Noguerol Herrera - La Mujer en La Crónica de Indias
Noguerol Herrera - La Mujer en La Crónica de Indias
Noguerol Herrera - La Mujer en La Crónica de Indias
Las crónicas de Indias ofrecen una visión de pueblos muy diferentes entre sí, que sólo
podía unificarse a partir de ciertos estereotipos culturales compartidos por los escritores. Aún no
existía el reconocimiento de la "singularidad" del otro, por lo que, como destaca Anthony
Pagden en La caída del hombre natural, se establecía un método de aproximación
antropológico basado en el estudio de las semejanzas entre las comunidades (PAGDEN 1982:
36). Los nativos americanos fueron excluidos de la civilización al aplicárseles calificativos
como "exóticos" o "bárbaros", conceptos que en todo momento subrayaron las diferencias entre
los hombres del Nuevo y el Viejo Mundo. Esta forma distorsionada de acercarse a una realidad
"otra" se complicó en el caso de la visión de las mujeres, que culturalmente aparecían
magnificadas o degradadas, pero nunca consideradas en igualdad de condiciones respecto al
hombre. En las siguientes páginas abordaré la cuestión de la alteridad desde un doble punto de
vista: el otro como mujer frente al varón y como indígena frente al europeo; de este modo,
deseo contribuir a rellenar un hueco visible en los estudios coloniales que, afortunadamente, va
decreciendo en los últimos años.
El estudio de la mujer en las crónicas de Indias se ha centrado principalente en la odisea
de las españolas que emigraron al Nuevo Mundo, relegando a un segundo plano la experiencia
vivida por las nativas americanas(1). En el caso en que éstas últimas aparecen, nos topamos con
un problema de base: aunque el espectro de mujeres que se engloban bajo el concepto de "india"
era muy variado, éstas recibieron un tratamiento unitario, pues su imagen se construyó a partir
de estereotipos procedentes del pensamiento europeo medieval y renacentista. He encontrado
una primera e interesante oposición entre los cronistas que las presentan como mujeres bellas y
virtuosas, intercesoras de los españoles frente a los varones americanos, y aquéllos que las
describen como feas, egoístas, lujuriosas y malvadas. Asimismo, se repiten los arquetipos de la
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noble guerrera (asociada al mito de las amazonas), la hechicera (que se granjea este título por su
rebeldía frente al sistema colonial), la mujer objeto (de placer o de trabajos forzados), y la figura
de la colaboracionista, de la que tenemos el ejemplo más acabado en Doña Marina "La
Malinche", amante de Cortés y principal personaje femenino de las crónicas. A través de estos
modelos se descubren los deseos, sueños, preferencias y prejucios de los hombres hacia las
mujeres en el siglo XVI.
La sexofobia, muy arraigada en la cultura hispana del momento, se manifiesta como una
constante textual. La demonización de la carne convierte al cuerpo en un lugar de depravación.
Esta mentalidad, heredera del Adversus Jovinianum de San Jerónimo, pedía moderar la
actividad sexual incluso en el matrimonio -adúltero era también quien amara demasiado
ardientemente a su esposa-. Por ello, Bartolomé de las Casas alaba a los indígenas en su
Apologética Historia, incidiendo precisamente en las costumbres castas de éstos:
Sirve y ayuda muy mucho a la buena dispusición de los entendimientos (...) la
abstinencia y templanza cerca de las afecciones sensibles, viciosas, mayormente las
venéreas o sucias. Desta creemos poderse dicir con verdad que son más que otras gentes,
por la mayor parte y comúnmente, moderados y templados -¡y pluguiese a Dios que los
nuestros no les excediesen cuasi sin alguna medida!, como se puede cognoscer por la
templanza de usar con sus propias mujeres, que no parece que las tienen para otra cosa
sino para sustentar solamente la humana especie, que es el fin de la naturaleza, y no para
salir de los límites de la razón (...). Y desto es uno y muy cierto argumento exterior que
todos los españoles que han estado y están en estas Indias podrán tener experimentado
(...) que en ninguna parte dellas hombre ha visto ni sentido a algún indio obrar
deshonestidad, ni con mujeres propias, ni con otras casadas, ni solteras, i aun en las
tierras donde, como en estas islas, todos andaban desnudos desde los pies a la cabeza
(excepto las mujeres, que traían obra de dos palmos de tela de algodón con que cubrían
sus vergüenzas), hombre no vido andando y conversando juntos en obras que hacían
mujeres y hombres, que por el primer movimiento se sintiese alteración, más que si
fuesen hombres muertos, en las partes inferiores (LAS CASAS 1992: 445-446).
Pero existen bastantes testimonios -tan exagerados como el de las Casas- que
contradicen esta hiperbólica afirmación de la castidad indígena. En la Historia verdadera de la
conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo relaciona el calor de la tierra con la
sensualidad desbocada de los indios:
Eran los más dellos sométicos, en especial los que vivían en las costas y tierra caliente,
en tanta manera, que andaban vestidos en hábito de mujeres muchachos a ganar en aquel
(1)
Buena prueba de este hecho son los títulos de PAREJA (1994) y PUMAR (1988), que se pueden
consultar en la bibliografía final. Al tema de la vida de las mujeres en las colonias se acercan entre otros libros
AIZPURU (1987), MURIEL (1992) y GONZÁLEZ (1991).
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diabólico y abominable oficio (...). Pues tener excesos carnales hijos con madres, y
hermanos con hermanas, y tíos con sobrinas, halláronse muchos que tenían este vicio
desta torpedad (DIAZ DEL CASTILLO 1984 II: 456).
De este modo, comprobamos cómo el discurso sobre la moral de los pueblos americanos
cambia de acuerdo con la ideología y la experiencia de cada autor. Veamos a continuación las
imágenes recurrentes difundidas sobre la mujer indígena.
EL DECHADO DE VIRTUDES CRISTIANAS
Algunos cronistas, indios y mestizos como Guamán Poma y el Inca Garcilaso, o
defensores a ultranza de los nativos como Las Casas, ofrecieron una imagen de la mujer
americana en la que ésta se define por los atributos de belleza y virtud. El Inca Garcilaso
comenta el recato de las viudas nativas, hecho que sin duda agradaría a los españoles: "No es de
dejar en olvido la honestidad de las viudas en común, que guardaban gran clausura por todo el
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primer año de su viudez, y muy pocas de las que no tenían hijos se volvían a casar, y las que los
tenían no habían de casarse jamás, sino que vivían en continencia" (GARCILASO 1984: 146).
