02 Jesucristo, Sacramento Del Padre, Iglesia
02 Jesucristo, Sacramento Del Padre, Iglesia
02 Jesucristo, Sacramento Del Padre, Iglesia
Bajo el presente tema se pretende exponer a modo sintético las ideas fuerza que
constituyen el centro de la eclesiología católica como lugar de encuentro con la salvación
anunciada y obrada por, y en Cristo, a todo el género humano.
Sacramento
Primero, y con miramientos a una mejor comprensión del tema, es preciso señalar el
significado de la proposición que se repite en el título: SACRAMENTO, y se establece la
referencia del concepto y su progresivo desarrollo a través de la historia de modo sintético.
1
Aunque el término fue introducido a la teología por Tertuliano (que es considerado como el primer autor
cristiano en escribir en latín) el vocablo ya existía en algunas traducciones latinas de algunos pasajes de la
Sagrada Escritura y al parecer era utilizado por los cristianos ya desde el siglo II. Cf. Grappone A.,
Sacramento, en AAVV., Nuovo Dizionario Patristico e di Antichità Cristiane, Génova-Milán, 2008. 4651.
21
La palabra mystérion traduce al hebreo sôd que designa a la asamblea y después por
metonimia a la decisión de la asamblea y luego a la doctrina secreta que los hace formar
parte de la asamblea; finalmente refiere como secreto o sigilo, donde este último se da por
los rabinos a la circuncisión como sello de pertenencia al pueblo de Dios. A esta acepción
Desde la teología católica toda estructura de comunicación de Dios con los hombres
posee una estructura sacramental, parte de Dios y retorna a Dios; los rasgos sacramentales
no se apoyan sólo en la interpretación humana, sino que se convierten en el lenguaje eficaz
de Dios a través del cual comunica su promesa de salvación.
22
esta realidad, en él confluyen todas la realidades de expresión salvífica de la creación (Cf.
1Co. 15, 28), es decir, la creación como acontecimiento de salvación es acontecimiento de
salvación ya en Cristo. Toda la economía sacramental de la salvación se estructura desde la
creación y Cristo comprendido como el protosacramento o sacramento originario de la
Iglesia, como sacramento fundamental consecuente de la obra de Cristo, y de los mismos
sacramentos como actos concretos actualizadores del sacramento fundamental: Cristo4.
«Dios quiere hacerse perceptible a los hombre, quiere comunicarse con ellos, quiere
descubrirles el sentido y meta de sus vidas. Y esto ocurre al anunciarse, a través de
realidades creadas, como Padre interesado por la suerte de los hombres. Los hombres sólo
pueden percibir por intermediación sensible esta realidad espiritual»6.
4
Cf. H. VORGRIMLER, Teología de los sacramentos, Barcelona, 1989, 47-48.
5
Cf. M. GONZÁLEZ GIL, Cristo Misterio del Padre, Cristología y Soteriología, II, Madrid 1976, 577, BAC.
6
H. VORGRIMLER, Teología de los Sacramentos, Barcelona, 1989, HERDER, 49.
7
Cf. H. VORGRIMLER, Teología de los Sacramentos, 50.
23
Sacramento en el Nuevo Testamento
Los sinópticos revelan a Jesús en tres acontecimientos centrales en los que el Padre
resalta a través de signos concretos: El Bautismo en el Jordán (Mt. 3, 13-17; Mc. 1, 9-11;
Lc. 3, 21-22), la Transfiguración (Mt. 17, 1-8; Mc. 9, 2-8; Lc. 9, 28-36) y la Ascención
(Mc. 16, 19; Lc. 24, 50-53); en ellos se descubre la imagen de los cielos abiertos y la voz
que anuncia la predilección del Hijo y la complacencia para obrar su voluntad, elementos
cósmicos que evocan la manifestación de Yahvé en el Antiguo Testamento: la nube, la voz
dirigida a los mediadores (Moisés), el fuego, etc8.
Jesús revela al Padre como sabiduría que viene del cielo (Cf. Sab.9, 13-18 // Jn. 12,
12-13). Igualmente revela su bondad, Dios se manifiesta interesado en la vida de su pueblo
elegido en la historia veterotestamentaria y se le presenta como misericordioso y providente
en momentos críticos de su historia, Jesús acude a quien le necesita, sale al encuentro del
débil, va por el hombre para orientarle hacia Dios. Israel descubre a Dios a través de sus
obras y Jesús se revela también a través de obras concretas9.
Yahvé se manifiesta delante del pueblo como dominador del cosmos, toda la
creación se somete a sus órdenes, en el A.T. este poder se verifica por sus mediadores, en el
N.T. es Cristo mismo:
-Paso del Mar rojo, el mar abre camino al pueblo para su salvación (Cf. Ex. 14,
21-22); Jesús calma la tempestad para librar del peligro a sus discípulos que
temen ante la bravura del mar (Cf. Mt. 8, 23-27; Mc. 4, 35-40).
