Genocidio en Reconquista. HERNANDEZ GABRIEL. 2018 PDF

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Universidad Nacional del Chaco Austral

Licenciatura en Sociología

Cátedra

Taller de Investigación IV

Genocidio en Reconquista (1976/1983)

Ejecución, silenciamiento y consecuencias psicosociales

Profesora: Lic. Alejandra Gutiérrez

Alumno: Gabriel Hernández

Año: 20/02/2018.
Genocidio en Reconquista (Santa Fe).

Ejecución, silenciamiento y consecuencias psicosociales.

Por Gabriel Hernández

RESUMEN: La monografía que se presenta parte de considerar el escenario


nacional vigente durante la última dictadura militar (1976/1983), respecto al cual se
sostiene la ocurrencia de un genocidio para, a partir de ello, posicionarnos en el escenario
de la ciudad de Reconquista, localidad situada al norte de la provincia de Santa Fe
(Argentina) donde se cometieron una serie de delitos durante ese tiempo, tales como
secuestros, torturas y tratos crueles, inhumanos y degradantes, por parte del aparato
represivo constituido en dicho medio en el marco de dicha avanzada represiva tendiente a
socavar las relaciones sociales de determinado grupo de personas, marcado, hostigado,
aislado y torturado. Se examina el alcance de un conjunto de prácticas sociales a la luz de la
dimensión genocida reorganizadora propuesta por Daniel Feierstein en dicho nivel local. Se
apela en este intento a documentos oficiales y relatos de personas que revisten la entidad de
víctimas de tales crímenes por ser sobrevivientes de dichas prácticas punitivas.

Palabras clave: palabras clave: genocidio reorganizador, prácticas sociales


genocidas, aparato represivo, torturas.

SUMMARY: The monograph that is presented is part of considering the current


national scenario during the last military dictatorship (1976/1983), in which the occurrence
of a genocide is sustained, from which we can position ourselves in the scenario of the city
of Reconquista, a town located north of the province of Santa Fe (Argentina) where a series
of crimes were committed during that time, such as kidnappings, torture and cruel, inhuman
and degrading treatment, by the repressive apparatus constituted in said environment within
the framework of said advanced repressive tending to undermine the social relations of a
certain group of people, marked, harassed, isolated and tortured. The scope of a set of
social practices is examined in light of the genocidal dimension of reorganization proposed
by Daniel Feierstein at that local level. Appeals are made in this attempt to official
documents and accounts of persons who are the victims of such crimes because they are
survivors of said punitive practices.

Key words: key words: reorganizing genocide, genocidal social practices, repressive
apparatus, torture.

2
INDICE
Portada 1
Título - Resumen 2
Índice 3
Introducción 4/7
Capítulo 1
1.) Contexto del terrorismo de Estado en Argentina.
Plan sistemático de represión 8/12
2.) La Convención de Genocidio. Exclusión de grupos políticos 12/15
3.) La figura de genocidio y el caso argentino. Reseña de fallos judiciales 15/18
Capítulo 2
1.) Represión política en Reconquista (Santa Fe).
Usurpación de las instituciones locales 19/20
2.) Circuito represivo. Centros clandestinos de detención en Reconquista. Jefatura
de Policía de Reconquista. Base Aérea Militar Reconquista. Posterior circuito
represivo 20/24
Capítulo 3
1.) El genocidio reorganizador y sus secuencias ejecutivas en Reconquista 24/25
2.) Fases de una práctica social genocida en el ámbito de la ciudad de Reconquista,
provincia de Santa Fe 25
a.) La construcción del subversivo como el otro negativo a escala nacional 25/31
b.) Construcción del subversivo como el otro negativo en Reconquista y zona.
Marcaje, hostigamiento y aislamiento 32
c.) Primer razzia represiva. Enero de 1976 32/34
d.) Golpe de estado del 24 de marzo de 1976 y posterior curso represivo 34/35
e.) Las palabras de quienes encarnaron la figura del subversivo. El subversivo como
elemento identitario 35/39
f.) Fase de hostigamiento 39/40
g.) Fase de aislamiento espacial 40/42
h.) Fase de debilitamiento (físico y psíquico) sistemático 42/44
i.) La fase de desaparición material de los cuerpos (aniquilamiento) 44/45
j.) Fase de realización simbólica del genocidio 45/46
k.) Hostigamiento posterior a la liberación 46/47
Capítulo 4
Pensando algunas consecuencias genocidas 47/50
Conclusión 50/52
Bibliografía 52/60

3
Introducción.
“Donde hay poder hay resistencia.”

Michel Foucault (La voluntad de saber, 1976)

La investigación que se presenta trata sobre hechos sucedidos entre los años 1976 y
1983 en Reconquista, ciudad situada al norte de la provincia de Santa Fe, en la República
Argentina, época en que, siguiendo la lógica nacional, se instaura la estructura dictatorial en
dicha comunidad, tornándose operativas una serie de prácticas represivas sobre las que, en
este trabajo, se intenta formular un ejercicio crítico de memoria.

Desde aquél pasado que signa trágicamente nuestra historia se pretende descifrar la
secuencia y el alcance de las prácticas punitivas desplegadas por dicho régimen dictatorial,
en lo ceñido a dicho escenario local.

Máxime porque, tratándose de una materia sensible (los derechos humanos)


entendemos al proceso investigativo mismo emprendido en el sentido que propone
Norberto Bobbio, esto es, que los derechos humanos constituyen “algo que se hace, se
construye y es construido a lo largo de la historia” (Raffin, 2006: 51), siendo precisamente
los derechos humanos de un determinado grupo social los afectados por el régimen de
terror vigente entre el ´76 y ´83. Ello importa captar el tramo de realidad examinada como
acontecimiento político necesitado de una descripción y evaluación (Raffin, cit.: 51/52).

A propósito de ello, nuestra perspectiva no pasa por alto que durante el siglo XX se
perpetraron genocidios por parte de Estados nacionales en diversas latitudes del mundo (1),
marco al que caben añadir todas las dictaduras militares que imperaron en América Latina,
las que todavía son motivo de debate jurídico y científico en Argentina y otros países de la
región. Expresiones que se destacan, además del salvajismo y la inhumanidad de los
ejecutores, el grado de sistematicidad impreso y, entre otras, las razones políticas por las
que se instauraron dichos gobiernos de facto (González, s/f: 183, cita a Amnistía
Internacional, 1996).

En lo referido a este trabajo, se plantea mapear en el sistema político represivo


dictatorial, que instauró la delación y la desconfianza hacia el otro como modelo social,
impactando en las relaciones sociales (Feierstein, 2014), es decir, indagar en el experimento
de borramiento de la historia, en la negación de la revolución que no fue (Casullo,
2009/2016: 34).

(1)
Se mencionan: el Genocidio Armenio (1915/1917), el Holocausto -símbolo del terror organizado (Sofsky, 2016)- y,
más acá en el tiempo, las matanzas en Ruanda, Darfur (Sudán), Uganda, Camboya, Guatemala, listado al que se suman las
masacres cometidas en Burundi, Irán, Turquía, entre otras.

4
Dicho posicionamiento tiene que ver además con el olvido que se pretendió
perpetuar con respecto a lo ocurrido durante el último gobierno militar, captando a la
dictadura imperante como “poder absoluto [que] desmiente la idea habitual de que el
hombre tiene la supervivencia en sus manos” (Sofsky, 2016: 45), por cuanto asistimos a un
poder capaz de reducir todo a una sociedad normalizada, regida por la cultura del miedo, la
desconfianza, el temor y la delación como pilares para imponer la disciplina social contra el
germen de la subversión.

Por ello, el intento trata de desmontar esquemas de pensamiento que se


introyectaron en la sociedad argentina y cimentaron una forma de nombrar y pensar lo
ocurrido durante el gobierno dictatorial, que impiden considerar los hechos en su real
dimensión, esto es, según postulamos: como un genocidio reorganizador. Así, la tarea
emprendida se inscribe a “las formas de producción de modos de subjetivación vinculadas
con sucesos pasados pero que continúan teniendo efectos en el presente, lo cual involucra
a la memoria como problema” (Cerruti, 2015: 58).

Es por ello que en nuestro caso captamos al genocidio, en tanto práctica social,
como una tecnología de poder “cuyo objetivo radica en la destrucción de las relaciones
sociales de autonomía y cooperación y de la identidad de una sociedad por medio de
aniquilamiento de una fracción relevante… de dicha sociedad y del uso del terror producto
del aniquilamiento para el establecimiento de nuevas relaciones sociales y modelos
identitarios” (Feierstein, 2014: 83).

Así, los casos de la ciudad de Reconquista durante el régimen de facto se tornan


dignos de “vigilancia epistemológica” (Bordieu), ya que son producto de un conjunto de
técnicas de poder aplicadas contra un grupo nacional que, por ser definido como opositor
político y, con ello, por contrariar el orden impuesto, aparece negado por el régimen
imperante (Feierstein, 2014).

En este intento, sin embargo, nos precavemos de antemano acerca de que “los
límites entre el saber común y la ciencia son, en sociología, más imprecisos que en
cualquier otra disciplina” (Bordieu, 2008: 105), sobre todo si, como en el caso argentino,
el nivel máximo de intensidad punitiva de la dictadura implicaba la posibilidad de la
desaparición física y simbólica de personas integrantes del grupo nacional estigmatizado y
excluido.

No obstante, ello no implica reducir la búsqueda de respuestas a un mero recorrer


itinerarios ya conocidos, tales como el montaje represivo, los decretos de aniquilamiento
del año 1975, su implementación y ejecución, lo que tan bien explica Mirta Mántaras en su
libro “Genocidio en Argentina” (2005) sino que, valiéndonos de ese marco definitorio, se
propone discurrir sobre las fases y el alcance de las prácticas sociales dictatoriales bajo el

5
prisma del genocidio reorganizador, entendido como delito del derecho penal internacional
cometido en el nivel nacional y, por derivación, en el provincial y local.

En ese recorrido, el proceso delimitativo del campo de estudio escapa al “mito del
´objeto´: de un supuesto pasado en espera pasiva allá atrás” (Casullo, 2009/2016: 20), por
cuanto el definir el objeto de estudio, su modo de surgimiento y dimensión, de por sí, forma
parte del desmontaje de discursos sobre lo ocurrido durante la última dictadura cívico
militar, idea que concuerda con que “hay niveles de funcionamiento de los procesos
políticos a los que solo podemos acceder a través del análisis del discurso” (Verón, s/f: 2)
y, al mismo tiempo, con que no puede omitirse considerar “las prácticas extradiscursivas
que le dieron lugar, que permitieron su formación” (Doulián, 2010: 12).

Se asume así un riesgo, cual es el de poner en crítica concepciones paradigmáticas


adquiridas “por el sujeto desde su nacimiento en su medio social como (…) de su
formación profesional, [que] determinan los límites de lo expresable, de lo
conceptualizable y de la facticidad” (Doulián, 2010: 10), constituyendo el fenómeno
dictatorial de los años ´70 un monumento a través del cual se puede bucear en un mar de
limitaciones impresas a instancias de dicho andamiaje. Lo que equivale a decir que se
impone una deconstrucción al situar la mirada hacia la realidad que se recorta para esta
investigación.

El estudio comprende hechos sucedidos durante el terrorismo de estado (1976/1983)


en el nivel microsocial referido, con respecto a un grupo de víctimas que denominamos
sobrevivientes del genocidio, cuyo número al día de la fecha se encuentra indeterminado,
más allá de las investigaciones judiciales llevadas a cabo en el Juzgado Federal de
Reconquista desde el año 2006, situación que impide hablar de cifras definitivas de casos
cometidos en dicho medio social, muestra de la dañosidad social puesta en práctica en
dicha ciudad.

Englobar el plano local como espacio de estudio tiene razón de ser por varios
motivos; uno, fundamental, es que el régimen militar bregaba por imponer como parámetro
de lo normal a la civilización occidental y cristiana, encarnada en el ser nacional, y,
paralelamente, cimentar mecanismos de denuncia y desconfianza social hacia el otro, como
forma de amalgamar y cohesionar la sociedad a imagen y semejanza de dicho proyecto.

Además, la realidad de dicha ciudad del norte santafesino –como todas las latitudes
cuadriculadas militarmente en el territorio argentino durante la dictadura- quedó inserta en
un contexto político en que tenía lugar la ejecución de un plan sistemático de exterminio de
personas por parte de las Fuerzas Armadas (en adelante FF.AA.), que calificamos como

6
genocidio reorganizador, afirmación que cobra originalidad desde que no se tiene registro
de que se hayan subsumido los hechos locales bajo dicha tipología (2).

Otro motivo radica en que, teniendo en cuenta las limitaciones de este trabajo, el
campo resulta abarcable en cuanto a su dimensión, sin por ello obviar su grado de
complejidad y, seguramente, posibilidad de ser examinado desde otras perspectivas.

La bibliografía que permite desarrollar las fases del genocidio reorganizador


proviene trabajos de Daniel Feierstein, fundamentalmente en “El genocidio como práctica
social”, entre otros autores (Mántaras, Ageitos, Duhalde, Kordon, Quiroga y demás).

Los postulados de Daniel Feierstein han permitido estructurar el trabajo a efectos de


comprobar el alcance de las prácticas sociales ejecutadas por las autoridades de facto en el
medio local a partir de las fases genocidas que plantea dicho autor en sus estudios sobre el
fenómeno genocida.

Asimismo, se rastrean fuentes primarias (declaraciones judicializadas de víctimas,


sobrevivientes), más dos entrevistas basadas en un cuestionario tipo mediante preguntas
dirigidas a Adolfo E. Maggio y Alejandro F. Córdoba; también se vale de fuentes
secundarias y textos académicos, que resultan clave para el abordaje, encuadre y reflexión
acerca de estos casos y sus discordancias sociales.

El encarrilamiento que se sigue es cualitativo, aunque dicha mirada se mixtura con


algunas cifras parciales –ello al referir a víctimas y victimarios-, lo que implica apelar a lo
cuantitativo.

Se postula entonces dotar a lo planteado de una dimensión que sustenta la


afirmación de la ocurrencia de un genocidio reorganizador a nivel local, zonal y provincial,
como andamio y aporte al genocidio nacional.

(2) Cabe aclarar que habiendo actuado el suscripto como abogado querellante en la Causa n° 50/06, del Juzgado Federal de
Reconquista, representando a algunas víctimas sobrevivientes del genocidio reorganizador –como las denomino hoy-,
donde se investigaban parte de los hechos ocurridos desde el 30/01/1976 en dicha jurisdicción, he solicitado que tales
delitos se califiquen como genocidio, pese a lo cual lo fueron bajo la figura de crímenes de lesa humanidad. Actualmente
tramita otra Causa, n° 94/17 (“Nickisch, Carlos A. y otros”, Juzgado Federal de Reconquista), donde se siguen
investigando este tipo de hechos.

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Capítulo 1

1.) Contexto del terrorismo de Estado en Argentina. Plan sistemático de


represión política.

Es conocido que en Argentina se produjeron intervenciones militares en los años


1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y, finalmente, en el año 1976, dando paso a una serie de
dictaduras cívico militares, del mismo modo que es historia que la última dictadura se
distinguió, lamentablemente, como la más siniestra de las asonadas militares producidas a
lo largo del siglo XX en nuestro país. Evidencia cíclica dictatorial que pone al descubierto
las condiciones de posibilidad que han tenido este tipo de quebrantamientos cívico militares
contra la Constitución Nacional, el orden, la vida democrática y el derecho a la paz y la
tranquilidad de miles de habitantes del suelo argentino.

Lo notable es que ese accionar cívico militar, que advertimos como un producto
gestado y producido al margen de la legalidad, fue convalidado socialmente al amparo de
artilugios discursivos y prácticas punitivas que, como señala críticamente Pilar Calveiro,
dan cuenta de que “los militares ´salvaron´ reiteradamente al país —o a los grupos
dominantes— a lo largo de 45 años; [y] a su vez, [que] sectores importantes de la sociedad
civil reclamaron y exigieron ese salvataje una vez tras otra” (2004: 4), al precio de colocar
los derechos de los argentinos a merced de autoridades de facto, surgidas de golpes de
estado y no, como manda la carta constitucional, del voto popular.

Como se adelantara, ello importa sostener que cada golpe institucional, en tanto
socavamiento persistente en el tiempo del modelo democrático, respondió a un consenso, a
una demanda social de dictadura y, con ello, de persecución, violencia y represión contra
un otro negativizado, erigido como enemigo.

Claro que la capacidad cívico militar de generar un clima social de alta tolerancia al
tratamiento del “otro” por la vía represiva, de suscitar complacencia social hacia el poder
disciplinario encarnado por las FF.AA. (Duhalde, 2013: 73/74 y Catoggio, 2010: 1) nos
advierte sobre la recurrencia a un discurso autoritario, que caló hondo en la sociedad
argentina y posibilitó a las FF.AA. apelar a un “uso consistente de la violencia para
imponer desde el poder del Estado lo que no se podía consensuar desde la política”
(Calveiro, 2005: 20).

Discurso que, como enseña Terán, conjuga una visión

nacionalista, autoritaria, antiliberal, heterofóbica y familiarista, la de la moral


cristiana, la tradición y la ´seguridad nacional´, [que] apuntó desde 1976a sepultar
otra discursividad laicizante, libertaria, modernista o marxista, todo aquello que
cuestionase la familia argentina, el modo de ser occidental y cristiano, el orden y las
jerarquías establecidas (Canavese, 2011: 4, cita a Terán, 2008, 297-300).

8
Es así que, de modo determinante, se inscribe en Argentina una persistente
presencia militar entre 1930 y 1976, situación que denota un proceso signado por “el
fracaso del gobierno democrático, la cooptación de los aparatos del Estado, y la
articulación [paulatina y] definitiva de un terrorismo centralizado” (Salguero, 2007: 2),
que se consuma en el golpe de 1976, en tanto modo de conclusión de un direccionamiento
político trazado –y no por azar- en un tiempo cuya génesis algunos autores citan en 1930,
en tanto que, como sostiene la investigadora Inés Izaguirre (2009), se trató de un proceso
de lucha de clases que se extiende en el país desde el golpe de estado del año 1955 y llega a
1976.

