CASULLO, Nicolás. Itinerarios de La Modernidad (Caps. 4 y 5)
CASULLO, Nicolás. Itinerarios de La Modernidad (Caps. 4 y 5)
CASULLO, Nicolás. Itinerarios de La Modernidad (Caps. 4 y 5)
DE LA MODERNIDAD
Comentes delpensamiento y
tradiciones intelectuales desde la Ilustración
hasta la posmodemidad
Nicolás Casullo
Ricardo Forster
Alejandro Kaufman
eudeba
Kaufman, Alejandro
Itinerarios de la modernidad : corrientes del pensamiento y tradiciones
intelectuales desde la ilustración hasta la posmodernidad / Alejandro
Kaufman ; Ricardo Forster ; Nicolás Casullo. - I 1 ed- 5* reimp, - Buenos
Aires : Eudeba, 2009.
3 8 4 p. ; 23x16 cm.
Eudeba
Universidad de Buenos Aires
© 1999
Editorial Universitaria de Buenos Aires
Sociedad de Economía Mixta
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Hecho el depósito que establece la ley 11.723
■♦
N icolás Casullo
C o n tin u a n d o este viaje por la historia de las ideas, las grandes corrien
tes que construyen este siglo dentro de las primeras décadas, y ha<
ciendo epicentro en la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias,
vamos a trabajar sobre un importante espacio histórico en el campo de
las ideas y al mismo tiempo sobre un fenómeno muy particular en él
campo de la experiencia estética y política, constituido por las vanguar*
dias. Espacio histórico, por una parte, porque se constituye en lo social,
en el campo del arte, de la cultura, de la política, y también fenómeno
particular de una época moderna, que es lo que vamos a tratar de analk
zar, en cuanto a la configuración de lo que se entiende por vanguardia
que tanto tuvo que ver en nuestro siglo con las condiciones de lo moder
no y sus crisis, hasta tal punto que hoy, una de las formas de analiza!:
nuestro presente está dado por la reflexión de teóricos y ensayistas, sobre
“la ausencia de vanguardias”, tanto en el campo de la cultura, en el cam-
po del arte, como en el campo de la política, No reflexionaremos sobre
las obras artísticas de las vanguardias desde una perspectiva de estudio
estético. Trabajaremos fundamentalmente sobre textos de la vanguar*
dia, manifiestos, exposición de ideas y principios, en tanto analizaremos
las vanguardias como parte del mundo de las ideas, de la historia de las
ideas modernas. Las vanguardias como fenómeno cultural, sociocultural,
político-cultural qué atraviesa una época de lo moderno, para intervenir
como lectura fuerte de la crisis y la crítica de ese tiempo.
Hoy, en lo fundamental, estaríamos hablando -salvo excepciones
porque también hubo vanguardias que terminaron en claras políticas de
derecha- casi globalmente del pensamiento de izquierda en este siglo. En
principio, trataremos de ubicar la emergencia de estas vanguardias, de
este modelo que se da en el arte y en la política, en el contexto cultural
de la primera mitad de nuestro siglo.
Las primeras dos décadas del siglo plantean, con el objeto de enten
der el vanguardismo, una serie de características necesarias de ser com
prendidas: por un lado, aparece un clima de época de aceleración de ¡a
historia. Un clima que se da como experiencia objetiva en el plano social
y económico, avance y desarrollo de formas productivas, avances técni
cos, logros de la ciencia, creencia burguesa en que la ciencia y la técnica
aplicadas resolverían todo, permanentes revoluciones en el campo de la
industria y la economía. En términos objetivos, la historia genera un
momento de aceleración. Así como cien años atrás, en el pasaje del siglo
XVilII al XIX se vivió una aceleración política y cultural, también a prin
cipios de este siglo, el campo objetivo de la historia mostraba que ésta se
aceleraba en sus novedades, en sus modificaciones, en las cosas inéditas
que planteaba. Pero también esta atmósfera de aceleración se daba prin
cipalmente en la subjetividad de los actores de la historia, en la concien
cia de los sujetos históricos. Por ejemplo, podríamos decir hoy que esta
mos viviendo una época de profundos trastocamientos, de fenómenos
de primera magnitud en el campo económico, financiero, industrial, téc
nico. Hoy se .habla de la tercera revolución industrial, de informática, de
la disolución de puestos de trabajo, de enormes mutaciones y metamor
fosis que está viviendo el mundo. Sin embargo, no hay en la subjetivi
dad, en nosotros, un acompañamiento coherente en cuanto a acelera
ción utópica, hacia adelante, de la historia. Básicamente vivimos nues
tras circunstancias asombrados, escépticos, indiferentes, entusiasmados,
pero en general son informaciones que recibimos y elementos que nos
vamos dando cuenta que acontecen en la realidad y trastocan muchas
referencias. Hace diez años teníamos cinco canales de televisión; hoy el
gran público de la Capital Federal tiene sesenta canales de televisión.
Hace dos décadas la computadora era práctica de algunos iniciados, hoy
su despliegue es inmenso en múltiples espacios de trabajo. Son fenóme-
♦ óó ♦
nos de aceleración tecnológico-cultural de la historia, con la diferencia
que a principios de siglo esa conciencia, esa aceleración de la historia
calaba muy fuerte y esperanzadoramente en el espíritu de la gente. No
solamente era una fragua del mundo, acontecer de lo social, sino con
ciencia de ello en sentido de profunda expectativa sobre la propia histo
ria. Es decir, esta conciencia habilitaba -esto tiene que ver con las van
guardias- la idea de que la historia no solamente se aceleraba en las es
tructuras productivas, sino también en el campo de las ideas, de los pro
yectos colectivos, de los armados doctrinarios, para aparecer como posi
bilidad de ruptura de modelos y lógicas, y el pasaje a otro momento de la
Modernidad, momento que sería claramente post-burgués. De ahí la idea
-tanto en el campo político como en el campo artístico- de la necesidad
de constituirse en avanzada para este tránsito de un tiempo a otro.
Desde esta perspectiva, surge fuertemente en estos años la idea de
revolución, de revolución social. Se venía, más o menos desde 1870 a
1900, de muchas variables que sustentaban esta idea de cambio históri
co. Por un lado, el despliegue, la aceptación en las dirigencias de la clase
obrera y los partidos políticos de izquierda de las concepciones marxis-
tas. Karl Marx había muerto en 1881. Veinte años después, el marxismo
como teoría de interpretación del capitalismo, como política orgánica
de sectores sociales postergados, y como ideología de caracter prometeico,
aparecía impregnando a los partidos políticos de la izquierda europea, a
la Socialdemocracia básicamente y también al Socialismo. La Socialdc-
mocracia va a ser después el Partido Comunista en Europa; no es la que
nosotros conocemos ahora. Aparecía el marxismo como un continente
interpretativo y al mismo tiempo un mundo de ideas que devenían po
líticas, posibilidad de -a través de esa comprensión que daba el marxis
mo del capitalismo, de las etapas del capitalismo y su posible fin- pensar
que científicamente la revolución tenía un sustento conceptual, de argu
mentaciones, de formas de ver el sistema y su desarrollo. Libros, debates,
planteos, donde el marxismo aparecía como la teoría más afianzada para
pensar la transformación social, frente al Sindicalismo a secas o al Anar
quismo, o al Socialismo reformista que también tenía variables marxistas
introducidas en sus ideas, pero no tan claramente como en las fuerzas de
la Socialdemocracia. Por otro lado, ya había fuertes experiencias de masas
organizadas en términos políticos partidarios y en términos sindicales. En
Alemania, en Inglaterra, en Italia, en España; esto es previo a la Primera
Guerra Mundial, se venía de un tiempo desde 1870 a 1900 donde
hegetnonizaban el campo de la izquierda las ideas reformistas, las ideas
de lento avance gradual a través de elecciones parlamentarias, a través
de luchas sindicales ganadas progresivamente, y donde se afianza la idea
de revolución como crítica furibunda contra estas alas reformistas del
“avance lento y gradual”. La vanguardia política, precisamente uno de
los elementos que expone es una crítica profunda a los avances lentos,
graduales, reformistas, ilusorios de la izquierda, a la que contrapropone
la revolución en ciernes, la revolución a la orden del día, violenta, heroi'
ca, él asalto al Estado burgués como forma de derribar el sistema capita-
lista. Ese modelo de revolución que va a tener lugar en Rusia, de manera
victoriosa, en 1917* Este es otro de los elementos que hace a la constitu-
ción de las vanguardias: el desplegado mundo de la izquierda en términos
teóricos, en términos de experiencia, en términos de organización y tam
bién en términos de ambiciones políticas.
Como epicentro está la guerra europea de 1914-1918 donde, po>
dríamos decir, se pone fin al siglo XIX y comienza el verdadero siglo XX.
La guerra devastadora, que termina con un ideal decimonónico de mun
do liberal burgués y que va a dejar, por el contrario, la desolación, el
vacío, la pérdida de sentido de lo hasta ahí legitimado como promesa
civilizatoria en nombre de la razón y el progreso humano. Donde van a
emerger variables de vanguardias artísticas, estéticas, que van a ser
demoledoras en la crítica a ese mundo burgués que terminó en lo bélico
y en más o menos quince millones de muertos.
Por último, todos estos elementos van constituyendo un campo de
relación, en la cultura, entre política y arte. Un campo de relación que por
primera vez se constituye de manera precisa, evidente, y que se va a pro-
longar a lo largo del siglo XX. Es un universo cultural donde lo político y el
arte conforman un espacio de izquierda básicamente antirreformista, de
Corte revolucionario, contestatario, crítico, fuertemente antiburgués, pro-
socialista. En esté campo aparecen tres figuras que también van a recorrer
nuestra historia occidental capitalista, que son el político, el intelectual y el
artista, Las tres figuras que de distintas maneras van a constituir en ocasio
nes las llamadas vanguardias modernas.
La vanguardia artística es básicamente una experiencia grupal que
se da en el campo del arte, de artistas relacionados con ideas políticas,
con süs propias experiencias estéticas; que pueden estar constituidas por
gente que esté en un único medio de expresión estética, plásticos, escri
tores, cineastas; o que también pueden cruzar sus experiencias estéticas.
Las vanguardias artísticas sabían que nacían para morir. Su grito de pro
testa, su cuestionamiento crítico desde el arte a un mundo de razones
dados, va a ser tan enérgico contra las formas institucionales del arte,
que su propio espíritu las obliga a pensarse circunstanciales, de efímero
recorrido, rechazantes de cualquier tipo de consagración estética al esti
lo tradicional. Y si no mueren, las matan otras vanguardias. Lo peor que
podía pasarle a una vanguardia estética es prolongarse, transformarse en
experiencia estética institucionalizada, llevada a la academia y al museo
como el resto del arte burgués. En este plano, básicamente van a trabajar
con un profundo sentido antiburgués. Le apesta a las vanguardias el mundo
dado, de valores y morales burguesas, y buscan a través del arte un pro
ceso concreto de liberación de la subjetividad creadora y receptora, de
denuncia contra las formas consoladoras, sublimadas, “bellas” del arté
burgués instituido. Liberación de la expresión artística como mundo sub
jetivo que necesita expresarse con violencia, con fuerza, contra variables
estéticas del pasado, de la tradición, o absolutamente consagradas, for
mas que no contienen a estos grupos o donde estos grupos no quieren ser
contenidos. Van a aparecer vanguardias que van a hacer eje en la libera
ción del instinto, de nuestro instinto como experiencia sofocada, repri
mida -aparece el aporte del psicoanálisis de Freud, que es contemporá
neo- de la propia represión de la cultura que enajena y encarcela el de
seo, y como contrapartida a ese enclaustramiento, la reivindicación y la
recuperación del inconsciente como lugar de otras voces, otras palabras,
otra verdad necesitada de expresarse. El artista va a plantear el arte como
una liberación concreta de lo instintivo, no solamente de lo reflexivo
intelectual. Potencia reprimida que el artista de vanguardia va a tratar
de poner de manifiesto. También el arte de vanguardia va a contener
variables ideológicas y teóricas donde va a reivindicar una violencia ca
tegórica de su mensaje artístico como respuesta, desde las obras, a la
violencia de la propia guerra, a la violencia del propio hombre, de la
vida cotidiana, de un vivir en la metrópoli, en la masividad, en la irra
cionalidad de las relaciones humanas alienantes y vejadoras del hombre.
