Las Guardianas - H. Costa

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CELCIT. Dramática Latinoamericana 325

LAS GUARDIANAS
Hernán Costa

PERSONAJES: M (1) / F (2)


Doctora
Señora CIA
Hijo

“El deseo, finalmente, fue una enfermedad, una locura o ambas cosas” (De
Profundis) O. Wilde

Es casi la madrugada de un Sábado. Una casa con fondo hacia el andén de una
estación. En un ambiente despojado, casi neutro, de líneas rectas, devenido en
habitación de cuidados intensivos y ubicado en el entrepiso de la misma, se
encuentran tres personas. Una, parapetada contra la única ventana, en el punto
de fuga de todas las visuales. Las otras dos, están medicadas, vestidas con “robes
de chambre” similares, recostadas sobre distintos sofá camas y conectadas a sus
respectivos pies de sueros.
Son madre e hijo, se recuperan de una intervención quirúrgica que afectó a
ambos. La primera es una acompañante terapéutica, cumple una guardia
nocturna. El ambiente está en semipenumbra, una luz tenue de alumbrado
público penetra por la ventana generando cierta teatralidad. Completan el
equipamiento, una lámpara de pie, una mesa con rueditas y dos sillas. Sobre el
costado derecho, la puerta de un pequeño baño.

DOCTORA: (Mira a través de la ventana, mientras toma un sorbo de té). ¡Qué


cielo extraño! ¿Hoy es Santa Rosa?
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HIJO: (Recostado sobre el sofá izquierdo observa el cielo raso) Sí, por eso estoy
tan irritado. ¿Alcanza a ver la curva donde están los cipreses? Fíjese bien, justo
detrás de la señal de cambio. (Se controla la cánula). En ese lugar caían los rayos
aquella noche.

DOCTORA: No se lo toque tanto que se va a lastimar. No veo nada, esas vías


están muy poco iluminadas.

HIJO: Ahí está uno de los tres puntos del campo magnético, justo a pocos metros
de las vías a la altura del cruce debe estar el vórtice que los atrae.

DOCTORA: Trate de serenarse, por ahora no va a llover a menos que... Ese goteo
va muy lento.

HIJO: (Respira forzadamente) Uno por arte de magia podría transformarse en un


verdadero asesino serial. Cansado como estoy, con los músculos tensos y las
articulaciones rígidas, necesitaría tomar un cuchillo Tramontina y empezar a
clavarlo sobre dorsos, espaldas, cuellos, ingles, vejigas, muslos y nalgas ajenas;
solo así podría volver a conciliar el sueño.

DOCTORA: ¿Qué lo aflige? (Mientras toma otro sorbo observa la garita del
guarda).

HIJO: Todo y nada... (Saca un pañuelo). No poder dormir. (Se seca levemente la
frente). Veo como pasan las horas de mi descanso y siento que mi cotidianidad se
altera. Tengo poca paciencia en la vida, me falta el aire.

DOCTORA: ¡Qué raro!

HIJO: ¿Raro?... No sé, disfuncional diría yo. (Pausa). ¿No pasó el de las cinco?

DOCTORA: Recién son las cuatro, si quiere abro la ventana, aunque... no sería
muy conveniente para su mamá, respira muy agitada.
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Ambos mantienen un largo silencio mirando a la Señora Cía, luego de un rato el


hijo comienza a rascarse.

¿Hoy tampoco quiere contarme nada?

HIJO: No puedo y... menos con este día, siempre fui muy sensible al medio
ambiente, a los cambios climáticos, a la ionosfera, a las manchas solares.

DOCTORA: Ésas son sólo elucubraciones suyas, aunque deberíamos hablar del
tema, es por su bien, no podemos dilatarlo más, si a usted le viene una segunda
crisis... (Apoya la tasa en la mesa y se tilda mirando hacia afuera). Allá va
caminando por el andén ese hombre del cual le hablé, otra vez merodea por el
baño.

HIJO: (Se acomoda). Fíjese si lleva una campera con corderito adentro.

SRA. CIA: (Con la voz tomada) Es el albino de los sábados. (Tose). No tiene otra
cosa que hacer el infeliz: regentea baños públicos, adora hurgar caca en sus ratos
libres.

HIJO: ¿Te despertamos?

SRA. CIA: ¡No! Nunca me dormí... Doctora, ¿no me alcanzaría los cigarrillos si es
tan amable?, están sobre aquella mesita.

HIJO: ¿Otro más? Con éste ya son diez.

SRA. CIA: (Incorporándose se toma del pie de suero). ¡Diez, veinte, treinta,
quinientos si fueran necesarios! ¡Me los fumaría todos de un saque y listo el
pollo, así no estoy más en deuda con vos! ¿Qué querés a cambio? La casa o el
pulmón izquierdo... El sano por supuesto. ¿Querés mi hígado? Te hago ya mismo
la cesión en vida.
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La Doctora le alcanza los cigarrillos, prende la lámpara de pie y vuelve a su


ventana.

HIJO: La casa va a ser difícil... está inhibida.

SRA. CIA: ¿Sí? (Prende un cigarrillo). Pero bien que la disfrutaste; yo a tu edad ya
estaba viuda, había perdido un hijo, me bastaba sola y jamás se me ocurrió
pedirle nada a nadie. (Observa que el hijo hace un extraño mohín). Si me vas a
endilgar lo de tu riñón, ya mismo te lo devuelvo.

DOCTORA: (Interponiéndose entre los dos sofás) Yo creo que éste es un buen
momento para que ambos reconsideren sus planteos.

HIJO: (Dirigiéndose a la Doctora mientras mira a la madre con recelo) ¿Me quiere
decir de qué puedo disfrutar? ¿De un techo y una cama desvencijada? ¿Y qué hay
de mi privacidad, mi independencia, el poder despertarme sin escuchar esos
pasos que rasgan la madera de tanto arrastre?, constantemente entra y sale del
baño, ni siquiera prende la luz. Un día me voy a encontrar con toda la bañera
atestada de mierda. (Se toma del pie de suero) Y esa cara de demanda a toda
hora, anhelante... ávida de devorar a la cría...

