Civilizacioness

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 32

Laurent Binet

Civilizaciones
Seix Barral Biblioteca
Formentor

Laurent Binet
Civilizaciones

Traducción del francés por


Adolfo García Ortega
Título original: Civilizations

© Éditions Grasset & Fasquelle, 2019


© por la traducción, Adolfo García Ortega, 2020
© Editorial Planeta, S. A., 2020
Seix Barral, un sello editorial de Editorial Planeta, S.
A. Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona
(España) www.seix-barral.es
www.planetadelibros.com

Primera edición: septiembre de 2020


ISBN: 978-84-322-3701-0
Depósito legal: B. 12.750-2020
Composición: Realización Planeta
Impresión y encuadernación: CPI (Barcelona)
Printed in Spain - Impreso en España

El papel utilizado para la impresión de este libro está calificado como papel
ecológico y procede de bosques gestionados de manera sostenible.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático,


ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia,
por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del
Código Penal).
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún
fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por
teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.
1. ERIK

Había una mujer llamada Aude la Muy


Sabia, hija de Ketill el Chato, que había sido
reina. Era viuda de Olaf el Blanco, belicoso rey
de Irlanda. Al morir su esposo, se había
trasladado a las Hébridas para llegar hasta
Escocia, donde su hijo, Thorstein el Rojo, se
convirtió también en rey, pero luego los
escoceses lo traicionaron y pereció en una
batalla.
Cuando tuvo noticia de la muerte de su hijo,
Aude se hizo a la mar con veinte hombres libres
y partió hacia Islandia. Allí colonizó los
territorios situados entre el río Yantar y el Salto
de Skrauma.
Llegaron con ella muchos nobles que habían
sido hechos prisioneros durante las
expediciones vikingas del oeste y considerados
esclavos.
Había uno llamado Thorvald que había
abandonado Noruega con su hijo, Erik el Rojo,
por culpa de un crimen. Eran granjeros que
cultivaban la tierra. Cierto día, Eyjolf el
Estiércol, pariente de

11
un vecino de Erik, mató a unos esclavos de este
último porque habían ocasionado un
desprendimiento de tierra. Erik, a su vez, mató a
Eyjolf el Estiércol. También mató luego a Harfn
el Duelista. Entonces fue desterrado.
Colonizó la isla de los Bueyes. Prestó unas
vigas de su propiedad a un vecino suyo, pero
cuando fue a reclamárselas, el vecino se negó a
devolvérselas. Lucharon y más hombres
murieron. Fue desterrado de nuevo por el thing*
de Thorsnes.
No podía permanecer en Islandia y tampoco
podía volver a Noruega, así que eligió navegar
hacia el país que había divisado el hijo de Ulf la
Corneja un día que se desvió hacia el oeste.
Bautizó ese país como Groenlandia, porque
pensó que mucha gente querría ir allí si ese
lugar tenía un nombre tan bonito.
Se casó con Thjodhild, nieta de Thörbjorg
Quilla de Knörr, con quien tuvo varios hijos.
Pero también tuvo una hija con otra mujer. Se
llamaba Freydis.

2. FREYDIS

De la madre de Freydis no sabemos nada. Pero


Freydis, al igual que sus hermanos, había
heredado

12
* Asamblea de gobierno de las tribus germanas. (N.
del t.)
de su padre Erik el gusto por los viajes. Tanto
que embarcó en el navío que su hermanastro,
Leif el Venturoso, había prestado a Thorfinn
Karlsefni para que hallara de nuevo el camino a
Vinlandia.
Viajaron hacia el oeste. Hicieron escala en
Marklandia, antes de alcanzar Vinlandia, y
encontraron el campamento que Leif Eriksson
había dejado tras de sí.
El país les pareció bello y frondoso, los
bosques distaban poco del mar, la arena blanca
se extendía a lo largo de la costa. Había por allí
muchas islas y bajíos. El día y la noche eran tan
largos como en Groenlandia o Islandia.
También vieron a unos skraelings, que
parecían troles de pequeño tamaño. No eran
unípedes, como les habían contado, aunque
tenían la piel oscura y les gustaban las telas de
color rojo. Los groenlandeses les cambiaron las
que tenían por pieles curtidas. Comerciaron.
Pero un día, un toro que pertenecía a Karlsefni y
que no dejaba de mugir saltó la cerca y asustó a
los skraelings. Entonces estos atacaron el
campamento y los hombres de Karlsefni habrían
corrido en desbandada si no fuera porque
Freydis, furiosa por verlos huir, había cogido
una espada y les había plantado cara a los

