Maria J. Binetti

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LA DIFERENCIA SEXUAL FRENTE AL NE(CR)OLIBERALISMO

DEL GOCE

María J. Binetti1

Resumen:
Este trabajo se propone pensar la diferencia sexual en tanto que diferencia ontológica radical, en
sintonía con una alineación neo-realista y material de la filosofía feminista. Desde este punto de
vista, la diferencia sexual designa la energía vital constitutiva de toda acción y dimensión
humana: su límite negativo a la vez que su potencialidad creadora, su diferir a la vez que su
unidad relacional. Con tales presupuestos, intentaremos mostrar en qué sentido la eliminación de
la diferencia sexual y su sustitución por una neutralización trans-genérica, propuesta actualmente
por el constructivismo y relativismo postmoderno en alianza con la maquinaria de producción
capitalista, implica la pérdida de la condición humana finita y relacional.
Palabras clave: Ontología, socio-lingüísticismo, género, narcisismo, tánatos.

Abstract:
This work aims at thinking sexual difference as a radical ontological difference, in the line of a
neorealist and material feminist philosophy. From this point of view, sexual difference designates
the vital energy constitutive of all human action and dimension: its negative limit as well as its
creative potential, its differing as well as its relational unity. Under such assumptions, I will try to
show how and why the elimination of sexual difference and its substitution by a transgender
neutralization, currently proposed by postmodern constructivism and relativism in alliance with
the neoliberal production machinery, implies the erasure of the finite and relational human
condition.
Key-words: Ontology, socio-linguisticism, gender, narcissism, thanatos.

1) En torno al diferir material de la diferencia sexual

La filosofía feminista de la diferencia sexual nace con el objetivo de abandonar el


paradigma dualista y abstracto de la identidad y la diferencia como opuestos excluyentes y
jerárquicos, y asumir en su lugar un modelo dinámico y creador del auto-diferir sexual, que
afirme la identidad en la diferencia y la diferencia en la identidad. Dicho modelo retoma a su
modo lo que la dialéctica idealista primero y el post-estructuralismo francés después denomina

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María J. Binetti, IIEGE – UBA / CONICET
La diferencia sexual

difference o différance, y entiende como diferencia en sí y por sí, esto es, como el dinamismo
auto-diferencial de la identidad misma. Fue Luce Irigaray quien primero recuperó para el
feminismo este concepto de diferencia y lo elaboró a partir de la sexualidad entendida como
diferir ontológico en sí y por sí (Binetti 2020).

En este sentido, Luce Irigaray sacó la diferencia sexual del mundo de las
representaciones fijas y abstractas ‒donde el dualismo intelectualista la había instalado‒ para
convertirla en un concepto reflexivo y dinámico, referido a su propio diferir inmanente. Desde
este punto de vista ontológico, el concepto de diferencia sexual no es reducible ni a la oposición
extrínseca entre mujeres y varones ‒cual dos esencias sustancialistas subordinadas la una a la
otra‒, ni a la ficción hetero-normativa de los géneros ‒cual estereotipos culturales producidos por
dispositivos socio-políticos‒. Ambas alternativas obedecen al patrón de una diferencia
representativa, rígida y abstracta, basado en el dualismo que opone identidad por un lado,
diferencia por el otro. El paradigma de la diferencia sexual, en cambio, significa ante todo y sobre
todo el dinamismo reflexivo y relacional por el cual la identidad se niega como simplemente una
y misma ‒A es A‒ para afirmarse como desdoblamiento y alteridad ‒A es no-A‒ (Binetti 2008).

Si la diferencia es aquello por lo cual la identidad se niega y deviene, se transforma y


despliega, ella contiene entonces una “fuerza generadora” (Grosz 2011, 94) capaz de producir su
propia realidad. El diferir femenino se especifica de este modo por su capacidad de concebir un
otro radical en el seno de su identidad. De aquí que ella se convierta en el paradigma de la
diferencia en-sí, idéntica y otra a la vez. Si la homo-lógica masculina se basa en el paradigma de
una Identidad pura y abstracta, la hetero-lógica feminista sostiene la identidad en la economía
diferencial del “ser-dos” (Irigaray 2000, 141 ss.), no al modo de dos sustancias independientes y
opuestas o de una fusión indiscriminada, sino al modo de un auto-diferir relacional donde uno es
dos y dos son uno. La fuerza generadora de la diferencia coincide, en definitiva, con su intrínseco
carácter natalicio (Gabriel 2021; Wuensch 2020).

