Taller 2

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Nombre: Danna Yazmin Angarita Silva

Taller 2
Del otro lado del valle del Ebro, las colinas eran largas y blancas. De este lado no había
sombra ni árboles y la estación se alzaba al rayo del sol, entre dos líneas de rieles. Junto a la
pared de la estación caía la sombra tibia del edificio y una cortina de cuentas de bambú
colgaba en el vano de la puerta del bar, para que no entraran las moscas. El norteamericano
y la muchacha que iba con él tomaron asiento en una mesa a la sombra, fuera del edificio.
Hacía mucho calor y el expreso de Barcelona llegaría en cuarenta minutos. Se detenía dos
minutos en este entronque y luego seguía hacia Madrid.
- ¿Qué tomamos? -preguntó la muchacha. Se había quitado el sombrero y lo había puesto
sobre la mesa.
- Hace calor -dijo el hombre.
- Tomemos cerveza.
- Dos cervezas -dijo el hombre hacia la cortina.
- ¿Grandes? -preguntó una mujer desde el umbral.
- Sí. Dos grandes.
La mujer trajo dos tarros de cerveza y dos portavasos de fieltro. Puso en la mesa los
portavasos y los tarros y miró al hombre y a la muchacha. La muchacha miraba la hilera de
colinas. Eran blancas bajo el sol y el campo estaba pardo y seco.
- Parecen elefantes blancos -dijo.
- Nunca he visto uno -el hombre bebió su cerveza.
- No, claro que no.
- Nada de claro -dijo el hombre-. Bien podría haberlo visto.
La muchacha miró la cortina de cuentas.
- Tiene algo pintado -dijo-. ¿Qué dice?
- Anís del Toro. Es una bebida.
- ¿Podríamos probarla?
- Oiga -llamó el hombre a través de la cortina.
La mujer salió del bar.
- Cuatro reales.
- Queremos dos de Anís del Toro.

- ¿Con agua?
- ¿Lo quieres con agua?

- No sé -dijo la muchacha-. ¿Sabe bien con agua?

- No sabe mal.

- ¿Los quieren con agua? -preguntó la mujer.

- Sí, con agua.

- Sabe a orozuz -dijo la muchacha y dejó el vaso.

- Así pasa con todo.

- Sí - dijo la muchacha-. Todo sabe a orozuz. Especialmente las cosas que uno ha
esperado tanto tiempo, como el ajenjo.

- Oh, basta ya.

- Tú empezaste -dijo la muchacha-. Yo me divertía. Pasaba un buen rato.

- Bien, tratemos de pasar un buen rato.

- De acuerdo. Yo trataba. Dije que las montañas parecían elefantes blancos. ¿No fue
ocurrente?

- Fue ocurrente.

- Quise probar esta bebida. Eso es todo lo que hacemos, ¿no? ¿Mirar cosas y probar
bebidas?

- Supongo.
La muchacha contempló las colinas.
- Son preciosas colinas -dijo-. En realidad, no parecen elefantes blancos. Sólo me
refería al color de su piel entre los árboles.

- ¿Tomamos otro trago?

