TRABAJO FINAL - Antropologia

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HISTORIA DE UN MUNDO BELLO Y CAOTICO.

Este es el relato de una historia más. Es el recuento de un modo de vida. Es una


significante muestra de una cotidianidad latente. Es la narración de lo que el recuerdo
me permite y es el olvido de lo que no. Es una historia caóticamente armoniosa. Dulce
y amarga a la vez, con sabor a disparate, a locura, a sueño, a cansancio y a vitalidad. Es
una historia de una persona que ya no quiere vivir engañándose a sí misma.

Es un escrito que por medio del lenguaje muestra la construcción de mi persona; lo que
han hecho de mí, lo que he permitido que hagan de mí y lo que mi resistencia no ha
permitido, transformándolo con rebeldía, creatividad y demencia.

“En diferentes circunstancias o en todas quizá, me he sentido agobiadamente impotente


de no poder dominar mi propia voluntad.

Todos buscamos en cualquier lugar del mundo o de alguna forma, cualquiera que sea,
una manera de encontrarnos a nosotros mismos. Nuestra esencia está perdida y
envolatada en un mundo trivial... ¿Cómo hallar esa esencia? ¿Para qué hallarla?... Creo
que nosotros vagamos como peregrinos por un lugar sin camino, sin destino alguno, y
es fundamentalmente necesario saber, o por lo menos, preguntarnos quienes somos y
para donde vamos, o para qué vivamos. Nada en este mundo es arrojado a la realidad
para que vaya al compás de un golpe de suerte, dicen que todo tiene una razón de ser y
yo me aferro a esa idea que en mí tiene veracidad.

Pero hablaba de mi voluntad débil frente a muchas circunstancias, hablaba de ello


porque para encontrar su esencia es necesario buscarla, encontrar su ser y vivir
diariamente en una lucha espiritual constante. Esto requiere de perseverancia y una
voluntad enorme para hacerlo. Encontrar quienes somos no es nada fácil y nadie llega a
la punta del Everest por casualidad.

En mi caso lo que debilita febrilmente mi voluntad es el tener dos yo, uno es


comprensible, amoroso, bohemio, virtuoso, bondadoso, generoso, humilde, comprende
a las personas, se interesa por el estado en el que estén los otros, anhela vivir en armonía
consigo para así estarlo con los demás. Siente el olor de las mañanas, es curioso, busca
espacios de ocio para satisfacer así esa curiosidad, no quiere caer en la monotonía para
así poder ser creativo y mantener esa ingenuidad. Vive, juega, disfruta como un niño.
Pero el otro, el otro es el cual muy pocos conocen, o nadie tal vez, es un ser egocéntrico,
vanidoso, odioso, rencoroso, maldadoso, materialista, lanzador de prejuicios. Con ese
yo maldadoso he actuado muchas veces y ese “yo” es quien se ha auto-destruido en ese
mundo superficial. Ese el cual se lamenta al haber sido arrojado a la realidad. Ese el
cual vive agobiado por que el karma se lo carcome y la culpa lo invade. Ese el cual en
las noches se da garrotes lacerantes pensando en todas las reacciones que se han
provocado a causa de esas malas decisiones tomadas. Ese que piensa que ha acabado el
inventario de todo lo malo. Ese que está harto de los prejuiciosos que prevalecen en su
ser y que maldice al resto por ser uno de los causantes de esos prejuicios, pero por sobre
todo se maldice así mismo, porque esos prejuicios que dominan su ser, principalmente
se los hace él mismo. Sí, el mismo. Ese yo es el que pocos desearían conocer… en
verdad, ni yo misma lo soporto, pero lastimosamente ese yo es el que prevalece hoy en
mí.”

Este escrito lo hice hace dos años, estaba en grado once. Ahora han cambiado
perspectivas. El tener dos <yo> ya no me debilita, me enaltece. Gracias a ello se da la
conversación conmigo misma. Esos <yo> ahora más que chocar, hacen consensos.
Pienso que en ese momento de mi vida había demasiada beligerancia, y en demasía no
es útil, al contrario, te hace escabroso el camino. Es mejor tenderme la mano y
dedicarme a ser mi novia, tenerme paciencia y comprenderme, porque a todos los
lugares me llevo.

Hago posible por evocar circunstancias del pasado pero la amnesia me corroe, y por eso
comparto los textos que escribí, porque es algo mucho más directo a mi <yo> pasado.
No obstante, este es un ejercicio de meditación e introspección en el cual, por medio de
las palabras recuerdo los acontecimientos, discierno la confusión y clarifico las ideas.

