Trabajo Grupo 6 v5
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Resumen
Palabras clave
Introducción
A finales del 2019 la humanidad se ha visto vulnerable ante una amenaza como es la COVID-
19, causada por un virus de la familia del coronavirus (Freine et al. 2020), el mismo que se
originó en Wuhan - China y se fue extendiendo rápidamente a nivel mundial, por lo que la
Organización Mundial de la Salud lo declara como “pandemia”, el 11 de marzo de 2020
(Üniversitesi & Dergisi 2021), esta enfermedad infectó a una gran población a nivel mundial
y ha causado una gran cantidad de muertes (Kaur et al. 2020). Es importante resaltar el
incremento abismal de residuos biocontaminados que se han generado en estos tiempos de
pandemia, entendiéndose por estos al conjunto de desechos que están contaminados con
microorganismos producto de la atención a pacientes, como son restos de sangre, semen,
secreciones vaginales, gasas, algodón, elementos punzantes, jeringas, residuos
onomapatológicos, etc. (Suarez 2000; Neveu & Matus 2007; Heredia et al. 2020).
Como primer punto se desarrolló los residuos generados por la atención a pacientes COVID-
19; la Nathional Geographic – España, alerta sobre la generación de residuos hospitalarios los
mismos que se han incrementado exponencialmente como por ejemplo en los hospitales
asturianos en dónde se estima unas 185 toneladas en el mes de abril del 2020, mientras que en
Valencia capital se han recogido 134 toneladas de residuos procedentes de 20 residencias en
menos de un mes; lo propio sucede en hogares en cuarentena y espacios públicos, en donde el
uso de equipos de protección personal se ha incrementado y con ello los desechos
contaminantes (Salud 2020).
Como segundo elemento se desarrolló la gestión de cadáveres por COVID-19, que a nivel
mundial se presentó como un grave problema, por el incremento abismal de muertes, como
por ejemplo en América latina donde haciende a 798,87 fallecidos, cuya disposición final
requiere de todo un procedimiento que a su vez significa cumplir con la normatividad
vigente.
- El año 2008 se decreta la ley Nº 1065 que modifica la Ley N° 27314, debido a que se
presentaron problemas relacionadas con la regulación y fiscalización de residuos
sólidos, de modo que esta buscó promover que tanto las entidades públicas y privadas
tuvieran una infraestructura adecuada para su tratamiento (Alegre, 2008).
Considerando este marco legal se observa que la normatividad respecto a la gestión y manejo
de residuos sólidos no se originó en este tiempo de pandemia, sino que ya viene de tiempo
atrás, de lo que si se debe señalar es que estos fueron cambiando de acuerdo a las coyunturas
y necesidades.
Se ha puesto en cuestión el sistema de salud por ende se debe considerar nuevas propuestas y
procedimientos para la implementación de la gestión de desechos médicos que contienen
agentes patógenos (Sangkham 2020) como son el equipo de protección personal, equipos de
prueba, mascarillas quirúrgicas y guantes de nitrilo, entre otros, siendo éstos los de mayor uso
(Ilyas et al. 2020), por ende son los principales contribuyentes al volumen de desechos que
amenazan la salud pública mundial y la sostenibilidad ambiental.
Los impactos han generado graves consecuencias sobre todo en la salud, economía y la
sociedad, además de la contaminación hídrica debido a la inadecuada práctica de eliminación
de plásticos de un solo uso, que viene afectando preocupantemente a la conservación de
mares, océanos, lagos etc. (Mendoza 2020) hecho que resulta ser una grave amenaza para la
humanidad y la vida marina (Dharmaraj et al. 2021), lo que ha evidenciado los problemas que
se tiene con las prácticas de gestión de residuos y la capacidad de respuesta frente a ésta
problemática, que ha puesto en grave riesgo la salud pública (Hantoko et al. 2021) por lo que
es necesario desarrollar estrategias sostenibles para mitigar pandemias similares en el futuro;
como es el caso de la ciudad de Trento – Italia, donde se ha trabajado el manejo de residuos
en las etapas de recolección y tratamiento con la finalidad de evitar un segundo brote del virus
(Ragazzi et al. 2020), o considerar la eliminación conjunta en un incinerador de desechos
sólidos municipales, hornos de cemento, hornos industriales y entierro profundo, esto está
respaldado por la comunicación de la entrevista con ZEVO SAKO (la planta de incineración
más grande de la República Checa) (Fan et al. 2021).