13
asaltantes. Se rasgó la camisa y se golpeó los
pechos con la hoja de la espada a la vez que
insultaba a los skraelings. Estaba en un estado
de locura frenética y echaba pestes de sus
compañeros por su cobardía. Los groenlandeses,
avergonzados, dieron media vuelta, y los
skraelings, espantados por la visión de aquella
criatura exuberante y fuera de sí, se dispersaron.
Freydis estaba encinta y tenía mal carácter.
Riñó con dos de sus hermanos, a los que tenía
por aliados. Como quería adueñarse de su barco
por ser más grande que el suyo propio, ordenó a
su marido, Thorvard, que los matara, así como a
todos sus hombres, y su marido lo hizo. Freydis
mató a sus mujeres con un hacha.
El invierno había pasado y se acercaba el
verano. Pero Freydis no se atrevió a regresar a
Groenlandia, porque temía la cólera de su
hermano Leif cuando supiera que ella había sido
la culpable del asesinato. Por otra parte, sentía
que desde entonces desconfiaban de ella y que
ya no era bienvenida en el campamento.
Aprovisionó el barco de sus dos hermanos y a
continuación se embarcó en él con su marido,
algunos hombres, ganado y unos caballos. Los
de la pequeña colonia que quedaban en
Vinlandia se sintieron aliviados con su partida.
Sin embargo, antes de echarse a la mar, les dijo:
«Yo, Freydis Eriksdottir, juro que volveré».

14
Pusieron rumbo al sur.

3. EL SUR

El knörr de achatados flancos navegó a lo


largo de la costa. Hubo una tempestad y Freydis
invocó a Thor. Poco faltó para que el navío se
hiciera pedazos contra las rocas de los
acantilados. Los animales de a bordo, presas del
pánico, coceaban tan fuerte que los hombres
estuvieron a punto de deshacerse de ellos
porque temían que les hicieran zozobrar. Pero
finalmente la cólera del dios se apaciguó.
El viaje duró mucho más tiempo del que se
habían figurado. La tripulación no encontraba
ningún lugar donde atracar, pues los acantilados
eran demasiado altos, y cuando hallaban una
playa, divisaban a unos acechantes skraelings
que blandían sus arcos y les lanzaban piedras.
Ya era demasiado tarde para poner rumbo al
este, y Freydis no quería dar media vuelta. Los
hombres pescaban para alimentarse y los que
bebieron agua de mar cayeron enfermos.
En medio de los remeros, entre dos bancos,
un día en que ningún viento del norte acudía en
su ayuda para hinchar las velas, Freydis alumbró
un niño muerto, a quien quiso llamar Erik, como
su abuelo, y lo entregó al mar.

15
Por fin, encontraron una cala donde atracar.

4. EL PAÍS DE LA AURORA

El agua era allí tan poco profunda que


pudieron llegar a pie hasta la arena de la playa.
Habían llevado consigo toda clase de animales.
Aquella tierra era hermosa. Su único afán era
explorarla.
Había praderas y bosques con árboles muy
separados unos de otros. La caza era abundante.
Los ríos rebosaban de peces. Freydis y sus
compañeros decidieron establecer el
campamento cerca de la costa, al abrigo del
viento. No carecían de provisiones, así que
pensaron permanecer allí para pasar el invierno,
pues supusieron que los inviernos serían más
suaves, o al menos más cortos, que en su país
natal. Los más jóvenes habían nacido en
Groenlandia, los demás provenían de Islandia o
de Noruega, como el padre de Freydis.
Pero un día que habían penetrado más que
otras veces en el interior de las tierras,
descubrieron un campo cultivado. Había hileras
de sembrado bien alineadas, con espigas de
cebada amarilla cuyos granos eran crujientes y
jugosos. Supieron entonces que no estaban
solos.

16
También ellos quisieron cultivar cebada
crujiente, pero no sabían cómo hacerse con ella.
Unas semanas más tarde, aparecieron unos
skraelings en lo alto de la colina que dominaba
el campamento. Eran altos y bien formados, con
piel aceitosa y rostro pintado con largos trazos
negros, lo que espantó a los groenlandeses, pero
esta vez ninguno se atrevió a moverse en
presencia de Freydis por temor a pasar por un
cobarde. Por otra parte, los skraelings parecían
más curiosos que hostiles. Uno de los
groenlandeses quiso darles una pequeña hacha
para engatusarlos, pero Freydis se lo prohibió.
Ella, en cambio, les ofreció un collar de perlas y
un broche de hierro. Los skraelings dieron
claras muestras de apreciar este último regalo,
pasándoselo unos a otros de mano en mano y
disputándoselo, y Freydis y sus compañeros
comprendieron que deseaban invitarlos a su
poblado. Solo Freydis aceptó la invitación. Su
marido y los demás se quedaron en el
campamento, no porque tuvieran miedo a lo
desconocido, sino, al contario, porque ya habían
estado a punto de morir anteriormente en una
situación parecida. Designaron a Freydis como
emisaria y delegada suya, lo cual la hizo sonreír,
ya que se había percatado de que algunos de
ellos no habrían tenido el valor de acompañarla.
Una vez más, los insultó, pero en esta ocasión el