SRA. CIA: (Incorporándose en el sofá)¡Qué desagradecido! Yo tendría que haberle


hecho caso a mi madre practicándome el aborto. Le digo más... tenía la dispensa
del párroco: con su historial clínico no había necesidad de exponerse, ya se sabía
que venía mal barajado por el tema de la sangre. Sin embargo lo tuve... rompió
bolsa a destiempo, se tragó la mitad del líquido amniótico. Durante el parto se
me enroscó con el cordón entre las trompas y el píloro, por esa cabeza
desproporcionada que tiene... la cesárea me desformó toda. Desde ese fatídico
día nunca más pude volver a cantar... Y pensar que me confundían con Ada
Falcón...

HIJO: ¡Algún sordo!


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SRA. CIA: (Tomando una larga pitada) ¡Qué mala semilla que resultaste! Ni bien
naciste tendría que haberte entregado a doña Luisa, para que te ahogara en la
cisterna junto a las crías de su gata.

DOCTORA: ¿Mala semilla? (Queda atónita viendo a otro hombre masturbándose en


la oscuridad). Ese hombre se está... entre los yuyos...

Los otros dos se miran sin dirigirse la palabra como repitiendo un código propio
de gestos mudos.

HIJO: (Se controla la cánula). Siempre me compara con Rhoda, la protagonista de


esa película infame... una nena rubia con trenzas, muy modosita, pero más mala
que la peste. Todavía me acuerdo la escena en que ahoga a su compañerito
minusválido, le sumerge la cabeza en el agua para sacarle una cadenita, luego
calcina al portero en el incinerador del edificio... El tipo parece que la quería
extorsionar con los zapatitos de la víctima, por suerte hacia el final... la parte un
rayo.

DOCTORA: (Mira hacia el baño de hombres). Bueno, retomando ese final, en


cierta manera ella se desintegra, pierde su estructura molecular, retornando al
éter... (Busca en su bolsillo y saca un atado de cigarrillos). Me parece que ese
hombre no es para nada albino, es más tirando a trigueño y está haciéndole señas
al otro. ¿Les molesta si me prendo uno?

SRA. CIA: (Incorporándose con dificultad) Por mí no se preocupe doctora, yo voy


a cambiarme las vendas al baño y de paso preparo más té.

HIJO: Ya que vas fijate como está Perla, ayer le eché dos moscas. (La observa
caminar) Mamita ¿No querés que te acompañe?

SRA. CIA: ¡No! Gracias, ya me tenés harta con tus bichos.

HIJO: No seas testaruda, esperá que voy...


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SRA. CIA: Te dije qué no.

DOCTORA: Déjela, no insista.

HIJO: Me inquieta esa rodilla como la tiene, en cualquier momento se estampa


contra el bidet.

DOCTORA: (Desde la ventana) Cía ¿está bien?

SRA. CIA: (Desde el baño) Sí, doctora.

DOCTORA: Cualquier problema me llama. ¿Me escuchó?

SRA. CIA: Como no, doctora.

DOCTORA: Esos dos hombres están entrando al baño, parece que se palparan.
(Pausa). ¿Le apago esta luz?

HIJO: Sí, por favor.

El hijo se recuesta. La Doctora apaga la lámpara de pié, quedando el ambiente


nuevamente en semipenumbra, luego se ubica contra la ventana dándole la
espalda. Mientras canturrea una balada irreconocible en boca “chiusa”, fuma
impertérrita y mira hacia el baño de la estación.

¿Me habló?

DOCTORA: No... relájese, verbalice lo que quiera.

HIJO: (Mira al techo) Soy levemente epiléptico, tengo disrrítmia, no sé...


voluntad de Dios, quizás me afectó lo del factor, el RH supongo... Me hicieron
lavaje de sangre... estoy completamente transfundido desde que nací...
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La Doctora continúa canturreando en voz baja; el idioma es ininteligible, realiza


extraños fraseos y coloraturas en un registro de contralto; hace mohines como si
estuviera disgustada con su emisión, mientras tanto observa desde la ventana.

Al fin de cuentas tengo sangre que no es mía... la de otros, desconocidos,


completamente ajenos a mi vida, vaya uno a saber cómo eran, a qué se
dedicaban, seguramente gente ociosa... de baja estopa, capaces de darla a
cualquiera que se les cruce por el camino...

Silencio.

No la escucho... ¿Serán los trenes?

La Doctora apaga el cigarrillo, saca un pañuelo del bolsillo, se seca la frente,


mira su reloj y se toma una pastilla, luego se acomoda la blusa.

DOCTORA: ¿Por qué no me habla de aquella vez en su casa? Tal vez sea
necesario.

HIJO: Me cuesta recordar, tengo miedo...

DOCTORA: No se atore, hable tranquilo.

HIJO: Qué difícil que es hablar de eso... necesito dormir, no poder hacerlo me
pone más neurótico... encima estas aftas de porquería me tienen loco. (Pausa)
Tengo un recuerdo... pero usted mientras cuentemé algo.

DOCTORA: ¿Qué quiere que le cuente?

HIJO: No sé, los datos del tiempo, o lo que pasa ahí afuera.

DOCTORA: ¿En la estación?

HIJO: Sí. ¿Hay movimiento?


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DOCTORA: (Trata de ocultar su excitación) Apareció un tercero, acaba de


apostarse en la puerta del baño ¿Qué edad tenía usted?

HIJO: Una edad imprecisa, quizás ya era adolescente, es una etapa que borré
completamente de mi vida, además Dios...

DOCTORA: ¡Mire no hay Dios! Los planetas son los únicos responsables de nuestro
destino, ellos deciden por nosotros, velan por nosotros y obran en consecuencia.

HIJO: Es que no estoy seguro si el hecho existió o... fue un sueño.

DOCTORA: Allá viene otro, camina vacilante... ¿Qué hecho?

HIJO: Era todo muy extraño, yo estaba acostado en mi cuarto, la luz entraba
desde el pasillo, siempre me dejaban el bañito verde prendido, por mi terror a la
oscuridad. En esa época me transformé en una adicto incansable a la televisión,
especialmente a las películas de terror. Devoraba y consumía todo ciclo o serie
sobre vampirismo. (Pausa). Llegué a un punto tal de sugestión que me resultaba
casi imposible dormir... Esa noche mis padres habían salido. (Pausa). ¿Siguen ahí?

