Represionestatal Aguila
Represionestatal Aguila
Represionestatal Aguila
∗
Universidad Nacional de Rosario, Argentina / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET) - [email protected]
1
Es claro que ese no es el único elemento que define o caracteriza a estas dictaduras, tal como se postula en el
capítulo de Luciano Alonso contenido en este volumen.
posibilidad de desentrañar algunas lógicas internas, dinámicas y modalidades regionales o
locales, igualmente significativas o constitutivas de aquel accionar.
En este capítulo me propongo analizar el ejercicio de la represión en la Argentina –es
decir, la violencia estatal y paraestatal orientada a reprimir la conflictividad social y política
y/o la violencia insurgente que se verificó hacia los años 70- 2 con particular énfasis en el
período de la última dictadura, desde una perspectiva que denominaré estructural 3 y partiendo
de algunas puntualizaciones:
1) la represión implementada por las fuerzas de seguridad y dirigida contra los opositores
reales o potenciales –la “subversión”- no se inauguró con el golpe de estado de marzo de
1976, si bien adquirió a partir de ese momento unas características y dimensiones que hasta el
momento no había ostentado. Esta cuestión requiere no sólo dilucidar las características y los
cambios entre la represión pre y post golpe, sino analizar las continuidades, vínculos y
rupturas respecto del accionar represivo ejecutado en los años previos;
2) considerar a la represión sólo un mecanismo brutal de eliminación de la disidencia interna
o un mero expediente para imponer una determinada política económica limita la
significación que la “guerra contra la subversión” tuvo para el régimen militar, en tanto
ostentó una centralidad política, ideológica y estratégica fundamental al menos durante sus
primeros años;
3) las variaciones y diversidades locales y/o regionales en la implementación de la represión
fueron tan importantes como la sistematicidad del accionar represivo diseñado e
implementado desde el Estado. Ello obliga a considerar no sólo las relaciones entre el diseño
del plan “desde arriba” desde el aparato estatal/nacional y su implementación a escala
local/regional sino también la disponibilidad de recursos y los variables grados de autonomía
en el accionar de las fuerzas intervinientes.
2
En los últimos años se han multiplicado los análisis sobre la violencia política en la historia argentina, con
énfasis muy diversos. Sin entrar a considerar las múltiples aristas que el tema posee, me interesa señalar que
registrar la existencia de un creciente proceso de violencia política es a todas luces insuficiente si no se
acompaña con la descripción y análisis de sus características, modos de ejercicio, actores, efectos, etc., evitando
de este modo confundir o equiparar los diversos tipos de violencia política visibles en determinados contextos
históricos. Así, y sin abordar la problemática de la legitimidad o no de la misma, la violencia insurgente o
revolucionaria debe ser diferenciada de la represión, es decir, de la implementación de un conjunto de
mecanismos coactivos por parte del estado (cualquiera sea su contenido de clase), sus aparatos o agentes
vinculados a él para eliminar o debilitar la acción disruptiva de diversos actores sociales y políticos.
3
En tanto dirige su atención más hacia el funcionamiento de las agencias estatales y paraestatatales involucradas
en el accionar represivo y/o en los dispositivos y dinámicas puestos en práctica que hacia los padecimientos
infligidos a las víctimas (y, en relación con ello, a sus relatos, memorias o representaciones, probablemente la
dimensión más analizada respecto del ejercicio de la represión en la Argentina).
Periodizar la represión: problemas y debates
Los análisis sobre la represión se han concentrado en torno a lo acaecido a partir del
golpe de estado del 24 de marzo de 1976, en tanto fue durante los años de la dictadura cuando
se implementó un vasto plan represivo que eliminó a miles de personas, encarceló durante
años a otras tantas y generó un amplio exilio político. Sin embargo, es un hecho cierto que la
vigilancia, la persecución y la represión sobre quienes eran sindicados como izquierdistas,
“subversivos” o potenciales opositores no comenzó en aquel momento, sino durante los años
previos.
Ello nos coloca frente a un problema significativo, cual es el de periodizar el ejercicio
de la represión pre y post golpe de estado, apuntando a desentrañar el contexto en el que se
diseñaron y pusieron en marcha los dispositivos represivos utilizados durante la dictadura
militar (en otras palabras, ¿cuál fue el momento en que esa “tecnología represiva” se pone a
punto?), tanto como indagar en torno a la naturaleza de la represión ejecutada en los distintos
períodos (¿se trata meramente del incremento cuantitativo del accionar represivo, de su
implementación a escala masiva o, alternativamente, de una transformación cualitativa?).
Aunque se contaba con algunos estudios sobre la represión pre-golpe, sólo
recientemente el tema ha adquirido una mayor visibilidad en el ámbito de la investigación
académica, reflejado en un conjunto de trabajos que han explorado problemas poco analizados
y, en particular, han puesto en discusión la idea de ruptura o excepcionalidad que el golpe de
estado representa, señalando en particular las continuidades existentes entre la represión pre y
post-golpe y rediscutiendo las periodizaciones establecidas. Esas investigaciones han
mostrado que la represión que tuvo su clímax en el contexto de la dictadura de 1976/83
requiere ser inscripta en un continuum de prácticas, normativas y discursos preexistentes,
tanto como ser situada en un determinado contexto de época que es el que inaugura la
dictadura militar instalada en 1966 y sobre todo en la coyuntura de crisis política y social que
eclosiona a fines de la década.
El registro de las continuidades y, con ello, el establecimiento de genealogías respecto
de la vigilancia, el control y la dinámica de la persecución política realizada por el Estado o
sus agencias a lo largo de varios décadas y regímenes políticos ha sido postulada certeramente
para analizar a los servicios de inteligencia que habían comenzado a actuar bastante antes del
golpe de Estado en la detección y seguimiento de las potenciales víctimas del accionar
represivo. 4 Por su parte, se han señalado los cambios en el marco ideológico-normativo que se
4
Vid. Patricia Funes, “Medio siglo de represión. El Archivo de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la
Provincia de Buenos Aires”, en Puentes, Nº 11, año 4, 2004; Emmanuel Kahan, “¿Qué represión, qué memoria?
instaló hacia los años 50 y 60 dentro de las Fuerzas Armadas, asociados a las nuevas doctrinas
de guerra contrainsurgente (la llamada “doctrina francesa”) tanto como a la Doctrina de
Seguridad Nacional. 5 La lucha contra el comunismo, fundamento ideológico de la Guerra
Fría, se articuló a partir de los años 60 y 70 con el discurso de la “seguridad nacional”, que se
centraba en la lucha contra un “enemigo interno” presente en todos los ámbitos y sectores de
la sociedad y que debía ser combatido a través de métodos “no convencionales”. Este
discurso, ha sostenido Marina Franco, ya formaba parte del entramado ideológico de los
gobiernos previos a la dictadura de 1976 como argumento legitimador y organizador del
esquema represivo, articulándose con un conjunto de estrategias y acciones llevadas adelante
por el estado.6
Vinculada con el aumento de la conflictividad social y política, la escalada represiva
se inició hacia comienzos de los años 70, desenvolviéndose en dos coyunturas diferenciadas:
los últimos años de la dictadura militar instalada en 1966 y la vuelta del peronismo al poder
(1973/76). Ello se plasmó en la normativa y la legislación, 7 la puesta en marcha de un
8
Para este punto véase Débora D’Antonio y Ariel Eidelman, “El sistema penitenciario y los presos políticos
durante la configuración de una nueva estrategia represiva del Estado argentino (1966-1976)” y Santiago
Garaño, “El ‘tratamiento’ penitenciario y su dimensión productiva de identidades entre los presos políticos
(1974-1983)”, en Iberoamericana, año X, Nº 40, Madrid, 2010.
