El Carro Triunfal Del Antimonio
El Carro Triunfal Del Antimonio
El Carro Triunfal Del Antimonio
Basilio Valentín
Un aporte de:
www.santuario.cl
PREFACIO
Yo, hermano Basilio Valentín, monje profeso de la orden de San Benito, te propongo
desde el principio amigo lector, una breve advertencia concerniente a lo que debe
conocer previamente el espagiristaque busque con escrúpulos el verdadero Arte. Así el
espagirista que desee poseer de manera muy segura este Arte hermético, considere esto
con mucha profundidad y una muy alta inteligencia. En efecto, si lo que voy a exponerle
fuera menospreciado, obraría muy ciertamente en vano, porque estas cosas deben ser
observadas como sigue.
En esta consideración he encontrado cinco cosas principales que todos los verdaderos
filósofos y amantes de las ciencias deben observar.
Discurramos en particular estas cosas para producir una obra en general perfecta y útil a
todos.
Primer Punto, Concerniente a la Invocación del Santo Nombre de Dios
La invocación de dios se debe hacer por medio de una evocación celeste, de un corazón
puro y de una conciencia no falseada, sin orgullo ni hipocresía, ni otros vicios tales
como la soberbia, la arrogancia, las maneras mundanas, el lujo, la vanidad, la opresión
del prójimo y otras tiranías y abusos de este género. Todos estos vicios deben ser
extirpados del corazón y purificados, a fin de que si se quiere llegar al trono de la
Gracia para la salud del cuerpo, después de haber separado el grano bueno de la cizaña,
sea dispuesto un templo sagrado y decorado lo mejor posible. Porque os digo en verdad
que dios no se deja engañar como imaginan los pseudosabios y eruditos de este siglo,
sino que quiere ser invocado y reconocido como el creador de todas las cosas del mundo
por un reconocimiento y una obediencia recíprocos. Lo que es justo y razonable, porque
el hombre no tiene más que lo que ha querido darle por su bondad infinita. Le ha dado
el cuerpo, la vida, el espíritu para obrar en este mundo y el alma muy noble. Y para la
conservación de esto, nos ha dado por su gracia el verdadero y eterno Verbo divino,
para alimento del alma espiritual y para su felicidad eterna. Ha dispuesto para el
mantenimiento del cuerpo todo lo que le es necesario, el alimento, la bebida, los
vestidos, los zapatos, todas las cuales da al que le invoca con sinceridad, humildad y de
lo más profundo de él mismo, el ancianísimo Padre que ha creado el cielo y la tierra, y
todas la cosas visibles e invisibles, el firmamento, los elementos (los planetas) y todas
las demás criaturas. Porque estoy seguro que ningún hombre impío y malvado podrá
obtener la verdadera ciencia de la medicina y mucho menos gozará del pan celeste,
verdad inmutable y dulce de la eternidad.
Es por esto que siguiendo mi doctrina, es preciso primeramente que todos vuestros
deseos y vuestras esperanzas estén fundados en la voluntad del Creador, que pidáis su
bendición eterna, a fin de que vuestros principios los toméis del temor de Dios y que por
su asistencia podáis llegar al fin de la sabiduría que deseáis, porque el temor a Dios es el
comienzo de la sabiduría.
Las operaciones manuales se hacen por una práctica continua. Y la ciencia se adquiere y
tiene su gloria por la experiencia, con tal distinción que una se conoce antes que la otra
por cierta facultad. Y la anatomía de las cosas es el verdadero juez de estas dos. Las
operaciones manuales dan a conocer cómo todas las cosas (escondidas) se pueden
volver manifiestas que notorias. La ciencia nos da la práctica y los verdaderos
fundamentos para devenir buen practicante, y no es otra cosa que la confirmación de las
operaciones manuales, cuando han procedido bien y descubierto los secretos de la
naturaleza que estaban antes escondidos. Porque así como en lo que concierne a las
cosas espirituales del alma se debe preparar el camino que lleva al Señor, así para estas
cosas es preciso que un camino sea previamente preparado y abierto, a fin de que el
buen sendero sea alcanzado y tomado para la salud temporal, sin vagar ni dar rodeos y
de una manera aprovechable. Tal es la preparación.
Después que los medicamentos han hecho su operación y son llevados a los miembros
del cuerpo para combatir la enfermedad y hacer los efectos destinados, queda
finalmente observar la utilidad o el perjuicio que tal operación habrá producido. Porque
se de pueden hacer medicamentos que operen más para el mal que para el bien, y en tal
caso no son medicamentos sino venenos.
