Maloca Del Terror y Jaguares Españoles - Roberto Pineda

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MALOCAS DE TERROR Y JAGUARES ESPAÑOLES

Aspectos de la resistencia indígena del Cauca ante


la invasión española en el siglo XVI1

Roberto Pineda Camacho


Departamento de Antropología, Universidad de Los Andes

A la memoria de Milciades Chavez, querido maestro y amigo

1
Ponencia presentada en el IV Congreso Nacional de Antropología, celebrado en
Popayán, Cauca, 1987.

78
..Salió un principal dellos, e a grandes voces dijo a los nuestros: ¿que qué hacían
allí? ¿que por qué no se iban?
(Escribiente Sarmiento: Relación del Descubrimiento de las Provincias de Antiochia,
por Jorge Robledo, p.113)

"El Espacio de la Muerte es preemi nentemente un espacio de transformación:


a través de la experiencia de la muerte, la vida; a través del miedo, la pérdida de
sí, la conformidad con una nueva realidad; o por el mal, el bien".

"El Espacio de la Muerte es uno de los espacios cruciales en donde indígenas,


africanos y blancos dieron nacimiento al Nuevo Mundo".

(Michael Taussig: Cultura del Terror, Espacio de la Muerte 1986:16)

Prefacio
La primera versión de este ensayo se presentó en el contexto del
seminario de historiografía colonial, dirigido por el profesor Hermes
Tovar, del posgrado de Historia de la Universidad Nacional.
Posteriormente se discutió en el seminario de Etnohistoria, coordinado
por Joanne Rappaport, en el Departamento de Antropología de la
Universidad de los Andes.

Debo agradecer los comentarios de los citados profesores, así


como las discusiones sobre temas similares que he tenido con Michael
Taussig, Carlos Alberto Uribe, María Victoria Uribe, Augusto Oyuela
y Héctor Llanos.
A Héctor Llanos debo, en particular, mi atención sobre el manuscrito
de Pero López, y un buen número de observaciones sobre los
cacicazgos de Colombia.

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1. El problema: los reinos caníbales
En la literatura etnohistórica se encuentran apreciaciones dispares
sobre el carácter de las sociedades aborígenes del Alto y Medio río
Cauca. Los cronistas las calificaron con el apelativo de behetrías; por
ejemplo, la Pelación de Popayán y del Nuevo Reino de 1559-60
sostiene de los indígenas de Cali:
"No hay señores entre ellos; es todo behetría"
(Relación de Andagoya., en Jijón y Caamaño
1938, p.41).

Por otra parte, algunos autores modernos - tales como Hermann


Trimborn (1949) — resaltan su carácter de señorío, o incluso las
definen como Estados emergentes en algunas regiones. Hoy, la
mayor parte de los estudiosos las caracterizan como cacicazgos, un
término que destaca simultáneamente su peculiar combinación de
"aspectos tribales" con formas de complejización social (rangos
sociales, distribución desigual de la "riqueza", 'formas
privilegiadas de enterramiento, etc.).
Tanto los autores antiguos como los modernos subrayan con
mayor o menor énfasis, la obsesión de estas gentes por comerse de
forma "cruda" o "cocida" a otros hombres extraños, subordinados, o
incluso hasta sus propios hijos y parientes. La relación siguiente, por
.ejemplo, considera de los naturales de Arma que:

Es gente desnuda y caribes y mayores carniceros que hay en todas las indias, de
suerte que los vivos son sepultura de los muertos, hase visto y averiguado comer
hermano y hermana y marido y mujer y aún hijo al padre. Es costumbre entre ellos
los que prenden a los enemigos, que todos los son unos pueblos de otros, ponerlo
en una prisión de madera a engordar, y el día que lo han de comer lo sacan atado a
la puerta principal del cacique o indio prin cipal y allí hacen ritos y ceremonias,
cantando alrededor del que luego han de comer, y cuando le parece al cacique o
indio principal llegan un anda? e otro indio que corta al
indio ( .....) estando vivo y prosiguiendo (...... )
haya sido tanto exceso como en esta villa, que se han comido unos a otros en más
cantidad de ocho mil indios (....)" (Relación de Andagoya., en Jijón y Caamaño
1938,p 51).

80
Esta visión que atribuye a la mayor parte de la gentes del Alto y
Medio Cauca una inveterada afición a la "guerra total", además de una
naturaleza caribe, ha sobrevivido por siglos y se replica, como eco, en
la pluma de algunos destacados investigadores. Gerardo Reichel-
Dolmatoff, por ejemplo, sostiene el permanente "estado de guerra" en
la región, tildando las sociedades locales como cacicazgos militaristas.
Otro distinguido investigador ha ido más lejos al indicar que la
guerra y la antropofagia ayudan conjuntamente a elevar la cantidad de
proteínas disponibles para los vivos (Arocha 1978).
En esta perspectiva, las sociedades del Cauca aparecen como un
buen modelo de los Reinos Caníbales, tan caros para los materialistas
culturales (Harris 1986).
Este ensayo tiene como meta explorar algunos de los aspectos de
las sociedades nativas, particularmente de su "maquinaria caníbal", con
base en ciertas fuentes coloniales. En términos generales, pensamos
que es necesario estudiar con más atención la relación de estas
narraciones con la situación de dominio (o poder) planteada en la
conquista; pero no se trata de tomar únicamente las crónicas como
"ideologías", tratando de discernir lo que tiene de "verdadero" o de
falso, "sino en ver históricamente como se producen efectos de verdad
en el interior de discursos que no son en sí mismos ni verdaderos ni
falsos" (Foucault 1985:136). Con esta perspectiva, tal vez podamos
reconocer la voz de los propios nativos.
2. La selección de las fuentes
Como los pueblos del Cauca fueron sometidos y exterminados en
pocos lustros, uno puede legítimamente dudar del valor testimonial de
las fuentes que se alejan más allá de 20 años de las primeras entradas a
la región. Por ejemplo, las primeras fuentes resaltan la marcada
diferenciación en rangos de las poblaciones locales, mientras que los
ulteriores testimonios oscurecen o minimizan la diferenciación social,
señalando una relativa homogeneidad social; las interesantes
descripciones sobre las prácticas guerreras nativas de las primeras
fuentes, se transforman posteriormente en versiones que revelan, sobre
todo, la visión del mundo, los prejuicios e intereses de los españoles.
Por ejemplo, la Relación de 1559-60 citada sostiene que en los
pueblos nativos de Caramanta-Anserma, "no hay caciques ni señores
entre ellos" (1938, 49). Al contrario, la versión de Robledo -- quien

81
tuvo al mando las huestes españolas que recorrieron la región en 1539
- asevera:

"Los indios naturales de estas provincias son


gente bien tratada, y tienen a sus señores en '
mucho, tráenlos en hombros cuando van a alguna
parte que ellos se han de mostrar, así los traían
cuando me venían a ver de paz" (Robledo., en
Jijón y Caamaño, 1938, T II, doc-8, p. 65 )

En el caso de las descripciones sobre la guerra sucede algo


similar; según la Relación del Descubrimiento de_Antiochia, en la
provincia de Hevico,
"los naturales, como tenían noticia de n uestra
venida, estaban alzados y amontados de sus casas; e
andaban en escuadrones por las lomas,
bailando, tocando atambores e dando muy grandes
alaridos",.... y el Capitán (español) con toda la
gente se llegó cerca de ellos (....) y desde allí con
las le nguas los llamó para que viniesen de paz.
Los cuales, a manera de burla , no querían
responder, e dos indios, que debían de ser los más
valientes que allí estaban, no hacían sino salían
de donde los indios estaban y veníanse corriendo
hacia nosotros, y des de que llegaban al medio
camino, hacíanos muchos visajes, como que nos
tenían en poco, y tornábanse a volver; y esto
hicieron muchas veces". (Sarmiento, en Jipón y
Caamaño, 1938, T. II, doc -4, p. 109).