9
El llamado Operativo Independencia fue una acción contrainsurgente ordenada por el gobierno peronista y
llevada adelante por las Fuerzas Armadas y las fuerzas represivas de la provincia, destinada a eliminar el foco
guerrillero instalado en el monte tucumano por el ERP en 1974/75. Sin embargo, no se redujo a una ofensiva
militar contra la guerrilla sino que se articuló con una amplia represión hacia militantes y activistas así como con
estrategias de guerra psicológica destinadas a disciplinar a través del terror a la población civil. Ver Marcos
Novaro y Vicente Palermo, La dictadura militar. 1976/1983, Buenos Aires, Paidós, 2003, pp. 69/70.
10
José Luis D’Andrea Mohr, Memoria deb(v)ida, Buenos Aires, Colihue, 1999, p. 55.
11
D’Antonio ha cuantificado la cantidad de presos políticos en los penales destinados a alojarlos en esos años,
registrando un aumento del número en los primeros años 70, con un pico en 1972. La población de presos
políticos volvió a experimentar un fuerte crecimiento a partir de la declaración del estado de sitio a fines de 1974
y en particular hacia 1975, la que irá en aumento en los años siguientes luego del golpe de estado de 1976. La
excepción a esa tendencia creciente fue la liberación de los presos políticos en mayo de 1973, en los inicios del
gobierno constitucional. En su análisis sobre la prisión política, la autora demuestra convincentemente la
existencia de una continuidad represiva entre la dictadura de 1966/73 y el gobierno peronista, experimentando un
breve impasse sólo durante el gobierno de Cámpora y reiniciada durante la gestión de Perón y luego de su viuda
(es decir, el viraje hacia la mayor represión se produjo bastante antes de la muerte del viejo caudillo). Al respecto
centros de alojamiento de prisioneros improvisados en dependencias militares o comisarías y,
como en el caso de la provincia de Tucumán, a la emergencia de los primeros centros
clandestinos de detención.
Como había sucedido en la fase final de la anterior dictadura (desde 1969 y en
particular hacia 1971-72), gran parte de estas acciones estuvieron a cargo de las fuerzas
policiales bajo control militar y/o de operativos conjuntos con las Fuerzas Armadas. Entre
1974-75, a medida que la actuación de las organizaciones político-militares se volvió más
intensa, la represión fue crecientemente asumida y ejecutada por las Fuerzas Armadas, tal
como sucedió en Tucumán a partir de 1975 o frente a ciertos episodios protagonizados por
aquellas organizaciones que se produjeron en algunas jurisdicciones (en particular los asaltos
a dependencias o cuarteles militares que se verificaron entre 1974 y 1975 en Formosa, Santa
Fe, Córdoba o Buenos Aires).
La ofensiva militar y policial sobre estos “objetivos” se conjugó con el aumento de las
amenazas, los atentados y los asesinatos de militantes políticos y sindicales, atribuidos a la
Alianza Anticomunista Argentina (o Triple A) organizada desde el seno mismo del gobierno
peronista por el Ministro de Bienestar Social José López Rega o a “comandos
antiextremistas”, entre los que se cuentan las “patotas” vinculadas al Comando de
Organización (CdeO) o la Concentración Nacional Universitaria (CNU) que actuaron en
varias ciudades (Córdoba, Rosario, Mar del Plata, Bahía Blanca, entre otras), el Comando
Libertadores de América en Córdoba, el Comando Nacionalista del Norte en Tucumán o el
Comando Pío XII en Mendoza, y la reiterada aparición de cadáveres en la vía pública en
diversas ciudades del país se convirtió en un ingrediente más del panorama político. 12
13
He tratado esta cuestión en un conjunto de trabajos realizados en estos últimos años, en particular en
Dictadura, represión y sociedad. Un estudio sobre la represión y los comportamientos y actitudes sociales en
dictadura, Buenos Aires, Prometeo, 2008, 1º parte.
14
Hacemos nuestra la utilización del adjetivo paralegal que realiza Julio Prada Rodríguez, en tanto “tiene la
ventaja de subrayar la existencia de un determinado tipo de represión que precede y coexiste al lado de otra de
naturaleza “normativizada” sin mezclarse con ella pero practicada, alimentada y tolerada igualmente por ese
aniquilamiento de la “subversión”. Algunas de esas medidas habían sido dictadas en los años
previos –como la ley nº 20.840 de “Seguridad nacional y actividades subversivas”-,
mantenidas o refrendadas por el gobierno militar y ampliadas con otras que las
complementaron, entre otras: la ley 21.264 que reprimía con reclusión de hasta diez años al
que “públicamente, por cualquier medio, incitare a la violencia colectiva y/o alterare el
orden público”, la ley 21.460 que determinaba que las Fuerzas Armadas investigarían los
delitos subversivos o la ley 21.461 por la cual se constituían consejos de guerra especiales
para los actos subversivos.
Este vasto plan represivo se desenvolvió en distintos escenarios y, aunque se ha
insistido en su carácter secreto, tuvo una dimensión pública y visible que no debe ser
minimizada. Tanto por el hecho de que los operativos se realizaban en las calles, los lugares
de trabajo o los domicilios, como por el involucramiento en el accionar represivo de un
conjunto de personas y ámbitos que desbordaban la acción de las fuerzas militares o
policiales: por ejemplo, los hospitales adonde se trataron a algunos de los detenidos; las
morgues, hacia donde se derivaron muchos de los cadáveres hallados en la vía pública e
incluso los provenientes de los centros clandestinos de detención; los cementerios, donde se
enterraban legalmente cadáveres sin identificar; las distintas instancias judiciales, donde se
presentaban y rechazaban los hábeas corpus de los familiares de desaparecidos, se tomaban
declaraciones a los detenidos y se tramitaron causas por infracción a las “leyes
antisubversivas”. 15 Por su parte, las Fuerzas Armadas y policiales “comunicaron” a la
población al menos una parte de lo que se estaba realizando, sobre todo a través de los medios
de prensa, esforzándose por presentar todas sus acciones en un marco de legalidad y, en una
dimensión más incómoda y acicateadas por las denuncias públicas y el repudio internacional
que arreciaron hacia 1978, se vieron compelidas a dar explicaciones de los hechos aberrantes
que se les imputaban.
mismo poder con unos objetivos perfectamente definidos”. En Geografía de la represión franquista en Galicia,
Madrid, Los libros de la catarata, 2011, p. 111.