El también peruano Guamán Poma ofrece una imagen muy similar de las mujeres de su raza,
culpando a las señoras españolas de las malas costumbres adquiridas por las indias:
INDIOS. Las dichas yndias destos reynos debotas a la cristiandad entran a los conventos
de monjas. Saven leer, escrivir y múcica y custorera. Saven labrar, cozer tanto como
española, ladina y hazen puntas y lavandera limpias, panaderas, cozeneras, despenseras y
demás oficio. Todo lo que saven las españolas lo saven y travajan mejor que los
hombres y savios y cristianas. Y si les enseñaran cosa uena, las dichas señoras fueran
santas pero enseñale cosa mala y a media noche enbía fuera por las calles y ven todo lo
malo. Y ancí salen putas aprovadas, mejor que sus amas haraganes, mentirosas en este
rreyno (POMA 1987 II: 882).
Las Casas redunda en esta idea, ofreciendo un retrato de recato, moderación y "religión
natural" de las nativas: "Son muy amadoras, las mujeres, de la gobernación de su casa, y
ejercítanla con diligencia" (LAS CASAS 1968 III: 587); o un poco más adelante: "Las doncellas
de que son ya casaderas, tiénenlas dos años encerradas los padres, que ninguno las ve, y por esa
guarda tan estrecha muchos las desean por mujeres" (LAS CASAS 1968 III: 587). Con estas
declaraciones se hace eco de los cánones sobre conducta femenina mantenidos en la época. En
el Eclesiático (26: 12-14) ya leemos la necesidad de esta guarda femenina: "La deshonestidad de
la mujer se deja conocer en su mirar desvergonzado, y en la altivez de sus ojos. Vela
atentamente sobre la hija que no refrena sus ojos, no sea que hallando oportunidad, desfogue sus
pasiones. Séate sospechosa toda inmodestia de sus ojos, y no te maravilles si no hace caso de ti"
(BIBLIA 1991: 840).
Un poco más adelante se alaba de nuevo a la mujer recogida (26: 18-20) -"Es cosa que
no tiene precio una mujer discreta y amante del silencio, y con el ánimo morigerado. Gracia es
sobre gracia la mujer santa y vergonzosa. No hay cosa de tanto valor que pueda equivaler a esta
alma casta" (BIBLIA 1991: 840). A fines del siglo XV fray Hernando de Talavera consideraba
que su indefensión congénita aboca a la mujer a la casa -"porque comúnmente (...) están y
fueron hechas para estar encerradas e ocupadas en sus casas y los varones para andar e procurar
las cosas de fuera" (TALAVERA 1911: 61). Un siglo más tarde podemos leer en La perfecta
casada (1583), manual de conducta femenina escrito por fray Luis de León, declaraciones como
la siguiente:
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Porque así como la Naturaleza (...) hizo a las mujeres para que encerradas guardasen la
casa, así las obligó a que cerrasen la boca (...), porque el hablar nace del entender y las
palabras no son sino como imágenes o señales de lo que el ánimo concibe en sí mismo;
por donde, así como a la mujer buena y honesta la Naturaleza no la hizo para el estudio
de las ciencias, ni para negocios de dificultades, sino para un solo oficio simple y
doméstico, así les limitó el entender, y, por consiguiente, les tasó las palabras y las
razones (DE LEÓN 1950: 117-118).
Haciéndose eco de este pensamiento Fray Toribio de Benavente, aunque señala que las
sacerdotisas indígenas adoran al demonio, alaba el recato y la honestidad de estas mujeres, que
compara con el de las monjas españolas:
A las espaldas de los principales templos había una sala a su parte de mujeres, no
cerrada, porque no acostumbraban puertas, pero honestas y muy guardadas; las cuales
servían a los templos por votos que habían hecho (...) y éstas todas eran doncellas
vírgenes por la mayor parte, aunque también había algunas viejas, que por su devoción
querían allí morir, y acabar sus días en penitencia. Estas viejas eran guardas y maestras
de las mozas; y por estar en servicio de los ídolos eran muy miradas las unas y las otras.
(...) Tenían una como maestra o madre que a tiempo las congregaba y hacía capítulo,
como hace la abadesa a sus monjas, y a las que hallaba negligentes, penitenciaba; por
esto algunos españoles las llamaron monjas, y si alguna se reía con algún varón dábanle
gran penitencia; y si se hallaba alguna ser conocida de varón, averiguada la verdad a
entrambos mataban. Ayunaban todo el tiempo que allí estaban, comiendo a mediodía, y
a la noche su colación (...). Todas estas mujeres estaban aquí sirviendo al demonio por
sus propios intereses: las unas porque el demonio las hiciese mercedes; las otras porque
les diese larga vida (BENAVENTE 1985: 104-105).
Las Casas ofrece la descripción más acabada de mujer virtuosa al narrar la historia de la
reina Anacaona, que brindó hospitalidad a los españoles y, sin embargo, fue linchada, ya que
éstos pensaron que sería más fácil dar un escarmiento en una sociedad matrilineal que en una
patriarcal(1). Por su parte, el Inca Garcilaso incluye en su Historia general del Perú una
anécdota que refleja la maldad de las españolas frente a las mujeres indígenas, con las que
establece un evidente contraste. El episodio cuenta la historia de ciertas damas traídas de la
Península en 1538 para ser esposas de Pedro de Alvarado y sus hombres. Los matrimonios con
indias, comunes en un principio, eran ya desaprobados en esta época por la corona, por lo que
Alvarado, después de engendrar varios mestizos en México, había ido a España para casarse y
regresar a América con su joven esposa Beatriz de la Cueva. Con ellos navegaron otras
españolas prometidas a los compañeros del conquistador. La reacción de estas mujeres ante el
(2)
Este episodio recogido en Historia de Las Indias es narrado más extensamente en Brevísima relación de
la destrucción de las Indias (LAS CASAS 1985: 48).
6
Nuevo Mundo sirve de base a la historia del Inca, que advierte a los hombres ricos y viejos
sobre los peligros que conlleva desposarse con una muchacha joven. La anécdota le permite al
escritor reivindicar los derechos de las mujeres indígenas que, como su propia madre, la
princesa Chimpu Ocllo, se unieron a los europeos para ser finalmente repudiadas por ellos. Las
españolas, presentadas en principio como nobles señoras, utilizan a lo largo del episodio un
lenguaje rudo y vulgar que las descalifica:
Una de ellas dijo a las otras: -Dicen que nos hemos de casar con estos conquistadores.