Este arte va a tratar de expresar un cuestionamiento al atte burgués clá
sico, tradicional, consolador, que no da cuentas de tales circunstancias.
Por otro lado, hay una idea de que el arte debe ser principalmente
crítica a las consagradas representaciones del mundo, de la realidad, de
la sociedad. No un arte bello, pensarán las vanguardias. No un arte que
equilibre desde su presencia la fealdad y la hipocresía de la sociedad. Las
vanguardias están absolutamente enfrentadas a la idea y al criterio bur
gués de la belleza en el arte. No hay arte bello. Los criterios de belleza
son estéticas que responden a ciertos gustos, a ciertas épocas, a ciertos
estamentos sociales privilegiados y consumidores de arte. Entonces, des
de los dispositivos de las vanguardias aparece el arte como arma crítica a
las condiciones dadas, a los poderes, a las autoridades, a las predominancias
de ciertos gustos, modas y estilos, al mundo cultural burgués, a la acade-
mia que fija normas, a las fuerzas armadas, a la Iglesia, a los partidos
políticos. Contra todo este entramado social, expresado de distintas ma
neras, las propias vanguardias van a tratar de definir una nueva sensibili
dad. Muchas e importantes variables para entender teóricamente la Mo
dernidad están dadas por la consideración de nuestra subjetividad en la
historia, donde el arte va a cumplir un papel de termómetro de dicha
subjetividad, de enorme relevancia, porque precisamente el arte es la
producción individual de una subjetividad de su tiempo, de su espacio
cultural e histórico, la capacidad creadora que va a expresar sus recha
zos, sus amores, sus utopías, a través de su sensibilidad frente al mundo.
El artista es una individualidad feroz. Aún adhiriendo a ideas colectivas
y a proyectos políticos revolucionarios, lo que expresa es esa nueva sen
sibilidad intimista, que capta o puede manifestar quizás antes que el res
to, lo que le incomoda.
Las vanguardias plantean entonces, por un lado, la necesidad de una
nueva imagen crítica del mundo. El literato, el escritor, el novelista, el
cuentista, el plástico, el escultor, el músico, el tipo que empieza a hacer
cine ya en los veinte, trabaja sobre imágenes, trabaja con palabras, soni
dos, colores, básicamente construyendo mundos con imágenes estéticas.
Hay una conciencia plena de generar una nueva imagen del mundo,
construir otra vez la realidad, construirla como representación distinta,
verídica. A partir de lo cual hacen una altísima exaltación del arte como
el camino recreador. Esto viene de vieja data, desde el Renacimiento
podríamos decir, donde ya en el 1400, 1500, aparece la discusión en
cuanto a que los artistas son los verdaderos, los más legítimos, los más
bendecidos hijos de Dios porque trabajan lo creativo, porque le disputan
a Dios el gran Verbo de Dios, el de la Creación. Se recupera ya para ese
entonces la idea demiúrgica de “re-crear” el mundo en manos del artista,
que trabaja permanentemente la problemática de la creación. Cómo, de
la nada, hago algo, cómo reproduzco un gesto originario de creación,
cómo me mimetizo no ya sólo desde mi obra con lo bello de la naturaleza
creada por Dios, sino con cierta potestad divina de creación. De una tela
vacía nace un cuadro, de un cuaderno sin nada una novela. Evidente
mente hay un eco cultural, mítico, del papel del artista en el acto rebel
de, recreador, que plantea y exalta el tiempo de las vanguardias.
Las vanguardias, a diferencia del arte burgués -el arte excelso de la
ópera, de la pintura y la escultura clásica y neoclásica, de la gran litera
tura llevada al parnaso, de la música sublime del barroco y el romanti
cismo, el del genio inmortal, el del buen gusto, el de la belleza eterna y
universal- va a mostrar las lacras fabulosas del mundo moderno. Sus
figuras van a ser la prostituta, el enfermo, el marginal, el corrupto, la
violencia social, el cuerpo desnudo femenino como mercancía sexual,
lo procaz, la desesperación existencial, los valores insurgentes de la
bohemia, la soledad en la muchedumbre urbana, la incomunicación
humana, la angustia de la falta de sentido, la guerra, la muerte horroro
sa, los cuerpos mutilados, el absurdo, lo informe, lo desarticulado. Todo
lo que el buen arte burgués de esa época escondía porque era un cami
no de "belleza" de “lo otro del mundo”, de virtud, un camino si se
quiere educativo, donde se hacía presente la consoladora y falsa moral
del hombre. Las vanguardias reniegan de todo esto. Al respecto, una
de las vanguardias, el Dadaísmo -que quizás sea la más extrema de
todas porque en su gesto de violencia frente al arte constituido y las
costumbres, reniega de todo arte- son los artistas que van a expresar de
una manera acabada, ciertas variables con que actuó el grupo de van
guardia en ciudades capitales como Berlín, como París, como Munich.
Eran grupos de artistas en general jóvenes, que trabajaban a partir del
principio de lo irreverente ante todos los valores consagrados. Imperti
nente no sólo con respecto a valores sociales y culturales establecidos,
sino también con respecto al propio público burgués que asiste a las
representaciones. La vanguardia lo primero que hace es agredirlo por
que ése es su principal adversario, el que asiste a la experiencia del arte
creyendo que va a encontrar el viejo y clásico arte de consuelo y de
espiritualidad equilibrante. También se produce la reacción de ese pú
blico burgués que termina tirándoles monedas, o echándolos de todo
escenario de vanguardia. Las vanguardias estéticas trabajan en térmi
nos absolutamente provocativos. Con su vocabulario, con sus búsque
das formales, con sus lenguajes, que escandalizan a ese buen burgués de
principios de siglo, de 1910, que no podía concebir que en el nombre
del arte se hiciese lo que hacían las vanguardias.
Las vanguardias también trabajan en términos humorísticos. Traba
jan en términos humorísticos corrosivos en su descripción de la época,
en su descripción de las figuras de su tiempo, de la cultura de su época
en términos satíricos contta toda autoridad, todo poder o institución; y
en este sentido Dadá -vanguardia que hace culto de lo hereje, punto
medio entre el Expresionismo, que es la primera experiencia de vanguar-
dia de este siglo, y el Surrealismo' es la más extrema y provocativa. Dadá
parte de una lectura nihilista del mundo de posguerra, es decir, de una
interpretación que vive la pérdida de todo sentido y fundamento, y ge
nera a la vez un profundo trasfondo nihilista. Dadá nace en 1916 en
plena guerra, cuando todo pierde consistencia y la realidad europea sé
transforma en una inmensa granada que hace estallar el mundo. Frente a
esta nihilización, a esta pérdida de sentido de todo discurso humanista,
ilustrado, burgués, liberal, Dadá radicaliza dicha pérdida de sentido, la
lleva a su extremo absoluto. Nada ya contiene el significado que supues
tamente contenía desde los discursos dominantes, ni siquiera lo que es-
tán haciendo ellos, y mucho menos el arte en ninguna de sus variables.
Dadá son grupos de artistas en distintas capitales europeas, genios algu
nos, no tanto otros, que se constituyen en vanguardia, en conciencia de
esta licuación de sustentos sobre los que se asienta una civilización creí
da en su progreso indefinido para la felicidad del hombre.
El creador del movimiento Dadá es un rumano exiliado en ese mo
mento en Zurich, Tristán Tzara, que luego va a ir a París y va a fundar el
movimiento dadaísta en París, que era la ciudad por excelencia de la
experiencia artística. El dice, muchos años después: “La impaciencia de
vivir era grande. Nuestro rechazo se extendía a todas las formas de la civiliza-
ción llamada moderna, a sus propias bases, a la lógica, al lenguaje; y la rebe
lión asumía formas donde lo grotesco y lo absurdo superaban ¡os valores esté-
ticos”. Estaban más allá del arte, condenando al arte. Para el Dadaísmo el
arte moderno había cumplido ya su hipócrita misión, su papel estaba
cancelado por las pústulas de la sociedad burguesa que lo había consa
grado. El propio Tristán Tzara dice: “Dadá nació de una exigencia moral,,
del sentimiento profundo de que el hombre, en e¡ centro de todas ¡as creaciones
de¡ espíritu, debía afirmar sus supremacía sobre las nociones empobrecidas de
la sustancia humana, ¡as cosas muertas y los bienes m al adquiridos”. Aquí
aparece claramente lo que es 1916, su atmósfera, el clima apocalíptico
de la Primera Guerra Mundial en pleno desarrollo. Ellos están en Suiza,
un país que no está en guerra. Están exiliados, y por supuesto, están
absolutamente enfrentados a la idea de guerra y a la participación en la
guerra, pero lo único que ven, lo único que viven, son cifras de muertos,
trincheras de cadáveres vivientes, utilización dé gases tóxicos, bombar-
déos a ciudades. “D adá'dice- nació de una rebelión, que en aquel momento
era común a todos los jóvenes. Una rebelión que exigía una adhesión completa
d el individuo a ¡as necesidades de ¡a naturaleza, sin consideraciones para la
historia, para la lógica, para la moral común, que es todo e l valor burgués que
en ese momento estaba estallando; para el honor, para la patria, para 1a fami
lia, para el arte, para la religión, para la libertad, para la hermandad. Nada de
eso era cierto, en nada de eso creía el Dadaísmo". De ahí que el arte y los
manifiestos político-artísticos dadaístas radicalizan esa conciencia de he
catombe de la propia sociedad, que ha mostrado que nada de la cultura
moderna tiene significado cierto, que todos los Valores explotaron de un
día para el otro, a partir de intereses bélicos, intereses económicos, fi
nancieros que llevaron a quince millones de hombres a la muerte. En
tonces el artista, el sujeto que está en un cabaret -el Dadá nace en un
cabaret que los propios artistas fundan- va a rebelarse contra toda esa
trama histórica de falsos valores, donde también está incluido, en un
lugar privilegiado, reverenciado, mitificado, el gran arte. Frente a eso, la
risa hiriente, la burla ácida, la respuesta satírica. Hans Arp dice: "Declaro
que Tristán Tizara encontró la palabra Dadá’ e l 8 de febrero de 1916, a ¡as
seis de ¡a tarde. Yo estaba presente con mis doce hijos cuando Tizara pronunció
p or primera vez esta palabra que despertó en todos nosotros un entusiasmo
legítimo. Esto sucedió en el C afé ‘Terasse’, mientras yo acercaba un pastel a la
ventana izquierda de m/ nariz”.
¿Qué era Dadá? Los negros Kru africanos llamaban así al rabo de la
vaca sagrada. Entonces le pusieron Dadá al movimiento. En aquel mo
mento, Zurich era refugio de innumerables irregulares. Había desertores,
emigrados políticos, mafiosos, agentes secretos, hombres de negocios,
artistas, literatos, poetas, llegados de distintos países por distintos moti
vos. Y ellos fundan un teatrito, que en realidad lo llaman “cabaret”, don
de se vende licor y actúan los poetas, los artistas, el Cabaret Voltaire,
donde nació en 1916 el Dadaísmo. El Cabaret Voltaire estaba situado en
el número uno de la calle Spielgasse. Nace en este clima: son gente que
se reúne, y que el hecho de que sean diez o veinte, no les impide asumirse
un destino histórico y heroico de absoluta ambición. Sentían que esta
ban partiendo críticamente la historia en dos, aunque eran pocos, y no
tenían nada. Hoy reconocemos que en lo estético, y en lo político esté
tico cuestionador, el Dadaísmo es una experiencia de enorme importan
cia no sólo como crítica al arte burgués sino también como manera
radicalizada de cuestionamiento directo al mundo de representaciones
que conformaban el tapiz de la sociedad.