Ahora bien, más allá del eslabonamiento de golpes de estado y la complacencia


social hacia los mismos, el golpe de estado de 1976 -autodenominado Proceso de
Reorganización Nacional (en adelante PRN)- se distingue de los anteriores “por la
duración, por los alcances de las transformaciones que produjo y, sobre todo, por la
magnitud y ferocidad de la represión política desplegada” (Raggio, s/f: 1), siendo motivo
de interés investigativo el alcance de dicha política represiva. En sintonía con dicha
afirmación, Pilar Calveiro entiende que en 1976 las FF.AA. proyectaron cambios
sustanciales para el país, imponiendo como necesaria “una operación de ´cirugía mayor´,
así la llamaron. Los campos de concentración fueron el quirófano donde se llevó a cabo
dicha cirugía” (2004: 5), mirada que postula ver al centro clandestino de detención (CCD)
como espejo del campo de concentración nazi, por su capacidad para eliminar la línea
demarcatoria entre la vida y la muerte y, por lógica derivación, para enarbolar un poder
absoluto organizado del terror (Sofsky, 2016).

En tal sentido, la tesis de Feierstein es que la solución genocida en el caso argentino


cuadra en la tipología del genocidio reorganizador, por cuanto el objetivo dictatorial
central se focalizó en modificar las relaciones sociales de autonomía y cooperación al
interior de la Nación a partir del aniquilamiento de una fracción relevante de los miembros
de la sociedad argentina, definidos dictatorialmente como enemigos, valiéndose para ello
del terror como factor determinante para producir modificaciones identitarias inherentes a
dichas relaciones (Feierstein, 2014).

Volviendo al contexto que precede a la instauración dictatorial de 1976, merece


destacarse que dicho esquema represivo se instaura en un marco social en que tenía lugar
un proceso de radicalización política específico, el que, nutrido por las teorías del cambio
histórico (Casullo, cit.: 22), impregna el ritmo de la sociedad argentina y se materializa con
“la aparición de las organizaciones armadas revolucionarias y (…) núcleos sindicales
combativos, tanto de extracción peronista como marxista. Hacia 1976, estos rasgos
compondrían un cuadro dramático” (Raggio, s/f: 1).

Entonces, dicho panorama, sumado a otros factores –que venían dándose en


diversas partes del mundo y, sobre todo, en el margen latinoamericano-, fue aprovechado

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por el aparato militar para, de un modo planificado, sistemático y generalizado, frenar el
avance del comunismo manifestado fronteras adentro de cada Estado (enemigo interno) en
el marco de un escenario mundial que se conoce como Guerra Fría.

Así, el golpe de estado de 1976 fusiona un pasado en el que dicha asonada se aloja
como último eslabón de una serie de golpes de estado, pero, a diferencia de las irrupciones
anteriores, presenta un carácter excepcional por haber implementado a escala nacional el
sistema de producción en masa del secuestro, tortura y desaparición de personas,
sembrando el miedo y la pasividad en todo el espectro social, instaurando centros
clandestinos de detención (CCD) como lugares estratégicos de dicho poder desaparecedor
(Calveiro, 2004), como espacio físico y simbólico negador de un grupo social caracterizado
(Mántaras, 2005).

Es que, el caso argentino, agrega Calveiro, constituyó “una propuesta propia [de las
FF.AA.], concebida desde dentro mismo de la institución y a partir de sus intereses
específicos” (2004: 3), conformando un “movimiento institucional, en el que participaron
todas las unidades sin ningún tipo de ruptura de las estructuras jerárquicas" (Calveiro,
2005: 49). Andamiaje que contaba con una finalidad específica, en virtud de que “los
crímenes y desapariciones de personas se producían para vencer la resistencia ciudadana
al plan económico-social que querían imponer” (Mántaras, 2005: 15), esto es, disciplinar
socialmente y ejercer un control social total de la población, tratándose en definitiva de los
albores del modelo neo liberal actualmente consolidado a nivel global, sin que ello pase por
alto la contribución de la Escuela de las Américas de Estados Unidos y de la “Escuela
francesa” en materia de prácticas genocidas.

Ello explica que dicha represión haya impuesto un modelo social basado en un
terror ejercido desde el propio Estado, profundizando una cultura del miedo que, como en
la novela 1984 de George Orwell, inundaba “hasta los intersticios mismos de las
relaciones microsociales” (Raffin, 2006: 121), política que –añade el citado- se nutrió de
“un plan sistemático y bien organizado que se tradujo en un universo de acciones (…) y
delitos que bien pueden ser englobados bajo la noción de violaciones masivas y
sistemáticas a los derechos humanos” (2006: 121 y 125). Un terror estatal capaz de mutar
en sus formas, niveles de intervención y grados de violencia, como de proyectarse sobre
cualquier ciudadano para, de esa forma, conformar un grupo diverso, distinguible del resto
de la sociedad normalizada.

En ese contexto es que, en este trabajo, el “Proceso de Reorganización Nacional”


(1976) se concibe a la luz del concepto de “terrorismo de Estado” acuñado por Eduardo L.
Duhalde (2013), desde que el modelo dictatorial argentino institucionalizó de modo
permanente “las formas más aberrantes de la actividad represiva ilegal, capaz de
sobrevivir en sus elementos constitutivos ilegítimos más allá de la propia vida del régimen
que la implantara” (Duhalde, 2013: 18/19).

10
En tal sentido, indica el catedrático argentino Garzón Valdés, entendemos que el
“terrorismo de Estado” configura una forma de ejercer el poder estatal,

con miras a crear el temor generalizado, la aplicación clandestina, impredecible y


difusa, también a personas manifiestamente inocentes, de medidas coactivas
prohibidas por el ordenamiento jurídico proclamado, obstaculiza o anula la
actividad judicial y convierte al gobierno en agente activo de la lucha por el poder.
(Garzón Valdés, 2001: 147, citado en Torres Vázquez, 2010: 130/131 y Garzón
Valdés, s/f: 92/100).

Es por ello que para representar al “terrorismo de Estado” se referencia la comisión


de crímenes desde el Estado o, igualmente, se refiere al terrorismo desde el Estado, lo cual
remite a delitos perpetrados a instancias de un aparato organizado de poder, es decir,
valiéndose de los recursos humanos y materiales que brinda el mismo, conforme señalara el
juez Sergio García Ramírez (3). Por lo que, según enseña Torres Vásquez, esta forma de
“terrorismo de Estado” resulta ser comprensiva de actuaciones arbitrarias del Estado, que se
da con el “uso de métodos represivos ilegítimos en contra de la ciudadanía en general, [y]
también cuando existe un uso ilegítimo de la fuerza o se pone en peligro la libertad o
seguridad, o bien cuando se violan otros derechos” (2010: 142), postura que condice con
lo ocurrido en el país entre 1976 y 1983.

Por otro lado, no puede obviarse que en Argentina el “proceso reorganizador” se


proyectó ejecutar en dos niveles, uno primario, cuyo propósito concreto consistió en
“aniquilar las organizaciones guerrilleras y su periferia; pero al mismo tiempo, existió el
otro plano de mayor trascendencia y que explica la extensión sin límite del concepto de
víctima: destruir un estado de conciencia colectivo” (Duhalde, 2013: 92), es decir,
extender lo que en un primer momento se pensó aplicar sólo a las organizaciones armadas a
todo el interior de la Nación Argentina, lo cual dotó a dicha política estatal de las notas de
sistematicidad y generalización, pasando a constituirse los habitantes de la nación en
sospechosos de formar parte de la subversión.

Estas referencias adunan la tesis que postula la existencia de un plan sistemático de


represión ilegal en el contexto bajo examen. Tesis que se impone desde que, un accionar de
semejante magnitud, ejecutado a través de las FF.AA. –recursos del Estado-, no podría
haberse efectivizado sino a instancias de un “plan” cuya metodología basal era comprensiva
de fases ejecutivas que, a la luz de la figura del genocidio reorganizador (Feierstein) dan
cuenta de un proceso de definición y marcaje de un enemigo, del hostigamiento,
persecución, secuestro, tortura y exterminio de aquellas personas susceptibles de ser
definidas como tales, subsistiendo a la fecha una serie de casos de desaparecidos -física y

(3)
Caso Goiburú y otros v. Paraguay, del 22 de septiembre de 2006, Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH),
Puede verse en http://www.corteidh.or.cr/docs/casos/articulos/seriec_153_esp.pdf.

11
simbólicamente- todavía indeterminados en cifras (Mántaras, 2005; Ageitos, s/f, Calveiro,
2004 y Feierstein, 2014), a lo que se añade la figura de las víctimas sobrevivientes del
genocidio reorganizador.

En cuanto al mecanismo represivo de la detención-desaparición de personas, que se


generalizó en todo el país, difuminando el terror y la desconfianza social hacia el otro, se
trata de una situación ajena al marco jurídico, generada por agentes estatales, signada por la
falta de información oficial acerca del destino y situación legal de miles de ciudadanos
secuestrados en ese marco represivo, que habla de una perversidad en la finalidad de “la
metodología de las desapariciones forzadas, [que] no es solo la de destruir a la víctima,
sino la desembrar un terror eficaz y duradero en la población” (Duhalde, 2013: 81), terror
extendido por capilaridad a todo el espectro social y con proyección en el tiempo.

Con ello se quiere significar que los hechos de los que trata esta monografía se
inscriben en el marco del “terrorismo de Estado” y en su “plan” macabro, tratándose de
responder si los mismos cuadran en el tipo del genocidio reorganizador, por cuanto
tratándose la represión ocurrida en Argentina de una “represión política”, advirtiendo que
los “grupos políticos” no surgen expresamente protegidos en la Convención para la
Prevención y Sanción del Delito de Genocidio del año 1948 (en adelante, la Convención,
Convención de Genocidio), dicho vacío legal genera una laguna jurídica que impone una
reflexión al respecto, ya que resulta un desatino que dichos conglomerados humanos
queden al margen de la protección normativa internacional, siendo que la solución
genocida, en más de un caso, reconoce como punto de conflicto la política llevada a cabo
por los grupos sociales.

Sobre el tiempo que nos convoca, cabe colacionar el relato de uno de los
sobrevivientes del genocidio reorganizador, oriundo de Reconquista, quien mantuvo que
“Fue terrorismo de estado, la conclusión que uno saca es que hay treinta mil
desaparecidos y ocho mil presos políticos reconocidos por el Estado, mataron más de lo
que encarcelaron… No puedo entender el envenenamiento espiritual, de odio tan profundo
y sin fundamento que hubo” (4).

2.) El genocidio como producto moderno. El problema de la exclusión de los


grupos políticos como dignos de protección en la Convención de Genocidio.

Si bien la ocurrencia de genocidios en el mundo parece una constante en la historia


de la humanidad, el genocidio –como creación jurídica para nombrar y calificar este tipo de
crímenes- constituye un producto moderno, que remite al durante e inmediatamente
después de la Segunda Guerra Mundial (SGM), tiempo en que se acuña la palabra

(4) Testimonio de Alberto Wilhelem, Causa n° 50/06, Juzgado Federal de Reconquista.

12
genocidio. Así, el genocidio como tal surge como acto de contenido ético y, por ende,
humanitario, cristalizándose normativamente a nivel internacional al quedar tipificado al
aprobarse en 1948 el documento basal por parte de la Organización de las Naciones Unidas
(OUN), conocido como la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de
Genocidio (5), cuya entrada en vigor se produjo en 1951. Como informa nuestra
legislación, Argentina ratificó –reconoció su vigencia y posibilidad de aplicación- en el año
1957, pasando la Convención a integrar nuestro derecho interno (6), al igual que aconteciera
en otros países.

En ese contexto de posguerra se señala una necesidad internacional de perseguir


internacionalmente y castigar a los responsables de su comisión, como forma de reparación
y de prevención ya que, según entiende Rezses, dicho instrumento busca proteger un bien
“supraindividual o colectivo, defender y garantizar la existencia o la supervivencia de
todos y cada uno de los grupos raciales, nacionales, religiosos étnicos (…), entendidos
éstos como una unidad social e histórica” (Rezses, s/f).

En cuanto a la creación del término genocidio –incorporado a la Convención- se


atribuye al jurista polaco judío Raphael Lemkin, quien en un artículo publicado durante la
SGM adelantó en los trabajos preparatorios producidos en el seno de las Naciones Unidas
que la magnitud de dichos crímenes, producidos mediante formas de criminalidad
organizada, carecía de nombre específico, por lo que, uniendo el vocablo genes del griego,
que significa tribu o raza, y el procedente del latín, cide, que significa matanza, Lemkin
denotó con la palabra genocidio la matanza de un grupo (Lemkin, 1945).

Según el creador del término, el genocidio implica:

un crimen especial consistente en destruir intencionalmente grupos humanos


raciales, religiosos o nacionales, y como el homicidio singular, puede ser cometido en
tiempos de paz como en tiempo de guerra (...) hallase compuesto por varios actos
subordinados todos al dolo específico de destruir un grupo humanos (7).

Pero no todo ha resultado según lo proyectado por su creador, habida cuenta que el
problema que se presenta en el texto aprobado de la Convención de Genocidio es que se

(5)El texto completo puede verse en https://www.icrc.org/spa/resources/documents/misc/treaty-1948-conv-genocide-


5tdm6h.htm.
(6) Decreto Ley n° 6286/56 del 9/4/56. El texto completo puede verse en
http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/200000-204999/202959/norma.htm.
(7)En Lozada, Martín, (1999). El crimen de genocidio. Un análisis en ocasión de su 50º aniversario. Cuadernos de
Doctrina y Jurisprudencia. Año 5 nº 9 – A, 1999, Buenos Aires: Ad-Hoc SRL. Fragmento de la Comunicación de Lemkin
a la VIII Conferencia para la Unificación del Derecho Penal, 1947, citado a su vez por Ripollés: 627.

13
excluyó a los grupos políticos -como conjunto social susceptible de sufrir genocidio- y, con
ello, dichos grupos, incluso al día de hoy, si bien resultan en las prácticas sociales factibles
de sufrir acciones intencionales tendientes a su destrucción total o parcial-, a diferencia de
los grupos nacionales, étnicos, raciales y religiosos, que si surgen expresamente
mencionados en la Convención, los grupos políticos no cuentan con amparo convencional
(Feierstein, 2014). Lo notable de esta situación es que, afirma Rezses,

Tanto en la Resolución 96 (I) de la Asamblea General de la O.N.U., del 11 de


noviembre de 1946, como en los trabajos preliminares de la Convención, aparecía
incluido, aunque no de manera expresa, el concepto de genocidio político, que fue
finalmente retirado de la redacción definitiva (Rezses, s/f).

Es entonces que en esa omisión normativa se perfila un retroceso, al haber quedado


excluidos de protección los grupos políticos, máxime si se considera que, entre otras
razones, los genocidios se llevan a cabo contra grupos sociales en virtud de su incidencia
en el plano político o por intereses relacionados a la política. Al respecto, se menciona que
la razón de ser de dicha exclusión anidaría en la tesis de que los grupos políticos no son
estables ni tienen permanencia por su propia dinámica (Feierstein, 2014), situación que ha
dado lugar a tres interpretaciones en torno a la Convención de Genocidio y su alcance, ya
sea para aplicarla a los grupos políticos o para excluir a los mismos de las garantías legales,
siendo ellas la interpretación normativa, restrictiva e histórico-sociológica (Feierstein,
2014).

La interpretación normativa impide “la exclusión de grupo alguno en la


tipificación de genocidio”, pese a lo cual la misma no ha tenido mayor desarrollo en
Argentina. Por su parte, la interpretación restrictiva se limita al principio de tipicidad legal
para, de ese modo, sostener la exclusión de determinados grupos, idea que decanta en la
tesis de que lo que no está incluido en la Convención no es merecedor de protección, lo
que, como se indicó, deja sin protección a los grupos políticos. Por último, la
interpretación histórico-sociológica trasciende las anteriores y posibilita la aplicación de la
Convención al comprender las prácticas sociales genocidas, sus víctimas, perpetradores y
consecuencias (Feierstein, 2015: 121/130), interpretación que se sustenta en este trabajo.

A propósito de lo expuesto, no pasamos por alto que en el caso argentino los


responsables militares de usurpar el poder en 1976 relegaron el ordenamiento
constitucional a la categoría de texto supletorio, consagrando como norma principal el
denominado “Estatuto del Proceso de Reorganización Nacional”, impuesto por la fuerza,
esto es, fuera de los cánones legales. Entre otras medidas, la dictadura disolvió el Congreso
Nacional, removió funcionarios judiciales, gobiernos provinciales y municipales en todos
sus poderes, impuso reformas legislativas de facto, como forma de acrecentar el poder
represivo estatal, declaró ilegales a las organizaciones políticas, sociales y sindicales,
ordenando a la jurisdicción militar el juzgamiento de civiles, consagrando un estado

14
absoluto(Arts. 3 y 4 del “Acta para el Proceso de Reorganización Nacional”), capaz de
exterminar ciudadanos –y grupos sociales conformados por los mismos- captados como
opositores a la política impresa entre 1976 y 1983.

En cuanto a la situación de vacío legal en torno a los grupos políticos y sociales


victimizados, la misma ha generado reflexiones al respecto, adscribiéndonos en este trabajo
a la tercer interpretación, que es precisamente la que sustenta la aplicación de la
Convención como forma de que los grupos políticos gocen de amparo normativo,
destacándose al respecto que el núcleo de las políticas represivas se planificó para incidir
sustancialmente en lo político, económico, social, educativo y cultural, a partir de la
eliminación de una parte del grupo nacional argentino.

