1 - Crier S War - Nina Valera
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1 - Crier S War - Nina Valera
Zoe
Kaz
Lucila
Ataliel
MeliH
Nat
Juls
Belly
Zoe M.
Lu
LÍNEA DE TIEMPO
ANTES DE LA ERA AUTOMA
AÑO 911
AÑO 915
AÑO 917
AÑO 920
AÑO 921
AÑO 924
AÑO 1–2
AÑO 3
AÑO 5
Una humana llamada Siena crea una niña Automa que no requiere sangre ni Corazonita
Siena nombra a la niña “Yora”. . . y la mantiene en secreto
AÑO 6
Los Automas de la nación minera Varn declaran su independencia del resto de Zulla
AÑO 7
AÑO 10
AÑO 31
Clara, la hija de Siena, tiene sus propios hijos: los gemelos Ayla y Storme.
Hesod se convierte en Soberano de Zulla y forma el Consejo Rojo.
Hesod comisiona a una heredera, Crier.
AÑO 40
AÑO 43
Scyre Kinok publica los primeros panfletos sobre un nuevo movimiento que él llama
"Anti-Dependentista", la antítesis del Tradicionalismo.
AÑO 44
AÑO 46
Sin embargo, la reina Thea fue una excepción. Según todos los relatos de esa época,
incluidos los registros de la partera personal de la reina, Bryn, la reina, después de un
tiempo, se consideró estéril. A pesar de esto, acompañada solo por Bryn y una sola
doncella, la reina Thea se encerró en su habitación e insistió en siete semanas adicionales
de preparación ceremonial, seguidas de otros tres meses de intento de procreación con el
rey Aedel. Ella repetiría este ciclo dos veces más antes de aceptar formalmente que no
podría tener un hijo.
En la era novecientos, año siete, después de la notable muerte del rey Aedel, la reina
Thea declaró que cualquier Creador capaz de construirle un niño, uno que pudiera imitar
perfectamente todo el funcionamiento de un humano, sería recompensado con oro por
toda una vida. y un asiento a la diestra del trono.
A la manera de los humanos, que se rigen por los pilares defectuosos de la Intuición y
la Pasión, los Creadores pensaron que esta solicitud era imposible. Ellos estaban
equivocados.
—Siempre fíjate en los ojos. Así es como puedes distinguir si una criatura es humana.
Está en los ojos.
Crier pensó que su padre, el Soberano Hesod, estaba hablando de una metáfora, que
se refería a que los humanos poseían una clase especial de poder. El amor, una linterna
encendida en sus corazones; el hambre, un calor líquido en sus estómagos; sus almas,
pozos oscuros en sus ojos.
Cuando la luz golpea los ojos de un Automa de frente, el iris es de un oro brillante.
Un segundo de reflejo, refracción, como los ojos de un gato en la noche. Un destello de
oro, y sabías que esos ojos no pertenecían a un humano.
Tan profundo en el bosque, el amanecer apenas había tocado el suelo de los árboles,
el tiempo perfecto para cazar. No es que Crier disfrutase cazar.
La caza era un viejo ritual humano, tan viejo que la mayoría de los humanos ya no
lo usaban. Pero Hesod era un Tradicionalista e historiador de corazón, y albergaba un
aprecio único por las tradiciones humanas y la mitología. Cuando Crier fue Creada, él
había ungido su frente con vino y miel para la buena fortuna. Cuando alcanzó la mayoría
de edad a los trece, le había regalado un vestido plateado con las fases de la luna bordadas.
Cuando él decidió que ella se casaría con Kinok, un Scyre de las Montañas Occidentales,
no hizo arreglos para que Crier participara en la tradición Automa de viajar al taller de un
Creador, para diseñar y crear un regalo simbólico para su futuro esposo. Él había
organizado una cacería.
Así que en realidad Crier no estaba sola en estos bosques. En algún lugar ahí afuera,
escondido bajo las sombras y los árboles, su prometido, Kinok, estaba cazando también.
Kinok era considerado un héroe de guerra. Él había sido creado mucho después de
la Guerra de Especies, pero ha habido numerosas rebeliones, grandes y pequeñas, en las
cinco décadas desde la guerra misma. Una de las más grandes, una serie de golpes de
estado llamado los Levantamientos del Sur, había sido reprimida casi sin ayuda por Kinok
y su ingenio.
—Esos fueron tiempos oscuros —había dicho—. Tan pocos de nosotros hemos visto
la luz alguna vez.
Ella no tenía idea a qué se refería. Tal vez lo estaba complicando demasiado: él había
estado viviendo en una mina, después de todo.
Aun así, los secretos que él guardaba (sobre el Corazón de Hierro, cómo operaba, la
ubicación exacta dentro de las Montañas Occidentales) lo hacían inherentemente
poderoso, y diferente. Muchos de los consejeros de su padre, (los Manos Rojas del
soberano, como eran llamados) parecían atraídos por Kinok. Como Hesod, Kinok atraía
cierta gravedad hacia él, cierta atracción, aunque en donde él era serio, Hesod era jovial.
Donde Kinok era controlado y tranquilo, Hesod era ruidoso, temperamental,
frecuentemente intrépido. Y determinado a casar a su hija con Kinok, a pesar de todos los
susurros y rumores. O quizás justamente por eso.
Meses antes de la llegada de Kinok, Crier y su padre habían paseado por los
acantilados.
—Los seguidores de Kinok son pocos y están dispersos, pero él está ganando
influencia a un ritmo que no creía posible —había explicado.
Ella había escuchado atentamente, tratando de entender su punto. Había oído de los
mítines de Kinok, si es que “mítines” es siquiera la expresión correcta. Eran
esencialmente solo reuniones intelectuales, en donde pequeños grupos de Automas
podían compartir sus ideales, hablar sobre política y progreso.
Había sido a finales de verano, el cielo claro y delfinios azules. Crier solía atesorar
esas caminatas largas y lentas con su padre, acumulando momentos como piezas de
joyería, cosas bonitas para girar y admirar en la luz. Ella las esperaba cada día. Eran sus
momentos, lejos del Consejo Rojo, lejos de sus estudios, en los que ella podía aprender
de él, y solo de él.
—Sí, pero su filosofía está ganando terreno entre los Creados, cuya protección y
reinado son responsabilidades tanto mías como tuyas. Debemos convencerlo de ingresar
a una familia. Para cerrar la brecha.
Crier se detuvo cerca de las flores que recientemente habían empezado a florecer en
el borde del acantilado.
—Es lo que uno pensaría, pero tengo motivos para creer que aceptará la oportunidad.
A él le otorgaría poder y posición social. A nosotros, estabilidad y acceso. Seremos
capaces de rastrear lo que el Movimiento Anti-Dependentista está intentando lograr, y
controlarlos mejor.
Hesod vaciló.
—Su opinión respecto a la humanidad es demasiado extrema para mi gusto. Una cosa
es dominar a aquellos que son inferiores, y otra completamente es comportarse como si
no existieran. Debemos construir las normas en base a la realidad de la que venimos. No
fuimos creados en un vacío, carentes de historia. Es ignorante pensar que no podemos
aprender de las estructuras ya existentes de los humanos.
Y así lo había entendido. Crier era la venda para una herida, una que era pequeña,
por ahora, pero que tenía el potencial de infectarse con el tiempo. Una pequeña fractura
en el invulnerable reinado de Hesod, su control sobre todo Zulla, desde el mar oriental a
las Montañas Occidentales, exceptuando el territorio separado de Varn. Varn era parte de
Zulla, pero era aún gobernada por una monarquía Automa separada. La reina Junn, la
Niña Reina. La Reina Loca. La Devoradora de Huesos.
Poder.
Les tomó medio día de viaje alcanzar estos bosques, y Crier solo había estado aquí
una vez antes, alrededor de hace cinco años atrás. Al igual que los humanos, su padre
disfrutaba cazar ciervos. Ella recordaba haber comido unos cuantos bocados de carne de
venado caliente y condimentado, llenándose la barriga con comida que no necesitaba.
Más ritual que comida. Era el centro del tradicionalismo de su padre: adoptar hábitos y
costumbres humanas en la vida diaria. Decía que generaba sentido y estructura. Bajo la
mayoría de las circunstancias, Crier entendía las ventajas de las creencias de Hesod. Era
por lo que lo llamaba “padre”, a pesar de no haber tenido nunca una madre y de no haber
nacido. Ella había sido comisionada, Creada.
A diferencia de los humanos, todo lo que los Automas realmente necesitaban era
Corazonita. Donde los cuerpos humanos dependían de carne y maíz, los cuerpos Automas
dependían de la Corazonita: un mineral rojo especial, impregnado con energía alquimista;
piedra bruta extraída de las profundidades de las Montañas Occidentales y luego
transmutada por alquimistas a una poderosa sustancia mágica. Así fue como Thomas
Wren, el más grande de los alquimistas humanos, los había creado cien años atrás cuando
diseñó a Kiera, la Primera. Los Automas todavía eran modelados de la misma manera.
Crier se arrastró por la maleza, manteniéndose en las sombras más oscuras. Sus pies
eran silenciosos incluso cuando caminaba sobre pequeñas ramas y hojas secas. Nada sería
capaz de escucharla acercarse. Ni un venado, ni un ciervo. Ni siquiera otro Automa. Se
detenía de a momentos, escuchando sus alrededores: el sonido de pequeños animales
deslizándose por los arbustos, el susurro del viento, el canto de los pájaros del mediodía
y de los cuervos viejos. Fue cuidadosa de mantener su ritmo cardíaco bajo. Si se disparaba
demasiado repentinamente, la campana de peligro en la parte posterior de su cuello
emitiría una señal que solo los Automas podían escuchar, y todos sus guardias vendrían
corriendo.
El arco ceremonial era pesado en su mano. Había sido tallado de una pieza de caoba
oscuro, pulido hacia un brillo perfecto, e incrustado con vetas de oro, piedras preciosas y
huesos de animales. Las tres flechas enfundadas en su espalda eran igual de hermosas.
Una punta de hierro, otra de plata, y la otra de hueso. Hierro para fuerza y poder. Plata
para prosperidad. Hueso por dos cuerpos unidos en uno.
Crujido. Crier se dio la vuelta, ya cargando una flecha y lista para disparar, pero
encontrándose cara a cara con el mismo Kinok. Se había congelado a mitad de camino,
parcialmente oculto detrás de un enorme roble, la mitad de su rostro oscurecido y la otra
mitad a la luz del sol. Cada vez que lo veía, lo cual ahora eran aproximadamente diez
veces por día desde que se había establecido en las habitaciones de invitados de su padre,
Crier recordaba lo apuesto que era. Como todo Automa, era alto y fuerte, de hombros
anchos, diseñado para ser aún más atractivo que los hombres humanos más hermosos. Su
rostro era un estudio a la sombra y la luz: pómulos altos, una mandíbula afilada, una nariz
delgada y filosa. Su piel era morena, un tono más claro que la suya, su cabello oscuro
recortado. Sus ojos marrones eran agudos y escrutadores. Los ojos de un científico, un
líder político. Su prometido.
Hubo un momento, (tan breve que más tarde cuando pensó en ello no estaba segura
de que realmente eso había sucedido) en el que Crier bajó su arco y Kinok no lo hizo. Un
momento en el que se miraron el uno al otro y Crier se sintió levemente al borde de los
nervios.
Entonces Kinok bajó su arco, sonriendo, y ella se regañó por ser tan tonta.
—Lady Crier —dijo, aun sonriendo—. No creo que debamos interactuar entre
nosotros hasta que termine la caza… pero eres más conversadora que los pájaros. ¿Has
atrapado algo ya?
—¿Por qué?
—Son más rápidos que los ciervos, más pequeños que los lobos, y más listos que los
cuervos. Me gusta el desafío.
—Sabe, creo que tiene razón —continuó Kinok—. Leí la carta que envió a la
concejala Reyka. Sobre su propuesta de una redistribución en la representación del
Consejo Rojo. Tiene razón en que, si bien hay una voz para cada distrito en Zulla
exceptuando Varn, no hay una voz para cada sistema de valor.
—¿Usted leyó eso? —dijo Crier, con los ojos fijos en su rostro—. Nadie leyó eso.
Incluso dudo que la consejala Reyka lo haya hecho.
No pudo evitar el dejo de amargura en su voz. Era tonto, pero había pensado que la
consejala Reyka, entre todas las personas, la escucharía. Su argumento había sido que, en
los lugares de mayor densidad poblacional humana, los intereses de esos humanos debían
de tenerse en cuenta y ser puestos en las manos de quienes se sentaban en el consejo de
su padre. Aunque se preguntaba si cuando Kinok había mencionado la frase, “sistemas de
valor”, estaba más interesado en sus propios valores, aquellos que estaba tratando de
esparcir en la tierra, a través del MAD, que en los valores de los ciudadanos humanos.
Aun así, le halagó que lo haya leído. Significaba que sus palabras tenían más poder,
un mayor alcance, del que ella había pensado.
Esperó que Reyka lo hubiera leído también, pero sin ninguna respuesta solo le
quedaba pensar lo peor. Que Reyka pensaba que ella era ingenua y tonta. A veces, Crier
se preguntaba si tal vez su padre también lo pensaba. Se había negado por tanto tiempo.
Pero Reyka siempre había tenido un punto débil por Crier. Al ser la miembro más
antigua del Consejo Rojo, Reyka siempre había sido como un mueble fijo en la vida de
Crier. Había visitado el palacio con bastante frecuencia. Cuando Crier era menor, Reyka
le traía regalos de sus viajes: viales de aceites de dulce aroma para el pelo, una caja
musical del tamaño de un pulgar, la extraña delicadeza oscura que eran los caramelos de
Corazonita.
Crier había llegado a pensar en ella de la misma forma en que los niños humanos de
los cuentos pensaban en sus madrinas. No podía decirle eso a Reyka, o a nadie. Era un
pensamiento tan débil y blando. Así que lo pensaba para sí misma, haciéndola sentir
cálida.
—Pues… —Kinok dio un paso adelante, la luz deslizándose en su rostro. Sus pisadas
eran silenciosas en medio de la alfombra de hojas secas. —Lo leí dos veces. Y estoy de
acuerdo. Los Manos Rojas no deberían basarse solo en el distrito, eso lleva a desequilibrio
y favoritismo. ¿Le has mencionado este asunto a tu padre?
No se le había ocurrido que podría estar ganando un defensor, así como un marido.
—Y si estamos en el mismo bando, hay algo que debería saber —dijo Kinok, bajando
la voz incluso cuando estaban completamente solos, ningún otro ser vivo más que los
conejos y los pájaros cerca—. Hubo un escándalo en la capital recientemente. Lo sé sólo
porque estaba con la consejala Reyka cuando ella se enteró de eso.
Crier casi pone en duda eso; no era secreto que la consejala Reyka odiaba todo sobre
el Movimiento Anti-Dependentista, incluyendo al mismo Kinok. Pero otra palabra captó
su atención.
—¿A qué se refiere con sabotaje? —preguntó. Las Matronas eran una parte esencial
del proceso de Creación. Eran creadas para ser asistentes de los Creadores mismos, un
puente entre Creador y Diseñador. Ayudaban a los Automas recién creados a adaptarse al
mundo—. ¿Qué hizo la Matrona?
—Es horrible —exhaló Crier—. ¿Por qué haría algo así la Matrona? ¿Acaso fue
locura? —Sabía que esa condición a veces atacaba a los humanos.
—Nadie lo sabe —dijo Kinok—. Pero, Lady, hay algo que debería saber.
—Esta no fue su primera Creación —continuó Kinok, encontrando los ojos de Crier—
. Ella había estado trabajando con los nobles de Rabu durante décadas.
Un agujero pareció abrirse en el estómago de Crier, pero no estaba segura por qué.
Crier sujetó su arco tan fuerte que la madera crujió en protesta. Porque ella conocía
a la Matrona Torras.
La conocía, porque esa había sido la Matrona que había ayudado a crearla a ella.
Tan pronto como la caza terminó, con dos conejos y una codorniz capturada, y su grupo
regresó al palacio, Crier se retiró a su recámara, leyendo cuidadosamente de nuevo el “El
manual de la Matrona”, un libro delgado y con encuadernación de cuero con el que se
había encontrado en el puesto de un vendedor de libros, y que había comprado con tanto
entusiasmo que incluso el vendedor se había visto alarmado. Se aseguró a sí misma que
una infracción como la que Kinok había mencionado era casi imposible.
No había manera de que su propio Diseño haya sido alterado, por supuesto. Ella era
demasiado importante.
Además, si hubiera algo mal, alguna Falla, algo diferente sobre ella, ya lo sabría…
¿no?
Es el deber de la Matrona Humana cuidar de la nueva Creación Comisionada
como lo harían por sus propios hijos Humanos.
Había pasado una semana desde su muerte, y el vestido que había sido arrancado de
su cuerpo y colgado en el poste más alto, todavía ondeaba con la leve brisa. Era una
especie de símbolo, o advertencia. Ahora, el vestido estaba podrido por el agua de lluvia,
pero aún había algunas partes lo suficientemente blancas como para captar la luz del sol.
Para captar la mirada.
Ayla no podía dejar de mirarlo, y cada vez que lo hacía sentía otra vez, como
puñetazo en el estómago, lo que le había sucedido a Luna. Y ahora, días después, el
recordatorio se extendía entre los humanos como lo hacía el mismo vestido al viento
veraniego. Nadie sabía siquiera lo que Luna había hecho. El por qué los guardias del
soberano la habían asesinado.
Ayla continuó su camino a través del mercado. Generalmente trabajaba en las huertas
del palacio del soberano Hesod, sembrando semillas y recolectando canastas de manzanas
maduras, pero uno de los sirvientes estaba prácticamente delirando de fiebre y le habían
ordenado que lo reemplazase. Durante la semana pasada se había unido al grupo de
exhaustos sirvientes, que salían de sus camas a mitad de la noche solo para poder llegar
al pueblo más cercano, Kalla-den (unas buenas cuatro leguas de costas traicioneras y
rocosas desde el palacio), y establecer su mercadería para el amanecer. Hubiese sido
miserable sin importar qué, pero que el vestido sin cuerpo de Luna le dé la bienvenida al
mercado, empeoraba todo. Era como un fantasma. Como un pálido pez en aguas oscuras,
parpadeando en los bordes de la visión de Ayla.
Ayla había trabajado en el palacio del soberano durante los últimos cuatro años.
Habían sido solo meses desde que pudo finalmente salir de los establos y entrar en el
cuidado de los huertos. Algunos días estaba tan cerca de las paredes blancas del palacio
que podía oler el fuego de la chimenea, sentir el humo en su lengua. Y aun así… todavía
no se las había arreglado para meterse dentro.
Nada importaba hasta que entrase. Y ella había prometido hacerlo, para cobrar su
venganza, incluso si eso la mataba.
—¡Flores! —gritó, tratando de mantener su voz ligera. Era casi anochecía, era casi
tiempo de rendirse por ese día, pero todavía había demasiadas guirnaldas sin vender en
su canasta. —¡Tenemos flores marinas, flor de manzana, las sales de lavanda más lindas
de la costa!
Y por supuesto, las filas y filas de las preciadas manzanas del sol de Hesod, brillando
como tantas joyas rojas, su color casi tan carmesí y brillante como el de la misma
Corazonita.
Pero la mayoría de los Automas parecían tratar al mercado como una de esas
atracciones callejeras. Adelante, amigos. Miren todo lo que quieran. Miren a los
humanos. Miren a los animales de carne y hueso. Observen, por qué no. Mírenlos sudar
y chillar como cerdos.
Lo único bueno del mercado era Benjy. Lo miró mientras gritaba “¡Flores!” de
nuevo. Era lo más cercano a un amigo que Ayla se permitiría. Lo conocía desde que tenía
doce años y estaba hundida por el dolor. En medio de todo lo que le acababa de pasar.
—¿Vas a ayudarme o no? —dijo Ayla ahora, pinchando sus costillas. Él chilló. —
He gritado tanto en la última hora que me duele la cabeza, es tu turno.
—El día terminó. Escucha esto de alguien que ha hecho esto cientos de veces Todo
lo que alguien está dispuesto a comprar ahora es Corazonita.
Ayla resopló.
—Tú más que nadie sabes que si no vendemos hasta la última de estas flores no
tendremos cena.
—El mundo está lleno de ladrones, ¿o no? —dijo Ayla con un dejo de diversión.
Ella sonrió.
La primera vez que Ayla se encontró con Benjy, él había parecido más un ciervo que
un chico. De piernas largas, torpe y con los ojos bien abiertos, dulce y joven y enojado,
pero un tipo de enojo suave. Un tipo de enojo inofensivo. Su familia no había sido
asesinada por los hombres del soberano. Nunca la había conocido en absoluto, su madre
lo había dejado en las puertas de un viejo templo, todavía húmedo del nacimiento. Si
hubiese sido Ayla, ella sabía que hubiese sido consumida por la necesidad de rastrearlos,
de encontrar a su madre biológica, de preguntarle un millón de cosas que empezaban con
por qué. Pero Benjy no era así. Había sobrevivido bajo el cuidado de los curas del templo
por nueve años, y después había huido. Tres meses después, Rowan lo había acogido.
El enfado de Benjy era diferente ahora. Había crecido, aprendido más sobre este
mundo roto, aprendido sobre la Revolución. Un poco de rencor se había filtrado en él; un
poco de pasión. Pero todavía era blando. Siempre lo sería. Durante años, esa blandura
había enfadado a Ayla. Le había hecho querer agarrar sus hombros y sacudirlo hasta que
un poco de furia saliera.
Después de todo, fue la furia la que había mantenido viva a Ayla todos esos años;
una furia que había encendido una llama en su pecho y la había hecho continuar por pura
ira.
Había también algo raro en el aspecto de la piel de una sanguijuela. Seguro, era
perfecta. Sin poros, sin vellos, sin pecas o quemaduras de sol o cicatrices, solo piel suave
y lisa. Pero más allá de eso, era la forma en que lucían tallados de piedra, indestructibles.
Era la forma en la que su piel se estiraba sobre sus músculos y huesos diseñados a mano.
Como si apenas pudiese mantener al monstruo dentro.
Las sanguijuelas se habían permitido olvidarse de que habían sido creados por los
mismos humanos que ahora trataban peor que a los perros. En los cuarenta y ocho años
que había pasado desde su ascenso al poder, se habían permitido convenientemente
olvidar su pasado. Olvidar que una vez fueron meramente mascotas y juguetes de la
nobleza humana.
Ayla tampoco se permitía pensar sobre su propio pasado. El fuego, el miedo, la forma
en la que la pérdida vivía en la cavidad de su pecho, la forma en que la carcomía desde el
interior. Pensar de esa forma no era la manera en la que sobrevivías.
Ella y Benjy levantaron el puesto antes de que se pusiera el sol, con el objetivo de ya
haber desaparecido cuando la oscuridad cayera en Kalla-den. Al tiempo que tomaban un
atajo a través de un pasaje, con canastas de flores marinas sin vender amarradas a sus
espaldas, alguien cayó unos pasos detrás de ellos. Ayla volteó la mirada y, a su pesar, casi
sonrió cuando vio a Rowan.
Rowan era una costurera que vivía y trabajaba en Kalla-den. Al menos, eso es lo que
era en el exterior.
Para las personas como Ayla, era algo completamente diferente. Una mentora. Una
entrenadora. Una protectora. Una madre para los perdidos, los golpeados y los
hambrientos. Ella les daba refugio. Y les enseñaba a dar pelea.
No podrías adivinarlo por su apariencia. Tenía una de esas caras en las que no podías
determinar cuántos años tenía (los únicos signos de su edad eran su pelo plateado y las
ligeras arrugas en las esquinas de sus ojos) y era baja, incluso más baja que Ayla. Lucía
más como un gorrión regordete saltando alrededor, plegando sus alas. Dulce e inofensivo.
Como muchas otras cosas, era una mentira cuidadosamente construida. Rowan no
era un gorrión. Era un ave de presa.
Tenía tanto frío que ya no se sentía como frío. Ni siquiera quemaba. Apenas
notó el aire invernal, la nieve empapando sus andrajosas botas, los cristales
de hielo que azotaban su rostro y dejaban su piel roja y en carne viva.
Estaba fría desde dentro hacia fuera, el frío pulsaba a través de ella con
cada desvaneciente latido de su corazón. Débilmente, ella supo que así era
cómo se sentía justo antes de morir.
Era reconfortante.
Estaba tan fría, y tan cansada de estar sola. Tan cansada de sentir
dolor. Lo último que había comido había sido un trozo de carne a medio
pudrir tres días atrás. Tal vez cuatro. El tiempo se había vuelto borroso,
rodando sobre sí mismo y quedando patas para arriba como un animal
muerto. Ayla ya no tenía hambre. Su estómago había dejado de hacer ruido.
Silenciosamente, se estaba comiendo los pocos músculos que le quedaban.
—Oye.
—¡Oye!¡Despierta!
No. Finalmente sentía calidez.
—¡Despierta, idiota!
Un sonido como el de una ostra golpeando una roca; una presión
afilada y punzante en su mejilla. Calor, por un momento. Alguien estaba
hablando, tal vez, pero estaba muy lejos, y Ayla no podía distinguir las
palabras. El cansancio se cernió sobre su cabeza como agua, y ella se dejó
ir.
Fue solo más tarde que supo qué tan lejos Rowan había arrastrado su cuerpo hacia el
calor y la seguridad, antes de darle salud de nuevo.
En ese entonces, el pelo de Rowan todavía había sido marrón, las manchas plateadas
solo en sus sienes. Pero sus ojos eran los mismos. Profundos y firmes.
Ayla no respondió.
—No sé exactamente qué te sucedió —dijo Rowan—, pero sé que estás sola. Sé que
has sido dejada de lado, abandonada para morir en la nieve como un animal. —Ella
alcanzó y tomó las manos de Ayla, sosteniéndolas entre las suyas. Se sintió como ser
acunada: como ser enteramente sostenida. —Ya no estás sola. Puedo darte algo por lo
que luchar, niña. Puedo darte un propósito.
—Hay luna llena —dijo Rowan ahora, mirando hacia arriba, en el tono tranquilo y
codificado que Ayla había llegado a conocer tan bien.
Había sido Rowan, por supuesto, quien les había enseñado el lenguaje de la rebelión.
Una ramita de romero pasada entre manos en una calle concurrida, guirnaldas tejidas con
flores con significados simbólicos, mensajes en código escondidos dentro de barras de
pan, historias de hadas o canciones folclóricas antiguas usadas como contraseñas para
determinar en quién podías confiar. Rowan les había enseñado todo. Había salvado a Ayla
primero, a Benjy unos meses después. Los había acogido. Vestido. Enseñado cómo rogar,
y luego cómo encontrar trabajo. Alimentado. Pero también les había dado algo nuevo por
lo que tener hambre: justicia.
Porque ellos nunca tendrían que haber necesitado rogar en un primer lugar.
—Un cometa estará cruzando los cielos sureños —dijo Rowan con una sonrisa—.
Dentro de una semana. Será una noche hermosa.
Benjy tomó la mano de Ayla y la apretó. Ella sabía lo que el código significaba: un
levantamiento en el sur. Otro más. Llenó su estómago de sospecha y temor.
Doblaron en una calle más ancha, la multitud disminuyó un poco. Ahora hablaban
más suavemente.
Rowan se había ido tan rápido como había aparecido, dejando solo un arrugado
folleto en las manos de Benjy. Un folleto religioso, algo sobre dioses y creyentes. Ayla
sabía que estaría lleno de códigos, códigos que solo aquellos en la Resistencia podían
descifrar.
Y en medio de ese dolor, Rowan estaba dispuesta a enviar más inocentes para
encontrar más de su “justicia”.
El Consejo Rojo era cruel, despiadado y, lo peor de todo, creativo. Esa era una de las
razones por las que la Revolución iba tan lenta, la gente estaba tan malditamente aterrada
del Consejo y sus leyes cada vez más rigurosas. Incluso Ayla debía admitir que sus
miedos estaban bien fundamentados. Luna, y su vestido incorpóreo, eran la prueba de
ello.
Ella meneó su cabeza. No. Él lo sabía. Él sabía que ella no podía irse ahora, esta
noche. No cuando estaba así de cerca del interior del palacio. Y de Crier.
—Ayla.
—No —dijo ella—. No voy a ir. —¿Quería lo que él quería? ¿Quería ver a las
sanguijuelas muertas? Por supuesto, pero no así. No cuando implicaba un rastro de sangre
humana, no cuando estaba condenado a ser en vano. No estaba lista para perder a nadie
más. La última vez que había habido un levantamiento en el Sur, fue reprimido casi de
inmediato, y ese levantamiento había sido masivo, con casi dos mil humanos marchando
a través de la ciudad de Bram, armados con antorchas y salitre, dispuestos a tomar el
corazón de la ciudad donde vivía el Automa más poderoso. Habían sido derrotados en
una sola noche. El Automa que había liderado el contraataque, el que los había destruido,
se había vuelto un héroe de guerra condecorado. Un nombre famoso, un monstruo
famoso. Kinok.
Benjy guardó silencio, pero Ayla finalmente pudo sentir su enojo, pudo sentir que
ahora iba dirigido a ella. Las pisadas de él se alargaron, determinadas, mientras llegaban
al angosto camino que se curvaba hacia el palacio. Ella pudo ver los techos más altos de
las torres del palacio desde la distancia.
Se apuró para alcanzarlo, jadeando por el calor. Ahora ya estaban más lejos de la
multitud. Agarró su hombro, y él dejó de caminar tan abruptamente que casi se choca con
él.
—Podrías. . . ver el cometa sin mí. —Las palabras le rayaron la garganta como si
hubiera tragado un bocado de sal.
Sus ojos marrón oscuro se clavaron en los de ella. La brisa bailó en su desordenado
pelo. Había crecido, más alto y ancho que ella. Ella mantuvo su mirada.
Por un minuto entero, él no dijo nada. Se mantuvieron ahí, respirando con dificultad,
mirándose el uno al otro. Pensando lo mismo: era muy pronto.
Ayla debería haber dicho: Déjame. Porque tal vez sería mejor así.
Lo sabía. Y eso la asustaba más que nada. Él no la dejaría. Eso hacía que su corazón
se enfureciese. Vete, quería gritar. No te quedes por mí.
Pero después, otra parte de ella, enterrada tan profundamente que casi, casi se había
quedado callada, sabía que no podía hacer esto, nada de esto, sin él.
Sus labios estaban aún ligeramente entreabiertos, como si hubiese algo más que
quisiese decir. Ella sabía cuánto necesitaba esto. Revolución. Sangre. Cambio. Esperó a
que continuase, que tratara de convencerla. Pero él también sabía cuánto ella quería lo
que quería: la sangre de Lady Crier en sus manos.
Así que al final, Benjy solo suspiró. Más y más sirvientes empezaron a pasar a su
lado en la ruta del estrecho pasaje, y Ayla dejó espacio de por medio entre ella y Benjy,
manteniendo sus ojos en el desnivelado camino mientras continuaban rumbo a sus
cuarteles en silencio, con el pasado apilándose en sus pensamientos como palazos de
tierra.
Después de lo que Ayla había llegado a pensar como ese día, el día que cambió todo,
el punto de división en su mente, el suceso que dividió su vida en un antes y después, la
pesadilla que la despertaba por las noches, la mancha de sangre, el hueso astillado que no
sanaría, ese día, Ayla se había permitido una semana para llorar y lamentar.
Incluso a los nueve años, ella había sabido que era demasiado fácil ahogarse en el
dolor, ser arrastrada hacia abajo y nunca volver a subir. Una semana, se había dicho. Una
semana.
Mamá. Papá. Su hermano mellizo, Storme, quien había amado a Ayla más que a nada
en el mundo. Quien había sido arrebatado de ella, tratando de protegerla de ellos. Storme,
quien, por el sonido de sus gritos ininterrumpidos, había encontrado su fin en ese
momento, justo entre las paredes del que había sido su hogar.
No podías depender de mucho en este mundo, pero podías depender de esto: el amor
no trae más que muerte. Donde existía el amor, la muerte lo seguiría, un lobo rastreando
un ciervo herido. Ayla había aprendido eso de la manera difícil.
Ahora tenía dieciséis, y todo lo que siempre había querido estaba casi al alcance de
sus dedos.
Pero un día, después de un mes estando con Rowan, un grupo de humanos nómadas
habían llegado a la ciudad. Rowan le había dado a Ayla una opción. Irse con estos
humanos viajeros, dejar todo su dolor y sus memorias atrás y empezar de nuevo. O
quedarse bajo la protección de Rowan. Rowan la cuidaría hasta que pudiese encontrar
trabajo. Y Ayla aprendería a pelear, a vivir, y a planear justicia.
Habían sido los hombres de Hesod los que habían irrumpido en el hogar de la
infancia de Ayla, los que habían asesinado a su familia tan solo porque podían.
Y ahora trabajaba para él. La asqueaba, cada segundo de ello, pero era la única forma
en la que podría acercarse a Hesod. Había llegado tan lejos. No iba a arrojarlo todo por la
borda por algún sueño de revolución condenado al fracaso.
Rowan siempre le había dicho que la justicia era la respuesta. Y por mucho tiempo,
Ayla le había creído. Había creído que la revolución era posible, que, si los humanos
continuaban alzándose, negándose a ser sometidos, podrían realmente cambiar las cosas.
Pero Ayla había entrado en razón ahora. Con el paso de los años, había visto lo inútiles
que eran los sueños de Rowan. Cada levantamiento había fallado; cada plan brillante
había sido aplacado; cada maniobra nueva solo resultaba en más muertes humanas.
Crier no podía apurarse lo suficiente en salir, con el Diseño enrollado en su mano mientras
empujaba las puertas del noreste al jardín.
Los jardines de su padre eran enormes y extensos, empezando en el ala este del palacio
expandiéndose hasta el borde de los acantilados, donde el Mar Estrellado cubría todo con
sal. Casi todas las tardes luego de terminar sus estudios (los días de Crier estaban
ocupados por una serie de tutores de historia, ciencias, economía y matemática compleja)
se escapaba hacia los jardines, el aire fresco y el olor de cosas creciendo. Raramente
vagaba así de cerca por los acantilados. Pero quería ver los documentos en privado. Sea
lo que sea que encontrara allí, quería encontrarlo sola.
Los jardines estaban arreglados cuidadosamente por tipo y color: árboles de flores y
frutas cerca del ala este, así uno podía mirar por la ventana las dulces manzanas de sol, y
ciruelas gordas y maduras. Más allá, flores blancas y de un pálido amarillo floreciendo, y
luego de ellos, lavandas y nogales. Y más allá de ellos, flores marinas salvajes, las cuales
eran arrancadas y vendidas en los pueblos cercanos. Y más allá, el mar.
Luego, si seguías el vaivén y choque de las olas hacia el sur, si navegabas a lo largo
de kilómetros de costa escarpada y rocosa, estaba Varn. El reino gobernado por la Reina
Junn. El único lugar que el padre de Crier no podía tocar. Había más rumores sobre la
reina que sobre Kinok y los Guardianes del Corazón de Hierro juntos. Susurros en cada
reunión: que la Reina Junn estaba loca. Que Varn estaba lleno de luchas internas debido
a sus políticas progresistas. Que estaba armando a Varn contra el resto de Zulla. Que era
despiadada.
Pero Crier siempre había pensado que las historias de Junn hablaban de poder y
fortaleza, de una chica ascendiendo al trono teniendo solo dieciséis años luego de que su
padre, el rey, fuera asesinado.
Ajustó la tira de tela roja alrededor de su brazo, la marca de alguien comprometido, y
continuó moviéndose a través de los jardines.
Por todos lados había jardineros haciendo su trabajo, sembrando y regando, podando
y acomodando, cortando las flores muertas cuando se arqueaban sobre sí mismas y se
ponían marrones. A diferencia de muchos otros humanos, los jardineros no se mantenían
alejados cuando Crier se acercaba. Se habían acostumbrado a su presencia.
Los humanos siempre habían fascinado a Crier: por sus ojos candentes y oscuros y las
extrañas canciones que cantaban a la noche, en los jardines y campos y las en las cosas
oscuras cuando se metían para juntar ostras; cómo a veces se movían como si hubiese
algo más dentro suyo, algo demasiado grande como para que la suave piel humana lo
contuviese. Una vez, y solo una vez, le había mencionado esta fascinación a su padre. Le
contó todo sobre las canciones, y sobre cómo sonaba como canciones de ballenas o como
hablar tambaleándose, y sobre cómo los humanos frecuentemente cantaban sobre amor y
odio y pérdida.
Su padre le dijo que él no entendía completamente todas las diferentes formas de amor
humanas, pero que había pensado detalladamente sobre ello y que quizás, más allá de su
fascinación con su historia y su cultura, sí amaba a los humanos. A su manera.
Tal y como amaban a los perros, había dicho, lo suficiente para alimentarlos con trozos
de carne.
Crier continuó caminando hasta que encontró una esquina desierta de los jardines, un
enredo de altos rosales con espinas del tamaño de sus uñas. Aquí, escondida de la vista
de los demás, finalmente desató el cordel y desplegó el grueso rollo de hojas. Sus manos
no estaban temblando, pero se sintió como si su corazón sí lo hiciese, o sus dientes, o sus
mecanismos internos. No podía recordar experimentar jamás un pavor tal como este.
Estará bien, se dijo, sus ojos ajustándose a la escritura pequeña y apretada de la primera
hoja. Todo será normal. ¿Quién se atrevería a sabotear un Diseño del soberano?
Ayla.
Ayla.
Crier permitió que el nombre diera vueltas por su cabeza, estudiándolo a todos los
ángulos posibles y analizando todas sus curvas, sentada en el asiento a un lado de la
ventana en su alcoba la mañana siguiente, con un libro sobre el regazo y observando cómo
el sol se alzaba sobre el horizonte con destellos dorados.
Le dolían las manos. Tenía unos rasguños horribles en las yemas de los dedos, con
la piel despellejada. Marcas causadas por la manera en que había arañado
desesperadamente las rocas el día anterior, en busca de algo a lo que sostenerse mientras
caía. Luego de que el médico hubiera dejado ir a Crier, su doncella Malwin le había
preparado un baño largo y relajante; habían observado juntas cómo la tierra y la sangre
se desprendían del cuerpo de Crier y desaparecían, escondidas bajo los remolinos de jabón
y vapor. El médico le había proporcionado un ungüento que arreglaría las imperfecciones
de su piel con tanta facilidad como había cerrado la herida de su muñeca. Tan solo unas
horas después, los dedos de Crier estarían inmaculados y un recordatorio físico menos de
que, en efecto, se había caído. De que la habían salvado.
Aún no se había puesto el ungüento.
En lugar de hacerlo, se pellizcó las heridas, manteniendo los cortes abiertos.
Pequeñísimas gotas de sangre brotaron de su piel como si fueran joyas. La sangre de los
Automas no era muy distinta a la sangre humana, pero su color era distinto. Mientras que
la sangre humana era roja, la sangre Automa era más oscura, más azul, casi violeta. Crier
fijó la vista en su propia sangre, brillando bajo la luz, y respiró hondo. Violeta. Inhumana.
Perfecta.
Y no obstante...
Los primeros rayos rosas del amanecer comenzaron a filtrarse por la ventana,
coloreando las pilas de libros y mapas sobre el escritorio de Crier y su cama con dosel.
Había un tapiz de seda en una de las paredes de su alcoba. Pequeñísimos hilos
entretejidos, plateados y dorados, brillaban bajo la luz del sol, sobresaliendo contra el
colorido y vibrante fondo.
Al contrario de la mayoría de los tapices del palacio, este era muy sencillo. No tenía
cazadores Automas persiguiendo a jabalíes salvajes a pie, con sus sirvientes humanos
siguiéndolos como si fueran perros. No tenía una representación del Corazón de Hierro,
ni un castillo adornado con joyas, ni barcos navegando sobre un mar de un profundo color
azul. Solamente mostraba la imagen de una mujer. Con el cabello oscuro, la piel marrón,
hermosa, observando la alcoba de Crier desde su lugar en la pared. Llevaba puesto un
vestido amarillo azafrán, y tenía los labios pintados de rojo. Sus ojos estaban tejidos en
dorado.
Kiera.
La primera de su Especie.
Bajo la luz del sol, su piel casi resplandecía.
Cuando sonaron unos golpes en la puerta, Crier se enderezó, y su libro se movió
contra sus muslos. Lo hizo a un lado.
—Pase —dijo, y Ayla (Ayla) entró a la alcoba dando un traspié.
Se veía igual que la noche anterior: uniforme color rojo, una trenza oscura y
desarreglada, grandes ojos marrones. Portaba la misma intensidad, como si hubiera olas
de calor alzándose de su piel, aunque estaba sencillamente de pie en la entrada de la
habitación de Crier y no en proceso de salvarle la vida.
Como si fuera más que una muchacha humana.
Como si fuera una tormenta de verano hecha carne.
Tenía los brazos a los lados, con los dedos curvados y ocultos tras los dobleces de su
uniforme. Crier sentía que había logrado capturar una mariposa entre sus manos
ahuecadas, y ahora estaba comenzando a aletear.
—¿Me mandó a llamar? —preguntó Ayla.
Tenía la voz grave, ligeramente ronca.
Quizá la mariposa fuera más bien una avispa.
A Crier la había picado una, una vez. Rememoró aquel momento, repentinamente
deseando recordar cómo se había sentido.
—Ayla —dijo Crier, el nombre escapando de sus labios—. Pedí que vinieras porque
debo pedirte algo.
Ayla alzó el mentón.
—Sea cual sea mi castigo, lo aceptaré con la cabeza en alto.
—¿Castigo? —Crier la observó detenidamente—. Ven. Caminemos juntas.
—¿Qué camine con usted?
—Sí. ¿Me entendiste mal?