17
avergonzamiento no tuvo ningún efecto.
Entonces, ella sola siguió a los skraelings, los
cuales untaron con grasa de oso su piel blanca y
sus cabellos rojos, y luego se adentraron con
ella por los pantanos a bordo de una barca
tallada directamente en un tronco. La barca
podía contener fácilmente a diez de ellos, así de
grandes eran los árboles de aquellas tierras.
Cuando se alejó, Freydis desapareció con los
skraelings.
Esperaron su regreso durante tres días y tres
noches, pero nadie fue en su búsqueda. Ni
siquiera su marido, Thorvard, se atrevió a
aventurarse por esos pantanos.
Luego, al cuarto día, ella volvió con un jefe
skraeling que llevaba alhajas de vivos colores
alrededor del cuello y en las orejas. Tenía el
pelo largo, pero rasurado por un solo lado, y era
difícil imaginar estatura más notable que la
suya.
Freydis dijo a sus compañeros que estaban
en el País de la Aurora y que esos skraelings se
llamaban el Pueblo de la Primera Luz. Libraban
una guerra contra otro pueblo que vivía más al
oeste, y Freydis opinaba que había que
ayudarlos. Cuando le preguntaron cómo había
entendido su lengua, ella respondió riéndose:
«Quizá porque yo misma también sea una
völva».*

18
Llamó al hombre que había querido dar su
hacha a los skraelings y, en esta ocasión, le dijo
que se la entregara al sachem que la
acompañaba (que es como ellos llamaban a sus
jefes). Nueve meses más tarde, ella alumbraría a
una niña a la que pondría por nombre Gudrid,
como su excuñada, la mujer de Karlsefni, viuda
de Thorsteinn Eriksson, a la que siempre había
detestado (pero no vale la pena hablar de
personas que no tomarán parte en esta saga).
La pequeña colonia se instaló en las
proximidades del poblado skraeling y, en vez de
limitarse a cohabitar sin incidentes, los dos
grupos se ayudaron uno al otro. Los
groenlandeses enseñaron a los skraelings a
buscar hierro bajo la turba y a moldearlo para
hacer hachas, lanzas y puntas de flecha. De ese
modo, los skraelings pudieron armarse

* En la mitología escandinava, sacerdotisa y sabia.


(N. del t.)
eficazmente para derrotar a sus enemigos. A
cambio, ellos enseñaron a los groenlandeses a
cultivar cebada crujiente metiendo los granos en
pequeños montones de tierra junto con las
alubias y las semillas de calabaza, para que se
enrollaran alrededor de los grandes tallos. Así
podrían tener reservas para el invierno, cuando
la caza empezara a escasear. Los groenlandeses

19
deseaban quedarse en esas tierras. En prueba de
amistad, regalaron una vaca a los skraelings.
Entonces sucedió que algunos skraelings se
pusieron enfermos. Uno de ellos tuvo mucha
fiebre y murió. No hubo que esperar demasiado
tiempo para que empezaran a morir unos tras
otros. Aquello dio miedo a los groenlandeses y
quisieron salir de allí, pero Freydis se opuso.
Por más que sus compañeros le decían que,
tarde o temprano, la epidemia los alcanzaría,
ella se negaba a abandonar el poblado que
habían construido, insistiendo en que en ese
lugar habían hallado una tierra fértil y que nada
les garantizaba que en otra parte pudieran
encontrar skraelings amistosos con los que
comerciar.
Pero el sachem de hombros tan anchos fue
atacado también por la enfermedad. Al meterse
en su casa, que era una cúpula sostenida por
unos postes arqueados recubiertos con tiras de
corteza, tuvo una visión: los cadáveres de unos
desconocidos ocupando el umbral y una
gigantesca ola que arrasaba su poblado y el de
los groenlandeses. Cuando la visión se
desvaneció, se acostó, ardiendo de fiebre, y
pidió que fueran a buscar a Freydis. Cuando esta
llegó a la cabecera de su lecho, él le dijo al oído
unas palabras en voz baja, para que solo las
supiera ella, y luego, para que todo el mundo lo

20
oyera, declaró bienaventurados a aquellos que
se sentían en casa adondequiera que fuesen, y
que jamás olvidarían el regalo del hierro que los
viajeros habían hecho a su pueblo. A ella le
habló de su situación y le dijo que la esperaba
un gran destino, así como a su hija. Luego se
desplomó. Freydis permaneció junto a su lecho
toda la noche, pero por la mañana estaba frío.
Entonces regresó con sus compañeros y les dijo:
«Vamos, llevemos el ganado al knörr».

