II - Posmodernidad
II - Posmodernidad
II - Posmodernidad
POSMODERNIDAD
Claudio Alvarez Terán
El marco cultural constituye la forma de vida de una sociedad, y ese marco cultural es el
que le da sentido a los modelos económicos, las estructuras sociales y los sistemas
políticos que conforman el todo de la sociedad.
El marco cultural del viejo paradigma tomó el nombre de Modernidad y puede afirmarse
que la modernidad es la lógica cultural del viejo modelo económico industrial.
La Modernidad que nace con pensadores como Maquiavello y artistas como Miguel Angel,
afirma la voluntad humana por sobre todas las cosas, quebrando el espinazo del
pensamiento mítico, mágico y religioso que había prevalecido desde los inicios de la
historia humana.
La clase en ascenso por aquel entonces, siglo XVIII, era la burguesía que luchaba por
perforar los privilegios de los alicaídos nobles aún en el poder, impulsando un nuevo
modelo económico apuntalado en la Primera Revolución Industrial: el incipiente
capitalismo industrial. De tal modo el pensamiento moderno del liberalismo se enlaza
íntimamente con el modelo económico capitalista a través del eslabón de la burguesía.
Fue durante el siglo XIX cuando se produjo el triunfo definitivo de la burguesía liberal-
capitalista en Occidente dando forma final a una cultura sólidamente instalada en esta
parte del mundo, la modernidad, que continuó su camino ascendente hasta llegar a
mediados del siglo XX para entroncarse con el modelo industrialista avanzado, pero
paradójicamente, el marco cultural moderno llega a este punto debilitado y anémico.
El Iluminismo alumbraría dos teorías básicas que aspiraban a ordenar la realidad humana
desde la razón. Una el liberalismo y otra el marxismo, la primera tuvo su nacimiento oficial
con la Revolución Francesa de 1793, la segunda con la publicación del Manifiesto
Comunista en 1848.
Ambas teorías, ambas ideologías, son hijas de una misma madre: La Razón, y ambas
doctrinas son hijas de un mismo padre: el Iluminismo, sustentados en un mismo objetivo:
el Progreso.
Y en esa disputa discurrió el quehacer intelectual durante la vigencia del viejo paradigma.
La modernidad no es una cultura que acepte pensamientos tibios o débiles, es tiempo de
doctrinas sólidas y definitivas, y por ende de fuertes combates ideológicos.
Era una verdad que el Hombre se realizaba por su trabajo, una verdad asumida tanto por
el liberalismo como por el marxismo, y el trabajo era un verdadero credo en la cultura
moderna. Y el sistema económico del viejo paradigma así lo reflejaba mediante su
organización laboral vertical, jerarquizada y disciplinaria, con la idea del Deber como
bandera.
El deber era central en la vieja sociedad moderna, una vida marcada por el adverbio NO,
por la negatividad del No-Poder, marcada por la presencia del padre, del jefe, del
maestro, del guía, de allí la idea de la sociedad disciplinaria, donde las normas
expresaban ese Pacto Social que aseguraba la convivencia, establecía las funciones y
roles de cada ciudadano. Una sociedad con guías claras y mapas consistentes para vivir
en ella, con una marcado linealidad vertical
No había lugar en la modernidad para las aventuras personales que rompieran el molde
establecido, no había lugar para los rebeldes o los locos. La vida diaria también respondía
a este molde disciplinario donde cada quien sabía qué era lo que tenía que hacer dentro
de la institución de la que formaba parte. Una normatividad social por todos aceptada que
dejaba en claro la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, una
normatividad social que privilegia el interés colectivo por encima de los intereses
individuales, en la búsqueda de la totalidad, en el que la pertenencia asumía una
importancia sustancial: pertenencia a una nación, a una ideología, a una religión, a una
lengua, a una cultura.
El hombre moderno entiende que su razón lo puede llevar a cualquier límite, al progreso,
incluso a perseguir la utopía, el Hombre Moderno puede, pero desde una perspectiva
universal y potencial, no se trata del poder individual si no de las posibilidades infinitas
para el todo, para el conjunto social; y para ello el individuo “debe” cumplir su papel,
disciplinarse al interés del conjunto.
