Leyenda Yurupari
Leyenda Yurupari
Leyenda Yurupari
En el principio del mundo una terrible epidemia se desató entre los habitantes
de la Sierra de Tenui, atacando exclusivamente a los hombres. Sólo se
salvaron unos pocos viejos cansados y ya vencido por los años, y un anciano
payé. Preocupadas por esto las mujeres, que veían la extinción de la raza en
un futuro no muy lejano, ya que no había en la vecindad ningún pueblo al
cual acudir para proveerse de lo que les faltaba, decidieron reunirse para ver
si era posible encontrar solución a tal estado de cosas. En todos los rostros
se veía consternación y sólo el viejo payé se mantenía sereno e
imperturbable. Su ciencia, considerada para este caso impotente, no había
sido consultada como era la costumbre. En las orillas del Lago Muypa, donde
Seucy l solía bañarse, tuvo lugar la reunión de las mujeres.
Y con todas las mujeres fue a bañarse en las aguas del lago, de donde cada
una volvió con una sonrisa en los labios y una esperanza en el corazón. —
Ahora, —dijo el payé—, cada una lleva en sus entrañas el germen de la vida.
En verdad, todas estaban en estado de gravidez: él las había fecundado sin
que ellas siquiera lo sospecharan. Hecho esto, el viejo payé, con una agilidad
rara para su edad, trepó a la Sierra de Duba. Llegado allí lanzó un grito
prolongado: —éééé ... y se precipitó en el lago, cuya superficie quedó
cubierta de un polvo blanco. Era el polvo con el cual el payé, que no era viejo
como parecía, había ocultado su juventud. Seucy también estaba
zambulléndose en el lago, dejando como huella de su paso por el azul del
cielo una senda casi blanca sembrada de pequeñas estrellas. Las mujeres,
colmadas de dicha, comentaban entre sí el feliz suceso, olvidándose de que
ellas también habían tenido parte en él. Llenas de extrañas sospechas, que
desaparecían ante la realidad de los hechos, se examinaban atentamente
para asegurarse que aquello no era un sueño. Diez lunas más tarde, en el
mismo día y hora, todas daban a luz, asegurando de esta manera el futuro de
la gente de Tenui. Entre los recién nacidos había una espléndida niña, que
por su belleza fue llamada Seucy. La Seucy de la tierra era la réplica de la
Seucy del cielo y creció hasta la edad de los primeros amores tan pura como
la estrella de la mañana. Un día quiso comer de la fruta de pihycan y se
internó en la selva. Fácilmente encontró la fruta apetecida y no le fue difícil
alcanzarla pues unos monos, antes de que ella llegara, habían hecho caer
algunas que frescas y apetitosas estaban aún en el suelo.
El hombre que mostrara los instrumentos, o revelara a una mujer las leyes
secretas vigentes, sería obligado a envenenarse, y si se negara a hacerlo,
correspondería al primero que lo encontrara darle muerte, bajo pena de
merecer el mismo castigo. Todos los jóvenes que alcanzaran la edad de la
pubertad deberían conocer las leyes de Yurupary y tomar parte en las
festividades de los hombres. Las fiestas tendrían lugar: Cuando la
chunaquyra 9 fuera desflorada por la Luna. Cuando debiera comer la fruta
del pihycan. Cuando debiera comer caza del monte. Cuando debiera comer
carne de pescado grande. Cuando debiera comer pájaros. Pero todo esto
después de que la chunaquyra hubiera pasado una luna entera, esperando
su hora, y alimentándose de cangrejos, sauba * y bejú**, sin verse ni tener
contacto con hombre alguno. Cuando se celebrara el dabacury *** de fruta,
pescado, caza u otro, en prenda de buena amistad. Cuando se terminara un
trabajo fatigoso, como derribar árboles, construir casas, plantar roco, u otra
labor semejante. Todos los ejecutantes de Yurupary llevarían en la mano una
capeta n para castigarse recíprocamente en recuerdo del secreto que
deberían guardar. Todos aquellos que recibieran algún instrumento de
Yurupary (lo que sucedería durante la siguiente luna llena), estarían
obligados a ir a enseñar por todas las tierras del Sol, no sólo las cosas ya
dichas, sino también las que serían enseñadas en la fecha inaugural.
Apenas los viejos tenuinas fueron descubiertos por los nunuibas, salió a su
encuentro para recibirlos un grupo de bellas jovencitas que los invitaron a
tomar parte en la fiesta, celebrada en ocasión de la boda de la hija del
íuixáua. Nunuiba en persona vino a saludar a los recién llegados y los
condujo a la sala de la danza, dando a cada uno una maraca, signo de
amistad y de paz cuando viene de las manos de un jefe. Después de beber
algunas cuia * de cachiri ** y de capypinima *** entraron también los viejos en
el círculo de las danzas, teniendo cada uno una graciosa joven a su lado.
Estas desplegaban en el baile todos sus encantos y con halagos y palabras
trataban de excitar a sus viejos compañeros. Dictaba el uso de los pueblos
del Sol que no se rehusase nada de lo que era ofrecido y los viejos bebieron
sin medida y terminaron embriagándose. Uno de ellos dejó escapar estas
imprudentes palabras: —¡Qué buena tierra es ésta donde las jóvenes son
todas hermosas como lo era nuestra Seucy! ¡Pero quién sabe si mañana
estarán maldiciendo nuestra llegada a causa de la ley de Yurupary! Dicho
esto, se durmió. Pronto las imprudentes palabras corrieron de boca en boca,
produciendo el efecto de un remolino en la cascada. —Se trama una traición
contra nosotras, —dijo una de las nunuibas—. Debemos tratar de descubrirla
pronto para tener el corazón tranquilo. Mañana cada una de nosotras, aquí o
en su casa, debe obligarlos a revelar lo que se trama contra nosotras, por
medio de seducciones o de sorpresas. Aprobado el plan, decidieron que
algunas de ellas irían al día siguiente a la casa de los viejos. Y así se hizo.
Cuando los viejos volvieron a su casa, ya estaban allí las más hermosas
muchachas del pueblo, apenas salidas del baño.
Yo también voy con ustedes —dijo Ualri—; quiero enviarle una canasta de lo
mismo a la ingrata Diadue. —Vamos, — dijeron los jóvenes—, aquí cerca
hay un árbol muy cargado de fruta; alcanzará para todos. Como el
uacuiucuyua era muy grande y los curumy 20 no podían trepar, le pidieron al
viejo que se subiera para que les tirara la fruta. Y el viejo les hizo caso, pero
advirtiéndoles que no encendieran fuego bajo el árbol. Ya Ualri estaba
tumbando a palos el ua\ú de entre las ramas, cuando los muchachos
encendieron una gran hoguera para tostar allí los frutos. La fruta es muy
aceitosa y en un instante un denso humo invadió el árbol. A punto de
sofocarse, y no sintiéndose muy bien, Ualri apenas tuvo tiempo de tomarse
de las ramas para no caer, sin acordarse en ese momento del amuleto que
llevaba al cuello. Los curumy comían la fruta tostada sin imaginarse los
padecimientos que sufría el viejo. Sólo cuando estuvieron satisfechos,
apagaron el fuego. Cuando el humo se disipó, notaron que de las ramas del
árbol descendía una gruesa liana hasta el suelo, que antes no estaba allí, y
por ella vieron descender a Ualri. —Abuelo, ¿qué liana es ésa que te ha
servido de escalera? Ualri-puy 21 —respondió él furioso—. Ya no se
acuerdan que me estaba sofocando con el humo. Que quede esto como
constancia de que unos picaros querían matar a un viejo. Se llevó a la nariz
su amuleto, y pidió lluvia, relámpagos y truenos que de inmediato le fueron
concedidos. Y los muchachos corrían de un lado a otro para protegerse del
temporal. Ualri desde la selva los llamó diciéndoles que allí había una casa
donde podían protegerse.