15
Para las relaciones entre lo clandestino, legal y pseudo-legal de las prácticas represivas puede verse María José
Sarrabayrouse Oliveira, Poder Judicial y Dictadura. El caso de la Morgue, Buenos Aires, Editores del Puerto /
CELS, 2011; Emilio Crenzel, "Cartas a Videla: una exploración sobre el miedo, el terror y la memoria" en Telar,
año II, números 2 y 3, Universidad Nacional de Tucumán, 2005, disponible en:
http://www.riehr.com.ar/archivos/Investigacion/Emilio%20Crenzel%20Revista%20Telar.pdf; Carla Villalta,
“Cuando la apropiación fue adopción. Sentidos, prácticas y reclamos en torno al robo de niños”, en Cuadernos
de Antropología Social, Nº 24, Buenos Aires, 2006, disponible en:
http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1850-275X2006000200008
Este rostro bifronte del accionar represivo no puede ser separado de la estrategia de
disciplinamiento y terror social implementada por la dictadura: a la vez clandestino y público,
ilegal y al mismo tiempo inscripto en un marco legal provisto por el Estado y sus
instituciones, deliberadamente secreto pero no por ello completamente invisible, no sólo se
fijó como objetivo desmantelar a las organizaciones armadas o desarticular la movilización
social y política que había precedido al golpe de Estado, sino actuar como un mecanismo
ejemplificador sobre el conjunto de la sociedad.
Pero la constatación de estos objetivos y alcances de la estrategia represiva no elude
que la represión fue dirigida y se abatió sobre personas y grupos determinados: aquellos que
fueron vinculados por las fuerzas represivas con el “accionar subversivo”, en primera
instancia los que integraban las estructuras de las organizaciones político-militares o quienes
eran sospechados de algún tipo de participación o simpatía con aquellas. Si bien, como ya se
dijo, no sólo los militantes o simpatizantes de los grupos armados sufrieron el embate
represivo. El perfil del “enemigo” que diseñaron las fuerzas represivas incluía a militantes de
organizaciones políticas no armadas, delegados sindicales y activistas estudiantiles, familiares
o amigos de las víctimas, intelectuales sindicados como “ideólogos de la subversión”. Con
todo y en términos estrictos, el uso directo de la violencia –la represión- fue selectiva: más
allá de los objetivos y alcances del proyecto militar, no todos los habitantes, ni la sociedad
como un todo, compartían aquel carácter ni fueron afectados directamente por el accionar de
las fuerzas de seguridad.
Como se ha dicho, si bien el accionar represivo se había iniciado bastante antes del
golpe de Estado, fue con el golpe de marzo de 1976 cuando aquel alcanzó cotas mucho
mayores. Las Fuerzas Armadas asumieron el comando de las acciones represivas,
coordinando la actuación de los organismos de seguridad a nivel nacional 16. A partir de ese
momento se reorganizaron y coordinaron las fuerzas policiales y militares y la división
territorial en cuerpos de ejército y zonas que detallábamos más arriba fue completada con un
sistema de centros clandestinos de detención diseminados por todo el ámbito nacional y
“grupos de tareas” con distintos radios de actuación.
16
Que incluyó contactos y/o la coordinación de acciones represivas entre organismos militares, policiales y de
inteligencia de las dictaduras del Cono Sur, conocida como Plan Cóndor. Cfr. Marie-Monique Robin,
Escuadrones de la muerte. La escuela francesa, Buenos Aires, Sudamericana, 2005 y, más recientemente, el
dossier “Coordinaciones represivas en el Cono Sur de América Latina (1964-1991)”, en TALLER (Segunda
Epoca). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina, Vol. 1, N°1, 2012. Disponible en
<http://taller.historiaoralargentina.org/>
Los dispositivos represivos
El ejercicio de la represión incluyó un doble sistema respaldado por el poder estatal en
donde una fachada de legalidad se combinaba con la actuación clandestina o paralegal de los
“grupos de tareas”. Dichos grupos estaban integrados por miembros de las fuerzas policiales
y/o militares y solían incluir la participación de algunos civiles. En algunos casos, sus
integrantes habían formado parte de grupos paraestatales, donde habían adquirido experiencia
en la “lucha contrainsurgente” a través de la realización de secuestros, asesinatos y
actividades delictivas de distinto tenor. En general operaban de civil y a veces encubriendo su
identidad (uso de apodos o nombres falsos, de disfraces o de autos particulares y sin
identificación visible), y eran los encargados de secuestrar, asesinar, torturar y/o desaparecer
personas o cadáveres.
La detección de las víctimas realizada por los servicios de inteligencia 17 se nutrió,
además de los seguimientos, de las informaciones o datos obtenidas por medio de la tortura o,
como sucedió en varios centros de detención, por la lisa y llana colaboración de algunos
detenidos. Esto podría explicar, en parte, la celeridad con la que se desmantelaron las
organizaciones político-militares y las fulminantes caídas de sectores enteros de algunas de
las organizaciones que se verificaron en unos pocos meses. 18
Una vez detectado el “blanco”, se ponían en acción los “grupos de tareas” quienes, en
general en conjunción con efectivos de diversas fuerzas policiales o militares, procedían al
allanamiento de domicilios y/o al apresamiento habitualmente brutal de individuos o grupos
que eran conducidos a dependencias policiales o militares o a los centros clandestinos de
detención que funcionaban en las distintas áreas. Asimismo, en muchos de los casos, estos
operativos culminaron con el fusilamiento en la vía pública de algunas de las víctimas.
17
Incluían a la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), las direcciones de informaciones de las distintas
policías provinciales (en general conocidas con el nombre de Departamento 2 ó D-2), los servicios de
inteligencia de las tres armas o de la Policía Federal, además de otros organismos de escala provincial, tal el caso
de la Dirección General de Informaciones que dependía del gobierno de la Provincia de Santa Fe o las
delegaciones de la SIDE que se localizaban en todas las provincias. En particular, a partir del golpe de Estado
estos organismos de inteligencia comenzaron a actuar coordinadamente, vinculados en la denominada
“comunidad informativa”.
18
Los años 1976 y 1977 fueron el momento donde se produjeron la mayor parte de las detenciones, asesinatos y
desapariciones de militantes de las organizaciones armadas. Si bien el incremento de la represión había
producido deserciones en los meses previos al golpe de Estado, la situación se modificó radicalmente a partir de
ese momento. Las detenciones y el traslado a los centros clandestinos de detención, el aislamiento de los
militantes, la obtención de datos a través de la tortura y la colaboración de algunos detenidos con las fuerzas de
seguridad incidieron en la gradual desarticulación de las organizaciones político-militares.
Los centros clandestinos de detención constituyeron el núcleo del accionar represivo y
comenzaron a operar plenamente a partir de 1976. Desde la localización de las potenciales
víctimas hasta el traslado, la desaparición o el asesinato, hubo una lógica constitutiva de ese
accionar que vinculó el circuito represivo iniciado con el secuestro a los centros de detención.
Si bien algunas de las víctimas fueron asesinadas antes de ingresar a aquellos o, en otros
casos, legalizadas rápidamente y trasladadas a las cárceles, la mayoría fueron alojadas en esos
lugares con un propósito definido: obtener información “útil” para desarticular las
organizaciones y sus redes, tanto como producir el “quiebre” de los prisioneros, quienes
fueron sometidos a un régimen de terror cuyas reglas estaban definidas de antemano por los
perpetradores. La deshumanización, la crueldad extrema, la exhibición de un poder
omnímodo, la constante amenaza de muerte –que emergen insistentemente en los relatos de
los sobrevivientes- definieron esas relaciones y actitudes, colocando a las víctimas en
situaciones de indefensión y terror, portadoras de un sentido ejemplificador y siniestro y su
función principal era la obtención de información sobre todo a través de la tortura y el
alojamiento transitorio de los detenidos.