DOCTORA: Ambos se están mirando, se escrutan, este último entró. (Mira


ensimismada) Entonces...

HIJO: Creo que lloraba porque la persiana estaba completamente baja, me sentía
solo y cansado de tanto ritual nocturno para poder conciliar el sueño. (Se tilda).

DOCTORA: El que está afuera se abrió la bragueta y se la está mostrando (Se


palpa con la mano la entrepierna) ¿Cómo era el ritual?

HIJO: No me acuerdo, creo que eran tres almohadones y un crucifijo dispuestos


de manera geométrica, además de las llaves. Realizaba toda clase de conjuros,
mediciones, maniobras y movimientos repetitivos hasta quedar exhausto. (Se
masajea la ingle). ¿Qué hace el otro?
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DOCTORA: Está ahí parado, manoseándosela, se prendió un cigarrillo (Excitada se


masajea un seno). Siga por favor.

HIJO: En algún momento de la noche noté que había algo detrás de la puerta,
una sombra, quizás el perchero... elucubré toda clase de hipótesis mientras
cubría mi cuello ante un posible ataque... pensé en las sucesivas veces que había
controlado las cerraduras, junto a las hornallas de gas y a la palanca del calefón,
todo fue chequeado previamente. Ese día había insistido varias veces con la
revisión de todos los armarios, no existía espacio ni recoveco que no hubiese
pasado por mi inspección.

DOCTORA: Ahora se metió él también. (Se frota levemente contra la ventana).


¡Perdón! Lo interrumpí, continúe.

HIJO: Estaba inmovilizado por decisión propia, trataba de retener la respiración


para percibir toda clase de movimiento, sensible ante el menor ruido. Por
momentos perdía la conciencia... La sombra continuaba quieta. Estuve en vigilia
casi toda la noche, parpadeando lo mínimo indispensable, apenas salivaba,
esperando una señal...

DOCTORA: ¿Un signo? Volvió a salir, se paró en la entrada.

HIJO: Finalmente, creo que al mediodía alguien me despertó. (Pausa). Me dijeron


que mi papá... había muerto.

Ambos quedan tildados en silencio

DOCTORA: ¿Será Plutón?

HIJO: Me quedé en blanco.

DOCTORA: ¿Qué nos estará pidiendo Plutón?

HIJO: No sé, pero me tiene harto de los nervios, tengo la mandíbula deshecha.
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DOCTORA: ¿Miedo a la transformación?

HIJO: No, miedo a no poder mostrarme más en público... Estoy prácticamente


desdentado.

DOCTORA: (Saca un pañuelo y se seca el sudor). Quizás nos esté pidiendo un


cambio interno, una verdadera renovación.

HIJO: ¿Pero qué sentido tiene estar renovado, padeciendo de insomnio, sin un...
y encima pelado (Pausa). A mí tendrían que haberme matado a escobazos ni bien
nací.

Él intenta incorporarse. La Doctora en un acto reflejo se recompone, se acerca y


le entrega una píldora, él se niega a ingerirla, está indeciso, la Doctora insiste.
Luego tratando de persuadirlo, le hace una imposición de manos sobre los
hombros hasta que logra convencerlo. Él dócilmente se vuelve a recostar.

DOCTORA: ¿Usted usa aros?

HIJO: No, jamás me perforaron.

DOCTORA: ¿Y entonces... por qué tiene marcas en los lóbulos?

HIJO: Son manchitas de nacimiento.

DOCTORA: ¿Usted me cree estúpida?

HIJO: No, se lo juro.

La Doctora le controla el suero, le hace pequeños masajes en la frente hasta


dejarlo sedado. Finalmente de manera presurosa vuelve hacia la ventana como
un centinela que retoma su guardia. La Señora Cía sale del baño acarreando el
pie de suero y un termo.

DOCTORA: ¿La ayudo?


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SRA. CIA: No, deje que puedo sola, aquí le traje más té ¿Se durmió?

DOCTORA: Así parece, son las flores.

SRA. CIA: (Deja el termo sobre la mesa y cubre a su hijo con una manta).
Pobrecito, cada día esta más pelado. (Se prende un cigarrillo). ¿Quiere uno? Son
mentolados.

DOCTORA: Bueno, muchas gracias. (Observándola detenidamente). ¿Usted en qué


mes nació?

SRA. CIA: Creo que soy de fines de diciembre, pero me anotaron recién en
febrero.

DOCTORA: ¿Él no tendrá la Luna en cuadratura con alguno de los transpersonales?

SRA. CIA: Ni idea, nunca quiso hacerse la carta, con tal de hacerme la contra.

DOCTORA: Quizás Plutón esté transitando sobre esa Luna ¿Le sirvo?

SRA. CIA: Sí, un poquito, si es tan amable.

Ambas mujeres se quedan paradas contra la ventana, componiendo una postal


estática, mirando hacia afuera, fumando y tomando té.

DOCTORA: ¿Hace cuánto que tiene las convulsiones?

SRA. CIA: El padre ya había muerto, era meteorólogo naval asignado a los puertos
del sur. De él sacó esa loca pasión por las tormentas. Nunca nos asentamos por el
tema de mi diálisis... además esas ciudades eran muy chatas, con calles
demasiado paralelas... yo necesito vericuetos, pasadizos, barrancos, charcos,
desniveles, perderme entre las bocacalles adoquinadas, detesto esos dameros
con toda mi alma.

DOCTORA: Es probable que su Marte esté mal aspectado. ¿Y... su otro hijo?
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SRA. CIA: Murió a los tres, creí que me volvía loca. (Pausa) ¿Vio qué lindo que
está en aquella foto?, ese triciclo se lo armó mi... Fue de un día para el otro,
asma bronquial... nunca lo voy a entender.

DOCTORA: Ese hombre que está apostado en la puerta del baño, entra y sale
desde que usted se fue.

SRA. CIA: ¡Qué porte! Para mí que es adventista. (Pausa). Ésos con tal de
conseguir fieles, son capaces de cualquier cosa.

