Síntesis de Taborda
Síntesis de Taborda
Síntesis de Taborda
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Sarmiento cierra una época, la época de la colonia, y abre otra época, la época inaugural del
nombre argentino. […]su intervención docente en la hora crucial de la organización del país fue tan
decisiva que constituye el punto central de referencia de nuestra historia de los problemas
educacionales; tanto que la crítica de los fundamentos del orden docente que rige todavía no
puede prescindir de sus creaciones, de sus concepciones y de sus puntos de vista. De tal modo es
cierto que se puede estar contra Sarmiento, pero no se puede estar sin él. […]
[…] Recuerdos de provincia y Educación popular. Mientras el primero de esos libros nos describe
con un acento tocado de emocionada comprensión el cuadro, simple y apacible, pero palpitante
de vida, de la comuna sanjuanina en cuya atmósfera moral discurre la galería de tipos humanos
decantados por los ideales vigentes, el segundo nos hace asistir a la aparición de un nuevo estilo
de vida en pugna con el estilo tradicional y, como consecuencia de esa novedad, al esforzado
trabajo de la «transición lenta y penosa de un modo de ser a otro modo de ser». resumen, pues,
los antecedentes de nuestra historia escolar y, por consiguiente, es a ellos a los que necesita
ceñirse la reapertura de la instancia relativa a la validez actual de las orientaciones que los
informan.
Como acontecer peculiarmente educativo, la escuela se define como una relación de docente y
docendo movida por un propósito de enseñar en vista de un momento teleológico que es el ideal;
y, aun cuando de ordinario se da, en su especificidad, en la organización escolar, se da también
«en el ancho seno del pueblo », en las distintas formas que asume la realidad social y que integran
y estructuran una colectividad en cada uno de sus momentos históricos. […]
En la escuela –el establecimiento modesto y sencillo del tiempo, que sarmiento frecuentó cerca de
dos lustros desde la edad de cinco años–, «se enseñaba a leer muy bien, a escribir, aritmética,
álgebra y rudimentos de religión». Mediante una parvedad de recursos que hoy parece
inconcebible a los partidarios de la formación enciclopédica, dábase ahí «la única instrucción
sólida que se ha dado entre nosotros en escuelas primarias».
En el hogar, enseñaba la lección directa y viva del ejemplo de los padres. Comunidad enseñante,
cuya eficacia educativa está siempre condicionada por los contenidos morales de su constitución,
el hogar comunal, señalado en todas las vicisitudes y las contingencias sociales por su
inquebrantable adhesión a una ética severa y rigurosa sin ser intolerante con las manifestaciones
de la vida instintiva, formó siempre un clima propicio al desarrollo del alma de la niñez y colaboró
con un tacto exquisitamente acendrado por el amor en la tarea escolar que consiste en introducir
las nuevas generaciones en el espíritu objetivo. El propio sarmiento nos refiere con palabras
estremecidas de ternura la influencia decisiva que, bajo el techo paterno, «sublime escuela en que
la industria más laboriosa, la moralidad más pura, la dignidad mantenida en medio de la pobreza,
la constancia, la resignación, se dividían todas las horas», ejerció la madre tutelar cuyo saber de
vida nutrió su espíritu en formación, cuya conducta heroica adoctrinó el heroísmo y templó de
austeridad la reciedumbre de su carácter. […]
Un presbítero nativo, José Castro, fue el preceptor de esa madre. Porque, como queda dicho, en
íntima relación con las actividades de la escuela y del hogar, los sacerdotes enseñaban también en
el templo, en las pláticas doctrinales, cuyo auditorio era, a menudo, la población entera de la
ciudad, y cuyo temario ligaba en la elevación del discurso los negocios de la vida y la crítica de las
costumbres populares al comentario del Evangelio. […]
Fuera de la escuela, del hogar y del templo, la comuna prolongaba sin solución de continuidad la
faena docente en las múltiples manifestaciones de las relaciones sociales. […]
Escuela, hogar, iglesia y plaza pública integraban, pues, el orden educativo de la comuna. de las
calidades de ese orden hablan con alta elocuencia las palabras de sarmiento. de los maestros de
primeras letras Ignacio y José Genaro rodríguez, nos dice que estaban dotados de tan auténtica
vocación pedagógica que hubieran podido ser educadores en Prusia, y de la escuela que ellos
regenteaban afirma que «era un dechado de perfección». […]Y por lo que concierne a José oro, lo
reconoce maestro, que maestro fue en toda la extensión del concepto no sólo por la manera de
transmitir las ideas, manera que habría hecho honor a los más grandes maestros, sino por la
posesión de ese don de comprender la totalidad del alma infantil que trasciende en toda su
grandeza de la expresión de su discípulo: «creo deberle a él una gran parte de mis ideas generales,
mi amor a la patria y principios liberales porque era muy liberal sin dejar de ser cristiano».
