12667-Texto Del Artículo (PDF) - 34305-1-2-20200803
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Este libro, que vio la luz en 1980 como tesis doctoral por la
Universidad de Toulouse-Le Mirail, y fue posteriormente traducido por
primera vez al castellano en 1993, vuelve a ser editado en 2016 recogiendo
el estudio al que el autor consagró toda su vida: el examen del exilio desde
una perspectiva filosófica, fenomenológica, psicológica y literaria.
Procedente de Pla de Santa María (Alt Camp, Tarragona), Solanes dejaría su
patria, participando del exilio republicano de 1939, para pasar por Francia y
acabar recayendo en Venezuela, donde desarrolló su carrera como psiquiatra
y desde donde ya no regresó.
La obra, dividida en seis libros, aborda el estudio del exilio como
experiencia radical del ser humano. En el primero de ellos se ocupa de las
representaciones de la experiencia del destierro: partiendo de la máxima
orteguiana según la cual «siempre y esencialmente, vivir es existir fuera de
sí, echado de sí, consignado a este que es otro. El hombre es por esencia
extranjero, emigrado, exiliado», Solanes reflexiona que el ser exiliado es
una condición fundamental del ser humano. Y, por ello mismo, cualquier
trabajo antropológico que se precie ha de iniciarse dando respuesta a en qué
consiste exactamente esto de ser un exiliado. Para ello acude a las
representaciones que se ha hecho el hombre acerca del exilio, distinguiendo
entre representaciones «fitomórficas» y «zoomórficas».
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En relación con las primeras habla de todas esas figuras retóricas que
aluden al desterrado –palabra que, por cierto, ya presenta una notable
alusión fitomórfica– empleando metáforas vegetales: desarraigo,
marchitarse, trasplantar… Propone un ejemplo conocido por los
historiadores: el de Carlyle, quien en su investigación historiográfica se
ocupó de la figura de John Sterling –amigo de cierto liberal español exiliado
con tendencias revolucionarias llamado José María Torrijos–, el cual
observaba a los liberales españoles exiliados en Inglaterra diciendo que
continuamente «vegetaban» por Somers Town. De aquí pasa a las
representaciones zoomórficas, apuntando la tendencia al gregarismo que
parece experimentar todo exiliado. De nuevo le sirve el ejemplo de Somers
Town; pero también bucea en la literatura, en los clásicos, y recoge como
Dante avisaba de «los dos dolores del exilio»: el primero, el abandono del
hogar; el segundo, tener que compartir destino con otros exiliados.
Coincidiría en esto Unamuno cuando explicaba cáusticamente a un
periodista: «a mí el dictador no me ha castigado con llevarme a
Fuerteventura, a mi me ha condenado a vivir con Rodrigo Soriano».
Sus reflexiones no se agotan aquí y prosigue con la identificación del
exiliado y las aves, especialmente con el cisne, presente en versos de
Baudelaire, Mallarmé, y en el cuento de El patito feo de Hans Christian
Andersen. Recurriendo a los planteamientos etológicos de Konrad Lorenz,
se pregunta si sirven para explicar tanto la conducta del «pato-cisne» –que
sigue insistentemente a la pata, aunque no sea su madre– y la de los
exiliados, que acaso actúan, sientan y piensan de un determinado modo en el
exilio por condicionantes puramente biológicos. Para señalar de inmediato
que, por supuesto, los sociológicos también están presentes, y que la
cuestión no es determinar qué porcentaje corresponde a cada uno, que el
exilio «no es problema científico que resolver sino experiencia que vivir.
Para nosotros será género de vida que hay que entender y dar a entender».
En el Libro II, significativamente titulado Los nombres del exilio, el
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autor estudia la multiplicidad de términos que existen para referirse al
exiliado. Por ejemplo, Quiroga Pla y Unamuno preferían utilizar la voz
«desterrado»; Ovidio era más partidario de «relegado»; El Cid, expulsado
por Alfonso VI de Castilla no era sino un «salido»; y muchos españoles que
se vieron forzados a abandonar su hogar en 1939 se autodenominaron
«peregrinos», como revela una revista del exilio republicano en México que
dio en llamarse España Peregrina. Los ejemplos no se detienen aquí, y el
análisis se extiende a los significados de la voz exilio en otras lenguas, con
especial relevancia del concepto exterminar, cuyo significado etimológico
no es otro que «poner fuera del término», muy próximo al significado que
concedemos al exilio, al destierro. Pero Solanes nos advierte, en unas
páginas que mantienen plena vigencia en la actualidad, de que muchos son
los nombres que escoge el exiliado para referirse a sí mismo; pero uno sólo
es el que se le reserva en los lugares de destino: el de «refugiado».