Dijo otra:
-¿Con estos viejos nos habríamos de casar? Cásese quien quisiere, que yo por cierto no
pienso casar con ninguno de ellos. Doylos al diablo; parece que surgieran del infierno
según están de estropeados: unos cojos y otros mancos, otros sin orejas, otros con un
ojo, otros con media cara, y el mejor librado la tiene cruzada una o dos vezes! Dijo la
primera: -No hemos de casar con ellos por su gentileza, sino por heredar los indios que
tienen, que según están viejos y cansados, se han de morir pronto y entonces podremos
escoger el mozo que quisiéramos en lugar del viejo, como suelen trocar una caldera vieja
y rota por otra sana y nueva. Un caballero de estos viejos (...) (en quien las damas no
havían puesto los ojos) oyó toda la plática, y no pudiendo sufrirla más, la atajó
vituperando a las señoras, con palabras afrentosas, sus buenos deseos. Y bolviéndose a
los caballeros, les contó lo que havía oído y les dixo: "Casaos con aquellas damas que
muy buenos propósitos tienen de pagaros la cortesía que les hiciéredes". Dicho esto, se
fue a su casa y mandó a llamar a un cura, y se casó con una india, mujer noble, de quien
tenía dos hijos naturales (GARCILASO 1960: 113-114).
Los testimonios sobre la belleza de las nativas se repiten en las crónicas. Las Casas, que
les aplica el distintivo de "señoras", no duda en comparar su hermosura a la de las castellanas:
"Yo conoscí y vide algunos años después (...) de sesenta a setenta españoles vecinos casados
todos con aquellas señoras o mujeres de los señores o hijas, que eran tan hermosas, cuanto
podían ser las más hermosas damas que hubiese en nuestra Castilla (...). Señaladas fueron
algunas en hermosura en el reino de Guarionex y en otras partes desta isla" (LAS CASAS 1968
III: 555).
Asimismo, Fray Diego de Landa destaca el atractivo y coquetería de las primeras
pobladoras del Yucatán: "Que las Indias de Yucatán son en general de mejor disposición que las
españolas y más grandes y bien hechas, que no son de tantos riñones como las negras. Précianse
de hermosas las que lo son y a una mano no son feas; no son blancas sino de color moreno
causado más por el sol y del continuo bañarse, que de su natural. No se adoban los rostros como
nuestra nación, que eso lo tienen por liviandad" (LANDA 1985: 97).
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tout un grand salon du Palacio del Infantado lui est consacré et on le retrouve sur le
grand portail de l'Église de Valladolid, qui date de 1494-1496 (...) Il est obligatoirement
nu, ou vêtu d'une ceinture de feuillage (...). D'une parte l'homme ou la femme sauvage
est lubrique et parfois même la vie sauvage qui'il mène est due a une faute d'ordre sexuel
(ZINK 1972: 91).
(4)
El manuscrito de Descrizione delle Indie Occidentali (1539-1553) se conserva en el British Museum de
Londres. Lo cito a partir del artículo de Pier Luigi Crovetto "La visión del indio de los viajeros italianos por la
América del Sur" (CROVETTO 1990).
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(5)
En "Fundaciones míticas: el cuerpo del deseo en Waman Puma", la profesora María Antonio Garcés
demuestra el carácter pro-andino pero anti-incaico de Felipe Guamán Poma precisamente a partir de la imagen
femenina de Mama Waku, madre de Manco Capac y de la estirpe incaica, asociada en la Nueva corónica y buen
gobierno con la creación de artes y hechicerías en la zona andina, con la contravención de la regla del incesto (ella
funda la tradición de casarse con el hijo) y, lo que es más importante, con la práctica de una sexualidad libre (su
naturaleza lujuriosa y seductora es reflejada ampliamente por Guamán Poma) (GARCÉS 1996).
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esto (para contarle todo hasta el fin) tomé una cuerda y le propiné tan buena paliza que
daba unos alaridos inauditos, que no lo podrían creer tus oídos. Finalmente llegamos a
tal acuerdo que te puedo odecir que ella parecía haber sido criada en una escuela de
putas (TODOROV 1987: 53-54).
Sobre el mal carácter de la mujer ya había advertido el Eclesiástico en el capítulo 25: 17-
34, un fragmento repetido hasta la saciedad en la tradición misógina que transcribimos a
continuación por su interés para entender la imagen femenina en las crónicas:
La tristeza del corazón es la mayor plaga, y la suma malicia, la malignidad de la mujer.
Sufrirá uno cualquiera llaga, mas no la llaga del corazón; y cualquiera maldad, mas no la
maldad de la mujer (...). No hay cabeza peor que la cabeza de la culebra, ni hay ira peor
que la ira de la mujer; antes quisiera habitar con un león y con un dragón que con una
mujer malvada. La malignidad de la mujer la hace inmutar su semblante y poner tétrico
aspecto, como el de un oso, y la presenta tal como un saco de luto. (...) Toda malicia es
muy pequeña en comparación de la malicia de la mujer; caiga ella en suerte al pecador.
Lo que es para los pies de un viejo el subir un monte de arena, eso es para un hombre
sosegado una mujer habladora. No mires el buen parecer de la mujer, ni de la mujer te
enamores por su belleza. Grande es la ira de la mujer, y el desacato y la ignominia que
de ahí se sigue. Si la mujer tiene el mando, se rebela contra su marido. La mujer de mala
ralea aflige el ánimo, y abate el semblante, y llaga el corazón del marido. La mujer que
no da gusto a su marido, le descoyunta los brazos, y le debilita las rodillas. De la mujer
tuvo principio el pecado, y por causa de ella morimos todos. No dejes ni aun el menor
agujero a tu agua, ni a la mujer mala le des licencia de salir fuera. Si ella no camina bajo
tu dirección, te afrentará delante de tus enemigos. Sepárala de tu lecho, porque no se
burle siempre de ti o de tu sufrimiento (BIBLIA 1991: 840).
que cuando riñen mucho se empujan unos a otros, y apenas nunca dan voces, si no es en las
mujeres que algunas veces riñendo dan gritos, como en cada parte donde las hay acontece"
(BENAVENTE 1985: 75).