-Yahvé da alimento a su pueblo cuando éste pasa hambre en el desierto, envía el
maná para que se sacié (Cf. Ex. 16, 1-36), Jesús da alimento a su gente con la
multiplicación de los panes y él mismo se presenta como el pan auténtico de vida
(Cf. Jn. 6, 1-15. 35-36).
-Yahvé se manifiesta como luz en medio del pueblo (Cf. Ex. 19, 16-19) Jesús
manifiesta ser la Luz que ilumina a todo hombre (Cf. Jn. 1, 9; 8, 12; 9, 1ss.)10.
8
Cf. S. VERGES- J.M. DALAMAU, Dios revelado por Cristo, Madrid, 1976, BAC, 77.
9
Cf. S. VERGES- J.M. DALAMAU, Dios revelado por Cristo, 79-80.
10
Cf. S. VERGES- J.M. DALAMAU, Dios revelado por Cristo, 82-84.
24
-Yahvé se revela como el que es “YO SOY” Ex. 3, 14; Jesús en el todo el
Evangelio de Juan se auto-refiere de igual manera (Jn. 8, 58) “YO SOY: el
Camino, a Verdad, la Vida, la Luz, Agua de vida, Pan de vida, etc.” Es el que
existe desde la eternidad, es el principio de todo cuanto existe11.
El culmen de toda la revelación del Padre en Cristo como presencia delante del
hombre se manifiesta en el momento de la Pasión, la muerte y la resurrección. En la muerte
Jesús realiza en plenitud la obra redentora, fin de toda su misión: redimir al hombre, es la
expresión fundamental de la revelación a través de la kénosis de su abajamiento para elevar
al hombre a las más alta de sus dignidades que es la posesión de la vida eterna, la comunión
total con el Padre, contemplar eternamente su rostro.
11
Cf. O. ARENAS, Jesús, epifanía del amor del Padre, Colección de Textos Básicos para Seminarios
latinoamericanos, II, CELAM, 131.
12
Cf. O. ARENAS, Jesús, epifanía del amor del Padre, 144-148. En el catecismo de la Iglesia Católica, en el
artículo 11 sobre la profesión de fe (CREDO) en los numerales 988-1004 se ofrece toda una explicación del
sentido de la resurrección como fundamento de la esperanza cristiana.
25
del Hijo con toda la familia humana, esa «res sacramenti» es la realidad de la gracia para
nosotros, en cuanto que a través de Cristo y por él, el Padre extiende a nosotros su amor
haciéndonos hijos por adopción.
No sólo por la encarnación Jesucristo es sacramento del Padre sino por sus obras y
su palabra, en todo el misterio de su vida se realiza como sacramento del Padre en cuanto
auto-comunicación y auto-donación, es el sacramento primigenio, supremo e irrepetible, en
él el Padre se da al hombre y el hombre se une con Dios. Desde la encarnación hasta el
misterio de la muerte y resurrección en Jesucristo se agota, cualitativamente, toda la
posibilidad de autocomunicación divina al hombre y la capacidad del hombre de participar
en la vida misma de Dios.
El que Cristo sea el sacramento del Padre quiere significar la realización del
encuentro personal del hombre con Dios en el Hijo encarnado, ya no hablará a través de
gestos, fenómenos naturales, intermediarios, etc.; ahora Dios extiende una mano hecha
carne, humana, para conducirle a la amistad divina 14. Todo esto lo afirma Calcedonia (541)
al profundizar el misterio revelado en Cristo, Dios quiso comunicarse al hombre y lo hace a
través de su misma condición humana de modo que pueda lograr la aceptación del hombre
a su revelación.
13
Cf. M. GONZÁLEZ GIL, Cristo el misterio de Dios, 577-578.
14
Cf. S. VERGES- J.M. DALAMAU, Dios revelado por Cristo, 154.
26
Tomás de Aquino, referirá que Jesús es el único sacramento que en cuanto a su
naturaleza humana causa, como instrumento de la divinidad, la salvación. Igualmente
Lutero reconoce que en toda la Sagrada Escritura, sólo se conoce un sacramento, Cristo el
Señor. En la reflexión teológica del siglo XIX ya existía la denominación de Cristo como
sacramento, sin embargo, la introducción del término protosacramento, referido a
Jesucristo, es introducida formalmente hasta el 1934 por Carl Feckes (Ursakrament) y
sobre el cual se funda toda la reflexión teológica de la Iglesia como sacramento y de cada
uno de los mismos sacramentos15.
15
Cf. H. VORGRIMLER, Teología de los Sacramentos, 52-53.
27
muestra san Ireneo16 (siglo II de la era cristiana) y san Atanasio 17 (siglo IV de la era
cristiana).
