Comentario A Porque Preferimos La Desigualdad de Dubet

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 5

Delito y Sociedad 42 | año 25 | 2º semestre 2016 171

Comentario a
François Dubet:
¿Por qué preferimos
la desigualdad?
(aunque digamos
lo contrario)

Buenos Aires, Siglo XXI, 2016

Por Iael Spatola y Lucrecia Borchardt

“¿Por qué preferimos la desigualdad? (aunque digamos lo contrario)” es el pro-


vocativo título que lleva este trabajo de François Dubet donde propone un modo dife-
rente y novedoso de abordar las desigualdades a partir de un diagnóstico: la crisis de
las solidaridades. Es esta crisis la que en parte explica –dice el autor– la preferencia
de la desigualdad, o, al menos, la preferencia por no reducirla -aunque que digamos
lo contrario.
En el primer capítulo va a referirse a “La elección de la desigualdad”. Dubet in-
vierte el planteo tradicional para pensar las desigualdades. En lugar de pensar en las
desigualdades existentes a nivel estructural y que han sido abordadas desde múltiples
disciplinas entre el 1% más rico de la población y “el resto” –ya que, si el problema
fuera solo ese, alcanzaría con que ese 99 % se uniera en contra de ese 1% y esto no
sucede– va a proponer problematizar qué es lo que pasa al interior de ese “resto”. Los
individuos que lo conforman –señala el autor– no son un bloque homogéneo, sus inte-
reses no coinciden, y quizás incluso la “pasión por la igualdad” no sea tan fuerte como
suponemos. El problema no es explicar la distancia entre el 1% y el “resto, sino expli-
car que pasa al interior de ese 99%. En esa línea, Dubet sostiene que “lo que ahonda
las desigualdades no son las «leyes» implacables de la globalización, sino las relacio-
nes de fuerza ideológicas y políticas dentro de cada sociedad.” (p. 22). Analiza pun-
tualmente aquellos ámbitos o prácticas de la vida social que producen esas distancias
y separaciones, como el generado en la escuela, a través de la competencia y el eli-
tismo, el culpar a las víctimas y el miedo al desclasamiento. Con el fin de mostrar que
172 Iael Spatola y Lucrecia Borchardt | Comentario a François Dubet

no sólo los mecanismos económicos que hicieron de ese 1% más rico ejercen su in-
fluencia, sino también que ese 99% se encuentra fraccionado por prácticas que no re-
ducen – sino que perpetúan– la desigualdad estructural. Así, es posible que haya indig-
nación al mismo tiempo que desigualdad en sociedades democráticas que presentan a
la igualdad como valor central. Al individualizarse la conciencia de las desigualdades
estas se tornan más visibles. La paradoja radica en que “cuanto menos estructuradas
están las desigualdades por clases sociales «objetivas», más viva es la conciencia que
de ellas se tiene y más se las vive como una amenaza subjetiva.” (p. 27). De ahí la im-
portancia que tiene la diferenciación de aquellos que son más desiguales. A la amenaza
siempre presente de la desigualdad, se le suma la del desprecio.
En el segundo capítulo que lleva el nombre de “La solidaridad como condición de
la igualdad”, Dubet va a preguntarse primeramente por los fundamentos de la solida-
ridad, para luego referirse a una serie de relatos de la fraternidad, y reflexionar a par-
tir de ellos su vínculo con la igualdad. La existencia de la “institución imaginaria de
la sociedad” (Castoriadis: 1975) antecede a los lazos de interdependencia y contratos
políticos y es además su condición de posibilidad. La fraternidad constituye la dimen-
sión simbólica –no racional– de la solidaridad que antecede a la división del trabajo y
a un acuerdo político, produciendo los relatos, mitos y símbolos que conforman “una
comunidad imaginaria y «sagrada»” (p. 45).
En el tercer capítulo se va a dedicar a explicar el pasaje de la integración a la cohe-
sión. El agotamiento del modelo de la solidaridad basado en la integración se expre-
sa en sus tres basamentos: el trabajo sufre una fragmentación, las instituciones entran
en crisis y la sociedad se desnacionaliza. Frente a la carencia de una teoría alternativa
de la integración Dubet propone imaginar otros pilares de la solidaridad, advirtiendo
que no se trata de una tarea sencilla para lo cual propone el concepto de cohesión so-
cial. Enfatizando que la solidaridad es una producción continua, donde lo que cuenta
es –parafraseando a Donzelot– el deseo de “construir sociedad”. El viejo imperativo
era ajustarse al propio rol y al propio rango, el nuevo es el de la movilización, la ca-
pacidad de tener objetivos y proyectos, la necesidad de comprometerse. Hay que tener
éxito y al mismo tiempo hay que “realizarse”, recayendo sobre el individuo la obliga-
ción de hacerse cargo de sí, esto es, ser “autor” de su vida. Mientras la idea de justicia
en la integración se relacionaba con la reducción de las desigualdades en las posicio-
nes sociales (redistribución de ricos a pobres), afín a la justicia social; la idea de jus-
ticia en la cohesión refiere a permitir el acceso de todos a todo el abanico de posicio-
nes en función del mérito individual que da cuenta de la libertad de sí mismo. Así, la
solidaridad en la cohesión apunta a que las diversas pruebas de selección y elección
sean lo más equitativas posibles, apoyada en la creencia en un mundo equitativo don-
de cada cual ocupa la posición que merece (las desigualdades son justas). Lo que ad-
vertirá Dubet es que las desigualdades son injustas, no sólo porque son inequitativas,
sino, y sobre todo, porque impiden a los individuos alcanzar la vida que estos consi-
deran buena para sí mismos.
Delito y Sociedad 42 | año 25 | 2º semestre 2016 173