—No, la entendí —dijo Ayla, y luego agregó, como si acabara de recordar que se
suponía que debía usar el título de Crier a todo momento—: mi lady. —Y se quedó allí
parada, muy quieta mientras Crier se paraba de su asiento y se unía a Ayla en la puerta,
el espacio entre ellas pareciendo estrecharse al pasarle por al lado.
Guio a Ayla a través de los corredores serpenteantes del palacio, caminando en
silencio unos pasos por delante de ella, como era debido, a pesar de que con cada paso se
moría por darse la vuelta y observar el rostro de Ayla, para intentar leer su expresión, para
averiguar qué estaba pensando. El rostro de Ayla era fascinante. Crier apenas la había
visto dos veces y estaba tan segura de ello como de sus conocimientos sobre las
constelaciones.
Era como el tapiz de Kiera: al mirarlo por primera vez, veías los colores más
vibrantes, su piel y sus cejas y el rosa de sus labios. Con una segunda mirada, notabas los
hilos dorados, el brillo en sus ojos y la pequeña cicatriz en su mejilla izquierda, su
perpetuo ceño fruncido… y te cautivaba.
Crier sentía la piel demasiado tirante.
Llevó a Ayla al exterior del palacio, hacia los jardines, que estaban húmedos a causa
del último rocío de la mañana, y luego hacia el acantilado. El aire fresco del mar fue todo
un alivio.
Dejaron de caminar solamente al llegar al borde de los riscos. Exactamente en el
lugar en el cual, la noche anterior, Crier había caído y Ayla la había ayudado a volver a
subir. Crier se frotó la muñeca. Hasta el acantilado llevaba marcas de su caída: manchas
oscuras en donde Crier se había sostenido del césped marino, rocas puntiagudas rotas.
Ocho pares de huellas en el barro. Crier, Ayla, y los guardias.
—Aquí —dijo Crier—, es donde me caí.
Una pausa.
—Sí, mi lady.
—¿Por qué me salvaste? —preguntó Crier.
Por primera vez, Ayla alzó rápidamente los ojos para mirar a Crier a los suyos,
provocando que sintiera una descarga eléctrica recorriéndole el cuerpo.
—Es mi trabajo —dijo con lentitud—. Es mi trabajo servir… servir a la casa del
soberano Hesod. Eso la incluye a usted.
Era exactamente la respuesta que debía darle.
No era en absoluto lo que Crier quería oír.
—¿No existe ninguna otra razón? —preguntó, resistiendo el deseo de inclinarse hacia
Ayla, temiendo hacerlo—. ¿Ninguna otra razón por la cual preservar mi vida?
¿Me has observado alguna vez? ¿Me has visto en los jardines? ¿Viste algo en mí?
¿Notas que soy diferente? ¿Con Fallas?
Mírame de nuevo.
Los labios de Ayla se tensaron, pero no la miró; y aquello, también, fue un alivio.
Aun así: ¿Tenía un color rojizo en las mejillas, bajo el marrón de su piel, bajo sus
pecas? ¿O era simplemente una ilusión óptica creada por el sol de la mañana, que se había
alzado como una exclamación, como una explosión de bombas de salitre estallando contra
el cielo nocturno, color y fuego y luz? Crier sintió cómo algo explotaba en su interior
también. ¿Viste algo en mí?
Quería preguntar. No lo hizo.
En vez de proporcionarle una respuesta, Ayla le correspondió con otra pregunta:
—¿Por qué se cayó?
Qué pregunta más curiosa. Pero, ¿por qué se había caído? ¿Cómo había sucedido?
—He estado ocupada últimamente —dijo Crier, formando la oración como si las
palabras fueran capas de seda almidonada; cubriéndose con ellas—. Mañana estaré…
estaré oficialmente comprometida con Scyre Kinok, habrá una celebración… y tres días
después, asistiré a una reunión del consejo por primera vez, como la hija del soberano. La
cual será, espero, la primera de muchas. Hay tanto que hacer… Estaba ocupada.
Preocupada. Necesitaba un poco de aire fresco, y me acerqué demasiado al borde del
acantilado.
Ayla asintió. Y luego alzó la vista, mirando a Crier directo a los ojos.
—¿Por qué no me reportó?
Ayla alzó un brazo y tocó un punto en su propio pecho, sobre su esternón. En donde
debía reposar el collar prohibido bajo su camisa de trabajo, frío contra su piel cálida. La
mandíbula de Ayla estaba tensa, y nuevamente sostenía la barbilla en alto.
Crier tragó saliva, a pesar de que no le era necesario. Era una buena pregunta. Había
demasiadas preguntas sin respuesta. Ese era el tipo de preguntas que Crier odiaba.
—Porque me salvaste la vida —respondió, pero titubeando.
Ayla sacudió la cabeza.
—Sus guardias llegaron lo suficientemente rápido. No le habría sucedido nada
incluso aunque no hubiera estado allí.
—Es cierto —admitió Crier, porque así era. Siempre había sido así. Estaba bien
protegida—. Mi padre me Diseñó con una alarma —dijo, repentinamente deseando
explicarle a Ayla por qué importaba, deseando que lo comprendiera—. Si el latido de mi
corazón se acelera demasiado rápido, el aparato envía una señal silenciosa de peligro a
los guardias. Nosotras no podemos oírla, pero ellos sí.
Ahora lo único que estaba haciendo era hablar para llenar el silencio, así que se
detuvo.
Ayla arqueó las cejas, apenas. La brisa era como un dedo arrastrándose a la deriva,
alzando finos mechones de cabello que se habían soltado de la trenza de Crier. El cabello
de los Automas era grueso y lustroso, y usualmente se peinaba en la parte más alta de la
cabeza, una trenza doblada hasta formar una corona. Crier se sintió, de repente, muy
expuesta, demasiado consciente de los pequeños y finos rizos que revoloteaban contra sus
sienes y su nuca. Se sentía indecente ante la mirada de Ayla. Desaliñada.
—¿Es porque la vi llorar? —dijo Ayla, y luego se mordió con fuerza el labio inferior.
—No lloré —dijo Crier con frialdad.
—Sí, lloró. Lo vi. Lo toqué. El agua del mar no es así de cálida.
Se observaron por un momento.
—Muy bien —dijo Crier—. Pero soy tu ama. Y no eres la única que vio algo que no
debería haber visto anoche. —Observó intencionadamente el lugar en donde debía estar
el collar. —Tu Especie no debería usar baratijas como esa.
Las manos de Ayla se sacudieron, como si estuviera reprimiendo el impulso de tocar
su collar.
—No es una baratija.
—Sea lo que sea, está prohibido. —Ladeó la cabeza. —¿Es cierto que los humanos
coleccionan objetos brillantes? ¿Cómo las urracas? —Había visto la manera en que los
pájaros de alas negras merodeaban sobre ramas altas y bajaban en picado a investigar
monedas caídas; había incluso escuchado una historia sobre un cuervo que casi le había
sacado un ojo a una mujer en un intento de inspeccionar su tiara enjoyada. A veces,
durante las comidas en el gran salón, recordaba esa historia y tenía que ocultar su sonrisa
tras la manga.
—Vives en un palacio de mármol blanco y oro —dijo Ayla con incredulidad—.
Tienes perlas en el cabello. ¿Y me estás diciendo a mí urraca?
—Soy de la nobleza —explotó Crier—. Tú no.
—Bueno, mi collar no es una baratija —contraatacó Ayla—. No es solamente algo
brillante. Contiene historias.
—Ah —dijo Crier—. ¿En serio? ¿Qué tipo de historias? ¿Y a qué te refieres con que
contiene? —Desvió la vista hacia el esternón de Ayla como si de esa manera pudiera ver
las propiedades misteriosas del collar—. ¿Tiene un mensaje en código dentro? ¿Es una
llave a una biblioteca secreta? ¿Es una reliquia antigua?
—No, no, y no —dijo Ayla, con los ojos muy abiertos—. No, es… bueno, en realidad
no lo sé.
—Qué decepcionante.
Ayla apretó los labios. Con rencor, quizá.
Mirándola, Crier se sintió mareada. Como si hubiera perdido el equilibrio. Tan cerca
del precipicio, corría peligro de volver a caer; era como si el movimiento del océano
debajo de ellas la estuviera llamando, gritándole que se acercara. Los ojos de Ayla eran
increíblemente oscuros.
Crier pensó de repente en los jardines. Todos esos colores, mantenidos así de
vibrantes gracias a los criados humanos. Dentro del palacio, solamente había color en su
alcoba, en su tapiz de Kiera. ¿Quién había tejido el tapiz? ¿Un Automa? Crier había
estudiado catorce idiomas, veintinueve ramas de la ciencia y las matemáticas, mil años
de historia de todos los reinos y territorios formalmente reconocidos, pero nunca había
tocado un solo hilo. Nunca había pintado, ni escrito algo que no fueran ensayos. Observó
a Ayla, que le estaba devolviendo la mirada. Su cabello se mantenía quieto a pesar de la
brisa del mar, adhiriéndose a sus sienes.
—¿Alguna vez has tomado clases? —No pretendía preguntar eso.
Ayla arrugó la nariz. Lo hacía mucho.
—No. No sé…
—¿No sabes qué?
—Leer, mi lady. No sé leer.
Crier hizo una pausa, procesando aquello. No podía imaginarse cómo sería no saber
leer. Le pareció algo muy cruel, de alguna manera.
—¿Hay algo que te gustaría aprender?
Lo que quería decir era: ¿Qué encuentras interesante? ¿Había ciertas palabras o ideas
que provocaban que el ceño de Ayla se alisara, y que sus ojos se encendieran? Crier quería
estudiarla como a un mapa. Trazar el camino más simple entre todos aquellos puntos
específicos pero desperdigados de Ayla.
Ayla se encogió de hombros.
—¿Quizá?
Crier aguardó.
Ayla observó el océano.
—Hace mucho, mucho tiempo, conocí a alguien a quien le gustaba estudiar la
naturaleza. Las leyes naturales. Una vez le pregunté por qué, y me dijo que le gustaba
saber que existen ciertas leyes en el universo. Me dijo que no había mucho con lo que
pudieras contar, que no podías confiar en que la mayoría de las cosas se mantuvieran
sólidas, pero, ya sabes, siempre hay algún tipo de fuerza haciendo que las cosas sucedan.
Incluso mucho más allá del cielo, tan lejos que ni siquiera podemos imaginárnoslo, todo
funciona igual. Es todo cuerpos en órbita, igual que aquí. Tirando y aflojando. Lo llaman
la ley de la caída libre, creo.
La ley de la caída libre.
—¿Quién te dijo eso?
Cuando Ayla regresó la vista a ella, había un fuego ardiendo tras sus ojos oscuros.
—Alguien a quien jamás volveré a ver —dijo. Otra pausa. —¿Necesitaba algo, lady
Crier? Si no va a castigarme, ¿por qué estamos aquí?
Porque me viste llorar.
—Estoy cansada de mi doncella actual —dijo Crier—. Me gustaría reemplazarla. —
Cuando Ayla se limitó a fruncir el ceño, confundida, Crier prosiguió—: Ya me has
ayudado una vez. Quiero que vuelvas a hacerlo. Sé mi doncella.
Ayla inhaló con fuerza.
—¿Qué?
—Te presentarás en mi alcoba al amanecer y pasarás tus días a mi lado. Me asistirás
a mí y a nadie más que a mí. Es una posición de poder y honor. Doncella de la heredera
del soberano.
Crier conocía bien esa expresión. Asombro. Pero no le importaba. No podía
importarle. Conocía a Ayla desde hacía menos de una hora, y ya sabía lo que quería.
Quería esos ojos oscuros, esa intensidad silenciosa y filosa, esas respuestas evasivas que
sabía, sabía, que provocarían que pasara otra noche sin poder dormir. Otra noche dudando
y suponiendo y… soñando. O algo que se le parecía.
Nuevamente, Crier sintió una especie de atracción, una tentación de inclinarse hacia
Ayla, una especie de caída interna. Se mantuvo quieta. Era una habilidad con la que solo
contaban los Automas, el mantenerse quietos sin temblar.
—¿Por qué está haciendo esto? —dijo Ayla finalmente—. ¿Por qué no me reporta
por el collar? ¿Por qué me quiere a su lado?
Ayla no podía ayudarla, Crier lo sabía. No podía arreglar su Diseño defectuoso. No
podía salvar a Crier de su matrimonio con Kinok. De hecho, era posible que volviera todo
aún peor. Crier lo sabía.
Y aun así, allí estaba: algo que tiraba de ella. El empuje.
La caída interna, como una ley.
—Tu collar. Mis… —No logró pronunciar la palabra humana: lágrimas. Bajó la
cabeza para mirar a Ayla, poniéndose firme. —Ambas tenemos secretos. Y cuando
alguien conoce tus secretos, ¿no prefieres mantenerle al alcance de la mano?
Ayla se quedó en silencio.
—Te espero mañana al amanecer —dijo Crier, y le dio la espalda.
Comenzaba con esto: todas las cosas poseían cierta materia prima, una sustancia pura
e intangible más antigua que el Universo mismo; el material metafísico del que está
tejido un objeto sin bordes como el alma humana. Si la humanidad está formada a
partir de ese material, desde el órgano hasta el hueso, la carne e incluso al Alma
intangible, entonces seguramente el Creador puede transmutar la vida humana.
Por segunda vez en tantos días, Ayla había tenido a Crier justo al borde de un
acantilado. Y, sin embargo, Crier todavía estaba viva. Mientras cruzaba los terrenos del
palacio hacia el edificio largo y bajo donde dormían todos los sirvientes, Ayla se sintió
en guerra consigo misma. La mitad de ella estaba furiosa, gritando de frustración: había
estado tan malditamente cerca. Pudo haber dejado caer a Crier, ya sea nunca
agarrándola por la muñeca en primer lugar o mirándola a los ojos, diciendo Esto es
para mi familia y dejándola ir. Observando como su cuerpo caía sobre las rocas y el
océano devorador debajo. Hoy, podría haber empujado a Crier por el acantilado. Hubo
muchos momentos durante su conversación en los que Ayla se dio cuenta de que Crier
había bajado la guardia; ella no lo habría visto venir; ella podría estar muerta ahora
mismo. Pero ella no lo estaba.
El sol del mediodía brillaba demasiado en sus ojos, abrasaba. Se apresuró por el
estrecho camino de tierra que conectaba las dependencias de los sirvientes con el
palacio, separados por aproximadamente media milla de tierra. Hesod prefería tener los
establos a la vista de la casa principal y la vivienda humana fuera de la vista, ocultos
de los funcionarios visitantes. Hoy era una ventaja. Rowan venía a despedirse de Ayla
y Benjy antes de dirigirse al sur para unirse a los últimos levantamientos, y las
habitaciones de los sirvientes eran el lugar más seguro para reunirse. Durante el día,
cuando todos los sirvientes estaban trabajando en otro lugar, los guardias solo
patrullaban el área cada pocas horas.
Ayla aceleró el paso. La venganza no era lo único que tenía en mente; sin saberlo,
Lady Crier le había dado a Ayla una información vital sobre el Corazón de Hierro. Un
dato que podría cambiarlo todo, para ella y para los rebeldes. Para Rowan, en los
próximos días. Ayla estaba ansiosa por contarles a ella y a Benjy lo que había
averiguado.
Se deslizó por la puerta de las habitaciones de los sirvientes y mantuvo la cabeza
gacha mientras caminaba entre las filas de catres, a pesar de que las habitaciones
estaban abandonadas a esa hora del día. Se dirigió directamente a la parte de atrás,
donde había otra puerta más pequeña.
Ayla respiró hondo, saboreando el aire puro mientras podía... y abrió la puerta de
los baños.
Benjy y Rowan estaban en una esquina, con pañuelos atados sobre la nariz y la
boca, la luz del sol fluía a través de las vigas y encendía el cabello plateado de
Rowan. Los ojos de Benjy se abrieron de par en par cuando vio a Ayla y saltó hacia
ella, luciendo a partes iguales aliviado y molesto.
—¿Dónde diablos has estado? —preguntó, con la voz un poco entrecortada por el
pañuelo. —Primero no te presentas para la comida de la mañana, luego no te reportas
con Nessa, y una de las criadas de la cocina dijo que te había visto en los jardines
con Crier. Y ahora llegas tarde y Rowan tiene que ponerse en marcha, y si no vuelvo
a los huertos en menos de una hora, probablemente me azotarán...
—Sí, y no te lo vas a creer —dijo Ayla. Susurrando, porque nunca se sabía quién
podría estar escuchando, les contó todo lo que había sucedido desde que la llamaron al
dormitorio de lady Crier esa mañana. Sobre el paseo por los jardines. Sobre el extraño
y persistente cuestionamiento de Crier sobre los motivos de Ayla. Sobre la oferta (no,
no oferta; orden) de que Ayla se convierta en la doncella personal de Crier.
—Nunca imaginé que tendría una oportunidad como esta —admitió, encontrando
la mirada fija de Rowan—. Soñé con ser asignada a algo dentro del palacio, pero pensé
que estaría en las cocinas, o una sirvienta sin nombre. . . Seré una doncella. La doncella
de la mismísima Lady Crier. Tiene que ser una señal.
Él resopló, frustrado.
—Matar a su hija es una cosa, pero, ¿para Hesod? Para hombres así, Automa o no,
no hay nada tan querido para ellos como el poder. Sangre, oro y piedras preciosas: todo
eso viene en segundo lugar después de tener un asiento en el consejo, el mando de un
ejército. Tener el control. La única forma de destruir realmente a Hesod es quitarle
su poder.
—Entiendes, ¿verdad?
—¿El Scyre?
—No solo es un Scyre. —Ayla se inclinó más cerca, emocionada. Nunca había
superado el impulso salvaje de impresionar a Rowan, de hacerla. . . orgullosa, tal
vez. Algo parecido. —Solía ser un Guardián.
—No sé cómo pudo dejar su puesto, pero lo hizo. Y ahora está aquí, y está listo
para casarse con Lady Crier.
—Y todavía tiene conexiones con el Corazón —dijo Rowan. Había algo silencioso
en su voz, algo casi reverente.
—Tiene más que conexiones —dijo Ayla, reprimiendo una sonrisa maliciosa—.
Tiene conocimiento. De cómo funciona, cómo llegar. Rutas de comercio. Tal vez
incluso . . . debilidades, puntos vulnerables. ¡Quién sabe!
Benjy abrió la boca para decir algo más, pero Rowan lo interrumpió.
—Cielos, pajarito —dijo, sus ojos marrones se iluminaron a la luz del sol. Parecía
menos un gorrión y más. . . como una guerrera, feroz y brillante y llena de
esperanza. Como la guerrera que había sido en levantamientos anteriores; como la
guerrera que volvería a ser. La revolucionaria, la líder. —Ayla, mi amor —dijo—. Esto
es increíble, esta es. . . esta es la mejor oportunidad que hemos tenido en años. Puedes
ser nuestros ojos y oídos por dentro, amor. Ubicada justo en el corazón del nido de
arañas, imagina eso. ¿Y la doncella personal de Lady Crier? Dioses, es como
si quisieran un golpe.
—Entonces, ¿crees que debería usar mi posición? —dijo Ayla, incapaz de ocultar
el triunfo en su voz, incluso cuando vio que Benjy fruncía el ceño—. Crees que debería
ser un topo.
—Sí —dijo Rowan—. Sí, dioses, por supuesto. Aunque —aquí su voz cambió un
poco, se hizo más dura—, será peligroso. Ayla, tienes que concentrarte en el Scyre. Él
es el que tiene conocimiento sobre el Corazón de Hierro. Tal vez incluso tenga un mapa
de las Montañas Aderos, o de las rutas comerciales, un libro mayor de todos los
comerciantes de Corazonita, algo, cualquier cosa. Cualquier cosa que puedas
encontrar, será valiosa. —Sonrió, aguda y alegre, y tomó el rostro de Ayla con ambas
manos y le dio un beso en la frente. —Eres una chica inteligente. Oh, una chica
inteligente y temible.
Y si fuera así. . .
Porque los humanos no tendrían que matar a Automas para liberarse. Los Automas
morirían, todos a la vez. Durante el primer año de trabajo de Ayla con el soberano
Hesod, los huertos casi habían sido arrasados por una plaga de langostas. Era una
primavera inusualmente caliente: la clase de primavera en la que el final del invierno
se sentía menos como sacudir el peso de la nieve de tus hombros y emerger más ligero
para ella, y se sentía más como un lento descenso al agua hirviendo. El aire era denso
y húmedo como el vapor. A veces le dolía incluso respirar. Cuando llegaron las
langostas, posándose sobre los huertos como una sombra viva y zumbante, incluso ellas
parecían un poco exhaustas por el calor. Comieron lentamente: primero los frutos,
luego las flores, luego las hojas. Comieron sin parar durante días. Todos los sirvientes
entraron en pánico, porque nadie sabía qué hacer con la pérdida de la cosecha de
frutas. ¿Y qué pasó cuando las langostas desnudaron los árboles frutales? ¿Volarían o
simplemente migrarían a los jardines? ¿Los campos de cebada y lavanda de mar? ¿Se
devoraría la cosecha de todo el año?
Fue Nessa, la sirvienta principal, quien los salvó. Nessa, a quien se le ocurrió la
idea de rociar las langostas con nubes de agua envenenada. No lastimaría a los árboles,
y además, la mayoría de ellos ya estaban desnudos y parecían muertos, pero comenzó
a matar las langostas en el segundo en que tocó su brillante piel verde.
En un solo día, los árboles estaban vacíos. La tierra debajo de sus ramas estaba
llena de millones de langostas silenciosas y muertas, con los cuerpos apilados hasta los
tobillos. Ayla era una de las sirvientas encargadas de limpiarlos. Descalza, caminó por
los huertos, llenó su canasta una y otra vez con cadáveres y luego cargó las canastas en
una carretilla, arrastró la carretilla hacia los acantilados, arrojó el contenido de cada
canasta por el borde y al mar que la esperaba. Las diminutas alas iridiscentes de las
langostas captaban la luz del sol mientras caían; Con cada canasta, Ayla sintió como si
estuviera derramando una cascada de relucientes piedras preciosas.
Ayla parpadeó. Se dio cuenta de que Rowan todavía la estaba mirando, esperando
su respuesta. Benjy no estaba mirando a ninguna de las dos. Estaba mirando el suelo
de tierra, con la mandíbula en movimiento.
—Voy a trabajar para Lady Crier —dijo Ayla—. Voy a espiar al Scyre y aprenderé
todo lo que pueda sobre el Corazón de Hierro.
—No seré precipitada —prometió ella. No tenía sentido decirle a Benjy que el
fuego en ella no había disminuido, incluso había crecido. Este fuego mortal dentro de
ella, no necesitaba saber cuánto tiempo había estado ardiendo. Cuán carbonizada y
llena de cicatrices estaba. En algún lugar del fondo de su mente, la voz de su hermano
resonó. Actúa solo cuando las probabilidades estén de tu lado, Ayla. Juega con pan y
monedas, no con tu vida. —Te lo juro, Benjy —dijo—. No le haré nada a Hesod ni a
Crier hasta que haya encontrado suficiente información para destruir el Corazón de
Hierro. No dejaré que mi venganza comprometa a la Revolución.
—Esa es mi chica.
Y aunque todavía le lloraban los ojos por el terrible hedor de los baños, aunque la
idea de servir a Crier le disgustaba, aunque una parte de ella no estaba segura de poder
encontrar ninguna información sobre el Corazón. . . Por primera vez desde ese día,
Ayla tenía un plan. No solo la idea nebulosa y a medio formar de Quiero hacerle daño
a Hesod. Quiero llevarme a su familia como él se llevó la mía. Más bien, ahora era un
plan real. Algo mucho más grande que Crier, Hesod, Kinok, incluso ella misma. Se
sentía como. . . como si esto fuera lo que se suponía que debía hacer.
Su corazón se iluminó con algo rápido y caliente. Una tormenta eléctrica dentro
de ella.
Planear espiar al Scyre era mucho más fácil que hacerlo. Ayla estaba demasiado
ocupada con el ajetreo de la casa y sus necesidades, y lo más importante, las de Crier,
como para alejarse un segundo. Resultó que su nuevo horario era tan exigente como lo
había sido su trabajo en el campo.
Esta mañana, por primera vez en sus cuatro años como sirvienta del soberano, Ayla
no se presentó a los establos ni a los huertos al amanecer. En cambio, se unió a la
delgada corriente de humanos que se dirigían desde los cuartos de los sirvientes al
palacio mismo, y, después de que un guardia Automa comprobó su rostro, agarrando
su barbilla con fuerza mientras él verificaba su identidad, ella pasó a través de las
enormes puertas de madera.
Ayla se apresuró a recorrer los vastos y retorcidos pasillos, con los techos arqueados
por encima de su cabeza, tratando de memorizar el diseño, que parecía mucho más
complicado de lo que debería, dado que sabía que el palacio estaba dividido en cuatro
alas. El ala norte era la más vigilada; lo sabía simplemente por observar a los guardias
mientras trabajaba en los terrenos del palacio. Probablemente era allí donde estaban los
dormitorios, y tal vez el estudio del soberano o su sala de guerra. ¿Kinok dormiría allí
también, o los invitados eran mandados a un área diferente del palacio? Las cocinas y
el gran salón estaban en el ala este, cada piso menos el primero contaba con una amplia
vista del Mar Estrellado. El gran salón de baile estaba en el oeste, y en el sur se
encontraban los cuarteles de los guardias, provisiones adicionales de cosecha y
armamento, solario, grandes salas donde a veces se reunía el Consejo Rojo. Pero las
alas eran enormes: las cuatro tenían tres pisos de altura y eran lo suficientemente
grandes como para albergar docenas de espaciosas habitaciones. Podrían estar
escondiendo cualquier cosa.
Esta noche, el baile de compromiso se llevaría a cabo en el gran salón de baile del
ala oeste. Ahí era donde Ayla tenía que informar primero, y apenas tuvo dos segundos
para asimilar la grandiosidad de la habitación: todo el huerto de manzanos podría
haber encajado cómodamente dentro de sus paredes; el techo era tan alto que Ayla tuvo
que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo; las paredes estaban llenas de velas y
cortinas de oro puro; el piso de mármol era pulido hasta que adquirió un brillo similar
al de un vidrio y se limpió para el baile.
—¡Tú! —Una criada que no reconoció estaba ladrando órdenes. —Eres la nueva
doncella, ¿verdad?
—Sí —dijo Ayla. Ya estaba temiendo cualquier tarea que le estuvieran a punto de
asignar.
La criada sonrió.
Ayla volvió a mirar el amplio espacio abierto en medio del salón de baile. La
superficie del suelo de mármol estaba reluciente e impecable.
Ayla apretó los dientes y se dirigió al borde de la pista de baile. Casi se rio cuando
vio los “suministros” que le había dejado la criada: un balde de agua con jabón y un
solo paño. No había forma de que pudiera hacer esto en una hora. La pista de baile era
enorme, lo suficientemente grande para albergar a un centenar de parejas que bailaban,
y ella estaría frotándola de rodillas. Esto no era una tarea. Era un ejercicio de
humillación pública.
Pero pedir ayuda empeoraría las cosas, eso era lo que Ayla sabía. Así que se
arremangó y se puso a trabajar.
Solo había logrado restregar tal vez un área de seis por seis pies cuando casi pasó el
paño por encima de un par de zapatos. Ayla se sentó sobre los talones y miró hacia
arriba para encontrar a Nessa de pie junto a ella, con las manos en las caderas. Ayla no
sabía cómo se había acercado tan silenciosamente, casi como un autómata. Conocía a
Nessa, por supuesto. Todos los sirvientes se reportaban con ella. Pero como sirvienta
principal, Nessa pasaba la mayor parte de su tiempo dentro del palacio, y Ayla rara vez
tenía que trabajar debajo de ella. La mujer era alta, imponente y un poco encorvada,
cargaba con un niño de meses atado a su pecho todo el día. Ella era la única sirvienta
que Ayla sabía que había tenido un hijo.
—Hola señora.
—Estás arrastrando tus propios zapatos sucios por las partes limpias —dijo Nessa,
señalando.
Ayla miró hacia atrás y, efectivamente, había rayas de tierra en el suelo que acababa
de fregar. Ella gimió en voz alta, tiró la tela a un lado y comenzó a quitarse los zapatos.
Nessa suspiró. Y luego se arrodilló para reunirse con Ayla en el suelo, sacó su
propio trapo del bolsillo de su uniforme y lo sumergió en el agua jabonosa. Ayla miró
la parte superior de la cabeza de su bebé, a través de la correa, colgando peligrosamente
bajo mientras Nessa fregaba.
—¿Qué estás mirando, niña? —dijo Nessa, y luego siguió la mirada de Ayla. Ella
resopló. —Dioses, es como si nunca hubieras visto a un bebé. Continúa, sigue
mirando. Estoy segura de que no tienes mejores cosas que hacer.
—¿Andas metiendo la nariz en los asuntos de todos, o solo en los míos? —Ante el
silencio de Ayla, puso los ojos en blanco. —Sí, por supuesto que es verdad. Qué rumor
más estúpido sería ese.
Otra mirada.
—La misma razón por la que tengo a Lily, idiota. Porque lo amo.
Eso tenía aún menos sentido para Ayla. Pero Nessa volvió a fregar y Ayla supo que
ya había presionado demasiado, así que se mordió la lengua. Pasó el resto de la mañana
así, frotando en silencio, hasta que se le adormecieron las rodillas y le dolieron
horriblemente los brazos.
Ya estaban llegando los invitados del soberano; Ayla no dejaba de mirar cada vez
que se levantaba para escurrir su ropa y podía asomarse a las ventanas del segundo piso
que daban al patio. Sus gargantas, muñecas y orejas estaban llenas de oro. Llegaban a
caballo, en caravanas doradas, en carruajes tirados por caballos. Y entonces lo vio: un
uniforme negro entre todos los sirvientes uniformados de rojo. Los colores de un Scyre.
Le picaba la piel. No le gustaba estar encerrada en este palacio frío con tantas
sanguijuelas.
Esa noche, se ordenó a Ayla que fuera a buscar el vestido de baile de Crier a manos
de la costurera. Con los pies doloridos por caminar sobre losas todo el día en lugar de
tierra más blanda, se arrastró hasta el nivel subterráneo donde las empleadas
domésticas, las lavanderas y las costureras hacían la mayor parte de su trabajo. Todo lo
que quería hacer era dormir. Por años. Acurrucarse aquí mismo sobre las frías losas,
esconderse en las sombras, dormir durante una década. Era el tipo de cansancio que le
dejaba la cabeza nublada, borracha y lenta. Había imaginado que las tareas domésticas
serían más fáciles que el trabajo de campo, pero había subestimado no solo la cantidad
de trabajo, sino el puro agotamiento de ser vigilada y monitoreada constantemente, de
controlar su expresión y sofocar cualquier indicio de esa fatiga: un solo bostezo podría
sacarla del palacio para siempre.
Porque allí estaba Faye inclinada sobre una de las enormes bañeras de agua
humeante y jabonosa. Hermana de Luna. De la que todos habían hablado en el
mercado. La que no había sido vista desde la transgresión de Luna, (lo que fuera) y el
posterior asesinato.
Faye estaba agarrando una paleta larga de madera, lavando la ropa de cama y la
ropa sucia, su cara sonrojada y sudorosa por el calor.
La última vez que había visto a Faye era mediodía y el sol les caía sobre la cabeza
y Faye estaba en el suelo, cubierta de polvo, gritando de la manera cruda y sin palabras
de los animales torturados. Los soldados Automa la patearon en el vientre y ella no
paró de gritar. A veces, sus labios formaban la palabra Luna. Pero fue tan largo, tan
destrozada por el terror y la angustia, que no sonaba en absoluto como el nombre de su
hermana.
Y de alguna manera, ella todavía estaba viva. Ella estaba aquí, en el palacio,
removiendo una tina llena de ropa de cama. Ella no parecía herida. No le faltaban
extremidades, no tenía cicatrices a un lado de la cara que Ayla pudiera ver. La única
diferencia era que la Faye de hace un mes se había dejado el pelo largo, siempre
recogido en un nudo en la nuca. El cabello de esta Faye estaba muy corto, cortado tan
desordenadamente en lugares que se veían trozos de cuero cabelludo pálido.
—Faye —dijo Ayla impotente. En el segundo en que hizo ruido, Faye se sobresaltó
y dejó caer la paleta de madera; se dio la vuelta para mirar a Ayla con los ojos muy
abiertos. La puerta se cerró detrás de Ayla. Estaban solas. —Faye, ¿dónde
has estado? Pensé que estabas. . .
—No. Digas. Mi nombre. —Faye inclinó la cabeza hacia un lado, con los ojos fijos
en Ayla. Ella aún no había parpadeado. Tenía una forma extrañamente precisa de
hablar, sus palabras eran agudas a pesar de que su voz era tranquila. —Ese no es. Mi
nombre. Nunca más. No lo digas. No lo digas. ¿Quién eres tú?
Faye se rio.
O gritó.
—Llevarme —repitió—. Llevarme. No. No, no del todo. Aunque deberían haberlo
hecho. Yo lo merecía. No ella. No ella, no ella.
Sus ojos eran del tipo salvaje que Ayla había visto antes. Por lo general, veías esos
ojos en los cementerios, en las ejecuciones o en los incendios. Ayla sintió el primer
cosquilleo real de inquietud a lo largo de su columna vertebral. Había oído que Hesod
había llevado a sirvientes humanos al palacio para pagar sus deudas, incluso yendo tan
lejos como separándolos de sus familias, pero ¿no había sido la muerte de Luna un
castigo suficiente?
—¿Qué quieres decir con que no ella? —ella preguntó—. ¿Estás hablando de
Luna?
—¿Que hizo ella? —preguntó Ayla. Algo se sintió tan mal. — ¿Qué hizo ella?
Y arremetió a ciegas con un brazo, golpeando la nariz de Ayla con la mano. Ayla
se tambaleó hacia atrás, y el dolor aumentó en el lugar donde había sido
golpeada. Cuando se movió para tocarse la cara, sus dedos se enrojecieron y pudo sentir
el goteo de sangre caliente y pegajosa de sus fosas nasales.
—Dije que no la toques —dijo con voz áspera Faye, sacudiendo la cabeza, arrojando
gotas de sudor—. No la toques, no la toques, tómame en su lugar, no la toques, no la
toques, no la toques, no, no, no, no, NO. —Su voz se quebró y retrocedió, primero
lentamente. y luego casi tropieza con sus pies. Golpeó una de las bañeras, el agua
hirviendo se derramó por el lado opuesto, una paleta cayó al suelo, y luego chilló y
salió corriendo del cuarto de lavado, hacia la oscuridad del corredor exterior. El aire
frío entró en el cuarto de lavado húmedo y maloliente.
Ayla, temblando, echó la cabeza hacia atrás para detener el flujo sanguíneo. Le dolía
la nariz, pero no estaba roto. Sólo una leve punzada pulsando junto con el latido de su
corazón, un enfermizo recordatorio del estado de Faye...
¿qué? ¿Dolor? ¿Locura? ¿Ambos?
—Toma —dijo alguien detrás de ella, y ella se sobresaltó, pero sólo Nessa estaba
parada en la puerta. Su bebé todavía estaba atado a su cuerpo, y extendía un pañuelo y
escudriñaba a Ayla con sus ojos brillantes. —Para la sangre —dijo—. Tienes suerte de
que la lady haya estado demasiado ocupada saludando a los invitados hoy como para
molestarse contigo.
Nessa resopló.
—En el futuro, mantente alejado de esa chica. Ella no está bien y nunca lo
estará. Los dioses solo saben por qué sigue por acá.
Ayla asintió.
—Sí.
Nessa giró sobre sus talones y se dirigió en la dirección en la que Faye había corrido,
y Ayla estaba sola con sus pensamientos, los baños humeantes, la sangre en la boca. El
recuerdo de los ojos locos de Faye.
El día había sido angustiosamente largo. Todo lo que Ayla quería hacer después de
fregar el suelo y tratar desesperadamente de borrar la imagen del rostro aterrorizado de
Faye de sus pensamientos era caer de bruces en una cama y no despertarse nunca. Le
dolía la nariz y el pañuelo de Nessa todavía estaba en su bolsillo, como prueba.
—Canta —ordenó Crier. Estaban en una de las habitaciones más pequeñas junto a
su dormitorio y Ayla acababa de verter una pesada olla de agua hirviendo en la
bañera. Le dolían los brazos al ver el agua chapotear sobre la resbaladiza porcelana
blanca.
—¿Mi lady? —dijo Ayla.
—Yo... soy muy inexperta, mi lady —intentó Ayla. Eso era cierto. No había
cantado en años, no fuera de su propia cabeza. El acto de cantar estaba tan atascado en
la memoria: la voz de su madre cantando canciones de cuna y salomas1, su padre
uniéndose, un dúo como un ruiseñor acompañado por la ráfaga profunda y baja del
océano mismo. La pequeña Ayla y Storme riendo, cantando y bailando torpemente
frente al fuego de la chimenea. No. Ayla no quería cantar.
Cantó una vieja canción folclórica mientras vertía aceite con aroma a rosas en el
baño de Crier, desviando la mirada mientras su ama se desnudaba y se hundía en ella,
enjabonando las piernas. Cantó mientras cepillaba y aceitaba el cabello oscuro de Crier
después, sintió su sorprendente suavidad, notando, también, la tersa perfección de su
piel Creada, la forma en que las clavículas formaban una V abierta debajo de su
delicada barbilla.
Si tuviera un cuchillo en este momento, podría haber matado a Crier diez veces.
1
Una saloma es un tipo de canto de marineros usado para aumentar la productividad en los trabajos
realizados en la mar.
Después del baño y el pelo, bajó el vestido nuevo de donde lo había colgado. Era el
vestido de fiesta más ridículamente complicado que había visto en su vida. Era de color
plateado pálido, con una cola bordada y una falda como una campana ancha, y el
corpiño tenía que anudarse en la espalda, cerrarse alrededor del cuerpo de Crier como
una trampa de cazador. La única ventaja, pensó Ayla mientras ataba lo que debía ser
el milésimo par de pequeños cordones, era que Crier parecía tan miserable como se
sentía Ayla. Estaba casi nerviosa, los ojos recorrían su dormitorio y los dedos se
movían nerviosamente.
Dos sirvientes habían llevado un gran espejo con el propósito de preparar a Crier
para el baile. Crier estaba de pie justo enfrente, Ayla detrás de ella, y cuando Ayla miró
hacia arriba, sus ojos se encontraron con los de Crier en el reflejo.
Hizo una pausa con los cordones. Se preparó para recibir una orden.
—Sí —dijo Ayla, y se abstuvo de añadir: Tus costumbres son similares porque toda
tu cultura fue robada de la nuestra. Porque no tienen historia ni cultura propia.
—Pero la primavera pasada, una criada se casó con uno de los mozos de mi padre. Y
el año anterior, sé que Nessa cortejó a Thom, de los huertos. Ninguno de ellos tiene un
estatus significativo. Asi que. . .
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Ayla, dejando caer las manos de los cordones. Se
quedó mirando el reflejo de Crier, incapaz de apartar la sorpresa de su propio
rostro. Ayla y Nessa no eran amigas, de ninguna manera, pero Ayla se sentía protectora
de los secretos de los sirvientes. El matrimonio entre sirvientes no era ilegal, pero
nunca se sabía cuándo podrían cambiar las leyes, o qué maneras pensarían los Automas
en un futuro para castigar a su propio personal, para enviar ondas de miedo entre los
humanos.
¿Cómo demonios se enteró Kinok? ¿Por qué le importaría siquiera? ¿Por qué le
diría a Crier?
—Pero tú eres mi doncella —dijo Crier con un ligero aire de triunfo—, y se supone
que debes atender mis necesidades. Lo que necesito es una respuesta.
Ayla mantuvo los ojos fijos en los cordones que tenía bajo las manos y se negó a
mirar a Crier a los ojos en el espejo. Estaba oscureciendo fuera de las ventanas, el cielo
estaba morado por el crepúsculo. No tenían mucho tiempo antes de Crier hiciera su
entrada en la fiesta, y Ayla ansiaba la breve libertad que sabía que esta noche le daría.
—Se supone que nos casamos por amor —dijo finalmente Ayla. La palabra era una
semilla amarga en su lengua. Nunca antes se había enamorado. Así no. Pero ella había
sentido amor por su familia.
—Acordado.
Ayla tiró del penúltimo par de cordones, en la parte superior de la columna vertebral
de Crier.
—Casi termino. —Ahora tenía prisa, la ansiedad saltaba dentro de ella como una
llama.
Esa noche, cuando todo el palacio, tanto Automas como sirvientes, estuvieran
preocupados por el baile de compromiso, Ayla se deslizaría por debajo del gran salón
de baile a los niveles inferiores, donde se había enterado de que estaban los aposentos
de Kinok. Ella revisaría sus posesiones, su correspondencia, cualquier cosa que pudiera
encontrar. Rowan había sido clara. Busca un mapa o un libro del comercio de
Corazonita. Quizás un diagrama del Corazón mismo, si tal cosa existiera. Ella solo
podía leer un puñado de palabras, pero Benjy una vez le mostró los nombres de los
miembros del consejo, los escribió para ella en la tierra y luego los barrió con una
mano. Se había olvidado de la mayoría de ellos, pero aún podía imaginarse algunos de
ellos, las formas específicas de cada letra. Conocía a Ellios, Burn,
Markus. Kita. Thaddian. Conocía Automa; ella conocía humanos; ella
sabía rebelde. Ella conocía la palabra corazón.
Era casi demasiado. Demasiado para entender. Mucho más grande que el único
golpe fatal que más le importaba: Crier, muerta en sus brazos.
Pero por eso, Ayla tendría que esperar. Ella ya había esperado tanto tiempo; aún
podía esperar más. Podía esperar todo el tiempo que fuera necesario.
Ella apartó un poco del cabello de Crier, más que lista para terminar con todo esto,
y fue entonces cuando vio el tatuaje.