5. CUBA

El único pensamiento de Freydis era ir aún


más al sur. Bordearon las costas durante
semanas; les faltaba de todo a bordo y solo
contaban con la pesca y el agua de la lluvia, aun
así, Freydis nunca quería atracar en lugares
donde les parecía que la tierra era propicia, lo
que suscitó primero el nerviosismo, luego la
desconfianza y finalmente la cólera de sus
compañeros. Freydis les decía: «¿Queréis volver
a encontraros en peligro de muerte? ¿Queréis
que un unípede os atraviese la barriga con una
flecha?». (Porque así era como había muerto su
otro hermanastro, Thorvald, hijo de Erik, y ella
sabía que todos tenían en la memoria ese
funesto episodio.) «Continuaremos nuestro viaje

21
hasta el final o moriremos en el mar, si este es el
capricho de Njörd o el deseo de Hel.» Sin
embargo, nadie conocía el final al que se refería
Freydis.
Por fin, encontraron una tierra que era,
quizá, una isla. Freydis, consciente de que no
podría contener por mucho más tiempo la
impaciencia de sus compañeros, aceptó atracar
en ella.
El knörr entró en un río impresionante. A lo
largo de todo el trecho por el que el navío bogó
hasta llegar a tierra, hallaron un agua límpida.
Jamás habían visto una tierra tan hermosa.
Las orillas estaban repletas de árboles verdes,
cada uno con las flores y los frutos de su
especie. La fruta tenía un maravilloso sabor.
Muchas aves y pájaros pequeños cantaban
dulcemente. Las hojas de los árboles eran tan
grandes que se podían cubrir las casas con ellas.
El suelo era muy llano.
Freydis saltó a tierra. Se acercó a unas casas
creyendo que eran de pescadores, pero sus
ocupantes huyeron despavoridos. En una de las
casas halló un perro que no ladraba.
Los groenlandeses desembarcaron los
animales y los skraelings, intrigados por los
caballos, surgieron de nuevo. Iban desnudos y
eran de baja estatura, pero bien formados de
cuerpo; su piel era oscura y su cabello, negro.

22
Freydis avanzó hacia ellos pensando que una
mujer embarazada podría ganárselos. Invitó a
uno de ellos a montar a caballo y le dio una
vuelta alrededor del poblado, caminando junto a
él con la brida en la mano. Los skraelings
estaban felices y maravillados. Regalaron
comida a sus invitados y les dieron cobijo en sus
casas. También les ofrecieron unas hojas
enrolladas que hacían arder por un extremo y se
las llevaban a la boca para aspirar el humo.
Entonces Freydis y sus compañeros se
instalaron con ellos y el poblado de los
skraelings pasó a ser también su poblado.
Edificaron sus propias viviendas a imitación de
las de sus anfitriones, redondas y con techo de
paja. Construyeron asimismo un templo para
honrar a Thor con pilares y vigas de madera.
Los skraelings les enseñaron a extraer el agua
de unas enormes nueces que crecían en árboles
de grandes hojas y cuyo sabor era delicioso. Les
enseñaron el nombre de las cosas: la cebada
crujiente se llamaba maíz en su lengua. Les
enseñaron cómo dormir en unas redes tendidas
entre dos árboles a las que ellos llamaban
hamacas. Hacía tanto calor todo el año que
desconocían por completo la nieve.
Fue allí donde Freydis dio a luz. Su marido,
Thorvard, consideró a Gudrid como hija suya y
eso conmovió a su esposa, que empezó a tratarlo

23
menos duramente de lo que lo había hecho hasta
entonces.
Los skraelings se convirtieron en buenos
jinetes y aprendieron a forjar el hierro. Los
groenlandeses aprendieron a reconocer a los
animales y a tirar con arco. Había tortugas y
toda clase de serpientes, así como lagartos con
escamas de piedra y mandíbula alargada. Por el
cielo volaban unos buitres de testa roja.
Los dos grupos se mezclaron con tanta
naturalidad que hubo más nacimientos. Algunos
niños tenían el cabello negro, otros eran rubios o
pelirrojos. Entendían las dos lenguas de sus
padres.
Pero, de nuevo, los skraelings fueron
atacados por la fiebre y algunos de ellos
murieron. Como los groenlandeses volvieron a
librarse, comprendieron que no tenían nada que
temer de esa enfermedad, sino que la portaban
consigo. Comprendieron que ellos eran la
enfermedad. Los hombres del norte ofrecieron a
los difuntos unas sepulturas sobre las que habían
grabado unas runas. Rezaron a Thor y a Odín.
Pese a todo, los skraelings siguieron cayendo
enfermos. Los groenlandeses pensaron que, si
permanecían allí, todos sus anfitriones
perecerían y ellos se quedarían solos. Se
compadecieron. A su pesar, decidieron
marcharse. Desmontaron el templo de Thor para