Es por ello que es preciso remarcar bien este punto, y poner por escrito todo lo que se
examine en lo tocante a la utilidad y perjuicio que los medicamentos hacen a los
enfermos, a fin de que en casos semejantes se los pueda evitar. Además, para el uso y la
utilidad, es preciso notar si el mal está abierto o si posee solamente una sede interna no
abierta. En efecto, los males externos difieren de los internos, y sus remedios son
diferentes. Es por esto que conviene buscar si los metales pueden ser cuidados por
remedios puramente externos o si deben ser expulsados del interior. Porque si los males
existen en el centro del cuerpo, es preciso atraerlos o calzarlos por algún remedio
interior a la circunferencia o fuera, por lo que es preciso recetar tales medicamentos que
puedan penetrar hasta el centro de la enfermedad, disipar las causas mortificas y
restaurar enseguida la salud, si se viene hasta el centro.
Notad que todas las enfermedades externas que tienen su origen en el interior y que se
detienen en algunas partes no se deben curar por medicamentos externos, o de otro
modo la muerte es segura. Lo mismo que si alguno quisiera rechazar hacia su centro las
flores de una planta que están impelidas hacia el exterior, no solamente ningún fruto
saldría de la flor, sino que el jugo, habiendo sido rechazado contra natura hacia el centro
de donde había ascendido extrayendo su nutrición de la tierra, no sería ninguna utilidad
para la planta, a causa de este violento rechazo. Además la planta se sofocaría
completamente porque la humedad proveniente del alimento terrestre no podría
rechazarse.
Es por esto que es preciso diferenciar las heridas recientes exteriores de las úlceras de
los tumores antiguos procedentes de alguna indisposición interna. Porque las heridas
externas se pueden curar por medios tópicos y exteriores, pero las úlceras tienen
necesidad de medicamentos internos para agotar el origen de tales enfermedades. No
hay habilidad alguna en curar una herida reciente hecha por alguna causa externa.
Porque un simple campesino la puede medicinar con un pedazo de tocino. Sino que el
artificio consiste en impedir los síntomas que pueden llegar y en agotar el origen de los
que proceden algunas partes internas heridas. Prestad atención todos vosotros, médicos
y doctores que ejercéis la medicina sobre esta tierra. Maestros, maestros en una y otra
medicina quiero decir la externa y la interna, reflexionad sobre vuestro título honorífico
y en vuestra conciencia, examinad si le tenéis de Dios o si no es solamente de pura
forma y usurpado por ambición. Porque hay una tan gran diferencia entre la medicina
externa y la interna, tal como he indicado, como la hay entre el cielo y la tierra. Si tenéis
vuestro título de Dios, entonces el Eterno os prestará asistencia, bendición y felicidad,
salud y prosperidad y opulencia. Pero si es recibido y concebido por Dios y solamente
vistas a saciar un exceso de orgullo, entonces caeréis de vuestra grandeza y os
prepararéis vosotros mismos el fuego eterno e indecible del infierno. El Señor Cristo
nuestro Salvador, dijo a sus queridos discípulos: "Vosotros me llamáis señor y Maestro,
y hacéis bien". Así, cualquiera que quiera llevar legítimamente su título honorífico debe
reflexionar a fin de obrar bien, es decir, de no abusar, de su título y de no sobreestimarlo
ni jactarse de más cosas de las que ha aprendido. El que quiera tener reputación la
reputación de doctor y maestro en una y otra medicina debe estar versado en una u otra,
la del exterior, a fin de que sepa la disposición interna de los cuerpos, gracias a la
anatomía, y de ahí que extirpe la enfermedad de no importa qué miembro y pueda saber
indicar la razón, la causa y la manera con que se debe afrontar el mal; y exteriormente
que pueda comprender los males abiertos y las heridas. ¡Dios mío! ¿dónde se
reconocería este título y dónde quedaría un maestro en una y otra medicina si se hiciera
pasar un examen serio a la mayoría de los que lo llevan? Largo tiempo antes de mí y en
los tiempos antiguos, los médicos cuidaban con sus manos las enfermedades,
particularmente las externas, puesto que este oficio lo exige. Pero en nuestro siglo,
alquilan criados y domésticos que ejercen la cirugía. Y así este arte muy noble ha
devenido un vil trabajo que no pueden apenas tener vergüenza de cumplir los que no
saben ni leer ni escribir. Más aún, los mismos que son capaces de hacer salir un asno de
un campo labrado son ahora maestros de medicina externa -y los doctores médicos, sus
discípulos- y ellos pueden ejercer más felizmente y con mejor conciencia este arte, por
decir libremente la verdad, que tu "médico cirujano" ignorante que te glorificas de tus
títulos adquiridos por pura ambición, pero que no eres ni uno ni lo otro.