Era diminuto. Diez números grabados en la piel de Crier con tinta negra azulada,
cada uno más pequeño que una uña. Ayla había oído hablar de estos tatuajes antes,
pero nunca se había acercado lo suficiente a un Automa para ver uno.
Este era el número de modelo de Crier. Los primeros seis números la identificaron
como Crier de la familia Hesod. Los segundos cuatro indicaron el año de su
creación. Era un recordatorio más de que la criatura que estaba delante de Ayla, la
criatura atada con este hermoso y rico vestido, la criatura que merodeaba por los
acantilados de noche, esa criatura no era humana.
Ayla, sin pensarlo, pasó el pulgar por el número. Un toque suave, apenas visible; en
el momento en que se dio cuenta de lo que estaba haciendo, retrocedió y trató de
interpretarlo como un puro accidente. No se miró en el espejo, no se atrevió a
comprobar si Crier se había dado cuenta o no.
La piel de Crier estaba más caliente de lo que Ayla podría haber pensado.
—¿Cómo se siente?
Ayla no pensó en el amor sino en su collar. La única y brillante prueba de que una
vez, hace mucho tiempo, no había estado tan sola.
—Depende.
Déjame ir.
—A veces me siento mejor cuando pienso en cierta canción —dijo Ayla—. Eso es
todo lo que puedo decirte.
—No.
—¿No me lo cantaste?
—No, mi lady.
Ayla suspiró.
—Bueno, es . . . privado. —Era una palabra que los criados rara vez decían. Se
suponía que nada de sus vidas era privado.
—Por supuesto.
Crier se volvió hacia Ayla. De alguna manera, era más intimidante con el vestido
de fiesta que con su ropa normal. Más alta, más feroz, los músculos tensos de sus
brazos a la vista. No ayudó que llevara maquillaje: kohl2 alrededor de los ojos, una
mancha oscura en la boca. Parecía un monstruo de las viejas historias. Un chupasangre,
una bruja, hermosa y mortal.
—Hay una sala de música en el ala oeste —dijo Crier—. Voy allí a veces. A
practicar.
Un regalo.
Apenas podía comprender tal cosa. Parecía imposible que Crier confiara en ella
tan pronto, tan fácilmente.
A no ser que . . . a menos que ya hubiera querido confiar en ella. A menos que esa
hubiera sido parte de la razón por la que la había buscado en primer lugar.
—Las paredes son gruesas, por lo que no se escapa ningún sonido. Nadie te
interrumpirá. Ahora —dijo Crier, aparentemente satisfecha por la conmoción que
debió haber estado en el rostro de Ayla—, puedes acompañarme al salón de baile.
2
Un cosmético que se usa en el Oriente Medio, Norte de África y Sur de Asia, para los ojos.
7
Esa noche, Crier iba a hacer todo bien.
Esa noche, su secreto se mantendría a salvo. Tal vez ella era defectuosa en su interior,
con el pilar de la Pasión causando estragos en ella desde dentro, pero nadie tenía que
saberlo.
Varios cientos de invitados habían llegado al baile; Crier lo sabía, ya que ella misma
había escrito muchas de las invitaciones, había estudiado largas listas de nombres y
conexiones. Todos ellos se habían reunido para celebrar su compromiso con Kinok,
juntándose desde los bordes de la pista de baile hacia la tarima en el frente, bebiendo
Corazonita líquida y vino pálido y murmurando con anticipación. Aunque ella no podía
verlos a todos desde su escondite detrás de la tarima, podía oír a los invitados
escurriéndose desde las entradas a cualquier extremo de la habitación, hasta que Crier
empezó a sentir que la multitud casi la estaba ahogando.
Había hombres con oscuros chalecos bordados. Mujeres en vestidos de todos los
colores y estilos, sus cabellos sueltos y caídos, o trenzados en ajustadas coronas, u ocultos
bajo sedas coloridas; algunos estaban en uniformes militares con clase, con medallas en
los cuellos de su traje. Crier se preguntó si alguna vez habían visto de verdad una batalla.
De seguro la mayoría era parte de las últimas generaciones de Automas, aquellos que
habían sido creados mucho antes de la Guerra de Especies.
El gran salón de baile siempre había sido hermoso, pero esa noche era toda una vista,
todo brillante y exquisito. El piso, pulido, suave y brillante como el hielo, había sido
limpiado para bailar. Las paredes tenían colgados enormes tapices que llegaban del piso
al techo y que Crier nunca antes había visto, todos describiendo escenas de celebración y
unificación: la coronación de algún rey antiguo, una boda real presentando un vestido
hecho totalmente de perlas blancas, una escena de un campo de batalla en la cual Automas
uniformados estaban parados sobre los cuerpos caídos de incontables humanos (y los
cuerpos de los extraños Automas simpatizantes de los humanos, los traidores). Todos esos
Automas, Crier sabía, habían sido eliminados, considerados defectuosos. Quemados.
A la cabeza de todo eso estaba parada Crier, tomando respiraciones medidas tres
veces por minuto. La tarima ceremonial delante de ella estaba tallada para verse como
una masa de cuerpos humanos enredados y Automas de pie triunfantes sobre ellos.
Incluso las hojas pintadas de dorado y casi centelleando bajo la cálida luz de dos docenas
de candelabros de cristal y sus cuatrocientas velas eran espantosas. Crier siguió mirando
eso, descubriendo un nuevo detalle cada vez: la torcedura antinatural de una pierna, un
rostro con los ojos salidos de sus órbitas, una boca dorada torcida en un aullido silencioso
e interminable.
Crier no quería nada más que apartar la vista, pero la única alternativa habría sido
girarse hacia Kinok, quien estaba de pie tan quieto como una roca a su lado. Estaba
absolutamente calmado, pero de una manera que hacía que Crier pensara en las pozas que
se formaban por la marea: inmóviles en la superficie, pero con cosas oscuras y espinosas
ocultas debajo.
Afuera del salón de baile, la luna está alcanzando su punto más alto.
Su padre ascendió a la tarima. Se veía orgulloso y poderoso parado solo ahí arriba.
Como el mascarón de proa de un barco, dando la cara a un océano de Automas.
Por un segundo, Crier no se movió. Entonces, Kinok la rozó al pasar por su lado en
su camino para subir a la tarima, y ella sacudió el hielo de sus extremidades y lo siguió.
Ella no emergió hasta que era la hora, era la hora. Kinok levantó el cuchillo
ceremonial. Su filo captaba la luz de las cuatrocientas velas, y Crier pensó vagamente en
o luciérnagas.
—Hemos de unirnos, cuerpo con cuerpo, sangre con sangre —ella descansó el
antebrazo en el borde de la tarima, y él deslizó el filo casi gentilmente por su piel desde
el codo hasta la muñeca.
Como en todas las cosas, la herida llegó primero y luego el dolor. El brazo de Crier
dolía terriblemente, incluso cuando sabía lógicamente que el largo y limpio corte en su
piel (el corte de un cirujano, pensó ella distantemente) ya había comenzado a sanar. Tomó
todo en ella para quedarse quieta, mantener la expresión en blanco y permitirse sangrar.
Sólo tuvo unos pocos momentos para serenarse antes de que fuera su turno de empuñar
el cuchillo. El corte que le hizo al antebrazo de Kinok no fue ni de cerca como el suyo
(un poco tembloroso, un poco demasiado profundo o superficial en algunos lugares), pero
por supuesto que su sangre se derramó de igual forma. Ella desató la tela del brazo de él.
Lo desechó. Y bajo la guía de Hesod, presionaron sus antebrazos juntos, sangre violeta
untándose entre ellos, serpenteando hasta gotear de sus codos. Una sola gota aterrizó en
la falda de Crier.
—Hemos de unirnos —dijo Crier. Su voz era tranquila pero clara, como una campana
sonando por el salón de baile—. Cuerpo con cuerpo. Sangre con sangre.
Crier bajó la mirada del rostro de Kinok tan pronto como pudo. Miró abajo a la
diminuta mancha oscura en su falda, la gota de sangre caída.
Estaba hecho.
Después de que la ceremonia hubiera terminado, Crier fue libre de mezclarse con los
invitados, pese a lo poco que realmente quería hacerlo. Kinok la ayudó a bajar de la
tarima, su mano fría en la suya, y juntos se adentraron a la multitud que aguardaba. Los
músicos habían parado de tocar durante la ceremonia, y ahora recomenzaron con una serie
de valses, música que era suave y profunda bajo el murmullo de la conversación. Crier
pronto perdió a su padre con un miembro del consejo y a Kinok con una mujer que
aparentemente también era una Scyre, pero ella lo prefería así. No estaba de humor para
la jocosidad. Su brazo había sido vendado, pero aún dolía, y el sentimiento enfermo en su
estómago había vuelto. Quizás nunca se había ido.
Mientras buscaba una zona tranquila cerca de uno de los tapices, Crier se encontró
lanzando miradas a los únicos otros humanos del salón que no eran sirvientes: los
músicos, ubicados lejos, en un rincón. Eran un cuarteto; laúd, arpa, caramillos y un lento
y rítmico redoble de tambor. Mantenían las cabezas bajas, las espaldas inclinadas sobre
sus instrumentos. No había un director, y aun así cada pieza fluía sin interrupciones hacia
la siguiente, melosas baladas Tarrenianas convirtiéndose en bailables canciones
Varnianas, transformándose en rápidas y ligeras melodías que le recordaban a Crier la luz
del sol esparcida en el océano, brillando en las olas. Con cada nueva canción, Crier
pensaba: ¿A Ayla le gustaría esto?
La multitud se separó mientras ella se dirigía al borde del salón, buscando espacio,
aire o silencio; todas las cosas que ansiaba pero que no encontraría allí. Era detenida cada
pocos instantes por un invitado ofreciéndole buenos deseos, noticias, presentaciones o un
vaso de aquel vino pálido.
La primera vez que vio a alguien vistiendo una tela negra, tan similar al rojo que
Kinok acababa de sacar de su brazo, apenas lo notó.
—¡Lady Crier! —la llamó Rosi, y se salió de una conversación con otra chica para
deslizarse hacia otro lado, moviéndose con el tipo de gracia fácil que todos los Automas
se suponía que debían emular. Ella siempre había sido así—. Lady Crier, ha pasado
tiempo.
—Por lo menos un año —dijo Crier—. Esperaba que vinieras esta noche. —Y lo
decía en serio. Crier sentía que Rosi estaba más interesada en ella por la oportunidad de
progreso social que prometía, tal vez creyendo que Crier, como la hija del soberano,
podría ayudarla a elevar su propio estatus. Pero, aun así, Crier apreciaba tener a alguien
a quien escribir regularmente, alguien que hiciera su vida menos estrecha y limitada.
Ellas se habían escrito un puñado de cartas los últimos años, y eran tan cercanas como
dos Automas podrían llegar a considerarse lo que los humanos llamaban “amigos”. Su
raza no experimentaba realmente la amistad en la forma en que los humanos lo hacían,
ya que no era particularmente inherente o cultivado; no era parte del Tradicionalismo y,
por lo tanto, no era reforzado de la manera en que la familia y algunas de las artes eran
incentivadas bajo el mando de Hesod.
Lo cual tal vez era la razón de que Rosi se viera tan sorprendida… y aliviada.
—Sobre esa banda negra en tu brazo. Me da curiosidad que nunca hayas hablado de
ella en nuestra correspondencia. ¿Es algún tipo de moda?
Rosi rio, y entonces pareció darse cuenta de que Crier hablaba en serio.
—¡Oh! No, mi lady —dijo, dándole a Crier una sonrisita confundida—. ¿En serio no
lo sabe? Después de todo, es el símbolo de su prometido.
—¿Su símbolo?
—Sí —Rosi terminó su vaso de vino de un trago y pasó el vaso vacío a un sirviente
humano, intercambiándolo por uno lleno. Tomaba probablemente un barril de vino para
que tuviera algún efecto en las capacidades de un Automa; ella parecía determinada a
alcanzar ese punto. —Lo usamos para identificar a los miembros del Movimiento.
El Movimiento Anti-Dependentista.
Crier frunció el ceño, escaneando el salón abarrotado. Ahora que lo estaba buscando,
se dio cuenta de que prácticamente uno de cada diez invitados llevaba la banda negra.
¿Kinok realmente tenía tantos seguidores dedicados? Y eran bastante valientes, al
parecer, para declarar su alianza tan abiertamente, justo en las narices de Hesod.
—Claro —dijo ella—. Por supuesto. ¿Y tú. . . tú eres miembro del Movimiento?
—Oh, sí. En realidad, me enteré de él por mi propio prometido. Está por aquí en
algún lado: Foer, hijo de la concejala Addock. ¿Se conocieron?
—Sí, conocí a Foer. —Por lo que Crier podía recordar, él era un chico callado y
modesto, más suave de lo que su padre había pretendido que era. —Felicidades por su
unión.
—Gracias, lady —dijo Rosi. Entonces, echó una mirada alrededor, como si se
asegurara de que no hubiera ojos sobre su conversación, y se inclinó más cerca. —La
verdad es que eso no habría pasado nunca si no hubiera sido por el Scyre Kinok.
—¿Qué quieres decir?
—La finca de la concejala Addock era uno de los objetivos en los Levantamientos
del Sur. Si el Scyre Kinok no hubiera estado allí para advertirle, para ayudarlo a
defenderse de los ataques, los humanos podrían haber invadido su finca. La concejala
Addock, su esposo, mi Foer… todos ellos podrían haber sido asesinados.
—¡Oh, mire! —dijo Rosi, hablando fuerte otra vez—. Han empezado a bailar. Su
primer baile será pronto, mi lady —se rio, brillante y linda—. Qué costumbre tan pasada
de moda, ¿no lo cree? Preferiría no bailar yo sola. Siempre me veo tan torpe.
Entonces ella volteó… justo a tiempo para casi chocar con la persona exacta a la que
estaba buscando. Kinok se paró frente a ella, calmado como siempre, su chaleco rojo del
color de la sangre humana.
—Mi lady —dijo—. ¿Le gustaría unirse a mí para nuestro primer baile?
Todos los invitados a su alrededor estaban mirándola a ella ahora; la pista de baile se
estaba vaciando. Un espacio despejado sólo para Crier y su prometido. Su unión para toda
la vida. Cuerpo con cuerpo, sangre con sangre.
—Sí, Scyre —dijo y lo dejó llevarla hasta el centro del salón de baile.
Todos estaban mirando, incluido su padre. A primera vista, parecía que él estaba
continuando su conversación con una emisaria del Norte Lejano, sonriendo jovialmente,
encantándola, encantando a todos, pero sus ojos estaban en Crier. Eso le recordó: en todo
el caos de los planes y la ceremonia, casi había olvidado que, en sólo tres días, ella iba a
asistir a su primera reunión del concejo. Era algo por lo que estar ansiosa, como mínimo.
Sonriendo, Kinok la atrajo hacia sí. Una de sus manos descansaba en su espalda baja,
la otra estaba entrelazada con la mano de ella. Sus dedos se entrecruzaban como puntadas
en una herida abierta. Crier puso su mano libre en el hombro de Kinok, manteniendo su
toque lo más ligero posible, aun no queriendo presionarlo.
Solos en el centro del salón, con incontables pares de ojos siguiendo cada
movimiento, Crier y Kinok comenzaron a bailar.
Era un vals. Otra tradición humana, una de la cual su padre estaba particularmente
enamorado: A menudo llevaba humanos bailarines al palacio y les ordenaba actuar para
él, valses lentos y rápidos, números salvajes que parecían más una pelea que un baile, y
él miraba todo con ojos negros y fascinados.
Crier pensaba en eso mientras daba vueltas en el piso con Kinok. Pero también en su
nueva doncella. ¿Ayla sabía bailar vals? Probablemente no. E incluso si lo hiciera, de
seguro nunca bailaría con Crier, nunca posaría su mano en la cadera de Crier y la guiaría
por el salón de baile de la forma en que Kinok lo estaba haciendo, girando con la música,
sus cuerpos cerca y sólo separados por cinco centímetros de tenso espacio. Lo
suficientemente cerca para sentir el ritmo de su respiración humana.
Más aún: Crier recordó la mirada de sorpresa en el rostro de Ayla cuando le había
dado la llave del cuarto de música esa noche. Por alguna razón, esa sorpresa la había
complacido.
—Debe estar de buen humor —dijo Kinok, y Crier se dio cuenta de que había estado
sonriéndose a sí misma—. Todo fue bien esta noche.
—Yo… —miró hacia arriba para encontrarlo mirándola fijamente, sus ojos
decididos—. Siento que nuestra unión es buena para el futuro de nuestro país.
—No comprendo. ¿Por qué importaría cómo me siento? —Se impulsó al siguiente
paso del vals tal vez un poco demasiado rápido.
—Ha sido un invitado en nuestra casa por casi un año, yendo y viniendo a su antojo,
inmerso en sus estudios privados y fortaleciendo su Movimiento. Parece haber tomado
interés en mi punto de vista político y mis ensayos, pero ¿qué comparte de su trabajo?
La sonrisa se mantuvo.
La hizo girar.
A pesar de eso, Crier estaba intrigada. No era sólo que Kinok parecía saber algo que
ella no sobre Thomas Wren, sino que era sorprendente que él estuviera tan fascinado con
el tema para empezar.
—Vi su diseño.
—Yo no. . .
—Lo estamos —respiró Crier. Su corazón estaba latiendo tan rápido que casi esperó
que su timbre se prendiera. —Estamos… estamos unidos.
—Por eso, la ayudaré. Y estoy seguro de que usted hará lo mismo por mí.
—¿Ayudarme? ¿Cómo?
—Hágalo —dijo temblorosamente—. Encuéntrela. Haga lo que sea que tenga que
hacer. Sólo… no le diga a nadie.
—Por supuesto —dijo—. Estamos unidos. Somos usted y yo, Lady Crier.
Hubo una última nota del arpa, una alta y fina nota ondeando en el aire, y el vals llegó
a su fin.
Los dos se soltaron y dieron un paso atrás. Las manos de Crier cayeron a sus costados,
vacías.
—Usted y yo —dijo.
El Creador Thomas Wren fabricó a una niña que encajaba con los requisitos de la reina:
diez veces más fuerte que el humano más fuerte jamás registrado. Diez veces más rápida.
Esta niña no necesitaba comida, ni sueño; podía oír una conversación susurrada a una
distancia de mil pasos y ver en la noche como un gato; su mente solucionaba las
ecuaciones matemáticas y metafísicas más avanzadas a una velocidad cincuenta veces
mayor que la de los humanos expertos; nunca se cansaba, nunca se debilitaba, nunca
sucumbía a la enfermedad.
Wren llamó a la niña Kiera y la llevó a la capital. La reina Thea estaba tan embargada
de alegría que adoptó a Kiera como su hija y heredera antes de que el sol se pusiera ese
día. Le dio a Wren su oro prometido y un sitio en la mano derecha del trono, y por los
siguientes siete días, la reina envió caravanas de pan y miel hasta los confines de Zulla,
celebrando a su hija recién fabricada.
Kiera.
La mayor creación de Wren tenía un solo defecto: ya que ella no era magia alquímica,
ni autómata, ni carne y hueso, sino una combinación de esos tres, ella no era
perfectamente autosuficiente. Hay una ley en este universo. Uno no puede crear algo de
la nada. Debido a que ella fue creada por y para la reina, Kiera necesitaba la sangre de
la reina para sobrevivir.
Ayla se movió rápido por la oscuridad, con las orejas atentas en busca de sonidos de
pisadas o voces mientras hacía su camino por el pasillo. Esa era su oportunidad de
explorar y ver si podía hallar alguna información sobre Kinok. Había encontrado dos
guardias en su patrulla rutinaria, pero todo lo que ella había tenido que hacer había sido
murmurar “Un recado para mi lady” y le habían dejado pasar. El nombre de Lady Crier
era como una contraseña secreta. Una llave maestra.
Se puso de rodillas, entornando los ojos por el diminuto espacio entre la puerta y su
marco. La cerradura no sería mucho problema. Su hermano le había enseñado cómo
ocuparse de las cerraduras. Alcanzó su bolsillo, sacó la hebilla que había robado de la
habitación de Crier más temprano, y la insertó cuidadosamente dentro el ojo de la
cerradura. No había ninguna delicadeza en forzar cerraduras, no para ella. Sin embargo,
su hermano, Storme, había sido el verdadero experto. Él había sido capaz de abrir el
cerrojo de la cabaña de su familia en diez segundos. El estilo de Ayla era más del tipo
“forcemos la perilla, movamos por un rato y veamos qué pasa”. Mordió su labio,
hurgando con la hebilla dentro del ojo de la cerradura, y… click.
Luego sacó un pañuelo (el que Nessa le había prestado antes para limpiar la sangre
de su nariz) y lo usó para prevenir cualquier rastro de huellas dactilares o aceite de la piel
cuando giró la perilla, abriendo la puerta suavemente. Aún estaba de rodillas, y esa fue la
única razón por la que lo vio.
Su cuerpo se enfrió. Era una trampa ordinaria y boba, del tipo que ella y Storme
habían usado para hacerse bromas; un jarrón de agua encima de la puerta principal, una
cuerda que, al tropezarse con ella, hacía que la tetera cayera al suelo estrepitosamente.
Esas trampas eran obvias, usadas para ahuyentar a un intruso. Para indicar una
advertencia.
Esta trampa era diferente. Sólo la persona que la había colocado sabría que había sido
alterada, que alguien había estado en la habitación. Kinok no quería asustar a sus intrusos.
Él sólo quería saber si había alguno. Por alguna razón, eso se sentía mucho más siniestro.
Ayla se estremeció y levantó el cabello, colocándolo cuidadosamente en su bolsillo para
reemplazarlo cuando saliera, de la misma manera en que Kinok debió haberlo hecho.
Luego, ella entró.
El dormitorio en sí era casi igual al de Crier. Había una cama justo como la de ella,
grande y con dosel de lino. Un espejo, una bañera, un gran baúl de madera en una esquina.
Sin embargo, Kinok no mantenía fuego en la chimenea, así que la habitación estaba tan
fría que Ayla estaba temblando en su delgado uniforme de doncella. Y había un solo tapiz.
Nada en el baúl más que ropa y monedas sueltas. Nada dentro o alrededor de la
bañera, el espejo, la estantería de libros medio vacía, la chimenea… Ayla revisó cada
superficie, cada rincón, cada sombra. La ropa de cama, el baño, las cortinas; incluso se
arrastró bajo la cama para ver si había algo guardado en el armazón de la cama… nada.
Desconcertada y poniéndose más nerviosa con cada minuto que pasaba, Ayla
finalmente se volvió al tapiz. Era hermoso, una escena tejida de músicos tocando para
una chiquilla de ojos dorados. Ayla tocó los bordes del tapiz, lo levantó de la pared para
revisar detrás… pero cuando lo hizo, no vio la pared de piedra que esperaba. Vio papel.
Con el corazón en la garganta, agarró el tapiz con ambas manos y lo sostuvo sobre
su cabeza, tratando de ver la totalidad de lo que se estaba escondiendo detrás.
Primero, Ayla pensó que era un mapa. Pero entonces se dio cuenta de que no, era
demasiado escaso; no había tierra ni océano azul. ¿Un mapa estelar? Entrecerró los ojos
en la oscuridad, tratando de comprender el diseño.
Ahí, esbozados en perfecto detalle, había caras humanas. Cientos de ellas, cada una
hecha en tinta negra, no más grande que una moneda de cobre. Le tomó un momento a
Ayla ver una cara que reconoció: Nessa. Y allí, a una mano de distancia: Thom, el esposo
de Nessa, quien cuidaba de los huertos. Estaban Laurel, Gedda y Rie, de las cocinas. El
dibujo de Rie incluso tenía la profunda cicatriz que su ojo izquierdo tenía.
Estaba Yoon, de las cocinas, Idric, Una y Jack. Cada dibujo estaba conectado a otros
dibujos por hilos de diferentes colores: rojo, azul, dorado. A unos pasos de distancia
realmente se veía como un mapa estelar, un cielo nocturno lleno de constelaciones.
Nessa y Thom, los amantes no tan secretos, estaban conectados por un hilo rojo.
Gedda y su amigo más cercano, otro mozo de establo llamado Ket, estaban conectados
con azul. Laurel y su hermanita, Edy, con dorado. Los hilos se estiraban por todo el mapa,
docenas y docenas de ellos, superponiéndose, creando una vasta y compleja red de…
relaciones.
Con una creciente sensación de horror frío y enfermo, Ayla buscó en el mapa una
cara específica.
Benjy.
Había líneas azules conectando a Benjy con un par de sirvientes. Sin líneas doradas:
sin familia.
Una sola línea rojo sangre brillante corría como una vena por el mapa.
La cara al otro extremo era Ayla. Esta se quedó mirando la diminuta descripción de
sí misma: su cara redondeada, su cabello negro tinta. El hilo rojo se sujetaba en su
garganta.
Ridículamente, su primera reacción fue una vergüenza ardiente. ¿Kinok pensaba que
ella y Benjy eran amantes? ¿Por qué? Ellos nunca habían sido nada más que amigos,
nunca habían ido más lejos y no lo harían. No podían. (Hubo un momento en el que Benjy
presionó sus frentes juntas, y por un momento, Ayla pensó: “No”). Por años, Ayla había
tratado de hacer lo posible por mantener a Benjy a un brazo de distancia. Sabía que incluso
la amistad te hacía más débil, hacía que las decisiones duras sólo fueran más duras, en un
mundo donde tenías que ver por ti mismo primero.
El amor te rompía. Después de todo, era el amor, en verdad, lo que había hecho a
Ayla llorar por semanas después de la muerte de su familia, la había hecho acurrucarse,
incapaz de moverse. El amor era lo que te hacía invitar a la muerte, desearla, ansiarla,
sólo para poder ser liberado de tu propio dolor.
Una vez que Rowan la había hecho ponerse de pie y le había dado un nuevo inicio,
Ayla se había jurado que no dejaría que el amor la rompiera de nuevo.
Ella se estremeció ahora y se inclinó más cerca, su nariz casi rozando el mapa. No
podía evitar notar que su cara era la única en el mapa que tenía sólo un hilo conectado. El
resto de las caras de tinta tenían hilos de todos los colores ramificándose: amigos,
hermanos, amantes.
¿Estaba Luna?
Ayla se quedó mirando la marca tachada que una vez había sido el rostro de Luna,
deseando que la verdad no fuera la verdad, pero era demasiado tarde; ella ya lo había
deducido; sabía por qué el hilo era negro; era horrible y repugnante, y la única explicación
que tenía sentido.
¿Por qué Kinok mantenía ese mapa? ¿Qué bien le hacía saber todas esas conexiones?
A menos que… a menos que estuviera usando las relaciones humanas contra ellos de
alguna manera, para mantenerlos en orden, para mantenerlos bajo control.
No había sido un castigo por algo que Luna había hecho. “No fue ella, no fue ella”,
había dicho Faye.
La muerte de Luna había sido un castigo por algo que Faye había hecho.
Para eso era ese mapa. Para encontrar las debilidades de los humanos…
Dioses, con razón Faye había enloquecido. Llévenme en su lugar, había gritado.
Mátenme en su lugar.
Giró una esquina y siguió por un pasillo angosto, corriendo a ciegas en busca de las
escaleras que la llevarían arriba hacia la luz y el calor, con su respiración saliendo en
ásperos jadeos.
Trató de registrar las vueltas mientras se apresuraba por los corredores (izquierda,
izquierda, derecha), pero todo lo que podía mantener en su cabeza eran los dibujos, las
diminutas pecas de Benjy y su propio cabello de tinta, y perdió su camino: Izquierda y
luego derecha… no, derecha y luego derecha. Estaba irremediablemente desorientada.
Entonces, llegó al lado de una puerta con una aldaba de oro en forma de un arpa.
La sala de música.
Buscó en su bolsillo y agarró la fría llave de metal que Crier le había dado. Jadeando,
casi la hizo caer dos veces antes de finalmente insertarla en la cerradura. Pero esta giró,
la puerta se abrió, y ahí estaba: la sala de música.
Otro lugar oscuro y vacío. Otro lugar donde había estado totalmente sola.
El hueco donde ella se había ocultado durante el ataque. Donde ellos habían asaltado
y habían tomado todo.
Ayla se hundió en una banca de cuero y abrazó sus rodillas hasta ponerlas bajo su
frente. No se había dado cuenta hasta ese momento de que su cuerpo entero estaba
temblando, pero en la calma de esa habitación no podía detenerse. Sintió que incluso algo
esencial para su ser, su venganza, comenzaba a temblar. Siempre había sido como un
constante fuego ardiente, pero ahora subía y bajaba, subía y bajaba, como si sus llamas
se hubieran encontrado con una suave lluvia.
Justo antes del amanecer, Benjy sacudió a Ayla hasta despertarla con tal violencia que
casi, casi, la llevó de vuelta a aquel día.
Cuando abrió los ojos, él estaba cerniéndose sobre ella en la oscuridad. Su rostro
estaba pálido, su boca presionada en una línea blanca. Estaba agarrando el hombro de ella
con una mano. La otra mano estaba enredada en sus mantas, su puño apretado tan fuerte
que parecía que los huesos de sus nudillos estaban a punto de reventar fuera de la piel.
Ayla titubeó.
—No es imposible —dijo Benjy—. Son capaces de hacer lo que sea. Sabes eso mejor
que nadie. La gente está diciendo que los guardias trataron de tomar a la hija de Nessa,
Nessa luchó, y…
—¿Cómo es posible… que eso haya ocurrido…? —La voz de Ayla se rasgó. Sus
palabras la estaban estrangulando. Trató de cerrar los ojos, pero cuando lo hizo, fueron
los gritos de su hermano los que entraron a la fuerza en su mente, haciendo añicos la
oscuridad. El olor de carne quemada, de cenizas. El miedo paralizante y adormecedor.
Abrió los ojos. Ver era mejor que no hacerlo.
El rostro de Benjy estaba afligido, sus manos temblando de miedo, por furia o algo
mayor.
—Vamos. Sabes que no mentiría sobre esto. La gente vio su cuerpo, Ayla, Thom vio
su cuerpo.
—Oí que por allanamiento. Alguien dijo que habían encontrado su pañuelo en la
habitación del Scyre hace tres días. Supongo que pensaron que estaba husmeando.
Su boca probó bilis, algo agrio, muerte y equivocación. Podía sentirla subiendo por
su garganta, iba a enfermarse, o tal vez sólo era la culpa, una cosa física en su interior,
estrangulándola como maleza.
Mi culpa, siguió pensando. Mi culpa. Era ella la que había entrado a hurtadillas. La
que había dejado el pañuelo allí como una bandera de rendición en el suelo, la maldita
evidencia. Ahora Nessa estaba muerta, Thom se había quedado viudo, y Lily, sin madre.
—No.
—Me tengo que ir —logró decir, luego estaba escapando, luego estaba en la puerta
y tal vez la gente la estaba mirando, pero no podía estar segura; y luego estaba afuera, su
ropa medio abotonado en el cuello y las muñecas. En la fría madrugada, donde la
oscuridad sabía a sal.
Tal vez para entonces eso ya no había importado… O había sido demasiado tarde.
¿Por Benjy?
Se dobló por la cintura con una mano apoyada en la pared de piedra de los cuartos de
sirvientes, y vomitó en el pasto lleno de maleza, su estómago tenía espasmos, aunque no
salió nada más que un delgado hilo de saliva. Su estómago estaba demasiado vacío ya.
Si Nessa no había hablado, entonces ella había muerto por Ayla, debido a Ayla…
Huyó de su rostro, sus pecas, sus ojos de ciervo, sus rizos negros como tinta.
Giró la esquina de los cuartos de sirvientes y siguió corriendo, sus delgados zapatos
golpeando la compacta tierra. Corrió cruzando los jardines. Los huertos.
Ahí, colgando entre dos árboles en la entrada de los huertos. Donde cualquiera podría
verlos.
Unos cuantos sirvientes estaban reunidos bajo los árboles. Estaban mirando los
zapatos y el pañuelo en silencio. Sólo observando.
Ayla podía oír su propia respiración salir demasiado fuerte y demasiado áspera en la
tranquilidad de la temprana mañana, pero no podía parar.
Malwin estaba entre la multitud. Era reconocible por su cofia blanca. Después de un
largo momento, ella volteó la cara del pañuelo y los zapatos, y se apartó con los hombros
encorvados. Antes de que Ayla se diera cuenta de lo que estaba haciendo, la estaba
persiguiendo.
—¡Oye! —La ira, la tristeza y el pánico que habían inundado sus venas se redujeron
a un objetivo. La hacían temblar con urgencia. Nessa se había ido. Pero Benjy seguía
vivo… por ahora. Tenía que asegurarse de que se mantuviera a salvo. Nadie más sabía
sobre el mapa de Kinok aún. No se lo había dicho a nadie.
Ayla lo ignoró.
—Has estado en el palacio más tiempo que cualquiera de nosotros —dijo—. Sabes
más que… más que cualquiera ahora, después de Nessa. . .
—Información. Sobre Nessa y lo que hizo, qué les dijo, qué hizo para que la
mataran…
—Entonces toma este consejo —dijo Malwin, dando un paso dentro el espacio de
Ayla. Estaba tan cerca que podía olerla: hierbas y harina, como las cocinas. Su cabello
estaba húmedo de sudor debajo de la cofia blanca—. Pregunta por nadie más que por ti
misma. Que no te importe nadie más que tú misma. Esa es la única manera en que
sobrevivirás en este lugar.
—Malwin. . .
—Saben todo sobre nosotros —exhaló Malwin—. Todo lo que hacemos. Todos a los
que… —dio un paso atrás, sus puños apretados y temblando—. El Scyre siempre está
observando.
—¿Faye…? —Ayla frunció el ceño, con el tapiz en el cuarto de Kinok y el mapa que
cubría rondando por su mente—. ¿Faye… le hizo algo a Kinok? ¿Es por eso que las
sanguijuelas mataron a Luna? ¿Es por eso que estás asustada?
—No quiero hablar de eso —susurró Malwin, sus ojos precipitándose alrededor—.
No quiero atraer las cosas malas hacia mí —entonces, se inclinó, hablando en apenas más
que un susurro—. Todo lo que sé es esto: sigue las manzanas de sol. Pero el Scyre
mantiene sus secretos a salvo. No lo estudies muy de cerca.
A salvo. Estudiar.
—Eso es todo. Te dije que no era mucho. No ando husmeando por ahí —dijo
mordazmente—, porque no quiero que nadie más muera en este lugar, no por mi culpa.
Y entonces se marchó.
Ayla se quedó ahí, de pie sola en medio de los jardines, y por un momento muy largo
no se movió. Quería llorar. Pero había perdido esa capacidad años atrás.
Benjy había querido unirse a la rebelión en el Sur con Rowan. Debió haber ido. Pero
ella le había dicho a Benjy que las probabilidades estaban al favor de los Automas. Que
la posición de Ayla como doncella era su oportunidad para una revolución real. Él le había
creído.
Ese sentimiento, el mismo que le había llegado en la sala de música esa noche, volvió
a ella. Ese subir y bajar. Ese miedo. ¿Había tomado la decisión equivocada?
¿Importaba?
Rowan. Ella quería hablar con Rowan en ese momento, necesitaba su consejo,
ansiaba su presencia y el sentimiento de que, sin importar qué pasara, ella estaría ahí para
vendar sus heridas, para ponerla de pie otra vez. Rowan, quien la había metido en esto en
primer lugar… quien se ya se había ido a investigar el levantamiento en el sur. Para
zambullirse de cabeza en la visión de justicia en la que creía.
Rowan no estaba ahí para consolarla, pero ella fue la razón por la que Ayla supo lo
que tenía que hacer.
Después de todo, ella había aprendido algo hoy. Que Kinok tenía un estudio,
separado de su habitación. Y que, en ese estudio, había algo a salvo.
Una memoria:
El día antes de las redadas, en una estúpida e infantil pelea, Storme y
Ayla se chillaban entre sí por ninguna razón, Ayla arrojando un puñado
de tierra y luego cuando eso no hizo que dejara de molestarla, ella arrojó
palabras. Te odio. Las escupió como agua envenenada. Te odio. Desearía
no tener ningún hermano. Deseo que te vayas para siempre. Ella estaba
tan enojada, su pequeño cuerpo agitado con ello. Y él se estaba riendo de
ella. Como el niño que él era. ¡Déjame sola! Gritó ella hacia él, y nunca
miró hacia atrás.
Y al día siguiente…
E.900, A. 10: Wren recibe una carta de una Mujer Desconocida “H——.”
(Nombre en la carta oscurecido, no hay registro de ella en los archivos de
su Academia o algún otro acto de este período… ¿A propósito? Incluso
Wren, en su propia escritura, se refiere a ella como “H.” Quizás para
proteger su identidad de futuros historiadores. Quizás para protegerse a
sí mismo.) “H——” es una antigua amante de los años de Wren en la
Academia de Creadores, la carta informa que H—— ha dado a luz a su
hija.
Había ciertas cosas que escuchabas cuando crecías en las calles de los pueblos humanos.
Junto con las ratas de las alcantarillas, los susurradores. Historias de la Reina Loca, la
Reina Joven. Algunos decían que ella había matado a su propio padre para tomar el trono.
Algunos decían que se bañaba en sangre humana. Ella era una leyenda, o una historia de
terror. Pero ahora que la Reina Loca estaba frente a ella, Ayla se preguntaba cómo esas
historias habían comenzado siquiera. Por mucho que odiaba admitirlo, la Reina Loca no
actuaba como un monstruo. No se veía cruel, arrogante o violenta. Cuando ella le hablaba
a los humanos que la acompañaban (y ellos no eran solo sirvientes, la reina tenía guardias
humanos y a Storme) su voz era dominante pero respetuosa, casi suave. Durante el
recorrido del palacio ella mantuvo a Storme cerca. Cuando miró algo que consideró
interesante, como los tapetes de caza en el gran salón o la biblioteca dedicada a la vasta
colección de libros humanos de Hesod, ella lo apuntaba hacia él y esperaba a que él
murmurara un comentario. Como si a ella le importara. Como si fueran iguales.
Una sola tarde pasada en su presencia, y Ayla podía decir que la reina de Varn era
un desastre de contradicciones. Ella portaba el poder como una corona de oro puro,
imposible para cualquiera de ignorar, y aún así ella no la había utilizado para herir o
castigar a nadie. Era joven, apenas mayor que Ayla, pero se comportaba como una
envejecida reina guerrera. Era feroz pero gentil, impredecible en su falta de crueldad. Ella
lucía como si pudiera retar a cualquiera en el reino y ganar, pero también como si pudiera
burlarlos con inteligencia.
Ella no era como las historias. Ayla la miró y no pudo realmente imaginarla tomando
baños en una piscina de sangre humana. Triturando huesos entre sus dientes.
Mientras el recorrido continuaba, Ayla comenzó a darse cuenta que ella no era la
única que miraba a Junn muy de cerca. Crier seguía robándole miradas, también. Para ser
una sanguijuela, Crier no era realmente buena ocultando sus pensamientos. Ella miraba a
la Reina Junn con algo más allá de la curiosidad, pasando de la intriga.
El recorrido los llevó por el ala oeste y el ala este, donde la reina se estaría quedando.
El ala este estaba mucho más aireado que la oeste, tenía algunos de los grandes pasillos
forrados con ventanas para dejar pasar la pálida luz después de la lluvia, estaban las
blancas paredes de mármol casi brillando. Los pasos de la procesión resonaban en el suelo
de mármol, un desfile aparentemente interminable de sonidos. Todo era humano. Los
Automas se movían en un perfecto silencio, como fantasmas. Ese era un gesto de
deferencia.
Crier mirando a la reina.
Ayla mirando a Storme.
Tal vez Storme había sido capturado, razonó. Era poco común para las sanguijuelas
tomar prisioneros durante sus redadas, pero podía pasar. Probablemente. Tal vez él había
sido capturado y de alguna manera terminó en la corte de la reina y nunca, ni una vez en
siete años, había tenido la oportunidad de escapar y de encontrar a su hermana que creía
que él había sido asesinado.
Un amplio pasillo con ventanas los condujo a las entrañas del palacio, donde los
pasillos de mármol no eran tan brillantes y modestos. La luz de las lámparas parpadeaba
sobre las paredes, creando extrañas sombras saltantes. Estaba oscuro incluso en la luz del
día. La procesión de pasos seguía haciendo ecos, pero el sonido era más diluido y vacío.
De alguna manera, amortiguado. Ayla tensó sus orejas para escuchar las palabras de
Hesod mientras le contaba a la Reina Loca sobre la historia de estos pasillos, el famoso
Automa que construyó este palacio y ha vivido aquí desde la Guerra de las Especies. El
poder genera poder. Ella solo salió de su aturdimiento cuando Crier se detuvo frente a
una puerta, pasando desapercibida por el resto del grupo, y llamando a Ayla a acercarse
más. Frunciendo el ceño, Ayla lo hizo.
—Quiero mostrarte algo —Crier dijo silenciosamente, señalando hacia la oscura
puerta de madera—. Creo… Creo que esto va a significar algo para ti. Solía estar vacío.
Pero desde ayer, ya no lo está. Adivina quién está ahí.
—No lo sé —Ayla dijo, agitando su cabeza.
Crier sonrió.
—Es Faye.
Ayla la miró.
—Lo siento, ¿por qué Faye vive en el ala este?
Crier se veía casi orgullosa.
—Yo lo pedí.
—Pero, ¿por qué. . . ?
—Mi lady —dijo otro sirviente antes de que Crier pudiera responder—. Su padre ha
notado su ausencia y pide que se una a él en la cabeza del desfile.
—Por supuesto —dijo Crier suavemente y se apartó de Ayla sin decir otra palabra,
siguiendo al sirviente por el pasillo hacia el final del recorrido, los últimos humanos
Varnianos desapareciendo por la esquina—. Ven, Ayla.
