Brizuela. Desplazamientos Yo D'Halmar
Brizuela. Desplazamientos Yo D'Halmar
Brizuela. Desplazamientos Yo D'Halmar
Natalia Brizuela
New York University
Quisiera agradecer las lecturas y los comentarios de Soledad Bianchi y de Sylvia Molloy.
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Por otro lado, en el fin de siglo europeo, encontramos una sensibilidad parti-
cular, llamada decadencia1. Sensibilidad adoptada por algunos autores europeos que
Barbara Spackman define como escritores que
1
Para un excelente análisis de la decadencia europea y su presencia en el ensayo latino-
americano del mismo período, ver Michael Aronna. Pueblos enfermos: The Discourse of Illness
in Turn-of-the-Century Spanish and Latin American Essay. Chapel Hill: North Carolina
Studies in the Romance Languages and Literatures, 1999, pp. 11-33.
2
L’immoraliste, de André Gide presenta puntos de contacto muy interesantes con La
sombra del humo en el espejo –la homosociabilidad, la pederastía, la enfermedad, entre otros–
y es también un relato en el cual el discurso orientalista y la retórica decadente se cruzan.
DESPLAZAMIENTOS DEL YO: MIRADA Y MASCULINIDAD... 83
DISPERSIONES3
En una entrevista del año 1935, a la pregunta “¿Qué le abruma?” (p. 238), el
escritor Augusto D’Halmar responde:
Así nos despedimos uno del otro, el Viajero y su sombra, dos personas distintas
y una sola ilusión no más. El reporter, por lo menos, había aprendido del
reporteado a no tomarnos en serio, siendo punto más y punto menos que las
ficciones que creamos, “más que una realidad, menos que un sueño”, como in-
siste paradojalmente D’Halmar no sé en cuál de sus divagaciones (pp. 240-241).
¿Quién narra aquí? Es imposible de precisar, ya que como lectores nos encon-
tramos ante esa “divagación” del yo que la entrevista ha remarcado. Uno de los
D’Halmar es el Viajero. Otro es su sombra. Otro es el escritor con sus “divagacio-
nes”. Y quisiera proponer que es en el intersticio de las nociones de viajero, despla-
zamiento y espacio que podemos acercarnos a este sujeto tan huidizo y resbaloso
que existe bajo el nombre D’Halmar.
3
El término dispersiones se lo debo al uso que de él hace Sylvia Molloy en su estudio
sobre Augusto D’Halmar: “Dispersiones del género: hispanismo y disidencia sexual en Augusto
D’Halmar”.
4
Augusto D’Halmar. “El reportaje que nadie nos hace nunca”, Antología de Augusto
D’Halmar. El hermano errante. Selección de Enrique Espinoza. Santiago: Zig-Zag, 1963, p.
238.
84 NATALIA BRIZUELA
LA MIRADA
5
En su ensayo sobre lo siniestro o unheimlich, Sigmund Freud propone que lo siniestro, lo
otro, lo extranjero, lo no familiar está ya, siempre, dentro de lo familiar. El otro es parte del yo.
Podemos así entender la relación entre el doble, el yo que se desdobla y lo unheimlich.
Importante recordar entonces que para estudiar y desarrollar esta noción de lo siniestro, Freud
recurre al famoso cuento de Hoffman cuyo tema central es la mirada, los ojos. En una
continuación de este trabajo exploraré los cruces entre lo unheimlich y los viajes en D’Halmar.
6
Ver Dennis Porter, Haunted Journeys. Desire and Transgression in European Travel
Writing. Princeton: Princeton University Press, 1991, pp. 165-168, para un excelente análisis
sobre la mirada y la perversión en los viajes de Flaubert. A esta lectura de Porter le debo mi
interés por la mirada en D’Halmar.
7
El prólogo se titula “Primeros ensueños. Primer viaje”. Y el breve prólogo describe su(s)
visita(s) al bar subterráneo del puerto de Valparaíso.
DESPLAZAMIENTOS DEL YO: MIRADA Y MASCULINIDAD... 87
una mirada que ve más allá de los límites geográficos de la patria; o quizás también
es una mirada que pertenece a los soñadores, que ven otras realidades, realidades
soñadas que permiten otras subjetividades –por qué no, otras masculinidades– que
no caben dentro de los límites del mundo ‘real’. Son ojos que pueden ver en sueños.