Se preguntaran qué era lo que me autodestruía, ahora les cuento que eso que me
autodestruía, esas malas decisiones por la cuales me culpaba era porque mis miedos se
manifestaban pudorosamente a modo de vomito e iban al retrete. Vomitar una y otra y
otra vez. Decirle que no a la comida en una cena familiar, medir calorías, sumarlas,
restarlas, cuantificarlas. Subirme a la pesa con temor al resultado. Idearme el lunes
siguiente para empezar a hacer una dieta. Salir y ver a una muchacha delgada y sentir
asco de mi cuerpo. Intentar hacer trabajos, o por lo menos, ver una película tranquila era
toda una hazaña porque la ansiedad desbordaba mi mente y mi cuerpo, y querían ir de
inmediato a la cocina, a comer, a comer cantidades de comida impulsivamente, como un
animal acechando desesperadamente a su presa. Hacer un atracón y vomitar. Repetir el
mecanismo desde una o dos y hasta diez veces al día. Sentirme de alguna manera
liviana, ligera, porque aun sabiendo el daño que me hacía, sentía satisfacción al vomitar.
Algo de libertad veía ahí, algo de consuelo, mucho de escapar de la realidad, mucho de
visceralidad. Después de vomitar me sentía exhausta, agotada, rota, deteriorada y para
llenar ese vacío comía de nuevo y luego, directo al baño. Era un círculo vicioso,
hostigánte y aliviador a la vez.

Este escrito lo hice hace tres años:

“He ahí algo dentro de mí que no deja respirar, algo lacerante y desgarrador, hablo de
una peculiar fatiga y un irreconocible e indeterminado sentir, pero no del cuerpo sino
algo más insondable… hablo del alma y del espíritu que agobia esto que aparenta ser
una eternidad . Tratando de escudriñar día a día, dentro y fuera, en donde quiera que se
pueda. Opresivo, en definitivo, ese hedor profundamente repugnante de saber que tu
cuerpo y tu alma reinciden en el mismo mal innumerables veces, que eres adicta a lo
que te destruye. Tratando de hallar un sentido o una solución radical. Quiero ese
secreto, ese maldito secreto, y lo he dicho y lo diré de nuevo… como quisiera tener la
capacidad de regular mi voluntad como lo deseo.”
No sé de qué modo han experimentado un sentir iracundo hacia a ustedes por no poder
tener la suficiente fuerza de voluntad para acabar con un hábito y para adquirir otro.
Esta es la lucha que me ha correspondido a mí. Estoy hecha para combatir. Mi descanso
es la guerra, mi guerra no está dirigida contra los demás, sino contra mis propias
debilidades. Mi guerra consiste en hallar tregua.

Mi garganta abotagada, mi angustia en su fallido remedio. Presencia de un lastre.


Desasosiego y pudor notorio que pesa en el pecho por la inacción deleznable. Mi
estertor anuncia la fatiga y el agotamiento que indica la necesaria liberación de la
perfección como punto de llegada ¡Ser más humana, ser imperfecta!

Maltrecho mi cuerpo, es igual a un alma apesadumbrada. Ahora mis escritos son una
elegía, expresión de un llanto lastimero. Sin embargo, el fulgir de mi persona con un
agazapado dolor da extrañamente tranquilidad a quienes permiten mi compañía.

Bendición exuberante que me cobija en innumerables milagros. El conocimiento de sí


es un evento perenne, en cada instante el espacio en donde me presento da aviso de mi
singularidad, y, así mismo, de mi identidad ¿Qué es lo que no eres? Me digo ¿Que
conforma tu mismidad? ¿Qué es eso que eres y nunca cambia a pesar de las
mutabilidades que amenazan tu identidad? ¿Eres lo que piensas? ¿Lo que lees? ¿Con
quienes te relacionas? ¿Eres una bulímica y ya? ¿Eres cómo te relacionas? ¿Eres una
licenciada en proceso? Yo digo que todas esas cosas cambian, que son añadiduras. Soy
algo más que eso, esas experiencias han construido mi ipseidad pero a mi consideración
eso que soy que nunca cambia, mi mismidad, es mi pura presencia en el ser, siendo en
mí.

Tengo todas las edades, he recorrido caminos transitados con el mismo sentir que
aquellos que lo hollaron. He llevado mi locura con dulzura.