24
llevárselo consigo, pero dejaron algunos
animales a los skraelings como regalo de
despedida.
Después de su partida, la fiebre no cesó. Los
skraelings siguieron muriendo, hasta estar a
punto de extinguirse. Los supervivientes se
dispersaron por toda la isla con sus animales.
6. CHICHÉN ITZÁ

Es preciso decir en este momento que


Freydis se fue al oeste surcando la costa con su
hija, Gudrid, su marido, Thorvard, y sus
compañeros. Supieron así que las tierras que
dejaban detrás eran una isla. Luego, siguiendo
su costumbre, Freydis quiso poner rumbo al sur.
Como sus compañeros se negaron a navegar un
día más sin saber adónde iban, Freydis les
propuso que arrojaran al mar las vigas del
templo de Thor y que estas les indicaran la ruta
a seguir. Se comprometió a desembarcar allí
donde Thor hiciera encallar las vigas. En cuanto
se alejaron del barco, las vigas fueron
empujadas hacia la tierra que se hallaba más al
oeste, y a los navegantes les pareció que se
desplazaban menos lentamente de lo que cabía
esperar. Después de eso, se levantó la brisa
marina; pusieron vela hacia el oeste delante del
cabo de una isla a la que llamaron de las
Mujeres. Luego llegaron a un gran territorio que

25
creyeron tierra firme y penetraron en él por un
fiordo. Vieron que era desmesuradamente ancho
y largo, y que estaba bordeado por altísimas
montañas a cada lado. Freydis dio el nombre de
su hija a ese fiordo. Después, exploraron
aquellos lugares y descubrieron que Thor había
tocado tierra con las vigas en un promontorio
que se adentraba en el mar, al norte de la bahía.
Había allí un río poco profundo por el que el
knörr pudo navegar gracias a su poco calado.
Remontaron el río hasta un poblado. Era tarde, y
como el sol estaba a punto de ponerse, Freydis
llevó a su gente a los bancos de arena de la otra
orilla. Al día siguiente, varios skraelings
llegaron hasta allí en barca; les regalaron unas
gallinas con testa roja y un poco de maíz, pero
apenas era suficiente para que comieran algunos
hombres, por lo que les dijeron que cogieran
esos víveres y se marcharan, porque esta vez los
groenlandeses querían quedarse en el lugar que
Thor les había señalado. Entonces, los
skraelings aparecieron poco después, pero en
son de guerra, armados con arcos y flechas,
lanzas y escudos. Los groenlandeses, demasiado
cansados para huir, optaron por luchar. Pero
enseguida fueron superados por una multitud de
skraelings que hirió a diez de ellos e hizo
prisioneros a todos.

26
Los habrían masacrado allí mismo si no se
hubiera producido un hecho inesperado ante sus
ojos. Uno de los groenlandeses que combatía a
caballo cayó de su montura, lo que asustó tanto
a los skraelings que se pusieron a dar alaridos,
ya que, en realidad, creían que el jinete y el
caballo eran una sola cosa. Pero no tardaron en
reponerse de la impresión, alinearon a los
groenlandeses y los ataron entre sí para
llevárselos consigo, al igual que su ganado y sus
armas.
Atravesaron bosques y ciénagas bajo un
calor asfixiante. Era tal la humedad que los
hombres del norte se sentían fundir como nieve
en el fuego.
Luego llegaron a una ciudad como jamás habían
visto. Había en ella templos de piedra y
pirámides de varios pisos y estatuas de
guerreros puestas a modo de columnas, así
como imponentes cabezas de serpientes
esculpidas que les recordaban los mascarones de
proa de los knörr y de los langskips, salvo
porque las serpientes de estos tenían plumas.
Fueron llevados a un circo de arena en forma
de H en el que estaba teniendo lugar un juego de
pelota. Dos equipos se enfrentaban, cada uno
desde su mitad del terreno, lanzándose una
gruesa bola hecha de un material extraño, a la
vez elástico y duro, que rebotaba muy alto. El

27
objetivo, por lo que creyeron comprender los
groenlandeses, era reenviar la bola al terreno
contrario manteniéndola en el aire sin utilizar
las manos ni los pies, solo las caderas, los
codos, las rodillas, las nalgas o los antebrazos.
Había dos aros de piedra colgados de las
paredes del foso, en la intersección de las dos
mitades del terreno, pero no les fue dado a los
groenlandeses conocer su utilidad en aquel
momento. Unas gradas permitían a un público
numeroso seguir el partido. Al acabar el juego,
se sacrificaba a algunos jugadores cortándoles la
cabeza.
Doce groenlandeses, entre los que estaban
Frey dis y su marido, Thorvard, fueron
empujados al foso. Del otro lado del terreno,
doce skraelings, provistos solamente con
rodilleras y coderas, les plantaron cara. El
partido empezó y los groenlandeses, que nunca
habían jugado a ese juego, veían cómo la pelota
caía en su campo sin poder reenviarla al otro
lado, y, si lo lograban, cometían faltas por no
respetar las reglas de un juego del que lo
ignoraban todo. El miedo se apoderó de ellos a
medida que iban perdiendo, porque sabían que
serían sacrificados en caso de derrota. Pero, de
pronto, la pelota chocó contra uno de los aros de
piedra sin entrar dentro, lo que provocó un
murmullo entre el público. Entonces, Freydis