El fuerte prejuicio contra las nativas se observa en una constante repetida en los textos
de la época: la crítica a los criollos (hijos de españoles nacidos en América) por haber sido
amamantados con leche india, hecho que los hacía inferiores a los hombres venidos al Nuevo
Mundo en edad adulta. Se consideraba que la leche otorgaba vínculos más fuertes a los de la
misma sangre, de modo que las nodrizas indias corrompían a los jóvenes criollos al
amamantarlos. Bernard Lavallé incluye algunos reveladores testimonios al respecto en su
artículo "Del indio al criollo: evolución y transformación de una imagen colonial" (LAVALLÉ
1990: 319-342). Ofrecemos los dos más significativos de entre ellos. El dominico fray
Reginaldo de Lizárraga se indignaba del descuido de los padres que dejaban sus hijos a las amas
indígenas: "Nacido el pobre muchacho, lo entregan a una india o negra que lo críe, sucia,
mentirosa, con las demás inclinaciones que hemos dicho y críase ya grandecillo con indiezuelos.
¿Cómo ha de salir este muchacho? Sacará las inclinaciones que mamó en la leche y hará lo que
hace aquel con quien pace, como cada día lo experimentamos. El que mama leche mentirosa,
mentiroso, el que borracha, borracho, el que ladrona, ladrón" (LAVALLÉ 1990: 322).
En 1635, el obispo de Popayán consideraba que el hecho de que los criollos hubiesen
sido amamantados por indias bastaba para preferir a los sacerdotes peninsulares: "Se deben
preferir los Hespañoles a los criollos, que la experiencia enseña quán grande es la diferencia
regularmente entre los hespañoles y los que se criaron con la leche destas mugeres indias, que
son todos los que nacen acá, y a toda ley siempre fue bueno aver mamado buena leche y aun los
indios conocen esta diferencia y quando hallan ocasión piden doctrineros hespañoles y no
criollos" (LAVALLÉ 1990: 325).
Ofrecemos un último testimonio de esta idea en un autor indio. Guamán Poma,
lógicamente, no rechaza la leche de las mujeres de su raza, pero critica el mal resultado que
produce la mezcla de blancos e indios, y que da lugar a los corruptos mestizos:
obra con los pobres. Y las dichas mestizas son mucho más peores para las dichas yndias,
sus tías y tíos y de sus madres, ama, que son contra los prógimos, pobres yndios. Destas
dichas aprenden todas las dichas yndias de ser vellacas y enubedentes. No temen a Dios
ni a la justicia. Como ven todo los dichos vellaquerías, son peores yndias putas en este
rreyno y no ay rremedio (POMA 1987 II: 568).
(6)
Así se aprecia en el capítulo "Women in Early Historical Writings" (GREER 1983: 9-60). Aunque este
hecho resulta muy importante en el corpus textual que analizamos, estamos comprobando que es demasiado
reduccionista pretender que la imagen de heroica guerrera sea la única aplicada a la mujer en las crónicas de Indias.
(7)
También se destacan los hechos de valientes mujeres-soldado españolas como María de Estrada, que
combatió al lado de Cortés y destacó entre sus hombres. Carmen Pumar ofrece interesantes datos sobre estos
personajes femeninos peninsulares (PUMAR 1988).
(8)
El mito se mantendría durante bastante tiempo, como se aprecia en el teatro de la época. El encuentro de
Orellana con las guerreras fue dramatizado por Tirso de Molina en su trilogía Las amazonas en las Indias. Por su
parte, Lope de Vega se inspiró en las noticias que ofrece Fernández de Oviedo para escribir su comedia Las mujeres
sin hombres.
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peninsulares, las americanas se mostraban activas, hecho que fascinó al conquistador(1). El mito
helénico de las Amazonas, que había circulado ampliamente por Europa y se mantenía vivo en
los relatos de viajeros procedentes de todas partes del mundo, recibió un nuevo impulso con el
descubrimiento del Nuevo Mundo, donde lo imposible se hizo realidad(1). Como la fuente de la
eterna Juventud, El Dorado, las Siete Ciudades de Cíbola o Utopía, la búsqueda de las
Amazonas llevó a los españoles a recorrer dos continentes e influyó directamente en sus
primeras impresiones de las nativas americanas. Este pensamiento se vio marcado
decisivamente por la publicación de Las sergas de Esplandián, de Garci-Rodríguez de
Montalvo, continuación del Amadís de Gaula que obtuvo un gran éxito. En uno de los episodios
de esta novela de caballerías se narra el encuentro del héroe Amadís con la reina Calafia,
personaje que sitúa su reino de mujeres en los territorios recién descubiertos: "Deberías saber
que a la derecha de las Indias había una isla llamada California, muy cerca del Paraíso Terrenal,
que estaba poblada por mujeres negras, sin un solo hombre entre ellas, cuya forma de vida era
casi como la de las Amazonas. Estas tenían un físico poderoso y valientes y apasionados
espíritus y gran fuerza" (LEONARD 1953: 156)(1).
Colón fue el primero en sugerir que las famosas "viragos" vivían en el Nuevo Mundo,
localizándolas en cuevas de la isla Matinico en la anotación de su diario correspondiente al 6 de
enero de 1493: "avia una isla donde no avia sino solas mugeres" (COLÓN 1982: 76). Diez días
después las sitúa efectivamente en la isla citada, comentando que "era cierto que las avia" y que
tuvo el deseo de capturar cinco o seis para traerlas a los reyes de España. Sin embargo, no pudo
confirmar su hipótesis porque las malas condiciones de navegación impidieron que alcanzara
esa orilla. También se hacen eco de ellas Pedro Mártir de Anglería en sus Décadas, Las Casas
en Historia de las Indias y Cortés en sus Cartas de relación. Pero las Amazonas no sólo se
ubicaron en México y el área caribeña. Fray Gaspar de Carvajal creyó descubrirlas en su
relación de la exploración de Francisco de Orellana por Sudamérica:
(9)
La española se encontraba más recluida que el resto de las europeas. Aun así, existieron excepciones a
esta regla, reflejadas, entre otras publicaciones, en el ameno libro de Mary Elizabeth Perry Ni espada rota ni mujer
que trota: mujer y desorden social en la Sevilla de los siglos de Oro (PERRY 1993).