Aspectos, que ponen en evidencia la situación catastrófica que venimos afrontando, sobre
todo en países como los de Latinoamérica dónde no se tenía un adecuado manejo de residuos
médicos antes de la pandemia, situación que se viene agudizando cada vez más con el
incremento de pacientes por COVID-19, por lo que es necesario proponer un adecuado
sistema de manejo de desechos hospitalarios acorde a la necesidad de cada localidad,
estrategias para mitigar la amenaza a la salud pública, la vida marina y la contaminación del
medio ambiente en general, pues una pandemia como la que se está atravesando, pone en
evidencia el deficiente e inadecuado manejo de residuos médicos tanto de centros de salud
como de los hogares en cuarentena, por lo que es importante promover nuevas prácticas de
eliminación de éstos residuos.
Las defunciones por COVID-19 ocurren con frecuencia en pacientes con enfermedades
preconcebidas como: obesidad, diabetes, presión arterial o enfermedades respiratorias
(Carbajal-Arroyo 2019), quienes son más vulnerables a este virus son los adultos mayores, y
con más frecuencia incide en hombres (Chung 2019); la defunción de los fallecidos por la
COVID-19 genera el proceso de gestión, manejo y traslado de cadáveres para su disposición
final (Rodríguez 2021) pues se opta por disminuir el riesgo en los trabajadores utilizando los
protocolos de bioseguridad y equipos de protección personal, reduciendo contacto con los
cadáveres y evitando el contacto con los fluidos corporales (Lorenzo-Maiquez 2020), los
prestadores de servicios de salud son los que desinfectan la zona donde se produjo la muerte y
colocan el resto en doble bolsa; embalando el ataúd con plástico impermeable hacia su
disposición final (Carlos 2020). el cadáver deber ser cremado o se puede dar la inhumación
(Canchari 2019).
Los países de la región han reportado transmisión comunitaria del nuevo coronavirus, casi
siempre el presagio de un importante aumento en el número de casos, las muertes por
coronavirus en América Latina superaron los 50.000; los contagios rozaban el millón de
casos, tras observarse un deterioro de la situación en países como Brasil, Chile, México y
Perú, según los recuentos de agencias de noticias internacionales y se estima que los
fallecimientos por la COVID-19 en América Latina sumaron 50.105, con 976.425 casos
positivos (Chung 2019). La mitad de fallecimientos y contagios se registran en Brasil con 210
millones de habitantes y encabeza la cuenta fatal con 28.834 fallecidos por el nuevo
coronavirus, seguido de México con 9.415 para una población de 120 millones (Carrior
2021).
Tras la pandemia en América Latina se acumuló casi medio millón de muertes confirmadas
por la COVID-19, el virus sigue avanzando en la mayoría de los países de la región (Parker
2021).