El escribiente insiste inmediatamente después: "e ran muchas


las monerías que hacían, y hasta encima de aquella peña venía tres o
cuatro indios haciendo muchos ademanes a manera de muy
valientes" provocando de tal manera a los españoles que aprestaron
"perros de trayla", aperreando a aquellos atrevidos y burlones
guerreros. (Ibid).
Estos pormenores se pierden posteriormente, reduciéndose a
imágenes tales como "perros" "bárbaro tumulto", "salvajes"," fieros"
etc.

En este contexto, hemos circunscrito nuestras fuentes


principalmente a los testimonios elaborados por los protagonistas de
las primeras entradas a la región, entre 1535 y 1560. Sus informes
no solamente son los más próximos a una situación "tradicional", sino
los más ricos desde el punto de vista etnográfico. Estas fuentes son:

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1. La Crónica del Perú, de Cieza de León.
2. Varias noticias curiosas sobre la Provincia de Popayán (Autor
anónimo)1
3. Relación que da el adelantado de Andaboja de las tierras y
provincias que abajo se ara mención, de Pascual de Andagoya.
4. Descripción de los pueblos de la Provincia de Ancerma, de
Jorge Robledo.
5. Relación del descubrimiento de las Provincias de Antiochia,
por Jorge Robledo.
6. Relación de viaje del capitán Jorge Robledo a las provincias de
Ancerma y Quimbaya.
1. Ruta de Cartagena de Indias a Buenos Aires, por Pero López.

He utilizado también la crónica de Juan de Castellanos, Elegías de


Varones Ilustres de Indias, cuyo testimonio se basa en algunos
protagonistas de estos primeros años.
Cieza de León recorrió parte de la región en el año de 1537, como
miembro de la expedición de Joan de Vadillo; posteriormente,
incorporado en las filas de Jorge Robledo, participó en la conquista de
Antioquia. De acuerdo con Duque Gómez, la crónica se comenzó a
redactar en la ciudad de Cartago, en 1540, y se terminó diez años más
tarde, en Lima. Cieza es probablemente el mejor cronista del occidente
colombiano, por su excepcional situación histórica y su interés en
describir minuciosamente — como él lo menciona — los pueblos
nativos. (Duque , 1979:9).
La Descripción de los Pueblos de Ancerma fue seguramente
elaborada por el mismo Jorge Robledo, encargado del sometimiento de
los grupos de la zona y de Antioquia. El mariscal efectuó dos grandes
entradas de pacificación en el medio Cauca. Durante la primera, en
1539, reconoció y sometió a los pueblos nativos de Ancerma y
Quimbaya; posteriormente, en 1541, llevó a cabo la expedición por
Antioquia, efectuando varias fundaciones en ese territorio. Las dos
relaciones siguientes (5 y 6) fueron redactadas por los respectivos
escribanos de Robledo, llamados Pedro Sarmiento y Joan Bautista
Serdella, respectivamente.

1
Este documento, la relación de Andagoya, así como las diversas descripciones de la
expedición de Robledo a Anserma, Quimbaya y Antioquia, se encuentran transcritos
en el apéndice documental de la obra de Jijón y Caamaño sobre Benalcázar (1938,
Doc 2,3,4 j y 7)

83
Pero López fue un soldado español que recorrió gran parte del
territorio americano hacia mediados del siglo XVI, participando en la
reducción y conquista de los indios. Como lo advierte Juan Friede - el
descubridor y transcriptor del manuscrito que nos legó López — su
testimonio tiene un notable interés en la medida que proviene de los de
"abajo", y no de un cronista oficial encomendado a cantar las hazañas
de los jefes y otros expediciona rios. Pero, además, como el mismo
historiador lo anota, la crónica tiene un sabor pragmático y hasta cierto
punto simpatizante con los indios:
"Con referencia a los Indios, López, como cualquier
conquistador del montón, no se preocupa de la justicia de la
guerra que se les hace ni del derecho "natural o de gentes" que les
asiste para defenderse. Ni está imbuido de la idea de un destino
misional o civilizador de la conquista. Nada en su crónica
indica la intervención de fuerzas sobrenaturales que acuden a la
ayuda de los españoles en su lucha contra los infieles, como si
esta gozase de la aprobación divina. Admira la capacidad de
los indios de cocinar en ollas de madera (f.7); se asombra ante
su astucia e inventiva (ff.28, 43 v.46); queda perplejo ante las
obras de los "gigantes" (f.6). Admira el estoicismo con que un
indio sufre la última pena por haber vengado la muerte de su padre
(f.61 v.) y la habilidad con que los incas construían los caminos.
(f.52). Rechaza la inútil crueldad empleada por los españoles
porque "siempre los que crueles son entre los indios, fenecen
mal". (f.60v.). A estos los consideran desventurados por seguir
los consejos de sus falsos dioses y mohanes (ff.29,44 v.), y
no bárbaros, como lo hacen los cronistas e incluso algunos
historiadores modernos (27). como en el caso de las indias
cañares (ff.40 v.-41); acepta incluso indirectamente - el
derecho de los indios a defenderse de la invasión española.
Sin embargo, observa con satisfacción la superioridad de las
armas de que disponen los españoles (f.23 v.) o el eficaz empleo
de lebreles cebados en indios (f.27 v.) porque éstos, declara;
"como andan desnudos, fácil es romperles el cuero" (f.31). Los
indios, aunque enemigos, \ inspiran a veces su compasión, (f.61
v.). Pero generalmente los llama perros, como era la costumbre
en esa época, (ff.29,30,61, etc.).

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3. La guerra y la paz
El objetivo de los españoles estaba claro para muchos
pueblos indígenas: ranchear, esclavizar y acumular el máximo de
oro posible, ya sea del oro de los muertos o de los aderezos y
parafernalia de los presentes. La expedición de César a Antioquia
probablemente mostró a los indios una cara de la violencia que
ellos desconocían: la violencia generalizada, masiva,
indiscriminada, y sin límite. Castellanos anota la sorpresa del
cacique Utibara al ver la masacre que César había causado en sus
guerreros, que se aprestaban probablemente, a tener un duelo de
carácter ritual — como la etnografía nos ha acostumbrado a ver
en muchas partes del globo — y que el "bárbaro" español,
violando todas las reglas, había agredido:
"En diferentes partes hay gemidos y sones de
mortíferas querellas... El violento César y
arriscado Rompiendo por aquella gran pujanza
Derriba lo mejor y más granado, Recambiando los
lances de su lanza Precipitando cuerpos por el s uelo..."
(Castellanos 1955:111:121)

Entre las víctimas cae el hermano del cacique principal.


Este, entonces, se retira:

"Viendo tanta matanza como digo,


Utibará se pasma con espanto} (Ibid,
121).

Sin más mirar la gente forastera Utiba rá pegado


con el muerto haciéndolo llevar en su
l i t e r a " . (Castellanos, 1955:111:123).

Con la expedición de Vadillo no podían, entonces, esperar


otra cosa, y con razón. Castellanos pone en boca de Vadillo:
"Ningún soldado muestre mano blanda,
Antes a fuego y Sangre haga guerra
A nación tan bestial, cruel y perra".
(Castellanos 1955:111:141).

Los mismos españoles del grupo de Robledo dan cuenta


del desastre provocado por Vadillo:

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"Salimos a los valles de Nori y a la -provincia de
Guaca, que solía ser de las mejores poblazones
que en toda la comarca habían. Y estaba todo
destruido e abrasado por las armas de Cartajena...
que todo estaba destruido" (Sarmiento, en Jijón
y Caamaño, 1938, T -2, Doc 4, pp.120.).