¿Qué clase de doctor eres tú? ¿Qué clase de médico? No te irrites por mi discursos y mi
opinión, porque estarás constreñido a reconocer tu ignorancia si te interrogo
cuidadosamente de heridas infligidas por cortaduras y picaduras; porque hay tantos
juicios en tu cerebro, como en la cabeza de una gallina pintada para los niñitos sobre un
abecedario. Os aconsejo pues a todos, eruditos, seáis de una magnífica o baja condición,
considerar en primer lugar, en virtud de la ciencia y de la conciencia que son exigida de
los doctores y de los maestros, la verdadera doctrina que consiste la preparación de las
cosas, y después el método de servirse de ellas. Entonces os arrogaréis con derecho un
título honorífico adecuado, llevaréis con confianza y eficacia socorro a los hombres, y
rendiréis gracias a vuestro Creador con un corazón puro.
En función de lo que hemos dicho, cada uno debe examinar y ver si puede usar
legítimamente su título. Porque el que desee reivindicar un título debe comprenderlo
exactamente y justificar su tenencia. No basta en efecto, decir con el vulgo: "He aquí
una gruesa mierda muy hedionda" -sin querer lastimar los oídos honorables e ignorar la
causa de su hediondez, ya que el hombre puede haber comido manjares de olor muy
suave y expulsar un excremento muy fétido. Sino que conviene saber la razón por la
cual un manjar fragante se transforma en una cosa monstruosa cuya causa es
putrefacción natural. E inversamente, ocurre lo mismo en lo que concierne a las cosas
aromáticas. No se debe considerar simplemente el olor, sino que es de un verdadero
filósofo el buscar.
Ahora bien, para entablar discursos de nuestra inversión, es preciso remarcar que el olor
de los cuerpos debe ser observado cuidadosamente por los que son verdaderamente
filósofos. Los cuales deben buscar cuál es tal olor bueno o malo, de dónde proviene, en
qué consiste su virtud, y cómo se puede extraer su utilidad para la salud del hombre.
Porque ocurre que una basura pestilente abona la tierra, la alimenta y la fertiliza, de
manera que produce frutos fragantes. Lo que ocurre por varias causas, pero querer
describir todas en particular, tales como la alteración, las corrupciones y generaciones
admirables de la naturaleza, implicaría hacer grandes volúmenes Pero la causa principal
de tales transmutaciones y cambios de una forma en otra es ésta, a saber, la digestión y
la putrefacción, en la que el fuego y el aire producen una madurez natural de las cosas, a
fin de que el agua y de la tierra se haga un cambio. Por lo mismo, se puede separar un
bálsamo fragante del estiércol pestilente de un campesino y recíprocamente de un
bálsamo fragante hacer una materia hedionda. Me podréis decir con razón que os aporto
comparaciones groseras; es verdad lo reconozco. Pero los que buscan la causa de las
cosas no deben formalizarse, puesto que ellas nos enseñan cómo se pueden transformar
las cosas viles en cosas preciosas, y las más nobles en viles; cómo se puede hacer para
degenerar un buen medicamento en veneno y cambiar la malignidad de un veneno en un
medicamento muy útil; de una cosas dulce u agradable a la Naturaleza producir una
amarga y corrosiva; y de las corrosivas hacer buenas y útiles.
¡Oh, Dios mío! la Naturaleza no deja siempre abierto el gabinete de sus secretos a cada
uno, porque habéis dado la vida a los hombres tan breve que no pueden llegar al final de
todos vuestros misterios naturales. Habéis hecho bien en reservaros los más grandes, a
fin de que cada uno se contente con admirarlos y daros la gloria que merecéis como el
Creador de todas las cosas. Acordadme la gracia de que pueda siempre admiraros
siempre de vuestras obras y alabaros eternamente en mi corazón; que pueda además de
la salud y el alimento corporal que vuestra bondad infinita me ha dado, obtener la del
alma en vuestra celeste morada, la cual no tengo duda alguna, puesto que en el Árbol de
la Cruz habéis derramado el verdadero Bálsamo y el Azufre del alma, para mí pobre
pecador, y para todos los demás. Es el azufre admirable, el verdadero medicamento de
las almas pecadoras y penitentes, que las cura de la muerte eterna y que da la vida feliz
a los elegidos, así como la condenación eterna a Satán y a sus adherentes.