Finalmente en el cuarto capítulo aborda la cuestión de la producción de solidari-


dad. En tanto la falta de solidaridad es lo que explica la preferencia por la desigual-
dad, se hace necesario dar cuenta de cómo esta se produce. Recién entonces es posible
pensar en la defensa de la igualdad. En lugar –dice Dubet– de buscar un “gran relato”
es más razonable, volver sobre nuestras propias prácticas para a partir de ellas, pensar
que representaciones, imaginarios y sentimientos engendran. Producir la solidaridad
requiere desde esta perspectiva, volvernos hacia nuestras propias prácticas.
La doble representación a la que está sometida la democracia por el hecho de re-
presentar no solo la diversidad de intereses, sino la unidad de la vida social, requiere
ser reactivada de forma permanente y requiere además un principio de solidaridad. Es
imprescindible que los ciudadanos puedan reconocerse al mismo tiempo como distin-
tos y semejantes. A la ampliación de la democracia representativa, Dubet agrega la ne-
cesidad de fomentar un ejercicio directo de la democracia mediante la participación de
los ciudadanos en aquellos asuntos que son de su inmediata incumbencia. No se trata
solo de reconocer derechos. Dar poder a los actores –dice Dubet– implica también re-
conocer competencias, reconocer lo que los actores son y darles a su vez la posibilidad
de actuar sobre sus condiciones de vida.
La vida democrática está obligada a fundar el sentimiento de vivir en la misma so-
ciedad y a entender que estamos unidos unos a los otros. Es preferible entonces, dice
Dubet, favorecer procedimientos de movilización de ciudadanos, que apelar ritual-
mente “a los símbolos de una monarquía republicana y a la omnipotencia de la volun-
tad, que desembocan de manera inexorable en un deseo de autoridad, de un jefe”. (p.
88) Un factor indispensable para legitimar el sistema de solidaridad es la transparen-
cia en todos los mecanismos de distribución. Las oscuridades advierte Dubet, acen-
túan los rumores y lo que sucede con ello es que termina siendo el propio sistema de
solidaridad, que por su complejidad, termina destruyendo sus fundamentos. En contra
del temor de que la transparencia pudiera perjudicar a los menos favorecidos, sostiene
que la cuestión de saber “quién paga y quién gana” tiene muchas sorpresas reservadas
en términos de justicia social.
Para que los individuos se reconozcan como diferentes y se acepten como diferen-
tes, es imprescindible que admitan tener algo en común, y ese algo en común deberá
ser lo suficientemente sólido como para no verse amenazado por sus diferencias. An-
tes de aceptarnos como iguales y diferentes debemos reconocernos como solidarios.
Los individuos resisten mucho mejor las discriminaciones y son mucho más resilien-
tes cuando adhieren a un relato y a un imaginario común al conjunto de la sociedad.
Como ese imaginario ya no puede ser el de “la Nación” y “la cultura”, no puede ser
sino el de los derechos y las necesidades de los individuos; al no poder ser ya una afir-
mación de principios es una construcción progresiva.
Si bien el autor centra su análisis en la sociedad francesa, no deja de referirse – aun-
que no profundice en ello– a las desigualdades entre naciones y al hecho de que una
parte considerable de la población mundial se encuentra en los límites de la supervi-
174 Iael Spatola y Lucrecia Borchardt | Comentario a François Dubet