Mi avidez ha experimentado desde un baño en el rio a las doce de la madrugada,


contemplando las estrellas y aprendiendo en el ancho cielo que solo la oscuridad es la
que permite conocer la luz, que como dice Nietzsche, es preciso tener un caos dentro de
sí para poder dar a luz a una estrella danzarina. Desde ocho kilómetros recorridos a
pura trocha en veintiocho minutos para fortalecer tu espíritu, para contrarrestar la fatiga
con un paso veloz y para salvarte de las cadenas que te has atado con gritos en los
atardeceres de libertad, viendo las montañas, mirándote en ellas.

Has estado escribiendo en una madrugada, con música suave, una taza de café, la
pijama, dibujar un mándala, bañarte con agua fría a las 3 de la mañana para combatir tu
insomnio.

Has estado comiendo salchichas, pan, yogurt, arepa, chocolatina, pasta, arroz, y luego,
has ido a buscar unos baños públicos para devolver todo cuanto has comido.

Has estado tocando el tambor, sintiendo la rebelión en un ritmo desde las manos hasta el
pecho, deleitándote con las gaitas y el cosquilleo del maracón al son de la cumbia.
Has estado cantando mantras en tu cuarto, con una vela encendida para que el elemental
fuego te acompañe, prendiendo un palo santo para que la tierra te de valentía. Buscando
calma, buscando calmar las turbiedades de tu mente con oración, diluyendo el agobio
con música, apaciguando la ansiedad y la crisis nerviosa.

Te has visto en el espejo viendo tus lagrimas escurriendo por las mejillas, sintiendo un
desconcierto tan inefable que no sabes si alguien te consolaría enjugándote tus parpados
porque después de intentar tantas estrategias para sanarte, ya solo no sabes, no sabes ni
tan siquiera hasta donde te lleguen las fuerzas para parar, morir, seguir o curar .

Esto escribiste aproximadamente a los trece años de edad:

“La situación desgarradora sumergida en un gran trago de melancolía. Llena de


impotencia e indignidad por adversas causas. Anhelando solo dar un grito… un grito de
lamento e impotencia, esa impotencia que sientes que te consume ese “guerrero “que
dicen que cada quien lleva dentro. Tal vez han aplastado y pisoteado a ese guerrero
humillándolo, haciéndolo sentir que es inferior a los demás. A veces se cree no poder
avanzar. A veces solo se quiere desistir, y se viene a la mente que la calidad del oro
solamente es probado en el fuego. El profundo llanto que refleja esa sensación de
debilidad sumergida.”

Has estado desesperada revolcándote en las sabanas, maldiciéndote por despilfarrar


alimento que nutriría a alguien que lo necesitase, odiando tu doble moral, enfrentándote
a tu mezquindad con dolores en la barriga como si vieras en ello la fermentación y la
náusea de unas tripas revolcadas, y sintiendo casi tu garganta perforada sin derecho a
decir nada, ni a tu padre, ni a tu madre, ni a un amigo. Sabías que tú te proveías el dolor
¿Con que derecho te ibas a quejar? Calla, calla niña y resiste el mal que te has
provocado.

Mirando el álbum de fotos recordabas los pocos escorzos de situaciones que te


quedaban en la memoria. Ibas a tu infancia, a los nueve años cuando eras bien gordita,
cuando llegabas del colegio a llorar después de haberte aguantado tantos insultos. Que
te dijeran que no te podían alzar porque quien te alzara se herniaba. Recordando que
cuando comías algo en quinto grado y los demás te veían, hallaban la razón del porque
estaba así. No querías ir ni un día más a clases.

El sobrepeso que tenía me avergonzaba y no me permitía salir a jugar como una niña
normal, era muy tímida precisamente por miedo a la exclusión. Mi mamá me pedía que
saliera a divertirme, y yo no quería salir de casa. Muy poco supe lo que era jugar
yermis, escondidas, cogidas, rejito quemado. Yo miraba a los niños corriendo por la
cuadra desde mi ventana.

Me deje permear por tales comentarios, me decía que así, gorda, despreciable ¿cómo en
mi adolescencia iba a conseguir un novio? ¿Cómo iba a tener amigos y amigas? ¿Cómo
iba a ser aceptada por quienes me rodeaban? Ya estaba harta del rechazo. Y me dije un
día al finalizar el séptimo año escolar que cómo iba a transformar eso, si ya había
intentado con muchas dietas y remedios caseros.

En ese tiempo trasmitían una novela en RCN en donde uno de los personajes tenía
anorexia, una escena era que ella comía muchos chocolates e iba al baño a vomitar y
tomaba laxantes, a mí la escena me quedo en mente.