Los españoles alteraron el "orden público" regional y había


buenas razones para tomarlos en serio. De acuerdo con el escribiente
Sarmiento, los nativos de la región se encontraban alzados, temiendo
recibir un tratamiento similar al que recibieron de las huestes de
Vadillo. El terror llegaba a tal extremo que algunos indios a la vista de
españoles,
"se quitaban una manta de vara y media de largo
e de una de ancho, con que traen atadas sus
vergüenzas, quitársela e darse vuelta al pescuezo
yahocarse". (Ibid 99)

Así sucedía, también, con grupos apresados,


"Y el capitán les mandó llamar e les preguntó
con la lengua que por qué se ahorcaban, dijeron
que porque se espantaban de ver a los
españoles e de las barbas, e que por esto se
habían ahorcado muchos" (Ibid).

A todas las partes que llegaban, oían ruidos de bocinas y


tambores que advertían a la población de la presencia española.

Ante los llamados del mariscal Robledo para aceptar la "paz",


muchos jefes respondían:
"...que nos habían de comer a todos, que aquella
era su tierra, que nos fuésemos de ella, que no
querían paz" (Ibid 106).

En otra ocasión, los nativos se entrevistaron con Robledo:

"Le preguntaron qué era lo que quería y buscaba


en aquella tierra, que nos fuésemos de ella. El
cual les dijo: que él venía en nombre de Su
Majestad, cuya era aquella tierra, e a vivir en ella
para siempre, porque había que poblar una ciudad.
Y le respondieron:

86
¿que si habíamos nosotros hecho esos bohíos e
plantado los árboles, para que fuese del Rey,
que les decía, aquella tierra?

Que supiese, que si no nos queríamos ir de ella,


que nos habían de comer a todos. Y ellos, viendo
que nos tornábamos a volver por el mismo
camino que habíamos allí venido, empezaron a
dar muy grandes alaridos y a bailar y hacer
muchos fieros" (Ibid 110).

Pero los españoles no solamente eran los temidos, sino que


también sus perros habían logrado una fama negra:
"Y los naturales cobraron tanto miedo a un perro,
que se llama Turco... porque vieron que en un
momento despedazó seis o siete indios. El cual
perro y otros han hecho tanto provecho en estas
tierra, por ser la tierra tan áspera y fragosa e no
poder andar por ella caballos que han sido causa,
después de Dios Nuestro Señor quererlo
encaminar, venir algunos de paz. Y es tanto el
miedo que los naturales han cobrado a los perros,
que cuando algunos venían de paz a la ciudad,
desde gran trecho que a ella llegasen, daban voces
llamando a la lengua para que hiciese atar a los
perros" (Ibid 118).

Pero no siempre el encuentro resultaba en un escarmiento, la


toma de los bohíos o el arrasamiento de sus pertenencias por parte de
los nativos. En una ocasión,

"E los Indios venían en orden de guerra e traían


sus cordeles para atarnos, e sus pedernales e
cañuelas, que ellos tienen cuchillos, para
hacernos piezas e comernos, como su todo lo
tovieran fecho, y como vieron que éramos tan
pocos de a caballo, c que no nos íbamos aunque
nos lo veíamos llegarse a nosotros, paráronse y
empezaron a tocar atambores y bocinas, y
hacernos gestos y darnos gripa, y hacían la
perneta e haciendo otros muchos visajes,
diciéndonos que nos fuésemos de su tierra. Y el
capitán les habló del arte que a los demás de atrás
dejaba, y de tal manera, que aquel día, antes que
de allí se quitasen, se vinieron los más de los
indios a él de paz; y estos eran de los más

87
valientes y allegábanse temblando, que no se
podían tener en pié, de miedo al capitán, y cada
uno le ofrecía la joya de oro que al cuello traía...
de lo cual no pocos todos nos admiramos de ver
unos indios cuan soberbios venían para
comernos, y con hablarle el Capitán tres
palabras, le vinieron de paz" (Ibid 96).

Como consecuencia de todo este proceso la población nativa


sucumbió dramáticamente. Refiriéndose a los " Llanos del Cauca",
Andagoya da cuenta:
"Esta tierra es obra de 30 leguas que es lo que se
despobló, era la más bien poblada tierra, y más
fértil, abundosa de maíz y de frutas y de pastos: y
cuando yo llegué, estaba y halle'tan despoblada
que no se halló en toda la tierra un pato para
poder criar; y donde había en estas 30 leguas
sobre 100 mil casas, no hallé 10 mil homb res
por visitación.

Y principal causa de su destrucción fue que se


les hicieron tantos malos tratamientos sin
les guardar verdad ni paz que con ellos se
asentase. Y con Popayán los cristianos no
sembrasen en todo el tiempo que allí estuvieron,
teniendo los indios sus maíces para coger, los
cristianos se los iban a coger y tomar y echar
los puercos y caballos en ellos, determinaron no
sembrar; y como allí tarda en venir el maíz ocho
meses, hubo tanta hambre que se comieron unos
a otros mucha cantidad, y otros se murieron
della, y el Benalcázar sacó muchos de la
tierra".

En realidad se había conformado lo que Michael Taussig define


como una Cultura de Terror y un Espacio de la Muerte, que cobijaba
por igual a indígenas y españoles (Taussigl987). Los indígenas
estaban enfrentados a una situación de "miedo generalizado", como
consecuencia de la violencia indiscriminada desencadenada por los
españoles y por su carácter arbitrario, vale decir, carente de
significación cultural para ellos. El terror no era solamente un estado
psicológico, sino que tenía una implicación social que debía enfrentarse
mediante una codificación cultural propia.
Pero los españoles, a pesar de su posición dominante, también
estaban agarrados en su propia "trampa". Ciertamente, podían morir

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durante las expediciones, y muchos, efectivamente, morían a causa no
solamente de los indios, sino de una naturaleza que se concebía
totalmente hostil,, agresiva, salvaje; las crónicas están repletas de
imágenes en las cuales los expedicionarios deambulan (suben y bajan),
casi como fastasmas, en un mundo exhuberante, sombrío, lleno de
fieras y animales ponzoñosos (además del curare de los indios) que los
tiene al borde de la muerte, o entre la vida y la muerte.

Además, como lo ha mostrado Taussig, los nativos


probablemente eran imaginados por los españoles como una especie de
hombres-bestias, en el umbral de la naturaleza y del mundo de
ultratumba. Aquellos eran considerados, asimismo, gente del dominio
del Diablo. A los españoles les inspiraban terror, ya que podían tener
poderes extraordinarios y, por qué no, brujear o pactar con el diablo en
contra de los "cristianos". Así que ambos estaban igualmente
aterrorizados, con miedo, prestos a acrecentar el rumor y dispuestos a
la alucinación.

En estas condiciones, ¿ no podría entenderse la praxis caníbal


como una estrategia de lucha contra el español, más que una condición
inveterada "consustancial" a dichos cacicazgos? Esta misma idea se
puede formular así: en las condiciones de violencia generalizada
desencadenada por los españoles, los pueblos indígenas reactivaron al
máximo sus propios símbolos de violencia, como forma para
amedrantar al enemigo, y de lograr -- mediante técnicas de carácter
simbólico y militar -- su derrota. En este contexto, el lado "violento,
rojo1 ' de la sociedad tomó, una relativa preponderancia como estrategia
fundamental de sobrevivencia. Los "hombres del tigre" pasaron a
primer plano, ante la necesidad de combatir esos verdaderos caníbales
extranjeros. Probablemente esto incrementó la escala de los sacrificios
caníbales para lograr una mayor eficacia en la guerra, (que suponía un
mayor número de cráneos, trofeos y otros iconos de la antropofagia),
todo lo cual daba una imagen agresiva de su propia sociedad, pero
parcial a determinado momento histórico. Asimismo, ¿no podría
pensarse que, debido al terror, los españoles multiplicaron con creces la
situación real que enfrentaron durante sus entradas y primeros
contactos con los pobladores nativos?.
4. ¿Quienes son en realidad los perros y lo s bárbaros?