Poco se puede añadir a las reflexiones de san Ireneo, es bastante claro en señalar al
Verbo, a Jesucristo, como quien revela al Padre y a quien el Padre se revela para llegar por
su medio a los seres humanos. De esta manera Jesucristo es sacramento del Padre pues lo
da a conocer, y a partir de la aceptación de esta Verdad el ser humano se salvará, lo que
refuerza aún más la relación con el concepto de sacramento pues un efecto directo del
sacramento es precisamente dar la salvación.
16
San Ireneo en su tratado contra las herejías (Adversus Haereses) en el libro IV dice lo siguiente: “6,3. Pero
nadie puede conocer al Padre si no se lo revela el Verbo de Dios, esto es el Hijo; ni al Hijo, sin el
beneplácito del Padre. Porque el Hijo realiza el beneplácito del Padre: ya que el Padre envía, [988] el Hijo
es enviado y viene. Y al Padre, que para nosotros es invisible e indeterminable, lo conoce su mismo Verbo; y
siendo aquél inenarrable, éste nos lo da a conocer. De modo semejante, sólo el Padre conoce a su Verbo: así
nos reveló el Señor que son estas cosas. Y por eso el Hijo, al manifestarse a sí mismo, revela el conocimiento
del Padre. Y el conocimiento del Padre es la misma manifestación del Hijo: pues todas las cosas se nos
manifiestan mediante el Verbo. Y para que conociésemos que el Hijo que ha venido es el mismo que da el
conocimiento del Padre a quienes creen en él, decía a sus discípulos: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y
nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien su Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27; Lc 10,22);
enseñándonos a sí mismo y al Padre, así como es, de modo que no recibamos como Padre sino a aquel que el
Hijo revela. 6,5. A este Hijo el Padre ha revelado para manifestarse a sí mismo por él, y para recibir en el
eterno refrigerio a los justos que creen en él (pues creer en él significa hacer su voluntad); mas a aquellos
que no creen y por eso huyen de la luz, justamente los recluirá en las tinieblas que ellos mismos han elegido
para sí. Así pues, el Padre se ha revelado para todos, y para todos ha hecho visible a su Verbo: y al mismo
tiempo el Verbo ha mostrado a todos al Padre y al Hijo, cuando se dejó ver de todos, y así es justo el juicio
de Dios sobre todos los que igualmente lo han visto pero no han creído igualmente.
6,6. En efecto, el Verbo revela a Dios Creador por medio de la misma creación, al Hacedor del mundo
por medio del mundo, al artista Plasmador por medio de los seres plasmados, y por medio del Hijo al Padre
que engendró al Hijo. Todos ellos hablan de modo parecido, pero no tienen la misma fe. Así también por
medio de los profetas el Verbo se predicó a sí mismo y al Padre. También en este caso todos oyeron lo
mismo, pero no todos creyeron igualmente. Y, finalmente, el Padre se manifestó en su Verbo hecho visible y
palpable: todos vieron al Padre en el Hijo, aunque no todos creyeron en él. Pues lo invisible del Hijo es el
Padre, y lo visible del Padre es el Hijo. Por eso, mientras él estuvo presente, todos lo reconocían como
Cristo y lo llamaban Dios. El diablo tentador proclamó al verlo: «Sabemos quién eres, el Santo de Dios»
(Mc 1,24; Lc 4,34). Y el diablo tentador le dijo: «Si tú eres el Hijo de Dios» (Mt 4,3; Lc 4,3). Aunque todos
veían y nombraban al Hijo y al Padre, sin embargo no todos creían en él.
6,7. Era preciso que todos dieran testimonio de la verdad, para la salvación de los creyentes y
condenación [990] de los incrédulos, pues el juicio ha de ser justo para todos, todos han de tener acceso a la
fe en el Padre y el Hijo; o sea, todos pueden corroborar el testimonio al recibirlo de todos: los amigos lo
recibirán de quienes les son cercanos, y los extraños, de sus enemigos. Pues la prueba verdadera e
irrefutable es la que proviene de los signos ofrecidos por los mismos adversarios; ya que éstos, al ver con sus
propios ojos lo que ante ellos sucede, dan testimonio de los signos, aunque en seguida tomen una actitud
hostil, se vuelvan acusadores y pretendan que no es válido su propio testimonio.
