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Zoe Toñi

Kaz
Lucila
Ataliel
MeliH
Nat
Juls

Belly
Zoe M.

Lu
LÍNEA DE TIEMPO
ANTES DE LA ERA AUTOM
AUTOMA
A

ERA 900, AÑO 7: COMIENZA EL GOBIERNO DE THEA


La Reina Thea, la Reina Estéril, gobernante de todo Zulla, desea un hijo
hijo..
Funda la Real Academia de Creadores en el palacio.

AÑO 911

El fabricante Thomas Wren crea a Kiera, el primer Automa.

AÑO 915

Tener una mascota Automa se ha vuelto furor entre la élit


élitee humana.
Kiera se vuelve inestable, violenta.

AÑO 917

Thomas Wren es arrestado por intentar matar a Kiera.

AÑO 920

Mientras está en prisión, Wren perfecciona


perfecciona la Corazonita, la gema alquímica que
impulsa los Automas, y comienza a producir grandes cantidades.
Wren es perdonado por la reina.
Wren establece el Corazón de Hierro, una mina de Corazonita.

AÑO 921
Los Automas comienzan a rebelarse contra sus comisionados humanos.

AÑO 924

Una Automa llamada Neo mata a su comisionado humano y escapa, llamando a


todos los Automas a tomar las armas.
Primera revuelta Automa organizada.
Se declara la guerra entre humanos y Automas.

AÑOS 924–929: LA GUERRA DE ESPECIES


Neo y un grupo
grupo de rebeldes Automas
Automas matan a Thom
Thomasas Wren y toman el control
del Corazón de Hierro.
Kiera se va contra la reina Thea; La Reina Thea la mata
Un Automa llamado Tayol asesina a la Reina Thea
El estado de la
l a guerra ha cambiado; las Automas salen victoriosos

INICIO DE LA ERA AUTOMA


AÑO 1–2

Tayol intenta distribuir tierras y recursos a la clase dominante de Automas.


Zulla está sumida en el caos;
c aos; hay muchas redadas de Automas
Automa s en aldeas humanas.

AÑO 3

Tayol se convierte en soberano de Zulla.


Zulla .
Neo establece los Guardianes
Guardianes del Corazón: Automas que dedica
dedicann sus vidas a proteger el
el
Corazón de Hierro.

AÑO 5

Una humana llamada Siena crea una niña Automa que no requiere sangre ni Corazonita
Siena nombra a la niña “Yora”. . . y la mantiene en secreto

AÑO 6

Los Automas de la nación minera Varn declaran su independencia del resto de Zulla

AÑO 7

El soberano Tayol establece el Tradicionalismo.


Tayol comisiona a un heredero, Hesod.

AÑO 10

El Rey Automa Fierven toma el poder en Varn

AÑO 31

Clara, la hija de Siena, tiene sus propios hijos: los gemelos Ayla y Storme.
Hesod se convierte en Soberano de Zulla y forma el Consejo Rojo.
Hesod comisiona a una heredera, Crier.

AÑO 40

El soberano ordena un ataque en el pueblo de Delan.

AÑO 43
Scyre Kinok publica los primeros panfletos sobre un nuevo movimiento que él llama
"Anti-Dependentista", la antítesis del Tradicionalismo.

AÑO 44

Scyre Kinok comienza a ganarse el favor de los Automas en Rabu.


El Rey Automa Fierven de Varn es asesinado; su hija, Junn, asciende al trono.

AÑO 46

El Movimiento Anti-Dependentista continúa creciendo.


Scyre Kinok busca una alianza con el Soberano Hesod.
Scyre Kinok y Lady Crier están comprometidos.

AÑO 47 — DÍA ACTUAL


PRÓLOGO
Había una vez una reina llamada Thea, y a los veintiún años se decidió que debería tener
un hijo. Como era tradición en el Antiguo Zulla, la reina fue llevada
l levada a la preparación para
el parto. Su cuerpo fue purificado con baños diarios de leche y lavanda salada, con
ingestas regulares de raíz de dara azul, y sus doncellas tejieron cintas simbólicas y flores
blancas en su cabello. Los humanos de la era novecientos creían que el descanso casi
total, particularmente de los deberes del trono,
t rono, era necesario para que un humano pudiera
concebir un hijo. Esta creencia no tiene fundamento en el estudio de los Organismos,
como se sabe ahora que los humanos pueden crear más de su tipo en casi cualquier
entorno, naciendo nueva vida ya sea que se desee o no, al igual que las malas hierbas.

Sin embargo, la reina Thea fue una excepción. Según todos los relatos de esa época,
incluidos los registros de la partera personal de la reina, Bryn, la reina, después de un
tiempo, se consideró estéril. A pesar de esto, acompañada solo por Bryn y una sola
doncella, la reina Thea se encerró en su habitación e insistió en siete semanas
semanas adicionales
de preparación ceremonial, seguidas de otros tres meses de intento de procreación co
conn el
rey Aedel. Ella repetiría este ciclo dos veces más antes de aceptar formalmente que no
podría tener un hijo.

En la era novecientos, año siete, después de la notable muerte del rey Aedel, la reina
Thea declaró que cualquier Creador capaz de construirle un niño, uno que pudiera imitar
perfectamente todo el funcionamiento de un humano, sería recompens
recompensado
ado con oro por
toda una vida. y un asiento a la diestra del trono.

A la manera de los humanos, que se rigen por los pilares defectuosos de la IIntuición
ntuición y
la Pasión, los Creadores pensaron que esta solicitud era imposible. Ellos estaban
equivocados.

—DE LOS INICIOS DE


DE LA ERA AUTOMA

POR EOK DE LA FAMILIA MEADOR, 2234610907, AÑO 4 ERA AUTOMA


OTOÑO
Año 47 EA
1
Cuando ella estaba recién creada y todavía frágil, y el tejido fresco de su piel era suave y
brillante debido a la
la creación, el padre
padre de Crier le había
había dicho:
—Siempre fíjate en los ojos. Así es como puedes distinguir si una criatura es humana.
Está en los ojos.
Crier pensó que su padre, el Soberano Hesod, estaba hablando de una metáfora, que
se refería a que los humanos poseían una clase especial de poder. El amor, una linterna
encendida en sus corazones; el hambre, un calor líquido en sus estómagos; sus almas,
pozos oscuros
oscuros en sus ojos.
Por supuesto, ella luego aprendió que no era una metáfora.
Cuando la luz golpea los ojos de un Automa de frente, el iris es de un oro brillante.
Un segundo de reflejo, refracción, como los ojos de un gato en la noche. Un destello de
oro, y sabías que esos ojos no pertenecían a un humano.
Los ojos humanos absorbían la luz entera.

Crier contó cuatro latidos: una liebre y tres crías.

El bosque parecía curvarse a su alrededor, los árboles convergiendo sobre su cabeza,


mientras que cerca de sus pies estaba la guarida de un conejo, una cálida madriguera bajo
la tierra escondida de los lobos y zorros… pero no de ella.
Se mantuvo imposiblemente quieta, escuchando las cuatro pequeñas pulsaciones
irradiando a través de la tierra, latiendo tan rápido que sonaban como un panal de abejas.
Crier agachó su cabeza, fascinada por el amortiguado zumbido de órganos vivos. Si se
concentraba, podía escuchar el aire moviéndose a través de cuatro pares de pulmones del
tamaño de un pulgar. Como todo los Automas, estaba Diseñada para captar incluso los
sonidos más leves y lejanos.
Tan profundo en el bosque, el amanecer apenas había tocado el suelo de los árboles,
el tiempo perfecto para cazar. No es que Crier disfrutase cazar.
La caza era un viejo ritual humano, tan viejo que la mayoría de los humanos ya no
lo usaban. Pero Hesod era un Tradicionalista e historiador de corazón, y albergaba un
aprecio único por las tradiciones humanas y la mitología. Cuando Crier fue Creada, él
había ungido su frente con vino y miel para la buena fortuna. Cuando alcanzó la mayoría
de edad a los trece, le había regalado
r egalado un vestido plateado con las fases de la luna bordadas.
Cuando él decidió que ella se casaría con Kinok, un Scyre de las Montañas Occidentales,
no hizo arreglos para que Crier participara en la tradición Automa de viajar al taller de un
Creador, para diseñar y crear un regalo simbólico para su futuro esposo. Él había
organizado una cacería.
Así que en realidad Crier no estaba sola en estos bosques. En algún lugar ahí afuera,
escondido bajo las sombras y los árboles, su prometido, Kinok, estaba cazando también.
Kinok era considerado un héroe de guerra. Él había sido creado mucho después de
la Guerra de Especies, pero ha habido numerosas rebeliones,
rebeliones, grandes y pequeñas, en las
cinco décadas desde la guerra misma. Una de las más grandes, una serie de golpes de
estado llamado los Levantamientos del Sur, había sido reprimida casi sin ayuda por Kinok
y su ingenio.
Además, él era el fundador y líder del Movimiento Anti-Dependentista, un grupo
político muy reciente que buscaba distanciar la especie Automa y la humanidad incluso
más. Literalmente. La mayoría de su agenda estaba centrada en construir una nueva
capital Automa en el Norte Lejano, en un territorio que era inhabitable para los humanos;
en lugar de continuar usando la capital actual, Yanna, la cual había sido una vez una
ciudad humana. Era, francamente,
francamente, ridículo. No tenías que ser la hija de
dell soberano para
saber que construir una nueva ciudad entera requeriría diez mil, cien mil, un millón de los
cofres de oro del rey, ¿y por qué un esfuerzo tan vano valdría tiempo y ese costo? Era una
fantasía.
Antes de que Kinok empezara el Movimiento Anti-Dependentista, aproximadament
aproximadamentee
tres años atrás, había sido un Guardián del Corazón de Hierro. Era una tarea sagrada,
proteger la mina que producía Corazonita,
Corazonita, y fue el primero en nunca dej
dejar
ar su puesto. Lo
cual, por supuesto, había causado mucha especulación entre la especie Automa. Que él
haya sido despedido, desterrado por alguna ofensa seria. Pero Kinok aseguraba que había
sido simplemente una diferencia de filosofías respecto al destino de su Especie, y nadie
había descubierto una razón más siniestra que esa.
La vez que Crier le preguntó sobre su pasado, él había sido elusivo.
—Esos fueron tiempos oscuros —había dicho—. Tan pocos de nosotros hemos visto
la luz alguna vez.
Ella no tenía idea a qué se refería. Tal vez lo estaba complicando demasiado: él había
estado viviendo en una mina, después de todo.
Aun así, los secretos que él guardaba (sobre el Corazón de Hierro, cómo operaba, la
ubicación exacta dentro de las Montañas Occidentales) lo hacían inherentemente
poderoso, y diferente. Muchos de los consejeros de su padre, (los Manos Rojas del
soberano, como eran llamados) parecían atraídos por Kinok. Como Hesod, Kinok atraía
cierta gravedad
Donde Kinok hacia él, cierta atracción,
era controlado aunque Hesod
y tranquilo, en dondeera
él era serio, Hesod
ruidoso, era jovial.
j ovial.
temperamental,
frecuentemente intrépido. Y determinado a casar a su hija con Kinok, a pesar de todos los
susurros y rumores. O quizás justamente por eso.
Meses antes de la llegada de Kinok, Crier y su padre habían paseado por los
acantilados.
—Los seguidores de Kinok son pocos y están dispersos, pero él está ganando
influencia a un ritmo que no creía posible —había explicado.
Ella había escuchado atentamente, tratando de entender su punto. Había oído
o ído de los
mítines de Kinok, si es que “mítines” es siquiera la expresión correcta. Eran
esencialmente solo reuniones intelectuales, en donde pequeños grupos de Automas
podían compartir sus ideales, hablar
hablar sobre política y progreso.
progreso.
—Scyre Kinok es un filósofo, padre, no un político —Crier había dicho—. No
representa una amenaza para ti.
Había sido a finales de verano, el cielo claro y delfinios azules. Crier solía atesorar
esas caminatas largas y lentas con su padre, acumulando momentos como piezas de
joyería, cosas bonitas para girar y admirar en la luz. Ella las esperaba cada
cada día. Eran sus
momentos, lejos del Consejo Rojo, lejos de sus estudios, en los que ella podía aprender
de él, y solo de él.
—Sí, pero su filosofía está ganando terreno entre los Creados, cuya protección y
reinado son responsabilidades tanto mías como tuyas. Debemos convencerlo de ingresar
a una familia. Para cerrar la brecha.
Crier se detuvo cerca de las
l as flores que recientemente habían empezado a florecer en
el borde del acantilado.
—Pero si él no está de acuerdo con los principios del tradicionalismo, seguramente
tampoco lo estará con el tipo de unión que propones. —Todavía no podía obligarse a sí
misma a decir matrimonio.
—Es lo que uno pensaría, pero tengo motivos para creer que aceptará la oportunidad.
A él le otorgaría poder y posición social. A nosotros, estabilidad y acceso. Seremos
capaces de rastrear lo que el Movimiento Anti-Dependentista está intentando lograr, y
controlarlos mejor.
—Así que no estás de acuerdo con el MAD —dijo Crier.

Hesod vaciló.
—Su opinión respecto a la humanidad es demasiado extrema para mi gusto. Una cosa
es dominar a aquellos que son inferiores, y otra completamente es comportarse como si
no existieran. Debemos construir las normas en base a la realidad de la que venimos. No
fuimos creados en un vacío, carentes de historia. Es ignorante pensar que no podemos
aprender de las estructuras ya existentes de los humanos.

—Piensas que el MAD es muy extremo… ¿Entonces consider arías peligroso a su


líder? —preguntó Crier.
—No —dijo Hesod fríamente. Luego, añadió —: No aún.

Y así lo había entendido. Crier era la venda para una herida, una que era pequeña,
por ahora, pero que tenía el potencial de infectarse con el tiempo. Una pequeña fractura
en el invulnerable reinado de Hesod, su control sobre todo Zulla, desde el mar oriental a
las Montañas Occidentales, exceptuando
exceptuando el territorio separado de Varn. Varn era parte de
Zulla, pero era aún gobernada por una monarquía Automa separada. La reina Junn, la

Niña Reina. La Reina


Reina Loca. La D
Devoradora
evoradora de Huesos.
Huesos.
Hesod no necesitaba más separación. Él quería unión.
Él quería mantener lo mismo que Crier sabía que Kinok quería:
Poder.
Ahora: las ramas sobre la cabeza de Crier estaban semidesnudas debido a la
proximidad del invierno, pero los árboles estaban tan densamen
densamentete comprimidos que
bloqueaban casi toda la débil
débil y grisácea luz
luz solar, envolviendo
envolviendo el suelo del
del bosque en las
sombras. En lo alto, las hojas eran como grabados cobrizos, mil manos agitándose en
tonos de rojo, naranja y dorado pulido; bajo los pies, eran del pálido marrón de llas
as cosas
muertas. Crier pudo oler tierra mojada y el humo de la madera, el olor de animales, la
clara esencia aviviendo
acostumbrada, pino y en
a la
lassavia de losdel
frías costas árboles. Era tan con
Mar Estrellado diferente a lo
el fuerte que
olor estaba
a mar. El
sabor de la sal en su lengua. El pesado olor a peces y algas podridas.
Les tomó medio día de viaje alcanzar estos bosques,
bosques, y Crier solo había estado aquí
una vez antes, alrededor de hace cinco años atrás. Al igual que los humanos, su padre
disfrutaba cazar ciervos. Ella recordaba haber comido unos cuantos bocados de carne de
venado caliente y condimentado, llenándose la barriga con comida que no necesitaba.
Más ritual que comida. Era el centro del tradicionalismo de su padre: adoptar hábitos y
costumbres humanas en la vida diaria. Decía que generaba sentido y estructura. Bajo la
mayoría de las circunstancias, Crier entendía las ventajas de las cr
creencias
eencias de Hesod. Era
por lo que lo llamaba “padre”,
“padre”, a pesar
pesar de no haber
haber tenido nunca
nunca una madre y dede no haber
nacido. Ella había sido comisionada, Creada.
A diferencia de los humanos, todo lo que los Automas realmente necesitaban era
Corazonita. Donde los cuerpos humanos dependían de carne y maíz, los cuerpos Automas
dependían de la Corazonita: un mineral rojo especial, impregnado con energía alquimista;
piedra bruta extraída de las profundidades de las Montañas Occidentales y luego
transmutada por alquimistas a una poderosa sustancia mágica. Así fue como Thomas
Wren, el más grande de los alquimistas humanos, los había creado cien años atrás cuando
diseñó a Kiera, la Primera. Los Automas todavía eran modelados de la misma manera.
Crier se arrastró por la maleza, manteniéndose
manteniéndose en las sombras más oscuras. Sus pies
eran silenciosos incluso cuando caminaba sobre pequeñas ramas y hojas secas. Nada sería
capaz de escucharla acercarse. Ni un venado, ni un ciervo. Ni siquiera otro Automa. Se
detenía de a momentos, escuchando sus alrededores: el sonido de pequeños animales

ydeslizándose porviejos.
de los cuervos los arbustos, el susurro
Fue cuidadosa del viento,suelritmo
de mantener cantocardíaco
de los pájaros
bajo. Sidel mediodía
se disparaba
demasiado repentinamente, la campana de peligro en la parte posterior de su cuello
emitiría una señal que solo los Automas podían escuchar, y todos sus guardias vendrían
corriendo.
El arco ceremonial era pesado en su mano. Había sido tallado de una pieza de caoba
oscuro, pulido hacia un brillo perfecto, e incrustado con vetas de oro, piedras preciosas y
huesos de animales. Las tres flechas enfundadas en su espalda eran igual de hermosas.

Una punta
para de hierro,
prosperidad
prosperidad. otrapor
. Hueso de dos
dplata, y la otra
os cuerpos de hueso.
unidos
unidos en uno.Hierro para fuerza y poder. Plata
Crujido. Crier se dio la vuelta, ya cargando una flecha y lista para disparar, pero
encontrándose cara a cara con el mismo Kinok. Se había congelado a mitad de camino,
parcialmente oculto
oculto detrás de un enorme roble, la mitad de su rostro os
oscurecido
curecido y la otra
mitad a la luz del sol. Cada vez que lo veía, lo cual ahora eran aproximadamente diez
veces por día desde que se había establecido en las habitaciones de invitados de su padre,
Crier recordaba lo apuesto que era. Como todo Automa, era alto y fuerte, de hombros
anchos, diseñado para ser aún más atractivo que los hombres humanos más hermosos. Su
rostro era un estudio a la sombra y la luz: pómulos altos, una mandíbula afilada, una nariz
delgada y filosa. Su piel era morena, un tono más claro que la suya, su cabello oscuro
recortado. Sus ojos marrones eran agudos y escrutadores. Los ojos de un científico, un
líder político. Su prometido.
Su prometido, el cual estaba apuntando la punta de hierro de su flecha directo a la
frente de Crier.
Hubo un momento, (tan breve que más tarde cuando pensó en ello no estaba segura
de que realmente eso había sucedido) en el que Crier bajó su arco y Kinok no lo hizo. Un
momento en el que se miraron el uno al otro y Crier se sintió levemente al borde de los
nervios.
Entonces Kinok bajó su arco, sonriendo, y ella se regañó por ser tan tonta.
—Lady Crier —dijo, aun sonriendo—. No creo que debamos interactuar entre
nosotros hasta que termine la caza…
c aza… pero eres más conversadora que los pájaros. ¿Has
atrapado algo ya?
—No, todavía no —dijo—. Estoy esperando un ciervo.

Sus dientes brillaron.


—Yo estoy esperando un zorro.

—¿Por qué?

—Son más rápidos que los ciervos, más pequeños que los lobos, y más listos
l istos que los
cuervos. Me gusta el desafío.
—Ya veo. —Ella se movió, captando el lejano altercado de un conejo en la maleza.
Las sombras motearon el rostro y los hombros de Kinok con la tonalidad de un caballo.
Todavía la estaba mirando, los restos de su sonrisa todavía apareciendo en las comisuras
de su impecable boca. —Le deseo suerte con su zorro, Scyre —dijo ella, preparándose
para rastrear el conejo
conejo—. Apunte bien.
—En realidad, quería felicitarla, mi lady —dijo repentinamente—. Mientras estamos
aquí, lejos del… del palacio. He oído que convenció al Soberano
Sobera no Hesod de dejarla asistir
a una reunión del Consejo Rojo la próxima semana.
Crier se mordió la
l a lengua, tratando de esconder su entusiasmo. Luego de años de casi
rogar, su padre había accedido a dejarla asistir a una reunión del consejo. Después de
años de estudiar historia, filosofía, teoría política, de leer y releer una cantidad de libros
equivalente a docenas de bibliotecas, de escribir ensayos y cartas y a veces hasta
acalorados pequeños manifiestos, ella finalmente, finalmente tenía permitido tomar
asiento entre los Manos Rojas. Tal vez incluso compartir sus propuestas para una reforma
del consejo. Como hija del soberano, participar del Consejo Rojo era su derecho; era tan
parte de ella como
como lo eran sus Pilares. Ella fue Creada para esto.
—Sabe, creo que tiene razón —continuó Kinok—. Leí la carta que envió a la
concejala Reyka. Sobre su propuesta de una redistribución en la representación del
Consejo Rojo. Tiene razón en que, si bien hay una voz para cada distrito en Zulla
exceptuando Varn, no hay una voz para cada sistema de valor.

—¿Usted leyó eso? —dijo Crier, con los ojos fijos en su rostro—. Nadie leyó eso.
Incluso dudo que la consejala Reyka lo haya hecho.
No pudo evitar el dejo de amargura en su voz. Era tonto, pero había pensado
pensado que la
consejala Reyka, entre todas las personas, la escucharía. Su argumento había sido que, en
los lugares de mayor densidad poblacional
poblacional humana, los intereses de esos humanos debían
de tenerse en cuenta y ser puestos en las manos de quienes se sentaban en el consejo de
su padre. Aunque se preguntaba si cuando Kinok había mencionado la frase, f rase, “sistemas de
valor”, estaba más interesado en sus propios valores, aquellos que estaba tratando de
esparcir en la tierra, a través del MAD, que en los valores de los
l os ciudadanos humanos.
Aun así, le halagó que lo haya leído. Significaba que sus palabras tenían más poder,
un mayor alcance, del que ella había pensado.
Esperó que Reyka lo hubiera leído también, pero sin ninguna respuesta solo le
quedaba pensar lo peor. Que Reyka pensaba que ella era ingenua y ttonta.
onta. A veces, Crier
se preguntaba si tal vez su padre también lo pensaba. Se había negado por tanto tiempo.
Pero Reyka siempre había tenido un punto débil por Crier. Al ser la miembro más
antigua del Consejo Rojo, Reyka siempre había sido como un mueble fijo en la vida de
Crier. Había visitado el palacio con bastante frecuencia. Cuando Crier era menor, Reyka
le traía regalos de sus viajes: viales de aceites de dulce aroma para el pelo, una caja
musical del tamaño de un pulgar, la extraña delicadeza
delicadeza oscura que eran los caramelos de
Corazonita.
Crier había llegado a pensar en ella de la misma forma en que los niños humanos de
los cuentos pensaban en sus madrinas. No podía decirle eso a Reyka, o a nadie. Era un
pensamiento tan débil y blando. Así que lo pensaba para sí misma, haciéndola sentir
cálida.
—Pues… —Kinok dio un paso adelante, la luz deslizándose en su rostro. Sus pisadas
eran silenciosas en medio de la alfombra de hojas secas. —Lo leí dos veces. Y estoy de
acuerdo. Los Manos Rojas no deberían basarse solo en el distrito, eso lleva a desequilibrio
y favoritismo. ¿Le has mencionado este asunto a tu padre?
—Sí —dijo Crier discretamente—. No fue increíblemente receptivo.

—Podemos trabajar en eso. —Ante su mirada de sorpresa, Kinok encogió un hombro.


—Estamos obligados a casarnos, ¿no es así? Estoy de su lado, Lady Crier, así como usted
está del mío. ¿Cierto?
—Cierto —se encontró a sí misma diciendo, mirándolo maravillada. ¿Qué nuevas
oportunidades le llegarían con este matrimonio? Por meses había pensado sobre esto
como nada más que una maniobra política prolongada, desagradable pero como una
última instancia soportable, como el hedor a pescado podrido en el aire del océano.
No se le había ocurrido
ocurrido que podría estar ganando un defensor,
defensor, as
asíí como un marido.
—Y si estamos en el mismo bando, hay algo que debería saber —dijo Kinok, bajando
la voz incluso cuando estaban completamente solos, ningún otro ser vivo más que los
conejos y los pájaros cerca—. Hubo un escándalo en la capital recientemente. Lo sé sólo
porque estaba con la consejala
consejala Reyka cuando
cuando ella se enteró de eso.
Crier casi pone en duda eso; no era secreto que la consejala Reyka odiaba todo sobre
el Movimiento Anti-Dependentista, incluyendo al mismo Kinok. Pero otra palabra captó
su atención.
—¿Un escándalo? —preguntó—. ¿Qué tipo de escándalo?

—Sabotaje de una Matrona.

Los ojos de Crier se ensancharon.


—¿A qué se refiere con sabotaje? —preguntó. Las Matronas eran una
una parte esencial
del proceso de Creación. Eran creadas para ser asistentes de los Creadores mismos, un

puente
mundo— en.tre
entre Creador
¿Qué y Diseñador.
hizo la Diseñador. Ayudaban
Matrona? Ayudaban a los Automas recién creados a adapt
adaptarse
arse al

—Falsificó un grupo de planos de Diseño para el niño de un noble. Fue un desastre.


El niño fue Creado mal. Más animal que Automa o incluso que humano. Su mente era
salvaje, violenta. Tuvieron que deshacerse
deshacerse de ello por la seguridad de la familia del noble.
—Es horrible —exhaló Crier—. ¿Por qué haría algo así la Matrona? ¿Acaso fue
locura? —Sabía que esa condición a veces atacaba a los humanos.
—Nadie lo sabe —dijo Kinok—. Pero, Lady, hay algo que debería saber.

Había algo extraño en su voz. ¿Advertencia? ¿Inquietud?


—Esta no fue su primera Creación —continuó Kinok, encontrando los ojos de Crier—
. Ella había estado trabajando con los nobles de Rabu durante décadas.
Un agujero pareció abrirse en el estómago de Crier, pero no estaba segura por qué.
—¿Quién era, Scyre? —preguntó lentamente
lentamente—. La Matrona. ¿Cuál era su nombre?
—Torras, su nombre era Torras.

Crier sujetó su arco tan fuerte que la madera crujió en protesta. Porque ella conocía
a la Matrona Torras.
La conocía, porque esa había sido la Matrona que había ayudado a crearla a ella.

Tan pronto como la caza terminó, con dos conejos y una codorniz capturada, y su grupo
regresó al palacio, Crier se retiró a su recámara, leyendo cuidadosamente de nuevo el “El
manual de la Matrona”,
Matrona”, un libro delgado y con encuadernación de cuero con el que se
había encontrado en el puesto de un vendedor de libros, y que había comprado con tanto
entusiasmo que incluso el vendedor se había visto alarmado. Se aseguró a sí misma que
una infracción como la que Kinok había mencionado era casi imposible.

No había
demasiado manera de
importante.de que su propio D
Diseño
iseño haya sido alterado, por supuesto.
supuesto. Ella era

Además, si hubiera algo mal, alguna Falla, algo diferente sobre ella, ya lo sabría…
¿no?
Es el deber de la Matrona Humana cuidar de la nueva Creación Comisionada
como lo harían por sus propios hijos Humanos.
Es el deber de la Matrona proveer a la nueva Creación Comisionada
Corazonita al igual que los portadores de niños proveen a los hijos
hij os Humanos de
leche.
Es el deber de la Matrona asegurarse que los mecanismos internos de la nueva
Creación Comisionada fueron Creados correctamente y sin ninguna Falla. La
nueva Creación Comisionada debe contener en su pecho los Cuatro Pilares:
Razón, Cálculo, Organismo e Intelecto. Similares al Temperamento Humano,
estos Cuatro Pilares son la base del Automa como individuo y de la Sociedad
como un todo.
Es el deber de la Matrona asegurarse que la nueva Creación Comisionada haya
sido Creado acorde al Diseño del Comisionado; si son descubiertas
discrepancias, la Matrona debe reportarlas en detalle al Jefe y a la Matrona al
mando, y continuar cuidando de la nueva Creación Comisionada hasta que una
decisión sea tomada.
Es el deber de la Matrona anteponer la continuidad de existencia de la nueva
Creación Comisionada por sobre la suya propia.
Es el deber de la Matrona anteponer la continuidad de existencia de la nueva
Creación Comisionada por sobre la del resto.
En el extraño caso de una Orden de Terminación ordenada por el Soberano,
con el apoyo unánime del Consejo Rojo, solo entonces la Matrona deberá hacer
una excepción a la Ley y permitir que la Comisión Fallada sea terminada.

—DE EL MANUAL DE LA MATRONA

POR LA MATRONA HALLA DE LA SALA DE CREACIONES RM437 DEL


ESTADO SOBERANO DE RABU.
2
Luna fue asesinada en un vestido blanco.
Había pasado una semana desde su muerte, y el vestido que había sido arrancado de
su cuerpo y colgado en el poste más alto, todavía ondeaba con la leve brisa. Era una
especie de símbolo, o advertencia. Ahora, el vestido estaba podrido por el agua de lluvia,
pero aún había algunas partes lo suficientemente blancas
blancas como para
para captar la luz del
del sol.
Para captar la mirada.
Ayla no podía dejar de mirarlo, y cada vez que lo hacía sentía otra vez, como
puñetazo en el estómago, lo que le había sucedido a Luna. Y ahora, días después, el
recordatorio se extendía entre los humanos como lo hacía el mismo vestido al viento
veraniego. Nadie sabía siquiera lo que Luna había hecho. El por qué los guardias del
soberano la habían asesinado.
Ayla continuó su camino a través
t ravés del mercado. Generalmente trabajab
trabajabaa en las huertas
del palacio del soberano Hesod,
Hesod, sembrando semillas y recolectando
r ecolectando canastas de manzanas
maduras, pero uno de los sirvientes estaba prácticamente delirando de fiebre y le habían
ordenado que lo reemplazase. Durante la semana pasada se había unido al grupo de
exhaustos sirvientes, que salían de sus camas a mitad de la noche solo para poder llegar
al pueblo más cercano, Kalla-den (unas buenas cuatro leguas de costas traicioneras y
rocosas desde el palacio)
palacio), y establecer su mercadería para el amanecer. Hubiese sido
miserable sin importar qué, pero que el vestido sin cuerpo de Luna le dé la bienvenida al
mercado, empeoraba todo. Era como un fantasma. Como un pálido pez en aguas oscuras,
parpadeando en los bordes de de la visión de
de Ayla.
Ayla había trabajado en el palacio del soberano durante los últimos cuatro años.
Habían sido solo meses desde que pudo finalmente salir de los establos y entrar en el
cuidado de los huertos. Algunos días estaba tan cerca de las paredes blancas del palacio
que podía oler el fuego de la chimenea, sentir el humo en su lengua. Y aun así… todavía
no se las había arreglado para meterse dentro.
Nada importaba
i mportaba hasta que entrase. Y ella había prometido hacerlo, para cobrar su
venganza, incluso si eso la mataba.
Pero ahora Ayla miraba el mercado, a la
l a multitud de elegantes y hermosos Automas
(sanguijuelas) y trataba de mantener el odio y desagrado fuera de su rostro. Nadie le
compraba flores a una chica con cara de preferir estar vendiendo veneno.
—¡Flores! —gritó, tratando de mantener su voz ligera. Era casi anochecía, era casi

tiempo de rendirse por ese día, pero todavía había demasiadas guirnaldas sin vender en
su canasta. —¡Tenemos flores marinas, flor de manzana, las sales de lavanda más lindas
de la costa!
Ni una sanguijuela miró en su dirección. El Mercado Kalla-den era un caos del
tamaño de un reino metido en un área del tamaño de un granero, y era tan ruidoso que
podías oírlo desde media legua de distancia. El mercado estaba formado por puestos de
vendedores empujados unos contra otros, sus carretillas y cestas rebosantes de frutas

confitadas,
otoño. pasteles,
Habían pescado fresco,
pescado
sanguijuelas apiñadasostras que olían
alrededor de acanastas
muerte incluso bajodeel Corazonita,
de polvo débil sol de
enterrando las puntas de sus dedos en los finos granos rojos, llevándolos a sus labios para
evaluar su calidad. Habían pollos enteros o patas de cabra girando en asadores, asándose
lentamente, el humo llenando el aire al punto de hacer lagrimear los ojos de Ayla; había
vino y sidra de manzana y pilas de coloridas especias; había una multitud de humanos
sucios, esqueléticos y desesperados vendiendo sus mercancías a una oleada interminable
de Automas.
Y por supuesto, las filas y filas de las preciadas manzanas del sol de Hesod, brillando
como tantas joyas rojas, su color casi tan carmesí y brillante como el de la misma
Corazonita.
Pero la mayoría de los Automas parecían tratar al mercado como una de esas
atracciones callejeras. Adelante, amigos. Miren todo lo que quieran. Miren a los
humanos. Miren a los animales de carne y hueso. Observen, por qué no. Mírenlos sudar
y chillar como cerdos.
cerdos.
Lo único bueno del mercado era Benjy. Lo miró mientras gritaba “¡Flores!” de
nuevo. Era lo más cercano a un amigo que Ayla se permitiría. Lo conocía desde que tenía
doce años y estaba hundida por el dolor. En medio de todo lo que le acababa de pasar.
A diferencia de Ayla, Benjy estaba acostumbrado a la locura de Kalla-den. Incluso
parecía alegrarse en ella, sus ojos marr
marrones
ones radiantes y brillantes, el sol resaltando las
pecas en sus morochos cachetes. El primer día que que Ayla se le unió
unió en el m
mercado,
ercado, casi
casi se
le habían salido los ojos de lugar mientras él le señalaba todas las cosas emocionantes que
quería que Ayla viera. Coloridas esferas de cristal, insectos mecánicos con alas a cuerda,
pedazos de pan azucarado con forma de animales. En el segundo día, Benjy le mostró a
Ayla el lado secreto y oculto del mercado: objetos C Creados.
reados. Estos eran cosas prohibidas
creadas por alquimistas, Creadores, y pasadas de mano en mano en las sombras,
escondidas por el polvo y la multitud. Objetos más pequeños que el meñique de Ayla,
pero valuados en el doble de susu altura en
en oro. Poseer un objeto
objeto Creado para los huma
humanos
nos
estaba prohibido, ya que los objetos Creados eran el resultado de la alquimia y
considerados peligrosos,
peligrosos, poderosos. Después de todo, los mismos Automas eran Creados.
Quizás no les gustaba el recordatorio de que ellos, también, fueron alguna vez tratados
como chucherías y juguetes. Los objetos Creados eran completamente ilegales y, por lo
tanto, tentadores.
Ayla no le veía el sentido a la tentación, excepto en un solo caso. El medallón que
colgaba alrededor de su cuello. El único resto que tenía de su familia,
f amilia, un recordatorio de
la violencia que había sufrido, y de la venganza que planeaba tomar. Ni siquiera sabía
cómo funcionaba, o si realmente funcionaba, pero sabía que era Creado, y que estaba
prohibido, y que era
era lo único que podía llamar suyo.
suyo.
—¿Vas a ayudarme o no? —dijo Ayla ahora, pinchando sus costillas. Él chilló. —
He gritado tanto en la última hora que me duele la cabeza, es tu turno.
Él la miró, entrecerrando los ojos a la luz del poniente sol.

—El día terminó. Escucha esto de alguien que ha hecho esto cientos de veces Todo
lo que alguien está dispuesto a comprar ahora es Corazonita.
Ayla resopló.
—Tú más que nadie sabes que si no vendemos hasta la última de estas flores no
tendremos cena.
—Créeme, lo sé. Mi estómago ha estado gruñendo desde media mañan
mañana.
a.
—¿Tienes comida escondida en los cuarteles?
—No —dijo tristemente—. Tenía algunas ciruelas secas guardadas en el cobertizo
del viejo jardinero, pero la última vez que me fijé ya no estaban. Supongo que alguien

ymás las encontró.


jugueteó con una—de
Tiró
lasdeguirnaldas
sus desordenados
que aún rizos
teníanoscuros, se limpió
que vender. Así el
erasudor de siempre
Benjy, la frente
en movimiento. Habría hecho que Ayla se pusiera nerviosa si no fuese porque estaba
acostumbrada a ello.
—El mundo está lleno de ladrones, ¿o no? —dijo Ayla con un dejo de diversión.
Benjy arrancó un pétalo de una de las flores marinas.
—Como si tú misma no fueses una ladrona.
Ella sonrió.
La primera vez que Ayla se encontró con Benjy, él había parecido más un ciervo que
un chico.
pero De piernas
un tipo de enojolargas, torpe
suave. Unytipo
con de
los enojo
ojos bien abiertos,Su
inofensivo. dulce y joven
familia no yhabía
enojado,
sido
asesinada por los hombres del soberano. Nunca la había conocido en absoluto, su madre
lo había dejado en las puertas de un viejo templo, todavía húmedo del nacimiento. Si
hubiese sido Ayla, ella sabía que hubiese sido consumida por la necesidad de rastrearlos,
de encontrar a su madre biológica, de preguntarle un millón
mill ón de cosas que empezaban con
por qué. Pero Benjy no era así. Había sobrevivido bajo el cuidado de los curas del templo
por nueve años,
años, y después había huido. Tres meses después, Rowan
Rowan lo había acogido.
acogido.
El enfado de Benjy era diferente ahora. Había crecido, aprendido más sobre este
mundo roto, aprendido sobre la Revolución. Un poco de rencor se había filtrado en él; un
poco de pasión. Pero todavía era blando. Siempre lo sería. Durante años, esa blandura
había enfadado a Ayla. Le había hecho querer agarrar sus hombros y sacudirlo hasta que
un poco de furia saliera.
Después de todo, fue la furia la que había mantenido viva a Ayla todos esos años;
una furia que había encendido una llama en su pecho y la había hecho continuar por pura
ira.
Cuando no tenía una fogata que la mantuviera cálida, se imaginaba la mirada en el
rostro de Hesod cuando su preciada hija yaciera en las manos de Ayla, destruida e
irreparable. En los días en los que su estómago parecía encogerse por la falta de pan, se
imaginaba una versión
ojos y diciendo: Esto esmayor
por miyfamilia,
más fuerte de sí misma
sanguijuela mirando a Hesod directo a los
asesina.
Ayla escaneó la multitud, sintiéndose horriblemente pequeña y blanda, un ratón
rodeado de gatos. Los Automas se parecían a los humanos tanto como las estatuas; podrías
ser engañado desde lejos, pero una vez que te acercabas podías ver todas las diferencias.
La mayoría de las sanguijuelas medían alrededor de un metro ochenta, algunos incluso
más, y sus cuerpos, sin importar la forma o tamaño, eran agraciados y de músculos
marcados. Sus rostros eran angulares, sus rasgos afilados. Eran diseñados en la Sala de
Creaciones, cada uno esculpido para ser hermoso, pero era una belleza escalofriante. Un
poco de vanidad enfermiza: ¿Cuán grandes podemos hacer sus ojos? ¿Qué tan filosos
sus pómulos? ¿Cuán perfectamente simétricas sus facciones?
Había también algo raro en el aspecto de la piel de una sanguijuela. Seguro, era
perfecta. Sin poros, sin vellos, sin pecas o quemaduras de de sol o cicatrices, solo
solo piel ssuave
uave
y lisa. Pero más allá
all á de eso, era la
l a forma en que lucían tallados
t allados de piedra, indestructibles.
Era la forma en la que su piel se estiraba sobre sus músculos y huesos diseñados a mano.
Como si apenas pudiese mantener al monstruo dentro.
Las sanguijuelas se habían permitido olvidarse de que habían sido creados por los
mismos humanos que ahora trataban peor que a los perros. En los cuarenta y ocho años
que había pasado desde su ascenso al poder, se habían permitido convenientemente
olvidar su pasado. Olvidar que una vez fueron meramente mascotas y juguetes de la
nobleza humana.
Ayla tampoco se permitía pensar sobre su propio pasado. El fuego, el miedo, la forma
en la que la pérdida vivía en la cavidad de su pecho, la forma en que la carcomía desde el
interior. Pensar de esa forma no era la manera en la que sobrevivías.
Ella y Benjy levantaron el puesto antes de que se pusiera el sol, con el objetivo de ya
haber desaparecido cuando la oscuridad cayera en Kalla-den. Al tiempo que tomaban
t omaban un
atajo a través de un pasaje, con canastas de flores marinas sin vender amarradas a sus
espaldas, alguien cayó unos pasos detrás de ellos. Ayla volteó la mirada y, a su pesar, casi
sonrió cuando vio a Rowan.
Rowan era una costurera que vivía y trabajaba en Kalla-den. Al menos, eso es lo que
era en el exterior.
Para las personas como Ayla, era algo completamente diferente. Una mentora. Una
entrenadora. Una protectora. Una madre para los perdidos, los golpeados y los
hambrientos. Ella les daba refugio. Y les enseñaba a dar pelea.
No podrías adivinarlo por su apariencia. Tenía una de esas caras en las que no podías
determinar cuántos años tenía (los únicos signos de su edad eran su pelo plateado y las
ojos ) y era baja, incluso más baja que Ayla. Lucía
ligeras arrugas en las esquinas de sus ojos)
más como un gorrión regordete saltando alrededor, plegando sus alas. Dulce e inofensivo.
Como muchas otras cosas, era una mentira cuidadosamente construida. Rowan no
era un gorrión. Era un ave de presa.
Siete años atrás, había salvado la vida de Ayla.

Tenía tanto frío que ya no se sentía como frío.


frí o. Ni siquiera quemaba. Apenas
notó el aire invernal, la nieve empapan
empapando
do sus andrajosas botas, los cristales
de hielo que azotaban su rostro y dejaban su piel roja y en carne viva.
Estaba fría desde dentro hacia fuera, el frío pulsaba a través de ella con
cada desvaneciente latido de su corazón. Débilmente, ella supo que así era
cómo se sentía justo antes de morir.
Era reconfortante.
Estaba tan fría, y tan cansada de estar sola. Tan cansada de sentir
dolor. Lo último que había comido había sido un trozo de carne a medio
pudrir tres
t res días atrás. Tal vez cuatro. El tiempo
t iempo se había vuelto borroso,
rodando sobre sí mismo y quedando patas para arriba como un animal
muerto. Ayla ya no tenía hambre. Su estómago había dejado de hacer ruido.
Silenciosamente, se estaba comiendo los pocos músculos que le quedaban.
Había una mancha de oscuridad más adelante. Oscuridad, lo cual
significaba algo sin cubrir por la nieve. Ayla tropezó hacia adelante, el
suelo inclinándose de maneras extrañas bajo sus pies. Sus ojos continuaban
cerrándose contra su voluntad. Los forzó a abrirse de nuevo, su cabeza
martillando, su visión reducida a un agujero de luz del tamaño de un alfiler
al final de un largo, largo túnel. La oscuridad estaba allí. Tan cerca. Gris,

una pared de piedra. El marrón oscuro de adoquines.


Era un pequeño espacio entre dos edificios. Un techo inclinado
protegía el piso de la nieve. Ayla se arrastró
arrastró al espacio oscuro y sin nieve,
y sus piernas se rindieron. Golpeó la pared a un costado y cayó
bruscamente, su cráneo crujiendo contra los adoquines. Y allí permaneció.
—Oye.
Sus ojos estaban cerrados.
—¡Oye!¡Despierta!
No. Finalmente sentía
sentía calidez.

—¡Despierta, idiota!
Un sonido como el de una ostra golpeando una roca; una presión
afilada y punzante en su mejilla. Calor, por un momento. Alguien estaba
hablando, tal vez, pero estaba muy lejos, y Ayla no podía distinguir las
palabras. El cansancio se cernió sobre su cabeza como agua
agua,, y ella se dejó
ir.

Fue solo más tarde que supo qué tan lejos Rowan había arrastrado su cuerpo hacia el
calor y la seguridad, antes de darle salud de nuevo.
En ese entonces, el pelo de Rowan todavía había sido marrón, las manchas plateadas
solo en sus sienes. Pero sus ojos eran los mismos. Profundos y firmes.
—Estabas lista para morir —había dicho.
Ayla no respondió.
—No sé exactamente qué te sucedió —dijo Rowan—, pero sé que estás sola. Sé que
has sido dejada de lado, abandonada para morir en la nieve como un animal. —Ella
alcanzó y tomó las manos de Ayla, sosteniéndolas entre las suyas. Se sintió como ser
acunada: como ser enteramente sostenida. —Ya no estás sola. Puedo darte algo por lo
que luchar, niña. Puedo darte un propósito.
—¿Un propósito? —había dicho Ayla. Su voz era débil, rasposa.
—Justicia —dijo Rowan, y apretó las manos de Ayla.

—Hay luna llena —dijo Rowan ahora, mirando hacia arriba, en el tono tranquilo y
codificado que Ayla había llegado a conocer tan bien.
Los tres se movían fácilmente a través de la multitud de humanos, acostumbrados a

esquivar gente
especie de y carretas
bendición y perros
extraña: callejeros.
un millón El caos
de voces de las calles
humanas de Kalla-den
gritando al mismo era una
tiempo
significaba que era el lugar perfecto para conversaciones que no quieres que nadie
escuche.
—Cielos despejados últimamente —dijeron Ayla y Benjy al unísono. Nada que
reportar.
Había sido Rowan, por supuesto, quien les había enseñado el lenguaje de la rebelión.
Una ramita de romero pasada entre manos en una calle concurrida, guirnaldas tejidas con
flores con significados simbólicos, mensajes en código escondidos dentro de barras de
pan, historias de hadas o canciones folclóricas antiguas usadas como contraseñas para
determinar en quién podías confiar. Rowan les había enseñado todo. Había salvado a Ayla
primero, a Benjy
Benjy unos meses después.
después. Los había acogido. Vestido. Enseñado cómo rogar,
y luego cómo encontrar trabajo. Alimentado. Pero también les había dado algo nuevo por
lo que tener hambre: justicia.
Porque ellos nunca tendrían que haber necesitado rogar en un primer lugar.
—¿Hay noticias? —preguntó Benjy.
Benjy.
—Un cometa estará cruzando los cielos sureños —dijo Rowan con una sonrisa—.
Dentro de una semana. Será una noche hermosa.
Benjy tomó la mano de Ayla y la apretó. Ella sabía lo que el código significaba: un
levantamiento en el sur. Otro más. Llenó su estómago de sospecha y temor.
Doblaron en una calle más ancha, la multitud disminuyó un poco. Ahora hablaban
más suavemente.
—Cruzando el sur —repitió Ayla. Su corazón se hundió. —¿Y cuántas estrellas
habrá en los cielos sureños?
—Oh, he oído que cerca de doscientas.
—Doscientas —repitió Benjy, con ojos brillantes.
Doscientos humanos
humanos rebeldes reuniéndose
reuniéndose en el Sur.
—Ya va siendo hora, amores.
Rowan se había ido tan rápido como había aparecido, dejando solo un arrugado
folleto en las manos de Benjy. Un folleto religioso, algo sobre dioses y creyentes. Ayla
sabía que estaría lleno de códigos, códigos que solo aquellos en la Resistencia podían
descifrar.
A una parte de Ayla le preocupaba que Rowan siguiera albergando esperanzas en
es
estos
tos levantamientos, en eso que llamaba “justicia”, a causa de su pena por Luna y su
hermana, Faye. Después de todo, habían sido dos de los niños perdidos de Rowan, al igual
que Ayla y Benjy. Era sabido en el pueblo que cualquier niño huérfano podía encontrar
comida y asilo con Rowan. Ayla recordaba cuando Faye y Luna habían venido con
Rowan, luego de que su madre muriera. Ayla le había agarrado cariño a Luna
inmediatamente, una niña de sonrisas tímidas y dulces preguntas. Faye había sido más
quisquillosa y desconfiada, demasiado parecida a Ayla como para que se lleven
ll even bien. Pero
aun así, habían crecido juntas. Y Ayla sabía que el corazón blando de Rowan aún estaba
afligido por las dos hermanas. Aquellas dos niñas que había tratado de salvar.
Dos niñas a las que, en su mente, les había fallado.
Y en medio de ese dolor, Rowan estaba dispuesta a enviar más inocentes para
encontrar más de su “justicia”.
A lo largo
l argo de los años, habían recibido información de levantamientos aquí en Rabu,
pero cada uno de ellos había sido sangriento y reprimido rápidamente. El Estado Soberano
de Rabu era controlado por el Soberano Hesod. Su reinado había llegado a extenderse
sobre toda Zulla, exceptuando el territorio de Varn. A pesar de asegurar de que él no tenía
todo el poder,
compartía ya que se suponía
el gobierno de Rabu,que el Consejo
Ayla apenas Rojo
creía(un
quegrupo
eso de aristócratas
fuera Automas
Automas)
cierto. Hesod era)
enormemente rico e influyente. También tenía hambre de poder. Había sido su padre el
que había liderado las tropas Automas en la Guerra de Especies. Él había sido el primero
en declarar que los humanos debían ser separados de sus familias. Y era en su propia
tierra, en los vastos terrenos del palacio al lado del mar, en la que vivían y trabajaban
Ayla, Benjy y cuatrocientos sirvientes humanos más.
El Consejo Rojo era cruel, despiadado y, lo peor de todo, creativo.
creati vo. Esa era una de las
razones
del por las
Consejo y que la Revolución
sus leyes cada veziba tanrigurosas.
más lenta, la gente estaba
Incluso tan debía
Ayla malditamente
admitir aterrada
que sus
miedos estaban bien fundamentados. Luna, y su vestido incorpóreo, eran la prueba de
ello.
Benjy la miró mientras subían el abruptamente inclinado camino hacia el palacio,
sus ojos llenos de esperanza y emoción. El mensaje era claro: él quería unirse. Incluso
después de los desastrosos levantamientos del año pasado.
Ella meneó su cabeza. No. Él lo sabía. Él sabía que ella no podía irse ahora, esta
noche. No cuando estaba así
así de cerca del interior del palacio. Y de Cri
Crier.
er.
La sonrisa de Benjy desapareció.

—Ayla.
—No —dijo ella—. No voy a ir. —¿Quería lo que él quería? ¿Quería ver a las
sanguijuelas muertas? Por supuesto, pero no así. No cuando implicaba un rastro de sangre
humana, no cuando estaba condenado a ser en vano. No estaba lista para perder a nadie
más. La última vez que había habido un levantamiento en el Sur, fue reprimido casi de
inmediato, y ese levantamiento había sido masivo, con casi dos mil humanos marchando
marchando
a través de la ciudad de Bram, armados con antorchas y salitre, dispuestos a tomar el
corazón de la ciudad donde vivía el Automa más poderoso. Habían sido derrotados en
una sola noche. El Automa que había liderado el contraataque, el que los había destruido,
se había vuelto un héroe de guerra condecorado. Un nombre famoso, un monstruo
famoso. Kinok.

ahoraBenjy guardóasilencio,
iba dirigido ella. Laspero Ayladefinalmente
pisadas pudo determinadas,
él se alargaron, sentir su enojo,mientras
pudo sentir que
llegaban
al angosto camino que se curvaba hacia el palacio. EllaEl la pudo ver los techos más altos de
las torres del palacio desde la distancia.
Se apuró para alcanzarlo, jadeando por el calor. Ahora ya estaban más lejos de la
multitud. Agarró su hombro, y él dejó de caminar tan abruptamente que casi se choca con
él.
—Ya sé lo que vas a decir —dijo él entre dientes.
Ayla luchó por recuperar el aliento.
—Podrías. . . ver el cometa sin mí. —Las palabras le rayaron la garganta como si
hubiera tragado un bocado de sal.
Sus ojos marrón oscuro se clavaron en los de ella. La brisa
bri sa bailó en su desordenado
pelo. Había crecido,
crecido, más alto y ancho
ancho que ella. Ella mantuvo su mir
mirada.
ada.
Por un minuto entero, él no dijo nada. Se mantuvieron ahí, respirando con dificultad,
mirándose el uno al otro. Pensando lo mismo: era muy pronto.
Ayla quería decir: No me dejes.