El sueño de las vanguardias es integrar el arfe a la vida, también puesto
de manifiesto por el Dadaísmo. Es hacer desaparecer el arte como una ex
periencia autónoma, el arte én manos de artistas, el arte como un don de
elegidos o situado en la histórica galería de los genios, de la creación
excelsa, sobrehumana, objeto de homenajes y distancia infranqueable.
La idea utópica de las vanguardias es que todos seamos artistas, esto
posiblemente provenga de una legendaria saga utopista occidental, que
ya desde el 1500, en la vasta literatura utópica, postulaban un mundo
distinto a conquistar, donde todos trabajasen y creasen, cumpliesen con
las obligaciones que fijaba la sociedad y tuviesen amplio tiempo libre
para dedicarse también al arte. Pero las estéticas vanguardistas nunca
van a poder superar ese problema de la autonomía del arte, de su ser
esfera específica donde finalmente terminan almacenadas las obras de
artes, también las vanguardistas. Precisamente las propias obras plásticas
y literarias dadaístas hoy, todo lo que hicieron en el furibundo nombre
de romper y dejar atrás el arte, todo está en los museos como arte consa
grado. Esta quizás es la respuesta más irónica que le da la historia a las
vanguardias.
Podríamos reflexionar: pensar que el arte, la historia del arte no sir
ve, que hay que destruirlo como exponente de un falso papel, rol, lugar
y pretensiones, lo pensaron más que los dadaístas, muchísima gente. El
dadaísta despreció al buen burgués consumidor de arte, pero este último
va a terminar enamorándose aristocráticamente, honestamente, de estas
vanguardias. El buen burgués, a los pocos años y de ahí en más, va a ser
el que en su casa pone un cuadro de alta cotización en el mercado, que
muestra a una prostituta irreverente, mujer modelo o mujer imaginaria
con la que un vanguardista intentó demostrar la ignominia del mundo
de ese burgués y su compraventa de carne femenina en los prostíbulos.
Algunos afirman que habría un masoquismo burgués que pierde de vista
la vanguardia. Sería así: lo que mejor podés hacer con un burgués, a
través del arte, es atacarlo y decirle que su vida es una miseria, tu obra
entra y se realiza de inmediato en el mercado. El arte mayor y menos de
nuestros días está saturado de esa lógica. En cualquier película de
Hollywood encontramos, aunque sea mínimamente, una denuncia a Wall
E l TIEMPO DE LAS VANGUARDIAS ARTÍSTICAS Y POLÍTICAS
Nicolás Casulla
V
amos a seguir trabajando el tema de las vanguardias. Habíamos ter
minado la clase pasada con cierto legado nietzschiano que luego se
subsumió como ideología crítica en el mundo del arte y ayudó a configu
rar el perfil del artista de vanguardia. Esa época que denominamos de las
vanguardias concluirá en 1939 con la Segunda Guerra Mundial, y ya no
volverá a ser claramente reactivada hasta la década del ’60, donde esta
experiencia modernista por excelencia reaparece como una suerte de
gesto final de toda una gran y larga época tratando de recuperar, en las
rebeliones juveniles y libertarias, mucho de lo que venimos analizando.
La idea de vanguardia se plantea como profunda crítica y al mismo
tiempo como una utopía de cambio en un determinado momento de lo
moderno, signado básicamente por el episodio de la Primera Guerra
Mundial. Al concluir esta guerra, con las secuelas que deja en Europa,
emerge claramente para la intelectualidad de ese momento, para el artis
ta, el pensador, para aquéllos que conforman el mundo de las ideas, dos
visiones: por un lado la visión de que la catástrofe cultural, espiritual
aconteció, y con ella, la muerte o al menos la agonía de esta narración de
la razón burguesa ilustrada que había prometido la vida plena en la auto
nomía del individuo asumiendo su definitiva libertad. Por otro lado, el
fin de la Primera Guerra Mundial coincide con la primera gran revolu
ción social en Rusia, la llegada al poder de la vanguardia leninista. Ya en
1918 Lenin y Tfotsky están en el poder de la URSS. Aparece de manera
rotunda la idea de que “éste” es el momento preciso para cambiar la
historia, para reformular el mundo, para terminar con lo qtie no había
dado resultado. Con el triunfo de este nuevo sujeto de la revolución, el
bolchevique, paradigma de la figura del vanguardista, aparece un am
plio -fanático a veces, dogmatizado otras- campo utópico que cala muy
hondo en el espíritu de las vanguardias en el campo del arte y de la
política. El bolchevique, un “nuevo hombre” victorioso, el artífice de la
revolución, el adelantado de un mundo renovado, el ocupante de un
nuevo Estado prometeico, incidirá no sólo en la cultura de las izquierdas
sino también en los ámbitos de las derechas, como prototipo del impres
cindible actor social que exige la época.
El arte discute ya no solamente sus cuestiones específicas, sino que
se enlaza con todo ese momento, donde va a haber revoluciones frustra
das, como la alemana y la italiana, y revoluciones triunfantes, como la
que se produce en Rusia, impregnado este mundo artístico también por
algo que va más allá del arte, y se entrelaza con planteos políticos expre
sos en relación a las clases sociales en lucha, los hombres proletarios
llamados a transformar la sociedad, la injusticia económica, lo irracional
de un sistema que padeció una guerra devastadora y persiste en anunciar
una segunda contienda bélica. En este marco tienen un reinado muy
fuerte estas ideas, estas prácticas, estas tendencias que se agrupan en
términos de avanzada, de vanguardia, de modelo anticipado al propio
tiempo histórico.
Decíamos que específicamente en las vanguardias artísticas, lo que
surge como elemento determinante y sustentador es un rechazo a la tra
dición estética, pero que no solamente se da en cuanto a las obras artís
ticas que heredaban, sino a la tradición como mundo de valores, de con
ductas, de costumbres, de ideales, de metas, que el artista plantea supe
rar, eliminar, para empezar algo nuevo. En este sentido las vanguardias,
como afirma el téorico marxista de la cultura Perry Anderson, se coagu
lan como “ismos” que procuran adecuar el mundo de valores, conduc
tas, visiones de vida, prácticas del mundo vital, a la altura de la propia
modernización que viene sufriendo la historia en su conjunto. Podríamos
decir que después de casi ochenta años de cierto statu quo, aparece en
Europa, entre 1900 y 1925, este cuadro convulsionado de guerra y revo
lución, donde se termina un siglo de supuesta paz, la “bella época” del
buen burgués, y la historia concreta otra vez pasa a ser discutida en acto,
en acción, es decir, con un nuevo actor, la masa, inéditamente moviliza-’
da por proyectos, doctrinas, perspectivas de confrontación, malestares
profundos. La vanguardia estética, en ese sentido, se plantea dentro de
su campo, y más allá de él, este rechazo a las tradiciones estéticas,' y a la
vez y concomitantemente la denuncia a las morales, a las costumbres y a
los valores sociales establecidos y anacronizados por los nuevos vientos
de la historia. Plantea que no hay un gusto artístico universal, para siem
pre, sino que cada época, cada tiempo tiene sus gustos, sus modos, sus
formas de expresarse. La vanguardia vienesa, ciudad que también tuvo
sus sectores de artistas avanzados, va a plantearse el lema: “A cada tiem
po su arte, al arte su libertad”. Este tiempo del arte que quiere expresar
su época, estos grupos que quieren expresar en ideas y en creación lo qué
está aconteciendo como escena del presente absoluto, se encuentran en
un mundo ya modernamente reconstituido, el mundo de la gran metró
poli, el de las grandes masas, el de las multitudes, el de la máquina, el de
las mutaciones en el campo de la comunicación, el de la aceleración
técnica, el de la velocidad, las nuevas formas productivas seriadas, el
monumentalismo fabril y los nuevos conocimientos científicos aplicados
de lleno a la industria. También la vanguardia se siente sacudida, aturdi
da por este mundo, que es un presente que necesita su expresión estética
específica, metropolitana.
Van a aparecer distintas variables y tendencias. Lo importante es lo
que en el fondo plantea el artista de vanguardia al mundo. Lo que plan
tea es las formas que adquiere esta otra realidad que se hace presente. La
búsqueda, la expresión, el armado, la constitución profunda y confusa
de otra realidad emergida del conjunto de los acontecimientos y referen
cias que se precipitaron sobre la historia del hombre. El planteo de qué
más allá de la realidad legal, supuestamente “unitaria”, legitimada que
uno vive, hay otras realidades, inéditas, sin antecedentes, críticas, que él
artista se siente llamado a tratar de descubrir y manifestar. Fragmenta
ción, fugacidad, precariedad, irisación de lo real, balcanización de la sen
sibilidad, opacidad de lo evidente, transparéntación del secreto,
desagregación de la experiencia en lo urbano masivo. En las vanguardias
va a darse de distintas maneras esta búsqueda de esa otra realidad que
auténticamente redefine la subjetividad, la sensibilidad del hombre mo
derno, como si por detrás de las apariencias de lo real se percibiese una
realidad esencial, olvidada, extraviada por el fárrago de los aconteci
mientos, necesaria de ser descubierta, repuesta, llevada al lienzo, a la
música, a la literatura, a la danza. ¿Qué era ahora el hombre, la exponen-
cia de lo humano? ¿Cómo representar un mundo que aparecía de pronto
como irrepresentable de acuerdo a clásicos cánones modernos del arte?
Básicamente se viene de un larguísimo período donde había gravita
do el realismo del siglo XIX en las expresiones estéticas, es decir, la im
prescindible adecuación del arte a la imagen que tenemos de lo real. La
vanguardia confronta con esa variable romántica, realista, naturalista,
impresionista que había atravesado el siglo XIX, la combate expresando
que “esa realidad” es apenas una realidad más, y más que esto, el presen
tar realistamente las cosas desde el arte es caer definitivamente en las
apariencias, en la mentira, en lo ilusorio de la vida y de las relaciones
humanas. El mandato del arte es la búsqueda de esas otras realidades
invisibles, disgregadas, mutiladas, agrietadas, que no se hacen presente
sino a través de una nueva intuición, imaginación, investigación, experi
mentación, en ese acto complejo y profundamente subjetivo de la crea
ción. Esto significa que lo que ponen en el tapete las vanguardias es que
exclusivamente el lenguaje construye la realidad. El lenguaje no refiere a
un mundo previamente preexistente que el lenguaje va a buscar 'descu
bre y hace un esfuerzo inigualable por retratar adecuadamente. El len
guaje construye la realidad -no va en busca de una realidad constituida
“de verdad”, frente a la cual hace de mero intermediario. No es una
mimesis precaria, una copia lograda, un reflejo adecuado de cómo es el
mundo “de verdad”. No hay un mundo de verdad, y un lenguaje que lo
trae a lienzo, a página en blanco como el pescador al pescado. La reali
dad es constitución del lenguaje. Esa es la crítica de las vanguardias, del
Expresionismo, Cubismo, Dadaísmo Surrealismo, Abstraccionismo, a la
apariencia, a la falsedad del Realismo que trabaja en función de demos
trar que con el lenguaje artístico va hacia una realidad insospechada de
otras cosas. Lo que plantean las vanguardias es que el lenguaje constituye
la realidad, y de acuerdo a cóm o trabajemos nosotros el lenguaje, así tendre
mos la realidad. Y que no hay una realidad de verdad y otra realidad de men
tira. Lo que construye el lenguaje es verdad en tanto que lenguaje. Des
pués lo podemos discutir, pero la propia discusión propondrá otta reali
dad en discusión, que también será construcción del lenguaje.