(10)
Estelle Irizarry ha demostrado la abundante bibliografía del mito en "Echoes of the Amazon Myth in
Medieval Spanish Literature" (IRIZARRY 1983).
(11)
Las amazonas aparecen de nuevo en la novela de caballerías Lisuarte de Grecia, publicada en 1514.
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Quiero que sepan cuál fue la cabsa por qué estos indios se defendían de tal manera. Han
de saber que ellos son subjetos y tributarios a las amazonas, y sabida nuestra venida,
vanles a pedir socorro y vinieron hasta diez o doce, que éstas vimos nosotros que
andaban peleando delante de todos los indios como capitanas, y peleaban ellas tan
animosamente que los indios no osaban volver las espaldas, y al que las volvía delante
de nosotros le mataban a palos, y ésta es la cabsa por donde los indios se defendían
tanto. Estas mujeres son muy altas y blancas y tienen el cabello muy largo y entrenzado
y revuelto a la cabeza: y son muy membrudas, y andan desnudas en cueros, tapadas sus
vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos, haciendo tanta guerra como diez
indios; y en verdad que hubo mujer de éstas que metió un palmo de flecha por uno de los
bergantines, y otras que menos, que parecían nuestros bergantines puerco espín
(CARVAJAL 1986: 80-81).
(12)
Diana de Armas Wilson ha demostrado en su artículo "A imitación de las amazonas: mujeres aguerridas
en La Araucana" (ARMAS 1996) cómo la imagen de estas mujeres genera un paradigma cambiante desde Grecia
hasta el Siglo de Oro Español, pero coincide siempre en su presentación de una figura femenina de sexualidad
anticonvencional, siempre militante y evasiva, una madre desnaturalizada que se aparea libremente y devuelve a los
padres los hijos varones. De acuerdo con este canon, Ercilla constituye modelos femeninos imitadores de estas
mujeres en la española Mencia de Nidos del canto siete y, especialmente, en la Fresia del canto treinta y tres, mujer
del caudillo Caupolicán que, ante la derrota de su marido, lo insulta y abandona, entregándole al hijo común como
prueba de su desprecio.
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de ahí creo que manó el decir cómo por aquella parte había amazonas y una fuente que
remozaba a los viejos" (LEONARD 1953: 156).
Pero el ideal caballeresco, tan importante en el tratamiento otorgado a la mujer, no se
mantuvo en muchas ocasiones. Las Casas denuncia este hecho en su narración del asesinato de
unas panameñas:
Tomaron setenta o ochenta doncellas e mujeres, muertos muchos que pudieron matar.
Otro día juntáronse muchos indios e iban tras los cristianos peleando por el ansia de sus
mujeres e hijas; e viéndose los cristianos apretados, no quisieron soltar la cabalgada,
sino meten las espadas por las barrigas de las muchachas e mujeres y no dejaron, de
todas ochenta, una viva. Los indios, que se les rasgaban las entrañas del dolor, daban
gritos y decían: "¡Oh, malos hombres, crueles cristianos!, ¿a las iras matáis?" Ira llaman
en aquella tierra a las mujeres, cuasi diciendo: matar las mujeres señal es de abominables
e crueles hombres bestiales (LAS CASAS 1985: 60).
Las Casas ofrece un nuevo testimonio de este hecho: "Las mujeres destas islas y
mayormente désta, era cosa maravillosa con cuán poca dificultad y dolor parían, cuasi no hacían
sentimiento alguno más de torcer el rostro, y luego, que estuviesen trabajando u ocupadas en
cualquier oficio, lanzaban el hijo o hija, y luego lo tomaban y se iban y lavaban a la criatura, y a
sí mismas en el río, después de lavadas daban leche a la criatura, y se tornaban al oficio y obra
que hacían" (LAS CASAS 1968 III: 565).
Para Pedro Cieza de León esta facilidad para parir las asemeja a los animales: "Veo que
muestran tener menos dolor cincuenta destas mujeres que quieren parir que una sola de nuestra
nación. No sé si va en el regalo de las unas o en ser bestiales las otras" (CIEZA 1986: 127). Por
su parte, Fernández de Oviedo exacerba la curiosidad masculina con un dato que refleja
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aspectos íntimos de la anatomía de las indígenas: "Pocos días dejan de hacer ejercicio por causa
de haber parido, antes se cierran de manera, que según dicen los que a ellas se dan, son tan
estrechas mujeres, que con pena los varones consumen sus apetitos, y las que no han parido
están que parecen casi vírgenes" (FERNÁNDEZ DE OVIEDO 1986: 79).
LA HECHICERA
En las crónicas se repite el caso de mujeres que, por enfrentarse al poder colonial, son
consideradas hechiceras. La brujería asume el papel de arma de resistencia. Son frecuentes los
testimonios en que ciertas indígenas, generalmente viejas, son amonestadas por la autoridad
debido a su fidelidad a las tradiciones precolombinas.
Sin embargo, el calificativo de "bruja" se extendía a cualquier mujer que violentara el
principio de autoridad masculina. El siguiente testimonio, referido a una española, refleja
claramente cómo la desobediencia femenina a la autoridad era considerada inmediatamente
síntoma de hechicería. En 1530, las peninsulares viudas de españoles tenían derecho a heredar
una encomienda a condición de que contrajeran nuevas nupcias antes de un año de la muerte del
marido. Cuando Cortés fue a las Hibueras y su empresa sufrió grandes calamidades, se corrió la
voz de que todos los expedicionarios habían muerto. Los oidores de la primera audiencia
ordenaron a las presuntas viudas que volvieran a desposarse. Una de ellas se negó asegurando
que las noticias eran falsas y que estaba dispuesta a seguir esperando al esposo. Su
desobediencia fue castigada con azotes, justificados mediante la acusación de hechicería, puesto
que se atrevió a sostener con tal seguridad algo contrario a lo que las autoridades defendían. Así
lo cuenta Bernal Díaz:
E porque una mujer de un Alonso Valiente, que se decía Juana de Mansilla, no se quiso
casar, y dijo que su marido y Cortés y todos nosotros éramos vivos, y que no éramos los
conquistadores viejos personas de tan poco ánimo como los que estaban en el peñol de
Coatlan (...) y que tenía esperanza en Dios y que presto vería a su marido Alonso
Valiente y a Cortés y a todos los demás conquistadores viejos de vuelta para México, y
que no se quería casar; porque dijo estas palabras la mandó el factor azotar por las calles
públicas de México, por hechicera (DÍAZ DEL CASTILLO 1984 II: 313)(1).