Pero Ayla estaba quieta donde estaba, en el mármol fuera de la puerta que
aparentemente pertenecía a Faye.
¿Qué has hecho, Crier?
Antes de que pudiera pensarlo mejor, ella llamó a la puerta. Hubo un sonido de pelea
desde adentro, y entonces la puerta se abrió solo un poco. Solo lo suficiente para mostrar
una pulgada del rostro de alguien, un solo ojo sin parpadear.
—¿Qué estás haciendo aquí? —siseó Faye—. ¿Qué quieres?
Ayla miró hacia al corredor, Crier estaba de pie al final, casi derretida en las sombras,
tan quieta que podría ser una extensión del piso de mármol, una estatua salida de la mitad
del pasillo. Ella estaba esperando por Ayla.
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —Ayla susurró, tan bajo que ni siquiera Crier siendo
un Automa podría ser capaz de escuchar—. ¿Por qué te dio esta habitación?
—Manzanas del sol —dijo Faye.
—¿Qué pasa con ellas? Por favor respóndeme, Faye, ¿por qué estás aquí?
—No lo sé —dijo Faye de nuevo, e hizo un bajo y seseante sonido. Ella todavía no
había parpadeado. —Los envíos que él me estaba dando, no eran manzanas, eran…
—¿Él? —Ella se refería a Kinok. —¿Qué ocurrió, Faye?
—Intenté hacer lo correcto —Faye decía, lágrimas deslizándose en su rostro—. Yo
intenté, quería decirlo, pero él se dio cuenta primero y…
—¡Ayla! —dijo Crier, su voz haciendo eco en las paredes—. Puedes hablar con tu
amiga luego. Nos perderemos el resto del recorrido. Ven.
Ayla se apartó de la puerta, pero no pudo quitar sus ojos de Faye. Su pulso atrapado
en su garganta, ¿Qué había dicho Malwin? Rastrea las manzanas de sol. Faye debía estar
hablando de las cajas de manzanas del sol que el soberano envió como obsequio para los
Manos Rojas, los nobles, los principales comerciantes y mercaderes, cualquiera de su
agrado. ¿Kinok se había hecho cargo de los envíos. . . y luego se los había delegado a
Faye? ¿Por qué?
—Ayla. Doncella. Ven.
—Todo es mi culpa —Faye susurró, y azotó la puerta.
13
El tour de la reina parecía haber agotado a Crier, como si hubiera estado arrastrando algo
pesado con ella durante el día. Y luego de haber pasado la sala llena de finezas que Crier
había pedido especialmente para Faye después de enterarse de la preocupación que Ayla
sentía por ella, Ayla parecía haberse vuelto más fría. Crier no lo entendía, ella debería
haber estado. . . ¿feliz? ¿Aliviada? Una vez más se sintió sorprendida por la forma en la
que un humano podía desviarse tanto de su respuesta esperada.
Y luego. Durante un receso entre el tour y la cena, Ayla se había escabullido, sin mirar
a Crier a los ojos. ¿Qué había pasado?
¿Por qué no podía hacerlo Ayla? Crier quería preguntar, pero en lugar de eso solo
inclinó la cabeza, le servía ese momento a solas con Kinok, aunque fuera corto, para
investigar sobre Reyka.
Y por supuesto, las preguntas que no podía hacer sin revelar que había intentado
espiarlo: ¿Por qué estaba la frase Corazón de Yora escrita en todas sus notas? ¿Quién era
la mujer misteriosa mencionada en sus notas sobre Thomas Wren?
—En la noche del compromiso, dijo que estábamos en esto juntos. Dijo que
mantendría mi. . . mi secreto. Pero en el momento en el que se paró frente al consejo,
habló de Fallas y Pasión. ¿Cómo pudo?
—¡Cómo...! —Cerró la boca cuando una criada apareció en la esquina y esperó a que
ella estuviera fuera de la vista. —¿Cómo se atreve? Decir algo así en frente del consejo,
solo para, para. . . No puedo creerlo.
Ella no recordaba haber estado tan disgustada con alguien antes, cuando hace tan solo
unas semanas creía realmente que él no era mucho más que un filósofo, un pensador, un
historiador de su Especie.
—Y todo lo que dijo sobre Thomas Wren la noche del compromiso, la belleza de su
trabajo, el que cada uno de nosotros es un poco diferente. . . supongo que eso era qué,
¿otra provocación? ¿Solo usted jugando con mi cabeza?
—No totalmente.
Los ojos de Kinok chispearon por un segundo. A ella ni siquiera le importaba que
podría haber admitido fisgonear su estudio, ella quería respuestas y estaba cansada de no
obtenerlas, de que todos a su alrededor contaran verdades a medias, adivinanzas y
rompecabezas crípticos.
Él la guió por el mismo pasillo por el que habían venido, hacia su habitación en el
ala oeste. Crier se quedó atrás cuando él abrió la puerta a su habitación y miró sobre su
hombro, esperando a que ella lo siguiera adentro.
Ella lo siguió adentro. Nunca había estado en la habitación donde él dormía, que
estaban en un piso distinto de dónde se encontraba el estudio privado que tenía en los
pisos inferiores, y tuvo un momento de precaución cuando entró. Era un amplio, pero
relativamente poco amueblado espacio, los cuartos de un invitado temporal, con una
cama, un escritorio, algunos baúles de ropa y un inmenso tapiz contra la pared. Crier no
podía imaginar qué podría él querer mostrarle, a menos que fuera alguna chuchería de sus
tantos viajes. Ella esperaba que él sacara algo de uno de los baúles, pero en lugar de eso
Kinok fue derecho a la pared más alejada en la habitación.
Presionó su mano contra una de las piedras de la pared, y una sección de la pared
cambió bajo su toque: un pasadizo secreto. Crier sabía que había unos cuantos de esos en
el palacio, principalmente para ser rutas de escape en caso de un ataque, algunos
conectados a habitaciones privadas como éste.
La puerta se abrió con el sonido de roca raspando contra roca, y Kinok volvió a mirar
a Crier, con sus ojos brillando.
—¿Viene, mi lady?
A diferencia del cuarto detrás de ellos, esta habitación era de todo menos seca. Era
pequeña, apenas más grande que un clóset, pero se veía como esos laboratorios de
alquimia que Crier había visto ilustrado en textos científicos: había viales por todas partes,
variando en tamaños desde el largo de su meñique a largos y anchos decantadores de
cristal que podrían haber contenido medio barril de vino. Algunos de los viales estaban
conectados con delgados tubos de vidrio; algunos echaban humo; otras parecían estar
vacías y otros parecían estar llenos de un líquido morado negruzco. Las paredes estaban
empapeladas con diagramas del cuerpo humano y Automa, incisiones transversales
mostrando las venas, los músculos, la intrincada tela de araña que era el sistema nervioso.
Cuando Crier respiró, el aire se sentía agrio y metálico.
—La Turmalina podría hacer parecer a la Corazonita tan efectiva para nuestra especie
como el vino humano. —La observó justo a tiempo para ver sus ojos abrirse, y una
pequeña sonrisa recorrió sus labios. —Imagínelo, no necesitaría beber algo todos los días
para poder sobrevivir. No sería dependiente del Corazón de Hierro, o de los envíos de
Corazonita, en esas rutas de comercio demasiado vulnerables. Esta es una sustancia que
podría ser producida en cualquier lugar. Usted podría solo...vivir. Libre de miedo. Libre
de amenaza. Y sería mucho más fuerte de lo que es ahora.
—Claro que no deberíamos —dijo él—. Es, y siempre ha sido, una fuente finita de
recurso. No es diferente de una mina de diamantes, Lady Crier. Eventualmente se te
acaban los diamantes.
—Nadie sabe. Ni siquiera los Guardianes. Pero. . . prefiero prepararme para lo peor.
De esta manera nunca soy tomado desprevenido
Crier absorbió esto, tambaleándose, pero no se permitió a sí misma olvidar por qué
estaba allí en primer lugar.
—Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con el Corazón de Yora?
—Ah. Eso, mi lady, es simplemente otro nombre para la Turmalina. Creo que se
originó de un rumor humano, un cuento de viejas acerca de la historia de la Turmalina.
Eso es todo.
Había una pequeña mesa en la esquina que sostenía una formación de herramientas.
Kinok cogió un cuchillo delgado y, mientras Crier observaba, se pinchó el dedo y dejó
que la sangre gotera en uno de los viales. Y Crier se dio cuenta de lo que era el líquido
purpúreo. Kinok estaba experimentando con su propia sangre.
Se dio la vuelta, un poco asqueada. Sus ojos recayeron sobre uno de los diagramas
en la pared. Se veía como un árbol familiar humano, excepto que estaba organizado no
de hacía arriba hacia bajo, si no desde el centro hacia afuera como los radios de una rueda.
El nombre en el centro de la rueda era Thomas Wren.
—Tu investigación —murmuró Crier—. ¿Este mapa muestra las personas que han
trabajado con Wren?
—Todo genio se basa en otros —dijo Kinok casi irónicamente—. Puedes aprender
mucho trazando las conexiones de una mente a otra
—Es un rumor, no con una base, pero algunos dicen que Thomas Wren estaba
enamorado de otra científica y que ella le dio una hija.
Eso consoló a Crier de alguna manera. Nada de lo que él hacía parecía muy peligroso,
tal vez ella estaba sobre reaccionando con sus sospechas de él. Tal vez él sí quería trabajar
con ella para ayudarla, Con Fallas y todo.
—Estoy contento de que mi trabajo le parezca intrigante —dijo Kinok unos minutos
más tarde, después de cuidadosamente cerrar la puerta oculta, ya que finalmente se
dirigían al gran salón para cenar con Hesod y Junn.
—Pues sí —Crier dijo honestamente—. Me gusta cualquier cosa que tenga que ver
con la historia de nuestra Especie. Y . . . la Turmalina es ciertamente una idea tentadora.
Especialmente si estamos en peligro de quedarnos sin Corazonita. ¿Ha hablado con mi
padre acerca de esto? ¿O con cualquier otro en el consejo?
¿Qué?
Crier no tuvo tiempo de preguntarle a qué se refería. Habían llegado al gran salón, y
la Reina Junn esperaba.
En una exhibición de las creencias de Hesod, la mesa del gran salón estaba repleta
de delicias humanas en adición a la tetera de cráneo de pájaro llena de Corazonita líquida;
cordero guisado, pescado salado, pan con mantequilla y miel, platos de frutas azucaradas
de los huertos. Nadie comió a excepción de la reina.
Hesod se sentó junto la reina Junn mientras ella comía, tomando parte en las
conversaciones cordiales. Pero Crier veía algo frío y calculador en la mirada de su padre.
Se veía regio esa noche, en su traje rojo oscuro que usualmente reservaba para las
reuniones del consejo u otros asuntos formales. Un broche de oro brillaba en su garganta,
grabado con el escudo del soberano: un puño apretado. Una corona, un rubí
resplandeciente. Él sonreía. Se organizaba para que sus rasgos se vean algo amable, el
acogedor soberano con buen humor. Pero sus ojos contaban una historia distinta.
Crier tomó un sorbo de su Corazonita líquida. Era todo lo que podía mantener en su
estómago. Podía oír el ruido del estómago de Ayla comiéndose a sí mismo. Ayla estaba
arrodillada a los pies de Crier, como siempre, incluso si el consejero humano de la reina
Junn estaba sentado en la mesa con todos los demás. Eso hizo que la piel de Crier picara.
Ayla había estado distante todo el día. Durante el tour del palacio, había caminado
detrás de Crier como una espectadora silenciosa, con la vista fija hacia adelante. En un
punto casi tropieza con la cola del vestido de Crier. Lo hubiera hecho si Crier no lo hubiera
quitado de su camino justo a tiempo.
Lo único que parecía captar la atención de Ayla era el consejero humano. Los ojos de
Ayla se dirigían a él, filosos y despiertos. Había sido así todo el día. ¿Qué era tan
fascinante acerca de él? Crier le frunció el ceño a las sobras de carne en su plato. ¿Es
porque era humano? Le echó un vistazo por el borde de su taza de té. No era feo, sin la
máscara blanca. De hecho, se veía algo similar a Ayla, como si hubieran venido de la
misma aldea. Como Ayla, el consejero tenía grueso cabello oscuro. Tenía una barbilla
similar, Un bulto similar en el puente de su nariz. Aunque Crier notó que no tenía las
pecas de Ayla. O sus pómulos.
No, feo no, pensó para sí misma, y troceó otro pedazo de pan que no tenía deseo de
comer.
Como si de alguna manera hubiera sentido lo que pensaba sobre él, el consejero
escogió ese momento para hablar.
—Lady Crier —dijo él, y Crier se. . . paralizó un poco, sorprendida de que un humano
se dirigiera a ella directamente. Hablaba como un nativo de Rabu, no como alguien de
Varn. Eso explicaba el cabello oscuro. —¿Tiene algo que decir?
Ella parpadeó.
Crier había dicho esas palabras muchas veces antes, pero esta vez dejaron un mal
sabor en su boca. Sus ojos querían encontrar a Ayla, pero en su lugar encontraron a su
padre.
Eso era lo que ella siempre quiso, su aprobación. Pero por alguna razón, en ese
momento no le dio satisfacción. Al contrario, se sentía inquieta.
—Interesante, hija de Hesod —dijo la Reina Junn, sentada al otro lado de la mesa. A
diferencia de la mayoría de los invitados, no se había negado cuando le ofrecieron comida
humana; había comido sin quejarse. Ahora estaba observando a Crier, sus largos dedos
enroscados alrededor de una copa con Corazonita líquida. —¿Entonces realmente crees
que los límites son necesarios para mantener la paz entre ambas Especies?
—Sí —dijo Crier. Por alguna razón se le estaba haciendo difícil sostenerle la mirada
a Junn. —Todas las sociedades requieren de algún nivel de organización. Una sociedad
sin límites y separación retrocede hacia la anarquía y el caos.
—Concuerdo contigo—dijo la reina—. Creo que las sociedades requieren algún tipo
de organización para funcionar. Pero siento curiosidad, Lady Crier: ¿Por qué cree usted
que debemos separarnos según Especie? ¿Por qué poner los límites de nuestra jerarquía
según Creados y No-Creados?
Porque es obvio, Crier casi dijo. Una Especie es más fuerte y la otra es más débil.
Una es dominante, la otra sumisa. Una destinada a gobernar, la otra a obedecer.
Hace dos meses, ella hubiera dado esa respuesta, directa desde sus libros, sus
lecciones, de las enseñanzas de su padre.
Pero ahora...
Ahora, con Ayla junto a ella (arrodillada a sus pies, declinando las sobras), con el
consejero humano de la reina frente a ella, Crier se encontró incapaz de responder tan
fácilmente. Su duda duró solo por un momento, pero fue lo suficientemente larga como
para que Hesod interrumpiera.
Nunca me has dejado debatir, pensó Crier amargamente. Así que, ¿cómo lo sabrías?
—Mis disculpas, Lady Crier —dijo Junn—. Me dejé llevar. Encuentro mucho placer
en compartir mis propias creencias.
—Verá, Lady Crier —dijo Junn—. Para mí, la coexistencia (no el Tradicionalismo,
ni la Anti-Dependencia) —Crier se puso rígida ante la mención del movimiento de Kinok
y esperó que la reina no lo notara. —Sino la absoluta coexistencia, la verdadera
coexistencia, igualdad entre las Especies, es más realidad que fantasía. En Varn, los
Automas y los humanos viven y trabajan lado a lado.
—No puedo pensar en nada más admirable —dijo Crier, y la sonrisa de Hesod se
puso rígida en las orillas. Kinok, por su parte, estaba callado. Su cara estaba en blanco,
sus ojos brillaban con lo que parecía diversión. —Sé que usted ha estado trabajando por
esa realidad desde que asumió el trono.
—La Guerra dejó a mi país destruido —dijo Junn—. Aún nos estamos
reconstruyendo. Somos simultáneamente antiguos y recién nacidos. Somos una nación
creciente, y todas las cosas crecientes deben sentir dolor y aprender y reajustarse. Pero en
mi nación, cada día, nos acercamos más a un futuro en el cual los Automas y los humanos
viven en armonía.
—Una idea fascinante —dio Hesod—. Pero para nada práctica. Nuestra Especie fue
creada para el solo propósito de. . .
—Lady Crier —interrumpió la reina, y Hesod se quedó en silencio tal vez solo porque
nunca nadie lo había interrumpido antes. Crier podía ver cuanto lo molestaba, pero él
mantuvo su boca cerrada. Junn era una reina en un viaje diplomático. Ninguno de ellos
podía permitirse ofenderla. —Después de la cena me gustaría mucho hablar con usted —
dijo ella—. En privado.
La recámara estaba casi vacía. La compañía de la reina debía irse la mañana siguiente
al amanecer, así que las únicas señales de vida en la inmensa habitación era el fuego de
la chimenea y la ropa de cama ligeramente arrugada. Había un plato de queso y frutas
confitadas sin tocar sobre la mesa.
Crier se sentó en una de las dos sillas junto a la mesa. La reina se sentó frente a ella.
Estaban mucho más cerca de lo que habían estado en la cena. Crier podía olerla, olía a
lluvia y especias oscuras.
—No soy del tipo que se ahorra las palabras, mi Lady —dijo la reina Junn—. El
Scyre es un problema.
—¿Oh?
—Pero tú ya sabes eso, ¿no? —dijo Junn, leyéndolo de la cara de Crier—. Le temes
Junn sonrió mostrando los dientes. Era una sonrisa entre amable y cruel.
—El miedo es algo bueno, Lady Crier. El miedo significa que estás viva y que quieres
mantenerte así.
—Claro que no —dijo Junn—. Porque eres intocable. Porque fuiste hecha para ser
invencible. —Se acercó a ella. —Te contaré un secreto, Lady Crier. Los humanos también
se creen invencibles.
—Es poderoso —dijo Junn—. Sus ideas son peligrosas. Se esparcen como una
infección humana. Has estudiado las varias plagas del mundo humano, estoy segura.
Crier asintió.
Crier luchó contra el impulso de cubrir su boca con su mano. De repente se sintió
como una de esas ilustraciones en los libros médicos; completamente abierta. Expuesta.
¿La pasión no es peligrosa? No había nada más peligroso. Tampoco había alguna
razón por la que debería discutir a favor de Kinok, fue más una reacción instintiva, un
mecanismo de defensa porque se sentía muy nerviosa. ¿Por qué se sentía tan nerviosa?
La reina Junn se inclinó hacia ella. Y tan cerca que la respiración de Crier se aceleró
en su garganta.
—Está en lo correcto —murmuró Junn—. Pero las ideas de Scyre son peligrosas. Yo
lo sé, y usted lo sabes. Lo veo en su cara cuando lo mira. Conozco esa mirada porque
también la he tenido.
—¿A qué se refiere, Su Alteza?
—Claro que sí —respondió la reina, moviendo su mano hacia atrás como si estuviera
espantando una mosca—. Como habrás notado, él está atraído a cualquier soplo de poder.
Sus partidarios serán muchos, pero su base es pequeña. Para realmente hacer que la gente
acepte sus ideas necesita aliarse con una fuerza establecida. Pero admito que incluso yo
estaba intrigada al principio. Durante todo el otoño, sus ideas parecían brillar dentro de
mi cabeza. Él hablo de un futuro glorioso para nuestra Especie, y yo realmente quería
ayudarlo a crearla. Pero era un nudo de mentiras, Lady. El engaño de un zorro.
—Es de una antigua historia humana. Una vez, durante un largo y terrible invierno,
Zorra y Osa temían que sus hijos murieran de hambre. Su leche se había secado y ambas
estaban muy débiles como para cazar. Todos sabían que Zorra era el animal más listo en
todo el bosque, así que Osa fue a ella y le rogó su ayuda.
—Mis hijos están hambrientos, le dijo, Puedo oír sus estómagos rugir. ¿Qué debo
hacer? Y la Zorra le dijo: La semana pasada, Hermano Lobo atacó la granja a la orilla
del bosque. Mató una oveja y dos gallinas gordas. Ahora los humanos están asustados.
Ve a ellos pacíficamente y diles que a cambio de una gallina fresca por día vigilarás sus
gallinas y sus sustentos, de los lobos. Estás debilitada, pero tu cuerpo es grande y tus
dientes son afilados. Hermano Lobo no se te enfrentará. Así, Osa hizo lo que la Zorra le
dijo. Esa noche, dejó a sus oseznos en su guarida y viajó hasta la granja en la orilla del
bosque. Tocó gentilmente a la puerta del granjero y le dijo: Vengo en paz. Por favor
déjame entrar. Y el granjero abrió la puerta solo para hundir su cuchillo de caza en el
corazón de Osa. Verás, él pensó que era otro ataque.
Crier observó la cara de Junn mientras hablaba. Los ojos de Junn estaban enfocados
en algo que parecía no existir en la habitación, algo visible solo para ella.
—¿Qué pasó después? —preguntó Crier—. ¿La Zorra se robó las gallinas del
granjero?
—No —dijo Junn—. La Zorra esperó a que los hijos de la Osa murieran de hambre.
Luego se los comió. La carne de dos oseznos fue suficiente para que a la Zorra y a sus
zorritos les durara hasta las últimas semanas de invierno. Había cazado sin siquiera
levantar una pata.
La reina sonrió.
—No querida. Kinok es el lobo. —Pausó y miró a Crier por un momento. —Quiero
que tú seas el zorro.
—Dices que él habló de un futuro para nuestra Especie— dijo lentamente— ¿Qué
futuro es ese?
—La Nueva Era. —La sonrisa había abandonado la cara de Junn. —La Era Dorada.
Para el Scyre, es un chiste que todavía habitemos ciudades humanas, piensa que somos
como buitres alimentándonos de cosas muertas, viviendo en los huesos de una
civilización fallida. Los verdaderos sueños del Movimiento Anti-Dependentista van
mucho más allá de una sola ciudad capital. Él quiere arrasar completamente todas las
ciudades antiguas y construir nuevas ciudades, ciudades Creadas diseñadas enteramente
para nuestra Especie. Ciudades dónde los humanos no solo no son bienvenidos, sino
incapaces de sobrevivir en ellas. Déjalos luchar, pasar hambre, matarse unos a otros hasta
que, como lo pondrían sus seguidores, ‘no sean más nuestro problema.’ Y eso no es todo.
Quiere Crear una nueva raza de Automas. Quiere que la siguiente generación de nuestra
Especie sea aún más fuerte, poderosa. Sin ningún pilar humano. Y más importante, más
desesperadamente, quiere acabar con nuestra dependencia del Corazón de Hierro.
—Él. . . él sí me mencionó algo así. —La mente de Crier giraba, agobiada por toda
la información.
—Mi lady, tú sobre todas las personas deberías saber que no existe algo así como
solo una idea. — Junn se acercó nuevamente. —No es meramente filosófico. Es muy real.
El Movimiento Anti-Dependentista ya está en marcha. Los seguidores de Scyre beben sus
palabras como vino dulce. Hay solo unos cuantos cientos ahora, pero sus números crecen
cada día. Unos cuantos cientos pueden convertirse en unos cuantos miles en cuestión de
días. Necesito su ayuda, Lady Crier.
—¿Mi . . . mi ayuda?
—Para detener la enfermedad antes de que se propague.
Junn lo dijo casi casualmente, como si no estuviera diciendo nada más que, Para
desearle buenos días.
Finalmente, Crier entendió por qué la gente la llamaba la Reina Loca. Cómo podía
ser la Reina Joven y Junn la Devoradora de Huesos, todo al mismo tiempo.
Podría destruirme...
Junn asintió, recostándose un poco sobre la silla. Sin el olor y el calor de ella, era un
poco más fácil respirar.
—Por supuesto —dijo ella—. Desearía tener más tiempo para darle, pero mi
compañía se va al amanecer. Si decide que quiere ayudarme, tome esto y deslícelo bajo
la puerta de mi habitación. —Ella le entregó una pluma verde. —En Varn, el color verde
simboliza alianza. Nosotros lo usamos para comunicarnos.
No había ninguna evidencia de cualquier forma, solo el persistente sabor del miedo
cada vez que Crier pensaba en ello.
Ella estaba cansada, pero también estaba cansada de sentirse como un peón.
Y Junn tenía razón. Ella estaba cansada de Kinok: su chantaje, su odio por los
humanos, sus seguidores de banda negra. El placer que él tomaba en empuñar el poder,
en hacer que Crier se sintiera indefensa, recordándole en cada oportunidad que sabía de
su Falla.
Ella no tenía idea de lo que pasaría si aceptaba trabajar con la reina Junn pero los días
se estaban yendo muy rápido. Pronto, los árboles estarían todos desnudos. Pronto sería
invierno y ella estaría casada. Sería empujada sin gracia hacia una nueva vida con Kinok.
¿A dónde irían luego de casarse? Kinok no tenía tierras propias. Esa era probablemente
la mitad de la razón por la que trató de conquistar a la reina Junn. ¿A dónde la llevaría?
¿Al Norte Lejano, al lugar de su planeada nueva ciudad?
Crier no sabía que quería. Su antiguo sueño se había infectado y había muerto. Solo
sabía una cosa: No quería ser la esposa de Kinok.
Con ese pensamiento en mente, dio un paso adelante. . .y escuchó un extraño sonido
desde dentro de la habitación de la reina.
Crier se congeló. ¿La reina estaba en peligro? Estaba protegida por sus guardias,
¿pero y si habían sido superados? ¿Y si estaba siendo atacada?
Cuando el sonido se oyó de nuevo, más alto y duradero esta vez, Crier se dio cuenta
de que ella no gritaba de dolor.
No necesitaban hacerlo.
Pero la voz que había oído (el gemido, susurró su mente) definitivamente pertenecía
a la reina Junn.
Crier presionó su mano contra su cara, tocando su propia piel caliente, y se decidió a
esperar allí afuera. Si se iba ahora, tal vez nunca juntaría el coraje para regresar.
Pasaron solo unos minutos más antes de que oyera la puerta de la habitación de la
reina abrirse y cerrarse. Crier apenas tuvo suficiente tiempo para encogerse en las sombras
antes de que alguien pasara junto a la esquina detrás de la cual se estaba escondiendo,
siguiendo su camino hacia otra puerta por el pasillo. Estaba oscuro, y su cara estaba
cubierta por una máscara, pero la forma de su silueta era inconfundible. La persona
escabulléndose fuera de la habitación de la reina era su consejero humano.
Un amante secreto.
El joven a la que había oído a la reina referirse como Storme durante el tour.
Mareada, con la boca llena del pesado sabor de su propia sangre, Crier corrió por el
pasillo y no se detuvo hasta llegar a su propia habitación, pero incluso en ese momento,
incluso con la puerta cerrada, ella estaba enfrentada a la embriagadora oscuridad, su
cuerpo vibrando con nueva información, y sobre todo, la cosa que ahora sabía que quería,
incluso si era antinatural, incluso si estaba mal.
Pasión.
La llamaban la Reina Estéril, pero nunca conocí a nadie menos vacía. Porque si uno
quiere un hijo, entonces, por naturaleza, su corazón está desbordado de amor, anhelando
una nueva vasija para contener ese amor, como si se derramara como el agua.
Sí. Oí que tiene su propia habitación privada en el palacio ahora. Oí que tiene su
propia criada, igual que la lady.
¿Cómo pasó? Lo último que escuché fue que ella estaba loca. Vagando por los
pasillos como un fantasma.
Ayla los había estado escuchando todo el día: en los cuartos de los sirvientes, en el
comedor, en los pasillos, de una lavandera a otra, de los chicos de cocina murmurando
cuando creían que nadie los oía. Faye es una traidora, Faye es una perrita faldera. Ayla
sabía exactamente quién estaba detrás del nuevo estilo de vida de Faye, y la hacía querer
sacudir a esa cierta persona lo suficientemente fuerte para que se le sacudieran los
dientes.
Sospechaba que Crier solo había intentado ayudar. Pero, ¿acaso no lo veía? Solo
empeoró las cosas. Atrajo atención, hizo de Faye un objetivo. . . y pronto, las atenciones
de Crier harían también de Ayla un objetivo, si todavía no lo habían hecho.
Sin mencionar, estos pequeños actos de. . . ¿qué? . . . ¿amabilidad? Hacían a Ayla
sentirse incierta, le hacían cuestionarse lo que sabía de Crier, de las sanguijuelas en
general. Ellos no tenían sentimientos. No actuaban por amabilidad. Crier no era diferente.
¿O sí?
Aun así, se las arregló para esperar unos pocos minutos más, hasta que los otros
sirvientes estuvieran dormidos, y luego se arrastró fuera de su cama, se puso un abrigo
sobre su ropa de dormir y se dirigió hacia la puerta.
Pero justo cuando salió al aire fresco de la noche, escuchó a alguien llamar su
nombre, suavemente, desde dentro.
—Ayla…
Era Benjy. Se escapó de los cuartos de los sirvientes y se paró allí en la oscuridad de
la noche, su cabello rizado alineado con la luz de luna, su mandíbula cortada por las
sombras.
—¿A dónde vas? —susurró—. Espero que no a visitar a la lady a estas horas...
—Nada. Solo que la gente hablará. Ella parece tener... no lo sé. Una especie de cariño
por ti. O es lo que dicen, de todas formas.
—La gente siempre habla, Benjy. Pero no saben nada. Y, y. . . no. No iba a ver a
Cri... a la lady. Yo. . .
¿Por dónde empezar? Había pasado tanto este mismo día; había visto a Storme, vivo
después de muchos años de creer que estaba muerto, perdido para ella por siempre. Luego
estaba la extrañeza de la reina misma. Y el perturbador encuentro con Faye en su nueva
habitación privada. Y la forma en la que Crier la había mirado todo el día mientras Ayla
caminaba unos pasos detrás de ella, con algo como curiosidad, o más, en sus ojos.
—Dejé fuera un vestido que necesita ser planchado antes de mañana. Sé que no
dormiré si sigo pensando en el dolor que tendré por la mañana.
Su corazón golpeó con una dolorosa angustia. No podía mirar sus oscuros, brillantes
ojos.
—Yo también.
Él dio un paso hacia ella y ella pudo ver mejor su cara. Sus labios estaban abiertos,
otra vez como si planeara decirle algo importante, pero lo único que dijo fue:
—Ella no es el monstruo que todos dicen que es. Pero si esa es su verdadera
naturaleza, la mantiene bien oculta.
—Cierto. . . Escucha, Benjy. Descubrí algo extraño hoy. No puedo entenderlo bien.
Es sobre Faye.
Ayla tembló cuando una brisa helada levantó los bordes de su abrigo. Envolvió sus
brazos alrededor de su cuerpo.
—La vi. Y. . . definitivamente hay algo. . . mal con ella. No dejaba de mencionar las
manzanas del sol. Creo que Kinok la tenía encargándose de los envíos de manzanas del
sol. No puedo descifrar qué tiene que ver eso con alguna otra cosa, si está conectado a la
muerte de Luna, o por qué Faye se ha vuelto así. Solo... quería que lo supieras. En caso
de que escucharas algo.
Benjy asintió.
—Estupendo —se sentía bien estar trabajando juntos, incluso si en su pulso se notaba
la preocupación—. Ahora vuelve a dormir. Volveré en unos minutos, pero no me esperes
despierto.
Cuando se fue, Ayla se apresuró a través del lodoso camino hasta el palacio. La noche
era fuerte y ventosa.
Ella no le había contado a Benjy sobre Storme. No podía. No aún, de cualquier forma.
No sabía qué pensar sobre eso ella misma.
Sus oídos no habían dejado de sonar todo el día, su mente era un nido de avispas de
memorias: Storme, joven y delgado y sonriente en la polvorienta luz de sol; Storme,
sentando en el codo de su padre, tallando un nuevo mango para su cuchillo; Storme,
parado junto a su madre, riendo mientras ella agitaba sus rizos oscuros.
Storme, empujándola hacia la oscuridad; Storme, su boca fruncida en un gruñido
furioso, Los mataré, mataré a cada uno de ellos; Storme, asomándose por la puerta
principal durante una de las primeras redadas, Odio a esas sanguijuelas más que a nada;
Storme, el cuchillo brillando en su mano, Cortaré sus corazones muertos de sus pechos.
Ella aún tenía la llave de Crier de la sala de música. Lo encontraría, lo llevaría allí,
donde pudieran hablar en privado.
Ella le contaría de la Revolución, del gráfico siniestro de Kinok, sus medios para
castigarlos, su escondite secreto, oculto en algún lugar de su estudio, en las entrañas del
palacio.
A estas alturas, ella ya estaba acostumbrada a los retorcidos pasillos del palacio,
habiendo tenido que recorrerlo tantas veces con Crier. La reina había sido puesta en el ala
norte, la misma que Hesod y Crier, dado que era la única ala con habitaciones de
huéspedes lo suficientemente grandes para albergar a sus guardias, sirvientes y
consejeros, y cualquier otro que hubiera traído con ella desde las minas del sur a las frías
costas del norte.
—Tú.
Ayla se congeló en pleno paso. Se dio vuelta lentamente para encontrarse con un
guardia sanguijuela yendo hacia ella, su cara como mármol a la luz de luna, sus botas
antinaturalmente silenciosas en las losas del suelo. La funda de un cuchillo brillaba en su
cintura.
La repugnancia tenía el sabor de bilis. Luchó para mantener su cara y su voz calmada.
—Soy la doncella de Lady Crier, señor, y estoy aquí por sus órdenes directas.
Error.
Los ojos del guardia se ensancharon y su perfecta boca se arrugó en algo horrendo.
Mientras más se acercaba, más obvio era cuánto más alto que ella era, más alto que
cualquier humano que conociera; cuánto más fuerte, también. Cuán rápido podía lanzarse
hacia adelante y romperle el cuello simplemente por su impertinencia.
—Aprende cuál es tu lugar. Si no lo haces, tomaré gran placer en enseñarte.
—Lady Crier no se preocupará por una doncella tan desobediente —dijo jugando con
la empuñadura de su espada—. Creo que tendrías mejor propósito sirviendo como
advertencia para otros.
—¡Doncella!
Ayla se dio la vuelta, y allí estaba él. Storme. Él estaba dando zancadas por el
corredor desde la dirección contraria de la que había venido el guardia, brillando por la
luz de luna proveniente de una de las ventanas que cubrían las paredes de piedra. Ayla se
sorprendió una vez más, por lo grande que era, lo ancho. Ella lo había conocido como un
niño flacucho, sin carne en sus huesos. Ella misma se había quedado pequeña, medio
famélica y sobretrabajada. Pero Storme había crecido fuerte. Sintió unas olas gemelas de
orgullo y vergüenza.
—Puedes retirarte —le dijo al guardia, sin dejar lugar a la discusión—. Esta chica
fue llamada por la reina de Varn. No la molestarás más. Déjanos.
Incluso la forma en la que su hermano hablaba era diferente ahora. Madura. La voz
de un hombre, no de un niño.
Pero funcionó: el guardia abrió y cerró su boca. Luego furioso, dio la vuelta sobre
sus talones y se deslizó hacia las sombras.
Ni Ayla ni Storme hablaron hasta que dejaron de escuchar los pasos del guardia.
Todo su cuerpo se agarrotó. Cada músculo en su cuerpo quería correr hacia él,
envolver sus brazos alrededor de su cintura, sentir por sí misma que él realmente estaba
aquí, entero, vivo. Sus brazos querían abrazarlo y sus ojos querían memorizar su cara,
buscar todos los pequeños remanentes de sus padres; sus pies querían pisarle sus dedos
de los pies; su boca quería decir: Te he extrañado, no puedo creer que estés aquí, no
puedo creer que sobrevivieras, ¿por qué nunca volviste por mí?
Esto no era en absoluto lo que Ayla quería, pero ahora que lo había empezado no
podía parar.
—¿Eres un sirviente como yo? —le preguntó, acercándose—. ¿Estás atrapado como
yo? ¿Con qué te chantajea la reina, Storme? ¿Estás conspirando contra ella? ¿Te estás
acercando a ella para poder…?
—Cállate —dijo ferozmente—. Cállate, sabes que pueden oír a través de las paredes
de piedra. Vas a conseguir que te maten.
Ella pausó, y se dio cuenta de que estaba respirando agitadamente. Estaba tan… no
había una palabra para ello; no se sentía enojada o triste o asustada o alegre o culpable o
traicionada o nada de eso, sentía todo eso, todo a la vez, sus emociones mezclándose
como aceites aromáticos en el agua de un baño, imposibles de separar y definir.
—Tú no eres su sirviente —dijo tratando de procesar todas las cosas que la habían
obsesionado durante el día—. Eres... ella no te trata como a un sirviente. Eres su
consejero. ¿Cómo sucedió eso, Storme? —Ella lo miró como si la respuesta fuera a
aparecer sola en su cara. —¿Qué te pasó?
—Quiero decírtelo —dijo él—. Después. No ahora. No donde cualquiera pudiera oír.
Él suspiró.
—No digas eso como si fueras mayor que yo —siseó—. No te atrevas a decir eso
como si yo no supiera que el mundo es complicado.
—¿Entiendo? —replicó ella, tan indignada que casi quería reír—. Tienes toda la
jodida razón, hay cosas que no entiendo. Por ejemplo: no entiendo por qué te pasaste los
últimos seis años, ¿en qué? ¿Viviendo en Varn? Excavando tu camino hacia las gracias
de la reina, mientras la gente está muriendo aquí, en tu país natal, todos los días, las
redadas nunca terminaron, y... yo estaba aquí. Yo estaba aquí y tú no volviste por mí.
Tienes razón: no lo entiendo —horriblemente, su voz se quebró en la última palabra.
Ella lo miró.
Respiró hondo.
—Me he estado controlando —dijo ella—. Todo lo que hago es sobre controlarme a
mí misma. ¿Cómo crees que terminé aquí, en este palacio? ¿Cómo crees que me convertí
en una... en la criada de una sanguijuela? Cada pequeña cosa que he hecho por los últimos
cinco años ha sido para llegar a esto.
Venganza.
Storme la miró en silencio por un momento. Ella recordó cuando ella solía ser capaz
de leer esos silencios; ahora eran como un peso inaguantable.
—No creo que deberías estar interfiriendo con Kinok, Ayla. No así, tú sola. No es
seguro.
Ella se burló.
—Sé lo suficiente.
—Oh dioses, Ayla. No sabes nada. El MAD puede parecer inocuo en la superficie,
pero no hay nada más que oscuridad debajo. Si tienes, aunque sea un poco de cordura, te
mantendrás alejada de todo lo que tenga que ver con ello.
Ayla apenas se contuvo a sí misma de gritar, ¡No puedes decirme qué hacer! como
un niño haciendo una rabieta. Parte del problema era que, sin que lo pueda evitar, sus
palabras hacían efecto en ella. ¿Qué sabía ella realmente de MAD, que no fuera lo que
salía directamente de la boca de Kinok?
—Te habías ido, Storme —dijo ella, dejando sus dudas de lado. Si había una cosa de
la que estaba segura, era de su rabia. —Te habías ido. Y ahora es demasiado tarde. No
tienes control sobre mí. He hecho promesas. Nada de lo que digas va a detenerme.
Él suspiró.
—Ese siempre ha sido tu estilo, ¿no? Pequeña Ayla, siempre planeando algo. ¿Ya te
has olvidado de las ratas?
—Eso no tiene nada que ver con esto—dijo ella—. Eso era… Yo era una niña.
—No lo es.
Ella sabía cómo hacer pan: mezclar harina con agua y dejar la mezcla
descansar; sabía cómo incorporar sal a la masa y cortarla, y cuánto
tiempo dejarla reposar en las cenizas del hogar.
—Eso fue hace años—habló ella, empujando el recuerdo de las ratas y su espantoso
almizclado olor a rata lejos, profundo en un distante rincón de su mente—. Era una niña.
Ambos lo éramos.
Qué diablos quiere decir eso, tú traidor, que me abandonaste, cobarde, quería decir,
pero se lo tragó.
—Sí. Claro que creciste. En algún lugar. ¿Pero dónde? ¿A dónde fuiste siquiera?
Después de que tu... después... pensé que estabas... pensé que estabas muerto. ¿Siquiera
te das cuenta de lo que fue para mí? —Las palabras rozaban su garganta, y tuvo que
apretar los dientes para evitar gritar. —Tu cuerpo. Estaba completamente quemado. Eras
tú. Lo vi. Y, y, y nunca volviste, Storme. Nunca volviste.
No pudo aguantarlo más. Las lágrimas corrían por su rostro y se secó furiosamente
las mejillas, tratando de limpiarlas, pero no había caso. Cómo se atrevía a desaparecer.
Cómo se atrevía a haber estado vivo todo este tiempo y nunca contactarla, nunca
tranquilizarla, nunca decirle.
Era una especie de dolor totalmente nuevo, crudo y desgarrador, uno que notó que se
había estado ahogando todo el día, y que ahora estaba saliendo descontroladamente.
—Ayla. —Su mano estaba en su brazo, y luego, gentilmente, tocó la cadena dorada
que estaba allí, siempre, justo bajo el cuello de su camisa. —Aún la usas —susurró él.
Ella tembló. Por supuesto que aún usaba el collar. Era lo único que le quedaba de su
antigua vida. De él.
—No. Me toques.
—Ayla. —Su voz, toda su cara, mostraba dolor. Ella recordaba esa mirada. Por
supuesto que lo hacía. Recordaba cada mirada. —Sabes que no podemos hablar aquí —
dijo él—. No así. Puedo decirte que… yo escapé. Ese día, después de las redadas. Y fui
encontrado por... por un grupo que... escucha Ayla, ellos me acogieron, me manipularon.
Me tenían creyendo todo lo que decían. Acerca de las sanguijuelas. Acerca de lo que
teníamos que hacer para detenerlas. Tuve que jurar que nunca podría volver para buscarte.
Tenía que prometerlo, o si no, ellos harían algo terrible. Tenía que prometerlo, yo… Ayla
—Él le estaba siseando las palabras ahora, urgentemente, y una ola de miedo la atravesó.