Cuando estaba en Popayán, Pero López participó en la


expedición organizada para castigar a los yalcones y otros grupos del
Alto Magdalena, quienes se habían sublevado y dado muerte a Añasco

89
y parte de su gente, en venganza, a su vez, por el sinnúmero de
atrocidades cometidas por ellos mismos (entre ellas las aperreadas).

La expedición estaba conformada, básicamente," por ciento y


veinte soldados de espada y rodela y algunas ballestas /27v./ todos a
pie por ser la tierra no aparejada para poder meter caballos en ella, y
también porque valía un caballo en aquel tiempo mucho precio, porque
había pocos. Metimos también algunos perros bravos cebados en
indios, que en aquella tierra lo primero que los capitanes proveen
después de haber hecho la gente, es buscar perros buenos, porque es
grande ayuda." (Ibid, 49-50).
Al poco tiempo de llegar a la provincia de Pirama, tuvieron
algunos enfrentamientos con los nativos:
"Llegamos a la provincia de Pirama la octava de
San Juan del año de cuarenta y nueve (69) y de
ahí a dos o tres días subimos a la sierra y
tuvimos batalla con los indios y les quitamos
más de cincuenta cabezas que tenían en sus casas
por trofeos, los cuales tenían en más que si
fueran esmeraldas por ser de españoles. Teníanlas
conservadas con un betúmen, el cual saben /28/
hacer muy bien, que no les faltaba pelo al parecer
en la barba ni cabello. Poseían cada uno la que
había cortado. Teníanlas en lo alto de la lazas
hincadas a sus puertas. Ha de a (?) (70) cuando
llegamos a esta provincia, que había muerto [-a
los españoles-J ocho meses". (Ibid, 49-50).

Los españoles temían ser contados por los indígenas. De tal


manera, buscaban por todos los medios crear la ilusión ante los nativos
de ser más de un millar de conquistadores. Así, los indios de servicios
se vestían como españoles, y los campamentos se establecían en sitios
estratégicos para evitar ser cuantificados.
Esta obsesión los llevaba a desconfiar de cualquier trato con los
nativos, a quienes atribuían obsesivamente la intención de "contarlos"
para exterminarlos. Refiriéndose al "rey" Pigoanza del Alto Magdalena
— el principal enemigo — López sostiene:

"Este rey Pigoanza decía que era haber tantos


españoles imposible en el mundo, que los que él
había muerto y los que estaban poblados en
Popayán serán trescientos hombres, que 61 los
/29/ había enviado a contar y que éstos los
habían formado sus dioses de la espuma del
mar

90
para castigarlos, por que él y sus indios los
tenían enojados. Esto les hacía el demonio
entender a estos deventurados.
Envió [-el rey-] a decir a nuestro capitán que
tuviésemos paz con él y que nos serviría de
enviarnos bastimentos, y que bastasen las
guerras hechas y. se dejasen para otro verano1. Y
ésto decía el perro a fin cauteloso, para nos
descuidar y saber los que éramos, para ser
aprovechar de nosotros por la mejor manera que
pudiese, que palabra ni verdad no la tienen ni la
saben cumplir.
Nuestro capitán le envió a decir que le placía y que
aquél invierno quería pasar en un valle cerca de allí,
entre Pirama /29v./ y Pigoanza, que es de dos leguas
más adelante de donde estaban [-y-] es donde ellos
tienen sus casas de placer. Es una vega muy
fresca y aparejada para nos poder defender
mejor de nuestros enemigos. El rey Pigoanza
nos envió una carga de sal que en aquella tierra
se tiene en más que oro y algunas cargas de
turmas de tierra y frutos de que en aquella tierra
había cantidad. Recibiólo nuestro capitán y
envióle otras cosas de las nuestras, pensando
atraerlo y poderlo haber para lo castigar o llevar
preso a nuestro gobernador; y con todo esto las
tiendas puestas más de las que habíamos menester y
el servicio dentro y los perros atados a las puertas
de las tiendas, para que no pudiese los /30/ indios
andar por los toldos ni saber los q u e é r a m o s ,
q u e é s t o e r a l o q u e e l p e r r o pretendía. Y
nosotros de ordinario estábamos, cuando veíamos
venir gente de paz, alerta, y nos juntábamos todos
en la plaza haciendo gran bulto la gente." (Ibid 60-
61).
Así es que cuando aquel envió a su hermano -- señor Pirama —
los españoles pensaron que se trataba de otra treta . A pesar de ello, los
conquistadores lo recibieron como era debido, sentándolo en la mesa
"para no alborotar de nuevo la tierra", pero cuando aquel solicitó —
mediante intérprete - que quería reconcer el campo, el capitán español,
"...Le respondió que le placía, más que se
guardase de aquellos perros que los morderían. R

1
El énfasis es nuestro.

91
espondió que no le daba mucho de los perros. La
primera tienda era del capitán, a la cual puerta
/31/ estaban atados dos perros, el uno que se
llamaba Marquesillo que era del gobernador (77)
y que no le faltaba si no era hablar" (Ibid 62).

Entonces,
"Mandó [-el capitán-] en nuestra lengua que como
llegasen cerca de los toldos ...(roto) soltasen
aquel perro, como no fuese visto soltarle. Fue
hecho así.

LLegando cerca, salió el perro y echó mano a un


indio y a dos zamarreadas o sacudidas le echó las
tripas fuera. Asía la presa por los ijares y como
andan desnudos fácil es romperles el cuero.
Luego dio tras otros.

Acudió el capitán y nosotros con las armas en la


mano a socorrer a Pirama. Antes que llegásemos
le había hecho el buen perro presa y sin ser
socorrido ni lo querer nosotros socorrer, lo
despedazó el perro. Los demás indios, salpicados
de otros perrillos que por no ser de presa andaban
sueltos, habían acudido... (manchado) /31 v./ al
ruido de Marquesillo que parecían cuando veía
indios, en quien él estaba cebado, que hundía el
mundo. Fue socorrido [-el cacique -] las tripas
fuera y rotas.

Luego que llegó el capitán lo mandó llevar a su


hermano por sus vasallos en una hamaca y antes
que llegase allá, que no eran dos leguas, murió".
(Ibid, 62-63).

Esta política del simulacro prosiguió, en las buenas razones dadas


a Pigoanza por la muerte de su emisario. Se le explicó, entonces, ante
su requerimiento:
"El hermano envió a nuestro capitán que ¿cómo
le había muerto a su hermano? El cual respondió
a los mensajeros que él no había sido causa de su
muerte, que..... (roto)era a quien mataba y fuese
muerto, que si él quería, que él mandaría ahorcar
el perro que le mató. La cual respuesta fue del
señor que le ahorcasen, y que si lo hacía

92
entendería que los cristianos no habían tenido
culpa en la muerte de su hermano".(Ibid, 63).

Y, efectivamente, los españoles mataron al perro; pero no a


Marquesillo, sino a un supuesto mastín
"que no servía más de comernos lo que hallaba
a mal recaudo, que era en gran manera goloso".

Los testigos (engañados) del rey de Pigonaza quedaron


satisfechos y este aceptó la paz; decidió él también visitar a los
españoles personalmente, pero bajo el aspecto un indio macegua
(labrador, menudo).

"Muerto con esta justicia tan justa por el mal


perro merecedor, quedó el señor sabedor del buen
hecho y más triste de no se poder aprovechar de
nosotros ni saber el número que éramos;
determinóse de venir él en persona en traje de
indio macegua (78), que se dice indio como
Nuestro Señor hízolo así. Tomó una carga
cuestas y con principal delante y como cuarenta
indios cargados de furias y presente, llegó este
señor a la plaza nuestra que la cercaba un río que
por aquella /33/ quebrada de Pirama pasa. El cual
con los demás se sentó como ellos suelen hacer
en medio de los demás, disimulando con un ojo
cerrado, como que parecía tuerto, y estuvo allí el
tiempo que el principal daba su embajada a los
nuestros y el presente que traía." (Ibid, 64).