En efecto, no eran distintos el que por una parte se daba a conocer y por otra decía: «Nadie conoce al
Padre», sino uno y el mismo. Todas las cosas le han sido sometidas por el Padre (1 Cor 15,27), y todos
dieron testimonio de que es Dios verdadero y hombre verdadero: el Padre, el Espíritu, los ángeles, la
creación, los seres humanos, y finalmente la muerte misma (1 Cor 15,25-26). Pues el Hijo, en servicio del
Padre, lleva todas las cosas a su perfección, a partir de la creación hasta el final, y sin él nadie es capaz de
conocer a Dios. Pues el Hijo es el conocimiento del Padre y el Padre es quien revela el conocimiento del
Hijo, y lo hace por medio del Hijo mismo. Por eso el Señor decía: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y
nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien su Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27; Lc 10,22). «Se lo
28
En cuanto a lo mencionado por san Atanasio, el Verbo, Jesucristo, revela a Dios
Padre pues le pertenece, es el Verbo del Padre, y lo manifiesta desde el momento de la
creación del mundo y también ordena, mantiene y embellece toda la creación, ahora gracias
a Él toda lo creado tiene el acceso al Padre pues ya participa de su misma existencia gracias
a la mediación del Verbo. Es así como el Verbo se manifiesta como sacramento del Padre,
pues al mediar entre Dios y el mundo hace posible que la vida divina y la salvación alcance
a todos lo cual es típico del sacramento, por un parte lo mistérico: el amor de Dios que
salva, y por otra lo jurídico: la pertenencia al nuevo pueblo de Dios congregado por la
acción del Verbo y por la libre aceptación de cada miembro, hace posible la salvación y la
unión íntima con el Dios Uno y Trino.
Podemos partir, para este apartado, con unas palabras del entonces teólogo Joseph
Ratzinger:
quiera revelar». No sólo se refiere al tiempo futuro, como si el Verbo hubiese comenzado a revelar al Padre
únicamente cuando nació de María, sino que, en general, se refiere a todo el tiempo. Desde el principio el
Hijo da asistencia a su propia creatura, revelando a todos al Padre, según el Padre quiere, cuando quiere y
como quiere. Por ello en todo y por todo uno solo es el Padre, uno el Verbo y uno el Espíritu, así como la
salvación es una sola para todos los que creen en él.”
17
San Atanasio dice en una obra también polémica dirigida a los gentiles llamada “Contra los Gentiles-la
Encarnación del Verbo” en sus números 40-42: “El Padre de Cristo, santísimo e inmensamente superior a
todo lo creado, como óptimo gobernante, con su propia sabiduría y su propio Verbo, Cristo, nuestro Señor y
salvador, lo gobierna, dispone y ejecuta siempre todo de modo conveniente, según a él le parece adecuado.
Nadie ciertamente negará el orden que observamos en la creación y en su desarrollo, ya que es Dios quien
así lo ha querido. Pues, si el mundo y todo lo creado se movieran al azar y sin orden, no habría motivo
alguno para creer en lo que hemos dicho. Mas si, por el contrario, el mundo ha sido creado y embellecido
con orden, sabiduría y conocimiento, hay que admitir necesariamente que su creador y embellecedor no es
otro que el Verbo de Dios. Me refiero al Verbo que por naturaleza es Dios, que procede del Dios bueno, del
Dios de todas las cosas, vivo y eficiente; al Verbo que es distinto de todas las cosas creadas, y que es el
Verbo propio y único del Padre bueno; al Verbo cuya providencia ilumina todo el mundo presente, por él
creado. El, que es el Verbo bueno del Padre bueno, dispuso con orden todas las cosas, uniendo
armónicamente lo que era entre sí contrario. Él, el Dios único y unigénito, cuya bondad esencial y personal
procede de la bondad fontal del Padre, embellece, ordena y contiene todas las cosas. Aquel, por tanto, que
por su Verbo eterno lo hizo todo y dio el ser a las cosas creadas no quiso que se movieran y actuaran por sí
mismas, no fuera a ser que volvieran a la nada, sino que, por su bondad, gobierna y sustenta toda la
naturaleza por su Verbo, el cual es también Dios, para que, iluminada con el gobierno, providencia y
dirección del Verbo, permanezca firme y estable, en cuanto que participa de la verdadera existencia del
Verbo del Padre y es secundada por él en su existencia, ya que cesaría en la misma si no fuera conservada
por el Verbo, el cual es imagen de Dios invisible, primogénito de toda creatura; por él y en él se mantiene
todo, lo visible y lo invisible, y él es la cabeza de la Iglesia, como nos lo enseñan los ministros de la verdad
en las sagradas Escrituras. Este Verbo del Padre, omnipotente y santísimo, lo penetra todo y despliega en
todas partes su virtualidad, iluminando así lo visible y lo invisible; mantiene él unidas en sí mismo todas las
cosas y a todas las incluye en sí, de tal manera que nada queda privado de la influencia de su acción, sino
que a todas las cosas y a través de ellas, a cada una en particular y a todas en general, es él quien les otorga
y conserva la vida.” PG 25, 79-83.
29
Aun quienes sólo conocen de la Iglesia católica apenas más que su nombre han oído de
ordinario alguna vez que ella se designa a sí misma como «la única que salva»; para
quienes han entrado en contacto más estrecho con la Iglesia y la teología no es raro tam -
poco que tras esa frase simplificadora se esconda una proposición — negativamente
formulada— que se remonta hasta la antigüedad cristiana: Extra ecclesiam nulla salus —
fuera de la Iglesia no hay salvación. De la solicitud por la salvación de los no cristianos o
de los no católicos, que hubo de producir originariamente esta proposición, ha surgido
entretanto una pregunta a la Iglesia misma y una preocupación por la legitimidad de su fe.