En ese marco racional se hace fuerte la dualidad cuerpo/espíritu proveniente del viejo
molde platónico, retomado por el cristianismo y consustanciado con la cultura occidental
que la modernidad hace propia con Hegel y Heidegger. Una realidad binaria, espacio de
la negatividad, en la que no hay lugar para terceras opciones: verdadero/falso,
masculino/femenino, crecimiento/decadencia, patrón/trabajador, mayoría/minoría,
izquierda/derecha, salud/enfermedad, natural/artificial, público/privado, cuerpo/espíritu.
Y decíamos que si un puntal de la cultura moderna era la Razón, el otro era el Progreso,
entendido como el destino ineludible que le espera a la Historia Humana, porque la
modernidad entiende de manera teleológica la Historia, considera que todo tiene un
sentido, y ese sentido es el Progreso, una línea en dirección hacia delante y hacia arriba,
una flecha lanzada hacia el cielo sería la figura exacta de lo que le espera al futuro
humano, y es este último concepto, Futuro, es la que se relaciona íntimamente con el
Progreso, y se constituye en el destino ineludible del Hombre, a quién, según la
modernidad, le espera un mañana mejor y ese mañana llegará, no como un regalo de
Dios sino como consecuencia de la voluntad humana expresada en acto.
Por eso el Hombre de la modernidad proyecta, piensa en su futuro, realiza sus actos con
ese objetivo, incluso resigna el presente en pos del mejor mañana que le espera. El
hombre de la modernidad pospone, no se entrega a la satisfacción inmediata, se
esfuerza, se sacrifica por “la causa”.
De este modo la idea del cambio forma parte esencial de la modernidad, pero la
contraparte de esto es que una vez que ese cambio se concretaba toda esa fuerza
revolucionaria terminaba mutando a conservadora, para alimentar otra alternativa
revolucionaria.
¿Pero cuándo este sólido andamiaje cultural destinado a darle sentido final a la Historia
humana comienza a dar signos de debilidad? ¿Cuándo la crisis del paradigma de
pensamiento moderno comienza a manifestarse?
Será a partir de acontecimientos trascendentales del siglo XX, como las carnicerías de la
Primera Guerra Mundial, la brutal crisis económica de 1930, el estallido de la Segunda
Guerra Mundial, el Holocausto judío, la detonación de la Bomba Atómica, llevaron a
comenzar a cuestionar el destino de progreso que prometía la modernidad.
La Razón y la fe en el Progreso, pilares de la modernidad que había prometido un mundo
mejor, fueron puestos en cuestión alcanzando a afectar a otra columna vertebral de lo
racional, la ciencia y su pretensión de Verdad.
Ya no hay una realidad única, fija y cognoscible, solo hay realidades individuales, el
mundo deja de verse como un conjunto de verdades y pasa a verse como un ramillete de
opciones y posibilidades.
El futuro se observa como una gran desilusión y el pasado una profunda frustración, ya
que como sostiene el historiador Jacques Revel, al no proyectarnos hacia el futuro el
pasado se vuelve opaco, difícil de descubrir.
1
Teoría del Caos elaborada por Ilya Prigogine, y la Teoría de la Incertidumbre por Werner Heisenberg.
2
Ulrich Beck, citado por Zygmunt Bauman, En busca de la política.
conocido y en pensarse definitiva, perdiendo de vista al Hombre como objetivo
aplicándose más a los medios que a los fines, enfocándose en lo dado dejando de lado la
trascendencia, resumiendo al Hombre a una sola dimensión.
Así, derribadas las columnas de la Razón y del Progreso, se cierran los caminos de la
modernidad.
El viejo paradigma cultural de la modernidad se queda pues sin sus soportes y da señalas
claras de anomalías al no poder explicar ya lo que sucede y el nuevo paradigma se afinca
en un nuevo sustrato cultural, la posmodernidad, como bautizó Jean Francois Lyotard a
esta nueva cultura, o bien la hipermodernidad, como prefiere llamarla Gilles Lipovetsky.