Sobre la evolución del genocidio como práctica social, este tipo de crimen en el
pasado obedecía a motivaciones étnicas y raciales, pero, en lo sucesivo, el elemento político
ideológico pasó a constituirse en factor determinante de esta forma de criminalidad penal
internacional.

3.) La figura de genocidio y el caso argentino. Reseña de fallos judiciales.

Es notable que, más allá de la ratificación argentina de la Convención de Genocidio


(año 1957), la Sentencia de condena dictada en la Causa n° 13/84 contra las cúpulas
militares no haya recepcionado lo ocurrido entre 1976 y 1983 bajo la tipología del
genocidio, silenciamiento que puede ser visto como una continuidad de la norma represiva
oficial -de silencio total de lo ocurrido- impuesta por las FF.AA. durante la dictadura, en
tanto fenómeno de auténtica renegación social (Kordon, et. al., 1986: 26) extendido en el
tiempo, producto de un terrorismo estatal consolidado desde 1930 en adelante, incluso con
persistencia en el devenir pos dictatorial.

Oportuno es colacionar la parte dispositiva del fallo dictado en el juicio a las Juntas
Miliares (Causa n° 13/84), por cuanto allí se demostró que pese a contar las FF.AA. que
usurparon el poder el 24 de marzo de 1976 con todos los instrumentos legales y medios
para llevar a cabo una represión lícita, “optaron por la puesta en marcha de
procedimientos clandestinos e ilegales sobre la base de órdenes que, en el ámbito de cada
uno de sus respectivos comandos, impartieron los enjuiciados” (8).

Del mismo modo, es interesante que en el fallo colacionado se haya sostenido la


existencia de un plan sistemático de represión y de una metodología impresa a dicha
política estatal (las desapariciones forzadas de personas, el traslado de personas detenidas a
Centros Clandestinos de Detención, CCD), la aplicación de tormentos a detenidos por

(8) Causa 13/84, Introducción al Dispositivo. Disponible en http://www.derechos.org/nizkor/arg/causa13/fallo.html.

15
razones políticas, u otras, para obtener información, la custodia de los lugares clandestinos
de detención y zonas aledañas, la eliminación física de secuestrados, los hábeas corpus y
gestiones ante las autoridades y la organización criminal concentracionaria), por cuanto
dicha afirmación da una pauta clara del alcance de dichas prácticas represivas.

Por ello, se entiende que la inaplicabilidad de la figura de genocidio a la serie de


casos aberrantes allí juzgados ha venido a impactar en la función social del derecho y la
justicia, como mecanismos de aplicación de sanciones y de reparación simbólica ante lo
ocurrido.

Cabe llamar la atención sobre el curso que han tenido las investigaciones judiciales
tendientes al establecimiento de responsabilidades penales respecto a quienes integraron las
cadenas de mando y ejecución militar –hasta el último ejecutor-, por debajo de los
comandantes en jefe –condenados en la Causa 13/84-, investigaciones que se vieron
interrumpidas y obstaculizadas, impedidas de tramitarse, ante la sanción de las Leyes de
Punto Final y Obediencia Debida (1987) (9) y con los Decretos del presidente Carlos S.
Menem (1990), emblemas de las presiones castrenses contra las autoridades democráticas,
causas judiciales que volvieron a reactivarse -en otros casos, cono el caso de Reconquista,
iniciarse- luego de la anulación de dichos obstáculos legales por parte del Congreso
Nacional (Ley 25.799, año 2003) (10) y la declaración de inconstitucionalidad de los mismos
por la Corte Suprema de Justicia de la Nación (2005) (11).

Resulta así trascendente que, al día de hoy, sigan en curso cientos de procesos
penales en el país, donde se investigan delitos dictatoriales, lo que constituye un trabajo –
más allá de la búsqueda de memoria, verdad y justicia- tendiente a dotar de sentido y
nombrar lo ocurrido.

Claro que la situación de silenciamiento, renegación e impunidad es consecuencia


de haber cristalizado en el imaginario social la inducción al olvido, la culpa, la estrategia de
dar por muerto al desaparecido, de considerar a la disidencia política como enfermedad
mental y falta de adaptación, de justificar la culpabilidad de una persona a través de su
desaparición, de olvidar y diluir responsabilidades, todos productos de la campaña de
acción psicológica ejecutada por la dictadura contra todo el pueblo argentino (Kordon, et.
al., 1986: 33/36).

(9) Puede verse “Cronología de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida”, disponible en
https://www.cronista.com/impresageneral/Cronologia-de-las-leyes-de-Punto-Final-y-Obediencia-Debida--20050614-
0088.html.
(10) Ley 25.779. Sancionada el 21 de agosto de 2003. Promulgada el 2 de septiembre de 2003. Su Art. 1° recepciona: “Art.

1: Decláranse insanablemente nulas las Leyes 23.492 y 23.521. Fuente:


http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/verNorma.do?id=88140.
(11) Pronunciamiento dictado por CSJN en la causa “Simón, Julio y otros” el 14/6/2005. El texto completo del fallo puede

verse en https://www.educ.ar/recursos/91439/fallo-de-la-corte-suprema-sobre-la-nulidad-de-la-leyes-de-obediencia-
debida-y-punto-final.

16
Entonces, si examinamos la Convención de genocidio, vemos que la misma prevé
en su art. II que el genocidio constituye un delito internacional ejecutado “con la intención
de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal”,
mediante conductas tales como: a) la matanza de miembros del grupo; b) la lesión grave a
la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) el sometimiento intencional del
grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o
parcial; d) las medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo y, e) el
traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo (12).

Como se adelantó, resulta un desatino que los grupos políticos no surjan incluidos
como dignos de amparo legal en dicho instrumento, ya que, como indica Benjamín
Whitaker, “dejar a grupos políticos u otros grupos fuera de la protección de la Convención
ofrece un pretexto considerable y peligroso que permite el exterminio de cualquier grupo
determinado, ostensiblemente bajo la excusa de que eso sucede por razones políticas”
(Feierstein, 2005: 35, cita el trabajo de Whitaker, “Revised and Updated Reportonthe
Question of the Prevention and Punishment of the Crime of Genocide”, p. 19).

Si a ello añadimos que el Decreto n° 261/75 se dictó para neutralizar y/o aniquilar
estatalmente (desde las FF.AA. y policiales) el accionar de elementos subversivos que
desarrollaban actividades en Tucumán, represión que el Decreto n° 2772/75 extendería a
todo el país, advertimos que la dictadura Argentina tuvo por intención afectar (secuestro,
tortura, asesinato y desaparición) a los miembros del grupo victimizado (art. II, Convención
de Genocidio), tratándose de una destrucción relevante, cometida hacia el interior nacional,
como forma modificatoria de la identidad y de las relaciones encarnadas por la grupalidad
sometida (Feierstein, 2014).

Del mismo modo, la intencionalidad genocida de causar severos daños físicos o


espirituales a miembros del grupo mediante lesiones graves, tales como el sometimiento
grupal a condiciones conducentes a su destrucción total o parcial, el impedir que se
produzcan nacimientos dentro del grupo y, asimismo, la transferencia por la fuerza niños de
un grupo a otro (todas ellas conductas tipificadas en la Convención) se verifica en los
hechos, habida cuenta que tales conductas han sido una constante durante la última
dictadura militar, habiéndose comprobado un plan sistemático de sustracción dictatorial de
niños en ese tiempo, como el sometimiento de personas secuestradas a condiciones de vida
infrahumanas, capaces de poner en riesgo a los miembros del grupo conformado a partir de
su represión estatal.

En el caso de Reconquista se ha acreditado, con sentencia firme, que un niño recién


nacido, fue sustraído en febrero del año 1977, lo cual se inscribe a la intencionalidad
genocida de trasladar niños de un grupo a otro.

12 Puede verse el texto completo de la Convención de Genocidio en


http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/200000-204999/202959/norma.htm.

17
En cuanto a fallos judiciales en la materia, anotamos que la serie de sentencias que
se registran en el país, luego de que se reactivaran las causas por violaciones a los derechos
humanos entre 1976 y 1983, en su gran mayoría han recepcionado la aplicabilidad de la
Convención sobre crímenes de lesa humanidad, en tanto que la excepción ha sido recurrir a
la figura de genocidio (Feierstein, 2014).

Al respecto, una sentencia señera en la materia es la dictada por el Tribunal Oral


Federal N° 1 de la ciudad de La Plata contra el ex policía Miguel Etchecolatz, fallo que
consideró que los crímenes de lesa humanidad por los que se condenó al acusado ocurrieron
“en el marco de un genocidio”, decisorio al que siguió, dictado por el mismo Tribunal, la
sentencia contra el cura Federico Von Wernich, precedentes que tomaron muy en cuenta las
investigaciones sobre genocidio de Feierstein y otros autores (13), para sostener la existencia
de prácticas sociales genocidas.

En el caso argentino, los victimizados se constituyen un “grupo” desde que son


percibidos como amenaza contra los valores “occidentales y cristianos”-que enarbolaba el
régimen de facto (Feierstein, 2014)-, tratándose de un grupo integrado dictatorialmente a
partir del cuadriculamiento de aquellos ciudadanos que no cuadraban en la definición
militar del ser nacional, ni en la occidentalidad cristiana sostenida como modelo de
persona a seguir.

Lo cierto y concreto es que, como refiere la sentencia dictada en la Causa n° 13/84,


el sistema represivo impuesto por las FF.AA. “fue sustancialmente idéntico en todo el
territorio de la Nación y prolongado en el tiempo”, lo que implicó, como afirma Hernán
Invernizzi, una “política cultural de alcance nacional; una verdadera estrategia de
control, censura, represión y producción cultural, educativa y comunicacional
cuidadosamente planificada” (Casullo, 2016: 129), acorde a su proceso de reformulación
socio económica global de la sociedad por medio del terror.

Sobre esos tres soportes –dice Invernizzi- se asentó dicha dictadura, esto es:
terrorismo de estado, modelo económico y política cultural (cit., 129).

Claro que el testimonio de los sobrevivientes del genocidio puede esclarecernos más
el escenario, ya que –como relató César de Urquiza- se trató de un “plan, los empujones,
los malos tratos e incluso que me hicieran ver al golpeado fue un plan para infundir el
terror” (14).

(13) Entre otros, puede verse el trabajo de Muzio (s/f), La persecución de los grupos políticos en el marco del crimen de
genocidio, donde analiza el alcance de la figura de genocidio. Disponible en
http://www.pensamientopenal.com.ar/system/files/2013/09/doctrina37299.pdf.
(14) Testimonio de César de Urquiza, Causa n° 50/06, Juzgado Federal de Reconquista.

18
Capítulo 2

1.) Represión política en Reconquista (Santa Fe). Usurpación de las


instituciones locales. Centros clandestinos de detención y circuito represivo.

La ciudad de Reconquista se ubica 320 kilómetros al norte de la capital provincial


de Santa Fe, en la República Argentina, conglomerado que no permaneció inmune al marco
dictatorial, sufriendo incursiones militares masivas el 30 de enero del ´76 y, luego, el
mismo 24 de marzo de ese mismo año y en lo sucesivo.

En ese contexto de ataque -del terrorismo estatal-, pobladores civiles residentes en


la ciudad de Reconquista (Santa Fe) sufrieron un ataque generalizado y sistemático el 30 de
enero de 1976, contando el mismo con actuación de personal militar y policial, lo que
derivó en secuestro de personas motivado en razones políticas, hechos que siguieron
ocurriendo desde el 24/3/76 en este medio y por las mismas razones.

Respecto a tales hechos, la Justicia se ha limitado a considerarlos como delitos de


lesa humanidad, cual si se tratara de atentados perpetrados a título individual y no, como
creemos, grupal.

Así, el 30 de enero de 1976 comenzó a utilizarse la Jefatura de Policía de


Reconquista, ubicada en calles San Martín y Patricio Diez de dicha ciudad, como CCD, al
igual que la entonces Base Aérea Militar Reconquista (15), situada sobre la ruta nacional n°
11 de esta jurisdicción, dependencias donde fueron alojadas las personas privadas de
libertad en esa primer incursión represiva.

En dicha oportunidad se perpetraron “privaciones ilegales de libertad con los


rasgos de las desapariciones forzadas, casos de violaciones sexuales y torturas por razones
políticas, apremios ilegales, severidades, vejaciones y otros tratos crueles, inhumanos y
degradantes, cometidas por agentes estatales” (16) en Reconquista, delitos que al día de la
fecha han sido probados judicialmente y castigados algunos de sus autores.

Llegado el 24 de marzo de 1976, en consonancia a lo ocurrido a nivel nacional e


interprovincial, el Concejo Deliberante y el Poder Ejecutivo de la ciudad de Reconquista
sufrieron un atentado al orden constitucional, vigente hasta ese momento (17). Dicha

(15) Pero, cabe aclararlo, durante “el Operativo Independencia en 1975, aviones Pucará efectuaron ataques a posiciones
guerrilleras en el monte tucumano, aprovechando su gran potencial en misiones contra-insurgencia”
(https://es.wikipedia.org/wiki/III_Brigada_A%C3%A9rea_(Argentina).
(16) Dictamen del Fiscal Federal de Reconquista, al requerir la elevación parcial a juicio de la Causa n° 50/06 en fecha

11/11/11.

(17)
El 24/3/76 el capitán Danilo Alberto Sambuelli, perteneciente a la Fuerza Aérea Argentina, con desempeño en la Base
Aérea Militar Reconquista fue designado “Comisionado Interventor”, funcionario que ejecutó dicha irrupción, asumiendo
el mismo como “Interventor Militar” de la ciudad de Reconquista (Santa Fe), es decir como Intendente de facto, cargo que
usufructuó hasta el 25 de mayo de ese año. El mismo Sambuelli dispuso el cierre del cuerpo legislativo local, ejecutando

19
situación tiene correlato con la esencia dictatorial misma, esto es, que dichos regímenes se
constituyen a partir de formas de disrupción de la vida constitucional de los Estados, se
basan ideológicamente en la doctrina de la seguridad nacional, aplican técnicas de
aniquilamiento y mantienen incluso en período post dictatorial un poder hegemónico
(Raffin, 2006; 125).

En Reconquista, además, se intervino militarmente la Jefatura de Policía local,


fuerza que –como todas las demás de todo el país- fue puesta “bajo el control operacional”
de las FF.AA. de acuerdo a las planificaciones castrenses (Decreto n° 2771/5) y, como
consecuencia de ello fue puesto al frente de la Policía, como interventor militar, el entonces
primer teniente de la Fuerza Aérea Argentina, Jorge Alberto Benítez, quien contaba con
destino de revista en la Base Aérea Militar de dicha ciudad (18).

3.) Circuito represivo. Centros clandestinos de detención en Reconquista.

En este trabajo entendemos por circuito represivo el derrotero impuesto por las
autoridades de facto a las personas secuestradas en el marco del terrorismo de estado,
circuito que principia con el secuestro de la persona, incluye su traslado y alojamiento en
CCD, posteriores traslados, hasta su asesinato o liberación, siendo el caso de Reconquista
un circuito represivo seguido por personas que sobrevivieron al genocidio.

Una constante a la hora de precisar dicho circuito represivo fueron los relatos de las
víctimas acreditados en la Causa 50/06, a partir de los cuales fue posible delinear el
itinerario, el que lejos de evidenciarse azaroso se acercó más a lo planificado, a lo
sistematizado en función de una generalidad grupal sometida a un tratamiento estatal
represivo diferenciado.

En la ciudad de Reconquista las autoridades militares y policiales de facto


destinaron personal (para proceder en los secuestros, traslados, interrogatorios, torturas,
custodia de presos políticos), instalaciones (edificios, calabozos, hangares) y medios de
transporte (autos, camionetas, ómnibus, aviones) a los fines centralizar clandestinamente
las detenciones de personas perpetradas bajo acusación de actividades subversivas, lo que
descarta que se haya tratado de acciones desplegadas al azar.

directivas de un orden superior, convirtiéndose en órgano ejecutivo y legislativo al mismo tiempo (algunos decretos
dictados por el militar obran en los folios 926/928 de la Causa n° 50/06). Dicha actuación funcional incluso se hizo
constar en su Legajo Personal (obrante en la causa citada), donde se lee que además fue “Interventor Militar” en el
Gremio Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina (UOCRA), con sede en Reconquista (Santa Fe) en
esa época, lo que advierte sobre el poder detentado por el mencionado.

(18)
Así obra en su Legajo Personal, habiendo sido Benítez calificado militarmente por su desempeño en la sede policial
(Folio 276, Legajo Personal de Jorge Alberto Benítez, Causa n° 50/06, Juzgado Federal de Reconquista).

20
Jefatura de Policía de Reconquista.

Siguiendo la lógica procedimental que se implementaba una vez que las personas
eran privadas de su libertad, la gran mayoría de hombres y mujeres eran trasladados al CCD
que funcionó en dependencias de la Jefatura de Policía de la ciudad de Reconquista
(Unidad Regional N° IX), dependencia en la que, una vez ingresados los privados de
libertad, se efectuaban los primeros interrogatorios bajo tormentos.

De esa forma, al obtenerse bajo torturas información en materia subversiva, el


sistema de secuestros y concentración de ciudadanos se retroalimentaba.

En la Causa 50/06, uno de los sobrevivientes del genocidio, en coincidencia con


otros relatos, declaró haber sido secuestrado y llevado a dicha Jefatura Policial, donde fue
“alojado en una celda… y a media mañana se presentan unos individuos de civil (…) me
encapuchan, y me conducen a una oficina de la jefatura, ahí comienzan una sesión de
golpes con el clásico submarino seco, que duran varios minutos, después me dejan y siguen
y así sucesivamente durante toda la mañana”(19).