Es, además de viajero, un marino este joven D’Halmar. Como marino su espacio
será el mar, dándole así sentido a su nombre, al mar, del mar. Y este será un espacio
masculino. De esta manera, el texto nos presenta desde el prólogo los elementos
necesarios para la construcción de un viajero: la mirada y la cofradía masculina.
La cofradía que crea D’Halmar con Zahir y la Esfinge se basa en la mirada
que comparten los tres. Si recordamos el primer encuentro que D’Halmar tiene con
cada uno vemos que es la mirada lo que establece la unión. En el encuentro con
Zahir:
los ojos entoldados, cambiantes y profundos, como deben ser los de aquellos
que en la quietud persiguen la ronda de los espejismos. Me parecía haber en-
contrado en alguna parte esa mirada, tal vez en un presentimiento (p. 493).
En ambos casos, son ojos profundos de una mirada “grande”, que ven más
allá de lo inmediato. En el caso de la Esfinge, ella es la mirada original o el origen de
la mirada, la fuente de todas las miradas. Es importante que ella no mira un objeto
concreto sino que “mira en sí” y mira delante de sí. Ella es el símbolo de la mirada,
de esta mirada diferente. Recordemos que es a través de la mirada que D’Halmar
forma parte de esa comunidad de viajeros. Quisiera sugerir entonces que esta pere-
grinación, este desplazamiento hacia la Esfinge es un llegar, no a un hogar, sino más
bien a un núcleo de encuentro. Es Ella la base de esta mirada diferente, relacionada
con una masculinidad diferente, con el orientalismo, con la decadencia. Es, efectiva-
mente, el lugar desde donde el viajero y narrador D’Halmar entra en el oriente –lugar
que le permitirá esa otra mirada: es la mirada del viajero, es la mirada de la cofradía
masculina, es la mirada orientalista. De alguna manera, el primer espacio del texto,
el bar portuario del prólogo, y la Esfinge en el desierto contienen características y
funciones paralelas en el nomadismo del narrador. Estos espacios están unidos por
la importancia de la mirada, a la vez que son espacios que abren. El desierto y el mar
–a pesar de que el prólogo transcurre en un bar, éste está impregnado de mar, ubica-
do junto a él, con una clientela “marítima”– son espacios que permiten “ver grande”,
en el sentido doble de soñar/imaginar y de ver más allá de las fronteras.
88 NATALIA BRIZUELA
Zahir, efebo egipcio –guía al turista o viajero occidental, signo y símbolo del
oriente en mucha de la literatura orientalista, pensemos en Flaubert, en Gide– es
como D’Halmar en que nuestro narrador, occidental, encuentra un parecido y marca
una identificación con él. Pero es también el otro, y así diferente. Es el otro que el yo
necesita mirar para constituirse, como sujeto, y como viajero. En esa diferencia y
distancia que la mirada establece, D’Halmar puede entonces ver en el otro, en Zahir,
lo que no puede ver en sí mismo. Que Zahir, tan diferente a D’Halmar –y a la vez tan
similar, compartiendo con él una intimidad, una conexión– pueda ser ambiguo, pue-
da ser afeminado, pueda ser, valga la redundancia, diferente, para entonces poder él
mismo constituirse, así, oblicuamente, a escondidas, como diferente. Aunque
D’Halmar señale el enlace entre él y Zahir marcado por una mirada parecida y dife-
rente, no deja de ser y de estar simultáneamente la mirada de poder, la mirada del
que desde la posición de amo y de occidental en el oriente, le dará al lector un poco
de literatura8.
COFRADÍAS MASCULINAS
Quiero estudiar esta dispersión del sujeto en dos textos de D’Halmar: La som-
bra del humo en el espejo y “Andamos para no llegar”. A pesar de que en los dos
textos, como veremos, encontramos viajes y sujetos que se desdoblan, hay una dife-
rencia crucial en el tipo de viaje: en “Andamos para no llegar” hay un intento, una
momentánea atracción por rehacer, a partir del destierro, una nueva nacionalidad y
subjetividad fija que termina con la vuelta a Chile, la vuelta al hogar, mientras que
en La sombra del humo en el espejo el desplazamiento no se asienta completamente
y no hay ni siquiera un hogar al cual volver. Por otro lado, en ambos textos los
protagonistas ponen en peligro su condición de viajero, pero el peligro surge de
diferentes géneros.