La mayoría de estos centros clandestinos de detención fueron utilizados en los
primeros años (1976/79), luego de lo cual muchos fueron desmantelados asociados a distintas
coyunturas (el Mundial de Fútbol de 1978, las visitas de organismos internacionales de
derechos humanos como Amnesty Internacional o la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos de la OEA) o porque fueron descubiertos y abandonados.
El accionar represivo incluyó varias fases que iban desde la localización de las
potenciales víctimas hasta ciertas prácticas para deshacerse de los cuerpos. 19 Una modalidad
reiterada fueron los “enfrentamientos” fraguados, es decir fusilamientos de personas inermes
quienes, previo paso por los centros clandestinos de detención en donde habían sido
torturados, eran asesinados y arrojados sus cadáveres en la vía pública. Si bien en algunos
centros clandestinos, en particular de la ciudad de Buenos Aires, se recurrió a “vuelos de la
muerte”, 20 los indicios dan cuenta de que la mayoría de los cadáveres fueron enterrados como
NN en cementerios o en otros predios (terrenos baldíos o dependencias militares) e incluso,
como sucedió en el caso del Pozo de Arana en La Plata, incinerados.
19
Ver Darío Olmo, “Reconstruir desde restos y fragmentos. El uso de los archivos policiales en la antropología
forense en Argentina”, en Ludmila Da Silva Catela y Elizabeth Jelin (comps.), Los archivos de la represión:
Documentos, memoria y verdad, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.
20
Nos referimos a la eliminación física de muchos prisioneros trasladados en aviones militares desde los centros
clandestinos, sedados o inconscientes, y arrojados a las aguas del Río de la Plata.
La descripción de tales procedimientos refiere a una de las modalidades específicas y
originales de la represión en la Argentina -y sin dudas su marca más perdurable- que fue la
desaparición de personas. La condición de desaparecidos implicaba no sólo la ilegalidad de
las prácticas represivas, sino el borramiento de las huellas, el ocultamiento deliberado de los
cuerpos, de las identidades de las víctimas y de los registros de aquella actuación
esencialmente clandestina. 21
Es necesario mencionar que existieron otros dispositivos represivos que funcionaron
en el ámbito legal, en particular las cárceles que alojaron miles de presos políticos, en tanto el
sistema penitenciario estuvo regulado por diversas leyes, decretos, reglamentos carcelarios y
directivas militares. 22 El circuito carcelario coexistió y se articuló con el sistema de
desaparición forzada de personas en los centros clandestinos de detención, en tanto muchos de
quienes habían pasado por esos lugares y sobrevivieron, terminaron “legalizados” y con
condenas de varios años, basadas muchas veces en las “confesiones” arrancadas bajo tortura a
los detenidos, quienes eran obligados a firmar declaraciones. La mayoría de aquellos que
escaparon de la muerte fueron puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, sometidos
en algunos casos a Consejos de Guerra o procesados por la justicia penal ordinaria por
infracción a la Ley 20.840 que reprimía la “actividad terrorista y subversiva”. Sin embargo,
muchos nunca tuvieron procesos o causas judiciales, a pesar de haber pasado meses e incluso
años detenidos.
21
Para el tema véase Pilar Calveiro, Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina, Buenos
Aires, Colihue, 1998, p. 23 y ss.; Ludmila Da Silva Catela, No habrá flores en la tumba del pasado. La
experiencia de reconstrucción del mundo de los familiares de desaparecidos, La Plata, Al Margen, 2001, cap.
III; Emilio Crenzel (coord.), Los desaparecidos en la Argentina. Memorias, representaciones e ideas (1983-
2008), Buenos Aires, Biblos-Latitud Sur, 2010.
22
“Durante la vigencia del estado de sitio entre noviembre de 1974 y octubre de 1983, hubo entre diez mil y
doce mil presas y presos políticos legales en las distintas cárceles de máxima seguridad a lo largo de todo el
territorio de Argentina”. Cfr. Santiago Garaño y Werner Pertot, Detenidos-aparecidos. Presas y presos políticos
de Trelew a la dictadura, Buenos Aires, Biblos, 2007, p. 26. También S. Garaño, “El ‘tratamiento’ penitenciario
y su dimensión productiva de identidades entre los presos políticos…”, op. cit.
cierto es que las prácticas represivas fueron implementadas en los distintos ámbitos por
individuos y grupos concretos y con unas modalidades específicas en los distintos espacios
locales y provinciales que requieren ser analizadas.
Si bien la organización de la represión fue definida a escala nacional 23 y se verificó un
cierto grado de coordinación entre los comandos de las diversas zonas (visible, por ejemplo,
en la realización de acciones conjuntas o en el intercambio de prisioneros), por otro lado
existió una clara descentralización operativa entre los distintos circuitos represivos, no sólo a
nivel de las zonas militares, sino también a nivel de las subzonas y áreas.
Esta dualidad entre la organización del accionar represivo en el territorio nacional y la
descentralización operativa a escala local y regional, que le otorgó al ejercicio de la represión
modalidades y características específicas según las distintas áreas constituye, desde nuestro
punto de vista, uno de sus rasgos distintivos. En relación con ello, es posible sostener que el
modo en el cual se implementó el accionar represivo estuvo vinculado en gran parte a los
“recursos” y opciones disponibles en las distintas áreas. 24
En primer lugar, uno de estos aspectos refiere a la experiencia adquirida en la “lucha
antisubversiva” en los años previos al golpe de Estado. Por un lado, son numerosos los casos
en los que se ha establecido la vinculación entre “comandos antiextremistas” que actuaban
clandestinamente y el aparato represivo estatal, sea porque sus jefes eran miembros de las
policías provinciales o las Fuerzas Armadas, sea porque algunos de sus integrantes se
sumaron luego a los grupos que operaron en las distintas áreas a partir de marzo de 1976.