La misma víctima agregó que, estando secuestrado, “escuchó gritos y lamentos en


la Unidad Regional N° IX de Policía de Reconquista (…) que se debían a golpes y torturas
tanto de mujeres como de hombres” que estaban en su misma situación de desaparición
forzada, víctima que sostuvo además que, en su caso, “durante los interrogatorios en
jefatura llegó a decirme que si no cantaba me iban a traer la bebé y la iban a torturar
delante mío y ese era el”(20), en alusión a uno de los represores involucrado.

Base Aérea Militar Reconquista.

Otro CCD fue el que operó en la Base Aérea Militar Reconquista (hoy III Brigada
Aérea), siendo emblemático el hecho de que, en el interior mismo de dicha dependencia de
la Fuerza Aérea Argentina, como de la jefatura policial, funciona como tal, en ciertos
sectores, como ser calabozos, uno o más hangares y otras dependencias (la Guardia de
Base, actualmente sección Comunicaciones, la Jefatura de base, la habitación Sección
Justicia). Claro que la Base Aérea era el CCD más importante que operó en la zona norte
de la provincia de Santa Fe, por número de personal, instalaciones y demás recursos
disponibles.

Sobre dicho CCD declaró Osvaldo H, Marcón, sobreviviente del genocidio,


relatando que fue alojado en una celda que tenía una banderola arriba y advirtió que lo
custodiaban “…soldados… y dice uno ´acá hay un subversivo detenido y hay orden de que
si se mueve o quiere salir lo matemos´, entonces uno de ellos le dice al otro ´y si lo
(19) Testimonio de Ruben Maulin, Causa n° 50/06, Juzgado Federal de Reconquista.

(20) Testimonio de Ruben Maulin, Causa n° 50/06, Juzgado Federal de Reconquista.

21
matamos, total decimos que se quiso escapar´, entonces agarré y me senté contra la pared
debajo de la banderola porque pensé que en cualquier momento me podían tirar” (21).

Además, una referencia constante de los sobrevivientes del genocidio que fueron
alojados en la Base Aérea, acerca del modo de operar que tuvo dicho CCD, es que decenas
de personas fueron confinadas en un hangar ubicado hacia el este de la base, llamado
“hangar viejo”, donde los secuestrados eran encadenados y se les asignaba un número
identificatorio, además de sufrir tratos inhumanos y torturantes de modo permanente,
siendo interrogados por sus actividades.

Resulta interesante el relato de otro sobreviviente del genocidio, que declaró haber
sido secuestrado y alojado en la Base, donde presenció que a un compañero de cautiverio le
tiraron el agua al piso y sus captores le manifestaron “tomá de acá ´montonero hijo de
puta´ como los perros” (22), habiéndose sostenido de la misma Base Aérea que “todos los
días a la misma hora en la brigada iban a hacer las sesiones de tortura, tenía marcas en el
empeine del pie de la picana” (23).

Del mismo modo que la existencia de los CCD fue reconocida en el histórico fallo
dictado en la Causa N° 13/84, donde se declaró que los mismos estaban diseminados en
todo el país, el Informe “Nunca Más” contiene testimonios brindados por víctimas de la
ciudad de Reconquista, entre ellos Alejandro Faustino Córdoba, Rubén Maulin, Juan Carlos
Pratto, entre otros, víctimas que han declarado en la Causa n° 50/06 como sobrevivientes,
causa en que la justicia federal reconoció que dichas dependencias, policial y de la Fuerza
Aérea, funcionaron como CCD en Reconquista (Fallo de la Cámara Federal de
Resistencia), habiendo estado alojados en los mismos ciudadanos secuestrados en esa y
otras ciudades.

Resulta de interés el requerimiento judicial de elevación a juicio (parcial) de la


Causa n° 50/06, que se cita, donde se referenció el libro “Punto 30. Informe sobre
desaparecedores” de Federico Mittelbach, que no solamente da cuenta de los CCD que
operaron en todo el país, en jurisdicción del Comando de Zona II (Rosario) sino en
Reconquista, precisando que la Base Aérea Militar de Reconquista operó como CCD
durante la vigencia del terrorismo de estado, autor que advierte sobre el poderío militar de
la misma (p. 75) y su importancia en comparación a otras dependencias que operaron en
dicha Zona.

(21) Testimonio de Ruben Maulin, Causa n° 50/06, Juzgado Federal de Reconquista.

(22) Testimonio de José Lis Cricco, Causa n° 50/06, Juzgado Federal de Reconquista.

(23)Testimonio de Liliana Sartor, Causa n° 50/06, Juzgado Federal de Reconquista, quien junto a su hermano José Luis
relataron cómo fue secuestrado su padre, Eduardo Sartor, dirigente de las Ligas Agrarias.

22
Se destaca en este tramo que, desde sus secuestros y en lo sucesivo, las personas
alojadas en CCD eran confinadas en condiciones inhumanas y degradantes,
caracterizándose sus situaciones por no brindarse noticia oficial sobre el paradero y la
situación procesal y destino de las mismas, configurando tales supuestos privaciones
ilegales de la libertad con las notas propias de las desapariciones forzadas (24).

Ilustrativo de dicho escenario es el relato de una de las víctimas ya citadas, quien


contó que una vez secuestrado, cuando sus familiares preguntaban por su situación a las
autoridades, les era negada toda información oficial: “cuando mi esposa preguntaba en los
primeros días no sabían dónde, negaban mi detención, en Santa Fe decían que en realidad
estábamos desaparecidos, esa era la figura que daban ellos” y pese que su mujer quería
saber dónde estaba “…era misión imposible” (25).

Posterior circuito represivo.

En cuanto al circuito represivo que seguían las personas detenidas en esta ciudad, a
dicho circuito estrictamente local, según varias víctimas han referido al declarar en la
Causa, le seguía luego de ser privadas de su libertad ilegalmente el traslado desde esta
jurisdicción (la Policía local o la Base aérea militar) a la capital provincial, con escala en la
Policía de San Justo (Santa Fe).

En la ciudad de Santa Fe dichas personas fueron alojadas en los CCD existentes en


dependencias de la Policía Provincial de Santa Fe, en la intersección de calles Obispo
Gelabert y San Martín; en la Guardia de Infantería Reforzada de Santa Fe (GIR), en la
Alcaidía y en distintas Seccionales de Policía de la capital santafesina, entre ellas la
tristemente célebre Seccional Cuarta de Santa Fe, agregándose la Cárcel de Coronda,
habiéndose usado incluso viviendas particulares (tal el caso del CCD que se identificó
como “La casita”, ubicado en la ciudad de Santo Tomé, prov. de santa Fe), sin ubicación
espacial.

Por otro lado, varias personas afectadas, cuyas desapariciones principiaron su


ejecución en este medio, habiendo seguido el circuito antes referido, luego fueron derivadas

(24) La Convención Interamericana sobre la desaparición forzada entiende por tal (Art. II) a “la privación de la libertad a
una o más personas, cualquiera que fuere su forma, cometida por agentes del Estado o por personas o grupos de
personas que actúen con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la falta de información o de
la negativa a reconocer dicha privación de libertad o de informar sobre el paradero de la persona, con lo cual se impide
el ejercicio de los recursos legales y de las garantías procesales pertinentes” En
https://www.oas.org/juridico/spanish/tratados/a-60.html. En tanto que la Convención Internacional para la protección de
todas las personas contra las desapariciones forzadas recepciona que “se entenderá por "desaparición forzada" el arresto,
la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado o por
personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la
negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona
desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley”. En
http://www.ohchr.org/SP/ProfessionalInterest/Pages/ConventionCED.aspx.
(25) Testimonio de Ruben Maulin, Causa n° 50/06, Juzgado Federal de Reconquista.

23
a otros CCD existentes en Buenos Aires (Villa Devoto, Caseros, Unidad 9 de La Plata), lo
cual advierte sobre la magnitud del programa gubernamental de persecución y exterminio
de opositores puesto en ejecución, con un nivel de coordinación en los niveles local,
provincial y nacional.

Referencias del circuito represivo al que referimos se desprenden de lo relatado por


víctimas que testificaron haber sido confinadas en dicho CCD. Así, en consonancia con
otros relatos, una sobreviviente mantuvo que, luego de ser alojada en la Base junto a otras
personas, “fueron cargados en un ómnibus con destino a Santa Fe y (…) ahí todo el tiempo
estuvimos encapuchados, después supe que el lugar donde estábamos era en el parque
sur” (26) de la capital santafesina.

Cabe analizar la secuencia genocida en el nivel local, atendiendo a la teoría de


Feierstein y otros autores.

Capítulo 3

1.) El genocidio reorganizador y sus secuencias ejecutivas en Reconquista.

Partiendo del planteo de Daniel Feierstein, con quien se comparte aquello de que el
genocidio reorganizador “se refiere a la aniquilación cuyo objetivo es la transformación
de las relaciones sociales hegemónicas al interior del Estado-Nación preexistente”
(Feierstein, en Casullo, et. al., 2016: 54), creemos que dicho postulado resulta fundamental
para esta investigación, ya que el horizonte trazado radica en desentrañar las fases de las
prácticas sociales genocidas en la sociedad de Reconquista.

En esa lógica, vemos que el dispositivo genocida local integra el planteo genocida a
nivel nacional, ya que cada ciudad y comuna del país fue puesta bajo observación militar
durante la última dictadura, por lo que los hechos ocurridos en Reconquista deben
entenderse como contribución a la consumación del genocidio de un grupo nacional
(Feierstein, 2014) ejecutado a nivel país. No en vano señala Catoggio (2010) que:

Esta estrategia, que más tarde se conceptualizó como “terrorismo de Estado”,


supuso la división proporcional del territorio nacional en zonas de injerencia de las distintas
armas. Sobre la división trazada en 1975 por el Ejército en cinco zonas, cada una de las
cuales correspondía a un cuerpo de su formación, una vez iniciada la dictadura, se
diseñaron zonas especiales bajo jurisdicción de la Armada y la Aeronáutica.

(26)Testimonio de Rosa M. Bassi, Causa n° 50/06, Juzgado Federal de Reconquista. Cabe aclarar que dicha víctima, junto
a su hermana Olga Bassi, Miguel Wutrich y José V. Nuñez fueron secuestrados por no haber sido encontrada la persona
que buscaban (Horacio Bassi, hermano de ambas), una práctica genocida advertida en todo el territorio nacional (Cfr.
Informe “Nunca Más” de la CONADEP).

24
En el caso de las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Chaco, Formosa y
Misiones, las mismas integraron la Zona II, quedando bajo la jurisdicción del II Cuerpo de
Ejército, con asiento en Rosario, aunque la Base Aérea Reconquista se constituyó en el
centro represivo concentracionario de mayor entidad en la zona norte santafesina.

No obstante, es oportuno aclarar que en dicha ciudad no se dieron supuestos que


implicaran el asesinato y desaparición física y simbólica de ningún preso político en esta
ciudad, aunque si se detectó una serie de secuestros de personas con las notas típicas de las
desapariciones forzadas, su alojamiento en CCD, el sometimiento a interrogatorios,
torturas y otra serie de actos crueles, inhumanos y degradantes, en condiciones de
agravamiento del grupo social afectado, cuyo número exacto resulta indefinido hasta la
fecha., ya que no ha habido un reconocimiento oficial, de las Fuerzas armadas y policiales
involucradas, que permita reconocer la magnitud precisa del genocidio reorganizador
puesto en práctica.

2.) Fases de una práctica social genocida en el ámbito de la ciudad de


Reconquista, provincia de Santa Fe.

Las prácticas constitutivas del genocidio reorganizador recorren las siguientes


fases: la construcción del otro negativo (el subversivo, la subversión), el hostigamiento del
otro negativizado, la fase de aislamiento espacial, el debilitamiento sistemático, el
aniquilamiento material y, por último, la realización simbólica de las prácticas genocidas
(Feierstein, 2014), experiencias que según dicho autor tienen su propio dinamismo, por lo
que, en más de un caso, aparecen yuxtapuestas (Bonavida, 2008: 17).

a.) La construcción del subversivo como el otro negativo a escala nacional.

La serie de hechos delictivos ocurridos el 30 de enero de 1976 y durante la última


dictadura en la ciudad de Reconquista, han recibido la calificación legal y judicial como
delitos de lesa humanidad (27), producidos en el marco de dicho régimen de facto, aunque
los mismos hechos no fueron alcanzados por la tipología jurídica del genocidio.

(27)Puede verse en el Centro de Información Judicial el fallo dictado en relación a una serie de delitos –aunque no la
totalidad- perpetrados en la ciudad de Reconquista y zona norte de Santa Fe en tiempos de la dictadura. Se trata de la
Causa que ante el Juzgado Federal de Reconquista, en etapa instructoria, de recolección de pruebas y resolución de
situaciones procesales, tramitó como el expediente que llevaba el n° 50/06, proceso penal conocido públicamente como
“Causa 50” a la que en esta indagación citamos como “Causa n° 50/06”. Dicho expediente, una vez firme los
procesamientos de los acusados, fue elevada a juicio ante el Tribunal Oral Federal de Santa Fe, donde se radicó bajo el n°
21/10, cuya Sentencia fue la N° 46/13, dictada en juicio oral y público el 6/8/13, cuyos fundamentos se difundieron el
25/9/13, causa caratulada “Sambuelli, Danilo Alberto y Otros”, sentencia fue confirmada en su totalidad por la Cámara
Federal de Casación Penal, Sala II, el 6/4/17, Registro n° 511/17, Expte. FRO 88000021/2010/TO1/CFC1. Las condenas
impuestas oscilaron entre 13 y 21 años de prisión, entre otros efectos jurídicos y se encuentran firmes.

25
Como si la sentencia del Tribunal Oral Federal de Santa Fe en la causa seguida en
relación a los delitos cometidos en Reconquista, que constituye un instrumento de suma
trascendencia, al tipificar los delitos bajo la categoría de crímenes de lesa humanidad se
limitara a considerar vigente la acción penal, es decir, sostener la imprescriptibilidad de la
acción penal en este tipo de casos, cometidos desde el aparato estatal; esto es, una acción
penal –como posibilidad de acudir a la Justicia- no sujeta a plazo de prescripción, sobre la
que no rigen dispositivos de impunidad, como el indulto y la amnistía, siendo viable el
trámite de la causa judicial más allá de la fecha de su ocurrencia y del transcurso del tiempo
operado (30 años en la Causa 50/06), plazo que en una causa común hubiese implicado el
cese de la acción penal por inacción estatal (prescripción), a lo que su añade el principio de
jurisdicción universal, según el cual cualquier Estado puede y debe perseguir penalmente y
sancionar a los responsables de tan graves crímenes.

Más allá de ese fallo, ni en el mismo, ni en ningún otro lado, se ha dicho nada sobre
la posibilidad de existencia de una dimensión genocida del caso, quedando en la nebulosa
la génesis turbulenta de lo que se dio en llamar –todo y nada al mismo tiempo- la
subversión.

Siguiendo la tesis de Feierstein, la definición del subversivo como el otro negativo a


exterminar, antes y, de modo sistemático, durante la última dictadura militar, constituye la
primera fase de las prácticas genocidas reorganizadoras (Feierstein, 2014), tratándose de
un proceso de estigmatización que si bien reconoce su origen en los años ´60, en que
produce un proceso de marcaje marcadamente selectivo, con la dictadura militar instaura el
miedo y la violencia contra ese otro de un modo generalizado y sistemático, siendo visible
y palpable el avance dictatorial sobre los derechos humanos de todos los argentinos.

Con respecto a la fase de construcción del otro negativo, el subversivo, se sostiene


que dicho proceso tiene su génesis “a partir del gobierno de facto de Onganía como uno de
los momentos en que se comienza a definir y delimitar un ´mal social´” (Cerro, 2008: 35),
lo que dicha autora llama fase de dispersión discursiva, punto de inicio de la “negación
misma de toda naturaleza humana a través de la anulación de su dignidad” (Raffin, 2006:
185), momento en que se polarizan los grupos sociales.

En esa evolución, puede verse que con la sanción de la Ley n° 20.840, del
28/9/1974, dictada durante el gobierno constitucional de María E. Martínez de Perón, se
pasa a reprimir a todo aquél que “para lograr la finalidad de sus postulados ideológicos,
intente o preconice por cualquier medio, alterar o suprimir el orden institucional y la paz
social de la Nación, por vías no establecidas por la Constitución Nacional y las
disposiciones legales que organizan la vida política, económica y social de la Nación”,
normativa que, junto a los Decretos de aniquilamiento (2770, 2771 y 2772, de 1975) y otros
dispositivos dictados a nivel castrense (Mántaras, 2005) se erigen en evidencia de la
extensión criminalizadora sobre de actividades ideológicas, que remiten el crimen mental

26
de 1984 (G. Orwell), es decir al mismo tiempo que esa ley puede ser captada como
instrumento tendiente a la construcción del otro negativo, el delincuente subversivo, del
mismo modo, habilita el ejercicio represivo, pretendiendo dotar al mismo de legitimidad
para entrometerse en la manera de pensar y actuar en lo político, económico y social.

Dicha situación, en los hechos concretos condujo a un marco definitorio (del otro
negativo) signado por un amplio margen de ambigüedad y vaguedad en los discursos en
circulación y de discrecionalidad y autonomía en los ejecutores de la represión que, en
dicho marco de emergencia y articulación discursiva, cualquier ciudadano podía caber en la
expresión y definición de lo subversivo (Cerro, 2008: 35). Es decir que, como señala dicha
autora valiéndose de la idea de Michel Foucault, dichos mecanismos configuran tecnologías
de poder capaces de operar en un doble sentido, “uno negativo[,] que hace referencia a
todo aquello que excluye, expulsa, prohíbe, margina y reprime; y uno positivo[,] que se
centra en lo que fabrica, observa, sabe y tiene efectos” (2008: 33).

En los relatos de sobrevivientes del genocidio de Reconquista puede entenderse que


los mismos fueron secuestrados por las FF.AA. y policiales debido a su forma de ser y
actuar en sociedad.