POSMODERNIDAD / HIPERMODERNIDAD
Cuando se analiza la denominación que debe darse a esta nuevo modelo cultural que se
construye a partir de la crisis de la Modernidad, aparecen dos nombres que han ganado
especial posicionamiento, el primero surge del planteo original del filósofo francés Jean
Francois Lyotard que le llamará Posmodernidad, el segundo es abordado por otro francés,
Gilles Lipovetsky, que considera que el nombre adecuado es Hipermodernidad. Entre
ambos otros nombres se van desarrollando a partir de diversos analistas, Modernidad
Líquida para Zygmunt Bauman, Sobremodernidad para Marc Auge, Segunda Modernidad
para Ulrich Beck, Modernidad Tardía para Anthony Giddens.
Indudablemente las dificultades para darle una denominación definitiva al nuevo modelo
cultural de nuestro tiempo se basa en los lazos que sigue teniendo con el viejo modelo
cultural de la modernidad, lo que queda claro a partir de que todos los nombres terminan
aludiendo al modelo cultural que se deja atrás.
Si bien al inicio Posmodernidad parecía un nombre correcto, ya que definía una cultura
que venía a sustituir a la anterior por una diferente. Con el tiempo se ha podido ir
observando que ese supuesto corte entre la vieja modernidad y esta nueva cultura no era
tan evidente como se suponía, no era tan claro, y se ha llegado a comprender que se trata
más de un proceso de transformación o mutación de la modernidad que de su
desaparición. Por eso las denominaciones de Hipermodernidad, Sobremodernidad o
Modernidad Líquida parecen representar mucho mejor a la nueva cultura.
En este sentido parece pertinente aplicar la idea de Frederic Jameson sobre el cambio
cultural. Jameson entiende que los cambios no consisten en el derrumbe de una
estructura para ser reemplazada por una estructura totalmente nueva, sino la
recombinación de elementos existentes en el período que acaba de una manera diferente
en el período que comienza.
Estamos en una sociedad que rompe con lo convencional y considera que para un
individuo todo puede ser posible, que rompe con la idea de la autoridad y la jerarquía del
padre, y se vuelca a la satisfacción del deseo personal entre iguales. Edipo y su culpa es
suplantado por Narciso y su libertad.
En un ambiente de libertades no hay lugar para los rebeldes ni los transgresores, porque
no hay límites para transgredir ni normas a las que rebelarse, nadie se rebela ante un SI.
No más una moral universal de valores sacralizados que deben ser respetados por todos,
sino libre aceptación de una multiplicidad de comportamientos basados en valores todos
adecuados, el reinado de la ética personal.
3
Entendemos “deseo” como “concupiscencia”, es decir el deseo de satisfacer necesidades urgentes y
materiales, no incluimos aquí deseos profundos del espíritu humano como el deseo de trascendencia.
No más la idea dominante del progreso lineal, sostenido y en avance perpetuo, ahora
desarrollos plurales que ofrecen avances y retrocesos, caídas y estancamientos, formas
reticulares, sinuosas.
Estos son algunos factores que impulsan la transformación de la vieja modernidad para
dibujar un modo de vida diferente, inclusive no solo reducido a occidente como pasaba
con la modernidad, sino también adoptado incluso en las sociedades orientales.
En palabras de J. Rifkin, “la era posmoderna está ligada a un nuevo estadio del
capitalismo basado en la mercantilización del tiempo, la cultura y la experiencia de vida;
mientras que la era previa correspondía a un estadio anterior del capitalismo, basado en
la mercantilización de la tierra y de los recursos, la mano de obra humana y la fabricación
de bienes”.
Por eso es muy importante partir del cambio cultural del siglo XXI para desde él
comprender las transformaciones del nuevo siglo.
