Alejandro Aravena - Entrevista
Alejandro Aravena - Entrevista
Alejandro Aravena - Entrevista
Sin duda este año ha marcado la consolidación internacional del arquitecto, que en
enero se convirtió en el primer chileno ganador del premio Pritzker y además es el
primer director latinoamericano de la Bienal de Arquitectura de Venecia, cuya XV
versión abre sus puertas por estos días. Desde allí, como reza el lema que define
la muestra, continúa “Reportando desde el frente” e incentivando a arquitectos de
todo el mundo a que compartan las batallas que están dando en sus países.
En total, son 88 trabajos de 37 países -entre ellos cuatro proyectos chilenos- que
abordan temáticas relacionadas a la segregación, la desigualdad, los suburbios, el
saneamiento, los desastres naturales, escasez en la vivienda, la migración, la
delincuencia, el tráfico, la basura, la contaminación y la participación de las
comunidades. Junto a la declaración de principios que acompaña al llamado que
define a la Bienal, Aravena ha explicado que la exhibición de este año es “sobre el
aprendizaje y el enfoque de las arquitecturas que a través de la inteligencia,
intuición o ambas, son capaces de escapar del statu quo (…). Y en lugar de la
resignación o la amargura proponen y hacen algo”.
Si clarificas a qué debe dedicarse la arquitectura, por añadidura llega qué o cómo
debe enseñarse, por lo que intentaré acometer el tema desde varios focos. El
primero es asumir que lo que se enseña hoy es básicamente un set de reglas
disciplinares según el cual se juzgan luego los objetos que produces. Por lo
general se alude más a lo artístico formal y leyes de composición que a una
tradición disciplinar específica. Si bien eso puede desarrollar y hacer expandir la
disciplina desde su propio set interno de reglas, el riesgo es que tanto las reglas
como el tipo de problemas no sean compartidos por el resto de la sociedad y solo
le importen a otros arquitectos. Entonces la discusión arquitectónica se convierte
en una crítica especializada o análisis estilístico formal que al resto de la sociedad
le importa poco. Por lo tanto, una primera cuestión es ver cuánto se pone en
introducir a una persona en ese cuerpo de conocimientos específicos y cuánto en
partir desde problemas absolutamente inespecíficos, que le importen y en los que
pueda opinar cualquier ciudadano. Es decir, salir de la especificidad del problema
a la inespecificidad de la pregunta. Si se logra entender que los problemas de los
que la arquitectura tendría que ocuparse son aquellos que le importan a la
sociedad, la manera de contribuir es desde ese cuerpo de conocimientos
específicos. Es decir, traducir las fuerzas en juego a forma, que finalmente es lo
que los arquitectos sabemos hacer. No es transformarse en economista, político o
antropólogo, pero conocer sus lenguajes permite comprender el código de las
fuerzas que luego se deben traducir a formas. En general hacemos poco el
ejercicio de entender los lenguajes de otras disciplinas y al hacerlo abandonamos
el núcleo de la arquitectura, que es hacer proyectos.
Hace años, en una discusión que me tocó tener con Hashim Sarkis, entonces
decano de Harvard y hoy director del MIT, decíamos que hay un momento en que
la arquitectura se bifurca, probablemente a fines de los 60 y comienzo de los 70.
Por un lado están quienes reclaman una especie de fuero creativo para ser genios,
y se desarrollan todos los ‘ismos’ posibles: postmodernismo, minimalismo,
deconstructivismo, etc. Pero esta autonomía disciplinar tiene una línea muy
delgada con la irrelevancia, es decir, ocuparse de cosas que no le preocupan a
nadie más que a los propios arquitectos. El otro camino es de los que optan por
ocuparse de problemas de pobreza, subdesarrollo e inequidad, pero abandonando
el conocimiento específico de la arquitectura para transformarse en consultores de
organismos con siglas y hacer papers. Visto así podemos concluir que el problema
está en no organizar la información en clave de propuesta. El valor de la
arquitectura es que no toma la información para hacer un diagnóstico, sino una
propuesta. La organización de las ‘partículas’ de información en clave de
propuesta es el poder específico de la arquitectura…
Es como templar una espada. Cuando se logra es porque están todas las
partículas en una misma dirección. No están necesariamente todas de acuerdo ni
dicen lo mismo, pero apuntan en una dirección. El desafío de la arquitectura, y por
extensión de su enseñanza, es ser capaz de partir desde fuera de la arquitectura,
en ese ámbito de problemas inespecíficos que le puedan importar a la sociedad y
sintetizarlos en clave de propuesta arquitectónica específica, para que luego la
propuesta sea devuelta a la sociedad y juzgada. Por eso es tan difícil producir una
buena obra de arquitectura.