Y antes es preciso saber que todas las cosas del mundo contienen en ellas mismas
espíritus activos y vivificantes que habitan en los cuerpos, los cuales se alimentan de
ellos, se nutren, se mantienen; los mismos elementos no están sin espíritu. Esa morada
es preciso buscarla en todos los cuerpos, sea buena o mala. Los hombres y todos los
animales tienen en ellos un espíritu activo y vivificante el cual siendo separado de sus
cuerpos, no deja más que un cadáver. Todas las plantas contienen en ellas un espíritu de
la salud humana, de otro modo uno no podría servirse de ellas en la medicina. Los
metales, semejantemente, y todos los minerales, mantienen con ellos un espíritu
imperceptible en el que residen principalmente todas sus facultades y virtudes, en lo que
pueden servir a la vida del hombre. Porque todo lo que está despojado de esto espíritus
no es más que un cuerpo muerto y no puede producir ninguna operación vivificante.
Es por esto que es preciso concluir que hay en el antimonio un espíritu que reina. El
cual debe ejecutar todas las operaciones y virtudes que vemos salir de tal cuerpo
mineral, lo que se hace sin embargo invisiblemente, lo mismo que la calamita tiene
también una virtud escondida de atraer hacia sí el hierro, que conserva totalmente en sus
espíritus, de los que hablaremos en mi tratado sobre el imán.
Los espíritus de los cuerpos son de varias clases. Porque los hay que son visibles a los
sentidos exteriores, que tienen alguna inteligencia y un razonamiento espiritual. Los
cuales, sin embargo, se vuelven imperceptibles cuando quieren y se despojan de su
cuerpo. Tales son los espíritus de los elementos y los que habitan cerca de ellos, como
los espíritus del fuego que parecen chispas en el aire y tienen formas visibles de
diversas clases. Hay otros que son los espíritus del aire, que permanecen siempre en él.
Por lo mismo hay espíritus en el agua, que se llaman acuáticos. Finalmente los hay en la
tierra, los cuales se muestran en lugares grasos, alrededor de las minas y de las
montañas. Yo los dejaría tal como son hasta el día del juicio universal, en el cual deben
recibir sus sentencias como nosotros las nuestras. Dejo este secreto a la inescrutable y
divina sabiduría del Todopoderoso.
El fuego separa los espíritus y el maestro forma la materia. Y lo mismo que un mariscal
herrero no se sirve más que de un fuego y una sola materia, que es el hierro, del cual
forma diversos instrumentos, de manera que de una sola materia prepara diversas
formas para diversos usos, por lo mismo se pueden formar del antimonio varias cosas
útiles. El Artista es el herrero que forma (la materia); Vulcano suministra la clave; la
operación y la utilidad proveen la preparación y la experiencia.
¡Oh, Dios mío! ¿Por qué el mundo está tan loco que no tiene vista, ni orejas, ni espíritu?
¿Porqué no hace diferencia entre los engañadores y charlatanes, y la verdadera ciencia
que se conoce por el uso de los medicamentos? Si tiene tan poco juicio ¿no debería
abandonar el cenagal en el que está continuamente abrevando para venir a beber las
aguas vivas de la salud en el verdadero manantial de la vida?
Quiero que todo el mundo sepa que volveré a la realidad a varios grandes momentos
ignorantes, y que al contrario, muchos pobres escolares que son rechazados y
menospreciados se volverán sabios por los efectos de mis experiencias, e incluso
grandes médicos. Porque siguiendo mi doctrina, obtendrán todo lo que anhelan y
tendrán un perpetuo recuerdo de mi memoria cuando ya esté en la tumba. Y los que,
después de mi deceso, quieran resucitar mi cuerpo para disputar conmigo, encontrarán
la respuesta en mis escritos, estando seguro de que los que de mi doctrina no olvidarán
mis preceptos. Porque harán conquista del imperio de la verdad, que es el fundamento
de mis opiniones, y que será siempre triunfante contra todos los embustes y
permanecerá siempre victorioso.
