Sabato La Busqueda de La Esperanza
Sabato La Busqueda de La Esperanza
Sabato La Busqueda de La Esperanza
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«Pero me parece que el hombre, al final,
se inclina más por la esperanza que por
la desesperanza.»
ERNESTO SABATO
LA METAFÍSICA DF LA ESPERANZA
(1) Sábato, Ernesto: El escritor y sus fantasmas, Ensayistas Hispanos, Ed. Aguí lar [Buenos
Aires), 1967. p. 23.
231
/
(2) Sábato, Ernesto: El túnel, Seix Barra!, Biblioteca Breve, España, 1979, p. 23. Las citas
que continúan, de la obra corresponden a esta edición.
{3) El túnel, p. 16.
232
El propio Juan Pablo explícita lo que va a ser el motivo estructu-
rador de El túnel: La soledad. A partir de él se genera el acontecer.
En esta parte del cuadro Juan Pablo ha centrado su interés. En ella
expresa su visión de mundo: una persona que anhela comunicarse.
Pero más allá de entrar en detalles, recordaremos que la única per-
sona que en la exposición percibe el «detalle» es María. (Cuando ella
se fija en Juan Pablo, siente, intuye que ella está vivenciando lo mismo
ante esa escena.)
Será esta instancia lo que motiva en Juan Pablo la búsqueda an-
siosa de María, ya que la soledad que siente él de estar solo en el
mundo tratará de mitigarla en su relación con María [puesto que ella
fue la única que se percató del «detalle». Ello hace pensar a Juan
Pablo que tienen en común su condición de seres solitarios.
El puente para entablar la comunicación lo realizarán Juan Pablo
y María, a través de los dos modos de acceso al «otro»; el anímico
o espiritual y el físico; pero ambos canales le demostraron su impo-
sibilidad... «Toda nuestra vida sería una serie de gritos anónimos en
un des'erto de astros indiferentes» (4).
Juan Pablo, por medio del canal «anímico o espiritual», conocerá
8 una María enigmática. Su vida parece estar rodeada por sombras
inexplicables. María le hace notar que su relación le «hará daño».
Juan Pablo, en un estado casi obsesivo, no logra comprender el porqué.
El acceso a través de la experiencia «física» se muestra más impo-
sibilitado por el estado de Juan Pablo (que a medida que avanza el
relato su neurosis va en crecimiento, impidiéndole ver las cosas
con objetividad), y así descubrirá en su relación física con ella rasgos
de otras mujeres (prostitutas), sintiendo que le finge.
En medio de la narración del crimen que cuenta Juan Pablo se
vale de una serie de interrupciones para explicar o justificar su acto.
Lo peculiar de El túnel radica en las explicaciones que da Juan Pablo
para expresar su visión del mundo de la realidad en la cual está
inmerso, con ello paralelamente el motivo de la soledad, surgen otros,
como el sin sentido de la existencia...
«En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde millones
de años, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos en-
fermamos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren y otros están
naciendo para volver a empezar la comedia inútil» (5).
La relación de Juan Pablo con María, a momentos (casi frágiles)
la enfrenta a la posibilidad de romper su soledad y, por ende, en
esos momentos el mundo cobra un nuevo sentido, pero serán instan-
233
cias efímeras. Por el contrario, en la imposibilidad por llegar a comu-
nicarse, Juan Pablo irá descubriendo que cada vez se le hace más
patente el sin sentido de la existencia, (no olvidemos un detalle al
pasar. Es María quien comenta que está leyendo una novela de Sartre).
En El túnel, consciente e inconscientemente tiene la atmósfera de la
visión existencial sartriana como una «carrera inútil».
Además, el sin sentido de la existencia a Juan Pablo se le revela '
en un doble plano: en su relación con María, ya que ninguno de los
canales de acceso al otro le posibilitan un real encuentro, y, final-
mente, cuando la mata queda radicalmente solo, todo su sentir lo pro-
yecta al mundo, en último término, su visión de la existencia.
La visión de! mundo que comunica Juan Pablo la realiza desde su
túnel, en el cual no logra descubrir la luz (su única posibilidad de
superación de la soledad, la aleja al dar muerte a María). La existen-
cia para él carece de sentido, puesto que es imposible la comunica-
ción. La condición más auténtica del hombre sería su radical soledad,
la cual es superada sólo en frágiles momentos en que tendemos puen-
tes transitorios para comunicarnos. Juan Pablo no logra encontrar nin-
gún vínculo que lo aferré al mundo; de ahí que todos los actos que
enjuicie (los grupos sociales, reuniones, etc.), le resultan ínauténticos
porque la gente evita el cuestionarse de modo radical frente al mundo;
se entrega al paso trivial de! tiempo, sin entender la probiematicidad
de la realidad.