Ese día almorcé, me vi al espejo, vi mis cachetes regordetes y dije “¡No quiero esto
más!”. Metí mi dedo en la garganta y vomité, era el mes de noviembre del año dos mil
diez. Empecé a ir al gimnasio, hacía tres horas de ejercicio diarias, casi no comía y lo
poco que comía o lo vomitaba, o lo expulsaba con laxantes que tomaba. Bajé
aproximadamente ocho kilos en dos meses, recuerdo que las mujeres me preguntaban
que cual era mi secreto.

Los estereotipos dignos de aceptación que crea la sociedad son chips que se implantan
como un imaginario en el inconsciente, así uno sepa que son estrategias que se crean
para manipular con el fin de mantener sus intereses individuales y particulares que
rondan alrededor de la ambición, es complejo salirse de los estilos de vida que ya se
tienen programados en la cultura que se impone en uno y uno lo recibe en pasividad.
Cuando te percatas, ya está penetrando tu esfera privada.

Primero tuve anorexia, mi padre me decía que estaba muy delgada y mi madre pensaba
que en mi delgadez lucia mejor la ropa. Durante ocho meses no me llegó la
menstruación. Luego, a mis catorce años, seso. Durante un año vomité
aproximadamente seis veces, lo cual es muy poco.

Después del año volvió, no recuerdo exactamente como fue, pero ya no era anorexia, ya
no estaba tan delgada, ya me permitía recibir mayor cantidad de alimento, ya no era tan
enfermizo cuantificar las calorías, yo solo quería cumplir el sueño de comer mucho y no
engordar. Entonces, se convirtió en bulimia.

La bulimia consiste en hacerse muchos atracones de comida, es decir, comer grandes


cantidades de comida y luego vomitarla, la anorexia es algo que se ve a simple vista por
la delgadez extrema, pero la bulimia es engañosa a la hora de que los demás la detecten,
porque es tanta la cantidad de comida consumida que algo debe de quedar en el
estómago, muchas veces es imposible devolverlo todo.

Las condiciones en mi familia facilitaban hacerlo porque en mi infancia la mayoría de


tiempo estaba sola. La soledad que vivenciaba con frecuencia me gustaba porque en ella
podía huir de la realidad, no solo vomitando y comiendo sino que empecé a
experimentar que ella no viene sola, viene con soliloquios en donde tienes la mejor de
las compañías, la compañía que mejor te conoce, la que más sabe de ti, la que te permite
actuar con espontaneidad sin deseo de agradar a los ojos que te observan.

Este fragmento lo redacte cuando tenía doce años:


“En medio de tanta crueldad... Añorando la forma de escapar, yo miro hacia atrás,
recordando que siendo como una niña tal vez mejorará. Me resisto a ser parte de una
peculiar masa. 
Solo quiero volar y vivir mi propio mundo, fugándome de la realidad.”

En la soledad me permitía escudriñar que había una presencia dentro de mí que en


medio de la esclavitud fluía con sutileza, con amor, con observación valorativa ante lo
que me rodeaba, poquito a poquito clarifiqué que eso que palpaba mi pecho sin tantas
razones lógicas y más abstractas, era mi espíritu.

Ponía los CDs de mi padre, que eran de música andina, música tradicional colombiana,
boleros, música llanera, salsa, tangos, merengue, carranga y me encantaba bailar y
cantar. Cuando se empieza la adolescencia se quiere empezar a vivir lo que en la
juventud, de ese modo era más cotidiano que alguien de doce años escuchara bachata o
reguetón, pero como estaba sola en el apartamento, no me importaba, yo sentía la
música de los ancianos como una de ellos, y hasta con lágrimas de conspiración y
alegría. Las letras y las melodías me conectan con lo más recoveco de mi ser.
Navegando en mis entrañas sondeaba el misterio que me provocaban los fenómenos,
añorando y divagando en el trasfondo de una fantasía. Luego, entendí que es porque
llevo el ancestro en mis venas. Yo me inventaba mis coreografías en la sala. Escribía
las letras de las canciones escuchándolas para aprendérmelas y cantarlas a grito herido,
literal. En la casa había libros y enciclopedias y con ellos me distraía un buen rato. Me
gustaba mucho mirarme al espejo y hablar sola, y hacer los personajes que me llegaban
a la imaginación, con gestos graciosos y exagerados.