28
exhortó a sus compañeros de equipo a que
apuntaran hacia el aro. Fue Thorvard, su marido,
quien consiguió hacer un tiro muy certero con
ayuda de la rodilla, logrando que la bola se
elevara en el aire, describiese una gran parábola
y atravesara el aro, en medio del clamor
frenético del público. Inmediatamente después,
el juego se detuvo y los groenlandeses fueron
proclamados vencedores. El capitán del equipo
contrario fue decapitado. Sin embargo, los
groenlandeses ignoraban que, en ciertos casos
excepcionales, el mejor jugador del equipo
ganador era también ejecutado, lo cual debía ser
considerado como un gran honor. He aquí la
razón por la que a Thorvard, esposo de Freydis,
se le cortó la cabeza ante la mirada de su mujer
y de su hija adoptiva, Gudrid, que lloraba en
brazos de su madre. Entonces, Freydis dijo a sus
compañeros: «Estamos a merced de unos
skraelings más feroces que unos troles, y si
queremos sobrevivir, tenemos que ganarnos su
confianza haciendo todo lo que nos pidan».
Luego, entonó una visa:
He aquí lo que sé, que en el sur
Thorvard conoció su final en tierra cruel,
Creo que la norna* que Odín ha elegido
Demasiado temprana es
Para el guardián de los filos.

29
Y cuando su canto se elevó a las alturas,
para gran sorpresa de los skraelings, descendió
finalmente como una flecha:

Si no cree que estoy furiosa


Buscaré ocasión mejor.

El cuerpo de Thorvard fue arrojado


ceremoniosamente a un lago, al fondo de un
abismo. Los demás groenlandeses fueron
perdonados, pero al principio se los trató como a
esclavos. Algunos trabajaban en unas minas de
sal a cielo abierto o cultivaban el algodón tal
como habían visto hacer antaño a unos suecos
que vinieron de My klagaard,** tareas estas
muy duras. Otros servían como criados o
estaban destinados a las ceremonias rituales en
honor de los numerosos dioses skraelings, cuya
lista la encabezaban Kukul kán, la serpiente
emplumada, y Chac, el dios de la lluvia.

* Espíritus femeninos de la mitología nórdica que


tienen que ver con el tiempo. (N. del t.)
** Constantinopla. (N. del t.)
Un día, Freydis se acercó a una estatua que
representaba a un hombre echado apoyado sobre
los codos, con las rodillas recogidas y la cabeza
vuelta y ceñida con una corona. El skraeling al
servicio del cual había sido colocada, una

30
especie de jarl, le explicó con signos que se
trataba de Chac, el dios de la lluvia. Entonces
ella fue a buscar un martillo y lo depositó sobre
el vientre de la estatua. Le dijo al jarl que ella
conocía muy bien a ese dios bajo el nombre de
Thor. Unos días más tarde, una violenta
tormenta se abatió sobre la ciudad. El país
dejaba así atrás un largo periodo de sequía.
En otra ocasión, la hija de Freydis, Gudrid,
se entretenía con un juguete skraeling que tenía
unas pequeñas ruedas. A su madre le sorprendió
que, salvo ese juguete, los skraelings no
tuvieran carros ni arados con ruedas. Pero estos
no veían el interés de vehículos tan grandes,
demasiado pesados para tirar de ellos o ser
empujados por brazos humanos. Ante esto,
Freydis pidió a sus compañeros que
construyeran una carreta y trajeran una yegua a
la que ella misma unció. Los skraelings se
alegraron muchísimo con dicho descubrimiento,
pero se alegraron aún más cuando comprobaron
que un arado con una reja de hierro tirado por
un caballo o un buey podía ayudar enormemente
en la labranza e incrementar el cultivo del
algodón. De este modo, Freydis contribuyó a la
prosperidad de la ciudad, pues gracias a ella
empezaron a trocar su algodón con las ciudades
vecinas a cambio de maíz o piedras preciosas.