Como ejemplo citaremos al Comando Nacionalista de Norte que actuó en Tucumán antes del
Operativo Independencia, dirigido por el inspector Roberto Heriberto Albornoz y que operaba
bajo el control y la dirección del Comando de la Brigada V de Infantería; el Comando
Libertadores de América en Córdoba, vinculado con la policía provincial y el III° Cuerpo de
Ejército y dirigido por el capitán Vergéz, activo participante en el circuito represivo local
23
El sistema represivo se organizó sobre la base de cinco comandos de zona, que “compatibilizaba la
distribución de la población y la ubicación de las principales unidades militares” y zonas especiales con
jurisdicción de la Armada y la Aeronáutica. Ver Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF),
Cementerio San Vicente. Informe 2003, Córdoba, Ferreira editor, 2005. Disponible en: <http://www.eaaf.org>
24
La reconstrucción de los mapas regionales del accionar represivo tropieza con una dificultad importante, cual
es la carencia o escasez de información sobre gran parte de esas áreas. Lo que se conoce sobre los distintos
circuitos represivos no sólo es desigual sino que por añadidura tiene orígenes diversos: algunos pocos trabajos de
investigación académica, reconstrucciones realizadas por organismos de derechos humanos, testimonios de
sobrevivientes, relatos periodísticos o causas judiciales. Ello refuerza la afirmación que realizábamos al principio
de este capítulo respecto de la ausencia de una línea de investigación sobre la represión en la Argentina.
luego de 1976; y el Comando Moralizador Pío XII de Mendoza, encabezado por el
vicecomodoro Santuccione, jefe de la policía provincial hasta fines de 1976. 25
Por otro lado, y como ya se ha apuntado, la “lucha antisubversiva” ejecutada por las
fuerzas “legales” comenzó bastante antes del golpe de Estado. El hecho más conocido lo
constituye el despliegue represivo implementado en la provincia de Tucumán a partir de la
puesta en marcha del “Operativo Independencia” (1974/75), considerado por muchos el
laboratorio del terrorismo de Estado en la Argentina, donde se instalaron los primeros centros
clandestinos de detención y se organizaron “grupos de tareas” dirigidos por los generales
Acdel Vilas (luego comandante del Vº Cuerpo de Ejército, con sede en Bahía Blanca) y
Domingo Bussi (gobernador de la provincia en los años siguientes). Unos y otros continuaron
en funcionamiento varios meses después de haber sido desmantelada la acción insurgente.
Aunque este tipo de modalidad no se implementó en el conjunto del territorio nacional
hasta después del golpe de Estado, en particular en algunas grandes ciudades se generalizaron
los operativos “rastrillo” en las zonas fabriles, el control sobre las universidades y en general
sobre los ámbitos urbanos. En estos operativos participaron fuerzas militares, de las policías
(Policía Federal y policías provinciales) y de Gendarmería, así como penitenciarias en tanto
su correlato fue el aumento de la cantidad de presos en las cárceles y comisarías, e incluso se
denunció la presencia de miembros de comandos paraestatales. 26
25
Al respecto véase Matías Artese y Gabriela Roffinelli, “Guerra y genocidio en Tucumán (1975-1983)”, en Inés
Izaguirre et al., Lucha de clases, guerra civil y genocidio en la Argentina. 1973-1983, Buenos Aires, Eudeba,
2009; entrevista a Ana Mariani, “La Perla fue el centro de tortura más grande del interior del país”, disponible
en: <http://www.hijos.org.ar/cordoba/articulos.shtml?x=89645>; L. Rodríguez Agüero, “Mujeres en situación de
prostitución…”, op. cit. También existieron grupos operativos vinculados a la policía y a otras fuerzas
represivas, donde participaban civiles, por ejemplo en la ciudad de Rosario (Desgrabación del testimonio del ex
agente de Inteligencia Militar Gustavo Bueno al CELS, 1987).
26
Como sucedió desde 1975 en Córdoba, donde comenzaron a funcionar centros clandestinos de detención
previo al golpe en el D-2 de la Policía o el denominado “La Ribera” en la Prisión Militar (Ver EAAF,
Cementerio San Vicente. Informe 2003, op. cit.) o en el Gran Rosario, señaladamente en el área fabril de Villa
Constitución. En esta última ciudad y vinculado con la experiencia del sindicalismo combativo de la UOM local,
se puso en marcha un amplio operativo represivo impulsado desde el Ministerio del Interior, con el objetivo de
desmantelar un supuesto complot a la industria pesada por parte de la “guerrilla fabril” que se estaba gestando en
el cordón industrial del Río Paraná. Decenas de trabajadores fueron alojados en lugares de detención clandestina
en la ciudad y en dependencias policiales de la vecina Rosario. Para el tema véase AA.VV., El Villazo. La
experiencia de una ciudad y su movimiento obrero, Tomo 1, Villa Constitución, Revista Historia Regional –
Libros, 1999. Véase también el capítulo de Federico Lorenz contenido en este volumen, que analiza la represión
sobre el ámbito laboral antes y después del golpe de estado y Victoria Basualdo y F. Lorenz, “Los trabajadores
industriales argentinos en la primera mitad del ’70: propuestas para una agenda de investigación a partir del
análisis comparativo de casos”, en Páginas. Revista digital de la Escuela de Historia, vol. 4, Nº 6, Rosario,
2012, disponible en: <http://web.rosario-conicet.gov.ar/ojs/index.php/RevPaginas/article/view/177>
Estas acciones proveyeron al accionar “antisubversivo” que se implementaría con
mayor sistematicidad e intensidad a partir de marzo de 1976 un conjunto de “cuadros”
experimentados, recursos y prácticas, explicando la celeridad con la que se constituyeron los
grupos operativos y la instalación de centros clandestinos de detención, en particular en las
grandes ciudades del país y las zonas más densamente pobladas (la provincia de Buenos
Aires, Córdoba, Rosario). Sin embargo, ese accionar no tuvo la misma magnitud ni se
desplegó al mismo tiempo en todas las provincias y áreas –incluso considerando los
operativos, detenciones y secuestros que se produjeron el mismo día del golpe de estado y en
los días sucesivos en una serie de ciudades-, vinculado muy probablemente a la visualización
por parte de las Fuerzas Armadas de una menor “amenaza subversiva”. 27
En segundo lugar, la participación de las distintas fuerzas represivas tuvo un carácter
diferenciado según el área que analicemos. Ni el involucramiento de las tres armas fue
equivalente, ni la participación de las policías provinciales o de Gendarmería tuvo la misma
modalidad en las distintas áreas. 28 La presencia del Ejército en todo el territorio nacional y su
activa intervención en la lucha “antisubversiva” contrasta con una participación más acotada
territorialmente de la Armada (que operó fundamentalmente en la ciudad de Buenos Aires en
la sede de la ESMA y tuvo activa presencia en Bahía Blanca o Mar del Plata, donde existían
bases navales) o la Aeronáutica (que se hizo cargo de algunos circuitos represivos, por
ejemplo el que tenía base en el partido de Morón o participó activamente en otras, por
ejemplo en la zona norte de la provincia de Santa Fe).
Por su parte y si bien, como ya se ha dicho, desde 1975 las fuerzas policiales y
penitenciarias habían sido puestas bajo control operativo de las distintas zonas militares y
27
En octubre de 1975 fue distribuida la “Directiva del Comandante General del Ejército Nº 404/75 (lucha
contra la subversión)”, una disposición de carácter secreto donde se estipulaba qué tareas les corresponderían a
cada fuerza. Allí se establecía además un “orden de prioridades”: prioridad 1, Tucumán; prioridad 2, Capital
Federal y La Plata; prioridad 3, Córdoba; prioridad 4, Rosario / Santa Fe. Ver al respecto J. L. D’Andrea Mohr,
op. cit., pp. 55/57. Para matizar esta afirmación, consignemos que el Comandante del V° Cuerpo de Ejército con
sede en Bahía Blanca, general Acdel Vilas, señalaba en 1976 que en esa área la peligrosidad militar de la
“subversión” era menor que en La Plata, Córdoba, Buenos Aires, Rosario o Mendoza, sin embargo ello no
excluyó la existencia de centros clandestinos de detención y la persecución, encarcelamiento y desaparición de
personas, así como el despliegue de una estrategia represiva dirigida en particular hacia la universidad. Cfr.