Tiempo después gracias a los soliloquios estuve en tres grupos de teatro, hubo un
momento de mi vida que quería estudiar artes escénicas, es un arte que te permite
liberarte de las garras de la timidez y de la inseguridad de sí mismo. Es un modo de
comprender la subjetividad de un modo más vivo, siendo tú como otro. La lectura era
una actividad que me ayudaba a sentirme menos despreciable, era leer en letras de otros
lo que me sucedía a mí. La escritura era un ejercicio liberador, era un reto el representar
a través de las palabras el estado propio. Yo sabía que todo pasaba, que más adelante
esas sensaciones y pensamientos se iban a transformar, resultaba entonces divertido
imaginar leer tiempo después lo que había escrito, y ver notoriamente los cambios que
sufrimos con el paso de las vivencias.

A los dieciséis años empecé a cambiar mis perspectivas acerca de mi relación con el
Gran Espíritu, o a lo que le llaman Dios. Comprendí que él habita en mí, en todos y
todas. Que es una fuerza inconmensurable que ordena minuciosa e inteligentemente el
ser, siendo en mí. Si hay algo de lo que estoy segura es que cuando me empecé a
interesar por la filosofía, iba sintiendo en mayor medida su manifestación y hasta el
momento es algo que no ha cesado. También aprendí que Dios no es igual a una religión
y que una religión no es igual a Dios. Que él es la unidad.

El yagé llegó a mi vida. Para mí es un regalo del Gran espíritu, pues en medio de tanta
contingencia se dio la necesidad de nuestro encuentro. El ayahuasca en quechua traduce
“liana o soga de los espíritus”, también llamado yagé; es una liana, un bejuco que se
produce en las selvas amazónicas, es utilizada como medicina ancestral, es un
psicoterapeuta en diferentes culturas indígenas. Aunque viene del cielo a la tierra y de la
tierra a la ciudad.

El yagé me ha permitido, así mismo como a personas cercanas que llevan un proceso
con la medicina a evocar eventos, llegando a la raíz, conociendo la causa de las
enfermedades para modificarlas. De esta manera, el yagé es una gran herramienta para
la curación de adicciones, así como otras enfermedades como la farmacodependencia,
en tanto que el efecto que produce hace que entremos en una profunda introspección, en
donde se nos revelan vivencias reprimidas o agradables. Hace una apertura de
percepción en niveles de intuición y comprensión, se experimenta un estado no
cotidiano, concede la experiencia de acceder a la información del subconsciente o
mundo espiritual y posibilita una correlación entro lo material y lo mental, lo invisible
se hace perceptible. El aprendizaje primordial que he tenido con la planta es que toda
manifestación corporal indica directamente el estado mental o espiritual.

En una de las experiencias que tuve con el yagé, empecé a bostezar seguidamente, no
paraba de bostezar, apenas cerraba la boca, la habría nuevamente, era tan notorio que
me condujo obligatoriamente a pensar porque me estaba sucediendo eso. Yo quería ir a
acostarme pero sabía que si me acostaba no iba a tener el aprendizaje tan marcado a
diferencia de si me mantenía despierta. En términos generales, me percaté que yo no
quería afrontar la situación que me correspondía en el momento, que quería acostarme y
dormir porque era una forma de huir de la realidad, de mis problemas y de mis
responsabilidades. Que el bostezo se manifestaba porque quería hacerme dar cuenta del
letargo del que tenía que salir. Yo tenía que asumir con coraje. Esto fue una de las
señales que dio inicio al conocimiento profundo de mí interior, de la enfermedad que
estoy viviendo, de las condiciones materiales a las que me enfrento. Fue ahí cuando
después de tanto buscar respuesta del porque mi cuerpo había tendido a esta adicción y
no a otra, encontré una razón que sabía que me iba a conducir luego al resto de motivos
por los que sea había generado la bulimia.

Averiguando en uno que otro libro, meditando, reflexionando, conversando con


personas, caí en cuenta que cuando no hemos sanado alguna parte de nosotros, la vida
nos vuelve a traer la misma experiencia con diferentes disfraces, una y otra vez hasta
que logremos trascenderlo y si es necesario, es preciso reencarnar nuevamente para
vivir la experiencia y aceptarnos a través de ella. La aceptación se trata de ayudarnos a
experimentar y aprender a través de lo que se nos da, sin tanta resistencia, sin pataletas.