Además, el lector debe ser advertido de que hay varias clases de antimonio. Porque uno
es bello, puro y tiene una propiedad del oro, porque contiene en sí mucho mercurio. El
segundo contiene mucho azufre y no se aproxima tanto a la naturaleza del oro como el
primero, que tiene varios pequeños rayos blancos y resplandecientes. Es por ello que el
primero es mejor que el otro para el uso en la medicina química, lo mismo que la carne
de pescado es menos buena para el alimento el cuerpo humano que la de otras bestias
terrestres, aunque sean todas animales; así la misma diferencia se encuentra de un
antimonio a otro.
Además se deberá advertir que hay varias personas que escriben sobre las facultades del
antimonio. Pero la mayoría de éstas no entienden las razones de sus virtudes y no han
aprendido ni encontrado jamás por qué medio se las puede reducir en acción; en tanto
que no escriben más que con opinión y para la gloria que buscan escribiendo. Y no es
preciso asombrarse si no entienden lo que desean. Porque para hablar pertinentemente
del antimonio, es necesario haber hecho varias observaciones de sus virtudes, haber
soportado gran trabajo de su preparación, y haber encontrado el verdadero espíritu en el
cual reside su virtud, a fin de que se puedan dar verdaderos documentos y tener una
ciencia infalible para conocer lo que es malo o bueno de él, lo que es veneno o
medicinal. No es necesario mas que saber hacer un buen examen del antimonio para
penetrar en su esencia y encontrar por experiencia cómo es preciso separar de él su
malignidad arsenical, de la que se quejan tantas personas, y volverla un medicamento
benigno sin veneno alguno.
El antimonio se puede con razón comparar a un círculo que no tiene fin, igual que es
calificado el mercurio. Es de todos los colores del mundo, y cuando más se buscan sus
virtudes, más se pueden apreciar, supuesto que se proceda como es necesario. En fin, un
hombre no puede conocer todas sus virtudes, a causa de que su vida es demasiado corta.
Es verdad que es un veneno, e incluso un veneno de último grado. Pero también, sin
veneno, se puede decir que es el remedio de los remedios y el primer tesoro de la vida,
aplicado interiormente y tomando interiormente. Lo cual no pueden ver los que están
ciegos por la ignorancia. Este defecto les debería ser perdonado si fuera el único; pero el
peor es que no quieren ver ni aprender nada en este caso ni en otros semejantes.
La mayoría de los hombres de hoy no buscan las facultades del antimonio con otra
intención que para adquirir alguna vanagloria o acumular riquezas mundanas, no se
preocupan de la utilidad que se puede sacar para la medicina y la salud de los hombres,
la cual debería ser la meta principal de todos los que buscan los secretos de la
Naturaleza, a fin de que el autor de ésta sea bendecido y alabado en sus propias
maravillas.
Por tanto no envidio la fortuna de los que buscan los secretos de la Naturaleza, y que
han encontrado y descubierto en este mineral secretos admirables. Porque la Bondad
divina da sus gracias particulares a quien le place. Sin embargo, a causa de que el
mundo está lleno de ingratitud y no reconoce los beneficios de su Creador, ocurre a
menudo que su justicia le venda los ojos, a fin de que no pueda conocer las propiedades
y los secretos de la Naturaleza que se encuentran en su forma metálica.
Todos los hombres no hacen más que desear las riquezas, y cada uno dice: "Yo querría
devenir rico y opulento, como dicen los Epicúreos; supuesto que pueda adquirir bienes
corporales, encontraré en abundancia los espirituales". Todo el mundo se asemeja hoy a
ese Rey Midas, que según la afición de los poetas no deseaba más que convertir en oro
todo lo que tocara. Es por esto que la mayoría estudian cómo encontrar los medios para
enriquecerse por el antimonio. Pero como han olvidado a su Creador en sus
comentarios, omiten las acciones de gracias que deben previamente ser rendidas, y
descuidan la caridad debida a su prójimo, tocan la boca de un caballo del cual ignoran la
edad y la fuerza; pareciéndose en ello a los que estaban presentes en las Bodas de
Canaan en Galilea, cuando nuestro divino Señor cambió el agua en vino. No podían
comprender cómo se hizo ese milagro, aunque viesen el color y gustasen la dulzura del
vino. Porque nuestro Señor no quiso descubrirles su omnipotencia, a fin de que tuviesen
motivo de admirarle. Es por ello que afirmo que incumbe a todos buscar los misterios
puestos por el Creador en su creación. Porque aunque no se pueda imaginar que alguien
pueda alcanzar el conocimiento perfecto así como los otros milagros del Salvador, sin
embargo no está prohibido el buscarlos, porque es preciso que aprenda todo esto por
una labor y una reflexión muy asiduas, a fin de no tener que quejarse de sufrir una
enfermedad o la pérdida de sus riquezas y de la salud, sino más bien a fin de que pueda
alegrarse y regocijarse. Es por esto que no debe faltar el dar gracias a su Creador por
todo.