31
Como muestra de agradecimiento,
concedieron a Freydis y a sus compañeros el
derecho a beber chocolate, una bebida espumosa
a la que concedían mucha importancia, pero que
a Freydis le supo amarga.
Así fue cómo los groenlandeses dejaron de
ser esclavos y fueron tratados como huéspedes.
Se los autorizó a asistir a los juegos de pelota y
a participar en las ceremonias alrededor de los
pozos sagrados. Los skraelings les enseñaron la
ciencia de las estrellas y los rudimentos de su
escritura, cuyos dibujos eran parecidos a las
runas, pero mucho más elaborados.
Durante un tiempo creyeron que la hija de
Loki por fin los había olvidado. Pero Hel no
estaba tan distraída. Empezaron a caer enfermos
los primeros skraelings. Se les hizo beber
mucho chocolate, pero finalmente murieron.
Freydis sabía que, tarde o temprano, adivinarían
que los extranjeros habían traído la enfermedad.
Se apresuró a organizar la huida del grupo. Una
noche sin luna, abandonaron la ciudad
llevándose su ganado y se dirigieron hacia la
costa para llegar hasta su navío. La yegua que
había servido de yunta estaba preñada y los
obligaba a ir más despacio, pero no querían
deshacerse de ella. Por la mañana, oyeron los
clamores que provenían de la ciudad y supieron
que los skraelings se lanzarían en su búsqueda.

32
Apretaron el paso lo máximo que pudieron. El
knörr los esperaba donde lo habían dejado.
Pero los skraelings del poblado vecino se
habían dado cuenta de su vuelta y fueron los
primeros en tratar de detenerlos, por lo que los
groenlandeses embarcaron a la mayor rapidez.
Sin embargo, cuando estuvieron todos a bordo,
vieron que solo faltaba la yegua preñada, que se
había quedado atrás y avanzaba penosamente
por la playa. En ese momento, los skraelings ya
habían surgido lanzando gritos de guerra y
estaban detrás de la yegua. Los groenlandeses la
animaban y exhortaban, ya que, aunque estaba
agotada, le quedaban unas pocas zancadas para
alcanzar la pasarela. Pero el knörr, que había
esperado hasta el último instante, se vio
obligado a largar amarras para evitar el abordaje
de los asaltantes. Los groenlandeses vieron a los
skraelings coger a la yegua por el cuello, tal
como les habían enseñado a hacer.
Pusieron rumbo al sur en silencio.

7. PANAMÁ

Quién sabe cuántas leguas recorrió el knörr.


Los groenlandeses remaban con la cabeza baja
cuando el mar embravecido no permitía hinchar
las velas sin riesgo de zozobrar. Los días se

33
sucedían unos tras otros. Solo los mugidos del
ganado y los vagidos de las crías recién paridas
daban señales de vida a bordo.
Atracaron bajo un aguacero. Estaban sucios,
desgreñados y hambrientos. Ante ellos, se
extendía un país que presentían como hostil,
aunque exuberante. Había muchos pájaros de
todas clases surcando el cielo. Mataron a varias
de esas aves con sus arcos. Pero la mayoría no
quería arriesgarse a explorar un lugar que
temían que estuviera habitado por otros
skraelings quizá más feroces que los anteriores.
Al contrario, opinaban que, una vez avituallados
y después de haber acampado el tiempo
necesario para recuperar fuerzas, lo mejor era
poner rumbo al norte y regresar a casa. Freydis
se oponía a ello con vehemencia, pero uno de
sus compañeros le habló en estos términos:
«Sabemos todos por qué te niegas a volver a
Groenlandia. Temes que tu hermano, Leif, te
castigue por los crímenes que cometiste en
Vinlandia. Puedo prometerte que ninguno de
nosotros dirá nada, pero si Leif averigua de
alguna manera lo que hiciste, deberías someterte
a la sentencia de tu hermano o al juicio del
thing».
Freydis guardó silencio. Por la mañana, sus
compañeros descubrieron el knörr medio
sumergido e inclinado hacia un costado.

34
Aquello fue un golpe tan duro para el grupo que
los dejó abatidos. Nadie se atrevió a acusarla
abiertamente de haber hundido el barco, pero
todos estaban seguros de que había sido ella. Sin
embargo, Freydis tomó la palabra y les habló
así: «Ya podéis ver que el camino por mar está
cerrado. Habrá alguno entre nosotros que no
volverá a Groenlandia. Mi padre le puso ese
nombre al país que él había descubierto para
atraer a islandeses como vosotros, con el fin de
reforzar la colonia. La verdad es que la mayor
parte del año la tierra no era verde sino blanca.
Ese país supuestamente verde no era tan
acogedor como este de aquí. Mirad esos pájaros
en el cielo. Mirad esas frutas en los árboles.
Aquí no tenemos necesidad de cubrirnos con
pieles ni de hacer hogueras para calentarnos ni
de ponernos al abrigo del viento en casas de
hielo. Vamos a explorar estas tierras hasta que
encontremos el mejor lugar donde fundar
nuestra propia colonia. Porque aquí es donde
está la verdadera Groenlandia. Aquí acabaremos
la obra de Erik el Rojo».
Entonces, unos cuantos aclamaron a Freydis,
pero los demás permanecieron en silencio,
agobiados por el miedo a lo que esta tierra les
tenía reservado todavía.