La vanguardia, en todas sus variables, y más allá de sus diferencias
-porque las hay- va a rechazar esta idea de traducir una realidad su
puestamente ya constituida en términos realistas. Por otro lado, y al ca-
lor de este problema, las vanguardias van a tratar de establecer distintos
criterios de belleza. Esta es otra problemática: qué es la belleza. Esto lo
discutió filosóficamente la originaria filosofía griega, los diálogos socrático-
platónicos, centenares de años antes. Frente a la mutiplicidad de la be
lleza en el campo de lo sensible, la necesidad de la búsqueda de la belleza
metafísica, de lo bello en sí. ¿Hay un canon definitivo de belleza para
todo tiempo y lugar? ¿O la belleza es la construcción de época que puede
hacer un artista a partir de determinado gusto, determinada forma, de-
terminada imaginación, determinadas convenciones, como afirmaba un
siglo y medio atrás el romanticismo? La discusión sobre lo bello está muy
ligada a esta variable de representación de lo real. El planteo de vanguar
dia, hija en este sentido de la propuesta de Baudelaire, el poeta francés
de mediados del siglo XIX, va a ser que no hay belleza permanente, que
la belleza es fugaz, circunstancial, perseguida inútilmente, en todo caso.
Que está marcada por las convenciones, por valores históricos dominantes
y las modas sociales. Que la belleza moderna no es lo armonioso, lo orgá
nico, lo agradable, lo placentero, lo unitario, sino la discusión del propio
artista con su obra, la crisis de ese artista con su obra, que la belleza, el arte
en definitiva, es preguntarse de ahora en más qué es el arte, si persiste el
arte, si se puede extremar un poco más ese sueño del arte. Que la belleza
moderna es la cita de lo circunstancial, la moda, con lo eterno.
La vanguardia está viviendo el nuevo mundo de la metrópoli, de las
masas, mundo fragmentado en el cual nosotros estamos absolutamente
habituados a vivir, este mundo de lo real resquebrajado, de la
desagregación permanente de lo real, como significa vivir en una ciudad
como Buenos Aires. La vanguardia trata de expresar eso. Confronta con
las variables de la estética moderna que buscaba clásicamente en el cua
dro, en la obra, en el texto, la unidad de sentido, la unidad ilusoria de un
mundo. La obra moderna no había roto en definitiva con ciertos precep
tos clásicos, un ilusorio rehacer mimético de la realidad, rehacer lo bello
de la unidad orgánica aunque presentase lo feo, el espanto, lo informe.
La obra remitía siempre a un consagrado referente de realidad que
armonizace la obra y lo otro. De ahí nos queda ese gesto o reacción
espontánea que todavía se tiene al ver una obra moderna bajo cánones
clásicos y decir qué armonioso, está absolutamente todo claro, “tal cual
es”, real, “la oscuridad de este bosque es exactamente la oscuridad que
yo percibí cuando anduve por un bosque”. Este realismo es con lo que
confronta la vanguardia. No hay una belleza como modo estético de
representación, porque precisamente lo que pone infinitamente en dis
cusión el arte es la representación del mundo. El arte, más que discutir el
mundo, discute con los lenguajes que lo instituyen, con las discursividades
que legalizan y aseguran “lo real".
Estamos trabajando sobre una experiencia que llevan adelante las
vanguardias artísticas, que es muy importante para entender el mundo
de hoy, porque estas vanguardias van a influir mucho también en el pen
samiento teórico, el pensamiento filosófico, el pensamiento que analiza
la cultura de nuestro tiempo. El arte básicamente discute el lenguaje que
enuncia al mundo. No tanto un objeto de saber, ese punto donde tengo
que llegar para develar cómo está constituida una sustancia. Lo que dis
cute el arte es el lenguaje que nos lleva a eso; el lenguaje con el que
nosotros construimos lo real. Para nosotros hay lenguajes que se nos apa
recen más reales, otros más ilusorios, otros más bellos. Un lenguaje cien
tífico se nos aparece como más real en un botánico que describe una
planta que en un poeta. En cuanto a la planta, lo que dice el botánico
suena más real, porque para eso estudió, aunque sea aburridísimo lo que
diga. Lo que dice el poeta es su planta, nada más, apenas, hermosa, amar
ga, solitaria, evocadora: nuestra planta, mi planta, si alcanzo al poeta. Es
construcción del lenguaje. Cuando el poeta describe el árbol, está cami
nando hacia un saber del árbol, de la verdad del árbol. Cuando el botá
nico describe puntillosamente el árbol está también haciendo literatura,
nos introduce en la escritura, es escritura botánica asentada en investiga
ciones de su disciplina. Es la fabulosa capacidad del lenguaje para cons
truir lo real. Esta verdad de lo real y sus lenguajes conformadores lo saca
a relucir la problemática estética ya en los albores de lo moderno, y
persiste como problemática modernista radicalizada en el arte de van
guardia. La importancia que tiene hoy, por ejemplo, toda la problemáti
ca del lenguaje en lo cultural, en lo filosófico y aun lo científico, esa
impronta lingüística como clave de bóveda de los actuales caminos del
conocimiento, reconoce una fuente originaria en lo moderno; y es aquel
debate entre el yo de la razón ilustrada científica y el yo poético literario,
para que en el fondo último de nuestra idea de lo real, como decían
algunos románticos, nos encontremos finalmente con el océano poético,
apenas, sólo y nada menos que con la palabra fundadora de todo. Po
dríamos decir que esto que estamos viviendo ahora nosotros en el deba
te de las bases epistemológicas, es también y en gran parte herencia de lo
que se constituye como problemática estética y filosófica a principios de
siglo, al calor de literaturas, ciencias y poéticas en crisis profunda.
En segundo lugar las vanguardias se plantean contra la consagrada
autonomía del arte moderno. La Modernidad en sus inicios, siglo XVIII,
XIX, planteó la esfera particular del arte. Así como había ciencia, como
había política, filosofía, también había una esfera particular del arte. Esto
sirvió no sólo para liberar al arte de sujeciones a otras esferas, sino para
enfrentarlo a su propio dilema de estética y ética desde la libertad crea-
dora. Desde esta nue;va perspectiva, autónoma, el arte estaba dedicado a
lo largo del siglo XIX a plantear un ideal de cultura burguesa. A plantear
lo otro con respecto a la miseria del mundo. La armonía, la belleza, la
unidad, lo orgánico, era precisamente el arte como un ideal moral y
pedagógico burgués. Un camino de formación en valores universales,
intemporales, inmortales, una escuela jerarquizada como formas de mi
rar el mundo, de asumir sus aspectos críticos, de desarrollar una sensibi
lidad superior. Actualmente nosotros seguimos pensando el arte, si es
que ustedes piensan alguna vez en el arte, como un ideal. Si leemos una
obra de Shakespeare, H am let por ejemplo, allí se encuentran grandes
problemáticas que desgarran lo humano, grandes personajes que traspa
sarán todas las épocas de lecturas: de muchas maneras esa obra nos remi
te a una comunión con un mensaje estético ideal. El arte aparece como
una esfera autónoma. Un mundo no sólo absolutamente diferenciado
del resto, sino aglutinando aspectos sensibles, trágicos, éticos de lo hu
mano que ninguna otra esfera del saber va a poder alcanzar. Como si
hubiese otro mundo creado en el mundo, otra historia junto a la historia:
Hamlet. Nadie le va a exigir nada al arte. Sólo que sea eso, que se consu
me como creación auténtica. Puede hacer con nosotros lo que quiera en
términos de sensibilidad, de conocimiento, de belleza, de horror, de muer
te, de emergencia de lo diabólico. Nadie le va a exigir mesura, adecua
ción a supuestos valores establecidos, límites, fronteras, respeto a los có
digos penales. Si el héroe mata a su padre, el autor no va preso. Sólo se le
exige en dimensión del lenguaje, su amoroso objeto. Ese privilegio de
autonomía tiene su costo, el estar distanciado de la fragua de la vida. En
la fragua de la vida aparece el buen burgués, aparece el miserable prole
tario, aparece el señor del ejército, aparece el comisario, aparece el em
bajador de Estados Unidos, aparece el cura, aparece el animador de tele
visión para contamos qué pasó con nosotros. Ellos tienen posibilidad de
decidir directamente desde sus respectivas esferas las cosas efectivas de
la vida. Cuando nosotros vamos hacia el arte, el arte nos estaría indican
do el punto de “entre paréntesis”. Ahí nos volvemos sensibles, nos abri
mos a los otros universos, nos sumergimos en lo sublime del dolor y la
espera redencional. El armado racionalizador del mundo burgués sitúa al
arte planteando sus cosas específicas en una suerte de intervalo, de lo
real suspendido, para que el buen burgués se sienta que también puede
acceder a un mundo, de cuestiones “ética-estéticas”.
Contra esto embiste la vanguardia estética. La vanguardia artística
también es oposición, crítica, es malestar con el entramado de la cultura,
con los espacios establecidos y otorgados, es cuestionamiento a ese lugar
autónomo del arte. La vanguardia, desde la reflexión política y teórica
hereda el legado romántico: el arte no es espacio exclusivamente expre
sivo, receptivo, gusto, sensibilidad, relativismo. Es disposición a discutir
el mundo y sus discursividades, es propuesta intransferible de la obra, es
problemática de enunciación creadora, no de simple recepción. Es teo
ría, es decir, discusión sobre la verdad en la constelación moderna de las
discursividades sobre la verdad. Es gesto indudablemente político sobre
las representaciones del mundo y sus conflictos, legalidades y
marginalidades. La vanguardia proclama su deseo de llevar el arte a la
vida, de fundir el mundo vital con el arte, de borrar fronteras, de escapar
desmesuradamente de su esfera racionalmente otorgada por las formas
del dominio burgués. Esto luego va a ser criticado por un filósofo ale
mán, Jurgen Habermas, estudioso de este tiempo actual, de
autoconciencia de la modernidad, donde parecieran efectuarse los ba
lances de lo llevado a cabo por una cultura y sus actores. Habermas va a
enjuiciar duramente esta pretensión dadaísta, surrealista, de ambicionar
la superación de las esferas racionalizadoras, de no respetar el reaseguro
de las autonomías y contribuir de esa forma a una nihilización del mundo
al parecer sin regreso, donde al arte de vanguardia le cabría también una
cuota de culpa, además del gran engranaje nihilista de los poderes eco
nómicos, bélicos y científicos que almacenó el siglo XX.
Pero las vanguardias tienen ganas cambiar el mundo. Tienen ganas de
que ni el diputado, ni un sistema filosófico, ni la academia, ni una tradi
ción cultural, ni un burgués esquizoide, ni un tratado sociológico, ni el
soldado, ni el cura, ni el rey, le fijen “su lugar” de autonomía al arte. Por
eso se enlaza tan fraternalmente a ideas revolucionarias que anuncian cam
biar el entramado de la vida y sus instituciones. Para las vanguardias, el
arte burgués como espacio autónomo dedicado a plantear lo bello, neu
traliza la miserabilidad del mundo. La vanguardia va a decir “devolvamos
el arte a la vida”. Quitémosle esa autonomía, lancémoslo a la vida, que se
mezcle con la gente. Que exprese lo que es la realidad velada de la gente.