Por intermedio de un indígena, los españoles se dieron cuenta —


según su versión -- de la presencia del rey en su propia casa, de manera
que:
"El capitán, de haí a un poco que el indio le dijo
ésto, dijo: "¡Caballeros!, sin hacer rumor se
pongan en torno de aquellos indios, disumulando
que entre ellos estaba el que buscábamos, y es el -
que tiene tales señas, no se nos vaya"." (Ibid, W).

Al cabo de lo cual, el jefe indígena salta, pero es capturado por


los españoles, teniéndolo con "unos grillos en un toldo con seis
hombres de guarda".

93
Con el jefe aprisionado, los indígenas vecinos solícitamente
acuden, ante la orden de Pigoanza, al servicio de los mismos
españoles. Pero esos mismos indios se transmutaron súbitamente en
sus enemigos, lanzando un asalto de más quinientos guerreros contra el
"cuartel":
"Fue Dios servido que los perros, como es
costumbre en la ticrra/35v./ de guerra, andando
(?) haciendo soltar los perros de las cadenas; los
cuales, como sintieron los indios, fueron a ellos
con gran alarido y empezáronlos a detener y
morder en el inter nos apercibimos y juntamos
con nuestro capitán fuimos todos de un tropel a
la tienda donde el señor estaba preso a le
socorrer. No pudo ser tan presto que antes que
pudiésemos ganarles la plaza, no fueran muertos
todos [-los guardias-], porque había sobre ello
más de mil indios y sólós seis españoles que le
hacían la guarda. Los cuales pelearon
valerosamente como valientes soldados. Mataron
lo primero al señor que tenían preso y a más de
ochenta indios, porque los hallamos al contorno
de la tienda /36/ muertos". (Ibid,66-67).

Los indios se comenzaron a retirar cuando vieron a su señor


muerto, no obstante lo cual fallecieron cuarenta y tres españoles y más
de 200 nativos. Un espacio de muerte se había instalado en toda la
región:
"Estuvimos en la conquista y castigo hasta
Navidad que fueron seis meses, en los cuales se
hizo algún castigo y les atalayamos (71) las
comidas quemándoles las casas, para que nos
viniesen de paz. Jamás pudimos haber al señor.
Matáronnos alguno de los nuestros" (Ibid 60).

En este espacio de la muerte, en el que se entrecuzaba la sangre,


el horror, el miedo, el rumor y la peste, consistía la realidad cotidiana
de la conquista. Los españoles estaban auxiliados en su política de
muerte por esos perros que debían ser vistos como jaguares por parte
de los nativos. Aún hoy, muchos grupos nativos clasifican a los perros
bajo la categoría "tigre". En este sentido, probablemente los extranjeros
eran percibidos como "brujos" transformados en tigres, lo que explica
posiblemente la conformidad del jefe Pirama. Se trataba, no obstante,
de un ejército de jaguares voraces de oro y de cadáveres (profanadores
de tumbas), que sembraban la muerte por doquier.

94
La transformación de los hombres -- y en particular de los
chamanes — en jaguares, es un tema recurrente, como se sabe, en la
literatura etnográfica. En el caso de los pueblos tucano por ejemplo, los
payés e iniciados se transforman en jaguares mediante el consumo del
rapé vihó (virola). Por lo general los payés asumen la figura del jaguar
para vengarse de otros hombres, aunque en algunos casos las víctimas
también son mujeres.
El chamán se comporta como un verdadero jaguar matando y
comiéndose a su víctima, dejando únicamente su cabeza y otros restos
óseos. No obstante, a veces las mujeres desaparecen, lo que hace
pensar en una "motivación sexual" para la acción del jaguar.
"En estas tradiciones se dice que hombres-jaguar
han violado o raptado mu jeres y a veces que han
procreado una descendencia híbrida que con el
tiempo tuvo rasgos jaguarinos. En general, se
describía a los agresores como hombres-jaguar
de otros grupos tribales con los que no existían
relaciones conyugales institucionalizadas; en los
casos en que eran del mismo grupo (por
ejemplo, Tukano), sus agresiones sexuales eran
de índole incestuosa, ya que los hombres-jaguar
atacaban a hembras parientas de su propia
unidad exogámica" (Reichel-Dolmatoff 1978b:
125).

Sin embargo, debe distinguirse un jaguar común del payé


jaguar; de acuerdo con el mismo autor:
"Un jaguar común es como un perro. Pero un
payé-vuelto-jaguar está de cabeza. Tiene todo al
revés. Lo que está abajo es de arriba, y lo que
está arriba, es de abajo. El corazón está en la
espalda, y la columna vertebral donde estaba el
vientre. Hacen esto para ocultar su corazón. Por
eso, si uno ha de disparar a un payé-jaguar, tiene
que darle en el lomo, donde está el corazón, y no
en la paletilla, donde se le tiraría a un jaguar
común" (Reichel-Dolmatoff 1978b: 123-124).

Se piensa generalmente que el hombre-jaguar toma, cuando viaja,


una figura humana, pero cuando duerme , ataca o visita adopta atuendo
de felino".

95
"Cuando provocamos comentarios acerca de la
vestidura de jaguar, nuestros informantes dieron
interpretaciones diferentes. Algunos decían que el
hombre jaguar era sin duda un payé y que, como
tal, había estado tomando rapé de vihó y se
había vuelto jaguar. Otros se sentían inclinados a
tomar el relato tal y como se presentaba; el
hombre tenía una piel de jaguar en su cesto y
sencillamente se la echaba encima o se la
quitaba, según el caso. Un tercer grupo,
compuesto en su mayoría por hombres de edad,
explicaba las cosas de otro modo. Según ellos, la
piel de jaguar no era piel ni mucho menos, sino
una esencia, un estado anímico que hacía a una
persona obrar como jaguar" (Reichel-Dolmatoff
1978b:)

Si estas analogías etnográficas son legítimas para pensar algunos


de nuestros problemas, seguramente algunas de las motivaciones
constantes para pensar a los españoles como jaguares estriban,
además, en su "corazón violento y desordenado", en la muy presunta
existencia de raptos de mujeres nativas, toma de ellas sin
contraprestación alguna, en fin, violación de todos los principios de
exogamia por los bárbaros.
Pero estos jaguares tampoco debían comer muy tranquilos
porque para ejemplo de ellos estaba lo que había pasado con Añasco,
motivo en parte de esta expedición; cuando los nativos lo capturaron...
"...Le agujearon por debajo de la barb a y le
echaron una cuerda como cabestro. Cortáronle
las manos, trayéndole en sus bailes y
borracheras, triunfando con él. Al cabo de
algunos días aunque fueron pocos, los cuales él
por horas esperaba, y aún deseaba verse por
fuera de este mundo, fue atado a un palo
metiéndole otro en la boca y le echaron
engranadlos de oro derretido, diciendo que,
pues que había muerto a sus indios por oro, que
se hartase de oro. Y así sucumbió" (Ibid, 59).

Si esto fue así, poco importa (salvo que tengamos piedad con el
poco piadoso Añasco). Pero López lo creía y, juntamente con él,
muchos españoles; y ello bastaba para crear un efecto de poder
específico y también de reflexión porque el soldado anota que con
frecuencia esos españoles crueles y asesinos (digo yo) también morían
de la misma forma.

96
5. Malocas de terror
Los asentamientos de "caníbales" tenían más o menos una
estructura regular en todo el Cauca. Cieza de León anota con respecto
al problado del cacique Nutibara:
"Junto a la puerta de su aposento, y lo mesmo
en loda la casa de sus capitanes, tenían
puestas muchas cabezas de sus enemigos, que
ya habían comido, los cuales tenían allí como
señal de triunfo" (Cicza, 1962)

Para Ancerma, el mismo cronista reporta:


"Los señores o caciques y sus capitanes tienen
casas muy grandes y a las puertas de ellas
puestas unas cañas gordas de las destas partes,
que parecen pequeñas vigas; encima de ellas
tienen puestas muchas cabezas de sus
enemigos..." (Cicza 1962:67).