Pero aún subyace un nivel más profundo del análisis. ¿Por qué
Juan Pablo mata a María? ¿Es sólo la imposibilidad de la comunica-
ción? ¿El sin sentido de la existencia al quedar solo?
Con los motivos anteriormente mencionados se da también el en-
frentamiento de la búsqueda de lo absoluto y su confrontación con la
relatividad de la existencia.
«¡Oh, y sin embargo te maté! ¡Y he sido yo quien te ha matado,
yo, que veía como a través de un muro de vidrio sin poder tocarlo, tu
rostro mudo y ansioso! Yo tan estúpido, tan ciego, tan egoísta, tan
cruel» (6).
Cuando Juan Pablo ve a María en Sa exposición, tal como lo seña-
lamos, siente un ser parecido a él, inclusive en momentos posteriores
ellos conjuntamente lo comentaron. Juan Pablo no sólo aspira a rom-
per su soledad, sino que aspira al absoluto, que es lograr una comu-
* nicación profunda. Por lo cual la relación con María se transforma en
una desesperada búsqueda de ello, pero él se enfrentará a la duali-
dad del absoluto (en plano ideal, casi en lo valórico) y su materia-
lización. Este se le muestra en un sentido híbrido, ya que María
234
simboliza todo lo contrario, la relatividad («Pensé que alrededor de
María existían muchas sombras»).
Finalmente, esta confrontación entre lo absoluto y lo relativo de
la existencia, ya que ésta se encarna en seres de carne y hueso; hará
que en Juan Pablo se desarrolle toda una cadena de razonamientos
en torno a sus dudas enredando todo en un confuso bosque.
Por ello creemos que Juan Pablo mató a María porque no se re-
siste a tenerla en frágiles momentos, ella le revela otra dimensión
de la existencia que es el no dejarse poseer, tener el carácter de
inalcanzable que en el fondo es la paradoja del absoluto y su mate-
rialización.
Los momentos finales nos dan la atmósfera del profundo solip-
sismo en que se encuentra Juan Pablo en la cárcel «y los muros de
este infierno serán así cada día más herméticos».
Haciendo una paráfrasis de la estructura de El Túnel, lo caracte-
rizaríamos como un universo cerrado donde no queda la posibilidad
de la esperanza. ¿Por qué? Tai como Juan Pablo nos explica la razón
de por qué dio muerte a María, nosotros revelaremos el sentido deses-
peranzado de esta obra.
Previo a la conquista de la esperanza el sujeto portador de ella
espera. Puesto que su vida la asume como un proyecto que le con-
lleva a la conquista o pérdida de la esperanza.
En la espera el sujeto desarrolla diferentes modos de entrega en
su esperar que van desde la espera «iname», «circunspectiva» y
«auténtica o radical».
En el caso de Juan Pablo su espera evoluciona en los diferentes
modos de su entrega; al comienzo de su espera es «iname»—«llamo
iname a la espera cuya entrega es laxa y superficial». El hombre,
punto menos que indiferente a la realidad, propio de lo que espera,
no pretende sino «pasar el tiempo» (7).
Este momento corresponde a Juan Pablo cuando su cuadro se en-
cuentra montado en la exposición. En éste él ha expresado en forma
simbólica el objeto de su esperanza. Ella está en la .expectativa de
que alguien se percata del «detalle» que se encuentra en su cuadro
(Inclusive la crítica lo ha pasado por alto). En último término, lo que
busca es un interlocutor, ya que la atmósfera del cuadro es de una
profunda soledad. Pero una sola persona se da cuenta (María), a
partir de este instante cambia el modo de entrega en su esperar, pasa
a ser circunspectivamente «para quien espera circunspectivamente, el
fracaso definitivo es el "no ser" de las posibilidades que su proyecto
i7) Laín Entralgo, Pedro: «La espera y esperanza», Historie y teoría efe/ esperar hu-
mano, «Revista de Occidente» (Madrid), 1957, p. 520.
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contemplaba; por lo tanto la amarga experiencia de la decepción
y la ingerencia vital y perjudicial de la "nada". El hombre que así
considera sus fracasos ¿Cómo espera cuando habitualmente descon-
fía de su buen éxito? Evidentemente en la desesperación» (8).