De ese modo, la construcción de negatividad remite a un lenguaje político y


mediático específico, como fue el vehiculizado en Argentina durante la década del ´70,
mediante el cual se dio forma a un enemigo político, definido y exhibido bajo ciertas
categorías negativas, denotativas de una identidad problemática, inadaptada socialmente y,
por ello, posible de ser calificada como subversiva, sobre todo por aparecer como contraria
al ser nacional y a la forma de ser occidental y cristiana. Eso explica por qué términos
como “Subversión, guerrilla, marxismo, extremismo, terrorismo y una amplia variedad de
eufemismos recorrieron los medios de comunicación de la época” (Salguero, 2005: 6),
generalizándose la discriminación y la represión, al extremo de que “en los meses
anteriores al golpe militar de Marzo de 1976, la prensa jugó un papel central en la
consolidación de la idea de subversión como ´lo otro´” (Cerro, 2008: 8), en concomitancia
a que, en el sector militar, la subversión aparecía hacia los meses de Septiembre y Octubre
de 1975 como problema más grave a enfrentar.

Hay quienes añaden que la construcción del subversivo como el otro negativo en
Argentina, en tanto proceso de estigmatización y marcaje a nivel nacional, principia con “el
discurso que Perón pronuncia desde casa de gobierno el primero de mayo de 1974”, donde
las organizaciones revolucionarias son expulsadas de Plaza de Mayo, quedando así
demarcadas y segregadas del resto (Dobruskin, et. al., 2013: 3). Un poco más atrás en el
tiempo, podría afirmarse que dicho marco constructivo forma parte de un proceso que data
de la Ley de Residencia, n° 4.144 (1902), que facultaba al Poder Ejecutivo a expulsar
extranjeros por conductas peligrosas para la seguridad nacional y el orden público, y de la
Ley de Defensa Social, n° 7.019 (1910), que negaba el ingreso al país de extranjeros

27
indeseables, prohibía reuniones y asociaciones de militancia revolucionaria (Jasinski: 2013:
25), debate que podría profundizarse en otras indagaciones.

Por su parte, Marina Franco entiende que la violencia dictatorial, impresa desde
1976 en Argentina, no fue producto exclusivo del golpe de estado de ese año sino que dicha
escalada abarca el período comprendido entre mayo de1973 y marzo de 1976, entendido
como “un continuo que, con cambios y discontinuidades importantes, forma parte de una
escalada de medidas de excepción estatal iniciada como mínimo con la dictadura de la
´Revolución Argentina´ (1966-1973)” (28), en que fue gestándose un entramado de prácticas
y discursos políticos que fueron constituyendo progresivamente una lógica político-
represiva centrada en la eliminación del enemigo interno. Agrega dicha autora que dicho
avance represivo se articuló mediante políticas y prácticas institucionales legales e ilegales,
al amparo de la “seguridad nacional” y de manera legitimada por amplios sectores políticos
(Franco, 2012: 17/18). Sobre el mismo punto, Hernán Merele agrega que hacia fines de la
década del ´60 la sociedad argentina sufrió un proceso de radicalización política que
implicó el surgimiento, en el seno del peronismo, de la llamada “tendencia revolucionaria”,
la cual se lanzó en marzo de 1973 y aglutinó:

la Juventud Peronista Regionales (JPR); el Movimiento Villero Peronista (MVP); la


Juventud Universitaria Peronista (JUP); la Juventud Trabajadora Peronista (JTP); La Unión
de Estudiantes Secundarios (UES); Agrupación Femenina Eva Perón; Asociación de
Profesionales Peronistas; el Movimiento de Inquilinos Peronistas, y el Frente de Lisiados
Peronistas -todas ellas organizaciones de base de Montoneros-, junto con las Fuerzas
Armadas Revolucionarias (FAR), las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y el Peronismo de
Base(29).

Ahora bien, el orden discursivo estigmatizante y constructor del otro negativo, que
circulaba desde los años ´60 y principios de los ´70, se institucionaliza desde el 24/3/76
(Cerro, cit.: 36), en que se apela a la imagen de un país en ruinas, momento en que se
solidifica el conjunto de enunciados que ubica a la subversión como responsable de todos
los males.

Como se verá más adelante, algunos de los sobrevivientes del genocidio


reorganizador perpetrado en Reconquista, al declarar judicialmente mantuvieron haber
desplegado actividades políticas en la Unión de Estudiantes Secundarios como asimismo en
la Juventud Peronista, de ahí la trascendencia de dicha militancia en relación a la otredad

(28) Franco, Marina (2012) Un enemigo para la Nación. Orden interno, violencia y “subversión”, 1973-1976, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, p. 14/18.
(29) Merele, Hernán (s/f). El germen genera sus propios anticuerpos. La “depuración” interna peronista y el proceso

represivo entre 1973 – 1976, p. 3, nota 3, cita a Anzorena, Oscar (1998), Tiempo de violencia y utopía. Del golpe de
Onganía (1966) al golpe de Videla (1976), Buenos Aires, Ediciones del Pensamiento Nacional), disponible en
http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/represionestatal_merele.pdf.

28
negativa encarnada por quienes adscribían a dichas formas de participación política y
social.

En dicho marco se produjo el retorno de Juan D. Perón a la Argentina,


produciéndose la “masacre de Ezeiza” (20 de junio de 1973), líder que al día siguiente hizo
un “llamamiento a la exclusión de ´los enemigos´ y al ´escarmiento´ de quienes así no lo
entiendan, exhortó a ´volver al orden legal y constitucional´ y denunció a ´quienes intentan
copar el movimiento´” (Merele, cit.: 4/6), lo que profundizó la violencia política y
posicionó al ala peronista revolucionaria como el otro negativo. El 23 de setiembre de 1973
Perón fue electo Presidente junto a María Estela Martínez de Perón –vice- y, producida la
muerte de aquél el 1° de julio de 1974, ésta asumió la presidencia de la nación hasta ser
depuesta el 24 de marzo de 1976. En cuanto al gobierno de María Estela Martínez, el
mismo se caracterizó por “por el sectarismo y el aislamiento, antítesis de la estrategia de
convergencia con que había regresado Perón en 1973, y terminó por alienarse uno a uno
todos los soportes sociales” (Napal, 2016: 6).

Es así como en dicho interregno se produce un “recrudecimiento de la violencia y


la represión, utilizando metodologías propias del Terrorismo de Estado, prácticas que ya
se habían iniciado con la presidencia de Perón” (Servetto, et. al., 2012: 198), situación que
estampó el gobierno de “Isabelita”, quien sostuvo discursivamente que “Todo el pueblo
sabe muy bien quién es el enemigo” (Napal, 2016: 8) aunque sin nombrarlo, amputando su
identidad y, al mismo tiempo, generando la posibilidad –según la autora citada- de que
cualquier ciudadano pueda ser catalogado como enemigo y traidor (2016: 8/9), quien
agrega que a la hora de sectorizar determinados grupos peronistas se recurrió a “analogías
de tipo biologisista, como comparar la Nación con un organismo vivo, así como agentes
disidentes de intereses contrarios a los propios con enfermedades, será un elemento que se
reiterará a lo largo de su gobierno” (p. 9), añadiendo que el discurso de “Isabelita” del 1°
de mayo de 1975 referenciaba a los integrantes de dichos grupos políticos radicalizados
cual si se tratara de “agentes que disocian y paralizan, provocando la enfermedad en el
organismo nacional” (p. 9).

De ese modo, los grupos del peronismo de izquierda, las agrupaciones armadas, el
sindicalismo combativo, los grupos de la teología de la liberación, entre otros, perdieron
protagonismo y peso público como consecuencia de las condiciones de censura, ilegalidad
y clandestinidad impuestas a los mismos –según Franco-, autora que agrega que ello
implicó la articulación de “una serie de discursos y de prácticas de carácter represivo que,
con pocos cuestionamientos y en una progresión imparable, se acumularon hasta 1976”
(2012: 25), lo que hace que el golpe de estado de 1976 sea visto por la citada como parte de
dicho proceso antes que como una abrupta interrupción de un marco democrático. No
obstante, cabe colacionar la aclaración de Franco, para quien si bien la política represiva y
disciplinadora aplicada por el gobierno peronista desde 1973 formó parte del proceso de
instauración del terrorismo de Estado y de un ciclo represivo que abarcó toda la década de

29
1970, las continuidades entre peronismo y dictadura militar se limitan a lo señalado, ya que
–refiere la autora- existen diferencias sustanciales entre uno y otro régimen, sobre todo
porque lo referido al diseño y ejecución final del terrorismo de Estado, “en cuanto plan de
eliminación sistemática, planificado y racional –con sus métodos específicos de tortura y
desaparición forzada de personas a escala masiva– pertenece a la corporación militar
como institución, que se apropió del poder ilegalmente desde 1976”(2012: 29).

Claro que, desde 1973, la situación descripta advierte una puja en el seno del
peronismo en torno a lo ideológico, al par que la violencia se constituía en la base de la
política, lo que permite a Servetto afirmar que “Los enfrentamientos respondían a la lógica
bipolar que comprendía la disputa entre dos modelos de hegemonía, el capitalismo
occidental y el socialismo” (2010 a: 21), lo que se relaciona con los postulados de la
Doctrina de la Seguridad Nacional impresa a nivel continental, como forma de poner freno
a la ideología socialista representada en el frente interno por distintas fuerzas políticas.

Atendiendo a dicho panorama, interesa destacar que la construcción de la figura del


subversivo en los años ´70 no se proyectó solamente como dispositivo tendiente a abarcar
las protestas sociales sino, además, rebeliones populares y actividades de insurrección de
las organizaciones guerrilleras (Messoulam, et. al.; 2007, 2). En tal sentido, resulta más que
interesante el trabajo de los citados, por cuanto trazan la evolución que tuvo la construcción
de la figura del subversivo en la revista “Gente” de masiva difusión en esa Argentina, desde
el Cordobazo (1969) en adelante, autores que, colacionando a Feierstein, entienden que en
el genocidio moderno ese otro negativo, ubicado en el interior de la Nación, “tiene que ser
eliminado en términos de su peligrosidad” (30).

Es idea de Servetto que:

Las distintas formas de la violencia revolucionaria que intentaban constituir nuevas


relaciones de poder, se enfrentaron a la violencia estatal que intentaba conservar el orden
del status quo. La eliminación del disenso por intermedio de la fuerza fue legitimada y
asegurada por quienes desde la cúpula del Estado se propusieron eliminar al adversario,
devenido en enemigo (2010 a: 21).

La misma autora señala que “en esta lucha entre la izquierda revolucionaria y la
derecha político-sindical, todos los métodos fueron válidos y su despliegue afectó e invadió
todas las instituciones del Estado” (2010 b: 18), quien añade que, de ese modo, cobró
forma en las esferas estatales la tesis de que había un enemigo al que era necesario destruir,
siendo cruciales en tal sentido la renuncia de Cámpora, el asesinato de Rucci, el ataque del
Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) contra el cuartel de Azul, la ruptura pública de

(30)En Messoulam (et. al., 2007: 5), citan el trabajo de Daniel Feierstein, Las contradicciones de la modernidad y su
resolución: igualdad, soberanía, autonomía y prácticas sociales genocidas, en Feierstein, Daniel (ed.) Genocidio, la
administración de la muerte en la modernidad, EDUNTREF, Buenos Aires, 2005.

30
Perón con Montoneros y, sobre todo, la muerte del líder histórico y la decisión de la
organización armada peronista de retomar la lucha clandestina (Servetto: 2010 b: 200).

En palabras del dictador, general Roberto Viola, la naturaleza de la subversión,


definida en términos de agresión contra toda una nación por el mencionado –ex presidente
de facto-,“deriva de la filosofía política que la origina y alimenta: el marxismo”(31), lo que
según dicha autora fue definiendo la figura del subversivo, “como una amenaza peligrosa
´extranjerizante´ y ´apátrida´ que sembraba el caos y la anarquía en el seno de la sociedad
argentina” (Roffinelli, 2006: 470) y, tal como ocurrió, era merecedora de un castigo que
incluía el exterminio y borramiento de la historia de miles de nacionales y extranjeros
alcanzados por el ambiguo estigma del ser subversivo creado para operar como lo opuesto
al ser nacional. En dicho escenario represivo, lo concreto y peligroso fue que “La
vaguedad de la ´condición subversiva´ alentada desde el discurso publicitario tendió a
desdibujar las fronteras de las identidades políticas, sindicales, sociales, culturales,
resguardando la lógica operativa seguida por los agentes de la represión” (Catoggio,
2010). Así, fueron extendiéndoselos márgenes de autonomía y discrecionalidad funcional
de los agentes del régimen, al extremo de que cualquier conducta podía quedar atrapada en
la trama de lo subversivo.

Como enseña Feierstein, las víctimas del genocidio en Argentina se caracterizan


directamente por su militancia, “entendiendo en sentido amplio a este concepto, que
permite incluir al cuadro político-militar de las organizaciones armadas de izquierda como
al delegado de fábrica, al miembro de un centro estudiantil secundario o al vecino que
pilotea las experiencias del club barrial (Feierstein, 2006: 30).

Al respecto Rofinelli razona diciendo que en dicha época “la ´ola de violencia´, la
´escalada de violencia´, el ´profundo desorden imperante´ y ´el caos social´ tienen un
responsable cada vez más nítido: ´la subversión´, ´la delincuencia subversiva´, la
´guerrilla de izquierda´, etc., es decir, ese otro negativo que va tomando (ante el conjunto
de la sociedad), cada vez más, una forma diferenciada. Se necesita ordenar nuevamente a
la sociedad y para ello hay que aniquilar a los responsables del caos: la subversión”
(Roffinelli, 2006: 481).

Ello tal vez de cuenta de un régimen (el totalitario), capaz de “quitar a los seres
humanos toda espontaneidad o creatividad, despersonalizarlos, privarlos de su dignidad
como personas para asi transformarlos en cosas y volverlos intercambiables y totalmente
prescindibles (H. Arendt en Raffin, 2006: 185/186).

(31) En
Roffinelli (2006: 470), cita al diario La Nación del 20 de abril de 1977. Cfr. Izaguirre, I. (1992). Los desaparecidos:
recuperación de una identidad expropiada. Cuadernos del Instituto de Investigaciones-Facultad de Ciencias Sociales, p.
36).

31
b.) Construcción del subversivo como el otro negativo en Reconquista y zona.
Marcaje, hostigamiento y aislamiento.

Según da cuenta Roffinelli, para que el asesinato de una fracción social


indisciplinada, cuyas relaciones se evidenciaban autónomas frente al poder instituido, fuera
posible, “primero se tuvo que construir -en el plano simbólico- como ´otredad negativa´.
Es decir, como un otro diferente, no normal y peligroso para el conjunto de la población”
(2006: 466).

En cuanto a la figura del subversivo, la misma autora explica que:

no estaba -como comúnmente podría pensarse- conformada solamente por los


militantes de las organizaciones armadas, sino por los cuerpos de los militantes de
organizaciones barriales, agrupaciones de base, centros de estudiantes, coordinadoras
gremiales, comisiones de fábricas, grupos artísticos, sacerdotes tercermundistas,
profesionales de clases medias (médicos, abogados) solidarios con las organizaciones
populares, universitarios, etc. Todos ellos constituían una variada gama de relaciones
sociales solidarias, no competitivas y de cooperación (Roffinelli, 2006: 469/470).

Es claro que el proceso de marcaje basado en motivaciones políticas se centró en


esa trama de relaciones, contra quienes, por aparecer incursos en actividades tildadas de
subversivas, fueron seleccionados para conformar la lista de sujetos a secuestrar.

c.) Primer razzia represiva. Enero de 1976.

Recordemos que en Reconquista se produce la primera razzia represiva masiva a


fines enero de 1976, la cual no fue producto del azar ni la improvisación.

Hoy día se tiene conocimiento de la existencia en la Secretaría de Derechos


Humanos de Santa Fe de un frondoso archivo de “partes de inteligencia” de la policía
provincial que no son sino producto del seguimiento de ciudadanos, del registro de tareas
de vigilancia y control poblacional, desplegado en la dictadura respecto a personas de este
medio. En cuanto al contenido de dichos documentos secretos, viene dado por las
actividades desplegadas por las personas de este medio que luego fueron secuestradas,
surgiendo de esos documentos –calificados como estrictamente secretos y confidenciales-
el nivel de coordinación existente entre los servicios de informaciones policiales y de
inteligencia militar (32) actuantes. Ello cuadra en la fase de marcaje del otro negativo.

Además, se acreditó judicialmente en la Causa n° 50/06 que al menos cuatro


ciudadanos de este medio fueron empleados a sueldo como personal civil de inteligencia en

(32)Intervenían en los mismos personal policial de la Sección Informaciones de la Policía de Santa Fe, personal militar de
inteligencia de Fuerza Aérea Argentina, del Ejército (Zona II, Área 212), como de personal civil de inteligencia.

32
esa época, reportando al Batallón 601 del Ejército Argentino, los que seguramente pudieron
haber operado, en coordinación con otros “servicios” de inteligencia, en la recolección de
información (33), aportando datos sobre personas de este medio, actividades y relaciones, lo
que integra el proceso de marcaje y posterior hostigamiento y aislamiento de los mismos,
fases que, según advertimos, se produjeron de modo yuxtapuesto y en una mixtura propia
de la dinámica local.

En lo ceñido al caso de Reconquista, la construcción de esa otredad negativa debe


entenderse inscripta en el proceso de construcción de la figura del subversivo a nivel
nacional, el que por capilaridad derivada de una intensa campaña mediática y por la
visibilidad de la violencia extrema del poder estatal, se extendió a todos los rincones del
país. Es decir que cualquier pensamiento, relación o práctica social podía ser catalogada de
subversiva (Feierstein, 2014), perfilándose un estado de vigilancia constante sobre
determinados cuerpos, captados como materialidades y blancos del poder (Canavese, 2011)
merecedores de castigo. Así, la construcción del otro negativo reconoce estrategias
discursivas marginalizantes, capaces de generar identificación con unos y hostilidad con los
otros negativizados como sujetos.