Aquí aparece otro tema en discusión en la actualidad. Aquél que
señala que nuestro mundo ordenado a través de estéticas de masas publi
citarias y televisivas, en realidad es legítima herencia del sueño de las
vanguardias tratando de estetizar el mundo. De estetizar la técnica, la
política, la filosofía, la mirada sobre la totalidad de lo real. Que el arte
contemporáneo, de post o trasnvanguardia, en muchas de sus expresio
nes conjuga una ciega, acrítica y celebratoria fusión técnica, ideológica,
y de dispositivos con “la vida”. Con una mítica noción de vida, legado
de aquellas vanguardias que si bien denunciaron las patologías, los cán
ceres de una cultura, en realidad también cayeron presas siempre del
entusiasmo de “lo nuevo”, de la innovación, de las promesas instrumen
tales y comunicativas, de las lógicas impuestas como progreso por el
bloque industria-tecnología-mercado-audiencia. Es decir, se sintieron
fascinadas “con la vida”. Y sus actuales herederos en el campo del arte,
también fascinados por la actual “vida” informatizada, massmediatizada,
utopizada en términos tecnológicos, estetizada, globalizada hasta en sus
últiimos rincones. Festejantes hoy de lo virtual, de la pantalla, de sus
operatorias, de los textos y los hipertextos. Es decir, con todo aquello
que la crítica teórico-estética de las vanguardias denunciaban, aunque
contradictoriam ente. La acusación de Habermas en cuanto a lo
peligrosamente aventurado de las pretensiones de las vanguardias con su
“salto a la vida”, reparecería como cuestión interesante en este tema.
Desde el solo camino de la sensibilidad, de la expresión, de la utopía, de
la creación, todas estas variantes pueden transformarse en “mito del ar
tista”. Lugar del mito, donde desaparece la crítica teórica que analiza y
desnuda a una época a partir de la validez o no de una obra de arte.
Donde desaparece la necesaria tensión y diferencia entre esa obra de
arte, y un producto cultural como artefacto con el cual hoy se confunde.
Lugar mítico, entonces, donde quedaría únicamente el gesto estetizante,
ciego, inconformista como precisa el propio mercado capitalista, pero
en definitiva, celebratorio de las lógicas bárbaras del sistema de vida.
El lenguaje, las estéticas y los géneros de masas han heredado mucho
de las vanguardias. Eso podría interpretarse como un cuestionamiento a
la experiencia de la vanguardia, a lo que ellas se propusieron como re
chazo a las formas de la cultura burguesa más alienantes, cosificadas y
represivas de la geñuina naturaleza del hombre. Ya en los '60, cuando
aparecen las primeras corrientes artísticas posmodernas que señalan que
ya no existen las vanguardias, van a ejemplificar ese argumento al decir
que Picasso, Cezanne y Van Gogh están colgados en la oficina de la Casa
Blanca del presidente Kennedy. Esa sería la referencia más categórica de
que la vanguardia ya fue. En los despachos del poder que ordena y guía
la bárbara guerra de exterminio contra el pueblo vietnamita en ese en
tonces, el poder más fuerte de la tierra, los otroras vanguardistas están
colgados literal y metafóricamente de las paredes.
Aquí se verifica otra gran contienda que asumió permanentemente
la vanguardia por tratar de zafarse de su propia consagración como insti
tución-arte. Por tratar de provocar permanentemente el deslinde, la dis
tancia, y no ser tragada, subsumida por las formas arrasantes del mercado
por un lado, y la bendición de la academia por el otro. Mercado y acade
mia, por decirlo gruesamente, aportan y realimentan la institucionalización
del arte. Si hubo una gran diferencia entre el artista de vanguardia y los
medios de masas, el kitch, las formas de arte industrializado, las operatorias
de consumo del burgués filisteo como expresa Nietszche, es que ese ar
tista trató de no ser absorbido por la lógica serial y saturante de la indus
tria cultural, y a la vez renegar, apostrofar contra la institucionalización
histórica del arte que lo condenaba al visto bueno de la cultura estable
cida, al museo, a la academia enclaustrada en sí misma. Tratando de
generar una voz que realmente no aparezca cosificada, llevada a mercan
cía especial “distinta”, privilegiada, mitificada por la compraventa o por
los especialistas entendidos.
En su sueño de mezclarse con la vida, la vanguardia confronta con la
propia institucionalización del arte en la cultura moderna burguesa. El arte
tenía su lugar, su espacio, su sitio de diferenciación como momento crea
dor, expositor, receptor. Las salas de exposiciones, el museo, la academia,
el recinto de la ópera, los escenarios consagrados, los mundos de elites, de
entendidos, sus ceremonias, sus ritos tradicionales, sus códigos de acepta
ción, sus formas homenajeantes, sus galerías de notables, sus espacios esta
blecidos en los medios de información, sus tipos de eventos. Todos estos
aspectos y elementos conforman la institución-arte, lugar donde termina
depositada y cumple su trayectoria ese objeto obra de arte. La vanguardia
también va a rebelarse contra la institución arte, misión por demás difícil,
porque ese acto exige disolver la categoría obra de arte. Convertir una
categoría de objeto en otra. Para la vanguardia, la obra de arte era un
objeto negativamente mitificado. Este objeto es distinto -a lo mejor no lo
entiendo-, pero es distinto porque es una obra de arte. Había una
sacralización del objeto arte, y desde ahí la conformación de una zona,
también sacralizada, que institucionalizaba el arte. Esto lo concluye plas
mando la modernidad, pero lo hereda de siglos anteriores. En especial
desde la época renacentista (siglo XV y XVI) donde el arte adquiere su
primer gran impulso de autonomía, y el artista pasa a ser una de las prime
ras manifestaciones, en término de genio, poseedor del “don”, de la subje
tividad moderna re-creadora del mundo en sus representaciones.
La vanguardia está en contra de esa idea consagratoria y superlativa
del arte, que se institucionaliza de tal manera: idealizada, venerada, abs
traída del fragor de la existencia común. Donde un cuadro valdría más
que el zapato de un campesino. Indudablemente un lienzo de un gran
artista vale más que un zapato de campesino. Eso no se le escapa al artis
ta de vanguardia. Lo que discute es el apoderamiento castrador que hace
la institución arte de la creación de un artista. Discute el valor simbólico
de esta institución en el campo de la política cultural. ¿Cómo producir
algo que no sea visto, consumido, pensado, sentido como obra de arte
institucionalizada, colocada exclusivamente en “ese lugar”? ¿Cómo rom
per con los lugares del arte, los ritos del arte, los soportes de la obra de
arte, los materiales que definen lo que corresponde a una obra de arte,
los recorridos de una obra de arte, el destino de una obra de arte? Ahí
empiezan las grandes experiencias de vanguardia donde en las exposi
ciones aparecen infinidad de elementos de la vida cotidiana como sopor
te de esas mismas obras: restos, fragmentos, objetos supuestamente “no
artísticos”, que van a constituir las primeras grandes exeriencias de van
guardia: el collage, el montaje, el recorte de un periódico, productos de
consumo, un inodoro, puestos por un artista en tanto expresión de arte.
Y aquí se establece una contradicción que no podrá superar la vanguar
dia: cómo hacer para que una creación artística escape de su propio
mundo artístico. Porque cuando voy a una exposición de vanguardia, y
veo un inodoro, digo que esto no es un inodoro, es una obra de arte, o
por lo menos el artista lo planteó, lo resignificó así. No es el inodoro de
mi cuarto de baño. Evidentemente romper con la institucionalización
del objeto arte, la vanguardia no lo pudo hacer. A los pocos años, ese
inodoro puede cotizarse en miles de dólares, como “obra de arte” de un
artista conságrado por esa obra, entre otras. Aun las locuras, rupturas y
desmesuras que hacían loi vanguardistas fueron situadas tápidamente en
el campo de la institucíonalización del arte. Fueron, siempre, obras de
arte en el sentido clásico del término. Podía no gustar, podía parecer una
locura, una infamia. Podía decirse que no era arte. Sin embargo, nunca
se exilió del campo del arte. La sociedad lo ubicó en ese lugar. Y el
mercado estético lo va a ubicar en el lugar del arte. La vanguardia no va
a poder, y pienso, en el fondo tampoco va a querer superar esta institu-
ción. Ella, y sus obras fueron siempre parte de un espacio cultural, el
artístico, el de siempre. Más cercano a la ópera y a Homero que a un
inodoro estetizado circunstancialmente. Y sus propias irreverencias, sus
propias experiencias antearte, contra-arte, para-arte, sub-arte, al poco
tiempo están en el mercado como lo que son. Como arte.
Pero al mismo tiempo, fíjense cómo a través de estas variables que
estamos trabajando sobre la vanguardia, su discusión con la problemáti
ca del lenguaje, su discusión con respecto a la autonomía, con la institu
ción arte, en los ’60 ya no era el arte el que discutía la autonomía, sino
que eran los estudiantes universitarios que no querían saber nada con
esta suerte de universidad que aparecía como la autonomía del saber y
de la ciencia (la protesta estudiantil busca romper con esta autonomía, y
a la manera de la herencia artística de las vanguardias de cuarenta años
atrás, son los estudiantes los que salen de la universidad hacia afuera,
como diciendo “nuestro saber no es una cosa aparte”, nuestro mundo de
“especialidades” debe mezclarse con la calle, con la vida, con las hogue
ras de la historia). Los artistas decían “el arte no es una cosa bella, distan
te, apartada". Para el mundo constituido, institucionalizado, racionaliza
do moral y políticamente, no es lo mismo una taberna que una universi
dad, un prostíbulo que un museo. Los planteos que hicieron las vanguar
dias artísticas con respecto al lenguaje y su relación con la historia, con
la verdad, con las formas de ser del mundo, también con respecto a la
autonomía mitificada en términos de consuelo y reparación espiritual,
con respecto a la institución arte, a la institución cultura, a la institución
saber, estos planteos después se van a desplegar a lo largo del siglo ya no
sólo como tema estético, sino como ideologías y pensamiento para otras
formas de teoría y acción política.
Romper esas barreras divisorias, eso es lo que quería el artista, a
partir de estar contra dogmas estéticos, contra gustos estéticos, contra
ortodoxias estéticas, contra escuelas estéticas. Lo que plantea la van
guardia, en sus diferentes variantes, es “vamos a discutir cómo se repre
senta lo real”, “vamos a discutir quién tiene la verdad en el planteamien
to de la representación de lo real", “vamos a discutir qué es lo ilusorio,
qué es lo aparente, y qué es la verdad”. La hegemonía de la verdad en esa
época estaba en manos del cientificismo positivista. Ciencia, técnica,
experimento acotado, verificación y prueba, era la cosmovisión que re'
gía la verdad indiscutible del saber burgués progresista. Aquél que sabía
hacer un puente estaba mucho más cerca de la verdad que aquél que se
quedaba mirando el puente. La vanguardia estética sale a discutirle a la
ciencia positivista, a la cultura dominante, a las hipocresías morales de
los distintos poderes, la verdad de variables que hacen a la vida, al hom
bre, a las relaciones, al amor. Cómo se puede reconstituir lo real. Apunta
que uno de los dramas más profundos es el combate por la representa
ción de lo real. Y hay muchos, innumerables personajes que van a ser, o
participantes de las vanguardias, o espectadores y receptores de la pro
ducción de la vanguardia. También va a haber numerosos movimientos
de vanguardia: el Expresionismo, el Futurismo, el Dadaísmo, el Cubis
mo, el Ultraísmo (que es el que trae Borges en 1920 de España a Buenos
Aires, donde publica una revista, Proa, con sus primeras editoriales para
fundar el movimiento ultraísta, de acuerdo a las variables argentinas), el
Surrealismo, el Abstraccionismo, el Primitivismo, el Construccionismo,
donde aparecen todas tendencias que van a tener que ver, algunas con la
arquitectura, otras con la plástica, otras con la literatura, algunas van a
girar hacia la derecha y van a terminar en el fascismo, como el Futurismo
italiano. Otras van a terminar como el Constructivismo, adhiriéndose a
la Revolución Socialista soviética. Otras van a discutir con las vanguar
dias políticas de izquierda, como el Surrealismo, cuál era la forma de la
revolución social y cuál era la forma de una revolución de la subjetivi
dad para una sociedad distinta. Pero básicamente todas estas variables
tienen como punto en común superar el divorcio entre arte y sociedad.