Los momentos que suceden al encuentro estarán caracterizados
por ia espera circunspectiva. Por una parte Juan Pablo presiente que
en María está la concreción del objeto de su esperanza con lo cual
aspira a romper su soledad.
Así comenzará a buscarla desesperadamente, inventando, creando
encuentros... pero en ellos lentamente irá descubriendo la imposibi-
lidad de acceder a ella para lograr una comunicación plena (ya lo
hemos señalado anteriormente en relación a los accesos al «otro»), ya
que sólo logra encontrarse en frágiles momentos.
Otro aspecto importante que señala Pedro Laín Entralgo es que el
modo de entrega de la espera supone una orientación: «La orienta-
ción de ésa desde el punto de vista de la ambivalente tensión entre
los movimientos afectivos sobre que se apoye: la confianza y la
dif'anza. El hombre que espera no puede librarse de sentir en su
alma la tensa coexistencia de esos dos efectos» (9].
Al esperar se asume un proyecto, que conlleva una pregunta; el
sujeto tratará de darle una respuesta, en la búsqueda de ella se encon-
trará con la confianza y difianza. En la situación de Juan Pablo se dan
ambas orientaciones, pero en todo caso predomina la difianza.
«El mundo había sido, hacía unos instantes, un caos de objetos
y seres inútiles, sentí que volvía a renacer y a obedecer a un or-
den» (10).
«Había ya perdido toda la esperanza» (11).
A medida que a Juan Pablo se le niega ia posibilidad de llegar a
conquistar a María, aumentará en su ser el sentimiento de difianza
acompañado de una desesperación que va creciendo, lo cual lo con-
ducirá a una completa desesperanza y a sentir que toda su espera
ha sido inútil.
La lejanía de María, su mundo ambiguo de sombras, le hacen caer
en un estado de enceguecimiento en el cual va perdiendo la claridad
de la relación y en un acto final de desesperación; cuando todo ha
perdido sentido dará muerte a María, cerrando así su posibilidad de
acceder a la esperanza (ya que en María se materializa su objeto de
la esperanza). Previo a cometer el acto físico de matar a María, lo
realiza simbólicamente con el cuadro: «Lo miré por última vez, sentí
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que la garganta se me contraía dolorosamente, pero no vacilé: a tra-
vés de mis lágrimas vi confusamente cómo caía en pedazos aquella
playa, aquella remota mujer ansiosa, aquella espera. Pisoteé los jiro-
nes de tela y los refregué hasta convertirlos en guiñapos sucios, ¡Ya
nunca más recibiría respuesta aquella espera insensata! ¡Ahora sabía
más que nunca que esa espera era completamente inútil!» (12).
Los caminos que ha seguido Juan Pablo son coherentes con la
salida que encuentra su esperar, ha esperado circunspectivamente; a
pesar de que busca a María, siempre está infundido por la descon-
fianza; además, su creciente desesperación lo lleva a perder de vista
que al matar a María está cerrando toda posibilidad, quedando así
radicalmente solo en un universo desesperanzado, ya que rompe su
única salida [«Y entonces sentía que mi destino era infinitamente
más solitario que lo que había imaginado» (13)].
¿Será la soledad, el sin sentido de la existencia, la desesperanza?
El sentido último de la existencia... Estas preguntas quedan suspen-
didas al término del análisis de El túnel...
Para quien haya leído Sobre héroes y tumbas no puede pasar des-
apercibido un diálogo entre Bruno y Martín, en el cual Bruno comenta
el carácter oculto que posee para la existencia la esperanza...
«Y si la angustia es la experiencia de la nada, algo así como la
prueba ontológica de la nada, ¿no sería la esperanza la prueba de un
sentido oculto de la existencia, algo por lo cual vale la pena luchar?
Y siendo la esperanza más poderosa que la angustia (ya que siempre
triunfa por sobre ella, porque si no todos nos habríamos suicidado),
¿no sería que ese sentido oculto es más verdadero por decirlo así
que la famosa "Nada"?» (14).
En este diálogo se funda lo que Sábato ha llamado la «metafísica
de la esperanza», pero ésta hay que situarla en un contexto más
global dentro de la obra.
El mundo de Sobre héroes y tumbas es representado en una yuxta-
posición de realidades humanas que expresan el carácter contradic-
torio, ambivalente, de la existencia. En el que coexisten fuerzas que
se contraponen. La síntesis de esta realidad es el contrapunto donde
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convive la esperanza y la desesperanza. Ello hay que verlo en relación
a la dimensión dual que poseen los seres humanos. La visión del
mundo, del hombre, que propone su creador es dualista—«El hom-
bre no sólo está hecho de desesperanza, sino, y fundamentalmente,
de fe y esperanza; no sólo de muerte, sino también de ansias de vivir;
tampoco únicamente de soledad, sino de comunicación y amor»— (15).