—¿No sabes por qué? ¿Qué has hecho con los muchachos que fueron a
recoger ua\ú ? —¿Es por eso? Ellos me quisieron dar muerte y yo me
vengué. —Si ellos atentaron contra tu vida, no fue a sabiendas, —dijo el
payé—; eran jóvenes inocentes y sólo conocían dos cosas en la vida: la
dulzura de los frutos que buscaban en el bosque para comer y la dulzura del
seno de sus madres donde de noche se dormían, cansados de las fatigas del
día. Quisiste ignorarlo, y, por lo tanto, morirás, pagando con la vida la maldad
de tu corazón. Morirás cuando los uacuráua * comiencen a volar sobre
nuestras cabezas. —Ya que debo morir, —dijo Ualri—, que me pongan boca
arriba sobre una hoguera. Y cuando mi cuerpo esté ardiendo, te ruego que
vengas a mirar encima de mi vientre, porque es de allí que saldrá mi amuleto;
tómalo y dáselo a Diadue como recompensa de su traición. Y cuando el Sol
desaparecía y los uacuráua comenzaban a volar, llevaron al condenado al
lugar del suplicio. Y a lo largo del camino de sus huesos salía una música
nueva, y el payé dijo al tuixáua: —Es la música de Yurupary. Y cuando Ualri
vio la hoguera sobre la cual debía morir, exclamó: — Ingrata Diadue! ¡No
sabía que tu belleza me costaría tan cara! Pero ten la seguridad, y grábate
bien esto en la mente: ¡mañana seré vengado! El Sol había desaparecido y
numerosos sobre la cabeza de los nunuibas volaban los uacuráua, cuando el
payé hizo arrojar sobre la hoguera al condenado. De la boca de Ualri no se
escapó un solo gemido. Cuando su cuerpo comenzó a arder, el payé se
aproximó para ver si de la boca salía la maracaimbara. En ese momento
oyeron un ruido espantoso que estremeció la tierra, y del vientre de Ualri
salió una passyua 24 que se remontó hasta tocar el cielo.
Los tenuinas notaron que Yurupary estaba triste, pues sus ojos indicaban
que había llorado. Se daba cuenta que entre su gente podía haber alguno,
que enamorado de su mujer, tal vez no sabría guardar el secreto, y para
evitar esto fue que ordenó el baño con genipá y el maíz en la boca. Apenas
llegaron los hombres a sus casas, las mujeres les preguntaron: l Para qué los
llamaron ? —Para ver un gran ugá que el tuixáua pescó en el lago.
¿Entonces es tiempo de que los ugá vengan a la tierra? —Cierto, si salió
uno, es probable que salgan muchos. —Si es así, —dijeron las mujeres— ,
iremos esta noche a esperar a los ugá en la orilla del lago. Apenas llegada la
noche, Yurupary quiso saber qué había ocurrido con su gente en el Aiarí, y
sacando del matiry una pequeña piedra colorada le pidió que le mostrara lo
que había sucedido con los suyos. Le gustó la Yurupary-oca, admiró la
belleza de las nunuibas, se rio de los viejos, pero cuando llegó a Ualri y a su
venganza, arrojó la piedra contra el tronco que sostenía el techo de la casa.
La piedra se hizo polvo y éste se convirtió en luciérnagas que tiñeron la
oscuridad de la noche.
Pero esto no fue suficiente y ahora las mujeres que están a la orilla del lago
piensan que habiéndome elegido tuixáua, sería esclavo de su voluntad; pero
los que me oyen saben que he venido para reformar los usos y costumbres
de los habitantes de todos los pueblos. Cuando estemos a las orillas del Aiarí
les diré lo que debemos hacer; sin embargo el que no cumpla mis órdenes
será castigado de modo terrible. Calló. La gente, que no se atrevía ni a
parpadear mientras él hablaba, esperó que prosiguiera, pero de su boca no
salió ni una palabra más. Miraba distraído a lacy-tatá, casi como si estuviera
conversando con ella. Cuando los tenuinas vieron que ya no había razón
para permanecer atentos, fueron a extenderse sobre la estera, hasta que
vino la madre del sueño a separarlos de su propio espíritu. Cuando
despertaron con el soplo del viento que murmuraba entre las hojas del
bosque, se hallaron todavía en la estera donde se habían adormecido, pero
en las orillas del Aiarí sobre la Yurupary-oca. —Sepan que estamos en las
márgenes del Aiarí —dijo Yurupary—, y antes de abandonar este lugar,
donde desde ahora tendremos nuestras reuniones, les enseñaré lo que hay
que hacer, pues no quiero volver a castigar a nadie. Los hombres deben
tener el corazón fuerte para resistir las seducciones de las mujeres, que
muchas veces tratan de engañar con caricias, como sucedió con los viejos
que envié aquí. Si las mujeres de nuestra tierra son impacientes, curiosas y
charlatanas, éstas son peores y más peligrosas, porque conocen algo de
nuestro secreto. Pocos se resisten a ellas, porque sus palabras tienen la
dulzura de la miel de abejas, sus ojos la atracción de la serpiente, y todo su
ser tiene seducciones irresistibles que comienzan dando placer y terminan
subyugando. Estas palabras no las digo para hacerlos rehuir el contacto con
las mujeres, sino sólo para que puedan resistirlas, y para que ellas no se
apoderen de nuestro secreto que únicamente los hombres pueden conocer.
Ualri, aunque viejo, agobiado por la madurez de sus años y con los sentidos
ya fríos, se dejó, sin embargo, seducir por ellas; reveló parte de nuestros
secretos, pero pagó con la vida su traición. Quienes se sientan bastante
firmes de mente y fuertes de corazón, podrían afrontarlas. Y ahora entremos
en la casa, pero cuando llegue la noche al centro del cielo deberán reunirse
todos aquí. Cuando entraron a la Yurupary-oca, encontraron a los cuatro
viejos a punto de morir de hambre. El día siguiente de la muerte de Ualri se
habían ocultado allí, dispuestos a dejarse morir de hambre, pues no
encontraban una excusa para justificar la ausencia de su compañero. Apenas
los vio Yurupary, leyó rápidamente su pensamiento, y dijo: —¿Creen que la
muerte puede borrar los errores que han cometido ? No es una vergüenza
que un joven sea vencido por una mujer, pero cuando los cabellos blancos
dicen que la juventud está ya lejana, es una liviandad digna de castigo. Y
ahora, vayan algunos al bosque y tráiganme hojas de yuacáuaSi para poder
pescar pronto; es menester salvar a estos viejos insensatos. Y llegaron las
hojas de yuacáua, y él las trenzó juntas, y habiendo sacado de su matiry un
pedazo de resina de cunauarú^, frotó con ella la nueva red y ordenó que
fueran a pescar al río. Cuando los pescadores estaban recogiendo las redes
en tierra, saltó del agua una gran cantidad de iuhy38 , que entrando por la
puerta rápidamente llenó la sala principal. —Preparen de comer lo de los
viejos, y después que cada uno se ocupe de sí mismo.
Y ella hizo como se le dijo, y cuando salió del baño se había convertido en
iacamy40 , como eran todos los compañeros de él. La muchacha había
entrado a hacer parte de la tribu de los iacamy. Algunas lunas más tarde
Dinari * (este era el nombre de la joven) sintió en sus entrañas que estaba
próxima a ser madre, y se lo reveló a su marido. Se pusieron de inmediato a
hacer un nido para depositar los huevos, y Dinari estaba contenta porque ya
creía ver a su alrededor a sus peludos pichones. Pasó una luna, llegó la
segunda, entró la tercera y Dinari ya no podía tenerse en pie, y entonces los
dos supieron que la hierba no la había transformado completamente, y que a
pesar de haberse convertido en pájaro, lo que llevaba en el vientre eran
seres humanos. Entonces ella le pidió al marido que le restituyera su forma
primitiva para escapar de la muerte y salvar a los hijos que ya daban señales
de vida. El marido la condujo al Dianumion y, preparada la misma poción, se
la dio a beber y ella volvió a ser como era antes. Cuando Dinari completó
diez lunas, dio a luz un varón y una niña. Y la niña tenía un puñado de
estrellas en la frente, y el varón una serpiente, con las mismas estrellas, de la
frente a los pies. Los dos niños nada tenían de la raza del padre; se parecían
a la madre, llevando además las estrellas con que habían venido al mundo.