Esto, después, en la década de los ’60, con el teatro en las calles, con las
experiencias de happening, con el arte en las manifestaciones de protesta
o en puertas de fábricas, con la política cultural contestataria como un
arte, va a conservar la herencia de todas estas variables de vanguardia
que se dieron entre-guerras, entre 1918 y 1939 principalmente.
Vamos a ver, aunque sea a vuelo de pájaro, algunas características
de ciertos movimientos de vanguardia para tratar de poner de relieve
cómo se posicionaron y cuestionaron el mundo dado y sus representa
ciones. En primer término vamos a hablar del Expresionismo, que es un
movimiento literario, plástico y cinematográfico fundamentalmente, que
si bien reconoce sus antecedentes en París, que era la ciudad que recibía y
nucleaba los mayores movimientos de vanguardia en esa época (hacia ahí
van los artistas porque es una ciudad efervescente én cuanto a discusión e
inspiración estética) el Expresionismo va a tener su momento más rutilan-
te, fuerte, preciso y consistente en Alemania. Es básicamente un arte de
oposición. Oposición a lo que era esa Alemania, a lo que ya Nietzsche
denunciaba a partir del burgués bárbaro alemán, del filisteo -como lo lla
maba', tan seguro de sí mismo, tan hipócrita, buscador de éxitos materia
les, mezcla de tradición, autoritarismo y fe en la ciencia y el progreso, y tan
ocultador de las miserias de la propia Alemania guillermina en que vivía.
Expresionismo. Este resaltar el expresar del artista, se va a enfrentar
básicamente como teoría estética a las ideas realistas, a las viejas ideas
impresionistas que habían aparecido en Europa en los últimos veinte
años del siglo XIX, y va a plantear que lo real no es fundamentalmente
aquello que vemos en lo exterior, sino aquello que surge en nuestra inte
rioridad cuando vemos, percibimos, intuimos, o producimos algo. La
expresión del artista es el punto donde ancla 1o real descifrado o descubierto por
este mismo artista. El planteo de la vanguardia expresionista, a diferencia
quizás de otras, es un planteo de búsqueda profunda, casi mística, de la
esencialidad de lo real. A partir de esa obsesión, de dura crítica a la
realidad histórica de ese momento, atravesada por la guerra y atravesada
por infinidad de injusticias y de irracionalidades.
Germán Bahr, escritor de las vanguardias vienesas, va a plantear: “N o
sotros ya no vivimos. Hemos vivido. Ya no tenemos libertad, ya no sabemos
decidimos. El hombre está privado del alma, la naturaleza está privada del iiom-
bre, Nunca ha habido una época tan desorientada por la desesperación, por el
horror y por la muerte”. Se está refiriendo indudablemente a las consecuen
cias de la guerra. “Nunca el hom bre ha sido tan pequeño. Nunca ha sido más
inquieto. Nunca ¡a dicha ha estado más ausente y la libertadmás muerta. Y h e
aquíque grita la desesperación”. Gritar la desesperación es un elemento vital
del Expresionismo. Ellos van a hacer un planteo estético y ético de lo que
significa el grito. No la palabra, no la comunicación aplacada, formal, ra
cional, sino el grito. “Elhom bre pide gritando su alma. Un solo grito de angus
tia se eleva de nuestro tiempo. También el arte gi ita en las tinieblas, pide socorro,
invoca el espíritu. Eso es el Expresionismo”, dice Bahr.
Encontramos entonces, primero, una descripción absolutamente
angustiada del artista frente a su época y frente a su propio lugar y vida
en esa época. No está hablando sólo de aquéllos que viven en la miseria
y en la angustia social y material. El arte está absolutamente angustiado
en su intento de radiografiar al mundo. Frente a esto, el Expresionismo
se propone expresar qué es lo real, desde este sentimiento, desde la ideaf
de que es la conjunción de este sentimiento de plena subjetividad con lo
real, lo que va a producir la verdadera realidad a mostrar. Por lo tanto, el
Expresionismo va a buscar traducir el instinto del hombre, aquello cen
surado íntimamente como persecusión de la realidad más auténtica;. Hay
mucha influencia de lo psicoanalítico en ese momento estético, aporta*'
do por Freud y por Jung en sus trabajos. El arte va a tratar de mostrar id
censurado, lo clausurado, va a tratar de expresar esas honduras humarías
que tanto le cuesta al hombre expresar, contra lo que estéticamente se
considera que hay que mostrar, frente a lo que se considera que está
legitimado como “expresabie”. El Expresionismo va a tratar de reivindi
car la violencia de ese grito estético. El grito es una situación de violen
cia. El grito no es un diálogo amable, ni siquieta es un diálogo. Es simple
mente un grito. No hay posibilidad ni de preverlo ni de responderlo.
El Expresionismo, que intenta la búsqueda de la realidad desde el
mirar del artista su propia interioridad, va entonces a reivindicar ese
refugiarse del artista en su propio espíritu para mostrar lo que verdadera
mente hay afuera. Esta búsqueda que va de adentro hacia afuera lleva al
Expresionismo, a. mostrar no ya lo bello del mundo, sino la miseria que
produce este tipo de angustia estética. Edschmid, un teórico del
Expresionismo, lo va a retratar de esta manera: “Dios nos dio la tierra, un.
paisaje gigantesco. Hay que saberlo percibir de m odo que nos llegue intacto, y
que nos demos cuenta que no debem os captar su verdad en lo que aparece
com o una realidad, exterior. Debemos construir nosotros la realidad, encon
trarle el sentido del objeto, no conformarnos con el hecho supuesto, imaginado
u observado. Es necesario que la imagen del mundo sea reñejada íntegra y
neta. Y esto puede acontecer sólo a través de nosotros. El artista expresionista
transfigura todo su ambiente. El no ve, mira. N o cuenta, vive. N o reproducé,
recrea. N o encuentra, busca. A la concatenación de los hechos, fábricas,-
casas, enfermedades, prostitutas, gritos y hambre, se sustituye en transfigura
ción. El mundo ya existe, no tendría sentido hacer una réplica de él. La tafea'
principal del artista consiste en indagar sus movimientos más profundós y su
significado fundamental, y en volverlo a crear”.
Desde la angustia y la desesperación de un múndó constituido en la
guerra, en la pérdida de las promesas de felicidad humana, él artista trata
utópicamente de pensar que hay otra realidad; que si llegamos a descu
brir su esencia, su secreto, a desentrañar su forma invisible, puede llegar
a ser esa otra realidad la que permita superar nuestras angustias, y a tra-
vés de la cual el propio mundo pueda empezar otra historia. El punto de
la desesperación, de la congoja, de la negatividad que aparece en las
palabras de Bahr, tiene en realidad un trasfondo utópico. Una visión
invisible por detrás de lo informe y lo canallesco del mundo. Acá, esti
mados estudiantes, nos volvemos a encontrar con tres tipos de persona
jes: el que lo ve todo bien y no quiere cambiar absolutamente nada,
aquél que ni siquiera le interesa saber si la cosa es linda o fea y se deja
llevar; y aquél que ve las cosas de manera angustiada, dolorosa, pero lo
hace desde un fondo utópico desesperado, el artista expresionista. No
un fondo particularmente pesimista. El esfuerzo del artista es ése, su vo
luntad por ver las cosas exageradamente sufrientes, y a través de esta
radicalización de la mirada, poder expresar ese otro sentimiento utópi
co: pensar que queda todavía una realidad por descubrir, por pensar, por
sentir, por vivir. Que detrás de esa cosa horrible, horrorosa, injusta del
mundo, hay algo que pueda ser rescatado, la esencia de lo real, del mun
do, de la vida. El porqué del hombre, de lo humano.
Lo real inmediato, visible, exterior, es entonces una apariencia, un
velo, una opacidad. La verdadera realidad sería esa esencia, ese núcleo,
esa abstracción con que nosotros atravesamos la apariencia de lo real:
eso sería la verdad. El pensamiento es utópico místico, no es que niegue
la realidad. Afirma que esa realidad es una apariencia, un engaño, una
representación de los poderes, un fruto de pesadillescas racionalizaciones.
Pero si nosotros utópicamente la desentrañamos y expresamos desde nues
tra subjetividad angustiada, encontramos la esencia de la realidad, lo
verdadero. Es decir, se trata de captar estéticamente de la realidad su
núcleo esencial. Una representación todavía ausente, todavía no desple
gada, enmudecida, callada, latente en la expresión. Hay una metafísica
de la realidad por parte del artista expresionista.
Va a haber dos grandes grupos expresionistas: uno, el grupo “El Puen
te", que va a transmitir esto que estamos diciendo de la manera más
acabada, violenta y casi bárbara. Va a plantearse la vida en la ciudad, los
seres en la ciudad, la miseria, el absurdo de la ciudad, todas las variables
anti-vida que aparecen en la ciudad, la violencia propia de la ciudad en
cada uno de sus anónimos habitantes. La vida artificial, antojadiza, que
uno vive muchas veces en la ciudad, y al mismo tiempo una galería de
los nuevos y modernos sujetos condenados de la ciudad. El Expresionismo
va a trabajar en ese sentido figuras muy particulares, donde va a aparecer
muy reiteradamente la soledad del hombre en la ciudad. Van a ser cria
turas fantasmales, espectros, marionetas que andan por la ciudad, sin
norte ni destino, pero que son personajes de esa época de ciudades ale
manas, de una época muy congestionada y violentada por la guerra, la
miseria y la muerte. El Expresionismo de "El Puente” va a trabajar los
lugares donde se nuclea lo que para el buen burgués es la escoria de la
ciudad: las tabernas, los prostíbulos, los bajofondos obreros, lugares que
hoy mismo, nosotros, habitantes de la ciudad, sabemos que son lugares
donde “es mejor no ir”. Los lugares miserables, duros, olvidados de la
ciudad. Esto es lo que el pintor, el novelista expresionista, van a buscar,
van a retratar. Hay una aparición ya no sólo de una verdad esencial por
detrás de la realidad aparente, sino la expresión de una búsqueda de una
realidad caída, espectral, mortificada, deforme, ruinosa. Frente a lo bello
como promesa del arte, aparece lo feo, lo insoportable, lo desagradable,
lo oscuro, lo irónico, lo brutal. Esta es la intensidad con que trabaja el
artista de vanguardia expresionista.
En el otro grupo importante expresionista, fundamentalmente plás
tico, que se llama “El jinete Azul”, hay figuras fuertes en lo teórico y en
lo creativo como Kandinsky, Marc y Paul Klee. Van a trabajar desde otra
perspectiva, más espiritualizada, no física, no violenta, que va a hacer
eje específicamente en la necesidad que tiene el arte de hacer un pasaje
de lo material a lo espiritual en esa coyuntura histórico humana. La van
guardia se asume como situada en la ciénaga del materialismo del mun
do, del consumo, del egoísmo, del sálvese quien pueda, de la gente que
vale por las posesiones y propiedades que tiene o no tiene, por las ambi
ciones absolutamente monetarias. Este Expresionismo va a tratar de de
nunciar ese estado de las cosas humanas y sociales, y a trabajar en un
pasaje estético hacia lo espiritual del hombre como camino que se va
perdiendo irremediablemente desde las coordenadas modernas. Sería,
para este artista de vanguardia, un pasaje del mal al bien. En esa espiri
tualidad, subyacente, anhelada, que se busca, está la esencia de lo real.
Ya no la apariencia, sino la esencia. Para Kandinsky esa instancia es un
momento absolutamente abstracto. Sus obras van a ser un primer gran
momento del arte abstracto: son líneas, colores, trazos sueltos que no
tienen el menor sentido para el burgués de aquel entonces que lo mira.
Es una abstracción que emprende el artista para ir en busca de una esen
cia espiritual de la realidad, que no es precisamente el clásico realismo
con que se presenta “la realidad” y con que todos quedan conformes
habiendo visto algo. El artista de vanguardia no tiene mayor interés en
dejar conforme a alguien, que a alguien le guste algo, que alguien vea en
el arte una confirmación o reproducción de lo que previamente piensa
del mundo. El arte de vanguardia va a provocar, va a romper, a quebrar
en su representación de la realidad, las buenas conciencias y sus expecta
tivas estéticas.