Martín, el héroe de Sobre héroes y tumbas, en su vivencia por
encontrarle un sentido a su existencia, es la mostración de la aber-
tura a un mundo ambiguo. El, en su anhelo por conquistar el sentido
de la existencia, se debate en un mundo donde entrevé la esperanza
V ia desesperanza.
La esperanza y la desesperanza en Sobre héroes y tumbas está
simbolizada por dos realidades humanas: una de ellas es la caótica,
atormentada, representada por Alejandra y Fernando. La otra es el
mundo de seres simples, que no han racionalizado ia existencia, la
asumen casi de manera inconsciente con el deseo de seguir viviendo.
Ellos son Bucich, D'Arcángelo, Hortensia Paz.
Martín convivirá en la ambivalencia de la realidad expresada en
los seres humanos que le rodean, pero su situación es intermedia,-
aún no se decide por ninguna de estas realidades. Su existencia tiene
el carácter de proyecto, la resolución de él es el resultado de una
prueba que ha tenido que pasar Martín en estas dos realidades. La
salida final de su decisión de seguir viviendo surge de una búsqueda
integral donde se debate en la desesperación, ello le permite con-
quistar el sentido auténtico de la esperanza.
La realidad desesperanzada que expresa Martín está representada
en su relación con Alejandra. A través de los momentos más rele-
vantes de ella mostraremos la vivencia de Martín.
La novela se inicia con la presentación de un Martín temprana-
mente angustiado; en sus inciertos diecisiete años vive apesadum-
brado por el rechazo de su madre, que lo considera un «estorbo», y
la experiencia de un padre fracasado.
«Ahí estaba ahora aquel pequeño desamparado, uno de los tantos
en aquella ciudad de desamparados. Porque Buenos Aires era una
ciudad de desamparados. Porque Buenos Aires era una ciudad en que
pululaban, como por otra parte sucedía en todas las gigantescas y
espantosas babilonias» (16).
Martín deambula perdido en un mundo de gente anónima, su vida
parece pasar inadvertida. Pero se salva de la impersonalidad del
mundo cuando «un sábado de mayo de 1953» entra en su vida Ale-
238
jandra. Ella es la mensajera que lo inicia en el descubrimiento del
mundo, le hace que tome conciencia de su existencia responsable-
mente.
El propio Martín manifiesta que a partir de ese momento su exis-
tencia ha cambiado. Al término de aquella primera entrevista intuye
que algo especial ha sucedido en él.
Martín, luego de la primera entrevista con Alejandra, responde al
llamado que hace Marcel a través de su filosofía Hombre, despiértate.
Es el despertar del hombre que se libera del adormecimiento de estar
viviendo cómodo en las cosas. Al despertar el hombre asume res-
ponsablemente la existencia (Martín).
Alejandra lo inicia en un mundo tenebroso rodeado de sombras.
La frágil individualidad de Martín es absorbida por la portentosa
personalidad de Alejandra, que, a pesar de sus dieciocho años, posee
una madurez temprana, que hay que indagarla en su niñez y comien-
zos de su adolescencia.
El inicio de la relación de Martín y Alejandra está caracterizado
por la toma de conciencia del planteamiento existencial. A partir
desde este momento, Martín comienza a vivir agitadamente.
En este momento podemos establecer el cambio de actitud en la
espera de Martín en relación consigo mismo y el mundo.
En un primer momento la entrega de Martín en su esperar está
caracterizada por la «inanidad». «Llamo inane a la espera cuya en-
trega es laxa y superficial. El hombre, punto menos que indiferente a
la realidad, propio de lo que espera, no pretende ahora sino "pasar el
tiempo"» (17).
Recuérdese que Martín se nos presenta al comienzo de la novela,
perdido, deambulando en un mundo anónimo; aún no posee una pre-
ocupación clara en su vida, los días pasan de manera inadvertida.
Pero luego, en su encuentro con Alejandra, da un salto fundamental
en la «entrega del esperar», desde una espera casi amorfa; pasa a
una actitud más profunda en la entrega, que corresponde a la espera
auténtica o radical. Laín señala: «En ella no se entrega el hombre a
la mera degustación del paso del tiempo ni al simple logro de un
objeto deseado, sino al cumplimiento de una vocación. En otras pa-
labras: es "auténtica" o "radical", en este sentido, la espera cuando
lúcidamente cuenta con la posibilidad del fracaso y de la muerte» (18).