Tenemos entonces que un grupo de personas pasó a encarnar la otredad negativa, el


otro problemático, aunque en un contexto zonal muy particular, como resulta ser el norte de
Santa Fe (34). Vale recordar que, en nuestro norte santafesino, desde 1969 tuvieron lugar
movilizaciones y protestas populares, situaciones sociales conflictivas, que se verificaron
en simultáneo con movilizaciones dadas en Corrientes, Córdoba (el Cordobazo) y Rosario
(el Rosariazo), lo que en el escenario zonal se conoce como “El Ocampazo” (1969), un
problema que remite al conflicto azucarero y que, asimismo, fue factor susceptible de dar
forma a la construcción de la otredad negativa y a la consolidación de un aparato represivo
dedicado a la subversión en nuestra zona (Jasinski, 2013, Masín, 2011 y Borsatti, 1999) (35).

Además, en la década del ´70 se dio la presencia en Reconquista de uno de los


fundadores de Montoneros, el abogado Roberto Perdía, quien se desempeñaba como
profesional asesorando trabajadores en materia laboral, además de producirse la visita de
otros líderes foráneos de las juventudes políticas de ese tiempo, que vivieron a signar el

(33) Se trata de los agentes civiles de inteligencia Carlos Rafael Cenoz, Juan José Luis Gil, Enrique Vallejos y Julio Ramos,
Causa n° 50/06. En el sitio web http://www.mendozatransparente.com.ar/noticias/confidencial-
topsecretasivendioalospcielgeneralmilani49legajosenmicrofilmalosddhhy300mildolareseldegerardomartinez existen
referencias de Cenoz y Vallejos. En tanto que en https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/10-52580-
2015-12-27.html se habla del reciclaje de Ramos en democracia y en el sitio https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-
203045-2012-09-10.html se hace alusión a Gil, visitados el 13/2/18.
(34) En Roffinelli (2006).
(35) Surgen agregados a la “Causa n° 50/06, Legajos de policías y militares involucrados en hechos ocurridos en

Reconquista que dan cuenta de su capacitación recibida por los mismos en materia de lucha antisubversiva, como a la
disponibilidad de agentes del servicio de “Informaciones” e “Inteligencia” abocados a este tipo de seguimientos de
personas, además de la actuación de la SIDE, el Batallón 601 (con personal civil), la Policía Federal Argentina, entre otros
organismos.

33
movimiento social, político, gremial que se daba en la región, sin que puedan obviarse las
Ligas Agrarias y su influjo en zona rural.

Dichas muestras de activismo si bien fueron dando lugar a nuevas formas de


participación social, fueron generando un modo represivo de percibir dichos fenómenos.
Aunque, cabe aclarar lo que señala Waldo Ansaldi, en el sentido de que, en general, “la
cultura política argentina muestra un notable predominio de prácticas que definen al
adversario político como enemigo, forma de construcción en la cual el objetivo principal
es la destrucción del oponente” (2014: 7/8).

Al requerirse judicialmente (de manera parcial) la elevación a juicio de la Causa n°


50, relativa a los hechos cometidos en la década del ´70 en Reconquista y zona, el
Ministerio Fiscal acusó a personal militar y policial de dicha ciudad por cuarenta y un (41)
casos de victimizaciones acreditados, muchos de ellos relacionados a actividades políticas y
sociales alternativas, no obstante desconocerse la cifra oficial de casos ejecutados en el
norte santafesino.

Como decíamos, ese marco posibilitó la construcción del otro negativo, encarnado
por los jóvenes que militaban en la Juventud Peronista, en centros de estudiantes
secundarios y otras formas de participación, llegando a extenderse la represión a familiares
de aquellos y a otras personas.

d.) Golpe de estado del 24 de marzo de 1976 y posterior curso represivo.

El acto de usurpación y toma del Departamento Ejecutivo Municipal de Reconquista


(Santa Fe) consta en las copias certificadas del Acta Nº 221/03/76, agregada a la Causa n°
50/06, donde surge la entrega del Despacho del Intendente Municipal constitucional
depuesto (Don Pedro M. H. Roselli) “a las Fuerzas Armadas Argentinas”, cuyo “cese de
actividades se produjo desde el 24/03/76 al 10/12/83 con el advenimiento de la
Democracia”, durante todo el lapso de tiempo que duró dicha dictadura militar, quedando
de ese modo plasmado oficialmente el golpe de estado en Reconquista (Santa Fe), golpe
que implicó la asunción de facto, como interventor municipal, del capitán de la FAA,
Danilo Alberto Sambuelli, condenado en la causa judicial n° 50/06 como autor mediato
responsable de todos los secuestros producidos en la zona.

Además, obra en el expediente judicial constancia del Acta N° 655, del 29 de marzo
de 1.976, donde se hizo constar el cierre del Concejo Deliberante de Reconquista, “atento a
lo ordenado por el Comisionado Interventor Interino, capitán Don Danilo Alberto
Sambuelli”, funcionario militar que recibió bajo inventario pertenencias y documentación
de dicho cuerpo legislativo, cesando la actividad del mismo hasta el 9 de diciembre de
1.983, conforme surge ello del siguiente acta que se labró luego del proceso militar, el Acta

34
N° 956/83 (fs. 685), lo cual evidencia que la interrupción de la actividad legislativa local
duró todo el período de vigencia del régimen militar de facto.

e.) Las palabras de quienes encarnaron la figura del subversivo. El subversivo


como elemento identitario.

Se ha advertido que la figura del subversivo operó como elemento identitario del
colectivo humano reprimido, aunque tal vez sean clarificadores los testimonios de las
mismas víctimas para entender esta fase genocida.

Uno de los sobrevivientes de Reconquista, Alejandro F. Córdoba, impulsor de la


Causa 50/06 junto a otros sobrevivientes del genocidio, al declarar judicialmente sostuvo
que comenzó su militancia política en Reconquista, “en la Unión de Estudiantes
Secundarios y luego en la Juventud Peronista. A raíz de ello el 8 de setiembre de 1976 fui
detenido en mi domicilio”, siendo llevado a la Jefatura de policía y luego a la Base Aérea
de Reconquista, donde “me preguntan por mi actividad política, personas que militaban
conmigo” (Causa n° 50/06).

Es claro que la motivación dictatorial a la hora de secuestrarse a esta persona bajo el


cargo de subversivo radicaba en la negatividad (discursiva) inherente a su militancia
política, lo que constituye una constante en la serie de casos estudiados, en que una gran
mayoría de militantes políticos privados de su libertad de este medio lo fueron por ser
peronistas, pasando todos ellos a corporizar el grupo social representativo de la figura
negativa de los subversivos, modo en que, caso por caso, se fue construyendo a ese otro
subversivo en Reconquista, es decir a una grupalidad nacional.

Elvira Ana Dieringer, una sobreviviente del genocidio local, detenida hacia
noviembre de 1976, fue llevada a los mismos CCD, sufriendo un simulacro de
fusilamiento, cuando sus captores le informaron “que me iban a matar, porque era
guerrillera, hija de puta”, siendo los cargos incriminados en razón de su “actividad en el
centro de estudiantes, me decían que había celulas del PRT” (Causa n° 50/06).Por su parte,
Susana Guadalupe Beltrame, compañera de la antes nombrada, detenida hacia fines de
octubre, principio de noviembre de 1976, declaró en la misma Causa diciendo que fue
trasladada y alojada en la Base Aérea de Reconquista junto a otras víctimas, siendo
inmovilizados con cadenas en un hangar de la fuerza aérea, siendo sometida a un
interrogatorio en una pieza contigua, donde la torturaron aplicándole picana eléctrica en
distintas partes del cuerpo, al tiempo que le apretaban una mano con una prensa y la
compelían “exigiéndome nombres de personas o que diga cosas relacionadas a
Montoneros”, agregando que “militaba en la juventud peronista… la parte social me gustó
mucho siempre y sobre eso eran todos los interrogatorios y porque era peronista”(Causa
n° 50/06).

35
Otra muestra de la construcción del enemigo político se extrae del relato de otro
sobreviviente del genocidio, Osvaldo Horacio Marcón, quien habiendo reconocido ser
opositor en el gremio de su actividad laboral (frigorífico) fue secuestrado a raíz de que le
colocaran “panfletos… del ERP [Ejército Revolucionario del Pueblo] y le dije esto no es
mío… entonces la llamo a mi señora que estaba en la cocina, le dije que se fije y le
pregunté porque estaba eso acá… ella me dice que no tenía nada que ver”, siendo evidente
que para relacionar a Marcón con el Ejército Revolucionario del Pueblo le fue “plantada” la
prueba en su contra que representaban dichos panfletos para, de ese modo, quedar el mismo
en el ámbito de lo subversivo y, por derivación, de lo ilegal. Además, cuando Marcón fue
llevado y alojado en situación de desaparición forzada en la Base Aérea de Reconquista uno
de los guardias que lo custodiaba expresó a otro custodio: “acá hay un subversivo detenido
y hay orden de que si se mueve o quiere salir lo matemos” (Causa 50/06), lo cual da cuenta
del modo en que militarmente se definió y percibió esa otredad.

Otra víctima, Rubén Maulin, expuso en el mismo expediente que “en una de las
oportunidades que me presento a firmar mi asistencia [libertad vigilada], estando
esperando que me atienda en el pasillo se cruza uniformado Nickisch [uno de los policías
de Reconquista condenado] y haciendo alusión a mi presencia dice que había que terminar
con todos estos subversivos, ´hay que liquidarlos´” (Causa 50/06).

También puede mencionarse el caso de Silvio A. Iznardo, sobreviviente local,


detenido en febrero y marzo de 1976, quien declaró: “Nos bajaron en dichos hangares [de
la Base Aérea], nos sentaron en el piso y ahí comenzó de nuevo las declaraciones como que
ellos estaban buscando, me refiero a los represores y asesinos, a la gente supuestamente
involucrada en la subversión” (Causa n° 50/06).

Asimismo, el relato de Alberto Wilhelem, quien dijo que pudo advertir la presencia
de otros detenidos por razones políticas, algunos de los cuales eran sus vecinos (Oscar
Ortiz, Clelia Morzán, Víctor González), refiriendo como característica particular de ese
grupo humano que “todos estábamos en la comisión vecinal del Barrio Almafuerte,
teníamos contacto permanente entre los vecinos” (Causa n° 50/06).

Néstor René Medina mantuvo que no tuvo imputación por delitos sino
“interrogatorios sobre hechos, personas, lugares, relacionados con la actividad política”
(Causa n° 50/06).

Nuevamente colacionamos a Córdoba, quien al ser entrevistado mencionó acerca de


la figura de subversivo que encarnó que “Uno se siente como observado, inspeccionado,
tratado de manera diferente. Siento que la relación con mis vecinos y amigos es distinta a
la que hubiera sido si no era detenido. Me dicen por ejemplo: Vos que pasaste tal cosa, vos
que estuviste allá. Prefiero ser lo que era como militante político, con la experiencia

36
personal de haber vivido esa etapa inolvidable y no otra cosa que no sé qué es
exactamente” (36).

Estos relatos constituyen una muestra del proceso de construcción y marcaje del
otro negativo impreso contra dichas personas, como forma de definirlos y afectarlos en sus
derechos constitucionales, revistiendo esas víctimas actualmente la condición legal de
sujetos pasivos de los delitos cometidos al amparo dictatorial.

En el caso de la primera razzia ejecutada en Reconquista el 30 de enero de 1976, la


misma advierte sobre la preexistencia de una política criminal dedicada a la recolección de
información sobre las actividades de determinadas personas a escala nacional, provincial y
local, que en términos de jurisdicciones militares se traducía en un flujo de datos que
circulaba entre distintas fuerzas, militares y policiales, lo cual integra el proceso de marcaje
del otro.

En dicha irrupción militar del día 30 de enero de 1976, las FF.AA. efectuaron un
importante operativo en la zona, actuando un número considerable de efectivos militares y
policiales, allanando domicilios y secuestrando personas, lo que incluyó aviones Pucará
sobrevolando en la zona, lo que no pudo ser sino una acción represiva planificada para
ejecutarse con respecto a determinadas personas, las que seguramente integraban una lista
de sujetos a detener, personas que en virtud de dicho accionar estatal pasaron a conformar
un grupo nacional diferenciado.

En esa construcción y marcaje contribuyeron los servicios de inteligencia (policía


local, Base Aérea Militar, Policía Federal, SIDE, Batallón 601, Comando de Zona II).
Como se advierte en la mayoría de los relatos de los sobrevivientes del genocidio, el
sustrato represivo se posó en lo relativo a sus ideologías políticas, a sus formas de pensar y
relacionarse en sociedad, lo que pudo ser visto como oposición al régimen dictatorial.

Al respecto, Roffinelli señala que dicha dictadura se valió de diversos mecanismos


conceptuales destinados a mantener el universo oficial y, agrega claramente:

Cuando “algunos grupos de habitantes” -sostienen los autores Berger y Luckmann-


llegan a compartir versiones divergentes del universo simbólico, se produce un desafío del
status de la realidad de dicho universo y estos grupos se convierten en portadores de una
definición de realidad que constituye una alternativa. Estos grupos heréticos constituyen así
no sólo una amenaza teórica para el universo simbólico, sino sobre todo, una amenaza
material para el orden institucional legitimado por el universo simbólico (2006: 472/473).

A propósito de las construcciones simbólicas y su materialización, Foucault


considera que en toda sociedad “la producción del discurso está a la vez controlada,
seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por

(36) Entrevista del autor a dicha víctima, basada en un cuestionario tipo de 51 preguntas.

37
función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su
pesada y temible materialidad” (1992: 11).

Ello implica afirmar que la razzia de enero del ´76 –y su proceso de marcaje previo-
constituyen el marco delimitativo (en parte) del grupo nacional sujeto a represión, lo que
en palabras de Roffinelli denota que “el poder político y militar junto con sus
colaboradores de la sociedad civil (empresarios, gremialistas, eclesiásticos, intelectuales)
apelaron a dicho discurso para justificar la aniquilación de parte de sus propios
´conciudadanos´” (2006: 476). Claro que dicho encarrilamiento tuvo como epicentro un
contexto en el cual a “los mecanismos de censura y represión se suman singulares
(auto)censuras impuestas por los prejuicios de una sociedad demasiado apegada a la
tradición” (Dobruskin, et. al., 2013: 48).

Se advierte así que los otros negativizados pasaron a integrar el imaginario social,
quedando delimitados “los iguales, los sujetos cotidianos y mayoritarios; distintos
cualitativamente de los otros, de aquellos que no quieren ser como todos y, por lo tanto,
que no deben ser” (Feierstein, 2014), lo que hace que la figura del subversivo personifique
la disidencia política y las relaciones sociales de solidaridad, que pasan a ser captadas como
perturbadoras por y para el orden instituido.

De esa forma, los sujetos a dicho marcaje pasan a encarnar el mal achacado, que es
planteado en términos biológicos de una enfermedad que requiere ser extirpada a riesgo de
extenderse a todo el organismo social.

f.) Fase de hostigamiento.

En las prácticas sociales genocidas, al marcaje del otro negativo a exterminar le


sigue el hostigamiento (Feierstein, 2014), persecución hostigante que, teniendo por fin
conjurar el discurso y las prácticas sociales encarnados por el grupo social marcado, se
proyectan sobre lo físico y lo legal como forma de imposibilitar que esos sujetos marcados
cumplan con su rol sostenedor de discursos y prácticas sociales alternativas.

En tal sentido, una de las formas ejecutivas que asume la fase de hostigamiento
tiene que ver con la habilitación normativa (Roffinelli, 2006: 477), lo que remite a los
decretos de aniquilamiento (1975) y al compendio de disposiciones castrenses creadas para
reprimir (Mántaras, 2005), los que vienen a operar como condición de posibilidad del
ejercicio punitivo, además de sedimentar el clima de intolerancia frente al otro
discriminado (Feierstein, 2008) y, asimismo, profundizar la construcción, hasta ese
momento simbólica-discursiva, del otro negativizado (Messoulam, et., al., 2007: 7), todo
ello como forma de legitimar la reacción represiva en un espacio y tiempo histórico
particular, antesala de lo que va tomando forma de solución final (Roffinelli, 2006: 477).

38
Claro que, más allá de dicha afirmación, Roffinelli relativiza el marco jurídico
(decretos de aniquilamiento de 1975) al considerar que en Argentina no existieron (antes
del golpe de Estado de1976) normas jurídicas discriminatorias sino que “este rol lo
cumplieron las llamadas listas negras” (2006: 482), las que se popularizaron en las
prácticas represivas y en las distintas realidades.

En cuanto a la represión ejecutada en Reconquista hacia fines de enero del año ´76,
la misma cuadra en la fase de hostigamiento con respecto al grupo social conformado
mediante el proceso de marcación previo, del mismo modo que para el grupo social que
sería privado de la libertad desde el 24 de marzo de 1976. Pero, asimismo, la razzia del mes
de enero constituye un aislamiento espacial del grupo de secuestrados en esa fecha, lo que
permite sostener que dichas fases fueron ejecutadas en este caso de modo simultáneo.

La tesis de Dobruskin y Feldman es que “La etapa de persecución paraestatal que


genera el marco de condiciones para el aislamiento de las víctimas por parte de los sujetos
´normalizados´ afecta a todas las regiones del país” (et. al., 2013: 9). En ese marco,
Roffinelli entiende que el accionar de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A)
cumplió el rol hostigadora escala nacional, ya que entre 1973 y 1976“realizómás de
trescientos asesinatos y secuestros en todo el país de personalidades políticas, culturales,
periodistas, dirigentes obreros y estudiantiles, abogados de presos políticos y militantes de
organizaciones sociales” (2006: 479), es decir, de sujetos que previamente fueron
englobados como parte de la subversión.

g.) Fase de aislamiento espacial.

