Fiesta de La Exaltación de La Santa Cruz

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Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

Significado de la festividad

septiembre 14, 2020 10:40Manuel González López de LemusEspiritualidad


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(zenit – 14 sept. 2020).- Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. En zenit, D. Manuel
González López de Lemus, sacerdote de la prelatura del Opus Dei, explica qué se celebra en esta festividad, su
historia y su significado.

Una de las primeras preguntas de Catecismo de la Doctrina Católica es: “¿Cuál es la señal del cristiano?” Y la
respuesta era clara y diáfana: “La señal del cristiano es la Santa Cruz”. Lógicamente, la siguiente pregunta
pedía explicaciones sobre esa respuesta. “¿Por qué la Santa Cruz es la señal del cristiano?”

Y la respuesta nos daba una frase corta y concisa, pero llena de contenido teológico: “Porque en ella murió
Jesucristo, por amor a nosotros para perdonarnos de nuestros pecados. Mejor no se puede decir”.

Fiestas para honrar la cruz

Conociendo la centralidad de la Santa Cruz, la Iglesia la celebra con tres fiestas diferentes: Viernes Santo, la
Exaltación de la Santa Cruz el 14 de septiembre y la Invención de la Santa Cruz el 3 de mayo. Esta última
celebración ha desaparecido del calendario romano litúrgico en la última reforma de 1960.
En la fiesta del 14 de septiembre, y en todas las demás, se recuerda y se honra la cruz, en la cual nuestro Señor
Jesucristo fue crucificado. La particularidad de esta fiesta de la exaltación de la Santa Cruz y su celebración es
la siguiente: Después que santa Elena descubrió el leño de la Santa Cruz alrededor del año 335 y se consagró la
basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén donde quedó para el culto de los cristianos.

Historia

Hacia el año 614 hubo un saqueó en la ciudad santa a cargo de Cosroes II, rey de los persas. Murieron unas
80.000 personas, además de los miles que se llevó de prisioneros junto a todos los tesoros robados de la ciudad
Santa. Siendo el más valioso de ellos la Santa Cruz el tesoro más preciado que santa Elena había colocado en la
basílica del Santo Sepulcro.

Ante este atentado contra los judíos y cristianos, fue reparado por el emperador Heraclio que, en el 628,
después de pedir a toda la cristiandad que rezaran, ofrecieran oraciones y ayunos, recuperó de los persas tan
preciada reliquia y la restituyó a su lugar original. Como anécdota se cuenta, que él la tomó personalmente
vestido con todas las insignias de su realeza para llevarla a Jerusalén, el peso de la Cruz se fue haciendo más y
más insoportable.

Zacarías, obispo de Jerusalén, le hizo ver que para llevar a acuestas la Santa Cruz, debería despojarse de la
pompa real, e imitar la pobreza y la humildad de Cristo, que se había abrazado a la Cruz desprendido de todo.
Heraclio vistió entonces humildes ropas de penitente, y descalzo, pudo llevar la Santa Cruz a la basílica del
Santo Sepulcro.

Dos maderos
La centralidad de la Santa Cruz nos ayuda a prestar atención a dos maderos que compendian nuestra fe. El
árbol del conocimiento del bien y del mal (Gen. 2:17). Este es el lugar donde nuestros primeros padres cayeron
en la tentación, donde el diablo venció sobre ellos y como castigo perdimos tantos bienes del orden de la
naturaleza y del orden de la gracia.

Para que no cayéramos en desesperación, Dios mismo en un acto de misericordia les hizo una promesa de
salvación o una alianza que renovará a lo largo de la historia de la salvación. Este árbol, está representado
durante las fiestas de Navidad con un árbol de hoja perenne, y con bolas de colores que representan el fruto
prohibido.

Así podemos contemplar y meditar el motivo de que Jesucristo se haya hecho hombre. El credo lo deja
clarísimo: Que por nosotros y nuestra salvación bajo del cielo y se encarnó de María Virgen.

El segundo árbol es la Cruz, no tiene hojas, el fruto cuelga del madero y la iglesia el Viernes Santo canta: Este
es el árbol de la Cruz, en el que estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo. Esa liturgia se centra
en la Cruz como árbol que, a través de la muerte del Redentor, nos da vida Nueva que ya no tiene fin.
Mientras, el árbol del paraíso, aunque estaba lleno de frutos fue la ocasión de engendrar la muerte.

Árbol de la vida y árbol de la muerte


El árbol de la vida, la cruz. Y el árbol de la muerte, el del paraíso. De uno viene la desobediencia, el querer ser
como dioses compitiendo con Dios y arrebatándole sus dones y el otro árbol de la Cruz es fuente de Vida ya
que manifiesta que la identificación con Dios se hace por medio de la aceptación de la voluntad divina y Cristo
nos enseña el modo en que podemos y debemos ser como dioses: Señor, hágase tu voluntad y no la mía. Por
eso María es un ejemplo de santidad cuando su reacción a los dones de Dios es muy parecida a la de Cristo:
“He aquí la esclava del Señor. Hágase en mi según tu Palabra”.