Martín, en su «entrega auténtica o radical», se enfrenta de ma-
nera desnuda al mundo. Su relación con Alejandra lo introduce en la
angustia, que corresponde al signo en que el ser se enfrenta a la
239
precariedad de su existencia. Es fundamental precisar el cambio de
ia actitud de entrega del esperar; ya que ía espera es el paso previo
a la conquista de la esperanza, por ello es importante caracterizar
ia espera de Martín para comprender cómo asume ¡a esperanza.
Desde una espera caracterizada como «inane», Martín, luego de
su encuentro con Alejandra, pasa a un cuestionamlento más radica).
La figura de Alejandra se le aparece a Martín como enigmática;
un profundo misterio rodea su existencia, que hay que indagar en su
adolescencia con un temprano despertar al sexo que le produce reac-
ciones contrarias: por una parte, atracción, y en otros momentos, un
profundo rechazo. Además sobre Alejandra aparecen otras sombras,
como es su medio familiar, representativo de una aristocracia en
descomposición; conjuntamente a ello la figura de su padre, con el
cual mantiene una relación incestuosa, a pesar que ello no queda
totalmente claro.
En la relación de Martín y Alejandra reaparecen las constantes
de la atmósfera de El túnel. Martín buscará el encuentro a través deí
«acceso al otro», tanto en lo espiritual como físico, pero ambos cana-
fes ¡e revelarán su imposibilidad.
Martín no logrará saber «nunca» con claridad qué es lo que existe
entre é¡ y Alejandra, su relación lo irá enfrentando al carácter deses-
peranzado de ia existencia; por todo lo enigmático que se encuentra
en Alejandra, su personalidad le resulta como aplastante. Pero a pe-
sar de todo se mantiene abierto, no pierde la esperanza, ya que para-
lelamente a la relación con Alejandra mantiene abierto e f puente a
!a otra realidad que hemos señalado como esperanzada (D'Arcángelo,
Bucich). Por lo cua!, a pesar de lo signos desesperanzados que se
presentan en la relación, Martín se mantiene por la convivencia con
esta otra realidad, en la cual encuentra fuerzas para continuar su
atormentada relación con Alejandra.
Hemos caracterizado el enfrentamiento de la existencia de Martín
como un contrapunto en un mundo en que vislumbra la desesperanza
y la esperanza; ia relación con Alejandra a Martín le muestra la faceta
desesperanzada dei mundo, como veremos en el desenlace final de
la relación. Paralelamente, Martín ha convivido en sus momentos de
crisis de su relación con ia otra faceta deí mundo que coexiste a ía
• desesperanzada, que es la visión esperanzada que encuentra junto a
D'Arcángelo, hijo de porteño, una especie de ideólogo de bar, el cual
con sus señas particulares, «La Crítica» y un escarbadiente en la boca,
comenta, critica la rea!'dad argentina. Martín ío escucha en silencio,
en una especie de enajenación circunstancial a que se somete cada
vez que su relación la ve a punto de derrumbarse.
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D'Arcángelo reconcilia a Martín con la vida, es el representante
del ser humano que vive, espera en la vida con una esperanza casi
instintiva: «respondería al hábito biológico de la espera. Es el apetito
de seguir viviendo humanamente o, si se prefiere, una fórmula más
escolar, el instinto humano de la conservación» (19).
En compañía de D'Arcángelo, Martín reencuentra la calma para
continuar su atormentada relación con Alejandra.
Los momentos finales de la relación de Alejandra y Martín están
caracterizados por dos tipos de actitudes en la pareja. Por una parte,
desean intentar revivir viejos momentos de alegría, lo cual desde un
comienzo resulta inútil. Por otra parte, intentarán el acceso físico,
pero también este acto se torna tormentoso y a Alejandra le resulta
una especie de chantaje...
¿Qué salva a Martín de no perderse?
La relación con Alejandra le ha llevado a confrontarse con la di-
mensión caótica de las cosas, con una realidad atormentada, «donde
los habitantes parecieran ambular por Buenos Aires como en un caos,
sin que nadie supiese dónde estaba la verdad, sin que nadie creyese
firmemente en nada...» (20}.