Con frecuencia , las cañas con los cráneos trofeos estaban


localizadas en la plazuela de la gran casa. En ciertas localidades de la
provincia de Arma, las cañas se utilizaban para hacer una
fortificación, y en su mitad
"Un tablado alto y bien labrado de las
mismas cañas, con su escalares para
hacer sus sacrificios" (Cieza 1962:76).

Las casas de los caciques de Picara poseían


"Plazas pequeñas, todas cercadas de las cañas
gordas, en lo alto de las cuales tienen colgadas
las cabezas de los enemigos, que es cosa
temerosa de verlas, según están muchas y fieras
con sus cabellos largos, y las caras pintadas de
tal manera que parecen rostros de demonios. Por
lo bajo de las cañas hacen unos agujeros por
donde el aire puede respirar cuando algún viento
se levanta; hacen gran sonido, parece música de
diablos" (Cicza 1962:83, 84).

Los gorrones "tienen dentro de la portadcla


muchos pies de los indios que han muerto y
muchas manos, sin lo cual, de las tripas... las
hinchan de carne o ceniza, unas a manera
de

97
morcilla y otras de longanizas...., las cabe/as,
por consiguiente, tiene puestas, y muchos
cuartos enteros......"( 94, 95).

De acuerdo con las fuentes, en estas localidades la Casa Grande


de los jefes o capitanes asumía, generalmente, el carácter Caníbal. Uno
puede pensar, según la misma descripción de las crónicas, que estas
eran generalmente malocas, o sea viviendas multifuncionales al estilo
de las que se encuentran aún en las selvas orientales del país, y
comunes en muchas regiones de Suramérica. Esto se hace casi evidente
en la descripción de la Casa del cacique Petecuy, al borde del valle del
río Lile:
"En medio de este pueblo está una gran casa de
manera muy alta y redonda, con una puerta en
medio; en lo alto de ellas había cuatro ventanas,
por donde entraba claridad; la cobertura era de
paja; así como entraban dentro, estaba en lo alto
una larga tabla, la cual la atravezaba de una parte
a otra, y encima de ella estaban puestos por orden
muchos cuerpos de hombres muertos de los que
habían vencido y preso en la guerra, todos
abiertos; y abríanlos con cuchillos de pedernal y
los desollaban y después de haber comido la carne
henchían los cueros de ceniza y hacíanles rostros
de cera con sus propias cabezas, poníanlos en la
tabla de tal manera que parecían nombres vivos"
(Cieza 1962:98).

El cercado que los españoles encontraron en Popayán es


probablemente otra maloca:
"..los eran, (las entradas), una de otra separada,
que miran al Oriente y Occidente, Angosta cada
cual en la entrada; Pues un caballo cabe
solamente; Entrado sin rencilla porfiada. Por
haberse huido ya la gente: hallaron grano y otros
alimentos. Y bien acomodados aposentos"
(Castellanos 1955: 353)

No obstante, y a diferencia de las casas anteriores, en esta los


españoles no reportan símbolos caníbales. Esto se puede interpretar en
el sentido de que sus pobladores no eran antropófagos -- o más
exactamente, de que no todas las malocas eran de terror -- ya que por la
relación anónima sabemos que

98
"las gentes de esta Provincia son ........crueles en
comerse unos a otros..." (en Jijón y Caamaño, T.
II, 1938, doc. 7, p. 180).

Con esto llegamos a nuestra segunda hipótesis: en el conjunto


de los asentamientos había ciertas malocas caníbales, pero se
encontraba también otro conjunto de Malocas Principales , con
funciones sociales y ceremoniales diferenciales; los españoles — por
razones militares -- tuvieron, sobre todo, un interés selectivo en las
primeras; en ellas se concentró, además, la defensa contra la invasión
española. Algunos soldados de Vadillo fueron conducidos, por
ejemplo, cerca de una "Casa del diablo" por parte de los indígenas,
con la esperanza, posiblemente, de exterminarlos con la ayuda del
tigre (sinónimo del "diablo" para los españoles):
"Quizá podríamos preguntarnos quién era el
diablo con quien hablaban los indios, cómo lo
concebían en sus alucinaciones, o sea, cuál era la
imagen cultural que proyectaban en sus visiones.
Uno de los primeros cronistas, escribiendo de los
indios de Guaca, en el noroeste de Colombia,
dice que el diablo se les aparecía en la forma de
un jaguar muy feroz. Otra fuente antigua,
refiriéndose a los indios Anserma de la cordillera
occidental dice que el diablo se les aparecía en
forma de gato enorme, de jaguar, y otro cronista,
escribiendo de los mismos indios, dice que '[el
diablo] se les sule aparecer en los senderos y en
sus casas; y lo pintan del modo que lo ven, y los ,
taparrabos con sus colas , y los adornos que se
pintan en cara y cuerpo, son los dibujos de los
diablos que ven". Los indios de Caramanta, que
en el siglo XVI vivían al norte de los Anserma,
y parte de ellos en las tierras bajas del Pacífico,
tenían en sus templos ciertas tablas donde
tallaban la figura del diablo, muy fiero, y en
forma humana, con otros ídolos y figuras de
gatos que adoraban. Cuando necesitaban agua o
sol para sus cultivos, buscaban ayuda de estos
ídolos" (Reichel-Dolmatoff 1978b:57-58).

El papel de las Casas del Jaguar o, por qué no, Templos del
Jaguar está, según nuestros conocimientos, por investigarse en las
culturas amerindias; pero posiblemente fue fundamental en la
formación de sociedades estratificadas en Suramérica, y aún en la
conformación y expansión del imperio Inca. Como ha sido
señalado por diversos

99
autores, habitualmente las "realezas" amerindias están apoyadas sobre
este complejo simbólico en pueblos como los olmecas, los muiscas, los
incas, o los del Cauca.

6. Un vistazo al interior: convivencia de vivos y muertos

Para verificar esta posible existencia de tipología de malocas y


refinar nuestra hipótesis, debemos proseguir con el estudio de las casas
y, sobre todo, penetrar en su interior.Un estudio exhaustivo de las
fuentes coloniales disponibles debería complementarse con información
de carácter arqueológico sobre los diferentes asentamientos. De otra
parte, la determinación de las funciones ceremoniales de las Malocas
Principales solamente es posible mediante la comprensión de los
objetos rituales que en ellas se encuentran.

Que no todas las malocas son caníbales queda claro en otro


testimonio de Castellanos sobre el pueblo de Popayán, donde
sobresalía una casa de

"Cuatrocientos estantes por hilera...


Catorce los horcones...Casa decían de ser de borracheras,
Dode solían celebrar sus fiestas" (Castellanosl955:III:353)

sin referencia a símbolos antropofágicos.


En la misma provincia de Popayán, además de los cráneos
trofeos, algunas de las malocas
"tiene los cueros de los cuerpos, que han comido,
desollados, henchidos de ceniza, tienen arrimados a las
paredes de sus casas como personajes, y de algunos de
estos cuerpos hacen atambores con que tañen (Anónimo,
op. cit. 180).

Pascual de Andagoya se refiere a la casa del principal de Lilí


(¿Petecuy?) en los siguientes términos:
"Halláronse en las casas principales del señor de esta provincia
de Lilí, en el alto como tres o cuatro estados dentro de la casa
a la redonda de la sala principal, puestos en cantidad de
400 hombres o lo que cabían en aquella sala, desollados o llenos
de ceniza, y sin que les faltase figura ninguna y sentados en una
silla juntos unos con otros con las armas con que

100
los prendían puestas en las manos, como si estuviesen
vivos; y a estos que ansí prendían y mataban los
comían la gente de guerra por victoria (Andagoya, en
Jijón y Caamaño, 1938,Doc 3, pp.56).