Robert Lifton caracteriza a la generación del siglo XXI como seres “proteicos”, que basan
sus actos en el propio deseo. Piensan en sí mismo como intérpretes más que como
trabajadores, y quieren que se les considere antes su creatividad que su laboriosidad.
Han crecido en un mundo de empleo flexible y están acostumbrados al trabajo temporal.
Sus vidas están menos asentadas y son más provisionales que las de sus padres. Son
más terapéuticos que ideológicos, más adaptables que revolucionarios, y piensan más
con imágenes que con palabras. Son menos racionales y más emotivos. Consideran el
centro comercial su plaza pública, ý para ellos es igual soberanía del consumidor que
democracia. Sus mundos tienen menos límites y son más fluidos ya que han crecido con
el hipertexto. Tienen una percepción de la realidad más sistémica que lineal. Tiene poco
interés por la Historia, pero están obsesionados con el estilo y la moda.
Como sostiene Byung Chul Han el siglo XX fue el del paradigma inmunológico, de la
distinción entre el adentro y el afuera, entre el yo y el extraño. Un siglo caracterizado la
noción del enemigo externo donde el extraño aparecía como objeto de ataque aun cuando
no resulte hostil, simplemente por ser otro.
La nueva cultura del siglo XXI es simultánea y atemporal, esta transformación es posible a
partir de la revolución de la tecnología de la información y la comunicación que conquista
nuevos límites temporales y espaciales.
De este modo el ordenamiento de los sucesos pierde su ritmo cronológico, lo cual genera
una cultura al mismo tiempo de lo eterno y de lo efímero. La eliminación de la
secuenciación crea un tiempo indiferenciado, equivalente a lo eterno, pero también
propone un soporte invisible e inasible, una realidad virtual, efímera.
El tiempo de los proyectos y los ideales utópicos deja paso al diseño de la vida diaria,
porque la vida es hoy, no hay tiempo para resignar con vista al futuro, solo el hoy. El
tiempo de los héroes y el sacrificio ha pasado, es hora del hombre común y el disfrute. La
modernidad podía reflejarse en el viejo mito de Prometeo, el hombre capaz de robarle el
poder a los dioses, el hombre cuya voluntad todo lo puede; la hipermodernidad tiene su
figura mítica en Dionisio, el dios de la fiesta, del éxtasis, del disfrute, de la sensualidad
oriental.
La obsolescencia acelerada, el reinado de la moda, la cultura de la urgencia, la
satisfacción inmediata del deseo, la presión por el consumo, la superficialidad, la imagen,
la experiencia cultural, la primacía del zapping, la innovación permanente, la obsesión por
el presente, la estética MTV, la mercantilización del tiempo, son todos factores de la
hipermodernidad que dejan en claro la emergencia de lo efímero, donde prima lo ligero, lo
suave, se rehuye de lo profundo y lo reflexivo.
Ante esta realidad la personalidad del Hombre del nuevo tiempo debe ajustarse a ella. Si
la vida es “ahora” y no vale sacrificarse por ningún pasado ni por el futuro, vale entonces
solo aplicarse a la satisfacción en el presente abandonando cualquier pretensión
trascendente.
Las sociedades con el auge de lo efímero pierden también su raigambre espacial ya que
sin pasado no hay Historia y sin futuro no hay proyecto ligado al espacio, y el hombre del
siglo XXI se encuentra entonces huérfano de cualquier arraigo, pierde vínculo con las
instituciones de pertenencia, se transforma lentamente en un habitante de los flujos,
pierde identidad local, se van construyendo identidades globales.
Como decíamos, el ordenamiento disciplinario era parte sustancial de la vieja cultura, pero
en la Hipermodernidad el exceso pasa a ser la norma, antiguamente la norma era la
enemiga del exceso, hoy, cuando las normas se debilitan o se ausentan, nada parece ser
excesivo.