La experiencia de Martín es la mostración de un mundo donde
coexisten la esperanza y la desesperanza. Martín se salva, como
veremos en las páginas siguientes, porque ha confrontado en su des-
cubrimiento de la realidad en sus dos manifestaciones: la desesperan-
zada, ya descrita, y la esperanzada, que encuentra en los seres sim-
ples, como D'Arcángelo, Bucich. El vivir la ambivalencia le ha permitido
encontrar el camino de la esperanza. Pero caractericemos previamente
la orientación de la espera de Martín para luego, a través de ella,
ver la esperanza.
En las páginas anteriores expusimos la actitud del esperar de
Martín en relación a la «profundidad» de la entrega como: una espera
«auténtica o radical». Ahora analizaremos la espera de él desde la
perspectiva que toma ía «orientación». «La orientación de ésta desde
el punto de vista de la ambivalente tensión entre los dos movimien-
tos afectivos sobre los que se apoya: la confianza y la difianza» (21).
Al esperar se asume un proyecto que conlleva una pregunta; el sujeto
de la esperanza tratará de darle una respuesta, en la búsqueda de
ella se encontrará con la confianza y difianza, «el hombre que espera
no puede librarse de sentir en su alma la tensa coexistencia de esos
241
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS.—16
dos afectos» (22). Veamos cómo se configura el predominio de uno
y otro en la espera «auténtica o radical».
En la espera auténtica o radical; «cabe, pues, que predomine la
difianza en el ánimo del hombre» (23). Es el estado en que oscila
Martín en los momentos finales de su relación con Alejandra; una
vez que termina su relación, la difianza se transforma en angustia,
que es el sentimiento correspondiente cuando domina la difianza, todo
le resulta sin sentido. Pero en su espera Martín ha estado enfrentado
a la ambivalencia de la confianza (mundo esperanzado, D'Arcángelo,
Bucich) y la difianza (mundo desesperanzado, Alejandra). Cuando en
la orientación de la espera predomina la difianza, caso de Alejandra,
en la espera circunspectiva puede encontrarse de boca con el «no
ser». En tanto que en el ánimo de Martín ha predominado la con-
fianza, la cual conduce en la orientación de su espera auténtica o
radical al «ser».
La orientación de la espera auténtica o radical le permite a Martín
una resolución final, resultado de su espera confiante que se expresa
en una «esperanza genuina».
¿Cómo conquista Martín la esperanza? «El fracaso, el dolor y el
sacrificio nos abren el alma a la esperanza» (24). Martín en su espera
se ha debatido en medio de la angustia, la esperanza, la confianza.
Su vida ha asumido el carácter de prueba, debe superar una serie de
obstáculos, etapas para llegar a conquistar la esperanza.
Retomaremos los últimos momentos de la relación de Alejandra
y Martín, que señalan el inicio de la segunda etapa en ercamino de
la conquista de la esperanza en Martín. La última vez que Martín ve
a Alejandra es cuando ella ingresa al mismo lugar en que Fernando
ha ido a buscar datos para su Informe sobre ciegos. En la noche
del 24 de junio de 1956, Martín no podía dormirse.
«El cielo, de aquel sueño, ahora aparecía iluminado con el res-
plandor sangriento de un incendio. Y entonces vio a Alejandra que
avanzaba hacia él en las tinieblas enrojecidas, con la cara desenca-
jada y los brazos tendidos hacia adelante, moviendo sus labios como
si angustiada y mudamente repitiera aquel llamado. ¡Alejandra!, gritó
Martín despertándose. AI encender la íuz, temblando, se encontraba
solo en su pieza» (25).
Martín se viste desesperadamente y de manera inconsciente, como
autómata se dirige a la casa de Alejandra, su sueño se lo confirma:
la casa de ella está en llamas. De aquella noche lo único que recuerda
242
son datos aislados. Alejandra ha dado muerte a Fernando de cuatro
disparos, y luego prendió fuego al mirador [léase la nota policial que
precede al comienzo de la novela].
Martín comienza a vagar como un idiota, recurre al puente en
que cada vez su vida parece estar en crisis, pero Bruno no se encon-
traba. Pepa, su ama de llaves, íe comunica que ha venido aquel «mu-
chacho flaco» que «ahora parecía además extraviado».
En los días posteriores al incendio Martín conversa con Bruno,
con él intentará llenar los vacíos de la incomprensión que le ha dejado
su relación con Alejandra. El le relata a Bruno sucesos aislados, sin
conexión aparente, pero Bruno asiste comprensivamente al acto ena-
jenado de Martín por tratar de rescatar recuerdos, su experiencia
junto a Alejandra. También por esos días se encuentra con Bordanave,
con quien descubrirá la otra faceta de Alejandra; él le contará que
ella sentía un grandísimo placer de acostarse por dinero. Luego de
esta conversación Martín sale a vagar, apesadumbrado por una carga
negativa de afectos.