A la conciencia moderna se le impone con tan elemental energía la certeza de la
misericordia divina, aún más allá de las fronteras de la Iglesia jurídicamente constituida,
que eso ya no puede representar problema alguno. Pero en tal caso se hace tanto más
problemática una Iglesia que, durante más de milenio y medio, no sólo ha tolerado la pre-
tensión de la exclusiva de salvación, sino que la ha erigido en elemento esencial de la
manera de entenderse a sí misma y parece haberla hecho una parte de su misma fe.
Si esta pretensión cae —y nadie la esgrime ya en serio—, parece ponerse en tela de juicio
la Iglesia misma…La fe cristiana se ha presentado desde el principio como pretensión
universal, con la que se ha enfrentado al mundo de todas las religiones. El lema de la
salvación exclusiva en la Iglesia es sólo la concreción eclesial de tal pretensión, resultando
ya desde el siglo II de la concreción eclesial de la fe. Sin esta pretensión de universalidad,
la fe cristiana no sería ella misma; pero cabalmente esa pretensión parece estar
definitivamente superada.
Así, la discusión mantenida desde hace algunos decenios con creciente viveza sobre la
salvación fuera de la Iglesia se distingue por su orientación específica del problema que en
generaciones anteriores originó el salus extra... La cuestión primaria no es ya la salud
eterna de los otros, cuya posibilidad en principio es cierta sin discusión posible; el
problema realmente capital es más bien cómo haya todavía de entenderse, ante esa
certidumbre que no puede rechazarse, la pretensión absoluta de la Iglesia y de su fe. Pero
si ello es así, si, en otras palabras, el problema real de la antigua proposición cristiana no
se dirige ya a los de fuera, sino primeramente a nosotros, en tal caso no bastan ya las
teorías sobre la salvación de los otros por ingeniosas que sean. En tal caso hay que
plantear más bien la cuestión de si aquella pretensión histórica es compatible con nuestra
conciencia de hoy; hay que poner en claro cómo puede la fe permanecer fiel a sí misma al
haber cambiado las condiciones. Está sobre el tapete la identidad esencial de la fe de
entonces y la de hoy y, por ende, la posibilidad en general de seguir siendo de manera
sincera un creyente cristiano dentro de la Iglesia católica. 18
ESTADO DE LA CUESTION19
30
Fundamentos de la afirmación
AFIRMACION DE FE:
"Así como Cristo es el UNICO MEDIADOR entre Dios y los hombres, así también la
Iglesia es el MEDIO UNIVERSAL Y UNICO de salvación. Por tanto ningún hombre puede
salvarse sin pertenecer a ella en toda su realidad o por lo menos por su disposición profunda".
El magisterio Ordinario y Universal constantemente lo afirma, por ejemplo: IV Concilio de
Letrán20, Vaticano II, L. G. 14: "Esta Iglesia peregrinante es NECESARIA para la salvación.
Sólo Cristo es mediador y camino de salvación y se hace presente en su cuerpo: La Iglesia".
SAGRADA ESCRITURA:
TRADICION:
Para los Santos Padres la Iglesia es sacramento desde el momento que revela una
realidad superior, afirman que manifiesta la vida de la Santísima Trinidad sobre todo en la
comunión y la unidad que se da al interno de su seno. Si bien es cierto que no agota ni
manifiesta todo pero con esta revelación hace posible que el ser humano se inserte en el
misterio de la vida divina y alcance la salvación, que es precisamente lo que efectúa un
sacramento.
20
DZ 430
21
“Mas también a vosotros os conviene no abusar de la poca edad del obispo, sino tributarle toda reverencia
según la virtud de Dios Padre. Así he sabido que lo hacen también vuestros santos ancianos, los cuales no
miran para nada su juvenil condición que salta a los ojos, sino que, como prudentes en Dios, están sumisos a
él, o, mejor decir, no a él sino al Padre de Jesu-Cristo, que es el obispo de todos”. (Mag. 3,1). San Ignacio de
Antioquía, Cartas en su camino al martirio, México, 1947. 90.
31
consejo de los apóstoles unidos delante de Dios24. Así mismo los diáconos deben ser
respetados por ejercer el mismo ministerio de Jesucristo25. La constante exhortación de san
Ignacio a la subordinación al obispo o al colegio de los presbíteros sirve a la unidad de la
Iglesia. A la unicidad de Dios26 corresponde la unidad de la Iglesia27.
San Ireneo señala que: “todos reconocen un único Dios Padre, creen en la misma
economía de la encarnación del Hijo de Dios, conocen la misma efusión del Espíritu,
observan los mismos preceptos y el mismo sistema de gobierno de la Iglesia, esperan una
misma venida del Señor y esperan la misma salvación de todo el hombre, es decir, del
alma y del cuerpo” (Adv. Haer. 5, 20, 1).