(13)
Cuando el marido regresó, las opiniones se trocaron y la virtud de esta mujer fue reconocida
públicamente: "Y además desto, la primera cosa que el tesorero hizo, fue mandar honrar a Juana de Mansilla, que
había mandado azotar el factor por hechicera; y fue desta manera, que mandó cabalgar a caballo a todos los
caballeros de México, y el mismo tesorero la llevó a las ancas de su caballo por las calles de México, y decía que
como matrona romana hizo lo que hizo, y la volvió en su honra de la afrenta que el factor la había hecho" (DÍAZ
DEL CASTILLO 1984 II: 326).
17
Guamán Poma refleja con claridad la actitud subversiva de las indias peruanas, que se
rebelaron contra la colonización regresando a su antigua religión. La profesora Irene Silverblatt
cita dos textos del cronista peruano en los que se aprecia claramente este hecho:
[Las indias] no quieren servir a Dios ni a su Magestad y se ausentan y se están en las
punas, estancias (...). Y anci no se confiesan ni vienen a la doctrina ni a misa ni le
conosen el padre ni el corregidor ni cacique prencipal ni obedese a sus alcaldes y
caciques prencipales (...) y buelben a su antigua ydúlatra ni quieren serbir a su Magestad
(...). Las dichas tres biejas... (se lamentaban diciendo): "Señor, digo que mis agüelos
antepasados deven de ser ydúlatras como xentiles, como españoles de Castilla y los
rromanos, los quales se acabaron aquellos. En esta vida somos cristianos y bautizados, Y
ancí agora a culpa del otro adoraremos a los serros o ci no, todos yremos al monte
hoydos pues que no ay justicia en nosotros en el mundo (SILVERBLATT 1993: 150).
Este testimonio es paralelo al que ofrece el sacerdote Juan Antonio Rivera de Neira: "A
dos de las yndias... las hice sacar por dicha plaza en un burro y mandé dar tres azotes en cada
esquina, mas esto no fue tanto por las abandijas aprehendidas, agüeros y supersticiones en que
están envueltas, quanto por tener atemoresado y alvorotado el pueblo con su fama de echiceras,
no querer acudir a oír misa ni la doctrina, en público desobedecimiento a mí como tal párroco y
a los alcaldes y fiscales" (SILVERBLATT 1993: 154).
LA MUJER OBJETO
De todas las imágenes femeninas presentes en las crónicas, la más frecuente es la de la
nativa como mujer-objeto, ya sea instrumento de placer o víctima de trabajos forzados. "El
paraíso de Mahoma", sobrenombre que recibió la provincia del Paraguay, refleja la importancia
de la mujer americana como objeto sexual en el imaginario masculino.
Para Bernal Díaz las nativas constituyen parte del botín de guerra. En el capítulo
CXXXV de su Verdadera historia de la conquista de Nueva España narra cómo los hombres
las herraban con la marca de la esclavitud, surgiendo disputas entre ellos por las irregularidades
en el reparto de las mujeres raptadas:
El pobre soldado que había echado los bofes y estaba lleno de heridas por haber una
buena india, y les habían dado naguas y camisas, había tomado y escondido las tales
indias, y cuando dieron el pregón para que se llevasen a herrar, creyeron que a cada
soldado volverían sus piezas y que apreciarían qué tantos pesos valían (...). Cuando
metimos las piezas (...) en aquella casa, [los jefes] habían ya escondido y tomado las
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mejores indias, que no pareció allí ninguna buena, y al tiempo de repartir dábannos las
viejas y ruines (DÍAZ DEL CASTILLO 1984 II: 504-505)(1).
La violación de las indias, tan contraria al espíritu caballeresco, fue frecuentemente
denunciada. Así se aprecia en los textos de Las Casas: "[los soldados] andaban tras las mujeres
y las hijas porque ésta es y ha sido la ordinaria y común costumbre de los españoles en estas
Indias" (LAS CASAS 1968 II: 428). Pedro Cieza de León refleja el miedo de las nativas a los
españoles en un escalofriante episodio recogido en su Crónica del Perú:
EL DEGÜELLO DE UNA BELLA
Estando en la provincia de Paucura un Rodrigo Alonso y yo y otros dos cristianos,
íbamos en seguimiento de unos indios, y al encuentro salió una india de las frescas y
hermosas que yo vi en todas aquellas provincias; y como la vimos la llamamos, la cual,
como nos vio, como si viera al diablo, dando gritos se volvió adonde venían los indios
de Pozo, teniendo por mejor fortuna ser muerta y comida por ellos que no quedar en
nuestro poder. (...) Y la india cuando se fue para ellos no hizo más de hincar la rodilla en
tierra y aguardar la muerte, como se la dieron, y luego se bebieron la sangre y se
comieron crudo el corazón con las entrañas, llevándose los cuartos y la cabeza para
comer la noche siguiente (CIEZA 1986: 131).
NEGROS, CÓMO LOS CRIOLLOS negros hurtan plata de sus amos para engañar a las
yndias putas, y las negras criollas hurtan para servir a sus galanes españoles y negros (...)
"Aquí tienes plata, india"/ "Señor, muy señor"/luxuria (POMA 1987 II: 764).
Este autor también denuncia con frecuencia los trabajos forzados de las indias:
PADRES QUE HAZE TEGER ROPA por fuerza a las yndias, deciendo y amenazando
questá amanzibada y le da de palos y no le paga (...) Cómo los dichos padres de las
(14)
A título anecdótico destacamos que las indígenas eran cotizadas siempre a precio inferior de los
hombres negros, y muy por debajo de un buen caballo.
19
dotrinas hilan y texen, apremian a las biudas y solteras, deziendo questá amanzebada con
color de hazelle travajar cin pagalle. Y en ello, las yndias hazen grandes putas y no ay
rremedio (POMA 1987 II: 596).
CAVILDO DE LA QUEXA QUE pedió la pobre yndia contra el padre y pide justicia.
Dize la yndia que, deciéndole amansebada, le a hecho hilar, texer y castigado muy
mucho a la pobre yndia. El dicho alcalde le da carta de justicia, para que el señor bicario
le oyga y le haga justicia y lo abise a su señoría obispo para que sea castigado el padre y
a otros exenplo en este rreyno (POMA 1987 II: 702).
