Los Pumas Grises

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LOS PUMAS GRISES

(Leyenda del Lago Titicaca. Bolivia)


El abuelo le dice a su nieta: “Mira este lago inmenso y azul, hijita. El lago Titicaca.
En el fondo… están los pumas grises”. “¿Qué pumas, abuelo?”, preguntó con
mucha curiosidad la niña. ”Pumas grises”… Eso significa “Titicaca” en nuestra
lengua aymara. Es una historia antigua, muy antigua…
A lo lejos se escuchaba una hermosa y triste melodía de zampoña y el ulular del
viento. El abuelo le contó que Apu Qullana Awki había creado el mundo, la tierra,
el cielo, los animalitos… y la gente. Cuando terminó de crear, el Apu Qullana
Awki fue a vivir a los cerros de nieve y dijo con voz muy poderosa: “Sean felices.
Vivan tranquilos en este paraíso que les doy”. En aquellos tiempos, este lago era
un valle hermoso. No había envidia ni peleas entre la gente. El único mandamiento
del Apu Qullana Awki era no subir a la montaña sagrada, donde él vivía. Entonces
el hombre le dijo: “¿Y por qué no vamos a subir? Queremos ser poderosos como
él”. Así fue como desobedecieron. Pero cuando subían el cerro se escucharon unos
terribles y escalofriantes rugidos…
Muy preocupado el abuelo musitó: “El Apu Qullana Awki hizo salir de las cuevas
muchos pumas grises que devoraron a la gente. Casi todos murieron”. Entonces, el
padre Sol, tata Inti, lloró sin consuelo durante cuarenta días y cuarenta noches. Las
lágrimas del Sol fueron haciendo una laguna, un gran lago que ahogó a todos los
pumas. La poquita gente que se salvó, dijo: “qaqa titinakawa... Ahí están los
pumas grises… Titi-caca”.
La niña preguntó: “¿Así nació este lago, abuelo?”
”Y así renació nuestro pueblo, la gran nación aymara, agradecida del padre Sol,
nuestro tata Inti y bendecida por la Pachamama”. Y por eso rezamos nuestras
oraciones al tata Inti, al gran Wiracocha, a nuestra madre tierra… la Pachamama.
Pero el abuelo se puso triste y dijo a su nieta: “Mira el lago, hijita, el lago de los
pumas grises. Después vinieron otros pumas que nos despedazaron. Nuestros
hijos escupieron sangre en la mina, nuestras hijas mancilladas y humilladas por los
blancos. El padre Sol lloró otra vez por nosotros…
Pero el mundo da vueltas. Ahora está de cabeza. Al revés, injusto. Pero se
enderezará. Habrá un “pachakuti”. “¿Sabes qué dijo Tupaj Katari cuando los
españoles lo descuartizaban?”. ” ¿Qué dijo, abuelo?”, preguntó desconsolada la
niña.” Me matarán. Pero mañana volveré y seré millones”, respondió el abuelo:
“Pero mañana es hoy, muchacha. Aquí estamos, la gran nación aymara, los hijos y
las hijas del Sol y de la Pachamama junto a nuestro sagrado lago Titicaca.
Fuente: Raíces de América: El Mundo Aymara. Compilación de Xavier Albó. Recogida en la
isla Jisk'ata, Puno, Perú. UNESCO-ALIANZA AMERICA 1988.
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IV
ESTRELLITAS TEMBLOROSAS (Leyenda andina de amor entre Cusicoiller y
Sumajuya)
Sumajuya y Cusicoiller eran dos jóvenes aymara enamorados. Él le susurraba al
oído: “Ninguna es como tú, mi dulce Cusicoiller”. Y ella respondía: “Eres el dueño
de mi corazón, Sumajuya”.
En el altiplano, el cielo de la noche es un esplendor de estrellas. Los amantes
acostumbran tenderse bajo su manto para jurarse amor y demostrar su pasión.
Sumajuya y Cusicoiller , aprovechando la oscuridad, se daban cita secretamente...
”Mis padres me prohíben verte. Dicen que eres brujo, que sólo me harás daño.
Pero yo te amo más que a mi vida”, le decía Cusicoiller.
