadera literatura gusta en cambio perderse, con los
ojos abiertos y en completa soledad, por bosques profundos y
tenebrosos. Y no teme encontrarse ni don lo maravilloso ni
con lo abominable. Y se niega a reconocer los signos que le
marquen la vuelta a casa.
74
Porque la literatura, la verdadera, es siempre un salto al
vacio.
Y esto ocurre cada vez: se trate de un general perdido en
su laberinto, de una tortuga enamorada que vive en Pehuajó,
de los sueños de un viejo sapo, de un monigote en la arena.
Porque la literatura infantil no es “cosa de mujeres” .
La literatura, toda la literatura, incluida la llamada infantil,
es cosa de escritores y de escritoras.
76
Sobre ía temática de ta mujer
77
Mizrahi, Liliana. La mujer transgresora, Buenos Aires, Ed.
Universidad de Belgrano.
Ocampo, Victoria. Virginia Woolf en su diario, Buenos Aires,
Ed. Revista Sur, 1982.
Poole, Roger. La Virginia Woolf desconocida, Madrid, Alian
za Editorial, 1982.
Rocco-Cuzi, Renata e Isabel Stratta. Las escritoras (1940-
1970), Capitulo. La historia de la literatura argentina,
fase. 120, Buenos Aires, C.E.A.L., 1981.
Rodríguez Molas, Ricardo. Divorcio y familia tradicional,
Biblioteca Politica Argentina, n* 46, Buenos Aires,
C.E.À.L., 1984.
Ridz, B M » Las escritoras (1840-1870), Capítulo, La historia
de la literatura argentina, fase. 58, Buenos Aires,
C.E.A.L., 1981
Sosa de Newton, Uly. Diccionario biográfico de mujeres
argentinas, Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.
Woolf, Virginia. Un cuarto propio, Buenos Aires, Sudamerica
na, 1980.
78
indice
A modo de introducción
79
Acaso en Mujercitas ¿eran las de antes? Graciela Cabal procura deso
cultar y re-diseñar el esquema histórico que perpetuó un identikit de la
mujer argentina casi inamovible. Para ello plantea -e n un trazado de tex
tos ficcionales y breviensayísticos, irónicos, bienhumorados y puntuales,
sobre la cuestión de lo femenino- un recorrido imperdible e impostergable
que atraviesa la tierra de los sosegados “lugares comunes” inscriptos en
los libros escolares y en los dichos populares decididamente dogmatiza
dos ad usum mulieris y que curiosea sobre nievas lecturas y nuevos mi
tos de la mujer actual. Letra a letra entendemos qué tipo de mujer es
aceptado y reclamado por nuestra comunidad civilizada; simultánea
mente estas Mujercitas... de Cabal enfatizan nuestra autocompasión
mostrando la necesidad de abrir los ojos frente a estos espejos atrevidos.
Nuevamente -e implica su parentesco con El corral de la infancia de
Graciela Montes- Apuntes asume el rescate de trabajos conocidos públi
camente para evitar su fragmentariedad, su descontextualización y su
equívoco usufructo intelectual.