Iglesia y Estado
Iglesia y Estado
Iglesia y Estado
Los liberales, de esa cuenta, le restaron poder a los conservadores —sus antecesores— e
instauraron sus propias políticas. En lo económico, por ejemplo, fomentaron mayor
actividad mediante la introducción del café y otros cultivos. También posibilitaron la
fundación de los establecimientos bancarios para que financiaran las operaciones, e
impulsaron una red de servicios que optimizaran la producción y comercialización de
productos —de esa cuenta, nació la red ferroviaria—.
Los liberales sacaron provecho de la libertad de prensa que promulgaron el 5 de julio. “De
esa manera echaron por tierra la censura civil y eclesiástica a la que estaban sometidas las
publicaciones. Se hacía la salvedad, eso sí, de que todos los artículos estuvieran firmados y
que no debían atacar la vida privada de los ciudadanos”, refiere Cal Montoya.
A partir de los datos anteriores, puede deducirse que tanto la iglesia católica como la
evangélica representan dos grandes protagonistas en Guatemala, y que su fuerza y
presencia territorial las ha convertido en entidades espirituales de notable importancia. No
obstante, los hechos en la historia demuestran que ambas iglesias han desempeñado además
de un rol evangelizador, un papel fundamental en situaciones políticas, económicas y
sociales. Revisaremos y analizaremos algunos ejemplos concretos en donde ambas iglesias
han ejercido influencia positiva o negativa según los acontecimientos en donde han
intervenido.
Durante este proceso de persecución hacia fieles y sacerdotes católicos, las iglesias
evangélicas adquirieron mayor protagonismo en Guatemala, elevando su porcentaje de
seguidores de un 19.10% a un 30%. Para muchos sobrevivientes de la guerra, los beneficios
que dichos movimientos evangélicos les proveían frente a su situación de pobreza y
persecución fueron motivos suficientes para convertirse de católicos a evangélicos.
IGLESIA Y ESTADO
La competencia entre el poder eclesiástico y el poder político es un importante logro de la
civilización judeocristiana y un garante de la libertad individual. Dado que las autoridades
eclesiásticas no están supeditadas al gobernante de turno, ponen límites efectivos al
gobierno y amplían la esfera de la libertad individual. La política fue desacralizada cuando
se delineó lo sacro como algo distinto del monarca y su poder. Gracias a esta idea, las
personas, a la vez ciudadanos y fieles, son más deliberantes y exigentes respecto de su
autonomía personal.
Por eso, el filósofo francés Rémi Brague insiste que no hace falta separar algo que no es
posible unificar. No obstante, tanto Acton como Brague conceden que algunos gobernantes
intentan instrumentalizar la religión. Es la tentación de Constantino, dice Brague. A veces,
quienes ostentan el poder quieren endiosarse o mitigar potenciales conflictos con líderes
religiosos. Politizar la fe acarrea consecuencias negativas para las iglesias y para los fieles.
Los actos de dudosa calidad moral, los nacionalismos estrechos, los odios y las rivalidades
temporales son francamente incompatibles con el universal mandamiento del amor. Por otra
parte, el cristianismo exige del fiel una adhesión libérrima, con lo cual coaccionar la
religión por medios políticos constituye un contrasentido.
Hoy, algunas voces a favor de la separación Iglesia-Estado quieren desterrar toda mención
de Dios de la vida pública. Ese no es el ideal histórico. Al invocar a Dios, nuestros
constituyentes tenían prevista una nación en la cual creyentes y no creyentes conviven en
paz. No previeron una sociedad que destierra toda manifestación pública de fe, ni tampoco
la exigencia que todo miembro de la clase política sea ateo o agnóstico.
Un discurso político que cierra con la frase «que Dios los bendiga» es inofensivo mientras
permanezcamos libres. El verdadero problema no es la religión, sino el abuso del poder.
Por lo menos en papel, un cristiano practicante electo a un cargo público debería respetar
los derechos básicos de los gobernados, en virtud de su fe y de las leyes del país. Se debe a
los electores y a Dios. Rinde cuentas acá y Allá. Conocer las inclinaciones religiosas del
candidato es un insumo relevante al votante, así como percibir su falta de consecuencia.
Tampoco está de más tener discusiones abiertas sobre las ramificaciones morales de las
políticas públicas, aun cuando las posiciones encontradas lucen insolubles, como ocurre
con el aborto.