M2ESI
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Módulo 2
La ESI con perspectiva de género
Introducción
Estimadas y estimados docentes, nos encontramos transitando la segunda clase de este curso.
En el Módulo 1, vimos que la ESI se encuentra atravesada por el enfoque de género y el
ejercicio de los derechos. En esta oportunidad, profundizaremos sobre esos dos aspectos con
el objetivo de entender en qué sentido la ESI se instala como una política educativa crítica que
contribuye a la justicia social y a la igualdad.
Por otro lado, analizaremos la ESI como una política de cuidado y desde las políticas de
cuidado, atendiendo a los derechos humanos y al derecho al aprendizaje. En ese sentido, les
brindaremos algunos aportes en torno al trabajo institucional de la ESI y al tratamiento de los
emergentes que irrumpen en las instituciones educativas que requieren de un abordaje
centrado en la perspectiva de género.
Objetivos
1. Conocer y analizar el enfoque de género para estudiar la ESI desde sus aspectos
epistemológicos.
El enfoque de género
Para esto, primero les proponemos analizar la mirada normativa respecto de las sexualidades y
luego, revisar de qué modo la perspectiva de género la pone en cuestión.
La mirada hegemónica
Para comenzar a dilucidar estos interrogantes, debemos establecer que quienes poseen la
mayor autoridad para describir y clasificar la sexualidad humana son, principalmente, las
ciencias biomédicas y las instituciones religiosas. Estos dos actores son los que,
tradicionalmente, han tenido el mayor poder para establecer la mirada hegemónica sobre el
género y las sexualidades (Morgade, 2011).
Hablamos de hegemonía porque se trata de un modo de ver y categorizar las vidas de las
personas sostenido por un grupo social con gran poder y autoridad (por posición económica o
tradición), pero que se extiende más allá de dicho grupo. Es decir, la mirada hegemónica
también habla de los otros grupos que están en una posición o jerarquía inferior y que se
Se trata de una organización binaria que se establece como lo natural, lo dado, lo normal.
Según este ordenamiento, se espera que una persona que nace con pene asuma el género
masculino y sienta deseo por las mujeres. Si nace con vagina, se espera que asuma el género
femenino y que desee a una persona del otro grupo que se presenta como su complementario.
Así, las personas viven, actúan y se relacionan sexoafectivamente con sí mismas y con el resto,
condicionadas por este esquema diferencial.
Por otra parte, esta disposición establece que el varón predomina sobre la mujer. En ese
sentido, se trata también de un esquema que entrama una serie de desigualdades que se
sostienen y se justifican porque se asumen como naturales o dadas. Por ejemplo, cuando se
dice que las mujeres son cuidadoras innatas, emocionales y sensibles; o que los varones son
fuertes, racionales y objetivos se están proyectando modos esencialistas de entender a las y
los sujetos sexuados. Es decir, se establecen modos de describir diferenciados según este
esquema binario entendido como lo normal, universal y que, como “siempre ha sido así”, no se
puede cambiar.
Pensar desde un enfoque de género también implica considerar estos otros aspectos que
condicionan nuestras experiencias como sujetos sexuados: las adscripciones de raza, edad,
clase social, territorio, entre otras. Todas estas marcas producen experiencias situadas y
particulares en su cruce y nos permiten entender que hay ciertos condicionamientos que
profundizan las situaciones de opresión. Por ejemplo, advertimos que no todas las mujeres
son iguales y están expuestas al mismo grado de desigualdad: una mujer blanca, profesional
y de clase media no sufre el mismo tipo de opresión que una mujer negra y campesina o que
una mujer con discapacidad y de clase baja. Para dar cuenta de estos entrecruzamientos,
nos resulta un gran aporte el concepto de interseccionalidad.
Para ampliar esta cuestión, les invitamos a mirar el siguiente video. Pueden acceder al video
haciendo clic acá.
Revisemos el esquema binario con un poco más de detenimiento: cuando hablamos del sexo,
es importante reconocer que los cuerpos son diversos inclusive en su genitalidad. Lo que
ocurre desde esta mirada hegemónica es que, más allá de esta diversidad, se normaliza un tipo
de cuerpo: de mujer o de varón. Las intervenciones quirúrgicas que suelen hacerse a las
personas intersexuales al nacer para adecuarlas físicamente a una de esas dos opciones es un
claro ejemplo de cómo este esquema binario de los cuerpos domina los discursos sobre las
sexualidades.
Durante décadas, la intersexualidad fue definida como una patología. Hoy en día, se la
concibe como un movimiento político.
Para saber más sobre intersexualidad, les recomendamos visitar el siguiente enlace del
Ministerio de Justicia y Derechos Humanos haciendo clic acá.