Una íntima comunión espiritual los unía con un afecto de padre a hijo y, a favor de ese sentimiento
despertado y afianzado por la presencia del eros docente, participado con generosidad a la
juventud lugareña, el mundo circundante, la realidad concretada del dintorno, se humanizaba, iba
de lo más próximo a lo más distante y dilataba las reflexiones referidas a las cosas humanas y
divinas en orbes espirituales, descubriendo así todo ese proceso mental de cuyo valor pedagógico
se ha percatado y trata de precisar el pensamiento contemporáneo. […]
Orden educativo existencial, plasmado en la entraña popular, incomplejo, como incompleja era la
estructura de la sociedad pastoril y precapitalista que lo realizaba, respondía con justeza a las
exigencias de la época. Ciñéndose a un mínimum de enseñanza común a ricos y a pobres, se
satisfacía con iniciar a unos y otros en los conocimientos indispensables a las empresas ordinarias
de los distintos estratos sociales sin cerrar el proceso formativo a las posibilidades de los capaces.
Cierto es que estas probabilidades dependían, en primer lugar, de la situación económica y del
rango; pero la lista de nombres representativos procedentes de familias humildes que registran los
historiales sanjuaninos, prueba que, con todas las inadecuaciones del medio para favorecer la
exaltación de los señalados por la inteligencia, no faltó la solicitud generosa para que ellos se
lograran en un grado mayor o menor.
Sarmiento nos ofrece aquí uno de los más egregios testimonios de cuanto venimos diciendo.
Teníase por autodidacta; pero no lo fue. no lo fue no sólo en razón de lo que en contrario nos
dicen sus propias memorias, de las cuales trasciende, según se ha visto, toda una docencia
orgánica de contenidos cabales que ligaba en una continuidad espiritual corresponsable a la
comunidad y a sus miembros, sino porque, en rigor de verdad, eso del autodictismo es un
concepto en extremo relativo toda vez que todo aprendizaje supone el bien cultural con la
voluntad educativa mediante la cual aspira a imponerse como bien cultural y, junto al bien
cultural, la presencia docente del portador de ese bien, sea la comunidad como guardiana de la
cultura, sea la persona real y concreta del educador que lo encarna. […]
Ningún óbice fue la pobreza de los suyos y la modestia de su origen para que la feliz comprensión
de sus maestros, Ignacio y José Genaro rodríguez, se percatasen de sus valimentos y los
estimularan con una eficacia docente de auténtica filiación pestalozziana. La asistencia del ayo
solícito, de José oro no fue la obra del acaso ni mucho menos la empresa de la caridad
compadecida, sino una expresión de la responsabilidad profundamente humana inherente al
sentido de la vida comunal. No lo fue tampoco la que le prestó, a través de su madre, la
enseñanza, viva y operante en su conducta y en sus trabajos, de José Castro. No lo fue tampoco la
influencia, de tan intensa repercusión en su adolescencia hecha de aprendizaje y de denuedo, de
aquel domingo oro –«el modelo y el tipo del futuro argentino, europeo hasta los últimos
refinamientos de las bellas artes, americano hasta cabalgar el potro indómito»– cuya figura cobra
todos los relieves de un carácter de Teofrasto en las páginas de Recuerdos de provincia. […]
Las concepciones nutricias del humanismo español, reafirmadas y troqueladas por la esforzada
milicia exigida a la conquista y a la colonización por las condiciones del solar americano, lejos de
estancarse en dogmas y en preconceptos reñidos con la exaltación de las calidades viriles y con la
libertad de raciocinio, fueron de tal modo favorables al libre examen que por ellas se hizo fecunda
«aquella educación razonada y eminentemente religiosa, pero liberal, que venía desde la cuna –
estamos leyendo un pasaje de sarmiento– transmitiéndose desde mi madre al maestro de escuela,
desde mi mentor oro hasta el comentador de la Biblia, Albarracín». El genio español no se pagó
nunca del verbalismo dialéctico y de las elucubraciones abstractas concernientes al hombre.
Refiriéndose con ceñido rigor al individuo y a sus condiciones anímicas, de acuerdo en esto a las
ideas docentes afianzadas en la psicología de vives, su tradición fue invariablemente fiel al
principio de la libertad y a la autodeterminación de la persona. […]
[…]Todo, incluso, desde luego, la educación comunal que, no obstante tener a su favor el
desempeño que queda expresado, fue declarada insuficiente para lograr las finalidades
prometidas al nuevo orden nacido de la revolución por el espíritu del tiempo que ganaba las
conciencias y concitaba las voluntades a las tareas de la organización nacional.