” ¿Ves las estrellas? Todas ésas que brillan temblorosas son las almas de novias
tristes que murieron de amor”, le decía Sumajuya.
“Yo no quiero morir. Cada día es más difícil enfrentar a mi padre. Llévame
contigo”, respondía Cusicollier. Y se estremeció pensando en su propia vida y
unas lágrimas rodaron por sus mejillas. La noche se alargaba haciéndose más
oscura, y en los ojos de los enamorados, el reflejo tembloroso de una estrella se
agrandaba amenazadora.
”No temas, Cusicollier. No dejaré que mueras. Mañana, apenas se oscurezca y las
sombras cubran la tierra, huiremos a un lugar lejano. Allá seremos felices, nadie se
interpondrá en nuestro amor...”, le prometió Sumajuya.
La noche siguiente huyeron por el bosque, siguiendo el sendero que conducía
hacia las afueras del pueblo. La Uta de la familia de Cusicoiller quedaba en el
camino y su perro preferido la reconoció, empezó a ladrar y todos los moradores
despertaron.
” ¡Es Cusicoiller. Está huyendo! ¡Cusicoiller, mi hija adorada, regresa a casa!
Sumajuya es un brujo!... ¡Un brujo!”.
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La luna se ocultó para proteger a los amantes. Pero los familiares de Cusicoiller
acudieron rápidos al camino y detuvieron a los dos fugitivos. A Sumajuya le
dieron una paliza, tan dura que le dejaron desmayado y sin fuerzas. A Cusicoiller
la amarraron para nunca más dejarla salir.
”Sumajuya”..., repitió la niña y la única respuesta a su llamado fue un silencio
profundo. Los amantes nunca más se volvieron a ver. Cusicoiller sollozando
repetía: “Sumaj... Sumajuya”...
La niña, cada vez más triste, murió de nostalgia. Cuando Sumajuya fue a rondar la
casa de su amada, se enteró de la triste noticia. Vencido por el dolor, corrió a la
pampa donde se habían jurado amor eterno, y en medio de su llanto pudo
contemplar, en la negra bóveda del cielo, una nueva estrellita temblorosa que
acababa de nacer.
Fuente: Radialistas Apasionadas y Apasionados. Disponible en: http//www.radialistas.net
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V
LA POZA EMBRUJADA
(Leyenda del poblado de Guañacagua, Valle de Codpa, Primera Región )
Había, cerca del río que parte en dos el camino que va desde Guañacagua hasta
Chitita, una vertiente que entregaba, desde lo más profundo de la montaña,
transparentes aguas, que con mucha gracia se fueron estancando hasta formar una
poza de agua dulce, a la cual acudía toda la gente del sector para calmar su sed.
Bajo ese chorro de agua dulce se formó una gruta misteriosa. Y de ella, varias
mujeres, habían visto salir a una misteriosa mujer muy joven y hermosa que se
refrescaba con los agradables y fríos salpicones de agua que burbujeaban en las
adormiladas aguas del pequeño estanque.
Junto a la aparición de la bella mujer los jóvenes del sector iban desapareciendo
uno a uno. Todo indicaba que las desapariciones sucedían cuando estos jóvenes se
acercaban a la refrescante poza.
Un anciano quiso desentrañar el misterio y sacrificó a su joven hijo. Nada le dijo de
sus intenciones, y le mandó a buscar agua de la poza de la vertiente. Luego, le
siguió y escondido tras unos arbustos vio como su hijo sacaba agua. Cuando ya
daba vuelta para marcharse escuchó una voz de mujer llamando a su vástago.
En efecto, la mujer, que era una princesa inka hechizada, comenzó a aparecer en la
poza y el joven maravillado por su belleza desnuda no pudo resistir al llamado.
Excitado hasta la locura comenzó a desnudarse, y con señas comunicaba a la
hermosa mujer que ya iba a su encuentro.
Se empinó en los pies y se zambulló en las aguas. Luego de un rato, en la palma de
la fresca y hermosa mano de la mujer había un sapo, que con sus grandes ojos
afligidos miraba la belleza del rostro hechicero.