Antes de partir, antes de ‘irse’, ¿dónde están los sujetos de estas ficciones?
En “Andamos para no llegar”, Sem Safir, protagonista, vive en Chile, pero no lo
siente como su hogar, según nos dice el narrador: “se sentía como desterrado en su
tierra y en su casa” (p. 42). Es un lugar ya desde siempre desfamiliarizado, donde
siempre se ha sentido como extranjero. Y de alguna manera lo era, ya que su padre,
Eliseo, era español. Pero es interesante que en España Sem Safir –bajo el nombre
genera un placer que reproduce una ideología machista y misógena. Ver “Visual Pleasure and
Narrative Cinema”, Issues in Feminist Film Criticism, ed. Patricia Erens. Bloomington: Indiana
University Press, 1990, pp. 28-40.
DESPLAZAMIENTOS DEL YO: MIRADA Y MASCULINIDAD... 89
Surgió otra vez lo que nadie quisiera suscitar, pero que vuelve contra nosotros
nuestras mejores intenciones. Para Eliseo Safir, ido a la América del Sur, por
unos meses, había tomado la forma de una criolla chilena; para este Damián
Barral, venido a España por tiempo indefinido, adoptaba las apariencias hechi-
ceras de Rosa de Azafrán (pp. 44-45; subrayado mío).
sería entonces una identidad que la presencia de una mujer podría interrumpir. Pare-
ce entonces que el nosotros de la cita aludiría a esa cofradía de hombres viajeros.
Quizás el sueño del viajero sea la cofradía masculina y el viaje 9. Y cuando el
sueño se ve en peligro, huye. Diferente, entonces, al personaje de D’Halmar en La
sombra del humo en el espejo, para quien el peligro es pertenecer del todo a esa
cofradía, es aceptar esa masculinidad. En la novela encontramos el tema homoerótico
que está ausente en “Andamos para no llegar”, en parte porque en la novela se viaja
al oriente, espacio propicio para esa masculinidad diferente.
La mujer, en estos textos de D’Halmar, debe forzosamente ser desplazada
porque no solo no puede formar parte de las cofradías masculinas, sino porque ame-
naza la existencia de dichas asociaciones masculinas. Es, la mujer, un sujeto peligro-
so que la narración presenta negativamente. Ese primer viaje de D’Halmar el escri-
tor a las afueras de Santiago de Chile para crear la Colonia Tolstoyana termina cuan-
do uno de los miembros de esta primera comunidad masculina se enamora y conse-
cuentemente se casa con una mujer. Esta mujer es la hermana de D’Halmar, y el
traidor, el colaborador y amigo de D’Halmar, Fernando Santiván. Para Sem Safir,
son las mujeres de su hogar las que le aumentan esa sensación de ser un desterrado
en su propia casa y de estar enterrado, ya que fue por una mujer que dejó de ser
viajero: “[l]a madre le resultaba extraña; su hermana ingrata, su mujer indiferente”
(p. 42). De manera similar al personaje Sem Safir que casi cae en las redes de una
mujer, el sujeto autobiográfico D’Halmar había dejado en Constantinopla a la mujer
que pudo haberle “normalizado” la vida desde la mirada, porque de haberse quedado
con ella en esa ciudad hubiera sido arrancado de la cofradía masculina. De esta
mujer no sabemos su nombre, ya que nuestro narrador la llama “Ella”. Sabemos que
pudo haberse casado con Ella, que le prometió volver al año; promesa que D’Halmar
cumple, excepto que vuelve en compañía de un hombre, Zahir, y vuelve para, a
escondidas, “cortar los últimos lazos que [le] hubieran sabido retener a una existen-
cia cualquiera” (p. 558). Hay otra Ella en La sombra del humo en el espejo: la esfin-
ge. Pero esta Ella, a diferencia de la mujer de Constantinopla, no es “seguramente de
su sexo” (p. 503), el femenino, sino más bien está entre sexos, femenina y masculi-
na. Las ellas de carne y hueso ponen en peligro al viajero, pero no la de piedra, la
ella símbolo, y que precisamente por ser símbolo no es del todo ella sino más bien
ambigua, quizás andrógina. Ella, junto con D’Halmar y Zahir, forman parte de una
Sylvia Molloy, refiriéndose a los viajes de Victoria Ocampo, ha señalado que el escritor
9
viajero va siempre, por lo menos en los siglos XIX y XX, a un lugar que ya le es conocido,
aunque sea la primera vez que viaja físicamente a ese lugar. Geografía conocida a través de
otros textos, de otros relatos –muchas veces de viaje– se viaja para construir un relato.