Vale aquí hacer dos aclaraciones, la primera es que la belleza fundamental a la que
aspira el Hombre posmoderno no solo es interna sino esencialmente exterior, coincidente
con la celebración de lo externo y lo superficial y la valorización de la imagen; la segunda
es que se trata de la propia belleza, lo cual revela un grado de individualismo creciente,
en el que la importancia está en UNO MISMO, donde el hombre hipermoderno se funde
consigo mismo. Individualismo al que Lipovetsky llama “personalismo”, y que Maffesoli
entiende como paso del individuo indivisible y único de la modernidad a la persona plural
y diversa de la hipermodernidad.
El narcisismo es el detonante del culto a la juventud, junto con la idea de que solo hay un
tiempo, el presente. Si la belleza primordial es la exterior para ella no hay nada más
amenazante que el paso del tiempo, un tiempo que la posmodernidad se empeña en
ocultar, siendo la preservación (por todos los medios) de la eterna juventud el medio
adecuado para esconderlo.
4
Según un informe de FLACSO publicado por IEco Clarín para los jóvenes argentinos entre 24 y 30 años no
es atractivo un trabajo para toda la vida. El promedio de tiempo continuado en un mismo trabajo es de 6 años.
55
Byung Chul-Han, La Sociedad del Cansancio. Buenos Aires, Herder, 2014
inacabable de posibilidades sin más límites que la propia responsabilidad, la
responsabilidad de un individuo que ha perdido el sostén colectivo y que se somete a su
propio imperativo de poder.
Aparece allí la idea dominante en nuestro siglo de que las personas son más allá de sus
condiciones socio-históricas y que el resultado de sus actos son absoluta responsabilidad
de sí mismos, el reino del “sí, tu puedes”. De aquí se desprende la tendencia a pensar al
rico como gestor de su riqueza y al pobre culpable de su pobreza, ya que se piensan las
conductas como individuales y no como fruto del accionar colectivo, y a las personas
como un conjunto de individualidades liberadas de vínculos institucionales.
6
Las ciencias físicas siempre han sido un referente fundamental de la filosofía (baste relevar el panorama de
la filosofía griega clásica como ejemplo), y hoy día la teoría del caos, la teoría de la incertidumbre o la teoría
de la incompletud reflejan la importancia creciente de conceptos tales como indeterminación, contingencia,
codeterminación y diversidad, es decir, todos conceptos opuestos a los de certeza y verdad.
7
La primera concepción de la realidad fue la mecanicista, que la entiende como reversible y repetitiva y por
ello determinista. La segunda concepción es la realidad cuántica inaccesible, probable y relativa. La tercera
concepción es la de Prygogyne, de un universo en construcción, inestable, impredecible, únicamente
probable.
no una línea de tiempo cronológico sino una red de sucesos sin finalidad establecida.
Por ello el arte posmoderno recoge un collage de estilos históricos unidos para sorprender
y estimular, eclecticismo, mezcla de códigos, derrumbe del concepto de alta cultura,
disolución de la frontera entre vida cotidiana y arte, donde TODO VALE.
Aquella dura realidad binaria de la modernidad deja lugar a una apertura hacia múltiples
opciones. Verdades múltiples, sexualidades diversas, ideologías gaseosas,
industrializaciones periféricas, prosumidores, desaparición de la frontera público/privado,
realidades virtuales, entre tantas alternativas abiertas domina el oximoron en el cual los
opuestos se mixturan para generar nuevos sentidos.
En nuestro tiempo todo se respeta sin afectar rangos de valor. Contra la autoridad se
erige el dios de la comunicación y el diálogo del consenso, del mundo disciplinar del padre
al universo horizontal de los hermanos.
Como hemos dicho el termino pos-modernidad fue puesto en análisis e incluso suplantado
por el de hiper-modernidad, ambos términos se revelan como un significado en sí mismo,
ya que el nuevo modelo cultural es el tiempo de lo pos y de lo hiper.
Es muy común observar definiciones con el prefijo hiper revelan el carácter excesivo de
nuestro modelo cultural, mundo de hipermercados lleno de hiperconectados viviendo en la
hiperrealidad de los hipertextos y la hipercomunicación
Del mismo modo las definiciones con el prefijo pos a falta de mejores conceptos para
explicar los nuevos fenómenos: pos-industrial, pos-capitalista, pos-histórico, pos-moderno,
pos-humano, pos-político.