Este grupo tiene actitudes mucho más refinadas y aristocráticas que
el de “El Puente”. Discute con “El Puente”, con aquella especie de
barbarización que hacen de lo violento de la vida. Franz Marc lo va a
plantear así: “Todas las cosas tienen su envoltura y su hueso, su apariencia y
su esencia, su máscara y su verdad. Si nosotros alcanzamos solam ente ¡a
envoltura en lugar de la esencia de ¡as cosas, si su máscara nos guía hasta el
punto de que nos impide encontrar la verdad, ¿en qué medida esto infíuye
sobre la claridad interior de las cosas i1Ya desde muy temprano sentí, que para
mí, el hombre era feo. El animal me parecía más bello, más puro, pero en él
también descubrí tanto de repugnante y de feo que mis experimentaciones se
volvieron intuitivamente, por necesidad interior, siempre más esquemáticas,
siempre más abstractas. Arbol, flores, tierra. Cada año que pasaba todo me
mostraba cada vez su aspecto feo, repugnante al sentimiento, hasta que de
pronto solamente ahora tengo la plena conciencia de la claridad de la natura
leza y de su pureza. ¿Qué cosa nos proponemos con el arte abstracto? Es el
intento de hacer hablar al mundo mismo, en lugar de nuestra alma excitada
potla imagen del mundo”.
Para la mirada del artista el árbol es feo, el animal es feo. ¿Qué ex
presa el artista? La realidad es fea. La realidad con todas sus injusticias,
con todas sus mezquindades, con todos sus egoísmos, con toda la incapa
cidad humana para ayudar al otro, la realidad que se transforma en gue
rra donde mueren millones de personas, aparece como constelación ho
rrible al artista. ¿Qué va a plantear entonces? Va a borrar críticamente
las supuestas representaciones fieles del mundo. Los soportes miméticos
que finalmente tranquilizan más allá de lo que realistamente se haga pre
sente en la obra. Va a desandar, agotar la representación de lo sensible
artístico. Va a silenciar las formas artísticas esperables. Va a notificar de
su caducidad. Va a expresar lo indecible que resta de todo eso. Va a
tratar utópicamente de abstraer la esencia de lo real que estaría por de
trás: digo utópicamente porque en esa esencia estaría una realidad que
sería la promesa que el arte le hace al hombre. Si todo aquello se acaba
en sus sedes representativas, si toda esta obscenidad y miseria se acaba,
evidentemente todavía puedo abstraer, profundo ademán del espíritu, la
posibilidad de otra vida. El arte de vanguardia, en ese sentido, es un
proyecto de fuerte contenido quimérico en su crítica.
Kandinsky va a decir: "Nuestra alma, que apenas acaba de despertar
después de un largo período de materialismo, lleva dentro de silos gérmenes de
la desesperación que procede de ¡a falta de fe, de la falta de un fin y una meta.
La pesadilla de ¡as concepciones materialistas que han h ech o de ¡a vida de¡
Universo un todo malvado y sin objeto, todavía no ha t e r m in a d o Hay una
profunda tendencia espiritual, de abstracción, de borramiento del mun
do, muy típica de la época expresionista alemana con fuerte carga místi-
ca, donde aparece la condena al materialismo y al interés económico
con que lo burgués funda la historia y el sentido de la historia. Frente a
esto responde el arte de vanguardia tratando de reencontrar el viejo es
píritu del hombre más allá de la posesión de lo económico y de lo mate'
rial. En Kandinsky este camino hacia la espiritualidad expresa el secreto
de la realidad. Ese secreto sería la verdadera realidad.
El arte expresionista básicamente se transforma, entonces, en un gri-
to de alarma, en la abstracción y salvataje de la verdad humana extra
viada. En un. grito que es, no solamente el grito, sino el silencio que
antecede y perpetúa. El artista lo que está demostrando es que lo único
que quedó es grito o mutismo. Como grito no tiene respuesta, después
del grito hay silencio. El artista moderno, vanguardista o no, es aquél
que diría: “Señores, estamos entre el grito y el silencio”. El gtito frente al
absurdo de la vida, de la muerte, del vacío, del dolor, de la no comunica'
ción, del egoísmo, del mal humano. El absurdo de vivir en tales circuns'
tancias. Frente a esto se rebela el artista expresionista haciendo un viaje
hacia su propio interior y reapareciendo desde ahí con una suerte de
secreto descubierto, a partir del cual va a mostrar espiritualmente, o
violentamente, de qué se trata la realidad, de qué se trataba lo real, de
qué se, trataba la verdad de lo real.
Hay otro movimiento de vanguardia, el Futurismo, que es claramente
distinto en aspectos fundamentales a lo que fuimos viendo con respecto al
Expresionismo. El Futurismo es uno de los primeros movimientos de van-
guardia. Nace en Italia, el primer manifiesto es de 1909. Su líder, su
figura conductora, su mayor provocador de conciencias, es Filippo Tomaso
Marinetti. Situado en Italia, una Italia retrasada a principios de siglo,
más rural todavía que urbana, con una densa y pesada tradición cultural.
Nicoi-As C a s u ij.o
« l i ó»
muchas partes de esa Europa en. la cabeza de intelectuales, ensayistas y
estetas que apreciaban un mundo en decadencia de principios, narco
tizado en sus ilusiones muertas, vaciado de ideales.
La idea de que la guerra purifica, realimenta, revive los corazones, nos
lleva al borde de la iluminaciones, no sólo compete al Futurismo. En todo
caso, esto también lo recibían de cierto mensaje nietzscheano que llamaba
a jugarse a la aventura del hombre consigo mismo más allá de las almas
pusilánimes. El tiempo de las masas, el tiempo de la técnica guerrera, el
tiempo de los asaltos violentos a los poderes, el tiempo de las guerras que
templan, el tiempo de lo místico redentor, de la necesaria destrucción para
construir otro mundo, esas formas del tiempo impregnan, contextualizan y
forman parte del tiempo de las vanguardias estéticas. Esto es absolutamen
te claro en la vanguardia futurista, que la lleva a una reivindicación del
valor, del coraje, de lo temerario, de lo viril, del macho frente a lo femeni
no -son absolutamente misóginos-, de la energía para la acción, de la vio
lencia, de lo nacional y lo patriótico. Una suerte de estetización bestial de
la política, de la guerra, de la muerte, del heroísmo, de las últimas instan
cias, de la necesidad de denotar al enemigo.
Algunos manifiestos futuristas son graciosos, irónicos, contienen in
dudables variables de humor. De humor sangriento. De humor negro.
Ellos van a decir en un manifiesto de 1910: “El tipo inhumano y mecánico,
construido para una velocidad omnipresente, será naturalmente cruel, omnis
ciente y agresivo. Este es el tipo humano que queremos. Estará dotado de
órganos desconocidos adaptados a las exigencias de un ambiente h ech o de
choques continuos. H oy se encuentra con relativa facilidad, y vosotros podéis
com probarlo sin gran esfuerzo, hombres del pueblo desprovistos de educación
y de cultura, pero que sin embargo están dotados ya de esto que yo llam o la
adivinación mecánica o el olfato metálico. Y es que estos obreros ya han sufri
do la educación de la máquina y están en cierto m odo emparentados con los
motores. Para preparar la formación de este tipo inhumano y metálico de hom
bres multiplicados, es preciso disminuir singularmente la necesidad de cariño,
sentim iento muy arraigado del hombre, que circula a todo lo largo de sus ve
nas. N os es preciso reducir nuestra necesidad de afectos a ese mínimo y ya
obtenido por ciertos celibatorios de cuarenta años que sofocan fácilmente la sed
de su corazón afectuoso con las calurosas locuras de un perrillo de aguas revol
toso y saltarín. El hom bre futuro reducirá su corazón a su verdadera función
distributiva. El corazón debe ser en cierto m odo una especie de estómago, de
cerebro que se nutra m etódicamente para que el espíritu pueda entra r en acti-
vidad. A los jóvenes más apasionados yo aconsejo el cariño a los animales,
caballos, gatos, perros, porque ese cariño puede llenar de una manera normal
su necesidad de afectos, que la mujer no haría más que exasperar con sus
caprichos y alicientes de sus carnes finas. Veremos desaparecer de este m odo
no sólo el am or por la mujer esposa y por la mujer amante, sino también y
fundamentalmente, desaparecer el amor por la madre, ligadura principal de la
familia y com o tal, rémora eterna para la atrevida creación del hom bre futuro.
A tendiendo a esto, encontramos eficaz por el pronto la propaganda en pro del
amor libre que disgrega la familia y acelera su pronta destrucción. El inmenso
am or romántico quedará reducido a la simple cópula para la conservación de
la especie, y el contacto de las epidermis se verá al fin libre de todo misterio
a c ic a la d o r d e toda pim ienta estimulante de p ecad o y de toda vanidad
donjuanesca. Sencilla función corporal, com o el comer y el beber. Pero hace
falta para esto que los m achos contemporáneos, al fin hartos de novelas eróti
cas y del doble alcohol sentimental y lujurioso, definitivamente inmunizados
contra la enferm edad del amor, aprendan poco ap o co a destruir en ellos todos
los dolores del corazón".
Tenemos otro manifestó, donde afirman: “Queremos cantar el amor, el
amor al peligro, a la energía y temeridad. Los elementos esenciales de nuestra
poesía serán el valor, la audacia y la religión. Puesto que la literatura ha glorifica'
do hasta hoy la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño, la introspección
intimista -acá están criticando a los expresionistas-, nosotros pretendemos
exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso gimnástico, el salto
peligroso, el puñe tazo y la bofetada. Queremos cantar al hom bre que domine el
volante cuya espiga ideal atraviesa la tierra lanzada en el circuito de su obra”. El
Futurismo adhiere a la utopía de la técnica, la utopía de que el mundo va
a ir mejor porque si hay aviones cada vez más rápidos, si hay autos cada
vez más óptimos, si hay rascacielos cada vez más altos, quiere decir que el
progreso y el hombre sigue planteándose en términos de beneficio para
este último. El Futurismo lleva a su máxima consecuencia este momento
ciego de adoración de la técnica, de la velocidad, de la guerra y de la
muerte, y no casualmente va a terminar en el fascismo.
“Punto nueve: Queremos glorificar la guerra, única higiene del mundo.
El militarismo, el patriotismo, la acción destructora de los anarquistas, las her-
mosas ideas que matan y el desprecio a la mujer. Deseamos dem oler los museos
y las bibliotecas, com batir la moralidad y todas las cobardías oportunistas y
utilitarias. Cantaremos a las grandes multitudes agitadas por el trabajo. "Acá
hay mucho del pensamiento fascista por excelencia: las grandes multitu
des del trabajo bajo un orden capitalista-fascista, el amor sublimado a la
nación, la cultura patriarcal, machista, el desprecio a la mujer, los ade-
lantos de la técnica y la glorificación de la guerra. Sin embargo, el
Futurismo es un movimiento artístico de vanguardia.