Sobre la intersexualidad
Para seguir ampliando la mirada y/o como recurso para trabajar en las escuelas, pueden ver
la película XXY de la directora argentina Lucía Puenzo, donde se aborda la temática que nos
ocupa. Pueden acceder al video haciendo clic acá.
Producciones realizadas por las y los estudiantes del Liceo 4 (CABA) Educar en igualdad
MATERIAL AMPLIATORIO
MATERIAL AMPLIATORIO
Para reflexionar acerca del amor romántico desde la perspectiva de la ESI, les sugerimos la
lectura del texto “El amor romántico… o del sexo, el amor y el dolor y sus
combinaciones temporales”, de Graciela Morgade y Gabi Díaz Villa. En: Morgade, G.
(coord.) (2011). Toda educación es sexual. Hacia una educación sexuada justa. Buenos Aires.
La crujía, pp. 119-145
La mirada de género
Cuando nos colocamos los anteojos de género “multicolores” (en referencia a los colores
representativos de las disidencias sexuales y los feminismos), vemos que este esquema
dicotómico que establece genitalidades, identidades de género y deseos “normales”,
“naturales” y “universales” no responde a las reales experiencias vitales de cada ser humano.
Dicho de otro modo, los cuerpos y las sexualidades de las personas no son dados por
naturaleza, sino que se van configurando en un entrecruzamiento de dimensiones que
determinan experiencias particularizadas y diversas. Así, debemos entender a las sexualidades
como transitorias, contingentes y con un “carácter fragmentado, inestable, histórico y plural”
(Lopes Louro, 1999). En este sentido, desde la perspectiva de género decimos, entonces, que
no hay cuerpos normales, sino normalizados de acuerdo a aquello que el discurso
hegemónico determina.
Desde la perspectiva de género, advertimos no solo que las categorías del esquema binario no
son consistentes sino que, además, la correspondencia entre el sexo asignado, la identidad de
género y el deseo tampoco es tan lineal como se la plantea. Por ejemplo, hay personas que
tienen vagina pero no se sienten o perciben como mujeres, es decir, que su identidad de
género difiere del sexo que les fue asignado al nacer. De la misma manera, una persona que se
identifica como varón puede sentirse atraído sexualmente por otros varones, es decir, que su
deseo no se corresponde con las categorías lineales que determina el esquema binario.
La perspectiva de género nos invita a detener la mirada sobre estas prácticas reguladas por
la matriz binaria y cisheteronormativa y a cuestionar los presupuestos que se encuentran en
la base de nuestros vínculos con las y los estudiantes y también con nuestras y nuestros
colegas.
Cuando desde los Estados, las instituciones sociales, las familias, los medios de comunicación,
etc. se sostienen los discursos fundamentados sobre la matriz binaria como la única válida,
todas aquellas personas que no se ajustan a esa norma pueden padecer la estigmatización
social, la patologización avalada por el discurso médico que habilita la medicalización de los
sujetos y la criminalización de ciertas identidades. Esto, muchas veces, conlleva el rechazo y la
violencia hacia las personas que no se adecuan a lo que se espera de ellas en cuanto a la
identidad de género (transfobia) o a la orientación sexual (homofobia y lesbofobia).
El enfoque de derechos
Como vimos en el Módulo 1, las legislaciones vigentes garantizan el derecho de las y los
estudiantes a recibir una educación sexual integral desde el nivel inicial hasta el nivel superior
de formación docente (Ley 26.150, art. 4). Como docentes, esto supone conocer y enseñar este
derecho desde una dimensión histórica. Proyectar una mirada histórica nos permite
entender que los derechos obtenidos son el resultado de luchas y reclamos que diferentes
agrupaciones (colectivos, movimientos, organizaciones sociales, etc.) han sostenido para hacer
posible el reconocimiento de todas las personas. En ese sentido, es importante conocer sus
recorridos y hacer valer desde nuestra práctica docente estas conquistas valiosas para toda la
sociedad.
El reconocimiento de esta legislación en los ámbitos educativos a nivel local implica que las y
los docentes, como agentes del Estado, son quienes deben garantizar ese derecho desde su
trabajo pedagógico, es decir, desde un trabajo con los saberes y desde el establecimiento de
los vínculos pedagógicos en las aulas y las escuelas fundamentados en el enfoque de
género.
Así, la ESI establecida como un derecho hace posible que puedan garantizarse otros derechos
sexuales como la salud sexual y reproductiva (Ley 25.673) y la eliminación de la discriminación
contra la mujer (Ley 26.061). Pero, además, significa un aval legal de gran importancia para las
y los docentes. De esta manera, se legitima su trabajo sobre temáticas vinculadas con los
estudios de género y las sexualidades y se les facilita el acceso a materiales y herramientas
para proyectar sus intervenciones pedagógicas. Sobre esta cuestión profundizaremos en los
siguientes módulos.