La estructura virtual y creadora de la diferencia expresa la posibilidad de la constante


transformación de la identidad, alimentada por su propia negación y alteridad. De aquí que las
pensadoras de la diferencia sexual como Luce Irigaray, Rosi Braidotti o Elizabeh Grosz

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coincidan en definir a la mujer a partir de ese diferir inmanente que la hace siempre dos, otra y
múltiple, múltiple, fluida y nomádica (Braidotti 1994; 2005).

2) La sexuación de la diferencia: entre lo orgánico, lo psíquico y lo discursivo

El concepto de sexualidad que el feminismo de la diferencia supone, proviene del


psicoanálisis y en particular del psicoanálisis freudiano. Freud se preocupa por distinguir el
instinto animal ‒patrón de comportamiento rígido e invariable‒ de la pulsión sexual,
caracterizada por su plasticidad, apertura, complejidad y evolución inmanente. Con Freud, lo
sexual se convierte en la energía vital de toda acción o actividad humana (Freud 1992, 121). El
feminismo de la diferencia toma del psicoanálisis la consistencia de lo sexual como constitutivo
radical de la subjetividad en su complejidad bio-psico-social. La sexualidad constituye un modo
de ser subjetivo, una fuerza de realización que penetra, multiplica e integra toda dimensión
humana.

La sexualidad de la que hablamos no es reducible ni a biología ni a cultura. Ella es,


por el contrario, el lugar de encuentro de múltiples factores biológicos, afectivos, culturales,
históricos, conscientes, inconscientes, etc. La identidad sexual involucra el propio cuerpo
biológico, subjetivado él mismo en tanto que cuerpo afectivo, imaginario, deseante,
autoconsciente y libre. Así como no hay cuerpos sexualmente neutros, tampoco hay conciencia,
autoconciencia, cultura, acción social o relación subjetiva ajenos a la sexuación de los cuerpos.
La sexualidad es, en una palabra, el continuo diferir subjetivo de la síntesis bio-psico-social y
existencial que es la persona.

En este punto, resulta importante distinguir el concepto de identidad sexual de las


representaciones de género determinadas por la cultura hegemónica. Si bien aquella incluye los
significantes socio-culturales, no es sin embargo ni reducible, ni deducible, ni mero efecto pasivo
de los dispositivos sociales, tal como el constructivismo de los géneros la entiende. La
consistencia estructurante de la diferencia sexual supera el mero historicismo de los géneros
culturales o el representacionismo identitario de la conciencia yoica. Ella opera como ley o el
imperativo fundacional de la identidad subjetiva. Al igual que el nacimiento, la muerte, o la

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finitud del cuerpo y la vida, la diferencia sexual impone un límite radical (Copjec 2004, 161).
Mientras que las normas culturales, arbitrarias o consuetudinarias son modificables o
transgredible, la diferencia sexual es irrevocable e infranqueable.

En razón de su carácter inenmendable, psicoanalistas como Slavoj Žižek (2019),


Alenka Zupančič (2017) o Joan Copjec entienden la diferencia sexual como un “resto”
inconmensurable a toda representación intelectual, lo “real” que excede cualquier significante
cultural. La diferencia expresa así aquella virtualidad subjetiva siempre abierta a la novedad de la
existencia. En tanto que ley fundacional, ella impone a la subjetivación un límite negativo que
determina su radical incompletitud y falta. También en sentido psíquico, la diferencia sexual es la
negatividad que desdobla, contradice y empuja la transformación de la identidad. Ella derrumba
las fantasías de un narcisismo omnipotente para afirmar la alteridad del otro junto con el límite
insuperable del tiempo, lo imposible y la muerte.

Recapitulando, la negatividad de la diferencia es la virtualidad creadora de la propia


identidad, capaz de devenir otra, dos, relación, pluralidad. De aquí que Luce Irigaray concluya en
que una sociedad sexualmente neutra supondría su auto-destrucción, la incapacidad de sostener el
límite del otro y la imposibilidad distinguir entre la vida y la muerte (1992, 77; 2000, 37). Si la
diferencia es determinación constitutiva, potencia creadora y unidad relacional, lo neutro
equivaldrá a una fantasía omnipotente y narcisista. Justamente esta omnipotencia narcisista se
expande hoy en nuestras sociedades tardo-capitalistas bajo la premisa de un constructivismo
trans-genérico radical, movido por un goce ilimitado.