Por último, vamos a señalar ciertos aspectos del Dadaísmo, el movi-
miento que podríamos situar ideológicamente entre una marcada ten-
dencia anarquista por su forma de confrontar estéticamente con el mun
do, y un acentuado nihilismo como fondo de sus interpretaciones. Para
el Dadá, el arte ya no tiene posibilidad de seguir siendo de acuerdo a las
coordenadas con que se pensó modernamente. En el naufragio del pro
yecto civilizatorio capitalista tampoco el arte queda absuelto y se trans
formaba en una pantomima canallesca. Si 150 años antes el alemán
Friedrich Schiller, poeta, dramaturgo y teórico, pensó lo artístico como
el lugar de la mirada ética suprema y a la belleza como el sitio donde la
libertad dejaba lugar a la esperanza de otro tipo de hombre, para el Dadaís
mo el arte estaba agotado, era gesto hueco burgués. Al arte había simbó
licamente que ponerle una bomba y hacerlo estallar junto con el resto
del mundo y los valores burgueses. En este caso, la experiencia de Dadá,
se puede ver que el fenómeno de las vanguardias también marcan un
límite del arte moderno. Un mirarse a sí mismo, donde queda abismado
e impotente. U n punto de llegada crítico para esa problemática sobre lo
bello, que la modernidad estética jamás había podido resolver definiti
vamente, Dadá es extremista, disonante, altanero en sus juicios, cargado
de un humor implacable. Su discurso panfletario llama a dejar atrás el
arte y saltar hacia la vida, a romper con escuelas, estilos, legados y con
las propias vanguardias, porque las vanguardias siguen creyendo en el
arte, y tal vez en este sentido sean la peor amenaza.
Ironía del arte que para hablar de la muerte del arte necesita del
arte, de la expresión artística. Que para quebrar autonomía,
institucionalidad, necesita de la mínima autonomía y de ser leído
institucionalmente para que su mensaje se haga inteligible. Para que co
bre cuerpo, para que se entienda. Las vanguardias hacen uso extremo de
ese libre albedrío del arte, de la propia esfera autosuficiente del arte que
no debe rendirle cuentas a nadie, para anunciar su cadaverización. Ne
cesita de tales fronteras para exterminarlas, necesita de la problemática
del arte sobre sí mismo, necesita de esa tradición teórica, cultural y polí
tica, para agregarle esta nueva fase crítica, el Dadá. Posiblemente sean
los más alocados, los más simpáticos, los más irreverentes y sangrientos
en su humor. Tienen una variable nihilista muy fuerte, ejercen el terroris-
mo literario a través de montaje y collage; mucho del Dadaísmo -casi
todo- sigue gravitando hoy de forma muy fuerte. Su preguntarse por el
no sentido de todo, sociedad, avalores, relaciones, los abalanza a un sin
sentido final de neto corte nihilista.
Los dadaístas plantean que "cada página debe reventar -idea de la
implosión del arte-, ya sea a merced a la seriedad profunda y grave, el
torbellino, el vértigo, lo nuevo, lo eterno, merced a la burla aplastante, mer-
ced al entus/asmo de los principios, y queda un mundo bam boleante y los
medicastros literarios con ganas de mejoramiento. Yo se los digo: no hay
comienzo y nosottos no temblamos, n o somos sentim entales. Nosotros des
garramos, viento furioso, las ropas de ¡as nuies y de las plegarias, y prepara
mos el gran espectáculo del desastre, el incendio, la descomposición absoluta
de todo”, Esta es la típica atmósfera estética, cultural, de cuando se
juntaban artistas dadaístas en un espectáculo, en un evento, en una
muestra. Existe un fondo de reírse de ellos mismos cuando anuncian
que iban a destruir todo. Lo que representan los dadaístas en sus actua
ciones, lo que luego, en los ’60, mucho de esto heredaría el happening,
provocaba y violentaba a los burgueses consumidores de arte. En va
rias ocasiones terminaban a las trompadas, encerraban al público, no
dejaban salir a los espectadores, representaban escenas que nadie ter
minaba de entender, que aburrían ex profeso, hasta concluir el evento
más en el campo de una crónica policial que estética. Para el Dadaísmo
el evento, la cita colectiva, la preparación entre calculada e imprevisi
ble de un acontecimiento, era el objetivo a consumar. El deseo de re
vuelta momentánea, de agitar los ánimos, necesitaba victimarios y víc
timas, apostrofadores y apostrofados. Mucho del hacer de la vanguar
dia exigía del artista poner el cuerpo, además de la obra. Transformarse
en actores de la sátira. Representar la representación artística. Romper
la calma, satanizar el momento. El Dadá es sobre todo una revuelta
momentánea, una indisposición de los estados de ánimo, donde el arte
jugaba de elemento revulcionador, de oferta convocante. Lo grupal,
en las vanguardias artísticas, es el elemento esencial que les otorga vida:
reunirse, proyectar, pelearse entre ellos, escindirse, desertar, ser expul
sado por hereje a la herejía de la vanguardia, acusarse mutuamente,
reconciliarse esporádicamente, conforman el alma de movimientos como
el Dadá y el Surrealismo.
En este sentido, la atmósfera, los códigos de estas vanguardias, dan
cuentan y al mismo tiempo se alimentan de tres figuras prototípicas que
el siglo XX relacionará como espacio político-cultural: el artista, el inte-
lectual y el militante político. Muchas veces estas tres figuras se dan en
una persona, otras veces son tres siluetas diferenciadas. Aquí, en nuestro
país, en la década del ’60 y principios de los 7 0 se dio esta constelación,
esta tríada, que puede o no ser armónica. Es hija de la atmósfera utópica,
redencial, revolucionaria con que se inaugura el siglo XX, y que los gru
pos de vanguardia estética de distinta manera representan. El artista pro
veniente de la bohemia, de su soledad creadora. El intelectual, desde sus
libros, desde su universidad, desde su obsesión de explicar el mundo y
todos sus alrededores. El militante político, el cuadro de partido, con su
dogma, su doctrina, su fe en lo ineluctable de organizarse para la revolu
ción del pueblo tantas veces postergada. Las vanguardias dan cita a estos
personajes. Los convocan. Los involucran durante un extenso período
contemporáneo. Hervidero de ideas, de debates, de oposiciones. Tam
bién el espacio de las vanguardias con sus obras, eventos y manifiestos,
reúne a dichas figuras que gestan, sobre todo, una típica cultura de iz
quierda. Una cultura, que podríamos entrecomillar, “de la revolución”.
Arte, ciencia y política podría afirmarse. Expresión sensible, saberes
sistematizados, y voluntad de cambio, podríamos rotularla. Son frutos de
un largo viaje de una cultura crítica moderna, que de distintas maneras
las fue reuniendo en la metrópolis. A mediados del siglo XIX, en las
tabernas de la ciudad, se reunía el poeta, el escritor, el bohemio, el dan-
dy, el anarquista "pone bombas”, el desclasado, el desocupado, el borra
cho y la prostituta. Una suerte de protovanguardia existencia!, marginal,
fraternal. Con el tiempo algunas de estas figuras desertaron de esa zona
de suburbio cultural. No así, en todo caso, el artista, el intelectual y el
militante, que también tendrán cabida en la biografía de las vanguardias
estéticas.
Pero volvamos al Dadaísmo, a sus arrebatos, a sus fórmulas, a sus en
cuentros. Les voy a leer un párrafo, una típica actuación de un poeta
dadaísta montado sobre un escenario, y que decía: “A ntes de que descenda
mos hasta ustedes para arrancarles sus dientes careados, sus orejas casposas, su
lenguaje sarnoso, antes de que rompamos sus huesos podridos -se lo está di
ciendo al público-, abramos el pulmón catarral para que sirva de abono para
los campos, t/remos sus hígados al pozo, sus brazos proletarios y sus riñones
diabéticos. Antes de que contísquemossu espantoso sexo que resulta obsceno y
degenerado. Antes de que les estropeemos el apetito de belleza, azúcar, pimienta,
filosofía y ensalada de pepinos, matemáticas, libros, metafísica. Antes de que les
sumerjamos en vitríolopara limpiarles y purificarles enérgicamente, antes de todo
esto vamos a tomar un buen baño antiséptico. Les avisamos que somos los gran-
des asesinos de todas sus pequeñas novedades. Yiñnalmente, como dice esta
bonita canción, ji-ji-ji-ji-ji-ji-jfji-ji-ji, mirad cómo cabalga Dios sobre un ruiseñor,
que significa feo y bonito. Señora, tu morro huele a leche de chulo, por la maña
na, porque por la noche se le puede llamar trasero de ángel, loco por los lirios,
¿no es encantador? Adiós, amigo mío, y muérete muy pronto”.
Esta es una actuación dadaísta, lenguage dadaísta, un mensaje
dadafsta. Disolvente, supuestamente desarticulado, tendido hacia una
suerte de vacío denunciador del vacío. Desintegrador de todo punto de
apoyo. Escéptico del hombre, agresivo en las caracterizaciones del indi-
viduo común y corriente. Los dadaístas van a hacer una crítica al
Expresionismo como movimiento artístico. Hay un texto donde dicen:
“El Expresionismo quería algo. Ese es uno de sus aspectos más lamentables,
Dadá no quiere nada, Dadá crece. El Expresionismo buscaba la interiorización.
Se concebía como reacción a su tiempo mientras que el Dadaísmo no es otra
cosa que una expresión del tiempo. Dadá está en e l tiem po com o hijo de esta
época a la que se puec/e insultar pero no negar. Dadá ha cogido en su gran
seno la esterilidad, la congelación. El Expresionismo no es una acción espontá
nea. Es el gesto de ¡as personas cansadas que quieren salir de sí mismas para
olvidar la guerra y la miseria. Para ello inventaron la humanidad, fueron
escandiendo y cantando salmos por las calles en las que funcionaban las esca
leras mecánicas y suenan los teléfonos. Los expresionistas son personas cansa-
das, apartadas de la naturaleza, que no se atreven a enfrentarse a la crueldad
de ¡a época. Dadá es el valor en sí. Dadá se expone al peligro de su propia
muerte. Dadá quiere su muerte. Dadá se coloca dentro d e las cosas. El
Expresionismo quería olvidarse, Dadá quiere imponerse. El Expresionismo era
armónico, místico, angelical, baádrico -Dadásupermístico; Dadá es el chillido
de los frenos, el griterío de ¡os agentes en ¡a Bolsa de Chicago ¡ Viva Dadá!".
Los dadaístas fueron sobre todo anarquistas. Querían terminar con
el arte, con la época, a la que celebraban de una manera nihilista, como
abrazándola para despedirla, y con ella a un viejo hombre ya deshecho.
No creían mucho en sus propias obras, las degradaban, pretendían
nulificarlas, negarlas, disolverlas en la disolución del mundo, pero sus
experiencias estéticas hoy son arte altamente cotizado en cientos de mi
les de dólares y están en los grandes museos del mundo, Nueva York,
París, Londres, Berlín, Roma.
Hemos tratado de caracterizar, en el plano de las ideas y los plantea
mientos críticos sobre el mundo moderno, a tres experiencias de van
guardia artísticas que se dan en las primeras tres décadas del siglo XX, en
la pintura, la literatura, la poesía, la música, el teatro y el cine. Hemos
tratado de averiguar y pensar sus manifiestos, sus proclamas, sus argumen
tos escritos. La angustia de una subjetividad casi mística en el Expresionismo,
la exaltación del moderno mundo técnico, industrial y bélico en el
Futurismo. £1 anarquismo y la extrema irreverencia crítica en el Dadaísmo.
Las vanguardias, artísticas, políticas, forman parte indeleble del pensar con
temporáneo y sus distintas corrientes. Muchas veces se las descalifica, o se
las ignora cuando se trata de trabajar sobre el mundo de las ideas, sobre la
historia de las ideas modernas. Pareciera que sólo vale la estatura de un
filósofo, de un sociólogo, de un estadista. Sin embargo hemos visto sus
cuestionamientos a la representación de lo real. Sus sospechas sobre las
discursividades. Su obsesión sobre los lenguajes del saber y la verdad. Su
cuestionamiento a las esferas racionalizadoras. Su crítica a las instituciones
con que una cultura trama el mundo. Su interpretación de la época y sus
catástrofes. Aspectos que hacen de estas vanguardias contradictorias, mos
trando su lucidez y su ceguera, sus sueños y frustraciones, actores de prime
ra importancia para avanzar sobre una autoconciencia de la modernidad.
Para entender qué fue y qué es la cultura que nos ampara, a través de la
cual pensamos, sentimos y actuamos.