Por otro lado, es importante que reparemos en otros derechos que, aunque plasmados en
leyes posteriores a la sanción de la ESI, inciden de forma significativa en los desarrollos de una
educación sexual integral y con perspectiva de género: la prevención de la violencia contra las
mujeres (Ley 26.485), el matrimonio igualitario (Ley 26.618) y la identidad de género (Ley
26.743). La aprobación de estas leyes amplió el marco de derechos vinculado con las
sexualidades, por lo cual debemos tomarlas en consideración y reflexionar acerca de su
incorporación a nuestro trabajo con la ESI. Esto permitirá desarrollar modos de enseñanza
actualizados en materia de género y sexualidades, respetuosos de las demandas de los
movimientos de la diversidad sexual y, en ese sentido, justos e igualitarios.
¿Recuerdan qué sucedió en sus propias escuelas en 2018, durante los meses en que este
debate estaba aconteciendo? ¿De qué manera se hicieron visibles las diferentes posturas
sobre la IVE hacia el interior de los espacios educativos? ¿Qué conversaciones se dieron en
las aulas con sus estudiantes?, ¿y con sus colegas? ¿Qué situaciones emergentes pueden
recordar que hayan ocurrido en sus clases y/o instituciones que las y los llevaron a
reflexionar personalmente acerca de este tema? ¿Qué diferencias identifican respecto de los
debates del 2018 en el marco del nuevo tratamiento de la ley en el 2020? ¿Les parece que la
situación de ASPO y DISPO afectó los modos de visibilización y debate en las escuelas? ¿De
qué modo?
Mural por los derechos de las personas transgénero, Escuela Secundaria 11 de San Pedro
Como parte de las políticas de cuidado, enmarcamos en ellas a la ESI que, además, promueve
el cuidado como marco conceptual y epistemológico. En este sentido, entendemos a la ESI
como una herramienta para que las instituciones educativas se conviertan en escenarios de
cuidado y las y los docentes en agentes de cuidado. Así, el objetivo final de la ESI como
política de cuidado es la igualdad entre las personas, la universalidad del derecho a la
educación y la solidaridad social como forma de construcción de vínculos. Sin embargo,
como también dijimos en el Módulo 1, no alcanza con el trabajo con la sexualidad en la escuela
desde un enfoque preventivo, sino que se requiere de una mirada integral que se centre en la
perspectiva de género, ya que pensar el cuidado requiere poner en tensión las desigualdades,
las asimetrías y las jerarquizaciones entre quienes cuidan y quienes son cuidados y las
prácticas concretas de cuidado.
Entender la ESI con perspectiva de género como una política de cuidado nos conduce a
reforzar que la implementación de esta política permite la construcción de pautas, habilidades
y estrategias de autocuidado en quienes aprenden; por ejemplo, estrategias para comprender
y respetar el propio cuerpo y el de las y los demás. También, permite la construcción de
entornos de cuidado en donde se habilita la palabra, se orientan las situaciones de conflicto y
se generan acciones para la protección de las niñas, los niños, adolescentes y jóvenes,
promoviendo derechos y garantizando su satisfacción. De este modo, el trabajo con la ESI
permite, por ejemplo, enseñar qué secretos pueden ser guardados y cuáles, no; posibilita el
reconocimiento y la detección de situaciones de abuso, maltrato y violencia y, a su vez,
vehiculiza el pedido de atención, contención y ayuda ante situaciones que vulneran derechos y
ponen en riesgo a quienes aprenden. En este sentido, la ESI es una estrategia, pero también,
un instrumento para garantizar el derecho básico a la educación y al aprendizaje de las y los
estudiantes.
Lo primero que queremos rescatar para pensar la ESI y lo institucional es que la ESI es un
derecho de las y los estudiantes pero, como dijimos previamente, también es una herramienta
y un derecho de las y los docentes. Esto implica considerar que las y los docentes también
somos sujetos pedagógicos y que los discursos y los marcos conceptuales de la ESI deben
atravesar las prácticas entre las y los adultos de las instituciones educativas.
En este sentido, por ejemplo, pensar, analizar y enseñar sobre vínculos amorosos y noviazgos
no violentos entre adolescentes también nos tiene que posibilitar la reflexión sobre cómo nos
tratamos las adultas y los adultos; sobre cómo estructuramos los vínculos entre quienes
habitan la escuela y, además, sobre cómo construimos vínculos de cuidado entre equipos
docentes y entre estos y equipos de conducción y gestión de la educación. Una de las
principales fortalezas de la ESI es que nos permite convertirnos, en tanto que docentes, en
objetos de reflexión, de análisis y de problematización, por ello es que solemos escuchar que la
ESI parte de la reflexión sobre la propia subjetividad sexuada de quien enseña. Como dicen
Morgade y otras: “La intervención docente en educación sexual desde una perspectiva de
género no puede omitir que el proceso mismo de enseñanza (…) es una experiencia desde
cuerpos sexuados” (2016: 83). Entonces, pensar a la ESI y lo institucional implica entender que
sus lineamientos también tienen que ver con la subjetividad profesional de quienes
enseñamos.