Así la Cruz que es un signo de contradicción ya que brazo vertical de la vida se opone contra el brazo
horizontal de la muerte. Sin embargo, al colgar a un hombre inocente que paga por los pecados de los hombres
se convierte en un signo de amor, redención y salvación, a pesar de que entre los judíos como nos dice S. Pablo
era signo de escándalo y los paganos la veían como una necedad.

Por todo ello, san Pablo hace una apología en el comienzo de la primera carta a los Corintios, defiende ese
signo de salvación.

Resumen de la fe

De este modo ese signo, gracias a la Encarnación y a la Redención del género humano, se convierte en el
perfecto resumen de nuestra fe. Cuando un escriba pregunta a Jesucristo cual es el primer mandamiento de la
ley, para probarlo, Él responde con la Shemá, oración muy conocida de los judíos: “Un escriba se acercó a
Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de los mandamientos? Jesús respondió: El primero es: Escucha, Israel:
el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma,
con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.
El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento más grande que estos. El
escriba le dijo: “Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que
amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí
mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios. Jesús, al ver que había respondido tan
acertadamente, le dijo: Tú no estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas”
(Mar.12:29). Nuestro Señor Jesucristo ha resumido los diez mandamientos en dos: Amarás a Dios sobre todas
las cosas y al prójimo como a ti mismo.

Unión de tierra con cielo

La Cruz también simboliza esta verdad ya que el brazo horizontal representa la unión de tierra con el cielo y
por lo tanto el amor a Dios sobre todas las cosas y el brazo horizontal el amor al hermano y la unión de lo que
está a la derecha con lo que está ala izquierda. Pero ese brazo no puede flotar en el aire, ha de apoyarse en el
vertical.

Es decir: nuestro amor al prójimo tiene que ser la más clara expresión de nuestro amor a Dios. Ya lo dice el
apóstol san Juan en su primera carta (1 Jn 4:20): “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es
un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ha visto”.

La Cruz es el símbolo del cristiano y hemos de celebrarla con nuestras fiestas, llevarla en nuestro pecho y
recordarla junto al misterio de la Santísima trinidad: Tres personas y un solo Dios verdadero (nombre, no
nombres). En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

La Impresión de las Llagas de San Francisco. 17 de septiembre.

“Y ahora os anuncio un gran gozo y un nuevo milagro. El mundo no ha conocido un signo tal, a no ser en el Hijo de Dios,
que es Cristo el Señor. No mucho antes de su muerte, el hermano y padre nuestro [Francisco] apareció crucificado,
llevando en su cuerpo cinco llagas que son, ciertamente, los estigmas de Cristo. Sus manos y sus pies estaban como
atravesadas por clavos de una a otra parte, cubriendo las heridas y del color negro de los clavos. Su costado aparecía
traspasado por una lanza y a menudo sangraba.(…) Por tanto, hermanos, bendecid al Dios del cielo y proclamadlo ante
todos, porque ha sido misericordioso con nosotros, y recordad a nuestro padre y hermano Francisco, para alabanza y
gloria suya, porque lo ha engrandecido entre los hombres y lo ha glorificado delante de los ángeles". (Carta de Fray
Elías, anunciando la muerte de San Francisco de Asís, 3 de octubre de 1226).

Este es un fragmento de uno de los documentos más antiguos que se conservan en la Orden Franciscana y cuya
autenticidad está fuera de duda. Fray Elías, Vicario del Santo, comunicaba por medio de esta carta, a todos los
hermanos esparcidos por el mundo, el feliz tránsito de Francisco y al mismo tiempo, el descubrimiento al momento de
amortajar su cuerpo, de un prodigio que hasta ese momento pocos conocían, y apenas unos cuantos frailes habían
visto: los estigmas en el cuerpo de San Francisco; y como lo leemos en el fragmento, incluso los describe, con la
seguridad de quien escribe lo que vio.

El contexto.
Desde hacía unos años atrás, se vivía en la Orden Franciscana un clima algo tenso, propio de una crisis de crecimiento:
Ya no era aquel grupo de hermanos, inexpertos, que se presentaron ante el "Señor Papa" pidiendo permiso para vivir el
Evangelio simple y llanamente. Eran ahora, una multitud de hermanos venidos de todas partes, de toda extracción
social y cultural, siendo un gran grupo de ellos, universitarios y letrados que exigían una organización menos
espontánea y más estable, al estilo de la Orden de los Dominicos. Francisco, "simple e idiota", como se
autodenominaba, se sentía desbordado ante tanta exigencia. Lo suyo no era ser legislador ni alto dirigente. Es por eso
que luego de la aprobación de la Regla por el papa Honorio III, el 29 de noviembre de 1223, Francisco se dedica con
más empeño a la contemplación y oración, dejando el gobierno práctico de la Orden en manos de fray Elías de Asís, su
Vicario (algunos sostienen que era de Cortona). En la nochebuena de 1223, con permiso del Papa, había preparado el
pesebre en la Misa, inaugurando la tradición de preparar belenes en Navidad. Ahora, ya entrado el año de 1224, el
Señor "posaría Su mano sobre su siervo y lo llevaría a la cima del monte". (Antífona del Oficio de lectura, propio de la
Fiesta).

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