—Pensé que también habías muerto, junto con Madre y Padre. Temía lo peor, pero
también esperaba lo mejor. Esperaba que hubieras sobrevivido, incluso si pensaba que
era imposible. Esperaba que lo hubieras logrado, y en esa esperanza, sabía que no podía
arriesgar tu seguridad. No tenía elección.
—No tuviste más elección que abandonarme y nunca mirar atrás. ¿Y ahora estás
siendo recompensado siendo la mano derecha de la Reina Loca? Puedes entender mi
confusión, estoy segura.
—Si... si vienes con nosotros, te contaré más. Ven conmigo. Con nosotros. Ven a
Varn.
—¿Qué?
Todo ese tiempo, mientras discutían, una parte de ella había estado esperando... había
estado rezando. Había estado imaginando. Que él se quedaría. Que él sería de ella de
nuevo.
—Por supuesto.
—Sí —repitió ella—. Por supuesto. —Se sentía asqueada. Tenía que salir de allí. —
Bueno, espero que Junn y tú hayan disfrutado su pequeña visita —escupió.
Incluso después de todo lo demás, Ayla aún sentía como si él la hubiera golpeado en
la cara. De nuevo.
¿Quién eres? quería exigir. Tú no eres mi hermano, ¿qué has hecho con mi hermano?
pero sabía que solo la haría sonar tonta, terriblemente ingenua, como la misma débil,
aterrorizada niña que había invocado a las ratas.
Este. Este era su hermano. Esta persona parada frente a ella, ordenándole que tuviera
respeto por una sanguijuela asesina… Este era Storme.
—Sé que no tiene sentido para ti ahora—dijo suavemente, sus ojos fijos en su cara—
. Pero no me condenes. No somos tan diferentes.
—¿No lo eres?
—Significa que vi la forma en la que Lady Crier te mira —dijo Storme—. Significa
que vi la forma en la que tú la miras a ella. La forma en la que le hablas. La forma en la
que, a veces, casi la tocas.
—No sabes de lo que hablas —dijo Ayla con una voz ronca—. No tienes idea. Estás
en el palacio de la sanguijuela que ordenó las redadas a nuestra aldea. Estás en el nido de
la araña. ¿Lo sabes, cierto? Fue Hesod. Él es quién mató a nuestros padres. Él la creó.
Tendría que estar... enferma, para... con alguien de su sangre....
—Sí —dijo Storme—. Estoy de acuerdo. Buenas noches, Ayla. Por favor piensa en
lo que he dicho. Aún puedes cambiar de idea.
Y él la dejó allí.
Por minutos enteros, se paró allí, sola, temblando. Enojada. En shock. Aún puedes
cambiar de idea. Y oh, ella quería cambiar de idea. Quería cambiar todo lo que acababa
de pasar. Quería retroceder el tiempo al primer momento en que vio a Storme, y correr
hacia él, abrazarlo. Quería retroceder aún más atrás, días, o semanas, antes de que fueran
separados para siempre, y congelar el tiempo allí.
Pero, al igual que muchas cosas que habían pasado en el último mes, recordó que la
vida no funciona así. Sin importar cuán terrible y feo fuera el futuro, sin importar cuán
difíciles las cosas fueran a ponerse, no podías evitarlo, y no podías volver atrás. No
funcionaba así.
Se empujó a sí misma fuera del ala norte y hacia el aire nocturno. Caminó al rededor,
casi retando a un guardia a descubrirla, a reportarla, a arrastrarla ante Hesod para ser
interrogada. Le arrancaría sus ojos Creados de la cabeza, allí mismo.
Estaba demasiado furiosa, demasiado enfadada para descansar, pero sus piernas y su
mente le dolían demasiado.
Quería enroscarse en los brazos de Rowan, como lo había hecho la primera noche
que Rowan la encontró, y lloró hasta que estuvo demasiado seca para seguir llorando,
hasta que fue una cáscara vacía. Pero Rowan se había ido en un viaje que podía
perfectamente terminar con ella muerta. Ayla no sabía cuándo volvería a verla, ni si
volvería a hacerlo.
Nunca he sido modesta acerca de mi apoyo y aprecio por su prometido. ¡El Scyre
Kinok ha hecho mucho por mí y por Foer! Espero que no le parezca demasiado atrevido
decir: estamos más que dispuestos a ayudar al Scyre Kinok con su investigación, de
nuevo, en caso de que surja la necesidad.
E incluso sin eso, sabemos que tenemos que agradecer a Kinok por nuestras propias
vidas. Si no nos hubiera advertido sobre la violencia humana que se gestaba en el sur,
tan cerca de nuestra propiedad, no habríamos estado tan seguros. Nosotros dos, y
también los Manos Rojas del sur, Laone y Shasta. Estamos todos agradecidos. ¡Nos
consideramos los seguidores más leales del Scyre Kinok!
Tuya,
La Reina Junn misma lo había dicho: Kinok era un problema. Una amenaza. Ya era
demasiado poderoso, y se volvía más poderoso cada día.
La Reina Junn. ¿Crier debía contarle sobre esto? Ella todavía tenía la pluma verde,
pero… su estómago se retorció. Estaba más que un poco reacia a buscar a la reina en sus
aposentos nuevamente. No después de los… sonidos que había escuchado hace una o dos
horas. No podía… sacarlos de su cabeza. No los gruñidos del consejero, sino los ruidos
bajos y entrecortados de Junn, palabras a medio formar. Crier se sintió caliente por todas
partes, su piel hormigueó, una sensación casi como una punzada de hambre en la parte
inferior de su vientre, como cuando no tenía Corazonita por más de unas pocas horas,
pero tampoco era eso. Ella no lo entendía. Ella no quería entenderlo. No, se mantendría
alejada de los aposentos de la reina por ahora.
Después de todo, se estaba alojando en la finca de Foer, que estaba a solo unas leguas
de la aldea de Elderell. El último lugar donde alguien había visto a Reyka con vida.
Los pensamientos de Crier fueron interrumpidos por un sonido tan débil que al
principio se preguntó si lo estaba imaginando. Pero luego vino de nuevo: el sonido de
alguien respirando suavemente justo afuera de la puerta de su dormitorio, seguido de un
tímido golpeteo de nudillos en la madera.
Se sentó erguida.
Salió de la cama, sintió las losas frías en sus pies descalzos, metió el pequeño paquete
de polvo oscuro debajo de la cama y luego abrió la puerta. Y sí, Ayla estaba al otro lado,
una forma oscura contra la luz de las lámparas de la pared. Sus ojos estaban extrañamente
abiertos, su cuerpo aún más tenso que de costumbre. Sus labios eran una delgada línea.
Sin palabras, Crier dio un paso atrás y la dejó entrar, cerrando la puerta
silenciosamente detrás de ella.
—¿Me necesitas? —dijo, después de un largo momento en el que Ayla se quedó allí,
silenciosa e inmóvil—. O... ¿necesitabas algo? ¿Te envió mi padre? —ella ladeó la
cabeza—. ¿Pasó algo?
Ayla no estaba feliz. Podía notarlo. Ayla volteó la mirada y Crier, por respeto, hizo
lo mismo.
Crier miró hacia arriba. Ayla estaba apenas a un brazo de distancia. La tenue luz del
fuego era cálida sobre su piel, reflejando todos los lugares que generalmente estaban en
sombras: los huecos de sus mejillas y clavículas, la oscuridad de sus ojos marrones.
Por alguna razón, eso hizo que la mandíbula de Ayla se tensara. Crier estaba
intentando no mirar durante mucho tiempo, pero era un momento extraño que ella
estuviera frente a Ayla y que Ayla no le prestara atención, que no la mirara con recelo.
Ayla se veía particularmente pequeña en este momento, con las manos metidas en los
bolsillos de sus pantalones rojos del uniforme, su camisa desabrochada y holgada
alrededor de su cuerpo. Había un destello dorado en su garganta, mayormente escondido
debajo de su camisa y la caída de su cabello oscuro. El objeto Creado.
De repente, los sonidos le vinieron a la mente. Los que había escuchado a través de
la puerta de la Reina Junn esta noche. El gemido, suave y dulce, salpicado de jadeos. En
cómo la idea la había hecho estremecerse y calentarse.
—Yo... no puedo dormir —dijo Ayla, y luego apretó los labios como si no quisiera
decir nada en absoluto.
Crier asintió.
Ella lo consideró.
Ninguna de las dos habló por un momento. Crier se dio cuenta de que era un tipo de
interacción poco común: estaban juntas, pero no estaba programado. Como la noche junto
al pozo de la marea. No hubo tutores, ni tareas, ni comidas programadas. Crier ya se había
bañado. Se suponía que Ayla no estaría aquí hasta dentro de unas horas. Hasta el
amanecer, podían hacer cualquier cosa. Podían visitar la sala de música o la biblioteca.
Podían colarse en las cocinas y Ayla podía comerse el pan que le gustaba, de esos con
nueces y frutas horneadas. Podían ir a los jardines a ver las flores nocturnas floreciendo
a la luz de la luna, o podían subir a la azotea y mirar a las estrellas, o incluso podían
caminar hasta los acantilados y ver las olas chocar contra las rocas negras.
Crier miró el rostro de Ayla. Las sombras debajo de sus ojos. Había algo terrible en
ella, algo con garras, enojado, asustado y triste. No sabía cómo lo sabía, pero lo sabía. La
verdad sobre Ayla, el dolor de ella, era como una canción que podías sentir vibrando en
el aire, aunque no supieras la letra. Era un zumbido, bajo, gutural y lleno de dolor.
—Ven —dijo—. Necesitas dormir más que yo. Y mi cama es más blanda que
cualquier otra cosa en los cuartos de los sirvientes —palmeó la cama a su lado.
Ella dijo que no debería estar aquí… pero no se movió para irse. Otra mentira. Sin
embargo, esta era mejor que la anterior.
—Quédate. Hay mucho espacio —Crier no estaba segura de dónde venían sus
palabras; solo sabía que algo la había poseído, haciéndola comportarse de manera
diferente con esta persona que con cualquier otra. Solo podía reproducir la forma burlona
en la que Ayla se había sumergido en el pozo cerca de la cueva, tantas noches atrás, la
forma en la que una sola gota de agua brillaba como una perla en su labio inferior.
La forma en la que pensar en Junn y su consejero humano juntos había hecho que
Crier pensara en una sola cosa: Ayla.
—Necesitas dormir —dijo, porque era cierto—. Una lady necesita que su doncella
esté bien de salud, ya sabes.
Lentamente, casi vacilante, Ayla dio la vuelta al otro lado de la cama. Se quedó allí
durante un largo momento, sólo respirando. Crier se mantuvo tan, tan quieta. Y luego la
cama se hundió bajo el peso de Ayla.
—Gracias —susurró. Su voz vaciló, y Crier sintió esa vacilación a través de todo su
cuerpo.
Era una cama grande, y había mucho espacio entre ellas, pero parecía que había muy
poco. Si Crier alargaba la mano, sus dedos rozarían la curva del omóplato de Ayla.
—¿Qué haces cuando no puedes dormir? —la pregunta salió de Crier en voz baja y
silenciosa.
La hizo querer hablar más, hacerle más preguntas a Ayla hasta que el sol saliera.
Ayla y ella estaban encima de las mantas, que era como siempre dormía Crier, pero
ahora se preguntaba si Ayla preferiría estar debajo de estas, en el calor. Si Ayla se
volteaba, ¿su mano se estiraría por el espacio vacío entre ellas? Pensamientos e imágenes
llenaron la cabeza de Crier, mil escenarios diferentes, el potencial escenario.
—Escuchen mi voz a través de las amplias, oscuras aguas —cantó en voz baja, tan
silenciosa que apenas era una melodía—. Escucha mi voz, deja que te guíe en tu camino
a casa… —se movió, acurrucándose más en sí misma mientras continuaba. Luego,
después de otro minuto, se detuvo tan abruptamente como había comenzado, cortando la
última nota.
Silencio.
Crier se sentía como un arpa. Todas sus cuerdas sonando. Todo su cuerpo zumbaba.
Ayla no respondió durante mucho tiempo. Cuando finalmente habló, no tuvo nada
que ver con la canción.
—¿Qué?
—Faye. La habitación especial que le diste y los privilegios especiales. No sé por qué
hiciste eso, pero tienes que quitárselo.
—No, no lo es. Nada de esto es justo, mi lady. Pero no la estás ayudando así. Todo
lo que estás haciendo es señalarla.
—¿A quién? ¿A los otros sirvientes?
—Solo estaba tratando de ayudar —susurró. Porque estabas preocupada por ella.
Estabas preocupada por Faye. Quería ayudarte.
—Lo sé —dijo Ayla, sonando derrotada—. Yo… de verdad te creo. Pero no puedes
ayudar solo a un humano, Crier, no así. —Las sábanas crujieron cuando Ayla se dio la
vuelta, lentamente, hasta que estuvo frente a Crier, con el cuerpo curvado hacia el centro
de la cama. —La única forma de ayudar a Faye es ayudarnos a todos.
Hubo una larga pausa. Crier oyó la respiración de Ayla, suave como la lejana ráfaga
del océano. Pero mucho más cerca.
—¿Qué tan en serio hablas? —Ayla preguntó finalmente—. Porque... porque esto
podría hacer que me maten. Esto no es un juego, Crier. Esta no es una historia de hadas
en uno de tus libros. Esto es la vida y la muerte.
—Hablo en serio —dijo Crier. Se apoyó en un codo, encontrando los ojos de Ayla en
la oscuridad. —Déjame demostrártelo.
Se miraron la una a la otra. Los ojos de Ayla brillaban a la luz de la luna; no eran
dorados, no como los de Crier. Eran pozos profundos. Tragándose la luz.
¿Ayla confiaba en ella? No, no aún. Crier podía ver eso. Pero eso no significaba que
fuera imposible.
—¿Cuánto sabes realmente sobre Kinok? —Ayla susurró, como si de repente temiera
que Kinok pudiera estar escuchando.
—Descubre lo que él hace realmente —dijo—. Así es como puedes ayudar. —Ayla
no le había dado nada a Crier, no se había abierto, no realmente. Pero ella le había pedido
algo.
Y en algún momento de la noche, sucedió. Ayla, que se había acostado boca arriba,
rodó hasta el centro de la cama. Y en el proceso arrojó uno de sus brazos sobre la cintura
de Crier. Crier se congeló, despierta instantáneamente. Más que despierta. Permaneció
allí, perfectamente inmóvil, todo en su interior se redujo al suave peso del brazo de Ayla
en la curva de su cintura, ese punto de calor. Tuvo que recordarse a sí misma que debía
respirar. Ayla prefería cuando respiraba.
Respira.
Medianoche.
Luz de la luna.
Los suaves gemidos que había oído atravesar la madera y la piedra de la puerta de
Junn se alzaron en su mente como chispas, motas de oro en la oscuridad. El aliento
tembloroso. El salto y la caída de voces. El encuentro de dos cuerpos moviéndose juntos,
labios, piel y…
La luz plateada jugaba sobre el cabello oscuro de Ayla; sus pestañas formaban
pequeñas sombras puntiagudas en sus mejillas. Crier escuchó su respiración, todavía lenta
y uniforme, como una marea. No sabía cuánto tiempo habían estado yaciendo así.
Entonces Ayla se movió, husmeando en la almohada, y algo dorado cayó del cuello
de su camisa. El collar. Sin pensarlo, Crier alargó la mano para volver a meterlo en la
camisa de Ayla, con el corazón acelerado cuando las yemas de sus dedos rozaron
suavemente las clavículas de Ayla pero, en cambio, la cadena se soltó por completo entre
sus dedos. El broche se había roto.
Hubo un breve y terrible momento en el que Crier pensó que de alguna manera ella
lo había roto, y luego miró más de cerca y se dio cuenta de que el collar era mucho más
viejo de lo que había pensado. La cadena estaba desafilada y sucia, y el cierre
simplemente se había gastado.
Sin pensar, volvió a pasar el dedo por el colgante, distraída por el antinatural calor de
la piedra preciosa, más cálida que el oro que la rodeaba, casi como si hubiera una pequeña
fuente de calor en su interior...
¿Siena?
¿No es así?
No, se dio cuenta Crier, cuando la chica se acercó. No, esta persona
no era exactamente como Ayla. Su cabello era más largo. Era más alta,
casi tan alta como Crier. Había algo en la forma de su rostro que no
estaba del todo bien. No era Ayla, pero, podría haber sido la hermana de
Ayla, o la madre, o...
—Siena. —El hombre dio un paso hacia la joven, estaban apenas a diez
pies de distancia el uno del otro ahora, los ojos fijos en el rostro del otro,
y la mujer le agarró las manos.
—Leo, toma esto. Tengo que volver por los planos. Pero toma esto. —
La mujer, Siena, le entregó una gran joya azul, más grande que un puño,
que brillaba como un cristal gigante de Corazonita, sólo que tan azul
marino como era de roja la Corazonita.
—No, Siena —dijo, sosteniendo la piedra brillante de color cerúleo en
sus manos—. Quédate con nosotros, quédate. . .
Calma, tenía que estar calmada. Lo recordó de repente, pero fue como
si su recuerdo fuera un sueño lejano: cómo el collar se le había caído del
cuello a Ayla mientras dormía, lo fácil que había sido levantarlo,
estudiarlo a la luz de la luna, cómo había intentado arreglar el broche
roto, la gota de sangre...
Caos.
Ayla.
Tenían a Ayla. Estaba inmovilizada contra el suelo, tres guardias la sujetaban y uno
le presionaba la cara contra las losas. Crier saltó de la cama y tropezó, inestable sobre sus
pies. Cuando se dio cuenta de lo que debía haber sucedido, a Crier se le heló la sangre.
¿Realmente había estado tan angustiada que había disparado su timbre? A pesar de esto,
su timbre se había disparado y los guardias habían llegado.
Y habían encontrado a Ayla, pensó Crier aturdida.
—Deténganse —dijo—, deténganse, déjenla ir, no hizo nada malo... —Pero los
guardias ni siquiera la miraron. Ya se estaban moviendo, arrancando a Ayla del suelo y
sacándola de la habitación. No estaba luchando, Crier notó. Sus ojos eran enormes y
salvajes, sus dientes apretados, pero no estaba luchando. Miraba a Crier en silencio, y sus
miradas se cruzaron. Crier no sabía qué expresión estaba haciendo ella misma, pero pensó
que probablemente no era tan diferente a la de Ayla. Conmocionada, horrorizada,
indefensa, confundida.
Aún desorientada, Crier corrió tras ellos. Se detuvo solo para esconder el colgante en
su cajón, donde había escondido la llave de la sala de música, y luego salió corriendo por
la puerta y recorrió el pasillo. Los guardias no habían llegado muy lejos, no con el peso
de Ayla.
—¡Deténganse! —gritó Crier, tan duramente como pudo, y para su alivio, realmente
obedecieron. Uno de los guardias se volvió hacia ella, sus ojos brillaban dorados a la luz
de las luces de la pared. Él era quien había hundido la cara de Ayla en las losas.
—Mi lady —dijo en un tono monótono—. Estamos bajo las órdenes del soberano.
Regrese a su habitación. El médico está en camino.
—No estoy herida —espetó Crier—. Estoy completamente ilesa, y Ayl… la humana
no ha hecho nada malo.
—Estamos bajo las órdenes del soberano —repitió el guardia—. Si Lady Crier se
pone en peligro, todos y cada uno de los humanos en las cercanías deben ser entregados
al Scyre Kinok para ser interrogados.
El hielo en las venas de Crier se hizo añicos. Ella se tambaleó, tratando de no mostrar
el miedo y la repulsión en su rostro.
Crier abrió la boca, pero no salió nada. Ella no tenía idea de cómo proceder desde
aquí. Cómo hacer que liberen a Ayla, Ayla que no había hecho nada malo, Ayla que no
debería ser llevada a ningún lugar cerca de Kinok, no sin Crier allí para... protegerla,
cuidarla, algo.
Los guardias pasaron por su lado ordenadamente y, con Ayla todavía hundida entre
ellos, inerte, marcharon por el pasillo y se marcharon.
Se quedó allí durante unos momentos, con los ojos muy abiertos, los pies descalzos
y congelada por la conmoción, los restos de una ciudad en llamas todavía parpadeando
en los bordes de su mente, una ciudad en llamas que sabía que era real. No había sido una
pesadilla. Ahora todo tenía sentido: la extraña paranoia de Ayla sobre su collar, la forma
en que lo usaba siempre, aunque parecía aterrorizada de que alguien lo descubriera.
El relicario era un contenedor de memoria, activado por sangre. Crier había oído
hablar de objetos similares, en los registros de los antiguos Creadores, en los papeles de
subasta de propiedades que había visto, enumerando la amplia gama de baratijas y
artilugios alquímicos a la venta que ahora estaban prohibidos para los humanos: modelos
plateados de constelaciones que, cuando se activaban por los huesos aplastados de los
pájaros, podría volar en círculos alrededor de su cabeza en los patrones exactos de los
cuerpos celestes. Globos oculares de cristal que se movían en la dirección de lo que
buscabas.
Pero este objeto no era cualquier objeto Creado. Era de Ayla, y los recuerdos
almacenados en él eran, de una forma u otra, recuerdos de la historia de Ayla y su familia.
Quienquiera que lo hubiera usado antes de Ayla, el hombre en el caos, en medio de los
incendios, el hombre llamado Leo, había permitido que sus recuerdos quedaran
registrados en el relicario, y ahora estaban atrapados dentro de él.
No sabía lo que significaba, solo que la historia de Ayla estaba llena de violencia y
tristeza.
Giró sobre sus talones y corrió en dirección opuesta a los guardias. Corrió por los
pasillos oscuros, y no disminuyó la velocidad hasta que la puerta de las habitaciones de
su padre apareció ante ella a través de la penumbra. Corría tan rápido que era difícil
detenerse; sus pies en realidad patinaron sobre las losas. Luego ella estaba golpeando la
puerta, empujándola para abrirla, entrando dando tumbos.
—¡Padre!
—Sí, sí, pero ella no hizo sonar mi timbre, era yo, estaba angustiada, y los guardias...
—Hija —su boca se cerró de golpe—. El primer guardia Lakell me informó que
cuando sus hombres entraron en tu habitación, la humana estaba en tu cama. ¿Es eso
cierto?
Un rubor caliente y punzante se extendió desde el rostro de Crier por todo su cuerpo.
—Padre, yo...
—Casi te mueres, y la chica humana estaba ahí. Tienes una especie de… ajuste, en
medio de la noche, y la chica humana está en tu dormitorio, en tu cama. ¿Estás tratando
de decirme que es una coincidencia? ¿Que tu campanilla solo suena en su presencia?
De modo que también sabía lo que había sucedido en los acantilados. A pesar de que
les había rogado a los guardias que no se lo dijeran.
Pero no podía saber qué pasaba por la mente de Crier, cómo se sentía ella. Y él no
sabía nada de su Falla. No todavía, de todos modos.
Solo estábamos durmiendo, quería decir Crier, pero ni siquiera sabía de qué se estaba
defendiendo. No estábamos haciendo nada. ¿Qué habrían estado haciendo?
—La doncella nunca me ha hecho daño —insistió, con la mayor calma posible—.
Ella nunca me ha tocado. Yo estaba despierta, pensando, en la visita de la reina, y me
sentí angustiada.
—La reina es… muy imponente —se detuvo, tratando de encontrar una excusa.
—Bueno, entonces puedes estar tranquila. La reina y todo su séquito ya se han ido.
También es algo bueno, ya que esta situación habría causado un gran escándalo si ella
hubiera estado presente para presenciarlo.
—Hay susurros, hija —continuó Hesod—. Los escucho en los pasillos, en las cocinas.
Los sirvientes de este palacio tienen la impresión de que su lady se ha apegado a la chica
humana que la sirve.
—Lo sé —dijo Hesod con suavidad—. Sé que ningún hijo mío, ningún niño creado
por mi mano, cometería una traición tan atroz contra su propia especie. Sé que los
sirvientes están equivocados, hija. Pero los humanos, una vez convencidos de una idea,
son difíciles de persuadir de lo contrario. Sus mentes no son complejas y maleables como
las nuestras. Y no quieres que sigan difundiendo mentiras tan peligrosas, ¿verdad?
—Entonces te ofreceré un trato —dijo Hesod—, porque creo que estás diciendo la
verdad, aunque nadie más lo haga. Le daré a la doncella una última oportunidad. Se le
permitirá permanecer a tus pies, sirviéndote —él pausó—. A menos, por supuesto, que
haya otro incidente. Entonces ella será removida.
—Sí, padre.
Hesod finalmente la miró de nuevo, y sus ojos brillaron a la luz del fuego.
Crier no se permitió dudar del mensaje que había escrito en el momento en que dejó el
lado de su padre. Ella no se casaría con Kinok. Ni seguiría acatando las decisiones de su
padre.
Las palabras fluyeron de su pluma con poco esfuerzo, incluso los nombres
codificados salieron fácilmente.
Una vez satisfecha, miró fijamente la tinta húmeda por un momento, sopló
suavemente sobre la página para secarla, luego deslizó una pluma verde en el sobre, lo
selló con cera y se lo dio a uno de los mensajeros de su padre.
—Entrégalo bien —dijo con una sonrisa, imaginando la mirada maliciosa que
aparecería en el rostro de la Reina Junn cuando lo recibiera a su llegada a Varn, cuando
la reina se diera cuenta de que tenía una aliada. Que juntas iban a acabar con el Lobo.
Amiga:
En estos días, las Sha ombras son largas. Pronto, las noches Empe Sta
rán a tragarnos enteros. Siempre hay una parte de mí que teme al invierno.
Ahora más que nunca.
—Zorro
16
Los guardias habían conducido a Ayla a las entrañas del palacio: al laberinto del ala oeste
y luego a través de una puerta de madera y hacia abajo por un tramo de escalones de
mármol blanco que parecían interminables, el aire se volvía más frío y húmedo a medida
que descendían. La estaban llevando bajo tierra. Ayla no pudo evitar que le temblaran las
manos, solo un poco. Estaban tan bajo tierra que sabía que podía gritar y que el ruido sea
tragado por las toscas, feas paredes de piedra y la oscuridad.
Tal vez era porque Crier había sido el objeto de sus pensamientos, sus obsesiones,
durante tanto tiempo. Desde mucho antes de que se convirtiera en su doncella. Y ahora,
la obsesión había comenzado a transformarse y cambiar a la luz, ya no tan simple como
el deseo de matar, ahora coloreado, en ciertos momentos, con el deseo de otra cosa.
Kinok tenía una “brújula especial”. Si fuera alguien más, no le daría importancia; una
brújula era una brújula; apuntaba al norte y eso era todo.
Pero una brújula especial llevada por un Guardián del Corazón de Hierro era
enteramente otro asunto.
Doblaron una esquina hacia otro tramo de escaleras. Uno de los guardias le soltó el
brazo en la estrechez de la escalera e, instintivamente, ella buscó el familiar peso de su
collar, pero sus dedos no encontraron nada más que piel.
Si alguien lo encontraba.
Benjy.
Perdida en sus pensamientos, Ayla casi chocó contra la espalda de un guardia cuando
finalmente llegaron al final de los escalones. Estaba tan oscuro, las luces de las antorchas
esparciéndose a lo lejos sobre las paredes de piedra húmedas, que no vio la puerta hasta
que alguien la abrió desde el interior.
Kinok había encendido una sola lámpara, y Ayla apenas logró reprimir una maldición
de sorpresa: había estado esperando una celda en la prisión, pero en cambio, la habían
llevado al estudio de Kinok.
En algún lugar de este estudio, ella sabía, había una caja fuerte, que podía contener
los secretos de Kinok. Información sobre el Corazón de Hierro.
Tan enferma y aterrorizada como se sentía, había algo demasiado perfecto en donde
había terminado.
Los guardias cerraron la puerta detrás de ella, y estaba sola, con Kinok.
Estaba sentado detrás de un gran escritorio contra una pared, la superficie llena de
papeles, libros y más mapas. Un bote de tinta, una pluma. A su lado, una estantería llena
de libros encuadernados en cuero. Todos ellos gordos y de aspecto antiguo, el lomo
adornado con títulos estampados en oro, largas cadenas de palabras que Ayla no podía
leer, y...
¿Cómo lo consiguió tan rápido, cuando ella acababa de notar que había desaparecido?
Parecía imposible. Que su alcance fuese tan rápido, que estuviera en todas partes.
Él sabía. Por eso la trajo aquí. Esta es una sentencia de muerte. Entre el collar y estar
en la cama de Crier, estaba casi muerta.
Su corazón dio un vuelco en su pecho cuando se encontró con los ojos de Kinok,
esperando la sentencia. Por la soga, el cuchillo, la gran hoja de la guillotina, la cosa que
acecha en los ojos de Kinok. Dijera lo que dijera, ella lucharía contra ello. Cualquier cosa
que quisiera hacerle a Benjy, ella lo detendría. Ella lo haría…
Ella no respondió. No podía, todavía no. Su cuerpo estaba tenso como una cuerda de
arpa, la sangre latía en sus sienes.
—En el pueblo de Delan —dijo Ayla. Su voz salió ronca. —Al norte.
—¿Creciste allí?
Su mente se tambaleó. ¿Qué eran estas preguntas? ¿Por qué hace esto?, quería decir,
¿Por qué lo está alargando? Solo termina con esto de una vez, pero en lugar de eso, trató
de calmarse. Hizo respiraciones profundas.
—No. —Ya no era una niña. Eso se lo habían robado hace mucho.
—Ya veo. ¿Y tu familia? Tus padres, ¿ellos vinieron contigo? ¿Trabajan aquí
también?
—Murieron.
—Los padres de mi madre eran Leo y Siena —dijo Ayla—. Pero… mis padres no
hablaban de ellos. La mayoría en mi pueblo era así sobre el pasado —intentó y no pudo
ocultar la amargura de su voz—. Nunca he conocido un linaje que saliera ileso de la
Guerra. Nunca conocí un árbol genealógico al que no le faltaran la mayoría de sus ramas.
—Lo hacíamos —dijo Ayla—. Y luego el Soberano Hesod quemó mi aldea hasta los
cimientos.
¿Qué haría ahora? ¿Ver qué hacer con ella? ¿Consultar su mapa y trazar la línea hasta
Benjy? ¿Y si esta era su única oportunidad?
Fue más que atrevido. Fue ridículo. El acto desesperado de alguien que sabía que
estaba en sus últimos momentos.
Él sonrió.
—Solo quise decir, usted debe ser especial… —prosiguió ella. Mantén tu
compostura, Ayla. No te rindas ahora.
Ayla sintió otra oleada de satisfacción. Automa o no, Kinok no era tan diferente a un
hombre humano. Su orgullo era su punto más débil.
—Pero pensé que era imposible volver una vez que te ibas —dijo, fingiendo fruncir
el ceño en confusión—. Pensé que era imposible volver sobre la misma ruta a través de
las montañas.
Los ojos de Kinok parpadearon hacia los lados por una fracción de segundo.
Una fracción de segundo que observó con atención. Los Automas no eran los únicos
que sabían cómo detectar lo que buscaban.
—Hay formas —dijo, y luego se puso de pie—. Hemos terminado por ahora. Quédate
aquí.
Luego, moviéndose con un poco más de velocidad y gracia de la que podría tener un
humano, salió de la habitación. La puerta se cerró con un clic detrás de él antes de que
Ayla pudiera siquiera procesar el hecho de que, justo antes de irse, él había tomado el
collar de la estantería.
Se obligó a esperar cinco minutos completos, contando los segundos, antes de sentirse
segura de que Kinok no regresaría inmediatamente. Entonces saltó de la silla y se dirigió
directamente a la esquina del estudio, el lugar donde los ojos de Kinok habían parpadeado
solo por un momento.
Pero estaba segura de que la caja fuerte estaría en algún lugar por aquí.
Luego pasó las manos por la estantería. Era un mueble resistente, hecho de la misma
madera de cerezo oscuro que el escritorio de Kinok. Rápidamente, cada vez más
paranoica por el regreso de Kinok a medida que pasaban los minutos, Ayla comenzó a
revisar cada libro en el estante, levantándolos con cuidado para no remover el polvo en
los estantes, hojeando las páginas, buscando cualquier cosa remotamente fuera de lugar.
No encontró nada en el primer estante ni en el segundo. Se arrodilló para buscar en el
tercer y último estante, el más inferior, tratando de ser lo más cuidadosa posible sin dejar
de moverse con rapidez. Seguramente Kinok volvería en cualquier momento…
Allí.
Escondido detrás de uno de los libros del centro del estante, sólo visible porque Ayla
estaba arrodillada, había una costura diminuta, casi invisible, en la parte trasera de la
estantería.
Con el corazón acelerado, Ayla dejó el libro a un lado y estiró la mano, pasando los
dedos por la costura. Tenía una forma rectangular, apenas más grande que su palma.
Como una puerta diminuta. Presionó los bordes, tratando de averiguar cómo abrirla, y
ahí, sí, sí, sí, un pequeño hundimiento cuando empujó en un lado de la costura. Ella
presionó más fuerte y la pequeña puerta se abrió de golpe, revelando...
Metal.
El borde de lo que parecía una caja de metal delgada. Una caja fuerte. Era similar a
la que Crier usaba para guardar sus mejores collares.
Esta debía ser apenas de una pulgada de grosor para caber tan perfectamente en la
parte posterior de la estantería, cuidadosamente escondida por la pequeña puerta de
madera. Ayla se inclinó hacia delante, preguntándose si tal vez podría sacarla con las
uñas… pero no, todavía estaba media incrustada en la madera, tendría que quitar todos
los libros y luego volver a colocarlos en el orden exacto correcto, lo que llevaría un tiempo
que definitivamente no tenía, e incluso entonces podía ver parte de una cerradura en la
parte delantera de la caja fuerte, una serie de pequeños engranajes mecánicos, todos
etiquetados con extraños símbolos alquímicos. Algunos los reconoció: la estrella de ocho
puntas, los símbolos de la sal, el mercurio y el azufre; cuerpo, mente y espíritu.
El lenguaje de los Creadores. Ella no lo conocía, pero Benjy sí. Lo había aprendido
en el templo, cuando era niño.
Ahora todo lo que tenía que hacer era abrir esa caja fuerte.
Kinok regresó solo unos minutos después. Ayla se enderezó en el momento en que
escuchó la llave entrar en la cerradura, sintiéndose mucho menos asustada que antes.
Aunque todavía no sabía por qué él le había preguntado por sus padres, aunque todavía
no sabía por qué o cómo se había apoderado de su relicario, aunque todavía no sabía cuál
sería su castigo. Mientras pudiera decirle a alguien sobre la ubicación de la caja fuerte,
triunfaría. Ella ganaría esto… o moriría intentándolo.
—… ¿Disculpe?
—Vete —dijo de nuevo, lento y cansado, como si estuviera hablando con un caballo
o con un niño particularmente lento—. No necesito nada de ti. Vete.
—No entiendo —se escuchó decir, incluso cuando todo su cuerpo anhelaba la puerta
y los escalones de regreso a la luz del sol, a algo que no era libertad pero que era mejor
que esto—. No entiendo, ¿no va usted a…?
—Hemos terminado aquí —dijo, cada palabra de sus labios como algo pesado
cayendo a la alfombra entre ellos, como si hablara piedras.
Ella vaciló por un momento más, esto es una trampa esto es una trampa, pero
entonces su cuerpo finalmente se le impuso a la paranoia y se alejó de él, salió por la
puerta, subió los escalones de mármol hasta que estuvo dentro del palacio de nuevo y el
aire olía como el enfermizo perfume de demasiadas flores.
Se apresuró hacia la salida más cercana a los cuartos de los sirvientes, caminando lo
más rápido que podía sin parecer demasiado sospechosa, sabiendo que necesitaba hablar
con Benjy, inmediatamente.
Pero antes de que pudiera salir siquiera, otro sirviente la detuvo abruptamente.
Las cocinas del palacio de una sanguijuela no se parecían a ninguna cocina humana.
El suelo era de tierra pisoteada y había un asador, una despensa, unas cuantas mesas de
trabajo grandes y toscas, una pared dedicada a ollas, platos y cuchillos, pero también
había una enorme chimenea de barro que ocupaba casi una pared entera, las llamas
cubiertas por un caldero negro donde tanto Ayla como Benjy podrían haberse acurrucado
dentro cómodamente y con espacio de sobra. Este caldero era usado para una sola cosa:
preparar Corazonita líquida. El vapor blanco rodando densamente en la chimenea olía
amargo, metálico. Ayla respiró por la boca, y aun así podía saborearlo en su lengua.
Siempre había un solo guardia sanguijuela junto al caldero de Corazonita. Sorprendida,
Ayla se dio cuenta de que reconocía al guardia de hoy. Era el mismo con el que se había
encontrado anoche.
—Doncella.
Malwin estaba ante ella. No parecía odiosa ni enojada, como había esperado Ayla.
En todo caso, estaba mirando a Ayla con algo parecido a la curiosidad.
—Estoy bajo las órdenes del consejero de la Reina Junn —dijo Malwin, hablando en
voz baja para que el guardia sanguijuela no la oyera.
Storme.
Así que realmente se fue. No fue una sorpresa, pero aun así le dolió de nuevo. Storme
ya se había ido.
Habían sucedido tantas cosas entre la discusión de anoche y ella siendo atrapada esta
mañana que apenas había tenido tiempo de volver a pensar en él, o de afligirse.
Porque así fue como se sintió. Fue como otra muerte. No más cruel ni más molesto
que la primera, sino como algo pálido, profundo y doloroso.
—Me dio algo para darte. Dijo que lo dejaste caer. Dijo que te dijera: “No vuelvas a
perderlo”.
—Sabes, realmente no deberías tener esto —la regañó Malwin—. No sé por qué lo
llevas contigo, pero estoy segura de que cuenta como una pertenencia. Tienes suerte de
que el consejero te haya visto dejarlo caer y no Lord Hesod. Podrías haberte metido en
un verdadero problema, chica.
Ayla estuvo a punto de soltar una carcajada. Claramente, Malwin no sabía en qué tipo
de problemas se había metido ya.
—Bien —dijo Ayla después de una pausa—. Tienes razón, seré… seré más
cuidadosa.
Ayla lo esperaba bajo su árbol. Ella había dejado su peine sobre su almohada, una señal
de que quería encontrarse, pero ¿y si él no lo había notado? Era tan extraño usar el peine
como una señal en lugar de simplemente susurrarle, o golpear el dorso de su mano
mientras ella pasaba. Solían pasar todos los momentos posibles juntos, pero desde que
Ayla se convirtió en doncella no había visto a Benjy con tanta frecuencia. La mayoría de
los días, todo lo que intercambiaban era una sola mirada mientras se metían en la cama,
sus cuerpos separados por una docena de otros sirvientes dormidos.
¿Qué pasa con Rowan y los otros rebeldes que se unieron a ella en el viaje al sur?
Había estado desesperada por no pensar en eso, en el hecho de que no había oído nada
sobre ellos desde entonces. ¿Qué les había pasado?
Sin embargo, no podía preocuparse por eso ahora. Aún no. Porque tenía que contarle
a Benjy lo que Crier le había dicho.
La brújula de Kinok apuntaba al Corazón de Hierro. Ella estaba segura de eso. ¿Por
qué sería tan especial algo así si no? ¿Por qué más lo querrían incluso los Manos Rojas?
Ahora, la destrucción total era una posibilidad de una manera que no lo había sido
antes.
Tan emocionada que, si Crier estuviera aquí, podría besarla por eso.
—Pobre bebé —dijo, apoyado contra el tronco del árbol—. ¿Quieres intercambiar?
—Sí —dijo lentamente—. Probablemente no sería tan bueno en ello como tú.
—Nada —suspiró y sacudió la cabeza, extendiendo la mano para arrancar una hoja y
jugar con ella entre sus dedos—. Nada, lo siento, ha sido un día largo. Una semana larga.
Esto no era en absoluto lo que Ayla esperaba oír. Su corazón prácticamente se salió
de su pecho.
—Pero…
Juntos atravesaron el terreno en dirección a los acantilados que dan al mar, el lugar
donde Ayla y Crier se habían encontrado por primera vez, donde Ayla había salvado la
vida de Crier. Se pegaron a las sombras, por los caminos de suave tierra negra entre hileras
de flores marinas, y Ayla miraba detrás de ellos cada cierto tiempo para comprobar si
había guardias u otros sirvientes. Pero no había nadie, y llegaron a los acantilados sin ser
escuchados.
Hacía más frío tan cerca del océano, las rocas resbaladizas por la espuma del mar. A
Ayla se le puso la piel de gallina en los brazos.
Rowan ya estaba esperando por ellos en los acantilados. Su cabello plateado le caía
sobre los hombros y parecía quieta y tranquila como siempre, pero cuando se acercaron,
Ayla pudo ver las sombras bajo sus ojos, como si tuviera una herida oculta. Ayla olvidó
su propia incomodidad y se apresuró a avanzar.
—¡Rowan! —dijo Ayla, uniéndose a ella en el borde del acantilado—. Dioses, pensé
que no volverías en semanas. ¿Qué sucedió? ¿Estás herida?
Benjy hizo un ruido de impaciencia y Ayla levantó una mano para silenciarlo.
—No nos siguieron —dijo—. Incluso si lo hubieran hecho, nadie podría oírnos sobre
las olas. Puedes decírnoslo.
—Ya lo dije —dijo Rowan. Sonaba aún más agotada de lo que Ayla sentía, su voz
vacía. —Por eso estoy de regreso tan pronto. Esto es lo que pasó en el sur: nada.
—Está bien, Ayla. Solo algunos moretones en mis costillas. Hace que sea difícil
permanecer de pie por mucho tiempo.
—Pero, ¿qué pasó? —insistió Ayla—. No puede haber sido nada. Dijiste que había
doscientos reunidos en el sur, una luna llena, tú dijiste...