Los Libros III y IV se ocupan de la vivencia del exilio en relación
con las dos variables fundamentales de la existencia: tiempo y espacio. El
exilio se presenta como experiencia radicalmente espacial, ya que «se le
percibe, se le experimenta, se le vive: se da en uno –dentro de uno– y al
mismo tiempo afuera, en el nuevo espacio». Solanes hace aquí gala de una
erudición enciclopédica. Acude a la geografía, manejando la obra de autores
de la talla de Vidal de la Blache (el que de nuevo nos es conocido a los
historiadores por las fecundas aportaciones que hizo su escuela a la primera
generación de Annales) Paul Claval, Dagognet…, y aborda la noción de
«frontera» que, desde su enfoque fenomenológico, deja de ser objetiva para
convertirse en un sentido, en unos límites y espacios subjetivos que el
exiliado arrostra y ha de enfrentar, no pudiendo apartarse de la misma, nos
dice, y mucho menos franquear. En cuanto al tiempo, el desterrado
experimenta una sensación de «tiempo en bancarrota». Un eminente
exiliado, León Felipe, afirmaría que en el exilio «el calendario está muerto
[…] el tiempo es redondo, sin ayer ni mañana»; mientras que Albert Camus
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en El exilio y el reino dirá sobre los días: «distinguía apenas unos de otros,
como si se licuase […] El tiempo no era sino un chapoteo informe […] largo
día sin edad». En este tiempo en bancarrota que presenta Solanes, el presente
solo puede vivirse identificando el pasado con la nostalgia y el futuro con la
esperanza. La nostalgia de lo perdido y la esperanza de recuperarlo algún
día, estados que expone en unos términos que no me resisto a transcribir:
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denomina «personajes de la superación». Recupera para ello la figura del
José bíblico, y propone a modo de ejemplos personajes tan dispares como
Kissinger, Hugo Grotius, Joseph de Maistre, Karl Marx…
Para llegar así al desenlace, al cierre, en un Libro VI
significativamente titulado Resolución del exilio. Pero, se pregunta un
fascinado lector: ¿acaso puede resolverse el exilio después de todo lo dicho?
Solanes comienza constatando la dificultad de, para alcanzar una síntesis,
encontrar la antítesis a la tesis que es el exilio. Es una palabra de difícil
contrario, los antónimos se le escapan, aunque autores de la talla de
Benedetti y Zambrano hayan propuesto términos, como «desexilio» y «des-
exilio», respectivamente. En este desexilio se incurre cuando se produce el
retorno, el regreso, y Solanes se aviene a presentar una tipología del regreso:
sangriento (Ulises); plácido (reina Victoria); melancólico (Víctor Hugo);
tormentoso (Pérez Bonalde); penitencial (san Alejo); o el regreso del exilio
de Fray Luis de león, que podríamos calificar de impertérrito, cuando al
retomar sus clases supuestamente dijo su célebre: «como decíamos ayer…»,
que precisamente cierra la obra viniendo a entroncar con los conceptos de
destiempo y desespacio que inciden en la vivencia del exiliado.
Estamos ante una obra que, en cuanto a su calidad filosófica, a su
hondo examen existencialista, no me siento preparado para juzgar, más allá
de subrayar que se encuentra llena de una accesible erudición y de
estimulantes reflexiones. Ahora bien, para los historiadores a quienes nos
interesa el exilio, y especialmente el exilio republicano del treinta y nueve,
aporta un valioso caudal de información acerca de la experiencia de este
fenómeno. Se trata además de un libro que huye de la rígida especialización
para estudiar un tema tan serio como el exilio en toda su complejidad, desde
múltiples puntos de vista y recurriendo a diversas disciplinas. Es, en fin, una
obra de reflexión sobre la experiencia del exilio comparable a las realizadas
por Albert Camus, María Zambrano o Claudio Guillén, entre otros. Si el
objetivo de Acantilado al reeditar la obra era recuperar esta figura olvidada
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del exilio español del treinta y nueve, puede decirse que gracias al cuidado
con el que se ha tratado el volumen y al meritorio estudio introductorio de
Mònica Miró Vinaixa, el objetivo ha sido plenamente alcanzado.