Silvina Jensen, “Diálogos entre la historia local y la historia reciente en la Argentina. Bahía Blanca durante la
última dictadura militar”, ponencia, XIV Encuentro de Latinoamericanistas Españoles, 2010. Disponible en :
<http://halshs.archives-ouvertes.fr/docs/00/53/11/87/PDF/AT10_Jensen.pdf>
28
En particular en el caso de Gendarmería se ha probado su participación en muchos de los centros clandestinos
de detención como responsables de la seguridad de estos lugares, si bien en las provincias fronterizas sus
miembros tuvieron una participación más activa y destacada en el ejercicio de la represión.
cuerpos de Ejército, en algunas áreas el accionar de la policía provincial parece haber
ostentado una mayor autonomía en la planificación y ejecución de las acciones represivas
respecto de las Fuerzas Armadas que en otros. Citaremos aquí no sólo la significación del Jefe
de la Policía de la provincia de Buenos Aires, Ramón Camps, bajo cuya dirección se
estructuró el llamado “Circuito Camps” integrado por más de 20 centros clandestinos de
detención distribuidos en nueve partidos del conurbano bonaerense y de La Plata, muchos de
los cuales funcionaron en dependencias policiales, sino también el caso de la ciudad de
Rosario. Allí, la autonomía que el accionar policial exhibió en el diseño e implementación de
la represión a nivel local en los primeros años de la dictadura no puede desvincularse de la
figura de Agustín Feced, un comandante retirado de Gendarmería que fue colocado al frente
de la policía por las autoridades militares y acreditaba una significativa experiencia en la
“lucha antisubversiva”, desarrollada en el marco de la anterior dictadura militar. Este
conocimiento, la férrea determinación expresada en el “aniquilamiento de la subversión”, la
rápida constitución de un eficiente grupo de tareas y la función cumplida por el Servicio de
Informaciones de la Unidad Regional II de Policía como oficina de inteligencia y centro de
radicación de prisioneros, resultan elementos claves para explicar esa situación. 29
Estos señalamientos no implican minimizar las responsabilidades de las distintas
fuerzas, sino insistir en el hecho de que estas participaciones diferenciadas le otorgaron al
accionar represivo de cada zona y subzona especificidades que deben ser señaladas. En última
instancia, el accionar represivo ejecutado por la Armada o la Aeronáutica no fue
cualitativamente distinto al del Ejército, mientras que las policías actuaron articuladas con los
respectivos mandos militares y en correspondencia con una estrategia represiva implementada
bajo el “control operacional” de las Fuerzas Armadas que, en términos amplios, no introdujo
variantes sustanciales. 30
En tercer lugar, interesa realizar algunas precisiones respecto de los centros
clandestinos de detención. Es conocido el hecho de que en distintos lugares del país (aunque
no en todas las provincias) se establecieron un conjunto de centros clandestinos que se
29
Respectivamente cfr. María Maneiro, Como el árbol talado. Memorias del Genocidio en La Plata, Berisso y
Ensenada, La Plata, Al Margen, 2005, Cap. I y II y G. Aguila, Dictadura, represión y sociedad en Rosario…,
op. cit., 1º parte.
30
A pesar de ello, existen evidencias de disputas producidas entre la policía y las Fuerzas Armadas respecto del
ejercicio del accionar represivo, vinculadas con la decisión de algunos comandantes de cuerpo de centralizar
dichas acciones y desplazar a la policía provincial (a quienes responsabilizaban del accionar de las “patotas”) o
reducir su autonomía.
encontraban ubicados en dependencias policiales o militares o en casas o fincas que fueron
destinadas a tales usos que podían tener o no vinculación entre sí y se correspondían con los
“grupos de tareas” actuantes, pero que tuvieron características diferenciadas. Algunos fueron
lugares de detención transitoria que se utilizaron por poco tiempo, mientras otros funcionaron
durante meses o años como centros de detención clandestina, y en otros casos eran a la vez
ámbitos de alojamiento de detenidos reconocidos o legalizados.
Si bien es especialmente conocida la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA),
ubicada en la ciudad de Buenos Aires, como uno de los centros clandestinos de mayor
significación (por la cantidad de personas que pasaron por allí y por el modo en que se
efectuó la desaparición de muchos de ellos, a través de los “vuelos de la muerte”), cabe
señalar que, según las denuncias realizadas, existieron unos seiscientos centros clandestinos
dispersos entre varias provincias. 31 No sólo fueron dependencias militares (la Perla en
Córdoba, Campo de Mayo en Buenos Aires, la Fábrica de Armas Domingo Matheu en
Rosario, la Base Naval de Puerto Belgrano en Bahía Blanca) sino también policiales (el
Servicio de Informaciones de la Policía de Rosario, la División de informaciones de la Policía
Provincial de Córdoba, la Comisaría 4ª de Santa Fe, la Comisaría 5ª de La Plata) que en su
mayoría se encontraban en el radio urbano de las grandes ciudades; y también casas o quintas
alquiladas o propiedad de militares utilizadas para tales fines (como la Mansión Seré en el
Gran Buenos Aires o la Quinta de Funes y La Calamita en el Gran Rosario), ubicadas en
general en zonas menos pobladas. 32
Los testimonios, reconstrucciones y análisis sobre lo sucedido en los distintos centros
clandestinos de detención parecen seguir un esquema común, haciendo las más de las veces
indiferenciable lo sucedido en cada uno de ellos –y permitiendo incluso homologar tales
31
Memoria Abierta ha realizado un mapa de los centros de detención, diferenciando entre estas diversas
modalidades de alojamiento de los prisioneros. Al respecto ver: <http://www.memoriabierta.gov.ar>
32
Marcos Palermo y Vicente Novaro especifican que fueron cinco los centros clandestinos “por donde pasaron
la mayor parte de los secuestrados: La Perla (Córdoba, más de 2.500 personas), Campo de Mayo y Vesubio
(Gran Buenos Aires, con 4.000 y 2.000 secuestrados respectivamente), la Escuela de Mecánica de la Armada y
el Club Atlético (en Capital Federal, 4.500 y 1.500)” (La dictadura militar…, op. cit., p. 118). A diferencia de lo
sucedido en otras grandes ciudades como Buenos Aires o Córdoba, en Rosario no existió un “gran” centro
clandestino de detención que alojara a cientos o miles de prisioneros y que estuviera en manos de alguna de las
Fuerzas Armadas. Este rol fue cumplido por el Servicio de Informaciones de la Policía local. Si bien las
dependencias militares fueron empleadas en diversos momentos como centros de detención clandestinos y, a su
vez, los “grupos de tareas” vinculados al Ejército utilizaron también casas o quintas que cumplían dicha función,
el mayor número de prisioneros del área transitó por aquella dependencia policial.
experiencias con las de otros sistemas concentracionarios-. 33 Sin embargo, parece cierto que
más allá de los rasgos compartidos por todos los centros clandestinos de detención (el
alojamiento transitorio de los detenidos con el objetivo de obtener información sobre todo a
través de la tortura para desarticular las organizaciones y sus redes, tanto como producir el
“quiebre” de los prisioneros inermes a quienes se sometió a un régimen de terror), éstos
tuvieron características distintas.