DESPLAZAMIENTOS DEL YO: MIRADA Y MASCULINIDAD... 91
raza aparte –ni humana ni felina– que existe entre las dos razas, y entre los dos sexos
en el caso de Zahir y la esfinge. El narrador describe a Zahir, vuelto enfermero
durante la enfermedad en la India, como un ser que posee las mejores cualidades de
ambos sexos: “yo no echaba de menos la presencia de una madre, de una hermana,
ni de una mujer: tanto sus discretos cuidados eran llenos a la vez de adivinación
femenina y de una viril energía que se me comunicaba” (p. 539). Pero nunca es él, el
narrador, el que es ambiguo. La resistencia de asumir el homoerotismo genera en-
tonces un desplazamiento a lo otro: Zahir y el espacio. Ni la Esfinge ni Zahir son
seguramente de su sexo.
La Esfinge pertenece a esta cofradía masculina a pesar de ser Ella, porque es
el lugar de encuentro de esta masculinidad, y funciona así como gesto fundacional
de la masculinidad diferente. En una de sus peregrinaciones a verla, D’Halmar acla-
ra la aparentemente contradictoria presencia “femenina” en esta cofradía:
10
Al utilizar el término madre para la Esfinge no creo que D’Halmar esté pensando en el
sentido de procreación y fertilidad que probablemente sugiera en una primera instancia a muchos
lectores, ansiosos por encontrar en el viaje de D’Halmar un “home-coming”.
92 NATALIA BRIZUELA
tradición, sino también la posible comunión con una mujer, mientras que en Chile, a
pesar de estar rodeado de mujeres, éstas no lo afectan. Estar fuera de lugar, eso
caracteriza al viajero.
Al estudiar el hispanismo en Muerte y pasión del cura Deusto, Sylvia Molloy
observa: “España es lugar de restauración moral y de renovación personal, donde
D’Halmar –a quién le gustaba recalcar su vocación por el cambio y la autofabrica-
ción– se refacciona o, como escribe literalmente: Me he rehecho” (Molloy 1999, p.
13)11. En España, Damián Barral no puede escapar de las garras de la tradición y de
la familia. Quedarse en España hubiera sido entonces llegar al seno de lo familiar, de
la historia familiar, y consecuentemente dejar de ser viajero. En La sombra del humo
en el espejo, el personaje D’Halmar no viaja por ni a España, sino al extremo oriente
donde hay también peligros, pero no relacionados con la tradición. Veremos más
adelante de qué manera la India afecta al viajero.
¿De dónde viene, o de dónde se ha ido el viajero de La sombra del humo en el
espejo? Esa es una de las primeras preguntas que el joven guía egipcio, Zahir, le
hace: “[d]esde ayer, yo que he visto hombres de todas partes, me devano los sesos
por descubrir de dónde eres tú” (p. 501). A ese de dónde es, D’Halmar nunca con-
testa, no solo para jugar la ambigüedad de la seducción con Zahir, sino también
porque no es de ninguna parte, o por lo menos así se ha construido, así se ha hecho
desde esos primeros viajes al bar portuario de Valparaíso. Zahir le dice que “sólo los
que han dejado de ser de ninguna parte tienen la figura que tú tienes. Uno cree
haberte visto ya. Y miras y hablas como si vinieras desde muy lejos y fueras a volver
a partir” (p. 502, subrayado mío). Es la mirada la única señal de pertenencia en
D’Halmar. Ni el idioma, ni el acento, ni el aspecto lo delatan. Ser viajero es no tener
origen, es haber borrado las huellas del origen, del pasado, de los antepasados, de la
nación para lanzarse a esa especie de tierra de nadie donde deambulan los caballeros
viajeros, los hermanos errantes. Por lo tanto, volver, regresar a casa es complicado,
si no imposible.