A su vez, convertir a la ESI en un proyecto institucional tiene una serie de ventajas. Aquí
rescatamos tres que luego serán retomadas en los módulos restantes de este curso:
Retomando lo que antes dijimos, nos queda reafirmar que la circulación de la ESI en la
escuela también habilita otros repertorios profesionales y de enseñanza para las y los
docentes que la habitamos. De esta manera, la ESI en las escuelas como proyecto nos
permite “imaginar instituciones más vivibles, más humanas, comunitarias (…), donde
desaparezcan las vergüenzas, los pudores, los miedos a ser distintxs por nuestros
cuerpos/géneros/identidades/lenguas/ideas/voces” (Sardi, 2020: 71).
Para finalizar este apartado, nos parece importante decir que la institucionalización de la ESI
no implica la construcción de proyectos homogéneos y totales, sino la presencia de un trabajo
sostenido, constante y con cierta coherencia en donde el conflicto y la crítica son necesarios y
saludables.
● Cuando trabajan desde una perspectiva de ESI en sus clases y las y los estudiantes
reconocen y manifiestan situaciones de acoso, abuso, violencia y vulneración de
derechos: ¿cómo resuelven su abordaje? ¿Cómo han procedido? ¿En quiénes se han
apoyado? ¿Qué dudas se les han generado a partir de sus intervenciones? ¿Siempre
han intervenido?
● Si trabajan con las y los niños y adolescentes con herramientas para la prevención
del abuso y la violencia sexual, ¿trabajan también con escenarios posibles que
impliquen pedir ayuda y/o solicitar cuidado ante un hecho que ya ha sucedido?
¿Cómo se transforma la prevención en una práctica de cuidado cuando una situación
de abuso y/o violencia sexual ha tenido lugar? ¿Qué herramientas les brindan a las y
los estudiantes para no culpabilizarse y poder solicitar ayuda? ¿Cómo se repone el
vínculo intergeneracional entre niñas, niños, adolescentes y jóvenes que han sufrido
violencia y las y los adultos cuidadores?
Esta situación la podemos observar, por ejemplo, en la sanción de la Ley Nacional 27.234 de
“Educar en igualdad: prevención y erradicación de la violencia de género”, aprobada en 2015 e
impulsada por la constante ola de femicidios y el empuje del movimiento social y político Ni
una menos. Ahora bien, ¿qué lugar le damos a los emergentes en lo institucional? ¿Cómo se
institucionaliza una práctica que surge de un emergente? ¿Qué cuidados requiere este trabajo?
Para pensar el trabajo con la ESI desde los emergentes sociales es importante destacar que el
emergente que irrumpe siempre debe ser atendido desde la práctica institucional y
pedagógico-didáctica pero, a su vez, nunca debe concluir en ese tratamiento puntual y
situado. Es decir, se espera que el emergente habilite un campo de problematizaciones
escolares que construyan una planificación futura y la producción de acciones con continuidad,
reflexividad y mirada crítica.
Por otro lado, el trabajo con los emergentes sociales nos exige que agudicemos la escucha
docente ante las demandas de las niñas, los niños, adolescentes y jóvenes. Es decir, nos insta a
posicionarnos desde “un enfoque que ‘deseduque’ y promueva la escucha de las/os adultas/os”
(Morgade, G. y Alonso; G.; 2008: 36). De esta manera, nuestra escucha docente tiene que ser
cuidadosa y debe interpelar nuestras seguridades y certezas para dar lugar a las dudas, las
inquietudes y las demandas de las y los demás, más allá de las lecturas de las necesidades que
como docentes vislumbramos, reponemos e imponemos.
Para que este marco de derechos sea satisfecho, necesitamos un abordaje de la ESI que ponga
en protagonismo a la institución, a la enseñanza y a las prácticas pedagógicas desde una
concepción integral y transversal. La ESI debe atravesar nuestras prácticas de enseñanza, pero
también, invitarnos a repensar y repensarnos como sujetos sexuales, retomando la historia, las
normas y nuestro propio deseo vital.
BIBLIOGRAFÍA
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Ciencias de la Educación, Facultad de Humanidades y Artes. Universidad Nacional de
Rosario.
Morgade, G. et al. (2018). Doce años de la ley de Educación Sexual Integral. Las políticas, el
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Universidad de Buenos Aires. Disponible en:
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Lopez Louro, Guacira (1999). Pedagogias da sexualidade. En: O corpo educado. Pedagogias
da sexualidade. Lopez Louro, G. (Comp.). Traducido por Mariana Genna con supervisión de
Graciela Morgade. Belo Horizonte. Ed. Autêntica.