Ayla debería haber dicho: Déjame. Porque tal vez sería mejor así.
La furia de Benjy pareció transformarse en tristeza, sus labios entre abriéndose.
Finalmente, dijo:
—No lo haré. No iré sin
sin ti y lo sabes.
sabes.
Lo sabía. Y eso la asustaba más que nada. Él no la dejaría. Eso hacía que su corazón
se enfureciese. Vete, quería gritar. No te quedes
quedes por mí.
Pero después, otra parte de ella, enterrada tan profundamente que casi, casi se había
quedado callada, sabía que no podía hacer esto, nada de esto, sin él.
Sus labios estaban aún ligeramente entreabiertos, como si hubiese algo más que
quisiese decir. Ella sabía cuánto necesitaba
necesitaba esto. Revolución. Sangre. Cambio. Esperó a
que continuase, que tratara de convencerla. Pero él también sabía cuánto ella quería lo
que quería: la sangre de Lady Crier en sus manos.
Así que al final, Benjy solo suspiró. Más y más sirvientes empezaron a pasar a su
lado en la ruta del estrecho pasaje, y Ayla dejó espacio de por medio entre ella y Benjy,
manteniendo sus ojos en el desnivelado camino mientras continuaban rumbo a sus
cuarteles en silencio, con el pasado apilándose en sus pensamientos como palazos de
tierra.
Después de lo que Ayla había llegado a pensar como ese día, el día que cambió todo,
el punto de división en su mente, el suceso que dividió
divi dió su vida en un antes y después, la
pesadilla que
que la despertaba
despertaba por
por las noches, la mancha
mancha de sangre,
sangre, eell hueso astillado que
que no
sanaría, ese día, Ayla se había permitido una semana para llorar y lamentar.
Incluso a los nueve años, ella había sabido que era demasiado fácil ahogarse en el
dolor, ser arrastrada hacia abajo y nunca volver a subir. Una semana, se había dicho. Una
semana.
Una semana para llorar la muerte de toda su familia.
Mamá. Papá. Su hermano mellizo, Storme, quien había amado a Ayla más que a nada
en el mundo. Quien había sido arrebatado de ella, tratando de protegerla de ellos. Storme,
quien, por el sonido de sus gritos ininterrumpidos, había encontrado su fin en ese
momento, justo entre las paredes del que había sido su hogar.
No podías depender de
de mucho en este mundo, pero
pero podías depender de esto: el amor
no
un trae más
ciervo que muerte.
herido. Donde
Ayla había existía eleso
aprendido amor,
de lalamanera
muertedifícil.
lo seguiría, un lobo rastreando
Ahora tenía dieciséis, y todo lo que siempre había querido estaba casi al alcance de
sus dedos.
Cuando Rowan la había rescatado, Ayla solo tenía su sufrimiento y su furia.
Pero un día, después de un mes estando con Rowan, un grupo de humanos nómadas
habían llegado a la ciudad. Rowan le había dado a Ayla una opción. Irse con estos
humanos viajeros, dejar todo su dolor y sus memorias atrás y empezar de nuevo. O
quedarse bajo la protección de Rowan. Rowan la cuidaría hasta que pudiese encontrar
trabajo. Y Ayla aprendería a pelear, a vivir, y a planear justicia.
Hesod. La sanguijuela que ordenó el ataque al pueblo de Ayla.
Habían sido los hombres de Hesod los que habían irrumpido en el hogar de la
infancia de Ayla, los que habían asesinado a su familia tan solo porque podían.
Hesod se enorgullecía de haber esparcido el Tradicionalismo a lo largo de Rabu, la
creencia Automa de moldear su sociedad en base al comportamiento humano, como si
los humanos fueran una civilización perdida tiempo atrás de la
l a que podían seleccionar los
mejores atributos para imitar. La familia era importante para el Soberano Hesod, o al
menos eso era lo que él y su consejo predicaban. Ayla no había olvidado la ironía.
Y ahora trabajaba para él. La asqueaba, cada segundo de ello, pero era la única forma
en la que podría acercarse a Hesod. Había llegado tan lejos. No iba a arrojarlo todo por la
borda por algún sueño
sueño de revolu
revolución
ción condenado
condenado al fracaso.
Rowan siempre le había dicho que la
l a justicia era la respuesta. Y por mucho tiempo,
Ayla le había creído. Había creído que la revolución era posible, que, si los humanos
continuaban alzándose, negándose
negándose a ser sometidos, podrían realmente cambiar las cosas.
Pero Ayla había entrado en razón ahora. Con el paso de los años, había visto lo inútiles
que eran los sueños de Rowan. Cada levantamiento había fallado; cada plan brillante
había sido aplacado; cada maniobra nueva solo resultaba en más muertes humanas.
La justicia era una diosa, y Ayla no creía en cosas tan infantiles.

Ella creía en la sangre.


3
El padre de Crier, y Kinok ya estaban en el gran salón para el desayuno cuando ella llegó
esa mañana usando un nuevo vestido. Las cabezas de su padre y de su prometido
prometi do estaban
inclinadas en una discusión que se cortó tan pronto como Crier entró.
Por un momento, ella se quedó mirando a su padre, el hombre que la había
comisionado. Hesod era una obra maestra de Diseño. Fue Creado para ser poderoso,
influyente, brillante incluso para un Automa, respetado por todos en Zulla. Cuando
hablaba, la gente lo escuchaba.
escuchaba.
¿Qué diría de la traición de la Matrona Torras?
No le había dicho aún.
La asustaba hacerlo.

Kinok había mencionado el escándalo una semana atrás, durante la Caza, y aun así se
lo había guardado para ella.
Se sentó en la mesa frente a Kinok. El gran salón, en el ala este del palacio, podía dar
lugar a cincuenta personas fácilmente. Era enorme, espacioso, con un techo alto y
arqueado y una gigante mesa para banquetes hecha de pino lustrado. Pero a pesar de su
amplitud, la mayoría de los días solo veía a Hesod, Crier y un puñado de sirvientes. Y, a
lo largo de esos meses de cortejo, Kinok.
—Buenos días, mi Lady —dijo Kinok. Crier asintió a forma de saludo, evitando su
mirada.
—Hija —dijo Hesod, y Crier se las arregló para mirarlo a los
l os ojos.
—Padre —murmuró.
Un sirviente, un chico, vino trayendo una fuente dorada y, con ella, Corazonita líquida.
La joya subterránea, cuidadosamente extraída, era la fuente de la fuerza de los
Automas. Corría por sus venas, sus mecanismos internos, no como la sangre humana,
sino como el icor, la sangre de los antiguos dioses en todos los libros de cuentos humanos.
Algo más cercano a la magia, la alquimia, que a algo natural.
Crier se enderezó en su asiento.
La Corazonita líquida fue servida en una taza de té con la forma del cráneo de un
pájaro, con una gran asa tallada de la misma Corazonita. Vapor salía de las cuencas de
los ojos del pájaro. Crier trató de no lucir
l ucir ansiosa cuando levan
levantó
tó su taza.
Necesitaba esto. Especialmente
Especialmente luego de lo que Kinok le había contado la semana
pasada. Sobre el escándalo de la matrona, el Diseño que había sido alterado. Hacía que
su estómago se endureciera y se retorciera por dentro pensar que existía incluso la más
mínima posibilidad de que su propio Diseño corriera riesgo. No había dormido desde
entonces.
Los Automas no necesitaban noches de descanso como los humanos, pero era
recomendable tener al menos seis horas de sueño cada tres
t res días. Dormir lles
es permitía a sus
órganos ralentizarse y reajustarse, les permitía a sus cuerpos reparar cualquier daño,
interno o externo. Usualmente Crier era muy diligente respecto a tener la cantidad de
sueño adecuada, lo encontraba casi gratificante, acurrucarse en las suaves sábanas y mirar
la luna alzarse fuera de su ventana.
Se sentía como si fingiera ser humana.
Pero desde que Kinok había vuelto al palacio, a Crier le había costado más y más
despejar su mente lo suficiente como para dormir.
El chico sirviente llenó la taza de Crier. El líquido que vertió era de un rojo oscuro y
profundo, el color del polvo de
de Corazonita impregnó el aguagua.
a. Era menos concen
concentrado
trado de
esta forma, pero era más fácil de digerir, y además Hesod había encontrado placer en
imitar las costumbres humanas, como tomar el té a la mañana. A diferencia de otros
miembros del Consejo Rojo, él creía que los Automas podían aprender de los humanos.
La cultura humana había sido, después de todo, la base de la estabilización a través de
Rabu: Organización, Sistema, Familia. Los valores centrales de Hesod. Nunca debemos
olvidar, decía, que por miles de años los reyes de estas tierras eran todos humanos. Y los
reyes humanos comenzaban
comenzaban su día con té.
Crier se estiró para alcanzar la taza, pero en su apuro su mano se sacudió. Salpicó el
líquido.
—Mis disculpas —ella murmuró, agarrando su servilleta para secarlo.
La mano de Hesod se posó sobre la suya, deteniéndola.
—No. Para eso están
están ellos aquí. —Chasqueó sus dedos hacia el chico sirviente.
Crier bajó su mirada.
Cuando él terminó, ella sostuvo su taza otra vez, con cuidado. Un sorbo de Corazonita
líquida, y Crier sintió el poder esparciéndose a través de ella. Era como pisar un espacio
iluminado por el sol, como deslizarse en una bañera caliente, una sensación lenta y
agradable que la calentó de pies a cabeza. Cualquier efecto negativo de la falta de sueño
se había esfumado ahora. Crier se sintió más fuerte por todas partes, como si pudiera salir
corriendo del Gran Salón y no detenerse hasta llegar a las Montañas Aderos, a quinientas
leguas de distancia. Incluso su cerebro se sintió más fuerte, más claro. Escondió una
sonrisa de satisfacción detrás de su taza.
—¿Hay algo que encuentre divertido, Lady Crier? —dijo Kinok, mirándola
curiosamente.
Por supuesto que Kinok lo había notado. Él lo notaba todo. La estaba mirando por
encima de su propia taza, sus labios ligeramente manchados de rojo.
—No es de importancia —dijo Crier, un poco nerviosa por la mirada inquebrantable
de Kinok—. Simplemente pensé en un libro que estaba leyendo anoche.

—Ah. ¿Cuál libro?


—Una colección de ensayos sobre estructura económica —dijo ella—.
Específicamente la intersección de la estructura mercantil con el entorno físico o
geográfico.
Kinok alzó las cejas.
—Ya veo. —A Hesod, le dijo—: Qué curiosidad característica. Quizás sea lo mejor
que aún no haya asistido a una reunión del Consejo. Creo que, al cabo de una hora, ella
se haría con el liderazgo.
l iderazgo.
Crier se sintió adulada, hasta que vio la mandíbula de Hesod apretarse.
—Al contrario —dijo él—, creo que asistir a la reunión de la próxima semana será una
experiencia invaluable para ella. Tal vez la haga detenerse la próxima vez que se vea
tentada a expresar sus opiniones sobre cómo gobernar una nación.
Crier miró a Kinok. Él le
l e dio una pequeña sonrisa torcida.
—Será un honor tenerla allí.
Lo cual significaba que él también asistiría.
Recordó lo que su padre le había dicho: que Kinok no era una amenaza al dominio de
Hesod sobre Rabu y los otros territorios. No si se unía a una familia. No si se sometía al
Tradicionalismo.
Parecía que Hesod confiaba en él lo suficiente para incluirlo en los problemas del
Consejo Rojo.
En los casi cincuenta años desde la Guerra de Especies, el padre de Crier se había
esforzado enormemente para coexistir pacíficamente con los humanos de Zulla. Con la
formación del Consejo Rojo, había ganado exitosamente el control sobre todos los
acuerdos humanos no solo en Rabu, el principal territorio de Zulla, donde vivían, sino
incluso en el más pequeño de los pueblos pesqueros
pesqueros esparcidos en la costa de Tarreen.
Zulla era como el corazón de un Automa, le había explicado, tenía cuatro niveles, de
la misma forma en que los Automas tenían los cuatro pilares de la Razón, Cálculo,
Organismo e Intelecto. En Zulla, los niveles eran, de Norte a Sur: el Norte Lejano, Rabu,
Varn y Tarreen. A lo largo de la costa occidental de Rabu y llegando al norte se alzaban
las Montañas
Hierro. Aderos,leguas
Unas cuantas entremás
cuyas
alláescarpadas cimaslasseIslas
de la costa este: hallaba ocultoterritorio
Doradas, el Corazón de
neutral,
pobladas mayormente
mayormente por pájaros de mar y cerdos
cerdos salvajes.
El reino de Varn bloqueaba el acceso entre Rabu, al norte, y Tarreen, al sur. Como
resultado, Tarreen era conocida por ser una tierra salvaje sin leyes, no estructurada y
civilizada como Rabu. Los esfuerzos de Hesod de controlarla, de gobernar a sus
habitantes y hacer uso de sus escasos recursos, habían sido uno de sus mayores desafíos
a lo largo de la vida de Crier.
Incluso en la salvaje Tarreen, Hesod había intentado preservar el modo de vida
humano donde fuera posible. Albergaba una genuina apreciación por su comida, su
música, sus extrañas ceremonias; encontraba todo eso muy entretenido, y Hesod amaba
ser entretenido. Su dedicación era admirable, especialmente porque muchos otros
Automas, Kinok incluido, no contemplaban a la cultura humana con una mente tan
abierta. Aunque quizás Kinok estaba intensamente más en contra de la coexistencia que
el resto ya que, además de haber sido un antiguo Guardián del Corazón de Hierro, él era
un Scyre: parte de un gremio de élite que estudiaba los Cuatro Pilares para el futuro
avance de la especie Automa.
Crier trató de mantener sus ojos en sus manos, su regazo, su taza vacía y con bordes
rojos, pero no pudo evitar dirigirle otra mirada al hombre que estaba por convertirse en
su esposo.
Kinok era su futuro, y su futuro vestía un fino brocado negro. La cresta del Corazón
de Hierro se
Guardián. Unvislumbraba
recordatorio en
de su
quegarganta, un recordatorio de su antigua posición como
era un misterio.
Luego de que la comida terminara, Kinok alcanzó a Crier en su camino a la biblioteca
para su primera lección del
del día. Sus pies fueron tan silenciosos
silenciosos en las baldosas
baldosas que no
no lo
oyó acercarse hasta que ya estaba tocando su hombro.
—Scyre —dijo ella. Era el término que él prefería.
—Déjennos —les dijo a los guardias parados al final del pasillo. Ellos miraron a Crier
por aprobación y, desconcertada,
desconcertada, ella asintió. Kinok esperó hasta que las pisadas
desaparecieron antes de hablar, acercándose a ella.
—Mi lady —dijo, y de su traje de brocado negro extrajo un rollo de pergamino
amarillento atado con un cordel —. Debe estar ansiosa por más información sobre la
Matrona Torras, así que espero que no encuentre mis acciones como ofensivas. Pero a
través de una conexión personal fui capaz de obtener mucha de la correspondencia
privada de la Matrona,
Matrona, y de sus Diseños.
Crier esperó, muy consciente del poco espacio que había entre sus cuerpos, de la forma
en la que él inclinó su cabeza para hablar suavemente en su oído.
—Uno de ellos era el de usted —continuó —. Su Diseño, mi lady, tal y como había
sido encargado por el soberano.
—¿Mi…? —observó el rollo de pergamino en su mano
m ano—. ¿Ese es mi Diseño?
Él había hecho esas insinuaciones, había adquirido su Diseño, en una semana. La llevó
a pensar qué tan extensas eran sus conexiones a través del territorio. La Sala de Creaciones
en el que había sido Creada estaba a un día de cabalgata desde aquí. Y por razones de
propiedad estaban estrictamente
estrictamente advert
advertidos
idos de mantener la confidencialidad
confidencialidad de todos
todos los
Diseños.
—Sí. Creí que, con el escándalo, podría estar interesada.
—Scyre Kinok —exhaló—. ¿Puedo…?
Pero en lugar de entregarle el pergamino, él tomó su mano.
—Crier —dijo, bajo y firme—. Te doy doy esto por otra razón.
razón. Sé que. . . Sé que has sido…
reacia respecto a mi cortejo a lo largo
l argo de estos años. Sé que aún eres cautelosa, a pesar de
que me he esforzado por mostrarme como un recurso favorable para tu causa y tus
ambiciones. Espero que esto sirva como un gestogesto de mi lealtad a ti, si es que lo aceptas.
Ella lo miró. Su rostro esculpido. Sus ojos, oscuros e ilegibles. No sabía qué pensar, o
qué decir.
—Gracias.
—Por supuesto —dijo él, presionando los papeles en su mano. Sus ojos estaban fijos
en su rostro, casi preocupado. —Recuerda que puedes confiar en mí. Estamos del mismo
lado.
Y luego había desaparecido.

Crier no podía apurarse lo suficiente en salir, con el Diseño enrollado en su mano mientras
empujaba las puertas del noreste al jardín.
Los jardines de su padre eran enormes y extensos, empezando en el ala este del palacio
expandiéndose hasta
hasta el borde de los acantilados, donde el Mar Estrellado cubría todo
t odo con
sal. Casi todas las tardes luego de terminar sus estudios (los días de Crier estaban
ocupados por una serie de tutores
t utores de historia, ciencias, economía y matemática compleja)
se escapaba hacia los jardines, el aire fresco y el olor de cosas creciendo. Raramente
vagaba así de cerca por los acantilados. Pero quería ver los documentos en privado. Sea
lo que sea que encontrara allí, quería encontrarlo sola.
Los jardines estaban arreglados cuidadosamente por tipo y color: árboles de flores y
frutas cerca del ala este, así uno podía mirar por la ventana las dulces manzanas de sol, y
ciruelas gordas y maduras. Más allá, flores blancas y de un pálido amarillo floreciendo, y
luego de ellos, lavandas y nogales. Y más allá de ellos, flores marinas salvajes, las cuales
eran arrancadas y vendidas en los pueblos cercanos. Y más allá, el mar.
Luego, si seguías el vaivén y choque de las olas hacia el sur, si navegabas a lo largo
de kilómetros de costa escarpada y rocosa, estaba Varn. El reino gobernado por la Reina
Junn. El único lugar que el padre de Crier no podía tocar. Había más rumores sobre la
reina que sobre Kinok y los
l os Guardianes del Corazón de Hierro juntos. Susurros en cada
reunión: que la Reina Junn estaba loca. Que Varn estaba lleno de luchas internas debido
a sus políticas progresistas. Que estaba armando a Varn contra el resto de Zulla. Que era
despiadada.
Pero Crier siempre había pensado que las historias de Junn hablaban de poder y
fortaleza, de una
padre, el rey, fuerchica
fuera ascendiendo al trono teniendo solo dieciséis años luego de que su
a asesinado.
Ajustó la tira de tela roja alrededor de su brazo, la marca de alguien comprometido, y
continuó moviéndose a través de los jardines.
Por todos lados había jardineros haciendo su trabajo, sembrando y regando, podando
y acomodando, cortando las flores muertas cuando se arqueaban sobre sí mismas y se
ponían marrones.
marrones. A diferencia de
de muchos otros humanos, los jardineros
jardineros no se mantenían
mantenían
alejados cuando Crier se acercaba. Se habían acostumbrado a su presencia.
Los humanos siempre habían fascinado a Crier: por sus ojos candentes y oscuros y las
extrañas canciones que cantaban a la noche, en los jardines y campos y las en las cosas
oscuras cuando se metían para juntar ostras; cómo a veces se movían como si hubiese
algo más dentro suyo, algo demasiado grande como para que la suave piel humana lo
contuviese. Una vez, y solo una vez, le había mencionado esta fascinación a su padre. Le
contó todo sobre las canciones, y sobre cómo sonaba como canciones de ballenas o como
hablar tambaleándose, y sobre cómo los humanos frecuentemente
frecuentemente cantaban sobre amor y
odio y pérdida.
Su padre le dijo que él no entendía completamente todas las diferentes formas de amor
humanas, pero que había pensado detalladamente sobre ello y que quizás, más allá de su
fascinación con su historia y su cultura, sí amaba a los humanos. A su manera.
Tal y como amaban a los perros, había dicho, lo suficiente para alimentarlos con trozos
de carne.
Crier continuó caminando hasta que encontró una esquina desierta de los l os jardines, un
enredo de altos rosales con espinas del tamaño de sus uñas. Aquí, escondida de la vista
de los demás, finalmente desató el cordel y desplegó el grueso rollo de hojas. Sus manos
no estaban temblando, pero se sintió como si su corazón sí lo hiciese, o sus dientes, o sus
mecanismos internos. No podía recordar experimentar jamás un pavor tal como este.
Estará bien, se dijo, sus ojos ajustándose a la escritura pequeña y apretada de la primera
hoja. Todo será normal. ¿Quién se atrevería a sabotear un Diseño del soberano?

Trabajo de Creación Diseñado por Comisión,


Idea Final, Año 30
30 EA:

Crier de la Familia Hesod, Modelo 9648880130


Leyó las páginas rápido, mientras sus nervios disminuían. Nada fuera de lo normal. Había
una carta de su padre, borrosa y amarillenta luego de diecisiete años, en la que
formalmente manifestaba su deseo de crear una niña, como su antepasado, el Soberano
Tayol, había hecho antes que él.
Había una serie de planos que él y la Matrona Torras habían Diseñado juntos, los
primeros, terceros y octavos borradores de la forma de Crier. Balancearon sus cuatro
pilares en base
base a los requerimientos
requerimientos de Hesod
Hesod para una potencial
potencial heredera. Diseñaro
Diseñaronn sus
mecanismos internos y su apariencia exterior, el color de su piel y pelo y ojos, las medidas
de su cuerpo, poniendo meticulosa consideración en todo, desde la forma
f orma de su nariz hasta
la longitud exacta de sus dedos. Mientras leía, apenas notando la noche caer a su
alrededor, Crier no pudo evitar
evit ar comparar los documentos con su apariencia física actual.
Tocó su nariz, su garganta; movió sus dedos y estudió las leves líneas en sus palmas.
La última página era el boceto final de su Diseño, el que los Creadores habrían usado
para realmente crearla. A diferencia de los anteriores borradores, este solo tenía la
escritura clara y en cuadrada de la Matrona Torras, ninguno de los garabatos de su padre.
Pero tenía sentido. Torras era la Matrona, no su padre. Crier dio un rápido vistazo a los
dibujos de tinta de su cuerpo, la sección que mostraba sus mecanismos internos. Estaba
más que lista para devolver estos documentos a Kinok y olvidar todo sobre esa ridícula
paranoia.
Pero había algo extraño en esta página.
Crier lo sostuvo a la luz de la luna, frunciendo el entrecejo. Las proporciones de su
cuerpo eran todas las mismas. Ninguno de los números había cambiado. ¿Qué era lo
que…?
Allí. La sección que representaba su cerebro. Una pequeña parte de ella estaba
redibujada en un costado con gran detalle: la parte que representaba sus pilares. No eran
elementos físicos de su cuerpo, sino elementos metafísicos de su mente, su inteligencia,
su personalidad. Cada plano había mostrado cuatro pilares en su mente, equilibrados
como una balanza.
Intelecto. Organismo. Los dos pilares
pil ares humanos.
Cálculo. Razón. Los dos pilares de los Automas.
En este plano, solo en este, había cinco. Dentro del Diseño de llaa mente de Crier había
otra pequeña columna dibujada en tinta de un azul profundo. Un quinto pilar.
Estaba etiquetado como Pasión.
Pasión.
Crier, la hija del soberano, tenía cinco pilares
pilares en lugar de cuatro. Era inaudito. Todo el
mundo sabía que los Automas eran creados con dos pilares humanos y dos pilares
Automas. Crier nunca había imaginado que podría haber tres pilares humanos. Y eso era
lo que Pasión era, sin duda alguna: humano.
Los papeles se sacudían en sus manos. No. Sus manos estaban temblando.
Repentinamente paranoica, Crier miró a su alrededor para asegurarse de que en verdad
estaba sola en esta esquina de los jardines.
j ardines. ¿Qué pasaría si alguien viese?

del¿Qué pasaría
soberano de si la persona
Rabu equivocad
equivocada
había sido a (si por
saboteada cualquier persona)
su propia descubría
Matrona? ¿Quéque la heredera
le pasaría? Se
estremeció, pensando en lo que Kinok le había contado en el bosque durante la Caza.
Tuvieron que deshacerse de ellos. ¿Se desharían de ella también? O, no, no Fayol no, ¿Y
si alguien trataba de usarla contra su padre? Esto era perfecto para la extorsión.
La heredera, la hija del soberano, un error. Traería deshonra a su familia. O peor, podía
causar el escándalo político del siglo. Las personas podrían reclamar que Hesod renuncie
al cargo de soberano. Podían usar a Crier para amenazar a su padre. A través de él, podían
ganar poder sobre todo el Consejo Rojo. Sobre todo Rabu, y más.
Crier estaba fallada. Estaba estropeada.
El pensamiento la sacudió profundamente. Todo este tiempo había sido tratada como
una joya del estado del soberano, una creación gloriosa, pero no. Era una abominación.
Esto era demasiado, esta verdad malvada y enfermiza sobre sí misma, era demasiado
para asimilar.
Sin ningún lugar al que ir, ningún otro lugar para estar sola para procesar esto, se
hundió justo donde estaba, en medio de los jardines, mientras el sol se ponía detrás de los
arbustos, y cerró sus ojos.
(la Reina Estéril) desea ¡un homúnculo! . . . ¡la creación de un alquimista! . . . ¡un
Demonio! . . . Ella
Ella no sabe lo que
que nos pide,
pide, y se atreve a ofrecernos
ofrecernos una reco
recompensa
mpensa tan
ridícula, agitándola en nuestras caras como un pedazo de carne frente a una manada de
lobos hambrientos, podría también ofrecerle el maldito trono al primer hombre que le
traiga el océano en un dedal.
Podría ser colgado por escribir tales cosas, pero la Reina
Rei na Estéril no sabe lo que pide.

–DE LOS REGISTROS DE GRAY ÖLING, CREADOR AL MANDO, E. 900, A. 7


4
Era ya al caer la tarde y Ayla tenía un descanso de su trabajo en los campos. No habían
vuelto a enviarla al mercado de Kalla-den, afortunadamente, desde la semana pasada. En
vez de cenar, como los demás criados, estaba aprovechando sus fugaces minutos de
descanso para practicar. Para perfeccionarse. Para entrenar. Debía estar lista para cuando
le llegara el momento.
Lista para tomar aquello por lo
l o que había venido, aquello que había estado esperando
por años.
Le dolían los
l os músculos, pero su cuerpo ansiaba liberación. Tenía que encontrar algún
lugar privado, algún lugar oculto. Además, no podía sentarse junto a Benjy otra noche
seguida. A pesar de que había pasado casi una semana desde que habían hablado con
Rowan en Kalla-den, Benjy seguía enojado con Ayla. Honestamente, Ayla no lo culpaba.
Sabía lo mucho que quería unirse a Rowan en el Sur, para luchar, para colaborar con la
revolución, y lo había convencido de que se quedara aquí y fuera inútil.
Ayla imaginaba, ahora, que Rowan estaría preparándose para empacar sus cosas.
Benjy aún estaba a tiempo de ir con ella. Pero Ayla sabía que no lo haría.
Se sentía dividida entre el alivio de que Benjy no estuviera en peligro y el disgusto
hacia sí misma que tal alivio le causaba. Benjy era una carga; era un punto débil en su
armadura.
Odiaba pensar en él de esa manera. Pero la última vez que Ayla había tenido un punto
débil, eso la había destruido. La muerte de su familia la había dejado convertida en un
fantasma en vez de una persona; un cascarón vacío, una carcasa. Las partes de ella que
habían sobrevivido estarían para siempre contaminadas.
No quería ver a Benjy herido. Y aun así sabía: más valía hacer lo correcto que ser
amable.
Era una lección que había aprendido por su propia cuenta, a llos
os trece. Había rescatado
a un cachorro hambriento; se había sorprendido cuando Rowan le permitió quedárselo,
bajo la condición de que no le quitara los ojos de encima. Pero una noche, el cachorrito
había llorado y rascado la puerta tan tristemente, que al final Ayla le había permitido salir.
Nunca volvió a ver al cachorro. Lloró
Ll oró en el hombro de Rowan, mientras le decía que
solamente había querido ser amable. Parecía tan desesperado, tan determinado a salir al
exterior y respirar aire fresco. Pero Rowan le había recordado: el mundo exterior era
peligroso. Siempre era mejor hacer
hacer lo que sabías que era correcto que
que lo que er
eraa amable.
Recordó ahora las palabras de Rowan, mientras recorría los interminables jardines
de flores del soberano. Había desaparecido la calidez del día; la brisa del mar se sentía
fresca contra su rostro. Al otro lado de los jardines, apenas podía divisar a los guardias de
pie alrededor
de metal del palacio,
que llevaban en lasombras
cintura altas contra las
contra
destellaban, paredeslablancas
captando luz de ladeluna.
piedra. Las vainas
Los guardias estaban a, ¿cuánto? ¿trecientos pasos de distancia? Lo que quería decir
que, si Ayla siquiera pestañeaba incorrectamente, podrían alcanzarla en… Rozó con un
dedo un tallo de lavanda, haciendo cuenta
cuentas.
s. Seis segundos, quizá.
Y algún otro humano tendría que limpiar su sangre de las flores.
Al este, el océano se sacudía y abría contra los acantilados cual una tormenta. De vez
en cuando, una nube negra cubría la luna, y todo el palacio se veía sumido en la oscuridad.
Oscuridad.
Ayla había sobrevivido solamente porque su hermano, Storme, los había oído llegar.
Su hermano, que estaba muerto.

Storme la tomó de la mano y tiró de ella hasta abrir la puerta trasera.


Los Automas entraron
entraron por el frente.
Fue su padre el primero en gritar.
grit ar.
Storme la guio hacia el baño exterior incluso mientras Ayla le rogaba
que parara, no no no por favor no, suéltame, ese es papá, déjame ir a
ayudar a papá. Storme levantó forzosamente la tabla de madera y empujó
arodillas,
Ayla dentro delbrazos
con los agujero, fríopiernas
y las y húmedo y poco de
cubiertas profundo.
barro y Cayó
hecessobre
y pis.sus
El
olor era insoportable. Alzó la vista hacia Storme y se presionó contra la
pared para hacerle lugar. Fue entonces que cayó en la cuenta de que había
solamente espacio suficiente para una persona.
Observó, muda de la conmoción, cómo su hermano mellizo regresaba
la tabla de madera a su lugar
l ugar y desaparecía.
Oscuridad.
Los gritos de Storme fueron los siguientes en oírse. Y luego los de su
madre.
Ayla se pasó horas sin moverse. Apenas respiró siquiera, a pesar de
que luego de un rato casi no podía sentir el hedor. No olía nada en
absoluto.
Los ataques habían comenzado al amanecer. Debían ser las últimas
horas de la tarde cuando finalmente creyó que sería seguro salir.
Dentro de la casa, el cuchillo
cuchillo clavado
clavado en el pecho de su madre se había
coagulado, oscurecido, y solidificado. Ayla la observó, y su madre le
devolvió la mirada. Había muerto con los ojos fijos en el padre de Ayla,
cuya cabeza había rodado hasta posarse a apenas unos centímetros del
cuerpo de su madre. El resto de su cuerpo no estaba por ninguna parte.
Al frente de la casa había otro cuerpo. Estaba tan quemado que era
irreconocible, pero Ayla notó que su cabeza estaba girada en dirección al
baño exterior.
Storme.
Ahora, Ayla se abrió paso entre las filas de flores marinas, dirigiéndose hacia los
peñascos rocosos que se alzaban sobre el Mar Estrellado. Sus botas dejaron huellas
húmedas en la tierra blanda y oscura.
El palacio estaba configurado como una enorme rosa de vientos, con agujas que
señalaban hacia el norte, sur, este, y oeste. El centro de la misma era el mismo palacio,
de purocomo
tenían mármol blancoseparar
objetivo y ventanas brillantes,
los huertos y las puntas
de manzanas deleran estructuras
sol de externas
los jardines que
de flores
marinas, las pasturas, y finalmente, los campos de cereal. Sobre el borde exterior de la
punta que daba más al norte se encontraban los alojamientos de los criados, y llegando
llegando al
extremo de la punta este, pasando el edificio de almacenamiento, se encontraba el mar,
espumoso y furioso y siempre frío.
Ayla se acercó sin vacilar al borde del acantilado. Allí era todo resbaladizo, y las
rocas negras estaban húmedas a causa del contacto con el mar. Peligroso, sobre todo de
noche. Se llevó una mano al bolsillo y tomó el cuchillo que le había robado a una
sanguijuela en el mercado de Kalla-den hacía casi un mes, la
l a primera vez que había ido a
vender flores.
Su primera oportunidad. De conseguir un arma.

Había estado tan colmada de la adrenalina de haber salido del palacio del soberano
que sencillamente había… metido una mano en los dobleces de la falda de una joven
sanguijuela y se lo había quitado, oculta por la multitud
multit ud en movimiento.
Robarlo había sido bastante fácil, pero usarlo iba a requerir paciencia.
Y práctica. Sabía pelear; estaba familiarizada con los movimientos específicos del
cuerpo, el peso de un cuchillo en su mano; aunque el que solía usar para practicar era
bastante más pesado que este, y debía equilibrarlo
equilibrarlo de
de manera
manera distinta.
distinta. Sonrió
Sonrió al tomar una
posición de lucha (los pies abiertos a la altura de los hombros, el delantero señalando
hacia adelante y el trasero en un ligero ángulo), recordando las innumerables tardes que
había pasado luchando con Benjy luego de que Rowan lo acogiera en su casa. Rowan
había insistido en enseñarles defensa propia, ya fuera con un cuchillo o simplemente con
sus puños. Rowan era una maestra estricta pero justa.
j usta. Hacía que Ayla y Benjy practicaran
el mismo movimiento
temblarles los músculos,una otraquevez
hasta loshasta
callosque comenzaban
de sus a dolerles
manos se partían los brazos,
y sangraban, peroa
siempre terminaba por felicitarlos y los premiaba con una cena caliente y abundante.
Frotaba ungüentos en sus músculos adoloridos y vendaba la piel rota de sus nudillos y
palmas.
Una tarde, luego de que una ronda particularmente brutal de entrenamiento hubiera
dejado a Benjy de mal humor junto al fuego, con una muñeca torcida, Rowan había
llamado a Ayla aparte.
—Eres más fuerte que él, Ayla —le había dicho—. Tienes que protegerlo.
En aquel momento, Ayla no lo había comprendido. Sí, era rápida y astuta, pero Benjy
era mucho más fuerte que ella físicamente. Ganaba ocho de diez peleas.
—¿De qué hablas? —había preguntado—. Ayer mismo prácticamente me arrojó al
otro lado de la habitación. Todavía
Todavía me duele el coxis.
—Pero volviste a ponerte en pie —le había respondido Rowan—. Peleaste tres rondas
más. Y estás aquí ahora,
ahora, aunque te duela. Benjy, en cambio… —Dejó el resto de la
oración en el aire—. No me refería a fuerza física, Ayla. Hablaba de resistencia. De cómo
nunca, jamás dejas de luchar, sin importar lo
l o mucho que duela.
El cuchillo finalmente estaba comenzando a sentirse natural en sus manos. Tan solo
unos pocos días de luchar en la oscuridad estaban comenzando a dar sus frutos. Venía
tanto como podía, más allá de los jardines,
j ardines, fuera de vista, ocultándose tras las sombras y
convirtiéndose en un arma letal con su cuchillo.
Ataque. Golpe. Agacharse.
La manera más efectiva de matar a un Automa era privándoles de Corazonita. La
segunda era decapitarlos. Pero hacer tal cosa requería fuerza, mucha más fuerza de la que
un humano podía producir tan solo con sus manos.
Golpe. Pasar a la otra mano. Ataque.
También podías matar a una sanguijuela apuñalándola en el corazón.
Tajo. Retroceder.
Si lograbas acertar en el ángulo correcto, era tan solo cuestión de segundos.
segundos.

Embestir. Ayla
(imaginándose impulsó
que era el cuchillo
el de Crier) hacia
y luego, adelante,
sudando, dejólocaer
clavó en un Volvió
el brazo. cuerpo ainvisible
guardar
el cuchillo en su bolsillo. Recuperando la respiración, alzó la vista hacia el amplio cielo
abierto. Liberó su relicario de donde se encontraba bajo su camiseta, un talismán.
Ese era otro secreto que le ocultaba a Benjy. Su collar no era un arma, y sin embargo
era muchísimo más peligroso que un cuchillo robado. Lo alzó para admirarlo a la luz de
la luna, como había hecho incontables veces: la estrella de ocho puntas grabada en el oro.
La gema roja en el centro de la estrella. Esto, también, era algo que solo podía hacer bajo
el manto de la noche. Sola.
No había excepciones a la ley. Si
Si alguien te atrapaba con un objeto prohibido, podrían
asesinarte. Incluso aunque dicho objeto, como el collar de Ayla, fuera totalmente
inofensivo y nada impresionante. Era probable que su Creador lo hubiera diseñado con
algún tipo de propósito (quizá pretendiera ser una pequeña caja de música, o tal vez
pudiera transformarse en un escarabajo dorado y revolotear alrededor de las cabezas de
la gente), pero Ayla jamás
j amás había descubierto de qué se trataba tal propósito, fuera el que
fuera. Nunca había sido capaz de abrir el relicario, sin importar cuánto toqueteara y
husmeara la pequeña abertura. Lo único que el collar tenía de interesante era el sonido
palpitante que provenía del interior; como el tictac de un reloj pero un poco más suave,
más rítmico. Tmp-tmp, tmp-tmp. Casi como el latido de un corazón.
No era un arma, no era una herramienta, y aun así, fácilmente podría hacer que
terminara muerta. Ayla debería haberlo arrojado al mar hace años. Pero no lo
l o había hecho.
Porque se lo había dado su madre (lo había empujado contra la palma de Ayla cuando
tenía apenas cuatro o cinco años, Cuídalo, pequeña, recuérdanos, recuerda nuestra
historia) y porque, no podía hacerlo, el collar era lo único que le quedaba de ellos, la
única prueba de que su familia había existido siquiera. Como la misma Ayla, el collar
solía tener un mellizo; era una mitad de una pareja. El segundo collar se había perdido
hacía años y años, antes de que Ayla y su hermano hubieran nacido. Ayla no iba a permitir
que este corriera la misma suerte.
Volvió a ocultarlo tras su camiseta.
El viento se sentía helado contra sus mejillas. Tenía sabor a sal en la boca. El mar
parecía iluminado a causa
causa de la luna, resplandeciente.
resplandeciente. A unos treinta metros de distancia
distancia
hacia abajo, las olas estallaban hasta convertirse en espuma blanca. No le quedaba mucho
tiempo hasta el toque de queda, hasta que tuviera que regresar a los cuartos de llos
os criados
para pasar la noche, pero por el momento podía quedarse allí parada al borde del
acantilado sosteniendo el cuchillo dentro de su bolsillo. Una promesa de lo que estaba por
venir. Venganza. Matar a la hija de Hesod. Incluso aunque le tomara años poder hacerlo.
Oyó algo a su izquierda. El sonido de pasos sobre piedra mojada.
Ayla se dio la vuelta.
Había otra persona de pie sobre los peñascos, a unos treinta pasos de distancia,
observando el océano. ¿La había visto? Se le aceleró el corazón, pero volvió a
tranquilizarse tan solo un momento después. No. La persona en cuestión estaba mirando
en dirección contraria. No había notado que estaba allí. ¿Sería otro criado?
Y luego, oyó una voz:
—… ¿y esa es la única
única razón por
por la que usted
usted aceptó el matrimonio?
matrimonio?
—Ya sabías eso —dijo una segunda voz, y Ayla se encogió aún más tras el arbusto
de flores marinas. No había logrado reconocer la primera voz. La segunda era
inconfundible. Era el mismísimo soberano, Hesod. Las únicas veces que lo había visto,
había sido a lo
l o lejos, ya que siempre se encontraba en el palacio y rodeado por guardias,
pero sí había oído su voz. Había dado un discurso, una vez, luego de que uno de los
sirvientes del establo hubiera intentado matar a un guardia. Lo habían asesinado de
inmediato, por supuesto. El mismo punzón que había utilizado como arma clavada en su
garganta. Y al día siguiente, se había reunido a todos los sirvientes en el patio principal y
se los había obligado a arrodillarse e inclinarse hacia adelante, con la frente contra la
tierra compacta. Y Hesod, alzándose por sobre ellos, había dicho:
—Preferiría matarlos a todos ustedes que reemplazar a un solo guardia. Les aconsejo
que no permitan que las cosas lleguen a eso.
Pero nadie lo estaba protegiendo en este momento.
—Su matrimonio con Crier sería muy beneficioso para Rabu —continuó Hesod, y
Ayla aguzó las orejas.
—Ya veo que está al tanto de mi creciente popularidad —dijo la primera voz,
arrastrando las palabras.
—Yo tengo… —Y la voz de Hesod descendió tanto en volumen que ni siquiera un
Automa habría sido capaz de comprender las palabras sobre el sonido de las olas y la
brisa del mar. Ayla batalló por escuchar algo más, pero no fue capaz de captar más que
pequeños fragmentos.
fragmentos.
—… siempre es político,
político, Scyre Kinok —decía Hesod.
Kinok. El héroe de guerra. El prometido de lady Crier.

Había reprimido
No obstante, cuando derebeliones
li diar conhumanas
lidiar y era
monstruos se el responsable
trataba, de laprefería
Ayla casi muerteesos
de muchos.
tipos de
ataques frontales sobre la tiranía insidiosa de Hesod, la manera en que profesaba en un
aliento su aprecio por la humanidad y ordenaba que se realizaran masacres al momento
siguiente. La forma en que creaba leyes fingiendo que eran para el “bien” de los humanos.
Como esa que prohibía el uso de espacios grandes de almacenamiento: aquellos lugares
donde podían guardarse granos y alimentos secos para sobrevivir las sequías y las
estaciones frías habían sido estrictamente prohibidos bajo el pretexto de una preocupación
por el bienestar de los humanos. Hesod (y el Consejo Rojo) habían dicho que se debía a
que los humanos podían llegar a acumular cosas. Podían dejar que la comida se pudriera
yhabía
provocar
dichoque se propagaran
a Ayla y Benjy queenfermedad
enfermedades.
es. Pero
a los Automas les lapreocupaba
rebelión sabía
que la
losverdad.
grandesRowan les
espacios
de almacenamiento fueran usados para realizar reuniones secretas o para esconder armas.
Y a causa de ese miedo,
mi edo, habían sentenciad
sentenciadoo a muchísimas familias a casi morir de hambre
durante los meses de invierno.
—No es un secreto —dijo Kinok—, que la unión de nuestras visiones políticas
solamente beneficiaría a Rabu. Con Varn ganando fuerza, con la
l a reina Junn ganando más
apoyo, sea o no comprado… su gente sigue dividida, pero lucharán por ella.
—Rumores —dijo Hesod, quitándole importancia—. Junn delira. Su gente es débil,
y su sistema, si siquiera puede llamarse así, carece de estructura. Varn caerá fác
fácilmente,
ilmente,
si a eso llegan las cosas.
—Por supuesto, Soberano.
El viento volvió a cambiar y Ayla dejó de oír sus voces. Se inclinó entonces hacia
adelante, casi metiendo la nariz entre las flores marinas, esforzándose por captar alguna
palabra…
—Dejando la política de lado, he oído que ha habido avances en sus experimentos.
¿Le molestaría explayarse acerca de los resultados?
Kinok se mantuvo en silencio por un momento antes de que Ayla lo escuchara
responder.
—Es todo bastante reciente por el momento, Soberano.
—Bueno, estoy seguro que con su conocimiento, y su historia, triunfará en sus
proyectos —respondió Hesod.

¿De qué estaban hablando? ¿Qué proyectos?


Hesod aún estaba hablando, y su tono se había convertido en algo parecido a una
advertencia.
—Haber sido el Guardián del Corazón es un gran honor, y debemos asegurarnos de
que tal honor no se deslustre —estaba diciendo.
Ayla pestañeó. ¿Kinok fue un Guardián? Creía que no se les permitía salir del
Corazón durante todas sus vidas. Ese era el punto, el sacrificio. Guardaban el secreto de
la ubicación del Corazón durante toda la vida.
—Fue un honor, sí —dijo Kinok—. Y una posición que no tomé a la ligera. Así como
no tomo a la ligera mi trabajo actual.
—Siempre me he considerado un guardián del Corazón —dijo Hesod, sonando
distante, como si no estuviera realmente escuchando a Kinok —. Al menos desde lejos.
Siendo la cabeza del consejo, es mi deber asegurarme de que las rutas comerciales estén
despejadas y bien vigiladas para permitir el paso de los cargamentos de Corazonita.
Podría decirse que protejo las venas de estas tierras.
—Y los Guardianes se lo agradecen muchísimo, Soberano. Somos conscientes de
que el Corazón requiere de muchas personas para mantener seguro su secreto. —Kinok
hizo una pausa. —Aunque quizá sería de ayuda que permitiera a Varn comerciar a través
de sus fronteras, en vez de obligarles a ir por el mar.