vencia. Por lo que, “la solidaridad no puede detenerse en las fronteras de la nación
[francesa] y de Europa.” (p.106).
Con el título “Por un imaginario de la fraternidad” Dubet concluye este trabajo
sosteniendo que en las sociedades democráticas y plurales hay un convencimiento por
parte de los individuos de ser iguales por derecho, lo que induce a una demanda de
justicia y equidad a fin de que el principio de igualdad se adapte a la diversidad de los
hombres y a sus condiciones de vida. Sin embargo, esta convicción es insuficiente a
la hora de llevar a cabo prácticas políticas de reducción de las desigualdades sociales.
Entonces, “para que el principio de igualdad llegue a constituir una voluntad de igual-
dad social, debe asociarse a un sentimiento de solidaridad y fraternidad: la igualdad
nos compromete porque los individuos tienen algo de común y semejante; porque es-
tán vinculados; porque tienen un destino común, y porque su felicidad privada depen-
de de la felicidad pública. Cuando esos sentimientos se debilitan, las desigualdades se
ahondan, a pesar de las indignaciones.” (p. 107).
Dubet enfatiza la necesidad de construir –a través de un trabajo social y político
permanente– nuevos imaginarios de la fraternidad que se ajusten a los lazos sociales
de la etapa post-industrial para conseguir una mayor igualdad. Siendo que en la mo-
dernidad tardía ya no se presenta un “gran relato” –proveniente de la religión o de la
idea de nación– como en la sociedad industrial, es necesario producir una representa-
ción de la vida social que “eche luz” sobre los lazos de interdependencia que nos ligan
unos con otros con el fin de legitimar y hacer más activa la vida democrática. Conside-
ra fundamental la construcción de espacios que permitan a los individuos decir aque-
llo que tienen en común, para luego aceptar lo que tienen de diferente; en el marco de
una sociedad plural donde tanto las culturas como los individuos esperan el reconoci-
miento de su autonomía y su singularidad. La advertencia resulta más que pertinente,
porque sin esta actividad continua, podría producirse una alianza entre el conservadu-
rismo cultural y el liberalismo económico, con la cual retornarán unas desigualdades
sociales que ya pensábamos desaparecidas.
Entendemos que el régimen de la igualdad no alcanza a cubrir todas las singula-
ridades, de ahí la necesidad de pensar también en regímenes de la diferencia. Dubet
pone en práctica un modo de hacer sociología que busca articular ambos regímenes,
el de las igualdades y el de las diferencias y es en ese intento de articulación que la
idea de fraternidad cobra sentido. No desde un “gran relato”, sino desde aquello que
se ha tornado central en la vida de los individuos, es decir, desde su propia experien-
cia, donde cobra importancia vislumbrar lo que tienen en común para luego reconocer
lo que tienen de diferente.
Es en la observación de nuestras propias prácticas, donde sugiere el autor, la po-
sibilidad de advertir que más allá de la desigualdad económica entre el 1% y el 99%
de la población mundial, elegimos de forma frecuente las desigualdades sociales, en
tanto estas no ofendan principios democráticos e incluso –advierte– cuando estos prin-
cipios las legitimen. Asimismo, afirma Dubet que la culpabilización a las víctimas se
Delito y Sociedad 42 | año 25 | 2º semestre 2016 175

acrecienta en la medida en que los más desfavorecidos se encuentran relativamente


cerca, lo que produce una amenaza de desclasamiento social. De allí que este miedo
al desclasamiento –no necesariamente el desclasamiento real– se vincule con las pe-
queñas desigualdades dentro de esta mayoría poblacional para elegir no reducir las
desigualdades. De un modo similar a lo que se produce entre el gran delito económico
y el delito callejero, en tanto se percibe a este último como el realmente peligroso, y,
lo que queda invisibilizado a partir de esto es el delito logrado por el 1% cuya conse-
cuencia es el otro 99 %.

También podría gustarte