La espera de Martín está teñida de la «difianza», no logra un sen-
tido claro a sus actos, su estado de ánimo es un caos, su cabeza la
siente como un torbellino, pesado, cargado de residuos, solitario se
aebate entre el suicidio y la vida. (Recuérdese que la espera autén-
tica o radical conducía al fracaso o al logro de la esperanza, pero
éste es un sentido de tránsito, ya que la salida de la espera «autén-
tica o radical» es el «ser» en la esperanza).
Triste y solitario regresa a su pieza, se siente como que hubiese
recorrido durante siglos un laberinto, en la desesperación de su sole-
dad. Martín intentará una última posibilidad de aferrarse a la vida; a
pesar que no cree en Dios, exige una manifestación de él para poder
seguir viviendo.
«Surgió de su alma exaltada como descarga entre negros nubarro-
nes de tormenta. Si el universo tenía alguna razón de ser, si ia vida
humana tenía algún sentido, si Dios existía, en fin, que se presentase
allí, en su propio cuarto, en aquel sucio cuarto de hospedaje. ¿Por
qué no? ¿Por qué hasta había de negarse ese desafío? Sí, existía. El
era el fuerte, el poderoso. Y los fuertes y los poderosos pueden per-
mitirse el lujo de alguna condescendencia. ¿Por qué no? ¿A quién
hacía bien no presentándose? ¿Qué clase de orgullo podía así satis-
facer? Hasta la madrugada, se dijo con una especie de placer ren-
coroso: el plazo definido y fijo lo hacía sentirse de pronto dotado de
un terrible poder y aumentaba su resentida satisfacción, como si se
dijera ahora vamos a ver. Y si no se presentaba, se mataría» (26),
243
En la soledad de la pieza el tono de desafío que ha tomado Martín
para la manifestación del mensajero de Dios se torna en angustia,
no logra descubrir cómo se le revelaría; repentinamente sale a cami-
nar, como una forma de facilitar la presencia del mensajero.
Recorre antiguos lugares en que estuvo con Alejandra; pronto va
entrando en una borrachera que no le deja pensar, siente la sensación
de estar adormecido por un sueño. Despierta de su pesadilla y escu-
cha: «¡Cálmese, niño!—le decía una mujer, sujetándolo de los bra-
zos—. ¡Cálmese ahora!» (27).
Al despertar Martín sigue con su mirada los aspectos de la pieza
de la mujer que le habla; frente a su cama entrevé una foto de Car-
litos Gardei, otra de Evita y, bajo ella, un florero con flores; se da
cuenta que a su lado lloriquea un niño en su cuna de cajón.
La voz portadora de la esperanza es Hortencia Paz; ella le expresa
«hay tantas cosas lindas en la vida», un mundo simple expresado en
la humildad de su cuarto.
«Martín volvió a sentir aquella mano cubierta de callos. Y Martín
comprendió que tranquilizaba; aquella mano permanecía un segundo
más, torpe, pero tiernamente en una caricia tímida...
—¿Se siente bien?—preguntó ella preocupada.
—Perfectamente. ¿Cómo se llama usted?
—Hortensia Paz, para serví a usté.
—Yo me llamo Martín. Martín del Castillo.
Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique, regalo de su
abuelo.
—Le regalo este anillito.
La muchacha se puso colorada y negó:
—¿No me dijo usted que en la vida hay alegrías?—preguntó Mar-
tín—. Si m'e acepta este recuerdo tendré una gran alegría. La única
alegría que he tenido en el último tiempo. ¿No quiere que me ponga
contento?
Hortensia seguía vacilando. Entonces se lo puso en la mano y salió
corriendo» (28).
A partir de este momento Martín reencuentra la calma, su estado
anterior en que su cabeza parecía estar llena de plomo líquido, ba-
* sura; ahora siente un estado de liberación de esa pesadez. Los mo-
mentos que continúan están llenos de una tranquilizadora plenitud.