Mantener
Hierro. seguro
Ayla sintió su secreto.
cómo Kinoksedebía
la respiración referirse
le quedaba a la ubicación
atorada del Corazón
en la garganta; de
siendo un
Guardián, Kinok sabía dónde se encontraba el Corazón de Hierro… conocía la ubicación
exacta. Cómo funcionaba. Lo sabía todo.
Y estaba apenas a unos pasos de Ayla.
Por supuesto, todo el mundo sabía que el Corazón estaba en alguna parte al oeste,
en algún lugar, en lo profundo de las Montañas Aderos. La vasta cordillera escondía una
mina enorme, la cual producía Corazonita: la misteriosa joya roja que, al ser triturada
hasta formar un fino polvo, alimentaba a todos los Automas. Según Rowan, los rebeldes
humanos habían intentado en repetidas ocasiones atacar las caravanas que llevaban los
cargamentos de polvo de Corazonita a todos los rincones de Zulla, y en todas habían
fallado; habían perdido docenas, a veces incluso cientos, de vidas humanas por cada gema
robada, convirtiendo los esfuerzos en no solo arriesgados sino también inútiles. Los
suministros de Corazonita parecían ser ilimitados.
Pero el punto de la cuestión era el siguiente: si las sanguijuelas no ingerían aquel
polvo todos los días, dejaban de funcionar. Era su sangre, lo que los mantenía con vida.
Privarlos de polvo de Corazonita era la manera más fácil de matarlos; más rápida, incluso,
que privar a un humano de comida o agua. Así que, por supuesto que protegían el polvo,
y las Montañas Aderos, con mucho más ímpetu que cualquier otra cosa.
Y era por eso que encontrar el Corazón de Hierro se había vuelto la obsesión de la
Revolución.
La llave a la rebelión, aquel trozo de información que Rowan había estado buscando
incansablemente
incansablemen te desde que Ayla la conocía.
Y ahora, estaba a tan solo unos pasos de ella.
Esto era más grande que cualquier levantamiento. Más grande que cualquiera de las
lunas llenas de Rowan.
El corazón de Ayla aleteó como un pájaro dentro de su pecho. Las siguientes palabras
de Hesod, pronunciadas
pronunciada s al volumen bajo de un Automa, se perdieron en el aire, pero luego
oyó otro sonido. Un paso sobre la
l a roca húmeda.
Y luego un crujido.
Ayla no era la única que estaba espiando.
5
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que Crier había dormido debidamente que
le sorprendió despertar horas más tarde y encontrarse en losl os jardines, con los pergaminos
de su Diseño aún con ella. Ya había anochecido, y se oía el cantar de los grillos. Había
oído voces; era por eso que había despertado. Se sostuvo de una rama para recuperar el
equilibrio, intentando no hacer crujir las flores y las hojas mientras se acercaba al sonido.
Se trataba de su padre.
Y de Kinok.
Teniendo, aparentemente, una especie de conversación privada.
Crier frunció el ceño. A pesar de todas sus aspiraciones políticas, siempre le había
disgustado la manera en que su padre tenía reuniones privadas, o cómo se encerraba en el
ala norte y movía
organizándolas tal vidas
comoy había
sustento como
hecho consi fueran piezas ysobre
los jardines, con un
sustablero
tierras,deyajedrez,
con el
compromiso de Crier: lógicamente, con maestría, evitando muy cuidadosamente todos
los obstáculos posibles meses o años antes de que siquiera comenzaran a formarse. Y
ahora, esto; una conversación aparte con Kinok, allí afuera, en la oscuridad de los
jardines. En su lugar especial, a donde iba a pensar y a estar sola.
No pretendía espiarlos, y lo cierto era que no podía oír mucho más que el viento y eell
mar colisionando contra las rocas… pero ahora que estaba allí, sintió curiosidad.
—… y jamás contaría tales secretos,
secretos, soberano —dijo Kinok.
Secretos. Ya era lo suficientemente malo verse excluida del trabajo de su padre; Crier
no podía soportar la idea de que además tuviera secretos con Kinok. Una parte de ella
pensó que era mejor no poder oír lo que estaban diciendo, pero a la otra parte, una más
grande, le preocupaba
estaba revelando ahoraque estuvieran
mismo hablando de su Falla. ¿Y si Kinok sí sabía y se lo
a su padre?
¿Cómo reaccionaría?
¿La eliminarían?
Había sucedido antes; Automas jóvenes con Diseños Defectuosos, a los que se les
asignaba una eliminación temprana. Aquello había pasado antes de que Hesod ascendiera
al poder, pero eso no significaba que no pudiera volver a suceder.
Salió de detrás de uno de los arbustos de flores marinas y avanzó al siguiente arbusto,
y luego al siguiente, cuidando de mantenerse
mantenerse oculta.
Su padre y Kinok, dándole la espalda, se encontraban a unos cincuenta o sesenta
pasos de distancia.
distancia.
Si se apresuraba a moverse de esta fila de arbustos a la siguiente, quizá pudiera
acercarse. Estaría en un punto visible por menos de un segundo. Tensó los hombros y
siguió avanzando, alcanzando
alcanzando el borde de la fila. La luz de la luna le daba un brillo pálido
a su piel.
—… esto será más fructífero de lo que esperaba —dijo Hesod, pero el resto de sus
palabras se perdieron en el viento del mar. Crier se inclinó hacia adelante, esforzándose
esforzándose
por oír algo.
Estaba justo en el borde del acantilado.
Y entonces el suelo bajo sus pies colapsó.
Hubo una milésima de segundo durante la cual Crier simplemente se sintió salir
despedida hacia delante, congelada, con la mente a mil por hora ( por qué perdí el
equilibrio, por qué me estoy resbalando), y luego cayó en la cuenta de que el peñasco se
estaba viniendo abajo. Su peso había sido el causante, y las rocas se estaban rompiendo y
rodando hacia abajo y ella estaba cayendo con ellas, hacia abajo abajo abajo. Se giró
violentamente, con los dedos buscando algo sólido y encontrando nada más que rocas
partidas y césped
césped amarillo y resbaladizo
resbaladizo y…
Una saliente de roca. Sólida. Se sostuvo a ella con ambas manos mientras el trozo
tr ozo de
acantilado terminaba de caer. Lo oyó agrietarse y romperse en pedazos contra una de las
rocas negras y puntiagudas que sobresalían del agua e intentó no pensar en su cuerpo
golpeando aquella misma roca. Cómo podría haber sido ella agrietándose y rompiéndose
en pedazos.
Cómo aún era posible que eso le sucediera. Estaba colgando del precipicio con tan
solo aire bajo los pies.
Los papeles con su Diseño se deslizaron de su manga, una ocurrencia tardía, y se
hundieron en la oscuridad, aleteando como un pájaro, hasta que los perdió de vista.
Iba a caer, lo sabía. La saliente de roca que la había salvado era lisa y resbaladiza.
Sintió una punzada en la muñeca, y notó entonces que se le había cortado la piel. Un tajo
profundo de unos ocho centímetros, la piel despellejada revelando tiras
ti ras de músculos y
huesos Creados muy finamente. Un líquido violeta oscuro estaba comenzando a gotear
de la herida, deslizándose por su brazo.
—Ayuda —dijo, pero su voz se oyó ronca, débil, patética; Kinok y su padre jamás la
oirían sobrepor
necesito… el ruido
favor.de—las
Susolas golpeando
dedos contra
resbalaron otrolas rocas —. Ayuda…
centímetro. por favor…
Y otro. Estaba a puntoNe-
Ne
de-
caer. Crier era diez veces más fuerte que cualquier humano y había sido creada para ser
perfecta e iba a caer y a agrietarse y a romperse en pedazos contra las húmedas rocas
negras y regalarle sus perfectas entrañas al mar. Que se la tragaría.
No. No no no por favor no…
Una mano la tomó de la muñeca, sosteniéndola mientras colgaba del borde del
precipicio.
—Ah…
Crier alzó la vista y se encontró con un par de ojos oscuros.
No era Kinok quien
quien la había salvado.
salvado. Ni su padre.
Era una humana.
Por un momento, Crier se quedó helada. Se olvidó del océano y de las rocas bajo su
cuerpo.
Jamás había visto un par de ojos como aquellos. Era como encontrarse de pie en la
entrada de una habitación oscura, como pasar el peso del cuerpo de un pie al otro en el
umbral, sosteniendo en alto una lámpara y estudiando la manera en que cubría algunas
cosas de dorado y ocultaba otras bajo las sombras. Era el tipo
t ipo de oscuridad que escondía
y guardaba muchísimas cosas. La oscuridad de un fluido caliente, la oscuridad de una
poza de marea
marea en verano, una
una oscuridad salvaje
salvaje y sin aliento.
Una mano rodeando la muñeca de Crier, sujetándola. Un pulgar hundiéndose en su
carne cortada.
Un rostro, con la forma de la luna, con cejas gruesas y arqueadas y una mata de
cabello oscuro y enredado. Llevaba puesto un uniforme rojo, oscuro como sangre seca.
Los ojos de esta muchacha humana estaban abiertos de par en par. Su agarre cambió
sobre la muñeca herida de Crier.
Se dio cuenta entonces de que aún no la había salvado.
La muchacha estaba respirando con rapidez. Apretó los labios, su agarre comenzó a
perder fuerza…
Un collar se deslizó desde donde se encontraba bajo la camiseta de la chica y colgó
entre ambas. Los ojos de Crier se desviaron desde el rostro de la muchacha hacia su collar,
un milisegundo de un dorado parpadeante bajo la luz de la luna, un dije grabado con una
estrella de ocho puntas (el símbolo tan familiar de los Creadores), y entonces la muchacha
soltó un sonido ronco y desgarrador y tiró de Crier, hacia arriba arriba arriba, hasta que
volvió a encontrarse sobre tierra firme, y un momento después ambas se apresuraron a
dejarse caer hacia atrás, alejándose del borde, colapsando sobre un arbusto de flores
marinas. Sin aliento. Temblando. Crier cerró los l os ojos con fuerza y presionó la cara contra
la tierra, lo cual era ilógico pero se sentía como lo único que querría hacer por el resto de
su vida. La tierra olía a lluvia y a cosas verdes y suaves y a no morir.
Cuatro segundos. Cinco. Se obligó a enderezarse. Tenía la cara mojada, y tierra
pegada en las mejillas, y no entendía por qué. Sintió el sabor de la sal. Espuma de mar,
pero distinta.
La muchacha ya la estaba mirando. Crier vio su propia estupefacción reflejada en
aquellos ojos oscuros. ¿Pero por qué estaban ambas estupefactas? Por supuesto que la
muchacha la había salvado. Crier había necesitado ayuda. La muchacha estaba bajo el
mando de Hesod, y por ende bajo el de Crier. ¿Por qué haría cualquier otra cosa? ¿Por
qué estaba comenzando a nublársele la mirada?
La muchacha extendió un brazo y presionó su pulgar contra la suave piel bajo el ojo
izquierdo de Crier. Volvieron a observarse. Los ojos de la muchacha saltaron de su mano
al rostro de Crier, como si la confundieran sus propias acciones. Crier se quedó muy
quieta, y cuando el pulgar de la muchacha se
se alejó de su piel,
piel , vio que brillaba a causa de
algo mojado.
Lágrimas.

Crier se llevó inmediatamente las manos a las mejillas. Tenía la piel sucia, casi
pegajosa, húmeda
húmeda de tierra y… lágrimas. Agua de sus ojos, sal en sus labios. Lágrimas,
como aquella humedad extraña que caía por los rostros de los humanos, pero estas eran
suyas. Eran cálidas como la sangre. Se sentía como si estuviera sangrando, como si
estuviera herida. Pero los Automas no lloraban como lo hacían los humanos. ¿Por qué lo
harían?
La muchacha se limpió el pulgar en su camiseta. Mis lágrimas, pensó Crier,
observando la mancha de humedad. Mi sal.

Le ardían los ojos.


—¡Lady Crier!
Había seis guardias acercándose a ellas, apenas figuras oscuras en las sombras.
Incluso al correr, sus pasos eran idénticos; no rompían filas; sus uniformes estaban
impecables. Seis guardias; la alarma de peligro de Crier debía haber comenzado a sonar.
Se frotó el rostro, limpiando
li mpiando toda evidencia de lágrimas. Nadie podía verlas. (Alguien ya
las había visto). Era de por sí muy malo que hubiera estado a punto de morir, y era
doblemente malo que la hubiera salvado una criada. Una humana.
¿Qué pensaría su padre?
¿Qué pensaría Kinok?
Crier se puso de pie, se quitó tanta tierra de la ropa como le fue posible, e intentó
peinar su cabello,
cabello, que estaba
estaba hecho un desastre
desastre y azotado
azotado por el viento. Por el rabillo del
del
ojo, vio a la muchacha humana hacer lo mismo. La observó guardar su collar de oro bajo
su camiseta, evitando mirar a Crier a los ojos.
No se había imaginado el símbolo de los Creadores que había visto grabado en el
dije, pequeño y con forma de moneda. Crier volvió a mirar a la chica, esta vez sintiendo
un nuevo tipo de asombro.
Un símbolo escrito es una lengua que había muerto hacía cientos de años, el viejo
idioma de los alquimistas.
¿De dónde sacaste eso? Pensó Crier, incapaz de quitar los ojos del rostro de la
muchacha. ¿Quién eres?
Pero los guardias ya las habían alcanzado y se lanzaron inmediatamente sobre la
muchacha, forzando sus brazos tras su espalda y empujando su cabeza hacia abajo,
atrapándola entre ellos. Tres sosteniéndola, tres apuntando sus espadas a su garganta, su
estómago, la base del cuello. La muchacha no luchó. No ttendría
endría sentido. Eran necesarios
trescientos kilos de fuerza para romper el cuello de un humano. Los guardias podían
aplicar esa presión en medio segundo.
Crier observó a los
l os guardias.
—¿Qué hacen?
—¿Fue la humana? —preguntó un guardia—. ¿Qué está haciendo aquí? ¿La atacó?
—Era el que estaba sosteniendo la cabeza de la muchacha. Crier no podía verle la cara.
La manera en que había cambiado su agarre sobre la muñeca de Crier. El brillo de
ferocidad en sus ojos. La presión de su dedo contra la herida de Crier. Cómo, por un
momento,
conmociónCrier
en loshabía estado
rostros totalmente
de ambas segura
cuando de que
la chica tiróla ymuchacha
tiró y tiróladedejaría caer.que
ella hasta La
estuvo sobre el acantilado, nuevamente sobre tierra firme.
Por supuesto que la muchacha la había salvado.
Pero por un momento… por un momento…
—No —se oyó decir Crier —. No, no me empujó. Me caí. La humana me salvó la
vida.
La cabeza de la muchacha se movió bajo la mano del guardia. Como si hubiera
querido alzar la vista. Hacia Crier.
—La humana me salvó —repitió Crier. Le echó un vistazo al lugar en donde había
oído hablar a su padre y a Kinok, pero ya se habían ido hacía rato. Debían haber estado
regresando al palacio cuando se cayó —. Sufrí una herida menor. Requiero asistencia
médica. Escóltenme hacia donde se encuentra el médico de inmediato. Y por favor
mantengan esto entre nosotros; mi padre está especialmente ocupado con nuestro invitado
y no necesita más estrés.
—Sí, lady Crier. —Soltaron a la muchacha, que trastabilló ligeramente hacia
adelante, para luego enderezarse. Desvió la mirada hacia Crier lo suficiente para que Crier
pudiera ver que su rostro estaba inexpresivo, sus emociones bien guardadas,
guardadas, pero sus
ojos... eran todo menos inexpresivos. Estaban conmocionados y confundidos y furiosos
(¿con los guardias? ¿Con Crier?) y oscuros, y cuando la luz de la luna los apuntó en el
ángulo correcto se mantuvieron igual de oscuros e intensos y terriblemente,
imposiblemente, humanos.
¿Qué estaba haciendo aquí afuera, sola en la oscuridad?
Crier suponía que la misma pregunta podrían hacerle a ella.
—Ahora mismo, por favor.
Crier fue escoltada hacia el palacio.
La muchacha se quedó atrás, su silueta perdiéndose en la oscuridad
oscur idad de la noche. Crier
volvió la vista hacia ella una sola vez y no volvió a hacerlo.
Cuando los guardias y ella llegaron a donde estaba el médico, Crier se detuvo frente
a la puerta.

—Esperen —les dijo.


Crier debería reportarla.
—La humana del acantilado —dijo—. Averigüen su nombre.

Ayla.
Ayla.
Crier permitió que el nombre diera vueltas por su cabeza, estudiándolo a todos los
ángulos
ventana enposibles y analizando
su alcoba todas sus con
la mañana siguiente, curvas, sentada
un libro sobreenelel asiento
regazo a un lado cómo
y observando de la
el sol se alzaba sobre el horizonte con destellos dorados.
Le dolían las manos. Tenía unos rasguños horribles en las yemas de los dedos, con
la piel despellejada. Marcas causadas por la manera en que había arañado
desesperadamente
desesperadam ente las rocas el día anterior, en busca de algo a lo que sostenerse mientras
caía. Luego de que el médico hubiera dejado ir a Crier, su doncella Malwin le había
preparado un baño largo y relajante; habían observado jjuntas
untas cómo la tierra
t ierra y la sangre
se desprendían del cuerpo de Crier y desaparecían, escondidas bajo los remolinos de jabón
y vapor. El médico le había proporcionado un ungüento que arreglaría las imperfecciones
de su piel
horas con tanta
después, tlos
antadedos
facilidad como
de Crier había cerrado
estarían la herida
inmaculados y unde su muñeca.físico
recordatorio Tan menos
solo unas
de
que, en efecto, se había caído. De que la habían salvado.
Aún no se había puesto el ungüento.
En lugar de hacerlo, se pellizcó las heridas, manteniendo los cortes abiertos.
Pequeñísimas gotas de sangre brotaron de su piel como si fueran joyas. La sangre de los
Automas no era muy distinta a la sangre humana, pero su color era distinto. Mientras que
la sangre humana era roja, la sangre Automa era más oscura, más azul, casi violeta. Crier
fijó la vista en su propia sangre, brillando bajo la lluz,
uz, y respiró hondo. Violeta. Inhumana.
Perfecta.
Y no obstante...
Los primeros rayos rosas del amanecer comenzaron a filtrarse por la ventana,
coloreando las pilas de libros y mapas sobre el escritorio de Crier y su cama con dosel.
Había un tapiz de seda en una de las paredes de su alcoba. Pequeñísimos hilos
entretejidos, plateados y dorados, brillaban bajo la luz del sol, sobresaliendo contra el
colorido y vibrante fondo.
Al contrario de la mayoría de los tapices del palacio, este era muy sencillo. No tenía
cazadores Automas persiguiendo a jabalíes salvajes a pie, con sus sirvientes humanos
siguiéndolos como si fueran perros. No tenía una representación del Corazón de Hierro,
ni un castillo adornado con joyas, ni barcos navegando sobre un mar de un profundo color
azul. Solamente mostraba la imagen de una mujer. Con el cabello oscuro, la piel marrón,
hermosa, observando la alcoba de Crier desde su lugar en la pared. Llevaba puesto un
vestido amarillo azafrán, y tenía los labios pintados de rojo. Sus ojos estaban tejidos en
dorado.
Kiera.
La primera de su Especie.
Bajo la luz del sol, su piel casi resplandecía.
Cuando sonaron unos golpes en la puerta, Crier se enderezó, y su libro se movió
contra sus muslos. Lo hizo a un lado.
—Pase —dijo, y Ayla (Ayla) entró a la alcoba dando un traspié.
Se veía igual que la noche anterior: uniforme color rojo, una trenza oscura y
desarreglada, grandes ojos marrones. Portaba la misma
mi sma intensidad, como si hubiera olas
de calor alzándose de su piel, aunque estaba sencillamente de pie en la entrada de la
habitación de Crier y no en proceso de salvarle la vida.

Como si fuera más que una muchacha humana.


Como si fuera una tormenta de verano hecha carne.
Tenía los brazos a los lados, con los dedos curvados y ocultos tras los dobleces de su
uniforme. Crier sentía que había logrado capturar una mariposa entre sus manos
ahuecadas,, y ahora estaba comenzando a aletear.
ahuecadas
—¿Me mandó a llamar? —preguntó Ayla.
Tenía la voz grave, ligeramente ronca.
Quizá la mariposa fuera más bien una avispa.
A Crier la había picado una, una vez. Rememoró aquel momento, repentinamente
deseando recordar cómo se había sentido.
—Ayla —dijo Crier, el nombre escapando de sus labios—. Pedí que vinieras porque
debo pedirte algo.
Ayla alzó el mentón.
—Sea cual sea mi castigo, lo aceptaré con la cabeza en alto.
—¿Castigo? —Crier la observó detenidamente
detenidamente—. Ven. Caminemos juntas.
—¿Qué camine con usted?
—Sí. ¿Me entendiste mal?
—No, lal a entendí —dijo Ayla, y luego agregó, como si acabara de recordar que se
suponía que debía usar el título de Crier a todo momento —: mi lady. —Y se quedó allí
parada, muy quieta mientras Crier se paraba de su asiento y se unía a Ayla en la puerta,
el espacio entre ellas pareciendo estrecharse al pasarle por al lado.
Guio a Ayla a través de los corredores serpenteantes del palacio, caminando en
silencio unos pasos por delante de ella, como era debido, a pesar de que con cada paso se
moría por darse la vuelta y observar el rostro de Ayla, para intentar leer su expresión, para
averiguar qué estaba pensando. El rostro de Ayla era fascinante. Crier apenas la había
visto dos veces y estaba tan segura de ello como de sus conocimientos sobre las
constelaciones.
Era como el tapiz de Kiera: al mirarlo por primera vez, veías los colores más
vibrantes, su piel y sus cejas y el rosa de sus labios. Con una segunda mirada, notabas los
hilos dorados, el brillo en sus ojos y la pequeña cicatriz en su mejilla izquierda, su
perpetuo ceño fruncido… y te cautivaba.
cautivaba.
Crier sentía la piel demasiado tirante.
Llevó a Ayla al exterior del palacio, hacia los jardines, que estaban húmedos a causa
del último rocío de la mañana, y luego hacia el acantilado. El aire fresco del mar fue todo
un alivio.
Dejaron de caminar solamente al llegar al borde de los riscos. Exactamente en el
lugar en el cual, la noche anterior, Crier había caído y Ayla la había ayudado a volver a
subir. Crier se frotó la muñeca. Hasta el acantilado llevaba marcas de su caída: manchas
oscuras en donde Crier se había sostenido del césped marino, rocas puntiagudas rotas.
Ocho pares de huellas en el barro. Crier, Ayla, y los guardias.

—Aquí —dijo Crier—, es donde me caí.


Una pausa.
—Sí, mi lady.
—¿Por qué me salvaste? —preguntó Crier.
Por primera vez, Ayla alzó rápidamente los ojos para mirar a Crier a los suyos,
provocando que
que sintiera una descarga
descarga eléctrica
eléctrica recorriéndole el cuerpo.
—Es mi trabajo —dijo con lentitud—. Es mi trabajo servir… servir a la casa del
soberano Hesod. Eso la incluye a usted.
Era exactamente la respuesta que debía darle.
No era en absoluto
absoluto lo que Crier quería
quería oír.
—¿No existe ninguna otra razón? —preguntó, resistiendo el deseo de inclinarse hacia
Ayla, temiendo hacerlo—. ¿Ninguna otra razón por la cual preservar mi vida?
¿Me has observado alguna vez? ¿Me has visto en los jardines? ¿Viste algo en mí?
¿Notas que soy diferente? ¿Con
¿ Con Fallas?
Mírame de nuevo.
Los labios de Ayla se tensaron, pero no la miró; y aquello, también, fue un alivio.

Aun
pecas? ¿Oasí:
era¿Tenía un color
simplemente unarojizo
ilusiónenóptica
las mejillas, bajoelelsol
creada por somarrón de ana,
l de la mañ su piel,
mañana, que bajo sus
se hhabía
abía
alzado como una exclamación, como una explosión de bombas de salitre estallando contra
el cielo nocturno, color y fuego y luz? Crier sintió cómo algo explotaba en su interior
también. ¿Viste algo en mí?
Quería preguntar. No lo hizo.
En vez de proporcionarle
proporcionarle una respuesta, Ayla le correspondió con otra pregunta:
—¿Por qué se cayó?
Qué pregunta más curiosa. Pero, ¿por qué se había caído? ¿Cómo había sucedido?
—He estado ocupada últimamente —dijo Crier, formando la oración como si las
palabras fueran capas de seda almidonada;
almidonada; cubriéndose con ellas —. Mañana estaré…
estaré oficialmente comprometida con Scyre Kinok, habrá una celebración… y tres días
después, asistiré a una reunión del consejo por primera vez, como la hija del soberano. La
cual será, espero, la primera de muchas. Hay tanto que hacer… Estaba oc upada.
Preocupada. Necesitaba un poco de aire fresco, y me acerqué demasiado al borde del
acantilado.
Ayla asintió. Y luego alzó la vista, mirando a Crier directo a los
l os ojos.
—¿Por qué no me reportó?
Ayla alzó un brazo y tocó un punto en su propio pecho, sobre su esternón. En donde
debía reposar el collar prohibido bajo su camisa de trabajo, frío contra su piel cálida. La
mandíbula de Ayla estaba tensa, y nuevamente sostenía la barbilla en alto.
Crier tragó saliva, a pesar de que no le era necesario.
necesario . Era una buena pregunta. Había
demasiadas preguntas
preguntas sin respuesta. Ese era el tipo de preguntas que Crier odiaba.
—Porque me salvaste la vida —respondió
respondió,, pero titubeando.
ti tubeando.
Ayla sacudió la cabeza.
—Sus guardias llegaron lo suficientemente rápido. No le habría sucedido nada
incluso aunque no hubiera estado allí.
—Es cierto —admitió Crier, porque así era. Siempre había sido así. Estaba bien
protegida—. Mi padre me Diseñó con una alarma —dijo, repentinamente deseando
explicarle a Ayla por qué importaba, deseando que lo comprendiera—. Si el latido de mi
corazón se acelera
los guardias. demasiado
Nosotras rápido,
no podemos el aparato
oírla, envía
pero ellos sí. una señal silenciosa de peligro a
Ahora lo único que estaba haciendo era hablar para llenar el silencio, así que se
detuvo.
Ayla arqueó las cejas, apenas. La brisa era como un dedo arrastrándose a la deriva,
alzando finos mechones de cabello que se habían soltado de la trenza de Crier. El cabello
de los Automas era grueso y lustroso, y usualmente se peinaba en la parte más alta de la
cabeza, una trenza doblada hasta formar una corona. Crier se sintió, de repente, muy
expuesta, demasiado consciente
consciente de llos
os pequeños y finos rizos
ri zos que revoloteaban contra sus
sienes y su nuca. Se sentía indecente ante la mirada de Ayla. Desaliñada.
—¿Es porque la vi llorar? —dijo Ayla, y luego se mordió con fuerza el labio inferior.

—No lloré —dijo Crier con frialdad.


—Sí, lloró. Lo vi. Lo toqué. El agua del mar no es así de cálida.
Se observaron por un momento.
—Muy bien —dijo Crier—. Pero soy tu ama. Y no eres la única que vio algo que no
debería haber visto anoche. —Observó intencionadamente
intencionadamente el lugar en donde debía estar
el collar. —Tu Especie no debería usar baratijas como esa.
Las manos de Ayla se sacudieron, como si estuviera reprimiendo el impulso de tocar
t ocar
su collar.
—No es una baratija.
—Sea lo que sea, está prohibido. —Ladeó la cabeza. —¿Es cierto que los humanos
coleccionan
pájaros objetos
de alas brillantes?
negras ¿Cómo
merodeaban las ramas
sobre urracas? —Había
altas vistoenlapicado
y bajaban maneraa en que los
investigar
monedas caídas; había incluso escuchado una historia sobre un cuervo que casi le había
sacado un ojo a una mujer en un intento de inspeccionar su tiara enjoyada. A veces,
durante las comidas en el gran salón, recordaba esa historia y tenía que ocultar su sonrisa
tras la manga.
—Vives en un palacio de mármol blanco y oro —dijo Ayla con incredulidad—.
Tienes perlas en el cabello. ¿Y me estás diciendo a mí urraca?
—Soy de la nobleza —explotó Crier—. Tú no.
—Bueno, mi collar no es una baratija —contraatacó Ayla—. No es solamente algo
brillante. Contiene historias.
historias.
—Ah —dijo Crier—. ¿En serio? ¿Qué tipo de historias? ¿Y a qué te refieres con que
contiene? —Desvió la vista hacia el esternón de Ayla como si de esa manera pudiera ver
las propiedades misteriosas del collar —. ¿Tiene un mensaje en código dentro? ¿Es una
llave a una biblioteca secreta? ¿Es una reliquia antigua?
—No, no, y no
no —dijo Ayla, con los ojos muy abiertos —. No,
No, es… bueno, en realidad
realidad
no lo sé.
—Qué decepcionante.
decepcionante.
Ayla apretó los labios. Con rencor, quizá.
Mirándola, Crier se sintió mareada. Como si hubiera perdido el equilibrio. Tan cerca
del precipicio, corría peligro de volver a caer; era como si el movimiento del océano
debajo de ellas la estuviera llamando, gritándole que se acercara. Los ojos de Ayla eran
increíblemente oscuros.
Crier pensó de repente en los jardines. Todos esos colores, mantenidos así de
vibrantes gracias a los criados humanos. Dentro del palacio, solamente había color en su
alcoba, en su tapiz de Kiera. ¿Quién había tejido el tapiz? ¿Un Automa? Crier había
estudiado catorce idiomas, veintinueve ramas de la ciencia y las matemáticas, mil años
de historia de todos los reinos y territorios formalmente reconocidos, pero nunca había
tocado un solo hilo. Nunca había pintado, ni escrito algo que no fueran ensayos. Observó
a Ayla, que le estaba devolviendo la mirada. Su cabello se mantenía quieto a pesar de la
brisa del mar, adhiriéndose
adhiriéndose a ssus
us sienes.
—¿Alguna vez has tomado clases? —No pretendía preguntar
preguntar eso.
Ayla arrugó la nariz. Lo hacía mucho.
—No. No sé…
—¿No sabes qué?
—Leer, mi lady. No sé leer.
Crier hizo una pausa, procesando aquello. No podía imaginarse cómo sería no saber
leer. Le pareció algo muy
mu y cruel, de alguna manera.
—¿Hay algo que te gustaría aprender?
Lo que quería decir era: ¿Qué encuentras interesante? ¿Había ciertas palabras o ideas
que provocaban que el ceño de Ayla se alisara, y que sus ojos se encendieran? Crier quería
estudiarla como a un mapa. Trazar el camino más simple entre todos aquellos puntos
específicos pero desperdigados de Ayla.
Ayla se encogió de hombros.
—¿Quizá?
Crier aguardó.
Ayla observó el océano.
—Hace mucho, mucho tiempo, conocí a alguien a quien le gustaba estudiar la
naturaleza. Las leyes naturales. Una vez le pregunté por qué, y me dijo que le gustaba
saber que existen ciertas leyes en el universo. Me dijo que no había mucho con lo que
pudieraspero,
sólidas, contar, que nosiempre
ya sabes, podías hay
confiar
algúnentipo
quedelafuerza
mayoría de las que
haciendo cosas
lasse mantuvieran
cosas sucedan.
Incluso mucho más allá del cielo, tan lejos que ni siquiera podemos imaginárnoslo, todo
funciona igual. Es todo cuerpos en órbita, igual que aquí. Tirando y aflo
aflojando.
jando. Lo llaman
la ley de la caída libre, creo.
La ley de la caída
caída libre.
—¿Quién te dijo eso?
Cuando Ayla regresó la vista a ella, había un fuego ardiendo tras sus ojos oscuros.

—Alguien a quien jamás volveré a ver —dijo. Otra pausa. —¿Necesitaba algo, lady
Crier? Si no va a castigarme, ¿por qué estamos aquí?
Porque me viste llorar.
—Estoy cansada de mi doncella actual —dijo Crier—. Me gustaría reemplazarla. —
Cuando Ayla se limitó a fruncir el ceño, confundida, Crier prosiguió —: Ya me has
ayudado una vez. Quiero que vuelvas a hacerlo. Sé mi doncella.
Ayla inhaló con fuerza.
—¿Qué?
—Te presentarás en mi alcoba al amanecer y pasarás tus días a mi lado. Me asistirás
a mí y a nadie más que a mí. Es una posición de poder y honor. Doncella de la heredera
del soberano.
Crier conocía bien esa expresión. Asombro. Pero no le importaba. No podía
importarle. Conocía a Ayla desde hacía menos de una hora, y ya sabía lo que quería.
Quería esos ojos oscuros, esa intensidad silenciosa y filosa, esas respuestas evasivas que
sabía, sabía, que provocarían que pasara otra noche sin poder dorm
dormir.
ir. Otra noche dudando
y suponiendo y… soñando. O algo que se le parecía.
Nuevamente, Crier sintió
sintió una especie
especie de atracción, una tentación ddee inclinarse hacia
hacia
Ayla, una especie de caída interna. Se mantuvo quieta. Era una habilidad con la que solo
contaban los Automas, el mantenerse quietos sin temblar.
—¿Por qué está haciendo esto? —dijo Ayla finalmente—. ¿Por qué no me reporta
por el collar? ¿Por
¿Por qué me quiere a su lado?
Ayla no podía ayudarla, Crier lo sabía. No podía arreglar
ar reglar su Diseño defectuoso. No
podía salvar
salvar a Crier de su matrimonio con Kinok. De
De hecho,
hecho, era posible que volviera
volviera todo
aún peor. Crier lo sabía.
Y aun así, allí estaba: algo que tiraba de ella. El empuje.
La caída interna, como una ley.
—Tu collar. Mis… —No logró pronunciar la palabra humana: lágrimas. Bajó la
cabeza para mirar a Ayla, poniéndose firme. —Ambas tenemos secretos. Y cuando
alguien conoce tus secretos, ¿no prefieres mantenerle al alcance de la mano?
Ayla se quedó en silencio.
—Te espero mañana al amanecer —dijo Crier, y le dio la espalda.
Comenzaba con esto: todas las cosas poseían cierta materia prima, una sustancia pura
e intangible más antigua que el Universo mismo; el material metafísico del que está
tejido un objeto sin bordes como el alma humana. Si la humanidad está formada a
partir de ese material, desde
desde el órgano ha
hasta
sta el hueso, la carne e incluso al Alma
intangible, entonces seguramente el Creador puede transmutar la vida humana.

—DE EL MANUAL DEL CREADOR


POR ULGA DE FAMILIA DAMEROS, 2187440906, AÑO 4 EA
6
Ella había estado tan cerca.

Por segunda vez en tantos días, Ayla había tenido a Crier justo al borde de un
acantilado. Y, sin embargo, Crier todavía estaba viva. Mientras cruzaba los terrenos ddel
el
palacio hacia
hacia el edificio
edificio largo y bajo donde
donde dormían todos los sirvientes, Ayla
Ayla se sintió
sintió
en guerra consigo misma. La mitad de ella estaba furiosa, gritando de frustración: había
estado tan malditamente cerca. Pudo haber dejado caer a Crier, ya sea nunca
agarrándola por la muñeca en primer lugar o mirándola a los ojos, diciendo Esto es
para mi familia y dejándola ir. Observando como su cuerpo caía sobre las rocas y el
océano devorador debajo. Hoy, podría haber empujado a Crier por el acantilado. Hubo
muchos momentos durante su conversación en los que Ayla se dio cuenta de que Crier
había bajado la guardia; ella no lo habría visto venir; ella podría estar muerta ahora
mismo. Pero ella no lo estaba.

La otra mitad de Ayla intentaba desesperadamente justificar su propia inacción.


inacción. Sí,
podría haber dejado caer a Crier. Podría haberla empujado. Pero... a lo largo de los
años, siempre que Ayla había imaginado su venganza, siempre había imaginado
sangre. Un cuchillo en el corazón, en la garganta, sangre oscura y antinatural de Crier
en sus manos. Sangriento. Satisfactorio. Tan cruel y violento como habían sido los
ataques a la aldea
al dea de Ayla. ¿Para qué más había esperado con tanta paciencia, durante
tanto tiempo? ¿Para qué más había hecho todo lo posible para abrirse camino, para
robar el cuchillo, para practicar durante horas en los jardines por la noche?

No era suficiente dejar que Crier muriera en un accidente, y ni siquiera era


suficiente empujarla por el acantilado. Ninguna de esas muertes se sentía como hacer
justicia. Y aún así . . . algo en la conversación
conversación con Crier había despertado, no curiosidad
ni deseo,
que Ayla sino. . . tal
hubiera vez unaymezcla
esperado, de parte
una gran los dos.
de Lady Crier saber
ella quería tenía secretos. No eraen
más. Infiltrarse algo
el
palacio, usando a Crier para entrar. Siempre había pensado
pensado que lo máximo que podrpodría
ía
hacer era matar a la hija de Hesod. Pero, ¿y si ella pudiera destruir aún más? ¿Matar a
su hija y quemar su reino hasta los cimientos?

El sol del mediodía brillaba demasiado en sus ojos, abrasaba. Se apresuró por el
estrecho camino de tierra que conectaba las dependencias de los sirvientes con el
palacio, separados por aproximadamente
aproximadamente media millamilla de tierra. Hesod prefería
prefería tener los
establos a la vista de la casa principal y la vivienda humana fuera de la vista, ocultos
de los funcionarios visitantes. Hoy era una ventaja. Rowan venía a despedirse de Ayla
y Benjy antes de dirigirse al sur para unirse a los últimos levantamientos, y las
habitaciones de los sirvientes eran el lugar más seguro para reunirse. Durante el día,
cuando todos los sirvientes estaban trabajando en otro lugar, los guardias solo
patrullaban el área cada
cada pocas hhoras.
oras.
Ayla aceleró el paso. La venganza no era lo único que ttenía
enía en mente; sin saberlo,
Lady Crier le había dado a Ayla una información vital sobre el Corazón de Hierro. Un
dato que podría cambiarlo todo, para ella y para los rebeldes. Para Rowan, en los
próximos días. Ayla estaba ansiosa por contarles a ella y a Benjy lo que había
averiguado.
Se deslizó por la puerta de las habitaciones de los sirvientes y mantuvo la cabeza
gacha mientras caminaba entre las filas de catres, a pesar de que las habitaciones
estaban abandonadas
donde había otra puertaa más
esa hora del día. Se dirigió directamente a la parte de atrás,
pequeña.

Ayla respiró hondo, saboreando el aire puro mientras podía... y abrió la puerta de
los baños.

Como siempre, el olor la golpeó como un puñetazo, los malos recuerdos se


elevaron como bilis, puntos negros aparecieron detrás de sus ojos. Los baños eran
pequeños y estrechos, las paredes eran de piedra y un puñado de orinales y luego dos
losas de madera que ocultaban los profundos agujeros en los que todos los sirvientes
arrojaban sus necesidades. Las cubiertas de madera no hicieron absolutamente nada
para bloquear el hedor. Con los ojos llorosos, Ayla se subió el cuello de la camiseta
para cubrirse la nariz
nariz y se obligó a entrar.

Benjy y Rowan estaban en una esquina, con pañuelos atados sobre la nariz y la
boca, la luz del sol fluía a través de las vigas y encendía el cabello plateado de
Rowan. Los ojos de Benjy se abrieron de par en par cuando vio a Ayla y saltó hacia
ella, luciendo a partes iguales aliviado y molesto.

—¿Dónde diablos has estado? —preguntó, con la voz un poco entrecortada


entrecortada por el
pañuelo. —Primero no te presentas para la comida de la mañana, luego no te reportas
con Nessa, y una de las criadas de la cocina dijo que te había visto en los jardines
con Crier. Y ahora llegas tarde y Rowan tiene que ponerse en marcha, y si no vuelvo
a los huertos en menos de una hora, probablemente me azotarán...

—Quizá si quieres una explicación, deberías dejar que la chica hable —


interrumpió Rowan. Tiró de Ayla en un abrazo rápido con aroma
ar oma a romero, y su cabello
le hizo cosquillas en la mejilla. —Hola, pajarito. No es propio de ti llegar tarde, ¿pasó
algo?

—Sí, y no te lo vas a creer —dijo Ayla. Susurrando, porque nunca se sabía quién
podría estar escuchando,
escuchando, les
les contó todo lo que había sucedido
sucedido desde
desde que la llamaron al
dormitorio de lady Crier esa mañana. Sobre el paseo por los jardines. Sobre el extraño
y persistente cuestionamiento de Crier sobre los motivos de Ayla. Sobre la oferta (no,
no oferta; orden) de que Ayla se convierta en la doncella personal de Crier.

—Nunca imaginé que que tendría una oportunidad


oportunidad como esta —admitió, encontrando
la mirada fija de Rowan —. Soñé con ser asignada a algo dentro del palacio, pero pensé
que estaría en las cocinas, o una sirvienta
sirvienta sin nombre. . . Seré una doncella. La doncella
de la mismísima Lady Crier. Tiene que ser una señal.

—¿Una señal de qué? —preguntó Benjy.


Benjy.
—Una señal de que... —Ayla bajó aún más la voz. —Matar a Crier no sería una
verdadera venganza. No de la forma
f orma en que siempre lo había querido. Si quiero destruir
a Hesod, destruirlo de verdad. . . tengo que matar todo lo que le importa.

Él resopló, frustrado.

—¿Qué quieres decir?

—Matar a su hija es una cosa, pero, ¿para Hesod? Para hombres así, Automa o no,
no hay nada tan querido para ellos como el poder. Sangre, oro y piedras preciosas: todo
eso viene en segundo lugar después de tener un asiento en el consejo, el mando de un
ejército. Tener el control. La única forma de destruir realmente a Hesod es quitarle
su poder.

—Así que todavía se trata de venganza —dijo Benjy, casi molesto —. No


revolución.

Ayla lo miró fijamente. ¿Cómo es que no entendió? Se volvió hacia Rowan,


suplicando.

—Entiendes, ¿verdad?

—Lo entiendo. —Rowan alargó la mano para despeinar el cabello de Benjy,


sonriendo cuando él se retiró, y luego revolvió el de Ayla por si acaso. —Benjy, amor,
esto es una revolución. El soberano es la cabeza de la gran bestia. Todos tenemos
nuestras propias razones para querer cortar la cabeza. Todo lo que importa, al final, es
que alguien lo haga.

—Además, no es sólo Hesod de quien estaré cerca —añadió Ayla—. Rowan,


¿cuánto sabes sobre Kinok?

Rowan frunció el ceño.

—¿El Scyre?

—No solo es un Scyre. —Ayla se inclinó más cerca, emocionada. Nunca había
superado el impulso salvaje de impresionar a Rowan, de hacerla. . . orgullosa, tal
vez. Algo parecido. —Solía ser un Guardián.

— ¿Qué? —dijo Benjy—. Eso es. . . eso es imposible. Los Guardianes no


abandonan el Corazón. Nunca. Ellos se comprometen toda su vida a protegerlo.

—No sé cómo pudo dejar su puesto, pero lo


l o hizo. Y ahora está aquí, y está listo
para casarse con
con Lady Crier.

—Y todavía tiene conexiones con el Corazón —dijo Rowan. Había algo silencioso
en su voz, algo casi reverente.
—Tiene más que conexiones —dijo Ayla, reprimiendo una sonrisa maliciosa —.
Tiene conocimiento. De cómo funciona, cómo llegar. Rutas de comercio. Tal vez
incluso . . . debilidades, puntos vulnerables.
vulnerables. ¡Quién sabe!

Benjy abrió la boca para decir algo más, pero Rowan lo interrumpió.

—Cielos, pajarito —dijo, sus ojos marrones se iluminaron a la luz del sol. Parecía
menos un Como
esperanza. gorriónla yguerrera
más. . .que
como unasido
había guerrera, feroz y brillante
en levantamientos y llena
anteriores; como de
la
guerrera que volvería a ser. La revolucionaria, la líder. —Ayla, mi amor —dijo—. Esto
es increíble, esta es. . . esta es la mejor oportunidad que hemos tenido en años. Puedes
ser nuestros ojos y oídos por dentro, amor. Ubicada justo en el corazón del nido de
arañas, imagina eso. ¿Y la doncella personal de Lady Crier? Dioses, es como
si quisieran un golpe.

—Entonces, ¿crees que debería usar mi posición? —dijo Ayla, incapaz


i ncapaz de ocultar
el triunfo en su voz, incluso cuando vio que Benjy fruncía el ceño—. Crees que debería
ser un topo.

—Sí —dijo Rowan—. Sí, dioses, por supuesto. Aunque —aquí su voz cambió un
poco, se hizo más dura—, será peligroso. Ayla, tienes que concentrarte en el Scyre. Él
es el que tiene conocimiento sobre el Corazón de Hierro. Tal vez incluso tenga un mapa
de las Montañas Aderos, o de las rutas comerciales, un libro mayor de todos los
comerciantes de Corazonita, algo, cualquier cosa. Cualquie
Cualquierr cosa que puedas
encontrar, será valiosa. —Sonrió, aguda y alegre, y tomó el rostro de Ayla con ambas
manos y le dio un beso en la frente. —Eres una chica inteligente. Oh, una chica
inteligente y temible.

Ayla le devolvió la sonrisa, pero su mente ya estaba dando vueltas. ¿Era


posible? ¿Había alguna
alguna posibilidad de que Scyre Kinok realmente tuviera un mapa de
las Montañas Aderos, un mapa que pudiera llevarlos al Corazón de Hierro mismo?

Y si fuera así. . .

Ya no habría más vestidos blancos colgando


colgando del mercado como fantasmas.
Porque los humanos no tendrían que matar a Automas para liberarse. Los Automas
morirían, todos a la vez. Durante el primer año de trabajo de Ayla con el soberano
Hesod, los huertos casi habían sido arrasados por una plaga de langostas. Era una
primavera inusualmente caliente: la clase de primavera en la que el final del invierno
se sentía menos como sacudir el peso de la nieve de tus hombros y emerger más ligero
l igero
para ella, y se sentía más como un lento descenso al agua hirviendo. El aire era denso
y húmedo como el vapor. A veces le dolía incluso respirar. Cuando llegaron las
langostas, posándose sobre
sobre los huertos como una sombra viva y zumbante, incluso ellas
parecían un poco exhaustas por el calor. Comieron lentamente: primero los frutos,
luego las flores, luego las hojas. Comieron sin parar durante días. Todos los sirvientes
entraron en pánico, porque nadie sabía qué hacer con la pérdida de la cosecha de
frutas. ¿Y qué pasó cuando las langostas desnudaron los árboles frutales? ¿Volarían o
simplemente migrarían a los jardines? ¿Los campos de cebada y lavanda de mar? ¿Se
devoraría la cosecha de todo el año?
Fue Nessa, la sirvienta principal, quien los salvó. Nessa, a quien se le ocurrió la
idea de rociar las langostas con nubes de agua envenenada. No lastimaría a los árboles,
y además, la mayoría de ellos
ell os ya estaban desnudos y parecían muertos, pero comenzó
a matar las langostas en el segundo en que tocó su brillante piel verde.

En un solo día, los árboles estaban vacíos. La tierra debajo de sus ramas estaba
llena de millones
tobillos. mill
Aylaones
era de
unalangostas silenciosas
de las sirvientas y muertas,
encargadas decon los cuerpos
limpiarlos. apilados
Descalza, hasta por
caminó los
los huertos, llenó su canasta una y otra vez con cadáveres y luego cargó las canastas en
una carretilla, arrastró la carretilla hacia los acantilados, arrojó el contenido de cada
canasta por el borde y al mar que la esperaba. Las diminutas alas iridiscentes de las
langostas captaban la luz del sol mientras caían; Con cada canasta, Ayla sintió como si
estuviera derramando una cascada de relucientes piedras preciosas.

Un día de trabajo
t rabajo y todas las langostas estaban muertas; los huertos se
salvaron. Eso era lo que sucedería si el Corazón de Hierro fuera destruido, si los
Automas fueran privados del polvo de Corazonita. Sólo el trabajo de un día. Ya no
tendrían una vida en las sombras.

Ayla parpadeó. Se dio cuenta de que Rowan todavía la estaba mirando, esperando
su respuesta. Benjy no estaba mirando a ninguna de las dos. Estaba mirando el suelo
de tierra, con la mandíbula en movimiento.

—Voy a trabajar para Lady Crier —dijo Ayla—. Voy a espiar al Scyre y aprenderé
todo lo que pueda sobre el Corazón de Hierro.

—¿Qué hay de tu venganza?


venganza? —Benjy murmuró.

—No seré precipitada —prometió ella. No tenía sentido decirle a Benjy que el
fuego en ella no había disminuido, incluso había crecido. Este fuego mortal dentro de
ella, no necesitaba saber cuánto tiempo había estado ardiendo. Cuán carbonizada y
llena de cicatrices estaba. En algún lugar del fondo de su mente, la voz de su hermano
resonó. Actúa solo cuando las probabilidades estén de tu lado, Ayla. Juega con pan y
monedas,
Crier hastanoque
conhaya
tu vida. —Te lo suficiente
encontrado juro, Benjyinformación
—dijo—. No le haré
para nadael aCorazón
destruir Hesod nidea
Hierro. No dejaré que mi venganza comprometa a la Revolución.

Rowan le dio unas palmaditas en la mejilla, sonriendo.

—Esa es mi chica.

Y aunque todavía le lloraban los ojos por el terrible


ter rible hedor de los baños, aunque la
idea de servir a Crier le disgustaba, aunque una parte de ella no estaba segura de poder
encontrar ninguna información sobre el Corazón. . . Por primera vez desde ese día,
Ayla tenía un plan. No solo la idea nebulosa y a medio formar de Quiero hacerle daño
a Hesod. Quiero llevarme a su familia como él se llevó la mía . Más bien, ahora era un
plan real. Algo mucho más grande que Crier, Hesod, Kinok, incluso ella misma. Se
sentía como. . . como si esto fuera lo que se suponía que debía hace
hacer.
r.
Su corazón se iluminó con algo rápido y caliente. Una tormenta eléctrica dentro
de ella.

En cierto momento en medio de todo, se había olvidado de cómo se sintió al


comenzar.

Planear espiar al Scyre era mucho más fácil que hacerlo. Ayla estaba demasiado
ocupada con el ajetreo de la casa y sus necesidades, y lo más importante,
i mportante, las de Crier,
como para alejarse un segundo. Resultó que su nuevo horario era tan exigente como lo
había sido su trabajo en el campo.

Esta mañana, por primera vez en sus cuatro años como sirvienta del soberano, Ayla
no se presentó a los establos ni a los huertos al amanecer. En cambio, se unió a la
delgada corriente de humanos que se dirigían desde los cuartos de los sirvientes al
palacio mismo, y, después de que un guardia Automa comprobó su rostro, agarrando
su barbilla con fuerza mientras él verificaba su identidad, ella pasó a través de las
enormes puertas de madera.

Se sintió como entrar a hurtadillas en la cueva de un dragón.


Ayla se apresuró a recorrer los vastos y retorcidos pasillos, con los techos arqueados
por encima de su cabeza, tratando de memorizar el diseño, que parecía mucho más
complicado de lo que debería, dado que sabía que el palacio estaba dividido en cuatro
alas. El ala norte era la más vigilada; lo sabía simplemente por observar a los guardias
mientras trabajaba en los terrenos del palacio. Probablemente era allí donde estaban los
dormitorios, y tal vez el estudio del soberano o su sala de guerra. ¿Kinok dormiría allí
también, o los invitados eran mandados a un área diferente del palacio? Las cocinas y
el gran salón estaban en el ala este, cada piso menos el primero contaba con una amplia
vista del Mar Estrellado. El gran salón de baile estaba en el oeste, y en el sur se
encontraban los cuarteles de los guardias, provisiones adicionales de cosecha y
armamento, solario, grandes salas donde a veces se reunía el Consejo Rojo. Pero las
alas erancomo
grandes enormes:
paralasalbergar
alcuatro
bergar tenían tresdepisos
docenas de alturahabitaciones.
espaciosas y eran lo suficientemente
Podrían estar
escondiendo cualquier cosa.

El trabajo de Ayla consistía en averiguar dónde estaba la habitación de Kinok. . . y


cómo entrar.

Esta noche, el baile de compromiso se llevaría a cabo en el gran salón de baile del
ala oeste. Ahí era donde Ayla tenía que informar primero, y apenas tuvo dos segundos
para asimilar la grandiosidad de la habitación: todo el huerto de manzanos podría
haber encajado cómodamente
cómodamente dentro de sus paredes; el techo era tan alto que Ayla tuvo
que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo; las paredes estaban llenas de velas y
cortinas de oro puro; el piso de mármol era pulido hasta que adquirió un brillo similar
al de un vidrio y se limpió para el baile.
—¡Tú! —Una criada que no reconoció estaba ladrando órdenes. —Eres la nueva
doncella, ¿verdad?

—Sí —dijo Ayla. Ya estaba temiendo cualquier tarea que le estuvieran a punto de
asignar.

La criada sonrió.

—Pule la pista de baile.

Ayla volvió a mirar el amplio espacio abierto en medio del salón de baile. La
superficie del suelo de mármol estaba reluciente e impecable.

—Con el debido respeto, ¿no ha sido ya…?

—Siempre lo pulimos dos veces —dijo la criada, todavía sonriendo —. Encontrarás


los suministros allí. Sé rápida, ¿sí? No debería tomar más de una hora. —Y con eso
giró sobre sus talones y se alejó volando.

Ayla apretó los dientes y se dirigió al borde de la pista de baile. Casi se rio cuando
vio los “suministros” que le había dejado la criada: un balde de agua con jabón y un
solo paño. No había forma de que pudiera hacer esto en una hora. La pista de baile era
enorme, lo suficientemente grande para albergar a un centenar de parejas que bailaban,
y ella estaría frotándola de rodillas. Esto no era una tarea. Era un ejercicio de
humillación pública.

Pero pedir ayuda empeoraría las cosas, eso era lo que Ayla sabía. Así que se
arremangó y se puso a trabajar.

Solo había logrado restregar tal vez un área de seis por seis pies cuando casi pasó el
paño por encima de un par de zapatos. Ayla se sentó sobre los l os talones
t alones y miró hacia
arriba para encontrar a Nessa de pie junto a ella, con
co n las manos en las caderas. Ayla no
sabía cómo se había acercado tan silenciosamente, casi como un autómata. Conocía a
Nessa, porNessa
principal, supuesto.
Ness pasabTodos
a pasaba los sirvientes
a la mayor setiempo
parte de su reportaban condelella.
dentro Pero ycomo
palacio, Aylasirvienta
rara vez
tenía que trabajar debajo de ella. La mujer era alta, imponente y un poco encorvada,
cargaba con un niño de meses atado a su pecho todo el día. Ella era la única sirvienta
que Ayla sabía que había tenido un hijo.

Nessa parecía profundamente impresionada.

Ayla se secó el sudor de la frente.

—Hola señora.

—Estás arrastrando tus propios zapatos sucios por las partes limpias —dijo Nessa,
señalando.
Ayla miró hacia atrás y, efectivamente, había rayas de tierra en el suelo que acababa
de fregar.
f regar. Ella gimió en voz alta, tiró la tela a un lado
l ado y comenzó a quitarse los zapatos.

—Mis disculpas, señora —murmuró.

Nessa suspiró. Y luego se arrodilló para reunirse con Ayla en el suelo, sacó su
propio trapo del bolsillo de su uniforme y lo sumergió en el agua jabonosa.
jabonosa. Ayla miró
la parte
bajo superior
mientras de alafregaba.
Ness
Nessa cabeza de su bebé, a través de la correa, colgando peligrosamente

—¿Qué estás mirando, niña? —dijo Nessa, y luego siguió la mirada de Ayla. Ella
resopló. —Dioses, es como si nunca hubieras visto a un bebé. Continúa, sigue
mirando. Estoy segura de que no tienes mejores cosas que hacer.

—¿A los guardias no les importa? —preguntó Ayla.


Ayla.

—Lily es callada. Nunca hace un escándalo.


escándalo.

Trabajaron juntas en silencio durante un rato, una al lado de la otra en el suelo.


Luego, finalmente, Ayla no pudo evitar soltar:

—¿Es cierto que te casaste con Thom?


Nessa la miró con incredulidad.