DOCTORA: ¿Adventistas que tienen sexo? (Pausa). Convengamos que ese baño
es... Bueno, digamos que es un rincón de acción íntima y consensuada.

SRA. CIA: No molestan a nadie, son como un coro de mudos. (Pausa). Le dan vida
a esta estación.

DOCTORA: ¿Cómo harán en esa oscuridad?

SRA. CIA: Como los ciegos... supongo.

DOCTORA: ¿Y el olor a cloaca?

SRA. CIA: Se ve que el vaho los narcotiza.

DOCTORA: Más bien actúa como un catalizador de emociones, un placebo.

SRA. CIA: ¿Los excita?

DOCTORA: Digamos... un cóctel de endorfinas.

SRA. CIA: No la entiendo.

DOCTORA: Y... hay mucha adrenalina puesta en juego.

SRA. CIA: Como en un parto.


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DOCTORA: Algo así.

SRA. CIA: ¿Y la falta de higiene?

DOCTORA: Los estimulará más...

SRA. CIA: ¿Y el peligro?

DOCTORA: Será parte del rito. (Se sirve un poco de té). Mire, aquellos dos que
vienen por allá, parecen estibadores.

SRA. CIA: (Tomándose del pie de suero) Ésos deben estar armados hasta los
dientes, no tienen el paso cansino de estos otros.

DOCTORA: Se los nota bastante autoritarios.

SRA. CIA: Me juego a que son los guardias de la otra cuadra. (Tomándose un
sorbo) ¿No le dije?, éstos deben haber sido avisados por el albino... a ese infeliz
se la tengo jurada.

DOCTORA: ¡Qué ímpetu! Se lo llevaron adentro. ¿Y ahora?

SRA. CIA: Ahora tendrán que usar el ingenio o pagarles a estos atorrantes.

HIJO: (Moviéndose levemente). Necesito agua por favor.

SRA. CIA: Doctora, ¿no le traería si es tan amable?

DOCTORA: Como no, de paso aprovecho para...

SRA CIA: La luz está a la izquierda, ah... use la toallita beige.

La Doctora se dirige hacia el baño, la Señora Cía se reacomoda sosteniéndose del


pie de suero.
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SRA. CIA: (Al hijo) Me parece que otra vez volvieron aquéllos y están haciendo
control. (Incómoda, se levanta una liga). Los años que he caminado por esta
estación y siempre falta algún pedazo de zócalo, como aquél que está ahí y no
puedo dejar de mirarlo. (Se toca la boca donde le falta un diente). Como el
balaustre en el balconcito de la planta alta. ¿Te acordás?

HIJO: Lo arreglé hace tanto...

SRA. CIA: Sabés que no puedo tolerar las partes faltantes. Necesito rellenar los
vacíos. Yo misma me ofrecí más de una vez para rellenarlo.

HIJO: Sí, ese mismo año me caí de aquel balcón por querer cazar a esa mariposa.
(Se ríe de manera nerviosa).

SRA. CIA: Ah sí... la de alas extrañas, creo que fue por ese cretino balaustre, tal
vez... (Se queda extasiada). Ese zócalo faltante me tiene mal, me obliga a
observarlo una y otra vez.

HIJO: (Se levanta con dificultad). Los trenes vibran demasiado.

SRA. CIA: ¡Qué cara tenés! Para mí que estás ojeado ¡Mirame aquel como rompe
la línea! (En voz baja) ¿Le hiciste algún comentario a la doctora?

HIJO: No. ¿Por?

SRA. CIA: La noto... qué mujer rara, nunca tira la cadena. (Pausa). ¿No viste mi
pastillero azul?
HIJO: No. (Pausa). ¡Un relámpago! (Se acerca a la ventana acarreando el pie de
suero). ¡Fijate de dónde viene el viento!

SRA. CIA: ¡No te pongas maniático!

HIJO: ¡Vos sos la obsesiva con aquel balaustre! (Pausa). Era de la misma partida,
además fue el único que encontré.
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SRA. CIA: ¿No notabas el contraste? No era cuestión de encontrar, había que
buscar, comparar tonos, alturas, encuadres, cerciorase... Nunca falta un vivo de
éstos, que te quiera vender lo que le plazca, torcerte la voluntad.

HIJO: Nadie me lo impuso, lo elegí yo.

SRA. CIA: ¡Entonces estabas daltónico!

HIJO: ¿Por qué hablas gritando?

SRA. CIA: Yo no grito, tengo la voz naturalmente impostada.

HIJO: (Prende la lámpara). ¡No hablás, gritás, querés imponer tus puntos de vista
a toda costa!

SRA. CIA: ¡A vos nunca se te puede decir esta boca es mía!(Pausa). ¡Qué extraño
que no salen aquellos!

HIJO: ¡Mirá... otro! Tal vez granice, en una de esas... alguna de las nubes hace
tierra y...

SRA. CIA: Eso no te indica nada. Esta ciudad es demasiado húmeda, no tiene
contrastes climáticos como para que se forme uno, estamos lejos de la Corriente
del Golfo, eso solo sucede en Arkansas o en Texas.

HIJO: ¿Y el que viste en aquel campo?

SRA. CIA: Yo era muy chica, además el cielo estaba bastante oscuro, igualmente
muy pocos alcanzamos a verlo. Se movía zigzagueante... como en un laberinto,
pura silueta negra rompiendo el orden, avanzando como una topadora... Y pensar
que en la Pampa no hay un solo ombú... puro caldén.

Entra la Doctora con el vaso y se lo entrega a él. La Señora Cía, arrastrando el


pie de suero, se sienta en el otro sofá
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DOCTORA: ¿Me perdí algo? Me parece que está relampagueando (A él) ¿Por qué no
se acuesta? (Le entrega otra pastilla).

SRA. CIA: (Recostándose) No se va a quedar tranquilo hasta no ver uno, es terco


como el padre, desde muy chico los dibujaba y hasta los predecía. Él quiso
llevarlo a la NASA, pero le ganó de mano una colombiana que además predecía
terremotos dando la escala exacta de Mercalli. Siempre tuvo una relación muy
especial con esas tormentas, como la que se desata en el Mago de Oz.

DOCTORA: ¿Mago de Oz? ¿Qué pasa? ¿Es una apreciación mía o aquí se está
recurriendo al pensamiento mágico?