MUERTE
PAÍS CASOS S
12,984,95
Brasil 6 331,433
Colombia 2,446,219 64,094
Argentina 2,393,492 56,199
México 2,250,458 204,147
Perú 1,582,367 52,877
Chile 1,026,785 23,644
Panamá 356,377 6,135
Ecuador 335,681 16,956
Bolivia 274,934 12,324
R. Dominicana 254,295 3,346
Paraguay 221,207 4,399
Costa Rica 216,764 2,957
Guatemala 195,471 6,891
Honduras 190,631 4,644
Venezuela 166,123 1,662
Uruguay 117,757 1,101
Puerto Rico 109,833 2,131
Cuba 79,544 436
El Salvador 64,431 2,030
Jamaica 40,663 615
Haití 12,788 252
Guyana 10,580 243
Surinam 9,163 177
Nicaragua 6,677 178
25,347,19
TOTAL 6 798,871
Fuente: Elaborado en base a Centro Johns Hopkins de Ciencia e Ingeniería de Sistemas
Surinam
Haití
El Salvador
Puerto Rico
Venezuela
Guatemala
Paraguay
Bolivia
Panamá
Perú
Argentina
Brasil
0% 10% 20% 30% 40% 50% 60% 70% 80% 90% 100%
CASOS MUERTES
Cada día la cantidad de contagios y fallecidos aumenta a lo largo del mundo, con diferentes
tasas de letalidad y repercusiones diversas, que ponen a prueba la capacidad de los sistemas
sanitarios y vienen a develar las falencias y fortalezas, no sólo en cuanto a la respuesta frente
a los contagiados, sino también en situaciones tales como el manejo de cadáveres y el
acompañamiento a los pacientes y familia en los últimos momentos de vida (Toro & Sotta
2020). En el Perú, el primer fallecido por COVID-19 tuvo dos factores de riesgo importantes,
paciente mayor a 60 años de edad (78) y con antecedentes de hipertensión, contacto
epidemiológico (familiar de paciente 0 en Perú). Este caso puso en evidencia la necesidad de
identificar rápidamente aquellos pacientes que podrían tener una evolución desfavorable, para
poder brindar el tratamiento más temprano y adecuado (Cáceres-Bernaola et al. 2020). Los
factores que inciden en el contagio, están relacionados a fallas o deficiencias en los aspectos
administrativos, organizacionales, medioambientales, provisión de Equipos de Protección
Personal - EPP, y factores individuales o personales; entre el grupo de mayor riesgo se
encuentra el personal de salud, especialmente los médicos, que el sistema de salud tan
precario y fragmentado, ha permitido que estos enfermen y hasta pierdan la vida (Galán-
Rodas et al. 2020). En España, la morbilidad y la letalidad presenta una prevalencia media del
6,0%, en las zonas de mayor densidad poblacional supera el 14%; y en cuanto a la tasa de
letalidad (TL), existe una gran diferencia entre comunidades autónomas (TL España fue
9,6/1.000), mayor en varones (10,2/1.000, razón 1,17 respecto de mujeres) y con especial
divergencia en la población mayor de 65 años (Martín-Sánchez et al. 2020).
En este contexto la pandemia, adquiere gran trascendencia la celeridad en el tratamiento y la
gestión de los cadáveres en las más dignas condiciones, y con la debida adopción de medidas
de bioseguridad para quienes los manipulan (González-Fernández et al. 2020); en ese marco,
conocer con precisión el número y la evolución de las defunciones por COVID-19 es esencial
para valorar la magnitud del problema y su evolución; sin embargo, la exactitud en el número
de defunciones ha generado polémica pública, toda vez que se dio una variedad de
procedimientos y formatos en el registro, de modo que los datos no siempre se han tramitado
de forma fidedigna (Cirera et al. 2020). Para el manejo de los cadáveres, lo correcto es que las
autoridades tomen las medidas necesarias, y provean a los operadores los equipos de
bioseguridad y recursos necesarios para su protección, así como la capacitación para el uso
correcto de los medios provistos (Prieto et al. 2021).
Si bien la detección de casos COVID-19 post mortem, según la recomendación de los Centers
for Disease Control and Prevention (CDC) de los Estados Unidos, debe basarse en la prueba
de RT-PCR, mediante pruebas de tejido pulmonar o hisopado orofaríngeo, pero en países
como el Perú, este mecanismo se torna inviable, debido a la existencia de oferta limitada de
laboratorios moleculares para procesar las muestras, situación que conduce a demoras en el
manejo de cadáveres y podrían constituirse en problema de salud pública; frente a esta
realidad, el Ministerio de Salud de Perú, modificó la Directiva Sanitaria N° 087-
MINSA/2020/DIGESA para el manejo de cadáveres por COVID-19 (4 de abril de 2020),
estableciéndose que toda muerte sospechosa debe ser manejada como un caso confirmado
(Angulo-Bazán & Solis 2020). En México, por la magnitud del contagio y muertes, el
gobierno emite los lineamientos de manejo general y masivo de cadáveres por SARS-CoV-2
(17 de abril de 2020), con el objetivo de establecer las directrices para el manejo ético, seguro,
transporte y disposición final de cadáveres confirmados o con sospecha de infección (Romero
& Suarez 2020); dentro de ese marco, cada estado ha tomado estrategias para el control de
contagios; por ejemplo, el gobierno de Jalisco ha conformado la Comisión Interinstitucional
de Manejo de Cadáveres por COVID-19, y la aplicación de normas de bioseguridad tanto en
hospitales como fuera de ellos (Barbosa et al. 2021).