—¿Andas metiendo la nariz en los asuntos de todos, o solo en los míos? —Ante el
silencio de Ayla, puso los ojos en blanco. —Sí, por supuesto que es verdad. Qué rumor
más estúpido sería ese.

—¿Pero por qué?

Otra mirada.

—La misma razón por la que tengo a Lily, idiota. Porque lo amo.

Eso tenía aún menos sentido para Ayla. Pero Nessa volvió a fregar y Ayla supo que
ya había presionado demasiado, así que se mordió la lengua. Pasó el resto de la mañana
así, frotando en silencio, hasta que se le adormecieron las rodillas y le dolieron
horriblemente los brazos.

Ya estaban llegando los invitados del soberano; Ayla no dejaba de mirar cada vez
que se levantaba para escurrir su ropa y podía asomarse a las ventanas del segundo piso
que daban al patio. Sus gargantas, muñecas y orejas estaban llenas de oro. Llegaban a
caballo, en caravanas doradas, en carruajes tirados por caballos. Y entonces lo vio: un
uniforme negro entre todos los sirvientes uniformados de rojo. Los colores de un Scyre.

Le picaba la piel. No le gustaba estar encerrada en este palacio frío con tantas
sanguijuelas.
Esa noche, se ordenó a Ayla que fuera a buscar el vestido de baile de Crier a manos
de la costurera. Con los pies doloridos por caminar sobre losas todo el día en lugar de
tierra más blanda, se arrastró hasta el nivel subterráneo donde las empleadas
domésticas, las lavanderas y las costureras hacían la mayor parte de su trabajo. Todo lo
que quería hacer era dormir. Por años. Acurrucarse aquí mismo sobre las frías losas,
esconderse en las sombras, dormir durante una década. Era el tipo de cansancio que le
dejaba la cabeza nublada, borracha y lenta. Había imaginado que las tareas domésticas
serían
de más fáciles
trabajo, sino el que
puroelagotamiento
trabajo de campo,
de ser pero había
vigilada subestimadoconstantemente,
y monitoreada no solo la cantidad
de
controlar su expresión y sofocar cualquier indicio de esa fatiga: un solo bostezo podría
sacarla del palacio para siempre.

Por eso, cuando entró en el cuarto de lavado, se detuvo en seco en el


umbral. Realmente pensó que estaba soñando, solo por un momento.

Porque allí estaba Faye inclinada sobre una de las enormes bañeras de agua
humeante y jabonosa. Hermana de Luna. De la l a que todos
t odos habían hablado en el
mercado. La que no había sido vista desde la transgresión de Luna, (lo que fuera) y el
posterior asesinato.

Faye estaba agarrando una paleta larga de madera, lavando la ropa de cama y la
ropa sucia, su cara sonrojada y sudorosa por el calor.
La última vez que había visto a Faye era mediodía y el sol les caía sobre la cabeza
y Faye estaba en el suelo, cubierta de polvo, gritando de la manera cruda y sin palabras
de los animales torturados. Los soldados Automa la patearon en el vientre y ella no
paró de gritar. A veces, sus labios formaban la palabra Luna. Pero fue tan largo, tan
destrozada por el terror y la angustia, que no sonaba en absoluto como el nombre de su
hermana.

Un vestido blanco, ondeando con la brisa.

Y de alguna manera, ella todavía estaba viva. Ella estaba aquí, en el palacio,
removiendo una tina llena de ropa de cama. Ella no parecía herida. No le faltaban
extremidades,
diferencia era no
quetenía cicatrices
la Faye a ununlado
de hace mesdeselahabía
cara que Aylaelpudiera
dejado ver. La
pelo largo, única
siempre
recogido en un nudo en la nuca. El cabello de esta Faye estaba muy corto, cortado tan
desordenadamente
desordenadamen te en lugares que se veían trozos de cuero cabelludo pálido.

Pero ella estaba viva.

Faye estaba viva.

—Faye —dijo Ayla impotente. En el segundo en que hizo ruido, Faye se sobresaltó
y dejó caer la paleta de madera; se dio la vuelta para mirar a Ayla con los ojos muy
abiertos. La puerta se cerró detrás de Ayla. Estaban solas. —Faye, ¿dónde
has estado? Pensé que estabas. . .

—No digas mi nombre —dijo Faye.


—¿Qué?

—No. Digas. Mi nombre. —Faye inclinó la cabeza hacia un lado, con los ojos fijos
en Ayla. Ella aún no había parpadeado. Tenía una forma extrañamente precisa de
hablar, sus palabras eran agudas a pesar de que su voz era tranquila. —Ese no es. Mi
nombre. Nunca más. No lo digas. No lo digas. ¿Quién eres tú?

—¿A ¿Recuerdas?
conoces. qué te refieres?
Soy amiga—
dedijo
Rowan.Ayla
No—sabía
. Soy. . . soy
que estabas viva. Ayla.
Lo juro,Me
te
habría encontrado. Rowan tampoco lo sabía. Pensamos que te habían llevado.
l levado.

Faye se rio.

O gritó.

—Llevarme —repitió—. Llevarme. No. No, no del todo. Aunque deberían haberlo
hecho. Yo lo merecía. No ella. No ella, no ella.

Sus ojos eran del tipo salvaje que Ayla había visto antes. Por lo general, veías esos
ojos en los cementerios, en las ejecuciones o en los incendios. Ayla sintió el primer
cosquilleo real de inquietud a lo largo de su columna vertebral. Había oído que Hesod
había llevado a sirvientes humanos al palacio para pagar sus deudas, incluso yendo tan
lejos como separándolos de sus familias, pero ¿no había sido la muerte de Luna un
castigo suficiente?

—¿Qué quieres decir con que no ella? —ella preguntó—. ¿Estás hablando de
Luna?

—No digas su nombre


nombre —siseó Faye enseñando sus dientes.

—¿Que hizo ella? —preguntó Ayla. Algo se sintió tan mal. — ¿Qué hizo ella?

—Las manzanas —murmuró Faye, agarrándose el cabello —. Las manzanas, las


manzanas. . .

Y gritó a todo pulmón, el sonido rebotaba y resonaba por el diminuto cuarto de


lavado, y se lanzó hacia adelante rápido
r ápido como un Automa: un segundo estaba a la mi
mitad
tad
de la habitación, al siguiente estaba justo frente a Ayla, su pecho agitado. Ayla dio un
salto hacia atrás, colocando la bolsa de ropa blanca frente a ella como una especie de
escudo patético, pero ya era demasiado tarde.

—¡No la toques! —Faye chilló—. ¡No toques mi hermana!

Y arremetió a ciegas con un brazo, golpeando la nariz de Ayla con la mano. Ayla
se tambaleó hacia atrás, y el dolor aumentó en el lugar donde había sido
golpeada. Cuando se movió para tocarse la cara, sus dedos se enrojecieron y pudo sentir
el goteo de sangre caliente y pegajosa de sus fosas nasales.

—Dije que no la toques —dijo con voz áspera Faye, sacudiendo la cabeza, arrojando
gotas de sudor—. No la toques, no la toques, tómame en su lugar, no la toques, no la
toques, no la toques, no, no, no, no, NO. —Su voz se quebró y retrocedió, primero
lentamente. y luego casi tropieza con sus pies. Golpeó una de las bañeras, el agua
hirviendo se derramó por el lado opuesto, una paleta cayó al suelo, y luego chilló y
salió corriendo del cuarto de lavado, hacia la oscuridad del corredor exterior. El aire
frío entró en el cuarto de lavado
l avado húmedo y maloliente.

Ayla, temblando, echó la cabeza hacia atrás para detener el flujo sanguíneo. Le dolía
la nariz, pero un
corazón, no estaba roto. Sólo una
enfermizo leve punzada pulsando
recordatorio del junto con de
estado el latidoFaye...
de su
¿qué? ¿Dolor? ¿Locura? ¿Ambos?

Las manzanas, las manzanas.


manzanas.

—Toma —dijo alguien detrás de ella, y ella se sobresaltó, pero sólo Nessa estaba
parada en la puerta.
puerta. Su bebé todavía estaba atado a su cuerpo, y extendía
extendía un pañuelo y
escudriñaba a Ayla con sus ojos brillantes. —Para la sangre —dijo—. Tienes suerte de
que la lady haya estado demasiado ocupada saludando a los invitados hoy como para
molestarse contigo.

—Tengo suerte —masculló Ayla, y empezó a secarse torpemente la nariz.

Nessa resopló.
resopló.
—En el futuro, mantente alejado de esa chica. Ella no está bien y nunca lo
estará. Los dioses solo saben por qué sigue por acá.

De hecho, sólo los dioses lo saben.

Ayla asintió.

—Sí.

Nessa giró sobre


sobre sus talones y se dirigió en la dirección
dirección en la qu
quee Faye
Faye había corrido,
y Ayla estaba sola con sus pensamientos, los baños humeantes,
humeantes, la sangre en la boca. El
recuerdo de los ojos locos de Faye.

El día había sido angustiosamente largo. Todo lo que Ayla quería hacer después de
fregar el suelo y tratar desesperadamente
desesperadamente de borrar la imagen del rostro aterrorizado de
Faye de sus pensamientos era caer de bruces en una cama y no despertarse nunca. Le
dolía la nariz y el pañuelo de Nessa todavía estaba en su bolsillo, como prueba.

En cambio, la habían convocado a los aposentos de Crier.

—Canta —ordenó Crier. Estaban en una de las habitaciones más pequeñas junto a
su dormitorio y Ayla acababa de verter una pesada olla de agua hirviendo en la
bañera. Le dolían los brazos al ver el agua chapotear sobre la
l a resbaladiza porcelana
blanca.
—¿Mi lady? —dijo Ayla.

—Malwin me cantaba a menudo —dijo Crier, comenzando a desabrochar los


botones de su manga—. Era agradable. Quiero que tú también cantes para mí.

—Yo... soy muy inexperta, mi lady —intentó Ayla. Eso era cierto. No había
cantado en años,
la memoria: no fuera
la voz de sudemadre
su propia cabeza.
cantando El acto dedecantar
canciones cuna estaba tan atascado
y salomas 1 en
, su padre
uniéndose, un dúo como un ruiseñor acompañado por la ráfaga profunda y baja del
océano mismo. La pequeña Ayla y Storme riendo, cantando y bailando torpemente
frente al fuego de la chimenea. No. Ayla no quería cantar.

Pero recordó un momento en el mercado cuando los funcionarios Automa que


estaban de visita estaban recorriendo la ciudad. Hesod se acercó a un hombre y una
mujer y les dijo que bailaran. La mujer, tan llena de miedo, se había echado a
llorar. Pero habían cumplido. Porque negarse significaría un castigo rápido. Y así, el
hombre había movido a su sollozante esposa en círculos, sus movimientos
antinaturales y entrecortados, como muñecos
muñecos siendo movidos por un niño cruel. Ayla
miró a Crier ahora; parecía que la hija era como el padre.

—Entonces considere esta como su práctica —dijo Crier.


Entonces, Ayla cantó.

Cantó una vieja canción folclórica mientras vertía aceite con aroma a rosas en el
baño de Crier, desviando la mirada mientras su ama se desn
desnudaba
udaba y se hundía en eella,
lla,
enjabonando las piernas. Cantó mientras cepillaba y aceitaba el cabello oscuro de Crier
después, sintió su sorprendente suavidad, notando, también, la tersa perfección de su
piel Creada, la forma en que las clavículas formaban una V abierta debajo de su
delicada barbilla.

La base de su cráneo. La piel suave entre cada costilla. La curva de su garganta.

Si tuviera un cuchillo en este momento, podría haber matado a Crier diez veces.
Pero ella no pudo hacer eso. Hoy no. Todavía no.

Su voz de canto era débil y entrecortada y seguía resquebrajándose en lugares


extraños, aunque cuanto más cantaba, más fuerte se volvía, como si las propias
canciones hubieran despertado de un largo sueño. Al principio, había planeado cantar
solo una canción, pero se encontró incapaz de detenerse. La mantuvo calmada, incluso
cuando su imaginación se deslizó por debajo de la puerta y se arremolinaba
silenciosamente por los pasillos del palacio como humo, trazando un plan. Si bien Crier
estaba ocupada por lo demás con la fiesta de esa noche, Ayla finalmente tendría la
oportunidad de comenzar su misión.

1
Una saloma es un tipo de canto de marineros usado para aumentar la productividad en los trabajos
realizados en la mar.
Después del baño y el pelo, bajó el vestido nuevo de donde lo había colgado. Era el
vestido de fiesta más ridículamente complicado que había visto en su vida. Era de color
plateado pálido, con una cola bordada y una falda como una campana ancha, y el
corpiño tenía que anudarse en la espalda, cerrarse alrededor del cuerpo de Crier como
una trampa de cazador. La única ventaja, pensó Ayla mientras ataba lo que debía ser
el milésimo par de pequeños cordones, era que Crier parecía tan miserable como se
sentía Ayla. Estaba casi nerviosa, los ojos recorrían su dormitorio y los dedos se
movían nerviosamente.
nerviosamente.
Su mirada seguía clavándose en la garganta de Ayla. El lugar donde estaba su collar
debajo del cuello del uniforme de su doncella. Una vez más, Ayla quiso insultarla: Sé
que lo viste. Quería decir que no podía jugar con ella. Que no importaba si Crier la
castigaba ahora o lo alargue durante semanas. Todo terminaría de la misma manera.

Ayla tiró de los cordones con más fuerza de lo necesario.

Dos sirvientes habían llevado un gran espejo con el propósito de preparar a Crier
para el
el baile.
baile. Crier estaba
estaba de pie justo
justo enfrente,
enfrente, Ayla detrás de ella, y cuando Ayla miró
hacia arriba, sus ojos se encontraron con los de Crier en el reflejo.

Hizo una pausa con los cordones. Se preparó para recibir una orden.

—¿Por qué los humanos todavía se casan? —preguntó Crier.

—¿Qué? —Seguramente ella habría escuchado mal.

—En el pasado —dijo Crier vacilante, como si todavía estuviera trabajando en su


cabeza —. Sé que sus costumbres matrimoniales eran similares a las nuestras. En gran
parte para obtener beneficios políticos o estratégicos, especialmente entre los linajes
más influyentes.

—Sí —dijo Ayla, y se abstuvo de añadir: Tus costumbres son similares porque toda
tu cultura fue robada de la nuestra. Porque no tienen historia ni cultura propia.

—Pero
el año la primavera
anterior, pasada,
sé que Nessa una criada
cortejó se casó
a Thom, con
de los uno deNinguno
huertos. los mozosdedeellos
mi padre. Y
tiene un
estatus significativo. Asi que. . .

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Ayla, dejandodejando caer las manos


manos de los cordones.
cordones. Se
quedó mirando el reflejo de Crier, incapaz de apartar la sorpresa de su propio
rostro. Ayla y Nessa no eran amigas, de ninguna manera, pero Ayla se sentía protectora
de los secretos de los sirvientes. El matrimonio entre sirvientes no era ilegal, pero
nunca se sabía cuándo podrían cambiar las leyes,
l eyes, o qué maneras pensarían los Automas
en un futuro para castigar a su propio personal, para enviar ondas de miedo entre los
humanos.

Crier ladeó la cabeza.


—Los chicos se casaron a medianoche en los acantilados. Hubo un eclipse parcial
esa noche y deseaba observarlo desde un terreno más alto. Los escuché. Kinok me
informó sobre lo de Nessa y Thom.

A Ayla se le encogió el estómago.

¿Cómo demonios se enteró Kinok? ¿Por qué le importaría siquiera? ¿Por qué le
diría a Crier?
—Entonces, si no hay nada que ganar, ni influencia política, ventaja estratégica o
división de la propiedad, ¿por qué se casan los humanos? —Crier miraba a Ayla en el
espejo, con los ojos muy abiertos y curiosos, su cuerpo extrañamente inmóvil. Ayla se
había percatado de que había hecho esto unas cuantas veces; estaba tan concentrada en
una cosa en particular que aparentemente se olvidó de reproducir los pequeños
movimientos que la hacían parecer más humana: respirar, parpadea, jugueteando con
algo. Expresiones faciales a veces. En cambio, se quedaba parada allí, alta y congelada,
una criatura tallada en piedra.

—No sé si soy
soy la persona a quien preguntar sobre
sobre eso —dijo Ayla.

—Pero tú eres mi doncella —dijo Crier con un ligero aire de triunfo —, y se supone
que debes atender mis necesidades. Lo que necesito es una respuesta.
Ayla mantuvo los ojos fijos en los cordones que tenía bajo las manos y se negó a
mirar a Crier a los ojos en el espejo. Estaba oscureciendo fuera de las ventanas, el cielo
estaba morado por el crepúsculo. No tenían mucho tiempo antes de Crier hiciera su
entrada en la fiesta, y Ayla ansiaba la breve libertad que sabía que esta noche le daría.

—Se supone que nos casamos por amor —dijo finalmente Ayla. La palabra era una
semilla amarga en su lengua. Nunca antes se había enamorado. Así no. Pero ella había
sentido amor por su familia.

Crier frunció el ceño.

—Eso parece. . . mal aconsejado.


—Acordado.

La voz de Crier era más suave ahora, apenas audible.

—Eso parece que podría terminar en una gran cantidad de sufrimiento.

¿Qué sabrías tú sobre el sufrimiento?

Ayla tiró del penúltimo par de cordones, en la parte superior de la columna vertebral
de Crier.

—Casi termino. —Ahora tenía prisa, la ansiedad saltaba dentro de ella como una
llama.
Esa noche, cuando todo el palacio, tanto Automas como sirvientes, estuvieran
preocupados por el baile de compromiso,
compromiso, Ayla se deslizaría por debajo del gran sal
salón
ón
de baile a los niveles inferiores, donde se había enterado de que estaban los aposentos
de Kinok. Ella revisaría sus posesiones, su correspondencia, cualquier
cualquier cosa que pudiera
encontrar.
encontr ar. Rowan había sido clara.
clar a. Busca un mapa
m apa o un libro del comercio
come rcio de
Corazonita. Quizás un diagrama del Corazón mismo, si tal cosa existiera. Ella solo
podía leer un puñado de palabras, pero Benjy una vez le mostró los nombres de los
miembros del consejo,
mano. Se había olvidadolos
de escribió para
l a mayoría
la de ella
ellos,enpero
la tierra y luego
aún podía los barrió
imaginarse con una
algunos de
ellos, las formas específicas de cada letra. Conocía a Ellios, Burn,
Markus. Kita. Thaddian. Conocía Automa; ella conocía humanos; ella
sabía rebelde. Ella conocía la palabra corazón.

Puede que no lo consiga toda esta noche, pero eventualmente encontrará


algo. Aprendería los secretos de Kinok. Descubriría lo que él sabía del Corazón de
Hierro, cómo infiltrarse y destruirlo. Encontraría la información que cambiaría todo,
información que podría destruir a los Automas. de un solo golpe. Eso podría acabar
con su reinado para siempre. Libertad para toda la humanidad.

Era casi demasiado. Demasiado para entender. Mucho más grande que el único
golpe fatal que más le importaba: Crier, muerta en sus brazos.

Pero por eso, Ayla tendría que esperar. Ella ya había esperado tanto tiempo; aún
podía esperar más.
más. Podía esperar todo
todo el tiempo que
que fuera necesario.
necesario.

Primero, haría lo que prometió a Benjy y Rowan: ayudaría a la causa. Encontraría


una ruta al Corazón de Hierro, si tal cosa existiera. Entonces, y solo entonces, se daría
a sí misma
mi sma lo que más deseaba: venganza personal.

Ella apartó un poco del cabello de Crier, más


m ás que lista para terminar con todo esto,
y fue entonces cuando vio el tatuaje.
t atuaje.

Era diminuto. Diez números grabados en la piel de Crier con tinta negra azulada,
cada uno más pequeño que una uña. Ayla había oído hablar de estos tatuajes antes,
pero nunca se había
había acercado lo suficiente a un
un Automa para ver
ver uno.
Este era el número de modelo de Crier. Los primeros seis números la identificaron
como Crier de la familia Hesod. Los segundos cuatro indicaron el año de su
creación. Era un recordatorio más de que la criatura que estaba delante de Ayla, la
criatura atada con este hermoso y rico vestido, la criatura que merodeaba por los
acantilados de noche, esa criatura no era humana.

Ayla, sin pensarlo, pasó el pulgar por el número. Un toque suave, apenas visible; en
el momento en que se dio cuenta de lo que estaba haciendo, retrocedió y trató de
interpretarlo como un puro accidente. No se miró en el espejo, no se at atrevió
revió a
comprobar si Crier se había dado cuenta o no.

La piel de Crier estaba más caliente de lo que Ayla podría haber pensado
pensado..

Fue Crier quien rompió el silencio entre ellas.


—¿Has experimentado el amor?

—Sí. —Ayla se mordió la lengua.

—¿Cómo se siente?

vez,Ayla
hacenomucho
pensótiempo,
en el amor sino en
no había su collar.
estado La única y brillante prueba de que una
tan sola.

—No lo recuerdo —respondió finalmente. Terminó el último encaje y dio un gran


paso hacia atrás,
atrás, alejándose del espejo, evitando aún los ojos de Crier.

Crier no se estaba rindiendo.

—¿Hay alguna sensación física? ¿Es agradable o doloroso?

—Depende.

—Así que lo recuerdas.


r ecuerdas.

Déjame ir.

—A veces me siento mejor


mej or cuando pienso en cierta canción —dijo Ayla—. Eso es
todo lo que puedo decirte.

—Cierta canción. ¿Lo he oído?

—No.

—¿No me lo cantaste?

—No, mi lady.

—¿Por qué no?


Ayla suspiró.

—Bueno, es . . . privado. —Era una palabra que los criados rara vez decían. Se
suponía que nada de sus vidas era privado.

Crier hizo un pequeño sonido de consideración.


consideración.

—Entonces, ¿te encanta esa canción? ¿Te gusta la música?

—Por supuesto.

Crier se volvió hacia Ayla. De alguna manera, era más intimidante con el vestido
de fiesta que con su ropa normal. Más alta, más feroz, los músculos tensos de sus
brazos a la vista. No ayudó que llevara maquillaje: kohl2 alrededor de los ojos, una
mancha oscura en la boca. Parecía un monstruo de las viejas historias. Un chupasangre,
chupasangre,
una bruja, hermosa y mortal.

—Toma —dijo Crier,


Crie r, y se acercó
acerc ó a su mesita de noche.
noc he. Abrió uno de llos
os
cajones. Sacó algo. Se lo arrojó a Ayla sin previo aviso.

Ayla
cara. se sobresaltó
Cuando miró sus ymanos,
apenasviologró atraparsostenía
que ahora la cosauna
antes
soladellave
que de
la metal.
golpeara en la

—Hay una sala de música en el ala oeste —dijo Crier—. Voy allí a veces. A
practicar.

Ayla la miró fijamente.

Luego miró la llave grande en sus manos.

Un regalo.

Apenas podía comprender tal cosa. Parecía imposible que Crier confiara en ella
tan pronto, tan fácilmente.

A no ser que . . . a menos que ya hubiera querido confiar en ella. A menos que esa
hubiera sido parte de la razón por la que la había buscado en primer lugar.

El pensamiento movió algo suelto en Ayla, y no estaba segura de cómo sentirse al


respecto. Confianza. La confianza significaba cercanía.

La confianza significaba que Ayla podía obtener respuestas más fácilmente.

La llave estaba fría pero pesada en su mano.

—Las paredes son gruesas, por lo que no se escapa ningún sonido. Nadie te
interrumpirá. Ahora —dijo Crier, aparentemente satisfecha por la conmoción que
debió haber estado en el rostro de Ayla—, puedes acompañarme al salón de baile.

2
Un cosmético que se usa en el Oriente Medio, Norte de África y Sur de Asia, para los ojos.
7
Esa noche, Crier iba a hacer todo bien.
Esa noche, su secreto se mantendría a salvo. Tal vez ella era defectuosa en su interior,
con el pilar de la Pasión causando estragos en ella desde dentro, pero nadie tenía que
saberlo.
Varios cientos de invitados habían llegado al baile; Crier
Cri er lo sabía, ya que ella misma
había escrito muchas de las invitaciones, había estudiado largas listas de nombres y
conexiones. Todos ellos se habían reunido para celebrar su compromiso con Kinok,
juntándose desde los bordes de la pista de baile hacia lal a tarima en el frente, bebiendo
Corazonita líquida y vino pálido y murmurando con anticipación. Aunque ella no podía
verlos a todos desde su escondite detrás de la tarima, podía oír a los invitados
escurriéndose
empezó a sentirdesde
que lalasmultitud
entradascasi
a cualquier extremo de la habitación, hasta que Crier
la estaba ahogando.
Había hombres con oscuros chalecos bordados. Mujeres en vestidos de todos los
colores y estilos, sus cabellos sueltos y caídos, o trenzados en ajustadas coronas, u ocultos
bajo sedas coloridas; algunos estaban en uniformes militares con clase, con medallas en
los cuellos de su traje. Crier se preguntó si alguna vez habían visto de verdad una batalla.
De seguro la mayoría era parte de las últimas generaciones de Automas, aquellos que
habían sido creados mucho antes de la Guerra de Especies.
Especies.
El gran salón de baile siempre había sido hermoso, pero esa noche era toda una vista,
todo brillante y exquisito. El piso, pulido, suave y brillante como el hielo, había sido
limpiado para bailar. Las paredes tenían colgados enormes tapices que llegaban del piso
al techo y que Crier nunca antes había visto, todos describiendo escenas de celebración y
unificación:
totalmelante
hecho totalmente coronación de algúnuna
de perlas blancas, reyescena
antiguo, unacampo
de un boda de
real presentando
batalla en la cualunAutomas
vestido
uniformados estaban parados sobre los cuerpos caídos de incontables humanos (y los
cuerpos de los extraños Automas simpatizantes de los humanos, los traidores). Todos esos
Automas, Crier sabía, habían sido eliminados, considerados defectuosos
defectuosos.. Quemados.
A la cabeza de todo eso estaba parada Crier, tomando respiraciones medidas tres
veces por minuto. La tarima ceremonial delante de ella estaba tallada para verse como
una masa de cuerpos humanos enredados y Automas de pie triunfantes sobre ellos.
Incluso las hojas pintadas de dorado y casi centelleando bajo la cálida luz de dos docenas
de candelabros de cristal y sus cuatrocientas velas eran espantosas. Crier siguió mirando
eso, descubriendo un nuevo detalle cada vez: la torcedura antinatural de una pierna, un
rostro con los ojos salidos de sus órbitas, una boca dorada torcida en un aullido silencioso
e interminable.
La tarima estaba hecha para atrapar la vista. No importaba dónde te pararas, no
podías olvidar por qué
qué estabas aquí
aquí esta noche.
noche.
Para hacer oficial el compromiso entre Crier y Kinok.
Crier no quería nada más que apartar la vista, pero la única alternativa habría sido
girarse hacia Kinok, quien estaba de pie tan quieto como una roca a su lado. Estaba
absolutamente calmado, pero de una manera que hacía que Crier pensara en las pozas que
se formaban por la marea: inmóviles
i nmóviles en la superficie, pero con cosas oscuras y espinosas
ocultas debajo.
Afuera del salón de baile, la luna está alcanzando su punto más alto.
Ya casi era hora.
Su padre ascendió a la tarima. Se veía orgulloso y poderoso parado solo ahí arriba.
Como el mascarón de proa de un barco, dando la cara a un océano de Automas.
—Organización, Sistema, Familia —dijo Hesod, su voz resonando y haciendo eco
por todo el salón. Instantáneamente,
Instantáneamente, el bajo murmullo de mil
mi l conversaciones dio paso a
un silencio calmado. Los pocos invitados que Crier podía ver se giraron al unísono para
mirar a Hesod, una onda de movimiento simultáneo —. La belleza y simetría de tales
valores no debería ser desperdiciada meramente en la vida humana —continuó, citando
su propio manifiesto—, sino estudiado y aplicado para el beneficio de la especie Automa.
Organización, Sistema,
honramos dos vidas Familia.
que pronto Esta unidas,
estarán noche,pero
honramos
tambiénesos valores.
honramos Esta
lo que noche,
simboliza
una unión: la preservación
preservación de nuestra cultura. La unificación de nuestra gente. El continuo
éxito de una civilización construida en tradición. Una civilización que debido a la
tradición ha crecido más poderosa y magnífica que cualquier civilización que ascendió
asc endió y
cayó antes que nosotros.
Tallado en la parte de atrás de la tarima, justo frente al rostro de Crier, estaba el
cuerpo de una mujer humana desnuda. Sus extremidades eran largas y estaban rotas,
entrelazadas con los cuerpos a su alrededor; su cabello era una nube de oro alrededor de
su cabeza dorada. Como todos los otros cuerpos en la tarima, su rostro estaba vuelto hacia
arriba como si ella también estuviera mirando a Hesod hablar. Pero, al contrario que Crier
y Kinok, al contrario que todos los invitados Automas, su rostro estaba torcido en una
expresión de pura angustia. Una boca ancha y torcida, ojos que eran enormes, grotescos
y casi como los de una rana. Una de sus manos era visible, los dedos rígi
rígidos
dos y puntiagudos
como las garras de un buitre. Otros cuerpos estaban agarrándose de ella (manos en sus
caderas, sus muslos, sus tobillos) como tratando desesperadamente de trepar y
sobrepasarla, usando su cuerpo como una escalera. Un medio de escape.
—Unidad, de políticas, de pensamiento, de familia, está escrita en nuestro Diseño —
estaba diciendo Hesod—. Esta noche, Lady Crier de Rabu y Scyre Kinok de las Montañas
Occidentales se comprometerán el uno con el otro y, sobre todo, a llos
os principios básicos
de nuestra gloriosa sociedad. Mi hija. Honorable Scyre. El momento de ascender ha
llegado.
Por un segundo, Crier no se movió.
m ovió. Entonces, Kinok la rozó al pasar por su lado en
su camino para subir a la tarima, y ella sacudió el hielo de sus extremidades y lo siguió.

Los escalones construidos al lado de la tarima tenían la forma de manos humanas


ahuecadas.. Crier subió lentamente, poniendo sus pies con cuidado en sus palmas doradas.
ahuecadas
Después, el tiempo siguió su curso. La ceremonia llegó a Crier en fragmentos: la voz
de su padre retumbando por el gran salón mientras recitaba viejas palabras medio
humanas; los ojos de Kinok fijos en el perfil de Crier; la multitud, inmóvil como un mar
de estatuas, observando hacia arriba a Crier con miles de ojos vacíos. ¿Era ese su propio
corazón lo que escuchaba? Podía oír el latido, los diminutos chasquidos de su
funcionamiento. ¿Estaba latiendo demasiado rápido?

¿Estaba ella respirando?


r espirando?
Seguía olvidándose de respirar.
Cuatro respiraciones por minuto.
Ella no emergió hasta que era la hora, era la hora. Kinok levantó el cuchillo
ceremonial. Su filo captaba la luz de las cuatrocientas velas, y Crier pensó vagamente en
o luciérnagas.
Entonces, Kinok dijo:
—Hemos de unirnos, cuerpo con cuerpo, sangre con sangre —ella descansó el
antebrazo en el borde de la tarima, y él deslizó el filo casi gentilmente por su piel desde
el codo hasta la muñeca.
La sangre manó inmediatamente, de un violeta oscuro. El agarre de Hesod se apretó
en los hombros de Crier (¿tranquilidad? ¿orgullo?) mientras veían la sangre derramarse
por su brazo, bajando a los dedos. Goteó desde sus dedos y salpicó el piso dorado de la
tarima, corrió en diminutos riachuelos bajando por la pared exterior, por los rostros y
cuerpos de los dorados humanos desnudos, ni una sola gota cayendo en el vestido de
Crier. Kinok dejó el cuchillo a un lado. Con largos y firmes
fi rmes dedos, él desató la tela de su
brazo que Crier había usado los últimos meses. Lo colocó al lado del cuchillo.
Como en todas las cosas, la herida llegó primero y luego el dolor. El brazo de Crier
dolía terriblemente, incluso cuando sabía lógicamente que el largo y limpio corte en su
piel (el corte de un cirujano, pensó ella distantemente)
distantemente) ya había
había comenzad
comenzadoo a sanar. Tomó
todo en ella para quedarse quieta, mantener la expresión en blanco y permitirse sangrar.
Sólo tuvo unos
el cuchillo. pocosque
El corte momentos
le hizo alpara serenarse
antebrazo de antes
Kinokdenoque
fuefuera
ni desucerca
turnocomo
de empuñar
el suyo
(un poco tembloroso, un poco demasiado profundo o superficial en algunos lugares), pero
por supuesto
supuesto que su sangre
sangre se derramó dede igual forma. Ella desató
desató la tela del brazo de él.
Lo desechó. Y bajo la guía de Hesod, presionaron sus antebrazos juntos, sangre violeta
untándose entre ellos, serpenteando hasta gotear de sus codos. Una sola gota aterrizó en
la falda de Crier.
—Hemos de unirnos —dijo Crier. Su voz era tranquila pero clara, como una campana
sonando por el salón de baile—. Cuerpo con cuerpo. Sangre con sangre.
—Hemos de unirnos —murmuró Kinok, encontrando sus ojos. Mantuvieron la
posición, encarándose
encarándose y con
con las heridas presionadas juntas, por otro momento.
momento.

Luego Hesod dijo:


—Está hecho —y la multitud, que había estado silenciosa, repitió al unísono “Está
hecho”. Una sola voz con mil capas.
Crier bajó la mirada del rostro de Kinok tan pronto como pudo. Miró abajo a la
diminuta mancha oscura en su falda, la gota de sangre caída.
Estaba hecho.
Después de que la ceremonia hubiera terminado, Crier fue libre de mezclarse con los
l os
invitados, pese a lo poco que realmente quería hacerlo. Kinok la ayudó a bajar de la
tarima, su mano fría en la suya, y juntos se adentraron a la multitud que aguardaba. Los
músicos habían parado de tocar durante la ceremonia, y ahora recomenzaron con una serie
de valses, música que era suave y profunda bajo el murmullo de la conversación. Crier
pronto perdió a su padre con un miembro del consejo y a Kinok con una mujer que
aparentemente también era una Scyre, pero ella lo prefería así. No estaba de humor para
la jocosidad. Su brazo había sido vendado, pero aún dolía, y el sentimiento enfermo en su
estómago había vuelto. Quizás nunca se había ido.
Mientras buscaba una zona tranquila cerca de uno de los tapices, Crier se encontró
lanzando miradas a los únicos otros humanos del salón que no eran sirvientes: los
músicos, ubicados lejos, en un rincón. Eran un cuarteto; laúd, arpa, caramillos y un lento
ysusrítmico redoble No
instrumentos. de tambor.
había unMantenían
director, y las
auncabezas
así cadabajas,
pieza las espaldas
fluía inclinadas sobre
sin interrupciones hacia
la siguiente, melosas baladas Tarrenianas convirtiéndose en bailables canciones
Varnianas, transformándose
transformándose en rápidas y ligeras
l igeras melodías que le recordaban a Crier la luz
del sol esparcida en el océano, brillando en las olas. Con cada nueva canción, Crier
pensaba: ¿A Ayla le gustaría esto?
La multitud se separó mientras ella se dirigía al borde del salón, buscando espacio,
aire o silencio; todas las cosas que ansiaba pero que no encontraría allí.
all í. Era detenida cada
pocos instantes
instantes por
por un invitado
invitado ofreciéndole
ofreciéndole buenos
buenos deseos,
deseos, noticias,
noticias, presentaciones
presentaciones o un
vaso de aquel vino pálido.
La primera vez que vio a alguien vistiendo una tela negra, tan similar al rojo que
Kinok acababa de sacar de su brazo, apenas lo notó.
La segunda vez, pensó que era una coincidencia rara.
La tercera vez, se preguntó si tal vez era una nueva moda.
La cuarta vez, preguntó. Finalmente había encontrado a alguien que realmente
conocía: una chica llamada Rosi, quien era la hija de un comerciante lo suficientemente
importante como para visitar la casa del soberano unas cuantas veces al año, pero no lo
suficientemente importante como para ejercer alguna influencia significativa sobre el
consejo. Rosi tenía un vestido de seda azul marino,
m arino, su cabello torcido en un brillante nudo
en la coronilla. Tenía pequeñas pecas pintadas por toda su nariz, rubor en sus mejillas.
Una banda de tela negra estaba enrollada en su brazo izquierdo.
—¡Lady Crier! —la llamó Rosi, y se salió de una conversación con otra chica para
deslizarse hacia otro lado, moviéndose con el tipo de gracia fácil que todos los Automas
se suponía que debían emular. Ella siempre había sido así —. Lady Crier, ha pasado
tiempo.
—Por lo menos un año —dijo Crier—. Esperaba que vinieras esta noche. —Y lo
decía en serio. Crier sentía que Rosi estaba más interesada en ella por la oportunidad de
progreso social que prometía, tal vez creyendo que Crier, como la hija del soberano,
podría ayudarla a elevar su propio estatus. Pero, aun así, Crier apreciaba tener a alguien
a quien escribir regularmente, alguien que hiciera su vida menos estrecha y limitada.
Ellas se habían escrito un puñado de cartas los últimos años, y eran tan cercanas como
dos
raza Automas podrían llegar
no experimentaba a considerarse
realmente la amistadloenque los humanos
la forma en que llamaban “amigos”.
los humanos Su
lo hacían,
ya que no era particularmente inherente o cultivado; no era parte del Tradicionalismo y,
por lo tanto, no era reforzado de la manera en que la familia y algunas de las artes eran
incentivadas bajo el mando de Hesod.
Lo cual tal vez era la razón de que Rosi se viera tan sorprendida… y aliviada.
—¿En serio? Estoy honrada, mi lady.
—Sobre esa banda negra en tu brazo. Me da curiosidad que nunca hayas hablado de
ella en nuestra correspondencia. ¿Es algún tipo de moda?
Rosi rio, y entonces pareció darse cuenta de que Crier hablaba en serio.
—¡Oh! No, mi lady —dijo, dándole a Crier una sonrisita confundida—. ¿En serio no
lo sabe? Después de todo, es el símbolo de su prometido.
—¿Su símbolo?
—Sí —Rosi terminó su vaso de vino de un trago y pasó el vaso vacío a un sirviente
humano, intercambiándolo por uno lleno. Tomaba probablemente un barril de vino para
que tuviera algún efecto en las capacidades de un Automa; ella parecía determinada a
alcanzar ese punto. —Lo usamos para identificar a los miembros del Movimiento.
El Movimiento Anti-Dependentis
Anti -Dependentista.
ta.
Crier frunció el ceño, escaneando
escaneando el salón
sal ón abarrotado. Ahora que lo estaba buscando,
se dio cuenta
¿Kinok de quetenía
realmente prácticamente uno de cada
tantos seguidores diez invitados
dedicados? Y eranllevaba la banda
bastante negra.
valientes, al
parecer, para declarar
declarar su alianza
alianza tan abiertamente, justo
justo en las narices de Hesod.
—Claro —dijo ella—. Por supuesto.
supuesto. ¿Y tú. . . tú eres miembro del Movimiento?
Movimiento?
—Oh, sí. En realidad, me enteré de él por mi propio prometido. Está por aquí en
algún lado: Foer, hijo de la concejala Addock. ¿Se conocieron?
—Sí, conocí a Foer. —Por lo que Crier podía recordar, él era un chico callado y
modesto, más suave de lo que su padre había pretendido que era. —Felicidades por su
unión.
—Gracias, lady —dijo Rosi. Entonces, echó una mirada alrededor, como si se
asegurara
verdad de que
es que eso no habría
hubierapasado
ojos sobre
nuncasusi conversación,
no hubiera sidoy por
se inclinó
el Scyremás cerca. —La
Kinok.
—¿Qué quieres decir?
—La finca de la concejala Addock era uno de los objetivos en los Levantamientos
del Sur. Si el Scyre Kinok no hubiera estado allí para advertirle, para ayudarlo a
defenderse de los ataques, los humanos podrían haber invadido su finca. La concejala
Addock, su esposo, mi Foer… todos ellos podrían haber sido asesinados.
asesinados.

—Ya veo —murmuró Crier.


—¡Oh, mire! —dijo Rosi, hablando fuerte otra vez—. Han empezado a bailar. Su
primer baile será pronto,
pronto, mi lady —se rio, brillante y linda —. Qué costumbre tan
t an pasada
de moda, ¿no lo cree? Preferiría no bailar yo sola. Siempre me veo tan torpe.
—A mí me gusta —dijo Crier, siempre la hija buena.
Entonces ella volteó… justo a tiempo para casi chocar con la persona exacta a la que
estaba buscando. Kinok se paró frente a ella, calmado como siempre, su chaleco rojo del
color de la sangre humana.
—Mi lady —dijo—. ¿Le gustaría unirse a mí para nuestro primer baile?

Todos
estaba los invitados
vaciando. a su despejado
Un espacio alrededor estaban
sólo paramirándola
Crier y suaprometido.
ella ahora;Su
la pista
unióndepara
baile se
toda
la vida. Cuerpo con cuerpo, sangre con sangre.
—Sí, Scyre —dijo y lo dejó llevarla hasta el centro del salón de baile.
Todos estaban mirando, incluido su padre. A primera vista, parecía que él estaba
continuando su conversación con una emisaria del Norte Lejano, sonriendo jovialmente,
encantándola,, encantando a todos, pero sus ojos estaban en Crier. Eso le recordó: en todo
encantándola t odo
el caos de los planes y la ceremonia, casi había olvidado que, en sólo tres
tr es días, ella iba a
asistir a su primera reunión del concejo. Era algo por lo
l o que estar ansiosa, como mínimo.
Sonriendo, Kinok la atrajo hacia sí. Una de sus manos descansaba en su espalda baja,
la otra estaba entrelazada
entrelazada con la mano de ella. Sus dedos se entrecruzaban como puntadas
en unaloherida
toque abierta.
más ligero Crier puso
posible, suqueriendo
aun no mano librepresionarlo.
en el hombro de Kinok, manteniendo su

Una tensión en las cuerdas del arpa.


Un bajo y profundo golpe de tambor.
Solos en el centro del salón, con incontables pares de ojos siguiendo cada
movimiento, Crier y Kinok comenzaron a bailar.
Era un vals. Otra tradición humana, una de la cual su padre estaba particularmente
enamorado: A menudo llevaba humanos bailarines al palacio y les ordenaba actuar para
él, valses lentos y rápidos, números salvajes que parecían más una pelea que un baile, y
él miraba todo con ojos negros y fascinados.
—Mira —le decía a Crier, ordenando a los bailarines repetir un determinado
movimiento o secuencia de pasos —. Mira la fluidez, la gracia en cada transición. Lo
hacen parecer fácil. Pero velo por ti misma: sus músculos están temblando. No es fácil en
absoluto. —Una vez, él había dicho —: Si existe un tipo de humano capaz de desmantelar
nuestro mundo, es el bailarín.
Crier pensaba en eso mientras daba vueltas en el piso con Kinok. Pero también
t ambién en su
nueva doncella. ¿Ayla sabía bailar vals? Probablemente no. E incluso si lo hiciera, de
seguro nunca bailaría con Crier, nunca posaría su mano en la cadera de Crier y la guiaría
por elcuerpos
sus salón decerca
salón baile
baile de la forma
y sólo en que Kinok
separados Kino
por kcinco
lo estaba haciendo,de
centímetros girando
tensocon
coespacio.
n la música,
música,
Lo
suficientemente cerca para sentir el ritmo de su respiración humana.
No. Ayla nunca bailaría con ella.
Más aún: Crier recordó la mirada de sorpresa en el rostro de Ayla cuando le había
dado la llave del cuarto de música esa noche. Por alguna razón, esa sorpresa la había
complacido.
—Debe estar de buen humor —dijo Kinok, y Crier se dio cuenta de que había estado
sonriéndose a sí misma—. Todo fue bien esta noche.
—Creo que mi padre estará satisfecho —concordó cuidadosamente.
cuidadosamente.
—¿Y qué hay de usted? ¿Cómo se siente?
—Yo… —miró hacia arriba para encontrarlo mirándola fijamente, sus ojos
decididos—. Siento que nuestra unión es buena para el futuro de nuestro país.
—Eso no es lo que pregunté.
—No comprendo. ¿Por qué importaría cómo me siento? —Se impulsó al siguiente
paso del vals tal
tal vez un poco demasiado rápido.
Kinok igualó sus pasos fácilmente.
f ácilmente.
—Lady Crier, no hay necesidad de que me oculte secretos.

—¿Secretos? —Miró hacia arriba a él y se encontró con su firme mirada, marrón y


penetrante. Era intimidante,
i ntimidante, pero su curiosidad ganó. Parecía que él sabía mucho sobre
ella; Ella quería equilibrar la balanza. —Parece que es usted el que tiene secretos, Kinok.
Una sonrisa reveló sus dientes perfectos.
—¿A qué cosa se refiere?
—Ha sido un invitado en nuestra casa por casi un año, yendo y viniendo a su antojo,
inmerso en sus estudios privados y fortaleciendo su Movimiento. Parece haber tomado
interés en mi punto de vista político y mis ensayos, pero ¿qué comparte de su trabajo?
La sonrisa se mantuvo.

—Estaré encantado de decirle lo que sea que desee saber.


—Entonces, ¿en qué investigación pasa tantas horas?
—Historia. Conexiones. El trabajo de Thomas Wren.
—¿El primer Creador?
—Creador de nuestra Especie —dijo Kinok con un asentimiento.
—Un genio humano —añadió Crier.
La hizo girar.
—Como un Scyre, estudié a los Creadores que fueron parte de la academia de la
Reina Estéril. Thomas Wren tiene mucho crédito, pero he encontrado que tiende a
disminuir la verdadera riqueza de la historia.
—La riqueza de nuestra historia.
—En efecto —se quedó mirándola un momento—. Es hermosa, de verdad. Hay un
poco de complejidad
complejidad en cómo somos hechos.
hechos. Cada uno de nosotros es un poco
poco diferente.
Aunque, claro, hay límites en qué tan diferente.
A pesar de eso, Crier estaba intrigada. No era sólo que Kinok parecía saber algo que
ella no sobre Thomas Wren, sino que era sorprendente que él estuviera tan fascinado con
el tema para empezar.
—Lady Crier —dijo en voz baja, interrumpiendo sus pensamientos—. Sé su secreto.
Necesitó todo de sí misma para seguir bailando, para mantener su cara
agradablemente imperturbable
imperturbable incluso cuando su sangre se convirtió en hielo.
—No estoy segura
segura de lo que está hablando,
hablando, Scy
Scyre.
re.
—Vi su diseño.
Su estómago se retorció y su mente se aceleró. ¿Él lo había visto? ¿Lo sabía?
—Yo no. . .
—Por favor no me malentienda. No pretendo lastimarla, mi lady —inclinó la cabeza,
susurrando en su oído. Para los espectadores, parecería algo íntimo. Era íntimo, se dio
cuenta. —No le diré a nadie que
que usted es…
es… una Falla. —La palabra pasó susurrando por
su lengua y picó como la mordida de una serpiente. —Su secreto está a salvo conmigo.
Estamos unidos, ¿verdad?
Le estaba ofreciendo comodidad, solidaridad. Y aun así…
—Lo estamos —respiró Crier. Su corazón estaba latiendo tan rápido que casi esperó
que su timbre se prendiera. —Estamos… estamos unidos.
unidos.
—Por eso, la ayudaré. Y estoy seguro de que usted hará lo mismo por mí.

—¿Ayudarme? ¿Cómo?
Sus dedos se flexionaron en su cintura.
ci ntura.
—El soberano ha sido incapaz de encontrar información sobre la Matrona Torras.
Quien sea que le haya hecho esto a usted, y tal vez a otros también, merece ser castigado.
—No dio detalles, lo cual fue probablemente
probablemente lo mejor. Si Kinok pensaba que podía
desenterrar información fuera del alcance del soberano, debía estar operando fuera de la
ley. Normalmente, Crier lo habría desalentado. Pero si había alguna cosa sobre Torras
que pudiera ayudar a Crier, proteger su reputación, proteger a su padre… tenía que usa
usarla.
rla.

—Sólo…
hacer. Hágalo no
—le
dijo temblorosamente
diga a nadie. —. Encuéntrela. Haga lo que sea que tenga que

—Por supuesto —dijo—. Estamos unidos. Somos usted y yo, Lady Crier.
Hubo una última nota del arpa, una alta y fina nota ondeando en el aire, y el vals llegó
a su fin.
Los dos se soltaron y dieron un paso atrás. Las manos de Crier cayeron a sus costados,
vacías.
—Usted y yo —dijo.
El Creador Thomas Wren fabricó a una niña
ni ña que encajaba con los requisitos de la reina:
diez veces más fuerte que el humano más fuerte jamás registrado. Diez veces más rápida.
Esta niña no necesitaba comida, ni sueño; podía oír una conversación susurrada a una
distancia de mil pasos y ver en la noche como un gato; su mente solucionaba las
ecuaciones matemáticas y metafísicas más avanzadas a una velocidad cincuenta veces
mayor que la de los humanos expertos; nunca se cansaba, nunca se debilitaba, nunca
sucumbía a la enfermedad.
Wren llamó a la niña Kiera y la llevó a la capital. La reina Thea estaba tan embargada
de alegría que adoptó a Kiera como su hija y heredera antes de que el sol se pusiera ese
día. Le dio a Wren su oro prometido y un sitio en la mano derecha del trono, y por los
siguientes siete días, la reina envió caravanas de pan y miel hasta los confines
conf ines de Zulla,
celebrando a su hija recién fabricada.
Kiera.
La mayor creación de Wren tenía un solo defecto: ya que ella no era magia alquími
alquímica,
ca,
ni autómata, ni carne y hueso, sino una combinación de esos tres, ella no era
perfectamente autosuficiente.
autosuficiente. Hay una ley en este universo. Uno no pu
puede
ede crear algo de
la nada. Debido a que ella fue creada por y para la reina, Kiera necesitaba la sangre de
la reina para sobrevivir.