Pero esta respuesta es, como se ve, de términos generales y, por eso mismo, inapropiada para
darnos claridad sobre las íntimas motivaciones de la reacción, sobre los contenidos pedagógicos y
sobre los fines ideales que presidieron la política escolar propiciada y propugnada para la escuela
argentina. Toda vez que una secesión política no supone necesariamente una ruptura de la
continuidad histórica, la respuesta concreta y precisa al interrogante propuesto necesita referirse
a las razones específicamente educativas de la fundamental discrepancia con la docencia comunal,
prescindiendo, en todo lo posible, de su correspondencia accidental con las repercusiones de la
lucha con el poder metropolitano. Esto es tanto más indispensable cuanto que la instauración de
nuestra política escolar comenzó en una época en la que para nosotros era ya un hecho
consumado la caducidad de la dominación española.
Esquema elaborado en miras a la acción del momento, con más apasionamiento polémico y
militante que información filosóficamente sistematizada de los problemas pedagógicos, Educación
popular se limitó, pues, a la enseñanza apreciada como instrumento de lucha y por eso es que,
volviendo sobre el orden docente de la comuna que se reducía a la aplicación concreta de las
escasas disciplinas que le ofreciera la cultura coetánea, confirió rango y valor educativo, con
precipitada avidez, a todos los productos decantados, desde comienzos del siglo, por los estudios
de la química, de la física, de la biología, de las ciencias naturales en general y de la técnica
aplicada a la producción y a la industria. […]
Pero por lo mismo que la organización escolar y la elección del material enseñante, con todo y
depender de la íntima legalidad constitutiva de la educación, están condicionadas, en última
instancia, por la referencia teleológica del concepto del hombre que se proponen realizar, el plan
propugnado por Educación popular no pareció reparar en que la adopción del producto legislativo
francés de 1833 importaba la adopción del ideal pedagógico que lo anima, y fue así como
contrapuso, en el hecho, el ideal del tipo de hombre concebido por el humanismo racional
renacentista al ideal de la personalidad esencial del humanismo español. […]
Desde luego, nuestra emancipación política fue la obra de una voluntad histórica decidida a
consolidar un orden social calculado para realizar el destino del hombre argentino. Como
afirmación del principio político de la autodeterminación, entrañó, en primer lugar, un
determinado concepto del hombre, y ese concepto, lejos de ser el producto de una abstracción,
fue necesariamente el mismo que concibieron y realizaron las comunas de origen. no pudo ser
otro toda vez que a una secesión política de la índole de la nuestra no le fue dado cambiar a
designio o transmutar a voluntad la tesitura étnica radical y eterna. Procediendo, como
procedemos, de un pueblo que en todas las edades y en todas las situaciones se ha singularizado
por la afirmación de un enérgico personalismo de raíz voluntarista, aun en aquellos momentos en
que se nos dio por rendir pleitesía al esplendor del concepto humano de sello racionalista que
constituye la nota más genuina del genio francés, hemos sido fieles a su claro mensaje.
En tanto participa de la vida de una cultura, la educación está sujeta a la ley del espíritu.
Entendemos por espíritu la actividad que procura claridad sobre las cosas que nos rodean
mediante un sistema de relaciones ganadas por la observación, la distinción, la comparación y el
análisis. Esa actividad supone una memoria, la memoria de las relaciones ya obtenidas, la memoria
que nos trae –de tradere, de donde tradición– esas relaciones, y la revolución, esto es, la actitud
con la que el espíritu vuelve sobre una relación adquirida y la convierte en un nuevo problema.
Consiste, pues, en un movimiento decantador que va perpetuamente de la tradición a la
revolución. Siendo esto así, la instauración del orden político advenido a raíz de nuestra liberación
del dominio español no pudo prescindir de la tradición espiritual española. En tanto esa educación
se expresó como revolución, debió referirse siempre, como tarea espiritual, a la tradición viva y
presente en todas las manifestaciones de la existencia comunal, especialmente en el idioma como
órgano de comunicación de sus hombres.
Genio y figura hasta la sepultura, los pueblos, como los hombres, poseen notas esenciales que no
admiten ni toleran interferencias extrañas. La historia de la pedagogía registra múltiples casos de
desplazamientos de un ideal por otro ideal, promovidos y preparados por una diacrítica que se
vincula siempre a la lucha que libran los ideales entre sí en procura de un predominio más o
menos definitivo y excluyente; pero no acusa situaciones tales que permitan considerar como algo
que entre en el orden normal de esos acontecimientos el que ellos se den fuera de una sociedad y
de otro modo que como consecuencia de los propios movimientos vitales del pueblo. […]La
aparición de un ideal forastero en el ámbito de una sociedad determinada es un acontecimiento
que procede o de una conquista o de la colonización de una cultura por otra cultura.