Después de un rato, la joven besó al sapo en su hocico y lo lanzó a la orilla de la
poza.
El anciano, triste, contó a la gente lo ocurrido con su hijo. Pero, a pesar de todo, los
jóvenes no resistían la idea de ir a ver una belleza tal; y así de ese modo, la
hermosa y fresca vertiente, con
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sus apacibles aguas es habitada por cientos y cientos de sapos, que desde un
tiempo ido, y hasta hoy lloran y lamentan el encuentro con la hermosa y dulce
mujer, y que de un momento a otro puede aparecerse a cualquiera, tal como ayer,
hoy y siempre.
Fuente: Parlama Chakjta. “El Abuelo Relata”. Milanés – Fernández. Comuna de Camarones. 1998.
Arica - Chile.
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VI
EL CÓNDOR Y LA DONCELLA (Leyenda de los Andes bolivianos)
Dicen que en tiempos antiguos, antes de awti timpo en el mes de junio, cuando
hacía más frío que en todos los demás meses, un cóndor llamado Mariano salió a
buscar una niña muy fuerte y bien formada para casarse con ella.
Era el tiempo vacío cuando la tierra descansa del largo trabajo de producir y dar
frutos. Este tiempo se llamaba el awtichiri, tiempo seco y vacío y era un buen
tiempo para comenzar a acicalarse para el tan esperado casamiento.
Así pensando, Mariano se acercó al penacho más cercano al ayllu y miró a las
muchachas que se preparaban para la fiesta del awti timpo. Vio a varias que se
apuraban en atar sus trenzas, en ponerse a las espaldas la ikiña para llevar sus
pertenencias y una le llamó la atención por ser la más alegre.
Se acercó a ella volando y al llegar a su casa la rodeó por detrás y se presentó
vestido de fiesta. Era un señor bastante apuesto y a la muchacha, que se llamaba
María, le gustó su facha y su porte.
No se demoró mucho en ofrecerle matrimonio e invitarla a vivir con él en las
alturas. Le habló de tener hijos y enseñarles a volar, de buenos granos y mucha
carne para el alimento de la familia y de ver el sol desde las alturas, como también
la noche con estrellas y luna.
Pero María aún quería conocer más jóvenes y no se quiso casar.
El cóndor se fue a las alturas y decidió que nunca abriría su casa, que era el palacio
de las alturas, a aquella tan tonta niña.
Luego se acercó a la misma un pájaro llamado Alejo o alqa amaru, muy bien
nutrido y cuyas plumas lo hacía ver ágil y muy interesante.
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Esta vez le ofreció otras promesas. Que iría con ella hasta el valle, que traerían
frutas secas y mucho maíz. Era huérfano y por eso las muchachas correteaban
alrededor de él haciéndole señas y jugando a esconderse.
Así era el más mujeriego y por eso a María le hacía gracia. Cuando le propuso
casarse, se sintió muy agradada porque todas las niñas lo cortejaban. Pero se asustó
de nuevo y recordó al cóndor, pensando que la casa del rey de los animales debería
ser mejor que la de este hombre pájaro que no sabía volar hasta los malkus.
“No quiero casarme todavía”, dijo y se fue por los cerros a buscar nuevas
aventuras.
Así fue como se encontró con Lari, el zorro. Muy silencioso, al lado de una piedra,
al verla avanzar, buscó unas ropas abandonadas y sacudiéndolas un poco se puso
en facha de conquista, entre unos cactus candelabro y unas piedras.
Le gustó a María el silencio y el viento que eran los únicos sonidos que se
escuchaban. Se sintió muy tranquila y cuando él le ofreció quererse y quedarse a
vivir entre las piedras, aceptó porque ya no le quedaban pretendientes.
Pasó el tiempo y ya todos decían que había despreciado al rey de las alturas, al
segundo y bien formado rey del llano y se había conformado con el zorro silvestre,
el menos cotizado de todos los animales y seres humanos en cuerpo de animales
que había en el universo.
Así fue como el cóndor siguió viendo a María desde las alturas y ella suspiró y
temió al rey teniendo que sufrir e ir tras el zorro por el resto de su vida.

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