Exacto, y eso tiene varias dificultades. Por un lado, uno como arquitecto debe ser
capaz de sintetizar en clave de proyecto y en una única propuesta incluso fuerzas
contradictorias. Por otro lado se requiere de un cambio de paradigma: si seguimos
pidiéndole a un proyecto de vivienda social que solo responda como dimensión
escultórica, estamos juzgando mal. Es la pregunta la que debe ser distinta, no la
respuesta. Por eso soy tan crítico de cómo está la enseñanza de la arquitectura
hoy, porque lo que en general veo en la academia es un circuito de personas que
depende de publicaciones, simposios y congresos, y que suelen ocuparse solo de
temas que suenen muy potentes. Los problemas que de verdad importan
parecieran no tener méritos desde el punto de vista académico, son muy comunes
y corrientes y eso no tiene glamour. Se necesita entender y dar otra tensión a las
preguntas y luego, al juzgar, entender también la real complejidad del problema y
que por lo tanto debes reevaluar la forma con la cual decides si un proyecto es o
no exitoso.
Fuerzas en juego
La capacidad de cuestionamiento que tiene hoy un alumno o
un profesional joven suele ser baja, busca resultados
inmediatos y directos. La etapa inicial de cuestionamientos es
bastante limitada, la lógica del proceso de diseño no parece
estar desarrollada en la formación de los arquitectos.
Previo al cuestionamiento está la apertura a abordar el problema con todo lo que
venga al caso, un desprejuicio que permita distinguir lo relevante de lo que no lo
es. No es cuestionamiento en el sentido crítico o de juicio negativo. Pero es
complejo, porque cuando un cliente llega con un encargo no necesariamente tiene
clara la pregunta. La construcción de la pregunta es parte del acto creativo, debe
discriminar qué importa y qué no: qué va a informar la forma, la estructura, el
presupuesto, el clima, la normativa, el usuario, etc., partiendo desde cuestiones
muy concretas y medibles. Sin embargo están las dimensiones intangibles, regidas
por lo que llamamos las ‘certezas inefables’, donde es difícil saber si están bien o
mal y que también forman parte del proyecto, como el carácter del edificio. En eso
radica la dificultad de la producción arquitectónica. Por mucho que hayas
identificado y jerarquizado todas las variables, no hay receta para la construcción
de la pregunta, es un acto creativo. Y luego el salto desde que identificas las
variables del problema a la propuesta que sintetiza todas esas fuerzas en juego…
Es arte, en el sentido de que se mueve con certezas parciales, es intuitivo, no está
garantizado, no es un proceso lineal consecuencia de sus circunstancias,
aparecen variables que son más que las circunstancias y aún sí es pertinente…
Enseñar todo eso es muy complejo.
En principio diría que basta que haya acuerdo sobre algo que importa. Una de las
maneras de ver si entraste bien en el problema es que no necesitas hacer un
seminario para explicarlo. Al decir ‘contaminación’ todos entendemos que hay un
problema, todos lo sufren y todos pueden opinar. Lo mismo con congestión,
segregación, inseguridad, sustentabilidad, migraciones... El asunto es cómo entrar
a una discusión que no le pertenece a la arquitectura pero con el conocimiento
específico de la arquitectura, que es traducir a forma y luego organizar en forma de
propuesta lo que logras levantar para ese problema. Tiene componentes físicos,
de procesos, de gobernabilidad y se desglosa en sus componentes sociales,
políticas, económicas, ambientales, etc. El tema es que sea algo que todos
entendamos que es deseable ocuparse y luego que la entrada al problema sea
creativa. Lo que marca la diferencia no es mojarse la camiseta, no es solo trabajar
mucho, porque si no logras llegar a algo que ilumine y lleve el problema a un
estado distinto ese esfuerzo no vale nada. Como tampoco importa solo tener una
idea y luego no ser capaz de implementarla ni lograr un cambio significativo.
Sí y no. Uno siente que ha hecho algo distinto, por algo está puesto en el ojo de la
atención. Pero todavía no hay nada de lo que habría que hacer para cambiar lo
que estamos mirando fuera de la ventana en billones de personas. Más que un
giro hacia lo social, del cual se ha debatido tanto, diría que hay una confianza en
que al ir a meterse a temas complejos pero que importen uno va a poder hacer una
contribución.
Si algo ha pasado con el Pritzker no es tanto haberlo ganado, sino con qué tipo de
proyectos. Por naturaleza la arquitectura se puede meter en materias que
importan, vuelve a estar en el radar del tipo de profesión a la que acudes cuando
tienes un problema complejo. El cambio es volver a hacer sentir a la sociedad que
puedes contribuir en sus propios términos. En la medida en que seamos capaces
de demostrar con hechos que no eres un costo extra sino un valor agregado, nos
van a volver a llamar para problemas complejos y transversales.
El título funcionó bien, algo así como “dónde te aprieta el zapato”. Por un lado
ordena: hablemos de cosas difíciles, de controversias y de qué hiciste para hacerte
cargo. Pero también es un llamado suficientemente amplio para que todos los
problemas tengan cabida: temas de inmigración, ambientales, económicos... La
migración en Europa no es un tema de arquitectos, afecta a todos quienes tienen
inmigrantes y van a querer ir a ver en la Bienal qué ideas existen para abordarlo. Y
también alude al país de origen: qué pudiste hacer para cambiar las condiciones
de inequidad que empujan el desplazamiento de población. En general funcionó
porque ha gatillado temáticas que son discusión de las sociedades, no de los
arquitectos.