Cuando llegaron a la edad de la pubertad, un día el varón le preguntó a su
madre por qué tenía tantos ilapáy41 , que sólo servían para incomodar a los
que duermen en la noche. —Antes de que nacieran ustedes no tenía con
quién pasar el tiempo, y me dediqué a criar estos pájaros, y ahora los amo
como te amo a ti y a tu hermana, y te pido que jamás les hagas daño; son
buenos compañeros y me moriría de dolor si huyeran. Mañana debo ir lejos
de aquí a buscar alimento, y para que no se queden solos, una parte de ellos
deberá quedarse para que te acompañen a ti y a tu hermana. El muchacho
no preguntó nada más, se puso a hacer dos arcos y todas las flechas que
pudo, para en la ausencia de la madre probarlas contra los iacamy. Desde el
día en que nacieron, los muchachos dormían solos, encerrados en una pieza
donde nunca había entrado nadie de noche. Esa noche sentía Dinari el
corazón inquieto; daba vueltas por la casa, hasta que le vino un deseo
irresistible de ver a sus hijos, y entró en el cuarto donde estaban durmiendo.
Ellos dormían y las estrellas que tenían sobre el cuerpo brillaban como las
estrellas del cielo, y cuando Dinari vio tal cosa, retrocedió asustada. Presa de
un terror que no comprendía, llamó al marido para que viera cómo brillaban
esas estrellas. Y el marido vino y entraron juntos donde dormían los niños. El
permaneció largo rato mirándolos, sin decir una sola palabra; luego salió e
interrogó a Dinari: —¿Qué quieren decir esas estrellas en nuestros hijos? —
No lo sé. —No habrás tenido estos niños con otro? —¿Y cuándo habría
podido serte infiel si no nos hemos separado nunca? En realidad creo que
quieres culparme de lo que sólo debe atribuirse a la madre de las cosas. —Si
tus hijos fueran míos, primero habrías puesto huevos, de los que después
habrían salido mis verdaderos hijos que se me asemejarían. Pero todo salió
al revés; y ahora, para hacerme dudar más todavía, tienen estrellas que
brillan como las del cielo. No te diré nada más; apenas te propongo que
abandones a estos niños y te vayas conmigo. —¿Yo abandonar a mis hijos?
¡Jamás! —¿No aceptas? Pues bien, puedes quedarte: mañana ya no me
encontrarás entre mi gente, y sin que me lo impidas he de descubrir lo que
me ocultas.
—¿Dónde están los cuerpos de los iacamyl Los amontonamos a los pies del
ucuquy * en el camino. Dinari corrió inmediatamente hacia donde crecía el
ucuquy y se quedó horrorizada ante la cantidad de muertos causada por obra
de los dos jóvenes. Entre ellos reconoció a su propio marido y casi
enloquecida se arrojó sobre su cuerpo, diciendo: — ¡Ay! ¡Con demasiado
rigor fue castigada tu imprudencia! ¡Cambiaste el color de tu lomo para que
tus hijos te mataran! Daría todo mi corazón por no verte muerto; hubiera
querido poder presentarte a mis hijos y revelarles el vínculo que los unía.
¡Ahora todo ha terminado! Y ella no quiso ya quedarse más en esa tierra,
donde fue tan feliz y donde era ahora tan desgraciada. Cuando el urumutú42
anunciaba el alba, Dinari y sus hijos partieron caminando hacia el Oriente.
Caminaron el día entero, y ya al languidecer el día llegaron a la cima de una
montaña desde donde se percibía la maloca de los bianacas. Dinari
reconoció su antigua morada, se sentó sobre una piedra, llamó cerca a sus
hijos y abrazándolos comenzó a llorar. Los jóvenes vieron que su madre
lloraba desconsoladamente, y no sabiendo por qué, el varón le preguntó: —
Mamá, ¿por qué lloras? ¿Tienes sed? ¿Tienes hambre? Dime qué debo
hacer para que no llores. Si fuera necesario voltear esta montaña, con las
raíces hacia el cielo, lo haría. —No tengo hambre ni sed, sólo estoy
lamentando que mañana viviremos bajo las rigurosas costumbres de esta
gente, por lo que quizá tendremos que separarnos. Yo iré a la casa de las
inútiles, tú a la de los solteros y tu hermana a la de las solteras, de donde
ninguno de ustedes podrá salir hasta que encuentre consorte, y yo cuando
venga la muerte. —¿Y quién va a permitir semejante separación? Yo no,
ciertamente. Te he dicho en verdad que si es necesario darle vuelta a esta
montaña, con las raíces hacia el cielo, lo haría, porque puedo hacerlo, y para
que no dudes de mis palabras, mira.
reunieron en la casa del tuixáua para saber lo que pensaba de esa gente,
hija del cielo. Unos decían que estaba bien permitirles que se quedaran entre
ellos, porque de otra manera este muchacho podía enojarse y destruir la
maloca, tirando sobre las casas rocas como aquélla que arrojó de nuevo
contra la montaña. Otros, que era necesario tratarlos bien para no suscitar la
ira del muchacho, y que de no ser así, ellos podrían sufrir el efecto del mal
que les causase. Las mujeres esperaban que el muchacho pudiera hacer
algo en su favor y dieron también su parecer. Para ellas este muchacho, que
había despertado tanto miedo, debía tener tan buen corazón como para no
causarles jamás un mal.
Que nadie lo inquietase, porque no hay en el mundo nadie que sintiéndose
ofendido no trate de vengarse. Y ellas no sentían miedo alguno de aquel
muchacho que quizás todavía estaba mamando leche. —Yo también pienso
así —dijo el tuixáua. Acojo a quien le guste dormir a mi sombra, y sería
desagradable rechazar a quien busque vivir en mi maloca. En cuanto a los
temores que sienten ustedes, es fácil evitar que él nos haga mal: nadie lo
ofenda y viviremos siempre como buenos amigos. Ya estaba el sol a la altura
de la coyuntura de un dedo, cuando Pinon fue a la casa del tuixáua que salió
a recibirlo en persona. —¿Cómo pasaste la noche en tu casa? —
Perfectamente, sólo que pensé, y todavía pienso, que por haber creído tú
necesario sacar a los habitantes de la casa, no hemos podido mi familia y yo
entrar en amistad con los de tu sangre. Vengo pues a pedirte, si algo
merezco de ti, que restituyas la casa a sus antiguos habitantes para que
podamos unirnos a ellos en amistad. Somos buena gente, créelo, y
encontrarás en nosotros a personas que saben obedecer tus órdenes, como
verdaderos hijos de la tierra de los iacamy. Y lo dicho por Pinon tuvo tanto
efecto, que el tuixáua accedió inmediatamente a su pedido, y mandó a 17
jóvenes solteras para que hicieran compañía a Dinari y a sus hijos.
—Del lado del Poniente, sobre la cima de una gran montaña, en un lago muy
cerca del cielo, a donde la llevó la madre de los peces y la transformó en
pirarara51 . —¿Puedo sacarla de allí? —Puedes hacerlo, pero es necesario
que aprendas conmigo el secreto del payé, que fumes de mi tabaco, que
aspires de mi polvo, y que ayunes una luna entera, y entonces conseguirás
todo. —Te he dicho que estoy pronto a obedecerte en todo, porque quiero
que me facilites los medios para recuperar a mi madre. —En realidad todos
estos payés que existen hoy, continuó Yurupary, fueron todos discípulos de
Pinon, y él fue el segundo payé del mundo. El último día que estuvo sobre la
tierra, fue el día cuando fecundó a las madres de ustedes, de quienes incluso
yo desciendo, y cuando liberó a su madre y la condujo al cielo donde viven
todos. Y ahora que conocen nuestra historia, les pido que con buena
voluntad me ayuden a cambiar los usos y costumbres de los habitantes de la
tierra, según nuestras leyes. Cuando llegó el día, Yurupary fue con sus
hombres al lugar donde estaba la passyua nacida de Ualri, y a su sombra
contó la historia de su triste origen. —No quiero que nadie sepa que estamos
aquí; por lo tanto, conviene abatir sin ruido este hueso de Ualri. ¿Quién
quiere subir a la cima a cortarle las hojas? Ninguno respondió, y viendo que
todos temían, sacó del matiry una ollita, le puso dentro un pedacito de
xicantá, y la colocó al fuego. Pronto, con el primer hervor, salieron de ella
loros, guacamayas, periquitos y otros pájaros roedores, que fueron a posarse
sobre las hojas de la palma y en un momento las cortaron. Y los de la partida
de Yurupary, que se habían detenido a la orilla del río para beber, vieron que
de las hojas que caían al agua nacían pescados provistos de dientes
agudísimos, cuyas aletas se asemejaban a aquellas hojas52 .
pescado de dientes grandes y tráiganlo para que yo pueda cortar este hueso.