En el prólogo a esta novela leo el primer destierro. A pesar de estar en
Valparaíso, presumiblemente su hogar, el joven D’Halmar se siente ya desterrado:
[s]í, yo era un niño entonces y nadie podía suponer de qué tristeza de suerte, de
que incertidumbre de porvenir me escapaba las tardes de los domingos para
En el mismo estudio citado, Molloy señala lo extraño del hispanismo de D’Halmar dentro
11
del marco más general de sus textos: “[e]ste refaccionamiento, marcado en un nivel por la capa
y el sombrero andaluz, va acompañado por un deseo de estabilidad totalmente atípico en quien
más de una vez dijo preferir el movimiento, la falta de límites, las identidades fluidas” (p. 13).
DESPLAZAMIENTOS DEL YO: MIRADA Y MASCULINIDAD... 93
Los primeros viajes, imaginarios, suceden bajo el manto del viaje real al/en el
puerto, a esa taberna masculina en la cual el mar es el motivo principal de encuentro.
Antes de irse ya anticipa el deplazamiento al buscar la cercanía al mar –¿tal vez
también al mal?– y a esos hombres que simbolizan el viaje, los marinos. Podríamos
traspasar un comentario sobre el padre de Damián Barral al joven D’Halmar, “se
sentía como desterrado en su tierra y en su casa” (p. 42). Es importante remarcar la
contradicción en los sentimientos de este viajero: el viaje genera al mismo tiempo
una pérdida del ánimo y una atracción, como si el atractivo fuera precisamente ese
descorazonamiento y ese mareo. Poder transformar en literal esa sensación de des-
tierro, de no pertenecer, de estar fuera de lugar que desde siempre había sentido
podría ser una de las consignas del protagonista …, pero pensemos también en el
sentido de cautiverio dentro de la palabra cautivadora, en el aprisionamiento que
trae el destierro. El bar subterráneo, anticipo a los futuros viajes ya fuera de Chile,
es entonces una suerte de imán que a la vez lo seduce y lo priva de su libertad y lo
lanza hacia ese perpetuo irse que marca a La sombra del humo en el espejo. Viajar
es estar en cautiverio, es de alguna manera volverse adicto al vaivén del viaje, es no
poder volver y, en este sentido entonces, es algo que interrumpe la libertad. Y el
destierro que cautiva al niño D’Halmar es la expulsión del lugar determinado –Chi-
le– hacia el espacio siempre otro del nómade.
Pero en realidad en La sombra del humo en el espejo el viajero D’Halmar tiene
no solo un destino fijo –la India– sino también una ruta fija –pasar por Egipto. Es
entonces al oriente que D’Halmar va, y es en el oriente que la cofradía masculina
emerge. Casi un invento europeo –en cuanto a su representación y a su
representatividad– el oriente ha sido durante siglos el lugar en donde ocurren experien-
cias inolvidables, memorias encantadas, romance. Este orientalismo está basado en-
tonces en la apropiación del oriente como lo exótico por excelencia. Zahir, al llegar a
París y estar desplazado, dislocado, mirado por los parisinos, es en palabras de
D’Halmar un “efebo exótico” (p. 585), remarcando así no solo su rareza sino su ero-
tismo. Como ya dije, exótico y subalterno, el oriente, en particular y con mayor fuer-
za a partir de comienzos del siglo diecinueve, es a la vez el objeto de deseo y el objeto
de control de esa mirada europea. Esta proyección de lo otro por excelencia al orien-
te ocurre generalmente, como ha señalado Joseph Boone, en y a través de narrativas
explícita o implícitamente homoeróticas. Los sujetos europeos de estas narrativas
94 NATALIA BRIZUELA
ENFERMEDADES
mi inquietud por esa etapa tierras adentro ... mi pena de marino de ver concluir-
se mi vida libre del mar. La tierra, que, más avara, ni los despojos devuelve de
aquellos que se traga, iba a maniatarme otra vez con las mil trabas de sus com-
promisos (p. 530).
o invisible del sol” (p. 535). El extremo oriente funciona así como desestabilizador
para el viajero. A pesar de ser un lugar que el protagonista soñó y añoró desde su
infancia, un lugar que permite y facilita deseos y fantasías, es un lugar que no permi-
te la fluidez y que más bien estanca y paraliza la identidad.