- De acuerdo.
El viento cálido empujaba contra la mesa la cortina de cuentas.
- La cerveza está buena y fresca -dijo el hombre.
- Es preciosa -dijo la muchacha.
- En realidad, se trata de una operación muy sencilla, Jig -dijo el hombre-. En
realidad, no es una operación.
La muchacha miró el piso donde descansaban las patas de la mesa.
- Yo sé que no te va a afectar, Jig. En realidad, no es nada. Sólo es para que entre el
aire.
La muchacha no dijo nada.
- Yo iré contigo y estaré contigo todo el tiempo. Sólo dejan que entre el aire y luego
todo es perfectamente natural.
- ¿Y qué haremos después?
- Estaremos bien después. Igual que como estábamos.
- ¿Qué te hace pensarlo?
- Eso es lo único que nos molesta. Es lo único que nos hace infelices.
La muchacha miró la cortina de cuentas, extendió la mano y tomó dos de las sartas.
- Y piensas que estaremos bien y seremos felices.
- Lo sé. No debes tener miedo. Conozco mucha gente que lo ha hecho.
- Yo también -dijo la muchacha-. Y después todos fueron tan felices.
- Bueno -dijo el hombre-, si no quieres no estás obligada. Yo no te obligaría si no
quisieras. Pero sé que es perfectamente sencillo.
- ¿Y tú de veras quieres?
- Pienso que es lo mejor. Pero no quiero que lo hagas si en realidad no quieres.
- Y si lo hago, ¿serás feliz y las cosas serán como eran y me querrás?
- Te quiero. Tú sabes que te quiero.
- Sí, pero si lo hago, ¿volverá a parecerte bonito que yo diga que las cosas son como
elefantes blancos?
- Me encantará. Me encanta, pero en estos momentos no puedo disfrutarlo. Ya sabes
cómo me pongo cuando me preocupo.
- Si lo hago, ¿nunca volverás a preocuparte?
- No me preocupará que lo hagas, porque es perfectamente sencillo.
- Entonces lo haré. Porque yo no me importo.
- ¿Qué quieres decir?
- Yo no me importo.
- Bueno, pues a mí sí me importas.
- Ah, sí. Pero yo no me importo. Y lo haré y luego todo será magnífico.
- No quiero que lo hagas si te sientes así.
La muchacha se puso en pie y caminó hasta el extremo de la estación. Allá, del otro lado,
había campos de grano y árboles a lo largo de las riberas del Ebro. Muy lejos, más allá del
río, había montañas. La sombra de una nube cruzaba el campo de grano y la muchacha vio
el río entre los árboles.
- Y podríamos tener todo esto -dijo-. Y podríamos tenerlo todo y cada día lo hacemos
más imposible.
- ¿Qué dijiste?
- Dije que podríamos tenerlo todo.
- Podemos tenerlo todo.
- No, no podemos.
- Podemos tener todo el mundo.
- No, no podemos.
- Podemos ir adondequiera.
- No, no podemos. Ya no es nuestro.
- Es nuestro.
- No, ya no. Y una vez que te lo quitan, nunca lo recobras.
- Pero no nos los han quitado.
- Ya veremos tarde o temprano.
- Vuelve a la sombra -dijo él-. No debes sentirte así.
- No me siento de ningún modo -dijo la muchacha-. Nada más sé cosas.
- No quiero que hagas nada que no quieras hacer…
- Ni que no sea por mi bien -dijo ella-. Ya sé. ¿Tomamos otra cerveza?
- Bueno. Pero tienes que darte cuenta…
- Me doy cuenta -dijo la muchacha. - ¿No podríamos callarnos un poco?
Se sentaron a la mesa y la muchacha miró las colinas en el lado seco del valle y el hombre
la miró a ella y miró la mesa.
- Tienes que darte cuenta -dijo- que no quiero que lo hagas si tú no quieres. Estoy
perfectamente dispuesto a dar el paso si algo significa para ti.
- ¿No significa nada para ti? Hallaríamos manera.
- Claro que significa. Pero no quiero a nadie más que a ti. No quiero que nadie se
interponga. Y sé que es perfectamente sencillo.
- Sí, sabes que es perfectamente sencillo.
- Está bien que digas eso, pero en verdad lo sé.
- ¿Querrías hacer algo por mí?
- Yo haría cualquier cosa por ti.
- ¿Querrías por favor por favor por favor por favor callarte la boca?
Él no dijo nada y miró las maletas arrimadas a la pared de la estación. Tenían etiquetas de
todos los hoteles donde habían pasado la noche.
- Pero no quiero que lo hagas -dijo-, no me importa en absoluto.
- Voy a gritar -dijo la muchacha.
La mujer salió de la cortina con dos tarros de cerveza y los puso en los húmedos portavasos
de fieltro.
- El tren llega en cinco minutos -dijo.
- ¿Qué dijo? -preguntó la muchacha.
- Que el tren llega en cinco minutos.
La muchacha dirigió a la mujer una vívida sonrisa de agradecimiento.
- Iré llevando las maletas al otro lado de la estación -dijo el hombre. Ella le sonrió.
- De acuerdo. Ven luego a que terminemos la cerveza.
Él recogió las dos pesadas maletas y las llevó, rodeando la estación, hasta las otras vías.
Miró a la distancia, pero no vio el tren. De regresó cruzó por el bar, donde la gente en
espera del tren se hallaba bebiendo. Tomó un anís en la barra y miró a la gente. Todos
esperaban razonablemente el tren. Salió atravesando la cortina de cuentas. La muchacha
estaba sentada y le sonrió.
- ¿Te sientes mejor? -preguntó él.
- Me siento muy bien -dijo ella-. No me pasa nada. Me siento muy bien.

FIN

Funciones

Emotiva o expresiva

Representativa o referencial

Fática o de contacto

Conativa o apelativa

Poética o estética

Metalingüística

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