HIJO: (Mirando hacia afuera la digiere) Es que, desde que vi esa película he
deseado, desde lo más profundo de mi alma, que uno de esos maravillosos
tirabuzones de vientos de más de doscientos cincuenta kilómetros por hora me
aspirara como una ventosa y me lanzara fuera de este barrio, como a una vaca
tejana.

DOCTORA: (Controlándole el pulso) ¿Por qué tejana? ¿No sería mejor una holando
argentina?

SRA. CIA: (Arreglándose la cánula) Imposible, aquí no hay corredor de tornados.


Lo máximo que podría pasar es que se levante un fuerte Pampero. Encima la de
Santa Rosa ya no tiene la fuerza de antes, son cuatro gotas locas.

DOCTORA: ¿ Y un Zonda?

SRA CIA: Son todos vientos bananeros, en su mayoría brisas estivales, a lo sumo
tirarán cuatro chapas y listo. Esta región no posee un sistema anticiclónico como
la gente (A su hijo). ¿Te acordás cuando presentiste aquella ola gigante en el sur?

Él se desploma lentamente, la Doctora se inclina para sostenerlo y sin querer


ambos se caen al piso desenchufando la lámpara.
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DOCTORA: (Enroscada entre él y el pie de suero, trata de hacerlo reaccionar, lo


zamarrea) ¡Joven contésteme!

SRA CIA: (Controlando desde el sofá) Doctora, inclinelé la cabeza hacia el


esternón.

DOCTORA: (Se incorpora, luego se ubica detrás de él, le sostiene la cabeza) ¿Me
escucha?

SRA CIA: Hay que darle unos golpecitos en la nuca, con la yema de los dedos.

DOCTORA: (Le hace masajes en la nuca). Hable por favor.

SRA CIA: Eso, así... tienen que ser alternados.

DOCTORA: Estamos con su mamá.

SRA CIA: Hagalé presión sobre las cervicales. ¡Uy... qué relámpago! (Mira hacia la
ventana) Me parece que hay viento Norte.

Él comienza a babearse y a mover las piernas de manera espástica.

DOCTORA: ¡Joven cálmese!

SRA CIA: Doctora dejeló en el piso, reacciona más rápido, ahí tiene a mano un
poco de quita esmalte, deseló para que inhale.

DOCTORA: (Intenta trabarle los brazos). ¡Responda por favor!

SRA. CIA: No hay nada que hacer el piso es lo único eficaz.

DOCTORA: Quizás... haya que internarlo.

SRA. CIA: ¿Por una convulsión? Yo pasé más de cien y jamás pisé una guardia.
Además estando usted acá no es necesario. Prendamé la luz por favor, que no
veo nada.
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Se escucha un trueno. La Doctora lo suelta, dejándolo extendido en el piso con la


cánula tirante, completamente perturbada saca una pastilla del bolsillo, la
ingiere sin agua y enchufa la lámpara de pie. La Señora Cía se levanta con
dificultad y se acerca acarreando su pie de suero hasta donde está su hijo.

DOCTORA: (Mira hacia fuera) Esto me supera.

SRA. CIA: (Tantea a su hijo con los pies) Ah... ¿Y a mí que me espera?

DOCTORA: No sé cómo decirle...

SRA. CIA: Bueno... La incertidumbre nos golpea a todos en algún momento.


Alcancemé esa silla por favor.

DOCTORA: (Le acerca una silla, la ayuda a sentarse y vuelve a la ventana). Es


que... no estoy tranquila.

SRA. CIA: (Toma un algodón, lo embebe con quitaesmalte, y se lo pasa al hijo por
toda la cara). Obviamente que no, pero su intranquilidad... me inquieta. Yo pasé
por esto en distintos puntos del país y en peores condiciones.

DOCTORA: (Sin mirarla saca distintos prospectos de su bolsillo) Me parece que le


mezclé dos drogas incompatibles, o... tal vez su hijo sea alérgico a alguno de los
componentes.

SRA. CIA: (Asistiéndolo)¡Qué dice! Pero... ¿Usted no es la acompañante


terapéutica acaso?

DOCTORA: (Bastante alterada trata de leer acercándose a la lámpara) Bueno sí,


aunque... no sé cómo explicarle.

SRA. CIA: Explicarme... ¿Qué me tiene que explicar? Si usted es la médica


¡¡Hable!! (Incorporándose sobre la silla) ¡No se quede ahí parada como una
idiota!
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Silencio prolongado, se escucha otro trueno.

DOCTORA: (Completamente pálida, casi al borde del llanto por los nervios saca
más prospectos de su bolsillo). Hace unos días que padezco de pequeñas
ausencias, aunque siempre me sentí capacitada para esto. Pero de un tiempo a
esta parte... me olvido de todo, ya no dispongo de mi buena memoria, confundo
los lípidos con los carbohidratos, se me mezclan las cadenas moleculares (Entra
en estado de pánico mientras lee). El vademécum ya ni sé como usarlo.

SRA CIA: (Al hijo) Vamos hijito (A la Doctora, enfurecida) ¡Usted es una
incompetente!

DOCTORA: (Saca un pañuelo del bolsillo, se seca la frente, con la voz


entrecortada) ¡Su observación es grosera, me ofende! No puedo ser juzgada por
una simple omisión.

SRA CIA: (Sarcástica casi en tono de burla)¡Qué disparate! Entonces esta


situación no tendría por qué sorprenderla, usted debería estar entrenada para los
imprevistos.

DOCTORA: (Quebrada trata de reprimir el llanto) Lo estoy, pero desde que mi


hermana tuvo la última crisis... nunca más pude superarlo, no sé como actuar,
me he vuelto insegura, me tiembla el pulso, además estas lagunas mentales...
limitan mi tarea, es muy poco lo que retengo, el solfeo es mi único refugio
(Compungida se mira las manos).

Él vuelve a recobrar el conocimiento. La Doctora intenta asistirlo acercándose,


pero la Señora Cía se lo impide. Comienza a llover, relampagueando
alternadamente con algunos truenos. La Doctora se para contra la ventana.

HIJO: ¿Qué pasó?