—Sé lo que dije. Y sé lo que escuché, y de quién lo escuché… una persona que pensé
que era una fuente confiable. Pero les digo, cuando me comuniqué con mis contactos en
el sur, no encontré nada. No hubo levantamientos. En ningún momento iba a haber algún
levantamiento —ella miró entre ellos, su rostro serio—. Los humanos de esas propiedades
ni siquiera habían escuchado los rumores. Mis contactos no sabían nada. Fui por una
rebelión y llegué a un día normal. Todo fue una mentira.
Los tres guardaron silencio, Ayla y Benjy luchaban por encontrarle sentido a la
historia de Rowan.
—No sé quién fue —dijo Rowan—. Pero creo que esto fue menos una provocación
y más un experimento.
—Quiero decir que quien haya creado esta falsedad, el que quería hacerme creer que
iban a haber levantamientos en el sur… Creo que hicieron esto porque querían saber de
dónde obtengo mi información y luego dónde la difundo. Creo que querían rastrear las
conexiones entre los miembros de la Resistencia. Para ver quién habla con quién, quién
sigue a quién. Querían trazarnos un mapa.
Benjy dijo algo en respuesta, pero Ayla no lo oyó; sus oídos rugían, y no era el sonido
de las olas del océano chocando contra las rocas.
Tenía una idea bastante clara de quién le mintió a Rowan sobre los levantamientos.
¿Pero cómo?
No se dio cuenta de que había hablado en voz alta hasta que Rowan dijo:
—¿De quién escuchaste por primera vez sobre los levantamientos? —Ayla preguntó
en voz baja.
—No revelo nombres —dijo Rowan—. Pero… les diré que fue alguien de dentro del
palacio. Un sirviente. —Ella miró hacia otro lado, un músculo flexionándose en su
mandíbula. —Alguien cuya información siempre ha sido verdadera. Alguien que nunca
antes me ha llevado por mal camino.
Ella.
—¿Y dónde fue eso? ¿Dónde estaba ubicada? —El corazón de Ayla latía con fuerza.
Se inclinó hacia adelante, con los ojos fijos en el rostro de Rowan. Una parte de ella ya
sabía lo que estaba a punto de escuchar, ya sabía la respuesta, pero preguntó de todos
modos.
—Mi contacto dijo que es una criada de la cocina —dijo Rowan con cautela—.
Ubicada en la lavandería.
—¿Sabes algo? —preguntó Benjy a Ayla, captando la expresión de su rostro.
—Benjy, ¿averiguaste algo más sobre las manzanas de sol de las que Faye seguía
hablando?
—Intenté entrar en la casa con el cultivo que está en el campo esta mañana. Dije que
había visto un mal lote de grano y quería comprobar algunos de los suministros. Había
una montaña de cajas de manzanas del sol, muchas más de lo que hubiera pensado que
los huertos podrían producir en poco más de un mes.
—Las cajas no estaban llenas de manzanas, al menos no las que logré abrir. No tenía
mucho tiempo antes de que ese guardia alto, Tiren, fuera a buscarme, así que no fui tan
cuidadoso, pero abrí dos de las cajas y, y . . . estaban llenas de. . . realmente no lo sé.
Este… este polvo. Polvo negro.
—Sinceramente, no lo sé.
—Bueno, sea cual sea el propósito del polvo, sabemos una cosa: Kinok está
controlando a Faye. Utilizándola. Tal vez intentó desertar. Tal vez es por eso que…
No tuvo que terminar su oración. Los tres estaban pensando la misma cosa. Quizás
por eso Kinok había ordenado la muerte de Luna.
—Espera —dijo Ayla de repente—. Sé algo. Me enteré de algo justo anoche. —Evitó
los ojos de Benjy. Él todavía no sabía la verdad de lo que había sucedido anoche. Que se
había escapado, no para planchar un vestido, sino para encontrarse con su hermano. Y
que había terminado con ella acurrucada en la cama de Crier. Era solo cuestión de tiempo
antes de que ese secreto saliera a la luz. —El Scyre tiene algo en su poder que podría
ayudarnos. Nos ayudará. Es una brújula. Aparentemente, es muy importante para Kinok,
y creo que es porque no es una brújula cualquiera, es especial. En lugar de apuntar al
norte, apunta al Corazón de Hierro.
—¿Estás segura?
—Crier dijo que era especial, dijo que incluso los Manos Rojas parecían celosos de
eso —les dijo Ayla, y luego se arrepintió de inmediato cuando la mirada de Benjy se
volvió sospechosa. Continuó antes de que él pudiera decir algo. Antes de que pudiera
implicar cualquier cosa. —¿Por qué si no iba a quedarme hasta altas horas de la noche
con ella? Es tan ingenua que revelará cualquier secreto si la haces hablar lo suficiente. —
No se sentía cierto, por la forma en que lo estaba enmarcando, pero se sentía necesario.
—Una brújula que podría llevarnos al Corazón. Piensen en el poder de eso. Y está en el
estudio de Kinok.
—Creo que, si hay algún lugar donde pueda estar escondiendo la brújula, sería allí.
Incluso si no es la brújula, tiene que ser otra cosa igualmente valiosa.
Rowan asintió. La luz estaba de vuelta en sus ojos, la chispa de emoción por una
nueva misión.
—Tenemos que abrir esa caja fuerte. Luego, una vez que tengamos lo que
necesitamos, destruimos al Scyre y rescatamos a Faye —sonrió y despeinó el cabello de
Ayla como lo hacía desde que Ayla era pequeña y estaba hambrienta—. Lo hiciste bien,
mi niña.
—Ha pasado casi una hora —dijo Benjy—. Los guardias revisarán pronto los cuartos
de los sirvientes. Deberíamos volver.
—Sí —dijo Rowan—. Puedo escaparme de nuevo la semana que viene, a la misma
hora, en el mismo lugar. Elaboraremos un plan para entrar en la caja fuerte lo antes
posible. Necesitaremos una distracción. Hay algo en el aire, algo en el horizonte. Puedo
sentirlo. No hay tiempo que perder.
—Estaremos ahí.
Era todo en lo que Crier podía pensar durante la semana desde que Ayla había sido atrapada
en su cama y luego liberada por Kinok sin ni siquiera una palabra de reprimenda o preocupación
de su parte, durante la semana desde que ella había enviado la carta codificada a la reina Junn,
prometiendo su lealtad secreta.
Bueno, no fue todo en lo que pensó. Necesitaba una fuerza que no sabía que tenía para evitar
los ojos de Ayla durante toda la semana, para no recordar la forma en que se había volteado hacia
Crier mientras dormía. Aunque Ayla nunca lo admitiría, y aunque Crier no tenía pruebas de ello,
lo creía; Ayla al menos había empezado a confiar en ella. Había comenzado a abrirse a ella.
Pero ahora los riesgos eran demasiado altos. Todo el mundo estaba mirando su próximo
movimiento. No podía permitirse dejar que Ayla volviera a estar bajo el escrutinio de Kinok. Lo
que significaba que ella no podía darle ninguna razón para hacerlo. No podía prestar más atención
a Ayla. No podía permitir que la oscuridad de su mirada llamara a Crier como lo había hecho tan
a menudo en el último mes.
Ahora: había estado despierta durante horas, sus pensamientos dando vueltas como buitres.
¿Había recibido su carta la reina Junn? Debe haberlo hecho, a menos que la carta hubiera sido
interceptada.
Si la carta no había sido interceptada, si estaba en manos de la reina Junn, ¿qué iba a hacer
la reina? ¿Estuvo mal por parte de Crier nombrar a Foer, al concejal Laone, al concejal Shasta
como partidarios de Kinok? ¿Y si hubiera entendido mal las palabras de Rosi? ¿Y si hubiera
puesto a Rosi en peligro al nombrar a su prometido? ¿Qué pasa si la reina Junn decidía que Crier
no era lo suficientemente útil y cortaba la comunicación, y Crier se encontraría nuevamente sola?
Estaba a punto de llegar a la hora número tres de pensamientos aterradores e inútiles cuando
escuchó pasos en el pasillo fuera de su puerta. Muchos de ellos, rápidos y humanos.
Crier no esperó a que llegara Ayla (aún faltaba un cuarto de hora para que amaneciera) y ni
siquiera se cambió el camisón antes de salir corriendo de su habitación y llamar al primer criado
que vio.
—¿Qué?... ¿hoy? ¿Por qué? —La pequeña ciudad de Bell-run estaba a un día de viaje hacia
el oeste. Su padre solía visitarlo solo una o dos veces al año, superficialmente, solo para mostrar
su rostro a la gente.
—Sí, mi lady. Esta mañana. Tan pronto como sea posible. Ha habido unos asesinatos en la
noche —dijo el sirviente, en voz baja, como lo hacían los humanos cuando hablaban de los
muertos.
Quizás alguna parte de ella ya lo sabía. Pero tenía que escucharlo en voz alta.
—Dos eran Manos Rojas, mi lady. Los concejales Laone y Shasta. El otro era el señor de una
finca del sur. Lord Foer.
Oh, dioses.
—¿Perdón, mi lady?
—Nada —logró decir Crier, y se regresó antes de que el sirviente pudiera decir algo más, o
peor aún, ver la expresión de Crier y llamar a un médico.
Los maté, pensó Crier con tristeza, moviéndose en trance por el pasillo. Los nombré y ahora
están muertos.
La reina Junn podría haber dado la orden, porque, por supuesto, era la reina Junn, no había
forma de que fuera una coincidencia. Crier le había dado tres nombres, y ahora los dueños de los
tres nombres estaban muertos.
No podía creer lo rápido que había actuado Junn. Sin advertencia, sin vacilación. . . solo
acción rápida.
Las sienes de Crier latían con fuerza; se sentía hambrienta de oxígeno a pesar de que nada
había cambiado en su organismo.
Oh, dioses, Rosi. El prometido de Rosi estaba muerto y era culpa de Crier.
Bueno, ¿qué esperabas? se preguntó furiosa, deteniéndose un momento para reposar la frente
contra la fría pared de piedra del pasillo. ¿Pensaste que la Reina Loca enviaría a los partidarios
de Kinok una carta amablemente redactada? ¿Pensaste que ella sería indulgente?
Pensó en la historia del Zorro, el Lobo y el Oso. En cómo ninguno de ellos podía confiar en
los demás.
Crier miró sus propias manos e imaginó, por un momento, sus dedos sumergidos en sangre
violeta.
Minutos después, Crier se sentó en la silla frente a su padre, los dos solos en su estudio, y trató
de no dejar que la culpa y el horror se reflejaran en su rostro.
Afortunadamente, Hesod estaba perdido en sus propios pensamientos, apareciendo solo para
gritar órdenes a los sirvientes que seguían llegando a la puerta. Prepara los carruajes, prepara los
caballos, empaca la ropa y Corazonita para un viaje de tres días, prepara un grupo de guardias y
sirvientes, envía noticias a las propiedades de los difuntos. Iban de gira de luto. Era como la gira
de la victoria que Hesod había hecho en las semanas posteriores a su coronación soberana, pero
en lugar de la victoria en el aire no había nada más que muerte, conmoción y la furia hirviente de
Hesod. Se estaba tomando personalmente la muerte de sus Manos Rojas.
No. No lo sabría.
No podía saberlo.
—Hija.
Hesod la miraba de cerca desde el otro lado del escritorio. Ella trató de permanecer con una
expresión en blanco, nada más que empatía y preocupación por él.
—¿Sí?
—Partiré hacia el sur en una hora para presentar mis respetos a las propiedades de los
concejales Laone, Shasta y Lord Foer. Tú permanecerás aquí mientras yo no esté y continuarás
con tus estudios y tus tareas habituales. Eso es todo.
Quizás hace un mes, Crier hubiera aceptado esto sin dudarlo. Pero luego de pasar tanto
tiempo con Ayla, que cuestionaba todo, desde los motivos de Kinok hasta los aceites de baño
preferidos de Crier, la hizo sentarse un poco más recta y sacudir la cabeza.
—No —dijo ella—. Tengo una relación con Rosi, la esposa prometida de Foer. La muerte de
Foer le pesará. Yo. . . debo ir a verla y asegurarme de que esté bien.
—Ésta es una manera de reconstruir esa confianza —insistió Crier, aunque sus palabras
dolieron—. Puedes pasar más tiempo con las familias de los Manos Rojas; tienen una clasificación
más alta que Foer, ¿no es así? Puedo ir solo a la finca de Rosi y consolarla yo misma. —Ella se
inclinó hacia adelante. —Quiero demostrar mi valía ante ti, padre. Cometí un error al ser tan
indulgente con. . . con la doncella. Sé que te decepcioné. Déjame hacer las paces.
Seguía dudando.
—Solo deseo cumplir con lo que es mi deber con el estado, padre —prosiguió—. La finca de
Foer, donde Rosi ha establecido su residencia durante su noviazgo, está apenas a un día de camino
al sur, cerca de la frontera de Varn y el pueblo fronterizo de Elderell. Puedo estar fuera por menos
de cuarenta y ocho horas, si eso es lo que quieres. ¿Cómo me vería si ignoro a mi compañera más
cercana en este momento?
—Bien —dijo Hesod—. Puedes ir. Pero si algo sale mal, hija, cualquier cosa…
Cuando Crier salió del estudio de su padre, atrapó a la primera sirvienta que vio.
—Envíe a buscar a la doncella Ayla —le ordenó a la muchacha—. Dígale que se encontrará
conmigo en los establos de inmediato.
—Sí, mi lady.
La chica se escabulló y Crier caminó por los pasillos de regreso a su dormitorio, tomándose
unos preciosos minutos para vestirse, sus manos torpes, no acostumbrada a atarse los cordones
ella misma. Luego arrojó ropa para dos días en una maleta.
Realmente iba a consolar a Rosi. Iba a obligarse a sí misma a presenciar los efectos de lo que
había hecho a raíz del asesinato de Foer. Pero tenía otro motivo oculto para viajar al sur.
El pueblo de Elderell.
Un lugar que la concejala Reyka había mencionado varias veces a lo largo de los años, aunque
nunca había dicho por qué una pequeña mancha de pueblo era importante para ella. Crier había
preguntado una vez, y Reyka solo había dicho:
Crier no pudo evitar preguntarse si ese asunto tenía algo que ver con su desaparición.
Agarrando su maleta de viaje, Crier salió del palacio y se dirigió a los establos, donde ya
habría un carruaje esperándola. El sol de la mañana se escondía detrás de espesas nubes grises, el
olor de la lluvia invernal flotaba en el aire.
Ayla ya estaba esperando fuera de los establos cuando llegó Crier. Parecía cautelosa y furiosa
a partes iguales.
—¿Qué está pasando? —Ayla exigió en el segundo en el que Crier estuvo al alcance del
oído—. ¿Por qué me. . .?
Crier la agarró por la muñeca, suave pero firmemente, y la apartó a un lado. Se inclinó para
acercarse y, a pesar de la niebla de la preocupación, sus ojos se fijaron en las pecas que cubrían
la nariz de Ayla. La forma de su boca redonda y bonita. Ahí estaba de nuevo, esa indignación, esa
ira que era tan áspera y, sin embargo, que convertía a Ayla en quien era. Esa feroz vibración en
ella por la que Crier se sentía atraída una y otra vez…
—Silencio —siseó Crier, parcialmente para sí misma—. Por favor. Espera aquí. Mantén la
cabeza gacha, no hagas una escena.
Ayla se quedó boquiabierta, pero Crier se volteó y se dirigió rápidamente hacia el carruaje.
Estaba esperando en la entrada de los establos, un caparazón de escarabajo negro tirado por dos
hermosos caballos viejos. El conductor, un criado envejecido con la piel como cuero rajado, ya
estaba sentado en su asiento en la parte delantera, con las riendas en la mano.
Asintió y tiró de las riendas; los caballos pateaban el suelo, moviendo las orejas con
impaciencia.
Crier puso su maleta en su carruaje y luego se fue hacia el costado de los establos. Ayla
seguía allí de pie, con la ira en todas las líneas de su cuerpo, pero no había tiempo para explicar
nada. Crier no quería que ninguno de los sirvientes, o peor aún, su padre, viera a Ayla, que supiera
que Crier llevaría a Ayla con ella al sur. Su padre no lo había prohibido expresamente, pero
probablemente solo porque pensó que no había forma de que Crier se atreviera.
Después de todo, sabía que no podía dejar a Ayla aquí sola. Podría haberle comprado a Ayla
algo de tiempo, un respiro de seguridad, pero ¿cuánto tiempo duraría si no estuviera allí para
cuidarla?
—Ven —murmuró Crier—. Te lo contaré todo en un momento, solo ven conmigo y mantente
en silencio.
Ayla parecía confundida, pero Crier la tomó de la mano y la condujo hacia adelante antes de
que pudiera responder. Para su sorpresa, la mano de Ayla se aferró a la suya. Y a pesar de sí
misma, a pesar de todo, una emoción la atravesó.
En el momento en que ambas estuvieron sentadas, Crier corrió las cortinas y golpeó con los
nudillos la delgada pared que las separaba del conductor.
—¡Vamos, vamos!
El carruaje se tambaleó hacia adelante y se marcharon.
A medida que Kiera, la Primera, crecía y se fortalecía, necesitaba más y más sangre, y así,
para el quinto año, la reina estaba muriendo.
El amor de la reina por Kiera era tan grande que se habría sacrificado con mucho gusto
para darle a Kiera un día más de vida… pero Wren se había enamorado profundamente de la
reina Thea. Cegado por esta debilidad humana, este amor que crecía dentro de él como una cosa
retorcida y podrida, planeaba salvar a la reina matando a Kiera. Pero la reina descubrió sus
planes antes de que tuviera la oportunidad de actuar y Thomas Wren fue encarcelado.
Desesperado por salvar a la reina, Wren continuó su trabajo como Creador incluso mientras
estaba encarcelado.
Y esto, sobre todo, nunca debe perderse en las olas del Tiempo: no importa cuánto la Reina
Thea afirmara amar a su hija Automa, fue ella, no Thomas Wren, quien finalmente asesinó a
Kiera.
Estaba atrapada en un espacio cerrado con Crier, furiosa por ser prácticamente
secuestrada y aún más furiosa por el hecho de que estaba tan malditamente consciente de
la presencia de Crier, de sus rodillas golpeándose cada vez que el carruaje se sacudía, del
olor de su cabello, el aroma de su piel limpia y perfumada, el corte de su mandíbula y la
suave curva de su garganta. . .
Ayla presionó su frente contra la ventanilla del carruaje y se negó a mirar a Crier.
Tal vez ni siquiera estaba tan enojada con Crier. Tal vez solo estaba enojada consigo
misma. Aquí estaba el objetivo de su venganza. Y, sin embargo, los días pasaban y ella
no podía matar a Crier, cada día que usaba a la lady para tratar de obtener acceso a
información, era otro día en que ella sentía que se… debilitaba. Se reblandecía. Se
calentaba. Era la única forma de describirlo, como si su voluntad fuera un gran lago al
sol, evaporándose lentamente en los bordes hasta que un día ya no habría voluntad, ni
fuerza, ni impulso, ni ira. Ella estaría vacía.
Y todo por Crier, por la forma en que la hacía sentir, la sensación de ser observada y
que la piensen, de una manera amable, con ternura y curiosidad que Ayla simplemente
no podía soportar. Todo esto sacudió esa cosa que había convertido a Ayla en lo que era
durante mucho tiempo.
Ese instinto de sobreviviente. Esa hambre de la sangre de Crier en sus manos, para
hacer las cosas iguales. Justicia. Venganza. Había sido la única fuerza que mantenía viva
a Ayla, y ahora esa agitada dulzura ansiosa que se creaba en ella la estaba arruinando, se
la estaba quitando.
Ellos tenían que avanzar con sus planes pronto, antes de que Ayla se derrumbara por
completo.
Pero ahora, eso también estaba arruinado, porque hoy era el día en que ella y Benjy
habían acordado reunirse con Rowan, y ahora Ayla se iba a ir por, ¿qué, otros tres días?
¿Y quién sabía si la próxima vez sería capaz de escabullirse para reunirse con Rowan?
Se sentía desesperada y sola, y no tenía a nadie para pedirle consejo. Ella no podía
hablar con Benjy sobre esto. Ni siquiera con Rowan, que había sido casi una madre para
ella. . . sería una traición demasiado grande admitir lo que estaba pasando dentro de su
cabeza, dentro de su corazón.
Ella quería golpear algo. Ella quería romper una de las ventanillas y volar por el
camino, correr hacia el bosque, escapar. Para correr por siempre. Para estar libre de esto,
lo que sea que fuera. Esta cercanía. Los ojos de Crier. Sus rodillas Sus pensamientos. Era
como si Ayla pudiera sentir los pensamientos de Crier, como suaves caricias en la
oscuridad, y . . .
Pensó en la pluma verde de Storme. ¿Qué significaba? ¿Fue algo así como una
contraseña secreta, prueba de su confiabilidad, algo que podría mostrarle a la guardia de
la reina si alguna vez necesitaba una audiencia con su hermano? Ella pensó en las cajas
de manzana del sol llenas de polvo negro: ¿Qué hacía? ¿Era algo así como Corazonita?
Ella solo sabía que provenía de Kinok.
Y eso fue, de alguna manera, aún peor. El dolor aún fresco y crudo como había sido
hace semana cuando ella estaba parada en el pasillo y le rogaba en silencio que la quisiera
de nuevo, que le dijera la verdad, que se quedara. Pero ella no había podido decir nada de
eso en voz alta y no importó porque él no había querido, no había estado dispuesto a
hacerlo.
De alguna manera, había pasado la última semana deseando que se hubiera quedado
muerto, como había estado en su mente por tantos años.
Storme. El chico que solía conocer, su gemelo, su hermano de ojos brillantes, brillaba
en sus recuerdos y luego se fue. Luego: el hombre en el que se había convertido, mano
derecha de la reina sanguijuela, explotando de nuevo en la vida de Ayla con toda la fuerza
de una bomba de pólvora y luego, como una bomba de pólvora, se fue sin dejar nada más
que restos.
¿Cómo era posible que lo tuviera de nuevo, pero solo por un día?
Era apropiado que Crier la hubiera secuestrado para una gira de luto. Ayla estaba de
luto.
Por Storme, y también por su collar. La última conexión que tenía con su familia,
con su madre, y la había perdido. Pero, sobre todo, lloraba a su antiguo yo, la chica que
había tenido la voluntad de un fuego interminable. La chica que ardería y ardería para
siempre hasta que hubiera destruido todo el dolor del mundo.
Se encontró tocando el punto sobre el pecho donde solía descansar el relicario, ese
viejo hábito. Su cuello se sentía más liviano sin el collar, pero de una manera mala,
dolorosa, como si alguien le hubiera cortado todo el cabello. Más ligero, pero falta el
peso.
Si estaba siendo honesta, había ido a la sala de música para pensar en Crier. Creía
que, si pensaba en ella cerca de Benjy y los otros sirvientes, inmediatamente lo verían
escrito en toda su cara.
Deseo.
Anhelo.
Soledad.
Curiosidad.
Vergüenza.
Cómo quería volver a dormir en la cama de Crier. O algo. Como no había dormido
tan profundamente en meses, tal vez años, como lo había hecho esa noche. Como no se
había sentido tan segura desde antes de ese día. Ese era el poder que Crier parecía tener
sobre ella.
Dioses. Cuanto antes le robara la brújula a Kinok, mejor. Solo necesitaba poner sus
manos en la brújula, y luego tendría todo lo que necesitaba para guiar a Rowan, Benjy y
los otros rebeldes directamente al Corazón de Hierro. Ya no tendría que ser la doncella
de Crier. Finalmente podía vengarse y luego correr. Salir del palacio y nunca mirar atrás.
Ayla se dio cuenta de que estaba apretando la llave de la sala de música con tanta
fuerza que las puntas afiladas se clavaban dolorosamente en su palma. Ella la soltó,
colocando ambas manos en su regazo. Negándose aún a mirar a Crier. Sus rodillas se
tocaban. Ni siquiera era contacto piel con piel; Ayla llevaba los pantalones del uniforme
y Crier un vestido largo de luto negro. Entonces, ¿por qué estaba afectando tanto a Ayla?
Esos momentos en la poza de la marea, con el agua fría y la noche negra y con la piel
de Crier que se volvió plateada a la luz de la luna. La historia de la princesa y la liebre y
cómo la voz de Crier había comenzado tranquila, insegura, pero se hizo más fuerte a
medida que contaba la historia. Ayla había querido decir, Dime otra. Otra. Ella había
querido decir, No te detengas.
La poza de la marea. La cama de Crier. Luz de luna otra vez. El olor de Crier era
suave y cálido en todas partes, en las almohadas y las mantas. Debería haberse sentido
como veneno. No fue así. Debería estar despierta por la noche pensando en nada más que
deslizar una cuchilla en el corazón de Crier. No fue así. En cambio, pensó en: el extraño
y afectuoso comportamiento de Crier, sus preguntas, su curiosidad infinita, dulce, a
menudo ingenua, casi infantil, pero siempre sincera, siempre fascinada por las respuestas
que Ayla estaba dispuesta a dar.
Ayla miró a Crier por el rabillo del ojo. Crier estaba mirando por la otra ventana, con
la cara volteada hacia otro lado. Las cortinas estaban corridas; Una delgada franja de luz
grisácea le cortaba la cara, la mitad a la luz y la otra a la sombra. Un ojo dorado brillante,
el otro un marrón oscuro. Ella era hermosa. Quizás fue algo terrible admitirlo, pero Ayla
no pudo evitarlo. Crier era hermosa. Creada para ser hermosa, pero era más que eso;
estructura ósea más que perfecta y características simétricas y piel marrón impecable. Era
la forma en que sus ojos se iluminaban con interés, la forma en que sus dedos siempre
eran tan cuidadosos, casi reverentes, mientras pasaba las páginas de un libro. La forma en
que se mantenía absolutamente quieta a veces, como un ciervo en el bosque, tan quieta
que Ayla quería tocarla, extender la mano y tocar su rostro para asegurarse de que todavía
era real.
—Sé que me estás mirando —dijo Crier, y Ayla miró hacia otro lado tan rápido que
casi golpeó su cabeza contra la ventana del carruaje—. Lo sé. Siempre lo sé.
Ayla no respondió. En cambio, dejó que su mirada cayera de la cara de Crier a la tela
negra en su brazo, una pregunta silenciosa.
—Ah —dijo Crier—. Si. Yo . . . hice un trato. Con mi padre. —Lo tocó, frotando la
gruesa tela negra entre sus dedos. Su mandíbula se apretó. —¿No te preguntaste por qué
Kinok te liberó tan rápido?
—Pensé que era porque se dio cuenta de que soy inútil para él —dijo Ayla
débilmente. Le dolía el estómago y se revolvió con algo que se negó a admitir que era
gratitud. O culpa. —.Yo pensé que simplemente no tenía lo que estaba buscando.
—¿Qué? ¿Qué le diste? ¿Qué le dijiste? —Ayla se inclinó hacia delante, con el
corazón palpitando—. Crier, ¿qué hiciste? —¿Por mí?
—Lo que le di no fue información. Fue poder. —Crier casi sonrió, delgada y sin
humor, y soltó la tela. Puso sus manos de nuevo en su regazo, y así parecía una pintura,
un retrato, la luz, el color y la perfección capturados, aunque solo fuera por un momento.
—Poder sobre mí. Su marca en mi brazo. Mi respaldo, pero, solo de forma superficial.
—No —dijo Crier, sorprendida. Como si nunca se le hubiera ocurrido que Ayla
podría estar confundida, o que se pusiera a dudar de sus motivos o creencias. —Nunca.
Pero por favor entiende. Yo no sabía lo que te iba a hacer. Yo estaba . . . preocupada.
Quería llevarte lejos de él.
—No, pero no deberías haberle dado eso. Él siempre está tres pasos por delante.
Puedes apostar que ya está planeando cómo va a usar esto, cómo usar tu apoyo falso.
De nuevo, sorpresa.
—Porque sabía que era la única forma en que te dejaría quedarte. Conmigo.
Ayla se dejó caer contra el asiento de terciopelo del carruaje, furiosa de nuevo.
—No deberías haber hecho eso —siseó ella—. Fue imprudente, fue peligroso, eso...
—Valió la pena —dijo Crier. Sus ojos, fuera de la luz directa del sol, con ese marrón
humano profundo, se fijaron en la cara de Ayla. Parecía tranquila en todas partes, excepto
en sus manos, que estaban apretadas en su regazo.
Ayla se acurrucó como una bola en la esquina del asiento para que ni siquiera sus
rodillas pudieran tocar a Crier, y ella pasó el resto del viaje mirando ciegamente por la
ventana, mirando cómo las colinas amarillas muertas se deslizaban, sin siquiera tratar de
no pensar en Crier, y el dolor apareciendo dentro de su pecho.
19
La finca de Foer era más pequeña que el del soberano, ubicado en la laguna de un valle.
Como era común en el sur, las edificaciones estaban hechas de granito y madera oscura
y brillante, los tejados de madera se curvaban bruscamente hacia el cielo. Los terrenos
estaban compuestos principalmente de campos y pastos para caballos, algunos huertos.
Sin jardines, eso era siempre lo primero que Crier echaba de menos cada vez que visitaba
a Rosi aquí a lo largo de los años. Los jardines y la brisa marina.
Descendieron lentamente hacia el valle, con el sol poniéndose detrás de ellos. Crier
abrió las cortinas de terciopelo y miró el paisaje: las laderas eran hierbas cubiertos de
zarzas.
—¿Has estado aquí antes? —dijo Ayla, rompiendo el silencio tan abruptamente que
Crier se sobresaltó un poco.
—¿De verdad?
—No. No muchos.
En algún lugar en la distancia, sonaron los cuernos. Uno de sus hombres anunciando
su llegada.
Crier se alisó las faldas y el pelo. Ella trató de fijar su expresión en algo
apropiadamente sombrío. No fue difícil, no estaba exactamente de buen humor, pero
siempre se sintió muy consciente de sí misma con Rosi.
Los ojos de Crier se abrieron de sorpresa, pero antes de que tuviera la oportunidad
de responder, el carruaje se detuvo. Escuchó el sonido de su conductor saltando de su
asiento, sus pasos en la hierba de matorral, los caballos golpeándose suavemente el uno
al otro. Habían llegado.
—¡Lady Crier! —La voz de Rosi atravesó la noche como un cuchillo a través del
terciopelo. Estaba parada en la entrada principal de la mansión, flanqueada por sirvientes
y su propia doncella. Detrás de ella, la finca era una masa de piedra oscura contra las
colinas, ventanas que brillaban con la luz de linternas—. Lady Crier, ¿estás sola?
—El soberano envía sus condolencias —dijo Crier mientras ella y Ayla se acercaban
a la entrada—. Está visitando las propiedades de los concejales Laone y Shasta, pero no
por falta de respeto o falta de pena por usted o Lord Foer. Solicité visitarte sola, no como
la heredera del soberano, sino como amiga. —Se unió a Rosi frente a las enormes puertas
dobles e inclinó la cabeza, con las manos cruzadas frente a su pecho. —Realmente
lamento tu pérdida. El soberano descubrirá quién hizo esto, y habrá justicia.
Al igual que Crier, estaba vestida con un vestido negro de luto. Pero eso era lo único
familiar de ella. Crier trató de no mirar, pero ahora que estaba viendo a Rosi de cerca, era
obvio que había algo muy, muy mal. Algo había cambiado desde la última vez que ella la
vio en el baile de compromiso en el palacio. En menos de un mes, Rosi se había vuelto
maníaca, las pupilas dilatadas, los labios casi azules y casi esquelética. Era como si
hubiera algo viviendo dentro de ella, succionando la vida de sus huesos. Sus clavículas
sobresalían por encima del escote de su vestido; su cara estaba demacrada, sus ojos
hundidos en las cuencas. Cuando habló, Crier vio que no solo sus labios estaban
manchados de negro azulado, sino también sus dientes y lengua. Parecía que había estado
bebiendo tinta negra.
Pero lo que Crier no podía dejar de mirar, lo que más la asustaba, eran las venas de
Rosi.
Se destacaban contra sus sienes, su cuello, los huesos de sus manos, y eran
completamente negros.
—Estoy bien, mi lady. Ven, entre. Traiga a la pequeña mascota humana, también.
Quién sabe qué pasaría si la dejáramos a ella sola en la oscuridad.
Adentro, Rosi condujo a Crier y Ayla a una lujosa sala de estar, todas con ventanas
altas y cortinas de terciopelo y divanes azul profundo, un piano, una bandeja de
Corazonita líquida que ya los estaba esperando. La sangre de Crier lo anhelaba, no había
comido en todo el día y definitivamente estaba sintiendo los efectos.
—La mascota puede esperar afuera de la puerta —dijo Rosi con frialdad.
Crier quería discutir, pero sabía que sería sospechoso. Ella asintió con la cabeza a
Ayla, disculpándose, y se obligó a no hacer una mueca cuando Rosi cerró la puerta de la
sala de estar en la cara de Ayla.
Rosi y Crier tomaron asiento en el diván. Rosi sirvió una taza de Corazonita líquida
para Crier, pero ella no tomó nada. Crier recordó las palabras de su carta: No he tocado
Corazonita en semanas.
El Nightshade.
Crier tomó un largo sorbo de té, sintiendo que se extendía a través de ella como oro
fundido, la fuerza volvía a sus extremidades. Luego dejó la taza de té y se volvió hacia
Rosi.
—Gracias, mi lady —dijo Rosi. Dioses, ni siquiera podía mirar a los ojos de Crier
por más de un segundo antes de que su mirada se desvaneciera.
—Por favor, si hay algo que pueda hacer, cualquier cosa que mi padre pueda hacer…
—Fue encontrado cuando su sangre empapó las tablas del piso. Él no estaba en la
casa, ya sabes. Estaba en los establos. En el nivel superior, encargándose de las sillas de
montar del caballo. Le gustaba engrasar las sillas de montar él mismo. Fue asesinado allí,
y su sangre empapó todo. Incluso goteaba de las vigas como lluvia violeta. —Ella soltó
una risa. —Goteaba directamente sobre la cabeza de un sirviente. Fue entonces cuando
comenzó a gritar.
—De todos modos —continuó Rosi—. Antes de todo eso, estaba trabajando con
Kinok en algo muy importante. Y sé que casi han terminado.
—¿Algo muy importante? —Crier repitió huecamente. Recordó la carta de Rosi, sus
menciones de Foer y Kinok trabajando juntos, pero aún no estaba segura de lo que eso
significaba.
—Ultra secreto. —Rosi asintió, abriendo mucho los ojos. Obviamente disfrutaba
saber algo que Crier no sabía. —Me sorprende que Scyre no se lo haya contado, mi lady.
—Lo era —dijo Rosi—. Me lo contó todo. Él era vital para MAD, ya sabe.
Absolutamente vital.
—Sé que lo era —dijo Crier—. Kinok me dijo lo mismo, sobre lo importante que era
Foer. Y tú también, por supuesto.
—Oh, muchas veces. —No lo decía en serio, pero sabía las palabras que Rosi quería
escuchar.
—Foer era el único en el que confiaba Scyre para investigar a Thomas Wren. Todos
esos Manos Rojas en MAD, y él confiaba en Foer. Sin ofender, por supuesto, mi lady.
—No te preocupes —le aseguró Crier—. Por supuesto que confiaba más en Foer.
¿Quién más podría hacer lo que él hizo? —Ella estaba tanteando. ¿Qué sabía realmente
Rosi?
—Nadie —dijo Rosi—. Nadie más tiene las conexiones de Foer con las Matronas.
—Sí, exactamente —dijo Crier—. Y es por eso que Kinok eligió a Foer para. . .
investigar a Wren. —Estaba tratando de reconstruir todo, pero no pudo, ¿qué tuvo
exactamente que ver su investigación sobre Wren con las Matronas? Debe ser algo sobre
el Diseño, algo sobre los Diseños originales de Wren para los Automas y, tal vez, cómo
las Matronas podrían mejorarlo.
Pensó en la página de notas que había sacado del libro de Kinok, la noche de la Luna
del Segador. Cómo habían revelado las conexiones secretas de Wren con una mujer que
solo se llamaba H.
—Mm. —Rosi se inclinó aún más cerca. —¿Quiere saber qué descubrió Foer, mi
lady?
—Es la prometida de Scyre Kinok —dijo Rosi—. Está atada a él. Develar sus
secretos también la dañaría a usted y al soberano. —Le temblaban las manos donde
estaban juntas en su regazo. —Además, yo. . . quiero darle una muestra de mi propia
confianza, mi lady. Así recuerdas lo cercanas que somos y lo importante que soy para
Scyre Kinok y MAD.
—Oh, bien.
—No sé los detalles exactos —dijo Rosi—. Pero sí sé que el Scyre hizo que Foer
investigara la investigación de Wren. Todos sus colaboradores, realmente cualquiera con
quien haya hablado. Y Foer descubrió que Thomas Wren no hizo el primer Automa.
¿Alguna vez supo tal cosa? Rastreó el trabajo de Wren hasta otra persona: una mujer
campesina. Ella creó nuestra especie, no él.
La sorpresa de Crier fue genuina. Una mujer campesina había creado el primer
Automa. No Thomas Wren de la Real Academia de Creadores. Era una mujer de la que
nadie había oído hablar.
—¿Estás segura?
Crier se hundió en su silla. Los ojos de Rosi la recorrieron con avidez, como si se
alimentara de la reacción de Crier al secreto.
—Pero . . . no entiendo —dijo Crier—. ¿Por qué esta persona permitiría que Wren
tomara crédito por su trabajo? ¿Por qué ella le daría algo tan valioso?
—Yo hice la misma pregunta. Foer dijo que tal vez el trabajo de ella no fue entregado.
Tal vez fue tomado.
Las dos se sentaron allí por un momento, reflexionando sobre esto. O al menos Crier
lo estaba, Rosi no parecía estar pensando en nada en absoluto, sus ojos se movían como
moscas, con los dedos tamborileando sobre sus rodillas. Su mirada estaba tan vacía.
—Me pregunto qué hizo que Kinok sospechara de Wren —reflexionó Crier en voz
alta—. Me pregunto por qué le dijo a Foer que lo investigara.
Turmalina.
Después de asegurarse que Rosi estaría bien atendida por los hombres del soberano en
caso de que necesitara algún apoyo a raíz de la muerte de Foer, Crier sintió que su deber
había sido cumplido y, sinceramente, estaba ansiosa por salir de la casa de Rosi, para
alejarse de la chica cuyos brazos temblaban y sus ojos ardían y las venas salían oscuras
contra su piel. Pero no hubiera sido apropiado partir sin una cena ceremonial, y el viaje
fue demasiado largo para regresar en un día.
Así que Crier cenó, sin apenas morder la comida inútil que le ofrecían. Se guardó una
galleta para llevarla a Ayla por la mañana.
Cuando amaneció, estaba ansiosa por irse. Ayla había sido obligada a dormir en los
cuartos de los sirvientes, y Crier se sintió irracionalmente protectora, preocupada por su
seguridad, a pesar de que no había ninguna probabilidad de peligro para ella aquí.
Y Kinok le había dado el polvo negro. Kinok le hizo eso a ella. A innumerables otros.
Todos los días, con cada nueva pieza de información, el caso contra él parecía
desarrollarse. Crier estaba decidida a seguir construyéndolo hasta que su padre no tuviera
más remedio que escucharla, ver a Kinok por lo que realmente era: una amenaza.
Había una parada más que hacer antes de que ella volviera a casa. El pueblo de
Elderell.
Era el último lugar donde Reyka había sido vista antes de desaparecer.
Crier esperó hasta que supo que debían estar cerca de las puertas del pueblo, y luego
golpeó la pared del carruaje, esperando que fuera lo suficientemente fuerte como para ser
escuchado sobre los cascos del caballo.
Ninguna respuesta. Golpeó de nuevo, más fuerte y más frenética esta vez, y escuchó
al conductor llamar a los demás. Deténgase por un momento, la lady. . .
El conductor asintió y cerró de golpe las puertas del carruaje. Unos momentos
después, el movimiento de empuje comenzó de nuevo, y Crier se recostó contra el asiento
de terciopelo con satisfacción mientras el carruaje giraba ligeramente hacia el este.
Cuando levantó la vista, Ayla estaba mirándola.
—Bien —dijo Ayla después de una pausa. Luego se inclinó más cerca y Crier respiró
hondo. —¿Vas a decirme qué hay en Elderell?
Crier vaciló. Ella no estaba segura. La última vez que divulgó información
apresuradamente, tres personas terminaron asesinadas durante la noche.
—No puedo. Aún no. Es muy peligroso.
Ayla la estudió por un momento, luego se apartó y miró hacia otro lado.
—Ayla.
Para crédito del conductor, el carruaje llegó a la Posada Green River en un tiempo
récord.
Crier lo había elegido porque había oído a Reyka mencionar la posada varias veces,
ya que con frecuencia se detenía para hacer negocios en Elderell. Se detuvieron frente a
la posada, un lugar destartalado justo al lado de la plaza del pueblo, con una puerta verde
de aspecto agradable y humo saliendo de la chimenea, justo después del mediodía. Crier
saltó del carruaje, ordenó al conductor y los guardias que permanecieran fuera de la
posada, listos para partir, y ayudó a Ayla a bajar, soportando la mayor parte de su peso.
Ayla pretendía estar molesta por todo el acto de fingir estar enferma, pero Crier
sospechaba que lo estaba disfrutando en secreto. Ella gemía bastante fuerte, y cojeaba
dramáticamente.
El interior de la posada era cálido y hogareño. La planta baja era una taberna. Todas
las habitaciones estaban arriba. Un fuego masivo crepitaba alegremente en la chimenea
de la esquina, un asador girando lentamente sobre él; el olor a carne asada flotaba en el
aire. Era una posada humana, entonces. No era sorprendente ya que Reyka siempre había
favorecido los lugares manejados por humanos en lugar de Automas. Ella dijo que eran
más cálidos.