No es claro que se trate necesariamente de enemigos; su


interpretación está seguramente mediada por el prejuicio caníbal, y
probablemente se pueda pensar que se trate, en alguna proporción, de
antepasados del grupo u otros aliados muertos -- especulemos -- en
los duelos rituales que inmediatamente atrás ha descrito,
"tiene estas provincias la costumbre que en las de Coiba y
Cueba en hacer sus fiestas y cabos de años por sus
difuntos, en las cuales fiestas se juntaban los de un
pueblo con otro, o de un señor con otro siendo
amigos, y hacían sus fiestas de beber y comer como
se hace acá, y después de comer a la tarde salían a jugar
a las cañas, saliendo su principal con 50 o 30, y el otro
con otros tantos a otra, todos con sus rodelas muy
b i e n h e c h a s y p i n t a d a s , y s u s tiraderas, que son las
armas en que en aquella tierra traen, y puestos en sus
tierras se ponían a escaramuzar como acá salen los
ginetes, y se ponían en sus ventajas, y se tiraban
como enemigos; y de esta manera escaramuzando,
entrando y saliendo escaramuzando estaban toda la tarde, y
del juego salían heridos muchos y algunos muertos y al
que allí mataban no tenían pena ni les quedaba amistad"
(Ibid 55-56).

Espero que no se me acuse de marcado etnocentrismo amazónico,


si llamo la atención sobre el significado de un guerrero sentado. Si
hemos de dar crédito a la etnología amazónica, el banco es un símbolo
del cuarzo, del semen, de poder de creación. Las armas son un símbolo
de violencia, y algunas tradiciones amazónicas aluden a la necesidad
de "esconder el arma" para apaciguar los espíritus. ¿No se trata más
bien, entonces, de sus propios difuntos (sentados al igual que los
coqueras del sur en un "foco" de poder) a quien se ha armado, con
ocasión de la llegada de los españoles, para que destapen el espíritu de
lucha y convoquen a los antiguos guerreros contra los españoles? ¿o
no podrían interpretarse estas figuras guerreras sentadas como el
respaldo de un "ejército de muertos" al poder del cacique, ya que se
encontraban precisamente en las casas principales de este último? En
este caso sería un variante de la maloca de terror, porque

101
poseeyeron un sentido plenamente político de intimidación interior
o externa, constituyendo un "espacio de muerte" para enfrentar a
los terribles jaguares españoles.
En la provincia de Pozo, los señores y principales,

"tienen muy grande casa, redondas, muy altas,


aunque rodeadas por empalizadas... Dentro de
la casa de los señores habían, entrando en ellas,
una renglera de ídolos, que tenían cada uno
quince o veinte, todos a la hila, tan grande
como un hombre, los rostros hechos en cera,
con grandes visajes de la forma y manera como
el demonio se les aparecía; dicen que algunas
veces cuando por ellos era llamado, se
entraban en los cuerpos taléis destos ídolos de
palo, y dentro dellos respondían; las cabezas
son de calaveras de muertos" (Cieza 1962:80).

Según Robledo, en el interior de las casas tienen "muchos huesos


y calaveras", de los hombres que han comido (Robledo, op.cit, 72).
El mismo precisa que:
"tienen los indios en cada casa mucha cantidad de
ídolos grandes, de estatura de hombre y otros más
pequeños, hechos de madera o con sus ojos o
narices y sus divisas de joyas e sus colores y .
arreboles, como los señores se ponen 1 (Cieza
1962:80)".

De otra parte, en el subsuelo de las casas grandes acostumbraban


enterrar a sus señores,

"en grandes sepulturas, metiendo allí grandes


cántaros de maíz de su vino hecho y sus armas y
oro", con algunas mujeres vivas. (Cieza, 1962,
81).

En este caso es probable, a nuestro parecer, que las estatuas


podían ser representaciones de los señores que permanecían en la Casa,
aún después de muertos, aunque simultáneamente estaban sepultados
en su seno. Si bien el testimonio de Robledo generaliza la existencia de
"símbolos caníbales" al interior de las casas, Cieza se cuida
de

1
El énfasis es nuestro.

102
mencionarlos. Es imposible determinar si todas las malocas que
contenían estatuas poseían o no cabezas-trofeo, pero es legítimo
diferenciar las funciones de las estatuas como representación de
sus propios señores, de los cráneos-trofeo- símbolos de los
enemigos1 . Además, muchos de los restos de huesos y cadáveres no
habrían sido colocados en urnas funerarias , depositadas en la casa o
rescatadas de las sepulturas para que no fuesen saqueadas por los
españoles.
El señor principal de la provincia de Paucura tenía junto a la
puerta de su casa "un ídolo de manera tan grande como un hombe,
de buen cuerpo; tenía el rostro hacia el nacimiento del sol y los
brazos abiertos"; según Cieza, en este caso sus casas tenían en el
interior cercos para mantener los prisioneros y engordarlos, para
luego proceder al sacrificio en las plazas delanteras (Cieza 1962:
79). Se menciona que tanto en Paucara como en Picara sacrificaban
indios cada día a estos ídolos, y según un cacique, para que el
"diablo no los asolase a todos y no se enojase, le ofrecían los
corazones" (Robledo, op. cit. 72).
De manera excepcional, la descripción de las casa de la
provincia de los quimbaya enfatiza su tamaño pequeño; las fiestas
rituales se llevaban a cabo, sobre todo, en las plazas de las
localidades. Al contrario de otras zonas, Cieza no menciona allí
la existencia de prácticas antropofagia (excepto en "grandes
fiestas") o la presencia de símbolos caníbales.
En contraste con los quimbaya, a medida que nos
trasladamos hacia el norte, en el actual departamento de Antioquia, las
descripciones son más prolíficas en datos caníbales.
Pero tampoco se podría sostener que todas las casas fuesen
caníbales, ya que, según los documentos, en numerosos" ranchos" lo
único que hallaron los españoles — o al menos comunicaron — fue,
como en el caso de Aburra,

1
En otros casos reportados, las estatuas están directamente ligadas a los huesos de
los ancestros: "Entre los antiguos aztecas, los huesos se guardaban en una especie de
estatua con máscara de muerte. Esta la guardaban y adoraban dura nte cuatro años,
luego de lo cual se enterraban los restos del difunto. Se creía que el rito final
coincidía con la aceptación del cueero a su última morada (Hertz 1960:124). Los
quichés recolectaban las cenizas y las solidificaban con una goma para convertirla
en estatuas, a las que les colocaban máscaras que representaban las características de
los * muertos; luego las colocaban en tumbas (Ibid 125).

103
"infinidad de comida, así de maíz como de
frisóles... o muchos curies". (Sarmiento,
op.cit . 98).

De manera reiterada, los escribientes de Robledo relatan que en


los valles se oían "muy grandes ruidos de bocinas e alambores e
gritos de indios, que se apellidaban unos a otros" (Ibid, 102). ¿Sería
ir muy lejos sugerir que dichos tambores que comunicaban las aldeas
entre sí estaban localizados en casas principales y se asemejaban -por
lo menos en su función — a los grandes tambores de señales (y
de acompañamiento ritual) reportados en la Amazonia y en el
Orinoco? Si fuese así, ello probablemente revelaría la existencia de
otro tipo de maloca (con tambor) con una posible función ceremonial
específica.