Es por ello que cualquiera que quiera devenir un verdadero anatomista en antimonio
debe en primer lugar observar la descomposición o la apertura de los cuerpos, a fin de
alcanzarlo por la vía adecuada, en su lugar y sin error. En segundo lugar debe observar
el régimen del fuego, a fin de que no aumente o disminuya demasiado, que no se hiele o
sea demasiado ardiente, porque en el fuego consiste el punto principal, a fin de que los
espíritus sean expulsados, desnudos y dejados libres para operar, y que sin embargo esta
virtud activa no arda ni perezca. En tercer lugar, debe observar el uso y una cierta
medida, como he dicho más arriba, a propósito de las cinco cosas fundamentales
necesarias a los químicos, que repito sin embargo por parábola.
Por ejemplo, digo que lo mismo que cuando que cuando un cervecero quiere hacer la
cerveza con cebada, trigo candeal y otro trigo, es preciso que la pase por todos los
grados de preparación antes de extraer la virtud del trigo antes de apropiarla en bebida.
Primeramente, es preciso poner la cebada en el agua para hacerla ablandar, así como lo
he observado cuidadosamente, cuando era adolescente, en Bélgica y en Inglaterra, y eso
no es más que la putrefacción. Después, se la extrae del agua y se la deja gotear; se la
pone en un montón hasta que esté caliente y comience a germinar por medio del calor:
he ahí una diogestión. En seguida se extiende el montón de cebada, de trigo u otro, se
hace secar al aire o al fuego, y he ahí la reververación o coagulación . Parejamente se
hace moler el trigo que está bien seco, lo que no es otra cosa que la calcinación. De
manera que el cervecero hace pasar por todos esos grados de preparación la materia de
la que quiere extraer la esencia para preparar la cerveza, y hace hervir todo junto con
agua: y eso se puede llamar destilación a grosso modo. El lúpulo que se añade a la
cocción es la sal vegetal y un preservativo para conservar largo tiempo la cerveza en su
estado y para impedir una nueva putrefacción. Los españoles y los italianos no saben
hacer cerveza. Igualmente en la Alta Alemania, mi patria, muy pocos saben este oficio.
Después de que la cerveza está hecha, se la deja espumar y asentarse, y se hace por la
clarificación una nueva separación de las cosas puras de las impuras, lo que se hace por
el movimiento natural de los espíritus agitados que separan la hez del cuerpo y hechan
afuera la espuma o la levadura, antes de lo cual la cerveza no es buena para beber y los
hombres no pueden aprovecharla a causa de que los espíritus están mezclados con la hez
que impide su operación. Lo mismo se observa en el vino, el cual, mientras está turbio y
no clarificado, no hace los efectos ordinarios de su naturaleza. Ni el vino ni la cerveza
antes de su clarificación dan un espíritu destilado tan perfecto. Además de todas estas
preparaciones, se puede hacer una nueva separación por una sublimación vegetal, a
saber, separando los espíritus del vino y de la cerveza, y por destilación hacer una nueva
bebida como el agua-de-vida, así como se puede también extraer de las heces restantes
de las dos. Haciendo lo cual se separan los espíritus ordenadores de sus cuerpos por
medio del fuego. Y los espíritus dejan su morada que tenían en los cuerpos que tenían
aún vida, pero que después de tal separación no son más que cuerpos muertos sin alma.
La exaltación de los espíritus se hace por la rectificación del agua-de-vida, la cual se
destila hasta que sea pura y neta, sin ninguna flema ni acuosidad, de la cual, una pinta
tiene más fuerza y más actividad que veinte de las que no están rectificadas, porque ésta
penetra antes y obra más prontamente.
Ved pues, si queréis aprender alguna cosa de mis escritos y obtener las riquezas y los
verdaderos medicamentos del antimonio, y en ese caso tratad de observar bien mi
pensamiento susodicho, porque no hay ninguna letra en este ejemplo que sea superflua
y que no tenga algún significado particular para vuestra instrucción. Encontraréis varias
palabras reiteradas que parecerán repeticiones superfluas, las cuales os es preciso
observar y aprender. Porque en ellas está escondido el principal fundamento del Arte .
