La Reconciliación y La Penitencia

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LA RECONCILIACIÓN Y LA PENITENCIA (1982)

En este documento se inicia con la introducción, que sitúa en el contexto de la predicación de


Jesús, el llamado a la conversión y la reconciliación con Dios. Desde la creación Dios ha estado
en comunión con el hombre, por el pecado se desconoce a Dios como Dios y de la comunión con
Dios. Pero Dios ha establecido una alianza primeramente con el pueblo elegido por él; en la
plenitud de los tiempos ha renovado esta alianza al establecer a Jesucristo como Mediador entre
Dios y los hombres. Por lo tanto este documento se va desarrollar tres punto importante que son;
1. Análisis de la situación antropológica actual de la penitencia en conexión con la presente crisis
del hombre. 2. Fundamentos bíblicos, históricos y dogmáticos de la doctrina sobre la penitencia.
3. Reflexiones sobre algunas cuestiones importantes de la doctrina y de la práctica de la
penitencia.
La esencia de la penitencia desde un punto de vista antropológico, la concepción de la
Sagrada Escritura, conversión y penitencia son la respuesta del hombre, hecha posible y sostenida
por la gracia de Dios, por tanto, la penitencia es, un don de la gracia y un acto libre moralmente
responsable del hombre, en el que el hombre se reconoce como sujeto responsable de sus
acciones malas y, al mismo tiempo, a partir de una decisión interior cambia su vida y le da una
nueva dirección hacia Dios. Por lo consiguiente, culpa y pecado no se entienden como un
elemento original de la responsabilidad personal del hombre, sino que, como un fenómeno
secundario. Por ello, la renovación de los presupuestos antropológicos de la penitencia tiene que
comenzar por la renovación de la comprensión del hombre como persona moral y religiosamente
responsable.
La dimensiones antropológicas de la penitencia, el hombre está constituida
corporalmente, en su realización concreta, fisiológica, económicas, sociológicas, cultural y
psicológica, en esta misma estructura es donde se genera el pecado en el sentido propio de la
palabra, sólo el hombre puede ser pecador. Pero también solo el hombre puede experimentar la
gracia de Dios, por la conversión personal del hombre que vuelve a Dios. El hombre se encuentra
en un ambiente socialmente, por ello, la conversión a Dios está indisolublemente unida con la
conversión al hermano. La conversión es, por ello, solamente auténtica, cuando incluye el
cumplimiento de las exigencias de la justicia y el compromiso por un orden recto, por la paz y
por la libertad de los otros. El hombre es un ser que vive en el tiempo y en la historia; encuentra
su identidad sólo cuando confiesa su pasado pecador y se abre a un nuevo futuro. Por lo tanto la
renovación del sacramento de la penitencia puede enlazar con esta visión antropológica y desde
ella hacer nuevamente inteligible la confesión personal de los pecados.
Los fundamentos teológicos de la penitencia, este fundamento encontramos en la biblia
así tanto en el Antiguo y el Nuevo Testamento, la revelación de Dios en sí mismo, y su gloria
manifestada en su Hijo y que su voluntad se haga y que su nombre sea glorificado. Así mismo
que, las exigencias morales de Jesús y su llamada a la conversión son sólo comprensibles y
realizables en el marco de su Buena Nueva. La gracia de la conversión exige del hombre una
triple respuesta: En primer lugar, es necesario un cambio real del corazón, un nuevo espíritu y
sentido. En segundo lugar, la confesión pública de su culpa, la confesión arrepentida y la
petición de perdón son un comienzo de conversión y un inicial cambio de vida. En tercer lugar, la
penitencia tiene que manifestarse en un cambio radical de toda la vida y de todos sus campos.
Ante todo, obrar la justicia y la disposición de perdonar con respecto al prójimo.
Los fundamentos cristológicos, la conversión consiste en la aceptación, de la Buena
Nueva que Jesús anuncia. Por eso hay que entender que ahora, el seguimiento de la cruz de
Jesús, fundado en el bautismo, es la forma fundamental de la penitencia cristiana. Por lo tanto,
hay que comprenderla más bien en el seguimiento de Cristo como obediencia con respecto al
Padre y como servicio vicario por los otros y por el mundo.
Los fundamentos eclesiales, la Iglesia es en Jesucristo, es el signo sacramental del perdón
y la reconciliación para el mundo entero, y que se entiende esta presencia de la Iglesia en tres
manera, ella es Iglesia para los pobres, los que sufren, los desposeídos de sus derechos, cuya
necesidad se esfuerza por aliviar, y en los cuales sirve a Jesucristo. Ella es la Iglesia de los
pecadores, que al mismo tiempo es santa y tiene que recorrer constantemente el camino de la
conversión y de la renovación. Ella es la Iglesia perseguida, que va peregrinando entre las
persecuciones del mundo y los consuelos de Dios.
Fundamentos en la historia de los dogmas y de la teología, el desarrollo histórico del sacramento
de la penitencia está testimoniada ya en la Iglesia antigua apostólica y post-apostólica. En los
primeros siglos de la iglesia, la comunidad eclesial bajo la dirección del obispo y de los
sacerdotes ofrece el perdón de los pecados en nombre de Jesucristo asta nuestra actualidad. En su
proceso histórico cuenta con dos momento para la penitencia. La penitencia pública a la privada,
el sacramento de la penitencia que desde ahora se administraba de forma repetida, se extendió
cada vez más, de los pecados mortales, también a los veniales. Por lo tanto, en el concilio de
Trento reconoce la importancia del sacramento de la reconciliación, por ser el ministerio de
médico, guía de almas, abogado de la justicia y del amor en la vida tanto personal como social, de
heraldo de la promesa divina del perdón y de la paz en un mundo dominado frecuentemente por
el pecado y la enemistad, de juez acerca de la seriedad de la conversión a Dios y a la Iglesia.
Reflexiones sobre algunas cuestiones importantes para la práctica, el mensaje cristiano
sobre la penitencia y sobre la reconciliación parte de que Jesucristo ha prestado toda penitencia y
satisfacción, una vez por todas, en el servicio obediente de su vida y de su muerte en la cruz. Por
esta razón la práctica de la penitencia desde la Sagrada Escritura y los Padres acentúan la
conexión de las tres formas fundamentales: ayuno, oración y limosna.
Por lo consiguiente la confesión sacramental individual, es donde se confiesa privada
mente los pecados de manera individual porque, una tal manifestación individual y personal de la
culpa fortifica y profundiza el verdadero arrepentimiento. Las celebraciones de la penitencia
están ciertamente ordenadas en su finalidad interna a la confesión individual sacramental, pero no
tienen solamente la función de invitación a la conversión y de disposición al sacramento de la
penitencia, sino que pueden llegar a ser, con un auténtico espíritu de conversión y un
arrepentimiento suficiente.
La relación entre penitencia y Eucaristía nos coloca, en la tradición de la Iglesia, entre dos
datos: la Eucaristía es el sacramento de la unidad y del amor para los cristianos que viven en
gracia de Dios. la segunda es que; la Eucaristía otorga el perdón de los pecados graves mediante
la gracia y el don de la penitencia. La Iglesia en su conjunto, tiene que ser para el mundo
sacramento, signo e instrumento de la reconciliación, y tiene que testificar y hacer presente en el
Espíritu Santo, por todo lo que ella es y cree, el mensaje de la reconciliación que Dios nos ha
otorgado por Jesucristo.

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