SRA. CIA: (Al hijo) No fue nada mamita... tranquilizate (Mira hacia la ventana)
¡Cómo se largó! (A la Doctora en un tono conciliador) Bueno... es posible que
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usted no este en su mejor día. Encima su hermana... es terrible encariñarse con


los afectos.

DOCTORA: (Contempla la lluvia). Éramos como dos gotas de agua... de chicas


solíamos nadar en un tanque australiano. El médico le había insistido a mamá
que la natación era lo mejor para el asma de mi hermana. ¡Pobre Blanca!... era
tan irascible (Apoya una mano contra el vidrio y hace pequeños movimientos con
los dedos).

SRA. CIA: Como mi... ¿No me alcanzaría los cigarrillos?

DOCTORA: (Va hasta el sofá cama, toma el atado y se lo alcanza a la señora Cía)
¿Puedo sacarle otro?

SRA. CIA: (Se prende uno) Tome, saque los que quiera... ¿Entonces?

DOCTORA: (Se prende un cigarrillo, da una larga pitada y continúa mirando hacia
afuera) Ni bien terminé el secundario, opté por irme de mi casa y salir a recorrer
el mundo (Pausa). Fue en esa época que comenzaron las crisis más agudas...
Había que alejarla de todos los elementos punzantes, vivía medicada... Mi madre
casi ni me hablaba. (Se percata de algo) ¡Ahí sale uno!

SRA. CIA: (Mira hacia afuera) ¡Apague la luz por favor!

Los tres reaccionan al unísono, como si respondieran a la batuta de un director


de orquesta. La Doctora apaga la lámpara de pie, él se incorpora lentamente
sosteniéndose de su madre. La Señora Cía estira su cuello para observar mejor,
luego se levanta y se apoya sobre el marco. Los relámpagos iluminan el
ambiente.

HIJO: ¡Miren cómo llueve! ¿Ése cuál es?

DOCTORA: (Da varias pitadas, se toma otra pastilla, luego se acerca a él y lo


sostiene de un brazo). Me parece que... uno de los que entró primero.
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HIJO: Se está mojando todo ¿Qué está haciendo?

SRA. CIA: (Fuma de manera pausada). Orinando sobre las vías... ¿no ves cómo se
la frota?

Los tres quedan impávidos observándolo.

HIJO: ¡Miren dónde están los otros!

DOCTORA: (Con fingida sorpresa) Están casi afuera...

SRA CIA: (Aplaude con entusiasmo) Otra vez eligieron nuestra pared, se ve que
más adentro habrá goteras. ¡Cómo se refriegan! Si no fuera por estos relámpagos
y ese foco que nos ilumina el muro... quedaríamos ajenos a todo esto.

HIJO: (Sosteniéndose de las otras dos). Ahora se los ve mejor. Cómo corre el
agua, aquél ni se inmuta.

SRA. CIA: (Con inusitado regocijo) Por suerte no están tan reticentes a mostrarse,
nos tenían prácticamente abandonados. Mirá qué torsos al descubierto (Pausa).
Para mí que este otro se drogó.

HIJO: Están abotonados como perros.

DOCTORA: (Apretándose los lóbulos de las orejas) Me resulta muy neptuniano


todo ese juego erótico, la unión violenta de esos cuerpos sobándose en ese
pasillo.

SRA CIA: Es que están en pleno trance... Yo soy muy respetuosa de los ritos ¿no
ve que hay dos hincados sobre las ingles de los otros? Parecen crías famélicas, a
veces hasta fuman mientras lo hacen... ¡Cómo admiro esa capacidad de
disociación! Me recuerda a la ópera.

DOCTORA: ¿Usted qué registro tiene?


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SRA CIA: No sabría decirle, nunca estudié música, aunque siempre fui una
intuitiva para el canto (Ensimismada se apoya contra el vidrio). Ve ahora cómo le
inclinan la cabeza a uno, lo tienen inmovilizado, es un claro gesto de sumisión,
mientras que aquél otro está completamente apartado del resto... Siempre
queda uno rezagado, el apartado, la cría dejada de lado (Hace extraños
mohines). ¡Vamos... andá con el resto! ¿No ves que me desorganizás el encuadre?
(Como si estuviera filmando los enmarca entre sus manos).

HIJO: Ese cielo me da vértigo.

La Doctora permanece inmóvil, paralizada por la excitación, por un instante


apenas registra, parece sumida en un trance.

SRA CIA: (Con fastidio golpea la ventana)¡Qué desgracia! Se están moviendo hacia
la otra pared, la que no podemos ver. ¿No les dije? No hay que confiar en el azar,
desgraciadamente nosotros dependemos de lo fortuito, nuestra buena
predisposición juega un papel sumamente ingrato en todo esto, somos testigos
involuntarios de lo que allí pasa.

HIJO: Tengo ganas de... Si tan sólo se formara una supercélula (Sobresaltándose)
Ese tipo está mirando hacia acá.

Los tres se apartan de la ventana para no ser vistos, la Señora Cía y la Doctora
apagan sus cigarrillos, afuera llueve torrencialmente.

Bajemos la persiana.

SRA. CIA: ¡Estás loco! Se va a dar cuenta.

DOCTORA: ¿Qué es una supercélula?

HIJO: Una nube portentosa, con corrientes ascendentes y descendentes, capaz


de... (Se palpa en la entrepierna) Me parece que me...
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SRA. CIA: ¿Estás seguro? Doctora, me hace el favor de fijarse.

DOCTORA: (Lo palpa en la oscuridad) Está mojado (Oliéndose las manos) ¡Qué
raro! No tiene olor a orina.

SRA. CIA: (Se apoya contra el marco de la ventana) ¿No te habrás tirado el té?
Aquél tiene todo el aspecto de un fugado, así parado... Completamente
prepotente frente al temporal, sin miedo a recibir una descarga eléctrica... Ahí
se metió de nuevo (Al hijo) ¿Y ahora qué te pasa?

HIJO: Sé que me oriné, quizás fue un descuido, una desconexión con mi esfínter.
O... simplemente esta nueva realidad de acostumbrarme a tener uno solo, a
bastarme del único que me queda. Ya lo sé... la iniciativa fue mía, puede
parecer un reclamo, pero siento que me falta algo, que estoy incompleto, que te
lo di sin...