Crier ayudó a Ayla a sentarse en una de las mesas bajas en el centro del lugar. Solo
había un par de clientes a esta hora del día, el sol todavía alto en el cielo, y ambos estaban
sobre sus tazas de cerveza.
—Sí —dijo Crier—. ¿Cuándo fue la última vez que viste a la concejala Reyka?
—¿La concejala Reyka? Debe haber sido hace más de un mes, señora. —Ella dudó,
y luego se inclinó más cerca. — Lo confesaré, me he preocupado un poco. Por lo general,
la vemos cada dos semanas. La conozco desde hace casi cinco años, señora, y nunca supe
que se pierda más de una visita consecutiva.
—¿Cada dos semanas durante cinco años, en un pequeño pueblo como este?
¿Conoces la naturaleza del negocio que la concejala estaba llevando a cabo aquí? —
preguntó Crier, tratando de no sonar demasiado desesperada.
—No, señora, lo siento. La Mano es muy cerrada con esa información. —Otro latido
de vacilación. —Pero ella era. . . amable. Siempre fue amable Si le ha pasado algo. . .
Crier ignoró la mirada de la posadera como si buscara algo. Ella no tenía algo para
dar. En cambio, sintió que la amargura se elevaba dentro de ella. Y Crier había retrasado
su regreso a casa por nada.
Curiosa, Crier se paró y se dirigió a las escaleras. Podía sentir los ojos de Ayla en su
espalda así que miró por encima del hombro una vez, dándole a Ayla un breve
asentimiento. Quédate allí. Ya vuelvo.
Sin decir palabra, la chica humana condujo a Crier escaleras arriba. Era claramente
una sirvienta de la posada, vestía un uniforme gris paloma con el pelo escondido debajo
de un pañuelo. Era joven, apenas mayor que Crier y Ayla, con grandes ojos.
—Te escuché preguntando por la Mano Roja —dijo en un susurro, manteniendo los
ojos en el suelo. Parecía asustada, las manos retorciéndose en el dobladillo de su camisa
de uniforme. —Ella fue. . . siempre fue amable conmigo. Ella me trató bien.
—No. No por semanas. Pero la última vez que estuvo aquí, ella. . . dejó algo atrás.
—La chica se movió rápido a otro lugar, regresando un minuto después, sosteniendo una
pequeña caja de madera. —Estaba debajo de la cama —dijo, y presionó la caja en las
manos de Crier—. No lo abrí, lo juro, nunca lo haría, solo quería mantenerlo a salvo. Por
Reyka. —Sus ojos se volvieron enormes. —Concejala Reyka. Lo siento. Yo solo. . . ella
fue amable.
—Laur —dijo la chica. Se encontró con los ojos de Crier y luego miró hacia otro
lado. —Mi nombre es Laur.
—Gracias, Laur. Cuando vuelva a ver a la concejala Reyka, le diré lo que hiciste por
ella. Ella estará tan agradecida como yo.
—Ella lo está —dijo Crier—. Estoy segura de ello. Ahora, ¿tienes una habitación
vacía que me puedas prestar?
Minutos después, Crier estaba sola en una habitación vacía de la posada. Puso la caja
de madera sobre la cama y la miró, extrañamente nerviosa. Esta era la única pista que
tenía sobre la desaparición de Reyka. Lo único que podría ayudarla a encontrar a Reyka
y asegurarse de que estaba viva y completa. Crier respiró hondo, estabilizándose,
preparándose para la decepción, y abrió la caja.
Crier presionó ambas manos sobre su boca, el horror la bañó como agua fría.
Reyka estaba trabajando con la reina Junn, y alguien debe haberla descubierto, a
alguien a quien no le gustaba la reina, quien la consideraba, y a Reyka, un enemigo del
estado.
Por supuesto, no tenía pruebas, pero, de nuevo, Kinok tenía múltiples motivos. No le
gustaban las creencias de la reina o de ella. Y él quería un lugar en el Concejo Rojo.
Quizás la respuesta fue menos grave. Quizás Reyka simplemente se dio cuenta de
que había estado expuesta y se vio obligada a esconderse.
Tal vez, incluso ahora, ella estaba en Varn, bajo la protección de la reina. El
pensamiento le dio a Crier un poco de alivio.
Crier miró las plumas verdes, tan endebles y ligeras, pero con tanto significado.
¿O iría tras su punto débil real, que actualmente estaba sentada en la taberna justo un
piso más abajo, sin darse cuenta de que estaba en un peligro indescriptible?
Cuando levantó la vista y vio a Ayla parada en la puerta de la habitación, inmóvil,
Crier al principio cuestionó sus propios ojos. Parecía que simplemente había pensado en
Ayla, y Ayla había aparecido. Pero no fue una ilusión: Ayla estaba parada allí con los
ojos muy abiertos fijos en la caja abierta. Las plumas verdes.
Pánico.
—No viste nada —siseó Crier, su voz tensa y desesperada de una manera que nunca
había sido antes—. No viste nada, ¿me entiendes?
—¡Déjame ir! —espetó Ayla. Ella trató de alejarse del agarre de Crier; Crier solo
apretó el cuello de Ayla. Podía sentir los latidos del corazón de Ayla contra sus dedos,
saliendo desde el punto del pulso en su cuello suave, rápido como el conejo, rápido como
el humano—. No voy a. . .
—Crier. . .
—Si Kinok se entera, él me matará —dijo Crier, mirando a los ojos de Ayla. Sus
caras estaban tan cerca que ella tenía la ventaja de la altura sobre Ayla, y algo acerca de
mirar un poco hacia abajo a la cara de Ayla, incluso cuando todo estaba retorcido por la
ira indignada, hizo cantar la sangre de Crier. —Él me matará. Y si muero, tú también.
En la era novecientos, año cincuenta, la justicia llegó a Zulla como la
lluvia de verano a la tierra quemada y estéril.
— DE LA GUERRA DE ESPECIES
Todavía boquiabierta, Crier finalmente la soltó. Dio un paso atrás, sus ojos nunca
abandonaron la cara de Ayla.
—Dioses —dijo Ayla, frotándose el hombro. Ella ya podía sentir los moretones
formándose, marcas con la forma de los dedos de Crier.
—Porque. —Ayla metió la mano en el bolsillo y sacó su propia pluma verde, la que
Storme le había dado. Odiaba pensar en Storme. Fue como presionar una vieja herida que
acababa de reabrirse recientemente. Pero no había un lugar más seguro para guardar la
pluma que en ella misma todo momento. —No sabía que se había contactado contigo.
Ayla resopló.
—Tampoco Reyka. —Al ver la mirada de sorpresa de Ayla, Crier explicó. —Tienes
razón. Estoy en contacto con la Reina Junn. Pero estas plumas no son mías. Quería parar
en este pueblo porque era el último lugar donde la concejala Reyka fue vista con vida.
—La caja es suya. —Se dio cuenta Ayla, mirando las plumas esparcidas por todas
partes.
—Sí. Aparentemente, lo dejó atrás la última vez que se quedó aquí, en algún
momento de este otoño. Creo que lo hizo a propósito. Tal vez ella sabía que estaba en
peligro, tal vez estaba dejando una pista en caso de que alguien viniera a buscarla. De
cualquier manera, ella estaba trabajando con la reina. Y no estoy segura, pero creo que
Kinok podría estar relacionado con su desaparición.
—¿Por qué me estás diciendo todo esto? —Ayla preguntó.
Ayla se dio cuenta de que era verdad. Se dio cuenta de que podía leer a Crier, que
había podido hacerlo durante algún tiempo.
—Esa noche —dijo en voz baja—. La noche que sonó tu campanilla. —No pudo
decir la noche en que nos acostamos juntas en tu cama. Se sentía como si hubiera
sucedido en otra vida. Sintió que su cuerpo se calentaba al recordarlo. —Te pregunté qué
sabes sobre Kinok. ¿Qué has encontrado?
—Que su alcance se extiende a todos los niveles de la sociedad Automa. Que él está
controlando a sus seguidores con un polvo negro. Lo toman en lugar de Corazonita. Lo
llaman Nightshade, pero parece que tiene. . . efectos dañinos.
—Sí. —Ah. Las cajas de polvo, eso es lo que era, entonces. No era un arma,
exactamente, sino una sustancia. —Y no solo la sociedad Automa.
Crier la miró.
— Él también sabe todo sobre nosotros. Mi Especie. Cómo estamos conectados entre
nosotros, por quién nos preocupamos. Incluso lo trazó: lo vi en su habitación, era como
un mapa de nuestras relaciones, nuestras conexiones. No solo líneas de sangre, sino
también amistades, romances. Cualquier tipo de amor. —La palabra amor flotaba en el
aire entre ellas—. Y... —¿Podría realmente decirle a Crier todo esto?
—¿Y qué? —Crier dio un paso hacia ella y Ayla retrocedió, recordando la fuerza y
el poder del agarre de Crier sobre ella hace solo unos momentos: era la fuerza y el poder
de un Automa. Un enemigo.
—Creo —dijo Ayla lentamente, recordando lo que Rowan les había dicho a ella y a
Benjy la semana pasada—, que había ayudado a difundir información falsa sobre la
Resistencia entre nosotros. Difundiendo intenciones de un levantamiento entre los
humanos, tal vez. . . —Su mente daba vueltas. —Para movernos.
—Rosi me dijo que Kinok había llenado de armas las fincas del sur antes de los
primeros Levantamientos del Sur —dijo Crier—. Casi como si él hubiera. . .
— Como si hubiera sido el primero en saber sobre ellos. O…
—No solo tenía la información interna. Él era la información. El oeste era una yesca,
y él la chispa. Creó una rebelión para justificar la matanza de mi Especie. . .
Ayla se sintió mareada. La sala daba vueltas. La cara de Crier; sus manos fuertes; la
puerta cerrada, la caja de plumas verdes.
—Dijiste que difundió estas mentiras a través de los humanos, no solo de Automas.
¿Sabes quién lo ayudó?
Ayla hizo una pausa y tragó saliva. Se sintió enferma, pensando en la cara de pánico
de Faye, las palabras que había murmurado, que al principio parecían una tontería, pero
ahora. . .
Crier la miraba fascinada. Ayla vaciló. Dar un nombre era un gran riesgo. Y, sin
embargo, era el nombre de alguien que potencialmente había traicionado a Rowan,
traicionado a la Resistencia.
—Faye —susurró.
—El crimen por el que Luna fue castigada no era el suyo. Era de Faye. Faye incluso
me lo dijo, todo fue culpa suya. Ella está atormentada por la culpa de algo. No podía
entender qué, pero ella dijo manzanas del sol. Estaba tan ... obsesionada, no tenía idea de
por qué. Divagando sobre Kinok y sus manzanas de sol y algo que había salido
terriblemente mal. Pero luego me di cuenta: es una palabra clave. Hay montones y
montones de cajas que salen del palacio, todas etiquetadas como manzanas del sol, pero
están llenas de polvo negro. Entonces deben estar yendo. . . a sus seguidores, supongo.
—Lo que no entiendo es qué es este polvo negro o por qué es tan importante para los
Automas.
—Me mostró algunos de sus experimentos, hace unos días. Parece que ha estado
tratando de encontrar, crear, un reemplazo para la Corazonita. Todo eso es parte de lo que
significa ‘anti-dependencia’ para él. Él quiere que seamos invulnerables. En cuanto al
polvo negro, bueno. Supongo que finalmente lo logró.
—Tenemos que averiguar con quién está trabajando —dijo Ayla—. Si podemos
obtener una lista de todas las personas a las que Faye envió manzanas del sol, bajo el
nombre de tu padre, tendremos nuestra lista de los conspiradores de Kinok.
—Ayla, esa es. . . esa es una muy buena idea, en realidad —dijo Crier, poniéndose
de pie y agarrando la mano de Ayla—. ¿Entonces me ayudarás?
—Ayla.
—Veamos estas plumas —dijo Ayla, sin mirarla a los ojos—. Deberíamos limpiarlos
antes de que llegue un sirviente y…
—Ayla —dijo Crier de nuevo, esta vez más suave—. Lo siento mucho.
—¿Por qué?
—Por todo. Por. . . por ser tan dura contigo, por empujarte contra la puerta. . . no me
di cuenta de mi fuerza. . . yo...
Por alguna razón, el dolor en la cara de Crier enfureció a Ayla. ¿Cómo se atrevía a
expresar pena o remordimiento ahora? Su Especie había estado tratando horriblemente a
los humanos, habían sido responsables de tantas muerte y sufrimiento, desde la Guerra.
¿Y ahora quería perdón, quería que Ayla la perdonara, no por las atrocidades sino por un
empujón?
Con ternura y cautela, Crier levantó la barbilla de Ayla para obligarla a mirarla a los
ojos una vez más.
Se sentía como una llama abierta, sentía que podía devorar cualquier cosa que tocara;
había pasado mucho tiempo desde que estuvo tan enojada. Se sintió casi bien regresar
allí, como volver a casa.
Este fuego era su hogar, el elemento en el que prosperó: las palabras de Crier fueron
el viento, despertándola, convirtiéndola en algo ardiente.
Y a pesar de sí misma, a pesar de su furia, su odio, el calor que la recorría, o tal vez
por todo eso, Ayla sintió que su corazón latía con más fuerza que nunca.
—Somos más parecidas que diferentes —dijo Crier en voz baja, insistentemente.
Parecía buscar algo en la cara de Ayla, la mirada recorría los grandes ojos de Ayla, sus
cejas, el medio gruñido de su boca.
—No lo somos —dijo Ayla, queriendo silenciar a Crier, queriendo que todo fuera
diferente. Porque parte de ella, el centro de esa llama enojada, sabía exactamente lo que
Crier estaba diciendo.
—Tengo un corazón como tú, Ayla —repitió Crier, presionando la mano de Ayla con
más fuerza contra su pecho. Ayla oyó los latidos de su propio corazón y sintió la voz de
Crier: una canción golpeando contra su palma, un pulso acelerado bajo sus dedos. Ayla
respiraba demasiado fuerte. Ella respiraba demasiado fuerte.
La mano que no estaba en el pecho de Crier se movió sola. Ayla se vio a sí misma
estirando la mano, vio sus propios dedos dudar a través de la línea afilada de la mandíbula
de Crier, observó cómo se detenían en el punto blando justo debajo de la unión de la
mandíbula, donde el latido del corazón estaba más cerca de la superficie. Ayla presionó
sus dedos un poco, en la suavidad, el calor, el aleteo de un pulso. Crier se quedó
completamente quieta. Dejándolo ser. No se apartó, aunque ella podía hacerlo.
Sabía que había estado esperando esto por mucho tiempo, a pesar de que se odiaba
por ello.
Crier se movió exactamente al mismo tiempo, levantando las manos para enmarcar
la cara de Ayla, y la besó. Caliente y furiosa, jadeando en la boca de la otra, los dedos de
Crier en el cabello de Ayla, sus dientes raspando contra el labio inferior de Ayla, sus
cuerpos presionados juntos. Por un momento, Crier se puso rígida, con la boca inmóvil
debajo de la de Ayla, y a través de la bruma Ayla se dio cuenta de que Crier no sabía
cómo hacer esto. Crier no tenía nada, ni conocimiento, ni instinto. Pero se habían movido
al mismo tiempo.
De alguna manera, las manos de Ayla encontraron los hombros de Crier, su garganta,
su mandíbula, y clavó sus uñas en la piel de Crier, aún con ganas de lastimar, hacer que
Crier sangrara, hacerla llorar, pero Crier se estremeció contra ella, haciendo otro ruido
dentro de la boca de Ayla, más suave, con ganas, dolorida. Ayla quería volver a escuchar
ese ruido, ese sonido suave y herido, amortiguado contra sus labios.
…no…
Ayla se alejó, luchando hacia la pared más alejada de la cama. Sabía que debía verse
tan salvaje como Crier, si no es que se veía peor: boca oscura e hinchada, cabello
desordenado, ojos enormes.
¿Qué he hecho?
—¿Qué podrías tener que darme ahora mismo? —dijo Ayla. Su boca se sentía
magullada y su corazón. . . ella estaba sin aliento, aterrorizada, como si estuviera de pie
al borde de los acantilados del mar, a solo un paso de saltar por el borde. Ella quería
correr. Ella quería jalar de Crier hacía ella de nuevo. Quería romperse como el cristal,
desaparecer, no sentirse así.
Entonces Crier metió la mano en el bolsillo de su vestido y sacó algo que brillaba a
la luz de las antorchas, algo que parecía brillar desde dentro. . .
Pero Ayla dio otro paso atrás. Su boca mordida, sus manos temblorosas, el sabor de
Crier en su lengua. Quería restregarse todo de este momento de su piel, restregarse la piel
misma.
Qué he hecho.
—Aleja eso de mí. —Es una debilidad. Como esto. Como a ella. —Es solo una
baratija estúpida. Ya no lo quiero.
—¿De qué estás hablando? ¿Hiciste otro trato con Kinok para devolverme eso?
El otro relicario. El gemelo del suyo. Ella siempre pensó que se había perdido para
siempre. Tal vez no. Los ojos de Crier recorrieron la habitación. No era que hubiera
mucho que ver; una cama, una cómoda, una mesita de noche con un candelabro de latón
opaco, un bolígrafo, un recipiente de tinta. Cosas que un viajero pueda necesitar. Ayla
abrió la boca, a punto de exigir una explicación real, pero Crier se movió hacia la mesita
de noche. Agarrando la pluma. Lo estudió, considerándolo, y luego presionó la punta
afilada en la yema del pulgar, perforando la piel. Sangre oscura brotó y Ayla contuvo el
aliento, pero la cara de Crier ni siquiera cambió. Le tendió la pluma a Ayla.
—Sigue.
—Solo la punta de tu dedo, lo suficiente como para extraer una gota de sangre —dijo
Crier—. Por favor, solo hazlo y verás.
Si hubiera sido una orden, Ayla habría dado media vuelta y salido de la habitación,
huyendo de la posada por completo. Pero ahora estaba tan curiosa, tan confundida, así
que. . .
Por favor.
Maldiciendo por lo bajo, ya arrepintiéndose de esto, Ayla dio un paso adelante y
pinchó la punta de su dedo índice en el bolígrafo. La pequeña herida palpitaba.
Levantó el collar entre ellas, el relicario brillando a la luz de las antorchas. Por un
momento, Ayla podría haber jurado que la luz parecía pulsar junto con la herida en su
dedo; parecía que el relicario brillaba, produciendo luz en lugar de reflejarlo. Crier
sostuvo su pulgar sangrante sobre el relicario, indicando qué hacer.
Ayla exhaló y probó el polvo; ella respiró y probó la luz del sol, el aire del
verano, algo verde y hermoso. Se dio cuenta de que tenía los ojos cerrados
y los abrió.
Estaba en un bosque y no estaba sola. Crier estaba allí con ella. Apenas
había pasado el mediodía, a pesar de que el sol se había puesto fuera de
las ventanas de la taberna momentos antes. La luz del sol de color
mantequilla fluyó a través del follaje, creando un patrón moteado de
sombras y oro en la cara de Crier.
—¿Leo?
Hubo una pausa en la que los únicos sonidos provenían de los pájaros
sobre sus cabezas, la mujer recuperó el aliento. El bosque parecía
tragarse cualquier otro sonido. La mujer ni siquiera miró a Ayla y Crier,
a pesar de que los tres estaban a menos de diez pasos de distancia. ¿Ella...
no podía verlas?
Él no lo estaba.
—¿Muy lejos? —dijo ella, casi riendo—. Dioses, Leo, ¿no lo ves? No
hay tal cosa como demasiado lejos. Este es mi llamado. Si los dioses me
han dado algo, es esto. Quiero continuar donde lo dejó mi madre. Tengo
que hacerlo.
—Si…
—No, mi amor —dijo—. Nací para hacer esto. Nací para hacerla, a
ella.
Era tarde ahora: los sonidos de la taberna de abajo se habían vuelto más fuertes, y
Ayla se estremeció al pensar en todos aquellos viajeros que estaban abajo, al pensar que
cualquiera podría haber entrado en esta habitación y descubrirlos.
Ayla sintió un millón de preguntas llenando su lengua, quiénes eran, qué era eso,
cómo, cómo, cómo, cómo, pero su cabeza daba vueltas y cielos, el olor de la cerveza de
la taberna trajo los recuerdos demasiado recientes de lo que ella y Crier había hecho solo
unos minutos antes, el recuerdo del calor contra el cuerpo y las manos de Ayla en su
cabello y el aliento de Crier contra sus labios, y finalmente fue demasiado.
—¿Has visto a la dama? —preguntó la posadera mientras Ayla bajaba las escaleras
a trompicones.
—Sí, ella está arriba, ah, preparándose para irse. —Ayla buscó palabras que tuvieran
sentido. Ella está limpiando plumas. Ella está sosteniendo mi relicario. Ella me besó. . .
y yo le devolví el beso.
Pero la posadera se quedó allí parada, retorciéndose las manos mientras bloqueaba el
camino de Ayla.
—Desafortunadamente, debo pedirle que permanezca aquí. Me temo que no es
seguro irse.
—¿Por qué? —Crier había aparecido detrás de ella, había seguido a Ayla por las
escaleras. Ayla se puso rígida, involuntariamente, incapaz de mirar a los ojos de Crier,
sabiendo que, si lo hacía, todos sus sentimientos estarían escritos claramente para que
Crier los viera.
La posadera vaciló.
—No estoy segura, señora, pero hay algún tipo de disturbio en la carretera fuera del
pueblo. Yo. . . no sé cómo comenzó, pero. . .
—¿Perdón?
—El mío, mi señora —dijo—. Parece que estalló una pelea en el mercado entre uno
de los míos y uno de los guardias de uno de los soberanos, y de alguna manera se
intensificó, y ahora la muchedumbre vino hasta aquí. Hay un puesto de guardia cerca. Ese
es el objetivo. Nosotros hemos intentado quemarlo antes. —Parecía aterrorizada por su
propio error, pero Crier ni siquiera pareció darse cuenta. Por eso, Ayla estaba agradecida.
—No es seguro dejar Elderell, mi señora. Al menos no hasta que vengan guardias
adicionales.
—No lo sé. —Ella hizo un gesto hacia la ventana. —Compruébelo usted misma, mi
señora. Es casi imposible moverse por el único camino. Sugiero que ambas pasen la noche
y regresen mañana.
Pasar la noche. No, Ayla no podía pasar otra noche aquí, sola con Crier. Incluso la
aglomeración de los cuartos de los sirvientes en el palacio sería más tolerable. Al menos
allí podría luchar con sus sentimientos lejos de la mirada de Crier.
Crier miró por la ventana y Ayla se unió a ella. Al principio, no vio nada. Pero luego,
cuando examinó los tejados del pueblo, lo vio: humo, más allá de las puertas exteriores
del pueblo, elevándose hacia el cielo, como una nube negra.
—Quedarse no es una opción —dijo Crier a la posadera. Ayla notó que tampoco
estaba haciendo contacto visual. —Debemos irnos ahora, no podemos esperar. Tenemos
que entregar un. . . un mensaje delicado a tiempo.
Ayla finalmente miró a Crier, por un instante, y luego volvió a apartar la mirada, con
la mandíbula abierta.
—No podemos esperar. Tenemos que irnos.
En el segundo en que Crier cerró la puerta detrás de ellas, el conductor sonó el látigo
y se marcharon, tropezando por la calle adoquinada. Ayla se apretó contra la parte del
fondo, lo más lejos que pudo de Crier sin llegar a arrojarse por la ventana.
Afortunadamente, Crier no hizo ningún comentario.
Hasta que Ayla se dio cuenta de que algo andaba mal. Escuchó al conductor maldecir
en voz alta e instó a los caballos a avanzar, escuchó un grito que no le pertenecía, y luego
otro grito, y luego otro. Ella se tensó, apartando la cortina de terciopelo para mirar hacia
la calle. Al principio no vio nada fuera de lo común.
Algo golpeó la ventana lo suficientemente fuerte como para romper el vidrio, apenas
a una pulgada de la nariz de Ayla. Ella jadeó, retrocediendo. Alguien había arrojado una
piedra a la ventanilla del carruaje.
—Dioses —dijo Ayla, en voz baja. Se deslizó hacia el medio del carruaje, el deseo
de mantenerse alejada de Crier le dio paso al deseo de seguir con vida.
—Puedo oírlo —dijo Crier—. Ellos. —Dos gritos se habían convertido en una
docena; una docena se había convertido en demasiados, un muro de voces enojadas. —
Hay una multitud. Una muchedumbre. Cerca y cada vez más cerca.
Ayla maldijo.
Otra roca golpeó la ventana con una grieta, apareciendo nuevas telas de araña en el
cristal. El ruido de la muchedumbre se estaba acercando aún más. Ayla se arriesgó a mirar
por la ventana rota y vio, para su horror, una ola de gente en la calle, otra ola de humo,
esta vez en aumento desde una azotea a solo una calle de distancia.
Entonces la muchedumbre cayó sobre el carruaje como olas que chocan contra la
roca. Otra piedra golpeó el costado del carruaje, otra grieta que le trituró los oídos, luego
Ayla escuchó el sonido de una docena de manos golpeando los costados del carruaje.
Estaban balanceándose de un lado a otro, los humanos empujando el carruaje a ambos
lados.
Una imagen absurda apareció en la cabeza de Ayla: el carruaje abriéndose como una
cáscara vacía.
—Hay más —dijo Crier, tuvo que gritar para hacerse oír por los gritos y el horrible
crujido del carruaje—. No van a ceder.
—O esperamos a ver qué nos harán una vez que entren. . . o tratamos de escapar —
dijo Ayla, a punto de salir. Era su única opción. Pero…
Se lanzó hacia adelante para ver si Crier estaba bien, por supuesto que estaba bien,
su Especie podía manejar cosas mucho peores que esto, cuando vio algo por la ventana.
Un destello de plata.
Una cara.
Detrás de ellos, el humo negro aceitoso se elevaba desde la azotea de una edificación
cercana. Los humanos miraron fijamente el carruaje, miraron a Crier, con odio candente,
gritando cosas que Ayla no pudo distinguir, golpeando las ventanas del carruaje,
empujándose a sí mismas contra las ruedas y los costados.
—¡Rowan! —Ayla volvió a gritar. Porque allí estaba ella: una mujer parada inmóvil
en el centro de la muchedumbre, mirando el carruaje. Su cabello plateado se destacaba
como un faro contra la multitud que se retorcía, su boca formaba una palabra silenciosa:
Ayla.
Presionó ambas manos contra la ventana, nada más que un delgado cristal que la
separaba de la muchedumbre. A ella no le importaba.
—¡Rowan!
Crier se arrastró por los asientos y agarró el cuello de la ropa de Ayla, tratando de
alejarla de la ventana, pero Ayla se retorció.
Ayla aún no podía verlos, pero vio el momento en que la multitud se dio cuenta de
lo que estaba sucediendo: vio a algunos gritar con nueva ira o miedo, vio que algunos se
despegaban de los bordes de la muchedumbre y trataban de escapar…
—Ayla, —dijo Crier con urgencia, tirando del brazo de Ayla—. Tienes que alejarte
de la ventana.
—¡No! ¡Tenemos que sacar a Rowan de allí! —Ayla luchó, casi con pánico. —No
puede ser capturada, es importante, la necesitamos, ¡no podemos hacer nada sin ella!
¡Rowan!
—Ayla, haré que los guardias la lleven a un lugar seguro, solo aléjate de la ventana.
—Sí —dijo Crier. Miró por encima del hombro de Ayla. Rowan agitaba los brazos y
gritaba a los otros rebeldes, señalando algo. ¿Tratando de calmarlos? ¿O irritarlos aún
más? — Te lo prometo —dijo Crier—. ¡Solo agáchate, aleja tu cara del vidrio!
Otra roca golpeó el cristal, esta vez rompiéndose; Ayla tuvo la cara llena de cristales
rotos. Primero sintió el impacto y luego el dolor, candente y abrasador, que irradiaba por
toda su cara. Le sangraban el labio y la frente; la sangre goteaba por su barbilla; ella podía
saborearla.
Crier la estaba tirando hacia el piso, mientras afuera del carruaje, había un destello
negro. Los guardias habían llegado. Con fuerza, pudo ver una línea de ellos cerrándose
alrededor de la multitud, con las espadas desenvainadas. Automas. Sus rostros eran
diferentes, pero todos tenían la misma expresión: en blanco como pergamino nuevo, frío
como el hielo.
Todo parecía suceder en cámara lenta, incluso cuando Ayla luchaba contra Crier,
empujando para ir a la ventana ahora rota, porque necesitaba liberarse, necesitaba
alcanzar a Rowan. . .
Primero, los guardias estaban por los bordes de la muchedumbre, haciendo imposible
que ninguno de los humanos escapara. Luego, hubo un estallido de movimiento cerca del
centro, y el hombre que había sacado el palo de madera volvió a aparecer, blandiéndolo
por encima de su cabeza.
Rowan envolvió sus brazos alrededor de él. Ella estaba tratando de hacerlo bajar el
arma.
Pero fue demasiado tarde. Los guardias habían visto una amenaza.
Ayla no pudo oír el ruido que hizo la espada cuando atravesó la espalda de Rowan.
Pero ella vio que sucedía, y entonces su mente produjo un ruido terrible y desgarrador. El
ruido de una cuchilla empujó la carne, el órgano y la columna.
Ayla apenas recordaba haber regresado al palacio, el sonido imaginado del metal sobre
hueso aún resonaba en su cabeza. Ni siquiera había mirado a Crier durante el resto del
viaje en el carruaje de regreso, y mucho menos hablado, y aunque habían conducido
durante la noche, hasta el amanecer y la mitad de la mañana.
En el desayuno, ninguna de las dos comió en absoluto. Ayla acababa de sentarse allí,
vacía, chupando su labio roto. Sangre en su lengua.
Cuando se detuvieron en los establos, prácticamente se arrojó fuera del carruaje, con
los ojos llenos de lágrimas no derramadas. Ella no lloraría. Rowan no querría que ella
llorara. Rowan querría que ella actuara.
Había una trabajadora del campo. Una chica, con el pelo corto y una cara familiar.
Ayla la agarró por la manga fuera de los cuartos de los sirvientes, tal vez dijo algo, tal vez
solo dijo el nombre de Benjy. De cualquier manera, la chica señaló sin palabras hacia los
huertos.
Ayla encontró a Benjy debajo de un manzano del sol, cosechando las frutas rojas
brillantes, sus manos manchadas de tierra.
Y captó la mirada, la sangre, en su rostro de inmediato.
Ella no pudo pronunciar las palabras por un momento. No quería hacerlo. Era infantil,
como si al no decirlo en voz alta, no sería cierto; no sería real.
—¿Qué estás diciendo? —Él avanzó, le puso las manos en los hombros y solo
entonces Ayla se dio cuenta de que estaba temblando. Los ojos de Benjy eran enormes.
Se parecía casi al chico que había conocido por primera vez hace cuatro años, todo ojos,
pómulos y pecas.
Eres más fuerte que él, Ayla, había dicho Rowan una vez. Tienes que protegerlo.
— Rowan está muerta. Fue asesinada por guardias en el pueblo de Elderell. Por uno
de ellos.
—No.
—Lo siento mucho. —Y fue entonces cuando finalmente llegó una lágrima: dura,
punzante y desgarradora. Ella se agachó y él estaba allí abajo con ella, abrazándola,
susurrando no, su voz angustiada.
Ella sabía cuál debía ser su dolor en este momento. Era igual que el suyo.
Habían perdido a una madre. Una mentora. La flecha que siempre apuntaba hacia el
norte. No tenían nada sin Rowan; ahora no serían nada si no hubiera sido por ella.
Las sanguijuelas la habían matado, al igual que habían matado todo lo que alguna
vez le importó a Ayla.
Tal como habían matado a los padres de Ayla. Al igual que habían matado a Luna,
Nessa, y a miles de otros.
Rowan, que la había cuidado, la había acogido, le había dado una vida y un propósito.
Rowan, quien la había regañado innumerables veces, pero siempre por el deseo de
hacerla más fuerte, de mantenerla viva.
— ¿Realmente miraste su cuerpo? ¿Estás segura de que no solo resultó herida? —La
mandíbula de Benjy estaba apretada, estaba sacudiendo a Ayla, enojado con ella ahora.
—Ella es fuerte. Sabes que ella es fuerte. Ella todavía podría estar viva.
Él estaba agarrando sus hombros con tanta fuerza que seguramente se lastimaría.
Ella comenzó a limpiarse la cara. Aspirar los mocos y limpiar la sangre y contener
las lágrimas.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué quieres decir con que no podemos llorarla ahora?
¿Cuándo diablos. . . ?
Ella le dijo: sobre el polvo negro, que se extendía por Zulla como el veneno que era.
En el momento en que se volviera tan común como la Corazonita, sería demasiado tarde
para lanzar un ataque contra el Corazón de Hierro. No tendría sentido si los Automas
dependiera del polvo negro en lugar de la Corazonita. La Resistencia tenía que actuar
ahora.
Benjy resopló, y ella pudo ver que él también estaba apartando las lágrimas, tratando
de ser valiente, de hacer lo correcto.
— Mientras estabas fuera, pensé en cómo poner nuestras manos en la caja fuerte. Si
alguien puede crear una distracción en uno de los niveles superiores del palacio, sería
posible entrar en el estudio y al menos robar toda la caja fuerte; siempre podemos abrirla
después.
—Si. El único problema es: ¿qué tipo de distracción? —Se sorbió la nariz y se frotó
la nariz. —Estaba pensando que tal vez un incendio o algo así. . . solo necesitamos distraer
a los guardias durante unos minutos, solo el tiempo suficiente para entrar en el estudio...
Algo que garantizaría que todos vengan corriendo.
—Eso, eso podría funcionar —dijo Benjy, con la voz aún llena de lágrimas.
—Y tengo que hacerlo. —Darse cuenta de eso, aterrizó como una piedra en su
vientre, un golpe sordo. —Soy su doncella. Puedo. . . puedo visitar su habitación, incluso
en medio de la noche, y nadie me detendrá. —Se giró para mirar a Benjy. —Tengo que
ser yo.
Se miraron el uno al otro. Ayla sabía que los dos estaban pensando lo mismo.
—No solo vas a hacer sonar la campana de Crier —dijo Benjy lentamente—. La vas
a matar. Ayla, ¿estás loca? Los guardias te capturarán o te matarán en un segundo.
Allá afuera, más allá de los huertos, el palacio y los jardines, el Mar Estrellado se
estrellaba, como siempre y siempre lo haría, contra las rocas. Ayla lo imaginó: agua negra
rebalsando, espuma verde pálida. Los acantilados. El lugar donde Crier había resbalado.
Donde Ayla se movió sin pensar, se lanzó hacia adelante, agarró la muñeca de Crier. Le
salvó la vida.
Por un minuto, ella guardó silencio. No importaba qué, ella no podía decir que no era
cierto.
—Sé que no lo has hecho —dijo—. Pero las cosas han cambiado, ¿no? He visto la
forma en que te mantiene cerca. La forma en que te mira.
Ayla sintió que la sangre se le escapaba de la cara. Quería llorar de nuevo, estar
enferma, o...
—No sabes de qué estás hablando. —También fue débil este intento de negarlo.
—Pero lo sé —dijo, y había algo acechando en su voz ahora, algo más que amargura
o incluso celos, algo reciente y dolorido y casi asustado—. Lo sé, Ayla, dioses, ¿cómo
no. . .? —Se interrumpió, dejando escapar un suspiro tembloroso.
—Benjy…
—Sé lo que es —dijo por encima de ella—. Amar a alguien quien es. . . quien es
imposible tener. Sé lo que es eso más que nada.
—Pero solo haces lo que crees que es correcto, Ayla. Nunca fue realmente una
elección, ¿verdad? Deseándola. Matándola.
Ayla se puso de pie, incapaz de manejar esta conversación por más tiempo. Justo
antes de dejar a Benjy solo en el huerto, lo miró. Forzó su voz para que suene fría y dura.
—Si una araña teje su telaraña para atrapar moscas y atrapa una mariposa en su lugar,
¿qué hace la araña?
Una sensación de caída, otra mancha de color, luz de fuego y oscuridad, y Crier estaba de
vuelta en su propio dormitorio. Su propia cama. Ella estaba sola. Su propio fuego en la
chimenea estaba frío y muerto, quemado hace mucho tiempo. Y ella todavía podía sentir
el dolor de Leo como una daga en su pecho. Su angustia sobre el amor vacilante de Siena,
el miedo hasta en los huesos de que ella amaba a la niña Creada, Yora, más de lo que ella
lo amaba, o incluso a su hija.
Yora.
Yora. El nombre quedó atrapado en la mente de Crier Ella lo había escuchado antes.
Más exactamente, lo había leído antes. Crier podía conjurarlo perfectamente, su propio
recuerdo cristalino de esas dos palabras escritas con la letra de Kinok:
El corazón de Yora.
Entonces entendió algo, algo terrible.
La historia familiar de Ayla estaba en este medallón…
Y contenía el secreto de Kinok quería.
Ella tenía que decirle a Alya, tenía que advertirle. Esta noche.
No, ya era demasiado tarde. Ella no podía arriesgarse. No ahora, no después todo…
quería ir con ella de inmediato, pero sabía que Ayla estaba afligida, sabía que estaba
furiosa por su beso, aun si Crier juraba que ella le había correspondido, tal vez que incluso
lo había comenzado, que lo había querido igual tanto como lo quería Crier.
No, ella no intentaría encontrarla y despertarla ahora. Ella dormiría, tenía que
hacerlo, había pasado demasiado tiempo desde que Crier había dormido, y su cuerpo
necesitaba descansar.
Mañana.
Mañana por la mañana Ayla vendría a ella y Crier le diría todo.
Crier encontraría un lugar seguro para que Ayla fuera, lejos de aquí.
Pero primero, ella le contaría mil cosas más. Que ella lo sentía. Que ella la amaba.
Que ella lo demostraría, de alguna manera, algún día, si solo Ayla la dejara. Que ella
ayudaría a mantenerla a salvo, y que cuando fuera el momento adecuado, la encontraría
de nuevo.
Mañana.
Mañana le contaría todo.
Vinieron de noche. Se movieron silenciosamente en la oscuridad. Nosotros no sabíamos
que iban a venir hasta que ya estaban en nuestras puertas. Todos se veían iguales. Altos
y fuertes. Todos se movieron igual, también, como monstruos en las viejas historias.
Como sombras. Demonios del reino muerto.
No tenían antorchas. Pero cuando miré al ejército de demonios vi luz. Al principio no
podía decir qué era. Eran como mil pequeñas motas de luz. Parecían casi como
luciérnagas.
Entonces me di cuenta. Esos eran sus ojos.
Ayla se dio cuenta un latido demasiado tarde que él estaba esperando que ella
interviniera.
— ¿Qué hay de ti? —dijo Idric, dirigiendo la pregunta a Ayla—. ¿Te esperaremos a
ti?
—Hasta la media noche. — Por el rabillo del ojo Ayla vio a Benjy cambiar su peso
de un pie al otro. Todavía odiaba esta parte del plan, y Ayla sabía que había una parte de
él que pensaba que ella no podría hacerlo. Matar a Crier. —Si el reloj marca la
medianoche y no estoy en la sala de música, corren. Me dejan atrás.
Yoon abrió la boca para protestar, pero pareció pensarlo mejor. Todos los demás
simplemente asintieron, o no hicieron nada en absoluto. No había esperanzas aquí. No
eran amigos, ni de Ayla ni entre ellos, y había una buena posibilidad de que esta noche
reclamara todas sus vidas. Ellos la dejarían en un instante. Ayla no los culpó ni un poco.
La única incógnita era Benjy.
—Dos minutos —dijo—. Antes de irnos, antes de que todo suceda, antes de que todo
se vuelva loco, recuerden que esta noche estamos forjando un nuevo futuro. Recuerden
que somos el lado correcto. Las sanguijuelas mataron a nuestra gente. Quemaron nuestros
pueblos. Envenenaron todo. Masacraron a nuestros niños en las calles.
Apenas estaba hablando por encima de un susurro, pero también pudo haber
estado gritando. Incluso el viento del mar se había callado para escuchar. Las siete caras
del círculo cambiaban desde serias a angustiadas y furiosas, todo mezclado.
—Las sanguijuelas piensan que pueden mirarnos desde sus tronos de mármol
y controlarnos con mano de hierro. Piensan que no somos mejores que
ganado sin sentido; piensan que no vamos a luchar. Esta noche, demostraremos que están
equivocados. —Miró alrededor del círculo una última vez, encontrándose con los ojos de
todos otra vez. — ¿Están listos?
Un resplandor.
El espejo brilló una vez más. La distracción había funcionado; todos los guardias
cercanos corrían hacia los establos para liberar a los caballos y apagar el fuego.
—Síganme —dijo Ayla. No esperó una respuesta antes de dejar la relativa seguridad
de los manzanos del sol y acercándose directamente al palacio. Esa mañana, cuando
llegaba tarde a la habitación de Crier, era porque ella había abierto una de las ventanas de
la sala de música. Solo una grieta: no lo suficientemente ancha como para que alguien lo
notara. Solo lo suficientemente ancha como para que pueda abrirse completamente desde
afuera. Los seis, Ayla y Benjy y los sirvientes, bordearon los bordes del ala oeste hasta
llegar a esa ventana. Benjy, el más alto entre ellos, lo abrió, y ayudó a Ayla y luego a los
otros a subir una pierna por encima del alféizar. Entonces, silenciosos como gatos, se
deslizaron uno por uno por la ventana y entraron en la oscura y vacía sala de música.