Ellos fueron y le trajeron una tarihyra, y él le arrancó una quijada y con ella
serruchó la passyua que cayó al suelo, pero tan suavemente que apenas se
oyó un ruido como vuelo de pájaros. Yurupary midió y cortó los instrumentos,
y cuando tuvo de ellos el número necesario, arrojó al agua el resto del tronco
de la palma, que fue tragado por las aguas. —Compañeros, lleven pronto
estos instrumentos a casa, porque vienen hacia nosotros no sólo las que
fueron causa de la muerte de Ualri, sino también las sombras de sus cenizas,
que quieren apoderarse de nuestros instrumentos. Lo que dijo Yurupary fue
hecho con la rapidez de una flecha. Cuando Yurupary llegó a la casa, arrojó
en el agua un grano de sal de carurú 53 , que sacó de su matiry, e
inmediatamente descendieron sobre la tierra truenos, relámpagos y lluvia que
daban miedo. Y así Yurupary se salvó de tener que combatir con las sombras
de las cenizas de Ualri. Durante esa misma noche, en medio de una terrible
tempestad, transportó la Yurupary-oca a las orillas del Cayarí, cerca de la
cascada de Nusque-Buscá 54 , que hoy llaman raudal de Yurupary. Los
tenuinas aquella mañana se levantaron tarde, porque creyeron que el ruido
de la cascada era la continuación de la tormenta. Yurupary les habló así: —
compañeros, nos hallamos muy lejos de las sombras de las cenizas de Ualri
y de las mujeres que saben engañar a los hombres; pero eso no quiere decir
que estén ya libres de sus seducciones. Nos encontramos cerca de otra
tierra donde las mujeres también son hermosas, y tampoco son menos que
aquéllas en astucia y curiosidad. Ahora terminaré de decirles las últimas
cosas sobre nuestra ley, pero antes quiero que conozcan el nombre de cada
instrumento, y por qué se llama así. Siéntense a mi alrededor y escuchen:
Este es el instrumento principal, tiene mi altura y se llama ualri, de quien
todos conocen la historia. Este que tiene el largo de mis piernas se llama
yasmeserené BS', porque es el único animal que se asemeja al hombre en el
valor y a la mujer en los engaños. Este, del ancho de mi pecho, se llama
bédébo 56 , y su origen fue la curiosidad. Este largo como mi brazo, se llama
tintabri57 . Este pájaro nació de una mujer que era muy hermosa, pero por
serlo más se pintaba con urucú *, para ver si sobrepasaba así a las otras en
belleza, y por esto el tuixáua de los cuhiby 58 la convirtió en airón del sol.
Este del largo de mi muslo, se llama mocino59 y representa la sombra de un
hombre-mujer, que no queriendo amar nunca a nadie vivió escondido,
cantando sólo de noche y fue convertido en grillo por la misma madre de la
noche. Este, de dos brazas de largo, se llama aran di80 , representa una
bella mujer, pero sin atractivo ni encanto para los hombres, por lo que fue
convertida en guacamaya por el padre de los iauty. Este tiene dos pies de
largo, se llama dasmaeei , y representa el corazón de una muchacha que
durante su corta existencia se alimentaba solamente de frutos silvestres y
que después de su muerte fue convertida en tórtola por su propio padre, que
era payé. Este, tres veces del largo de mi mano, se llama pirón 62 ,
representa al payé porque fue el pájaro que le dio la piedra en la que
aprendió con el tabaco y el caraiurú a ver todas las cosas con la imaginación.
Este, del largo de mi tibia, se llama dianari y ya todos conocen su historia 63 .
Este, que va de mi rodilla a la cabeza, se llama tityei , representa al ladrón, y
es la imagen de una vieja que vivía sólo de los demás y fue convertida en
paca por la acutypurá 65 . Este, que mide dos manos de largo, se llama
ilapay; éste otro del largo de mi columna vertebral, llámase mingo86; de
ambos conocen el origen. Este, que va de mi rodilla al mentón, se llama
peripinacuari67 , representa a un hermoso joven, deseado por todas las
mujeres, pero que no se entregó a ninguna, y ellas irritadas lo arrojaron a la
cascada después de haberlo encantado. Este, que mide la mitad de mi
cuerpo, se llama bué68 , representa a esa vieja miedosa que esperando que
el cielo cayera en cualquier momento sobre la tierra, no sembró jamás ni una
semilla, viviendo de lo que plantaban los otros, y fue por esto convertida en
ayuti por la mona de la noche. Y este último, que va de mis espaldas al
ombligo, se llama canaroarro 69 , representa a aquel viejo que habiendo visto
en sueños que el hambre devoraba la tierra, trabajaba día y noche
amontonando provisiones en su casa para tener qué comer cuando llegara el
hambre; la tatú70 , lo convirtió en hormiga para que fuera comido. Y ahora
que conocen el nombre de todos los instrumentos, paso a dar a cada uno la
voz que debe tener.
•—¡Y qué haremos sin ti? —Irán por toda la tierra a enseñar la ley, la música
y el canto de Yurupary. Caryda, asegúrate bien a mi espalda, porque vamos
a caer en la tierra de los ariandas. Y Caryda preguntó: —¿Qué debo hacer
cuando lleguemos? —Debes transformarte en insecto y penetrar en el
instrumento que está tocando Curan para roer toda la cera que le da la voz.
Y al mismo tiempo le dio un talismán para que se lo metiera en la nariz
cuando se transformara en insecto. Al volver Caminda a la maloca supo que
Curan ya había sanado. Arianda, que se había convertido en reformador de
los viejos usos y costumbres de su tierra, ordenó a los payés que enseñaran
los nuevos, pero de manera que las mujeres nunca sospecharan que era
obra de Yurupary. Un día Curan reunió a todas las mujeres fuera de las
maloca y les reveló el secreto de Yurupary; les dijo cómo eran los
instrumentos y cantó la música y el canto de Yurupary. —Y es por esto, —
concluyó— que los hombres han dejado de hacer nuestra voluntad. Para que
ellos crean que no sabemos nada, vamos a organizar también nuestro
Yurupary y a hacer nuestra fiesta, que debe ser inaugurada con un dabacury
de tapioca. De ahora en adelante debemos reunimos aquí todas las tardes
para aprender el canto de Yurupary, hasta que pueda robar el instrumento
que mi marido tiene escondido. Esta misma noche cuando salga, lo seguiré
para saber a dónde va, y si lo descubro, mañana mismo tendremos nuestros
instrumentos hechos sobre el modelo que él tiene; pero ante todo, discreción.
Los viejos, que eran despreciados por sus compañeras, resolvieron alejarse
y volver con las nunuibas. Apenas llegó la noche, recurrieron a su amuleto y
volaron a la tierra donde había sido castigado Ualri, y al pasar por el lugar
donde lo quemaron, fueron apedreados por su sombra. Esa misma noche, al
llegar Caminda, Curan fingió dormir.