Y nadie debe cansarse de reflexionar varias veces sobre todo el libro. Porque aunque
pagarais por cada palabra un escudo de oro, no igualaríais su valor . Veréis que mis
ejemplos, aunque groseros, contienen grandes misterios. No quiero, sin embargo, alabar
yo mismo mis escritos, porque en la ejecución de los efectos, éstos declararán bastante
sus méritos y su valor será manifestado.
Os he allegado ejemplos de por qué las virtudes del antimonio y sus fuerzas escondidas;
es preciso buscarlas en lo más profundo de su esencia, lo cual no se comprenderá
fácilmente al comienzo. Es necesario introducirse en tal conocimiento por las cosas más
notorias y conocidas, a fin de que siendo comprendidos todos los principios pueda
llegarse al fin deseado.
El antimonio es lo mismo que un pájaro que vuela en el aire, el cual por la asistencia de
los vientos va donde quiere. El operador o Artista, se puede comparar al viento, que
puede llevar al antimonio a donde le plazca. Le puede volver rojo, amarillo, blanco,
negro y como quiera, según la disposición que su fuego le dé. Porque el antimonio
contiene todos los colores, como el mercurio. Cosa de la cual es preciso no asombrarse
porque la Naturaleza tiene dos recursos admirables, los cuales no podemos aprender ni
hoy ni después.
Cuando un iletrado toma un libro, no sabe lo que ese escrito puede contener en sí e
ignora el significado de los signos que mira como una vaca a una puerta nueva . Ahora
bien, cuando este ignorante recibe de otro su inteligencia y uso, no toma esto por
ciencia, sino que es para él algo común y fácil de lo que conoce bien el negocio y el uso.
Pero puede comprender verdaderamente, hasta el punto que no le quedará nada secreto
u obscuro en ese libro, cuando él mismo haya dominado su lectura y comprensión.
El antimonio es un libro en el cual los que no saben leer son advertidos de que, si
desean aprender y conocer sus misterios y sus utilidades , comenzarán conmigo a
conocer las letras y los elementos primeros, a fin de que puedan leer ellos mismos y
pasar de una clase a otra. En lo que la experiencia nos servirá de rector para hacer juicio
del examen, y dar los premios que habrá merecido cada una según la doctrina.
No puedo pasar en silencio a los que gritan diariamente "¡Crucifige! ¡Crucifige!" contra
todos los que recetan venenos a los enfermos, que preparan venenos y que muestran
cómo servirse de ellos en la Medicina, y por medio de los cuales creen que tantas
personas mueren, como por el mercurio, el arsénico y el antimonio. Todos los que dan
tales gritos y hacen tanto ruido no son ordinariamente más que ignorantes que se dicen
médicos, y que no saben ellos mismos qué es el veneno, lo que es venenoso o
medicinal, y que no saben hacer la separación del veneno de lo medicinal; y es lo que
les incita a declamar contra los que son sus maestros y que no saben reconocer como
tales. Pero tengo mejor razón para gritar yo mismo contra los que verdaderamente
recetan los venenos antes de haberlos preparado, en tanto que ellos no tienen su espíritu.
Porque si el mercurio, el arsénico, el antimonio y otros semejantes, permanecen en su
sustancia tal como son sin estar bien preparados, son verdaderamente venenos. Pero
cuando son preparados metódicamente, toda su virulencia es apagada y disipada, y son
convertidos en medicamentos saludables, los cuales resisten contra todos los otros
venenos y los expulsan cuando se encuentran engendrados en nuestros cuerpos. Porque
un veneno bien preparado, de manera que no retenga ninguna mala cualidad, resiste y
extirpa otro veneno cuando lo encuentra. Y si no lo expulsa, tiene al menos la virtud de
prepararla y de hacerla parecidamente perder sus malas cualidades y volverle conforme
a su naturaleza, pese a que ambos fuesen venenos antes .
Quiero creer que lo que acabo de decir suscitará grandes disputas entre los doctores, los
cuales examinarán si la verdad de las cosas es posible o no. Y sus juicios serán muy
diferentes. Unos serán de la opinión de que es del todo imposible que se pueda despojar
enteramente a un veneno de todas sus malas cualidades , lo que no me asombrará nada,
en tanto que esta ciencia le es desconocida y que no entra para nada en su pensamiento
la posibilidad de aprender tal misterio. Pero habrá, sin embargo, algunos que
reconocerán que se puede , por medio del arte, cambiar una cosa mala en una buena, y
defenderán mi opinión.