Leí un libro que decía que todas las personas tenemos heridas que nos impiden ser
nosotros mismos: Las cuales son: El rechazo, el abandono, la humillación, la traición y
la injusticia, cada herida tiene características particulares, tanto físicas como a nivel de
comportamientos. Claramente yo tengo la herida del rechazo y sé que hay varias
personas cercanas que también lo padecen en alguna medida.
La persona que sufre de rechazo crea una máscara de huidiza, pues prefiere huir y de
ese modo no arriesgarse a ser rechazada, por eso es que a esta persona le gusta mucho la
soledad y pasa a ser imperceptible, convirtiéndose el evento en un círculo vicioso, pues,
ella se da más motivos para alejarse, pensado que la están rechazando. No ve las cosas
de manera objetiva, sino que interpreta todo acorde a la herida que tiene y se siente
rechazada aun cuando no lo sea.

La persona que tiene la máscara de huidiza en muchas ocasiones desde que ha estado
en el vientre ha sido rechazada. En mi caso, mi madre me cuenta que cuando ella quedó
embarazada no se sentía preparada y le costó asumirlo al igual que mi padre. Las
personas huidizas tienden a ser delgadas o a querer serlo porque no quieren ocupar
mucho espacio con la finalidad de no ser rechazados. O también hay personas que su
manera de huir es por medio de la comida, el alcohol o las drogas.

Viven en demasía en su imaginación, por eso suelen ser tranquilos y prudentes, además
de que es porque si explotan o salen del anonimato hay posibilidad de que sean
rechazados. La persona huidiza suele no querer ir al colegio, por ejemplo. Le cuesta
apegarse tanto a las personas como a las cosas materiales, porque el apego le impide
huir.

Estas personas han sido tan rechazadas que se infravaloran, se inferiorizan, creen que no
son dignos de amor, que no tienen valor, que hacen estorbo, que no pueden ser tan
buenos como los demás, por eso también tienen problemas con la sexualidad, y
necesitan revalorizarse queriendo alcanzar un ideal de perfección, pues, piensan que si
se equivocan van a ser juzgados por ello, para ellos ser juzgados equivale a ser
rechazados. Creen que es muy difícil encontrar a alguien que los ame. Cuando es
elegido no lo puede creer y se rechaza, y cuando no es elegido se siente rechazado.
Suelen tener problemas cutáneos para evitar que los demás los toquen o los acaricien, la
persona cree que viviendo ensimismada no va a tener que sufrir más el rechazo. Al
huidizo le es difícil dar su opinión cuando no es solicitada porque cree que a los demás
les parecerá estúpido o los confrontará y, por ende, lo rechazarán. Cada vez que algo le
da miedo esta persona quiere huir porque piensa que no es capaz de afrontarlo. Suelen
sufrir de amnesia porque este es un mecanismo psicológico de defensa para huir de la
realidad, pues existe una incapacidad de aceptar lo que ha sucedido por miedo, se
oculta el pasado porque puede que haya sido doloroso. La persona huidiza es la más
propensa a sufrir de anorexia o bulimia. La bulimia es un constante “prefiero vomitar
que estar en buena salud porque me desprecio profundamente”, el vómito es rechazo de
comida y la comida simboliza el amor, las emociones y la vida. En principal, la bulimia
es un rechazo y repudio hacia sí mismo, es una desesperación, una angustia que se
intenta colmar.

Nuestras heridas nos impiden ser nosotros mismos porque la herida lo que quiere es que
no duela más y crea una máscara, una curita que se ponga para disimular la herida, sin
ser sanada realmente y, por eso se crean las enfermedades que nos hacen un llamado a
revisar algo que sucede en nuestro interior. Por esta razón es que no estoy de acuerdo
con los fármacos. Primero, porque un paciente curado es un cliente perdido, y segundo,
porque es como yo tener un carro y que le empiecen a titilar las luces como muestra de
que tengo que revisar algo en su sistema mecánico y yo romperle las luces para que deje
de molestar. Los fármacos tienen contraindicaciones en el sentido en que si le sirve para
algo, no le sirve para lo otro, si le quita el dolor de cabeza, le da retención de líquido y
esto es porque el cuerpo está pidiendo que algo sea revisado y si se calla, va a buscar la
manera de manifestarse de otro modo.

A mí me parece mejor pensar en porque lo que se presenta, se da así y no de otro modo,


en vez de formar un especuladero. Hay posibilidades que son más propensas a otras.
Cada efecto que se produce tiene como propósito que varias personas conozcan sus
heridas.

No quiero buscar culpables, es inútil. Solo somos personas confundidas que tratamos de
clarificarnos y en esa confusión o claridad nuestros actos tienen una repercusión.

Ahora ya estoy adquiriendo ese “maldito secreto” del que tenía anhelo, pero ya no es
maldito, es benigno. Nunca fue maldito. Solo es que uno tiene las respuestas y las
revelaciones en el momento indicado. Saber cosas de manera prematura suele ser poco
saludable. Ahora comprendo que hay muchas personas que les gustaría o les hubiese
gustado saber con anterioridad toda mi historia y que no me hubieran rechazado como
lo creía.