Y cuando después de haberla visto con los ojos cerrados, Caminda salió de
la casa, Curan lo siguió hasta las aguas quietas de la cascada, donde
Caminda había escondido su instrumento. Entonces Curan, sabiendo ya lo
que deseaba, volvió a casa. En el momento en que se disponía a entrar,
sintió que la llamaban y al darse vuelta vio a un hermoso joven que le hacía
señas como si le quisiera hablar. Ella lo siguió y él la condujo a un lugar
apartado donde se le ofreció para hacer los instrumentos, diciéndole que era
indispensable que se robara el de Caminda, para que estuvieran completos.
Y Curan, fascinada por la belleza del joven, ni siquiera le preguntó quién era;
sólo quiso saber cuándo volvería a verlo. —Mañana, en el mismo lugar, para
entregarte los instrumentos. Cuando Curan volvió a su hamaca, se durmió
inmediatamente, y soñó toda la noche con una gran fiesta en la que el
ejecutante principal era el hermoso joven que le había prometido los
instrumentos. Llegada la mañana, les reveló a sus compañeras que tenía por
músico a un hermoso muchacho, y les dijo que todo estaba listo y que
prepararan los panes de tapioca para el dabacury que debía llevarse a cabo
al día siguiente. Al volver la noche, Caminda se dirigió a buscar su
instrumento, y Curan a encontrarse con el joven que le dio los intrumentos
iguales a los de Yurupary; sólo faltaba uno. Dándoselos dijo: — Aquí tienes lo
que te prometí, sólo falta un instrumento, pero tú sabes dónde encontrarlo. —
¿No vienes con nosotras? •—La fiesta es únicamente para mujeres, y no
sería apropiado que yo estuviera allí. —Por lo menos ven a beber el cachiri
con nosotras, porque quiero que te conozcan mis compañeras. —Volveré
para ver a tus compañeras, pero no digas a nadie que fui yo quien te dio los
instrumentos. —¿Cuál es tu nombre? —Cudeabumá 75 .
—¿Y de qué lugar eres hijo? —De la tierra de las cenizas. Pero vete ya que
viene tu marido. Mañana, cuando el sol esté en posición perpendicular,
busca su instrumento y celebra luego el dabacury acompañado por la música
y el canto de Yurupary. Y el joven desapareció en las sombras de la noche y
Curan volvió a su casa. Más tarde, al regresar Caminda, la encontró
despierta y pensativa, por lo que le preguntó qué tenía. •—Me desperté y fui
a buscarte a la hamaca, pero tú no estabas, temí que hubieras huido. —No
tengo motivos para huir de tu lado; había ido a mirar la salida de la luna que
ha venido a inquietar a todas las mujeres. —Si estás celoso de la luna, ven
conmigo a la hamaca para que me defiendas. Y Caminda se acostó con su
mujer. Sucedió entonces que durante la noche Curan soñó con Cudeabumá,
y lo llamó mientras abrazaba a Caminda, y éste oyó todo. Cuando se levantó
por la mañana, no dijo nada, pensando que había podido ser la luna
entrando en Curan, a pesar de que ella se resistía. Al llegar el Sol a la mitad
del cielo, los ariandas oyeron la música y el canto de Yurupary y corrieron
para ver quién se aproximaba tocando; y vieron a las mujeres que venían del
desembarcadero, unas tocando, otras cantando, y todas llevando sobre la
espalda canastos llenos de tapioca. Cuando fueron a comprobar si sus
instrumentos estaban todavía donde los habían dejado, todos los
encontraron, excepto Caminda que no halló el suyo. Quedaron atónitos ante
tal profanación, y nadie pudo responder a Caminda que preguntaba quién se
había llevado su instrumento. Entonces él quiso arrojarse sobre Curan para
matarla y cumplir así la ley de Yurupary, pero Arianda se lo impidió diciendo:
—No creo que tu instrumento se halle entre los que están sonando, vé y
busca mejor y podrás encontrarlo. Y Caminda volvió otra vez al raudal y
buscó su instrumento.
—¿Y por qué no lo haces tú? Cumple y haz cumplir mi ley. No obstante,
fingiré ser payé ante todos y me quedaré media luna más contigo. El mismo
Yurupary fue quien al día siguiente despertó a todas las mujeres, y éstas
apenas estuvieron despiertas querían aferrarse a él, pero Yurupary huía
rápidamente. Y transformado en payé las reunió a todas y les habló así: —Si
no fuera por la compasión que me inspiran, no las pondría en guardia contra
la sentencia, que a causa de sus locuras, pesa sobre ustedes. En la mente
del tuixáua están condenadas a morir, porque faltaron a las leyes del Sol.
Dentro de tres días les diré lo que deben hacer para escapar la ira de nuestro
tuixáua. Y muchas dijeron: —¿Por qué no nos lo dices ahora? —Porque se
muestran impacientes por saberlo y espero hasta que tengan paciencia. Y
cuando llegó el tercer día, Yurupary las reunió y les dijo: —Ahora les daré
mis normas para su conducta. El Sol es quien las ha establecido y se llaman
las leyes de Yurupary, a las que están sujetos hombres y mujeres; quien no
las cumpla será condenado' a la muerte. Por lo tanto, si quieren vivir en paz
sobre la tierra, deben obedecer estas leyes. Y las mujeres dijeron: —
Enséñanos las leyes, para que las podamos cumplir. —Estas son —dijo
Yurupary: —Una mujer, para que sea buena, debe casarse con un solo
hombre y vivir con él hasta la muerte y serle fiel, y no traicionarlo por ninguna
razón. No intentará saber los secretos de los hombres, ni lo que pase a los
otros, ni tampoco querrá experimentar lo que le parezca placentero. Debe
ayunar una luna entera, hasta que Yurupary haya preparado los alimentos
que le están destinados. No debe tampoco ceder a las sombras que nacieron
de Ualri y que están siempre protegidas por las sombras de la noche.
Estas son las cosas más importantes que de ahora en adelante deben
observar escrupulosamente para no caer de nuevo en la ira del tuixáua. Las
que faltan aún, se las diré más tarde. Y ellas le prometieron obedecerle en
todo, y luego no se acordaron ya de lo que había sucedido. Después
Yurupary se dirigió a la casa apartada con Arianda y Caryda y allí se quitó su
disfraz. •—Les dije a tus mujeres las cosas más importantes que deben
saber, y prometí que durante cada maldad de la luna habrá reuniones en las
que los payés les enseñarán lo que todavía falta. Llama ahora a tus payés y
diles qué obligaciones tienen, y haz que la cumplan y todo será mejor.
Cuando las mujeres sean conscientes del peligro que corren si no observan
nuestras leyes, tú podrás actuar libremente, y celebrar las fiestas de los
hombres aquí en la maloca, porque ellas no querrán exponerse a perder la
vida. Y si alguna de ellas no obedece, mátala a la vista de todas, para que
esto sirva de escarmiento a sus compañeras. Caryda te enseñará hoy mismo
la música de los muertos, que será tocada cuando deban llorar a los que
murieron y cuando beban sus cenizas. Toma estos ornamentos y esta
máscara que utilizarás únicamente en esos días, pero que sólo podrán usar
el tuixáua y el payé. Mientras tanto las mujeres ni siquiera osaban salir de su
casa por miedo de hacer algo malo. Pero Curan, que era astuta y audaz,
pasaba los días enteros en la cascada, sentada en una piedra con la cabeza
entre las manos. Caminda iba todas las tardes a buscarla para llevarla de
vuelta a casa, pero una tarde no la encontró allí y, desesperado, reunió a
todos los hombres del pueblo y se puso a buscarla inútilmente; aún hoy nadie
sabe qué suerte tuvo. Casi todos creían que La Gran Serpiente se la había
llevado al fondo de las aguas. Pero también cuentan que desde entonces, en
el centro de la cascada de Nusqué-buscá, aparece a medianoche una mujer
hermosísima de cabellos negros, que después de tocar y cantar la música y
el canto de Yurupary, desaparece entre las aguas.
Antes de que llegara la hora de la maldad de la luna, Caryda fue atacado por
dos tananá16 que se arrojaron sobre él con la fuerza de un curaby77 .