—DE EL COMIENZO DE LA ERA AUTOMA


POR EOK DE LA FAMILIA MEADOR, 2234610907, AÑO 4 EA
8
Lejos, sobre su cabeza, incluso a través
t ravés de las gruesas capas de piedra, Ayla podía oír el
ruido emanando del gran salón de baile: música, el eco de conversacion
conversaciones,
es, el retumbar de
varios cientos de voces hablando al mismo tiempo. Arriba debía estar iluminado, ruidoso
y cálido. Ahí abajo, en los corredores subterráneos bajo el salón de baile, estaba oscuro,
silencioso, helado. Los candelabros de las paredes, delicados adornos de vidrio azul con
velas parpadeando en ellos, proporcionaban
proporcionaban el extraño
extra ño efecto de estar bajo el agua.
Ayla se movió rápido por la oscuridad, con las orejas atentas en busca de sonidos de
pisadas o voces mientras hacía su camino por el pasillo. Esa era su oportunidad de
explorar y ver si podía hallar alguna información sobre Kinok. Había encontrado dos
guardias en su patrulla rutinaria, pero todo lo que ella había tenido que hacer había sido
murmurar “Un recado para mi lady” y le habían dejado pasar. El nombre de Lady Crier
era como una contraseña secreta. Una llave maestra.
La ceremonia de compromiso ya había terminado, facilitándole a Ayla escabullirse,
pero no tenía idea de cuánto tiempo Kinok permanecería
permanecería en su propia fiesta.
fiesta. Todo lo que
ella podía hacer era esperar que él planeara quedarse en el salón de baile toda la noche,
saludando a sus admiradores. Siempre que pasaba junto a una puerta, probaba la manija.
Todas se abrían inmediatamente, pero no eran nada más que oscuros cuartos de lavado,
despensas,, o una bodega una vez, hasta que Ayla comenzó a dudar de sí misma.
despensas mi sma. Tal vez
se había equivocado. ¿Qué podía estar haciendo Kinok allí abajo? Pero entonces, al fin:
una de las puertas no se abrió.
Se puso de rodillas, entornando los ojos por el diminuto espacio entre la puerta y su
marco. La cerradura no sería mucho problema. Su hermano le había enseñado cómo
ocuparse de las cerraduras. Alcanzó su bolsillo, sacó la hebilla que había robado de la
habitación de Crier más temprano, y la insertó cuidadosamente dentro el ojo de la
cerradura. No había ninguna delicadeza en forzar cerraduras, no para ella. Sin embargo,
su hermano, Storme, había sido el verdadero experto. Él había sido capaz de abrir el
cerrojo de la cabaña de su familia en diez segundos. El estilo de Ayla era más del tipo
“forcemos la perilla, movamos por un rato y veamosveamos qué pasa”. Mordió su labio,
hurgando con la hebilla dentro del ojo de la cerradura, y… click.
Luego sacó un pañuelo (el que Nessa le había prestado antes para limpiar la sangre
de su nariz) y lo usó para prevenir cualquier rastro de huellas dactilares o aceite de la piel
cuando giró la perilla, abriendo la puerta suavemente. Aún estaba de rodillas, y esa fue la
única razón por la que lo vio.
Un cabello, cayendo silenciosamente hacia las losas desde el pestillo de la puerta.

Su cuerpo se enfrió. Era una trampa ordinaria y boba, del tipo que ella y Storme
habían usado para hacerse bromas; un jarrón de agua encima de la puerta principal, una
cuerda que, al tropezarse con ella, hacía que la tetera cayera al suelo estrepitosamente.
Esas trampas eran obvias, usadas para ahuyentar a un intruso. Para indicar una
advertencia.
Esta trampa era diferente. Sólo la persona que la había colocado sabría que había sido
alterada, que alguien había estado en la habitación. Kinok no quería asustar a sus intrusos.
Él sólo quería saber si había alguno. Por alguna razón, eso se sentía mucho más siniestro.
Ayla se estremeció y levantó el cabello, colocándolo cuida
cuidadosamente
dosamente en su bolsillo para
reemplazarlo cuando saliera, de la misma manera en que Kinok debió haberlo hecho.
Luego, ella entró.
El dormitorio en sí era casi igual al de Crier. Había una cama justo como la de ella,
grande y con dosel de lino. Un espejo, una bañera, un gran baúl de madera en una esquina.
Sin embargo, Kinok no mantenía fuego en la chimenea, así que la habitación estaba tan
fría que Ayla estaba temblando en su delgado uniforme de doncella. Y había un solo tapiz.
Buscó metódicamente, comenzando en una esquina y continuando desde ahí,
buscando mapas,
mapas, dibujos, símbolos o libros que pudieran contener información sobre el
Corazón de Hierro. Piensa como él, se dijo, envolviendo el pañuelo en su mano otra vez,
con los dedos rozando la tapa del baúl de madera. Piensa como un Automa.
Nada en el baúl más que ropa y monedas sueltas. Nada dentro o alrededor de la
bañera, el espejo, la estantería de libros medio vacía, la chimenea… Ayla revisó cada
superficie, cada rincón, cada sombra. La ropa de cama, el baño, las cortinas; incluso se
arrastró bajo la cama para ver si había algo guardado en el armazón de la cama…
ca ma… nada.
Desconcertada y poniéndose más nerviosa con cada minuto que pasaba, Ayla
finalmente se volvió al tapiz. Era hermoso, una escena tejida de músicos tocando para
una chiquilla de ojos dorados. Ayla tocó los bordes del tapiz, lo levantó de la pared para
p ara
revisar detrás… pero cuando lo hizo, no vio la pared de piedra que esperaba. Vio papel.
Con el corazón en la garganta, agarró el tapiz con ambas manos y lo sostuvo sobre
su cabeza, tratando de ver la totalidad
t otalidad de lo que se estaba escondien
escondiendo
do detrás.
Primero, Ayla pensó que era un mapa. Pero entonces se dio cuenta de que no, era
demasiado escaso;
escaso; no había tierra
tierr a ni océano azul. ¿Un mapa estelar? Entrecerró los ojos
en la oscuridad, tratando de comprender el diseño.
Y se quedó sin aire.
Kinok no estaba trazando estrellas.
Estaba trazando personas.
Ahí, esbozados en perfecto detalle, había caras humanas. Cientos de ellas, cada una
hecha en tinta negra, no más grande que una moneda de cobre. Le tomó un momento a
Ayla ver una cara que reconoció: Nessa. Y allí, a una mano de distancia: Thom, el esposo
de Nessa, quien cuidaba de los huertos. Estaban Laurel, Gedda y Rie, de las cocinas. El
dibujo de Rie incluso tenía la profunda cicatriz que su ojo izquierdo tenía.

Estaba
dibujos porYoon, de las
hilos de cocinas,colores:
diferentes Idric, Una y Jack.
rojo, azul,Cada dibujo
dorado. estabapasos
A unos conectado a otros
de distancia
realmente se veía como un mapa estelar, un cielo
ci elo nocturno lleno de constelaciones.
Nessa y Thom, los amantes no tan secretos,
secretos, estaban conectados por un hilo rojo.
Gedda y su amigo más cercano, otro mozo de establo llamado Ket, estaban conectados
con azul. Laurel y su hermanita, Edy, con dorado. Los hilos se estiraban por todo el mapa,
docenas y docenas de ellos, superponiéndose, creando una vasta y compleja red de…
relaciones.
Con una creciente sensación de horror frío y enfermo, Ayla buscó en el mapa una
cara específica.
Benjy.
Había líneas azules conectando a Benjy con un par de sirvientes. Sin líneas doradas:
sin familia.
Una sola línea rojo sangre brillante corría como una vena por el mapa.
La cara al otro extremo era Ayla. Esta se quedó mirando la diminuta descripción de
sí misma: su cara redondeada, su cabello negro tinta. El hilo rojo se sujetaba en su
garganta.
Ridículamente, su primera reacción fue una vergüenza ardiente. ¿Kinok pensaba que
ella
nuncay habían
Benjy eran amantes?
ido más lejos y ¿Por
no lo qué?
harían.Ellos nunca habían
No podían. (Hubo unsidomomento
nada más quequeamigos,
en el Benjy
presionó sus frentes juntas,
juntas, y por un momento, Ayla pens
pensó:
ó: “No”). Por años, Ayla había
tratado de hacer lo posible por mantener a Benjy a un brazo de distancia. Sabía que incluso
la amistad te hacía más débil, hacía que las decisiones duras sólo fueran más duras, en un
mundo donde tenías que ver por ti mismo primero.
¿En cuanto al amor? Eso era peor que una debilidad.
El amor te rompía. Después de todo, era el amor, en verdad, lo que había hecho a
Ayla llorar por semanas después de la muerte de su familia, la había hecho acurrucarse,
incapaz de moverse. El amor era lo que te hacía invitar a la muerte, desearla, ansiarla,
sólo para poder ser liberado de tu propio dolor.

AylaUna vez que


se había Rowan
jurado la había
que no dejaríahecho
que elponerse
amor laderompiera
pie y le de
había dado un nuevo inicio,
nuevo.
Ella se estremeció ahora y se inclinó más cerca, su nariz casi rozando el mapa. No
podía evitar
evitar notar que
que su cara era la única en el mapa que tenía sólo un hilo conectado.
conectado. El
resto de las caras de tinta tenían hilos de todos los colores ramificándose: amigos,
hermanos, amantes.
Lentamente, como en un trance, Ayla continuó buscando rostros familiares. Había
muchos que ella reconocía a medias, gente que había entrevisto en Kalla
Kalla-den,
-den, aldeanos y
comerciantes. ¿Estaba Rowan en este mapa? ¿Estaba Faye?
¿Estaba Luna?

¿Qué color obtenías cuando estabas conectado


conectado a un cadáver?
Ayla se paró de puntillas, buscando. Ahí. Faye, con sus ojos salvajes. Había un hilo
negro conectado a ella. Ayla lo siguió… pero la cara al otro lado del hilo de Faye había
sido tachada. Su hilo negro conducía a nada.
Esa debió haber sido Luna.
Ayla se quedó mirando la marca tachada que una vez había sido el rostro de Luna,
deseando
deducido; que
sabíalapor
verdad
qué elnohilo
fuera la verdad,
era negro;
neg pero eray demasiado
ro; era horrible repugnante,tarde;
repugnante, ella ya
y la única lo había
explicación
que tenía sentido.
¿Por qué Kinok mantenía ese mapa? ¿Qué bien le hacía saber todas esas conexiones?
A menos que… a menos que estuviera usando las relaci
relaciones
ones humanas contra ellos de
alguna manera, para mantenerlos en orden, para mantenerlos bajo control.
El pensamiento la golpeó como el retumbo de un trueno. La respuesta al misterio de
la muerte de Luna.
que Luna había hecho. “No fue ella, no fue ella”,
No había sido un castigo por algo que e lla”,
había dicho Faye.
Porque Luna no había hecho nada malo.
La muerte de Luna había sido un castigo por algo que Faye había hecho.
Para eso era ese mapa. Para encontrar las debilidades de los humanos…
Eso iba más allá de lo cruel, más allá de lo enfermo.
Era el trabajo de un maestro manipulador.
Dioses, con razón Faye había enloquecido . Llévenme en su lugar, había gritado.
Mátenme en su lugar.
lugar.
Un crujido en el pasillo fuera de la puerta de Kinok trajo a Ayla de vuelta al presente.
Dejó caer el tapiz
t apiz y saltó lejos
l ejos del mapa, presionándose
presionándose contra la pared. Afortunadamente,
Afortunadamente,
nadie entró. Las pisadas pasaron por el corredor. Ella no estaba a salvo ahí. Sin aliento,
con los oídos pitando, se escurrió fuera del dormitorio de Kinok. Volvió a colocar el
cabello en el pestillo. Cerró la pesada puerta de madera detrás de ella. Luego,
prácticamente bajó corriendo por el corredor, lejos de esa helada habitación, de la
chimenea apagada
apagada y del mapa de rostros.
Giró una esquina y siguió por un pasillo angosto, corriendo a ciegas en busca
bu sca de las
escaleras que la llevarían arriba hacia la luz y el calor, con su respiración saliendo en
ásperos jadeos.
Trató de registrar las vueltas mientras se apresuraba por los corredores (izquierda,
izquierda, derecha), pero todo lo que podía mantener en su cabeza eran los dibujos, las

diminutas
luego pecas de
derecha… no,Benjy y su
derecha propioderecha.
y luego cabello. Estaba
derecha de tinta,irremediablemen
irryemediablemente
perdió su camino : Izquierda y
te desorientada.
Entonces, llegó al lado de una puerta con una aldaba de oro en forma de un arpa.
La sala de música.
Buscó en su bolsillo y agarró la fría llave de metal que Crier le había dado. Jadean
Jadeando,
do,
casi la hizo caer dos veces antes de finalmente insertarla en la cerradura. Pero esta giró,
la puerta se abrió, y ahí estaba: la sala de música.
Su suspiro de alivio momentáneo se desvaneció en otro sentimiento conjunto:
asombro. Miedo. Crier no había exagerado con lo del grosor de las paredes. Mientras
cerraba la puerta detrás de ella, el silencio de la habitación la envolvió como una criatura
viva, o como terciopelo presionado sobre su boca. El interior de la sala de música era
hermoso; espacioso y con un alto techo abovedado. Ayla podía distinguir las oscuras y
grandes formas de lo que debían ser dos docenas de instrumentos musicales, incluso más,
colgando en las paredes. Pero, el silencio. Se sentía algo familiar, como una tumba. Le
tomó un momento entender a qué le recordaba ese lugar.
Otro lugar oscuro y vacío. Otro lugar donde había estado totalmente sola.
El hueco donde ella se había ocultado durante el ataque. Donde ellos habían asaltado
y habían tomado todo.
Ayla se hundió en una banca de cuero y abrazó sus rodillas hasta ponerlas bajo su
frente. No se había dado cuenta hasta ese momento de que su cuerpo entero estaba
temblando, pero en la calma de esa habitación no podía detenerse. Sintió que incluso algo
alg o
esencial para su ser, su venganza, comenzaba a temblar. Siempre había sido como un
constante fuego ardiente, pero ahora subía y bajaba, subía y bajaba, como si sus llamas
se hubieran encontrado con una suave lluvia.
Le tomó un momento darse cuenta de lo que era ese sentimiento: incertidumbre.

Justo antes
casi, casi , ladel amanecer,
llevó de vueltaBenjy sacudió
a aquel día. a Ayla hasta despertarla con tal violencia que
Cuando abrió los ojos, él estaba cerniéndose sobre ella en la oscuridad. Su rostro
estaba pálido, su boca presionada en una línea blanca. Estaba agarrando el hombro de ella
con una mano. La otra mano estaba enredada en sus mantas, su puño apretado tan fuerte
que parecía que los huesos de sus nudillos estaban a punto de reventar fuera de la piel.
—Ayla —dijo—, ha pasado algo. Mataron a Nessa.
Ayla titubeó.
—Eso es imposible —se escuchó decir—. Acabo de verla en el palacio.

—No es
que nadie. Laimposible
gente está—diciendo
dijo Benjy
que—los
. Son capacestrataron
guardias de hacerdelotomar
que sea.
sea
a .laSabes esoNessa,
hija de mejor
Nessa luchó,
luchó, y…
—¿Cómo es posible… que eso haya ocurrido…? —La voz de Ayla se rasgó. Sus
palabras la estaban estrangulando. Trató de cerrar los ojos, pero cuando lo hizo, fueron
los gritos de su hermano los que entraron a la fuerza en su mente, haciendo añicos la
oscuridad. El olor de carne quemada, de cenizas. El miedo paralizante y adormecedor.
Abrió los ojos. Ver era mejor que no hacerlo.
El rostro de Benjy estaba afligido, sus manos temblando de miedo, por furia o algo
mayor.
—Vamos. Sabes que no mentiría sobre esto. La gente vio su cuerpo, Ayla, Thom vio
su cuerpo.
—¿Pero por qué…? ¿Qué hizo…? ¿Por
¿Por qué querían castigarla?
Benjy apretó la mandíbula.
—Oí que por allanamiento. Alguien dijo que habían encontrado su pañuelo en la
habitación del Scyre hace tres
tr es días. Supongo que pensaron que estaba husmeando.
Él continuó hablando, pero Ayla no estaba escuchando.
escuchando.

Habían encontrado su pañuelo en la habitación del Scyre.


Pensaron que ella estaba husmeando.
Su boca probó bilis, algo agrio, muerte y equivocación. Podía sentirla subiendo por
su garganta, iba a enfermarse, o tal vez sólo era la culpa, una cosa física en su interior,
estrangulándola
estrangulándo la como maleza.
Mi culpa, siguió pensando. Mi culpa. Era ella la que había entrado a hurtadillas. La
que había dejado el pañuelo allí como una bandera de rendición en el suelo, la maldita
evidencia. Ahora Nessa estaba muerta, Thom se había quedado viudo, y Lily, sin madre.
Ayla sacudió la cabeza.
—No.
—Mantén la voz baja —Benjy echó una mirada alrededor.
al rededor.
—Me tengo que ir —logró decir, luego estaba escapando, luego estaba en la puerta
y tal vez la gente la estaba mirando, pero no podía estar segura; y luego estaba afuera, su
ropa medio abotonado en el cuello y las muñecas. En la fría madrugada, donde la
oscuridad sabía a sal.
Encontraron el pañuelo de Nessa en la habitación del Scyre. En la habitación del
Scyre. ¿Por qué Nessa no les había dicho a las sanguijuelas que ella había dado su
pañuelo a otra persona,
persona, que ella
ella nunca había
había puesto un pie en
en el dormitorio de Kinok?
Tal vez Nessa sí les había dicho.

Tal vez para entonces eso ya no había importado… O había sido demasiado tarde.
Habían intentado llevarse a su hija.
¿Vendrían por Ayla después?
¿Por Benjy?
Ayla pensó en su propia cara en la pared de Kinok. La de Benjy, su cabello en rizos
de tinta negra. Ese largo hilo rojo. Kinok sabía que Benjy era la única persona que a Ayla
le importaba. Si quería castigarla, sabía cómo hacerlo.
Se dobló por la cintura con una mano apoyada en la pared de piedra de los cuartos de
sirvientes, y vomitó en el pasto lleno de maleza, su estómago tenía espasmos, aunqu
aunquee no
salió nada más que un delgado hilo de saliva. Su estómago estaba demasiado vacío ya.
Si Nessa había hablado, Benjy estaba en grave peligro.
Si Nessa no había hablado, entonces ella había muerto por Ayla, debido a Ayla…
—¿Ayla? —la llamó Benjy desde atrás, y Ayla huyó.
Huyó de su rostro, sus pecas, sus ojos de ciervo, sus rizos negros como tinta.
Tal vez ya era demasiado tarde. El mapa. La línea conectándolos.

Giró la esquina de los cuartos de sirvientes y siguió


si guió corriendo, sus delgados zapatos
golpeando la compacta tierra. Corrió cruzando los jardines. Los huertos.
Y entonces los vio.
Ahí, colgando entre dos árboles en la entrada de los huertos. Donde cualquiera podría
verlos.
Los zapatos de Nessa. Y su pañuelo.
La sangre en el pañuelo (de la estúpida nariz de Ayla después de su encuentro con
Faye) se había secado y oscurecido, pero era inconfundible. El pañuelo ondeaba en la
brisa, pálido como el vestido de Luna, que parecía haber ocurrido hacía años y a la vez,
frente a los ojos de Ayla, una vez más.
Unos cuantos sirvientes estaban reunidos bajo los árboles. Estaban mirando los
zapatos y el pañuelo en silencio. Sólo observando.
Ayla podía oír su propia respiración salir demasiado fuerte y demasiado áspera
áspera en la
tranquilidad de la temprana mañana, pero no podía parar.
Malwin estaba entre la multitud. Era reconocible por su cofia blanca. Después de un
largo momento, ella volteó la cara del pañuelo y los zapatos, y se apartó con los hombros
encorvados. Antes de que Ayla se diera cuenta de lo que estaba haciendo, la estaba
persiguiendo.
Alcanzó a Malwin rápidamente.

—¡Oye! —La ira, la tristeza


tri steza y el pánico que habían inundado sus venas se redujeron
a un objetivo. La hacían temblar con urgencia. Nessa se había ido. Pero Benjy seguía
vivo… por ahora. Tenía que asegurarse de que se mantuviera a salvo. Nadie más sabía
sobre el mapa de Kinok aún. No se lo había dicho a nadie.
Y nadie… nadie más iba a morir por ella, excepto Crier.
Malwin se dio la vuelta. Sus ojos eran salvajes, su rostro pálido.

—Tú —dijo ella. O más bien, pareció escupirlo.


Ayla lo ignoró.
—Has estado en el palacio más tiempo que cualquiera de nosotros —dijo—. Sabes
más que… más que cualquiera ahora, después de Nessa. . .
—¿Qué quieres? —escupió Malwin.
—Información. Sobre Nessa y lo que hizo, qué les dijo, qué hizo para que la
mataran…
—Robaste mi lugar —la boca de Malwin se torció—. Robaste mi trabajo, mi dinero.
di nero.
No te debo nada.
nada.

—No lo estoy pidiendo por mí.


—Entonces toma este consejo —dijo Malwin, dando un paso dentro el espacio de
Ayla. Estaba tan cerca que podía olerla: hierbas y harina, como las cocinas. Su cabello
estaba húmedo de sudor debajo de la cofia blanca —. Pregunta por nadie más que por ti
misma. Que no te importe nadie más que tú misma. Esa es la única manera en que
sobrevivirás en este lugar.
—Malwin. . .
—Saben todo sobre nosotros —exhaló Malwin—. Todo lo que hacemos. Todos a los
que… —dio un paso atrás, sus puños apretados y temblando —. El Scyre siempre está
observando.

—¿El Scyre? ¿Qué sabes sobre Kinok?


—Oh, no quieres saberlo —siseó Malwin—. No quiero nada de lo que le pasó a
Faye. Viste lo que le pasó a su hermana.
—¿Faye…? —Ayla frunció el ceño, con el tapiz en el cuarto de Kinok y el mapa que
cubría rondando por su mente—. ¿Faye… le hizo algo a Kinok? ¿Es por eso que las
sanguijuelas mataron a Luna? ¿Es por eso que estás asustada?
—No quiero hablar de eso —susurró Malwin, sus ojos precipitándose alrededor—.
No quiero
quiero atraer las cosas
cosas malas
malas hacia
hacia mí —entonces, se inclinó, hablando en apenas más
que un susurro—. Todo lo que sé es esto: sigue las manzanas de sol. Pero el Scyre
mantiene sus secretos a salvo. No lo estudies muy de cerca.

A salvo. Estudiar.
Ayla esperó, pero Malwin no le ofreció nada más.
—¿Y eso es todo lo que oíste? —dijo, tratando de que no se viera su frustración.
Malwin sacudió la cabeza.
—Eso es todo. Te dije que no era mucho. No ando husmeando por ahí —dijo
mordazmente—, porque no quiero que nadie más muera en este lugar, no por mi culpa.

—Por supuesto —dijo Ayla—. Gracias, Malwin.


—No vuelvas a acercarte a mí. No quiero estar conectada a ti —Malwin escupió en
el suelo a los pies de Ayla —. No voy a terminar como Nessa.
Y entonces se marchó.
Ayla se quedó ahí, de pie sola en medio de los jardines, y por un momento muy largo
no se movió. Quería llorar.
ll orar. Pero había perdido esa capacidad años atrás.
Benjy había querido unirse a la rebelión en el Sur con Rowan. Debió haber ido. Pero
ella le había dicho a Benjy que las probabilidades estaban al favor de los Automas. Que
la posición de Ayla como doncella era su oportunidad para una revolución real. Él le había
creído.
Ese sentimiento, el mismo que le había llegado en la sala de música esa noche, volvió
a ella. Ese subir y bajar. Ese miedo. ¿Había tomado la decisión equivocada?
¿Importaba?
Miró sus manos. Estaban temblando.
Rowan. Ella quería hablar con Rowan en ese momento, necesitaba su consejo,
ansiaba su presencia y el sentimiento de que, sin importar qué pasara, ella estaría ahí para
vendar sus heridas, para ponerla de pie otra vez. Rowan, quien la había metido en esto en
primer lugar… quien se ya se había ido a investigar el levantamiento en el sur. Para
zambullirse de cabeza en la visión de justicia en la que creía.
Rowan no estaba ahí para consolarla, pero ella fue la razón por la que Ayla supo lo
que tenía que hacer.
Después de todo, ella había aprendido algo hoy. Que Kinok tenía un estudio,
separado de su habitación. Y que, en ese estudio, había algo a salvo.
Una bandada de pájaros pasó por el cielo, piando en el amanecer.
Ella había llegado tan lejos, y lo sabía:
No había vuelta atrás ahora.
9
La luz del alba relucía de manera extraña la mañana siguiente al día en que los hombres
de su padre asesinaron a una mujer y colgaron sus zapatos en los árboles de las manzanas
del sol.
Al amanecer, cuando Ayla debía venir para despertarla, Crier ya se había enterado
del asesinato; y ni siquiera se lo había dicho su padre, sino nada más ni nada menos que
un criado aterrado que había entrado a su alcoba para atizar el fuego de la chimenea. Crier
estaba de pie en el centro de su habitación, desorientada y temblando a causa de una
combinación enfermiza de terror y furia y pena desgarradora. Sabía que cosas como estas
pasaban, a veces,
veces, en otros lugares,
lugares, pero su padre
padre nunca
nunca había ordenado que un castigo así
de extremo se llevara a cabo en años; y nunca uno de este ti
tipo,
po, por una razón tan insensata.
Crier se cubrió la boca con una mano, intentando calmarse. Quizá Hesod ni siquiera
había sidoSabía
guardias. el que
quedio la orden.
no era posible,Quizá
pero…había sido
eso la un sentir
hacía acto de rebeldía
enferma. de parte
Saber que sudepadre
los
era capaz de algo así.
Con sus pensamientos moviéndose dentro de su cabeza como el mar, Crier esperó y
esperó y esperó a que Ayla tocara la puerta.
Pero Ayla nunca apareció.
Salió el sol, y Ayla no apareció.
Crier quería encontrar a Ayla más que ninguna otra cosa. Buscarla en los cuartos de
los criados y asegurarse de que estuviera bien. Pero Crier no podía bajo ningún concepto
llegar tarde a su primera reunión del consejo.
consejo. Lo único que pudo hacer, al final, fue hablar
con una criada e indicarle que le llevara un desayuno completo (pan, fruta, queso, un
cuenco
eximidadedemiel)
sus a obligaciones
la doncella Ayla,
por donde fuera quedos
los próximos estuviera, e informarle
días. Aquello quehaberle
debió estaba
sorprendido a la criada, pero estaba entrenada para que no se le notara en el rostro. Se
limitó a asentir y a murmurar:
—Sí, Lady Crier.
Y se apresuró a caminar en dirección a la cocina.
No era mucho. No era suficiente ni de lejos.
l ejos. Pero si Crier no podía ver a Ayla, al
menos podía asegurarse de que tuviera el estómago lleno. Al menos podía ir a la reunión
del consejo. Al menos podía luchar contra esto, proponer y redactar más leyes que
protegieran a los humanos,
humanos, que prohibieran matar
matar a criados, a niños, a cualquier
cualquier cosa, lo
que sea. Al menos podía hacer todo lo que pudiera para asegurarse de que esto jamás
volviera a suceder.
Por ahora, eso tendría que bastar.
El viaje en carruaje duró un poco más de tres horas, dejándole a Crier demasiado tiempo
para pensar en lo que había sucedido en el palacio; y en lo que podría pasar cuando
llegaran a la reunión del consejo. La primera vez que Crier entrevió la Sala del Consejo,
Con sejo,
casi no había pasado tiempo desde que había sido Creada. Le tomó semanas enteras de
súplicas convencer a su padre de que le permitiera acompañarlo a la capital, e incluso
entonces, se le había prohibido entrar a la Sala del Consejo. Solamente se le había
permitido sentarse al lado de su padre en el carruaje, observando cómo los montes roc
rocosos
osos
pasaban, cediéndole
cediéndole el paso a carreteras comerciales más anchas y aldeas
aldeas más grandes y
luego pueblos y finalmente a la mismísima capital, Yanna, la perla de Rabu, repleta de
gente y destellante bajo el sol primaveral. Era la primera vez que Crier veía una ciudad.
También era la primera vez que veía humanos que no fueran los criados de su padre. Aún
recordaba la manera en que caminaban, con las espaldas encorvadas, los ojos fijos en la
polvorienta calle. Llevaban ropas viejas y descoloridas por el sol, y tenían la piel
manchada de mugre, aceite y tierra.
—Hacemos muchísimo por ellos —había dicho Hesod—. Bajo nuestro mando,
prosperan. Antes
Antes de nosotros, estaban sumidos
sumidos en el caos.
Crier había presionado sus pequeñas manos contra la
l a ventana y echado un vistazo a
la
se multitud de humanos,
mezclaban observando
y arremolinaban cómo
como le abrían
cieno en el paso
agua,a ladecaravana de su padre.
todos colores. Vio Cómo
a una
muchacha humana que parecía tener su edad con brazos larguiruchos y cabello claro y
enredado. Tenía los pies descalzos y sucios. A dos calles de distancia, las construcciones
eran altas y lujosas, las calles carentes de basura y otros residuos humanos, eran las
tiendas operadas por Automas. La diferencia entre la parte humana y la parte Automa de
la ciudad era evidente, casi impactante. Se aferró a su cerebro como un anzuelo,
impidiéndole pensar en otra cosa. Su Especie vivía rodeada de lujos mientras los humanos
morían de hambre a sus pies.
Se sintió temblar mientras miraba por la
l a ventana del carruaje. Traquetearon sobre las
calles adoquinadas y franquearon las enormes rejas del Palacio Antiguo en el corazón de
la ciudad.
El mismo había pertenecido una vez a un rey humano, y ahora le pertenecía al
Consejo Rojo. El palacio en sí estaba hecho de roca de color coral, y brillaba bajo la tenue
e invernal luz del sol, casi demasiado radiante para mirarlo directamente. Era allí donde
Crier, al igual que todos los demás nobles, habían sido Diseñados. Allí había trabajado su
padre con Diseñadores y Creadores para crear sus planos antes de enviarlos a la Sala de
Creaciones. Cuando era más pequeña, le gustaba imaginarse a su padre recorriendo la
ciudad y los jardines del palacio y los largos pasillos con techos de vitral, pensando en el
tipo exacto de hija que deseaba crear.
Ahora, pensar en su Diseño provocaba que Crier quisiera quitarse su piel Creada a
tiras. No podía pensar Diseño sin pensar Falla.
El interior de la Sala del Consejo era enteramente blanca. El suelo, las paredes, las
dos mesas largas que cruzaban la totalidad de la sala, incluso las cincuenta sillas que
rodeaban las mesas; absolutamente todo estaba hecho de un mármol tan blanco como la
nieve y perfectamente prístino, de alguna manera aún más blanquecino y limpio que el
resto del palacio. Las ventanas se alineaban en las paredes, mirando al este; el sol
mañanero entraba por las mismas, dibujando brillantes cuadrados de luz sobre las mesas.
Había motas de polvo flotando en el aire, pequeñísimos destellos. El único color que se
advertía en la habitación, además de las vestiduras de los cincuenta Manos Rojas, que se
encontraban de pie tras sus respectivas sillas, venía de una bandera de guerra. Colgaba de
la pared norte, a un extremo de la
l a mesa, rasgada y sucia, con uno de sus bordes quemados
y achicharrados.
Crier había visto pinturas de la bandera en esta sala. Era una reliquia. Un momento
de la historia,
honor cristalizado,
al Corazón de Hierro,real.
una Esta
franjabandera
violeta (una franja
oscuro negra
sobre ella,en
dellacolor
partedeinferior en
la sangre
Automa; cuatro líneas blancas verticales para representar los Cuatro Pilares) era la
bandera original que el general Eden había cargado al luchar en la Guerra de Especies.
En algunos cuadros, la bandera de guerra se veía nueva y gloriosa, ondeando al viento en
lo alto del campo de batalla. En otros, estaba bañada de sangre roja humana.
Cuando Crier y Hesod entraron a la Sala del Consejo, los demás Manos Rojas
inclinaron la cabeza al unísono. Crier echó un vistazo a lo largo de la mesa, recorriendo
con su mirada los rostros familiares de las demás Manos (cincuenta caras que
representaban a las varias ciudades y regiones de Rabu y las pocas porciones del Norte
Lejano que estaban habitadas), todos portando la misma expresión de solemnidad. Los
observó, asimilando lo que veía… y luego volvió a mirarlos. Y otra vez más.
Faltaba alguien. ¿Dónde estaba la concejala Reyka? Crier había estado deseando
verla. Para ver si, en efecto, había leído los ensayos de Crier, y por qué no había
respondido.
Y había una cara extra en la mesa. Kinok.
Crier sabía que estaría allí. Había viajado en un carruaje separado, empujado por sus
propios caballos
caballos grises del oeste de apariencia
apariencia monstruosa.
monstruosa. Crier nnoo tenía idea de por qué
siempre insistía en viajar aparte, pero no había hecho preguntas al respecto. Podían ser
aliados, y estar comprometidos, pero aun así no tenía deseos de pasar tres horas en una
pequeña caja
caja traqueteante con él.
Ahora, sin embargo, notó que se había aprovechado del hecho de haber llegado antes
que ellos. Ya había elegido un asiento en la mesa: la silla que se encontraba directa
directamente
mente
a la derecha de la de Hesod. En la Sala del Consejo, aquellos que se sentaban más cerca
deallí
Y la cabecera (es decir,
estaba Kinok, del padre
el recién de Crier)
llegado, erana los
un joven más importantes,
comparación, los másdeinfluyentes.
de pie detrás la segunda
silla más importante de la habitación como si de una estatua inamovible y orgullosa se
tratase.
¿Les parecía bien aquello a todos los demás Manos?
¿Y dónde estaba Reyka?
—Crier —dijo Hesod, regresándola a la realidad —. Quédate aquí.
Confundida, Crier se mantuvo en su lugar, apenas pasando la puerta, mientras su
padre se dirigía hacia su asiento en la cabecera de la mesa. En cuanto estuvo de pie tras
la silla de mármol blanco, la bandera de guerra lo enmarcó en negro y violeta.
No había ninguna otra silla libre. Crier se
se sintió avergonzada ddee lo mucho que tardó
en caer en la cuenta de que se suponía que debía quedarse en la puerta durante toda la
sesión, como si fuera un guardia. O una sirvienta.
Pero soy su hija. Era un pensamiento patético, proveniente de algún punto débil y
pequeñísimo en su interior.
Se suponía que iba a ser una de ustedes.
Pero no lo sería. Se quedó allí parada, en silencio y humillada, mientras su padre
saludaba a los demás Manos. Todo esto le salía bien: avivar la sala, mirar a todo el mundo
a los ojos, estrecharles las manos, haciéndolos sentir vistos y escuchados. Era un político
pol ítico
habilidoso. Un líder natural, capaz de cambiar la opinión de cualquiera en el curso de una
sola conversación; capaz de hacer que cualquiera lo siguiera.
Cuando Hesod ordenó, los Manos se sentaron. Solamente Crier se mantuvo de pie,
horriblemente fuera de lugar, con la piel ardiendo de la vergüenza. Pero ni siquiera
aquello pareció importar. Nadie, ni siquiera Kinok, la había mirado siquiera; no había
recibido ni una simple mirada, ni medio segundo de reconocimiento de que se encontraba
en la sala. Era como si Hesod hubiera entrado solo. Como si Crier simplemente no
existiera. En todas sus fantasías (cuando se había atrevido a imaginar todo esto) había
estado sentada en el asiento en el que ahora se encontraba Kinok. A veces, hasta se
imaginaba en la cabecera de la mesa. En sus ensoñaciones, todas las Manos la saludaban,
inclinando sus cabezas, y ella llevaba puesta la toga escarlata, y cuando alzaba la voz toda
la sala la
l a escuchaba.

Ni unaapartada
totalmente sola vez
de se había imaginado
la reunión. de pie inútil
Una observadora en lae entrada,
invisible.sintiéndose torpe y
Está bien, intentó decirse. Es tu primera reunión. Al menos estás dentro de la sala.
Al menos tienes permitido
permitido hablar.
Hesod dio comienzo a la sesión. Primero los Manos reportaron los últimos
acontecimientos mundanos de sus respectivos distritos. Luego Lady Mar, a quien Crier
siempre había encontrado fascinante, hasta el punto en que había realizado el esfuerzo
consciente de seguir los detalles del ascenso al poder de Mar en la parte occidental de
Rabu, se puso de pie, con ambas manos sobre la mesa.
—No tiene sentido postergarlo —dijo—. Nos hemos reunido por una razón. El
Consejo se ha mantenido en silencio, inactivo, durante demasiado tiempo, mientras una
nueva guerra comienza a gestarse en todo el reino.
—¿Te refieres a los levantamientos humanos? —preguntó el concejal Yaanik—.
Difícilmente diría que hemos sido inactivos. Los levantamientos son pequeños, trabajo
de unos pocos humanos radicales haciendo un berrinche. Siempre nos hemos encargado
de ellos rápidamente y sin piedad.
—No hablo de los humanos —dijo Mar—. Me refiero al Movimiento Anti-
Dependentista.
Las miradas de varios de los Manos se desviaron hacia Kinok. El mismo,
mi smo, no obstante,
no mostró reacción alguna.
—Con todo respeto, majestad —continuó Mar, inclinando la cabeza en dirección a
Hesod—, me parece imprudente que el Scyre asista a esta reunión en absoluto. Es la cara
del Movimiento. La cara de la violencia, de la controversia. Sus asambleas políticas
terminan en disturbios por órdenes suyas; o, al menos, por su fracaso a la hora de condenar
tal conducta.
¿Disturbios? Crier no había escuchado hablar de ningún disturbio. Como era de
esperar, su cabeza saltó de inmediato a los Levantamientos del Sur; a causa de cuya
represión Kinok había ganado su fama.
—Es cierto —añadió la concejala Paradem, del Norte Lejano. Crier no sabía cuántos
años tenía, pero era visiblemente mayor que el resto de los Manos. Su piel tenía una cierta
opacidad, y sus ojos parecían nublados. Llevaba la cabeza rapada, quizá para ocultar el
hecho de que
temblaban las su cabello
manos. había perdido
—Asistí a una desulascolor. A veces,
asambleas cuando sostenía una
Anti-Dependentistas una pluma, le
vez, hace
un año —dijo—. Esperaba que fuera una reunión de mentes cultas, pero en cambio me
encontré en medio de una multitud de cientos pidiendo por el cese total de nuestra relación
con la humanidad. Era vulgar. Caótico. Algo que esperaría de los humanos, no de la
Especie superior. ¿Y cuál es la
l a tesis de su pequeño movimiento, Scyre? ¿Crear una nueva
capital? Jamás funcionaría.
Mar asintió.
—La guerra ha terminado hace mucho. Con un gobierno capaz, los humanos pueden
contribuir a la sociedad —sus labios se curvaron ligeramente,
li geramente, divertidos—. ¿Hasta dónde
llega esta “anti-
“anti-dependencia”? ¿Deberíamos matar a los caballos y al ganado? ganado ?
¿Deberíamos hundir el Corazón de Hierro en el mar? ¿Deberíamos construir nuestras
viviendas muy hondo bajo la tierra para evitar el contacto con el sol?
—Eso depende, concejala —dijo Kinok, alzando la voz por primera vez. Tomó lo
que parecía un reloj de bolsillo, alzándolo a la luz y dejándolo colgar de su mano como
el péndulo de un hipnotizador. Parecía tener la muy clara intención de asegurarse de que
todos los Manos pudieran verlo, y para la sorpresa de Crier, todos
t odos parecían saber qué era.
Y no solo eso, sino que la simple visión del reloj de bolsillo provocó que todos se
enderezaran y clavaran sus miradas en Kinok, prestándole su total atención. —¿Los
caballos y el ganado conspiran para asesinarnos en nuestras camas y prender fuego
nuestras viviendas? ¿El Corazón de Hierro habla en código, planeando la próxima
revuelta? ¿El sol almacena cuchillos y herramientas de agricultura, cualquier cosa que
corte, y entra en las Salas de Creaciones en el medio de la noche? —Recorrió la sala con
la vista, calculador, y cada uno de los Manos le devolvió la mirada. Embelesados.
Embelesados. —Los
gobiernos capaces aplican solamente a nuestra Especie, no a los humanos. Es imposible
gobernar a una bestia rabiosa. Son violentos, y con cada día que pasa, se vuelven más
violentos; más organizados, más poderosos. Los humanos son peligrosos. Podemos
preferir creer que jamás podrían hacernos daño, pero pueden; y lo han hecho. No tiene
nada de vergonzoso aceptar una amenaza
amenaza…… y removerla.
La imagen de zapatos colgando de las ramas del árbol de manzanas del sol resurgió
en la cabeza de Crier. Vaciló por un momento, sabiendo que no le correspondía hablar,
pero…
—Sí, algunos humanos pueden ser peligrosos —dijo, asombrada al oír que su voz no
temblaba. Todos los rostros giraron en su dirección, con expresiones impasibles. En una
sala llena de Automas silenciosos, era difícil adivinar lo que estaban pensando, y muy
sencillo sentirse víctima de burlas. Crier enderezó la columna, parándose en toda su
altura, intentando verse tan imponente como su padre. Pero con mucha frecuencia
parecería que
que los castigamos por infracciones
infracciones menores con… con tortura, confinamiento,
confinamiento,
e incluso la muerte.
Podía sentir los ojos de su padre clavados en ella.
—Fuimos creados para ser la Especie iluminada —continuó Crier, obligándose a
echar un vistazo alrededor la habitación, a mirarlos a todos a los ojos. Era esto lo que
había estado esperando, ¿no? No podía permitir que el miedo la silenciara. —Fuimos
creados para ser más que humanos, mejores que los humanos, pero… ¿realmente somos
mejores si recurrimos a violencia insensata tan fácilmente? ¿Hasta dónde estamos
dispuestos a llegar? No deberíamos…

—Hija —la interrumpió Hesod.


La boca de Crier se cerró de inmediato. Sintiendo el cuerpo frío, finalmente miró a
su padre, solo para verlo devolviéndole la mirada. Pero la expresión en su rostro no
denotaba enojo; era una cuidadosa máscara.
máscara.
Había visto aquella expresión muchísimas veces, al reaccionar a sus ensayos. A sus
pensamientos.. A sus ideas.
pensamientos ideas.
—Mis disculpas —dijo Hesod, dirigiéndose a la totalidad de la sala —. Mi hija cree
que es más sabia de lo que su edad le permite.
Unas tenues risas se oyeron alrededor de la sala.
—Probaría que es más sabia, entonces —dijo la concejala Shen—, si trabajara en el
estado actual de los asuntos de la población humana. Como bien sabemos, ha habido
reportes de más revueltas en Tarreen. Uno de nuestra Especie murió esta vez. Su cabeza
fue cortada y quemada.
Varios de los Manos expresaron su repugnancia en voz alta.
—Y ese ni siquiera ha sido el incidente más reciente —dijo otro de los Manos—.
Hace tan solo dos días, a veinte leguas al sur. Todos los sirvientes de una granja atacaron
a su amo. Las bajas fueron todas humanas, pero estuvieron muy cerca.
Y así como así, la sala previamente silenciosa y solemne se convirtió en cincuenta
personas hablando al mismo tiempo. Muda y humillada, Crier los escuchó discutir,
algunos sensatos y elocuentes y otros dejándose
dejándose llevar por la ira. La única persona que no
estaba hablando era Kinok. Estaba reclinado contra su silla de mármol, observando el
caos frente a él con ojos fríos y entretenidos. Aún estaba sosteniendo el reloj de bolsillo,
girándolo en sus dedos… y Crier finalmente pudo pud o verlo bien. Se dio cuenta entonces de
que no era un reloj.
Era una… ¿brújula?
—¡Suficiente! —dijo finalmente Hesod.
Las voces se extinguieron hasta convertirse nuevamente en un silencio penetrante.
—Hay asuntos de los que ocuparse —dijo Hesod—. La reina Junn de Varn ha
solicitado formalmente…
—¿La Reina Loca? —murmuró alguien.
—¿Qué hay de las revueltas? —exigió Shen.
—¿Y qué hay de Reyka? —dijo otro, y Crier alzó la cabeza de inmediato (¿y qué con
Reyka?), pero Hesod ignoró las
l as interrupciones.
—La reina ha solicitado formalmente una visita de diplomacia —dijo—. Para
comenzar el proceso de remendar las relaciones fracturadas entre nuestras naciones.
Desea viajar desde nuestra frontera compartida hasta la ciudad de Yanna, presentando sus
respetos a cada uno de los Manos Rojas en el camino.
Crier se inclinó ligeramente hacia adelante,
adelante, con los ojos de par en par. La reina Junn,
¿aquí?
La mujer a la que todo el mundo llamaba loca.
La mujer cuyo poder Crier siempre había codiciado, a quien siempre había añ
añorado
orado
conocer.
—¿Por qué ahora? —añadió Paradem—. ¿Por qué venir ahora? ¿Qué ha cambiado?
—No confío en ella —dijo Mar—. Por algo se la conoce como la Reina Loca. Es
famosa por ser volátil, impredecible. Nuestro equilibrio ya es precario de por sí.
Crier no pudo soportarlo.
—Su majestad la Reina Junn no es volátil —dijo a todo volumen, su voz penetrando
la habitación. Los Manos Rojas se giraron para mirarla al unísono, algunos de ellos
pestañeando como si hubieran olvidado completamente de que estaba presente. —
Gobierna
de de manera
lo que sucede rauda
en su cortee intensa,
corte durante pero
años.jamás deque
Si dice manera imprudente.
quiere rremendar He relaciones
emendar las estado al tanto
con
nuestro reino, debe decirlo en serio. Ninguna de sus acciones durante los dos últimos años
ha contradicho aquel deseo de reconstruir nuestra relación, o al menos de construir una
alianza militar. Hace ya mucho que se ve venir.
—Entonces imagino que te contentará saber que la reina ha realizado otra petición
—dijo su padre. Era imposible leerle los ojos. —Aparentemente está bastante interesada
en conocerte a ti.
Inexplicablemente, Crier sintió cómo se le entibiaban las mejillas. Antes de que
siquiera pudiera comenzar a procesar lo que había dicho su padre, el consejo ya había
cambiado de tema para hablar de la
l a nueva información.
La concejala Reyka había desaparecido.
Crier estaba tan sumida en sus pensamientos sobre Junn (la Reina Loca, la
Devoradora de Huesos, la despiadada, quería conocer a Crier), que le tomó un segundo
procesar aquella
aquella nueva información.
información.
—¿Reyka? —soltó, entre los murmullos de asombro de parte de los demás Manos.
Reyka, su mentora, su amiga, si es que un Automa podía usar tal palabra; Reyka, quien
nunca le había respondido cuando Crier le había enviado sus ensayos políticos. ¿Podría
ser por esto? ¿Había desaparecido hacía semanas sin que nadie lo supiera?
Las preguntas volaban de las bocas de los demás Manos, pero Hesod no parecía tener
respuestas. Reyka había… desaparecido.
desaparecido. No había un cuerpo, ni un pedido de r escate, ni
señal alguna de altercados, al menos por lo que sabían; simplemente había desaparecido.
Se había esfumado en la noche. No había manera de saber dónde estaba, o por qué se
había ido, o cuándo (si) regresaría.
—Quizá finalmente se haya unido a los humanos —dijo el concejal Shen—. Ahí es
a donde pertenece, ¿no es así? Siempre discutía en nombre de los humanos, siempre
estaba tan preocupada por la humanidad. No me sorprendería que que renunciara a ssuu propia
Especie, se pusiera un uniforme de criada, y fuera a trabajar en los campos.
Se oyeron algunas breves risas. Crier sintió una ola de nerviosismo. ¿Dirían lo mismo
de ella? ¿Había leído alguno de ellos su ensayo acerca de la redistribución de
representación? Cuando lo había escrito, se había sentido como una teoría. Honesto, pero
inofensivo. Solamente ahora se le ocurrió que podría haberles sonado amenazante a los
demás Manos. Quizá había provocado que creyeran que discutía porque le importaba la
humanidad.
Y así era.
Igual que a Reyka.
—Quizá se les unió, pero no por decisión propia —dijo Kinok, y las risas se
apagaron—. No sería la primera vez que alguien de nuestra Especie es secuestrado por
rebeldes humanos. Harían lo que fuera para hundirnos, para debilitarnos —hizo una
pausa—. Por otro lado, quizá el concejal Shen tenga razón. Es extraño que la concejala
Reyka fuera tan… apasionada cuando se trataba de humanos, ¿no es así?
Dijo aquello como si fuera un chiste, y los Manos así lo consideraron, sonriéndose
los unos a los otros.
Solamente Crier se quedó helada, horrorizada. Apasionada.
De repente, en donde una vez había visto un potencial compañero, un defensor, vio
entonces a Kinok por lo que realmente era. Un maquinador. Había fingido ser su aliado,
somos usted y yo, Lady Crier, pero un aliado no haría algo así. ¿Cierto? Crier sabía que
era ingenua, pero no era estúpida. Un aliado no usaría su secreto más oscuro contra ella
de esta manera, para su propio entretenimiento. Un aliado no se reiría de la concejala
Reyka, la cual ni siquiera estaba presente para defenderse. No. Crier no podía, no iba, a
confiar en Kinok. No podía quitarle los ojos de encima a la reluciente brújula que colgaba
de sus manos, como un trofeo de algún tipo. Todos los demás la miraban de vez en
cuando, también; rápidas miradas
m iradas furtivas, algunas curiosas, otras recelosas,
r ecelosas, otras casi…
celosas.
—Lamentablemente —dijo Hesod, nuevamente alzándose sobre el ruido —, hasta
que Reyka decida reaparecer, el consejo tendrá un asiento desocupado.
desocupado.
Crier sintió cómo el corazón se le subía a la garganta.
¿Es por esto que finalmente aceptó permitirme asistir a una reunión?, pensó, sin
poder evitarlo, e inmediatamente
inmediatamente se avergonzó de sí misma.
misma. Reyka había desaparecido,
desaparecido, y
era posible que estuviera en peligro. No era momento de pensar en sus aspiraciones
políticas.
—Con el clima político actual, la decisión más sabia parece ser llenarlo tan pronto
como sea posible, incluso aunque asumamos que Reyka regresará —continuó Hesod—.
Ya tengo un candidato para ser nuestro nuevo Mano, pero aun así llamaré
l lamaré a votación.
Crier recorrió la sala con la mirada, estudiando los rostros que llegaba a ver. Mar,
Shen, Shasta, Paradem, Laone… todas caras que había admirado desde que apenas había
sido
años?creada. ¿Sería
Siendo la este
hija finalmente el momento
del soberano, era la enopción
que se obvia.
uniría a Sintió
el las, después
ellas, de tantos
la anticipación
hormigueando bajo su piel, incluso a pesar de la preocupación que aún sentía por Reyka.
Si se convertía en una de los Manos, encontrar a Reyka sería lo primero por lo que
lucharía.
—Quienes estén a favor, digan “a
“a favor” —dijo su padre.
Los Manos Rojas aguardaron. Crier contuvo la respiración.
—Para ocupar el asiento vacío de la concejala Reyka —dijo Hesod—, nomino al
Scyre Kinok de las Montañas Occidentales.
Kinok.
Por supuesto.
El dolor que se arremolinó en el estómago de Crier fue casi insoportable… que ni
siquiera se le hubiera ocurrido a su padre pensar primero en ella.
Pero esta era parte de la estrategia, ¿no? Ofrecerle a Kinok una posición en el consejo
proveería… ¿qué
¿qué palabra había usado? Estabilidad. Acceso. Poder. Era un gesto no solo
hacia Kinok sino también a todos los partidarios del M.A.D. Decía “Eres bienvenido entre
nosotros, y estamos todos del mismo lado”. Decía “trabajemos juntos.” También decía
“Te estamos observando.”
Una idea siniestra: ¿Y si su padre, o el mismo Kinok, habían tenido al
algo
go que ver con
la desaparición de Reyka? El momento en que había sucedido parecía demasiado
conveniente. Un asiento libre, justo ahora, cuando el movimiento de Kinok se estaba
volviendo más grande y Hesod estaba buscando una manera de reintegrar a los
inconformistas.
Intentó desterrar aquella sospecha oscura de su cerebro, pero persistió como un olor
fétido.
Crier se sintió entumecer de a poco mientras, una a una, todos los Manos Rojas
(excepto Mar y Paradem) decían “a favor”. Las voces resonaron por la sala de mármol,
formando ondas de sonido. Crier lo oyó, y lo comprendió, y aun así no pudo creerlo, no
pudo recuperarse.
recuperarse.
—Está decidido, entonces —dijo su padre—. El concejal Kinok…
Kinok…

Y eso fue lo último que Crier oyó. Su cabeza se había llenado de un ruido sin
palabras, como el océano, o como el primer chaparrón en medio de una tormenta. Se
quedó allí parada, meciéndose como un bote a la deriva. Kinok había
ha bía ocupado el asiento
de la concejala Reyka. Había ocupado su asiento. Kinok era el nuevo Mano Roja. Kinok
formaba parte del consejo, y ella no. Finalmente estaba en la sala de mármol y, sin
embargo, jamás había estado tan lejos.
En aquel momento, Crier cayó en la cuenta de que nunca sucedería. Su padre nunca
la tomaría en serio. Sin importar lo que hiciera. Literalmente la había creado para que
fuera su heredera, e incluso a pesar de eso, no era lo suficientemente buena
buena..
Nunca, jamás, iba a formar parte del consejo.
consejo.
Nunca tendría voz
voz y voto a la hora
hora de tomar decisiones
decisiones sobre
sobre el futuro de su nación.
nación.
Solo había una cosa que la reina Thea amaba incluso casi la mitad de lo que amaba a su
hija Kiera, y ese era el pájaro cantor mascota de la reina. Se lo había regalado el rey de
Tarreen y, como tal, era una raza de ave que no se podía encontrar fuera de las selvas
del sur. Las plumas del pájaro eran de un azul profundo (el color del lapislázuli, solía
decir la reina) y cantaba al amanecer y al anochecer con una voz encantadora y trinante,
en su jaula dorada en el solario oriental, y la reina se sentaba a su lado y miraba y
escuchaba
Todos los días la Reina repitió este ritual. Al amanecer y anochecer. Hasta que una
mañana, cuando entró al solario, encontró a la pequeña Kiera comiéndose vivo al pájaro
cantor, con los huesos toscamente saliendo por su mandíbula, las plumas cayendo de sus
dedos al suelo como partes de cielo perfecto.
Más tarde, la reina Thea informó a la corte que Kiera no había hecho nada malo. Fue
culpa de la reina, dijo, por no educar adecuadamente a su hija.
hij a. Fue solo un error, dijo;
Hay algunos animales que los humanos comen y otros no. Kiera, naturalmente, estaba
confundida. Ahora ya no lo estaba.
Pero fue esta doncella quien limpió la sangre, las plumas y los
l os trozos de hueso del suelo
del solario oriental. Y esta doncella quien vio la duda en los ojos de la Reina desde ese
día en adelante. Vio cómo esa duda crecía y se pudría.

