Cuentos 0ctavo

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El perturbado inquilino

No creo en fantasmas, pero últimamente unas voces miedosas han abrumado las habitaciones y muchas pisadas han
medido la largura polvorienta de los corredores. He percibido charlas en que una voz le cuenta a otra sus pánicas
aventuras de caza, o el cabal rendimiento de sus acciones en la capital Edimburgo, o sus prohibidos amores.
Estoy muy intranquilo porque es la primera vez que semejantes seres impredecibles perturban la paz de este castillo en el
que he sido feliz siglos y siglos, ambulando sus aposentos y patios, atravesando sin abrir las puertas, viendo el alba por
entre sus ruinosas paredes, o inventado huracanados silbidos que hacen bambolear las ventanas como si las animara la
vida.

La esfinge de Tebas
La esfinge de Tebas La otrora cruel Esfinge de Tebas, monstruo con cabeza de mujer, garras de león, cuerpo de perro y
grandes alas de ave, se aburre y permanece casi silenciosa. Reposa así desde que Edipo la derrotó resolviendo el enigma
que proponía a los viajeros, y que era el único en su repertorio. Ahora, escasa de ingenio, y un tanto acomplejada, la
Esfinge formula adivinanzas y acertijos ingenuos, que los niños resuelven fácilmente, entre risas y burlas, cuando van a
visitarla a su morada, durante el fin de semana....

El duende de Adgate
Catherine Crowe

Durante el crudísimo invierno de 1799, fue visto un lobo en Adgate, Leadenhall y Cornhill, en pleno centro de Londres.
Al principio se creyó que se trataba de un enorme perro vagabundo, extrañamente peligroso; pero numerosos testigos
comprobaron que se trataba de un lobo y, además, ¡de notables dimensiones!
Sobre todo atacaba a las mujeres que llegaban tarde a sus hogares y también a los hombres que no iban armados, pues el
animal parecía intuir desde lejos si llevaban o no un arma peligrosa.
En la noche de san Ambrosio hacía un tiempo infernal y las calles estaban desiertas, cuando el oficial de sanidad Br…
cruzó Fenchurch en su pequeño coche.
Cuando llegó a la altura de la plaza principal, el lobo surgió de un callejón sin salida y se abalanzó sobre la cabeza del
caballo.
Pero el lobo recibió lo suyo, pues el caballo, un animal joven y robusto, se apartó y lanzó una violenta coz.
El lobo, alcanzado en la mandíbula, profirió un siniestro alarido e intentó huir.
Pero el médico no se conformó con esto, siguió al lobo hacia el callejón sin salida en el que se refugiaba y, desde lejos, le
disparó un tiro.
El monstruo cayó, se incorporó y desapareció por el corredor de una casa, cuya puerta se cerró inmediatamente tras de sí.
El Dr. Br… llamó inútilmente a la puerta, nadie acudió a abrirle.
A la mañana siguiente dio parte al oficial de policía del barrio que, acompañado de dos hombres armados, se dirigió a la
casa indicada.
La vivienda estaba ocupada por un pequeño rentista llamado Smigger, un hombre temido y detestado por toda la vecindad
debido a su mal carácter y a su brutalidad.
Al no responder a los requerimientos del oficial de policía, hundieron la puerta y, desde la entrada, en un ángulo del
corredor, vieron a Smigger en el suelo, muerto, en un mar de sangre.
Tenía destrozada la parte inferior de la cara y una bala de pistola en los riñones.
No se encontró la piel de lobo, pero en todas partes de la casa había huellas de enormes patas con garras, así como una
gran provisión de carne cruda e incluso una cabeza humana completamente despedazada.
El Dr. Br… tuvo la curiosidad de examinar, asistido de varios expertos, los enormes excrementos que se encontraron por
todas partes en la siniestra vivienda, y tuvieron que concluir con pavor que se encontraban ante las deyecciones de un
lobo.
Smigger jamás había abandonado Londres y fue imposible explicar este caso de licantropía.

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