Sea porque, por ejemplo, dependieran de una u otra fuerza (el Ejército, la Armada, la
Aeronáutica, las policías provinciales), porque se alojara a militantes o dirigentes de
determinadas organizaciones e incluso se diferenciara entre los grados de responsabilidad en
ellas (dirigentes con grados superiores, militantes de menor jerarquía), porque variaba la
permanencia en estos lugares (días, meses o incluso años), porque se exterminara
masivamente o se permitiera la supervivencia de los detenidos, o porque se convirtieron en
algunos casos en verdaderos experimentos que apuntaban a la colaboración o la
“recuperación” de los prisioneros (como sucedió en el caso de la ESMA) 34 o se articularan
con estrategias como la pergeñada por el comandante en jefe del II° Cuerpo, el general
Galtieri. 35
En cuarto lugar, me referiré a los circuitos represivos que se estructuraron en las
distintas zonas y áreas. Hemos afirmado que desde la localización de las potenciales víctimas
hasta el traslado, la desaparición o el asesinato, hubo una lógica constitutiva en el accionar de
las fuerzas de seguridad que vinculó el circuito represivo iniciado con el secuestro con
determinados centros de detención clandestinos. Los grupos que ejecutaban esas acciones
33
Véase, entre otros, el ya citado texto de P. Calveiro, Poder y desaparición…, op. cit.
34
Donde el Almirante Massera y los miembros del grupo de tareas que allí actuaba habían logrado establecer un
sistema de “recuperación” y concretamente de colaboración de muchos de los prisioneros, con distintos grados y
modalidades; allí funcionaron el llamado “Mini-Staff”, constituido por un grupo de detenidos que colaboraban
directamente con la Armada, y el “Staff”, donde había presos que se ocupaban de la falsificación de documentos,
redacción de periódicos y documentos de la organización, realización de “informes de inteligencia”, etc. Para el
tema puede verse AA.VV., Ese Infierno. Conversaciones con cinco mujeres sobrevivientes de la ESMA, Buenos
Aires, Sudamericana, 2001 y P. Calveiro, P., Poder y Desaparición, op.cit., pp. 113 y ss.
35
Nos referimos a lo sucedido en la Quinta de Funes, situada en las afueras de Rosario, narrado por el único
sobreviviente del lugar Jaime Dri y referido a las experiencias, el periplo por varios centros de detención y
finalmente la muerte y desaparición de varios dirigentes y militantes montoneros. El objetivo de Galtieri era
utilizar a un grupo de dirigentes “quebrados” para desmantelar lo que quedaba de la organización, realizar tareas
de contrainteligencia (por ejemplo, la redacción de documentos o la impresión de la prensa) y, finalmente, para
asesinar a la cúpula de Montoneros exiliada en México. Estos hechos, narrados por Miguel Bonasso en Recuerdo
de la Muerte (Buenos Aires, Planeta, 2003) fueron reconstruidos en la Causa Pascual Guerrieri y otros, donde se
juzgó y condenó a una parte de los represores involucrados en ellos (Juzgado Federal Nº 4, Rosario, 2010).
estaban constituidos en general por hombres que operaban en una determinada área,
perseguían y secuestraban personas que vivían en esas locaciones (y a las que eventualmente
conocían) y las alojaban en centros de detención que se ubicaban en la zona.
Podemos especular con que las modalidades de actuación estaban relacionadas con el
área geográfica en cuestión, es decir al territorio que abarcaba y a la densidad de población
sobre la que se ejercía la vigilancia y se implementaba la estrategia represiva, a la
complejidad de dicha estructura (cantidad de grupos operativos, centros clandestinos,
intervención de las diversas fuerzas) y a los recursos disponibles para desaparecer los
cadáveres. 36 Ello no excluyó que los prisioneros pudieran ser trasladados a otros centros
(estuvieran o no vinculados entre sí) o que las distintas fuerzas represivas estuvieran
articuladas en la ejecución de determinadas acciones que implicaran por ejemplo traspasar las
“fronteras” de las respectivas áreas. Sin embargo, afirmo que hay una lógica de actuación
localizada de los grupos operativos, incluso en áreas vecinas territorialmente, que debe ser
considerada.
Menciono a título de ejemplo lo sucedido en la Zona 2 con asiento en la ciudad de
Rosario y con jurisdicción en las provincias del centro-este y el Nordeste del país. Si bien el
comando del IIº Cuerpo se ubicaba en esta ciudad, las lógicas represivas adquirieron
características distintas según la provincia, área y subárea, no sólo por la participación de
distintas fuerzas represivas, sino por las dinámicas y radios de los circuitos represivos. Baste
decir que en la provincia de Santa Fe funcionaron varios circuitos represivos con
características diferenciadas: el que tenía su sede en la ciudad capital y abarcaba al norte de la
provincia y respondía al área 212 (donde puede además diferenciarse lo que sucedía en el área
vecina a la ciudad de Santa Fe de lo sucedido en el norte provincial con base en Reconquista);
el que tenía su centro en la ciudad de Rosario (área 211) e incluía a gran parte del sur de la
provincia; y a ellos se sumaba otro circuito que vinculaba a la ciudad de Villa Constitución
con el norte de la provincia de Buenos Aires (San Nicolás). Con características similares, este
tipo de funcionamiento relativamente descentralizado se repitió en gran parte del territorio
nacional.
Hasta ahora me he centrado en particular en las modalidades y dispositivos del
accionar represivo (¿cómo se ejerció?) y en sus ejecutores (¿quiénes lo ejercieron?) sin
embargo, para que el cuadro se complete queda por considerar una cuestión más en este breve
36
Ver EAAF, Cementerio San Vicente. Informe 2003, op. cit. y EAAF, Annual Report 2005, Buenos Aires /
Nueva York.
repaso, la de las víctimas: ¿hacia o sobre quienes se ejerció esa violencia? o ¿a quiénes
persiguieron y eventualmente eliminaron las fuerzas de seguridad? Ya apuntamos que la
represión fue selectiva, es decir, se abatió sobre un conjunto específico de hombres y mujeres,
víctimas reales o potenciales de aquel accionar y no sobre todos los habitantes o la sociedad
toda. Sin embargo, la diversidad de víctimas del accionar represivo debiera ser un elemento a
considerar, en tanto ilustra justamente las variaciones que el ejercicio de la represión ostentó
en los distintos ámbitos.