Para satisfacer las exigencias tributarias del sistema colonial, los curacas casaban a los
jóvenes antes de que éstos tuvieran edad apropiada para el matrimonio; otros obligaban a
muchachas jovencísimas a desposarse con hombres mayores con esta misma finalidad:
PADRES. POR FUERZA CASAMIENTO que hazen los dichos padres de las dotrinas y
a otros no la quiere cazar, aunque lo piden y tiene depocitada (POMA 1987 II: 608).
Guamán Poma denuncia los malos tratos físicos prodigados a las indígenas:
PADRES. MALA CONFICION QUE que haze los padres y curas de las dotrinas.
Aporrea a las yndias preñadas y a las biejas y a yndios. Y a las dichas solteras no las
quiere confezar de edad de beynte años, no se confiesa ni ay rremedio de ellas (POMA
1987 II: 612).
Puesto que la mujer precolombina vivía en la mayoría de los casos sometida al poder
masculino, fue frecuente la entrega de indias a los españoles por parte de sus parientes varones.
Así lo destaca Claudio Esteva-Fábregat: "La entrega de mujeres indias por acuerdos y alianzas
con los caciques y jefes indios estaba generalizada, ya desde el mismo momento del
Descubrimiento colombino, y se confirmó y extendió a lo largo del continente. En las Antillas y
en Tierra Firme las hijas de los principales eran entregadas a los mandos y capitantes españoles,
mientras que las de menor alcurnia se ofrecían a los soldados" (ESTEVA 1988: 143).
Algunos hombres empeñaban a sus mujeres para salvarse del trabajo en la mina, como
se testimonia en el siguiente texto de fray Buenaventura de Salinas:
[Los mitayos] alquilan a sus hijas y mugeres a los mineros, a los soldados, y mestizos, a
cincuenta y sesenta pesos, por verse libres de la mina. Y ahora escribe un Clérigo
Sacerdote y Cura, que habiéndole sacado un soldado de la Iglesia, a donde se había
venido a recoger una india muy hermosa de diez y seis años, fue a pedir al Cura auxilio
de la justicia, y decía: Señor Corregidor, Isabel (...) está empeñada en setenta pesos, de
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que tengo de su padre, que libré de la mina, y hasta que la saquen y devuelvan mi plata,
no la tengo que entregar, sino servirme de ella. Y así se la dejó llevar el corregidor a su
albedrío, llorando la india, diciendo que aquel español quería por fuerza estar
amancebado con ella: que cómo no le valía la Iglesia: y habiendo nacido libre en su
tierra, la hacían esclava del pecado (ROEL 1970: 109-110).
En otras ocasiones, sin embargo, la defensa de las mujeres de la familia era el detonante
del enfrentamiento entre americanos y españoles: "INDIOS. DEFIENDE DEL ESPAÑOL A su
hija su padre y su madre los pobres indios. Soberbia y luxuria. Que los dichos yndios por qué
causa y rrazón salen de los dichos sus pueblos. Porque les quita a sus mugeres y hijas los dichos
corrregidores, o el dicho escrivan, el dicho padre y su ermano el comendero y sus hijos y
mayordomos para sus servicios y mansebas" (POMA 1987 II: 946).
LA COLABORACIONISTA
En las crónicas se repite el cliché de la mujer indígena deslumbrada ante el valor, la
astucia y la fuerza de los españoles. Para Fernández de Oviedo, las indias nobles no tenían
problemas en relacionarse con los españoles por considerarlos muy "hombres": "Como los
conocen por muy hombres, a todos los tienen por nobles comúnmente (...), y por honradas se
tienen mucho cuando alguno de los tales las quisieren bien; y muchas de ellas, después que
conocen algún cristiano carnalmente, le guardan lealtad si no está mucho tiempo apartado o
ausente, porque ellas no tienen fin a ser viudas, ni religiosas que guarden castidad"
(FERNÁNDEZ DE OVIEDO 1986: 79).
Bernal Díaz comenta en este sentido un episodio significativo, en el que doña Marina, la
amante indígena de Hernán Cortés, desbarata una conjura contra los españoles engañando a los
indios:
Una india vieja, mujer de un cacique, como sabía el concierto y trama que tenían
ordenado, vino secretamente a doña Marina, nuestra lengua, y como la vio moza y de
buen parecer y rica, le dijo y aconsejó que se fuese con ella a su casa si quería escapar
con vida, porque ciertamente aquella noche o otro día nos habían de matar a todos,
porque ya estaba así mandado y concertado por el gran Montezuma (...); y porque sabe
esto, y por mancilla que tenía de la doña Marina, se lo venía a decir, y que tomase todo
su hato y se fuese con ella a su casa, y que allí la casaría con un su hijo (...). E como lo
entendió doña Marina, y en todo era muy avisada, le dijo: "¡Oh madre, qué mucho tengo
de agradeceros eso que me decís! Yo me fuera ahora, sino que no tengo de quien fiarme
para llevar mis mantas y joyas, que es mucho. Por vuestra vida, madre, que aguardéis un
poco vos y vuestro hijo, y esta noche nos iremos; que ahora ya véis que estos teules
están velando, y sentirnos han (DÍAZ DEL CASTILLO 1984 I: 291).
21
Acto seguido, la Malinche avisa a Cortés y sus hombres del peligro que corren. La
imagen de doña Marina posee una gran ambivalencia, como se ha reflejado en la enorme
bibliografía generada en torno a su figura(1). Su historia, de nuevo, es la de una mujer entregada
por nativos americanos a los españoles. Al desembarcar en 1519, los jefes indígenas de la costa
ofrecieron espontáneamente muchachas jóvenes como regalo a Cortés y sus soldados. El general
recibió a Malinche, hija de la pareja que gobernaba la ciudad maya de Paynalá. Su madre viuda
y su padrastro ya la habían regalado antes a un grupo de indígenas xicalango para privarla de su
herencia en beneficio de su hermanastro menor; los xicalango la cedieron a los indios tabasco
cuando fueron conquistados por éstos, por lo que Cortés fue su tercer amo. Habitualmente, se ha
presentado a esta mujer como el prototipo de la colaboracionista, progenitora de una prole
mestiza que vive bajo el estigma de la ilegitimidad. En el capítulo "Los hijos de la Malinche" de
El Laberinto de la soledad, Octavio Paz la tacha de "vende patrias":
Si la Chingada es una representación de la madre violada, no me parece forzado
asociarla a la conquista, que fue también una violación, no solamente en el sentido
histórico, sino en la carne misma de las indias. El símbolo de la entrega es la Malinche,
la amante de Cortés. Es verdad que ella se da voluntariamente al conquistador; pero éste,
apenas deja de serle útil, la olvida. Doña Marina se ha convertido en una figura que
representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles. Y del mismo
modo que el niño no perdona a su madre que lo abandone para ir en busca de su padre,
el pueblo mexicano no perdona su traición a la Malinche. Ella encarna lo abierto, lo
chingado, frente a nuestros indios, estoicos, impasibles y cerrados (...). De ahí el éxito
del adjetivo despectivo "malinchista", recientemente puesto en circulación por los
periódicos para denunciar a todos los contagiados por tendencias extranjerizantes (PAZ
1981: 90).