22
“Como quiera, pues, que en las personas susodichas contemplé toda vuestra muchedumbre en la fe y a
todos los amé, yo os exhorto a que pongáis empeño por hacerlo todo en la concordia de Dios, presidiendo el
obispo en figura y representación de Dios, y los ancianos en representación del colegio de los apóstoles y los
diáconos, para mí dulcísimos, a quienes está confiado el ministerio de Jesu-Cristo, el cual estaba antes de los
siglos junto al Padre y se manifestó al fin de los tiempos”. (Mag. 6, 1). Ibid. 91-92.
23
“Ahora que, por vuestra parte, todos habéis de respetar a los diáconos como a Jesu-Cristo. Lo mismo digo
del Obispo, que es figura del Padre, y de los ancianos que representan el concejo de Dios y el colegio de los
apóstoles. Sin éstos no hay nombre de Iglesia”. (Trai. 3, 1). Ibid. 109.
24
“Porque como sea cierto que estáis sometidos a vuestro obispo como a Jesu-Cristo, os presentáis a mis
ojos no como quienes viven según los hombres, sino según Jesu-Cristo que murió por vosotros, a fin de que,
por la fe en su muerte, escapéis vosotros de la muerte. Necesario es, por tanto, como ya lo practicáis, que no
hagáis cosa alguna sin contar con el obispo; antes someteos también al colegio de los ancianos, como a los
apóstoles de Jesu-Cristo, esperanza nuestra, en quien hemos de encontrarnos en toda nuestra conducta”.
(Trai. 2, 1). Ibid. 108. Ver también: Mag. 6, 1; Trai. 3, 1.
25
Cf. Mag. 6, 1; Trai. 3, 1.
26
“Así, pues, por lo que a mí toca, hice lo que me cumplía como hombre que llegó a la perfección en la
unidad; mas allí donde hay escisión e ira, no habita Dios. Ahora bien, a todos cuantos se conviertan, les
perdona el Señor, a condición de que se conviertan a la unidad de Dios y al consejo del obispo”. (Filad. 8, 1).
Ibid. 140. “Bien están también los sacerdotes; pero mejor que todos es el Sumo Sacerdote a quien se confía
el Santa Sanctorum, el solo a quien se encomiendan los misterios de Dios, como que Él es la puerta de Dios
(Jn 10, 9) por la que entran Abraham, Isaac y Jacob y los profetas y los apóstoles y la Iglesia. Todo esto para
la unidad de Dios”. (Filad. 9, 1). Idem. “Saludo a vuestro obispo, digno de Dios, y al divino colegio de los
ancianos, a los diáconos consiervos míos y a cada uno en particular y a todos en general en nombre de Jesu-
Cristo, en su carne y en su sangre, pasión y resurrección, en unidad de Dios y vuestra, corporal y
espiritualmente”. (Esmir. 12, 2). Ibid. 156. “Os envío mi adiós para siempre con súplicas a nuestro Dios
Jesu-Cristo, en el cual perseveréis en la unidad de Dios y del obispo”. (Polic. 8, 3). Ibid. 167. “De la cruz,
digo, por medio de la cual os llama a Sí el Señor en su Pasión, como miembros suyos que sois. Ahora bien, la
cabeza no puede nacer separada de los miembros, más que cuando Dios promete la unión, y Él es ese Dios” .
(Trai. 11, 2). Ibid. 112-113.
27
“Por eso vuestra concordia y unánime caridad es un canto a Jesu-Cristo. Y aun cada uno de vosotros en
particular habéis de convertiros en un coro, a fin de que, unísonos por la concordia y recibida en vosotros la
armonía de Dios, cantéis en la unidad, a una sola voz, al Padre por medio de Jesu-Cristo; y así es como os
oirá y reconocerá, por vuestras buenas obras, como miembros de su hijo. Cosa, por tanto, provechosa es que
os mantengáis en unidad irreprochable, a fin de que en todo momento os hagáis partícipes de Dios. Porque
si yo, en tan poco tiempo, tal familiaridad he adquirido con vuestro obispo –familiaridad, digo, no a lo
humano, sino espiritual-, ¡cuánta más razón no tengo para felicitaros a vosotros, que estáis templados con él
al modo que la Iglesia con Jesu-Cristo y como Jesu-Cristo con su Padre, a fin de que todo, en la unidad,
suene al unísono!”. (Efe. 4, 2- 5, 1). Ibid. 66. “En cambio, donde esté el pastor, allí debéis, como ovejas,
seguir vosotros. Porque muchos lobos, que se presentan dignos de todo crédito, cautivan con su funesto
placer a los corredores de Dios. Mas en vuestra unión, ningún lugar de entrada tienen”. (Filad. 2, 2) Ibid.
136. “Ten cuidado de la unidad, mejor de la cual nada existe. Llévalos a todos sobre ti, como también a ti te
lleva el Señor” (Polic. 2, 2). Ibid. 161-162.