La práctica de autopsias en fallecidos por COVID-19 se ha visto limitada por las obligadas
medidas preventivas frente al contagio y por la necesidad de disponer de instalaciones con
nivel de protección frente a riesgos biológicos de nivel 3 (Bañon-Gonzalez et al. 2020); se
sabe que se requiere el uso de EPP de alta seguridad; las infecciones con SARS-CoV-2, se
pueden adquirir mediante inoculación percutánea, contaminación de la piel sin inoculación,
ingestión, inhalación y contaminación de mucosas; pero, en el trabajo de Davis y Williamson,
se identificó que patólogos y técnicos de autopsia que se expusieron 675 veces al SARS-CoV-
2, sólo un profesional participante en las autopsias resultó infectado, resultado que evidencia
que el riesgo de contagio es extremadamente bajo si se utilizan EPP de forma adecuada
(Rubio et al. 2020); por la apertura del cadáver y disección de pulmones y demás órganos se
podían producir aerosoles, infectar al personal que realizara la autopsia y contaminar el medio
ambiente, propalando la enfermedad, haciendo necesaria recurrir a métodos alternativos como
la técnica de punción post mortem, lo que permite el estudio de la COVID-19 y profundizar
en el conocimiento de esta enfermedad (Iglesias et al. 2020).
La pandemia, ha cambiado nuestra forma de estar y vivenciar el mundo, nos han llevado a
realizar cambios en todos los ámbitos de nuestra vida, incluso de nuestra cultura, ritos, forma
de morir y de despedirnos de nuestros seres queridos sin el apoyo sociofamiliar acostumbrado
(Lacasta-Reverte et al. 2020). La medida de distanciamiento y no acercamiento de familiares
de pacientes en agonía, se justificaba y se justifica en la alta contagiosidad y letalidad del
coronavirus; y para evitar el contagio se siguió la orden de que los enfermos no recibieran
visitas, obligándoles a morir en soledad (García 2020). Sin embargo, desde la mirada del
Derecho Internacional de Derechos Humanos (DIDH), se protege incluso situaciones más
atípicas, como: las obligaciones sobre la identificación de los cadáveres, el descarte de
muertes violentas, la prohibición de incineraciones de cuerpos no reclamados, y la generación
de evidencia para la trazabilidad de la identidad de los fallecidos en caso de que un familiar
decida emprender un proceso de búsqueda. Asimismo, los familiares tienen el derecho a la
información sobre sus parientes fallecidos, su derecho al duelo y realizar ritos mortuorios
(Vásquez 2020).
Por ejemplo, las enfermeras tienen un rol importante en la atención primaria, como el planear,
conectar y coordinar la atención, por lo que debe desarrollarse sus competencias, para
garantizar la retención del personal y la calidad asistencial (Almiray 2020); las
manifestaciones clínicas atípicas de la COVID-19, junto a su alto grado de contagio, obliga al
servicio odontológico mantener normas de bioseguridad estrictas y evitar que se convierta en
un foco de transmisión (Paltas et al. 2020); en los servicios de cirugía, todo el personal
deberá recibir formación práctica en medidas de protección y uso del (EPP) recomendados
para el manejo de los pacientes COVID-19 y con sospecha (Torregrosa et al. 2020); el
examen físico oftalmológico actualmente es considerado como una práctica médica de alto
riesgo por la posibilidad de contraer COVID-19, siendo probable que el virus se encuentra en
secreciones como saliva, nasal y lágrimas (Munayco-Guillén et al. 2020); las unidades de
hemodiálisis, representan un factor de riesgo alto para adquirir la infección por Covid-19, por
ello es prioritario identificar tempranamente a los pacientes y personal de la salud en riesgo o
con síntomas (Vega-Vega et al. 2020).