Encontré que para sanarme tengo que aceptarme y aceptar a los demás. Que debo
amarme imperfecta, que tengo que ser segura de lo que soy sin miedo al miedo. Porque
si me quedo ensimismada voy a sabotear mi proceso. Ahora aprendo a interiorizar que
no soy menos que nadie, que todas las personas tenemos heridas, imperfecciones y
enfermedades, las cuales vinimos a este plano para corregir con paciencia, para
sanarnos, para aprender a aceptar y asumir tanto lo que nos gusta como lo que no.

Me percaté de que debo otorgarme el derecho de cometer varias veces el mismo error o
de experimentar la misma situación desagradable antes de llegar a tener la voluntad y el
valor necesario para transformarme. Viví mucho tiempo huyéndole a mis miedos, yo
ingenuamente creía que huyendo de ellos iban a dejar de perseguirme, y me percaté de
que huirles era salir corriendo y ellos así mismo corrían detrás de mí, siempre estaban
ahí afanándome para que los mirara a los ojos. Hasta que me vi sucumbir en esa huida
fallida. Ya no había otra opción más que enfrentarlos porque ya estaba agonizando en
ellos, en la vulnerabilidad que desvanecía mis huesos y mi mente, y cuando te ves en
esa lenta agonía, mirar a los miedos casi que no es un acto volitivo sino obligatorio. Si
uno no enfrenta a sus miedos, ellos te van a estancar, te van a impedir experimentar, es
decir, equivocarse o acertar. No hay otro modo de acertar que errando. Van a ser los
líderes de la inacción y de la esclavitud del sentimiento pavoroso, pero ese miedo es
coraje en potencia si lo enfrentas, había un anciano que me decía que el miedo es útil en
la medida en que uno hace que sea combustible. Luego, cuando los fui enfrentando, mi
poder personal empezó a acrecentarse. Ahora no es miedo, ahora es virtud. Quien
adquiere virtud, también adquiere sufrimiento y eso es muy bello. Dice Heráclito “Lo
que se opone es concorde y de los discordantes se forma la más bella armonía, y todo se
engendra de la discordia.”

No quiere decir que ya me liberé de ellos, tengo muchos miedos pero hago lo posible
por transcenderlos. Ellos siempre me anuncian una cualidad que tengo para
potencializar.

Después de esto no tengo mucho que esconder, he mostrado escorzos de mis demonios
y de mis virtudes, tengo una gran lista de defectos, un pasado que me sigue jodiendo del
modo más radiante, sed de vivir, sed de morir para renacer las veces que sean
necesarias. Hambre de que las personas me cuenten de sus historias para aprender,
como ahora ustedes de la mía.

Hacer esto que estoy haciendo me tomo días y días para decidirlo porque hay pocas
personas que saben, no lo compartía por vergüenza, no puedo negarlo. Yo aún sigo en la
lucha, esto no ha sanado totalmente, ha disminuido, pero voy con calma y sin pausa. Es
un proceso paulatino, no puedo pedir sanarme de un día para otro, ya que llevo en esto
seis años, la verdad no tengo idea como mi cuerpo y mente han resistido tanto. No sé
qué tan cerca o tan lejos estoy de la muerte, hace mucho no voy un médico. Siento que
estar viva es un milagro. Me siento feliz de ahora haber tenido el coraje de haberlo
compartido. Esta es una estrategia para buscar sanidad, la bulimia en mi vida era un
secreto porque me avergonzaba de mí, y ahora que sé que la curación consiste en
aceptarme, entonces comparto lo que me sucede porque esto es prueba de que ya me es
más fácil aceptar la situación y, además, es una prueba para dejar de temerle al rechazo.
Yo no pido tener a todo el mundo satisfecho con mis actitudes, uno siempre va ser
rechazado por alguien, pero la única manera de ganar esto es siendo uno mismo, sin
necesidad de actuar para agradar a las personas. No puedo permitir que esas pequeñeces
mengüen mi poder. Busco tener confianza en mí misma, pero que esa confianza no se
base en los ojos de mis espectadores, porque entonces dependeré de ellos, sino que la
confianza en mí se dé ante mi propia mirada. Somos personas confundidas que tratamos
de salirnos de nuestra confusión, intentado convencer al otro para que nos dé la razón y,
el otro, al darnos la razón, también está confundido ¡Que paradójico!