—Wow —murmuró, mirando fijamente algo casi como asombrado por los
instrumentos a su alrededor, y Ayla recordó su propia sorpresa y asombro la primera vez
que había estado aquí. Por la noche, la sala de música era inquietantemente hermosa. La
luz de la luna caía sobre los instrumentos, y algo sobre las elegantes líneas del arpa, el
piano, los violines, los hacían parecer menos cosas y más personas: como estatuas de
mármol en un jardín, pálidas y heladas pero llenas de expresión.
Ayla se sacudió.
—He estado allí cada maldito día por un año. Le llevé un montón de tinta y
Corazonita. Yo podría caminar por estos pasillos con los ojos vendados.
—Danos un momento —le dijo a la criada con la cabeza afeitada. Ella le dio una
breve mirada y luego cerró la puerta de la sala de música detrás de ella, dejando Ayla y
Benjy solos.
—Ayla.
Estaba más cerca de lo que ella había pensado. Más cerca de lo que habían estado
desde la noche de la celebración, la noche que bailaron juntos en la cueva frente al mar.
Sus ojos buscaron su rostro, y parte de ella sabía lo que estaba buscando, y la otra parte
de ella se preguntaba si lo estaba encontrando.
—No podríamos haber hecho esto sin ti —susurró—. Esto nunca habría sucedido sin
ti. ¿Lo sabes bien? Todo lo que has hecho, toda la información que nos diste, por pequeña
que sea, fue vital. Recuerda eso. La gente sabrá tu nombre. Ayla, la doncella. La espía.
La chica que vivía con sanguijuelas. —Él sonrió, y al siguiente segundo las yemas de sus
dedos estaban debajo de su barbilla, levantando su cara hacia arriba.
—Ya sabes, ni siquiera contará como matanza —dijo Benjy casi con dulzura—. No
si ella nunca estuvo viva para empezar. Has atrapado a tu mariposa, pequeña araña. Ya
sabes qué hacer a continuación.
Nunca estuvo viva. Los seres vivos nacían, no eran sintéticos. Las cosas vivas crecían.
Se estiraban hacia arriba o se retraían, hacia el centro de ellas mismas (el núcleo, el
corazón, la vieja semilla arrugada) y se volvían marrón y emitían ese dulce olor a
podredumbre y se regresaban, nuevamente, a la tierra. Los seres vivos crecían y se pudrían
y crecían de la putrefacción. Así es como funcionaba. Las sanguijuelas no se pudrían.
Cuando Crier muriera, su cuerpo simplemente se quedaría rígido como la madera
petrificada, y podrían arrojarla al océano o sepultarla o atarla para que se la comieran los
cuervos, y ella no se pudriría y los cuervos se no la comerían de todos modos porque su
piel no estaba hecha de piel.
—Es tiempo —dijo Benjy, sus ojos gigantes en la oscuridad—. ¿Estás lista, Ayla?
¿Estaba lista?
Todo lo que tenía que hacer era mover la boca y decir que sí.
—Está bien —dijo Benjy—. Bueno. Repitámoslo una vez más. Me llevo la caja
fuerte. Y tú…
—Voy directo a la habitación de Lady Crier —dijo Ayla en tono áspero—. Cuando
falten cinco minutos para la medianoche…
La cara de Benjy estaba tan cerca. Sus ojos tan extraños a la luz de la luna, como los
ojos de un fantasma. Sus manos estaban en su mandíbula.
Duró solo un momento, su boca dura contra la de ella, un instante de calor y presión,
sus grandes manos sosteniéndola firme. Luego se apartó, mirándola, todavía buscando.
Siempre buscando.
Había pasado tanto tiempo desde que se había sentido segura de algo, de cualquier
cosa.
11:46
11:49
Se tocó el pecho, el lugar donde debería haber estado su collar, y una vez más sintió
la pérdida. Una punzada física desde algún lugar profundo entre sus pulmones No solo la
pérdida de una reliquia, sino la pérdida de vidas, de cuentos. ¿Cuántos otros recuerdos se
guardaron en esa extraña joya roja? Ella nunca lo sabría. Su propia historia, la historia de
su familia. Se había ido.
11:50
Dobló una esquina y allí estaba la puerta de la habitación de Crier. Ayla había abierto
esa puerta innumerables veces en los últimos dos meses, la había abierto y cruzado el
umbral y avivado el fuego y llenado la habitación con calidez y luz.
Las bisagras no crujieron bajo su toque.
(Ese día. Ese primer día en el acantilado cuando el collar de Ayla había caído fuera de
su camisa y los ojos de Crier la habían mirado. Por una fracción de segundo Crier se
había distraído lo suficiente como para dejar que su máscara se deslizara. Su boca dura
se había vuelto suave, sus ojos planos, abiertos y asustados. Había pasado de sanguijuela
a ser una chica, solo una chica. Y Ayla supo entonces que no podía dejar morir a esta
chica).
Ella todavía lo hacía. No era una mentira. Tenía que recordarse a sí misma todas las
razones: Crier era ingenua y arrogante, tan tonta como para pensar que ellos podrían
ayudarlos, podrían ayudar a Ayla. Era despistada, obstinada, terca y la hija del soberano
y prometida a Kinok. Y ella era una sanguijuela, una maldita sanguijuela. Ella
representaba cada cosa miserable sobre este mundo miserable: muerte y dolor y un vestido
blanco colgado de un poste, zapatos balanceándose en árboles de manzanas del sol, una
hermana traidora destrozada y gritando de pena. Crier representaba pueblos en llamas,
familias en ruinas, hermanos perdidos. Ayla la odiaba. La odiaba tanto. No era una
mentira.
11:52
11:54
Crier tenía frío. Había un espacio detrás de ella en la cama, a su espalda, un espacio
curvo del tamaño de otro cuerpo. Donde otro cuerpo podría doblarse y encajar contra ella,
y presionar su cuerpo detrás de Crier.
11:55
11:55
11:55
(Los ojos de Crier sobre ella en el carruaje. La mente de Ayla estaba en otro lado,
perdida en tontas y medio imaginadas ideas del calor del sur, una costa blanca, el agua
azul, su estómago lleno de peces, nunca con frío, nunca asustada, nunca agotada, y los
ojos de Crier estaban sobre ella todo el tiempo. La mirada de Crier no era fría, sino
cálida, un parche de luz del sol en la piel de Ayla.)
11:55
(Ese beso. La forma en que todo su cuerpo se había iluminado, todo dentro de ella
se había despertado)
Los nudillos de Ayla estaban blancos como huesos puros. El cuchillo temblaba. Ella tenía
que hacer esto; La alarma de Crier tenía que sonar. La segunda distracción. En otro lugar
en las entrañas del palacio, en este momento, Benjy debía de estar buscando en el estudio
de Kinok la caja fuerte.
11:55
Un destello de oro. Por un horrible momento, Ayla pensó que Crier se había
despertado. Pero no, no eran sus ojos. Era algo en su mano, metido en el hueco de su
garganta. Oro.
El collar.
Crier sostenía el collar de Ayla. La cadena estaba retorcida alrededor de sus dedos,
el colgante sostenido entre un dedo y pulgar. De la misma manera que Ayla lo sostuvo.
Con tanto cuidado, Crier sostenía todo con mucho cuidado: libros y mapas y tazas de té.
Era exasperante. Ayla quería verla romper cosas, quería verla rota, quería ser la causa de
eso, quería hacerla estremecer de nuevo, hacer que sus respiraciones se volvieran rápidas.
11:56
Y Ayla corrió.
23
Crier se puso de pie en un instante, la adrenalina gritando por sus venas.
— ¡Ayla! —gritó a medias, el nombre con palabras estranguladas, pero Ayla ya se
había ido, Crier estaba sola, y luego ya no lo estaba, una docena de guardias entraron
como una ráfaga a través de la puerta de su habitación, la mitad de ellos se extendió
inmediatamente para buscar en la habitación, la otra mitad formando un círculo protector
alrededor de Crier.
—¿Qué está pasando? —exigió, jadeando cuando uno de los guardias puso una mano
sobre su hombro, obligándola a tumbarse en la cama—. ¡No me toques! ¿Qué está
pasando?
—Necesitamos que se quede quieta —dijo el guardia que la había agarrado—. El
palacio no es seguro.
Crier le quitó la mano del hombro. Hubo un fuerte ruido por la ventana y ella se puso
de pie nuevamente para ver a dos de los guardias barriendo todos los libros de sus
estanterías y del escritorio, mapas y papeles sueltos flotando en el aire, un tarro con
plumas siendo volteado, una jarra de tinta negra golpeando el piso y rompiéndose, la tinta
derramándose por todas partes.
—¡Deténganse! —ordenó, casi histérica. Sus libros, sus mapas, algunos de ellos
antiguos e invaluables y preciosos, pasó años de su vida buscándolos y regateando por
ellos. —¡Paren, por favor paren! ¿Qué están haciendo?
Pero los guardias la ignoraron. Otro arrancó el tapiz de Kiera de la pared como si
pensara que un rebelde humano podría estar al acecho detrás de él.
—No sabemos cuánto tiempo han estado planeando este ataque, mi señora —dijo
uno de los guardias—. Podrían haber plantado armas, bombas de fuego.
—¿En mi estantería?
Nadie respondió. Crier se hundió en la cama y presionó ambas manos su boca,
tratando de calmarse, pero era imposible. Ayla, Ayla de pie sobre ella, con esa terrible
mirada en su rostro, el cuchillo.
Iba a matarte. Crier se acurrucó sobre sus rodillas, apretando sus ojos cerrados. No,
Ayla no lo haría, pero, ¿qué otra explicación había para que ella estuviera allí?
Deslizándose en la habitación de Crier en medio de la noche, una sombra silenciosa, el
cuchillo brillando en su mano. Ayla iba a matarte.
Había leído sobre la angustia en cientos de historias humanas diferentes. Siempre
había pensado que era una metáfora, poesía sobre el dolor. Pero mientras se sentaba allí
en la oscuridad, los guardias destruyendo sus libros y su propia mente torturándola con la
imagen del cuchillo en la mano de Ayla, Crier sintió que se estaba rompiendo. Grietas
formándose en su corazón, dolor escurriéndose como tinta derramada, negro medianoche
y venenoso. Dolía, nunca había sentido nada como esto, ni siquiera cuando experimentó
la angustia de Leo en los recuerdos en el collar, que habían sido un eco del dolor de otra
persona. Esto era propio, real e implacable, y dolía.
Se dio cuenta débilmente de que todavía estaba sosteniendo el collar. No lo había
dejado ir, ni siquiera durante la conmoción. Parte de ella quería tirarlo, pisarlo. El broche
estaba roto, ni siquiera se lo podía poner. En lugar de eso, se lo metió en la manga.
Eso era una reliquia de un tiempo pasado. . . un tiempo antes de que Crier pudiera
haber imaginado siquiera que esto estaba pasando.
Ayla.
Finalmente, los guardias decidieron que la habitación era segura. Crier miró a su
alrededor, a los restos de sus cosas: sus libros y mapas por todas partes, sus cajones
vaciados, una de las estanterías derribadas, su ropa esparcida por el suelo; uno de los
guardias incluso había arrastrado su espada por su colchón y almohadas y ahora había
plumas esparcidas por toda la habitación como la nieve. Todo arruinado. Crier sintió una
punzada aburrida de pérdida por sus libros y mapas, pero ni siquiera podía pensar en el
resto. Ayla.
—Venga, mi lady —dijo uno de los guardias. —. Tenemos órdenes de llevarla al
estudio del soberano. Es seguro allí.
Ella no se molestó en golpearlos o tratar de resistirse cuando la pararon. Toda la
adrenalina, toda la pelea, se había desvanecido de ella, y ahora estaba solo... vacía. Ella
dejó que los guardias la guiaran a través de las habitaciones oscuras del palacio. Era
extraño no ver a un solo sirviente humano. Crier se preguntó cuántos habían sido parte
del ataque. ¿Cuántos habían estado conspirando para matarla?
Llegaron al estudio de su padre. Los guardias abrieron la puerta, dejando entrar a
Crier. Hesod estaba parado en el centro de la habitación flanqueado por sus propios
guardias, y cuando vio a Crier su rostro se derrumbó de alivio por una fracción de segundo
antes de suavizarse nuevamente. Crier quería tanto correr hacia sus brazos. Ella quería
que su padre la abrazara y le dijera que todo esto había sido un sueño terrible. Pero se
suponía que ella no debía hacer cosas así, había sido castigada por eso antes. Se mantuvo
quieta.
—Estás a salvo —dijo Hesod.
Ella asintió.
—¿Necesitas un médico?
Ella negó con la cabeza.
—Bueno, siéntate junto al fuego —dijo Hesod, escudriñándola—. Te ves enferma.
Crier obedeció, tomando asiento en el borde de la chimenea, y un momento después,
Hesod colocó una fina manta sobre sus hombros. Ella debe haberse visto peor que
enferma si se preocupaba por ella de esa forma. Se preguntó qué expresión estaba
haciendo. Si se hubo dado cuenta de que sus manos estaban temblando.
Ayla iba a matarte. Ella quería matarte.
Todo este tiempo…
Crier se ajustó la manta sobre los hombros, aunque ella sabía que no haría ninguna
diferencia. No había forma de desterrar este tipo de frío. De que el cuchillo de Ayla no la
había perforado, pero bien podría haberlo hecho: el frío se sentía como una cuchilla
alojada entre las costillas de Crier. Seguramente había sido herida, en algún lugar
invisible.
Entró un guardia y habló con Hesod. Alrededor de la mitad de los rebeldes, según
sus cálculos, habían escapado, dijo en un murmullo bajo.
Ella no sabía cuáles no habían logrado escapar.
Era patético en un nivel nuevo y humillante: esperar que alguien quien había
intentado matarla hubiera escapado ilesa. Ella miró al fuego. Las llamas eran tan
brillantes. Entonces la puerta detrás de ella se abrió, crujiendo. Crier, enderezándose, se
levantó automáticamente cuando Kinok, flanqueado por los mejores guardias de su padre,
entró. Los ojos de Kinok eran tan planos y sin luz como dos charcos negros de tinta.
—Despejen la habitación —ordenó Hesod.
Los guardias dudaron.
—Dije, despejen la habitación. —La voz de Hesod resonó y los guardias se
apresuraron a salir. Cerró la puerta detrás de ellos y se volvió para mirar el estudio, ahora
vacío de todos menos él, Kinok y Crier. —Crier, hija.
Crier se puso de pie, tratando de no tropezar con sus rígidas piernas. Había estado
tan tensa por horas.
—Padre, ¿qué…?
—Los guardias siguen registrando el palacio y todas las tierras alrededor buscando
por los traidores humanos —dijo Hesod—. Apenas dos leguas al sur, ellos detuvieron a
un mensajero. Intentó correr de ellos. Como si hubiera estado esperando una intercepción.
No tuvo éxito. El correo llevaba solo una carta. Un mensaje codificado a la Reina Junn
de Varn.
Le tomó todo de sí para mantener su expresión curiosa en lugar de una aterrorizada.
La atraparon. Su padre ya habría sumado dos más dos. La carta estaba sellada con el sello
de Crier. Su sello personal. Había solo un sello como ese en todo el mundo y estaba en el
escritorio de Crier. Crier lo había usado para asegurarse de que Junn abriera su carta, pero
ahora no era más que una flecha roja apuntando directamente a la cara de Crier. Una
palabra estampada en su pecho: TRAIDORA.
No podía mirar a su padre. Ella no estaba avergonzada de lo que había hecho, pero
como una niña estúpida y egoísta, estaba aterrorizada por las consecuencias. Ella había
cometido traición contra su propio padre. Y, Kinok lo sabía. Ella no podía mirarlo
tampoco. ¿Ya le había contado a Hesod sobre su quinto Pilar? ¿Sabía Hesod que su hija
no era solo una traidora, sino un error? ¿Una cosa fallada?
—Padre —empezó—. Yo…
Él levantó una mano.
—Crier. La carta llevaba tu sello. ¿Sabes lo que eso significa?
Ella sacudió la cabeza desesperadamente.
—Padre, por favor…
—Hay un espía dentro del palacio.
Crier se detuvo en seco. Finalmente se atrevió a mirar a los ojos de su padre, y seguían
furiosos, pero no con ella. Era una ira lejana, dirigida a alguien más. El soberano Hesod
había sido traicionado, había sido atacado, había sido vencido y quería sangre. Pero no la
de ella.
—Tuvo que haber sido alguien que está dentro del palacio —dijo en voz baja—.
Alguien con acceso a tu dormitorio y tu sello. Alguien con una historia de
insubordinación. ¿Puedes pensar en alguien que se ajuste a esa descripción, hija? —
Cuando Crier no respondió, sus labios se torcieron en algo que parecía una sonrisa, pero
no lo era. —De alguna manera te has vuelto aún más suave de lo que temía. Esta noche,
la doncella intentó matarte mientras dormías. Durante meses, tal vez años, ha estado
trabajando con la Reina Loca para destruirnos a todos de adentro hacia afuera.
—No lo sabía —susurró Crier, demasiado sorprendida como para saber qué más
decir. Había entendido todo mal. Estaba a salvo, por ahora, pero Ayla…
—Y ahora lo sabes —dijo Hesod—. Y la sigues protegiendo con tu silencio.
—Padre…
Hesod la miró. Estudió su rostro con la expresión de alguien que intenta leer un pasaje
escrito en un idioma que no entiende. Finalmente, dejó escapar un suspiro lento.
—¿Realmente te diseñé? —murmuró, más para sí mismo que para ella, y así fue
como Crier aprendió que ese dolor no tenía fin; no había límite para el dolor sin heridas.
Y ella estaba muda.
Por supuesto, pensó vagamente. Su padre estaba fascinado por los humanos. Le
gustaba leer sobre sus dioses, sus canciones, sus historias y sus idiomas, sus días santos,
sus extraños rituales. Pero seguían siendo animales para él. Bueyes y perros. No eran
gobernantes; No eran hijas. Crier siempre lo había sabido. Ella siempre lo había sabido.
—Soberano —dijo Kinok, rompiendo el terrible silencio—. Con todo el debido
respeto, los ojos del mundo lo miran más de cerca que nunca. Se correrá la voz sobre el
ataque de esta noche. Debemos demostrarle al mundo que Lady Crier está viva y bien, y
que su punto de apoyo en Zulla no titubeó.
—¿Y cómo sugieres que hagamos eso, Scyre? —dijo Hesod.
—Primero —dijo Kinok—. Adelantamos la fecha de la boda. Hay mucho tiempo
para planear otro ataque. En segundo lugar, Lady Crier debe ser vigilada todo el tiempo.
Apenas escapó con vida esta noche. —Él era tan bueno en sonar preocupado. Crier se
sintió enferma. —Tercero, debemos encontrar a la doncella, y matarla.
Los ojos de Crier se abrieron, pero Hesod ya estaba asintiendo.
—Buen consejo como siempre, Scyre Kinok —dijo—. Te casarás dentro de una
semana. Asigna a cuatro de los mejores guardias para que vigilen a Lady Crier día y
noche. Y sí, Scyre, encuentra a la doncella. Tráeme su cabeza. Quiero verla.
Kinok asintió.
—Por supuesto, Soberano.
Y luego se deslizó fuera de la habitación, dejando a Crier y a Hesod solos.
—Padre… —empezó Crier.
—Si estas apunto de rogar por la vida de la doncella, hija, te sugiero que no lo hagas.
—No iba a hacerlo —dijo Crier de manera uniforme—. No quiero nada más que un
pequeño favor ahora que voy a casarme dentro de una semana, déjame tomar tres días
para visitar la Sala de Creaciones donde me Crearon. —Ella ignoró como las cejas de
Hesod se alzaron y pensó rápidamente. —Déjame hacer un regalo para mi futuro marido.
Era tradición una vez, ¿no es así? Como la Caza. ¿La novia regalándole a su prometido
un objeto Creado, una baratija inteligente, una muestra de buena voluntad? Déjame hacer
eso por Kinok, como un gesto de buena voluntad y fe en nuestro futuro juntos. Eso es
todo lo que pido.
Sácame de aquí. Lejos de él.
—Hija, casi te matan esta noche. ¿De verdad crees que es seguro salir del palacio?
—No le diremos a nadie a dónde voy. Ni siquiera Kinok. Tú y yo seremos los únicos
que lo sepan. Y puedes enviar una docena de guardias conmigo. Dos docenas. Si la
doncella era una espía, ¿quién sabe cuántos otros sirvientes están trabajando para la reina?
Seguramente estoy más segura yendo allá que aquí.
Él lo consideró.
—Por favor, Padre —dijo Crier—. Solo tres días.
—Está bien —dijo Hesod—. Tres días.
Al comienzo de la Guerra de Especies, las bestias de hueso, de cuerpo
blando y frágiles, las que estaban en plena edad de apareamiento mataban
tan fácilmente como su cría de gusanos, se consideraban reyes de esta
tierra. Al final, el cielo estaba negro con el humo de veinte mil cadáveres,
y la Especie superior había ascendido al lugar que les correspondía.
La era de Automas como meras mascotas y posesiones de la
humanidad había terminado.
La Era Dorada había comenzado.
Para entonces, habría caído la noche. Acantilados negros, rocas negras, aguas negras.
No había mejor momento para convertirse en fugitivos.
Todo había ido bien: habían robado pan y carne salada para tres días, galletas y odres
de agua. Todo había ido de acuerdo al plan.
Estaba al otro lado de la plaza del mercado, y cuando Ayla miró al hombre del carrito
de pescado con los ojos entrecerrados, pudo notar que había algo extraño en él. Algo
furtivo en sus movimientos.
—Él se irá sin nosotros —susurró ella, sin dejar de mirarlo—. Quizás se dio cuenta
de quiénes somos.
Ella se arriesgó a mirarlo. El rostro de él estaba cubierto en su mayor parte por una
capucha (ambos habían pedido prestado capas con capucha al pescador), pero Ayla pudo
decir por la forma de su boca, que estaba sufriendo. Había resultado herido durante el
ataque, la espada de un guardia cayó en su pantorrilla izquierda. El corte no fue lo
suficientemente profundo como para cortar nada importante, pero aun así fue doloroso.
Aún podía infectarse si no se ocupaban de la herida pronto, y eso hacía que cada paso
fuera miserable para Benjy. Sus labios estaban presionados en una delgada línea blanca.
Ella no había logrado hacer sonar el timbre de Crier, pero no era por eso que el plan
había fallado. Benjy y los otros rebeldes habían asumido que algo había salido mal por su
parte y se arriesgaron, y se dirigieron al estudio de Kinok incluso sin la distracción.
Habían llegado al estudio sin ser atrapados por los guardias, incluso habían encontrado la
caja fuerte escondida en la estantería, pero cuando Benjy, el único entre ellos que podía
leer el idioma de los Creadores, abrió la cerradura, no habían encontrado la brújula que
los conduciría al Corazón de Hierro. Habían encontrado algo completamente diferente:
un trozo de pergamino descolorido con tres palabras.
Leo
Siena
Turmalina
Cuando escucharon a los guardias dar la alarma, los rebeldes huyeron del estudio,
llevándose el trozo de pergamino. Como estaba previsto, esperaron a Ayla en la sala de
música, todos con los ojos desorbitados y jadeando entre los silenciosos y hermosos
instrumentos, como ladrones de tumbas, en una tumba intacta.
Ayla no sabía qué expresión tenía cuando irrumpió por la puerta, pero Benjy le echó
un vistazo a la cara y les dijo a los demás:
Y lo habían hecho: por la misma ventana por la que habían entrado y luego a través
de los oscuros huertos, y ninguno de ellos había dejado de correr hasta que dejaron los
terrenos del palacio muy atrás y se perdieron en las colinas sin luz, pasando el palacio y
todas las granjas y pueblos de los alrededores. Desde allí, Benjy y Ayla se separaron,
pasaron la noche en las ramas del manzano de un granjero y se dirigieron a la cabaña del
pescador antes del amanecer.
Y ahora: fugitivos. Era la única parte del plan que había salido como se esperaba.
Pero en lugar de gloria, en lugar de tener la brújula en su poder, el Corazón de Hierro bajo
su control, el Movimiento de Kinok bajo su pie, el corazón de Crier en las manos de Ayla
(no, atravesado por su cuchillo), en lugar de gloria, huyeron. Ayla y Benjy no tenían forma
de saber si los demás habían sobrevivido a la noche. Estaban huyendo. Solos. Con las
manos vacías, después de darle todas sus monedas al hombre del carrito de pescado.
Oh, definitivamente se iba a ir sin ellos. Iba a tomar sus monedas y huir.
Pero no tuvo la oportunidad de maldecirlo más, porque su atención fue atraída por
un estrépito en el otro lado del mercado, a solo unos puestos del carrito de pescado. Se le
heló la sangre: guardias. Media docena de ellos, todos con el escudo del soberano.
Mientras miraba, uno de los soldados volcó un barril, derramando ostras y salmuera por
todos los adoquines. Uno de los vendedores humanos gritó indignado y otro guardia lo
empujó al suelo, con la espada apuntando a su garganta.
Ayla había querido dos cosas. La primera, era venganza. La segunda era algo que no
admitía para sí misma, que no podía expresar con palabras, porque incluso pensar en ello
hacía que su corazón se sintiera como un puente que se derrumbaba, cayendo al agua,
todos sus pedazos arrastrados por la corriente de algo mucho más antiguo y más poderoso
que ella. En este momento, Ayla no tenía nada más que sus pedazos. Ella no podía ceder.
Lentamente, con una mano presionada sobre su boca. Así fue como Ayla dejó todo
lo que había conocido detrás de sí, el palacio del soberano y Kalla-den y las costas del
norte, y en algún lugar entre ellos, el pueblo en el que había nacido, Delan, todo ahora a
sus espaldas. Y esas tres palabras se repiten una y otra vez en su corazón: Leo. Siena.
Turmalina. Leo y Siena, el legado de sus abuelos: los recuerdos en su relicario, que tenía
Crier, y el segundo relicario, que Kinok de alguna manera había conseguido.
Una cosa se estaba volviendo clara. La única forma de seguir adelante, de seguir
luchando, era aprender más sobre su pasado.
—Ya casi llegamos —le dijo a Benjy, fijando sus ojos en un callejón estrecho entre
dos casas, un lugar para esperar a que se vayan los guardias—. ¿Estás bien?
Él se estremeció.
Crier había sido Diseñada. Crier fue Creada. Pero en el momento en que Ayla la tocó
por primera vez, Crier había aprendido lo que se sentía nacer.
Solo había una explicación lógica para tal locura: amaba a Ayla porque tenía Fallas.
Porque tenía un quinto pilar. Era su Pasión la que se había enamorado de Ayla, no la
propia Crier; de lo contrario, nunca sería tan tonta, tan descontrolada, nunca estaría tan
equivocada. Lady Crier era una Automa. Ella era la heredera del soberano, tenía toda la
intención de reformar el Consejo Rojo, de cambiar las leyes y costumbres de Zulla. Lady
Crier nunca se permitiría volverse tan débil y suave con una chica humana. Ella nunca se
expondría a la traición.
Todo esto había sucedido solo por el quinto pilar. Lógicamente, solo había una
solución.
Ayla no había logrado atravesar el corazón de Crier. Entonces Crier lo haría por las
dos. Quería sacar la Pasión de ella, quería sacarlo ella misma, como sacar la parte
golpeada de una fruta. Como quemar esporas mortales en la rama de un árbol, matando
parte del árbol para que el resto pueda sobrevivir.
La Sala de Creaciones operaba desde lo que alguna vez fue una catedral humana. Era
una construcción enorme, casi del tamaño del Palacio Antiguo, las agujas se elevaban
hacia el cielo como columnas de humo. Cada centímetro de la fachada estaba tallada con
intrincados diseños: escenas de antiguas historias humanas, dioses y héroes, diagramas
del cielo nocturno: los planetas, las constelaciones, las fases de la luna. Los Automas que
custodiaban las puertas estaban vestidos de negro, sus rostros ocultos por máscaras, y a
Crier le recordaban demasiado a Kinok. Cuando su carruaje se acercó, no pudo evitar
agarrar el collar y frotar con el pulgar la piedra roja. De alguna manera, la ayudó a
calmarse.
—Bienvenida, Lady Crier —dijo la Matrona sin la máscara, a pesar de que Crier no
se había presentado ni había enviado noticias de que iba a venir—. Nos sentimos
honradas.
Las dos Matronas ayudaron a Crier a bajar del carruaje, y luego la de la máscara la
llevó hacia un pequeño lugar para que los caballos pudieran descansar y recuperarse para
el viaje de regreso a casa. La Matrona restante miró a los pocos guardias de Crier, con
ojos impasibles.
La Matrona asintió y le dio a Crier una larga mirada desde debajo de su velo. Luego
inclinó la cabeza.
—Puede llamarme Jezen. —Luego giró sobre sus talones y se dirigió hacia las
amplias puertas de madera de la Sala de Creaciones.
Crier la siguió, siguiendo a la Matrona Jezen a través de las puertas y hacia el interior
de la catedral.
—¿Por qué ha venido, Lady Crier? —preguntó Jezen. Se habían detenido en el pasillo
central de la Sala, entre las dos filas de mesas.
—Me casaré en unos días —dijo Crier—. Vine aquí para hacerle un regalo a mi
esposo.
—Eso no es cierto.
Crier quería señalar su pecho, Esta es la parte que duele, esta es la parte sangrante,
arréglala o sácala.
Ella miró hacia los grandes ojos verdes de Jezen. Respiró hondo, y dio otro respiro,
y luego se dio cuenta de que se trataba de un tic completamente humano que debió haber
captado de Ayla y que le facilitó el hablar.
—¿Lady Crier?
—Tengo una Falla —dijo Crier—. Me hicieron mal. Debe ayudarme a corregirlo.
—No entiendo lo que quiere decir —dijo Jezen lentamente. Miró a Crier de arriba
abajo, como si buscara un tercer brazo bien escondido. —¿Cuál es su defecto?
—Tengo cinco pilares. —Crier vio la forma en que los ojos de Jezen se abrieron y
continuó. —Se suponía que yo nunca lo debía saber. Mi padre me Diseñó, pero alguien
saboteó su Diseño. Alguien me hizo con cinco pilares a propósito. La Matrona Torras —
dijo, recordando el nombre que le había dado Kinok—. No sé por qué lo hizo. Me dijeron
que fue un gran escándalo, no soy la única. Pero vi la diferencia entre los papeles de mi
padre y el plano final. Tengo Intelecto, Organismo, Cálculo, Razón… y Pasión.
—Tengo dos pilares de Automa y tres pilares humanos —dijo Crier de nuevo, por si
acaso Jezen de alguna manera no entendía—. Tengo un quinto pilar. Debes eliminarlo.
—No, mi lady —dijo Jezen—. No tienes un quinto pilar. No puedes.
—Lady Crier, no estoy tratando de esconderle nada. Es solo que lo que vio
simplemente no es posible. Lo sabría mejor que nadie. Hace años, fui una de las muchas
Matronas que experimentó con la creación de Automas con cinco pilares, con la esperanza
de que pudiéramos hacer un ser aún más fuerte y perfecto. Pero nunca funcionó. Todos y
cada uno de los Automas de cinco pilares murieron en el proceso de fabricación. Cada
uno. El quinto pilar desequilibró su funcionamiento interno, sin importar lo que
hiciéramos, y créame, mi lady, lo intentamos todo. No es posible tener cinco pilares.
Habrías muerto recién construida.
—Te creo. Creo que lo vio. No creo que sea usted quien mienta, Lady Crier. Pero
tampoco yo lo hago. —Jezen hizo una pausa por un momento, luego asintió para sí
misma. —Se lo probaré. Espere aquí, mi lady. Vuelvo enseguida.
Crier no podría haberse movido si lo hubiera intentado. Durante los pocos minutos
que Jezen estuvo fuera, se quedó allí luchando por comprender lo que había dicho la
Matrona.
—Llevamos registros de todo, por supuesto —dijo, haciendo señas a Crier para que
se acercara a una mesa de trabajo cercana y deshaciendo el trozo de cuerda de cuero que
mantenía el pergamino encuadernado—. Estos de aquí son sus planos, mi señora. Sus
planos reales.
Desenrolló el pergamino. Al igual que los documentos que Crier había recibido de
Kinok, había varios diseños: primero un borrador, luego mejoras, ya que su padre trabajó
con Matronas y diseñadores para encontrar un modelo final. Luego, finalmente, la última
hoja de pergamino. El plano final. A diferencia de los papeles que había encontrado Crier,
este plano final llevaba la firma de su padre. La tinta azul medianoche con el nombre de
Hesod contrastaba con las líneas más suaves y claras del plano.
Jezen señaló el centro del plano, el centro de Crier en la página, pero no era necesario.
Crier ya estaba mirando los pilares. Cuatro diminutas columnas de tinta: Intelecto,
Organismo, Cálculo, Razón. Cuatro. Justo como se suponía que debía ser.
—Los planos que vio eran falsos —dijo Jezen gentilmente. Probablemente ya podía
ver la comprensión en el rostro de Crier. —Fueron falsificados. ¿Puede pensar en alguien
que quiera engañarla, Lady Crier?
Sí, por supuesto que podía. Alguien que no solo quería engañarla, sino también
controlarla. Para chantajearla, para que obedeciera absolutamente. Para hacerla vivir con
miedo constante.
Crier no tenía defectos. Ella nunca había tenido defectos. Ella era perfecta; ella era
completamente Automa. No había nada malo con ella, ninguna Pasión la consumía de
adentro hacia afuera. No había amor.
—No —dijo sin querer—. No sé quién haría eso. —Su propia voz sonaba tan lejana,
como si se escuchara a sí misma hablar desde toda la Sala de Creaciones.
Con manos cuidadosas, tomó sus propios planos, los volvió a enrollar y ató la cuerda
de cuero alrededor de ellos. Hizo todo esto sin un solo pensamiento en su cabeza, nada
más que un leve zumbido, el zumbido de un enjambre de langostas. Quizás finalmente
había llegado a su límite.
—Gracias por aclarar el error, Matrona Jezen —dijo—. Me disculpo por retenerla.
—Lady Crier…
—Crier —dijo Jezen, agarrando la manga de Crier. Crier se volvió hacia ella de
nuevo, tan sorprendida de que un humano la agarrara de esa manera que ni siquiera trató
de resistir. —Antes de que se vaya, déjeme decirle esto.
Crier esperó. Los ojos de Jezen, el color del bosque en la memoria de Siena, estaban
tan concentrados en el rostro de Crier.
De vuelta en el carruaje, Crier no hizo más que darle vueltas al collar de Ayla en sus
manos. Se había convertido en un hábito pasar la cadena de oro por sus dedos como si
fuera agua, sostener la diminuta piedra roja a contraluz, frotar la carcasa de oro como un
talismán entre el índice y el pulgar. Sostener la piedra en su oído y escuchar el débil tic-
tac de su extraño latido inorgánico.
Supuso que debería deshacerse de esto ahora. Pertenecía a Ayla y nunca volvería a
ver a Ayla. Antes de Ayla había pertenecido a Siena, muerta hacía mucho tiempo. Crier
dejó de pescar en los recuerdos de una persona que nunca conocería. Crier nunca sabría
lo que había impulsado a Siena a fabricar o encargar este collar. No quería ver a Siena
con ese chico humano salvaje, hermoso y risueño. Definitivamente no quería verla con la
no-Automa, Yora. Esa era una historia que solo podía terminar con dolor y sangre.
Pero todavía había una cosa que no entendía: ¿Qué significaba ‘El corazón de Yora’?
¿Y por qué lo había escrito Kinok?
Cerrando los ojos, Crier sostuvo el relicario entre sus palmas. Podía sentir los latidos
del corazón así, la más mínima vibración contra su piel.
Una última vez, pensó, apretando el medallón con fuerza. Si no podía arrancarse el
amor, se libraría de eso como lo hicieron los humanos: al despedirse. Adiós, Ayla. Se
quitó una de las horquillas de hueso del pelo y se pinchó con cuidado la punta del dedo.
Luego presionó su dedo contra la piedra roja y cerró los ojos.
Las imágenes pasaron por su cabeza, una tras otra, y se dio cuenta de que había vuelto
a la misma memoria que había presenciado antes, empezando por donde se había ido…
Una ciudad en llamas. Las casas colapsaron bajo el peso de las llamas,
el humo se elevó hacia el cielo como una herida abierta. Dos figuras
huyendo de las llamas, hacia el mar, el puerto. Leo y Siena, la pequeña
Clara en brazos de Leo.
Pero algo seguía mal. Siena seguía vacilando, mirando hacia atrás a
la ciudad, la bruma de humo y llamas. Leo sabía lo que estaba buscando.
Sabía que era demasiado tarde. Pero ella nunca lo creería. No cuando se
trataba de Yora.
—¿Qué… qué es eso? ¿Por qué importa tanto? Siena, por favor. . .
—¡Mamá!
—Mamá, vuelve. . .
Ella arrojó el relicario. Golpeó la pared opuesta del carruaje y cayó al suelo a sus
pies, aterrizando con un golpe mucho más fuerte que cualquier objeto tan pequeño que
debería haber hecho.
Es Yora. Es su corazón.
No, pensó Crier, incluso cuando las piezas finalmente encajaron en su lugar.
Turmalina.
Eres turmalina, pensó, recordando la magnífica piedra azul que Siena había
sostenido en sus palmas. Eres Yora y eres Turmalina. Parecía imposible que la verdad
hubiera estado allí todo el tiempo, primero escondida debajo del cuello del uniforme de
Ayla y luego en las manos de Crier. Era real.
Era como había dicho Rosi: alguien había inventado a los Automas antes que Thomas
Wren, pero sus diseños habían sido robados. La madre de Siena fue la inventora, la
creadora de Yora: una criatura similar al Automa de Wren, pero no igual. Un prototipo
diferente. Uno que tenía una gema azul por corazón y no necesitaba Corazonita para vivir.
Ahora, Crier también entendió lo que era el medallón. Siena había sido una Creadora,
aficionada, tal vez, pero una genio. Debió haber hecho el relicario para guardar recuerdos;
tal vez lo hizo para Leo, ya que parecía haber capturado su versión de la historia y no la
de ella.
De alguna manera, resultado del genio y la alquimia, Siena también había creado
Turmalina; lo había puesto en el cuerpo de Yora en un intento de asegurarse de que Yora,
su mayor creación, nunca muriera. Era real.
Era real.
Oh, dioses.
Tal vez la Turmalina no era perfecta, Crier no podía olvidar los ojos sin alma de
Yora, su mirada en blanco. Pero aún así. Inmortalidad. Una fuente infinita. El Automa
que supiera cómo crear la Turmalina sería el Automa más poderoso de Zulla de la noche
a la mañana. Kinok sería más poderoso que el soberano. Más poderoso que todo el
Consejo Rojo, los Scyres, los Guardianes, la Reina Junn. Hasta el último Automa estaría
bajo su mando.
No, dijo una voz en la cabeza de Crier, tan feroz que le tomó un segundo reconocerlo
como suyo. No. No puedes llevártela.
Sólo había una cosa que hacer. Crier se sintió extrañamente tranquila mientras lo
consideraba. Algo dentro de ella ya había aceptado que haría lo que debía hacerse para
salvar a Ayla y detener a Kinok. Al final, era simple. Tenía que encontrar la fuente de la
Turmalina antes que él.
Ya tenía su primera pista: el relicario de Siena. Y Ayla era su segunda pista. No había
ningún otro humano vivo que pudiera rastrear la historia del relicario, ayudarla a
averiguar más sobre de dónde venía exactamente. Existía la posibilidad de que Ayla no
pudiera ayudar en absoluto, ni siquiera sabía de las propiedades del relicario, pero era la
mejor opción de Crier. La única esperanza de Crier.
Encontrar a Ayla.
Encuentra la Turmalina.
Un mensaje. Desde Varn. Crier abrió la puerta del carruaje y el conductor le entregó
una carta. La cera utilizada para sellarlo era verde, el sello en sí formaba la huella de una
única y diminuta pluma.
Crier volvió a cerrar la puerta y abrió el sobre con manos temblorosas, con el corazón
acelerado…
Zorro.
Sé que te duele, pero debes seguir adelante con la boda. Confía en mí, pequeño Zorro. El
Lobo, sus seguidores y todos los corruptos Manos Rojas en un solo lugar… No puedo
pensar en una mejor oportunidad para eliminar lo peor de lo que se interpone en nuestro
camino.
Crier dejó que la carta se le escapara de los dedos, revoloteando hasta el suelo del
carruaje.
Y ahora Crier vio la fría verdad: estaba más atrapada que nunca.
Kinok estaba detrás del corazón de Yora, lo que significaba que estaba detrás de
Ayla. Pero si Crier se escapaba para encontrar a Ayla, para advertirle, sería una amenaza
para la Reina Junn como lo había sido Reyka. A la reina no le gustaban los cabos sueltos,
las variables incontroladas. No le gustaba la gente que hablaba.
No importaba cuán útil hubiera sido, recordaba todos los rumores que había
escuchado sobre la Reina Loca y sabía, en el fondo de sus huesos: Junn no mostraría
piedad al Zorro.
Crier podría arriesgar su vida para salvar a Ayla, que había intentado matarla. O
podría quedarse quieta. Continuaría con la boda, si eso es lo que Junn quería. Derribaría
a Kinok y su movimiento de adentro hacia afuera.
Pero por ahora, lo único que podía hacer era apartar las cortinas de terciopelo, dejar
que la luz del atardecer se derramara en el carruaje y permitir que una segunda verdad
más privada hiciera su presencia en el interior de su corazón. No importa lo que eligiera,
ya sea que abandonara su vida y sus deberes para perseguir a una humana traidora, o se
casara con Kinok con el único propósito de destruir el Movimiento Anti-Dependentista,
sería una rebelión directa contra su padre. Contra el Consejo Rojo. Contra su nación. Crier
se volvería tan traidora como Ayla. Igual a una fugitiva.
No importa lo que eligiera Crier, habría una batalla que ganar. No, no solo una
batalla.
Una guerra.