Esto revela una incapacidad de los analistas para configurar el nuevo modelo por sus
características propias recurriendo a categorías pasadas, por ello también se utiliza el
prefijo neo recuperando ideas del pasado: neo-liberal, neo-nazi, neo-cristiano, neo-
imperialista, neo-comunista.
Tanto el pos como el neo revelan un cambio sustancial de la nueva cultura y es que no es
un tiempo de generación sino de conservación, es un tiempo que a falta de novedades se
alimenta de circunstancias, fenómenos y procesos ya concluidos para tratar de insuflarle
vida, se trata de mutaciones y superaciones de ideas previas. En este intento lo que
recupera es solamente la forma exterior del fenómeno ya que la sustancia histórica que
promovió esas circunstancias ya no existe, expurgados de su espíritu vital
Por esa razón hablar hoy de nazismo resulta complejo pues ya no existen las
circunstancias históricas que le dieron sentido, y por eso ahora los seguidores del
nazismo aparecen como extraños cultores de alguna secta secreta que intenta revivir la
esencia de aquella ideología mediante extraños ritos de extrema violencia.
Pueden traerse al presente formas de vestir que en otros tiempos causaban escozor,
simplemente porque su costado cuestionador o transgresor ha sido eliminado, o convertir
en un espectáculo mediático la actuación de un grupo musical que en otros tiempos
hubiera sido tildado de subversivo o satánico. Inclusive someter a la maquinaria de
desgaste y desustancialización a las ideas políticas más transgresoras.
Este reciclaje cultural admite entonces cualquier tipo de material, no importa cuál haya
sido el espíritu histórico y social que le sustentase, porque para el pensamiento
hipermoderno el pasado no es tenido en cuenta y el futuro no existe, “ataúdes flotantes,
llevados por la corriente, eso es el pasado (para los hipermodernos)”, dice Alessandro
Baricco. 8
Es posible entonces unir elementos contradictorios porque han sido previamente vaciados
de contenido, y esto se puede ver en las posiciones de los partidos políticos que en su
discurso se permiten relacionar conceptos como justicia social y libertad de mercado, por
ejemplo, simplemente porque su sentido histórico ha sido eliminado y los términos
vaciados de su contenido transformador, o también en las expresiones artísticas que
relacionan estilos otrora diversos en lo que se llama el espacio de lo ecléctico.
El arte se integra a los circuitos de consumo perdiendo la vieja distinción entre alta cultura
y cultura popular, ya que la hipermodernidad involucra a los bienes culturales como objeto
de arte, cualquier cosa puede estetizarse, y consumirse. Mientras el diseño y la publicidad
confluyen con el arte e ingresan a los museos al mismo tiempo el arte se masifica y se
introduce en la industria.
“El pastiche, el retro, el derrumbe de las jerarquías simbólicas” explican, para Mike
Featherstone, la integración de las manifestaciones artísticas plenamente en una cultura
del consumo.
Las palabras y las cosas pasan a ser elementos intercambiables y con posibilidades de
adicionarse al infinito sin que a nadie le llame la atención, es lo que se ha dado en llamar
pastiche cultural, una sucesión de elementos a la manera de un clip de video, imágenes
que se suceden a la velocidad del rayo sin contexto o coherencia aparente, una mezcla
incesante de elementos reciclados sin valor en sí mismos, un inmenso collage de
componentes cuyo único valor es la superficie de su imagen.
Como puede observarse a partir de este relato sobre las condiciones del modelo cultural
del siglo XXI estamos frente al sustrato vital sobre el que se construyen las
transformaciones sociales, políticas y económicas que dan forma a un nuevo paradigma
8
Baricco, Alessandro, Los Bárbaros. Ensayos sobre la Mutación. Barcelona, Anagrama, 2007
de comprensión de la realidad, el del siglo XXI.