Guion Teatral de La Gallina Degollada
Guion Teatral de La Gallina Degollada
Guion Teatral de La Gallina Degollada
Personajes:
Narrador (vecina)
Mamá Mazzini-Ferraz
Papá Mazzini-Ferraz
Hermano 1
Hermano 2
Hermano 3
Hermano 4
Berta
Medico
Acto 1: La llegada de los niños
¡vivan los novios! ¡viva!. Esta es la historia de un matrimonio (gritan)
Narrador A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho
amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un
hijo: ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de
su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que
es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación? Así lo
sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de
matrimonio, creyeron cumplida su felicidad.
Llanto de bebé. Sale el médico y se lo entrega al papá. Sale la mamá, se abrazan.
Narrador La criatura creció bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en
el vigésimo mes, una noche convulsiones terribles lo sacudió, y a la mañana
siguiente no conocía más a sus padres.
Madre: ¡Hijo, mi hijo querido!
Entra el médico lo examina. El padre, desolado, acompañó al médico afuera.
Medico: A usted se le puede decir; creo que es un caso perdido. Podrá mejorar,
educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.
Padre: ¡Sí!... ¡Sí! (asentía Mazzini). Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia,
que?...
Médico: En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su
hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada
más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar bien, para mí que es culpa
de la madre.
Narrador: Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de
otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir
extinguido.
Llanto de bebé. Sale el médico y se lo entrega al papá. Sale la mamá, se abrazan.
El primer hijo sentado en un rincón, sucio. Mirando la nada.
Narrador: Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se
repetían, y al día siguiente amanecía idiota. Esta vez los padres cayeron en honda
desesperación.
Madre: ¡no, mi hijo! ¡qué castigo estaré sufriendo!
Padre: ¿acaso nuestro amor está maldito? Quiero un hijo ¡pero un hijo, un hijo
como todos! ¿Es tanto pedirte eso?
El padre la mira con desprecio. El primer y segundo hijo sentados en un rincón.
Narrador: más allá de todo lo que pasó siguieron buscando un hijo, un hijo que
cumpla sus expectativas.
Llanto de bebés. Sale el médico y se lo entrega al papá. Sale la mamá, se
abrazan
Narrador: Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los
dos mayores.
Los cuatros hijos en un rincón. Riéndose
Acto 2:
Narrador: No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin
a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos.
Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Se animaban
sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces,
echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en
cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más.
Padre: Me parece, que podrías tener más limpios a los niños.
Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.
Madre: Es la primera vez que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada
Padre: De nuestros hijos, ¿me parece?
Madre: Bueno; de nuestros hijos. ¿Te gusta así? (alzó ella los ojos)
Padre: ¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?
Madre: ¡Ah, no! (se sonrió Berta, muy pálida) ¡pero yo tampoco, supongo!... ¡No
faltaba más!... (murmuró)
Padre: ¿Qué, no faltaba más?
Madre: ¡Que, si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te
quería decir.
Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla. Sale de escena.
Narrador: Este fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables
reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.
Nació así una niña.
Llanto de bebé. Sale el médico y se lo entrega al papá. Sale la mamá, se abrazan.
Narrador: Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre
otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su
complacencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la
mala crianza. Y de los demás se olvidaron por completo. A los demás le criaba
como podía la sirvienta. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba,
con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban todo el día sentados
frente al cerco, abandonados de toda remota caricia.
Los cuatros sentados. Pasan carteles que dicen dolor, desamor…
Bertita: mami, quiero golosinas.
La madre le da.
Bertita: no me siento bien, mami, papi me duele la cabeza.
Narrador: esa noche la criatura tuvo escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o
quedar idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.
Madre: todo esto es tú culpa, estos hijos tuyos. Ninguno sano, y ahora mi Bertita.
Padre: ¿mi culpa? Sos una víbora, sabes muy bien que todo lo sucedido con
nuestros hijos, heredaron de tus genes.
Madre: ¿Qué? ¡Mi padre no ha muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como
los de todo el mundo! ¡Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos!
Padre: ¡Víbora tuberculosa! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir!
¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de
tus hijos: ¡mi padre o tu pulmón picado, víbora!
Madre: (mira a sus hijos que estaban cerca) ¡y ustedes monstruos se van de acá!
El padre indignado la mira y los lleva. La madre se acerca a la cama donde estaba
Bertita, la cuidaba. Pasan los extras hablando como si fuera la conciencia de
Berta: mala madre, los otros también son tus hijos, ellos merecen tu amor, quieren
cariño.
Narrador: Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió
sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini
la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno
se atreviera a decir una palabra.
Bertita: mamita, me siento un poco bien. Tengo hambre
Madre: hijita querida. (abraza a la niña, mira la puerta y dice) Ramona, veni para
acá.
Ramona: ¿Qué paso señora?
Madre: mi niña Berta tiene hambre, cocínale algo.
Ramona: sisisi, señora. Algo más.
Bertita: mami, papi, quiero golosinas mientras espero la comida.
Madre (se dirige a Ramona) escuchaste, quiere golosinas.
Ramona: si, señora, pero la niña se empacho el otro día con las golosinas, no hay
más.
Madre: bueno, Ramona, me encargo yo. Anda a cocinar. (se dirige al padre) amor,
llévame al pueblo, vamos a comprar golosinas para nuestra reina mientras ella
descasa.
Narrador: El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco.
mientras la sirvienta fue al gallinero y agarro la gallina más linda la llevo a la
cocina y decidió degollarla en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia.
Ellos se acercaron y vieron, se les iluminaron los ojos al ver el rojo, la sangre.
Sintieron hambre.
Ramona: ¡Señora! ¡Los niños están aquí, en la cocina!
Madre: ¡Que salgan, Ramona! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!
Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su
banco.
Narrador: Después de almorzar, salieron todos. La sirvienta fue al pueblo, y el
matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron; pero Berta quiso
saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapase enseguida a
casa. Se puso a jugar cerca del fuego, los hermanos la miraban y ella seguía, de
repente una sed insaciable de hambre se les cruzo por la cabeza a sus hermanos,
además al verla tan perfecta, recordando a la sirvienta agarrar la gallina más
perfecta para la cena, decidieron hacer algo muy terrible.
Bertita: ¡Soltáme! ¡Déjame! (gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída) ¡Mamá!
¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del
borde, pero sintióse arrancada y cayó.
Narrador: Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija. Prestaron
oído, inquietos, pero no oyeron más. Con todo, un momento después se
despidieron, y mientras Berta iba dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.
Madre: (miro a su lado, no estaba su hija) ¡Bertita!
El padre corrió a la casa, encontró a los hermanos con sangre, su hija muerta. Se
dio vuelta para tratar de que no entre la madre.
fin