Habiéndome ahora despojado de los trapos que me han envestido de vergüenza,


desinhibiéndome con letra y poesía, arrancando mi mascara que se ha puesto en mi
rostro como un mecanismo de defensa psicológico, que en gran medida no he decidido,
solamente se ha presentado, arrojado, sin consultarme como mi existencia. Yo lo asumo
del modo más objetivo que pueda y no a modo de resignación sino con coraje y con
emotividad. Me gusta la gente con capacidad para asumir las consecuencias de sus
acciones. Soy un darse cuenta y me percaté de que antes de vivir de verdad, tengo que
aprender a morir unas cuantas veces. Los acontecimientos que se me han dado me han
construido de esta manera. No es necesario buscar culpables, soy resultado de efectos
tanto propios como impropios. Por más de que el lamento haya querido transformar esta
realidad, ese pasado en presencia, acepto que es irreversible, que es univoco. Ahora lo
más relevante es como me construyo y me deconstruyo con lo inevitable. Qué es lo que
hago con lo que la vida me ha ofrecido, de qué manera me ayudo y ayudo a los demás.
Todas las personas estamos transitando el mismo camino con pequeñas particularidades,
todos y todas estamos en proceso de aprendizaje del otro, del mundo y de sí mismo.
Todas las personas tenemos sufrimientos y lo que cuenta es qué creamos con ese
sufrimiento.

Dice Borges:

“No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la
comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza. La
incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar
torpemente o cantar con melancolía; más en esa danza o en esa canción están
consumados los más antiguos ritos de conciencia: de la conciencia de ser hombres y de
creer en un destino común.”

Reconocer que en el conflicto está la armonía. Que soy un vaivén entre lo complejo y
lo simple, entre lo denso y lo ligero. Cuando te das cuenta que la queja y el látigo en tus
manos no sirve, solo te hunde y te estanca, tomas el perdón, que para mí es darse cuenta
que no hay algo que perdonar.

Es recibir la densidad con honor. La mayoría de las ocasiones las cosas no salen como
deseamos y recibir todo cuanto llegue con ecuanimidad y serenidad es a lo que le llamo
humildad, tomar mi suerte, sea la que sea, y aceptarla tal cual como es, sin lamentos y
más bien tomarla como base para mi lucha y mi desafío.

Este camino de buscar la sanidad ha consistido en intentar cientos de estrategias e ir


descartando cada vez que una de ellas falla, yo ya intenté la reserva, tenerlo como un
secreto, pero no funcionó. Por eso ahora lo comparto, porque seguir manteniéndolo
escondido, es seguir con la vergüenza, es no soltar la culpabilidad y el repudio que
tengo hacia mí misma, que es la causa base de mis manifestaciones corporales.

Sé que hay personas que están dispuestas a escuchar la historia del otro y verse a sí
mismos en ese relato, desde la divergencia, hasta la convergencia. Esta enfermedad me
ha traído dolorosas fatigas, no obstante, del caos deviene la calma, del estancamiento
deviene la claridad. No hay mal que por bien no venga. Ahora cuento con que me curo
contándoles a los demás y siento que los demás se curan cuando dentro de mi voz se
escuchan a sí mismos. Por la misma razón, la sanidad y el amor más que ser un regalo,
es una obligación. Decía Facundo Cabral que cuando estas amargado, amargas a todo el
vecindario. Conociendo la oscuridad de sí mismo comprendes la oscuridad del otro
como si fuese tuya. Es en lo oscuro del pozo donde está la luz de tu oro. Es traspasando
tu miedo donde está tu don milagroso. El fracaso ya no es errar, el fracaso es no intentar
el riesgo o la ganancia posible de adquirir. La derrota es el desaliento, es dejarse
sucumbir en el letargo y en la indiferencia. Lo que busco no es demostrar, sino mostrar,
dar a conocer mi subjetividad. Me he permitido dudar, pero también es bueno permitirse
decidir, tal vez estas certezas que tengo ahora se transformen después, y sean
provisionales, pero el aquí es el ahora, el aquí es lo irreversible, esta es la eternidad que
se muestra como una aparente efimeridad.

Finalizo con un fragmento que escribí aproximadamente hace dos meses:

“Tanto que sucumbo, tanto que las derrotas me desvanecen y aun así, sigo
resplandeciendo con una brillante lucecita inmarcesible...cual si fuese fuego en una
noche oscura de desasosiego. En la fría mezquindad me topo con las calurosas fuerzas
que atañen la laudable presencia de mi espíritu vehemente.”

FIN.

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