¿No me reconocéis, señores médicos, que sois de esta opinión de que las enfermedades
y las causas mortificas de nuestros cuerpos, que son todas venenos, se pueden cambiar
en buen estado, y volverse propias de la salud? ¿Por qué pues no queréis confesar que la
malignidad que contienen ciertos medicamentos se puede separar de su bondad y que,
después, después tales medicamentos sean útiles y necesarios a la salud del hombre?
Pero en tanto que la experiencia y la ciencia de tal operación es aún desconocida para
varios, la mayoría no dejará de gritar :"¡es veneno! ¡es veneno!", como los judíos
"¡Crucifique! ¡Crucifique!" contra nuestro Señor y Redentor Jesucristo el rechazándolo
y considerándolo como el mayor , el peor y el más maldito veneno de todos los
hombres, visto que era el más noble, el más rico y el más precioso medicamento de
nuestras almas para librarlas del pecado, de la muerte, del Diablo y del infierno. Lo cual
no querían reconocer ni aprobar los doctores y fariseos, aunque fuera verdadero y
quedará confirmado por toda la eternidad; e incluso vosotros, señores, grandes doctores
y famosos personajes que persuadís a los emperadores, reyes, príncipes y otros
potentados de que es preciso guardarse bien de servirse de tales medicamentos, a causa
de que son nocivos y venenosos, deberíais perdonarme si oso deciros o escribir cuán
ridícula me parece su opinión. Pero no hablo de ello, en tanto que no salís jamás de lo
que habéis aprendido una vez y que no queréis hacer otras observaciones que lo que
habéis visto. Es así que no deberíais pedir la de otros. Porque aunque se le haya dado tal
veneno, que vosotros llamáis extremo, a alguien , e bastaría darle con ayuda de Dios un
contraveneno preparado en público que le salvaría la vida y expulsaría al instante todo
el veneno por el cual debería morir pronto.
¡Oh, Dios mío! ¿Qué conciencia tienen estos señores? ¿Cómo tratan a sus enfermos?
¿No encontrarán el día del juicio la Justicia, si no hay ninguna al presente para ellos?
No piden más que dinero; pero si pensaran en los deberes que son reclamados,
emplearían noche y día en descubrir los secretos de la Naturaleza. Pero los trabajos les
parecen difíciles y penosos; no se inquietan por ellos, contentándose con halagar al
mundo; creen hacer bellas curaciones engañando con grandes discursos y dejando la
curación aparte. El carbón es demasiado caro, es por eso porque lo usan muy poco,
gustándoles más ahorrar el dinero que sería necesario emplear para encontrar las
maravillas de la Naturaleza. Vulcano no es uno de sus amigos, porque no se encuentra
jamás en su vecindad. Es suficiente con que los alambiques se encuentren en casa de los
boticarios, donde ellos se encuentran algunas veces para escribir recetas, pero el sonido
de los morteros que hace el muchacho de botica puede lanzar al viento todas las recetas.
¡Oh clementísimo Dios! ¡Cambia el tiempo, pon fin a la soberbia, oponte a los árboles a
fin de que no crezcan hasta los cielos, a los gigantes, a fin de que no amontonen
montañas sobre montañas! Dad algún din a esta vana gloria y prestad vuestra asistencia
a los que tienen confianza en vosotros, a fin de que puedan sobrepasar a los que les
persiguen y odian.
Quiero incitar a todos los compañeros que tengo en este monasterio a rezar a Dios día y
noche para que le plazca establecer el entendimiento en todos estos perseguidores,
hacerles conocer su omnipotencia en sus criaturas, e iluminarlos, de manera que
comiencen a buscar por la anatomía de las cosas las virtudes que hay escondidas en su
profundidad.
Espero también que su misericordia, que ha creado todas las cosas visibles e invisibles,
concederá nuestros rezos, y si no es en mi tiempo o en el de mis hermanos, será después
de nuestra muerte. Quizás entonces se hará una penitencia a la cual Dios acordará su
gracia, para que las nubes espesas y sombras sean retiradas de los ojos de todos, que
cada uno vuelva a encontrar la vista y por una verdadera iluminación, recobre el
verdadero groscheneda alemana de diez centavos). ¡Que Dios lo haga! Así sea.