«Lo que en última instancia salva a Martín es que ha mantenido
abiertas las líneas de comunicación con un mundo inocente y ele-
244
mental que coexiste con el mundo caótico de seres como Alejandra
y Fernando. En sus momentos de angustia Martín siempre sale a la
calle a sentir la realidad más explicable de Tito d'Arcángelo, y su
padre, de Bucich y sus viajes a la Antartica. Esta es la cara simple
y esperanzada de la Argentina que ayuda a vivir y que corre parale-
lamente a la Argentina compleja y atormentada que lleva a un callejón
sin salida. Es la Argentina que vive en el mundo del cafetín y del
fobal, lejos de las insolubles preocupaciones metafísicas» (29).
Cuando Martín sale de la pieza de Hortensia Paz —amanecía—
las instancias anteriormente vividas por Martín le han servido para
asumir el mundo de la esperanza; en su relación con Alejandra, su
espera es «difiante», pero en ella también se vislumbra la confianza.
Laín Entralgo, a propósito de la ambivalencia de la confianza y difianza,
se pregunta: «¿cuándo un hombre será habitual y expresamente espe-
ranzado?». Cuando sepa descender a través de su vida hasta la sim-
plicidad de su ser radical, acierte a descubrir allí que su espera es
constitutivamente «fianza» y, aceptando su descubrimiento, quiera lle-
var esa «fianza» a «confianza» [30).
Martín recupera su confianza, como hemos apuntado, en la faceta
simple de Argentina; la esperanzada representada por D'Arcángelo,
Bucich, Hortensia Paz. ¿Pero la esperanza es una resolución aislada?
Martín, al regresar a su cuarto, recuerda lo que en alguna ocasión le
había dicho Bruno.
«¿Cómo había dicho Bruno una vez?
La guerra podía ser absurda o equivocada, pero el pelotón al que
uno pertenecía era algo absoluto.
Estaba D'Arcángelo, por ejemplo. Estaba la misma Hortensia.
Un perro basta»
El sujeto de la esperanza no espera solo; su esperanza conlleva
un compromiso con los otros, es una coesperanza. El objeto de la
esperanza es un bien compartido. Así en la obra que analizamos la
esperanza se manifiesta en forma de compromiso solidario.
Martín decide viajar a la Patagonia; para realizar el viaje piensa
en Bucich, pone sus cosas en la bolsa marinera y se dirige hasta él.
La última imagen que deja Sobre héroes y tumbas es cuando ya
Martín y Bucich van de viaje a la Patagonia. Es el resultado del as-
censo desde los escombros en que quedó Martín al término de su
relación con Alejandra, para luego ascender a un estado de plenitud.
(29) Eyzaguirre, Luis: El héroe en la novela hispanoamericana de! siglo XX, Editorial
Universitaria, Santiago, Chile, edición 1973, p. 325.
(30) Laín Entralgo, Pedro: Ob. cii.t p. 541.
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«Y entonces Martín, contemplando la silueta gigantesca del ca-
mionero contra aquel cielo estrellado, mientras orinaban juntos, sin-
tió que una paz purísima entraba por primera vez en su alma ator-
mentada» [31).
LA ESPERANZA AMENAZADA
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Por todos lados se nos cierran las posibilidades; el universo hu-
mano se torna insostenible, pero hay algo que nos induce a esperar:
vivimos en una situación de prueba, en ella debemos superar diversas
etapas para llegar a conquistar la esperanza de manera auténtica.
Por ello hablar de la esperanza no puede estar infundido por un
gusto literario, sino que debe surgir de la experiencia del camino
que vamos recorriendo y que a través de ella se nos manifieste su
presencia.
Cierto es que el camino de la esperanza hoy en día se nos mues-
tra difícil, pero el hombre no puede vivir sin esperanza, ya que es
un elemento que lo constituye intrínsecamente. Quizás hemos equivo-
cado el camino para conquistar la esperanza o la hemos representado
en falsos ídolos. Porque, en último término, la esperanza es un anhelo
de vida más plena a la que espera llegar el hombre.
Estar esperanzado le significa al hombre tener una actividad lúcida
ante las circunstancias que le rodean; hemos perdido la capacidad
de asombrarnos; sin darnos cuenta nos vamos endureciendo; un pro-
fundo desaliento rodea a! hombre; ha perdido ía capacidad de ser
fuerte; se hace necesario casi un exorcismo del escepticismo que
nos rodea; a lo mejor hemos descrito hasta el cansancio (en especial
ciertas obras novelísticas) la imposibilidad de todo proyecto humano,
pero cuando lo real es la desorientación, es a la novela a quien le
cabe la tarea de entregar un orden en medio de este derrumbe.
Visionariamente, Sábato ha sabido captar esta situación humana
y su novelística es expresión de esta búsqueda de un continente de
esperanza que anhela la humanidad.
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