3) La neutralización trans-genérica

Un nuevo sentido de la diferencia, el cuerpo y la sexualidad emerge en el contexto de


los así llamados movimientos queer y su propuesta contrasexual trans-genérica. Las teorías queer
se enmarcan en un antirrealismo posmoderno y socio-lingüisticista para el cual sexo y
sexualidades, cuerpos, subjetividades y deseos son resultado de praxis discursivas, coagulaciones
del lenguaje naturalizadas por iteración perfomativa (Butler 1993, XI; 1990, 142-145). El sujeto

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de tales performances es de carácter lingüístico, y sus praxis discursivas materializan on demand


post-cuerpos o somatecas (Preciado 2008), al modo de artefactos high tech.

Para este constructivismo socio-discursivo, la diferencia sexual es una praxis hetero-


normativa, una ficción que regula las relaciones entre los somatecas parlantes de manera
arbitraria, estigmatizante y discriminadora de las diversidades no hetero-normadas. Butler
asegura en este sentido que “varones y mujeres existen como normas sociales” (Butler 2004,
210), o bien, como “categorías pasadas de moda” (Halberstam 2005, 41) llamadas a ser superadas
por una multitud de géneros auto-determinados. En sintonía, el Manifiesto contrasexual propone
que “se borren las denominaciones masculino y femenino correspondientes a las categorías
biológicas (varón/mujer, macho/hembra) del carnet de identidad, así como de todos los
formularios administrativos y legales” (Preciado 2002, 29). Masculinidad y feminidad deben
transformarse en significantes auto-asignables por sujetos discursivos que construyen libremente
sus cuerpos-textos conforme sea su auto-percepción imaginaria y sus recursos fármaco-
tecnológicos.

Este tipo de identidades tecno-genéricas es lo que Preciado denomina


“contrasexuales” y entiende como la producción de ficciones, performances y goces contra-
disciplinarios, reactivos a toda norma y ley (Preciado 2002, 19). Si lo disciplinario o normativo
consiste en la producción de mujeres y varones, la contra-disciplinar queer apunta en cambio a
producir contrasexualidades “sin hombres ni mujeres, sin penes ni vaginas” (Preciado 2019, p.
309). En el mismo sentido, si lo sexual emerge en y de los cuerpos, lo contra-sexual imprime
sobre los cuerpos “pene y clítoris o ninguna de las dos cosas, o un tercer brazo en lugar de un
pene, un clítoris en el medio del plexo solar o una oreja erotizada destinada al placer auditivo”
(Preciado 2019, 250). Una vez emancipadas del cuerpo y la diferencia sexual, las
contrasexualidades performan micro-agenciamientos trans-genéricos que buscan erosionar las
prácticas establecidas.

Entre tales agencias se cuentan, por ejemplo, la autocobaya, ejercicio de intoxicación


voluntaria y experimental que Preciado practica a diario; las performances drag o travestis,
tendientes a subvertir y reprogramar el género diagnosticado al nacer por el dispositivo médico;

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las prácticas snuff politics y post-porno, capaces de recodificar la pornografía tradicional


heternormativa; el comunismo anal y en especial el fist-fucking como centro contrasexual
(Preciado 2002, 27; 2013, 171). A esto se añaden las diversas parafilias sadomasoquistas,
fetichistas, voyeristas, exhibicionistas, coprofílicas, coprofágicas, pedofilicas, necrofílicas e
incluso la prostitución, considerada una praxis disruptiva (Preciado 2013, 169-70; 2019a, 90-95).
En último lugar, valgan mencionar agenciamientos de extirpación de órganos y sustitución
protésica de miembros mediante complejas intervenciones ciberqueer.

En rigor, el transgenerismo es un transhumanismo cuyas fantasías omni-


constructivistas cuentan hoy con la maquinaria tardo-capitalista. Detrás de la utopía trans.humana
opera el mercado high tech y la big pharma, aun más transformistas que el imaginario queer.

4) El modelo esquizo-perverso de las contrasexualidades transhumanas

La producción de (contra-)sexualidades transgenéricas obedece a un patrón


esquizoide y perverso, cuyo diferir es pura disociación y fragmentación indetenible. El carácter
esquizoide de las contrasexualidades se inspira en el Anti-Edipo y Mil mesetas (Deleuze y
Guattari 2004, 2002) y sigue el modelo molecular de pulsiones parciales diseminadas,
descentradas y rizomáticas, en proliferación simétrica con los flujos de la maquinaria capitalista.
Cada moléculo-pulsión es un lleno sin falta ni mella, que se agita cual átomo auto-gozante, y se
conectada o desconecta extrínsecamente y de manera aleatoria con otras tantas moléculo-
pulsiones. Estas pulsiones atraviesan cuerpos sin órganos ni subjetividad sobre los cuales
inscriben, por efecto pantalla, un post-sujeto igualmente aleatorio y fugaz. El post-sujeto
representa la “unidad ficticia de un yo” (Deleuze y Guattari 2004, 78) sin rostro ni identidad, sin
historia ni desarrollo intrínseco. En una palabra, lo esquizo consiste propiamente en la
decodificación y descentramiento de post-sujetos movidos por agitaciones múltiples que
proliferan rizomáticamente al hilo productor de la maquinaria social, por fuera de todo principio
de realidad y limitación.