La parálisis ocurre de manera radical: D’Halmar se enferma con “un mal des-
conocido y como bíblico, que no tenía nombre” (p. 538), que lo deja en cama por
sesenta días. Al final de esta enfermedad, D’Halmar cambia de piel, o mejor, cam-
bia de vestido. D’Halmar sale de esta enfermedad hecho un nuevo hombre12: con
nueva piel, cabello, incluso uñas. Al describir la descomposición de su propio cuer-
po, D’Halmar dice que “percibía mi propio hedor a cadáver” (p. 538). Esta meta-
morfosis o cambio de piel podría pensarse como una muerte. Dentro del deseo por
fundirse y confundirse con todo, la muerte sería la fusión total y mayor. Tanto en
“Andamos para no llegar”, como en La sombra del humo en el espejo los personajes
sienten que la muerte es llevar el viaje hasta el límite, es “acabar de irse”13 o fundirse
completamente, hasta tal punto que la identidad, toda la identidad y todas las identi-
dades, quedan disueltas en una nada. En este caso, el desplazamiento sería entonces
la búsqueda por la muerte. Y a través de la muerte –incluso figurativa, como en el
caso de D’Halmar en La sombra del humo en el espejo– la posibilidad de construir
nuevas identidades posibles.
12
D’Halmar describe el fin de la enfermedad de la siguiente manera: “[s]alí de esa prolongada
inmovilidad, donde obraran, sin embargo, tantas fuerzas, con una tal hiperestesia, que, por
ejemplo, las yemas de los dedos podían palpar el tejido de las sábanas, contar las mallas y
encontrarlas ásperas al tacto y casi hirientes. Al ponerme en pie, el agua perlaba la piel como
una piedra porosa; las plantas, que habían perdido la dureza de los caminos recorridos, me
parecían envueltas en algodones, y caía alrededor mío a cada paso una nevada de partículas
que Zahir recogía por paletadas y que era todo el viejo hombre que yo despojaba de un golpe.
Hasta las uñas cambiaban, de las manos y de los pies, y bajo los cabellos, desprendiéndose por
manojos ralos y mustios, como chamuscados, otros crecían, plateados y tupidos” (p. 542).
13
El narrador se refiere a la muerte de Eliseo Safir, padre de Damián Barral, de esta manera:
“[a]l poco tiempo acabó de irse, que no otra cosa es morirse” (p. 42). Y en una excursión
nocturna por el desierto en Egipto, D’Halmar relaciona el fundirse con la muerte: “[d]os o tres
veces he experimentado este desvanecimiento en que no sólo varias existencias se confunden,
sino en que se funde lo que tiene con lo que no tiene nombre. Y he llegado a pensar que no
debe de ser otro el vértigo de la muerte” (p. 511). Sería interesante desarrollar con detalle, en
otro lugar y momento, la relación entre los conceptos que aquí trabajo – desplazamiento, viajero,
espacio– y la muerte, utilizando el ensayo de Freud “Beyond the Pleasure Principle”. Ver
Sigmund Freud. “Beyond the Pleasure Principle,” On Metapsychology, trans. James Strachey.
London: Penguin, 1991, pp. 275-338. Así podría lograr una aproximación a ese afán por la
autodestrucción que hay en el texto.
DESPLAZAMIENTOS DEL YO: MIRADA Y MASCULINIDAD... 97
De esta muerte, D’Halmar emerge nuevo, otro. En la India vive unos simbó-
licos nueve meses. Y este nuevo yo necesita volver a occidente. El espacio, peligro-
so a causa de la fuerza con que es capaz de llevar al viajero hasta el límite parece ser
cómplice de la enfermedad. El clima del espacio suscita la enfermedad, dándole así
una explicación y razón lógica a lo que no se puede nombrar, “un mal … que no
tenía nombre” (p. 538), y solamente se puede describir. Antes de que D’Halmar se
enferme, este narrador le adjudica a la India síntomas de enfermedad. Un país enfer-
mo a causa del clima tórrido, del sol eterno y sofocante, de una naturaleza como
afiebrada (p. 538). El primer contacto humano de D’Halmar en la India es, también
a manera de presagio, con otra persona extranjera, otro desterrado, a quien el clima
le elefantizó el cuerpo. Interesante, e importante, que esta persona sea una mujer, ya
que como he señalado, la mujer es necesariamente desplazada en este texto de
D’Halmar para poder constituir más fácilmente la cofradía masculina. Entonces,
que la hotelera rusa, una de las pocas mujeres que no solo aparece en el texto sino
que además habla, tenga un cuerpo elefantizado, y sea descrita como ogresa y de
tamaño monumental, ofrece una doble lectura: la manera en que el clima de un cierto
espacio afecta al extranjero y, por otro lado, separar al cuerpo de la mujer del yo
masculino.