Caryda corrió hacia donde se encontraba Yurupary, pero hasta allí lo
siguieron los tananá. Y entonces Yurupary, viendo perseguido a Caryda, dijo:
•—Somos traicionados otra vez. Sacó los espíritus del cielo y vio a dos de los
viejos tenuinas que tocaban y cantaban la música y el canto de Yurupary en
medio de las mujeres. —Caryda, agárrate de mí fuertemente porque
debemos partir. Y volaron en dirección de la maloca-nunuiba y con ellos
volaron también los tananá. Yurupary trató de cazarlos, pero desaparecieron
ante su vista. Y Caryda preguntó': —¿Adonde vamos? —A castigar a los
traidores. —¿Eran ellos los dos tananá} —No, pero sus amos fueron quienes
los mandaron a espiar. •—Entonces ya estarán allá y los viejos tendrán
tiempo de esconderse. —¿Dónde podrán esconderse que yo no lo sepa?
Aunque se escondieran en el seno del agua, o en el de la tierra, o en el aire,
siempre los encontraré. Y entretanto pasaban sobre el lugar donde había
estado la Yurupary-oca, y Yurupary le preguntó a Caryda: —¿Dónde está tu
talismán? •—Aquí está. •—Dámelo y toma éste con el que perseguirás a uno
de los traidores hasta matarlo. Podrás llevar a cabo todo lo que te propones
si metiéndolo en la nariz mantienes en el corazón la voluntad de hacer lo que
quieres. Y Yurupary consultó los espíritus del cielo y vio a los traidores, uno
en forma de tapir, el otro en forma de gusano, que huyendo entraban por la
grieta de una piedra. —Yo voy tras el tapir y tú sigue a éste. Y Yurupary se
transformó rápidamente en un gran jaguar, y siguió las huellas del tapir con
la velocidad de una flecha; y Caryda se cambio en tatú * y entró por la fisura
de la piedra tras el gusano. Cuando Yurupary llegó al Río Inambú, ya el tapir
había pasado a la otra orilla, y como no podía mojar el matiry, se convirtió
nuevamente en hombre y cruzó el río. Pero cuando él casi estaba al otro
lado, el tapir se había convertido en cujuby y volaba en dirección del Río
Isana, así es que se transformó rápidamente en un pequeño y ligero gavilán
y se fue tras él. Cuando llegó a la orilla del río, el cujuby se había vuelto una
gran serpiente y se había escondido en el agua, y Yurupary, que no podía
mojar el matiry ni separarse de él, decidió atrapar a la serpiente por medio de
un cacury **. Con tal fin con una isla hizo uno de los lados del cacury, y con
piedras amontonadas el resto, dejando en el centro un paso libre por donde
debía entrar la serpiente; y para saber cuándo entraba, puso de guardia un
caucao ***. Cuando todo estuvo1 terminado, Yurupary volvió al lugar donde
estaba la serpiente y echó en el agua una buena cantidad de ají. En cuanto
la serpiente se sintió quemada por el ají, se fue al fondo del río y cuando ya
entraba en el cacury, el caucao dio la señal haciendo mucho ruido. La
serpiente lo oyó, y queriendo saber lo que era, se metamorfoseó en sapo y
subió a la superficie del agua; entonces Yurupary le arrojó un amuleto sobre
la cabeza y lo convirtió en piedra. Una vez que se consumó la venganza,
salió en busca de Caryda, y cuando llegó a la montaña y vio la abertura que
penetraba hondo en la tierra, dudando de la experiencia de éste, consultó el
espíritu del cielo y vio que el gusano ya estaba en el Río Cuduiary
transformado en chicharra. Volviéndose entonces diuná78 se dirigió
rápidamente en esa dirección y allí descubrió que la chicharra estaba
cantando sobre una piedra y al instante la convirtió en musgo. Regresó
entonces a buscar a Caryda, que entre tanto había penetrado casi hasta el
centro de la tierra persiguiendo al gusano, y como no podía oirlo porque
estaba muy lejos, echó en la hendidura un poco de polvo que se cambió
rápidamente en hormigas que desaparecieron por la abertura. Picado por las
hormigas, salió Caryda, y entonces Yurupary le preguntó dónde estaba su
enemigo, y él contestó: —Creo que las hormigas se lo han comido. —¿Estás
seguro de su muerte? —No lo sé, pero supongo que murió. —Pues bien,
vamos a ver si es verdad lo que me dices. Y tomó entonces el espíritu del
cielo y le mostró al viejo convertido en musgo, y le preguntó: —¿Por qué no
recurriste a tu piedra? •—Porque no creí que un gusano fuera capaz de
engañar a un tatú. Pero ahora te ruego que me digas cómo revelaron estos
dos viejos nuestros secretos a las mujeres. —Todas las mujeres son
curiosas, y desde el día que salimos de nuestra casa, las mujeres, que
fueron la desgracia de Ualri, no dejaron nunca de indagar la causa de
nuestra desaparición. Estos dos viejos volvieron a la tierra de los nunuibas
para enseñar nuestras leyes, y apenas llegaron los rodearon las mujeres
para enterarse de lo que querían, y como ellos eran de voluntad frágil les
enseñaron todos nuestros secretos y la música y el canto de Yurupary. Pero
después, dudando que yo supiera algo, mandaron sus amuletos para que
avisaran cuando1 yo llegara, pero- aunque les hubieran avisado a tiempo,
habrían sido castigados lo mismo. Las mujeres que no sabían nada de lo que
había pasado, pensaron que los viejos se habían escondido para no
acompañarlas en las fiestas. —¿Y qué hacen esos dos viejos que se han
quedado allá? —Enseñan al tuixáua y al payé la música y el canto de
Yurupary.
A Yurupary no le gustaba saber por anticipado lo que iba a ocurrir, y por eso
no sabía lo que pasaba con los otros dos viejos que se habían quedado con
las nunuibas. Las nunuibas, viendo que los viejos no aparecían, fueron a
seducir a los otros dos que quedaban, con toda clase de artificios, para que
acabaran de enseñarles la música y el canto de Yurupary. Miuá, la más
experta en el arte de la dulzura, obró de tal manera que ellos cedieron y
prometieron revelar todos los secretos de Yurupary y también darles los
instrumentos. Una promesa se cumplió: al día siguiente los viejos
completaron los instrumentos para poder comenzar la fiesta esa noche.
Cuando llegó la noche, todas las mujeres de la maloca nunuiba estaban
reunidas en la sala de la fiesta, y los dos viejos comenzaron a tocar sus
instrumentos con las mujeres y las que no tenían instrumentos acompañaban
con el canto. El tuixáua Nunuiba estaba con los suyos viendo la fiesta y
pensó que la tal ley de Yurupary era un engaño inventado por los dos viejos,
y así comentaba con su gente: —¿No ven cómo ésos nos quieren engañar
con Yurupary? Ayer nos decían que todo debía ser un secreto para las
mujeres y hoy ellos mismos son quienes se lo enseñan. Si fuera verdad que
el Sol mandó a Yurupary a darles sus leyes, ¿serían ellos los primeros en
desobedecerlas? Pero entonces el payé dijo: •—En verdad Yurupary existe, y
existen estas leyes que tarde o temprano ustedes conocerán también, y
estos dos no son más que violadores de sus leyes y pagarán cara su propia
debilidad. Sucedió que en la tercera noche, cuando comenzaba a pasar la
borrachera, los dos viejos se dieron cuenta de la falta que estaban
cometiendo y huyeron de la sala y se escondieron en la selva porque sabían
que el castigo vendría pronto. Nunuiba y su gente, viéndolos huir, le
preguntaron al payé: —¿Por qué huyen? —Porque viene Yurupary para
castigarlos. Entonces todos vieron un gran humo blanco que se levantaba en
el centro de la sala, y pronto los instrumentos quedaron sin voz, y sin voz
quedaron las cantantes y todos permanecieron en la posición en que se
encontraban. Y las que bailaban seguían bailando, y las que tocaban hacían
como si tocaran, pero todo quedó en un silencio profundo. Nunuiba preguntó
al payé: —¿Qué es esto? —El castigo de Yurupary. —¿Y dónde está él? —
En la selva, persiguiendo a los traidores. Y en aquel momento se oyeron
grandes risotadas provenientes de muchas partes, y todos preguntaron: —
¿Quiénes son los que se ríen de nuestra desgracia? •—Los Vanoten mascan
que se divierten con el castigo que Yurupary da a nuestras mujeres que
causaron la pérdida de Ualri. ¿Ustedes ya no recuerdan a Ualri, que sobre la
hoguera dijo que se vengaría? Diadue fue la primera que sufrió su venganza,
y las que fueron sus cómplices tendrán que pagar también ahora. Y Nunuiba
le preguntó al payé si no podía remediar todos esos males. —Nunca estaré
contra el hijo del Sol. Sería más fácil que me arrojara contra una piedra, que
hacerle mal a Yurupary, que es mucho más fuerte que yo. Mientras tanto
Yurupary y Caryda, convertidos en perros, corrían tras los fugitivos que a su
vez se transformaron en ayuti, y cuando estaban ya por alcanzarlos, se
volvieron pájaros, y siguieron la corriente del río. •—Caryda —gritó
Yurupary—, nuestros enemigos ya vuelan como pájaros, volemos nosotros
también detrás de ellos. Y juntos volaron, convertidos en livianos pajaritos, y
cuando ya estaban a punto de alcanzarlos, los dos perseguidos se volvieron
granitos de piedra, y los perdieron de vista. Se vieron entonces obligados a
posarse sobre una piedra donde Yurupary, habiendo sacado el espíritu del
cielo, vio que uno corría cambiado en ciervo, y que el otro se había
escondido transformado en cangrejo. Y dijo Yurupary: —Tú sigue a éste, yo
seguiré al ciervo. Y Yurupary voló como un águila y corrió tras el ciervo
alcanzándolo cuando llegaba al río, y allí mismo le hundió las uñas en la
carne y lo' transformó en piedra.