Al examinar las condiciones de ocurrencia de la fase de hostigamiento advertimos


que dicha práctica social genocida aparece en Reconquista ejecutada de modo simultáneo
(Dobruskin, et. al., 2013), ello así porque la detención estatal ilegal de personas
(previamente marcadas), producida el 30 de enero del ´76, constituyó un aislamiento
espacial directo dirigido contra los sujetos secuestrados y, en paralelo, un hostigamiento
para al grupo social que, relacionado o no al primer grupo objeto de razzia, iría tomando
forma para ser secuestrado desde el 24 de marzo de 1976 y en lo sucesivo.

La fase de aislamiento espacial de los oriundos de Reconquista, de fines de enero


del ´76, implicó el traslado, concentración y permanente custodia militar, más el posterior
alojamiento de los detenidos en distintos CCD de la ciudad y de la provincia de Santa Fe, lo
cual se reiteraría con la misma sistematicidad en el posterior aislamiento espacial,
ejecutado masivamente desde marzo del mismo año en Reconquista y zona.

Por otro lado, cabe referir que la gran mayoría de los encarcelados, interrogados y
torturados en CCD en enero de 1976, al tiempo fueron liberados, lo cual pudo operar como

39
hostigamiento para esas mismas víctimas como para otras personas, posibilitando la
difusión del terror en el ámbito local a través de dichas experiencias traumáticas.

Según el relato de Adolfo E. Maggio, sobreviviente del genocidio local, durante el


aislamiento espacial a que fue sometido, a fines de enero del ´76, “me tiraron en el piso y
fui varias veces pisado en la espalda por personal de la Guardia Rural. Las secuelas de
esto es que convivo con dos hernias de disco. Más por los golpes de las sesiones de tortura,
la mayoría dados en la cabeza y precisamente en la zona de oídos; convivo con ´trauma
acústico´ en ambos oídos. No era conveniente contar a cualquier persona el suceso, dado
que uno tenía temor de ser nuevamente ´informado´ y podía regresar el ´grupo de tareas´”
(37)
, siendo ello una muestra del clima de tortura permanente que debió soportar.

En cuanto al número de personas aisladas al ser detenidas en enero del ´76 y desde
el 24/3/76, se estima que fue de entre treinta y cuarenta y una personas el número de
víctimas, incluyendo tres mujeres menores de edad (Requerimiento Fiscal de elevación
parcial a juicio, Causa n° 50/06, 11/11/11), aunque dicho número actualmente contabiliza
más de sesenta casos que se agregan a aquellos, cometidos en el mismo tiempo en dicha
ciudad, lo que actualmente está siendo investigado judicialmente (Causa n° 94/17, Juzgado
Federal Reconquista).

Merece aclararse que la idea de aislamiento espacial es entendida siguiendo los


postulados de Dobruskin (et. al., 2013: 10), con quienes coincidimos en cuanto a que, en el
caso argentino, el aislamiento se produjo apelándose a un componente político, lo que
implica prescindir de una cuadriculación geográfica de los sujetos marcados como
subversivos, con una clara finalidad de clausurar relaciones, impactando tanto en lo físico
como en lo psíquico de los mismos (Feierstein, 2014).

En la Causa citada todas las víctimas brindaron detalles del modo en que se produjo
su aislamiento del mundo conocido, al ser privados de su libertad, quedando amputados de
sus familias y de la sociedad, extrayéndose de dicho calvario la intencionalidad destructora
de esa grupalidad y de su identidad como tal (Feierstein), ya que tampoco contaban con
ningún recurso legal.

Así, encontramos que una de las víctimas sobreviviente, Juan Carlos Domínguez,
expuso que “estuve detenido en Reconquista, [donde] se negaba a los familiares todo tipo
de información o sea que estaban en la incertidumbre total” (Causa n° 50/06), siendo
frecuente la referencia de los sobrevivientes al hecho de encontrarse en situación de
desaparición, al no brindarse información oficial sobre el destino de los mismos, al no ser
llevados ante un juez para ser acusados y recibir asistencia letrada. La misma víctima
denunció que al ser alojados en la GIR de Santa Fe fue testigo de la presencia de

(37)
Entrevista del suscripto a Adolfo Enrique Maggio, basado en un Cuestionario tipo de preguntas para víctimas del
genocidio local.

40
“estudiantes, políticos, ancianos… había gente totalmente hacinados en los pasillos, gente
muy golpeada, con contusiones, vómitos de sangre, que seguramente provenían de todas
las provincias, eran más de mil y pico de detenidos” (Causa n° 50/06). Ese relato nos da un
panorama del elemento político que anidaba en los motivos para reprimir esa grupalidad
social diferenciada y de la dimensión genocida de dichas prácticas.

Mabel Rodríguez declaró que estando alojada en la Base Aérea fue interrogada
dicha sede, lugar donde le dijeron que “si no hablaba me iba a pasar lo mismo que a mi
hermana que ya la habían hecho cagar” (Causa n° 50/06).

En cuanto al aislamiento espacial, el mismo tiene por finalidad producir “la ruptura
de relaciones sociales entre la fracción social destinada al exterminio y el resto de las
fuerzas sociales. Además, el aislamiento persigue: a) individualizar al sector que será
exterminado y b) ´ocultar´ el exterminio a los ojos de la opinión pública” (Roffinelli, 2006:
485), lo que según Dobruskin (et. al.) implica que “la aparente demarcación de un sector
encubre, en realidad, la represión al conjunto de la sociedad” (2013: 11).

Un recorrido de la Causa n° 50/06 permite afirmar que la fase de aislamiento


espacial del grupo social victimizado -tanto en enero del ´76 como desde y luego del 24 de
marzo del mismo año-, se dio en CCD cuyas condiciones de alojamiento eran
infrahumanas, capaces de colocar a dicho grupo de personas en condiciones sumamente
graves para su vida de los sometidos a dicho aislamiento, con lo que, más allá de las
sesiones de tortura en sí, dicho aislamiento implicó un contexto de tortura permanente.

Por otro lado, resulta claro que el aislamiento espacial de dicha grupalidad impactó
resquebrajando las relaciones sociales solidarias mantenidas por los mismos, difundiendo el
terror, el miedo, la desconfianza y la delación en el resto de la sociedad.

h.) Fase de debilitamiento (físico y psíquico) sistemático.

La misma implica el sometimiento del grupo social victimizado a condiciones


capaces de producir un impacto de trascendencia en integridad psico física de sus
integrantes, de modo tal de afectar su salud. En tal sentido, Roffinelli razona que esta fase
implica “alcanzar el debilitamiento (físico y psíquico) de la fuerza social a exterminar que
permitirá en muchos casos ir minando estas fuerzas y generar las condiciones para la
industrialización de los procesos de exterminio” (2006: 491).

En tal sentido, el relato de Osvaldo H. Marcón es ilustrativo de la intencionalidad


genocida evidenciada al someter a dicho grupo de personas a condiciones sumamente
graves e inhumanas, por ejemplo cuando contó ante la Justica que, al ser trasladados a
Santa Fe (en un avión Hércules, desde la Base Aérea Reconquista), en el trayecto que va
del Aeropuerto de Sauce Viejo a la Guardia de Infantería Reforzada (GIR) de Santa Fe, que

41
duró una hora, fueron salvajemente torturados mediante golpes con cachiporras, pisotones
con los que “trataban de reventarnos los testículos… y a la chica la tenían en el último
asiento, y le han hecho cualquier cosa”, relatando que subía un grupo de uniformados para
torturarlos y cuando se cansaban bajaban y subía otro grupo, siendo más que evidente el
influjo genocida impreso en dichas prácticas punitivas.

A ello puede añadirse el relato de Rubén Maulin, quien explicó a la Justicia que
estando secuestrado en la Unidad Regional N° IX de Policía de Reconquista escuchó gritos
que “se debían a golpes y torturas tanto de mujeres como de hombres”, los que estaban en
su misma situación de desaparición forzada.

Ilustrativo de ello es el relato de Alejandro F. Córdoba, quien mencionó que estando


alojado en la Base Aérea de Reconquista fue sometido a interrogatorios, en uno de los
cuales el oficial de policía Carlos Nickisch –condenado en la causa- “tenía un arma que me
la ponía en las costillas y decía que iba a disparar, yo lo veía porque no tenía vendas, él
estaba a mi costado”, en tanto que otro represor, en este caso Danilo Alberto Sambuelli,
presente en la misma sesión, “se levantó en algún momento con unos cables, me mostraba
los cables pelados y me decía que los iba a enchufar”, habiendo sostenido esta víctima que
al ser interrogado, “por lo menos en mi caso y en el de Néstor Medina, utilizaban picana
eléctrica”(Causa n° 50/06).

Además, Córdoba acreditó el sometimiento a condiciones de debilitamiento al


referir al deplorable estado en que se encontraba Néstor Medina, otra víctima, debido a las
torturas sufridas, agregando que en la Base Aérea de Reconquista escuchó “llantos, gritos,
quejas que se escuchaban, reclamos, yo estaba ahí”(Causa n° 50/06).

El testimonio de Elvira A. Dieringer, detenida en ese tiempo, advierte sobre la fase


de debilitamiento a que fueron sometidos, ya que afirmó que “en determinado momento me
jodió tanto el manoseo que les dije que prefería que me mataran” (Causa n° 50/06).

Por su parte Edén A. Sandrigo, víctima del genocidio, contó que al ser secuestrado
en su trabajo (frigorífico FRIAR) fue llevado a la Jefatura de Reconquista, donde “sacan a
alguien encapuchado y lo golpean contra la columna varias veces y me advierten a mí que
eso me va a pasar”, agregando que seguido a ello fue llevado a una habitación de dicha
dependencia policial, donde “me empiezan a pegar incluso con las mismas armas y con
una pinza me arrancaban mechones de pelos” (Causa n° 50/06).

El mismo testigo refirió que al ser llevado a Santa Fe sufrió “torturas de todo tipo,
pegadas, picana en los oídos, en las encías” y que el mismo sentía “los gritos cuando
estaba en la sala de torturas de una criatura de dos o tres años que gritaba llorando y una
mujer desesperada gritaba ´por favor a mi hijo no´ y lo repetía varias”, contando además
que a “[Alcides] Schneider y [Efrén] Venturini [víctimas] se le veían bien las marcas en las
piernas y en las manos de la parrilla. La parrilla era la cama metálica donde los

42
acostaban y los ataban de pies y manos, los mojaban y les aplicaban picana y de las
contorsiones que le provocaban se lastimaban los pies y las manos donde tenían las
esposas” (Causa citada).

Juan Carlos Domínguez respondió en la causa n° 50/06 que entendía por tortura el
hecho de que, estando detenido en la Policía de Reconquista, se “negaba contacto con mis
padres, que no sabían cuál era mi paradero” (Causa n° 50/06).

Susana G. Beltrame mencionó que al ser secuestrada y llevada a la Base Aérea de


Reconquista fue interrogada, circunstancia en que le pasaron corriente eléctrica por
distintas partes del cuerpo y la torturaron apretándole una mano en una prensa, al tiempo
que la compelían “exigiéndome nombres de personas o que diga cosas relacionadas a
Montoneros” (Causa n° 50/06).

Alberto Wilhelem confirmó asimismo que sus familiares fueron sometidos a


hostigamiento y debilitamiento, ello en circunstancias que el mismo se encontraba
secuestrado, oportunidad en que personal represivo ingresó al domicilio de los mismos y
“empiezan a ametrallar el dormitorio donde estaban mi hijo y mi esposa. Fue un atentado
grande, muy alevoso” (Causa n° 50/06).

Alejandro Córdoba fue muy esclarecedor al referir que “considero torturas no solo
a los golpes o sometimiento a castigo físico sino también a la falta de higiene –en dos
meses me permitieron bañarme una vez- a la falta de alimentación, a la falta de atención
médica y la imposibilidad de acceder a medicamentos, a la falta de información a nuestros
familiares de nuestro situación y al lugar de detención, que nosotros nos diéramos cuenta
que estábamos detenidos desaparecidos, a la situación inestable de nuestra detención a
disposición del PEN, a la imposibilidad de atestiguar o declarar en un juzgado –todos
cooptados por la dictadura-“ (entrevista citada).

Oportuno es aclarar en este tramo que, como sostiene Roffinelli, en nuestro país, a
diferencia del régimen nazi, que creó ghettos, “las prácticas de resquebrajamiento físico
comenzaron directamente con el secuestro y el traslado a los campos de concentración”
(2006: 491), tratándose de acciones punitivas desplegadas sobre los cuerpos de los
secuestrados, traducidas en amenazas permanentes, maltratos, golpizas, torturas, mala
alimentación, hacinamiento y falta de acceso a asistencia médica, entre otras.

Se añade a ello que casi todos los testimonios describen condiciones de alojamiento
en las cuales los detenidos estaban vendados permanentemente, como forma de obstaculizar
la identificación de sus captores como del lugar en que se encontraban desaparecidos,
permaneciendo confinados esposados en posiciones incómodas, incomunicados y sin
movilidad.

43
En fin, estos otros testimonios colectados en la causa n° 50/06 advierten sobre un
tratamiento punitivo que en su esencia misma resulta conducente al debilitamiento físico y
psíquico de los detenidos ilegalmente, aunque tal vez el relato de Olga B. Bassi resulte
esclarecedor, ya que dicha víctima dijo que al ser llevados a Santa Fe comenzó “el
verdadero infierno” (Causa n° 50/06).

i.) La fase de desaparición material de los cuerpos (aniquilamiento).

La siguiente fase genocida radica en hacer desaparecer materialmente a aquellos


sujetos definidos, hostigados y aislados espacialmente por sostener relaciones sociales
tildadas de subversivas, susceptibles de destrucción, es decir, aniquilamiento (Feierstein,
2014).

Al respecto Dobruskin (et. al., 2013: 11) entiende que el régimen de facto implicó
“un plan sistemático fríamente concebido y ejecutado, que condujo a una violación sin
precedentes de los derechos humanos” (Bayer, 2010: 114)”, quedando descartada la
posibilidad de que dicho obrar sea producto de acciones individuales, excesos o
anormalidades de un grupo de represores.

La fase de aniquilamiento implica una conducta genocida intencional tendiente a la


extinción física y psíquica del otro negativo mediante la desaparición simbólica del
colectivo negativizado y de las relaciones sociales (Feierstein, 2014).

Cabe aclarar al respecto que si bien en Reconquista no se dio ningún caso de


asesinato perpetrado por el régimen dictatorial, que implicara la desaparición física y
simbólica de personas, si se dieron asesinatos de militantes políticos -oriundos de la ciudad-
en otras ciudades del país. Tales los casos de Emma Cabral, Reynald Zapata y Mario
Cuevas, asesinados en la masacre de Margarita Belén (Chaco) el 13 de diciembre de 1976,
al que se agrega Alcides Bosch, oriundo de la ciudad de Villa Ocampo (Santa Fe) (38),
ultimado junto con los anteriores; además, el asesinato de Carlos Cattáneo, también oriundo
de Reconquista, producido el 27 de febrero de 1976 en la ciudad de Santa Fe (39), sin que
ello agote la lista de víctimas fatales de nuestra región (Borsatti, “Solo digo compañeros”).

Es decir que los casos de la ciudad de Reconquista judicializados en la Causa n°


50/06 no refieren a personas desaparecidas sino a un grupo estigmatizado, hostigado,
aislado espacialmente y sometido a un debilitamiento físico y psíquico.

(38) Puedeverse el listado de todas las víctimas en “La Masacre de Margarita Belén”, Comisión provincial por la memoria
(Chaco). Disponible en http://cpm.chaco.gov.ar/margaritabelen/index.php.
(39) Puede verse el listado en “Asesinados y desaparecidos por orden cronológico”. En
http://www.patriciaisasa.com.ar/spip.php?article179.

44
Sin perjuicio de ello, atendiendo a lo traumático de las experiencias sufridas por el
grupo social victimizado a nivel local, adscribo a la idea de que los sobrevivientes del
genocidio reorganizador argentino, incluidos los de este caso, deben entenderse como
casos de desaparición física y simbólica de los mismos, durante el tiempo que
permanecieron secuestrados estatalmente.

Cabe considerar al respecto que en esa condición (de desaparecidos) fueron puestos
por el ejecutor del genocidio, a lo que se añade que el aislamiento espacial sumado al
proceso de debilitamiento fue de un nivel torturante, cruel, inhumano y degradante de tal
magnitud que, seguramente en más de un caso, pudo conducir a la representación de la
posibilidad de la desaparición material y simbólica.

j.) Fase de realización simbólica del genocidio.

Luego de la desaparición física y simbólica de los cuerpos se requiere dotar a esas


prácticas experiencias traumáticas de ciertos modos de representación social de lo ocurrido,
lo que Feierstein denomina fase de “realización simbólica de la materialidad genocida”
(Feierstein, 2014).

En tal sentido, los hechos de Reconquista siguen la lógica impresa a nivel nacional e
impactan en los términos y la forma misma de narrar lo ocurrido, no pudiendo obviarse que
la discursividad impuesta en relación a los hechos abordados en este trabajo estuvo durante
30 años relegada y negada, esto es reducida al silencio, como forma de justificar la
represión y culpabilizar a las víctimas, diluir responsabilidades y consagrar una garantía de
impunidad, limitándose la mención de los casos ocurridos en este medio a historias que
circulaban en un grupo social, el de las víctimas, sobrevivientes del genocidio.