A la desorganización esquizoide deleuziano-guattariana se suma el paradigma


perverso heredado en este caso de Michel Foucault y sus Lecciones sobre Sade (Foucault 2015a,

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93-146). Según Foucault, Sade descubre la quintaesencia de la sexualidad, esto es, la búsqueda
del crimen, el desorden y la destrucción permanente. Sade instala la voluntad de poder como
núcleo productor de la sexualidad, elevado al límite extremo de la tortura y la muerte. El propio
Foucault define el sadismo como la erotización de las relaciones desiguales de poder ‒varón-
mujer, activo-pasivo, amo-esclavo, top-bottom, butch-femme‒ (Foucault 2015b, 94). En sintonía
foucaultiana, el sado-masoquismo constituye una modalidad paradigmática de las
contrasexualidades debido a su capacidad de descentramiento y desmembramiento molecular. La
perversión S/M despedaza el cuerpo cual fragmentos disociados y manipulables, consistentes con
las ficciones yoicas.

Esquizofrenia y perversión confluyen de este modo en las contrasexualidades queer,


armables y desarmables a fuerza de discursos, voluntad de poder e industrial tecno-científica. Las
contrasexualidades se afirman más allá de toda ley, norma, falta y deseo. Su voluntad es la de un
goce infinito que desmiente todo límite y medida. Este tipo de goce ilimitado, que opera como
una afirmación omnipotente, sin falla ni falta, se vincula con lo que Sigmund Freud denomina
pulsión de muerte y opone a la pulsión sexual o de vida (Córdoba, Sáez y Vidarte 2005, 93-94;
Edelman 2014). Mientras que lo sexual es fuerza de unidad, síntesis y creación, la pulsión de
muerte persiste en una negatividad desligada de toda alteridad, cerrada sobre sí misma y
redundante en su destructibilidad. Ella erosiona todo límite para permanecer en la pura
indeterminación ‒ficción de alguna voluntad infinita‒, en el vacio de lo real que se repite
compulsivamente a sí mismo. Si la diferencia sexual es energía creadora, el neutro contrasexual
goza de la muerte.

Preciado concluye al respecto en un ne(cr)oliberalismo necroestético (2019, 148,126),


cuyas ficciones parodian el vacio y cuyas fantasías de totalidad desnudan la más radical
impotencia.

5) Para concluir: biopolíticas del deseo vs. necropolíticas del goce

La construcción on demand de cuerpos, sexos y deseos coincide hoy con la voracidad


de un capitalismo tecno-científico ansioso de producir la nueva especie trans-humana. En

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palabras de Paul-B. Preciado, “el capitalismo fármaco-pornográfico inaugura una nueva era en la
que el mejor negocio es la producción de la especie misma, de su alma y de su cuerpo, de sus
deseos y afectos” (Preciado 2008, 44). Paradójicamente, la eliminación de toda diferencia, norma
y ley, lejos de liberarnos, nos deja en manos del control social capitalista, insaciable constructor
de nichos ficcionales. El post-sujeto contrasexual, por más emancipado y autónomo que se
imagine, resulta el epifenómeno de las redes de poder que diseñan e instalan su goce omnipotente
y narcisista.

Frente a la neutralización transgenérica, funcional al neoliberalismo sexual y


reproductivo, afirmamos la urgencia de volver sobre la diferencia sexual como realidad
ontológica y praxis política. La diferencia sexual es tanto límite y finitud, como potencia
expansiva y creadora. Su auto-diferir supone apertura y relacionalidad constitutivas, y su
sexualidad mueve toda realización subjetiva e intersubjetiva. El proyecto político de la diferencia
es el de una humanidad sujeta a la finitud y alteridad, porque es precisamente en la falta y el otro
donde emergen el deseo y la creación. En esa diferencia ni totalmente una ni puramente otra,
habita eros, el eterno hacedor de la existencia y la comunidad humana, de esa cultura que intenta
salvarnos de la disolución y el desmembramiento subjetivo.

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