Los detenidos y detenidas que pasaron por los centros clandestinos o las cárceles
conformaban un conjunto heterogéneo nutrido tanto por militantes y dirigentes de las
organizaciones guerrilleras como por miembros de otras corrientes, en general de izquierda,
activistas sindicales y estudiantiles o militantes sociales, y, en tal sentido, los “blancos” de la
represión fueron diversos en las distintas zonas y regiones del país, no sólo en términos de
clase o categorías socio-profesionales (estudiantes, integrantes de las clases medias urbanas,
obreros y asalariados, pequeños propietarios rurales, miembros de la iglesia) sino también en
términos de adscripciones políticas o político-ideológicas. 37
Las tareas de aniquilamiento variaron en términos temporales, de sistematicidad y
“eficacia” en el caso de algunos agrupamientos respecto de otros y en algunas ciudades y
provincias respecto de otras. Eso sucedió con los miembros de las organizaciones político-
militares, con los trabajadores (¿por qué hubo áreas de fuerte concentración obrera con una
escasa cantidad de presos y desaparecidos?) o la izquierda no armada (¿cómo se explica, para
ir a un ejemplo específico, que se persiguió y eliminó a más comunistas en Córdoba que en
Rosario, cuando el partido tenía una significación política similar?), con los intelectuales
críticos, los sacerdotes tercermundistas, los estudiantes universitarios, los varones y
mujeres… Podríamos multiplicar las preguntas en relación con los diversos sujetos y grupos
objeto de persecución y represaliados, aunque es posible postular que las claves explicativas
radican en el diseño y despliegue de las estrategias represivas en las distintas áreas, en quienes
37
A lo contabilizado por la CONADEP y por algunos trabajos que caracterizaron los perfiles socio-profesionales
de los desaparecidos (vid. Inés Izaguirre, Los desaparecidos: recuperación de una identidad expropiada, Buenos
Aires, C.E.A.L., 1994 e Inés Izaguirre y colaboradores, Guerra civil, lucha de clases y genocidio en la
Argentina. 1973-1983, Buenos Aires, Eudeba, 2009), se han sumado estudios más recientes que a mi juicio han
modificado las perspectivas sobre la persecución hacia grupos específicos como los judíos, la diferenciada
represión a escala regional sobre los militantes de la “izquierda no armada” o incorporado al análisis a otros
grupos de víctimas como los presos políticos. Cfr. Emmanuel Kahan, Entre la aceptación y el distanciamiento:
actitudes sociales, posicionamientos y memoria de la experiencia judía durante la última dictadura (1973-
2007)”, tesis doctoral inédita, Universidad Nacional de La Plata, 2001, las tesis inéditas de Florencia Osuna y
Natalia Casola sobre el PST y el PC en los años de la dictadura y los trabajos de D’Antonio y Garaño sobre los
presos políticos citados ut supra.
comandaban ese accionar, en las desiguales evaluaciones sobre la “peligrosidad” de ciertos
grupos y personas y/o en la diferenciada activación de sectores sociales y políticos, por solo
citar algunas cuestiones de ineludible significación.
38
Cfr. Paula Canelo, El proceso en su laberinto. La interna militar de Videla a Bignone, Buenos Aires,
Prometeo, 2008, pp. 42/43; Hugo Quiroga, El tiempo del Proceso. Conflictos y coincidencias entre políticos y
militares. 1976-1983, Rosario, Ed. Fundación Ross, 1994.
de personas y la eliminación de los cadáveres, así como la diseminación de centros de
detención clandestinos en casi todas las provincias, son pruebas contundentes de la existencia
de un plan represivo implementado a escala nacional, que se articuló con un marco jurídico y
legal diseñado y aplicado a partir del golpe de Estado.
Tampoco puede eludirse la existencia de otros elementos que preceden a la ejecución
de tal estrategia: la difusión dentro de las Fuerzas Armadas de doctrinas y tácticas de guerra
contrainsurgente y psicológica que prepararon a un conjunto de cuadros dirigentes al menos
desde los años 60 y al calor de la propagación de la Doctrina de la Seguridad Nacional, 39 las
órdenes provenientes del Estado nacional en un marco constitucional que estableció la
“aniquilación” del accionar subversivo y la organización de recursos orientados a tal fin, tanto
como la puesta en marcha bastante antes del golpe de mecanismos represivos legales y
extralegales.
Sin embargo, la implementación de la represión reconoce variaciones, modalidades y
especificidades que se vinculan con los espacios de ejecución de la acción “antisubversiva”,
ya que esa acción no adquirió las mismas características en las grandes ciudades que en las
pequeñas, en las provincias centrales que en las marginales, en áreas de fuerte presencia
obrera y estudiantil que en otras que no la poseían. Indudablemente, esto refiere a la mayor o
menor activación de la protesta social, en parte al accionar de las organizaciones político-
militares y a la existencia de espacios donde se ejercía la acción “disolvente” de la
“subversión” (por ejemplo, las universidades), y por ende a la visualización por parte de las
fuerzas represivas de una amenaza real o potencial, esto es, a la visualización del “enemigo”
en cada región o localidad.
Las diversas modalidades del accionar represivo que responden a esas lógicas locales
y regionales se articularon con los perfiles de quienes comandaron la lucha “antisubversiva”,
con la existencia en algunos casos de grupos paraestatales o la experiencia acumulada por las
fuerzas represivas “legales” en ese combate, con la diferenciada participación de las distintas
armas (ejército, marina, aviación), con el tipo de involucramiento que asumieron las distintas
fuerzas (las policías provinciales, la gendarmería, la policía federal) o con la mayor o menor
autonomía que éstas exhibieron. Es decir, esas modalidades se vincularon con los recursos y
opciones disponibles en los distintos escenarios para llevar adelante el accionar represivo.
39
Véase los textos citados ut supra de D. Mazzei y M. Ranaletti y E. Pontoriero; también M. Palermo y V.
Novaro, La dictadura militar…, op. cit., pp. 83 y ss.
En tal sentido, el ejercicio de la represión da cuenta tanto de un “plan general” para el
método, contenidos y alcances del aniquilamiento como de una multiplicidad de poderes y
lógicas locales, que configuran “universos” represivos con sus propias dinámicas y
modalidades, a una escala más reducida. En tal sentido, ¿cómo analizar esos “microcosmos”
represivos que configuraron la ESMA comandada por Massera y la Marina, la Perla en
Córdoba a cargo del general Menéndez, las estrategias de “guerra contrarrevolucionaria” de
Acdel Vilas primero en Tucumán y luego en Bahía Blanca o los experimentos de Feced y
Galtieri en la zona de Rosario?
Si bien no existen evidencias para impugnar la implementación del “plan sistemático”
diseñado y ejecutado a escala nacional, lo analizado compatibiliza más con la existencia de
“programas localizados” de exterminio, con un proceso fragmentado de toma de decisiones e
implementación de la represión con su propio impulso interno, que por su propia lógica
acumulativa llevaron a buen término el objetivo central de aniquilar al “enemigo subversivo”
y que no estuvo exenta de disputas. 40
La estabilidad del régimen militar y los consensos construidos con diversos sectores de
la sociedad civil se basaron durante los primeros años sobre la efectividad de la acción
“antisubversiva” y el restablecimiento del orden social y político. Una vez que este objetivo
perdió centralidad y se consolidó el principal “logro” del gobierno militar -la eliminación de
los enemigos reales o potenciales a los que se habían enfrentado las fuerzas represivas-, la
dictadura se vio compelida a recurrir a otro tipo de convocatorias y mecanismos de
legitimación que no lograron reeditar ese amplio marco de apoyos que la había acompañado
en sus tramos iniciales.
40
Tal como señala Paula Canelo, en los primeros años de la dictadura “entre los comandantes de Cuerpo o
“señores de la guerra”, máximos responsables de la “masacre represiva”, comenzaba a entablarse una
siniestra competencia, que buscaba dar cuenta de la propia eficiencia en la tarea”. Ver El proceso en su
laberinto…, op. cit., pp. 50/51.