Entre tanto puedes venir a vivir en esta casa con tus compañeros, ya que en
breve serás el tuixáua de esta tierra. Date y sus compañeros, ya alojados en
la casa del tuixáua, pensaban día y noche en la manera como habrían de
cambiar los usos y costumbres del lugar, según las leyes de Yurupary, y sin
que surgieran obstáculos contra ellas. Todos obedecían allí ciegamente las
propias leyes y no parecía fácil poder cambiarlas de un momento a otro, y
menos cuando las suyas parecían más rigurosas. Date preguntó a sus
compañeros cuál sería el mejor modo de conseguirlo, y así le respondió
Iadié: —Me parece que antes de tu matrimonio con la señora del lugar no- se
puede hacer nada. Es mejor que al principio nosotros nos sujetemos a todo,
hasta que seas tuixáua, y entonces podremos poner en práctica las leyes de
Yurupary. —¿Y no se inquietará Yurupary con nuestra manera de obrar? —
Si él te hubiera dado a ti, o a cualquiera de nosotros, un talismán, podríamos
temer que nos castigara, pero como no nos dio nada, es mejor esperar la
ocasión propicia para actuar. •—¿De qué nos serviría llamar a todos los
hombres para revelarles la ley de Yurupary? Todas las mujeres lo sabrían en
seguida y se lo contarían a Naruna, la que seguramente nos haría matar. —
Veo que no podremos introducir nuestra ley porque no tenemos un amuleto;
pero como el día de mi matrimonio no está lejano, ni tampoco la fecha para
convertirme en tuixáua de la tribu, es seguro que lograremos cumplir nuestro
propósito. Al abandonar Yurupary y Caryda la tierra de los nunuibas se
dirigieron a la Sierra de Tenui, llegando allí cuando sus compañeros lloraban
bebiendo las cenizas de sus madres. Pronto tomaron los instrumentos
funerarios y tocaron la música de los muertos. Cuando volvió el día con sus
alegrías, ya todo había concluido y cada uno se dirigió a su propia casa
donde sólo había silencio. Y pasaron así tres días, y en el cuarto, que era la
víspera de la maldad de la luna, Yurupary y Caryda fueron con sus
compañeros a la ribera del Lago Muypa donde se bañaron, y una vez que
terminaron dijo Yurupary: —Ahora que ya no veo traidores sobre la tierra,
que puedan impedir que se cumplan los usos y costumbres de nuestras leyes
en todos los pueblos del Sol, voy a descansar. Descansen ustedes también
para que después cada uno vaya a cumplir lo que deba; pero antes,
escuchen la triste historia de nuestras mujeres: —Después de que ellas
partieron de este lugar, se guiaron en su viaje por las aguas del río. Y muy
abajo encontraron una tierra donde los habitantes eran como ellas, pero no
tenían leyes, y se quedaron todas allí diciendo que habían abandonado la
tierra que habitaban porque la madre del agua había llamado a todos los
hombres de su tribu al fondo del río. Y entonces el tuixáua les preguntó a
dónde querían ir. —Queremos quedarnos aquí. —¿Y si la madre del agua se
les viene detrás? — Retrocederá ante las flechas de tus guerreros. —Así
sea, ¿pero dónde encontraré hombres para todas ustedes? —No queremos
hombres, porque prometimos no unirnos nunca más a ellos. —Y si yo le diera
a cada una un marido, ¿tendrían el valor de rehusarlo? —Lo aceptaríamos
para obedecerte, pero no para tener hijos, sino para tratarlo como hermano.
—Está bien, hoy mismo cada una de ustedes tendrá un hermano para que la
distraiga y le cuente historias. Y apenas llegó la noche, el tuixáua mandó a
cada mujer un hermano; y cuando los recién llegados les dijeron que habían
sido enviados para contar cuentos, ellas, en vez de escucharlos, se arrojaron
en sus brazos y los recibieron como maridos. —Y ahora que ya conocen la
suerte de esas mujeres impacientes, descansen, que mañana cada uno
deberá volver a tomar su camino. Por primera vez Yurupary durmió después
de tanta fatiga y fue visitado por la madre de los sueños. Vio en sueños la
dificultad en que se encontraban Date y sus compañeros en la tierra de
Naruna, y al despertarse le contó el sueño a Caryda. —Asegúrate —dijo
éste— que la madre de los sueños te haya dicho la verdad. Y Yurupary sacó
el espíritu del cielo, y allí vio claramente representado todo lo que había
soñado, y le dijo a Caryda: —Todo es verdad, de manera que iremos a esa
tierra para ayudarlos, pero transformados en otros hombres, para ver si
algunos de los nuestros no caen vencidos. Allá tomaremos parte en la fiesta
que tendrán mañana, junto a los demás. Despídete ahora de tus
compañeros, a quienes no volverás a ver muy pronto, porque allá cada uno
seguirá su camino, hasta que el Sol nos reúna. Caryda fue a despedirse de
sus compañeros y les prometió que un día, cuando menos lo esperaran,
volvería con Yurupary. Y les recomendó que fueran severos con las mujeres
y que castigaran sin piedad a los traidores en donde los encontraran. Cuando
Caryda se reunió con Yurupary, éste le dijo: —Vamos a visitar por última vez
la colina donde nacimos y donde fueron dadas por primera vez las leyes que
deben poner fin a las costumbres licenciosas, que son la vergüenza de esta
tierra. Nuestras madres murieron para dar el ejemplo a las mujeres curiosas
que no quisieron creer en las palabras de Pinon, padre de la nueva
generación, a la que también nosotros pertenecemos. Hasta hoy estas
dementes no creen en la palabra de Pinon, que transformado en payé, les
predijo todo lo que hemos llevado a cabo con mi ley, la cual sólo dejará de
tener vigencia cuando aparezca sobre la tierra la primera mujer perfecta.
Esta colina no será habitada jamás porque las sombras de nuestras madres
y de los niños estrangulados no permitirán que nadie venga a vivir aquí, para
que no se profane el lugar donde nací, y para que no se ahuyente a Seucy,
la señora del lago. Y todas nuestras casas quedarán transformadas en
piedras para que den testimonio de nosotros. Ya sólo nos queda media luna
para estar juntos; mañana partiremos hacia la tierra de Naruna para asistir a
las bodas de Date.