32
San Cipriano afirma que: “Dios es uno, Cristo es uno, la Iglesia es una y también la
cátedra es una”. (Carta 43, 5); dice además: “La origen de la Iglesia viene de la unidad”
(De Unitate 4); y su frase célebre: “Quien no tiene a la Iglesia por madre no puede tener a
Dios por padre” (De Unitate 6).
San Hilario de Poitiers afirma que la Iglesia se acerca a la Trinidad, casi asunta en ella:
“por lo tanto, esto, se dice del pueblo de Dios, ser hermanos bajo un mismo Padre, ser uno
bajo un mismo Espíritu, concordes vivir en una misma casa, ser miembros de un mismo
cuerpo bajo una sola Cabeza” (In Ps. 132, 3).
Para san Cirilo de Alejandría la unidad del cuerpo eclesial proviene de la esencia
divina (In Io 11, 11); la unidad de los miembros de Cristo es realizada del hecho de que
reciben un mismo pan eucarístico y se convierten con Cristo y entre ellos un solo cuerpo
(Ibid.). De igual modo es eficaz el hecho de que el mismo Espíritu Santo habita en cada uno
de los fieles (Ibid.). Es así que aquellos que pertenecen a la Iglesia son destinatarios de los
sacramentos y se convierten en lo que era el hombre en el origen: plasmados a imagen de
Dios (es decir, del Hijo) y a su semejanza (es decir, según el Espíritu Santo).
Como se puede apreciar los Padres se refieren a la Iglesia como una realidad que se
funda en la Santísima Trinidad y que manifestándola ofrece la salvación a quien se
introduce en ella mediante unos gestos divinos concretos que se conocen como
sacramentos. La Iglesia, pues, es un sacramento universal de salvación porque es el medio
escogido por Dios Uno y Trino para dispensar a todos y cada uno de los hombres la
salvación que quiere que alcance hasta los confines de la tierra.
La fórmula "Fuera de la Iglesia NO hay salvación" aparece por primera vez en San
Cipriano y Orígenes hacia el 250. Pronto se convierte en una de las más tradicionales de la
Iglesia, aparece ininterrumpidamente en los Padres, tal cual o con variante; en los teólogos,
con imágenes como el Arca, la Vid (rama seca); y en el Magisterio.
33
Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen
querido entrar o perseverar en ella (LG 14).28
Es esencial a la Iglesia ser única ("Mi Iglesia", "Un solo rebaño, un solo pastor", "que
sean UNO"), de lo contrario ya no sería la esposa del único mediador, su cuerpo, el
Sacramento de la comunión universal entre Dios y los hombres. Esto NO es un
IMPERIALISMO UNIVERSAL, sino fidelidad a la misión que ha recibido con respecto a
toda la humanidad, es CARIDAD UNIVERSAL, por tanto admitir una pluralidad de Iglesias
equivaldría a NO admitir ninguna, a rechazar la noción de Iglesia.
El Señor Jesús, único salvador, no estableció una simple comunidad de discípulos, sino que
constituyó a la Iglesia como misterio salvífico: Él mismo está en la Iglesia y la Iglesia está
en Él (cf. Jn 15,1ss; Ga 3,28; Ef 4,15-16; Hch 9,5); por eso, la plenitud del misterio
salvífico de Cristo pertenece también a la Iglesia, inseparablemente unida a su Señor.
Jesucristo, en efecto, continúa su presencia y su obra de salvación en la Iglesia y a través
de la Iglesia (cf. Col 1,24-27),(LG 14) que es su cuerpo (cf. 1 Co 12, 12-13.27; Col 1,18).
(LG 7) Y así como la cabeza y los miembros de un cuerpo vivo aunque no se identifiquen
son inseparables, Cristo y la Iglesia no se pueden confundir pero tampoco separar, y
constituyen un único « Cristo total »(Cfr. San Agustín, San Gregorio Magno, Santo Tomás
de Aquino). Esta misma inseparabilidad se expresa también en el Nuevo Testamento
mediante la analogía de la Iglesia como Esposa de Cristo (cf. 2 Cor 11,2; Ef 5,25-29; Ap
21,2.9; LG 6).
Por eso, en conexión con la unicidad y la universalidad de la mediación salvífica de
Jesucristo, debe ser firmemente creída como verdad de fe católica la unicidad de la Iglesia
por él fundada. Así como hay un solo Cristo, uno solo es su cuerpo, una sola es su Esposa:
« una sola Iglesia católica y apostólica » (DS 48, DS 870-872; LG 8). Además, las
promesas del Señor de no abandonar jamás a su Iglesia (cf. Mt 16,18; 28,20) y de guiarla
con su Espíritu (cf. Jn 16,13) implican que, según la fe católica, la unicidad y la unidad,
como todo lo que pertenece a la integridad de la Iglesia, nunca faltaran. (UR 4; U. U. Sint
11).