—DE LOS REGISTROS PERSONALES DE AMES, LA DONCELLA DE LA REINA


THEA DE ZULLA, E. 900, A. 9
10
Ayla pasó el día de la Luna del Segador acurrucada en su cama, paralizada con culpa.
Ella había deseado que al menos Crier no se hubiera ido a la capital. Casi deseó haberse
visto obligada a presentarse en las habitaciones de la lady y hacer la habitual letanía de
cosas sin sentido: preparar un baño a Crier, cepillar su largo cabello negro, planchar su
vestido, pintar su boca con un rojo suave. Al menos eso mantendría a Ayla en
movimiento, mantendría sus manos ocupadas, mantendría su mente fuera de Nessa. Haría
que evitara mirar paralizada y con indecisión a la comida que había sido traída temprano
por una muy sospechosa
sospechosa sirviente. Pan y miel, pescado salado, suave queso amarillo,
manzanas de sol, un paquete de nueces azucaradas.
azucaradas. Era más comida de la que Ayla solía
ver en la semana. Ella no quería comerla. Se estaba muriendo de hambre, su barriga
retorciéndose. Pero comer sería como ceder. Cómo admitir algo, alguna necesidad.
¿Verdad?
Crier le había permitido a Alya quedarse. Le había dado el día libre. Ella nunca había
tenido un día libre antes, no desde que trabajaba aquí. Ella odiaba estar quieta. La culpa
la engullía, igual que el hambre. Una calmada, privada y despiadada forma de tortura. La
venganza había dejado sus manos ensangrentadas, pero no de la sangre correcta.
Sabía que debería estar haciendo. Ella debería estar dando lo mejor de sí misma para
encontrar el estudio privado de Kinok. Si él guardaba algunos documentos secretos
relacionados al Corazón de Hierro, algo que pudiera ser útil en la revolución, (un mapa,
planos, el gran libro de Corazonita, información sobre rutas de comercio) estaría ahí, en
la caja fuerte que Malwin había mencionado.
Y aun a solo unos pasos cerca de la puerta del lugar, un terrible escalofrío flotaba
sobre ella. Pavor, el recuerdo del pañuelo de Nessa. Sus pasos

Tal vez debería solo rendirme.


Pero si me rindo ahora, entonces ¿por qué razón he estado viviendo?
Sola, miró la luz del sol deslizándose sobre las paredes de los cuartos de los
sirvientes. Cuatrocientas camas vacías. Todos los demás estaban fuera, en los campos,
los jardines, los huertos, el palacio. La Luna del Segador, marcada por la última luna
creciente de la temporada de cosecha, la luna con la forma de una oz, significaba que las
semanas de trabajo en los campos estaban llegando a su fin y que era hora de prepararse
para el invierno.
Cuando los padres de Ayla eran pequeños, La Luna del Segador era celebrada con
tres días y tres noches de festivales y danzas y fiestas que duraban hasta el amanecer,
enormes fiestas en la plaza del pueblo, vecinos comiendo y riendo, sentados unos con
otros, sus rostros pintados en dorado. Cuando Ayla y Storme eran pequeños,
pequeños, ya no había
ninguna
siempre gran celebración,
trenzaba no con laenconstante
listones dorados amenaza
el cabello de Ayladey redadas.
su padrePero la madre
cantaba de Ayla
canciones de
la cosecha, canciones de la luna y canciones de amor, y el fuego había sido tan cálido, y
todos ellos sonreían.
La cama de Alya estaba fría e incómoda. No solía sentir la soledad de esta manera.
Pero era más difícil, en esta época del año, ignorar el cementerio en su pecho. Más duro
aun cuando acababa de crecer ese dolor por dos cuerpos más.
La luz del sol se deslizó por las paredes y las tornó de un pálido amarillo a un oro
viejo a un naranja con el atardecer. En otra vida, Ayla estaría bailando justo ahora. En
otra vida, ella estaría vestida en ricos colores y su cara estaría pintada y su cabello sería
purificado con aceites, y ella estaría bailando
bailando en la plaza
plaza de la ciudad, y sus pies dolerían
dolerían
y se sentiría tan bien, y no habría allí ningún peso en sus hombros. Sin odio, sin miedo,
sin muerte.
En esta vida, ella cerró los ojos.
Y los abrió casi un minuto después cuando alguien la golpeó fuerte en la frente.
—Benjy —ella chasqueó, moviendo su mano lejos e ignorando su cara sonriente —.
¿Qué es lo que quieres?
—¿Crees que te dejaré dormir durante la fiesta? —dijo, su mirada cayendo a su
cama—. De ninguna manera. Mírate, todos tus huesos se ven. Necesitas esto tanto como
el resto de nosotros.
Eso significaba que el día de trabajo había terminado. Los sirvientes renunciaban a
sus cenas para organizar las celebraciones secretas, en el bosque o en
e n algún lugar lejos de
los alrededores cercanos. La reunión del consejo era una cobertura perfecta, enviando a
Hesod, Kinok y Crier lejos todo el día.
Pero Ayla ni siquiera podía digerir la idea de una celebración.
—No voy a ir.
—Oh, vamos, será divertido. Te distraerá, ya sabes —él empujó gentilmente su
hombro—. Habrá vino. ¿Recuerdas el año pasado?
—Sí, bebiste demasiado y te enfermaste en el océano.

— ¿No quieres verme hacer el ridículo?


—No, Benjy —dijo ella, mirando a un pequeño trozo de paja que sobresalía del
colchón, alejando sus ojos de los de él —, no voy a ir, no este año. Tú diviértete.
Él frunció el ceño.
—¿Cómo se supone que haga eso si no estás ahí?
—Benjy…
—Ayla —él dijo, ya no molesto, solo suave y suplicante —. Por favor. Siento que
difícilmente te veo estos días. Cuando lo hago, es porque algo terrible ha pasado. Te
extraño, eres mi mejor amiga, y yo… te extraño —él tomó su mano y la apretó —. Por
favor.

Mejor amiga.
Lo único en lo que ella pensaba era en el hilo que los conectaba en el mapa de Kinok,
roja ardiente como el fuego.
Ella miró sus manos unidas. Las de él eran mucho más grandes que las de ella, pero
eran similares en otras maneras: las uñas arruinadas, los callos, las marcas de trabajo.
Una sensación se apoderó de ella de nuevo, tan familiar como el rostro de Benjy: la
batalla entre estar cerca de él y alejarlo. Ser amiga de él y no ser amiga de nadie. ¿Cuál
era peor, vulnerabilidad o soledad? ¿El peligro de una amistad o la seguridad del total
aislamiento?
¿Qué había hecho la seguridad últimamente por ella?
—Bien —dijo ella finalmente—. Iré.
Aunque solo sea para detener sus súplicas. Aunque solo sea para seguir avanzando,
para dejar de pensar,
pensar, para parar
parar de cuestionar.
cuestionar.
Él gritó, llevándola fuera a la acogedora oscuridad hacia la celebración, y ella lo dejó.
No había listones dorados en su cabello, pero había
habí a cajas de vino pálido y agrio, y
eso era igual de bueno. O mejor, quizás.
Ellos siguieron caminando hacia una de las cuevas, al pie de los acantilados donde
las festividades serían celebradas este año, un hueco con un suelo húmedo y arenoso.
Dentro de la cueva había un pozo de fuego, antorchas colgadas
colga das sobre las paredes de piedra
curvadas, dos niños tocando tambores caseros,
caseros, el ritmo
ri tmo resonaba
re sonaba a través de la cueva, el
sonido se duplicaba con el sonido, tan profundo e incesante que Ayla se sintió extraña y
casi enferma por dentro. Abrumada. Había espacio para bailar a los dos lados de la cueva
y en la playa de arena negra, la marea golpeando y disolviéndose contra las rocas que
bordeaban la orilla,
orilla, como guardias
guardias altos y de es
espalda
palda recta.
El aire estaba lleno de motas de espuma blanca, el olor del tabaco y el vino y el rocío
del mar, el sonido de tambores y bailes y canciones antiguas de la cosecha cantadas en
cientos de voces. Todos estaban usando máscaras, algunas pintadas con oro o bermellón,
pero la mayoría
mayoría estaban
estaban hechas de trozos y retazos de ropa. Estas personas eran sirvientes.
sirvientes.
Cualquier lujo que tuvieran debía estar oculto, bien oculto.

En el momento en que ella y Benjy entraron a la cueva, un chico de la edad de Benjy


se acercó a ellos. El chico solo estaba usando una media máscara, una cosa plateada y
morada alrededor de sus ojos.
—¡Ben! —él dijo felizmente, apretando a Benjy en un abrazo.
Ayla se echó hacia atrás, cautelosa. Ella definitivam
defi nitivamente
ente nunca había visto a ese chico
antes, pero Benjy estaba abrazándolo, luciendo igualmente feliz de verlo.
Benjy revolvió el cabello del chico y dio un paso atrás, haciendo gestos entre él y
Ayla.
—Finn, esta es mi amiga más cercana, Ayla. Ayla, este es Finn —Finn. Ella recordó
las historias. Él y Benjy crecieron juntos en el templo cuando eran niños, mucho antes de
que Ayla conociera a Benjy. Finn había sido el primero en huir. Benjy había quedado
destrozado
Rowan los por ello,apero
ayudó la ira
ir a eraotra
encontrarse lo que lo había
vez. Ellos impulsado a irse
i rse en
se mantuvieron también, añosdesde
contacto después,
ese
entonces.
Benjy estaba sonriendo ampliamente, como un tonto feliz.
—Viajó aquí desde una finca al este y no he visto en casi dos años a este bastardo.
Finn rio.
—¡Como si me vinieras a visitar!

—Bueno, ¡al menos yo siempre respondo tus cartas!


—Oh claro—dijo Finn, rodando sus ojos—. Y solo te toma tres meses por carta.
Se empujaron el uno al otro, discutiendo con una fácil familiaridad. Ayla se echó
hacia atrás, silenciosamente, sintiéndose un poco perdida. Ella sabía que Benjy les
escribía cartas a personas que él conocía fuera del palacio, pero ninguno de ellos vino
alguna vez de visita. ¿Y recorrer todo
t odo ese camino solo por la Luna del Segador? Parecía
una locura. Las celebraciones eran un riesgo para ellos. No eran sancionadas, no eran
estrictamente ilegales, pero a ningún Automa le gustaba que los humanos se reunieran,
ya sea diez personas o cien. Lo veían como una amenaza.
—Esperen aquí, les traeré una máscara a cada uno —dijo Finn, y desapareció
desapareció entre
la multitud.
Benjy se giró hacia Ayla, todavía sonriendo.
sonriendo.
—Él no ha cambiado en nada. Sigue siendo el mejor amigo de todos en cada lugar
que va. Te apuesto una moneda que habrá alguna chica que esté detrás de él cuando se
haya ido, aunque solo se quede por una noche —su ánimo decayó al ver que Ayla no
contestaba—. ¿Estás bien?
—¿No es peligroso dejar la finca? —Ayla dijo—. ¿De verdad él viajó todo eso solo
por una fiesta?
—No solo por la fiesta —dijo Benjy—. Él vino hasta aquí para verme.
—Pero es peligroso —Ayla insistió.
Benjy estaba frunciendo el ceño ahora.
—¿Y qué? Vale la pena ¿no? Somos familia, es importante mantenernos conectados
el uno al otro. En caso que lo olvidaras, Ayla, esa es la razón por la que luchamos.
Mantenernos conectados. Una vez más, ella volvió a pensar en el hilo rojo en el
cuarto de Kinok.
—No tengo una familia.
familia. Y sigo luchando.
luchando.
Su expresión se suavizó, él extendió la mano para tocar su hombro, su pulgar
presionó su clavícula.
clavícula.
—Pero tú tienes la memoria de ellos. Tienes ancestros, tienes historias.
—No realmente —dijo ella—. Toda la familia de mi padre está muerta y mi madre
nunca habló de su lado de la familia. Todo lo que sé de su línea familiar es que me
llamaron así por su abuela, eso es todo.
—¿El nombre de su abuela era Ayla?
—Siena Ayla —Ayla miró hacia otro lado, su mandíbula apretada —. Un nombre,
eso es lo único que tengo —agarró el relicario debajo de su camisa. Un nombre, y un
relicario.
—Ayla —dijo Benjy silenciosamente.
silenciosamente.
—¿Qué?

—Nada, solo
solo estoy diciendo
diciendo tu nombre.
nombre. Ayla —él dio un paso cerca, dejando que su
nombre se volviera un murmullo a través de su piel—. Ayla. Eso es un regalo, es una
memoria. Y esa es la que no te pueden quitar.
Ayla sintió una extraña necesidad de reír, una memoria no era nada como un regalo.

Una memoria:
El día antes de las redadas, en una estúpida e infantil pelea, Storme y
Ayla se chillaban entre sí por ninguna razón, Ayla arrojando un puñado
de tierra y luego cuando eso no hizo que dejara de molestarla, ella arrojó
palabras. Te
Te odio. Las
Las escupió como agua envenenada.
envenenada. Te oodio.
dio. Desearía
no tener ningún hermano. Deseo que te vayas para siempre. Ella estaba
tan enojada,
ella. Como elsuniño
pequeño
que élcuerpo agitadosola!
era. ¡Déjame con ello.
GritóY ella
él sehacia
estabaél,riendo de
y nunca
miró hacia atrás.
Y al día siguiente…

—A veces desearía no recordar nada —ella susurró, retrocediendo, su garganta


ardiendo—. A veces parece como si eso fuera mucho más fácil.
Benjy abrió la boca para replicar, pero justo en ese momento, Finn regresó,
presionando las máscaras en sus manos: un zorro para Ayla y una máscara
máscara de
de paja simple
para Benjy. Ayla se puso su máscara, inmediatamente sintiéndose más cómoda con su
cara oculta. La lana teñida le rascaba las mejillas.
Ellos se unieron a la fiesta, Finn gritando, riendo y arr
arrastrando
astrando a Benjy detrás de él.
Una chica que ella reconoció de los establos le pasó a Ayla una copa de vino pálido. Sabía
terrible, ácido y agrio al mismo tiempo, pero se lo tomó de todas maneras. El vino quemó
todo el camino hacia abajo, una línea desde la garganta hacia el estómago, y para su
segunda copa Ayla estaba cálida y agradablemente
agradablemente alegre, flotando en su propia cabeza.
Los tambores pulsando en sus costillas. Cuando no estaba con Finn, Benjy la tocaba
ligeramente, guiándola a través de la multitud, con la mano en la cadera, el brazo y el
hombro.
Fue fácil por un momento, olvidar. Ayla bebió su vino en grandes tragos y se dejó
influenciar por la música, tan cálida, sudando un poco. Ella dejó que Benjy la acercara
cada vez más, un brazo alrededor de su cintura. Ella le sonreía a todos los que reconocía
y también a aquellos que no reconocía. Aunque su cara estuviera cubierta tras una
máscara.
—¿No estás feliz de haber venido? —dijo Benjy cuando regresaban a las cajas de
vino por la tercera copa—. ¿No estás feliz de haberme escuchado?
escuchado?
—Tal vez —dijo juguetona—. No lo sé, no deberías preguntarme cosas como esas
cuando estoy nadando en vino.
— ¿Oh? ¿Por qué?
—Porque siempre te voy a decir sí.
—Tal vez hay otras cosas a las que quiero que digas que sí.
Ayla rio.
—¿De qué estás hablando?
—Ayla —él dijo, sonando muy serio de repente. Ella notó el movimiento de su
garganta, un trago nervioso. —Ayla, necesito
necesito decirte algo…
De repente su estómago se endureció.
No no no…
—Es mi culpa que Nessa muriera —ella soltó.
La pausa que le siguió fue terrible. Benjy la miro por un segundo, confundido, y
luego sacudió su cabeza.

—Espera —dijo él—, espera, ¿qué, de qué…? Ayla, realmente necesito decirte
algo… Quiero decirte…
—Ella me prestó su pañuelo —Ayla continuó, lo suficientemente callada como para
que nadie más la oyera sobre el tambor y el canto, pero lo suficiente alto, lo suficiente
agudo, para cerrar la boca de Benjy. Ella no podía hacer esto, no podía escuchar lo que él
quería decirle; ella tenía esa enfermiza sensación de lo que era y ella no podía, no ahora,
tal vez nunca, ¿Qué pasaría si ella dejara que sí misma se sintiera de la misma manera
que él se sentía por ella… y luego lo perdía?
Ella no se recuperaría. Ella sabía que no podría. ¿Pero cómo explicar eso?
—Fui yo quien accidentalmente lo dejó en la habitación de Kinok, Benjy —ella dijo
en su lugar—. Es mi culpa que ellos creyeran que Nessa estaba husmeando, es mi culpa
que ellos trataran de quitarle a su hija. —Ella envolvió sus brazos alrededor de sí misma,
deseando desesperadamente no haber tomado tanto vino. —Es mi culpa que ella muriera.
Benjy sacudió fuertemente su cabeza.
—No puedes culparte
culparte a ti misma…
—¡No hay nadie más a quien culpar! ¡Es mi culpa!
—Silencio, mantén tu voz baja —él siseó, sus ojos repasando rápidamente la multitud
vibrante. Se acercó para poner sus manos sobre los hombros de ella, balanceándose
balanceándose con
la música, haciéndolo parecer como si estuvieran simplemente hablando y bailando como
todos los demás. —Ayla. No puedes culparte por eso. Dijiste que fue un accidente,
¿verdad? ¿Dejar el pañuelo en el cuarto de Kinok?
—Sí. Un maldito y estúpido error. No puedo creer que fui tan descuidada. Tan
estúpida.
Su agarre se apretó sobre sus hombros.
—Nessa no es la primera en morir en esta guerra, Ayla. —Sus palabras fueron un
puñetazo en el estómago. —Y ella no será la última. Eso no significa que debamos
rendirnos. Significa que debemos pelear más fuerte… Debemos luchar hasta ganar esta
guerra.
—¿Guerra? —Ella realmente dio un paso atrás, y él agarró sus caderas con más
fuerza. Sus manos eran grandes y cálidas y era demasiado. —No hay ninguna guerra, lo
único
por mí,que
pohay
rqueesnouna
porque fuirebelión
fui que siguebuena,
suficientemente cayendo, Nessa
porque
porqu no murió
e siempre haypor la Maldición
algo. causa.
M EllaBenjy,
aldición Bmurió
enjy,
si hubiera dejado caer mi propio pañuelo, habrían sido tus zapatos colgando del manzano.
—No, Nessa debió haber hecho algo más,más, incluso las sanguijuelas no ma
matarían
tarían a un
buen sirviente solo
solo por dejar caer un
un pañuelo en sus
sus rondas.
—No es que ella haya dejado caer un pañuelo —dijo Ayla—. Es que ella estaba
invadiendo otro sitio. Y trataron
t rataron de lastimar a su hija, como castigo, y Nessa no los dejó.
Lo mismo que les sucedió a Faye y Luna.
—¿De qué estás hablando?
—Luna no fue asesinada por algo que ella hizo. Fue asesinada por algo que Faye
hizo. Ellos castigaron a Faye matando la cosa más importante en el mundo para ella.
—¿Estás segura?
Ella pensó de nuevo en ese hecho.
—Estoy segura. —Rápidamente Ayla explicó sobre su horrible encuentro con Faye.
—No sé qué hizo ella.
ella. Pero debió sser
er algo serio.
serio.
—Tal vez… Tal vez tuvo que ver con Kinok. —Debajo de la máscara de paja la voz
de Benjy sonaba lejana. —Nunca he visto nada como lo l o de Nessa pasar antes. Tal vez
porque ella cruzó los límites de Kinok. Tal vez por eso el castigo fue tan duro. Tal vez
Faye hizo lo mismo,
mismo, tal vez ella… Se interpuso en su camino, de alguna manera.
—Tal vez. —Pero, ¿qué importaba? El resultado fue el mismo. La persona que le
importaba más a Faye había sido convertida en daño colateral.

Con
ahora. culpa,
Crier no Ayla pensó
la había en su collar.
reportado El relicario
por eso, pero ¿y sique yacía más
alguien debajo de su camisa incluso
la veía?
¿Vendrían por Benjy?
Ayla miró alrededor de lal a cueva con nuevos ojos. Lo que le había parecido divertido
y animado y hermoso justo hace unos momentos, ahora le parecía abrumador,
nauseabundo, toda la fiesta girando como el juguete de un niño, un borrón de ruidos y
colores y máscaras grotescas. Ella necesitaba aire fresco. Necesitaba que el suelo dejara
de inclinarse justo frente su cara. Miró fuera, hacia la boca de la cueva, observando con
nostalgia la fría y oscura noche… y lo vio.
Un destello de ojos dorados.
Alguien los estaba viendo.

Un Automa.
La conmoción la atravesó. No estaba segura cómo lo sabía, pero por instinto, pudo
adivinar quién era. Crier.
En poco tiempo, había llegado a saber exactamente
exactamente cómo se sentía ser observada por
ella, la forma en la que la mirada de Crier la seguía cuando pensaba que Ayla estaba
ocupada con una tarea.
Solo que, ¿cómo es que Crier llegó tan temprano? ¿No debía de estar aún en la
reunión del consejo? ¿Y por qué ella los siguió? ¿Y qué haría ella, ahora que la vio? Y…
—Benjy —dijo ella, liberándose de sus brazos—. ¿Me traerías otra bebida?
Él asintió.
—Claro —dijo él, y tomó su copa de vino, dirigiéndose hacia los barriles.
Cuando él regresó a su punto cerca de la fogata, Ayla ya se había ido.
11
Quizás la peor parte no fue ver a Kinok sentarse donde Crier siempre había querido.
Quizás la peor parte fue ser enviada a casa ttemprano.
emprano. Eso, sobre todas las cosas, demostró
que claramente ella ya no era requerida o necesitada en el Palacio Antiguo. No habría un
lugar para ella en la sala del Consejo. Y ya nunca lo habría.
Era una forma nueva de dolor.
Se preguntó, durante el largo y silencioso viaje en carruaje a casa, si así se sentiría
para otro Automa.
Automa. Si ellos se sentirían igual, un pesado dolor
dolor en el fondo. O si a ella ssolo
olo
le importaba tanto porque tenía una Falla. En la reunión, en frente de todos, Kinok bromeó
diciendo que Reyka, también, estaba siendo muy pasional. Crier pensó en la mujer
Automa a la que siempre había admirado, casi como una mentora. Reyka, que siempre
había mirado a Crier
Cri er cuando hablaba, le había dado golosinas y llaa había animado a tener
sus propias opiniones. ¿Pero para qué?
Por primera vez desde que descubrió su Diseño saboteado, la existencia del quinto
pilar de Crier se sintió
sint ió real. Inmediatamente. No era un distante y humillante miedo. . .
Esto la estaba lastimando. No había cura para esto, no había salvación. Ella quería que se
fuera. Quería cortárselo fuera de sí misma. Pero no había nada que cortar. Solo había un
bulto fantasma en susu vientre, la piedra
piedra imaginaria alojada en ssuu garganta.
garganta. El mundo entero
se sentía horrible y enfermizo y abrasivo, como si el aire mismo le rozara la piel con
rudeza. Incluso el más mínimo sonido, el galope de los caballos, el sonido de las ruedas
de madera sobre las piedras del camino, la hacía temblar.
En el segundo en el que su compañía atravesó las puertas y entró en los jardines,
Crier saltó de la caravana. Aterrizó fuerte, el lodo entrando en sus zapatos y salpicando
sus faldas, y nunca le había importado menos.
menos.
—¡Lady! —uno de los guardias gritó detrás de ella —. Lady,
Lady, ¿dónde deberíamos…?
—pero ella nunca escuchó el final de esa oración. Ella ya se estaba alejando del palacio
en la oscuridad de la noche, necesitando alejarse,
alejarse, necesitando perderse a sí misma.
Ella quería deambular sola. Prepararse mentalmente, quizás, para la promesa de la
llegada de la Reina Junn. El único punto brillante en el horizonte.
Pero la última cosa que Crier había esperado encontrarse en la desierta playa rocosa
era una celebración. Ella había visto el brillo amarillento de antorchas a media legua de
distancia y, curiosa, había elegido su trayecto a lo largo de la rocosa orilla arenosa hasta
que encontró la fuente: una de las cuevas que estaba en los acantilados junto al mar estaba
llena de humanos.
Y ellos estaban bailando.

Crier se arrastró más cerca a la boca de la caverna, sin ser capaz de mirar hacia otro
lado. La cueva era masiva, como si los gigantes de las viejas historias humanas hubieran
mordido una parte del acantilado y hubieran dejado un ahuecado espacio del tamaño del
jardín de su padre. Crier había visitado esa cueva antes, una vez había pasado la noche
entera aquí, mirando la marea, pero siempre sola, en la oscuridad. Esta noche, la cueva
estaba brillando. Había una fogata en el centro lo suficientemente grande para rostizar a
un caballo de guerra, pero los humanos no lo estaban usando para cocinar. En su lugar,
había un círculo de humanos arrojando lo que parecía ser esa madera que arroja la marea
del mar, húmeda y podrida, a las llamas. Algunas veces, un pedazo de esa madera hacía
que las llamas se volvieran momentáneamente azules o verdes. Por las algas, Crier notó.
Cada vez que esto pasaba, los humanos celebraban y bebían. Alrededor de ellos, el resto
de la caverna era ruidosa y un caos con música. Era música extraña, nada más que
tambores; unos chicos cerca de la caverna estaban compartiendo un tambor que lucía
como un barril con piel de animal extendida en la parte de arriba. Estaban sonrojados,
riendo y palmeando el tambor con sus manos. Era más emoción que ritmo, pero de alguna
manera los humanos estaban cantando con ello. Crier agudizó sus oídos para escuchar las
palabras, algo sobre sombreros de paja y hoces, e intentó descubrir cómo todos los
humanos sabían la misma canción, la misma danza.
Ella deseó poder ver sus caras, pero todos ellos estaban usando máscaras. La mayoría
eran planas, rojas, amarillas y doradas, pero algunas tenían formas de animales. Crier vio
un león, un lobo, un ave con un conjunto brillante de plumas. Un zorro.
Había algo familiar acerca del zorro. No la máscara, sino la persona bajo ella, ese
cuerpo que se movía
estaba bailando como
al lado de el
la golpe del descalza
hoguera, agua. Eraenunaelchica. Crier estaba
piso rocoso. segura, de
La mayoría y ella
los
humanos estaban usando túnicas y vestidos coloridos, pero algunos estaban usando el
uniforme rojo de la servidumbre. El zorro era uno de los últimos, los botones de sus
pantalones rojos húmedos con barro
barro y el rocío del mar.
Entonces el zorro se dio la vuelta y Crier vio un oscuro y salvaje cabello oscuro. No
estaba sorprendida. Una parte de ella sabía que era Ayla desde el primer momento que
vio al zorro bailando con tal rapidez, pies ágiles. Lo que le había sorprendido era la
persona bailando
bailando con Ayla. Él era larguirucho, con el cabello rizado, pero era todo lo que
ella podía ver, él estaba usando una máscara tejida por listones y paja. Como Ayla, él
estaba usando el uniforme de la servidumbre, su camisa estaba húmeda con sudor o agua
de mar.

El chico
giraron en undecírculo
paja sedesordenado,
acercó y pusolassumanos
mano en
de las
ellacaderas de Ayla.
en el aire, y los Ella lo dejó.
largos dedosJuntos
de él
alrededor de las caderas de ella, de su cintura; ella arqueó su cabeza hacia atrás, riendo o
gritando o cantando, y su garganta era una columna de oro a la luz del fuego. El chico se
inclinó hacia delante. Crier hizo lo
l o mismo, antes de contenerse a sí misma.
Crier miró más allá. Los otros humanos estaban bailando, algunos bailando mucho
más cerca que Ayla y el chico de paja: Crier miró cuerpos semi desnudos entrelazados,
su piel brillando con sudor, parejas bailando menos con el ritmo del tambor y más con su
lento y privado ritmo propio, ojos cerrados, cabezas arquead
arqueadasas hacia atrás. Ella vio a dos
chicos compartiendo una copa de vino. Una chica presionando a otra contra la pared de
la cueva, cuerpos moviéndose de manera extraña.
Crier sintió algo, una pulsada, profunda en su barriga. Ella se retorció, de repente
avergonzada por alguna razón que no podía explicar, y apartó sus ojos de las dos chicas.
Era suficientemente fascinante ver al resto de la multitud, muchos cuerpos moviéndose y
chocando entre ellos como olas. Crier sabía que su padre no aprobaría esto. Si ella fuera
una buena hija ella lo reportaría, le pondría un fin a esto.
Parece que no soy una buena hija , ella pensó y, por una vez, no se sintió tan
devastador.
Ayla desapareció por un momento, engullida por la pulsante multitud. Pero pronto
fue visible de nuevo, ahora cargando una copa de vino en cada una de sus manos,
trastabillando un poco, tropezando por el suelo resbaladizo e irregular de la cueva. Arena,
roca, pozas poco profundas. Ella iba a cortarse las plantas de los pies. Con la cara de un
zorro, sus orejas
los zorros puntiagudas,
deslizándose y su fiero¿Enserio
por la maleza. pelaje naranja, hizo pasado
solo habían a Crier dos
pensar en la Caza,
semanas en
de ello?
Sin embargo, esos zorros eran salvajes. Salvajes, asustados, listos para correr. Eran
garras y dientes y pelaje enmarañado.
enmarañado. A veces esa era Ayla. La mayoría de las veces no
era así.
La mayoría del tiempo Ayla simplemente parecía suave.
Crier no se dio cuenta que tan lejos se había desviado de su posición estratégicamente
oculta hasta que, como si sintiera la mirada de Crier, Ayla se dio la vuelta y miró
directamente hacia ella. Maldición. Ayla se sobresaltó, el vino salpicando de su taza. El
chico de paja le dio un codazo y ella pareció preguntarle algo señalando su taza. Él la
tomó y se desvaneció en la multitud. Al segundo de que se fue, Ayla comenzó a moverse
resueltamente a través de la multitud… directamente hac ia Crier. Maldición,
maldición. Crier contempló hacer un escape rápido, pero ella sabía que era muy tarde.
Había sido descubierta. En su lugar, ella se deslizó lejos de la boca de la cueva para
esconderse entre las sombras de nuevo, así nadie más la vería.
Hubo un suave sonido de los pies descalzos en la roca, y luego Ayla apareció en la
entrada de la caverna, su silueta contra la luz de las antorchas y la luz del fuego. Ella miró
de lado a lado, su cara aún oculta en la máscara de zorro, y finalmente siseó.
—Sé que estás aquí fuera. Vi tus ojos.
Crier tomó aliento.
—Estoy aquí.
Ella estaba preparada para la ira de Ayla, para sus demandas bajas y furiosas ¿Por
qué nos espías? Pero en cambio ella fue enfrentada con...
—No lo digas
digas —Ayla susurró, uniéndose a Crier en la oscuridad. Estaban escondidas
contra la pared del acantilado, en una zona de arena negra entre las rocas altas y dentadas,
un área rodeada por charcos de marea —. Por favor no le digas a tu padre.
¿Miedo?
—No lo haré —Crier dijo automáticamente, y luego se sintió incluso más
avergonzada y un poco fuera de control —. Quiero decir. ¿Qué le diría? ¿Qué es esto?
—Es solo… una celebración —dijo Ayla. Ella subió su máscara hasta arriba de su
cabeza, finalmente exponiendo su rostro. Había una fina capa de sudor en su piel. —Solo
pasa una vez al
al año después de
de la cosecha, y no robamos nada, así
así que realmente no hay
nada que decir.

—Después de la cosecha. . . ¿hoy es la Luna del Segador?


Ayla parpadeó.
—¿Has escuchado de eso?
—Vivo en Rabu, ¿no?
—Bueno, sí, pero…
—Conozco sus festivales, he leído todo sobre ellos. Ella debió darse cuenta antes,
francamente. Las máscaras, los bailes, el tiempo, justo en la
l a cúspide del invierno.
—Entonces entiendes que esto no es un crimen —dijo Ayla. Sus ojos brillaron en la
luz de la luna creciente, su voz baja e intensa, pero lo suficientemente alta para ser oída
sobre los tambores, las voces, el oleaje del océano. —Sólo estamos bailando, solo por una
noche, no estamos haciendo nada malo…
—No voy a decirle —dijo de nuevo.
—… y nadie tiene por qué resultar herido… oh. ¿Qué?
—No voy a decirle —Crier repitió.
—¿No lo harás?
—No —dijo ella—. Mi padre nunca
nunca sabrá. Lo… Lo prometo.

sintióEntanlapesado.
oscuridad,
O talcon
vezelseruido
sintiódel
tanocéano
pesadoalrededor
como era.de ellas, el acto de promesa se
—Tú… —Ayla inició, y luego ellas lo escucharon al mismo tiempo: el crujir de un
segundo sonido de pasos, viniendo desde dentro de la caverna y acercándose —. Oh
maldición, ese debe ser Benjy —Ayla murmuró—. Maldición, él no puede verte aquí.
Necesitamos irnos. —Ella agarró la manga de Crier y empezó a bajar por la playa oscura,
arrastrando a Crier tras ella. Rodearon las afiladas rocas, siguiendo su camino por un
estrecho sendero de pescadores. De vez en cuando Ayla, miraba sobre su hombro para
asegurarse que no estuvieran siendo seguidas.
Ella se detuvo junto a una poza de marea y soltó la manga de Crier de inmediato. Era
mucho más silencioso a esta distancia de la fiesta de la Luna del Segador. Sobre ellas
estaba la luna creciente en la brillante noche. Alrededor de ellas, el mar, las rocas, las
pozas de marea estaban
estaban repletas de vida colorida.
colorida. La visión de Crier se ajustó a la nu
nueva
eva
oscuridad. Había mechones de cabello pegados
pegados a las sienes y al cuello de Ayla, Mient
Mientras
ras
Crier observaba, Ayla miró desde su propia mano hasta la manga de Crier como si ella
estuviera sorprendida de sus acciones.
Crier no quería que ella estuviera sorprendida, no quería que Ayla se arrepintiera de
dejar la fiesta.
—Pareces estar nerviosa —dijo ella, probando, tratando de descubrir la maraña de
emociones humanas de Ayla.
—No lo estoy.
—¿Preocupada?
—¿Eso no es lo mismo?
Crier se acercó, mirando el rostro de Ayla iluminado por la luz de la luna
—… ¿Culpable?
Ayla se estremeció.
—No. No, estabas en lo
l o correcto, solo estoy preocupada.
—¿Sobre qué?
—Siempre las preguntas —dijo Ayla, pero ella no sonaba molesta, sonaba más bien
exhausta—. Creo que estoy preocupada porque mi, hum, mi amiga, Faye, ella es otra
sirvienta, y ha estado… enferma.
—¿Ella se ha enfermado? Eso me parece normal, especialmente con el invierno
acercándose.
—No —Ayla dijo de nuevo—. Me refiero a, como que, enferma de aquí. —Ella hizo
un gesto en su cabeza. —Y no sé qué hacer sobre ello, o como ayudar o algo. —Ella
resopló, un corto y frustrado sonido, y cruzó sus brazos sobre su pecho a la defensiva,
como si estuviera físicamente bloqueando la siguiente pregunta.
Crier quería saber sobre esta Faye. Ella quería saber a lo que Ayla se refería a enferma
de aquí. Pero no quería que Ayla escapara.
Quería darle una razón para quedarse. Así que se sentó justo ahí en las húmedas,
arenosas rocas. Instantáneamente
Instantáneamente la helada humedad comenzó a colarse por su vestido.
—La biblioteca de mi padre tiene una colección de libros de mitología humana, no
solo de Rabunianos, no solo Zullianos. Tiene historias de todo el mundo, datando de
cientos de años atrás, los he leído
l eído todos.
Ayla suspiró. Pero se unió a Crier para sentarse junto a la poza de marea, sus pies
colgando sobre el borde. Ella pasó un dedo sobre la superficie de la poza, ondas se
desplegaban en círculos concéntricos, perfectos, y durante un largo momento no habló.
—Cuéntame uno —dijo finalmente. Pareció no darse cuenta, o tal vez simplemente
no le importaba, el hecho que le estaba dando una orden a una lady.
Tal vez se dio cuenta que a Crier le agradaba eso, que Crier quería contar una historia.
Tal vez solo quería asegurarse que Crier estaba distraída y no le reportara la
celebración a su padre.
O tal vez, tal vez, ella también quería quedarse.
Era imposible, pero Crier juró que hizo que su sangre Creada se calentara mientras
las historias subían a la superficie de su mente como restos después de un naufragio, miles
y miles de historias de Rabu, Varn, las junglas de Tarren, las tierras cruzando el Mar
Estrellado. Ella tenía que contar la historia correcta, hacer esto bien, para mantener la
atención de Ayla el mayor tiempo que fuera posible.
Ella pensó en contar la historia de la reina Junn de Varn, pero no, eso no sería bueno,
seguramente Ayla haya escuchado los rumores que todos parecían creer, que la reina Junn
había perdido la razón.
No, ella necesitaba
necesitaba escuchar algo
algo más. Una historia
historia humana.

vivió—una
Unaprincesa
vez —ella
que inició
estaba—muy,
, en un
muyreino muy
triste. lejano,
Una guerraenseuna tierra
estaba de hielo yentre
fabricando nieve,
su
padre, el rey, y los aldeanos del reino. La princesa, que amaba a su pueblo más que a
nada, sabía que la guerra solo iba a causar muerte y destrucción. Ella estaba desesperada
por detener la guerra
guerra antes que iniciara, pero su padre estaba cegado por la ira y el org
orgullo.
ullo.
Él no escucharía sus súplicas para pedir tregua. Así que la princesa diseñó un plan: redactó
un tratado de paz como si fuera de su padre y partió hacia el reino vecino sola en llaa hora
más oscura de la noche.
—Una paz creada en mentiras —dijo Ayla.
Crier no respondió, pero cuidadosamente se quitó sus zapatos y hundió sus pies en la
piscina frente a Ayla. El frío atrapó sus
sus tobillos, como un
un elemento de
de otro mundo.
—La princesa condujo tres días y tres noches —ella continuó—, sin encontrar ningún
bandido, barricadas o mal tiempo. Pero en el cuarto día, tuvo que cruzar un paso de
montaña tan estrecho que se llamaba el Ojo de la Aguja. Y debido a que se acercaba el
invierno, y porque esto es una historia, ella estaba exactamente a la mitad del Ojo cuando
golpeó una gran tormenta de nieve.
Ayla rompió en una sonrisa.
—Por supuesto. —Sus dedos se metieron en el agua helada, ondas arremolinándose
arremolinándose
hacia afuera hasta que tocaron los tobillos de Crier.
—La princesa estaba atrapada —dijo Crier suavemente—. Cegada por la nieve y
medio congelada, apenas logró encontrar una grieta en la ladera de la montaña lo
suficientemente grande como para albergar tanto a ella como a su poni. Y luego, sin nada
más que hacer, ella se sentó y esperó a que la tormenta parara —ella hizo una pausa —.
Pero la tormenta no se fue.
Ayla estaba tan silenciosa como la tormenta era fuerte en la mente de Crier. Su
corazón se aceleró.
—Tres días después —ella se sumergió—, la princesa y su poni estaban
congelándose. La princesa intentó muchas veces encender fuego, pero la leña estaba
mojada por la nieve y no chispeaba. Su bolsa de provisiones se había perdido en la
tormenta. Sin comida. Sin fuego. Ella comenzó a aceptar el hecho que iba a morir ahí,
helada y sola. Lo peor de todo, su reino iba a ir a la guerra. Ella empezó a llorar. Sus
lágrimas se congelaban en sus mejillas, brillando como cristales.
—Solo unos momentos después, una voz vino desde fuera de la grieta. “¡Hola!”
decía, “¿qué criatura vive en esta cueva? ¿Fue tu brillante abrigo lo que llamó mi
atención?”
—Una segunda voz replicó, “¿Tienes un cerebro entre esas orejas? No hay ninguna
ninguna
criatura, solo debe ser una gema brillando.”
—“No”, dijo una tercera, esta era profunda y retumbaba. “Claramente es solo el
brillo de la nieve.”
—“Ayuda”, dijo la princesa a través de sus entumecidos labios. “Por favor,
ayúdenme.”
—Y tres animales, una liebre blanca de invierno, un reno y un gran oso, asomaron la
cabeza por la cueva. La princesa estaba tan débil por el frío que no estaba asustada, ni
siquiera del oso. La liebre dijo, “¡Oh! Así que eres tú con perlas brillantes en las mejillas.
Decepcionante, debo decir. ¿Qué
¿Qué cosas estás haciendo en una tormenta?”
—“Estoy tratando de cruzar el Ojo,” dijo la princesa, y les contó la historia
miedo . “Eso
completa. Cuando ella terminó, todos los animales se vieron entre ellos con miedo.
es inquietante”, dijo el reno. “Si hay una guerra entre dos reinos, tu gente va a pisotear
mis bosques.”
—“Y marchar por mis montañas” añadió el oso.
—“Y me van a cazar y a despellejar” gimió la liebre.
—“¿Me ayudarían?” dijo la princesa. “Estoy muy helada y muy hambrienta.”
—“Espera aquí” dijo la liebre. “Vamos a encontrarte leña para el fuego y comida
para tu barriga”.
barriga”. Con eso, los tres animales se apresuraron fuera en la tormenta.
—Para el anochecer la princesa estaba casi muerta, sus labios estaban azules, su piel
blanca y rígida, sus dedos como piedras, e incluso el brillo de sus lágrimas había sido
lavado por el viento helado. Ella se inclinó sobre su poni, ojos cerrados, pensando en el
tratado de paz en su bolsillo.
—El reno fue el primer animal que regresó, orgullosamente cargando una pila de
secas. “Si detienes la
astillas secas. l a guerra”, él dijo, “recuerda lo que he hecho por ti.”
—Así, la princesa fue capaz de encender fuego para mantenerse caliente.
—El próximo en regresar fue el oso. Él era demasiado grande para caber en la cueva,
pero metió su cabeza junto al reno y dejó caer un bocado
bocado de corteza y bayas de invierno
a los pies de la princesa. Para tu poni, él dijo. Si detienes la guerra, recuerda lo que he
hecho por ti.
—Así que la princesa alimentó a su poni, pero su propia barriga seguía vacía. Juntos,
ella y los animales esperaron y esperaron a que la liebre regresara. El reno y el oso
empezaron a quejarse. La liebre siempre ha inútil, dijeron ellos, habla mucho y hace
ha sido inútil,
tan poco. Quizás nunca regrese.
—Muchas horas pasaron antes de que la liebre regresara. Cargando con nada.
—Lo siento tanto, princesa
princesa, él susurró, inclinando su cabeza tan abajo que sus orejas
rozaron el suelo. Busqué por todos lados por comida. No encontré pescado, ningún ratón,
ninguna ave.
tengo nada Incluso
que darte. revisé
Pero túlasdebes
trampas
vivir,deprincesa.
cazadores. Todas
Debes ellaslaestaban
detener guerra,vacías.
tú debesNo
.
—Y luego se arrojó al fuego.
—La princesa gritó y trató de salvarlo, pero era demasiado tarde. La liebre ardió. Su
cuerpo se convirtió en carne. Horrorizados y arrepentidos de lo que ellos habían
presenciado, el oso y el reno corrieron lejos en la nieve y nunca
nunca fueron vistos de nuevo.
nuevo.
—Incluso aunque la idea la enfermara, la princesa se comió a la liebre. Con cada
mordida ella le agradeció por su sacrificio. Más lágrimas brillantes cayeron y se
congelaron en sus mejillas. Cuando la tormenta finalmente cesó y ella emergió de su
refugio a la mañana siguiente, ella nunca fue la misma.
mi sma. Algunas personas decían que era
como si su corazón hubiera llorado y se hubiera congelado.
El agua y Ayla habían quedado perfectamente quietas, y Crier casi podía sentir el
peso de ella escuchando,
escuchando, como si su silencio tuviera forma y pulsara a su manera.
Después de una larga pausa, Ayla giró su cabeza y dijo:
—Espera. ¿Eso es todo? Ese no puede ser el final. ¡Ese es un final horrible! ¡El punto
de las historias es que sean diferentes de la vida real! ¿La liebre está muerta y la princesa
muerta por dentro? ¿Qué pasa con la guerra? ¿Qué pasa con la princesa? ¿El tratado de
paz funcionó? ¿O la liebre murió por
por nada?
—No lo sé —dijo Crier—. ¿Quizás?
Ayla farfulló.
—¡Esa no es una respuesta! Vamos, ¿cómo termina la historia? Tú leíste el libro, tú tú
debes saber. —Su cara a la luz de la luna era casi furiosa. Sus ojos brillaban, su cuerpo
compacto se dibujaba como un soldado preparándose para una batalla.
Por alguna razón, la indignación de Ayla por una historia, por sus palabras, por,
quizás ella, hizo a Crier sonreír. Una idea vino a ella: una historia de dos mujeres, una
humana, una Creada, que se contaban antiguos cuentos entre ellas. Que salpicaban al
borde del agua, que susurraban la belleza de la nieve
nieve y el miedo a la muerte en la oscuridad
de una noche de otoño.
Y con ese pensamiento, con el brote de esa historia flotando
fl otando dentro de ella, Crier dejó
que su cuerpo se deslizara dentro de la poza de marea profunda.
Ella se hundió hasta sus
sus hombros, el frío tan vigorizante que
que la dejó mareada. Su
vestido se volvió diez veces más pesado en el agua, envolviéndos
envolviéndosee fuerte contra su piel.
—¡Crier! —Ayla siseó detrás de ella —. ¿Qué estás haciendo? ¡Aun quiero el final!
Crier.
Solo Crier, no Lady.
Este era un nuevo sentimiento.
Ella giró su cabeza para mirar a Ayla.
—Tienes que unirte a mí para saber qué pasó luego.
Para encontrar el final de ambas historias. El de la princesa, y el de ellas.
Ella escuchó el suspiro de Ayla, pero no pudo interpretar si era un signo de molestia
o de algo más. Y luego:
Ayla se metió dentro del agua. No se deslizó suavemente como lo había hecho Crier,
si no se sumergió, creando olas, yendo directamente hacia Crier. Llegó, cara a cara con
Crier en el pozo, ambas de pie y temblando, aunque Ayla lo hacía más. El cuerpo de Crier
podía soportar temperaturas
temperaturas mucho más
más extremas.
Una gota de agua brillaba en el labio inferior de Ayla. Extrañamente, eso hizo que
Crier tuviera…
tuviera… sed.
—¿Y? —Ayla susurró. Su cuerpo se estremeció involuntariamente.
Crier paró, Ayla se había acercado a ella. Ella había atravesado el frío del agua, por
ella, por su historia.

Ayla avanzó incluso más cerca. Estaban a solo pulgadas de separación.


separación.
—¿Cómo termina? —ella preguntó, y sus palabras hicieron a Crier sentir calor por
dentro en vez de frío.

