Mejorar Las Confesiones Con San Francisco de Sales

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Mejorar las confesiones con san Francisco de Sales

Hay confesiones no llegan a fondo, o son rutinarias, o están vacías de un dolor


sincero y no permiten un cambio serio.
 
Recurrimos al sacramento de la confesión porque Dios ha
movido nuestros corazones. Primero, nos ha hecho ver que
hemos pecado. Luego, nos ha invitado al arrepentimiento,
a las lágrimas sinceras del corazón. Después, nos ha dado
fuerzas para tomar propósitos que nos lleven a cambiar de
vida. Finalmente, nos ha esperado en un sacerdote que
pronuncia las palabras de la misericordia: “yo te absuelvo
de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo”.

Notamos, sin embargo, que algunas confesiones no llegan


a fondo, o son rutinarias, o están vacías de un dolor sincero, o no permiten un
cambio serio, una conversión auténtica.

¿Cómo mejorar, entonces, nuestras confesiones? Podemos ayudarnos de algunos


consejos que ofrecía san Francisco de Sales.

En su obra “Introducción a la vida devota”, san Francisco de Sales explicaba a


Filotea (es decir, a quien dirigía su libro, al alma enamorada de Dios) cómo hay
confesiones que no están bien llevadas porque el penitente hace una acusación
vaga, genérica, de los propios pecados.

Tras recomendar la confesión frecuente (cada 8 días) y dar una serie de


indicaciones importantes (qué pecados hay que decir, el dolor, el propósito de
la enmienda), el santo pone su atención en el modo de presentar los pecados
veniales para sacar mejor provecho del sacramento. Sus palabras son claras y
prácticas:

“No hagas tan sólo ciertas acusaciones superfluas, que muchos hacen por rutina:
no he amado a Dios como debía; no he rezado con la debida devoción; no he
amado al prójimo cual conviene; no he recibido los sacramentos con la
reverencia que se requiere, y otras cosas parecidas. La razón es, porque,
diciendo esto, nada dices, en concreto, que pueda dar a conocer a tu confesor
el estado de tu conciencia, pues todos los santos del cielo y todos los hombres
de la tierra podrían decir lo mismo, si se confesaran” (Introducción a la vida
devota, parte II, capítulo XIX).

Para evitar esas acusaciones superfluas o vagas, Francisco recomienda ir a lo


concreto. Luego, fijarse en las actitudes que el alma tenía cuando cometió un
pecado. El texto antes citado sigue así:
“Examina, pues, de qué cosas, en particular, hayas de acusarte, y, cuando las
hubieres descubierto, acúsate de las faltas cometidas, con sencillez e
ingenuidad. Te acusas, por ejemplo, de que no has amado al prójimo como
debías; ¿lo haces porque has encontrado un pobre necesitado, al cual podías
socorrer y consolar, y no has hecho caso de él? Pues bien, acúsate de esta
particularidad y di: he visto un pobre necesitado, y no lo he socorrido como
podía, por negligencia, o por dureza de corazón, o por menosprecio, según
conozcas cuál sea el motivo del pecado. Asimismo, no te acuses, en general, de
no haberte encomendado a Dios con la devoción que debías; sino que, si has
tenido distracciones voluntarias o no has tenido cuidado en elegir el lugar, el
tiempo y la compostura requerida para estar atento en la oración, acúsate de
ello sencillamente, según sea la falta, sin andar con vaguedades, que nada
importan en la confesión”.

Junto con la claridad de los pecados, que han de ser presentados de modo
concreto, Francisco exhortaba a buscar y corregir las raíces que provocan
nuestras faltas:

“No te limites a decir los pecados veniales en cuanto al hecho; antes bien,
acúsate del motivo que te ha inducido a cometerlos. No te contentes con decir
que has mentido sin dañar a nadie; di si lo has hecho por vanagloria, para
excusarte o alabarte, en broma o por terquedad. Si has pecado en las
diversiones, di si te has dejado llevar del placer en la conversación, y así de
otras cosas. Di si has persistido mucho en la falta, pues, generalmente, la
duración acrecienta el pecado, porque es mucha la diferencia entre una vanidad
pasajera, que se habrá colado en nuestro espíritu por espacio de un cuarto de
hora, y aquella en la cual se habrá recreado nuestro corazón, durante uno, dos o
tres días. Por lo tanto, conviene decir el hecho, el motivo y la duración de los
pecados, pues, aunque, ordinariamente, no tenemos la obligación de ser tan
meticulosos en la declaración de los pecados veniales, ni nadie está obligado a
confesarlos, no obstante, los que quieren purificar bien sus almas, para llegar
más fácilmente a la santa devoción, han de ser muy diligentes en dar a conocer
al médico espiritual el mal, por pequeño que sea, del cual desean ser curados”.

San Francisco de Sales nos deja, así, consejos concretos y realistas. No podemos
curarnos sin recurrir al Médico, y no podemos recibir con fruto el sacramento de
la reconciliación sin un examen que saque a la luz las raíces de nuestros
pecados.

Si mejoramos, por lo tanto, la manera de acusar los pecados, el confesor, que


actúa en nombre de Cristo y de la Iglesia, podrá guiarnos con un conocimiento
mejor de las actitudes de nuestro corazón. De este modo, desde la luz del
Espíritu Santo, seremos más conscientes de los puntos en los que tenemos que
poner mayor esfuerzo para erradicar el pecado de la propia vida y para pensar y
actuar según el Evangelio.

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