35
8. LAMBAYEQUE

Atravesaron pantanos, bosques tan espesos


como madejas de lana, montes nevados.
Conocieron otra vez el frío, pero nadie se
rebelaba contra las órdenes de Freydis, como si
la pérdida del knörr, sustrayéndoles toda
esperanza de regreso, hubiera quebrado su
voluntad.
Por aquí y por allá se cruzaban con skraelings
con los que intercambiaban joyas de oro o de
cobre por clavos de hierro o cuencos de leche
fresca. Descubrieron otro mar al oeste.
Construyeron balsas. Cuanto más descendían
por la costa, más elaboradas eran las joyas que
les ofrecían. En una ocasión, un skraeling le
regaló a Gudrid unos pendientes que
representaban a un sacrificador sosteniendo una
cabeza cortada, lo cual fue del gusto de su
madre. Freydis consideró buena idea instalarse
entre un pueblo de orfebres. Además, esos
skraelings cultivaban campos inmensos hasta
donde alcanzaba la vista. Unos canales surcaban
la llanura. Supo Freydis que ese lugar se
llamaba Lambayeque.
Los skraelings recibieron el hierro y los
animales de tiro como regalos providenciales.
Vieron a los visitantes como enviados de
Naylamp, su dios. Por esa razón, Freydis fue

36
reverenciada como una gran sacerdotisa,
recubierta de oro e investida de grandes poderes.
Sus anfitriones le sacrificaron unos prisioneros
con sus cuchillos rituales cuyo mango tenía la
efigie de Naylamp y la hoja en forma de media
luna. Era un pueblo de bóndis* muy hábiles
para trabajar los metales. Poco tiempo después
de la llegada de los groenlandeses, ya forjaban
martillos de hierro de todos los tamaños. Freydis
los fascinaba por su cabellera roja.

* En la época vikinga, los bóndis eran sociedades de


campesinos y artesanos. (N. del t.)
Sin embargo, como ella sabía lo que iba a
ocurrir, profetizó que una enfermedad se
abatiría sobre ellos; así, cuando efectivamente
cayeron enfermos y empezaron a morir, su
credibilidad se acrecentó. Los incitó a sacrificar
a más prisioneros y a intensificar las cosechas.
Los groenlandeses, gracias a su ganado y a su
conocimiento del hierro, se granjearon
posiciones de privilegio en el seno de aquellas
gentes. Como, además, los veían inmunes a la
enfermedad, los skraelings se reafirmaban en la
idea de que su origen era divino.
Luego ocurrió que un skraeling atacado por
la fiebre sobrevivió y sanó. Fue seguido por otro
y, poco a poco, el mal traído por los extranjeros
perdió fuerza. Entonces los groenlandeses

37
supieron que habían llegado al término de su
viaje.

9. LA MUERTE DE FREYDIS

Pasaron años sin invierno. Los


groenlandeses aprendieron a excavar canales y a
cultivar unas legumbres que no conocían, rojas,
amarillas, violetas, unas veces jugosas y otras
harinosas. Freydis se convirtió en reina. Se casó
con el jarl de una ciudad vecina llamada
Cajamarca, y el banquete organizado para sellar
esa alianza fue grandioso. Corrieron ríos de
akha, una cerveza hecha de maíz, y se sirvió
pescado a la parrilla, alpaca, que era una especie
de cordero esbelto, así como unas brochetas de
cobaya, que eran como conejos velludos de
orejas muy cortas y cuya carne era tierna y
sabrosa.
Freydis tuvo varios hijos más y murió
colmada de honores. Fue enterrada con sus
sirvientes, sus joyas y su vajilla. Una tiara de
oro ceñía su frente. Un collar de dieciocho filas
de perlas rojas cubría su pecho. En una mano
sujetaba un martillo de hierro y en la otra un
cuchillo de media luna.
Gudrid había crecido y, aunque no tenía la
cabellera pelirroja de su madre, llegó a alcanzar

38
un lugar eminente entre los lambayeques.
Asimismo, cuando unas violentas tempestades
azotaron la región y todos se lamentaban por las
cosechas perdidas y los campos inundados, fue
ella quien convenció a los skraelings de que
Thor deseaba decirles algo. No tenía la menor
duda de que había que partir y, digna hija de su
madre, arrastró consigo hacia el sur a un gran
número de skraelings y de groenlandeses, desde
ese momento unidos en un solo pueblo. Se dice
que hallaron un gran lago, pero esta saga no dirá
más sobre ellos, pues nadie sabe con certeza lo
que pasó después.

39

También podría gustarte