Nuestras fuentes muestran la existencia de lugares especializados


- "Casas del Diablo" - en el norte de Antioquia, donde supuestamente
hacían los sacrificios humanos. Hay que tener en cuenta que, en este
contexto, Casas del Diablo son posiblemente "Malocas del Tigre". En
este caso, probablemente la función caníbal se restringía a ciertos
lugares, y no se llevaban a cabo en todas las Casas Principales de las
aldeas (si bien los señores y otros individuos podían exhibir en sus
propias moradas sus trofeos). Esto hace pensar en los indígenas del río
Caquetá; estos sostienen, de manera similar, que antaño existían unas
casas especializadas en prácticas caníbales, donde los "interesados" se
trasladaban para participar en un determinado ritual antropofágico.
Aún hoy día se dice que existe una maloca de este tipo en un lugar
desconocido, para castigar a los eventuales comprometidos en el
narcotráfico; todo el mundo habla con suspicacia y en voz baja sobre la
supuesta maloca.

Después de este pequeño recorrido, ¿se ha justificado esta


penetración en la intimidad doméstica? Nos parece que se ha puesto de
manifiesto la conveniencia de definir una tipología de las malocas según
su especialización ritual; así mismo, se ha visto la posibilidad de
buscar semejanzas con otras culturas suramericanas, particularmente
con el área witoto del Caquetá colombiano. Las comparaciones entre
una y otra zona son, en efecto, interesantes. El área witoto tenía
aparentemente "desarrollado" el sistema antropofágico, y sus
localidades poseen una diferenciación marcada en rangos sociales. En
el campo de los artefactos, ¿es una casualidad que los tambores de las
Malocas caníbales — de acuerdo con los andoques — estén esculpidos
en figuras humanas? (lo que recuerda el tambor de cuero humano del
cacique Petecuy); la tabla que se proyectaba por toda la casa (y en la
cual se sostenían las estatuas de sus propios muertos) ¿no será acaso

104
una variante del "palo de danzar" bora, andoque, witoto, definido a
veces como el Banco de los Animales (hasta cierto punto Banco de
los Muertos, porque los hombres muertos de transforman en especies
de animales)? Una comparación sistemática plantea la posibilidad de
una matriz común con el Cauca, con el Caquetá-Putumayo, y con
todas las variantes que la historia, el ecosistema, etc., recrea. Si esto
es así, los modelos de organización social del Caquetá podrían
ayudar a pensar aspectos del Cauca aborigen, que podrían ser
corroborados arqueológicamente. Si existe una vinculación
genética solamente mediante procedimientos arqueológicos,
podríamos corroborarlo. ;«
7. La metamorfosis

El análisis de las malocas indica la multiplicidad de intereses de


los caciques principales y de sus gentes. Sin duda, la práctica caníbal
existió pero es probable que estuviera inmersa en una estructura
ceremonial mayor, teniendo cada una de sus funciones sus propios
caciques principales especialistas y clientes al estilo witoto.
La idea de unos cacicazgos prehispánicos con poblaciones
sedentarias, disputándose entre sí los variados ambientes ecológicos,
con ciertas relaciones de comercio exterior entre sí (determinadas por
los microambientes), cada uno con su propia cultura y en constante
guerra, podría sustituirse por un modelo social global inestable y
conflictivo, en el cual los diveros señores compiten entre sí por el
predominio de sus propios proyectos rituales, entre los cuales la guerra
y el canibalismo son solamente una de las alternativas de la acción
social.
En términos de los modelos de organización política local, esto
significa que posiblemente el poder de los caciques tuvo diversos
fundamentos rituales y ceremoniales, y no exclusivamente el guerrero o
militar. Ante la generación de una situación de violencia y muerte
generalizada, las culturas nativas diseñaron, también, una estrategia de
combate, conformando sus "propios espacios" de muerte en el
interior y alrededor de las malocas. Con ello probablemente buscaban
recrear un umbral de transformación y generación de sentido (una
propiedad — de acuerdo con Taussig — de ciertos espacios de muerte)-
y amedrentar a los españoles. Pero, ¿por qué tanto énfasis en lo
militar? Retornemos a Cieza de León:

"Un indio que era de un Baptista Zimbrón me


dijo a mí que después que Cesar volvió a
Cartagena se juntaron todos los principales
y

105
señores destos valles, y hecho sus sacrificios y
ceremonias les apareció el Diablo (que en su
lengua se llama Guaca, en figura de Tigre, muy
fiero, y que les dijo cómo aquellos cristianos
habían venido de la otra parte del mar, y que
presto habían de volver muchos otros de ellos y
habían de ocupar y señorear la tierra; por lo tanto
que se aprejasen de armas para les dar la
guerra..." (Cieza, 1962, 59).

¿Cuál era la respuesta más adecuada para defenderse? El mismo


Cieza, creemos, tiene la respuesta cuando inquería sobre la motivación
del canibalismo cerca de Cali
"... Preguntándole yo qué era la causa porque
tenían tanta multitud de cuerpos de hombres
muertos, me respondió que era grandeza del Señor
de aquel valle, y que no solamente los indios que
habían muerto querían'tener delante,pero aún las
armas suyas las mandaba colgar dejas vigas de la
casa parajnemoria^, y que muchas veces
estando la gente que dentro estaba durmiendo de
noche, el demonio entraba en los cuerpos que
estaban llenos de ceniza, y con figura espantable
y temerosa asombraban de tal manera a los
naturales que de sólo espanto morían algunos"
(Ibid 99).

Los indígenas, entonces, se propusieron infundir


sistemáticamente temor y terror a los españoles, y sin duda que
tuvieron éxito en esta empresa de autopropaganda como grandes
caníbales, hasta el punto que casi 500 años después seguimos
pensando al Valle del Cauca como la mata del canibalismo. Por otra
parte, los españoles estaban predispuestos a aceptar este "discurso",
porque legitimaba su política de extermino y esclavización de los
indios, y porque las condiciones de extraños los hacía temer
constantemente en revueltas y caníbales al por mayor; y porque creían
en el diablo, los salvajes y su poder.
Taussig ha planteado que "el victimario necesita de la víctima para el
propósito de producir verdad, objetivando su fantasía de victimario en
el discurso del otro (Taussig 1986:18) (vale decir constituyendo el
salvaje). En su reciente libro, Shamanism, Colonialism and The Wild
Man (1987) ha sostenido que la idea de salvaje — que ha penetrado

1
El énfasis es nuestro.

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como una constante toda la historia americana (colonial y
contemporánea) es una herencia colonial, fruto en gran parte de la
labor de la Iglesia que confinó a los nativos al espacio de la brujería
y del diablo. Como en el caso del Putumayo, donde "el terror y las
torturas que implementaron (los caucheros) reflejan el horror de lo
salvaje que ellos temían e imaginaban" (Taussigl987), podría arguirse
que razones similares desencadenaron la violencia sistemática de los
españoles que arrasó y mató a miles de indígenas en pocos lustros en
el Alto y Medio Cauca.

Los narradores que hemos leído -- Cieza, Robledo o López -


logran cierto contacto con los nativos, y nos transmiten, así sea
parcialmente, parte de su voz. En el precario umbral de sus discursos
alcanza a tejerse un encuentro de sujetos que a pesar de sus distintas
civilizaciones, alcanzan repentina y fugazmente a reconocerse como
hombres, así sea en calidad de enemigos. En este encuentro dado
en un espacio de muerte, se siembra la cultura de terror, matriz de
la cultura americana.

Si se quiere, la nueva realidad era para los españoles un


infierno, en cuyo término se encontraba el oro. En otras palabras,
los indios -como diablos "o como cadáveres" en las tumbas — son los
mediadores del Dorado. En este sentido, el espacio de la muerte
constituye para los peninsulares el "umbral"de su propia
transformación social (el atesoramiento de la riqueza) y espiritual
(premio de Dios) por su lucha contra el diablo.

Paradójicamente, estos "salvajes" - como bien lo ha demostrado


Taussig —, se convierten, desde los primeros lustros de la colonia, en
la fuente de generación de la religiosidad católica americana,
conformando con su poder la multiplicación de ciertas vírgenes y
cristos, tan fundamentales aún para la cultura colombiana.

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