No sé lo que me pueda pasar, porque el Sol no me dio los espíritus del cielo
donde se refleja el futuro, y por primera vez aceptaré todo lo que suceda. Y
como no quiero que Date me conozca, esconderé mi matiry en un caparazón
de tatú, y cuando lleguemos allá, a la hora de la tristeza, tendremos que
colocarnos rápidamente entre los danzantes y seguir en todo los usos y
costumbres de esa gente. Tan pronto llegó la hora, Yurupary y Caryda
partieron hacia la tierra de Naruna, a donde llegaron sin ser notados. Pero la
luna no había llegado aún al punto de su maldad, y todos estaban charlando;
y una hermosa muchacha iba de grupo en grupo buscando compañero para
la fiesta que se aproximaba, y cuando estuvo al lado de Yurupary, le dijo: —
Bello tenuina, tú serás mi compañero en la fiesta de bodas; ¿aceptas ? Y
como Yurupary aceptara, ella continuó: —Bien. Vendré a buscarte aquí
mismo cuando se presente la ocasión. Tan pronto el efecto de la luna
comenzó a sentirse, las mujeres comenzaron la boda de Naruna y Date.
Todas las mujeres entraron en la sala con sus compañeros, donde ya estaba
Yurupary con la hermosa joven. Naruna, cubierta de plumas de guacamaya y
de águila, entró entonces en la sala con Date, que la precedía con los
instrumentos. Cuando los esposos estuvieron en el centro de la sala, se
formó alrededor de ellos una gran rueda que giró hacia la izquierda, mientras
Date y Naruna caminaban hacia la derecha. El golpeteo de los pies de los
danzantes ahogaba los alegres sonidos de la música. Al alcanzar la luna el
centro del cielo, Naruna ofreció el capy a todos los que danzaban y cuando el
último fue servido, rodeó al esposo con sus brazos. Y todos la imitaron.
Yurupary trató de retirarse, pero la maestra de ceremonias, que vigilaba para
que los usos fueran observados, lo obligó a someterse a su compañera, que
aún no conocía hombre. Y Yurupary, gimiendo, cedió.
Yo mismo no sé lo que pasa, pero siento una tristeza que me domina hasta
el extremo que tú ves. No me hace falta nada, tengo en ustedes fieles
amigos, pero un dolor desconocido me mata. Y apenas terminó de hablar
cayó muerto; ladié se apresuró a recibir al infeliz compañero en sus brazos.
El amuleto que se hallaba dentro de la piel de Date comenzó a sonar como
dientes golpeándose unos con otros. Iadié se posesionó inmediatamente del
amuleto, se lo puso en la nariz, y pidió ser elegido jefe de la tribu. Cuando
llegó a la maloca con el cuerpo de Date, los tenuinas se pintaron con urucú y
lloraron. El cuerpo de Date fue enterrado en el mismo lugar donde estaba el
de Naruna. Iadié iba todas las noches a llevarles alimentos a sus espíritus.
Pero como la ley de Yurupary ya se había impuesto en esta tierra, los
tenuianas partieron para ir a otros lugares a cumplir con su deber, quedando
Iadié solo para gobernar aquella tierra. Sin embargo él era muy mujeriego y
tuvo amores con todas las muchachas, faltando así a las leyes de Yurupary,
pues su mujer estaba embarazada. Y todas estas jóvenes tramaron una
conspiración femenina para obligarlo a hacer una decisión y a determinar a
cuál de ellas le correspondía el derecho de darle un heredero. Pero las
mujeres eran el doble de los hombres en la maloca, por lo cual Iadié tuvo
miedo y no respondió. Gidáném, muchacha hermosa pero de mal genio, fue
la primera en dar a luz un niño que pronto fue llevado a casa de Iadié. Este,
furioso, mandó que arrojaran inmediatamente a su propio hijo al río.
Entonces Gidáném, encabezando a todas las mujeres, fue a casa de Iadié y
todas juntas lo mataron; después mataron también a todos sus guerreros,
salvándose sólo uno que otro muchachito que acompañaba a su madre en la
lucha. Y el mayor de estos jovencitos, llamado Calribóbó, fue elegido tuixáua.
Calribóbó ya conocía toda la ley de Yurupary y siguió cumpliéndola
estrictamente.
Todas las noches, en la casa donde había vivido Iadié, sentían cantar un
grillo, pero tan fuertemente que esto los molestaba. Calribóbó recordaba
todas las cosas que había visto y oído, y que una vez dos tenuianas
mencionaron un talismán que Yurupary había distribuido entre su gente. Iadié
debía haber tenido uno seguramente, y se prometió ir a buscarlo apenas
llegara la noche. Cuando vino la noche, se fue derecho a la casa donde
había vivido Iadié en busca de talismán, y apenas entró oyó el canto del
grillo. Y trató de matarlo, pero su sorpresa fue grande cuando vio que el grillo
que hacía tanto ruido era una uña de águila, tapada por un lado con cera de
abejas. Y adivinando que aquella uña era el amuleto, la tomó y se la metió en
la nariz, pidiendo saber todo lo que aún no sabía. Y así fue, y desde ese
momento Calribóbó gobernó a su gente con tanta paciencia que nunca se
quejó nadie de él. Después de que Yurupary y Caryda salieron con Carumá
de la tierra de Naruna, se dirigieron rumbo al Oriente, hacia las orillas de un
río de aguas blancas, y allí se elevaron hasta tocar el cielo, dejando caer a
Carumá desde arriba. A medida que el cuerpo de Carumá caía, aumentaba
de tamaño al aproximarse a la tierra, y cuando tocó tierra, se había
transformado en una gran montaña. Y Caryda y Yurupary se quedaron
todavía suspendidos un rato en el aire, y después descendieron también
ellos, y se posaron sobre la cima de la nueva montaña, a orillas de un
hermoso lago, circundado de hierbas olorosas. Y Yurupary habló así: —Aquí
yace la primera y única mujer que pudo tenerme y en este lugar queda
segura, escondida de la vista de los hombres. Un día, cuando todo se haya
consumado, vendré a buscarla para vivir con ella cerca de las raíces del
cielo, donde quiero descansar de las fatigas de mi misión, lejos de los ojos de
todos. Hoy, Caryda, es el último día que estaremos juntos, y antes de
separarnos quiero revelarte el secreto de mi misión sobre la tierra.
El Sol, desde que nació la tierra, ha buscado una mujer perfecta para llevarla
cerca de él, pero como aún no la ha encontrado, me dio parte de su poder
para que viera si en el mundo puede encontrarse una mujer perfecta. —¿Y
cuál es la perfección que el Sol desea? —Que sea paciente, que sepa
guardar un secreto y que no sea curiosa. Ninguna mujer existente hoy sobre
la tierra reúne esas cualidades: si una es paciente, no sabe guardar un
secreto; si sabe guardar un secreto, no es paciente, y todas son curiosas;
quieren saberlo y experimentarlo todo. Y hasta ahora no ha aparecido la
mujer que el Sol quiere tener. Cuando la noche llegue a su mitad debemos
separarnos. Yo iré al Oriente, y tú, siguiendo el camino del Sol, irás al
Poniente. Si un día el Sol, tú y yo nos encontramos en el mismo lugar, esto
querrá decir que por fin ha aparecido en el mundo la primera mujer perfecta.
Después Yurupary se dirigió a la orilla opuesta del lago y sentado sobre una
piedra se quedó contemplando su propia imagen reflejada en el agua.
Caryda, dominado por una fuerza superior a su voluntad, permaneció en el
mismo lugar sin poder seguir a su compañero. Cuando surgía la luna del
seno de la tierra, apareció en la superficie del agua una hermosa mujer en
quien Caryda reconoció a Carumá. Ella dejó oír el canto y la música de
Yurupary con tanta dulzura, que Caryda se quedó dormido, y cuando
despertó, ya alta la noche, no vio a nadie. Pero aguzando la vista al Oriente,
vio dos figuras lejanas que parecían seguir el mismo camino, y entonces
Caryda se levantó y se dirigió hacia el Poniente.