(15)
Destacamos en el estudio del mito las aportaciones de Rachel Philips en "Marina/Malinche. Masks and
Shadows" (PHILIPS 1983), Luis Leal en "Female Archetypes in Mexican Literature" (LEAL 1983) y Rosa Helena
Chinchilla en "La voz acallada de la mujer en dos crónicas de la Nueva España" (CHINCHILLA 1996).
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infidencia de esta mujer. Bernal Díaz la convierte en uno de los principales personajes de su
historia. Refleja cómo sus dotes diplomáticas no se limitaban al papel de intérprete, pues en
numerosas ocasiones logró frustrar los intentos de masacrar a los españoles; por otra parte,
siempre supo encontrar aliados para Cortés entre los enemigos de los aztecas. Como ha
señalado acertadamente Julie Greer, Díaz narra la historia de doña Marina siguiendo el modelo
del Amadís de Gaula. La influencia de este libro de caballerías parece haber sido determinante
en la decisión del autor de presentar una información tan detallada sobre la Malinche. Así,
refleja algunos hechos de juventud que la caracterizan ya como una heroína, correspondiendo
los sucesos de su vida a los de la infancia y adolescencia de Amadís: "Both Doña Marina and
Amadís are of noble lineage, and as children, they become victims of efforts to deny them their
birthright. After the departure of their fathers -one dies and the other undertakes a journey- their
mothers, with the aid of family servants or slaves, abandon them in secret. Amadís and Marina
are then reared at some distance from their homes and by people whose culture is different from
their own" (GREER 1983: 16)(1).
Doña Marina, descrita como "gran señora y cacica de pueblos y vasallos", se muestra
ejemplarmente compasiva con su familia cuando la reencuentra. Ante el temor a posibles
represalias que siente ésta por haberle arrebatado el cacicazgo, la Malinche replica comentando
que ha encontrado un nuevo camino en su vida: "[Contestó que] Dios le había hecho mucha
merced en quitarla de adorar ídolos ahora y ser cristiana, y tener un hijo de su amo y señor
Cortés, y ser casada con un caballero como era su marido Juan Jaramillo; que aunque la hiciesen
cacica de todas cuantas provincias había en la Nueva-España, no lo sería; que en más tenía
servir a su marido e a Cortés que cuanto en el mundo hay" (DÍAZ DEL CASTILLO 1984 I:
159)(1).
Bernal Díaz magnifica su sabiduría y recursos comparándolos a los de un hombre, como
se aprecia en el relato del asedio a Tlascala: "Digamos cómo doña Marina, con ser mujer de la
tierra, qué esfuerzo tan varonil tenía, que con oír cada día que nos habían de matar y comer
nuestras carnes (...) jamás vimos flaqueza en ella, sino muy mayor esfuerzo que de mujer"
(DÍAZ DEL CASTILLO 1984 I: 242).
(16)
Es interesante comparar en este sentido el capítulo XXXVII de la Historia verdadera de la conquista de
la Nueva España y el I del Libro I de Amadís.
23
Esta descripción contrasta con los insultos que sufren Cortés y sus hombres, calificados
por los indios como "mujeres" por su cobardía: "Y nuestros soldados (...) renegaban del pueblo
y aun de la venida sin provecho, y aun medio corridos de cómo los mexicanos y los del pueblo
les daban grande grita y les llamaban de mujeres, e que Malinche [Cortés] era otra mujer, y que
no era esforzado sino para engañarlos con palabras y mentiras" (DÍAZ DEL CASTILLO 1984 I:
536-537).
En definitiva, a lo largo de estas páginas hemos podido apreciar cómo la imagen de la
mujer indígena se construyó en las crónicas a partir de estereotipos bien definidos, a veces
contradictorios entre sí. La mujer bella y virtuosa, la intercesora de los afligidos, la celosa,
egoísta, lujuriosa y bestial, la hermosa y la fea, la noble guerrera, la hechicera, la mujer-objeto y
la colaboracionista se han dado cita en un trabajo del que podemos extraer dos conclusiones
fundamentales: los cronistas veían aquello que deseaban de acuerdo con su origen (indígena,
mestizo o europeo), estatus social (soldados, frailes, testigos de los vencidos) e ideología
(mercantil en el caso de los italianos citados y de los soldados españoles, comprometida con los
indios en Las Casas). En segundo lugar, los testimonios aportados reflejan que la mujer fue una
de las principales víctimas de la conquista. Objeto de violaciones y tributos salvajes,
matrimonios impuestos, persecución política y religiosa, fue vendida a veces por sus propios
parientes y menospreciada por encontrarse demasiado cerca del estado natural según las
convenciones ideológicas de la época. Estos ejemplos corroboran de manera sangrante el papel
tradicional de la mujer en la historia, como señala la poeta Diana Bellesi recordando a la reina
Dido en unos hermosos versos que podrían haber escrito perfectamente las nativas americanas y
con los que cierro mi exposición:
Mi reinado es
de las locas, no tiene regalías.
Tachada de la historia soy
leyenda, marca impresentable
mientras tú, fundas Roma (BELLESI 1992: 19-20).
FRANCISCA NOGUEROL
(UNIVERSIDAD DE SALAMANCA)
(17)
Así ocurre también cuando Amadís se entrevista con los familiares que le habían hecho daño: la
compasión es propia de las almas nobles, y retomando la historia bíblica de José, estos dos personajes perdonan a
sus agresores del pasado.
24
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colonial", en La Imagen del Indio en la Europa Moderna. Sevilla: CSIC, 319-342.
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