Dicho silenciamiento puede ser captado como una continuidad de la norma


represiva oficial -de silencio total de lo ocurrido-, impuesta por las FF.AA. durante la
dictadura, en tanto fenómeno de auténtica renegación social extendido en el tiempo
(Kordon, et. al., 1986: 26), producto de un terrorismo estatal consolidado desde 1930 en
adelante, con extensividad en el periodo post dictadura. Claro que las representaciones de
lo ocurrido que surgen de esos sobrevivientes, al ser vehiculizadas en la Justicia federal –
cuando fue posible encarrilar este tipo de causas-, constituyen un factor más que importante
para fijar un punto de visto y una posición ante la represión cometida y el tratamiento
estatal de ese universo de impunidad, lo cual permite dotar de un sesgo democratizador la
memoria de los traumáticos hechos perpetrados, que constituyen supuestos de “historia
reciente”, que constituye asimismo una línea teórica afín a estos acontecimientos.

En tal sentido, según Bonavida, el elemento central de la realización simbólica de


un genocidio involucra

45
una construcción discursiva de la memoria de perpetradores, observadores y
sobrevivientes que entran en juego a la hora de analizar la etapa final del genocidio. Es el
modo en que se relatan los hechos, la construcción discursiva de la memoria. No sólo desde
los posibles sobrevivientes, sino también desde los familiares de las víctimas y los
perpetradores. Desde estos últimos podrían caber tres posibilidades: En primer lugar, negar
de forma absoluta los hechos; en segundo lugar, relativizar o minimizar las dimensiones del
aniquilamiento; o en tercer lugar, reivindicarlo ocurrido (2008: 22).

En tanto que Dobruskin explica que las prácticas sociales genocidas “no culminan
con el aniquilamiento material de las fracciones sociales que componen la ´otredad, sino
que prolongan sus efectos hacia un plano simbólico e ideológico que cristaliza en los
modos sociales de representar y relatar las experiencias traumáticas” (2013: 18).

k.) Hostigamiento posterior a la liberación.

A su vez, seguido a la fase aislamiento, aun liberadas las personas detenidas por
razones políticas, se verificaron en aquella época nuevas formas de hostigamiento, como el
caso del ejercicio punitivo policial de control de actividades de ex detenidos políticos,
conocido como “libertad vigilada”, que según el sobreviviente Alberto Wilhelem se
traducía en persecuciones y molestias crueles y degradantes en sede policial, donde debían
concurrir periódicamente a dar cuenta de sus actividades. Expresó dicho sobreviviente que
al ser liberado debía comparecer en sede policial ante los “encargados de los presos
políticos por delegación de los militares… que era la inteligencia de la policía”,
circunstancias en las que “muchas veces lo normal es que terminara en la jefatura dos o
tres horas castigado, no porque hiciera nada” (Causa n° 50/06).

En cuanto a la vigencia del hostigamiento, más allá de la (aparente) libertad que les
era concedida a los sobrevivientes de este medio, el testimonio de Mabel Rodríguez,
secuestrada en 1976 en la localidad de Tartagal (Santa Fe) y luego liberada (1976) es
esclarecedor para entender el nivel de persecución y hostigamiento que se imprimió en los
hechos locales, ya que –según dicha sobreviviente-, luego de ser liberada, al manifestar el
militar a cargo de su liberación que:

íbamos a salir, que de eso no se comentaba nada a nadie, que si no teníamos


nada que ver no nos iba a suceder nada, pero que íbamos a ser seguidos para no
contar (Testimonio Mabel Rodríguez, Causa n° 50).

Adolfo Maggio, detenido en enero del ´76 y liberado el 12 de febrero de ese año.
contó que su primer secuestro “destruyó la salud de mi papá que tiempo después falleció
de un ataque al corazón” y, una vez que volvió a Reconquista, se sintió “permanentemente

46
vigilado y controlado”, lo que se inscribe en la fase de hostigamiento (sumado al primer
hostigamiento y aislamiento dado por su primera detención).

Capítulo 4

Pensando en las consecuencias genocidas.

En este tramo se ha optado por concentrar la atención en testimonios de algunos


sobrevivientes, por cuanto los mismos nos ayudan, junto a lo ya consignado, pensar las
consecuencias del genocidio reorganizador en el nivel local.

Así, corresponde colacionar las palabras de los siguientes sobrevivientes:

Alejandro F. Córdoba refirió que “A mí me costó adaptarme, tenía incorporado algunas


actividades de la cárcel, como el hacer ejercicios dentro del baño porque en Coronda lo
hacía dentro de la celda y caminar desde el frente de mi casa al fondo. Mucho tiempo
después mi vieja me dijo que ella estaba muy preocupada por eso. Pensaba que no estaba
bien psicológicamente, por eso de ir y venir del frente al fondo de la casa, sin decir
palabras” (40).

Esta persona explicó que en el régimen estudiado “No había una regla establecida
para encarcelar, para torturar o para asesinar. Hay ex presos que sin tener una militancia
comprometida estuvieron encarcelados más tiempo que yo, caso Pinto y Pato Quiroz.
Medina fue más torturado que yo sin que él tenga las responsabilidades políticas que tenía
yo entonces”, sin que ello importe justificar la tortura ni el encarcelamiento denunciado.
Además, contó que en su expediente interno del Penal de Coronda (Santa Fe) figura “que el
procesado ALEJANDRO FAUSTINO CORDOBA- el día 24 DIC 78 a cargo personal
Comando Artillería 121- Santa Fe, fue trasladado a la GIR, para su posterior puesta en
libertad.-”Firma el Comandante de Gendarmería Kushidonchi” (41), lo que advierte sobre
las autoridades bajo cuyo mando estuvo desaparecido.

Además, Córdoba se manifestó acerca del sometimiento a condiciones de tortura


constante, diciendo que “Es indescriptible lo que se siente cuando a uno le tapan los ojos y
le atan las manos detrás de la espalda. Una gran vulnerabilidad, debilidad, inmenso temor
me invadía” (entrevista citada).

Adolfo E. Maggio, razonó diciendo que “Sentí que me habían mancillado para
siempre. Y no solo era una sensación, sino que te encontrabas con cosas reales a diario;
por ejemplo una vez concurro a hacer una radiografía de mano al Sanatorio, y el médico

(40) Entrevista del autor.


(41) Entrevista del autor.

47
radiólogo (…) que me realiza la placa, no me miraba al hablar; sino que miraba a mi
madre y le dirigía las escasas y mínimas palabras” (42).

El mismo agregó que “Las relaciones familiares fueron divididas; más fueron los
que se alejaron o evitaron contacto con la familia”, en tanto que respecto a la actividad
política, relató que si bien la misma “regresa en 1983, (…) no había cabida para personas
ex presas políticas. Te sentías hasta en ese ámbito rechazado, mal visto, observado,
vigilado también porque evidentemente (a mi criterio) esto tuvo un inicio civil y luego el
trabajo ilegal lo hicieron algunos miembros de las fuerzas armadas” (43).

Alberto Wilhelem dijo ante la Justicia: “me preguntaban hasta con quien subía a un
vehículo, tenía que darles todos los datos, tenía que llevar un cuadernito con esas
anotaciones, cosas puntuales que no les encontré nunca sentido” (Causa n° 50/06).

José Luis Cricco, mencionó que estando cautivo en la Base Aérea de Reconquista, a
un compañero de cautiverio le tiraron el agua al piso y le manifestaron “tomá de acá
montonero ´hijo de puta´ como los perros” (Causa n° 50/06).

Liliana Sartor, hija de Eduardo Sartor, preso político fallecido al momento de


tramitarse la Causa n° 50/06, testificó para acreditar la situación de cautiverio de su padre,
quien tiempo antes le contó que “todos los días a la misma hora en la brigada iban a hacer
las sesiones de tortura, tenía marcas en el empeine del pie de la picana” y que, según le
relatara su madre, seguido a la desaparición del Sr. Sartor la misma comenzó un peregrinaje
preguntando por su esposo, contándole “con mucha bronca del mal trato que recibía del
señor Sambuelli, que le decía si no lo habrían llevado la policía del Chaco, o los
guerrilleros o si no se había ido con otra mujer” (Causa n° 50/06), negando la situación de
secuestro de su padre, la que, de ese modo, pasaba a cuadrar como desaparición forzada.

Volviendo a la entrevista efectuada a Alejandro F. Córdoba, el mismo contó que


“Los amigos que no estaban relacionados con la política, a quienes conocía de antes de mi
militancia simplemente desaparecieron. El único que siguió vinculado conmigo fue
Ricardo Maglioni” (entrevista citada).

Asimismo, Adolfo E. Maggio contó que el genocidio reorganizador perpetrado “fue


un ´quiebre´ en toda la sociedad y el terror se apoderó de todos. Fue muy cruel y lo más
grave era que actuaban de madrugada, con violencia, te debías cuidar que ´no te planten´
cosas comprometedoras ya sea panfletos y/o armas de fuego”, aclarando que luego de ser
liberado “me doy cuenta de que seguía siendo vigilado. Entonces el día 31 de enero de
1979, decido irme a la ciudad de Córdoba, donde permanezco hasta el 14 de marzo de
1981” (entrevista citada).

(42) Entrevista del autor.


(43) Entrevista del autor.

48
Respecto a la actividad política, Córdoba mantuvo que “En 1989, al final de ese
año, me fui a Santa Fe, porque en Reconquista me era muy difícil, imposible diría,
trabajar. En las elecciones participaba apoyando a las listas del PJ como Fiscal, luego
desaparecían lo candidatos y las autoridades y me tenían siempre muy en cuenta para no
ofrecerme nunca nada”, lo cual tenga que ver con el hecho de que, según dicha víctima,
“El PJ estaba y lo sigue estando muy influenciado por sectores políticos de derecha y
conservadores y en muchos casos por los servicios, que decidían políticas y candidatos. Es
recontra sabido que la primer lista de candidatos a Diputados Nacionales del PJ de
representando a la provincia de Santa Fe fue confeccionada en el Comando del 2° Cuerpo
de Ejército con sede en Rosario” (entrevista citada), que era la base de central operaciones
de esta jurisdicción zonal.

En el caso de Alberto Luis Prez, otro sobreviviente, manifestó que estando alojado
en la Base Aérea, los tormentos que sufrió consistieron en “amenazas, segundo me sacaban
a la noche y me llevaban a una pista de aterrizaje con amenaza de fusilarnos y hacernos
desaparecer sino decíamos lo que querían”, que incluso “tiraron tiros y ahí me dejaron en
una cuneta” (Causa n° 50/06).

Raúl Pinto, también sometido al mismo trato punitivo, mantuvo que el oficial Carlos
Nickisch le manifestó que allanaría su casa “y después volvemos y me llevaron tres años a
Coronda” (Causa n° 50/06).

Para culminar, nuevamente citamos a Córdoba, quien razonó afirmando que el


genocidio reorganizador provocó modificaciones en las relaciones sociales, que eso “está
para mí más claro en esta etapa donde sectores de trabajadores privados y/o estatales
votan a sectores empresariales que los perjudican con sus políticas” (entrevista citada).

De este modo se ha intentado trazar la lógica genocida reorganizadora impresa por


el régimen dictatorial.

Conclusión.

Siguiendo a Feierstein, a nuestro entender los crímenes cometidos desde el Estado


contra los grupos políticos de la década del ´70 en Argentina cuadran en la figura del
genocidio reorganizador. Hemos analizado hasta qué extremo el grupo social local
victimizado fue previamente diferenciado del resto a instancias de la represión (Mántaras,
2005), tratándose así de la conformación de un grupo nacional. En tal sentido, abonando la
idea de Mántaras, Frank Chalk y Kurt Jonassohn entienden que el genocidio es una “forma
de exterminio masivo unilateral en la que un Estado u otra autoridad intenta destruir a un
grupo, en tanto que dicho grupo y sus miembros son definidos por el perpetrador”
(Parenti, 2007: 120).

49
Creemos que la intencionalidad genocida, de destrucción total o parcial un grupo
social, que conjuga la intencionalidad de destruir relaciones sociales (Feierstein, 2014) se
produjo en Reconquista, por cuanto la destrucción grupal involucra lo relacional e
identitario de dicha grupalidad, esto es, la idiosincrasia, ideología , identidad y formas de
actuar de cada grupo humano, no siendo inmunes –no vemos cómo podrían serlo- las
relaciones sociales a los procesos genocidas de destrucción grupal. Si bien en el caso de
Reconquista no se dio la fase de desaparición material y simbólica de los miembros del
grupo social victimizado, retomamos el dogma de Lemkin, para quien dicho crimen no
significa necesariamente la destrucción inmediata y total de un grupo, sino que también
puede darse a instancias de una serie de acciones planificadas para destruir los elementos
básicos de la existencia grupal, tales como la identidad nacional, la cultura política y social,
la economía y la libertad de sus integrantes, justamente los pilares nacionales que proyectó
horadar el régimen militar a través del terror.

Por ello es que el caso argentino constituye un genocidio reorganizador, tratándose


de un proceso reorganizador nacional que aparece explícitamente como un “genocidio
político” sin necesidad de apelar al concepto decimonónico de raza para ocultar el
contenido de su operatoria. Esto es ratificado incluso por sus propios perpetradores al
autodenominar la etapa que venían a inaugurar como Proceso de Reorganización Nacional
(Feierstein), ello por cuanto el gobierno de facto se propuso reorganizar desde sus propias
bases la sociedad argentina, valiéndose del uso del terror y de la figura del “desaparecido”
como emblema del mismo (Máspoli, 2008: 268).

En cuanto a la figura de las víctimas sobrevivientes del genocidio reorganizador,


entiendo que la misma no ha sido captada judicialmente como colectivo sometido a una
secuencia genocida, sino que se ha limitado a referir a sus situaciones -negadas por mucho
tiempo- como delitos de lesa humanidad, por lo que el develamiento y reconocimiento de
lo ocurrido en términos de genocidio, como la categoría de víctimas de ese delito,
constituye un tipo de saber en pleno desarrollo.

Recuérdese que frecuentemente se habla de dicha época en términos de guerra,


equiparando al aparato estatal organizado para desplegar violencia con las víctimas de
dicha escalada, apelándose además a negaciones sobre la dimensión de la violencia estatal
desplegada, por ejemplo, sosteniendo que eran dos bandos y que los subversivos ponían
bombas. Precisamente, los subversivos constituyen el otro negativo que el régimen mismo
creó, como forma de englobar cualquier persona o situación que ponga en crisis sus
postulados, como forma de erigir un enemigo merecedor de la desaparición.

Decíamos al inicio que constituye una negación sostener que los victimizados
estatalmente eran “grupos políticos” y, atendiendo al texto de la Convención de Genocidio,
concluir en que los mismos no gozan de protección legal, máxime porque al profundizar en
la problemática se ha podido entender los hechos analizados bajo el prisma del genocidio

50
reorganizador (Feierstein), atendiendo a todo lo cancelado dictatorialmente desde el golpe
de estado, cuya proyección es claro que ha impactado en los modos de relacionarse
socialmente.

Participamos de la idea de que el terror instalado por la dictadura militar desde 1976
ha dejado marcas indelebles, una de cuyas consecuencias ha sido condicionar
retrospectivamente nuestra mirada sobre el período previo y desdibujar otros fenómenos
importantes que permiten entender el largo ciclo represivo de los años ´70 (Franco, 2012:
14), lo cual sigue exigiendo una deconstrucción discursiva y un análisis crítico de las
prácticas sociales actuales.

Como señala Thomas Cushman, “la prevención del genocidio depende del análisis
introspectivo de la organización del conocimiento sobre el genocidio y del conocimiento
acerca de las fuerzas sociales modernas que posibilitan y fomentan la práctica del
genocidio en el pasado inmediato y en el presente” (2007: 26), razón por la que considero
que este trabajo constituye un punto de partida para una mayor profundización acerca del
alcance de las prácticas sociales genocidas.

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Expedientes judiciales.

- Causa “Sambuelli, Danilo Alberto – Benítez, Jorge Alberto – Nickisch, Carlos


Armando – Luque, Eduardo Antonio – Machuca, Horacio Osmar – Neumann, Arnaldo
Máximo – Molina, Rubén Vicente s/ inf. art. 142 inc. 1), 144 ter primer párrafo con la
agravante del 2° párrafo según Ley 14.616 y 55 del CP”, Juzgado Federal de 1° Instancia
de Reconquista (Santa Fe).

- Causa “Nickisch, Carlos Armando y Otros s/ Pta. Privación ilegítima de la libertad


agravada (art. 142 inc. 1)”, Expte. n° FRE 9700/2017, Juzgado Federal Reconquista, Expte.
n° 94/17, Fiscalía Federal de Reconquista.

Fallos Judiciales.

- Causa Audiencia Nacional de España, sala de lo Penal en pleno, Pinochet


Augusto, 5-11-1998, publicado en Caso Pinochet, Suplemento Universitario La Ley, Bs.
As., 2001.

- Causa “Sambuelli, Danilo Alberto – Benítez, Jorge Alberto – Nickisch, Carlos


Armando – Luque, Eduardo Antonio – Machuca, Horacio Osmar – Neumann, Arnaldo
Máximo – Molina, Rubén Vicente s/ inf. art. 142 inc. 1), 144 ter primer párrafo con la
agravante del 2° párrafo según Ley 14.616 y 55 del CP”, Expte. N° 21/10, Tribunal Oral en
lo Criminal Federal de Santa Fe.

- Causa “Sambuelli, Danilo s/ Recurso de Casación”, Expte. n° FRO


88000021/2010/TOC1/CFC1, Cámara Nacional de Casación Penal, Sala II.

- Causa “Nickisch, Carlos A. y otros s/ privación ilegal de la libertad agravada”


(Expte. N° 94/17, Juzgado Federal de Reconquista).

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- Causa n° 13/84 (Juicio a las Juntas Militares). Disponible en
http://www.derechos.org/nizkor/arg/causa13/fallo.html.

- Fallo “Simón, Julio”, disponible en https://www.educ.ar/recursos/91439/fallo-de-


la-corte-suprema-sobre-la-nulidad-de-la-leyes-de-obediencia-debida-y-punto-final.

Otros sitios web.

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- https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-203045-2012-09-10.html, visitado el
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13/2/18.

- Entrevistas personales. Adolfo E. Maggio, Alejandro F. Córdoba.

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