Pero entonces Crier recordó la historia que estaba contando. La guerra. La liebre. La
princesa. El rey cruel.
—Termina con un final feliz —ella mintió. Hizo que su cara no se moviera, hizo que
sus pulmones Creados no respiraran. —La princesa mandó el tratado de paz y el tratado
funcionó. Su padre hizo la paz con los ciudadanos del reino. Todo fue bien.
—Ah —dijo Ayla, fue más un suspiro que una palabra, un dulce suspiro —. Eso es
bueno.
Ninguna se movió por otro largo momento, solo mirándose entre ellas en la
oscuridad, la cara de Ayla ilegible, con una máscara de nuevo, esta vez por la luz de la
luna y las sombras. Ella seguía temblando.
—Te enfermarás —Crier dijo al final—. No podemos quedarnos.
Y así, empapadas y temblando, se subieron de nuevo a las rocas, el final de su ropa
mojada arrastrándose a través de la arena y la tierra todo el camino de vuelta al palacio.
Se separaron silenciosamente
silenciosamente en el borde del jardín, y la noche se sintió más vacía, el ai
aire
re
más helado que el agua en la que habían estado, cuando Ayla se fue, cada una prometiendo
no hablar de lo que había sucedido.
Esa noche en su cama, sin embargo, con la luz de la luna cayendo a través de la
ventana como una cortina de seda blanca, Crier no podía dejar de pensar en Ayla, su cara,
sus palabras, su curiosidad, sus hábitos. Las formas en que se movía y hablaba. Ella no
estaba acostumbrada a esta falta de control sobre sus pensamientos, usualmente ella solo
pensaba en sus estudios, o en algún libro que estaba
estaba leyendo, o fantasías cuidadosamente
construidas sobre el futuro. Ella solo había experimentado una compulsión similar una
vez, una pérdida de control, cuando ella escuchó una pieza de música que le pareció
particularmente agradable, ddivertida,
ivertida, y después
después se descubrió
descubrió reproduciéndola
reproduciéndola en el fondo
de su mente, perfectamente imitada, por días. Una orquesta invisible, el suave son del
piano y el violín, un profundo latir de un
un tambor que ssolo
olo Crier podía escuchar.
escuchar.
Ahora el piano había sido reemplazado por los ojos oscuros de Ayla parpadeando
sobre el dormitorio de Crier la primera vez que lo vio, la manera en que su mirada se
había detenido en su chimenea, el rincón de lectura, la masiva cama. El violín fue
reemplazado por la tensión en la mandíbula de Ayla cuando se arrodillaba junto a Crier
en el desayuno, con sus manos en su regazo, la cabeza inclinada en respeto a su lady.
Piano. Violín. Y los profundos latidos del tambor fueron reemplazados por una sola
pregunta: ¿Por qué me salvaste ese día en el acantilado?
¿Puedes ver a la humana en mí?
Había dos posibles respuestas a esa pregunta, y Crier no tenía idea de cuál prefería
escuchar: No, eres el Automa perfecto, o…
o…
Sí, eres diferente.
Te veo.
No importaba que tan fuerte había
había intentado, Crier no podía forzars
forzarsee a dormir. Ayla
estaba ahí, en las sombras de su mente, mirándola de regreso, su mirada, no como las
estrellas, pero sí como la
l a suave oscuridad que las envolvía.
Detenlo.
Cuando ella no pensó en Ayla, pensó en la Reina Junn, cuya visita inesperada podría
traer quizá finalmente una respuesta a la curiosidad en la mente de Crier.
La inquietud la condujo fuera de la cama y la llevó a los
l os pasillos. Ella solo necesitaba
caminar por un rato, para poder entender sus pensamientos. Junto al rostro de Ayla,
tampoco podía dejar de pensar en las escalofriantes palabras de Kinok durante la reunión
del consejo, incluso luego de una noche llena de historias, el horror del día, de su
humillación,
serio él pensóaún
queseguía ahí, posibilidad
había una vivo y hambriento,
de que laesperando
concejalapor ella tuviera
Reyka en la oscuridad. ¿En
alguna Falla?
Seguramente Kinok solo lo dijo para meterse bajo la piel de Crier. Una amenaza latente.
¿Pero y si eso es cierto? ¿Y ahora Reyka se había ido?
Su mente se agitó con algo, una especie de ardor, y volvió a pensar en cómo había
estado Ayla cuando la encontró en la celebración: preocupad
preocupada.
a.
Crier estaba preocupada. ¿Qué le pasaría a ella si otros descubrían su secreto? ¿Si
descubrían sobre su Falla?
Crier se detuvo un momento, enojada consigo misma. Kinok tenía mucho poder sobre
ella, él reinaba incluso en sus pensamientos.
pensamientos.
Tal vez ella podía quitar algo de ese poder.
Ella no sabía si Kinok tenía una copia de su Diseño, pero si así era…
era… Si él lo tenía,
ella no dejaría que él la chantajeara. Él podía controlarla por el resto de su vida. Pero si
ella lo recuperaba…
Su padre y Kinok se habían quedado en el Palacio Antiguo con los otros Manos.
Hesod le había dicho a Crier una vez que la política real sucedía después de reuniones
oficiales del consejo, las leyes eran creadas, negociadas y alteradas en conversaciones
acompañadas con copas de Corazonita líquida. Mientras Crier había llegado temprano a
casa, Hesod y Kinok no regresarían hasta mañana en la mañana.
Pero era una buena oportunidad como cualquier otra.
Sabiendo muy bien que era una peligrosa, estúpida y terrible idea, Crier hizo su
camino hacia el estudio de Kinok. Él lo mantenía bajo llave, por supuesto, mientras estaba
en la ciudad,
como pero Crier
las cerraduras una vez había
funcionaban, pasado
hasta por lade
el punto fasediseñar
en la que
sus aprendió
propias todo sobre
cerraduras
imposibles de abrir solo para divertirse. Las cerraduras eran interesantes, como los
engranajes de un reloj o la forma en que funcionaba un juguete mecánico. Y a diferencia
de las cerraduras que Crier había creado, el cerrojo en el estudio de Kinok no era
imposible de abrir.
Así que, usando una de sus hebillas de hueso que mantenía su trenza en su lugar,
Crier la abrió.
Ella sintió una pequeña emoción cuando la cerradura hizo clic y se abrió, un
satisfactorio clic. Y luego ella se deslizó por la puerta y entró en el estudio de Kinok.
La habitación era oscura, no había ventanas, sólo una chimenea apagada y una luz
helada. Crier encendió la linterna, el aceite regresó a la vida, y miró alrededor. El
escritorio,
muy bien porlasdónde
estanterías, un tapiz
empezar. en unasabía
Ni siquiera pared. Ahora
si sus que de
papeles estaba aquí,
diseño Crier
iban no aquí.
a estar sabía
Ella husmeó a medias, demasiado nerviosa para tocar algo. Kinok no podía saber que
ella había estado ahí; eso solo hacía todo mucho peor. Ahora que la inquietud y la emoción
de recuperar algo de poder comenzaban a desvanecerse, Crier se sintió más tonta que
nada. ¿Qué estaba haciendo, entrando en el estudio de Kinok en la noche? ¿Qué podría
lograr con esto?
Avergonzada consigo misma, miró los papeles en el escritorio de Kinok una vez más.
Su letra a mano era difícil de leer, especialmente en la débil y parpadeante luz de la
linterna, especialmente cuando el latido del corazón de Crier estaba latiendo tan alto en
sus oídos. Ella solo quería salir de ahí, volver a la seguridad de su cama. Estaba por
extinguir la llama de la linterna cuando algo captó su vista.
Había un libro abierto en el escritorio. A primera vista, Crier había visto un libro
increíblemente denso sobre los envíos en Zullan y tratados
tr atados de leyes y no le había prestado
atención. Pero cuando se inclinó hacia adelante justo como ahora, la luz de la linterna
capturó algo: algo escrito en el margen del libro en una pálida y delgada tinta, tres
palabras.
Corazón de Yora.
Estaba en todos lados, ella notó. En los márgenes y en las notas de Kinok. Algunas
veces esas tres palabras estaban acompañadas por otras: Corazón de Yora…
¿PROTOTIPO?; Corazón de Y… combustible, eterno, no más rel., Corazón de Yora,
¿t.w.? ¿s.? Algo en Crier se mantuvo inmóvil mientras ella miraba las palabras. ¿Qué
significaban? ¿Quién era Yora?
En algún lado pasando las ventanas, ya bordeadas por el amanecer, un búho gritó.
Sorprendida, Crier dejó caer el libro de nuevo sobre el escritorio. Una sola página de
notas revoloteó fuera del libro e, impulsivamente, la enrolló y se la guardó
apresuradamente
apresuradamen te en la
l a manga antes de deslizarse silenciosamente
silenciosamente de la habitación. Sopló
la linterna en el pasillo, el tenue humo de aceite se arremolinó a su alrededor mientras se
alejaba apresuradamente,
apresuradamente, tanteando el camino de regreso a su habitación en la oscuridad,
haciendo girar las misteriosas
misteri osas palabras garabatead
garabateadas
as apresuradamente una y otra vez por
su mente: El corazón de Yora.
E. 900, A. 4–5: T. Wren, nombrado científico real; todavía joven y
desconocido; todos los informes disponibles (mirar: la Doncella
Primorosa, Creador Oona) de la época en que lo nombran como
“hambriento de fama”, desesperado por reconocimiento, obsesionado con
R. Thea
personalmente por R.Thea… ¿Por qué?
Designado personalmente
¿Obsesión romántica/sexual por naturaleza?

E.900, A. 10: Wren recibe una carta de una Mujer Desconocida “H——.”
(Nombre en la carta oscurecido, no hay registro de ella en los archivos de
su Academia o algún otro acto de este período… ¿A propósito? Incluso
Wren, en su propia escritura, se refiere a ella como “H.” Quizás para
proteger su identidad de futuros historiadores. Quizás para protegerse a
sí mismo.) “H——” es una antigua amante de los años de Wren en la
Academia de Creadores, la carta informa que H —— ha dado a luz a su
hija.

Extractos del diario personal de Wren (I):


“[…] la carta ha llegado […] abollada. La mitad de las palabras
sangran por las manchas de agua. Está casi ilegible. Solo una palabra se
distingue del resto. Su nombre. La niña, mi niña. Siena.”

Wren fue donde H— inmediatamente. Por su propia cuenta, él deseó pasar


tiempo con la niña Siena (fue algunas veces en el A. 9; con casi de dos
años de edad) y criarla como suya.

Extractos del diario personal de Wren (II):


“[…] Siena tiene mis ojo s. Mi nariz. No hay duda que es mía; ella
se parece a mí. Y ella será criada por mí. H está reacia. Se arrepiente de
enviar la carta, se arrepiente de verme de nuevo. Se niega a veces, a
dejarme entrar en la casa, a dejarme ver a mi propia hija.
hij a.
[…]
Un descubrimiento
Esto podría ser… eso. Esto podría ser todo. Para pensar. Ella lo
estaba escondiendo. Por eso es que ella no me quería en la casa. A ella no
le importa si veo a la niña o no. Ella no quería que viera esto. Por una
buena razón. Creo que podría estar llevando un suministro de oro para
toda la vida en mi bolsillo. Creo que podría estar cargando mi propio

legado.
Fue la niña. Los niños se meten en todo. Ella seguía regalándome
pequeñas baratijas
baratijas de la casa. Un lápiz, un zapa
zapato,
to, un pequeño
pequeño jug
juguete
uete ddee
madera. Papeles del estudio de H. Planos. Diseños. Gracias a los Dioses
los miré antes de regresarlos ciegamente.
Siena
No sé si voy a volver
volver a verte.
Pero te debo todo…”

E. 900, A. 11: T. Wren construye el primer prototipo de lo que luego se


convertirá en el Automa. Él llama su creación: “Kiera.”

—NOTAS DE THOMAS WREN, DE LA BÚSQUEDA DE SUS DIARIOS POR SCYRE


KINOK, ANTERIORMENTE DEL RELOJ DE HIERRO
FIN LES DE OTOÑO
Año 47 EA
12
La Reina Loca arribó con un rocío de color y oro.
Habían pasado dos semanas desde la reunión del consejo, dos semanas desde la Luna
del Segador, y el clima en la costa noroeste de Rabu se había vuelto tosco y frío. El séquito
de la reina, reluciente y extravagante, era un extraño contraste contra el gris de la mañana.
Ayla había estado despierta con Crier mucho antes del amanecer, por primera vez
acompañadas por otras doncellas mientras todas ellas revoloteaban alrededor de Crier
como abejas, trenzando su cabello, pintando su cara y metiéndola en la clase de vestido
que uno usaría, aparentemente, cuando se va a conocer a la reina, seda del color dorado
oscuro del hidromiel, el corpiño forrado con cientos de perlas.
Para el disturbio de Ayla, Crier había lucido casi… mareada. ¿Pero cómo podría
estarlo? A pesarIncluso
temperamental. de la juventud de lala reina,
los Automas estaJunn
llamaban teníalauna reputación
Devoradora de de ser violenta,
Huesos.
Por un momento mientras ella se preparaba, Crier atrapó a Ayla mirando
mi rando en el espejo
a sus labios pintados de rojo. Era vergonzoso, un desliz tan tonto, pero la vista de la boca
de Crier había hecho pensar a Ayla en otro momento: la noche de la Luna del Segador,
cuando Crier se había deslizado en el pozo de agua, y Ayla, la había seguido. Bajo la luz
de luna,
luna, Ayla pudo haber jurado… Ellas habían estado tan cerca juntas en el agua oscura,
sus ropas pegadas a sus cuerpos, y los ojos de Crier se habían demorado en la boca de
Ayla.
Porque yo podría usarla, Ayla se dijo a sí misma. Porque mientras más cerca esté
de Crier, más cerca estaré de tomar venganza.
venganza.
Esa era la única razón.
No tenía nada que ver con la belleza de Crier. Con la forma en la que su mente
trabajaba, la cuidadosa forma en la que ella usaba sus palabras, la inquietante forma de la
historia que le había contado a Ayla esa noche.
No tenía nada que ver con la llave de la sala de música, o la forma en la que Crier
parecía confiar en ella tan fácilmente, su voz haciéndose suave y gentil en presencia de
Ayla, sus ojos siempre vigilantes, tan llenos de profundidad.
No. Ayla no se dejaría a sí misma ser atrapada viendo de nuevo. Por el resto de la
mañana, ella no se encontró con los ojos de Crier ni una vez, ignorando las miradas de
Crier buscándola. Luego ella y Crier se unieron a Hesod, Kinok y un verdadero desfile de
otros sirvientes humanos en el séquito que esperaba por la Reina Junn.
El cielo se abrió con un aguacero de lluvia durante la segunda hora de espera. Hubo
unos
luegocuantos
comenzóminutos
la partedeverdaderamente
caos mientras los sirvientes
miserable defueron enviados
la mañana: a traer
de pie, un dosel,
empapada bajoy
un dosel que goteaba e incapaz de ver más allá de las capas de lluvia helada. Las
sanguijuelas estaban bien, no parecían sentir frío, pero Ayla estaba temblando, como
había estado en la poza de agua con Crier.
Una vez más, Ayla pensó en la forma que ella le había contado la historia de la
princesa. La forma
forma en que había
había mirado a Ayla
Ayla en
en la luz de la luna…
No, ella no podía pensar en ello.
ello.
Quizás Crier había estado en lo correcto… Quizás Ayla era como una urraca, atraída
por el brillo de las baratijas.
baratijas. Quizás
Quizás Crier era solo
solo eso,
eso, una brillante y distrayente baratija.
Una inconveniencia, adornada con una media sonrisa reservada.
Pero en el momento que Ayla trataba de sacar a Crier de su mente, la m
muerte
uerte de Nessa
saldría a flote en su lugar. O la cara de Benjy dibujada con tinta. Se sintió revuelta y
desgarrada. Ella estaba aquí por venganza y para ayudar a la Revolución, pero hasta ahora
solo había creado más dolor, sufrimiento y confusión.
Los diluvios de pensamiento y la lluvia torrencial solo comenzaron a disminuir un
poco cuando, por fin, la procesión
procesión de la Reina Loca se hizo
hizo visible a través de la niebla.
No era la primera vez que Ayla había visto los colores de Varn… Incluso con las
fronteras cerradas, muchos comerciantes atravesaban
atravesaban y vendían sus mercancías en Kalla
Kalla--
den y otros pueblos humanos… Pero era la primera vez que ella habíah abía visto a un Varniano
que no fuera pobre o muriera de hambre. La procesión estaba marcada por banderas verde
oscuro que llevaban el emblema de la reina, un fénix agarrando una espada con sus garras
y un pico en la otra. El carruaje del frente estaba empapado de oro y plata. Los sirvientes
arrastrándose tras la reina, una larga línea de caballos, carruajes, algunos rezagados a pie,
todos vestidos en tonos de joyas: verde, azul y violeta. Sus rostros lucían… extraños.
Antinaturalmente pálidas, como si fueran hechos de porcelana. Luego se acercaron y Ayla
notó que no era que estas personas tuvieran caras blanco hueso, era que estaban usando
máscaras debajo de sus ojos. Las máscaras lucían como si estuvieran hechas de arcilla o
porcelana, modeladas perfectamente para la nariz y los labios del portador. AlgunasAlgunas de
ellas estaban decoradas: rubor vino oscuro, labios pintados, remolinos de plata y verde.
Individualmente, las máscaras eran bonitas. Pero todas juntas, el mar de caras blancas sin
expresión dejaron a Ayla sintiéndose nerviosa.
Un cuerno sonó.
—Abran las puertas —dijo Hesod.
Tocó cerca de media hora para que toda la procesión entrara al patio principal.
Ridículo, pensó Ayla, mientras todos ellos esperaban que la reina misma realmente
apareciera. A esta cercanía (medio patio de distancia) ella pudo ver los detalles del
carruaje de la reina, el tamaño de los enormes caballos de guerra que todos los
l os sirvientes
y soldados de la reina estaban montando. Ella pudo ver también cómo los humanos
estaban empapados y temblando bajo sus ricas ropas.
Las sanguijuelas eran iguales del otro lado de la frontera, entonces.
Otro cuerno sonó, y finalmente las pesadas puertas estaban cerradas detrás del último
sirviente y la procesión estaba guardada dentro del gran patio. La lluvia se había vuelto
solo una niebla fría. En frente de Ayla, Crier estaba de pie con la espalda recta, su barbilla
levantada y su cabello mojado por la lluvia pegado a su cuello. Incluso cuando se empapó,
ella no movió ni un solo músculo.
La puerta del carruaje de la reina se abrió,
abri ó, y la Loca Reina Junn salió de él. Sus pasos
eran suaves y sin sonido, incluso en el suelo fangoso. Como sus sirvientes, ella estaba
usando una máscara blanca sobre la mitad baja de su cara, pero la de ella tenía la boca
pintada de rojo, su piel era del mismo tono café que Ayla, pero como la mayoría de
Varnianos su cabello era dorado como la miel.
miel .
No parecía una devoradora de almas.
Hesod avanzó.
—Bienvenida, Su Excelencia —él dijo, y le hizo un gesto hacia sus propios sirvientes
para que recogieran las pertenencias
pertenencias de la reina. La reina lo saludó
saludó con un asentimiento
asentimiento y
frente a Ayla, Crier había inclinado su cabeza en reverencia, y oh, todos los demás estaban
inclinados también; la mayoría de los humanos estaban arrodillados, sus narices a
pulgadas sobre
sobre el fango, y la reina estaba diciendo algo, pero
pero ella no se podía mover, sus
piernas no estaban
estaban funcionando,
funcionando, sus oídos no estaban funcionando.
funcionando.
Porque alguien más había salido del carruaje detrás de la
l a reina.
Él era alto. A diferencia de la reina o de la mayoría de sus sirvientes, su cabello era
oscuro. Estaba usando los colores de Varn y su cara estaba mayormente cubierta por una
máscara blanca y él era alto (más alto, tres pies más alto, al menos), que la última vez que
ella lo había visto,
un estallido, pálidopero,
por laohedad,
dioses, había
pero una
igual cicatriz en su
reconocible. ojo izquierdo,
Desde condeladistancia,
medio patio forma de
era reconocible. Ella lo había visto cientos de veces. La había obtenido a los tres años
después de caer de bruces en la esquina de una chimenea de piedra. Una herida estúpida,
una herida de niños, la cicatriz nunca se había borrado.
Ayla lo conocía como el color de la tristeza en sus huesos: el hombre de pie junto a
la Reina Loca era su hermano muerto de hace mucho tiempo, Storme.
Como si ella hubiera llamado a su nombre, como si sus ruidosos pensamientos fueran
tan fuertes para que él pudiera realmente escucharlos, los ojos de Storme la encontraron
a través de la multitud de sanguijuelas y sirvientes. Él la miró y luego apartó la vista, y
luego sus ojos se deslizaron de nuevo a su cara, y todas las dudas de Ayla desaparecieron.
Storme lucía como si ella hubiera hundido su puño en su estómago justo en ese
momento. Solo sus ojos eran visibles sobre la máscara blanca, pero eso era todo lo que
ella necesitaba. Cuando Storme la miró, esos terriblemente familiares ojos se volvieron
gigantes. Se detuvo en seco. Uno de los sirvientes chocó con él y aun así él no se movió,
no por un largo y doloroso momento, no hasta que pareció darse cuenta que la reina estaba
cruzando el jardín sin él, y luego finalmente bajó su mirada
mi rada y siguió caminando. Más que
cualquier cosa, ese único momento de contacto visual lo confirmó. Este hombre era su
hermano.
Si ella había tenido alguna duda restante, estas desaparecieron en horas, porque
Storme no paraba de mirarla a ella.
Ella lo sabía, porque ella lo había estado mirando a él.
Una vez, hace tanto tiempo que a veces Ayla no estaba segura de si s i era una memoria
real o solo algo que ella había soñado, su padre le había mostrado el cuaderno del Creador.
Estaba lleno con dibujos de divertidas baratijas mecánicas: cajas de música; aves
mecánicas; relojes de sol del tamaño de la uña de un dedo; un rompecabezas esférico con
diferentes soluciones para cada fase de la luna. Los diseños eran detallados, intrincados,

dibujados con tinta negra en un papel tan delgado que era casi transparente. Cuando
estabas mirando una página, podías ver la segunda. Dos imágenes
imá genes encima de la otra, una
difícil de discernir, pero seguía ahí.
Así era como se sentía ver a Storme.
Cada vez que Ayla se atrevía a mirar otra vez, veía dos Stormes uno delante del otro:
uno era en
vestido el Storme quejade,
lana verde ella fuerte,
estaba realmente
brillante y viendo, el Storme
rico, como que tenía
si no hubiera dieciséis
querido nadaaños
en losy
últimos siete años. Luego estaba el Storme que Ayla conocía (que había conocido), el
niño de nueve años con ojos muy grandes para su cara, todos sus huesos mostrándose
porque él estaba
estaba creciendo muymuy rápido. El Storme que la había
había empujado fuera
fuera de casa
casa y
la había dejado ahí, y murió. Ella lo había visto. Escuchado, al menos. Creía que era
verdad. Pero esa cicatriz.
Este Storme, el Storme que seguía silenciosamente a la reina Junn, portaba la misma
cicatriz, exactamente la misma, hasta la hendidura de su ceja.
Porque él estaba vivo.
Él estaba vivo y era real, estaba aquí, de alguna manera, de alguna forma, después
de tanto tiempo.
¿Qué te sucedió? Ayla pensó desesperadamente, mientras arrancaba los ojos de él
por milésima vez en las últimas horas. ¿Cómo sobreviviste? ¿Cómo pudiste escapar de
nuestro pueblo? ¿Cómo terminaste en Varn?
¿Por qué te fuiste?
Ella lo escuchó morir. Sola en la terrible oscuridad. Ella encontró su cuerpo. Lo que
ella pensó que era su cuerpo.
Por siete años, ella pensó que él estaba muerto, que esa era la única explicación
posible. Porque… porque si él no había muerto, él hubiera regresado. Él hubiera
regresado por ella.
Él lo habría hecho.

ReinaAyla
Junnsiguió
por uncon indiferencia
recorrido a Crierlosmientras
del palacio, jardines,acompañaban a Hesod,
los acantilados cubiertosKinok, y la
de hierba.
Ella ni siquiera intentó poner atención, solo mantuvo sus ojos en la parte trasera de la
cabeza de Crier y se concentró en no perder su pie en el fango. Ella y Storme eran los
únicos humanos en su pequeña fiesta. Vagamente, Ayla recordaba que una de las criadas
principales de la cocina intentaba que Ayla se quedara con los demás criados y a Crier
diciendo, La doncella
doncella se quedará a mi lado.
De modo que la doncella, como una sombra atrapada entre el recuerdo y la realidad,
permaneció a su lado.

Había ciertas
Junto con las cosas
ratas que escuchabas
de las cuando
alcantarillas, los crecías en las calles
susurradores. de los
Historias de pueblos
la Reinahumanos.
Loca, la
Reina Joven. Algunos decían que ella había matado a su propio padre para tomar el trono.
Algunos decían que se bañaba en sangre humana. Ella era una leyenda, o una historia de

terror. Pero ahora que la Reina Loca estaba frente a ella, Ayla se preguntaba cómo esas
historias habían comenzado siquiera. Por mucho que odiaba admitirlo, la Reina Loca no
actuaba como un monstruo. No se veía cruel, arrogante o violenta. Cuando ella le hablaba
a los humanos que la acompañaban (y ellos no eran solo sirvientes, la reina tenía guardias
humanos y a Storme) su voz era dominante pero respetuosa, casi suave. Durante el
recorrido del palacio ella mantuvo a Storme cerca. Cuando miró algo que consideró
interesante, como los tapetes de caza en el gran salón o la biblioteca dedicada a la vasta
colección de libros humanos de Hesod, ella lo apuntaba hacia él y esperaba a que él
murmurara un comentario. Como si a ella
el la le importara. Como si fueran iguales.
Una sola tarde pasada en su presencia, y Ayla podía decir que la reina de Varn era
un desastre de contradicciones. Ella portaba el poder como una corona de oro puro,
imposible para cualquiera de ignorar, y aún así ella no la había utilizado para herir o
castigar a nadie. Era joven, apenas mayor que Ayla, pero se comportaba como una
envejecida reina guerrera. Era feroz pero gentil, impredecible en su falta de crueldad. Ella
lucía como si pudiera retar a cualquiera en el reino y ganar, pero también como si pudiera
burlarlos con inteligencia.
inteligencia.
Ella no era como las historias. Ayla la miró
mi ró y no pudo realmente imaginarla tomando
baños en una
una piscina de sangre
sangre humana.
humana. Triturando huesos
huesos entre sus dientes.

únicaMientras el recorrido
que miraba continuaba,
a Junn muy Ayla seguía
de cerca. Crier comenzó a darse miradas,
robándole cuenta que ella noPara
también. eraser
la
una sanguijuela, Crier no era realmente buena ocultando sus pensamientos. Ella miraba a
la Reina Junn con algo más allá de la curiosidad, pasando de la intriga.
El recorrido los llevó por el ala oeste y el ala este, donde la reina se estaría quedando.
El ala este estaba mucho más aireado que la l a oeste, tenía algunos de los grandes pasillos
forrados con ventanas para dejar pasar la pálida luz después de la lluvia, estaban las
blancas paredes de mármol casi brillando. Los pasos de la procesión resonaban en el suelo suelo
de mármol, un desfile aparentemente interminable de sonidos. Todo era humano. Los
Automas se movían en un perfecto silencio, como fantasmas. Ese era un gesto de
deferencia.
Crier mirando a la reina.

Ayla mirando a Storme.


Tal vez Storme había sido capturado, razonó. Era poco común para las sanguijuelas
tomar prisioneros durante sus redadas, pero podía pasar. Probablemente. Tal vez él había
sido capturado y de alguna manera terminó en la corte de la reina y nunca, ni una vez en
siete años, había tenido la oportunidad de escapar y de encontrar a su hermana que creía
que él había sido asesinado
asesinado..
Un amplio pasillo con ventanas los condujo a las entrañas del palacio, donde los
pasillos de mármol no eran tan brillantes y modestos. La luz de las lámparas parpadeaba
parpadeaba
sobre las paredes, creando extrañas sombras saltantes. Estaba oscuro incluso en la luz del
día. La procesión de pasos seguía haciendo ecos, pero el sonido
soni do era más diluido y vacío.
De alguna manera, amortiguado. Ayla tensó sus orejas para escuchar las palabras de
Hesod mientras le contaba a la Reina Loca sobre la historia de estos pasillos, el famoso

Automa
poder que construyó
genera este
poder. Ella palacio
solo salió ydehasuvivido aquí desde
aturdimiento la Guerra
cuando Crierde
se las Especies.
detuvo frenteEla
una puerta, pasando desapercibida por el resto del grupo, y llamando a Ayla a acercarse
más. Frunciendo el ceño, Ayla lo hizo.

—Quiero mostrarte algo —Crier dijo silenciosamente, señalando hacia la oscura


puerta de madera—. Creo… Creo que esto va a significar algo para ti. Solía estar vacío.
Pero desde ayer, ya no lo está. Adivina quién está ahí.
—No lo sé —Ayla dijo, agitando su cabez
cabeza.
a.
Crier sonrió.
—Es Faye.
Ayla la miró.
—Lo siento, ¿por qué Faye vive en el ala este?
Crier se veía casi orgullosa.
—Yo lo pedí.
—Pero, ¿por qué. . . ?
—Mi lady —dijo otro sirviente antes de que Crier pudiera responder—. Su padre ha
notado su ausencia y pide que se una a él en la cabeza del desfile.
—Por supuesto —dijo Crier suavemente y se apartó de Ayla sin decir otra palabra,
siguiendo
Varnianos al sirviente por
desaparecien
desapareciendo el pasillo
do por hacia
la esquina—.elVen,
finalAyla.
del recorrido, los últimos humanos
Pero Ayla estaba quieta donde estaba, en el mármol fuera de la puerta que
aparentemente pertenecía a Faye.
¿Qué has hecho, Crier?
Antes de que pudiera pensarlo mejor, ella llamó a la puerta. Hubo un sonido de pelea
desde adentro, y entonces la puerta se abrió solo un poco. Solo lo suficiente para mostrar
una pulgada del rostro de alguien, un solo ojo sin parpadear.
—¿Qué estás haciendo aquí? —siseó Faye—. ¿Qué quieres?
Ayla miró hacia al corredor, Crier estaba de pie al final, casi derretida en las sombras,
tan quieta que podría ser una extensión del piso de mármol, una estatua salida de la mitad
del pasillo. Ella estaba esperando por Ayla.
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —Ayla susurró, tan bajo que ni siquiera Crier siendo
un Automa podría ser capaz de escuchar—. ¿Por qué te dio esta habitación?
—Manzanas del sol —dijo Faye.
—¿Qué pasa con ellas? Por favor respóndeme, Faye, ¿por qué estás aquí?
—No lo sé —dijo Faye de nuevo, e hizo un bajo y seseante sonido. Ella todavía no
había parpadeado. —Los envíos que él me estaba dando,
dando, no eran manzanas, eran…
—¿Él? —Ella se refería a Kinok. —¿Qué ocurrió, Faye?
—Intenté hacer lo correcto —Faye decía, lágrimas deslizándose en su rostro—. Yo
intenté, quería decirlo, pero él se dio cuenta primero y…
—¡Ayla! —dijo Crier, su voz haciendo eco en las paredes —. Puedes hablar con tu
amiga luego. Nos perderemos el resto del recorrido. Ven.
Ayla se apartó de la puerta, pero no pudo quitar sus ojos de Faye. Su pulso atrapado
en su garganta, ¿Qué había dicho Malwin?
Mal win? Rastrea las manzanas
manzanas de sol. Faye debía estar
hablando de las cajas de manzanas del sol que el soberano envió como obsequio para los
Manos Rojas, los nobles, los principales comerciantes y mercaderes, cualquiera de su
agrado. ¿Kinok se había hecho cargo de los envíos. . . y luego se los había delegado a
Faye? ¿Por qué?

—Ayla. Doncella. Ven.


—Todo es mi culpa —Faye susurró, y azotó la puerta.
13
El tour de la reina parecía haber agotado a Crier, como si hubiera estado arrastrando algo
pesado con ella
ella durante el día. Y luego de haber pasado
pasado la sala llena
llena de finezas que Crier
había pedido especialmente para Faye después de enterarse de la preocupación que Ayla
sentía por ella, Ayla parecía haberse vuelto más fría. Crier no lo entendía, ella debería
haber estado. . . ¿feliz? ¿Aliviada? Una vez más se sintió sorprendida por la forma en la
que un humano podía desviarse tanto de su respuesta esperada.

Y luego. Durante un receso


rece so entre el tour y la cena,
c ena, A
Ayla
yla se había escabul
escabullido,
lido, sin mirar
mir ar
a Crier a los ojos. ¿Qué había pasado?

Ahora Crier estaba en su habitación, esperando la cena. Levantó la vista de su libro


cuando escuchó un suave golpe en la puerta. Estaba confundida, no podía ser Ayla
Ayla quien
siempre golpeaba la puerta con sus nudillos como si estuviera intentando iniciar una
pelea. Estuvo aún más confundida cuando abrió la puerta y se encontró con Kinok
esperando al otro lado.

—Lady Crier—dijo suavemente—.


suavemente—. Estoy aquí
aquí para llevarla para la cena
cena

¿Por qué no podía hacerlo Ayla? Crier quería preguntar, pero en lugar de eso solo
inclinó la cabeza, le servía ese momento a solas con Kinok, aunque fuera corto, para
investigar sobre Reyka.

Y por supuesto, las preguntas que no podía hacer sin revelar que había intentado
espiarlo: ¿Por qué estaba la frase Corazón de Yora escrita en todas sus notas? ¿Quién era
la mujer misteriosa mencionada en sus notas sobre Thomas Wren?

Se envolvió a si misma en un fino chal y lo dejó tomar su brazo. Caminaron


lentamente por los pasillos, pasando empleadas de la cocina y chicos de los recados. Crier
quería llegar a una parte relativamente vacía
vacía del pasillo. Ahí antes de que pudiera perder
el valor, dijo:

—En la noche del compromiso, dijo que estábamos en esto juntos. Dijo que
mantendría mi. . . mi secreto. Pero en el momento en el que se paró frente al consejo,
habló de Fallas y Pasión. ¿Cómo pudo?

—Sólo dije eso para


para provocarla.

—¡Cómo...! —Cerró
—Cerró la boca cuando una criada apareció
apareció en la esquina
esquina y esperó a que
que
ella estuviera fuera de la vista. —¿Cómo se atreve? Decir algo así en fr
frente
ente del consejo,
solo para, para. . . No puedo creerlo.
Ella no recordaba haber estado tan disgustada
disgustada con alguien antes, cuando hace tan solo

unas semanas creía realmente que él no era mucho más que un filósofo, un pensador, un
historiador de su Especie.

—Y todo lo que dijo sobre Thomas Wren


Wren la noche del compromiso, la belleza
belleza de su
trabajo, el que cada uno de nosotros es un poco diferente. . . supongo que eso era qué,
¿otra provocación? ¿Solo usted jugando
j ugando con mi cabeza?

Él dejó escapar una risa.

—No totalmente.

—Entonces, ¿qué
¿qué significó? ¿Qu
¿Quéé significa algo de
de eso?

Él era un gran enredo de estudios y experimentos y teorías, y ella repentinamente se


dio cuenta de que no tenía ni idea de cómo todo ello se conectaba. ¿Qué tenía que ver su
interés en Wren con MAD o su pasado como Guardián? ¿Y qué tenía que ver todo eso
con. . .?

—Corazón de Yora —escupió ella. Dejó de caminar y se dio vuelta para


enfrentarlo—. ¿Qué es el Corazón de Yora?
Yora?

Los ojos de Kinok chispearon por un segundo. A ella ni siquiera le importaba que
podría haber admitido
admitido fisgonear su estudio,
estudio, ella quería
quería respuestas y estaba cansada ddee no
obtenerlas, de que todos a su alrededor contaran verdades a medias, adivinanzas y
rompecabezas
rompecabez as crípticos.

—Su curiosidad me complace Lady Crier—dijo él sonriendo—. Déjeme mostrarle


algo

Él la guió por el mismo pasillo por el que habían venido, hacia su habitación en el
ala oeste. Crier se quedó atrás cuando él abrió la puerta a su habitación y miró sobre su
hombro, esperando a que ella lo siguiera adentro.

—¿Qué va a mostrarme?
mostrarme? —preguntó el
ella
la sospechando.
sospechando.

—Solo entre—dijo él—. Le prometo,


prometo, esto es algo que quiere
quiere ver

Ella lo siguió adentro. Nunca había estado en la habitación donde él dormía, que
estaban en un piso distinto de dónde se encontraba el estudio privado que tenía en los
pisos inferiores,
i nferiores, y tuvo un momento de precaución cuando entró. Era un amplio, pero
relativamente poco amueblado espacio, los cuartos de un invitado temporal, con una
cama, un escritorio, algunos baúles de ropa y un inmenso tapiz contra la pared. Crier no
podía imaginar
imaginar qué
qué podría
podría él querer mostrarle,
mostrarle, a menos que fuera
fuera alguna
alguna chu
chuchería
chería de
de sus
tantos viajes. Ella esperaba que él sacara algo de uno de los
l os baúles, pero en lugar de eso
Kinok fue derecho a la pared más alejada en la habitación.

Presionó su mano contra una de las piedras de la pared, y una sección de la pared
cambió bajoprincipalmente
el palacio, su toque: un pasadizo secreto.
para ser rutas Crier sabía que
de escape en había unos
caso de uncuantos
ataque,dealgunos
esos en
conectados a habitaciones privadas como éste.

La puerta se abrió con el sonido de roca raspando contra roca, y Kinok volvió a mirar
a Crier, con sus ojos brillando.

—¿Viene,
—¿Viene, mi lady?

Ella lo siguió hacia la habitación oculta y se detuvo.

A diferencia del cuarto detrás de ellos, esta habitación era de todo menos seca. Era
pequeña, apenas más grande que un clóset, pero se veía como esos laboratorios de
alquimia que Crier había visto ilustrado en textos científicos: había viales por todas partes,
variando en tamaños desde el largo de su meñique a largos y anchos decantadores de
cristal que podrían haber contenido medio barril de vino. Algunos de los viales estaban
conectados con delgados tubos de vidrio; algunos echaban humo; otras parecían estar
vacías y otros parecían estar llenos de un líquido morado negruzco. Las paredes estaban
empapeladas con diagramas del cuerpo humano y Automa, incisiones transversales
mostrando las venas, los músculos, la intrincada tela de araña que era el sistema nervioso.
Cuando Crier respiró, el aire se sentía agrio y metálico.

—¿Qué es esto? —preguntó sorprendida. ¿Sabe mi padre de esto?


—preguntó sorprendida.

—Mi pequeño experimento —dijo Kinok. Él É l se agachó, inspeccionando uno de los


viales llenos con un líquido oscuro.—Lady Crier, ¿ha escuchado de la Turmalina?

—Vagamente
—Vagamente —dijo ella—.
ella—. ¿Es un tipo de
de piedra cierto?

—Sí y no. Turmalina también es el nombre


nombre de un
un compuesto
compuesto que he dedicado mi vida
vida
a descubrir, hay personas (Creadores, Matronas, Scyres) que creen que es posible crear
un compuesto que pueda alimentar a los Automas indefinidamente.

Crier observó los viales con renovado interés.

—¿Quiere decir,
decir, mejor que la Corazo
Corazonita?
nita?

—La Turmalina podría hacer parecer a la Corazonita


Corazonita tan
tan efectiva
efectiva para nuestra especie
como el vino humano. —La observó justo a tiempo para ver sus ojos abrirse, y una
pequeña sonrisa recorrió
recorrió sus labios. —Imagínelo,
—Imagínelo, no necesitaría beber
beber algo todos los días
para poder sobrevivir.
sobrevivir. No sería dependiente
dependiente del Corazón de Hierro, o de llos os envíos de
Corazonita, en esas rutas de comercio demasiado vulnerables. Esta es una sustancia que
podría ser producida en cualquier lugar. solo...vivir. Libre de miedo.
lugar. Usted podría solo...vivir. miedo . Libre
de amenaza. Y sería
sería mucho más fuerte de lo que es ahora.

—¿Cree que no deberíamos


deberíamos confiarnos
confiarnos del Corazón de Hierro?

—Claro que no deberíamos —dijo él—. Es, y siempre ha sido, una fuente
f uente finita de
recurso. No es diferente de una mina de diamantes, Lady Crier. Eventualmente se te
acaban los diamantes.

Sus ojos se ampliaron.


—¿Cuánto tiempo falta para
para que se nos
nos acabe la Corazonita?
Corazonita?

—Nadie sabe. Ni siquiera


siquiera los Guardianes. Pero.
Pero. . . prefiero prepararme para lo peo
peor.
r.
De esta manera nunca soy tomado desprevenido

Crier absorbió esto, tambaleándose, pero no se permitió a sí misma olvidar por qué
estaba allí en primer lugar.
lugar.

que ver todo esto con el Corazón de Yora?


—Pero, ¿qué tiene que Yora?

—Ah. Eso, mi lady,


lady, es simplemente otro nombre para la Turmalina. Creo que se
originó de un rumor humano, un cuento de viejas acerca de la historia de la Turmalina.
Eso es todo.

Se dio la vuelta efectivamente terminando con esa línea de cuestionamiento. Todo


acerca de su Corazonista lenguaje corporal decía desinterés, pero Crier no podía evitar
pensar que él no estaba diciendo la verdad acerca de corazón de Yora, al menos no
completamente.

Había una pequeña mesa en la esquina que sostenía una formación de herramientas.
Kinok cogió un cuchillo delgado y, mientras Crier observaba, se pinchó el dedo y dejó
que la sangre gotera en uno de los viales. Y Crier se dio cuenta de lo que era el líquido
purpúreo. Kinok estaba
estaba experimentando
experimentando con susu propia sangre.

Se dio la vuelta, un poco asqueada. Sus ojos recayeron sobre uno de los diagramas
en la pared. Se veía como un árbol familiar humano, excepto que estaba organizado no
de hacía arriba hacia bajo, si no desde el centro hacia afuera como los radios de una rueda.
El nombre en el centro de la rueda era Thomas Wren.

—Tu investigación —murmuró Crier—. ¿Este mapa muestra las personas que han
trabajado con Wren?

—Todo genio se basa en otros —dijo Kinok casi irónicamente—. Puedes aprender
—Todo
mucho trazando las conexiones de una mente a otra

Ella no respondió. De hecho, estaba un poco aliviada después de ver el trabajo de


Kinok expuesto así. Trazó una de las líneas del mapa con su dedo. Había solo una roja.

—¿Qué es esto? —preguntó


—preguntó Crier

Kinok echó un vistazo.

—Es un rumor, no con una base, pero algunos dicen que Thomas Wren estaba
enamorado de otra científica y que ella le dio una hija.

Eso consoló a Crier de alguna manera. Nada de lo que él hacía parecía muy peligroso,
tal vez ella estaba sobre reaccionando con sus sospechas de él. Tal vez él sí quería trabajar
con ella para ayudarla, Con Fallas y todo.
—Estoy contento de
de que mi trabajo le parezca intrigante —dijo Kinok unos
unos minutos

más tarde, después de cuidadosamente cerrar la puerta oculta, ya que finalmente se


dirigían al gran salón para cenar con Hesod y Junn.

—Pues sí —Crier dijodij o honestamente—. Me gusta cualquier cosa que tenga que ver
con la historia de nuestra Especie. Y . . . la Turmalina es ciertamente una idea tentadora.
Especialmente si estamos en peligro de quedarnos sin Corazonita. ¿Ha hablado con mi
padre acerca de esto? ¿O con cualquier
cualquier otro en el consejo?
consejo?

—Tantas preguntas, Lady Crier —dijo él, sonriendo indulgente—. No se preocupe,


—Tantas
le daré sus respuestas. Y tengo
tengo más que mostrarle.
mostrarle . . . mucho más. Siempre y cuando pueda
probarme su lealtad
lealtad

¿Qué?

Crier no tuvo tiempo de preguntarle a qué se refería. Habían llegado al gran salón, y
la Reina Junn esperaba.

La cena fue tensa.


En una exhibición de las creencias de Hesod, la mesa del gran salón estaba repleta
de delicias humanas en adición a la tetera de cráneo de pájaro llena de Corazonita líquida;
cordero guisado, pescado salado, pan con mantequilla y miel, platos de frutas
f rutas azucaradas
de los huertos. Nadie comió a excepción de la reina.

Hesod se sentó junto la reina Junn mientras ella comía, tomando parte en las
conversaciones
conversacion es cordiales. Pero Crier veía algo frío y calculador en la mirada de su padre.
Se veía regio esa noche, en su traje rojo oscuro que usualmente reservaba para las
reuniones del consejo u otros asuntos formales. Un broche de oro brillaba en su garganta,
grabado con el escudo del soberano: un puño apretado. Una corona, un rubí
resplandeciente. Él sonreía. Se organizaba para que sus rasgos se vean algo amable, el
acogedor soberano con buen humor. Pero sus ojos contaban una historia distinta.

Crier tomó un sorbo de su Corazonita líquida. Era todo lo que podía mantener en su
estómago. Podía oír el ruido del estómago de Ayla comiéndose a sí mismo. Ayla estaba
arrodillada a los pies de Crier, como siempre, incluso si el consejero humano de la reina
Junn estaba sentado en la mesa con todos los demás. Eso hizo que la piel de Crier picara.

Ayla había estado distante todo el día. Durante el tour del palacio, había caminado
detrás de Crier como una espectadora silenciosa, con la vista fija hacia adelante. En un
punto casi tropieza con la cola del vestido de Crier. Lo hubiera hecho si Crier no lo hubiera
quitado de su camino justo a tiempo.

Lo único que parecía captar la atención de A


Ayla
yla era el consejero humano. Los ojos de
Ayla se dirigían a él, filosos y despiertos. Había sido así todo el día. ¿Qué era tan
fascinante acerca de él? Crier le frunció el ceño a las sobras de carne en su plato. ¿Es
porque era humano? Le echó un vistazo por el borde de su taza de té. No era feo, sin la
máscara blanca. De hecho, se veía algo similar a Ayla, como si hubieran venido de la

misma aldea. Como Ayla, el consejero tenía grueso cabello oscuro. Tenía una barbilla
similar, Un bulto similar en el puente de su nariz. Aunque Crier notó que no tenía las
pecas de Ayla. O sus pómulos.
pómulos.

No, feo no, pensó para sí misma, y troceó otro pedazo de pan que no tenía deseo de
comer.

Como si de alguna manera hubiera sentido lo que pensaba sobre él, el consejero
escogió ese momento para hablar.

—Lady Crier —dijo él, y Crier


Crier se.
se. . . paralizó un poco, sorprendida de que un humano
se dirigiera a ella directamente. Hablaba como un nativo de Rabu, no como alguien de
Varn. Eso explicaba el cabello oscuro. —¿Tiene algo que decir?

Ella parpadeó.

—Yo. . . yo me distraje. Mis disculpas —dijo asintiendo hacia la reina y hacia su


—Yo.
padre—. ¿Cuál es el tema?

—¿Qué más puede


puede ser? —dijo él—. La coexistencia.

—Soy la hija de mi padre —dijo ella—.


ella—. Creo en la perpetuación del Tradicionalismo
Tradicionalismo..
Coexistencia, hasta cierto punto, con ciertos límites sociales, culturales y políticos en
lugar de separar a las
l as dos Especies.

Crier había dicho esas palabras muchas veces antes, pero esta vez dejaron un mal
sabor en su boca. Sus ojos querían encontrar a Ayla, pero en su lugar encontraron a su
padre.

Al otro lado de la mesa, Hesod la miraba con aprobación.

Eso era lo que ella siempre quiso, su aprobación. Pero por alguna razón, en ese
momento no le dio satisfacción. Al contrario, se sentía inquieta.

—Interesante, hija de Hesod —dijo


—dijo la Reina Junn,
Junn, sentada
sentada al otro lado de la mesa. A
diferencia de la mayoría de los invitados, no se había negado cuando le ofrecieron comida
humana; había comido sin quejarse. Ahora estaba observando a Crier, sus largos dedos
enroscados alrededor de una copa con Corazonita líquida. —¿Entonces realmente crees
que los límites son necesarios para mantener
mantener la paz entre ambas Especies?

—Sí —dijo Crier.


Crier. Por alguna razón se le estaba haciendo
haciendo difícil sos
sostenerle
tenerle la mirada
a Junn. —Todas las sociedades requieren de algún nivel de organización. Una sociedad
sin límites y separación retrocede hacia la anarquía y el caos.

—¿Sabes esto por


por experiencia propia?
propia?

—Por estudio extensivo


extensivo

—Concuerdo contigo—dijo
contigo—dijo la reina—. Creo que las sociedades
sociedades requieren algún tipo
de organización para funcionar. Pero siento curiosidad, Lady Crier: ¿Por qué cree usted

que debemos separarnos según Especie? ¿Por qué poner los límites de nuestra jerarquía
según Creados y No-Creados?

Porque es obvio, Crier casi dijo. Una Especie es más fuerte y la otra es más débil.
Una es dominante, la otra sumisa. Una destinada a gobernar,
gobernar, la otra a obedecer.
obedecer.

Hace de
lecciones, doslasmeses, ella hubiera
enseñanzas dado esa respuesta, directa desde sus libros, sus
de su padre.

Pero ahora...

Ahora, con Ayla junto a ella (arrodillada a sus pies, declinando las sobras), con el
consejero humano de la reina frente a ella, Crier se encontró incapaz de responder tan
fácilmente. Su duda duró solo por un momento, pero fue lo suficientemente larga como
para que Hesod
Hesod interrumpiera.

—Pides demasiado de ella —dijo, volviendo a llenar su copa. Su boca manchad


manchadaa de
rojo. —Mi hija es brillante, pero su mente es más adecuada para una biblioteca, no un
debate.

Nunca me has
has dejado debatir
debatir,, pensó Crier amargamente.
amargamente. Así que, ¿cómo lo sabrías?
—Mis disculpas,
disculpas, Lady Crier —dijo Junn—.
Junn—. Me dejé llevar.
llevar. Encuentro mucho placer
placer
en compartir mis propias creencias.

—Ah —dijo Hesod—. Aquí va.

—Verá, Lady Crier —dijo Junn—. Para mí, la coexistencia (no el Tradicionalismo,
—Verá,
ni la Anti-Dependencia) —Crier se puso rígida ante la mención del movimiento de Kinok
y esperó que la reina no lo notara. —Sino la absoluta coexistencia, la verdadera
coexistencia, igualdad entre las Especies, es más realidad que fantasía. En Varn, los
Automas y los humanos viven y trabajan lado a lado.

—No puedo pensar en nada más admirable —dijo Crier, y la sonrisa de Hesod se
puso rígida en las orillas. Kinok, por su parte, estaba callado. Su cara estaba en blanco,
sus ojos brillaban con lo que parecía diversión. —Sé que usted ha estado trabajando por
esa realidad desde que asumió el trono.

—La Guerra dejó a mi país destruido —dijo Junn—. Aún nos estamos
reconstruyendo. Somos simultáneamente antiguos y recién nacidos. Somos una nación
creciente, y todas las cosas crecientes deben sentir dolor y aprender y reajustarse.
reajusta rse. Pero en
mi nación, cada día, nos acercamos más a un futuro en el cual los Automas y llosos humanos
viven en armonía.

Crier se quedó mirándola, estupefacta.

—Una idea fascinante


fascinante —dio Hesod—. Pero para
para nada práctica. Nuestra Especie
Especie fue
creada para el solo propósito de. . .
—Lady Crier —interrumpió
—interrumpió la reina, y Hesod se quedó en silencio tal vez solo porque

nunca nadie lo había interrumpido antes. Crier podía ver cuanto lo molestaba, pero él
mantuvo su boca cerrada. Junn era una reina en un viaje diplomático. Ninguno de ellos
podía permitirse ofenderla. —Después
—Después de la cena me gustaría mucho hablar
hablar con usted
usted —
dijo ella—. En privado.

La sorpresa de Hesod y Kinok, e incluso de la misma Crier, era palpable, pero la

sonrisa de la reina
luego recordó no disminuyó.
la manera en la queCrier
él la casi
habíamiró a su padre
ignorado paralapedirle
durante reuniónaprobación,
del consejo.pero
La
forma en la que había dicho, Quédate ahí.

Levantó la barbilla y se encontró con la mirada de la reina.

—Estaría honrada, Su Alteza.