Asimismo, la atención odontológica tiene un alto riesgo de infección cruzada entre el personal
de atención y el paciente (Romero et al. 2021); por lo mismo, el servicio odontológico debe
ser diferida a fin de disminuir contagios y exposición del SARS-Cov-2 (Araya-Salas 2020);
en caso de emergencia, deben actuar de manera responsable, que les conduzca hacia una
atención dentro del marco de la bioseguridad (Hoyos-Cadavid et al. 2020); ello implica que
deben hacer uso obligatorio de elementos de bioseguridad similares al pabellón quirúrgico
para disminuir el riesgo de contagio (Badanian 2020), más cuando el ejercicio de la profesión
odontológica es de alto riesgo. Deben ser precavidos y tomar todas las consideraciones
necesarias como: el lavado de manos y la desinfección pre y post atención de superficies de
trabajo, inclusive el suelo, junto a pantalla facial y mascarilla por el riesgo de la profesión en
la categoría de exposición/transmisión (Sepúlveda-Verdugo et al. 2020). Si bien todo
profesional de salud está expuesto a riesgos biológicos y/o a agentes patógenos, la
odontología son una de las profesiones de la salud que más contacto tienen con la sangre y los
fluidos orgánicos potencialmente infecciosos, con capacidad para transmitir bacterias, virus y
hongos, pudiendo producirse una infección cruzada, por lo que requiere poner una especial
atención y cuidado en estos tiempos de COVID-19.
De otra parte, el factor económico es otro de los condicionantes, donde la propagación de los
contagios con COVID-19, varían en función a las características estructurales de los países; es
decir, en los ámbitos donde existe mayor desigualdad entre la población, los sectores que no
tienen los recursos necesarios para permanecer en confinamiento, se ven obligadas a retornar
a sus actividades laborales o a tratar de realizar una actividad económica para cubrir sus
necesidades y ello provoca que las personas salgan de sus casas y estén expuestas a ser
infectadas (Ponce et al. 2020). Pese a la certeza de la incidencia objetiva de factores
culturales, las medidas y acciones de las autoridades, servicios de salud, medios de prensa,
sociedad y personas, se vuelcan preferentemente al lado biomédico de la cuestión, cuando la
campaña de lucha y prevención contra la COVID-19 debiera orientarse a cambiar
comportamientos (Romero et al. 2020), considerando que todo lo (re)producido por la acción
humana es cultural.
Se supo muy pronto que el contagio era por contacto entre personas, desde entonces quedaba
planteado la composición biosocial del riesgo de contagio; y sumado a ello, los deficientes
mecanismos y/o hábitos de segregación, almacenamiento y disposición de residuos, tanto
institucionales como domiciliarios, generándose focos de infección al no estar diseñados para
enfrentar la actual crisis epidemiológica por coronavirus (Cervantes et al. 2020); de hecho, la
necesidad de proteger a la ciudadanía materializados en recomendaciones y medidas
preventivas como: el aislamiento, distancia social, uso de mascarillas o barbijos, lavado de
manos, desinfección de superficies, de objetos de uso frecuente, etc., paradójicamente han
significado también la generación de residuos y focos infecciosos al no realizarse un adecuado
manejo de los mismos, generando en la población, por un lado, miedo generalizado y por
otro, una aparente negación al fenómeno del coronavirus, cuyas consecuencias son mayores.
Conclusión
Los residuos generados por la atención a pacientes con COVID-19, en los centros
hospitalarios, hogares en cuarentena y espacios públicos, representan un grave riesgo para la
salud pública y el medio ambiente, por lo que es necesario considera el manejo de estos
residuos teniendo en cuenta modelos como los de Italia (etapas de recolección y manejo) y
República Checa (incineración).
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