Los fieles están obligados a profesar que existe una continuidad histórica —radicada en la
sucesión apostólica—(LG 20) entre la Iglesia fundada por Cristo y la Iglesia católica: «
Esta es la única Iglesia de Cristo [...] que nuestro Salvador confió después de su
resurrección a Pedro para que la apacentara (Jn 24,17), confiándole a él y a los demás
Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mt 28,18ss.), y la erigió para siempre como «
columna y fundamento de la verdad » (1 Tm 3,15).29
28
CEC # 846
29
Dominus Iesus # 16
34
(2) Sentido y alcance de la afirmación "Fuera de la Iglesia NO Hay Salvación" La
afirmación tiene dos aspectos:
1- NUEVO TESTAMENTO:
b) Nunca afirma que sea suficiente invocar a Cristo o afiliarse a su Iglesia para poder
salvarse, hasta dice explícitamente lo contrario: Mt 7, 21-24: "No todo el que me diga
Señor, Señor..."; Mt 13, 41-42; Mt 25, 41.
c) NO excluye en ninguna parte una pertenencia a Cristo y a la Iglesia simplemente
latente y tendencial pero ya salvífica: Mt 12, 30: "Quien no está contra nosotros, está
con nosotros"; Jn 8, 56 dice Cristo: "Abraham ha visto mi día"; Jn 1, 9.
2- LOS PADRES:
b) SAN AGUSTIN, quien distingue hereje material (de buena fe) y hereje formal: "Aquel
(hereje) fruto... de la herencia de unos progenitores seducidos y arrastrados por el
error; si busca la verdad escrupulosamente pronto a abrazarla en cuanto la conozca, no
debe ser clasificado entre los herejes"31.
30
cf. P.L. 65, 704
31
Ep 43, 1
35
c) SAN AMBROSIO a propósito del emperador Valentiniano II, asesinado antes de
haber recibido el bautismo que tanto deseaba escribe: "¿NO habrá recibido la gracia
que deseaba, que él había pedido? Evidentemente, si la ha pedido, la ha recibido" 32.
(N.B. Para un pagano, cuando no se puede el bautismo de agua, basta el de deseo)
3- EDAD MEDIA:
5- ÉPOCA ACTUAL:
32
P.L. 16, 1374
33
I-II q. 89, a. 6
36
PIO XII, en la Mystici corporis, menciona explícitamente que hay "quienes por cierto
deseo o aspiración inconsciente están ordenados al Cuerpo Místico" 34, preparando así el
progreso del Vaticano II en L. G. 16.
Y aún más audacia: aquellos que sin culpa no han llegado a un conocimiento expreso
de Dios y se esfuerzan con la gracia en llevar una vida recta, tampoco les niega Dios los
auxilios necesarios para la salvación37.
34
DS 3821
35
Carta del Santo Oficio al arzobispo de Boston, 8 de agosto de 1949, DZ 3870
36
Ibid.
37
LG 16 y GS 22, 5
37
Aquí vemos dos puntos importantes: el esfuerzo del hombre y la gracia de Dios. Por
tanto Dios no está lejos de nadie, quiere que todos los hombres se salven (I Tim 2, 5). Lo
esencial es que cada persona corresponda a las solicitudes y a la acción de la gracia de Dios en
él para no hacer vano el designio de Dios sobre él.
CONSECUENCIAS:
Por ser la Iglesia en el mundo el único sacramento universal de salvación, toda gracia
llega por la Iglesia y tiende a la Iglesia. Cuando se habla de Cristo Mediador y de la Iglesia
Mediadora el término empleado NO tiene el mismo contenido.
En Cristo, mediador y principio de la gracia (cabeza) se corresponden
exactamente. ("FUENTE")
La Iglesia es solo mediadora y de ningún modo principio de la gracia sino
servidora. ("CANAL")
a) TODA GRACIA LLEGA A TRAVES DE LA IGLESIA:
Porque la Iglesia forma una sola cosa con la cabeza de la que depende: Cristo. Es
"Cristo difundido y comunicado" (Bossuet). Por tanto toda participación en la vida de Cristo
será eclesial, ya que no existen dos especies de una misma vida cristiana.
Es decir ordena necesariamente a quien la recibe hacia la Iglesia para que pertenezca a
ella cada vez más y mejor, porque Cristo es un esposo humilde y fiel y todo lo que hace, lo
hace para su esposa.
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2) Grados de pertenencia (L. G. 14-16): "Nadie se salva fuera de la Iglesia"
(Unido a ella siquiera por un deseo o aspiración implícita)
Aun sin estar plenamente incorporado a la Iglesia, es posible estar unido a ella y en
este sentido, pertenecer a ella de algún modo.
Esta se da cuando faltan una o dos de las tres condiciones: Fe cristiana, vida
sacramental y comunión con la jerarquía.
Que ni siquiera cabe calificarlo como pertenencia, cuando no se da ninguna de las tres
condiciones.
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