Y así después de la cena, Crier fue convocada a la habitación de la reina. Intentó


caminar lento al principio, con dignidad, pero la aprehensión en su estómago la hacía
sentir como si se hubiera tragado un nido entero de tábanos. Sus pasos se fueron haciendo
más y más rápidos hasta que dobló en una esquina tan rápido que asustó a una criada de
la que se cayó toda una bandeja de cubiertos, que cayó sobre la piedra con un tremendo
estruendo, que terminó con la criada intentando hacer una reverencia, recoger los
cubiertos caídos y disculparse simultáneamente. Crier se paró por un momento antes de
darse cuenta de que su presencia parecía poner nerviosa a la criada, y luego se fue
sintiéndose extremadamente
extremadamente rara y no menos aprehensiva.

Cuando tocó la puerta de la reina, se abrió inmediatamente. La reina Junn susurró


para que entrara. Tal vez Crier no era la única que sentía una extraña
extr aña urgencia en ese
momento.

La recámara estaba casi vacía. La compañía de la reina debía irse la mañana siguiente
al amanecer, así que las únicas señales de vida en la inmensa habitación era el fuego de
la chimenea y la ropa de cama ligeramente arrugada. Había un plato de queso y frutas
confitadas sin tocar sobre la mesa.

Crier se movió incómoda, cogiéndose sus faldas.

—¿Quería hablar conmigo,


conmigo, Su Alteza?

—Por favor —dijo la reina—.


reina—. Siéntate.

Crier se sentó en una de las dos sillas junto a la mesa. La reina se sentó frente a ella.
Estaban mucho más cerca de lo que habían estado en la cena. Crier podía olerla, olía a
lluvia y especias oscuras.

—No soy del tipo que se ahorra las palabras, mi Lady —dijo la reina Junn—. El
Scyre es un problema.

El primer pensamiento de Crier fue, Oh, finalmente.

—¿Oh?
—Pero tú ya sabes eso, ¿no? —dijo Junn,
Junn, leyéndolo
leyéndolo de la cara de Crier—. Le temes

—No le temo —corrigió Crier—. Yo no le temo a nadie.

Junn sonrió mostrando los dientes. Era una sonrisa entre amable y cruel.

—El miedo
miedo
mantenerte así. es algo bueno,
bueno, Lady Crier. El miedo significa
significa que estás viva y que
que quieres

—Mi vida no está en peligro.

—Claro que no —dijo Junn—. Porque eres intocable. Porque fuiste hecha para ser
invencible. —Se acercó a ella. —Te
—Te contaré un secreto, Lady Crier. Los humanos también
se creen invencibles.

Un recuerdo destelló en la memoria de Crier: el suelo sólido desapareciendo bajo sus


pies, el precipicio resbaloso y rompiéndose
rompiéndose bajo su agarre. Agua oscura, es
espuma
puma blanca,
su carne Creada despreciada por las anguilas que giraban.

No era invencible, no.

—¿Qué sabe de Kinok? —soltó Crier


Crier..

—Es poderoso —dijo Junn—. Sus ideas son peligrosas. Se esparcen como una
infección humana. Has estudiado las varias plagas del mundo humano, estoy segura.

Crier asintió.

Recordó libros llenos con ilustraciones gráficas. Cuerpos humanos cortados a la


mitad, abiertos transversalmente. Estudios de piel arruinada, heridas supurantes. Mapas
cubiertos de finas líneas rojas, detallando la expansión de cientos de enfermedades
diferentes.

—Fiebre y fervor —dijo Junn—.


Junn—. Al final, hay muy poca diferencia.
diferencia.
—El fervor no es necesariamente
necesariamente peligroso,
peligroso, Su Alteza. Tampoco
Tampoco lo eess la pasión.

Crier luchó contra el impulso de cubrir su boca con su mano. De repente se sintió
como una de esas ilustraciones en los libros
l ibros médicos; completamente abierta. Expue
Expuesta.
sta.

¿La pasión no es peligrosa? No había nada más peligroso. Tampoco


Tampoco había alguna
razón por la que debería discutir a favor de Kinok, fue más una reacción instintiva, un
mecanismo de defensa porque se sentía muy nerviosa. ¿Por qué se sentía tan nerviosa?

La reina Junn se inclinó hacia ella. Y tan cerca que la respiración de Crier se aceleró
en su garganta.

—Está en lo correcto —murmuró Junn—. PeroPero las ideas de Scyre son peligrosas
peligrosas.. Yo
Yo
lo sé, y usted lo sabes. Lo veo en su cara cuando lo mira. Conozco esa mirada porque
también la he tenido.

—¿A qué se refiere, Su Alteza?

—No eres la primera en atraer su atención, Lady —dijo Junn, apretando su


mandíbula—. Antes de ti, estuve yo. Vino a mi palacio el otoño pasado. Lo admito: al
comienzo me pareció encantador. Deseable. Es inteligente Lady, incluso para nuestra
Especie.
—¿Él. . . él la cortejó? —preguntó Crier, Sorprendida de no haberlo sabido. ¿Sabía
su padre? ¿Acaso importaba?

—Claro que sí —respondió


—respondió la reina, moviendo su mano
mano hacia
hacia atrás como si estuviera
estuviera
espantando una mosca—. Como habrás notado, él está atraído a cualquier soplo de poder.
Sus partidarios serán muchos, pero su base es pequeña. Para realmente hacer que la gente
acepte sus ideas necesita aliarse con una fuerza establecida. Pero admito que incluso yo
estaba intrigada al principio. Durante todo el otoño, sus ideas parecían brillar dentro de
mi cabeza. Él hablo de un futuro glorioso para nuestra Especie, y yo realmente quería
ayudarlo a crearla. Pero era un nudo de mentiras, Lady. El engaño de un zorro.

Ante la mirada confundida de Crier, continuó:

—Es de una antigua historia humana. Una vez, durante un largo y terrible invierno,
invierno ,
Zorra y Osa temían
t emían que sus hijos murieran de hambre. Su leche se había secado y ambas
estaban muy débiles como para cazar. Todos sabían que Zorra era el animal más listo en
todo el bosque, así que Osa fue a ella y le rogó su ayuda.

—Mis hijos eestán


stán hambrientos, le dijo, Puedo oír sus estómagos
e stómagos rugir.
rugir. ¿Qué debo
hacer? Y la Zorra le dijo: La semana pasada, Hermano
Hermano Lobo atacó la granja a la orilla
del bosque. Mató una oveja y dos gallinas gordas. Ahora los humanos están asustados.
Ve a ellos
ell os pacíficamente y diles
dil es que a ccambio
ambio de una gallina fresca por día vigilarás
vi gilarás sus
gallinas y sus sustentos, de los lobos. Estás debilitada, pero tu cuerpo es grande y tus
dientes son afilados. Hermano Lobo no se te enfrentará. Así, Osa hizo lo que la Zorra le
dijo. Esa noche, dejó a sus oseznos en su guarida y viajó hasta la granja en la orilla del

bosque. entrar.
déjame Tocó gentilmente a laabrió
Y el granjero puerta del granjero
la puerta y lehundir
solo para Vengo
dijo: su en paz.
cuchillo Por en
de caza favor
el
corazón de Osa. Verás, él pensó que era otro ataque.

Crier observó la cara de Junn mientras hablaba. Los ojos de Junn estaban enfocados
en algo que parecía no existir en la habitación, algo visible solo para ella.

—¿Qué pasó después?


después? —preguntó Crier—. ¿La Zorra se robó las gallinas del
granjero?

—No —dijo Junn—. La Zorra esperó a que los hijos de la Osa murieran de hambre.
Luego se los comió. La carne de dos oseznos fue suficiente para que a la Zorra y a sus
zorritos les durara hasta las últimas semanas de invierno. Había cazado sin siquiera
levantar una pata.

—Así que mató a Osa


Osa a propósito.
—¿No estabas escuchando
escuchando?? —preguntó Junn—.
Junn—. La Zorra no mató a la Osa. Lo hizo
hizo
el granjero. Cuando los otros animales descubrieron lo que pasó, todos culparon a Osa de
volverse loca. Caminar directamente a la puerta del granjero,
granjero , dijeron. Qué tonta. Y la
Zorra estaba de acuerdo con ellos, así nunca nadie se enteró de lo que había hecho.

Ella miró a Crier atentamente, examinando


examinando su cara.

—Así que Kinok es el zorro —dijo Crier—. Inteligente


Inteligente y engañoso.
engañoso.

La reina sonrió.

—No querida. Kinok es el lobo


lobo.. —Pausó y miró a Crier por un momento. —Quiero
que tú seas el zorro.

Sus palabras golpearon a Crier como una corriente de viento ártico.

—Dices que él habló de un futuro para nuestra Especie— dijo


di jo lentamente— ¿Qué
futuro es ese?

—La Nueva Era. —La sonrisa habíahabía abandonado


abandonado la cara de Junn. —La Era Dorada.
Dorada.
Para el Scyre, es un chiste que todavía habitemos ciudades humanas, piensa que somos
como buitres alimentándonos de cosas muertas, viviendo en los huesos de una
civilización fallida. Los verdaderos sueños del Movimiento Anti-Dependentista van
mucho más allá de una sola ciudad capital. Él quiere arrasar completamente todas las
ciudades antiguas y construir nuevas ciudades,
ciudades, ciudades Creadas diseñadas enteramente
para nuestra Especie. Ciudades dónde los humanos no solo no son bienvenidos,
bienvenidos, sino
incapaces de sobrevivir en ellas. Déjalos
Déjal os luchar, pasar hambre, matarse unos a otros hasta
que, como lo pondrían sus seguidores, ‘no sean más nuestro problema.’ Y eso eso no es todo.
Quiere Crear una nueva raza de Automas. Quiere que la l a siguiente generación de nuestra
Especie sea aún más fuerte,
f uerte, poderosa. Sin ningún pilar humano. Y más importante, más
desesperadamente,
desesperadam ente, quiere acabar con nuestra dependencia
dependencia del Corazón de Hierro.

—Él. . . él sí me mencionó algo así. —La mente de Crier giraba, agobiada por toda

la información.
—Afirmó haber encontrado
encontrado una nuev
nuevaa fuente de poder.
poder.

—Sí me habló de su
su idea, pero. . .

Junn le dio una larga mirada.

—Mi lady,
lady, tú sobre todas las personas deberías saber que no existe algo así como
solo una idea. — Junn se acercó nuevamente. —No es meramente filosófico. Es muy real.
El Movimiento Anti-Dependentista ya está en marcha. Los seguidores de Scyre beben sus
palabras como vino dulce. Hay
Hay solo unos
unos cuantos
cuantos cientos
cientos ahora, pero sus números crecen
cada día. Unos cuantos cientos pueden convertirse en unos cuantos miles en cuestión de
días. Necesito su ayuda, Lady Crier.

—¿Mi . . . mi ayuda?
—Para detener la enfermedad
enfermedad antes de que se propague.
propague.

Aun así, Crier la miró, sin estar segura de a qué se refería.

Entonces, la reina aclaró:

—Necesito tu ayuda
ayuda para derrotarlo.
Junn lo dijo casi casualmente, como si no estuviera diciendo nada más que, Para
desearle buenos días.
días.

Finalmente, Crier entendió por qué la gente la llamaba la Reina Loca. Cómo podía
ser la Reina Joven y Junn la Devoradora de Huesos, todo al mismo tiempo.

—No lo sé —susurró, mortificada por su propia cobardía y no ser capaz de


ocultarla—. Estoy comprometida con él, está en el consejo, es poderoso, está bajo la
protección de mi
mi padre...

Sabe sobre mi quinto pilar...

Podría destruirme...
Él quería, de hecho, destruir a todos los humanos, o al menos, hacer el mundo
sumamente inhabitable para ellos. . .

Él era mucho más monstruoso de lo que ella había pensado.

—No se se avergüence
avergüence de
de su miedo, Lady
Lady Crier —dijo Junn—.
Junn—. Si no tuviera miedo, me
iría de esta habitación y no miraría atrás. Pero tienes miedo. Es por eso que confío en ti,
y el por qué estoy pidiendo su ayuda. —Su expresión se suavizó. —Y realmente solo lo
estoy pidiendo. No voy a forzarla, mi lady. Tampoco le voy a rogar.

—Necesito tiempo —dijo Crier—.


Crier—. Necesito pensar.
pensar.

Junn asintió, recostándose un poco sobre la silla. Sin el olor y el calor de ella, era un
poco más fácil
fácil respirar.

—Por supuesto —dijo ella—. Desearía tener más tiempo para darle, pero mi
compañía se va al amanecer. Si decide que quiere ayudarme, tome esto y deslícelo bajo
la puerta de mi habitación. —Ella le entregó una pluma verde. —En Varn,
Varn, el color verde
simboliza alianza. Nosotros lo usamos para comunicarnos.

—¿Nosotros? ¿A qué se refiere con nosotros?

—Todos
—Todos los que desean enfrentarse
enfrentarse al lobo —dijo Junn,
Junn, y sonrió.
Unas horas más tarde, Crier se encontró parada en el pasillo fuera de la habitación de la
reina, una pluma verde fuertemente presionada en su mano. Tenía el pensamiento fugaz
de que deseaba saber dónde estaba Reyka, deseaba hablar con ella, pedirle consejo. Pero
Reyka seguía desaparecida, y cada día que pasaba significaba que lo peor era posible.
Reyka podría estar muerta. Podría haber sido asesinada.

cadaNo
vezhabía ninguna
que Crier evidencia
pensaba de cualquier forma, solo el persistente sabor del miedo
en ello.

Ella estaba cansada, pero también estaba cansada de sentirse como un peón.

Y Junn tenía razón. Ella estaba cansada de Kinok: su chantaje, su odio por los
humanos, sus seguidores de banda negra. El placer que él tomaba en empuñar el poder,
en hacer que Crier se sintiera indefensa, recordándole en cada oportunidad que sabía de
su Falla.

No le gustaba sentirse
sentirse indefensa.
indefensa.

Ella no tenía idea de lo


l o que pasaría si aceptaba trabajar con la reina Junn pero los días
se estaban yendo muy rápido. Pronto, los árboles estarían todos desnudos. Pronto sería
invierno y ella estaría casada. Sería empujada sin gracia hacia una nueva vida con Kinok.
¿A dónde irían luego de casarse? Kinok no tenía tierras propias. Esa era probablemente
la mitad de la razón por la que trató de conquistar a la reina Junn. ¿A dónde la llevaría?
¿Al Norte Lejano, al lugar de su planeada nueva ciudad?

Crier no sabía que quería. Su antiguo sueño se había infectado y había muerto. Solo
sabía una cosa: No quería ser la esposa de Kinok.

Con ese pensamiento en mente, dio un paso adelante. . .y escuchó un extraño sonido
desde dentro de la habitación de la reina.

Bajo y gutural, sonaba casi como una expresión de dolor.

¿peroCrier se congeló.
y si habían ¿La reina estaba
sido superados? en peligro?
¿Y si estaba siendoEstaba protegida por sus guardias,
atacada?

Cuando el sonido se oyó de nuevo, más alto y duradero esta vez, Crier se dio cuenta
de que ella no gritaba de dolor.

Todo su cuerpo se enfrió y luego se puso terrible, ferozmente caliente.

Quien sea que estuviera haciendo ese ruido no estaba sufriendo.

Sorprendida, Crier no podía moverse. Escuchó los jadeos e inmediatamente su mente


fue hacia el pensamiento de piel contra piel, fue hacia aliento y labios y...

Ella retrocedió para esconderse a la vuelta de la esquina, lo suficientemente lejos de


la puerta de la reina para no escuchar lo que estaba pasando adentro. Su corazón latió
rápido, su piel estaba sonrojada con una nueva clase de calor. Ella ni siquiera sabía por
qué estaba teniendo esa reacción. Había visto esas cosas antes, desde lejos: sirvientes

humanos acurrucados en la huerta cuando pensaban que nadie los miraba. Pero eso era
diferente. Eran los humanos los que se apareaban físicamente, ellos no eran Creados. Eran
los humanos los que eran débiles contra sus básicas tentaciones y deseos. Como perros
en celo,
celo, su padre le había dicho una vez.

Los Automas no hacían. . .eso.

No necesitaban
necesitaban hacerlo.

( el gemido,
Pero la voz que había oído (el gemido, susurró su mente) definitivamente pertenecía
a la reina Junn.

Crier presionó su mano contra su cara, tocando su propia piel caliente, y se decidió a
esperar allí afuera. Si se iba ahora, tal vez nunca juntaría el coraje para regresar
regresar..

Pasaron solo unos minutos más antes de que oyera la puerta de la habitación de la
reina abrirse y cerrarse. Crier apenas tuvo suficiente ttiempo
iempo para encogerse en las sombras
antes de que alguien pasara junto a la esquina detrás de la cual se estaba escondiendo,
siguiendo su camino hacia otra puerta por el pasillo. Estaba oscuro, y su cara estaba
cubierta por una máscara, pero la forma de su silueta era inconfundible. La persona
escabulléndosee fuera de la habitación de la reina era su consejero humano.
escabulléndos
Un amante secreto.

Un amante humano secreto.

El joven a la que había oído a la reina referirse como Storme durante el tour.

Crier se desplomó contra la pared, la piedra fría en la base de su cuello. Pensó en la


reina y el consejero, en la forma en la que habían actuado hoy.

Ella intentó concentrarse, ralentizar el frenético zumbido de su mente, pero se fue


Ayla. Sus labios. Su aliento. Su piel.
incontrolablemente al lugar donde ella sabía que iría: Ayla.
Oscuridad y toques y besos y. . .
Se mordió el labio
l abio lo suficientemente fuerte para sangrar.

Mareada, con la boca llena del pesado sabor de su propia sangre, Crier corrió por el
pasillo y no se detuvo hasta llegar a su propia habitación, pero incluso en ese momento,
incluso con la puerta cerrada, ella estaba enfrentada a la embriagadora oscuridad, su
cuerpo vibrando con nueva información, y sobre todo, lal a cosa que ahora sabía que quería,
incluso si era antinatural, incluso si estaba mal.

Pasión.
La llamaban la Reina Estéril, pero nunca conocí a nadie menos vacía. Porque si uno
quiere un hijo, entonces, por naturaleza, su corazón está desbordado
desbordado de amor
amor,, anhelando
una nueva vasija para contener ese amor,
amor, como si se derramara como el agua.

Hay quienes la llaman monstruo.


monstruo. Algunos que
que la llaman loca.

Si el anhelo es una locura, entonces ninguno de nosotros está sano.


—DE LOSLOS REGISTROS PERSONALES DE BRYN, PARTERA PARTERA DE DE NACIMIENTO DE LA
REINA THEA DE ZULLA, E. 900, CIRCA A. 40
14
¿Escuchaste acerca de Faye?
Sí. Oí que tiene su propia habitación privada en el palacio ahora. Oí que tiene su
propia criada, igual que
que la lady.
No sólo eso. Está viviendo
viviendo la buena vvida.
ida. La vida de
de una sanguijuela.
¿Cómo pasó? Lo último que escuché fue que ella estaba loca. Vagando por los
pasillos como un fantasma.
fantasma.
Mataría por un poco
poco de pastel.

Mataría por una habitación


habitación privada.
Mataría por una noche
noche en una cama
cama de verdad.
verdad.
Te hace pensar qué fue lo que hizo para conseguirlo.

Los susurros eran inaguantables.


Ayla los había estado escuchando todo el día: en los cuartos de los sirvientes, en el
comedor, en los pasillos, de una lavandera a otra, de los chicos de cocina murmurando
cuando creían que nadie los oía. Faye es una traidora, Faye es una perrita faldera. Ayla
sabía exactamente quién estaba detrás del nuevo estilo de vida de Faye, y la hacía querer
sacudir a esa cierta persona lo suficientemente fuerte para que se le sacudieran los
dientes.
De todas las cosas tontas que podía hacer.
Sospechaba queque Crier solo había intentado
intentado ayudar. Pero, ¿acaso nono lo veía? Solo
empeoró las cosas. Atrajo atención, hizo de Faye un objetivo. . . y pronto, las atenciones
de Crier harían también de Ayla un objetivo, si todavía no lo habían hecho.
Sin mencionar, estos pequeños actos de. . . ¿qué? . . . ¿amabilidad? Hacían a Ayla
sentirse incierta, le hacían cuestionarse lo que sabía de Crier, de las sanguijuelas en
general. Ellos no tenían sentimientos. No actuaban por amabilidad. Crier no era diferente.
¿O sí?
Apenas cayó la oscuridad, lo último de paciencia que le quedaba a Ayla se fue. Le
dolían los pies después de un largo día de dirigir el tour de la reina y de correr para ayudar

con los arreglos de las habitaciones de invitados, y el vestido de cena de Crier y... la lista
li sta
seguía y seguía.
Aun así, se las arregló para esperar unos pocos minutos más, hasta que los otros
sirvientes estuvieran dormidos, y luego se arrastró fuera de su cama, se puso un abrigo
sobre su ropa de dormir y se dirigió hacia la puerta.

Pero justo cuando salió al aire fresco de la noche, escuchó a alguien llamar su
nombre, suavemente, desde dentro.
—Ayla…
Era Benjy. Se escapó de los cuartos de los sirvientes y se paró allí en la
l a oscuridad de
la noche, su cabello rizado alineado con la luz de luna, su mandíbula cortada por las
sombras.
—¿A dónde vas? —susurró—. Espero que no a visitar a la lady
l ady a estas horas...
Ayla se detuvo en seco.
—¿Qué es lo que intentas decir exactamente?
Benjy levantó las manos, como si se estuviera rindiendo.
—Nada. Solo que la gente
gente hablará.
hablará. Ella parece
parece tener... no lo sé.
sé. U
Una
na especie
especie de cariño
por ti. O es lo que dicen,
dicen, de todas formas.
—La gente siempre habla, Benjy. Pero no saben nada. Y, y. . . no. No iba a ver a
Cri... a la lady. Yo. . .
¿Por dónde empezar? Había pasado tanto este mismo día; había visto a Storme, vivo
después de muchos años de creer que estaba muerto, perdido para ella por siempre. Luego
estaba la extrañeza de la reina misma. Y el perturbador encuentro con Faye en su nueva
habitación privada. Y la forma en la que Crier la había mirado todo el día mientras Ayla
caminaba unos pasos detrás de ella, con algo como curiosidad, o más, en sus ojos.
¿Pero cómo podía explicarle todo esto a Benjy?
En su lugar, todo lo que dijo fue:
—Dejé fuera un vestido que necesita ser planchado antes de mañana. Sé que no
dormiré si sigo pensando en el dolor que tendré por la mañana.
Benjy inclinó la cabeza en su dirección
—Te he extrañado, sabes —dijo suavemente.
suavemente.
Su corazón golpeó con una dolorosa angustia. No podía mirar sus oscuros, brillantes
ojos.
—Yo también.
Él dio un paso hacia ella y ella pudo ver mejor su cara. Sus labios estaban abiertos,
otra vez como si planeara decirle algo importante, pero lo único que dijo fue:
—Bueno, apresúrate y no dejes que la Reina Varniana se coma tus huesos.
Ayla dejó escapar una pequeña risa.

—Ella no es el monstruo que todos dicen que es. Pero si esa es su verdadera
naturaleza, la mantiene bien oculta.
—Como solo los monstruos más peligrosos lo hacen —Benjy dijo.
—Cierto. . . Escucha, Benjy. Descubrí algo extraño hoy. No puedo entenderlo bien.
Es sobre Faye.
—¿Pasó algo? Escuché el rumor, que fue promovida a la habitación de huéspedes.
¿Sabías sobre eso?
Ayla tembló cuando una brisa helada levantó los bordes de su abrigo. Envolvió sus
brazos alrededor
alrededor de su cuerpo.
cuerpo.

—La vi. Y. . . definitivamente hay algo. . . mal con ella. No dejaba de menc
mencionar
ionar las
manzanas del sol. Creo que Kinok la tenía encargándose de los envíos de manzanas del
sol. No puedo descifrar qué tiene que ver eso con alguna otra cosa, si está conectado a la
muerte de Luna, o por qué Faye se ha vuelto así. Solo... quería que lo supieras. En caso
de que escucharas algo.
Benjy asintió.
—Veré si puedo descubrir algo por mi lado.
—Estupendo —se sentía bien estar trabajando juntos, incluso si en su pulso se notaba
la preocupación—. Ahora vuelve a dormir. Volveré en unos minutos, pero no me esperes
despierto.

—Necesito mi descanso de belleza de todos modos —dijo Benjy, y se deslizó de


vuelta dentro de las habitaciones sin otra palabra.
Cuando se fue, Ayla se apresuró a través del lodoso camino hasta el palacio. La noche
era fuerte y ventosa.
Ella no le había contado a Benjy sobre Storme. No podía. No aún, de cualquier forma.
f orma.
No sabía qué pensar
pensar sobre eso ella misma.
Primero, tenía que ver a su hermano. Sola.
Para que sus preguntas fueran respondidas.
Sus oídos no habían dejado de sonar todo el día, su mente era un nido de avispas de
memorias:
sentando enStorme,
el codojoven
de suypadre,
delgado y sonriente
tallando en lamango
un nuevo polvorienta
para suluzcuchillo;
de sol; Storme,
Storme,
parado junto a su
su madre, riendo mientras ella agitaba sus
sus rizos oscuros.
oscuros.

Storme, empujándola hacia la oscuridad; Storme, su boca fruncida en un gruñido


furioso, Los mataré, mataré a cada uno de ellos; Storme, asomándose por la puerta
principal durante una
una de las pprimeras
rimeras redadas,
redadas, Odio a esas sanguijuelas más que a nada;
Storme, el cuchillo brillando en su mano, Cortaré sus corazones muertos de sus pechos.
Storme, mano derecha de la reina sanguijuela.

No había manera de que él la estuviera sirviendo por su propia voluntad. La reina


debía tener algo sobre él; la vida de un amigo, un amante, un hijo, alguien, cualquiera.
Cualquiera fuera el chantaje, Ayla pretendía descubrirlo. Y ayudar a liberar a su hermano.
Ella aún tenía la llave de Crier de la sala de música. Lo encontraría, lo llevaría allí,
donde pudieran hablar en privado.
Ella le contaría de la Revolución, del gráfico siniestro de Kinok, sus medios para
castigarlos, su escondite secreto, oculto en algún lugar de su estudio, en las entrañas del
palacio.
A estas alturas, ella ya estaba acostumbrada a los retorcidos pasillos del palacio,
habiendo tenido que recorrerlo tantas veces con Crier. La reina había sido puesta en el ala
norte, la misma que Hesod y Crier, dado que era la única ala con habitaciones de
huéspedes lo suficientemente grandes para albergar a sus guardias, sirvientes y
consejeros, y cualquier otro que hubiera traído con ella desde las minas del sur a las frías
costas del norte.
—Tú.
Ayla se congeló en pleno paso. Se dio vuelta lentamente para encontrarse con un
guardia sanguijuela yendo hacia ella, su cara como mármol a la luz de luna, sus botas
antinaturalmente silenciosas
silenciosas en las losas del suelo. La funda de un cuchillo brillaba en su
cintura.
—¿Qué estás haciendo aquí? —demandó—. Ningún sirviente tiene permitida la
entrada a esta ala. —Él la miró de arriba abajo. —Ninguna mascota tampoco.
La repugnancia tenía el sabor de bilis. Luchó para mantener su cara y su voz calmada.
—Soy la doncella de Lady Crier, señor, y estoy aquí por sus órdenes directas.
—Claro. ¿Y qué encargo de lady es tan urgente a esta hora?
—No creo que sea
sea nada de su
su incumbencia
incumbencia —replicó Ayla.
Error.
Los ojos del guardia se ensancharo
ensancharonn y su perfecta boca se arrugó en algo horrendo.
—Pequeño arrogante gusano —dijo fríamente, dando un paso hacia delante.

Mientras más se acercaba, más obvio era cuánto más alto que ella era, más alto que
cualquier humano que conociera; cuánto más fuerte,
fuert e, también. Cuán rápido podía lanzarse
hacia adelante y romperle el cuello simplemente por su impertinencia.

—Aprende cuál es tu lugar.


l ugar. Si no lo haces, tomaré gran placer en enseñarte.
Ayla tropezó hacia atrás, pensando en su cuchillo robado, su pequeño y afilado
cuchillo, tan letal y tan inútil ya que estaba en los
l os cuartos de los sirvientes.
—No me toques. A Lady Crier no le gustará que me hagas
hagas daño.

—Lady Crier no se preocupará por una doncella tan desobediente —dijo jugando con
la empuñadura de su espada —. Creo que tendrías mejor propósito sirviendo como
advertencia para otros.
—Dije que no...
—¡Doncella!
Ayla se dio la vuelta, y allí estaba él. Storme. Él estaba dando zancadas por el
corredor desde la dirección contraria de la que había venido el guardia, brillando por la
luz de luna proveniente de una de las ventanas que cubrían las paredes de piedra. Ayla se
sorprendió una vez más, por lo grande que era, lo ancho. El
Ella
la lo había conocido como un
niño flacucho, sin carne en sus huesos. Ella misma se había quedado pequeña, medio
famélica y sobretrabajada. Pero Storme había crecido fuerte. Sintió unas olas gemelas de
orgullo y vergüenza.
—Puedes retirarte —le dijo al guardia, sin dejar lugar a la discusión —. Esta chica
fue llamada por la reina de Varn. No la molestarás más. Déjanos.
Incluso la forma en la que su hermano hablaba era diferente ahora. Madura. La voz
de un hombre, no de un niño.
Un hombre que ella ya no conocía.
Pero funcionó: el guardia abrió y cerró su boca. Luego furioso, dio la vuelta sobre
sus talones y se deslizó hacia las sombras.
Ni Ayla ni Storme hablaron
hablaron hasta qu
quee dejaron de escuchar
escuchar los pasos
pasos del guardia.
—Ayla —exhaló Storme.
Todo su cuerpo se agarrotó. Cada músculo en su cuerpo quería correr hacia él,
envolver sus brazos alrededor de su cintura, sentir por sí misma que él realmente estaba
aquí, entero, vivo. Sus brazos querían abrazarlo y sus ojos querían memorizar su cara,
buscar todos los pequeños remanentes de sus padres; sus pies querían pisarle sus dedos
de los pies; su boca quería decir: Te he extrañado, no puedo creer que estés aquí, no
puedo creer que sobrevivieras, ¿¿por
por qué nunca volviste por
por mí?
En lugar de eso, su boca dijo:
—Nunca creí que te vería trabajando para una sanguijuela.
sanguijuela.

La cara de Storme se ensombreció inmediatam


inmediatamente.
ente.
Apoyó su espalda contra la ventana.

—Podría decirte lo mismo —él dijo.


Esto no era en absoluto lo que Ayla quería, pero ahora que lo había empezado no
podía parar.
—¿Eres un sirviente como yo? —le preguntó, acercándose—. ¿Estás atrapado como
yo? ¿Con qué te chantajea la reina, Storme? ¿Estás conspirando contra ella? ¿Te estás
acercando a ella para poder…?
—Cállate —dijo ferozmente—. Cállate, sabes que pueden oír a través de las paredes
de piedra. Vas a conseguir que te maten.
Ella pausó, y se dio cuenta de que estaba respirando agitadamente. Estaba tan… no
había una palabra para ello; no se sentía enojada o triste o asustada o alegre o culpable o
traicionada o nada de eso, sentía todo eso, todo a la vez, sus emociones mezclándose
como aceites aromáticos en el agua de un baño, imposibles de separar y definir.
—Tú no eres su sirviente —dijo tratando de procesar todas las cosas que la habían
obsesionado durante el día—. Eres... ella no te trata como a un sirviente. Eres su
consejero. ¿Cómo sucedió eso, Storme? —Ella lo miró como si la respuesta fuera a
aparecer sola en su cara. —¿Qué te pasó?
—Quiero decírtelo —dijo él—. Después. No ahora. No donde cualquiera pudiera oír.
—Después —repitió Ayla lentamente, aún en shock—. ¿Pero cuánto tiempo
tenemos? ¿Dónde has estado? ¿Qué pasó? —preguntó de nuevo.
Él suspiró.
—Es complicado, Ayla.
—No digas eso como si fueras mayor que yo —siseó—. No te atrevas a decir eso
como si yo no supiera que el mundo es complicado.
—Hay cosas que tú no...
—¿Entiendo? —replicó ella, tan indignada que casi quería reír —. Tienes toda la
jodida razón, hay cosas que no
no entiendo. Por
Por ejemplo: no entiendo por qué te pasaste los
últimos seis años, ¿en qué? ¿Viviendo en Varn? Excavando tu camino hacia las gracias
de la reina, mientras la gente está muriendo aquí, en tu país natal, todos los días, las
redadas nunca terminaron, y... yo estaba aquí . Yo estaba aquí y tú no volviste por mí.
Tienes razón: no lo entiendo —horriblemente, su voz se quebró en la última palabra.
—Baja la voz Ayla —dijo Storme—. Contrólate.
Ella lo miró.
Respiró hondo.

—Me he estado controlando —dijo ella—. Todo lo que hago es sobre controlarme a
mí misma. ¿Cómo crees que terminé aquí, en este palacio? ¿Cómo crees que me convertí
en una... en la criada de una sanguijuela? Cada pequeña cosa que he hecho por los últimos
cinco años ha sido para llegar a esto.
—¿Para llegar a qué, exactamente?
¿Debería decirle? Ya estaba saliendo de ella como un torrente. La Resistencia. El
espionaje. El Corazón de Hierro.
Venganza.
Storme la miró en silencio por un momento. Ella recordó cuando ella solía ser capaz
de leer esos silencios; ahora eran como un peso inaguantable.
—No creo que deberías estar interfiriendo con Kinok, Ayla. No así, tú sola. No es
seguro.
Ella se burló.
—Como si aún tuvieras algún derecho de decirme qué es seguro.
—¿Siquiera sabes en qué consiste el Movimiento Anti-Dependentista? ¿Tienes
alguna idea en qué te
t e estás metiendo?
—Sé lo suficiente.
—Oh dioses, Ayla. No sabes nada. El MAD puede parecer inocuo en la superficie,
pero no hay nada
nada más que oscuridad
oscuridad debajo.
debajo. Si tienes, aunque
aunque sea un poco
poco de cordur
cordura,
a, te
mantendrás alejada de todo lo que tenga que ver con ello.
Ayla apenas se contuvo a sí misma de gritar, ¡No puedes decirme qué hacer! como
un niño haciendo una rabieta. Parte del problema era que, sin que lo pueda evitar, sus
palabras hacían efecto en ella. ¿Qué sabía ella realmente de MAD, que no fuera lo que
salía directamente de la boca de Kinok?
—Te habías ido, Storme —dijo ella, dejando sus dudas de lado. Si había una cosa de
la que estaba segura, era de su rabia. —Te habías ido. Y ahora es demasiado tarde. No
tienes control sobre mí. He hecho promesas. Nada de lo que digas va a detenerme.
Él suspiró.
—Ese siempre ha sido tu estilo, ¿no? Pequeña Ayla, siempre planeando algo. ¿Ya te
has olvidado de las ratas?
—Eso no tiene nada que ver con esto—dijo ella—. Eso era…
era… Yo era una niña.
—En esencia, es lo mismo.
—No lo es.

—Piensa en ello Lala.


—No me llames así…

Era verano, caliente y bochornoso, todos sudando, la aldea entera


cubierta de sal y plagada por tábanos. El aire olía a algas pudriéndose.
Ayla tenía seis, quizás siete, lo suficientemente grande para saber
saber ciertas
cosas —somos pobres, tenemos hambre, algo malo vive en los acantilados

del norte, Mamá


demasiado joven ypara
Papásaber
tienen
quémiedo,
era lohay
querumores de redadas
se avecinaba, — pero
o cuán mal
realmente estaban las cosas, o lo cerca que estaban de la muerte, siempre,
a cada hora de cada día.
Pero Ayla quería ayudar.
Ella quería hacer pan.
Era una idea simple. La aldea completa estaba racionando
prácticamente todo: granos, sal, mantequilla. Ayla no había comido pan
en meses. Habían estado viviendo a base de pescado salado.
Ella sabía cómo hacer pan: mezclar harina con agua y dejar la mezcla
descansar; sabía cómo incorporar sal a la masa y cortarla, y cuánto
tiempo dejarla reposar en las cenizas del hogar.
Así, por semanas, se guardó una cucharada de harina de las raciones
r aciones
de grano cada quinta noche, una cantidad tan pequeña que Mamá nunca
notó nada. Robó pellizcos de sal de la puerta de la Vieja Eyda, porque la
Vieja Eyda creía que la sal ahuyentaba a espíritus, demonios y
sanguijuelas. Lo último que recolectó fue un frasco de miel, o más bien
bi en los
restos de él, un raspado de miel que Mamá le había dado como un raro
premio después de que acabaran lo que restaba de su ración. Era muy
difícil guardar la miel en lugar de aplastar su lengua contra el frasco y
lamer hasta dejarlo limpio, pero Ayla tenía fuerza de voluntad.
Harina, sal, miel: lo escondió todo bajo la tabla suelta que se
encontraba
poco. Cada bajo su cama,
noche, esperando
se quedaba a queimaginando
dormida el aire de verano se secara
la expresión en un
la
cara de sus padres cuando ella les presentara una perfecta rodaja de pan
dulce, aún tibio por los carbones. Su estómago se sentía tan vacío aquellas
noches.
Una mañana, un grito la despertó.
salt ó de su cama —¿Esto es una redada?
Se levantó de una sacudida y saltó
¿Estamos siendo allanados? ¿Así es cómo suena una redada?— solo para
gritar de horror cuando su pie aterrizó en algo suave, algo que emitió un
horrible chillido hacia ella y luego se retorció libre de bajo su pie.
Entonces, Ayla vio que su madre estaba empuñando una sartén, su
hermano una escoba, su padre pisoteaba el piso con sus botas de pescar,
y el suelo se estaba moviendo, era una oscura y retorcida masa
masa de… ratas.
Debía de haber cientos de ratas hacinadas en el suelo, siseando y
trepando unas sobre otras, sus rosadas colas huesudas moviéndose como

serpientes. Habían roído su camino desde la tabla suelta bajo su cama. Se


habían comido la harina, la sal, incluso se habían metido dentro del frasco
de miel y lo habían lamido hasta dejarlo limpio.
Se habían comido todo el pescado salado. Y el pescado en escabeche.
escabeche.
Todas las raciones de harina de Mamá.
Toda la cebada, y las algas, y la manteca, y los huevos.
Todo se había ido.

—Eso fue hace años—habló ella, empujando el recuerdo de las ratas y su espantoso
almizclado olor a rata lejos, profundo en un distante rincón de su mente—. Era una niña.
Ambos lo éramos.
—Sí —dijo él—. Y yo crecí.
Qué diablos quiere decir eso, tú traidor, que me abandonaste, cobarde, quería decir,
pero se lo tragó.
—Sí. Claro que creciste. En algún lugar. ¿Pero dónde? ¿A dónde fuiste siquiera?
Después de que tu... después... pensé
pensé que estabas... pensé que estabas muerto. ¿Siquiera
te das cuenta de lo que fue para mí? —Las palabras rozaban su garganta, y tuvo que
apretar los dientes para evitar gritar. —Tu cuerpo. Estaba completamen
completamentete quemado. Eras
tú. Lo vi. Y, y, y nunca volviste, Storme. Nunca
Nunca volviste.
No pudo aguantarlo más. Las lágrimas
l ágrimas corrían por su rostro y se secó furiosamente
las mejillas, tratando de limpiarlas, pero no había caso. Cómo se atrevía a desaparecer.
Cómo se atrevía a haber estado vivo todo este tiempo y nunca contactarla, nunca
tranquilizarla, nunca decirle.
Era una especie de dolor totalmente nuevo, crudo y desgarrador, uno que notó que se
había estado ahogando todo el día, y que ahora estaba saliendo descontro
descontroladamente.
ladamente.
—Ayla. —Su mano estaba en su brazo, y luego, gentilmente, tocó t ocó la cadena dorada
que estaba allí, siempre, justo bajo el cuello de su camisa. —Aún la usas —susurró él.
Ella tembló. Por supuesto que aún usaba el collar. Era lo único que le quedaba de su
antigua vida. De él.
De pronto, fue demasiado. Sintió como si fuera a quebrarse. Ella se apartó de su
toque, su espalda chocando contra la pared.
—No. Me toques.
toques.
—Ayla. —Su voz, toda su cara, mostraba dolor. Ella recordaba esa mirada. Por
supuesto que lo hacía. Recordaba cada mirada. —Sabes que no podemos hablar aquí —
dijo él . No así. Puedo decirte que…
que… yo escapé. Ese día, después de las redadas. Y fui
encontrado por... por un grupo que... escucha Ayla, ellos me acogieron, me manipularon.

Me tenían creyendo todo lo que decían. Acerca de las sanguijuelas. Acerca de lo que
teníamos que hacer para detenerlas. Tuve que jurar que nunca podría volver para buscarte.
Tenía que prometerlo, o si no,
no, ellos harían algo terrible. Tenía que prometerlo, yo… Ayla
—Él le estaba siseando las palabras ahora, urgentemente,
urgentemente, y una ola de miedo la atravesó.
—¿De qué estás hablando, Storme?
—Pensé que también habías muerto, junto con Madre y Padre. Temía lo peor, pero
también esperaba lo mejor. Esperaba que hubieras sobrevivido, incluso si pensaba que
era imposible. Esperaba que lo hubieras logrado, y en esa esperanza, sabía que no podía
arriesgar tu seguridad. No tenía elección.
Ella estaba entumecida ahora. Nada de eso tenía sentido.
—No tuviste más elección que abandonarme
abandonarme y nunca mirar atrás. ¿Y ahora estás
siendo recompensado siendo la mano derecha de la Reina Loca? Puedes entender mi
confusión, estoy segura.
—Si... si vienes con nosotros, te contaré más. Ven conmigo. Con nosotros. Ven a
Varn.

Su cuerpo entero reaccionó.


—¿Qué?
Todo ese tiempo, mientras discutían, una parte de ella había estado esperando... había
estado rezando. Había estado imaginando. Que él se quedaría. Que él sería de ella de
nuevo.
—No es como tú crees. Si
Si vienes a la corte
corte de la reina conmigo en Varn, lo verás. Lo
explicaré todo.
Ella mantuvo su voz baja y controlada.
—¿Así que te irás
i rás con Junn cuando ella se vaya?
—Por supuesto.
Se sintió como si la hubieran abofeteado.
—Sí —repitió ella—. Por supuesto. —Se sentía asqueada. Tenía que salir
salir de allí.
allí . —
Bueno, espero que Junn y tú hayan disfrutado su pequeña visita —escupió.
—Ten un poco de respeto —respondió él—. Su título es de reina.
Incluso después de todo lo demás, Ayla aún sentía como si él la hubiera golpeado en
la cara. De nuevo.
¿Quién eres? quería exigir. Tú no eres mi hermano, ¿qué has hecho con mi hermano?
pero sabía que solo la haría sonar tonta, terriblemente ingenua, como la misma débil,
aterrorizada niña que había invocado a las ratas.
r atas.
Este. Este era su hermano. Esta persona parada frente a ella, ordenándole que tuviera
respeto por una sanguijuela asesina…
asesina… Este era Storme.
—Sé que no tiene sentido para ti ahora—dijo suavemente, sus ojos fijos en su cara—
. Pero no me condenes. No somos tan diferentes.
—Claro que lo somos —escupió ella—. Yo no soy una perrita faldera.
—¿No lo eres?
—¿Qué se supone que significa eso?
—Significa que vi la forma en la que Lady Crier te mira —dijo Storme—. Significa
que vi la forma en la que tú la miras a ella. La forma en la que le hablas. La forma en la
que, a veces, casi la tocas.
t ocas.
—No sabes de lo que hablas
hablas —dijo Ayla con una voz ronca —. No tienes idea. Estás
en el palacio de la sanguijuela que ordenó las redadas a nuestra aldea. Estás en el nido de
la araña. ¿Lo sabes, cierto? Fue Hesod. Él es quién mató a nuestros padres. Él la creó.
Tendría que estar... enferma, para... con alguien de su sangre....

—Sí —dijo Storme—. Estoy de acuerdo. Buenas noches, Ayla. Por favor piensa en
lo que he dicho. Aún puedes cambiar de idea.
Y él la dejó allí.
Por minutos enteros, se paró allí, sola, temblando. Enojada. En shock. Aún puedes
cambiar de idea. Y oh, ella quería cambiar de idea. Quería cambiar todo lo que acababa
de pasar. Quería retroceder el tiempo al primer momento en que vio a Storme, y correr
hacia él, abrazarlo. Quería retroceder aún más atrás, días, o semanas, antes de que fueran
separados para siempre, y congelar el tiempo allí.
Pero, al igual que muchas cosas que habían pasado en el último mes, recordó que la
vida no funciona así. Sin importar cuán terrible y feo fuera el futuro, sin importar cuán
difíciles las cosas fueran a ponerse, no podías evitarlo, y no podías volver atrás. No
funcionaba así.
No cuando tu pasado
pasado estaba tan cubierto de sangre como el de
de ella.
La única forma era ir
i r hacia adelante. Hacia la oscuridad. Hacia el caos.
Se empujó a sí misma fuera del ala norte y hacia el ai
aire
re nocturno. Caminó al rededor,
casi retando a un guardia a descubrirla, a reportarla, a arrastrarla ante Hesod para ser
interrogada. Le arrancaría sus ojos Creados de la cabeza, allí mismo.
Estaba demasiado furiosa, demasiado enfadada para descansar, pero sus piernas y su
mente le dolían demasiado.
Quería enroscarse en los brazos de Rowan, como lo había hecho la primera noche
que Rowan la encontró, y lloró hasta que estuvo demasiado seca para seguir llorando,
hasta que fue una cáscara vacía. Pero Rowan se había ido en un viaje que podía

perfectamente terminar con ella muerta. Ayla no sabía cuándo volvería a verla, ni si
volvería a hacerlo.
Ayla quería recostarse y no volver a levantarse.
Quería la canción de cuna de su madre. Pero no sucedería.

Pensó en ir a la sala de música, sola.


En su lugar, se encontró a sí misma en la puerta de la habitación de Crier.
15
Crier yacía en la cama, intensamente consciente del hecho de que la misma Reina Junn
se acostaba con alguien en su propia habitación, a no más de cuatro pasillos y dos
escaleras desde allí. No podía sacar de su cabeza los sonidos de los gemidos, del aliento
alient o
contra la piel, incluso mientras leía y releía la carta de Rosi, que la había estado esperando
en su habitación cuando regresó. Volvió a leerlo
leerl o una vez más.

Para Lady Crier, Familia Hesod:


A la primera de sus preguntas, no, no he escuchado ninguna palabra o nuevas
actualizaciones sobre la desaparición de la concejala Reyka. ¡Pero permítame felicitarla
a usted y a su prometido por el nuevo puesto del Scyre Kinok en el Consejo Rojo! Será
un Mano maravilloso para el soberano, tu padre, y estoy segura de que debe ser un gran
honor para ti.
Nunca he sido modesta acerca de mi apoyo y aprecio por su prometido. ¡El Scyre
Kinok ha hecho mucho por mí y por Foer! Espero que no le parezca demasiado atrevido
decir: estamos más que dispuestos a ayudar al Scyre Kinok con su investigación, de
nuevo, en caso de que surja la necesidad.
E incluso sin eso, sabemos que tenemos que agradecer a Kinok por nuestras propias
vidas. Si no nos hubiera advertido sobre la violencia humana que se gestaba en el sur,
tan cerca de nuestra propiedad, no habríamos estado tan seguros. Nosotros dos, y
también los Manos Rojas del sur, Laone y Shasta. Estamos todos agradecidos. ¡Nos
consideramos los seguidores más leales del Scyre Kinok!
Te estoy enviando un poco de Nightshade como muestra de mi "afecto”, ¡no he
tocado Corazonita en semanas, gracias a esto! Y espero tener noticias de usted pronto.
Tuya,
Rosi de la Casa Emiele
Emiele

Crier tragó saliva.


La Reina Junn misma lo había dicho: Kinok era un problema. Una amenaza. Ya era
demasiado poderoso,
poderoso, y se volvía más poderoso cada día.
La Reina Junn. ¿Crier debía contarle sobre esto? Ella todavía tenía la pluma verde,
pero… su estómago
estómago se retorció. Es
Estaba
taba más que
que un poco reacia
reacia a buscar a la reina en sus

aposentos nuevamente. No después de los…


los … sonidos que había escuchado hace una o dos
horas. No podía… sacarlos de su cabeza. No los gruñidos del consejero, sino los ruidos
bajos y entrecortados
entrecortados de Junn,
Junn, palabras a medio formar. Crier
Crier se sintió cal
caliente
iente por todas
partes, su piel hormigueó, una sensación casi como una punzada de hambre en la parte
inferior de su vientre, como cuando no tenía Corazonita por más de unas pocas horas,
pero tampoco era eso. Ella no lo entendía. Ella no quería entenderlo. No, se mantendría
alejada de los aposentos de la reina por ahora.
Y, dioses, ¿qué hay de Reyka? Llevaba semanas desaparecida y todavía no había
señales de ella, y ahora Rosi afirmaba
afi rmaba no saber nada. Crier quería mantener la esperanza,
quería creer que tal vez Reyka estaba escondida por sus propias razones; tal vez se había
escondido por su propia voluntad y no quería que la encontraran, pero su mente estaba
trabajando en su contra, produciendo los peores escenarios posibles. Reyka era un Mano
Roja, una figura política poderosa. Con el título venían los enemigos. Crier había
esperado demasiado que Rosi supiera algo. Cualquier cosa.
Después de todo, se estaba alojando en la finca de Foer, que estaba a solo unas leguas
de la aldea de Elderell. El último lugar donde alguien había visto a Reyka con vida.
Pero Rosi no sabía nada. Ni siquiera parecía importarle en absoluto la desaparición
de Reyka.
Kinok aqueCrier
llo”..volvió
aquello” a leer la cartaHabía
¿Y… Nightshade? por décima vez, supaquete
un pequeño
pequeño mandíbula apretada.
de papel “Kinok
adjunto esto,
a la carta,
era una muestra llena del tamaño de la uña del pulgar de un polvo desconocido. Tenía la
misma textura que el polvo de Corazonita, pero en lugar de rojo era de un negro obsidiana
profundo.
No he tocado Corazonita
Corazonita en semanas, ¡gracias
¡gracias a esto!
¿Pero qué era esto?
Los pensamientos de Crier fueron interrumpidos por un sonido tan débil que al
principio se preguntó si lo estaba imaginando. Pero luego vino de nuevo: el sonido de
alguien respirando suavemente
suavemente justo afuera de la puerta de su dormitorio, seguido de un
tímido golpeteo de nudillos en la madera.
Se sentó erguida.
No había nadie más que pudiera
pudiera tocar la puerta a esa hora.
Salió de la cama, sintió las losas frías en sus pies descalzos, metió el pequeño paquete
de polvo oscuro debajo de la cama y luego abrió la puerta. Y sí, Ayla estaba al otro lado,
una forma oscura contra la luz de las lámparas de la pared. Sus ojos estaban extrañamente
abiertos, su cuerpo aún más tenso que de costumbre. Sus labios eran una delgada línea.
Sin palabras, Crier dio un paso atrás y la dejó entrar, cerrando la puerta
silenciosamente detrás de ella.
—¿Me necesitas? —dijo, después de un largo momento en el que Ayla se quedó allí,
silenciosa
cabeza e inmóvil
—. ¿Pasó algo?—. O... ¿necesitabas algo? ¿Te envió mi padre? —ella ladeó la

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