SRA. CIA: ¿Ahora me salís con esto? (A la Doctora) ¡Usted mejor ni se meta! (Al
hijo) Muy bien... ¿lo querés? (Se abre la “robe”, se levanta el camisón y muestra
las vendas). Aquí lo tenés, todo tuyo, busco las tijeras y te hago entrega de tu
maldito órgano. (Se dirige al baño acarreando su pie de suero, intenta arrancarse
las vendas).

HIJO: (Trata de detenerla arrastrando el suyo) Mamá... no te pongas así...

SRA CIA: (Llora desconsoladamente) ¡Dejame bastardo! Di mi vida por vos, te


tuve a pesar del peligro, hice frente a todas tus dolencias sola... sin la ayuda de
nadie. Peregriné como pocos por centros de rehabilitación cuando tuviste aquella
parálisis facial, implorando a los médicos por tu atención. ¡Quisiste tu fiesta de
comunión! ¿Y?... La tuviste, porque nunca te faltó nada, a pesar de que no
disponía de medios. Sabés muy bien que la muerte repentina de tu padre nos
dejó casi en la ruina (A la Doctora) ¿Sabe por qué? Por no poder promocionar su
cargo en el rompehielos, era el triple de sueldo, pero prefirió cuidar a su hijo,
estar más cerca de él, velar por su crecimiento. El pobre le tenía terror a las
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enfermedades de éste ¡Pobrecito!... Se le hubiese partido el alma viéndolo


babearse. Cuando se murió no teníamos ni para el entierro. Eso sí... él tuvo los
mejores colegios (Mirándolo) ¡Nunca te pedí nada! Fui la primera en oponerme
cuando el médico nos propuso el trasplante, pero vos con esa manía de adelgazar
estabas chocho con un órgano menos. Y ahora... me salís con esto (Trata de
entrar al baño). Por eso ya mismo las agarro y me hago la incisión...

HIJO: (Se arrodilla y se aferra a las piernas de su madre) No hagás eso mamá, por
favor, no quise decir nada.

SRA. CIA: Pero lo dijiste, vos sabés ofender muy bien.

HIJO: (La toma del brazo) Perdoname... Volvamos a la ventana.

SRA. CIA: (Respira agitadamente) ¡Me dejás!... necesito ir al baño ¡Querés


dejarme en paz! (Se suelta, entra al baño y se encierra con llave).

HIJO: (Se levanta y golpea la puerta) Por favor mamá abrime, no quise ofenderte
(Apoya la oreja sobre la puerta) ¿Qué decís? (Se agacha y espía por el ojo de la
cerradura) ¡No lo hagas por favor! ¡Dejala tranquila a Perla! Ella no tiene nada
que ver con todo esto, no me la mates, te lo suplico ¡Mamá abrime! (Golpea la
puerta con violencia hasta caer de rodillas completamente rendido) ¡Mamá!

La Doctora medio alucinada por efecto de las pastillas, parece observar algo en
un rincón, busca desesperadamente en sus bolsillos, saca un pastillero y se toma
dos tabletas al hilo para contrarrestar a las anteriores. Mira entre los sofás,
tantea en los almohadones, finalmente encuentra sobre la silla el atado de
cigarrillos de la Señora Cía, saca uno, se lo prende y habla sola.

DOCTORA: (Con la mirada perdida) ¿Blanca?

Él se arrastra levemente por el piso empujando el pie de suero.

DOCTORA: Blanca... ¿Sos vos otra vez?


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La lluvia amaina. Ella reacciona al ver a los dos guardias salir del baño, se apoya
contra el marco de la ventana para que no la vean, hace gestos extraños como
ahuyentando algo, inhala y larga enormes bocanadas de humo. Completamente
sudada intenta sacarse la blusa, pero al ver su hombro al descubierto algo la
intimida, mira hacia el rincón y se la vuelve a poner.

¡Dejame!... Tuve que hacerlo, fue por tu bien, era mi única elección, mamá y
vos me tenían...

Lo ve a él arrastrarse por el piso, automáticamente se ubica en el rincón oscuro.

HIJO: ¿Me hablaba a mí?

La Doctora agazapada en la sombra ni se inmuta.

HIJO: (Se toma del pie de suero) ¿Doctora?

La Doctora fuma en silencio.

HIJO: (Asustado, casi sin voz) Por favor, contestemé.

La Doctora casi transfigurada se acerca a la ventana aferrándose a la pared.

HIJO: Menos mal... me imaginé cualquier cosa, creí que...

DOCTORA: ¿Qué le pasa?

HIJO: (Se arrastra hacia la ventana) ¡Estoy muy nervioso! ¿Hay alguien allá
afuera?

DOCTORA: Sí, aunque no distingo bien los contornos, creo que son... dos.

HIJO: (Con dificultad, se asoma por el marco inferior) Ya casi no llueve.¡Qué


pinta de matones la de esos!... ¡Allá viene el albino!
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DOCTORA: ¿Cuál?...
HIJO: Aquel, el que cojea. Se cayó de un tren carguero por pelearse con otro, de
esto hace unos... siete años, las ruedas le cercenaron una pierna, a la altura del
muslo, por eso tiene una de palo. Viene a controlar la paga, es como... una
regenta.

DOCTORA: (Medio ida trata de recomponerse) Ah...

HIJO: Lo llaman La Blondi, es de Curuzú Cuatiá, de allá se vino hace rato con sus
dos hermanitos. Si viera la pinta de indios que tienen esos morochazos (Pausa).
¡Ahí entraron!... Pobre del que no le aporte.

DOCTORA: ¿Y ahora?...

HIJO: Supongo que los dejarán salir a los otros.

DOCTORA: (Fuma descontroladamente) ¿Por?...

HIJO: No sería la primera vez que aparezca uno tullido. ¿Ve?, ahí salen todos...
¿No falta uno?

DOCTORA: (Conteniendo la risa) Que yo sepa... no.

HIJO: Cómo se dispersan... (Se incorpora con dificultad)

DOCTORA: Así parece...

HIJO: (Camina con dificultad hacia el sofá) ¡Qué raro que no pasó el de las cinco!
Es el expreso.