En el delirio de esta enfermedad, D’Halmar no solo desnuda su cuerpo a los
cuidados de Zahir –el único que no se detiene ante la visión del enfermo, que lo
cuida sin caer en el asco que suscita su cuerpo hinchado– sino también su alma. Es
éste el momento en que más se acercan, o, para usar las palabras de D’Halmar, más
se funden las identidades de D’Halmar y de Zahir:
[e]ramos uno en dos en el vasto mundo de los extraños, y no nos teníamos sino
el uno al otro. Nunca volveré a sentir con nadie la sensación de identificación
absoluta que me inspiraba su afecto. Nunca, ni con el propio Zahir, volví a
sentirla, una vez pasada esa postración en que se desnudara mi alma (p. 539,
destacado mío)
¡[e]se [Zahir] no hace, sobre todo ése no premedita hacer literatura con su pena!,
no se mira llorar, no aquilata desde luego sus lágrimas calculando el tamaño de
las piedras preciosas que podrá tallar cuando se cristalicen [...] Y yo lo envidio
sintiéndolo tan por encima de la explotadora doblez de los artistas, los pobres
hombres como yo (p. 589).
14
Ver Molloy (1999) para un acercamiento a este interrogante.
DESPLAZAMIENTOS DEL YO: MIRADA Y MASCULINIDAD... 99
“¿[n]o ves que tu infante se yergue, que viene hacia mí? ¡Ah, taumaturgo!
Puedes dar gracias que yo sea un bairagi (un santo hombre), porque del mismo
modo podría hacer que me siguiera hasta el fin del mundo” (p. 547).
No es éste sino otro niño, un poco mayor, el que lo ha seguido hasta el fin del
mundo, o por lo menos hasta el extremo oriente, y que lo continuaría siguiendo –si el
amo así se lo permitiera: Zahir, su chela, su amante.
D’Halmar el viajero deja el extremo oriente, vuelve a Europa, y así poco a
poco va dejando también a su Zahir, su joven compañero, guía, sirviente, hermano,
chela. Pero la mirada, ese “mirar de cierto modo” que lo caracterizó desde joven,
que hizo de él un hombre del mar, que lo marcó como perteneciente a una sexualidad
“incierta” queda reafirmada más que desechada al final de la estadía en el oriente.
Tan reafirmada quizás que D’Halmar, podríamos decir, huye de ella, o sea, de sí
mismo, de esa fusión total que le fue dada en oriente bajo el velo de una enfermedad,
innombrable. Tan innombrable como su deseo.
BIBLIOGRAFÍA CITADA
RESUMEN / ABSTRACT
Este trabajo ofrece una lectura de Sombra del humo en el espejo y “Andamos para no llegar”, de
Augusto D’Halmar, y sostiene como hipótesis que el sujeto en D’Halmar se construye como tal a partir
del desplazamiento. La intersección de por un lado el discurso orientalista y por otro lado, los discur-
sos sobre la decadencia y la degeneración forman parte del contexto ideológico desde el cual un sujeto
tan confuso se formula. El viajero, y específicamente el viajero masculino, es el tropo desde el cual y
a través del cual se articulan los mencionados discursos. En estos textos el viajero masculino tiene la
marca de una diferencia –su mirada– que lo sitúa como parte de una fraternidad diferente.
DISPLACEMENT OF THE I/EYE: GAZE AND MASCULINITY IN SOME AUGUSTO D’HALMAR’S TRAVELS
This paper offers a reading of Augusto D’Halmar’s Sombra del humo en el espejo and “Andamos para
no llegar” based on the hypothesis that in these texts the subject is constructed through displacement.
The orientalist discourse and on the other hand of the discourses on decadence and degeneration are
the ideological contexts out of which such an unstable subject is formulated. The traveller, and
specifically the male traveller, functions as the trope from and through which the above mentioned
discourses are articulated. In these texts the male traveller bears the mark of a difference –his gaze-
which places him within a different fraternity.