La Doctora se apoya mareada contra el paño de la ventana, apaga el cigarrillo


con cierta resignación, al ver salir a un hombre del baño, se vuelve a entusiasmar
y prende la lámpara.
(Se acuesta tomándose del pie de suero) ¿Pasa algo?
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DOCTORA: Nada, necesito leer... usted relájese, cierre los ojos, visualice algo y
cuénteme lo que ve.

La Doctora se para en pose, le hace señas con las manos.

HIJO: (Acostado con los ojos cerrados) Veo un pueblo rural, parece
norteamericano, con calles angostas, veredas amplias sin ligustrinas, atestado de
casas rodantes. Hay... dos estaciones de servicio contra una ruta que lo
atraviesa, sobre el horizonte se ve una franja negra.

La Doctora excitada ante la respuesta del otro, desabrocha un poco su blusa,


apoya sus pechos contra la ventana y se acaricia el cuerpo.

El cielo... está íntegramente nublado...

La Doctora le hace gestos con la lengua, mientras se sube la pollera hasta


mostrar la entrepierna, hace pequeños movimientos pélvicos.

Hay un sector... casi negro verdoso, de nubes densas, se mueven


desordenadamente (Pausa). Doctora... me cuesta...

La Doctora completamente ajena al relato, asiente con la cabeza, le hace guiños


como respondiendo a alguna propuesta, se acomoda la pollera, se prende la
blusa y apaga la luz.

Una... formación compacta se desprende de las demás... Esa en especial


comienza a girar hasta adquirir un contorno preciso... Sí, ahora puedo verla bien,
es una nube embudo, se desliza de manera vertical hasta hacer contacto con los
pastizales, por momentos desaparece...

La Doctora trata de mover lentamente la falleba sin hacer el menor ruido, luego
acerca la silla a la ventana, se quita los zapatos y trata de pararse en la misma
con cierta dificultad. (Se cubre la cara con las manos) La nube se transformó en
un tornado feroz, una espiral asesina, la tromba negra que azota las pampas del
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norte. Avanza despidiendo tierra por todos los costados, destruye una torre de
alta tensión ante la mirada esquiva de las vacas ruteras, abre surcos sobre el
pavimento, ruge con fuerza, por momentos silba...

La Doctora abre con sumo cuidado la ventana, se apoya sobre el marco y salta
hacia afuera dejándola apenas entreabierta.

(Ensimismado en su relato entra en trance, como en un sueño) No da tiempo a


ningún aviso, sorprende como una sombra. Un segundo anillo de materiales que
vuelan, gira a su alrededor arrasando silos, casas rodantes, carteles de neón,
muñecas de poliéster, llantas de auxilio, autos en serie, bañaderas plásticas,
inodoros portátiles... Hay una mujer parada sobre la banquina, ella aún no lo ve,
tampoco mide el peligro, absorta en su propia caminata parece desorientada,
como si huyera de otra cosa. Alguien desde un refugio le hace señas...

Se escucha el silbato del tren.

Ella apenas se mantiene en pie, enfrascada en sus propios pasos por momentos se
cae, enseguida se levanta como si fuera parte de un juego, observa a aquel
hombre, le hace gestos obscenos, salta sobre los durmientes esquivando el riel
eléctrico...

Se escucha un segundo silbato más persistente.

Cansada y con la mirada perdida se engancha con unos cables de acero, pierde el
equilibrio y cae de frente sobre uno de los rieles, mientras intenta incorporase
un enorme foco lumínico avanza hacia ella, la enceguece; desesperada trata de
zafarse, estira una mano hacia el anden, prácticamente lo tiene encima...

Por la ventana se filtra un grito desgarrador, seguido del chirrido de ruedas que
frenan a gran velocidad.
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(Se despierta sobresaltado, mira hacia la ventana) ¡Doctora! (Paralizado grita)


¡Mami! ¡Quiero agua!

SRA CIA: (Abre la puerta del baño) ¡¿Hijo, que te pasa?!

Es la noche del otro día, madre e hijo están sentados contra la ventana en una
banqueta de madera, ambos siguen vestidos con las mismas “robes”; canalizados
y custodiados por sus respectivos pies de sueros, observan hacia la estación en
posición de vigilia.

SRA. CIA: Debe estar fresco allá afuera.

Él está apesadumbrado, no contesta, solo hace gestos con las manos.

Ya casi no quedan rastros ¿La cartera?

Él le hace un gesto brusco indicando hacia fuera.

¿Se la diste al oficial?

Él apenas asiente con la cabeza.

¡Qué mujer atolondrada! Estaba descalza, no tenía ni un documento, es


incomprensible...

Él golpea la ventana en señal de disgusto.

Vos no tenés términos medios... ¡Mirá! El oficial con unos tipos de particular
¿Serán los forenses?... Siempre queda algún resto de víscera, esas vías son
quirófanos a la intemperie ¿Tomaste la medicación?

Él no le contesta, tiene la mirada desdibujada.

¡Arreglate querés! ¡Qué poco que llovió! Si cobro el retroactivo, te prometo que
el año que viene nos vamos a Texas.
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Él saca una foto de su bolsillo, la mira.

¿De dónde la sacaste?

Él la esconde entre sus manos.

Dámela (Se la saca bruscamente) ¡Mirá!... La que está sentada debe ser la
madre... ¡Qué linda mujer! (Pausa). La otra será la hermana (Pausa). ¿Y ella?...
Tal vez digan algo por la radio. ¿Querés que la prenda?... ¿Pero vos después me
hacés el té?

La señora Cía enciende una radio portátil, la sintoniza y la deja a un costado de


la banqueta. Se escuchan avisos comerciales, luego la breve reseña de un
locutor, seguido de una voz morena y cadenciosa cantando “Stormy weather”.
Ambos repasan con su mirada todo lo que acontece allí afuera, el hijo se levanta,
camina despacio hasta el baño y trae un termo con agua caliente. Es la hora de
comenzar el ritual diario, como todas las noches, de tomar el té.

Hernán Costa. Correo electrónico: [email protected]

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Buenos Aires 2010

CELCIT. Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral


Presidente: Juan Carlos Gené. Director: Carlos Ianni
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